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www.librear.com Wilhelm Nietzsche FriedrichDe La Gaya Ciencia
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La Gaya
Ciencia
Friedrich Wilhelm Nietzsche
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extiende el océano; por supuesto, no siempre brama y a veces se despliega como seda y
oro y como un ensueño de la bondad. Pero llegan horas en que reconocerás que no tiene
límite y que no hay nada más espantoso que el infinito. ¡Pobre pájaro que te sentiste
libre y que ahora chocas con los barrotes de semejante jaula! ¡Desgraciado de ti si te
asalta la nostalgia de la tierra, como si en ella hubiese habido más libertad, ahora que
ya no hay "tierras!
125. El loco.
¿No han oído hablar de aquel loco que, con una linterna encendida en pleno día,
corría por la plaza y exclamaba continuamente: "¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!"?
Como justamente se habían juntado allí muchos que no creían en Dios, provocó gran
diversión. ¿Se te ha perdido?, dijo uno. ¿Se ha extraviado como un niño?, dijo otro. ¿No
será que se ha escondido en algún sitio? ¿Nos tiene miedo? ¿Se ha embarcado? ¿Ha
emigrado? Así gritaban y se reían al mismo tiempo. El loco se lanzó en medio de ellos y
los fulminó con la mirada.
—¿Dónde está Dios?—, exclamó, ¡se los voy a decir! ¡Nosotros lo hemos matado,
ustedes y yo! ¡Todos somos unos asesinos! Pero, ¿cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos
podido vaciar el mar? ¿Quién nos ha dado la esponja para borrar completamente el
horizonte? ¿Qué hemos hecho para desencadenar a esta tierra de su sol? ¿Hacia dónde
rueda ésta ahora? ¿Hacia qué nos lleva su movimiento? ¿Lejos de todo sol? ¿No nos
precipitamos en una constante caída, hacia atrás, de costado, hacia delante, en todas
direcciones? ¿Sigue habiendo un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una
nada infinita? ¿No sentimos el aliento del vacío? ¿No hace ya frío? ¿No anochece
continuamente y se hace cada vez más oscuro? ¿No hay que encender las linternas
desde la mañana? ¿No seguimos oyendo el ruido de los sepultureros que han enterrado
a Dios? ¿No seguimos oliendo la putrefacción divina? ¡Los dioses también se
corrompen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios está muerto! ¡Y lo hemos matado nosotros! ¿Cómo
vamos a consolamos los asesinos de los asesinos? Lo que en el mundo había hasta
ahora de más sagrado y más poderoso ha perdido su sangre bajo nuestros cuchillos, y
¿quién nos quitará esta sangre de las manos? ¿Qué agua podrá purificamos? ¿Qué
solemnes expiaciones, qué juegos sagrados habremos de inventar? ¿No es demasiado
grande para nosotros la magnitud de este hecho? ¿No tendríamos que convertimos en
dioses para resultar dignos de semejante acción? Nunca hubo un hecho mayor, ¡y todo
el que nazca después de nosotros pertenecerá, en virtud de esta acción, a una historia
superior a todo lo que la historia ha sido hasta ahora! Al llegar aquí, el loco se calló y
observó de nuevo a sus oyentes, quienes también se habían callado y lo miraban
perplejos. Por último, tiró la linterna al suelo, que se rompió y se apagó. "Llego
demasiado pronto, dijo luego, mi tiempo no ha llegado aún. Este formidable
acontecimiento está todavía en camino, avanza, pero aún no ha llegado a los oídos de
los hombres. Para ser vistos y oídos, los actos necesitan tiempo después de su
realización, como lo necesitan el relámpago y el trueno, y la luz de los astros. Esa
acción es para ellos más lejana que los astros más distantes, ¡aunque son ellos quienes
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la han realizado!" Cuentan también que ese mismo día el loco entró en varias iglesias
en las que entonó su Requiem aeternam Deo. Cuando lo echaban de ellas y le pedían
que aclarara sus dichos, no dejaba de repetir: "¿Qué son estas iglesias sino las tumbas
y los monumentos funerarios de Dios?"
126. Explicación mística.
Las explicaciones místicas son consideradas profundas. La verdad es que no son
ni siquiera superficiales.
127. El efecto ulterior de la religiosidad más antigua.
El irreflexivo se imagina que la voluntad es la única realidad que actúa; que
querer es algo simple, puramente dado, no deducible, comprensible en sí. Está
convencido de que cuando hace algo, como, por ejemplo, dar un golpe, es él quien
golpea y que ha golpeado porque quería hacerlo. No aprecia nada del carácter
problemático del fenómeno, sino que le basta el sentimiento de la voluntad, no sólo
para aceptar la realidad de la causa y del efecto, sino también para creer que entiende
su relación. No sabe nada del mecanismo del acontecimiento, ni del sutil trabajo con
diversos matices que ha de efectuarse para llegar a golpear, ni tampoco de la
incapacidad que posee la voluntad en sí misma para realizar lo que no sería sino la
menor fracción de dicho trabajo. Para él la voluntad es una fuerza que actúa de una
forma mágica, ya que creer que la voluntad es causa de efectos equivale a creer en
fuerzas que actúan de un modo mágico. Pues primitivamente, siempre que el hombre
veía que se producía un acontecimiento, creía en la existencia de una voluntad como
causa de aquel, así como en la de seres que actuaban personalmente en un segundo
plano. La idea de la mecánica le resultaba totalmente extraña. Pero como durante
períodos extraordinariamente largos el hombre no creyó más que en la existencia de
personas (y no en la de materias, fuerzas, cosas, etc.), la creencia en la realidad de la
causa y del efecto llegó a ser para él una creencia fundamental, ahora aplicada
siempre a cualquier acontecimiento de una forma instintiva, por una especie de
semejanza de origen remoto. Las tesis: "no hay efecto sin causa", "todo efecto es una
nueva causa" aparecen como generalizaciones de tesis mucho más limitadas, como
"cuanto se ha actuado, se ha querido", "sólo se puede actuar sobre seres que quieren",
"no se da nunca un sufrimiento puro y que no sea consecuencia de una acción, sino que
todo sufrimiento es una emoción de la voluntad" (voluntad de actuar, de vengarse, de
defenderse, de calumniar). Sin embargo, en los tiempos primitivos de la humanidad,
las dos clases de tesis eran idénticas, no siendo las primeras la generalización de las
segundas, sino éstas la aclaración de aquéllas. Al aceptar Schopenhauer que todo lo
existente está dotado de voluntad, introduce una de las mitologías más arcaicas,
porque parece que nunca intentó analizar la voluntad, como todos, sino que creía en la
simplicidad y en la inmediatez de todo querer. Y el querer no es sino un mecanismo
tan bien montado que casi escapa a la mirada del observador. Yo opongo a
Schopenhauer las siguientes tesis: primera, para que surja la voluntad se necesita una
representación del placer y del dolor; segunda, que una excitación violenta pueda ser
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