Está en la página 1de 16

Guillaume Gaudin y Roberta Stumpf (dir.

Las distancias en el gobierno de los imperios ibéricos


Concepciones, experiencias y vínculos

Casa de Velázquez

Tan lejos de todo, y todo lo contrario


Distancias y políticas de las distancias en torno al archipiélago
malvinense (1750-1768)

Darío G. Barriera

Editor: Casa de Velázquez


Lugar de edición: Madrid
Año de edición: 2022
Publicación en OpenEdition Books: 11 mayo 2022
Colección: Collection de la Casa de Velázquez
EAN electrónico: 9788490963456

http://books.openedition.org

Edición impresa
Fecha de publicación: 21 abril 2022

Este documento es traído a usted por Casa de Velázquez

Referencia electrónica
BARRIERA, Darío G. Tan lejos de todo, y todo lo contrario: Distancias y políticas de las distancias en torno
al archipiélago malvinense (1750-1768) In: Las distancias en el gobierno de los imperios ibéricos:
Concepciones, experiencias y vínculos [en línea]. Madrid: Casa de Velázquez, 2022 (generado el 17 mai
2022). Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/cvz/29196>. ISBN: 9788490963456.
TAN LEJOS DE TODO, Y TODO LO CONTRARIO
distancias y políticas de las distancias en torno
al archipiélago malvinense (1750-1768)

Darío G. Barriera
CONICET – Universidad Nacional de Rosario, Argentina

Hace algunos años1, en ocasión de un seminario sobre justicias de proximi-


dad, y siguiendo los trabajos pioneros de Guillaume Métairié, propuse organizar
la reflexión sobre las diferentes distancias que separaban/acercaban a los jueces
de sus justiciables en cinco categorías2. En esta ocasión quiero reflexionar acerca
del modo en que las distancias físicas —las geo-métricas, extensiones de tierra
y agua que los hombres recorren, atraviesan, observan, perciben, calculan y
estudian— pueden gozar de una elástica consideración en contextos de argumen-
tación «técnica» al servicio de la acción política en momentos de disputas entre
imperios en «áreas enredadas». Las situaciones que voy a examinar pueden carac-
terizarse como ejercicios de puesta en circulación y evaluación de informaciones
(verdaderas o falsas, verosímiles o «falseadas», interesadas o ingenuas) que fueron
consideradas por parte de los hombres que conformaron el gobierno de Carlos III
a la hora de tomar decisiones sobre qué hacer con el archipiélago Malvinas, lo
que, sin ninguna duda, era para la Monarquía Hispánica un «territorio lejano».
Las fuentes inéditas provienen fundamentalmente del Archivo de Simancas
(Valladolid, España) y General de Indias (Sevilla, España); también he consultado
manuscritos inéditos e impresos de la Biblioteca Nacional de España (Madrid), de
la Bibliothèque nationale de France (París), a la vez que utilizo versiones editadas
de algunos manuscritos y panfletos del siglo xviii.

DONDE SE ENREDAN LOS IMPERIOS:


UN NUDO DE CONEXIÓN EN DISPUTA

Las islas del Atlántico Sur, las del Pacífico Sur y su corredor interoceá-
nico integraban el conjunto de esos territorios de la Monarquía Hispánica

1
Texto preparado para el seminario La distancia en el gobierno de los imperios ibéricos: Percepcio-
nes, experiencias y vínculos, celebrado en São Paulo en octubre de 2019. Este trabajo se encuadra en el
PIP 0326 de CONICET y en el Programa MyAS (Malvinas y Atlántico Sur) de la UNR. Agradezco los
comentarios de Guillaume Gaudin y de Roberta Stumpf.
2
Barriera, 2013.

Guillaume Gaudin y Roberta Stumpf (eds.), Las distancias en el gobierno de los imperios ibéricos.
Concepciones, experiencias y vínculos, Collection de la Casa de Velázquez (190), Madrid, 2022, pp. 41-55.
42 darío g. barriera

muy distantes de Madrid —y también de las ciudades establecidas en terri-


torio americano— que, además, estaban escasa o nulamente poblados. Se
encontraban comprendidos en lo que los españoles llamaban «las Indias
occidentales», pero esos mares, los mares del Sur, habían sido surcados,
ciertamente, en menor medida por la marina real que por un complejo,
cambiante y heterogéneo conjunto de agentes que trabajaban para sí mis-
mos y, eventualmente, para quien les diese licencia o les contratase para
hacerse a la mar sin ella. No faltaron, claro está, viajes multipropósito, tales
como las expediciones comerciales investidas —no sin sólidos motivos—
como científicas3.
Los títulos soberanos que el Tratado de Tordesillas y sus posteriores
modificaciones otorgaban a la Monarquía Hispánica sobre la región estu-
vieron lejos de ser respetados en la práctica. Esta afirmación, válida para
toda la frontera entre las coronas portuguesa y española4, también es apli-
cable al corredor bioceánico y a los territorios —de tierra firme e
insulares— que lo rodeaban. Abierto para los europeos a partir del viaje
que completó la primera circunnavegación de la Tierra y que acaba de cum-
plir cinco siglos, tanto el estrecho de Magallanes como el cabo de Hornos
fueron transitados de manera fluida y continua por navegantes de todas las
banderas y condiciones.
El objetivo de aquella empresa era llegar a las lejanas Indias orientales,
lo que suponía —tras los relatos de ese viaje— que, después de atravesar el
estrecho, quedaban todavía casi tres meses de navegación solitaria y peli-
grosa. Pero, si para la monarquía de Felipe II el paso del Sur ocupaba en esta
ruta el lugar de último recurso —el paso descubierto por Balboa en 1513 y
la apertura de un puerto en el Pacífico en los dominios novohispanos en
1563 eran preferibles—, quienes tenían vedado un cruce legítimo por el
istmo caribeño no dejaron de asediar el pasaje austral, cuya distancia de la
metrópoli era inversamente proporcional a lo que se invertía en su cuidado.
En lo que concierne a la navegación intérlope, sus trayectorias y efíme-
ras colonizaciones por asedio no dejaban una documentación «oficial», por
razones evidentes. Pero gran parte de la información que produjo se alojó
en los archivos de las compañías, principales agentes de la navegación efec-
tiva de todos los mares. La de las Indias Orientales —creada por Colbert
en 1664— tenía el derecho de comerciar en el ancho espacio comprendido
entre el cabo de Buena Esperanza y el estrecho de Magallanes. Según un
estudio realizado por un erudito sueco—Erik Wilhelm Dahlgren— hace
más de un siglo, hacia 1680 los «filibusteros» consiguieron perforar el istmo
de Panamá y sus excursiones dejaron más historias que verdaderos boti-
nes. Sin embargo, la Compañía del Mar del Sur —creada en 1698 por Jean
Jourdan (de París) y Noël Danycan (de Saint-Malo)— equipó y animó la

3
La bibliografía es abundante. Lecturas de las principales aportaciones en Pratt, 1997;
Haggerty, 2006; Bonialian, 2012.
4
Sanz Tapia, 1994, pp. 9 y 17.
tan lejos de todo, y todo lo contrario 43

expedición de M.  de Bauchesne, quien surcó el Pacífico americano desde


el ecuador hacia el sur, volviendo a Francia para refrendar la navegabilidad
del cabo de Hornos. Bajo el reinado de Felipe V, la presencia borbónica en
ambas coronas restringió los derechos de las compañías francesas, a las que
se prohibió el comercio con las colonias españolas. La interdicción, evi-
dentemente, produjo un entusiasmo más encendido: los comerciantes de
Saint-Malo, con el apoyo secreto del rey francés y sus ministros —siempre
según nuestro autor—, ampliaron sus inversiones5.
Los réditos eran cuantiosos y los botines —reales y supuestos— del «mar
del Sur» se transformaron en una de las claves de las negociaciones de la
Paz de Utrecht, que no solamente no pudo detener la expansión de dicho
comercio, sino que, muy probablemente, lo potenció. La relación del viaje al
Pacífico de Frézier 6 —oficialmente un viaje de cooperación entre las coro-
nas española y francesa, pero realizado con todas las características de una
misión secreta, con el propósito de atacar los puertos españoles en Chile y
Perú7—, donde las Malvinas son mentadas todavía como las «Sebaldes», no
en vano se distingue por consagrar dilatadas consideraciones sobre la vida
social y política de las colonias españolas8.
Según el erudito sueco, los «malouinos» realizaron 175 viajes hacia el mar del
Sur entre 1695 y 1749. Del lado de las embarcaciones vinculadas con la expan-
sión inglesa el merodeo por el corredor bioceánico no fue menor. Sin embargo,
otra interpretación coetánea sostenía que no era Francia, sino Inglaterra, la
monarquía más dispuesta a la expansión hacia el sur profundo:
Ante el éxito de los marinos españoles, tan solo los ingleses se
sintieron animados a indagar si algo quedaba que pudiera valer la
aventura o incitar a la apropiación. […] Fueron la segunda nación
que arrostró la vastedad del océano Pacífico y los segundos circun-
navegantes del globo. A causa de la guerra entre Isabel y Felipe las
riquezas de América se convirtieron en un trofeo legítimo […] aque-
llas expediciones ensancharon nuestro panorama del Nuevo Mundo
y nos hicieron conocer por vez primera sus costas más lejanas9.

Así, siguiendo al «Señor Pomposo» —como llamaban sus enemigos al


panfletista inglés que se opuso a la guerra de 1771 contra España—, los via-
jes de Cavendish (1592), John Davis (1593) y Hawkins (1594)10 reconocieron
no solamente el pasaje, sino también las islas que conforman el archipiélago

5
Dahlgren, 1907, pp. 424-425.
6
Publicado en 1716, Frézier, Relation du voyage de la mer du Sud.
7
Véase el Estudio preliminar de Alejandro Winograd, en Pernetty, Historia de un viaje a
Malvinas, p. 18. Pratt, 1997, p. 39.
8
Como señaló Dahlgren, 1907, p. 434.
9
Johnson, Sobre las recientes negociaciones, pp. 36 y 37.
10
Omite, por alguna razón, la circunnavegación de Drake, que a mediados de 1578 desem-
barcó en la bahía de San Julián (Patagonia) y en agosto del mismo año atravesó el estrecho de
44 darío g. barriera

malvinense, pero afirma que en la urgencia —y sin poder asegurar que se


trataba de las mismas—, apenas Hawkins les dio un nombre, «en honor de
su ama». A partir de 1598 su topónimo se debe al marino holandés Sebald
de Weert, y el propio Frézier, quien las rotula en su mapa con este nombre,
«nos dice que todavía eran consideradas de existencia dudosa»11.
Hacia 1750, los archipiélagos del suroeste del océano Atlántico frente
a las costas patagónicas —«avistados» por muchos, pero ocupados por
nadie—, no registraban una población asentada de manera permanente12 .
No había en ellas ni naciones indígenas ni casas pobladas por europeos.
El archipiélago que llamamos de Malvinas e Islas del Atlántico Sur está
compuesto por más de cien islas e islotes entre los 57 y los 61  grados de
longitud Oeste —su capital hoy se ubica a 59° 31' 25''— y, desde los inicios
de la expansión europea hacia occidente, estuvo comprendido dentro del
lado español de los límites fijados por todos los tratados entre las coronas
española y portuguesa, concretamente bajo jurisdicción del Virreinato del
Perú13. Sin embargo, a finales del siglo  xvi, pero sobre todo a partir de
finales de los años 1740, navegantes exploradores al servicio de una o varias
coronas intentaron ocuparlas y disputarle esos dominios a la española14.
Durante los conflictos que se libraron sobre esos territorios insulares entre
1740 y 1780, décadas centrales en la reconfiguración de los modelos imperiales
y de las relaciones comerciales que reorganizan el mundo —un periodo que
también ha sido calificado como la última fase de la primera globalización15—,
la consideración sobre el valor económico y estratégico del archipiélago se
transforma: pasa de un valoración mínima, cercana a la indiferencia hasta
ocupar un lugar tan importante como para desatar una guerra16. Durante esta
larga coyuntura, claro está, algunos acontecimientos precisos —o microcoyun-
turas— merecen nuestra atención y serán evocados oportunamente: la firma
del Tercer Pacto de Familia, el motín de Esquilache y la caída de Ensenada, o
a la crisis de Malvinas en 1771, impactaron de manera directa en la forma en
que los agentes de la Monarquía Española (aunque también la francesa) consi-
deraron el archipiélago malvinense y, en consecuencia, en cómo percibieron el
factor distancia en relación con él17.

Magallanes con el Pelikan, única embarcación que quedó en condiciones y con la cual asestó
duras pérdidas a barcos españoles en el Pacífico.
11
Johnson, Sobre las recientes negociaciones, p. 38.
12
Al sur de la región nombrada por los europeos como Araucanía, algunas naciones indí-
genas poblaron el archipiélago meridional chileno (desde Chile hasta más allá del estrecho de
Magallanes), incluso en las islas más pequeñas del canal del Beagle y en sus orillas. Pero no en el
archipiélago malvinense. Alioto, Jiménez, Villar, 2018, p. 17.
13
Luego de 1776 pasó a jurisdicción del Virreinato del Río de la Plata.
14
Barriera, 2019. La referencia para finales del xvi es a la expedición de Sebald de Weert.
15
Bonialian, 2019.
16
Barriera, 2019.
17
Sobre esta cuestión, Barriera, 2013; Gaudin, 2019.
tan lejos de todo, y todo lo contrario 45

LA DISTANCIA COMO DIFICULTAD,


LA PROXIMIDAD COMO LEJANÍA

El gobierno de los virreinatos americanos de la monarquía siempre presentó


dificultades y, desde los inicios, parafraseando la feliz etiqueta formulada por
G. Gaudin, «vencer la distancia» había significado proponerse superar al menos
uno de los desafíos que implicaba gobernar medio continente desde un Palacio
y algunos consejos instalados en otro, océano de por medio. Durante el periodo
que estudiamos, la vigilancia y el control de los vastos litorales marítimos bajo
tutela de una u otra monarquía se volvieron un problema a escala mundial18.
Cuando el 8 de abril de 1758, don Manuel Amat y Junient19 —como pre-
sidente de la Real Audiencia de Santiago de Chile— escribió al secretario
de Marina e Indias, el bailío fray Julián de Arriaga, enviándole un manus-
crito compuesto por las noticias dadas por un «capitán holandés en 1599»,
le transmitía su preocupación por «el susurro que anda en aquel País», que
era el de la instalación de una colonia inglesa sobre la cual, «por no haverse
sabido en tiempo no se hicieron las diligencias judiciales para maior crédi-
to»20. El tiempo para despachar la comprobación estaba relacionado con las
dificultades que suponía la distancia que separaba este archipiélago de su
sede. Pero esa distancia, además de física o geométrica, comprendía tam-
bién otras distancias: jurisdiccionales y gnoseológicas. Aunque mucho se
había escrito sobre esas islas21, como demuestra el mismo escrito de Amat,
su ubicación exacta le resultaba un poco esotérica. Por otra parte, incluso
teniendo la información y la posibilidad, la diligencia judicial que alegaba
no haber podido hacer por no haberlo sabido a tiempo caía en un territorio
que su jurisdicción no alcanzaba —ya que el archipiélago no pertenecía a la
capitanía de Chile, sino a la gobernación de Buenos Aires.
Al final de otro escrito, producido también como un servicio al rey —su
Historia geográfica e hidrográfica de Chile—, Amat declara:
Ocurrioseme este pensamiento [el de redactar la obra que envía
al rey] luego de que tomada posesion del Govierno de este Reyno,
visitando sus fronteras me hize cargo de su mucha importancia.
Pues considerando este Reino tan basto y de tanta substancia, en
tan grande remosion, y lexania del sentro de la Corte: me pareció no
solo combeniente, si también necesario hazer presente à V.  M., en
un Mapa la substancia, extención, y configuración de este ultimo

18
Walker, 1979.
19
Gobernador y Presidente de la Real Audiencia de Chile entre el 28/12/1755 y el 9/9/1761;
Virrey del Perú entre el 12/10/1761 y el 17/09/1776.
20
Amat a Arriaga, Santiago de Chile, 8/4/1758, AGI, Buenos Aires, 552, 1, fo 2vo. Trabajé sobre
esta documentación en Barriera, 2019.
21
Walter, A Voyage Round the World, p. 91, manifiesta que varios navíos franceses las habían
«avistado». George Anson había planteado una expedición a Malvinas en 1749, pero la misión
fue abortada ante la protesta del embajador Ricardo Wall.
46 darío g. barriera

continente austral con la Geographica declaración de sus partes y


calidades. Assi lo veo conseguido y travaxado dentro de este Palacio
con el recato que se deven manejar estos negocios; y aunque ba con la
limitación correspondiente a estas distancias22 .

El reino de Chile está «lejos del centro» y, para aligerar esa distancia, el fun-
cionario produce información cuyo resultado —reconoce— contiene de todos
modos la «limitación correspondiente a estas distancias».
Otro informante, esta vez presencial, ofrecía datos más precisos sobre el
archipiélago, pero advertía sobre el engaño que podía producir una percepción
visual cartográfica sobre las distancias que efectivamente había que recorrer
para llegar a ellas:
La Isla Falkland está a los 50 grados 3 minutos en el oceano Actlan-
tico, y no en la Mar del Sur. Se halla a 90 leguas del estrecho, y 32 o 36
de las Malvinas […]. La distancia del Puerto Egmnont al Continente
es de cerca de 60 a 65 leguas en línea recta. Es imposible ir a el por esta
via. Es preciso ir cerca del Puerto sn Julian, o entrar por el estrecho
para ir a Costearle23.

Por lo tanto, una marcha «en derechura» era imposible. Al buscar el punto
de contacto que permitiera concretar físicamente la navegación, el viaje devol-
vía una distancia a recorrer que no podía ser inferior a las 240 millas.
Las dificultades que proponían las distancias tenían que ver, como es evidente,
con la forma en que eran percibidas en función de la experiencia que se volcaba a
la hora de hacer las interpretaciones —se tratara de las distancias en abstracto o
de los objetos y sujetos percibidos «a» distancia—. Veamos este último aspecto en
algunos de los registros de la primera colonización del archipiélago.
En su diario del viaje de la expedición de Bougainville a Malvinas, Dom
Pernetty registró el deterioro y el abandono de la brújula de Mandillo «para
encontrar las longitudes». Su defecto, escribió, era que «el mínimo movimiento
impide que las agujas se detengan, y las naves se balancean bastante incluso
en periodos de mar calmo». Además, el agua salada había oxidado las agujas,
que habían perdido equilibrio y magnetismo. Esto, sumado a las dificultades
que parecía plantear su traslado, le convenció de dejar la brújula en Montevi-
deo: a partir de que avistaron lo que suponían las islas sebaldinas, guiaron el
resto de la derrota con «un mapa manuscrito del depósito de la marina que el
señor de Choiseul le dio al señor de Bougainville antes de nuestra partida de

22
Amat i Junient, Historia geográfica e hidrográfica, fo 190. Énfasis mío.
23
«Noticias adquiridas dela Inglaterra por un Piloto que ha hecho viage a los nuevos estable-
cimientos de Ingleses en la America, copia del que se pasó a los gov de Buenos Aires, Malvinas y
Chile y al virrey del Perú, mayo de 1766», AGI, Indiferente, 412, 31. La mencionada isla Fakland
se corresponde con la Malvina occidental, o Gran Malvina, donde los ingleses instalaron Puerto
Egmont (en realidad, sobre la pequeña isla de la Trinidad) y la referencia a Malvinas, con la Mal-
vina Oriental, o isla de la Soledad.
tan lejos de todo, y todo lo contrario 47

París»24. Una vez cerca de las islas, apenas a media legua de dos islas muy llanas,
la distancia (ahora escasa) seguía siendo demasiado grande para evitar dolo-
rosos engaños visuales: lo que parecía ser un promisorio monte de arbustos
—descrito además por otros viajeros que, evidentemente, no tocaron tierra—,
«resultó que eran grandes juncos de hojas largas y planas, conocidos con el
nombre de chucho»25. No fue el último equívoco.
La llegada a la bahía donde estableció la colonia francesa no estuvo
exenta de experiencias similares: «Confundidos por la distancia, nos había-
mos imaginado que sería un terreno seco y árido, pero cuando pusimos pie
en tierra, nos encontramos con un pasto de un pie o un pie y medio de alto
que se extendía hasta las partes más altas»26. El registro de otros viajeros
—como Wood Rogers— «hablan de las Islas Malvinas como de una región
que según ellos estaba formada por montañas y colinas cubiertas de bos-
ques. Como hasta ahora nosotros no hemos visto bosques en ningún lado,
podemos pensar que vieron estas tierras de lejos y que las apariencias los
engañaron, igual que a nosotros»27.
En el relato de Pernetty nos permite dos reflexiones: la primera es que, aun
tan cerca de las islas, para evaluar y ponderar información del terreno, algunas
distancias vuelven a ser «lejanas». La otra es que para el observador-narrador,
la solución para las dificultades que presenta esta nueva experimentación de la
distancia es evidente y, como bien dice él mismo respecto de otra experiencia
sensorial —el contacto con el «pez pepino»—, propia de ojos ilustrados: el cono-
cimiento que produce la experiencia directa, hija de la proximidad, del «estar
allí», disipaba los equívocos. Por otra parte, es fácil confirmar cómo la inciden-
cia de la experiencia visual y corporal y el compromiso de esta con un «hacer»
vuelven elástico el par «lejos/cerca»: media legua era todavía bastante lejos para
saber qué vegetación había realmente en las Malvinas, pero —el mismo agente—
asegura que la Isla de Juan Fernández (distante 140 leguas de la costa, frente a
Valparaíso) está «situada a poca distancia de la tierra firme en Chile»28.
Como virrey del Perú, Manuel Amat y Junient —como casi todos los agentes
que ejercían jurisdicción, desde oidores hasta jueces pedáneos de pequeños dis-
tritos rurales—, esgrimió dificultades en el gobierno, apoyándose en el tópico
de la «enormidad»29. La extensión del distrito que tenía a su cargo era uno de los
motivos, o al menos una de las razones que legítimamente justificaba muchos de
los obstáculos que encontraba su gobierno, concretamente en lo que concernía a
los litorales más alejados. Sobre el particular se quejó al bailío Arriaga, quien el
25 de febrero de 1768 le respondió lo siguiente:

24
Pernetty, Historia de un viaje, pp. 209-210.
25
Ibid., p. 213. Pernetty admite dicha confusión en p. 282.
26
Ibid., p. 215.
27
Ibid., p. 218.
28
Ibid., p. 269.
29
Barriera, 2017.
48 darío g. barriera

No se oculta al Rey la extensión de esos Dominios: los muchos prin-


cipales objetos que abrazan, y que no hay tropa ni dinero en el mundo
(como V. E. espresa en propios términos en una de sus modernas car-
tas) para guarnecer y fortificar tan bastos terrenos por cuya razón solo
se puede fundar la principal esperanza de su defensa en los recursos
que del mismo País y su nomerosa Población pueda prometerse la acti-
vidad, celo y esperiencias de V. E., graduando y pidiendo desde luego
aquella corta parte con que de aquí se le aya de ayudar, no ocultándose
a V. E. lo que semejante distancia, y tantas otras urgentes atenciones
dificultan estos socorros30.

La distancia y la urgencia volvían difícil la asistencia, pero podían medirse en


algo más que en leguas y tiempo: en dinero. Y en este punto, el bailío no oculta
la proporción a la que se enfrenta su gobierno: no hay dinero en el mundo que
alcance para guarnecer aquellos vastos terrenos.

CUANDO OTROS HAN VENCIDO LAS DISTANCIAS

Si las dificultades que proponen las grandes distancias para el gobierno de un


territorio alejado son materia de lamento y justificación para quienes ejercen el
gobierno de Carlos III, la presencia de un competidor, a veces un enemigo, hace
bascular la consideración sobre las distancias, sobre las propias capacidades
para vencerlas y para disputar recursos, concretos o potenciales31.
Para informar al rey sobre la seriedad del rumor de una ocupación inglesa del
occidente malvinense en 1764, el bailío Arriaga consultó con otros ministros y ase-
sores cortesanos. Uno de ellos le remitió una notita sin firma acompañada por un
mapa, donde le aseguraba que las islas importaban tanto a los ingleses que, en el
«mapita» que le remitía, las habían puesto «del color encarnado como se indican
sus propios países»32. Otro de los papeles utilizados por Arriaga, también sin firma
—fechado el 2 de agosto de 1764—, reunía noticias publicadas por las gacetas de
Ámsterdam y de París en julio de ese mismo año, donde se daba como firme una
ocupación francesa de las islas —oficialmente negada y guardada en secreto—.
Coetáneamente, el conde de Fuentes, flamante embajador de Su Majestad Católica
en Francia, transmitía al marqués de Grimaldi desde Compiegne, que Choiseul
—con quien mantenía una relación muy estrecha— ni siquiera le dejó preguntar
por el asunto y se adelantó a decirle que «sabían muy bien que no debian ir à nues-

30
Arriaga al virrey Amat, San Ildefonso, 25/2/1768, copia, AGI, Indiferente, 412, 47.
31
Un tratamiento de los hechos que menciono en este apartado en Barriera, 2020.
32
«Sobre el descubrimiento y establecimiento de los Franceses en una Isla que suponen con-
veniente para escala en la navegación a las Indias Orientales», Madrid, 3/9/1764, AGS, Estado,
6957, doc. 2, fos 2-3. Se trata de una copia; varios documentos originales de este expediente se
encuentran en un legajo hallado posteriormente: AHN, Estado, 2858, exp.  2 [disponible en
línea]. El mapa, separado del legajo, en AGS, MPyD, 6, 1, incluido en Barriera, 2020. El docu-
mento original se puede consultar en AHN, Estado, MPD, 80 [disponible en línea].
tan lejos de todo, y todo lo contrario 49

tras colonias». La nota del embajador refrendaba que la intención oficial en la corte
francesa era la de negar la operación emprendida por Bouganville, pero también
revelaba un particular uso de las distancias para persuadir y disuadir:
Me entregó el Duque la adjunta Memoria, en que se relaciona esto
mismo, y también me dio las gracias por la asistencia y auxilios que les
dio el Governador de Montevideo á quien recomienda en ella en nombre
del Rey su amo; y me refirió después que estos Navíos fueron á los Mares
Australes para ver si podían descubrir alguna Isla, queles importasse
tener para facilitar su pasage por el cabo de Hornos, y que en efecto
han descubierto una despoblada cerca de la de Tristán de Acuña. Se ha
hablado mucho estos días de aquel descubrimiento, y aun se ha dicho
que han dejado establecidos dos fuertes en la Isla33.

La isla Tristán de Acuña, aunque muy lejos de cualquier masa continental,


está muchísimo más distante de América que de África. Se encuentra «ape-
nas» a 500 leguas del cabo de Buena Esperanza, mientras que la separan de
Montevideo —la ciudad más cercana en América del Sur— casi 800. Choiseul
trataba de disuadir a su amigo español jugando con las ubicaciones de dos
islas muy distantes entre sí como si fueran abalorios. El embajador del rey
de España, por su parte, no le daba crédito y, cuando redactó sus informes,
afirmó que era «probabilísimo que [las islas ocupadas por los franceses] sean
las Malovinas, y no otras», y que no estaban para nada cerca «del rumbo
usado por Buena Esperanza»34.
Después del tratado de París (1763), Bougainville había considerado el
Atlántico Sur como el terreno apropiado para fundar la «nueva Acadia»35,
lo que había contado con la aprobación de Choiseul y del propio Luis XV.
Francia recuperaba Guadalupe, Martinica, Santa Lucía y Saint-Pie-
rre-et-Miquelon, pero había cedido Luisiana y Nueva Orleans a España
para compensar la perdida de la Florida 36. Choiseul estaba satisfecho por la
recuperación de las Antillas, pero quedaba sin resolver la recolocación de
los pobladores acadianos.
En otro informe sin firma, recibido por el conde de Fuentes y fechado el 2 de
agosto de 1764 una argumentación retomaba, sin citarlos, los argumentos que
Manuel de Amat había expuesto en 1758 acerca de las ventajas que supondría que
España ocupara el archipiélago, tanto como lo «sensible» que sería que otro lo
hiciera37. La proximidad con el estrecho de Magallanes volvería prácticos a quienes
allí se establecieran, siendo además esa misma proximidad una de las mejores bazas

33
El conde de Fuentes al marqués de Grimaldi, Compiegne, 6/7/1764, AGS, Estado, 6957,
doc. 1. Énfasis mío.
34
Ibid.
35
Caviglia, 2012, p. 92.
36
García Diego, inédita, pp. 211-212.
37
Sobre el estrecho de Magallanes, la opinión de Amat (entre 1759-1761) era la siguiente: «Es el
pasaje más cómodo para los viajes de Europa a las costas occidentales de la América meridional
50 darío g. barriera

para «introducirse en el Mar del Sud, cuias bastas Plaias admiten el contrabando
sin aplicable suficiente cautela». El informante terminaba: «Si estos inconvenientes
traheria el que ocupasen aquella Isla nuestros maiores Amigos [los franceses]; qua-
les serian los que resultasen de nuestros maiores enemigos los Ingleses?»38.
La aparentemente indiscutible y objetiva lejanía de las islas cedía peso frente
a su valor como una pieza clave en la gestión de las distancias. El archipiélago
estaba despoblado y era lejano, probablemente no tenía riquezas, cierto. Pero
quienes se establecieran allí obtendrían las ventajas derivadas de hacer escala
en un sitio próximo respecto del estrecho de Magallanes y el cabo de Hornos,
conectores neurálgicos en las redes mundiales y articuladores de los dominios
de la Corona española en los dos océanos.
La misma pluma citada desarrolla las posibles consecuencias de la pérdida
de su dominio, considerando que, en manos enemigas, su situación es de
proximidad, incluso para con el Río de la Plata: «si llegasen â ser las Malvinas
establecimiento enemigo, bien repuesto para con su proximidad volver sobre el
Rio de la Plata. ¿Como se resistiria a una imbasion maritima desde alli, y a otra
terrestre por el Brasil?»39. Si los que estaban allí eran los enemigos, la relación
con el Río de la Plata no era de lejanía —como se destila de una larguísima
tradición— sino de proximidad.
El propio agente concluía que era imperativo contener a los «amigos» fran-
ceses en su intento, al mismo tiempo que imitarlos,
[…] y darles las gracias del pensamiento; porque sino se verificase por
nuestra parte, y esto sin perdida de tiempo, se aprovecharian los Ingleses,
y entonces peor para todos.
Conviene a la España no solo un comodo, y solido establecimiento en
las Islas Malouinas, para emposesarse de ellas, e impedir a su enemigo,
que lo haga sino tambien otros regulares en la Bahia de Sn Julian, Puerto
deseado, Puerto de Leones, Bahia sin fondo & c. para intermediar con el
Rio de la Plata y Buenos Aires; a fin de conservar comunicación y facili-
tar la pesca, que es mui probable.
En esta forma seria el Rey Catolico Dueño absoluto del mar del sud y
de una pesca propia.
Para los Franceses podria servir de Escala en su navegacion à la Isla
oriental, si por aquel rumbo hallasen convenirles40.

Sin embargo, esa no era la única manera de percibir la posición «ene-


miga» en el terreno propio. O, dicho de otra manera, la relación entre
ocupación de lo lejano y reversión del tópico de la distancia, a partir de la
presencia del otro, no es mecánica. En el marco de la ronda de consultas que

y Philipinas. Tiene el pasage tres arresifes junto a tierra en el cavo de San Vicente», Amat i
Junient, Historia geográfica e hidrográfica, fo 188.
38
Papeles sin firma enviados al conde de Fuentes, AGS, Estado, 6957, doc. 2, fo 2.
39
Ibid. Énfasis mío.
40
Ibid., fos 2-3. Énfasis mío.
tan lejos de todo, y todo lo contrario 51

Grimaldi realizó en la corte a finales de agosto de 1766 para ver qué hacer
con Malvinas, recibió de Arriaga una serie de dictámenes, uno de los cuales
comenzaba de manera taxativa:
Los Ingleses se hallan ya establecidos en una de las Islas Faukland […]
En este estado, no es un golpe de mano el arrojarlo de allí: presentemente
no hay obgeto para la dirección, pues ignoramos la situación de esta Isla,
su latitud, y longitud: […] Empeñarse en el de una Isla contra los Ingleses,
Dueños del mar, es precisamente convidarles a su triunfo: reflexionese lo
que abraza toda expedición marítima, y el obgeto sobre una Isla distante
dos mil leguas de europa y que el auxilio mas inmediato de Buenos Ayres
que no distancia menos de 300 leguas, es un refujio desnudo para esqua-
dras, pues no tiene un Puerto defendido para dos Navíos, ni la menor
providencia para suplir la falta de un Palo Mayor, ni carrera formal41.

El desconocimiento de las coordenadas —que, como vimos, no fue óbice


para que la expedición de Bougainville se estableciera, incluso abandonando
su brújula genovesa en Montevideo—, vuelve a ser un motivo para no embar-
carse en el asunto. Si persuadir al secretario de Estado de iniciar una guerra
contra Inglaterra en el agua diciéndole que «es convidarles a su triunfo» suena
racional, el tono con el cual subraya las distancias que separan al archipiélago
malvinense de Europa y de Buenos Aires es inequívocamente tributario de un
esquema donde «lejos» es malo, difícil, arriesgado y caro.
Sin embargo, el informe de 1764 citado anteriormente, sostenía —sin torcer
distancias— el argumento contrario:
Pero si en unas Islas tan nuestras por su cercanía con las costas de aquel
continente aunqe despobladas, se tolerase a la Francia establecerse; como
podría la España ni con razón, ni con fuerza impedir a los Ingleses, que
desde luego se fuesen a otros despoblados como la Bahia de Sn Julian y
que del Brasil estrajesen auxilios para establecerse prontamente? […]
Las Islas Malouinas están entre 50 y 55  grados de latitud austral,
como 70 leguas de la costa firme, y Bahía de Sn Julian; otras tantas de
la embocadura del estrecho Magallanes; è igualmente de la Isla que
llaman de los Estados, donde empieza a doblarse para el Cabo de Horn
poco distante. Su altura de Polo corresponde a la de las Islas Britani-
cas, Olanda, Polonia; conque su temperamento puede graduarse por
dichos Reynos europèos 42.

Este informante no solamente entendía que el archipiélago estaba cerca de


las costas patagónicas, sino que dicha proximidad subrayaba la condición del
dominio («tan nuestras por su cercanía»). Además diseña una localización
vaga pero positiva, donde los recorridos que deben hacerse desde la costa,

41
Arriaga a Grimaldi, San Ildefonso, 31/8/1766, AGI, Indiferente, 412, 13. Efectivamente, el 23
de enero de 1765 Byron realizó un pequeño asentamiento en el occidente. Énfasis mío.
42
Papeles sin firma enviados al conde de Fuentes, AGS, Estado, 6957, doc. 2, fo 2.
52 darío g. barriera

San Julián, isla de los Estados, estrecho de Magallanes o Cabo de Hornos


son homologadas —70 leguas—, en una composición que intenta subrayar su
posición estratégica, como si se tratara del centro de un esquema.
En una nota circulada desde Madrid al virrey del Perú, al gobernador de
Buenos Aires, al de Malvinas y al presidente de la Real Audiencia de Chile, se afir-
maba que la carga de los navíos Tamer y Florida confirmaba la intención que los
ingleses tenían de «convidar a sus habitantes a comerciar con ellos, cuia empresa
facilita el hallarse dichas costas poco resguardadas y ser muy dificil evitar el con-
trabando»43. Otras embarcaciones más pequeñas, que también habían logrado
vencer las distancias y quedarse en Puerto Egmont44, harían los mismos intentos
con Puerto del Hambre (en la fuente, «Puerto famine») y las islitas más inmedia-
tas al estrecho de Magallanes, «para comerciar con los salbages y atraerlos a su
amistad». Este último propósito, no obstante, podría ahogarse en su propia salsa,
puesto que esos «salvajes» del sur no eran, precisamente, compradores de las
mercancías que, se estimaba, solo podían ser comercializadas en el Paraguay45.
Pocos meses después, desde Lima, el virrey del Perú comentaba al bailío
Arriaga que un pasajero que acababa de llegar por Chile, «de correspondiente
carácter y sobrada instrucción», le aseguró haber conversado en Montevideo
con quien fuera el «gobernador francés» de las Malvinas (Bougainville), y que
este le aseguró que los ingleses estaban positivamente situados allí desde hacía
varios meses. Uno de los elementos que configuraba materialmente su afirma-
ción era la descripción de «cierta especie de fortificacion portatil de madera,
que planificaron oportunamente, apenas hicieron el desembarco montando en
ella correspondiente artillería». Sin embargo, lo más jugoso del párrafo no es
esta (débil) descripción, sino la ponderación que hace sobre el manejo de esta
información por los gobernadores de Buenos Aires y el nuevo de Malvinas:
Me à parecido que aun que calculados los tiempos es verosimil que el
Governador de Buenos Ayres aya comunicado a v. e. esta noticia siendole
tanto mas facil esta averiguación como que ha tenido en aquel Puerto al
expresado Governador Frances a los ofiziales que evacuaron el puerto de
las Malvinas: y que con la comunicación que ya se ha tenido con los Espa-
ñoles recien poblados no puede menos que haverse dibulgado un suceso
de esta corporatura quando ya ha llegado a transcender a la enorme dis-
tancia de esta capital: sin embargo estimulado de la importancia y
gravedad del objeto lo participo a V. E. para que con esta Idea me mande
lo que debe ejecutar mi rendida obediencia46.

43
«Noticias que acaban de recivirse de Inglaterra oy 14 de noviembre de 1767 sobre sus nuevos
establecimientos en America», San Lorenzo, 14/11/1767, AGI, Indiferente, 412, 35 (en adelante
«Noticias que acaban de recivirse»).
44
Reconocido por algunos navegantes desde el 23 de enero de 1765 —antes nombrado por los
españoles Puerto de la Cruzada, en el islote Saunders, al oeste de la Gran Malvina—. Una guar-
nición militar, al mando de Mac Bride, fue establecida allí el 8 de enero de 1766. Véase Walter,
A Voyage Round the World.
45
«Noticias que acaban de recivirse».
46
Amat a Arriaga, Lima, 30/5/1768, AGI, Indiferente, 412, 61, fo 2. Énfasis mío.
tan lejos de todo, y todo lo contrario 53

En 1767, la creación de la gobernación de Malvinas dependiente de la de Bue-


nos Aires no suprimía la dependencia de ambas del virreinato del Perú, cuyo
máximo titular —probablemente a desgano— se ponía a disposición del rey
para ejecutar al respecto lo que a este le pareciera. La proximidad y el estableci-
miento del «otro» inglés se da por sentada. Las distancias, por vencidas, tanto
por las embarcaciones como por la circulación de la información.
La cuestión del «costo» que significaba mantener esta colonia a tan larga
distancia parecía compensada por los beneficios de no dejar librado el
campo a la potencia enemiga. En otro papel sin fecha ni firma se deja leer
en primera persona:
Tengo por mui peligroso y perjuidical a nuestros intereses este aban-
dono [del archipiélago], porque la corte de Londres podría reputar
entonces las Malvinas como cosa pro derelicto habita que se adquiere
al primer ocupante por el derecho de las gentes.
La ocupación de aquel territorio es un gravamen de la corona, como
lo son otros, a trueque de que no los tengan nuestros enemigos, que
desde allí tendrían un punto fixo de apoyo y de descanso para esta-
blecerse en las cercanías del estrecho de Magallanes, invadir nuestros
establecimientos y montar con facilidad el cabo de Horn47.

Poco después de haber cerrado y enviado las últimas novedades de julio desde
la corte de Londres, Masserano remitió a Grimaldi unas notitas que le acercó
su par francés, Mr. Durand. El embajador refería a su ministro que los ingleses
pensaban establecerse en Malvinas de una manera sólida, con el principal objeto
de «hacer el contrabando con nuestras costas del Perú y en las del Brasil». Sin
embargo, la apreciación más aguda —relacionada con cómo el consejo del almi-
rantazgo iba a gestionar el envío de sus próximas embarcaciones— se desprende
del párrafo final:
Tengo entendido que lo consideran mas facil desde que saben que
los franceses deben retirarse de las Malvinas porque nos tienen a los
Españoles por menos vigilantes y mas lentos; y se lisongean que les
daremos tiempo para que afirmen el pie48.

Es interesante cómo se filtra allí (mediado por la oralidad) el punto de vista que
había sido deslizado en la reunión londinense: frente a rivales considerados más
«lentos», el almirantazgo inglés se tomó efectivamente algunas pausas y demoró
decisiones —punto de vista que Lord Egmond no compartía, al punto tal, que al
final de uno de esos consejos de comienzos de agosto, dimitió.
Para terminar, si para algunos asesores del gobierno de Carlos III lejos significaba
«difícil, malo y caro», para otros era inadmisible no garantizar allí una vigilante
presencia. La pluma que mejor refleja el modo en que se debía pensar el gobierno y

47
«Varios fechos sobre la Expedicion Inglesa à las Malvinas», AGS, Estado, 6962, 21. Énfasis mío.
48
Masserano a Grimaldi, Londres, 8/8/1766, AGI, Estado, 44, N. 61.
54 darío g. barriera

la defensa de los territorios distantes fue la del bailío Arriaga. El ministro reconocía
que los mares eran controlados por los ingleses, mermando el comercio legítimo
de España en todo el globo, y colocaba el perjuicio inglés en el mismo nivel que el
que producían holandeses, dinamarqueses y franceses con posesiones mucho más
cercanas que las Malvinas49. Pero lo que le interesaba subrayar era otra cosa:
De este todo deduzco que es mui perjudicial el nuevo establecimiento,
pero tambien imposible hecharles de èl si les obstienen: que sus conse-
quencias futuras en la parte que les ayudarà en una Guerra no persuade
la razon se intente precaberlas exponiendose à anticiparla […].
Millares de leguas de tierra que abrazan las posesiones de Indias, y a
distancia de miles de estos Dominios, no es posible defender por partes:
tan presto se presenta un objeto de recelo por Philipinas como por el
perú, Pueto Rico, ò Californias: aquel todo ha de sobstener nuestro todo,
prevenido como combiene para aplicarle donde mas aprobeche50.

Para el ministro era tan importante mantener el todo como evitar a toda costa
un nuevo frente de guerra, y sobre todo en los mares próximos, idea que corona
un dictamen de Juan Gregorio de Muniáin, quien el 29 de agosto de 1766 acom-
pañaba la firmeza en el rechazo a la invasión inglesa de Malvinas siempre y
cuando, claro está, los movimientos en los mares de América no generasen
otros, negativos, en «los mares de Europa»51.

FORTALEZAS Y FRAGILIDADES DE LOS EQUILIBRIOS DISTANTES

A pesar de estar ubicado realmente en los confines de las posesiones del


imperio de Carlos  III, las consideraciones cortesanas sobre el archipiélago
malvinense experimentaron una transformación enorme en estas décadas. El
interés que había despertado en la corte inglesa desde los años 1740 y la ocupa-
ción lisa y llana por parte de Bougainville —con la venia del rey francés— en
1764, hicieron de Malvinas un nudo donde se enredaban las políticas impe-
riales de tres monarquías que, entre Utrecht (1713) y Madrid (1763) firmaron
acuerdos que no podían o no querían sostener.
Los ministros de Carlos  III sabían que otros habían «vencido» las distan-
cias y este archipiélago, tan lejano de Madrid, era sin embargo muy cercano
al estrecho de Magallanes, estratégico para la práctica del comercio intérlope.

49
En esto coincidía con expresiones vertidas años antes por Manuel Amat, para quien el trá-
fico más importante por las islas del cabo de Hornos y por el estrecho de Magallanes no lo
había hecho la «nación inglesa» sino la holandesa, que había cartografiado mejor la zona y reco-
gido esos mapas en el Atlas Geográfico de 1722. Véase Amat a Arriaga, Lima, 27/5/1768, AGI,
Indiferente, 412, 60, fo 8.
50
Arriaga a Grimaldi, San Ildefonso, 31/8/1766, AGS, Estado, 6962, 51, fo 3. Énfasis mío.
51
Muniáin a Arriaga, ampliación de dictamen sobre Malvinas, San Ildefonso, 29/8/1766, AGS,
Estado, 6962, 57, fo 3.
tan lejos de todo, y todo lo contrario 55

En el marco del tercer pacto de familia (1761), la corona francesa reconoce la


soberanía española sobre el territorio insular. A cambio de esto —además de
indemnizar generosamente al agente colonizador— Madrid tendría que activar
la defensa del Atlántico Sur, empresa que —entre 1766 y 1767— puso en el cen-
tro de la escena los costos importados por la distancia física entre las sedes de
la monarquía y un archipiélago donde, por lo demás, no se daban las semillas
(«los franceses en tres años de havitacion no pudieron lograr semilla alguna») y
se debía importar maderas para construir y hasta para calefaccionarse52.
Los agentes que dejaron sus testimonios presenciales consiguieron, a su
manera, suprimir las distancias. Al hacerlo, jugaron un papel muy importante
en una disputa que era tanto científica como política53. Sin embargo, esa desea-
ble proximidad física con el territorio generaba nuevas dudas, otras confusiones
y nuevos desafíos para su conocimiento y su gobierno: solamente la experiencia
de «vivir en el territorio» del archipiélago malvinense produciría una vuelta de
tuerca en los discursos sobre este espacio. El mismo gobernador se pondría en
el centro de la escena para retratar un contexto ambientalmente oneroso para
los cuerpos y estéril para la producción de ciertos granos y animales que no
casaban bien con el suelo ni con el clima del lugar.
Finalmente, «estar allí» para impedir la presencia del enemigo era una tarea
que los más avezados asesores del rey consideraban perentoria, y que debía
desarrollarse sin producir una disputa que se librará más cerca de la corte, en
los mares del Norte. En cualquier caso, el temor por la proximidad física de
un nuevo frente bélico en costas peninsulares subordinaba a todos los otros y
organizaba buena parte de la toma de decisiones.

52
«Isla Malvina nombrada Nuestra Señora de la Soledad», s. d., AGI, Indiferente, 412, 75.
53
Martínez, 2015, § 9-14.

También podría gustarte