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Europa y las especias

“Europa experimentó por largo tiempo una marcada tendencia por la pimienta y las
especias(...). En el siglo XII la locura de las especias no ofrecía ya ninguna duda. Para
conseguirlas, Occidente no vaciló en sacrificar sus metales preciosos y en introducirse en el
difícil comercio de Oriente que da la vuelta a medio mundo. Esta pasión llegó a tales extremos
que se aceptaba junto a la pimienta negra o blanca, según que conserve o no su corteza oscura
(la verdadera pimienta), la pimienta larga que procedía también de la India y que era un
producto de sustitución, como lo fue, a partir del siglo XV, la falsa pimienta o malagueta de la
costa de Guinea. (...) Las especias se consumían también bajo la forma de frutas confitadas, de
polvos medicinales que responden a todos los casos que pueda prever la medicina. Bien es
verdad que todas ellas tenían la reputación de hacer “expulsar los aires” y de “favorecer la
fertilidad”.

En resumen, no cabe comparación posible entre este abuso y el consumo tardío y mesurado
que había practicado el mundo romano. (...) El occidente medieval, por el contrario, goza del
privilegio de ser carnívoro. Es lógico pensar entonces que una carne no siempre tierna y que se
conserva mal exige condimentos, gran cantidad de pimienta y salsas especiadas. El uso de las
especias habría sido un medio de disimular la mala calidad de la carne. F. Braudel. Civilización
material y capitalismo. Barcelona, Labor. 1974. P. 170-171.

El instrumental de los primeros navegantes

Aún a riesgo de conmover algunos de los pilares sobre los que se forjó nuestro imaginario
infantil, es preciso señalar que a comienzos del siglo XV quedaban pocas dudas respecto de la
esfericidad de la tierra. El verdadero problema estribaba en que existía un consenso
generalizado con respecto a que el Atlántico no era navegable, y la información académica que
en la época se tenía del mundo y sus contornos era, cuan-do menos, inexacta, puesto que las
distancias eran espacios reservados al terreno de lo hipotético que en gran medida estaba
contaminado por la fantasía y el relato bíblico.

Los marinos recurrieron a una serie de instrumentos que, aunque a la mayoría de ellos se los
conocía desde hacía tiempo, fueron sabiamente combinados para poder vencer el temor que
inspiraba alejarse de la costa y adentrarse en “el verde mar tenebroso”.

Desde el siglo XIII circulaban en los principales puertos italianos y catalanes los portulanos o
portolani, cartas marinas elaboradas sobre la experiencia práctica de los navegan-tes que
detallaban, guardando una escala de distancias aceptable, las formas de la costa y sus
accidentes geográficos más notorios. Permitían la navegación a la estima, aunque no eran
útiles para determinar la posición del barco en alta mar.

Este problema había sido resuelto en el Mediterráneo orientándose por las estrellas, pero en
el Atlántico la estrella Polar, que servía a estos fines, al llegar al ecuador desaparecía. Sólo
hacia fines del siglo XV se determinó que la latitud podía ser calculada por la posición del sol al
mediodía. Contaban también con precarios astrolabios de difícil uso en el mar, por lo que era
más común suplirlo con un cuadrante.

El rumbo, si se tenía algún conocimiento de los vientos y de las corrientes marinas, era
determinado con una brújula sencilla, y la velocidad tomando puntos de referencia en la costa,
hasta que, en el siglo XVI, se popularizó la corredera, trozo de madera amarrado a una cuerda
larga con nudos a intervalos regulares. Queda claro que nave-gar seguiría siendo por mucho
tiempo una actividad que exigía mucha práctica, y especialmente, una gran osadía.

Aún durante los primeros años de la expansión portuguesa en África, los navíos guerreros y
mercantes eran galeras, buques de remos que en toda Europa se los prefería a otros tipos de
embarcaciones por no depender del viento. Pero su ineficacia era manifiesta cuando se trataba
de navegar en alta mar. Algunos historiadores consideran que el único elemento
verdaderamente revolucionario, fue la aparición de un nuevo tipo de embarcación que bien
puede ser considerada un emblema del proceso que integraba mercados y conocimientos.

Los portugueses serán los primeros en utilizar para este tipo de emprendimientos un pequeño
velero, la carabela, excelente ejemplo de la “Globalización científica” que aceleró la expansión
comercial que se venía dando en Europa desde el siglo XIII. Su importancia – simbólica y real –
en la empresa colombina hará que más adelante volvamos sobre ella, para detenernos sobre
sus características y cualidades.

Fernando de Aragón: la opinión de un contemporáneo

Preocupado por destacar los atributos que debía poseer un gobernante para lograr la unidad
de Italia, Nicolás Maquiavelo (1469-1527) en El Príncipe recurre al ejemplo de un
contemporáneo.

“Tenemos en nuestros tiempos a Fernando de Aragón, actual rey de España. A este se le puede
llamar casi príncipe nuevo, porque de rey débil que era se convirtió, guiado por la astucia y la
fortuna más que por el saber y la prudencia, en el primer rey de la Cristiandad(...). Al principio
de su reinado, atacó Granada; y esta empresa fue el fundamento de su Estado. La comenzó sin
pelear y sin miedo de hallar estorbo en ello: tuvo ocupados en esta guerra los ánimos de los
nobles de Castilla, los cuales, pensando en ella, no pensaban en innovaciones; por este medio,
él adquiriría reputación y dominio sobre ellos, sin que lo advirtieran. Con el dinero de la Iglesia
y del pueblo pudo mantener ejércitos y formarse, mediante esta larga guerra, sus tropas, que
le atrajeron mucha gloria. Además, alegando siempre el pretexto de la religión para poder
llevar a efecto mayores hazañas, recurrió a una devota crueldad, expulsan-do y despojando a
los moros de su reino: no puede ser este ejemplo más miserable ni más extraño. Bajo esta
misma capa de religión atacó a África, acometió la empresa de Italia, últimamente ha atacado
Francia: y así siempre ha hecho y concertado cosas grandes, las cuales siempre han tenido
sorprendidos y admirados los ánimos de sus súbditos, y ocupados en el resultado de las
mismas. Estas acciones han nacido de tal modo una de otra, que, entre una y otra, nunca ha
dado a los hombres espacio para poder urdir algo tranquilamente contra él.”

Nicolás Maquiavelo. El Príncipe. Cap. XXI, Como debe conducirse un príncipe para ser
estimado. Madrid, Sarpe, 1983.

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