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Duelos complejos: La ruptura de Jung


con Freud y Spielrein
ELISEO M GONZALEZ REGADAS

Duelos complejos: La ruptura de Jung con Freud y Spielrein

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Singularidades del duelo: Jung y su rupt ura con Freud y Spielrein 1


ELISEO M GONZALEZ REGADAS

Danielle Kaswin Bonnefond Carls Gust av Jung Bibliot eca Nueva Madrid
vAL pER

EST UDIOS KARL ABRAHAM: EL ORIGEN DE LA T EORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES


Lisset Gonzalez
Publicado en la Revista de Psicoterapia Psicoanalítica
Número extraordinario, noviembre 2019, pp. 43-58

Duelos complejos: La ruptura de Jung con Freud y


Spielrein
Por Eliseo Miguel González Regadas
• Consideraciones preliminares
En octubre de 1990, hace ya treinta años que publicamos en el número 77 de
Relaciones, en su página 10, un artículo titulado Duelo en las psicosis donde relatamos
un aspecto de la historia personal de quien fuese un paciente a quien llamamos
Bernardo. Esta persona había literalmente “borrado” de su vida a quien fue su padre y
su borradura, ciertamente, entre otras cosas, le impidió hacer un duelo por su “pérdida”.
(Como su padre no estaba registrado como representación en su psiquismo y en su
historia, no podía hacer un luto por algo “inexistente”).
Cuando me adentré en un momento de la historia del Psicoanálisis (el vínculo de Jung
con Freud y el papel de Sabina Spielrein pendulando entre uno y otro) me pareció
importante reflexionar sobre lo que algunos han llamado “la psicosis” de Jung y otros,
más prudentes, “la crisis”. En un momento, más allá de las notorias diferencias, no pude
dejar de asociar lo acontecido a Jung con lo de Bernardo y su duelo bloqueado. La
semejanza es que ambas situaciones fueron, para quienes transitaron por ellas, de
extrema complejidad y de profundo desconcierto y dolor, dejando marcas imborrables
en sus vidas. La diferencia es que Jung encontró una forma de transitar, a lo largo de
muchos años, por las complicaciones y complejidades de su duelo, mientras que
Bernardo, sin tener conciencia de la “pérdida” la fue transitando a su modo empleando,
también, recursos intermediarios entre lo “borrado” y su procesamiento.
Quiero destacar la necesaria cautela y prudencia que debemos tener al rotular un duelo -
o un luto- como “normal” o “patológico”, solamente en función del tiempo de su
duración, como es planteado en manuales de psiquiatría del tipo DSM. Cada ser
humano tiene “sus tiempos” y es en ellos, y solo en ellos, en que puede llevar, o no, a
cabo, las tareas que nos demanda la vida. Jung y Bernardo, entre muchos cientos de
miles, son testimonio de ello. En ambos casos se encontraron caminos de salida.
Hacerlo explícito es una de las metas de este artículo: lo complejo puede resistirse a ser
desenmarañado, pero esto no significa que no sea posible (para esto, entre otras cosas
“el tiempo” juega un papel crucial).
Ahora vamos a intentar focalizarnos en Jung y en la vinculación altamente conflictiva
que tuvo con Freud por un lado y con Spielrein por otro, hasta que, finalmente, se
produjeron los cortes de un modo abrupto y sin el procesamiento necesario en el
momento que sucedieron. El que haya sido así no podemos achacárselo a ninguno de los
protagonistas individualmente considerados, sino a una relación donde las historias
previas se anudaron y potenciaron para desembocar en un final explosivo, abrupto.
Tenemos varias pistas concernientes a este punto, dadas por Jung: Por ejemplo, su
famoso Libro Rojo: Una suerte de relato simbólico donde nos relata la inmersión en sus
propios abismos (nekyia). Ese libro, fue escrito por Jung con una especial y cuidada
caligrafía y con una profusión de dibujos alusivos a lo escrito. En vida lo compartió
solamente con algunos y, con posterioridad a su muerte, su familia lo guardó

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celosamente hasta que accedieron a publicarlo. Recuerdo haber leído en alguna parte
que Jung dijo, en una ocasión, que cada uno debería escribir su propio Libro Rojo.
En los comentarios de Bernardo Nante, él insiste que se trata de una pieza literaria
“inclasificable”, de “difícil catalogación”. A mi modo de ver configura un recorrido
interior para encontrarle una salida a las circunstancias penosas que estaba viviendo.
También funcionó como un cuaderno de notas para temas que luego fue desarrollando
en artículos publicados. Ciertamente, es un texto muy personal que trasunta un período
vital al que Jung sentía urgencia por encontrarle respuestas. En su texto se despliegan
tanto sus conflictos como sus temas acuciantes del momento. Su fantasía y erudición en
temas mitológicos se tornan evidentes.
El pretexto de la ruptura entre Freud y Jung fueron las llamadas “diferencias teóricas”
surgidas a partir de la publicación de Transformación y símbolos de la libido. Jung se
retrae socialmente, rompe con la academia y escribe los Cuadernos Negros y el Libro
Rojo. Sus “visiones” y las “ensoñaciones” allí relatadas, por momentos, mimetizan una
psicosis. En realidad, fueron parte de ése trabajo de duelo del cual pudo salió
“renovado” (una metanoia), luego de muchos años. A pesar de su aislamiento, tenemos
la impresión que no perdió el contacto con la realidad cotidiana consensuada y
compartida. Muchas cosas que figuran en esos diarios, las fue socializando a través de
ponencias y artículos publicados.
• Algunas características de la personalidad de Jung.
Jung fue se sintió atraído toda su vida por los “fenómenos ocultos”: el sonambulismo,
las personalidades múltiples, los médiums, etc. En tal sentido es que admiraba el libro
de Flournoy; De las Indias al planeta Marte. De adolescente y joven, practicó junto a su
prima, Helena Preiswerk (Helly), sesiones de espiritismo a las que hizo alusión en
alguna de sus publicaciones (lo que llevó a su prima a enojarse mucho con él). La madre
de Jung era una mujer proclive a estas creencias, así como a prácticas de este tipo.
Sesiones de espiritismo eran bastante corrientes en los Estados Unidos y Europa
Occidental de comienzos del Siglo XX y fines del XIX.
Su padre, por su parte, un pastor protestante rígido y desapegado emocionalmente era,
sin embargo, muy admirado por él. Al estar muy ausente del hogar, Jung quedó librado
al contacto cotidiano con un conjunto de mujeres. Mundo que Jung recreó
posteriormente con su harén de amantes. En su adolescencia estuvo ligado a un hombre
grande, como su padre, al que admiraba mucho, y que parece haber abusado
sexualmente de él. Esto nos da una pista para entender el rechazo y la ambivalencia de
Jung ante los planteos de Freud de tratarlo como su “delfín” e “hijo predilecto”. Sobre
este tema, es muy instructiva la lectura de la correspondencia entre Freud y Jung.
• La Suiza finisecular y de comienzos del Siglo XX.
Pienso que es extremadamente relevante aludir a este pequeñísimo y montañoso país,
sin costas y con una población heterogénea proveniente del mundo germánico, del galo
y, minoritariamente, del italiano. Las montañas naturalmente promovían el aislamiento
de sus habitantes que, al decir de los estudios de Rorschach sobre los fundadores de
sectas en Suiza, la geografía estimulaba que fuesen muy cerradas y con poco contacto
con el resto del país y el mundo.

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La confederación Suiza hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX, recibió oleadas
de emigrantes políticos provenientes de Rusia; así como estudiantes de diversas partes
de Europa, que le dieron al país un aire de cosmopolitismo. Este aspecto fue muy bien
descrito por Carr en su libro Los exiliados románticos. A esto se agrega la neutralidad
en cuestiones de política internacional (fue un “oasis” en la Europa convulsionada por
las guerras del siglo XX). Además, y no menos importante, era quien atesoraba en sus
Bancos, las fortunas de los más ricos del mundo.
En ese Jano bifronte, básicamente germánico, pero también francés, es donde Jung
crece como persona y profesional para ir construyendo su reputación local y, luego, más
allá de fronteras; en un país aislado por las montañas, pero paradójicamente, abierto al
mundo.
No es un dato menor que Jung contrajo matrimonio con una mujer de familia
acaudalada (Emma Rauschenbach), lo que le permitió llevar una vida económicamente
desahogada, sin ningún tipo de penurias ni privaciones.
El servicio militar obligatorio y las fraternidades estudiantiles (Zofingia fue la suya, a la
que también perteneció su padre); fueron moldeando su psiquismo y modo de pararse
ante el mundo en el que se insertó social y profesionalmente.
El libro de Richard Noll, Jung, el Cristo ario, proporciona una excelente descripción del
contexto sociohistórico-cultural germánico/suizo (Völkish: Popular) y cómo influyó en
las ideas de Jung. Son el fondo sobre el cual debemos comprender, en parte, su ruptura
con Freud; así como entender las diferencias culturales y el peso que tuvieron en la obra
de cada uno de ellos, los contextos nacionales de la época. La cultura de la Viena
finisecular en que se inscriben la vida y la obra de Freud, a pesar de ser también
germánica, era muy diferente a la Suiza del mismo período. Al respecto se pueden
consultar los libros de Schorske y Casals para el contexto vienés y a Noll para el suizo.
• El Burghölzli en la primera década del Siglo XX.
A este manicomio público, muy famoso en la época, llega Jung luego de recibido en
Basilea, para tomar un puesto de médico asistente en psiquiatría. Viene acompañado de
toda su familia. Lo que nos parece destacable es que lo equiparó con un “convento” -es
así como lo llama en su libro de Memorias.
Personas de diferentes partes del mundo concurrían en función de la reputación que
tenía el país como un lugar de referencia para diversos tratamientos médicos. Por
ejemplo, La montaña mágica de Thomas Mann, transcurre en un sanatorio suizo para
asistir personas con tuberculosis. Quiénes iban de diferentes lugares de Europa eran
generalmente miembros de familias acaudaladas. Por ejemplo, los Spielrein eran una
familia judío-rusa pudiente, proveniente de Rostov sobre el Don.
La fama adquirida por el Burghölzli como centro psiquiátrico internacional, fue
conseguida por algunos de sus directores: primero Forel y, sobre todo, Bleuler. La
cercanía profesional con Bleuler le confirió a Jung la oportunidad de crecer
profesionalmente y de vincularse internacionalmente. Allí la especialidad era el
tratamiento de la esquizofrenia. Es por eso que los aportes de Jung de su primera época
van en esa línea. No es de extrañar, por tanto, una sobreabundancia de diagnósticos de
esquizofrenia y la escasez de diagnósticos de histeria, entre los asistidos en dicho centro

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durante ese período “dorado” (Minder, en su artículo, tuvo acceso a las historias
clínicas). Lo más interesante es ver como haber sido paciente de la institución, caso de
Sabina Spielrein, no era obstáculo para que trabajara allí y estudiara medicina
especializándose en psiquiatría con el aval de Bleuler y Jung. Esto marca una inusual
apertura de criterios para ésa época; y también para la actual.
El Burghölzli de principios del siglo XX tuvo su momento excepcional: las luminarias
de la “nueva psiquiatría” estaban allí. Como Jung, que usaba métodos experimentales
para estudiar el valor que tenían las asociaciones de palabras para diagnosticar
conflictos. Así como el psicoanálisis aplicado para la comprensión de las psicosis y las
neurosis, fueron actividades pioneras valoradas por Freud a la hora de establecer
vínculos con los zuriqueses.
Es a ése Burghölzli al que traen a ésa adolescente rusa de 19 años, asignándosela a un
médico joven, recién recibido, que quería usar el método psicoanalítico para “curarla”.
Sabina recibió un trato “especial” en todos los sentidos. En primer lugar, porque fue la
primera paciente que transita por un psicoanálisis durante los 9 meses y medio mientras
está internada (de agosto de 1904 a junio de 1905); continuando en tratamiento
ambulatorio con Jung, por cuatro años más mientras era estudiante de Medicina y
residía sola. Spielrein fue uno de los primeros casos que Jung consultó con Freud y
sobre el cual fueron intercambiando en diferentes momentos en la correspondencia
mantenida por ambos. En ella Freud le habla a Jung acerca de la contratransferencia y
de la necesidad de aprender a considerarla y manejarla terapéuticamente.
Para Freud, la relación con Bleuler y Jung constituía una alianza política tendiente a
expandir su método más allá de Viena y de la comunidad judía (los zuriqueses eran “los
gentiles”). Aquel centro psiquiátrico en esa época, como decíamos, era un lugar
altamente valorado y reconocido en la especialidad. Era muy importante, para el
movimiento psicoanalítico en proceso de expansión, tenerlo de su lado.
• Características del duelo efectuado por Jung.
En qué consistió esta inmersión en las profundidades de su inconsciente (al que llama su
nekyia, o viaje metanoico), es un tema controversial. ¿Fue -como pienso- su forma de
hacer un duelo ante una doble pérdida? O bien el factor desencadenante fue otro. Lo que
es innegable es el hecho en sí mismo y la trascendencia que tuvo, tanto para la teoría,
como para la vida misma de Jung. Hay demasiadas coincidencias temporales como para
pensar que lo relatado en sus Diarios (los Cuadernos Negros y el Libro Rojo) respondía
a otra situación y que no era parte de un proceso de duelo. Lo engañoso es que Jung se
vale de personajes imaginarios para describir este proceso tomando distancia, así, de los
seres humanos encarnados que podían estar en juego, Tal vez este distanciamiento,
transformándolos en personajes heroicos y mitológicos, fuese la forma que tuvo de
acercarse a algo muy doloroso para poder procesarlo. El Libro Rojo puede ser pensado
como una ensoñación diurna de la cual no tenemos los materiales asociativos ni los
restos diurnos para poder interpretarla a cabalidad. Es por ello que tanto Nante como
Shamdasani lo ven como un “texto inclasificable”.
El comportamiento manifiesto de Jung ciertamente cambió cuando se quebró su
relación con Freud y Spielrein (1912-13). Se produjo en él una tendencia al aislamiento
y la retracción. Una incertidumbre muy grande acerca de diferentes aspectos de su vida

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personal que quedaron fuertemente cuestionados; la presencia de “visiones”,


ensoñaciones y “sueños proféticos” que nos relata con profusión de detalles. En lo
atinente a sus puntos de vista teóricos, apareció un énfasis en temáticas simbólicas
conectadas con la religiosidad en un sentido amplio: gnosis, alquimia, misticismo; y una
perspectiva nietzcheana conectada al paganismo y la poligamia (estos dos últimos
aspectos por influjo de Otto Gross a quien trató también por la misma época, y a quien
Jung consideraba su “hermano gemelo” negativo).
La relación de pareja con Emma Rauschenbach ya no funcionaba satisfactoriamente
para ambos. Mientras tanto, Jung parece poner en práctica sus convicciones acerca de la
poligamia, transmitidas por Gross en el curso de su tratamiento. En la correspondencia
con Freud, Jung lo llama “mi alma gemela” -masculina, porque su otra “alma gemela”
femenina, era Sabina.
Sabina Spielrein deja de ser su paciente enamorada, turbulenta, musa inspiradora; para
cederle el lugar a Antonia (Toni) Wolff y, ulteriormente, a otras mujeres que fueron
sucesivamente sus discípulas y amantes. La inestabilidad emocional de Jung, en este
aspecto, parece haberse acentuado notoriamente durante su proceso de duelo. Las
mujeres funcionaban para él como un exutorio para evitar la tristeza y el dolor
(expresiones que están ausentes de sus textos). Fue invadido por un sueño/visión al que
atribuye un sentido profético, pero que trasunta su fragilidad psíquica; y un psiquismo
“inundado” y a punto de dislocarse: “Vi un diluvio tremendo que cubría todos los países
nórdicos y bajos entre el Mar del Norte y los Alpes. Alcanzaba desde Inglaterra hasta
Rusia, y desde las costas del Mar del Norte casi hasta los Alpes. Vi las olas amarillas,
los restos flotantes y la muerte de incontables millares.” Efectivamente en 1914 estalla
la Gran Guerra. Europa Occidental fue convulsionada por un holocausto de sangre,
muerte y destrucción como no había conocido. Los intercambios profesionales
desaparecen del panorama cultural y todo queda impregnado por las facciones en pugna.
Al final de la misma, las fronteras geográficas de los países y el mundo político y
cultural pasan a ser otros. La miseria y el desempleo pasan a ocupar un lugar
preponderante en una realidad “objetivamente” dolorosa.
Está claro que la obra de ningún autor del mundo psi, es separable de su vida personal y
sus avatares. Tampoco lo es de la coyuntura social, histórica, política y cultural en que
acontecen los sucesos. Por eso nos hemos detenido en algunos de estos aspectos para
poder contextualizar un “drama”, vivido no solo por los partícipes del mismo, sino
también por el conjunto del Psicoanálisis en momentos que empezaba a rodar por el
mundo como una fuerza renovadora del pensamiento y la cultura. Podríamos decir, sin
incurrir en exageraciones, que la totalidad de la obra de cualquier sujeto, trasunta
diferentes aspectos de su propia historia y de las circunstancias que la fueron
moldeando. Una mirada diferente consistiría en abstraer la obra de quien la produjo. En
esta ocasión elegimos el camino de ver a los protagonistas -“y sus circunstancias”- para
poder así entender una forma complicada de transitar por un largo proceso de luto no
solo por vínculos significativos fracturados sino, también, por la condición humana
degradada por una guerra bestial que parece confirmar el aserto homo homini lupus.
La ruptura con Freud, en el caso de Jung (no sé si para Freud fue igual ya que él venía
de otro duelo tal vez más importante: el de Fliess), fue un evento personal de enorme
trascendencia. Entre otras cosas, debido a que Jung, por un lado idealizaba a Freud y,

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por otro, tenía con él un vínculo muy ambivalente. Esa ambivalencia estuvo presente
desde un comienzo, y podríamos relacionarla, entre otras cosas, con ése episodio de su
adolescencia en que fue “violado”, “abusado sexualmente”, por parte de un hombre
mayor con quien tenía un estrecho vínculo de amistad y confianza. Pienso que esto lo
indujo a estar alerta ante un Freud vivenciado como un potencial “violador” de su
psiquismo; imponiéndole ideas ante las cuales no quería “someterse” desde el lugar que
éste le asignó del delfín/discípulo/hijo/heredero. Las cartas intercambiadas entre ellos,
en el momento en que se rompe su relación, son muy instructivas acerca de sus
respectivas personalidades.
Para poder transitar por esta etapa de duelos/pérdidas (“la crisis media de la vida”), el
camino encontrado por Jung consistió en aislarse y enfrascarse en el estudio de los
mitos, la gnosis, los procesos alquímicos y las religiones orientales. Esto le sirvió para
distanciarse de la dolorosa realidad evidenciada por las crueldades de una guerra
(1914/18). Su contacto con el mundo externo, en ésa ocasión, fue sobre todo a través de
un grupo de mujeres (sus “adoratrices”) y de algunos discípulos cercanos. Esto le sirvió
de apoyo y sostén mientras se sumergía en sus “visiones” y la construcción de sus
mitos personales para transitar por esta difícil etapa. El Libro Rojo es su testimonio. Las
diferentes perspectivas que tenían Freud y Jung acerca de temas como el inconsciente,
la libido, la función de los sueños y los símbolos, pautaron un contrapunto de ideas
entre ambos que fueron más allá de una expresión de diferencias para dar pie a un
alejamiento personal y a un no querer saber nada el uno del otro. Por otro lado, Sabina
Spielrein que había ido a Viena a integrarse al círculo de Freud, fue gradualmente
transformándose en su idea del Ánima y ya no en una mujer sensual, de carne y hueso,
deseable. Es así como pasa a ser la contrapartida femenina de la psique “masculina”.
Sigfrido, el “hijo simbólico” engendrado por Sabina y Jung; pasó a ser algo así como la
“conciliación de los opuestos” (entre ella y Jung; y entre las teorías junguianas y
freudianas). La tesis de Sabina: Acerca de la destrucción como causa del devenir, está
vinculada con este tema. El pasaje por lo singular que se “destruye” para dar paso, en
forma sublimada, a un producto simbólico-cultural. (Como el Sigfrido de la ópera de
Wagner en El anillo de los Nibelungos). Después de la ruptura del vínculo con Sabina,
él la transforma en su sosías femenino: una figura des sexualizada con la cual mantiene
un vínculo “amistoso y profesional”. En una carta de Jung a Sabina expresa: “La
relación debía ser sublimada, porque de lo contrario, habría conducido al delirio y la
locura (la concretización del inconsciente). En ocasiones uno debe ser indigno,
simplemente para poder seguir viviendo”. Sabina, sin embargo, siempre quiso saber
cuál fue su papel como mujer en la vida de Jung y cuánto él pudo quererla como mujer
sexuada y deseable con quien tener un hijo/a.
Durante el período que va de fines de 1912 a 1920, la modalidad de Jung para procesar
la pérdida de la figura rectora de Freud fue la de convertirlo en “un sabio”, “un
maestro”, que respondía a diferentes preguntas que lo inquietaron en distintos
momentos. Así surge la figura de Filemón/Freud: sabio guía y sostenedor de un
narcisismo trófico que configura un resarcimiento por la pérdida concreta de una
relación significativa. Filemón era su Virgilio para así poder recorrer, protegido, el
Hades: alguien que escucha, responde y aconseja. Con el paso del tiempo –y una vez
transitado el duelo- Jung mismo, de algún modo, se identifica con esta figura y se
convierte él mismo en un “maestro” para sus seguidores. Con el paso del tiempo,

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subsiste la imagen de un “profeta sabio” que se adentró en los “fenómenos ocultos” del
alma humana. Jung comienza a poner énfasis en la necesidad de “trascendencia” para
volver tolerable un mundo donde “Dios ha muerto” y la única gran certeza es la
incertidumbre. Ése fue su camino y, desde allí, pudo rescatarse para no enloquecer ante
sus propias vulnerabilidades que lo atormentaban desde el inconsciente. En ése mundo
complejo, plagado de muerte, destrucción, pobreza, desechos de guerra, del cual buscó
salir restaurado, con su narcisismo trófico reparado y puesto al servicio de la creatividad
personal.
Hasta aquí mi propósito fue el de aportar una mirada sobre el duelo que Jung llevó
adelante luego de su ruptura con Freud y Spielrein. Siempre sigue vigente cuánto puede
haber de intuición “artística” y cuánto de ciencia en nuestro camino para comprender.
• Recursos mediadores para procesar algunos duelos.
Todos los psicoterapeutas que hemos tenido que trabajar con situaciones psicóticas, en
algún momento de nuestra práctica hemos tenido que apelar a técnicas que oficien de
mediadoras entre la conciencia y lo inconsciente. Gisela Pankow empleó
sistemáticamente el modelaje y el dibujo para producir lo que llamó “injertos de
transferencia”. Winnicott, apeló al garabato con sus pacientes infantiles y M.M.R. Khan
lo llevó a los adultos. Marion Milner en el relato de su caso Las manos del dios viviente
recurrió al dibujo y la pintura. Esto para limitarme a nombrar solo algunos
psicoanalistas conspicuos en el pasado, que se sirvieron de técnicas no basadas en la
palabra, para tener acceso a los conflictos más profundamente enraizados en lo
inconsciente.
Volviendo al camino elegido por Jung, la escritura del Libro Rojo fue uno de sus modos
de exorcizar sus demonios interiores: la pérdida de una figura rectora, mayor (Freud), y
de una mujer creativa e independiente (Sabina). Quedar sin apuntalamientos externos
nos remite a cuáles son los que tiene internalizados ésa persona. Jung construye su
“maestro”: Filemón/Virgilio/Freud. Y su sosías femenina: el ánima (Sabina). En el libro
recorre su propio desierto (su psiquismo devastado) y va encontrando desafíos –como
ocurre con los héroes de un periplo mítico- que le dan algunas certidumbres ante ése
mundo externo que se derrumba con la Gran Guerra y que no hace más que evidenciar
lo más destructivo de la condición humana. Suiza, ante ésa hecatombe que se avecina
(reflejado en el sueño que Jung llama “premonitorio”, de 1913), persiste en un
“espléndido aislamiento”. Su neutralidad, entre otras cosas, estuvo al servicio de
preservar un mundo idílico cuando, en derredor suyo, todo se hacía pedazos. En ése
mundo es donde Thomas Mann ubica su “Montaña mágica” y Herman Hesse la Castalia
de su Juego de Abalorios. La riqueza de las lecturas de Jung y su gusto por el ocultismo
y el mundo de los médiums, aparecen en ésa construcción que, trabajosa y lentamente,
va escribiendo durante un tiempo no menor a 10 años. Sus conexiones con algunos
pacientes norteamericanos acaudalados, y con el mundo académico de Estados Unidos e
Inglaterra lo sacan, transitoriamente, de su aislamiento montañoso. Su propia casa hecha
con piedras por él mismo, al igual que sus esculturas del mismo material, le sirven para
dar forma a sus representaciones inconscientes. Es así como, a través de la “imaginación
activa”, el arte y la escritura de un relato, donde lo personal se viste de “personajes”
míticos e imaginarios, encuentra un camino de salida para un duelo penoso y

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prolongado en el tiempo. Jung encuentra, en sus recursos mediadores, su camino para


salir fortalecido y apuntalado internamente hasta el fin de sus días.
Hay un aspecto –su relación con “lo femenino”- que, en el mundo externo, se expresa
en ésa poligamia manifiesta y vivida (estuvo rodeado de un cortejo de mujeres que
oficiaron de hetairas con la connivencia de Emma). Esto era algo que compartía con su
expaciente Otto Gross: la idea de la poligamia como un camino para acceder a la
liberación y la felicidad. Estas eran propuestas sostenidas, también por integrantes de la
movida cultural y artística del barrio muniqués de Schwabing cuando, en los solsticios
primaverales, se congregaba en Ancona, para celebrarla con ritos neopaganos
vinculados a la Naturaleza. Hay varios artistas de esa época conectados a la misma;
entre ellos, Max Brod, el amigo de Kafka; y también un círculo allegado al prestigioso
sociólogo Max Weber. Las Memorias escritas por la esposa de Weber, dan cuenta de
ésa época turbulenta y contracultural que dio nacimiento al dadaísmo, el expresionismo
y otras producciones culturales.
Salvando las distancias con Jung; tuvimos ocasión de ver situaciones muy parecidas a la
suya en personas con las que nos tocó trabajar durante un proceso de rehabilitación: Por
ejemplo, Bernardo al que mencionamos al comienzo. Él nos mostró un prolongado
proceso de duelo que fue repudiado y quedó interferido. Su camino fue recurrir a un
modo compulsivo de escribir (200 páginas en una noche). Esto no estaba al servicio del
procesamiento de una pérdida, sino todo lo contrario: buscaba preservar incambiada,
coagulada, la situación que la engendró: la ausencia de una figura paterna durante su
infancia y en su desarrollo emocional. Este no-duelo es la contracara de un duelo
prolongado en el tiempo, que se asemeja con lo psicótico, pero que no es tal, porque da
lugar a una resolución, a un camino de salida. Bernardo, hacia el final de su vida, la
encontró en el mundo social (como oficiante en los rezos post mortem que se realizan en
las sinagogas). Este desenlace “afortunado” tuvo una salida diferente a la que encontró
Jung en su realidad psíquica (no en la fáctica); como Bernardo. Lo común son estos
procesos lentos que pueden verse interferidos por distintas circunstancias y que hay que
aprender a distinguir. No es lo mismo haber sido diagnosticado como psicótico que
haber transitado por un proceso que puede mimetizar una psicosis con una salida
creativa. Semejanzas, diferencias, desenlaces… Algo a reflexionar acerca de dichas
situaciones y la enseñanza que nos dejan.
• Resumiendo
No cabe duda que la crisis, producto de la ruptura con Freud y Spielrein, fue una
oportunidad para Jung. Oportunidad de explorar su mundo interno, sus “demonios de la
mente” –al decir de Jorge García Badaracco- así como indagar en torno a preguntas-
clave para su existencia. Sus Cuadernos Negros y el famoso Libro Rojo, marcan un
importante jalón de ése tránsito; así como su capacidad para sublimar/transformar el
dolor por la pérdida, en la ganancia por abrirse nuevamente a lo social y conquistar
numerosos adeptos para su psicología analítica. Lo que deseo enfatizar es que él, como
cualquiera, lo hizo a su manera, con los recursos internos y externos que tenía a su
disposición.
Se trató, aquí, de una pérdida por partida doble: la figura de un mentor (a quien nunca
quiso aceptar o reconocer como “un padre idealizado”) y la de una musa inspiradora: su
caso prínceps que lo había conectado con Freud: la “rusa que puso la pelota a rodar”. Al

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alejarse de Jung ella se aproximó a Freud, pero sin dejar de hacer su camino propio. Es
a Sabina a quien Jung entrega una piedra diciéndole: “Tómala, es mi alma”. Cuando se
distancia físicamente de Sabina, la reencuentra en la figura impersonal del Ánima. Por
tanto, su descenso al infierno, es también la necesidad de hacer un duelo –complejo,
prolongado, con idas y vueltas- por la falta de dos seres trascendentales que lo
acompañaron durante un importante tramo de su vida.
Pienso que estas historias dolorosas -como la de Jung y Bernardo- no hacen más que
mostrarnos, una vez más, nuestra humanidad con sus luces y sombras, flaquezas y
fortalezas y caminos posibles a encontrar y transitar. Así se de-mistifica nuevamente la
fantasía de que los psicoterapeutas somos -o debemos ser- “los sanos” y nuestros
pacientes los “enfermos”. El aprendizaje que nos deja el recorrido por nuestros propios
círculos infernales, es lo que nos permite acceder a la comprensión profunda del dolor
ajeno y transformarlo transformándonos.

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