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La relación de la escuela con las nuevas tecnologías debe de ser uno de los
temas más «calientes» en la agenda educativa en este momento.
Quizá el planteo principal que me gustaría hacer es que hay que considerar la
escuela como una tecnología o institución histórica, con sus formas de
organización del espacio y del tiempo, con su modo de pensar y procesar las
subjetividades, con relaciones particulares con el saber, y entender desde esa
historicidad cómo se vincula a una forma novedosa, aunque no totalmente
ajena, de interacción entre las personas y de relación con el conocimiento.
El lugar de la escuela, pero más habría que decir el lugar del educador, de su
cuerpo, de su voz y de su escucha (como lo destaca maravillosamente
Zambrano, 2007), es el de la designación, el de decirles, en este océano de
imágenes y de textos, a sus alumnos: «¡Esto es para vos!», porque habla de lo
que les preocupa, de lo que vivieron, de lo que les interesa, de lo que no
pueden imaginarse todavía, y sin embargo, puede ayudarlos a darles forma,
lenguaje, contenido a nuevas esperanzas y deseos. Se abre en esa
designación un espacio de trabajo, un modo de operación, privilegiado e
interesante para la escuela.