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LA SABIDURÍA DE LA INSEGURIDAD.

VI. EL MOMENTO MARAVILLOSO

.Por regla general, en momentos de intensa alegría no nos

detenemos a pensar: «Soy feliz» o «esto es alegría». De

ordinario, no nos detenemos a pensar cosas así hasta qué ha

pasado el apogeo de la alegría, o a menos que exista cierta

inquietud de que desaparezca.

.A veces, cuando cesa la resistencia, el dolor se limita a

desaparecer o disminuye hasta quedar reducido a una molestia

tolerable. En otras ocasiones permanece, pero la ausencia de

cualquier resistencia ocasiona una sensación de dolor tan

desconocida que resulta difícil de describir. El dolor ya no es

problemático. Lo siento, pero ya no tengo el impulso imperioso

de librarme de él, pues he descubierto que el dolor y el esfuerzo

para separarme de él son lo mismo. Querer librarse del dolor es

el dolor; no es la reacción de un «Yo» distinto del dolor. Cuando

uno descubre esto, el deseo de huir se mezcla con el mismo

dolor y se desvanece.

.Nada es más creativo que la muerte, puesto que es todo el

secreto de la vida. Significa que es preciso abandonar el pasado,

que lo desconocido no puede evitarse, que el «Yo» no puede

continuar y que, en última instancia, no puede haber nada fijado.

Cuando un hombre sabe esto, vive por primera vez en su vida. Si

retiene el aliento, lo pierde; si lo deja ir, lo encuentra.

.En efecto, uno de los placeres más elevados es

ser más o menos inconsciente de la existencia propia, estar


absorto en vistas, sonidos, lugares y personas interesantes.

.A la inversa, uno de los mayores dolores es la conciencia de uno

mismo, no sentirse absorbido y verse separado de la comunidad

y el mundo circundante.

.Sin embargo, los mejores placeres son los que no planeamos, y

lo peor del dolor es esperarlo y tratar de rehuirlo cuando llega.

ESTO ES SUPER INTERESANTE

.Parece que si tengo miedo, estoy

«paralizado» por el miedo. Pero en realidad estoy encadenado al

miedo sólo mientras trate de librarme de él. Por otro lado,

cuando no intento esa escapatoria, descubro que no hay nada

«paralizado» o fijo en la realidad del momento. Cuando soy

consciente de este sentimiento sin nombrarlo, sin llamarlo

«miedo», «malo», «negativo», etc., cambia al instante en otra

cosa, y la vida se mueve libremente hacia adelante. El

sentimiento ya no se perpetúa creando al que siente tras ella.

.No hay alegría en la continuidad, en lo perpetuo. Lo

deseamos sólo porque el presente está vacío. Una persona que

trata de comer dinero siempre está hambrienta. Cuando alguien

dice: «¡Es el momento de parar!», se siente presa del pánico

porque aún no ha comido nada, y quiere más y más tiempo para

seguir comiendo dinero, confiando siempre en que hallará la

satisfacción a la vuelta de la esquina. No queremos realmente la

continuidad, sino más bien una experiencia presente de felicidad

total.

La idea de querer que semejante experiencia prosiga


indefinidamente es el resultado de tener conciencia de nosotros

mismos en la experiencia y, por lo tanto, una conciencia

incompleta de ésta. Mientras exista la sensación de un «yo» que

tiene esta experiencia, el momento no lo es todo. La vida eterna

tiene lugar cuando se ha disipado el último rastro de la diferencia

entre «yo» y «ahora», cuando sólo existe este «ahora» y nada

más.

.Es evidente que las únicas personas

interesantes son las personas interesadas, y estar completamente

interesado es haberse olvidado del «yo».

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