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LOS ESCRÚPULOS

DE UN CÍNICO
(1957-1972)

Emil Cioran

Traducción:

© Julio Pollino Tamayo

cinelacion@yahoo.es
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JUSTIFICACIÓN

Hay dos formas de hacer las cosas, bien o mal, nunca a medias. Publicar unos
cuadernos inéditos de Cioran de más de 1.000 páginas, y reducirlos
arbitrariamente a menos de 300, carece de sentido. Y más cuando la selección la
hace su traductora al alemán, Verena von der Heyden-Rynsch, de la que Cioran
opinaba que era una mediocre traductora, y sabía de lo que hablaba, dominaba el
alemán. ¿Entonces por qué tradujo sus libros? Pues porque la amiga Verena era
millonaria y tenía una gran capacidad de influencia sobre la prestigiosa editorial
francesa Gallimard, donde publicaba Cioran. Resumiendo, que Cioran necesitaba
el dinero que le daba Gallimard y no podía prescindir de él, Cioran era pobre de
solemnidad. Con estos precedentes se puede intuir que la selección es mediocre,
y ciertamente lo es, no hay un criterio definido, coherente, solo puro capricho
personal. Esa labor de selección solo hubiera tenido sentido realizada por el
propio Cioran, que tenía ese proyecto en mente pero nunca lo llevó a cabo, y eso
que ya tenía hasta el título, «El error de nacer» (título que utilizó modificado para
«Del inconveniente de haber nacido», del que este diario es el evidente germen) o
«Interjecciones». Escojo el segundo, para la primera parte que incluye los
aforismos y reflexiones (dividida en tres partes para que no sea un PDF tan
voluminoso, «Interjecciones», «Los escrúpulos de un cínico» y «Fluctuaciones»,
título ideado por Cioran que no empleó en ninguno de sus libros). Y «Reniego
del porvenir», título creado por Cioran que no llegó a utilizar, para la segunda
parte, las entradas canónicas de diario. Sumando las dos partes (cuatro PDFs en
total) recojo en esta traducción todo lo que aleatoriamente fue descartado en la
muy limitada selección de Verena, la publicada en España por Tusquets,
«Cuadernos (1957-1972)» (2000). De nada, todo sea por Cioran.

«He decidido recoger las reflexiones esparcidas en estos treinta y dos cuadernos.
Dentro de dos o tres meses veré si pueden constituir la sustancia de un libro
(cuyo título podría ser «Interjecciones» o quizá «El error de nacer»).»
Emil Cioran

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4
La escena en que el rey Lear, viendo a Edgar en harapos y casi desnudo,
desgarra su ropa, es la escena que más me conmueve de toda la pieza.

Soy al mismo tiempo un caído, y un teórico de la decadencia.

Desde siempre he tenido la sensación de la nulidad universal, y sin embargo,


continúo como si nada. Esta inconsistencia expresa por sí misma todo el misterio
de la vida.
(P.D. «Como si nada». Quizá es mucho decir. No me siento como en casa ni en
la vida ni en la muerte: el sentimiento de la inanidad general en cambio, me
paraliza a cada instante y me impide enfrentarme a la «realidad».)

Tendría que explicar algún día por qué voy de fracaso en fracaso.

Cuando vives de manera permanentemente en una desgracia abstracta, la


desgracia concreta, cuando sobreviene, es tan imprevista que no sabes cómo
plantarle cara.

Estoy abrumado por la cantidad de libros que no me dicen nada, que no me


tocan, y a los cuales me es imposible reconocer un valor objetivo. Sé que no
debieran haber sido escritos.

El francés sabe que es inteligente; de ahí vienen todos sus defectos.

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Las noches en que hemos dormido son como si jamás hubieran existido; solo
quedan en nuestra memoria aquellas en las que hemos sufrido, en las que no
hemos podido cerrar el ojo, de manera que la suma de nuestras noches es la suma
de nuestros insomnios.

Abstente de reprender a nadie. Si los hombres pudieran cambiar, cambiarían.


Pero no pueden. Y tú, menos todavía que ellos.

Se dice de Heidegger: «Hizo esto y aquello. Es imperdonable por parte de un


filósofo». «De un sabio», debería decir. Sin embargo Heidegger no es un sabio,
ni pretende serlo.

No hay nada más estéril para un poeta que leer a otros poetas. Del mismo
modo, leer filósofos y nada más que ellos (lo que hacen los profesores), es
condenarse a no tener jamás un solo pensamiento filosófico.

Estómago, intestinos acabados. Ya no digiero casi nada. Legumbres al vapor, o


la muerte, esa es la única opción que me queda.

Tengo que superar esta crisis, una de las más terribles que he sufrido en mi
vida. Mis males me abruman y arruinan mi coraje. Si no estuviera enfermo, lo
superaría, estoy seguro. Pero la enfermedad, ¿cómo combatirla? Sería tanto como
declarar la guerra a la materia. Mi cuerpo no me pertenece, le pertenece a ella, a
la materia, precisamente.

La pobreza, la enfermedad, la muerte. Son estados duraderos, luego


verdaderos. Todo lo demás no es más que accidente y engaño.

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Si salgo de esta prueba, hago el voto de no considerar ya nada como mío.

El desposeimiento es el gran secreto. Si podemos ponernos fuera de nuestra


propia vida y tratarla como si perteneciera a otro, deberíamos llegar a vencer el
miedo e incluso a despreciar nuestra propia muerte.

El antídoto al tedio: es el miedo. Es necesario que el remedio sea más fuerte


que el mal.
Toda mi vida no habrá sido más que una experiencia que alterna lo uno y lo
otro.

¡Qué no tenga la fuerza para comportarme como un sobreviviente!

¡La de veces que habré dicho y escrito que no era de aquí! Ahora casi es un
hecho.

Mi táctica es la única buena, la única eficaz: usar mi desesperación, debilitarla


y reducirla a fuerza de pensarla y de analizarla.

Soloviev, algunos instantes antes de expirar, hizo una plegaria por los Judíos,
vistas «las grandes pruebas que les esperan», fue en 1900. A su muerte, se rezó
por él en todas las sinagogas de Rusia.

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Me es imposible tratar un problema objetivo a menos que sean males de los
demás, es decir, de lo que, en los otros, me hace pensar en mí.

Me habrá llevado toda una vida habituarme a la idea de ser rumano.

Emplearía mejor mi tiempo orando que escribiendo artículos.

Los ausentes siempre tienen razón, en la vida literaria. El escritor no debe


mostrarse.

Ansiedad metafísica y mala digestión, la melancolía nace de su encuentro.

El verdadero escritor sacrifica todo a su obra, incluso el honor.

El viejo Ciotori ha muerto aplastado por un auto. ¡Pobre Yorick!

No puedo dejar de pensar que los muertos escapan a todos nuestros problemas,
y que hay cierta ventaja en volverse para siempre indiferente.

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Cuando leo que tal o cual producto «alivia» el dolor, sé bien que hay uno que no
aplacará jamás.

Biológicamente, soy un desecho de la «Evolución». El hombre en general lo es,


si se mira bien.

Todas las veces o casi en que quería no cometer alguna infamia (la venganza es
una de ellas, la peor quizás), hacía un esfuerzo por verme muerto, y eso me
calmaba y me ablandaba. Nuestro cadáver no deja de presentar algún interés.

Es para mí una necesidad periódica recaer en el budismo. Esta vez me resisto.


¿Por qué no terminar el texto sobre los dioses? No puedo: es, en el estado en que
estoy, un tema demasiado exterior a mis problemas, es casi política (y eso es
efectivamente).

Es justa la observación de que el especialista es el hombre que aprende cada


vez menos cosas.

Si todo es ilusorio, no hay nada real salvo la ilusión precisamente.

Un callo infectado. Operación. Pascua con antibióticos.

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No tengo el sentido del pecado, ni tan siquiera el del mal, solo tengo el de la
desgracia.

La mente solo funciona cuando sientes incomodidad. Todo pensamiento deriva


de una sensación contrariada.

Las tres ciudades que más he amado: Sibiu, Dresde, París.


Dresde ya no. París me pesa. Sibiu es inaccesible.

El entierro de Ciotori en el cementerio de Bagneux. Llegamos con un poco de


retraso. Ante la tumba a medias llena, no pude evitar decirle a Lupasco: «¡Es
insensato!». No había ningún rastro del Viejo, y todas sus bromas. Pronto nadie
le recordará. Sin embargo, ¡qué pelmazo, grandes dioses!

Siempre hay en mí una falta de convicciones, lo que explica todos mis fracasos
y que jamás he podido remediar.

Jamás he tenido una religión (en el sentido etimológico) ya que jamás he estado
ligado a nada. Solo he tenido la nostalgia de la religión, el suspiro religioso.

La única cosa de la que no puedes hablar si no lo conoces, es el insomnio. Lo


que dice Shakespeare sobre el sueño proviene de un hombre que obviamente no
podía dormir o lo hacía mal. En esta materia no se inventa.

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La literatura, la filosofía, la religión, todas conceden demasiada importancia al
hombre.

Los años han hecho de mí un experto en el vacío de cualquier cosa.

Después de cada noche en blanco, el mundo aparece un poco más descolorido


que antes.

¿Quién es usted? Soy el Desengañado.

En medio de la noche, precipitarse sobre el exquisito somnífero.

A medida que profundizamos en las cosas, nos damos cuenta de que la


distinción entre el bien y el mal está desprovisto de todo fundamento metafísico.

En un libro sobre el budismo zen de A. Watts, leí esto: «Pero el problema


cargado de ansiedad de lo que me sucederá cuando me muera, después de todo,
es como preguntarme qué pasa con mi puño cuando abro la mano, o dónde va mi
regazo cuando me levanto.»

Cada vez que quiero trabajar, hay alguien que me lo impide, y ese alguien no
soy siempre yo.

11
La enorme diferencia entre una conversión espontánea y una palinodia forzada.
Sin duda alguna, la institución más opresiva de todos los tiempos fue la
Inquisición. Jamás podré convertirme al catolicismo, a una religión que ha
podido dar a luz algo tan monstruoso.

X no es un hombre, sino un boceto de hombre o, para emplear el lenguaje de la


paleontología, un homínido.

Los hombres me hacen sufrir tanto que, a mi pesar, solo puedo reflexionar
sobre su destino, odiarlos y apenarme de ellos y de mí.

La única manera de unirnos a los otros en profundidad, es ocuparte de ti y


únicamente de ti, de lo que hay más profundo en ti. Los «altruistas», los
filántropos, los espíritus «generosos» no comprenden y no ayudan realmente a
nadie; son personas que tienen energía que gastar, eso es todo.

Permitiendo al hombre, la naturaleza ha cometido un error de cálculo.

Hay noches tan extenuantes que después de ellas deberíamos cambiar de


nombre, pues ya no somos los mismos.

He terminado un artículo contra el cristianismo. Como siempre he acabado por


abrazar la causa que he atacado violentamente, y me paso al bando contrario.

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La cosa más difícil es escribir una pequeña tarjeta en la que se trata de
agradecer a alguien que te envió unas palabras elogiosas, de manera breve y
delicada.

Evítame, Señor, sucumbir a este fuego, a mi fuego o al tuyo, ¿quién sabe?

Los animales de la misma especie no se matan entre ellos. Solo el hombre mata
al hombre. Es el gran reproche que se le hace. Pero, que quede entre nosotros,
esta anomalía no es tal. ¿A quién matar, si no al hombre, quien como él merece
este tratamiento?

Acuso a todas las personas de estar mentalmente enfermas. ¡Cómo si yo no


fuera uno! Logro controlarme; de lo contrario epataría a los psiquiatras.

¿Qué es lo religioso? Algo que se vuelve más profundo en nosotros a expensas


del mundo, es una progresión hacia un silencio melodioso.

Solo me siento real cuando todo se desvanece, salvo lo que espero encontrar
cuando escucho mi soledad.

Estoy hecho de todo lo que se me escapa.


(Mi ser se reduce a todo lo que le niega).

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He adelgazado, parezco un espectro. Todo el mundo me pregunta: ¿Qué tienes?
¿Estás sufriendo? Etc. Salir al mundo se ha convertido en una pesadilla para mí.
Regla a seguir: no decir a nadie: Tienes mala cara. No podemos imaginar el
daño que hacemos con esta conmiseración fuera de lugar. El otro día, volví a casa
sobre las 2 de la mañana, estaba tan conmocionado por la manera en que se me
había mirado durante la cena que me fue imposible dormir por la noche.

No soy budista, pero comparto las obsesiones del budismo.

El apego a la existencia.
Tengo ganas de abordar una vez más este tema del que no he cesado de hablar
desde que «pienso». Son siempre mis enfermedades quienes me empujan a ello.
Con una salud como la mía, ¿qué otra cosa puedo hacer que meditar sobre mi
poca existencia?

Todo sufrimiento es combate. Tal vez incluso el único combate real. ¿Qué es en
comparación el gasto de energía de un luchador?

A veces creo que la multiplicidad es el fruto de la ignorancia e incluso de un


desequilibrio mental; aunque a menudo sin embargo, refuto, por reflejo, por
hábito, por instinto.
Tentación y rechazo del «monismo».

Deberíamos aprender a convertir el dolor en misión, a estar orgullosos de sufrir.


Me empleo a veces en ello, con un éxito muy relativo. Y sin embargo, mi
salvación está ahí, si es que puede haber salvación para mí. Solo nos acordamos
de los momentos en que hemos sufrido, moralmente o físicamente. Todo lo
demás, luego la «felicidad», es como si jamás hubiera existido.

14
He leído en el metro una carta de Mozart a Da Ponte, escrita algún tiempo antes
de su muerte: «Siento en mi estado que la hora suena; estoy a punto de expirar,
estoy en el término, antes de haber podido disfrutar de mi talento... Termino, aquí
está mi canto fúnebre, no debo dejarlo imperfecto.»
Terminaba La flauta mágica y trabajaba en el Réquiem.

Pienso en el viejo Ciotori. Compraba tres o cuatro periódicos cada día. Ahora
en su tumba, ¡qué le importan las últimas novedades! «Se ha vuelto indiferente»,
así, parece ser, dicen de alguien que acaba de morir en ciertos países de América
Latina.

Hay que sufrir hasta el final, hasta el momento en que ceses de creer en el
sufrimiento. Llegado ese momento, depón las armas y deja la escena.

El escritor profesional es un invento de la era burguesa.

Juvénal, el último poeta importante de Roma; Lucien, el último escritor con


gran clase de Grecia.
El uno y el otro trabajaron la ironía. Dos literaturas que terminan en la sátira.

«Emotividad», esta horrible palabra que usan los médicos incompetentes,


expresa sin embargo bien el estado en el que me encuentro habitualmente.

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Debo escribir un pequeño prefacio para la edición de bolsillo del Breviario. Me
encuentro muy avergonzado. Por debilidad, y por necesidad dinero, he
consentido que se ponga al alcance de todo el mundo una obra tan «destructiva».
Debo prevenir al lector que es necesario que la lea a contracorriente, que no
saboree la hiel. Si es joven, corre el riesgo de sufrir un efecto desmoralizador. Por
lo tanto se trata de una advertencia, con todo lo que puede tener de pretenciosa y
de penosa. Parece querer decir: ¡Atención! ¡Vas a leer un libro peligroso! Sed
prudentes, no lo toméis por un Evangelio, no creáis que todo lo que aquí se dice
es verdad. A veces he exagerado, a menudo he ido demasiado lejos. Sobre todo
no me sigáis, etc., etc...

Lo que soy, lo que sé, todo viene de mis enfermedades. Son las que me han
enseñado a ser diferente.

Estando condenado el hombre a la enfermedad, el menor de sus gestos tiene el


valor de síntoma.

Como no guardo memoria de nada, ni tan siquiera de lo que he escrito yo


mismo, me repito con bastante fastidio.
Para escapar de este inconveniente, tendría que releerme antes de comenzar
cualquier trabajo.

He decidido no curarme más: pase lo que pase. He vivido cincuenta y cuatro


años: ¿qué puedo esperar todavía de la «vida»? Los males que sufro vienen de
lejos: no molestaré más a los médicos.

No se puede cambiar de herencia.

16
La acción erosiva de la noche: ¿cómo puede sobrevivirla esta pobre carne?

Casi todos los pensamientos de Pascal parecen estar concebidos hacia las tres
de la madrugada, en medio de una vigilia dolorosa.

¡Qué el catolicismo se ha vaciado de todo contenido! ¡Por qué en mi último


libro he hablado de caída, de pecado, de maldición, en las revistas católicas se me
trata de nihilista! Evidentemente, si hubiera abordado algún problema «social»…

De todas las desgracias, las más intolerables, son las que hemos previsto.
O estoy hecho del material de Casandra...

Si cesamos de tener miedo a la muerte, la vida se vuelve de repente bella,


fascinante, y completamente inútil.

Un enfermo, que sufría de artrosis, me dijo el otro día que a la menor diferencia
en el régimen su enfermedad le llamaba al orden.
Y bien ese es el rol de la enfermedad: llamarnos al orden, no permite el olvido.

En literatura, la gran ley es el desprecio. Los escritores se excluyen


mutuamente. Incompatibilidad.

17
Alguien me pide un testimonio sobre Valéry. No lo hago; casi todo el mundo
huye, los jóvenes sobre todo. Sin embargo he admirado y admiraré siempre a
Valéry, aunque ya no le relea.

Al cabo de media hora, no teníamos nada más que decirnos. La conversación


duró todavía otra hora letal completa. Nada es peor que una conversación que se
sobrevive.

Me he reencontrado con X, un rumano cuyo nombre he olvidado. Un perfecto


imbécil. Sin embargo le he soportado durante media hora, porque es el único ser
humano que en los últimos meses me ha dicho que tenía buen aspecto...

¡Qué difíciles son las relaciones con los seres! Es una grandísima consolación
pensar que existen las cosas.

La susceptibilidad del fracasado.


Fue al día siguiente de la Liberación, en el Luxemburgo. Estábamos W.K., un
refugiado alemán, J.C.N. y yo. En el momento en que nos sentamos en un banco,
tuve la mala idea de decir: «Tres fracasados». W.K., que habitualmente me
testimoniaba alguna consideración, de repente se encolerizó, se puso agresivo,
casi me insultó, y mostró un pésimo mal humor durante el resto del tiempo que
pasamos juntos. Imposible calmarle. Sin pretenderlo, había golpeado en el sitio
justo. Quizás era la única palabra que no debía pronunciar en su presencia, le
había herido sin querer.

El hombre es un animal agotado.

18
De nuevo estas ganas de llorar, que conocí en Brasov, en los tiempos en que
escribía Lacrimi si Sfinti [Lágrimas y Santos] en 1937 (?).

Vivo a una temperatura de cosmogonía.

El terror en que vivía el hombre de las cavernas, nadie puede imaginarlo mejor
que yo. Acechado por todas partes por bestias salvajes, sus descendientes debían
vengarle. Sabemos cuál fue el resultado.
¡De aquel miedo hemos heredado!

¡Desgraciado el escritor que no sufrido injusticias, que ocupa su lugar!

Un escritor comprendido es un escritor sobrevalorado.

«Lev Nikolayevich, ruega por nosotros!»


¡Qué mal entendieron sus contemporáneos a Tolstoi! Es él quien necesitaba que
se le rezara. Además, tenía piedad de sí mismo, era más miserable que cualquiera
de aquellos que le solicitaban amparo.

Me consumo a la par que actúo, me agoto in situ; porque mi energía


desfallece, cuando se trata de emprender algo bueno.

Todos mis problemas habrían sido resueltos si hubiera recibido el don de rezar.

19
Lo mejor que un autor puede hacer es olvidarse de sus propios libros. No hay
nada más cómico que releerse.

Cuanto más me muevo, más me apercibo de que estoy «atrapado». Mi libertad


de movimientos está cada vez más comprometida por mi estado de salud. Mi
cuerpo se me escapa, ya no soy su maestro, si es que lo he sido alguna vez.

Hubo un momento en que creí que tenía una misión. Ese tiempo debió quedar
atrás, puesto que apenas me acuerdo.

Pocos hombres se han esforzado tanto como yo en no tener destino.

La tierra: 5 mil millones de años.


La vida: 2 o 3 mil millones de años.
¿De qué sirve preocuparse, atormentarse? Estas cifras contienen todos los
consuelos que necesitamos. Deberían recordarse en los momentos en que nos
tomamos en serio, en que osamos sufrir.

No estoy satisfecho de leer sobre Napoleón. Es una pasión de abúlico.

Escritores de allí vienen a visitarme. No tengo nada que decirles, no conozco


sus obras, casi he olvidado nuestra lengua. Me siento como un patriarca
bonachón y desafecto al que vienen a su casa en peregrinación. Me he vuelto una
«figura».

20
Se aprende mucho más de la conversación con un mal escritor que con la de
uno bueno. El malo hace un esfuerzo, mientras que el otro, habiéndolo hecho ya
en su obra, se dispensa de hacerlo en la vida.

Todos mis libros son medio-libros, ensayos en el sentido propio del término.

Durante cincuenta años no he cesado de luchar y de aburrirme. Continuemos, si


los dioses lo quieren. Mi salud está quebrantada desde los diecisiete años. Eso
hacen treinta y siete años de inseguridad, de espera y de miedo.
¿Habría creído, de joven, qué llegaría a una edad tan avanzada? Todo este
espacio de tiempo que me ha sido concedido sin que yo lo pidiera. Se trata pues
de un don que no he sabido utilizar.

Mi próximo artículo será sobre el esqueleto. Museo de Paleontología. Pues eso


es lo que sobrevive, todo lo que queda de nosotros, todo lo que queda de todo.
Hamletizar todo en un museo. No, Hamlet en un museo.

Mis nervios están sacudidos hasta el ridículo.

Por encargo, no puedo escribir sobre nada, ni tan siquiera sobre mí.

¿Es posible que haya caído tan bajo? ¿Tanto he pecado contra los dioses?

El espíritu no resiste a la cuesta abajo del cuerpo.

21
Este miedo que me roe, que me esclaviza y me aplasta, a veces logro
amaestrarlo; pero pronto se venga, y se apodera de mí con más virulencia que
antes.

No se puede hacer nada contra el miedo ancestral, contra el miedo innato.

El miedo te hace consciente, el miedo mórbido, y no el miedo natural. De lo


contrario los animales habrían alcanzado un grado de consciencia superior al
nuestro.

Lo dije y no ceso de repetirlo: solo puede haber felicidad en la tierra para


aquellos que no pueden imaginar el porvenir.
(= La felicidad es el privilegio de aquellos que no pueden imaginar
el porvenir).
(= Solo hay felicidad en la imposibilidad / incapacidad de imaginar el futuro.)

La enorme tristeza que expresan los ojos de un gorila. Es un animal elegíaco.


Desciendo de su mirada.

Insomnio, insomnio.
Lo curioso de estas largas noches, es que llegamos a reconciliarnos con la
muerte. O esta reconciliación es, o debería ser, el objetivo supremo del hombre.

22
Visitada la exposición Marcel Proust en la Biblioteca Nacional. Todos estos
fantoches a los que Proust hizo gigantes, monstruos; todas estas mujeres
convencionales promovidas al rango de diosas (o, por la importancia que toman y
no merecen, de caricaturas); todas estas mansiones, estos campanarios, estas
ciudades de agua, esas playas mezquinas, investidas de un poder mágico y
transfiguradas; el arte consiste en la capacidad de magnificar. Con razón se habla
del mundo de Proust; efectivamente creó un mundo. (Algo más que creado, lo ha
descrito.)

El hombre, en tanto que animal, es viejo; pero, en tanto que animal histórico, es
reciente. Es incluso un principiante, que no ha tenido el tiempo de aprender
cómo estar en la vida.

La cama donde Proust murió, que pudo verse en la exposición de la Biblioteca


Nacional.

Endzeiterwartung [Espera del fin de los tiempos, del Juicio Final].

Ese sentimiento extraño cuando se es cobarde, se sabe y saboreamos nuestra


propia cobardía.

Conozco todas las formas de cobardía, salvo la intelectual. Tengo,


innegablemente, un cierto coraje frente al papel en blanco.
(También debo agregar que jamás he escrito una sola línea en contra de mis
convicciones)

23
He vivido cincuenta y cuatro años con la sensación de que la vida era
inconcebible.

No hay bajo el sol un individuo más lamentable que yo.

Solo Baudelaire ha experimentado tanto como yo la obsesión por la desgracia.


(¡Déjadme pasar esta vanidad!)

La naturaleza no conoce el remordimiento.

La melancolía redime a este universo, y sin embargo es quien nos separa de él.

Sobre la elaboración secreta de las lágrimas.

¿Cómo se puede no rezar?

«La literatura como procedimiento» título de un artículo en una revista juvenil.


¡Dice mucho sobre el gusto de estos emasculados!

Angustia retardada.

24
Conversación telefónica con X, en la que emplea expresiones como
«historicidad» a propósito de todo, y eso que solo se trataba de cuestiones
administrativas.

Pascal, Dostoievski, Nietzsche, Baudelaire, todos de los que me siento cercano


han sido enfermos.

Para un enfermo, es infinitamente más fácil concebir el paraíso que la salud.

Enterramiento de Magnan.
La fealdad del Père-Lachaise [cementerio de París] supera la imaginación. Habría
que podarlo de inmediato, y transformarlo en jardín. ¿De qué sirven estas tumbas
horribles, inútiles, insultantes? Nos deja estupefactos que tales cosas puedan
existir. Esta hacinamiento frisa la locura o la feria. No hay espacio para los
muertos; no lo hay tampoco para los vivos.

No hay remedio para el miedo esencial.

El único drama es el drama metafísico. Todo lo demás, tonterías.

Mi máquina está siempre en reparación (como esos viejos aparatos que solo
salen del garaje para regresar inmediatamente).

No hay nada que me guste tanto de Pascal como su disgusto por las ciencias.

25
Escribir solo por necesidad. Ejercitarse en el silencio. Sub-producir.

«A 600 millones de años de distancia, muy cerca de nosotros en suma»


(soy yo quien subraya).
Tomo prestada esta cita de Teilhard de Chardin, obviamente. El sentido del
ridículo no es admisible en paleontología.

Camino durante horas, me impregno de las calles, recorro barrios que desafían
al Infierno, todo esto para olvidar mis imposibilidades, para escapar de esos
pensamientos que me corroen tan pronto como me quedo cara a cara con ellos.

Quien tiene el gusto por la duda tiene el gusto por la tortura. En el escepticismo
entra innegablemente una parte de masoquismo.

Quién me curara de mi depresión me libraría del mismo golpe de todos mis


problemas. A menos que mis problemas no sean la causa de mi depresión.

He notado el alivio que obtengo al tener una gramática durante mis horas
negras.

De todo lo relativo a lo «psíquico», nada incumbe tanto a la fisiología como el


tedio. Lo sentimos en la carne, en la sangre, en los huesos, en cualquier órgano
tomado aisladamente. Si se le permitiera hacerlo, demolería hasta las uñas.

26
Releo algunas novedades de Chéjov, que fue mi dios durante los años de
guerra. Decepcionado. Explica demasiado a sus personajes, hace demasiados
comentarios sobre ellos. Lo que le salva, es su desesperación. Puede que no haya
un escritor que haya alcanzado un grado tan alto de desolación.

El francés jamás se ríe de corazón (?), desde el fondo de su corazón. Es una


risa cerebral, que no tiene nada de contagiosa ni de francamente humana.
La falsa alegría de París.

Cínico y sin embargo elegíaco.

Los dos escritores franceses más importantes del siglo, Proust y Valéry, fueron
mundanos.

Cuanto más vivo, menos ganas tengo de engañar. La edad elimina toda
posibilidad al farsante que habría podido ser.

«Conócete a ti mismo». Jamás se ha expresado en una fórmula más breve el


estado de maldición.

Solo estamos celosos de aquellos que conocemos íntimamente.

Hagamos lo que hagamos, emprendamos lo que emprendamos, somos


golpeados antes de comenzar el combate.

27
«La verdad permanece oculta para aquellos a los que les embarga el deseo y el
odio.» (Buda)
... Es decir, para todo ser viviente como tal.

Después de las noches de vigilia, estamos aspirados, atrapados por el vacío.

He pasado una semana entera dedicada a la jardinería, cerca de Nantes, en casa


de mis amigos los Nemo. No pensar es una felicidad; saber que no se piensa una
felicidad todavía más grande. Lo que he disfrutado durante estas maravillosas
jornadas en las que, de la mañana a la noche, he manejado el pico.

La salvación por los brazos. Hay algo de redentor en el trabajo manual.

Insomnio en el campo. Una vez, hacia las 5 de la mañana, me levanté para


contemplar el jardín. Visión del Edén, luz sobrenatural. A lo lejos, cuatro álamos
se estiraban hacia Dios.

El Viento, ese agente metafísico.


(Escuchándolo soplar en un camino campestre.)

Escribir un texto sobre el deleitable estado de ser consciente de no pensar.


¿Sería esto la conciencia del vacío? Hay más: el atractivo de saber que no se
piensa.

Hay que tener la ingenuidad de un escritor para creer que escribir significa
pensar.

28
Esos amigos demasiado entusiastas que te prestan servicios que no les has
pedido. La peor forma de indiscreción. No deberían ocuparse de nosotros sin
nuestro consentimiento.

Todo lo que pienso sobre las cosas se resume en esta fórmula de un


representante del budismo tibetano: «El mundo existe, pero no es real».

La obsesión por lo agregado, el sentido cada vez más vivo de que no soy más
que un encuentro efímero de algunos elementos. Es un signo de despertar sentirte
compuesto, y no un bloque sin falla.
(La meditación del esqueleto)
(La utilidad de meditar sobre el esqueleto)
Para soportar la idea de la muerte, siempre debes tener presente esta cosa tan
simple y tan difícil de aceptar, saber que estamos constituidos de elementos,
soldados juntos por un momento, y que solo esperan separarse. La idea del «yo»
como realidad sustancial, tal como nos lo ha enseñado el cristianismo, es la gran
proveedora de nuestros terrores. ¿En efecto cómo aceptar que cese esto que
parecía mantenerse tan bien junto?

De repente pienso en Benjamin Constant, ¡con quién tengo tantos puntos en


común! Como él, solo tengo convicciones impulsivas.

Flaubert, ataques epilépticos desde los veintiocho años. ¿Por qué lo he


frecuentado tan poco? Su enfermedad me lo vuelve más próximo.

Se ha dicho acertadamente de Rivarol que desperdició su tiempo haciendo


«rebotes sobre el agua, con monedas de oro».

29
Periódicamente siento la necesidad de sumergirme en el budismo. Y cada vez,
resulta una intoxicación.

El Vedânta y el budismo, el yo y la negación del yo, dos maneras de aceptar y


triunfar sobre la muerte.
Esencia o agregado.
Entidad o «formación».

Yo o secuencia discontinua, serie de instantes de conciencia momentáneos.


Realidad de la persona o la irrealidad del ego.

Hay cóleras que te levantan la piel, la carne, y te reducen al estado de esqueleto


temblando.

He tratado de releer Cumbres borrascosas. Incluso los libros extraordinarios


terminan caducando. Nada cambia tanto como el lenguaje de la pasión.

El sol es una respuesta o puede ser una.

No hace falta que me exagere el paraíso de Ibiza. Allí pasé más de una noche
en blanco. Justo al principio, se me ocurrió ir antes del amanecer a orillas del
mar. Soledad perfecta. Paseo que, en otro contexto, habría podido ser siniestro.
Recuerdo esa noche en que, en un camino solitario, meditaba sobre mis males...
«Todo el mundo duerme, salvo yo», era mi estribillo impronunciado. Cuando un
perro vino a mi encuentro festejándome durante un buen rato. Regresé a la casa
donde vivía, completamente reconciliado con las cosas, conmigo mismo.

30
Tengo la intención de escribir un ensayo sobre este estado que amo entre todos,
y que es el de saber que no piensas. La pura contemplación del vacío.

«Ninguna criatura puede alcanzar el grado más alto de la naturaleza sin cesar
de existir». (Santo Tomás de Aquino)
Esta es la respuesta anticipada a las aberraciones del Superhombre.
El hombre está condenado a ser lo que es. No puede cambiar de naturaleza. Ni
siquiera podría mejorar impunemente. Su naturaleza es estar derrotado. Más aún,
su carrera.

Durante más de un mes no he escrito una sola línea. Escribir es un hábito y un


oficio. Si no lo haces todos los días, cuando vuelves al trabajo, después de una
larga interrupción, es un verdadero tormento.
¡Y cuándo pienso que me pagan por producir!

Sade no es un escritor ni un pensador; es un caso, y nada más.


(Los surrealistas, Blanchot, Battaille, Klossowski sentían un total desprecio por
él.)

El espíritu de la desmesura en mi relación conmigo mismo. Me trato o


demasiado bien o demasiado mal. No he encontrado el camino más corto hacia
mi centro.

He recordado ciertos detalles precisos de una vieja relación de hace treinta


años, en Brasov. Todo esto ha finalizado, muerto, como si no hubiera existido
jamás. Tengo cincuenta y cuatro años: ¿a dónde han ido las sensaciones que he
experimentado durante este espacio de tiempo? ¿Las he sentido verdaderamente,
pues todas han desaparecido? Soy un extraño que tiene mi edad. No encuentro mi
identidad, ya no sé quién soy.

31
La santa ignorancia.
Por una rehabilitación de la ignorancia.

Me gasto en vacío, soy devorado por una fiebre de la que ignoro el origen.

Me gustaría estar solo, solo, solo. Y en mi casa hay un desfile cotidiano de


personas a las que no tengo nada que decir. Debería cambiar de barrio, de ciudad,
de país, de continente, etc. etc.

Solo me interesan las cuestiones religiosas, y las circunstancias hacen que no


hable más que de política

B.T., un amigo de infancia, me escribe que está amargado porque no ha podido


«realizarse». Es una amargura que no está justificada. Cada uno se realiza a su
manera. Y los que piensan que se han quedado por debajo de sus posibilidades se
equivocan. Solo tienen que mirar a los que han culminado, a los que lo han dado
todo, y que, ya sea por mérito o suerte, son conocidos: ruinas, trapos, fracasados.
Me horrorizan todas estas personas que se han realizado, y que figuran como
tales a la vista del mundo. No tengo nada que aprender de ellos, me aburro entre
ellos; mientras que los otros, ¡qué impresión de riqueza en contacto con ellos!
¡Huid de todos aquellos que tienen una obra detrás!

«En filosofía, una cuestión se trata como una enfermedad».


(Wittgenstein)

32
No me gusta el positivismo lógico, no me gusta desarticular (desmantelar)
proposición tras proposición, y extenderme en cada una de ellas antes, durante y
después del trabajo de análisis, de zapa metódica.

Me gusta sopesar más una palabra que una proposición, no tengo nada de
lógico.

Toda verdad es un fardo.


Una verdad nueva, un fardo más.

La única cosa que me hace absolutamente bien es el trabajo manual. Ninguna


otra cosa me hace feliz, ninguna otra cosan suspende tan agradablemente el
torbellino de interrogaciones sin respuesta.

Es una anomalía mental creer que este mundo existe, y es igualmente una
anomalía mental, creer que no existe.

Para soportar la muerte, para afrontarla con desapego, hay que admitir que esta
vida es pura apariencia, que en el fondo es irreal, de otro modo, uno no puede
resignarse a morir.

Wittgenstein, sabía que debía ser un hombre extraño: ¡habla demasiado a


menudo sobre el dolor en sus análisis lógicos! Estaba perseguido por el suicidio,
nos dice Bertrand Russell en una página de recuerdos sobre él.
Un filósofo en el sentido antiguo de la palabra, este Wittgenstein;
habiendo heredado una gran fortuna, la distribuyó para deshacerse de ella, y se
fue para hacerse maestro en un pueblo (en Austria, creo).

33
Birault, que está enfermo del corazón, le dijo a Gabriel Marcel: «No veo por
qué trabajaría en terminar mis dos tesis, cuando no es seguro del todo que todavía
pueda vivir seis meses».

A. Siento por él amistad, pero no estima. O mejor aún: existe para mí por el
automatismo de la amistad.

Este estado de combustión permanente.

Hay que tener mucho coraje para desesperar. Lo contrario es verdad también.

Ponerme al unísono con un ser o con lo que sea, lo consigo cada vez peor.
No estar al nivel.

La euforia es un miedo exultante.

Nadie tanto como yo ha sufrido más por la presencia inmediata de los seres.
Toda vecindad, del tipo que sea, me pone literalmente enfermo. (Tengo el
«complejo» del vecino.)

Todas las «cosas buenas» se pagan de inmediato. Sexualidad, comilonas, etc.


El placer es un estado excepcional cuya naturaleza no parece acomodarse.
(El placer es un favor que la naturaleza solo concede por pena.)

34
Días, semanas, meses, durante los cuales no puedo hacer nada, sentir nada: soy
madera, soy piedra, soy abstracción. Me niego a imaginar lo que puede presagiar
este estado. Es como si todos los seres estuvieran muertos, y yo, el superviviente,
más muerto todavía que ellos.

Hemos hecho de la Historia una suerte de entidad, un tiempo en sí mismo,


una esencia del porvenir.

¡Qué voluptuosidad leer a los Antiguos, no sentir la historia en segundo plano


de tus reflexiones!

Solo he puesto pasión en futilidades y cuestiones metafísicas. Todo lo que se


extiende entre las dos, es decir la «vida», me distrae y me paraliza; no me adhiero
a ello en todo caso.

Horas de euforia apacible. ¡Y pensar que hay algunos que conocen esto toda su
vida! Pero ignoran la suerte que tienen, de lo contrario, de felicidad, perderían la
razón.

Meses y meses de mal humor. Cada cual debe hacer su oficio. Yo no hago el
mío, que es sin embargo escribir. De ahí mi rencor contra todo el mundo, cuando
sería más simple tomarla conmigo mismo. Pero eso mismo ya lo hice: he agotado
las quejas que merecía dirigirme.

Con nervios como los míos, lo mejor sería permanecer en el lecho toda la
jornada y solo preocuparme por la eternidad.

35
Para evitar repeticiones, hay que releerse, es decir, afrontar una prueba terrible
para un autor: conocer el aburrimiento que han debido sufrir tantos lectores en
contacto con tus libros.

De los que han hablado de él, solo Henri Hell ha leído La caída en el tiempo.
¿Por qué dar cuenta de un libro si no se ha tenido la curiosidad de abrirlo
verdaderamente? Además una reseña debe estar hecha a golpe de citas, porque
solo ellas pueden dar una idea del tono de la obra. Pero para hacer estas citas, hay
que leer. Sería pedir demasiado a nuestros críticos.

Rimbaud ha emasculado la poesía por un siglo. El verdadero genio vuelve


impotentes a todos aquellos que vienen tras él.

Los Koan en el Zen y la interpretación de los sueños del psicoanálisis, las dos
cosas más arbitrarias (fantasiosas) que se puedan concebir.

No soy escritor, soy alguien que busca; llevo a cabo un combate espiritual;
espero que mi espíritu se abra a alguna luz que no tenga nombre en nuestras
lenguas.

Estas crisis de ausencia en plena calle, durante las cuales entreveo de golpe la
solución a tal o cual problema que me preocupa. Y después, cuando vuelvo,
cuando examino la solución entrevista, me apercibo de que la mayoría de las
veces solo se trataba de una ligera euforia filosófica sin ningún resultado fértil.

Cada estación me aprieta como un torno.

36
OM MANI PADME HUM [«Om la joya en el loto Hum». Fórmula sánscrita, recitada en todo
el Tibet, que invoca al Buda de la compasión]

Encuentro a X. Durante más de una hora ha atizado a casi todos sus amigos,
luego a nuestros conocidos comunes y finalmente a todo el mundo. Este le ha
decepcionado, tal otro también. ¿Pero quién es él para tener el derecho a no estar
decepcionado? ¿Qué ha hecho que justifique sus pretensiones? Ni siquiera es un
fracasado. Pero «liquidando» a los otros, se arroga méritos y se da ánimos para
creerse superior a sus semejantes. Esta horrible gente venenosa, no hay nada
peor. ¡No volver a criticar a nadie jamás!

Estoy sumergido en el Zen. Tengo que arrancarme del él. El texto que quiero
escribir sobre el aspecto positivo de la experiencia de la irrealidad, debo sacarlo
de mí mismo, de mis reflexiones y sobre todo de mis sensaciones.
Sobre el satori, no se lee; se alcanza, se espera.

«... este hombre [Mirabeau] que a menudo desafió la opinión pública pero que
siempre sostiene la opinión general». (Mme de Staël)
(Esto se aplica especialmente a Sartre.)

Solo hay dos actitudes legítimas en la vida: el diletantismo o el vedanta.

«El mundo es la sombra de Dios». (Ibn Arabi)


Pero quizás es más cierto decir:
Dios es la sombra del mundo.

37
Jeannine Worms observaba el otro día que la gente no se atreve a decir de un
difunto: está muerto, sino la mayoría de las veces: ya no está.
Sin embargo, y esto es lo terrible, el eufemismo es mucho más brutal que la
expresión corriente. ¡Ya no está!

Estas explosiones de violencia casi cotidianas, durante los cuales imagino


masacres, revoluciones sin precedentes donde me veo involucrado y jugando un
rol capital... Es este costado de mi naturaleza el que no me hace sentir
verdaderamente cómodo en la abstracción pura. Pensar es incluso para mí una
forma de violencia, una manera de hacer valer mi crueldad no ejercida.

El pecado más grave, el pecado sin redención: el pecado de indiscreción.

«De todos los males, los más crueles son aquellos que te infringes a ti mismo.»
(Sófocles, Edipo rey)
Palabras pronunciadas por el mensajero del palacio al final.

En todo momento, las palabras han despertado en mí un eco profundo, sobre


todo las palabras usadas, pero aún así cargadas de significación. A veces,
cualquier cosa, la expresión más trillada, se eleva al rango de revelación. Es
porque yo mismo estaba virtualmente en un estado de revelación, y solo esperaba
una señal para que lo extraordinario tuviera lugar.

Busco la salvación, y no el equilibrio. Busco el nirvana, o la tragedia.

38
Desde que puedo recordar, el budismo siempre me ha tentado. Pero también
siempre lo he rechazado en el último momento. Me gusta la búsqueda de la
liberación más que la liberación. De lo contrario, desde hace mucho tiempo,
habría encontrado la paz y la serenidad, y tal vez más. Cuando pienso que entre
los miedos más «serios» que he experimentado en mi vida, el de convertirme en
santo no ha sido el menor.

Cometo todos los días sin excepción al menos una acción que atañe
innegablemente a la debilidad mental. Debilidad, no locura.

Estoy aquejado de una distracción crónica. Toda concentración prolongada me


fatiga y me aburre. Afortunadamente soy un obsesivo; porque la obsesión te
obliga a concentrarte, es concentración automática.

«¡Te equivocaste al apostar por mí!» estamos tentados, en los momentos de


desaliento, de decir a aquellos que esperan de nosotros no sé qué milagros.
Permanecer por debajo de lo que habríamos podido hacer, de lo que habríamos
debido hacer... no hay constatación más amarga.

El tormento como requisito, como apetito, como necesidad vital.

Todo pensador precisa un mínimo de cinismo, so pena de pasar por imbécil.

Mi miedo a la vida es de esencia religiosa (así lo creo).

39
Tomarla todo el tiempo contigo mismo, lo que hago sin parar, es sin duda
mostrar un cuidado, un escrúpulo con la verdad; es alcanzar, es golpear al
verdadero culpable. Desgraciadamente también es paralizarlo, asustarlo y, por lo
tanto, volverlo incapaz de mejorar.
El exceso de verdad hacia ti mismo es incompatible con la acción. Es incluso
nefasto.

Felipe II ordenó que se construyera cerca del Escorial un hospital cuyo


reglamento preveía entre otras cosas: «Para dar la extrema unción a los
moribundos, que se tenga una habitación aparte, a fin de que este espectáculo no
afecte a los otros enfermos... Cuando uno de ellos esté agonizando, que se haga
sonar la campana, a fin de que en el monasterio y en el pueblo se rece por él y no
muera como una bestia.»

La locura: incapacidad de diferir la ejecución de una idea. En la locura, la idea


se confunde con el impulso.

La desgracia de ser un impulsivo que hace las veces de apático.

Cuanto más avanzas en edad, más te deshonras. Deshonrémonos pues.

Sabiendo que, en última instancia, todo es irreal, me entusiasmo tontamente en


esto o aquello. Me entusiasmo, no me apasiono, es decir, que no tomo un interés
real.

Exceptuando el sufrimiento, nada existe realmente. Todo lo que no está inscrito


en una escala de apariencias, existe más o menos.

40
Con mi manera de ver el mundo, no debería atormentarme por nada. Pero me
atormento sin parar, salvo en esos momentos en los que me persuado
verdaderamente de que nada tiene existencia intrínseca. ¡Qué alivio entonces!

Mi misión es rebelarme contra el hombre. No le abandonaré tan pronto.

Casi siempre he acabado adoptando las opiniones de aquellos que había


combatido. (La Guardia de Hierro, que detestaba al principio, derivó de fobia a
obsesión.) Maistre, después de haberle atacado, sufrí su contagio. El enemigo
triunfa insidiosamente en un hombre sin carácter. A fuerza de pensar contra
alguien o algo, te conviertes en su prisionero, y llegas a amar esta servidumbre.

La conciencia de que no cumplo con mi deber envenena todos mis instantes. En


lugar de trabajar, me zarandeo o me lamento.
Mi escepticismo no puede hacer nada contra mi remordimiento. ¿De qué sirve
haber dudado de todo para acabar hundiéndome en estas crisis de orden moral?
¿Qué te realices o no, qué importancia tiene eso? Me he hecho una cierta idea de
mí. Bien. ¿Qué no se corresponde de ninguna manera, qué no estoy a la altura de
esta idea, no es ingenuo preocuparse? Tengo algunos restos de ambición y de
dignidad de la que me es difícil desembarazarme.

La última simplificación, la Muerte.

La incomodidad, el malestar que experimentamos ante aquellos que nos


«admiran». ¿Es el miedo a decepcionarlos? ¿es el miedo a que nos decepcionen,
ellos? ¿que estén demasiado por debajo de nosotros, y la humillación de no haber
encontrado o merecido mejores fervientes o aduladores?
Decididamente, La Rochefoucauld se equivocó. No amamos necesariamente a
aquellos que nos admiran. No les amamos incluso en absoluto.

41
El humor de todos los vencidos.

Casi todas las mañanas, cuando me despierto, estoy, durante pongamos media
hora, en estado de ebullición: todos mis viejos rencores surgen uno a uno.
Después la furia decae, y por la noche, me acuesto con apatía.

No es una obra a lo que aspiro, es a la verdad. No producir, sino buscar. Mis


preocupaciones no son las de un escritor, ¿serán las de un sabio? Tampoco. Me
gustaría ser un liberador. Volver al hombre más libre con respecto a sí mismo y
al mundo; y para que lo logre, permitirle servirse de todos los medios. No
cargarse de ningún escrúpulo para vencer la servidumbre. La emancipación al
precio del deshonor.

Nada es más contrario a mi naturaleza que querer hacer un libro. Solo creo en
los valores espirituales, los valores que cuentan en sí mismos y para sí mismos, y
que son tanto más reales en cuanto no dan ningún signo material de su presencia.
Un libro es una huella de la cual debes desconfiar y alejarte. Un libro es un
depósito, un poso del espíritu.

Trabajar durante meses en un tema que no puede cernirse ni definirse, que ni


siquiera vemos claramente, pisotear en el vacío, ¡este es mi caso! Me interrogo
sobre los límites de la conciencia, doy vueltas a este problema, y el problema se
me escapa, como si no existiera. Y efectivamente puede que no exista.

Ayer vi un pequeño libro: ¿Cómo curar el miedo? Lo he hojeado, sin encontrar


nada que me haya sido de alguna ayuda. Si me curara del miedo me curaría de mí
mismo. Después, entraría en una salud intolerable.

42
Dharmanairâtmya = inexistencia en sí de cosas, pensamiento o materia.

No se puede decir nada de nada. Por eso se pueden escribir impunemente libros
sobre todo.

La desgracia es que una felicidad consciente ya no es felicidad y que una


felicidad que se ignora tampoco.

«¡Ayúdame a soportar mi felicidad!» He aquí una apelación que jamás se


escucha, y que algunas veces he querido articular.

Se ha calculado, que para construir su concha, una ostra debe hacer pasar por
su cuerpo unas cincuenta mil veces su peso en agua de mar.

No soy más que el lugar en que diversos males luchan entre ellos por la
primacía.

Una de las razones por las cuales, en el yoga, se reglamenta la respiración, es


porque está considerada como una plegaria continua.

Cuanto más descontento estoy conmigo mismo, más me encolerizo con los
otros. ¡Qué suerte tienen los fatuos! Están casi siempre de buen humor. El
espectáculo que ofrecen solo resulta penoso a los atrabiliarios.

43
Desde hace algún tiempo, me he vuelto insensible a la poesía. Mi locura está de
bajón, después de seis meses de calmantes. En este punto, incluso un furioso
cualificado descendería al nivel de un abúlico.

Solo me inspira el espectáculo, e incluso la idea, de la decadencia. Nadie tan


preparado como yo para saborear el pecado original e impregnarse de él hasta la
embriaguez.

Es justo, aunque ridículo, el comentario de ciertos «herejes» budistas: Buda


conoce todo acerca de la salvación, pero no conoce todos los insectos.

Plinio, habitante del campo, escribe sobre las ocupaciones de los ciudadanos:
«Parece que, tomados aparte, y en el momento en que se desempeñan, cada uno
de esos actos sea indispensable; y sin embargo, cuando los quieres considerar de
lejos y todos juntos, no tienen ninguna importancia y no dejan ningún recuerdo.»

El deseo, realidad universal. Incluso el lamento no es más que un deseo que ha


cambiado de dirección. El deseo de lo que ya no existe.

Se me reprocha que escriba, entrando así en contradicción con mis ideas; se me


reprocha al mismo tiempo no escribir lo suficiente. Todos estos reproches
provienen de la misma fuente. Se enojan conmigo por una inconsecuencia que es
menos grave que la que acabo de testimoniar.
Se entiende, vistos mis principios, que no debería publicar nada. ¡Pero publico
tan poco! Apenas un poco más de lo que escribo. Y además siento la necesidad de
explicar e incluso justificar mi esterilidad.

44
El miedo de decepcionar a aquellos que nos admiran nos hace desear el
anonimato y nos aleja de nuestros talentos.

La melancolía sola puede ocupar y colmar toda una vida.

Tan pronto como percibo fisiológicamente el paso del tiempo, me compadezco


inmediatamente de mí y de todo.

Estoy literalmente abrumado por el pasado, por mis recuerdos más lejanos.
Me sofoco de nostalgia.

Sobre Çankara
«El saber, dice, solo es el saber si tiene como objeto el Ser, la realidad eterna;
toda conciencia que concierne a lo impermanente, lo aparente, es un no-saber.
Los pasajes de: Escritos que se aplican al Ser en sí nos aportan el saber, la vidya;
pero aquellos que nos hacen conocer a un contingente Brahman, un Brahman
creador y agitador, un Brahman objeto de culto, pertenecen a la nesciencia, de la
avidya.» (Oltramar, Historia de las Ideas teosóficas en la India, p. 171)
Debería haber hablado, en mi artículo sobre el demiurgo, de la distinción entre
el Brahman superior y el Brahman inferior.

Para soportar fracaso tras fracaso sin el recurso consolador de la maldición, hay
que tener «grandeza de alma», o un humor infinito.

Hay algo peor que el antisemitismo: el anti-antisemitismo.

45
Soy más capaz de compasión que los demás, pero mi compasión es caprichosa,
no activa, irreal, y se dirige a cualquiera, salvo a los contemporáneos.

Me gusta todo, excepto el hombre. Cuando pienso en él, me enfurezco.

Si no puedo seguir adelante, es porque he vivido demasiado en la euforia de la


derrota.

¿Quién sueña en nosotros? ¿Quién es este desconocido que cada noche concibe
nuevas monstruosidades con una invención y una fecundidad dignas de un genio?

Solo soy sensible al costado negativo, destructor, del tiempo. Sin embargo, el
tiempo también es «crecimiento», «vida», «progreso». En el mismo germen
discierno el inicio de la putrefacción. No veo del tiempo más que su costado
impuro.

«... la magia de la palabra justa» (Baudelaire). Esta magia, ¡cuánto la conozco!


¡Y el mal que me habrá hecho! Ahí es donde hay que buscar la fuente de mi
esterilidad. (¡¡Fuente de esterilidad!!)

La tristeza según Dios, y la tristeza según el demonio.


¡Esta última es la que conozco, por desgracia!

46
Hace más de dos años que no he visto a X, con el cual tengo contraídas grandes
obligaciones. En lugar de estar enfadado conmigo, de acusarme a mí mismo, es a
él a quien detesto. Le hago responsable de mi negligencia y de mis
procedimientos.

La época inconcebible en que el Tiempo preparaba sus primeros instantes.

Tengo horror al positivismo lógico. Considerar la metafísica como


«enfermedad del lenguaje», como el producto de una «sintaxis mal hecha» va en
contra de todo lo que pienso y siento, de todo lo que soy.

Todo, incluso la enfermedad, mejor que la ausencia de todo.

Estoy olvidado, y merezco estarlo. Hay un límite para la pereza. Solo


experimento dos placeres, solo tengo dos intereses: leer y comer. Un
animal-lector, una bestia con libros.

Cuanto menos productivos seamos, más se apegarán a lo poco que hagamos.


Los escritores estériles están tan obsesionados con sus obras que no entienden
que los demás pueden hacer otra cosa que leerlos y releerlos.

«He alcanzado en mí lo que le falta a la pasión de Cristo.»


(San Pablo, Colos. 1, 24)
¡Qué orgullo! Más grande que el de su maestro.

47
Via negationis… [procedimiento argumentativo que se sigue para llegar a conocer a Dios pero por
vía negativa, por lo que sabemos que no es.]

Todo lo que pienso en política está contenido en la reflexión de Montesquieu:


«Los dioses, que han dado a la mayor parte de los hombres una ambición
cobarde, han asignado a la libertad casi tanta miseria como a la servidumbre».
(Diálogo de Sylla y Eucrate)

El remordimiento es para mí la única modalidad para alcanzar la concentración


de la mente. Todo lo demás es dispersión, distracción, el preámbulo, según los
psiquiatras, de la alienación.

«La naturaleza es una casa encantada, el arte una casa que intenta estar
encantada.» (Emily Dickinson)

No pretendo hacer la exégesis de su sonrisa...

Vista la falta de eco de todo lo que escribo, ¿no debería callarme y recluirme en
mí mismo? No, debo continuar como si nada, debo seguir mi ley.

Lady Montagu, a los sesenta y ocho años, hacía once años que no se miraba en
un espejo, por horror a la vejez.

48
Hay en mí un monje y un esteta, y sin, no hace falta decirlo, ninguna
posibilidad de síntesis. A cada instante, alguien en mí protesta y se lamenta, a la
espera de sacar ventaja.

Todas mis desgracias vienen de que estoy demasiado aferrado a la vida. No he


encontrado a nadie que la haya amado tanto como yo.

Mientras no hayas tocado los extremos de la humillación y de la vergüenza, no


tienes el derecho a abordar los grandes problemas.

El calvario de la esterilidad, del espíritu mudo.

Según una leyenda estonia, que cita Grimm, «el viejo dios, cuando los hombres
encontraron su morada demasiado estrecha, resolvió dispersarlos por toda la
tierra, y dar a cada nación su propia lengua. En consecuencia, puso sobre el fuego
un caldero de agua, ordenando a las diversas razas aproximarse, cada una por
turno, para elegir los sonidos que les convenían en los gemidos del agua cautiva
y torturada.» (Max Müller)

Han pasado seis meses desde que, para curar mis tripas, me lleno de calmantes:
estoy literalmente ebrio de tisanas, intoxicado de sedantes. Mi cuerpo se ha
beneficiado; pero mi mente ha estado sumergida: está entumecida, paralizada por
tantos cuidados contrarios a sus necesidades y su naturaleza. ¿Cómo escribir,
cómo trabajar cuando me he empleado en asediarla, calmarla, esterilizarla? Sin
el tabaco y el café, quizá no habría escrito nada (en francés, así y todo). Ahora
bien, hace dos años que ya no fumo, y seis meses que no he tomado ni un solo
sorbo de café. Hojas de grosella, romero, tomillo, todo el arsenal de la
homeopatía seguido, ¿cómo con estos productos soporíferos hacer funcionar el
cerebro? ¡La salud me cuesta caro!

49
En el hecho de ser incomprendido, entra tanto orgullo como vergüenza. De ahí
el carácter equívoco de todo fracaso. Extraes vanidad por una parte; y te
mortificas por la otra. ¡Qué impuras son, nuestras derrotas!

Este temblor de miedo, es una suerte de inspiración al revés, y lo prefiero a la


monótona neutralidad en la que me confino habitualmente.

«Me veía morir por el deseo de ver a Dios y no sabía dónde debía buscar esta
vida de la que tenía sed, si no es en la muerte misma.» (Teresa de Ávila)

Concentrarse, se dice rápido; todavía necesito saber en qué. Solo se sabe


afectado por una pasión. Y las pasiones no se inventan. Los problemas sí, pero un
problema no es nada.

Ku no shaba ya
Sakura ga sakeba
Saita to te

Sufrimiento en este mundo:


Incluso cuando las flores florecen.
Y a pesar de las flores.
(El Haïku por Georges Bonneau)

La gran ventaja que tiene ir a ver el mundo, es decirte que lo tienes todo para
ser feliz mientras permanezcas solo contigo mismo.

50
Grimod de La Reynière, gastrónomo, dijo que si el Terror hubiera continuado
«Francia habría perdido hasta la receta del estofado de pollo».

Siempre he sido sensible a la caída de los otros. La de De Gaulle en las


elecciones me ha tocado. Hace unos días, estuve tentado de enviarle, para que la
examinase a gusto, la «máxima» de Lao-tsé. «Retirarte, en el apogeo de tu mérito
y renombre, es incluso la vía del cielo.»

En todo lo que he escrito, ¡hay tanto mal gusto! Debería controlar mis humores,
en lugar de dejarlos ir. Pero el mal gusto pertenece a mi naturaleza;
desembarazarme de él, es desembarazarme de mí mismo.

He atacado al cristianismo en todos mis libros. Me apercibo de que ya no lo


odio, que ya no tengo sentimientos encontrados al respecto, e incluso
experimento un cierto remordimiento de haber meditado sobre ello.

Mi gran debilidad es no haber podido no tomar la vida en serio.


(= Tomar la vida en serio, es una debilidad que no he podido evitar.)

Yo, que he elogiado la cólera, cada vez que logro dominarla, ¡me felicito por
ello y me siento contento de mí mismo! Exceptuando la sexualidad, toda
superioridad para el hombre se reduce a un triunfo sobre la naturaleza.

«Uno de los mejores poetas de su tiempo [El Renacimiento], el cardenal Bembo,


secretario particular de León X, disuadió a un amigo de leer las epístolas de San
Pablo: el latín era mediocre y practicándolo correría el riesgo de estropear su
estilo.» (Funck-Brentano, El Renacimiento, p. 89)

51
«... mi voluble patria» (Voltaire)
Este adjetivo es ideal para Francia.

En una carta del 22 de octubre de 1782, dirigida a un tal El Negro, el marqués


de Sade dice: «No es de una imaginación demasiado viva de donde provienen los
errores del género de los míos, es de un temperamento gastado.»
El marqués estaba en esa época encerrado en la mazmorra de Vincennes.

Aunque fuera nuestro, un admirador es siempre detestable. No sabemos cómo


reaccionar ante él: ¿conservarle o descartarle?
Desgraciadamente, no podemos culparle. Mejor que deshacernos de él,
esperemos a que desgaste su entusiasmo.

En nuestras venas corre la sangre de los monos. Hay que habituarse a pensar en
ello para no volverse loco.

El estado que mejor comprendo, es la desolación que incita a la plegaria pero


que no supera el estadio de la veleidad, lo que podría llamarse la probabilidad
improbable de la plegaria...

La ansiedad es un signo de vida; es ella quien nos mantiene en el tiempo; quien


nos permite afirmarnos. Deshacerte de ella, desterrarla de nuestra conciencia, es
privarse del mejor auxiliar que tenemos en los conflictos diarios.

52
Me piden una nota autobiográfica para un diccionario de autores americano. No
me atrevo a redactarla. Me horroriza pensar en mí como autor, no me siento
escritor y además no lo soy. La idea de hablar de mi «obra» me da náuseas. No se
puede tener mayor disgusto por lo que has hecho y por lo que eres.
Soy como ese loco que a todas las preguntas que se le hacían respondía:
«Ich will me Ruine haben» (Quiero tener paz). Fue en el curso de psiquiatría, en
Berlín, en Bonhoffen (?), en la Caridad.

Sólo me gustan los escritores de humor, porque escuchas, cuando les lees, su
respiración, casi les ves. Pueden ser exasperantes; pero en cambio jamás aburren.

Conozco horas, incluso jornadas de ligera euforia. Pasan entre el pensamiento y


la ausencia de pensamiento. Se acomodan a todo, soportan todo, y,
oh maravilla, te soportas a ti mismo, ignoras el disgusto de lo que eres.

El violín (como el soneto) pertenecen al pasado. Es la periferia de la orquesta


de antaño la que ahora ocupa el lugar de honor: tambor, trompeta, etc.
Los sentimientos subterráneos requieren instrumentos en consecuencia.

Santidad y exhibicionismo. Los estilitas. El escritor es un estilita en el mundo.

Por mi obsesión por el Destino, me siento más cerca de la Antigüedad que del
cristianismo (del cual solo acepto la idea del pecado original).

53
H.M. sobre la mescalina. ¿Cuatro, cinco, seis o cuántos libros ha escrito sobre
el tema? Aquí la frase de Voltaire se impone: «El secreto de aburrir, es querer
decirlo todo.»

Cuando no ataco, me duermo.

Mi «género»: pensamiento obsesivo, estilo acrobático.

«Perderse en Dios», no conozco una expresión más bella.

La ansiedad no es más que la rumia del porvenir.


(La ansiedad no es más que el espíritu fijado sobre el porvenir.)

Debo sacudirme de este letargo mortal en que he caído.

A pesar del horror que tengo a los hombres, me resigno mal a no ser nada para
ellos. Esta inconsecuencia por mi parte me hace sufrir y me humilla.

La sensación de que no lo he dicho todo choca en cada instante con la


sensación de que ya no hay nada que decir. Y lo que resulta de ello, es justamente
nada.

54
Sin la certeza absoluta de la inanidad universal, no sé cómo me las arreglaría
para sobrevivir a ciertos ataques de vergüenza ante el desperdicio que hago de lo
que se puedo llamar mis dones.

«Ich habe genug» [Tengo suficiente], la cantata que G.M me hizo escuchar el otro
día me conmovió profundamente, especialmente el final con ese tono de alegría
en «Ich freue mich auf meinen Tod.» [Estoy esperando mi muerte]

A Schopenhauer le horrorizaba el ruido, especialmente el chasquido de los


látigos en la calle.
Envidiaba a los murciélagos porque tenían oídos provistos de revestimientos
herméticos.
... ¿A quién no habría envidiado hoy en día?

En el libro de Alan Wood sobre Bertrand Russell, encuentro esto: «Bertrand


Russell fue un niño que comenzó a hacer preguntas, tan pronto como pudo
hablar, de hecho, tres días después de su nacimiento, su madre escribió: «Levanta
la cabeza y mira a su alrededor con mucha fuerza».
Cuando quieres tener humor a toda costa, inevitablemente caes en la necedad.

No puedo creer el grado de ambición que constato a mi alrededor. ¿Por qué


medran todas estas personas así? Podría encontrar una explicación cualquiera,
pero renuncio a ello. El deseo en los otros me asombra.

Puedo retomar sin dificultad todos los días el contacto con las cosas, ¡pero con
los seres! Me dan miedo, no sé dónde encontrarlos, a que nivel alzarme o
bajarme para encontrarme al mismo nivel que ellos.

55
E. no conocía el miedo (ni el pudor). Se volvió loca. No hay nada más mórbido
que el exceso o sobre todo la ausencia de miedo. Solo un desequilibrado tiembla
excesivamente, o en absoluto.
Los intervalos, las lagunas del instinto de conservación, dependen siempre de
una incertidumbre orgánica.

Todo es nada, por supuesto; pero tú mismo no puedes ser nada para ti; no
podrías incluirte en la vanidad universal. El yo sobrevive a tus certezas, el yo se
obstina.

La envidia es el sentimiento más bajo, luego el más natural.

Se dice en Los Relatos hasídicos (Buber) que el gran Maggid, Dov Baer de
Merritrsch, «llegando a ser lo bastante conocido en el mundo, el Maggid se puso
a rezar, suplicando a Dios que le revelara a qué pecado se había entregado
culpable».

El mayor pecado que existe en el mundo, es la indiscreción. El de los


benevolentes, el de los que nos aman.
(Santa indiferencia, ¿dónde estás?)

Lo que me paraliza, es que encuentro a todo el mundo ingenuo, los grandes


espíritus inclusive. Estoy estupefacto de constatar hasta que punto un Nietzsche
me lo parece, a pesar de su brío, o más bien a causa de él, de un juvenil que se
presta a la sonrisa.
Me siento mucho más cerca de un Pascal y sobre todo de un Marco Aurelio. No
hay nada que hacer: maduro.

56
La depresión casi siempre se anuncia por el deseo de canturrear viejas
canciones. El recuerdo del pasado nos sitúa de golpe ante la evidencia de lo
irreparable. No puedes sostener imperturbablemente la sensación del transcurso
del tiempo; la idea misma de este transcurso es dura de soportar. Cuando pienso
que todos los instantes que he vivido están abolidos para siempre, me sorprende
mi disposición a vivir otros.

Que haya sido en mi juventud un ambicioso, de eso no me cabe duda; que haya
cesado de serlo, igual. Si me felicito por ello a veces, con mayor frecuencia me
aflijo, porque, sin ambición, me he vuelto en cierto modo superior a mí mismo,
pero al mismo tiempo he perdido el resorte mismo de mi ser.

Mostradme el hombre que no juzgue a nadie, lo declararé santo. Existir es


juzgar, ser injusto. Porque todo juicio lo es, visto que nadie es responsable de lo
que es ni siquiera de lo que hace. La culpabilidad está en la superficie, al nivel de
las convenciones. No tiene ningún sentido en cuanto se desciende al fondo de las
cosas.
¡Si pudiera abstenerme de cualquier juicio de valor! Cada vez que emito uno,
estoy orgulloso en el acto, luego lo repienso, y casi enrojezco. Mi tendencia es
primero injuriar, luego excusar a todo el mundo. Es un signo de cinismo
pronunciarse sobre lo que sea.

Mientras un amigo está vivo, nos gusta criticarlo, revelar sus vicios a los otros,
a los que no le conocen íntimamente. Cuando muere, experimentamos un
verdadero dolor. Lo que nos sucede igualmente cuando desaparece uno de
nuestros antiguos enemigos.

Cuatro horas de monólogo durante las cuales he desempacado mis maldades


más secretas.
Y pensar que me atrevo a criticar a los otros. ¡Qué lepra!

57
Es mejor un estilo firme y vacío que un estilo mullido y repleto
de pensamientos. (Después de haber intentado releer a Amiel.)

El espíritu no es casi nada cuando se le contempla desde la óptica de la locura.


Está a merced de un accidente, funciona por la gracia de una química impura.
Que un poco de sangre se erija en grumos, y tu destino está reglado. Mejor no
extenderse en estas miserias.

Cuando pienso en todas las astucias que empleo para no trabajar, ¿qué paso
adelante no daría si me sirviera de ellas con un propósito de eficiencia?

A menudo me imagino que subo al techo y siento vértigo, y estoy a punto de


caer, soltando un grito. «Imaginar» no es la palabra justa, porque es más fuerte
que yo, estoy obligado a imaginar este tipo de acrobacias. El pensamiento del
asesinato debe venir de la misma manera.

Cuanto más vivo, más me apercibo de que no son los histéricos como
Nietzsche los que pueden servirme de alguna ayuda, sino espíritus reposados, que
han conquistado la serenidad con mucho esfuerzo, como Marco Aurelio.

«Pronto la tierra nos cubrirá a todos, enseguida ella misma cambiará; todo
tomará otras formas hasta el infinito, y luego otras hasta el infinito. En cuanto se
reflexione sobre estas transformaciones, sobre estas alteraciones que se suceden
con rapidez como olas, se experimentará una profunda indiferencia por todo lo
que es mortal.» (Marco Aurelio)
¡Qué sensible soy a la dulzura de estas banalidades! ¡qué bien me hacen! Soy
verdaderamente feliz cuando las leo o las medito. Cualquier comentario sobre
nuestra insignificancia, todo lo que se relaciona con ella, me llena de felicidad,
y adula lo que tengo de mejor y de peor.

58
No ser contemporáneo de nadie.

X me escribe para decirme que le gustaría hablar de mi «obra» demasiado mal


conocida. No sé qué responderle. En verdad, no me gusta que se ocupen ni que
no se ocupen de ella. Los que me quieren bien me fatigan casi tanto como los que
me hacen mal. ¡Divina neutralidad!

Sé lo que debo hacer para ser un hombre sabio, pero me falta el material para
convertirme en uno.
Mi aptitud hacia la tristeza es el mayor obstáculo que me impide acceder a la
sabiduría.

En una oficina recaudadora, más de veinte personas trabajan duro, inclinados


sobre papeles que no les miran y a los cuales es humanamente imposible que
tomen el menor interés. Entre ellas, una chica que parece un ángel un poco
dañado. Sería mejor para ella que hiciese la calle. ¡Afanarse ocho horas al día en
cifras! ¡A lo qué se han reducido los seres! Que una campesina prefiera la ciudad
al campo, o que un campesino intercambie su libertad por una fábrica, es algo del
todo incomprensible.

Las cosa de la que te cansas más rápidamente y más profundamente, es la


gratitud. Agradecer, agradecer de la mañana a la noche, durante toda una vida,
no, eso no es soportable a la larga.

Nací en medio de un pueblo de esclavos; es ahí donde hay que buscar el


increíble temor que tengo a la autoridad, a toda autoridad, la que sea. Tan pronto
como veo a un hombre en uniforme o detrás de una ventanilla, un empleado del
estado, pierdo todos mis recursos.

59
El drama de las personas demasiado dotadas (Sartre) que pueden abordar el
género que quieran, que producen por deliberación, por decisión, que pueden ser
cualquier cosa, porque no son nada.

He sido invitado a una especie de congreso en Hamburgo. Sin duda voy a


rechazarlo. La idea de ir allí, de encontrarme con gente sobre todo, me da
náuseas. En cuanto a participar en la discusión, está más allá de mis fuerzas.

La genealogía de la moral, es un libro que anuncia tanto el nazismo como el


psicoanálisis. La importancia de Nietzsche es haber sido el profeta de
movimientos y doctrinas que se excluyen.

La idea de escribir sobre el museo de Paleontología me vino en el momento en


que, llegado a un grado inquietante de adelgazamiento, me encontraba
particularmente apto para reflexionar sobre el esqueleto en general. Me sentía
solidario con todas esas sombras, ya no era más que una criatura hecha hueso, la
carne ya solo era un recuerdo para mí.

Todos los días me felicito por sufrir cada vez menos de no ser nada a la vista de
los hombres.

Por poca estima que me tenga, termino siendo indulgente conmigo mismo.
¡Felizmente existen los otros! Sus defectos me vuelven más justo hacia los míos.
Mientras viva, creeré que nuestra naturaleza ha decaído. Lo que hará que jamás
pueda romper completamente con lo esencial del cristianismo.

60
Jamás pedir a alguien que escriba sobre mí; por mi parte, jamás escribiré sobre
nadie. (¡Ah! las obligaciones, el drama de la gratitud, etc. Prefiero matarme que
prostituirme, que escribir sin convicción.)

Puedo hacer verbalmente más de un enfoque interesante; pero tan pronto como
escribo, estoy inhibido. Como escribo poco, creo forzosamente en lo que escribo:
las palabras tienen un peso para mí, una realidad. Me siento responsable hacia
ellas, sin contar que cada una de ellas tiene para mí el privilegio de ser
irreemplazable.

¿Por qué no ceso de frecuentar a Marco Aurelio, Epicteto, Buda, el Zen y el


resto? ¿Por qué recurro a ellos casi todos los días? ¿Qué espero de ellos? Solo
veo una respuesta: aprender a no sufrir (más), y a minimizar mis miserias. Por
mis propios medios, no lo consigo: esa es mi miseria.

Por la música se crean los vínculos más profundos entre los seres.

Te vuelves virtualmente un sabio cuando ves de qué locuras son capaces


aquellos que estimas.

Tendría alguna consideración por mis capacidades si soportara mi periodo


actual de esterilidad con indiferencia o humor. Pero me aflijo excesivamente, lo
que por parte de un «cínico» es una debilidad inadmisible.

La ansiedad, ha sido el Unterton [Trasfondo] de mi vida.

61
La clave de todo, es la humillación, y lo que resulta de ella. Todo gira a su
alrededor; lo que hacemos en secreto, es rumiarla, esperando a explotar.
Tengo tanto miedo de ser humillado que, para evitar exponerme, prefiero
mantenerme al margen. No hagamos nada, es más seguro. El Yo es una herida
abierta. Si no queremos sufrir, debemos esquivarlo, vivir arreglándonos sin él. Se
dice rápido. De todas maneras, está ahí. Debemos acomodarlo, so pena de
sangrar, interminablemente.

Los éxitos desilusionan; los aceptas como una evidencia; al contrario, ante cada
fracaso reaccionas como si fuera el primero; la experiencia no juega ningún rol,
no es de ninguna utilidad.
¡Qué profunda es la expresión armarse de paciencia! Pero es justamente de lo
que menos soy capaz.

¡Lo qué he podido sufrir en secreto! ¡Tantas pruebas y terrores sobre los que no
he sabido triunfar! Fueron mis compañeros invisibles, impidieron que mi soledad
fuera perfecta.

La increíble atracción que ejercen sobre mí los caídos, mi solidaridad con ellos,
de hecho me estimo uno y lo soy efectivamente, todo esto se remonta a mi
adolescencia, a mis noches en blanco extendidas durante años, a mi voluntad
herida, a mi inadecuación al mundo.

Para escapar a las seducciones del orgullo, solo hay una actitud, la que
preconizó Ignacio de Loyola (a decir verdad es corriente en el cristianismo):
considerar que todos nuestros dones, todos nuestros éxitos, no vienen de nuestros
méritos, sino de la benevolencia de Dios hacia nosotros: nuestras propias obras,
se las debemos a él, a su asistencia, a su gracia, a su misericordia. Si somos
excepcionales, esta excepción, esta excelencia es querida desde arriba; nos es
dada; no tenemos ningún derecho a vanagloriarnos. Es, quizás, el único camino
que conduce a la humildad. Aún así, para servirse de ella hay que tener fe.

62
No hay nada como un libro de gramática para ayudarnos a vencer la
melancolía.
La gramática es el mejor antídoto contra la depresión.

Aplicarse a un idioma extranjero, hojear en diccionarios, perseguir


apasionadamente nimiedades, comparar varias gramáticas de la misma lengua,
hacer listas de palabras o giros que no tengan nada que ver con nuestros humores,
tantos medios de superar la depresión. Durante la Ocupación, llevaba conmigo
listas de palabras en inglés que aprendía de memoria en el metro o haciendo cola
delante de los estancos o las tiendas de comestibles.

Nietzsche me fatiga. Mi cansancio a veces llega al disgusto. No puedes aceptar


a un pensador cuyo ideal se sitúa en las antípodas de lo que era. Hay algo
repugnante en el débil que aboga por el vigor, en el débil sin piedad. Todo esto
solo es bueno para los adolescentes.

Ver hasta el fondo de las cosas, en su última vacuidad.

En mi tarjeta de la seguridad social figura la mención: escritor no asalariado. Si


se añadiera otro no delante de escritor, la fórmula sería exacta y mi situación bien
y netamente definida.

Dos mujeres muy ancianas viven debajo. Una me molesta con su T.S.F.; la otra,
sorda, habla y le hablan muy fuerte. Son económicamente débiles, arrastran
desde hace años su agonía, y me provocan una depresión monstruosa. Odio a
estas chinchetas, que, en lugar de morir tranquilamente, fijan mi atención tan a
menudo como pueden. Si fueran usureras, tendría con respecto a ellas tentaciones
a lo Raskolnikov. Pero incluso sin esto, a menudo experimento tentaciones de
este orden; y si no las ejecuto, es porque soy demasiado cobarde y demasiado
normal.

63
Es un error que se me atribuya o que se me reconozca un «estilo». No tengo
estilo, tengo, como señaló Saint-John Perse, un «ritmo». Y este ritmo
corresponde a mi fisiología, a mi ser, es mi cadencia orgánica, mi jadeo histérico
que logra pasar a mis frases. Pero esta facultad que tengo de proyectar mi
movimiento interior, es un error haberlo asimilado a un «estilo», o a un talento
cualquiera. No, no tengo ni talento ni estilo, tengo un tono cadencioso, que viene,
entre otros, de mi estado casi constante de ansiedad.

He recriminado demasiado en mi vida; es hora de que entre en razón.


Solamente tengo una necesidad orgánica de quejarme, perdería mi equilibrio si
pudiera neutralizar mis descontentos. Dejemos a nuestros humores ejercer y
desencadenarse, sigámosles, pues sin ellos carecemos de identidad, no somos
nada.

Acabo de leer sobre la «enfermedad de la angustia» un artículo de René


Guenon, imbuido del dogmatismo más intransigente. ¿Es posible escribir con
tanta seguridad y con tanto orgullo más condenable cuando se hace profesión de
impersonalidad, cuando se denuncia con vigor y todo el tiempo el yo?
Hubo en Francia, en la primera mitad del siglo, tres espíritus intratables, lo más
diferentes posible, pero que, en nombre de la Inteligencia, resultaron ser de un
fanatismo desmesurado: Maurras, Benda, Guénon. Tres maníacos de la
Inteligencia.

La única cosa que podría apasionarme ahora, sería escribir un interminable


ensayo sobre la Decadencia, sobre todas las formas que adopta; y si no lo hago,
es porque todo lo que he escrito hasta ahora trata precisamente sobre eso. Sería
degradar, comprimir en un sistema los fragmentos contradictorios que he
concebido a merced de mis humores.

64
¿Quién me curará de mi terrible «Bildungstrieb» [Literalmente, instinto que impulsa a la
cultura, a la formación personal. Necesidad de instrucción.]? Mi amor por los libros, la
necesidad que tengo de «cultivarme», la sed de aprender, de almacenar, de saber,
de acumular menudencias sobre todas las cosas, ¿a quién le hago responsable de
ello? Me gusta, por razones de comodidad, poner estos defectos en el debe de mis
orígenes: resultado de una nación donde el analfabetismo era la realidad
dominante, ¿mi curiosidad insaciable no es un fenómeno de reacción? o mejor,
¿no debería pagar por todos mis ancestros a los ojos de los cuales solo existía un
libro, el que llamaban el libro, es decir, la Biblia? Es a la vez agradable y
humillante pensar que hace unas generaciones los míos eran salvajes, indígenas.
Jurídicamente eran esclavos, con la obligación de ignorar todo; yo me siento con
la de aprender todo: es por esto que leo todo y no tengo el tiempo necesario para
mis propias elucubraciones. Las descuido para ver que han dicho los otros. El
consumo de libros que puedo hacer solo tiene comparación con el de alimentos:
en efecto tengo hambre constantemente, y nada me sacia, ni comiendo ni
leyendo. Bulimia y abulia van juntas. Necesito devorar para sentirme existir, para
ser. Recuerdo que siendo niño, a veces llegaba a comer yo solo tanto como toda
la familia. Una necesidad antigua la de tranquilizarme con la comida, encontrar
certezas por un acto bestial, escapar a mis balanceos, a lo vago y a lo indefinido,
con algo vivo, preciso, animal. Cuando veo a un perro o a un cerdo precipitarse
sobre la comida, les comprendo fraternalmente. Y pensar que desde hace meses y
meses mis lecturas se centran esencialmente en la renuncia, y que los libros que
más me gustan son los de filosofía hindú.

Los libros que leo con mayor interés son los de mística y dietética. ¿Habrá una
relación entre ellos? Sin duda, en la medida en que la mística implica ascetismo,
este último en suma no es más que un asunto de régimen.

Todo hombre se manifiesta en su momento de gloria, por fugitivo que sea.

65
Domingo. En el campo alrededor de París, solo encuentras obreros portugueses,
con los que es imposible entenderse. Eso cambia incluso el paisaje. De hecho
para hacerte comprender por estos nuevos indígenas, tienes la impresión de que
estás en alguna parte, muy lejos de París. Sensación beneficiosa que me gustaría
experimentar cada día.

X, gruñón, siempre descontento. Alguien dijo bien de él: «Tiene el pesimismo


de la gente pequeña.»

Nada es a la vez más convincente y más exasperante que el pesimismo. Cuando


leo un libro negro, me adhiero a él en cuanto lo leo; cuando ceso de leerlo, me
culpo por haberlo aprobado, me desvío y busco por todos los medios arruinar sus
tesis. Eso me pasa incluso con respecto (diría sobre todo) a mis propias
producciones, sombrías a placer. Después de cada una de ellas, siento unas
fuertes ganas de negarla, a ella y a todo lo que he hecho; pero no lo logro, no
puedo repudiar mi Lebensgefühl [Sentimiento de la existencia] ni adoptar otro, ya que se
confunde con la cuasi totalidad de mis experiencias, con mi propia existencia. Me
es imposible cambiarlo o preferir otro.

La ansiedad, empujada muy lejos, grave y crónica, puede llevar ya sea al


heroísmo, ya sea a la apatía. En el primer caso, se revuelve contra sí misma en
una exasperación repentina, en el segundo, se hunde irremediablemente sobre sí
misma. Este agotamiento que es la regla, es el expresa la condición común, la
esencia de cada uno de nosotros, mientras que el heroísmo no es más que un
fenómeno insólito, incluso monstruoso de ansiedad.

66
Lo que le debo a los libros destructivos, negadores, «ácidos». Sin ellos, ya no
estaría vivo. Por reacción contra su veneno, por resistencia a su fuerza nociva, me
he consolidado y me he apegado al ser. Libros fortificantes, ya que despertaron
en mí todo lo que debía negarles. He leído casi todo lo que hace falta para
hundirse; pero precisamente por eso he podido evitar el naufragio. Cuanto más
«tóxico» es un libro, más actúa sobre mí a modo de tónico. Solo me afirmo por lo
que me excluye.

Estoy seguro de que la «civilización» debe desaparecer, pero no veo por qué
podríamos reemplazarla.

La inquietud, tal es mi enfermedad. No puedo mantenerme en el sitio, tan


pronto me paro me pongo nervioso, y me atrapa un temblor secreto. Me
entumezco, me aburro en mi habitación. Me despierto, me siento vivir, me
divierto únicamente cuando tomo la resolución de salir. Estar fuera a toda costa,
olvidar en medio de la turba. Solo, el remordimiento, el resplandor de mis
defectos, la intolerable evidencia de mi decadencia, presente, invasiva,
deslumbrante. Desde siempre, un mal principio ha debido deslizarse en mi
voluntad, una tara congénita que la ha marcado y debilitado para siempre. Solo
puedo querer fuera del tiempo, me siento un Hércules cuando me imagino en un
mundo que suprime las condiciones mismas del acto.

Si quiero calificar mi estado, encuentro que la mejor expresión sería: «Me han
echado una maldición». Porque lo que siento, no puedo impedir atribuirlo a la
intervención de alguien o algo, a una fuerza hostil que viene del exterior y de
ninguna manera situada en la intimidad de mi ser. Eso, no, no puede venir de mí,
no puedo ser así; se abatió sobre mi cabeza. En los tiempos en que había dioses y
demonios, las cosas eran más simples, se explicaban más fácilmente, y hay que
decirlo, más naturalmente: se sabía donde se encontraba el enemigo; ahora que
nos dicen que hay que buscarlo en nosotros mismos, nos sentimos incómodos, sin
contar que nuestra experiencia, nuestras sensaciones más bien lo sitúan en otro
lugar, fuera de nuestro ser, probablemente porque durante tantos siglos se nos ha
enseñado a proceder así; el hecho es que esta interpretación nos viene
espontáneamente a la mente, y sería mentir sostener lo contrario.

67
En mi juventud, pasé unas vacaciones en un pueblo de los Cárpatos, no muy
lejos de Sibiu (Rîul-Sadului). Me acuerdo de una mañana, después de una noche
en blanco, de la vuelta que di por el pequeño cementerio invadido de hierbas. Las
cruces, todas de madera, estaban recubiertas. En uno de ellas, sin nombre, solo
estas palabras apenas legibles, casi borradas y de una escritura que no puede ser
más torpe: «Viata-i speranta, moartea-i uitare» [Vida es esperanza, muerte olvido]. Hace
quizá más de treinta y cinco años de eso, pero la emoción que desencadenó en mí
este epitafio es tan vívido como en ese momento.

¡Viva Inglaterra! ¡Viva el inglés tímido, estirado, rígido!


Tenía ganas de gritar tras la visita de un profesor polaco, para nada antipático,
pero indiscreto más allá de todo límite.

Jamás he podido ganarme normalmente la vida, vivo y siempre he vivido


indirectamente, si se puede decir así.

Declaración de la Renta. ¡Tengo que inventarme ingresos! Esta palabra tiene


sobre mí el efecto de un vomitivo.

La Vacuidad es para mí todo lo que fue el ex-Dios.

No dejar correr a tu pluma, recular ante las palabras, execrar la abundancia,


estrangular a fuerza de acortamiento, tomar como modelo… ¿a quién? Hay que
desprolijizar la literatura y, más todavía, la filosofía.

68
Cada día me pregunto si soy un sabio o un enfermo mental.

De acuerdo con los sueños que tengo, debería haber escrito relatos fantásticos,
en lugar de ensayos que es lo más tranquilo. Mis noches no coinciden con mis
días; o mejor dicho: de noche tengo pesadillas concretas, abigarradas, dramáticas,
mientras que de día es la misma pesadilla monótona, abstracta, que no podría ser
más fastidiosa, que se confunde con las rumias de mi ansiedad.

La prolijidad de Platón. Diógenes ya le reprochaba la longitud de sus discursos.


Estos griegos, incluso los más grandes, tenían en ellos al abogado.

La evolución en la escuela cínica. «Vive conforme a la virtud», dijo


Antisthenes; pero a este principio socrático vino a juntarse un nuevo principio:
«Vive conforme a la naturaleza», dijo Diógenes (en Antisthenes, por Charles
Chappuis, París, 1854, p. 130).

Diógenes:
«El sabio es la imagen de los Dioses, los Dioses no necesitan nada; cuanto más
nos aproximamos a ellos menos necesidades tenemos.»

Nada es más insoportable que el poeta que reflexiona sobre la poesía, un Valéry
por ejemplo, por quien hace mucho tiempo tuve
una especie de culto y que ya no es nada para mí.

69
De cada diez sueños que hacemos, solo uno es significativo, y justo. El resto,
desechos, mala literatura, imaginería grotesca.
En los sueños largos, parece que el «soñador» no sabe cómo terminarlos, lucha
por encontrar un desenlace sin éxito. Es exactamente como en el teatro cuando el
autor multiplica las peripecias, porque no sabe cómo y dónde parar.
¿Nos aburrimos soñando? Creo que sí, aunque me sea difícil recordar algún
sueño en el que el aburrimiento haya sido la sustancia.

Pasar toda una velada en compañía de un hombre que vive en la mentira, que es
una escoria y que ignora (o no cree) que lo sea, te deja un disgusto que todavía te
persigue al día siguiente y arruina tu jornada.

Si no ceso de girar en torno a la sabiduría, es porque siempre espero encontrar


en ella un remedio contra mis obsesiones.

X, un bastardo que pretende pasar por distraído.

Esta fiebre vacía, que no lleva a ningún descubrimiento, que no es portadora de


ninguna idea, pero que nos da una sensación de poder casi divino, la cual se
anula tan pronto como tratas de analizarla. ¿A qué corresponde? ¿De qué vale?
Imposible saberlo. Tal vez no rime con nada, tal vez es más importante que
cualquier revelación metafísica.

El mejor servicio que puede prestarse a un escritor, es impedirle publicar y


sobre todo escribir, durante un cierto tiempo. Sería necesario, para su mayor
beneficio, que hubiese regímenes tiránicos de corta duración, que tuvieran la
ambición de suprimir toda actividad intelectual. El peligro del escritor es
gastarse demasiado, no tener tiempo de acumular. La libertad de expresión sin
interrupción alguna es nefasta: es atentatoria contra las reservas del espíritu.

70
El único tema que comprendo a fondo es el del peligro de la libertad, y el del
peligro al que ella expone a los talentos.

Estábamos todos en los Cárpatos. Mi sobrino debía tener tres


o cuatro años. Una tarde, como grandes nubes pasaban nos llama: «Venid a ver.
El cielo está partido.» (En rumano: «Cerul a plecat». Tal vez sería mejor traducir:
«El cielo acaba de partir» o «El cielo se ha ido.»)

Un desconocido me pide que aporte un pequeño testimonio para una


recopilación sobre Jean Genet. Lo rechazo. Hablamos por teléfono de cosas y de
otros. Me dice que Genet está terriblemente envejecido, enfermo, y que ya no
escribe. (Como Genet le ha confesado.) «Ya no escribe», fue como un puñetazo.
Es exactamente lo que me pasa.

La fuente de mi «inspiración», es la autocompasión. En cuanto siento el menor


acceso, pienso que debería tomar la pluma...

El único hombre real es el campesino (debería decir: era, pues prácticamente


ha desaparecido como tipo humano, al menos en las civilizaciones industriales).
Hacer siempre lo mismo, cada año recomenzar la misma vida, como las bestias,
los pájaros, los insectos, tal es el secreto de la verdadera existencia. La
monotonía en la naturaleza y no en la fábrica, es eso a lo que el hombre debería
haberse limitado, si hubiera actuado en su propio interés.

Lo que se llama instinto creador no es más que una perversión de nuestra


naturaleza: no hemos sido puestos en el mundo para innovar sino para vivir.

71
Si logré dominar o camuflar algunos de mis defectos, la razón es que he sufrido
tanto por los de mis amigos que constantemente he intentado remediar los míos.

Un hombre modesto jamás es muy infeliz. Hace falta una dosis de pretensión y
de orgullo para sufrir y quejarse de lo que te sucede. Por una hora de verdadera
humildad, daría todos los «talentos» que creo tener.

A través de mi tragaluz, veo un fragmento de nube iluminado por el sol, sobre


un fondo azul. El Mont Blanc no es más bello.

En la vida diaria, los hombres actúan, cada uno como sabe, por cálculo; pero,
en las grandes ocasiones, la mayoría de las veces, lo hacen en su cabeza, y no
comprendes nada de los dramas individuales ni de los dramas colectivos, si haces
abstracción de este comportamiento insensato, de este olvido del instinto de
conservación, tan frecuente en los momentos decisivos de un destino. Que nadie
intente descifrar el «sentido» de la Historia, si no percibe esta fatalidad que
impulsa al hombre a actuar en contra de sus propios intereses. Todo pasa como si
el instinto de conservación solo actuase ante la amenaza de una muerte inmediata
y cesase ante la perspectiva de un gran desastre.

¡Cuántas horas no habré pasado pensando en los llantos que no he vertido, que
no he podido verter!
Toda mi vida he vivido con el sentimiento de haber estado alejado de mi
verdadero lugar; si la expresión: exilio metafísico no tuviera ningún sentido, mi
existencia le prestaría uno. No se puede ser menos de este mundo que yo, por eso
he pensado tanto en las lágrimas. Podría escribir un libro entero sobre ellas; de
hecho escribí uno en rumano. Sentir tu carne llorar, tu sangre cargada de
lágrimas, es en el interior de sensaciones parecidas cuando comprendes a Plotino
decir que la existencia aquí abajo es «el alma que ha perdido su alas».

72
Cuanto más conozco, más horror tengo a la verborrea; o la literatura, salvo
cuando se trata de los grandes, es verborrea y nada más. ¡La de libros que he
leído u hojeado faltos de peso!

No disfrutamos de la salud, nadie es consciente de estar bien, mientras que el


menor malestar sacude nuestra inconsciencia natural. La enfermedad es la mayor
invención de la Vida.

Mis libros pueden no ser buenos, pero al menos tienen el mérito de surgir de
todos mis sufrimientos.

Jamás debes renegar de tus orígenes, seas de donde seas no tienes que
ruborizarte. Es una apostasía vergonzosa y además físicamente imposible, una
contradicción en los términos: es un rechazo de la identidad, es como si se
proclamase: «Yo no soy yo», algo que seguramente se puede decir, pero que no
se corresponde con nada, a menos que se trate de un giro retórico o una paradoja
de circunstancias.

Almuerzo con rumanos. Borrachera. He bebido una botella de Borgoña.


Imposibilidad de mantener el control de «mi» cerebro. He hecho el tonto durante
horas. ¡Todo esto es estúpido!

«Geniu pustiu», es la clave de mi país.


[«Genio estéril», título de una novela inacabada de Mihai Eminesco]

El Breviario ha aparecido en libro de bolsillo. Lo he visto en la Samaritaine.


Después de esto, solo me queda arrojarme a una alcantarilla.

73
Cuanto más mezquinos somos, más cerca estamos de la «vida». Porque solo en
las pequeñas cosas todos nuestros defectos consiguen hacerse valer, dar su
máximo. Cuanto más insignificante es el objeto de una pasión, más anima y
exaspera. Las verdaderas locuras casi siempre tienen lugar por naderías.

Estoy tan avergonzado de mí que, si pudiera llorar, lloraría. Sería, quizás, el


único modo de vencer esta vergüenza.

Cada vez que leo sobre Lutero, comprendo, mejor que con la lectura de otras
biografías, por qué me falta temple.
En el conflicto con Cayetano en Augsburgo, tan pronto estoy de su lado, como
del lado del diplomático. Este era un refinado, un escéptico, un espíritu altamente
civilizado, luego podrido, frente a un bárbaro que creía en todo lo que decía.
Duplicidad italiano, ingenuidad germánica.
La Reforma vale de largo más que la Revolución francesa. Los alemanes no
están tan exentos de espíritu revolucionario. Solamente se emanciparán en el
plano espiritual mucho antes de emanciparse políticamente.
Su ruptura con Roma, que estaba sin embargo inscrita en su naturaleza y su
destino, se diría que jamás la superaron.

Cuanto más envejezco, más falta de carácter tengo. Siempre que lo muestro, me
siento como alguien que no ha comprendido absolutamente nada.
Los hombres enteros, íntegros, los que, en religión o en política, apestan a fe,
les envidio más de lo que les desprecio.
No sé quién, si mi corazón o mi espíritu, está más roto.

Una chica me dijo al comienzo de la guerra: «Cuando pienso en ti, la palabra


ondulante es la que me viene con más frecuencia a la mente.»

74
Todo lo que procede de un desequilibrio bien marcado suscita un eco vivo, en
literatura particularmente. Y si es verdad que una obra no podría surgir de la
indiferencia, ni siquiera de la serenidad, esta indiferencia positiva, esta
indiferencia decantada, acabada, casi triunfal, es la razón por la que, en los
momentos difíciles, en los momentos de desequilibrio precisamente, se
encuentran tan pocas obras que puedan calmar o consolar. ¿Cómo podrían si ellas
mismas son el producto de la insatisfacción y la inconsolación?

Me piden todo el tiempo escribir sobre éste o aquél. Me niego. En el punto en


que estoy, la mayoría de obras de las que tendría que hablar me parecerían
piruetas y nada más, y me sentiría culpable de explayarme sobre ellas e incluso
de leerlas. He roto prácticamente con los literatos, del género que sean.

El escritor que se respeta ya no desea el éxito.

Los rumanos. A nuestro contacto todo se vuelve frívolo, incluso nuestros


judíos. Les hemos esterilizado, les hemos hecho perder su genio, sobre todo su
genio religioso. No hay rabinos milagrosos entre nosotros, ni hasidismo. El
escepticismo visceral de nuestra raza les ha sido funesto. Su permanencia entre
nosotros ha sido para ellos más nefasto que una asimilación. Les hemos vuelto
casi tan superficiales como nosotros; un poco más, y los habríamos asimilado
enteramente.

Lutero, el mayor temperamento religioso desde San Pablo.

Los obsesivos deberían evitar ser fecundos, escribir lo menos posible, so pena
de repetirse.

75
Solo hay grandeza cuando un hombre se encuentra solo contra todos.
La desesperación o la herejía.

Somos mil veces más felices en «sociedad» con un fanfarrón que con un
quejica. Me horrorizan aquellos que se quejan siempre, sin motivo ni razón. ¡Qué
placer por el contrario pasar una hora con un Gascón! Al fin alguien que debe
hacer un esfuerzo para sentirse decepcionado. Conozco a uno que, reenviado por
su tuberculosis, me anunció la cosa como una hazaña.
Del Gascón a Don Quijote el intervalo es mínimo.

Como le dije a un colaborador los judíos fueron los agentes más eficaces de la
cultura alemana, me respondió: «Los alemanes han destruido su mayor capital.»

Todos los días habría que apelar a otro dios para poder afrontar este miedo que
se renueva al final de cada noche.

Toda la literatura contemporánea, en la medida en que procede de Rimbaud y


de los surrealistas, está fundada en la inconveniencia de las imágenes.

El Demiurgo se llama en hebreo Ialdabaôth, es decir, «hijo del caos».

Joyce y Wittgenstein (lo he leído en notas biográficas sobre ellos) amaban


particularmente a Tolstoi, y sobre todo su pequeño cuento: «¿Cuánta tierra
necesita un hombre?»

76
De golpe, recuerdo la primera película que vi (¿en 1919?) en Sibiu, en el cine
«Appollo». La película se llamaba, si no me equivoco, La Dama del Mar
(Doamna Marii) (??). Recuerdo la conmoción que sentí con la visión del mar
agitándose en la pantalla. Esta sensación, no debería haberla olvidado jamás; y
sin embargo, solo me vuelve hoy, ¡cuarenta y cinco años después!

¿Por qué el hombre me interesa hasta el punto de hacerle mi única


preocupación? ¿No será ésta una puerta trasera para enmascarar la obsesión que
tengo por mi querido pequeño yo?

Para un escritor como para cualquiera, es mejor terminar abucheado que


aplaudido. En la ignominia estamos más cerca de lo esencial que en la gloria.

Acabo de releer algunas páginas del Breviario (¡aparecido en libro de bolsillo!),


y me hizo algo. Mi emoción, he terminado por verlo, no se debía a la calidad del
texto, sino a los recuerdos aparejados a él, a las pruebas de donde surgió.
(Permitir que este libro caiga en manos de cualquiera me parece imprudente.
Tienes con qué aplastar a un débil y debilitar a un
fuerte. ¡Cuánto veneno había acumulado para poder escribirlo!)

Cuando escribía el Breviario, recuerdo haberme repetido con bastante


frecuencia: «Voy a ajustar cuentas con la Vida». Se trataba, hay que decirlo,
de una ejecución. Todos mis libros proceden del mismo espíritu.

Cuántas veces al día me sucede decir: «¡La Liberación! No tienes ninguna


aptitud. Harías bien no volviendo a hablar de ello.» Porque, a decir verdad,
constato en cada ocasión que el «viejo hombre» está en mí tan enérgicamente
presente como si no hubiera dado ningún paso hacia la sabiduría.

77
Conozco mis defectos y al mismo tiempo sé que no puedo corregirlos.
¿Qué otra cosa puedo hacer que reivindicarlos?

Solo los vanidosos son amargos.

Detecto en mí, para mi mayor humillación, reacciones de autor, donde menos


lo podría esperar. Esta sorpresa me resulta penosa a cada instante, y se repite
fastidiosamente. No tengo control sobre mi fondo, sobre mi ser, no tengo ningún
medio de controlar mis secretos, mi yo.

Me horroriza manifestarme. Y, cómo le escribí a alguien, estoy acabado, porque


comienzo a extraer las consecuencias de mis ideas. Cuanto más me atengo a
ellas, más en falso me siento en relación a la existencia. ¡Retirarte
indefinidamente en ti mismo, como Dios después de la Creación!

Durero, el Greco, Van Gogh.

Jamás habría que escribir para hacer un libro, es decir, que no hay que escribir
con la idea de dirigirse a los otros. Tienes que escribir para ti mismo, eso es todo.
Los otros no cuentan. Un pensamiento solo debe dirigirse a quien lo concibe. Es
esta la condición esencial para que los otros puedan asimilarlo con provecho,
hacerlo suyo verdaderamente.

La obsesión por la obra a crear, a dejar, me parece cada vez más pueril. Tienes
que ser alguien, la obra es secundaria: una superstición en suma bastante
reciente. ¡Cuántas civilizaciones orales valen más que la nuestra! De hecho,
incluso en la Antigüedad existía el prejuicio de la escritura. Hay que remontarse a
Homero, para encontrar un mundo que todavía estaba en la verdad.

78
El horror, el miedo al libro en el mundo rural: D. Ciotori que escribía en el
campo, en Oltenia, los recuerdos de su infancia, cuenta un día a su vecino, un
cierto Coman, que hablará de él en su libro. Al respecto, Coman le dice: «Tengo
sin duda muchos pecados. ¡Pero no pensé que había caído tan bajo como para
que me metieras en un libro!»

Siento el mayor de los desprecios por los escritores que se pretenden y se creen
malditos, mientras llevan admirablemente sus asuntos. Tal que va de solitario, y
que aparece en las revistas, hace la corte a los jóvenes, y no pierde ninguna
ocasión de hablar de sí mismo. Todo esto, con un aire aparentemente distante; en
realidad, con el mayor deseo de estar presente en todas partes.
Todo escritor es odioso, porque el escritor. Tal vez sería generalizar: Es odioso
cualquiera que se emplea en obrar, de una manera o de otra.

Atenerte a lo mínimo, lo he convertido en mi divisa. Muriendo, me gustaría


decir: «No hice todo lo que podría haber hecho.»
Orgullo al revés, me temo. Dejar suponer dones que no tienes o que solo posees
en germen, ¿no hay algo de engaño, por no decir deshonesto?

Todo hombre que busca el elogio o solamente la aprobación demuestra que no


es lo suficientemente orgulloso.

El poeta que medita sobre el lenguaje prueba que la poesía le ha dejado.

79
¡Miseria de miserias! Hoy, los poetas escriben sobre la poesía, los novelistas
sobre la novela, los críticos sobre la crítica, los filósofos sobre la filosofía, los
místicos sobre la mística.
Lo que haces se ha convertido en el único objeto del trabajo; el oficio ha
sustituido a lo real; el procedimiento a la experiencia; por todas partes una
deficiencia en lo original, en lo vivido; la reflexión prima sobre todo; el
sentimiento ya no está en ninguna parte, es como si ya no hubiera nada que
sentir.

Cada vez que abandono un proyecto o falto a un deber, antes de nada siento
alivio, después algo de vergüenza. Es el alivio lo que persigo; si la vergüenza a
veces no está ahí, él, jamás se hace esperar.

Los hombres se dividen en dos categorías: los que buscan el sentido de la vida
sin encontrarlo y los que lo han encontrado sin buscarlo.

Los enfermos son de una crueldad a prueba de bombas: no tienen piedad de


nadie. (Una verdad que tiene excepciones) (Un ejemplo típico de media verdad).

No siento ninguna afinidad con ningún escritor con buena salud (¿existe?
digamos, por simplificar, del tipo Goethe).

A un grupo de estudiantes que me invitan a dar una conferencia, les respondo


que «pierdo todos mis medios ante el rostro humano». Hablar en público me
parece inconcebible; de todos modos soy totalmente incapaz. Se trata de una
incapacidad mórbida. Tan pronto como estoy ante una multitud (incluso íntima,
en un salón), ceso de articular, me siento como una bestia muda, y de repente me
apego a un universo anterior a la palabra. Con frecuencia pienso en La
Rochefoucauld rechazando ingresar en la Academia por temor a tener que
pronunciar el discurso de rigor.

80
Escuchando en casa de G.M. dos cantatas de Bach, exaltación rayana a la
felicidad.

Soy capaz de horror o de arrebato pero no de felicidad. Me he saltado lo


intermedio entre los dos extremos.

Mis problemas me ocupan tanto que los de los otros me suponen un peso
intolerable. No tengo espacio para alojar sufrimientos extraños; los míos me han
sumergido, me han hecho capitular.

Mis crisis de desaliento siempre culminan en ataques de crueldad.

Mi cobardía ante la «vida», esta formalidad que no logro cumplir. Porque todo
es oficial, incluso la existencia, incluso el SER.

No venceré al miedo, es obvio, pero no me dejaré abatir por él tampoco.


Vivimos juntos y acabaremos por hacer buenas migas.

Una mente enferma, roída de obsesiones, solo puede salvarse por la supresión
temporal de la reflexión, por una cura de idiotez.

Todos los hombres buscan el placer, la proposición es verdadera, siempre y


cuando agregues que hay algunos que buscan el dolor y que también es una
persecución del placer. Es el hedonismo al revés.

81
Habría que ser como Atman, «alegre y sin alegría», como se dice en el
Katha-Upanishad.

Alles ist einerlei! Ali is of no avail! [¡Todo es uno! ¡Todo es en vano!], he vivido
aferrándome a todos los giros que traducen la Vanidad de todo.

Domingo por la tarde. Entré en Saint-Séverin. No había casi nadie, salvo el


organista que improvisaba, o más bien tanteaba. Pero estaba en tal estado de
receptividad que el menor acorde me tocaba, me elevaba, me hacía estremecer.

Es mejor no escribir más que escribir un libro igual a otro. Evitar a toda costa
repetirse. No caer en la propia trampa. Nada hay peor que el automatismo, en el
pensamiento sobre todo. No abandonar el mecanismo del No.

Acabo de comprar los dos volúmenes de recuerdos de Matila Ghyka. Abro el


primero, y veo su foto de joven alférez de navío, en fin el de ministro
plenipotenciario, sobrecargado de condecoraciones. La única vez que le vi fue en
Londres, dos años antes de su muerte, en una casa para ancianos indigentes.
Parecía demacrado, miserable, perdido, como si acabara de salir de un ataque de
apoplejía. Intercambiamos algunas palabras convencionales. Para hacerle feliz, le
dije: «¿Aceptarías recibir un premio en París, el de la Academia por ejemplo?»
Su rostro se iluminó de repente. El contraste entre este naufragio y esas fotos
brillantes que acabo de mirar casi me da vértigo; me ha causado en todo caso
depresión y me he metido en el lecho, como durante un gran dolor.

No escribir nada que no esté arrancado de tu ser, no escribir nada con vistas a
una obra, sino a la verdad.

82
Cada uno de nosotros, durante nuestra vida, no cesamos de extrañarnos de ser
precisamente lo que somos. El drama de la unicidad es inagotable e insoluble.

Cuanto más avanzados estamos en la vida espiritual más inútil encontramos lo


que hacen los demás. (Esto no tiene nada que ver con la reacción del egoísta que
podría expresarse así: «Llamo inútil a todo lo que hacen los demás.»)

Si desde hace un cierto tiempo he tenido tantos problemas para escribir, es


porque ya no empleo ni la violencia ni la provocación; en la una y en la otra mi
espíritu se encuentra a gusto y funciona sin esfuerzo. La ponderación, que me he
impuesto, me corta todos mis medios. La prudencia es mi desastre.

Siempre he querido estar solo, si no único, al menos jamás estar en la cabeza de


los otros, de nadie. Ordenar, ejercer una autoridad incluso espiritual, me repugna
absolutamente. Querría ser todo salvo un dios. Toda forma de consagración, la
suprema muy especialmente, solo la idea me pone fuera de sí. Solo me gusta el
borrado con el orgullo que eso implica. Ser alguien a espaldas del mundo, es a lo
que aspiro por naturaleza, más que por cálculo o «ideal».

Un hombre solo puede mejorar si, por algún accidente, consigue perder sus
ambiciones.

En cualquier lugar, pero sobre todo en París, no hay mayor placer que el que
suscita la caída de un renombrado. Se pierde su nombre en efecto; la gloria fue la
consagración.

83
Sobre la chimenea de mi habitación, una estatuilla de Buda y un recorte de
periódico que representa a un chimpancé. ¿Esta vecindad es azarosa? Sí, sin
embargo se corresponde con mis preocupaciones actuales. Los inicios del
hombre y la Liberación.

Cada día, en un momento dado que me es imposible prever, surge este malestar
que se profundiza, que se insinúa en mí y me somete: es la angustia que se
destaca y se afirma, es su hora; rara vez falta a la cita.

Mi desesperación viene casi únicamente de mi abulia, la cual está en


contradicción con una exigencia moral secreta que existe en mí y que persevera a
pesar de mis convicciones tan próximas al universo de los abúlicos. Tengo una
nostalgia más o menos inconsciente de la acción, de la eficacia, de hacer, todas
cosas que desprecio en teoría; pero nuestras teorías no tienen nada que ver con
nuestras realidades profundas.

Soy supersticioso hasta el ridículo, no he entrado del todo en el juego de la


civilización, porque lo que tengo de verdad, pertenece al mundo anterior al
concepto, anterior a las tonterías de la razón.

Si he adelgazado tanto desde hace un año, es porque dudo terriblemente de mí,


y, lo que es más grave, no me acepto. Me rechazo, con la consecuencia de que mi
propio cuerpo es sacudido. Para mantener tu peso necesitas un mínimo de
confianza en ti mismo y esperanza. Paso mis jornadas en una desolación estéril
que me desgasta, que me aligera peligrosamente.

En la antigua India, la sabiduría y la santidad se confundían. Necesitamos


imaginar la síntesis perfecta de un estoico y de un místico cristiano, para tener el
equivalente (muy relativo, por cierto).

84
Mi pensamiento es monocorde. Y sin embargo los males que lo han alimentado
no pueden ser más diversos. Él los ha asimilado todos, y solo ha conservado su
esencia, que les es común.

Si he comprendido algo en la vida, se lo debo a mi calidad de vencido.


El fracaso, en el plano filosófico, es todo beneficio.

Tan pronto como te sientes radicalmente solo, todo lo que experimentas


concierne más o menos a la religión.

Entre la inquietud metafísica y la inquietud en estado puro, sin razón, la


diferencia es casi nula, sin embargo la primera es casi normal y la segunda es
necesariamente mórbida.

El hombre que ha vencido completamente el egoísmo, que no conserva ninguna


traza, no puede durar más de veintiún días, enseñado por una escuela vedántica
moderna.

En los momentos de extremo furor contra mí y los hombres, me aferro a Dios.


Es todavía lo más sólido.

Siendo el hombre un animal enfermo, el menor de sus gestos tiene el valor de


síntoma.

El hombre pasará.

85
Me gusta esta creencia hindú de que algunos demonios son el resultado del
voto que se ha hecho en una vida anterior de encarnarse en un ser, enemigo
mortal de Dios; porque el odio nos lleva a pensar más en Él que el amor.

«El asno me parece un caballo traducido al holandés.» (Lichtenberg)

La cosa más estúpida, la menos «filosófica» que existe en el mundo es envidiar


lo que sea. No conozco a ningún vivo del cual me gustaría estar celoso. Si se
tratara de objetos, todo cambiaría.

El miedo a sufrir es el mayor obstáculo a la realización de un ser, a la ambición


y el deseo de tener un «destino».

Me gusta leer biografías, alimentarme de las manías de los otros, encontrar una
justificación a las mías. Si alguna vez un maníaco persiguió esta tierra, ese fui yo.

Una de las últimas disposiciones tomadas por Schopenhauer antes de su muerte


fue la siguiente: «Lleno de indignación por la vergonzosa mutilación que miles
de escritores sin juicio hacen sufrir a la lengua alemana, me veo obligado a la
siguiente declaración: ¡Maldito sea cualquier hombre que, en las futuras
reimpresiones de mis obras, cambie a sabiendas lo que sea, una frase o solamente
una palabra, una sílaba, una letra, un signo de puntuación!»
¿Es el filósofo, es el escritor quien le hizo hablar así? Los dos a la vez más
bien, y esta combinación es muy rara. ¡Un Hegel no hubiera proferido una
maldición parecida! ¡Ni ningún otro filósofo de gran clase, exceptuando a Platón!

86
Cuando escribes, durante el tiempo de elaboración, encuentras que es
importante todo lo que dices, cuando al fin está escrito o publicado, ¡qué
despertar! Toda creación es un sueño (y esto es verdad en la Creación misma).

Tener miedo de tu sombra ¿Cómo no tenerla miedo? Tengo cincuenta y cinco


años, y es la primera vez en mi vida que «me doy cuenta» de que tengo una, yo,
una sombra, y no soy yo quien la proyecta, es ella quien me proyecta.

Con la edad, pierdo cada vez más el gusto por la paradoja. Es la verdad lo que
me importa, y no la expresión por sí misma. Huyamos de lo brillante como de la
peste.

Mis ataques de humor sombrío me impiden tener una línea de conducta en el


orden espiritual. Paso de un estado a otro, sin ninguna utilidad.

Cuando estás mortificado por demasiados impulsos contradictorios, ya no sabes


a cual ceder. Falta de carácter, eso es todo y nada más.

Todavía no sé si quiero ser desconocido o no. Si tuviera la gloria, estoy casi


seguro de que no podría soportarla, en todo caso la soportaría tan mal como
soporto mi casi total oscuridad.

No escribir para nadie, ni siquiera para uno mismo, ¿no sería el único medio de
acceder a la verdad y reflejarla? (¿de ponerse a nivel con la realidad?)

87
«La metafísica es la búsqueda de malas razones para justificar que creemos
instintivamente.» (F.H. Bradley)

El Luxemburgo bajo un cielo de verano, lleno de gente. Ideas de suicidio.


Verdaderamente no veo por qué todavía me arrastro en medio de esta turba.
De nuevo, la tentación del desierto.

Precipitado en un estado de no-deseo.

El de qué sirve tiene su utilidad. Impulsado por ataques de indignación, he


escrito, en los últimos tiempos, cartas insultantes a varias «personalidades». No
he enviado ninguna: incluso me he apiadado de los «insultados», he encontrado
que había sido injusto con ellos. Los hombres no pueden ser otros de lo que son.
¿Por qué molestarlos en sus hábitos y en sus vicios? Cada vez que, en mi vida, he
roto una carta salida de un cambio de humor, me he felicitado. Además, en total,
apenas habré enviado una docena desde que existo. Permanezcamos fuera del
juego, dejemos a los otros consumirse.

Estoy asombrado de mis recursos de tristeza; ¿de dónde pueden provenir? Son
inagotables al pie de la letra. ¿Qué progreso espiritual podría hacer con este peso
en la sangre?
Cuando hablo de «liberación», no hago literatura; respondo a una llamada que
surge de mi espíritu y de mi fisiología, de todo lo que tengo de bueno y de malo,
de todo lo que hay de religioso en mi desolación. El único «mito» al que me
adhiero sin restricción es al del Paraíso perdido.

Mis estados habituales, digamos, predominantes: piedad, disgusto, desolación,


horror, nostalgia, lamentos en serie.

88
¿De dónde puede derivar esta tristeza inhumana? Veo la causa en un doble
desastre: metafísico y fisiológico.
Depresión cósmica. Solo me escapo de ella refugiándome en el lecho y
cubriéndome la cabeza. Olvido bienaventurado, huida, hundimiento en una
cobardía suprema.

La crueldad como producto de la depresión. El gusto por la crueldad es


inseparable de la depresión. Necesidad de leer libros sobre el Terror.

Bunin cuenta en sus memorias que el príncipe Kropotkin, regresó a Rusia


durante la Revolución, y fue festejado. Pero pronto se le abandonó. Tuvo que
cambiar de alojamiento varias veces hasta que terminó viviendo en un pequeño y
destartalado apartamento abandonado por todos. Era muy viejo, y ya solo tenía
un ideal: obtener un par de botas de fieltro.

Hay que habituarse a la idea de ser olvidado, resignarse incluso, regocijarse si


es posible. Lo más ridículo es sufrir por ello.

Un imbécil me llama durante más de media hora. No tenía nada que decirme,
ya no tenía nada que decirle, pero como no tengo la fuerza de colgar brutalmente,
merezco el castigo que me infringe con sus estúpidas palabras. En cierto sentido,
me hace un servicio: me revela la profundidad de mi cobardía, de mi pretendida
«delicadeza».

El alzamiento del disgusto cada vez que me preguntan si escribo y sobre qué,
etc. ¡Si lo supiera! Vergüenza, remordimiento, exasperación, ¿qué no cabe en el
drama del escritor que no escribe?

89
Repetir lo que se ha mantenido contra nosotros, es muy grave. Desconfiar de
estos indiscretos que en apariencia te quieren bien. Repiten con la misma
facilidad nuestros comentarios venenosos. Los odios profundos nacen casi todos
de chismes reportados. Quien nos dice lo que se dice de nosotros es nuestro peor
enemigo. Es imposible no dar crédito a una calumnia que ha sido soltada sobre
nosotros y que se nos comunica. ¡Qué vulnerables somos!

Me quejo de los otros pero no soy nada mejor que ellos. Tengo todos los vicios
que denuncio en ellos. Y lo que es más grave, es que me apercibo de que alguno
de mis defectos que creía haber dominado y superado es en realidad más
vigoroso que nunca y solo espera a manifestarse. Soy un violento al que su
cobardía me hace parecer sabio. ¡Sin esta cobardía de qué no sería capaz! Hay
que decir también que me gusta mi tranquilidad y que no tengo ningún interés en
hacer valer mis impulsos, mis instintos vehementes. Fundamentalmente, tengo un
temperamento epiléptico.

Lo que más tememos son las opiniones que sostienen sobre nosotros aquellos
enemigos que fueron, en un cierto momento, nuestros amigos. Como nos
conocen a fondo y ya no tienen ningún interés en tratarnos, emiten sobre nosotros
juicios de una verdad insostenible y sin apelación.

La iniquidad no es un misterio sino la esencia visible de este mundo.

Cuando nos reportan un juicio desfavorable o calumnioso contra nosotros, en


lugar de enojarnos, deberíamos pensar en todas las cosas malas que hemos dicho
de los otros, y encontrar que es justo si se dice igualmente de nosotros. Pero eso
jamás sucede. Y de todos los hombres, los más vulnerables, los más susceptibles
y los menos inclinados a pensar en sus propios defectos son los calumniadores.
Basta con citarles la menor evidencia contra ellos, para que pierdan la
compostura y se desaten.

90
Cena en la ciudad. Un francés de origen polaco-ruso, al cual pregunto si
todavía sabe el suficiente como para poder leer un poema, me dice: «No lo he
intentado, no tengo tiempo...»
La mujer de este caballero, una perra de una estupidez monstruosa, cuando le
digo que en Rusia solo hay unas pocas personas muy cultivadas que saben
francés, me responde: «En Rusia todo el mundo es culto, todo el mundo es
inteligente. Ya no es como antes.»

«Para ser feliz se necesita, tener bien el estómago y mal el corazón.»


(Fontenelle)
«El mayor secreto de la felicidad, es estar a bien contigo mismo...» (Fontenelle)
Sobre Fontenelle, la Sra. Geoffrin decía que aportaba todo en su compañía
«excepto ese grado de interés que te vuelve desgraciado».

Me gusta esa secta judía del siglo XVIII, creo, en la que se convertían al
cristianismo por gusto y pasión por la decadencia.

He notado que en todos los momentos esenciales de mi vida, después de


algunas reflexiones de un orden, digamos, elevado, mis pensamientos toman
invariablemente un giro mezquino, terrenal, incluso grotesco. Ha sido, es siempre
así, en todas mis crisis: en cuanto haces un salto capital fuera de la vida, la vida
se venga... y te lleva de nuevo a su nivel, incluso por debajo de su nivel.

La crueldad y la piedad, la una y la otra abstractas, cerebrales, son mis rasgos


característicos. Tirano o eremita, algo en lo que sería bueno: un monstruo en los
dos casos.

La mayor parte de mis jornadas la paso en una fiebre metafísica sin


pensamiento.

91
«Una historia aburrida» de Chejov, una de las mejores cosas que jamás se
hayan escrito sobre los efectos del insomnio, o más bien sobre la irrupción del
insomnio en una existencia.

Lo que vuelve un libro interesante, es la cantidad de sufrimiento que encuentras


en él. No son las ideas, son los tormentos del autor, quienes nos requieren; son
sus gritos, sus silencios, sus impases, sus contorsiones, sus frases cargadas de
insolubles. En regla general, es falso todo lo que no surge de un sufrimiento.

El verdadero secreto de la felicidad consiste en «estar a bien contigo mismo»,


esta frase de Fontenelle, si se aplica a alguien es a mí mismo, pero
negativamente. Por mucho que lo intento, no logro reconciliarme conmigo
mismo, estoy siempre en malos términos con mi «ser». Mi furia no tiene límites,
que sea yo el objeto o que lo sea el universo, es indiferente.

Un indio de América del Sur, convertido al cristianismo, se lamentaba de


convertirse en pasto de los gusanos en lugar de ser comido por sus hijos, hubiera
honrado su destino si hubiera permanecido fiel a las creencias de su tribu.
Si alguna vez un lamento fue legítimo, es este.

Estoy hecho para soportar los golpes metafísicos, pero no los golpes del
destino. He transformado, para no tener que resolverlas, todas mis dificultades
prácticas en problemas. Ante lo insoluble, al fin respiro…

Me intereso cada vez más por Mongolia, cuya carrera histórica halaga mis
gustos. Difícilmente se encontrará otro ejemplo de gloria tan grande seguida de
una decadencia tan lamentable.

92
«La muerte no es figurada, a la vista del hombre moderno, ni para el joven que
baja una antorcha, ni por un Parque, ni por un esqueleto; solo él no ha encontrado
un símbolo para ella...» (Max Scheler, Muerte y supervivencia, Aubier, Paris, p.
41)

Logia, las palabras del padre Pouget, publicadas por Jacques Chevalier. No he
encontrado nada que realmente me haya golpeado. Todo estaba en el hombre, en
su presencia, en sus inflexiones. Esta impresión de profundidad visible, de
santidad, no emerge del texto. Incluso la santidad es una cuestión de acento.
Esto me hace pensar en esas conversaciones brillantes, incluso notables que
pierden toda su sal en cuanto se ponen en papel. Las figuras que nos fascinan,
hay que hablar de ellas, trazar su retrato, pero no hace falta querer hacerte una
idea por las propuestas que sostuvieron. En el Retrato del Sr. Pouget, el mejor
viene de Guitton, de lo que dice sobre la fisonomía y las singularidades del
Padre.

Todo es difícil para mí, porque cada instante equivale a un obstáculo. El


Tiempo está troceado en una infinidad de obstáculos, que lo detienen y me
detienen. Esta discontinuidad es otro nombre para la desolación.

Si supiera hasta que punto soy lamentable, me mataría, eso seguro.

Es a la vez extraño y normal que un hombre tan inapropiado para la salvación


como yo haya hecho de ella el único tema de sus meditaciones.

Dimitir, «presentar tu dimisión», abandonar, capitular, licenciarse y sobre todo


despedir, ser despedido,... etc, etc... encuentro un placer casi sano en todos los
matices del fracaso.

93
X, crítico literario, novelista etc. No hay remedio a su confusión intrínseca, a su
caos congénito.

El Sr. Blanchot habla de la «obscenidad deshonesta» (?) de Chateaubriand, que


se opone a no sé qué «pureza» de Sade…
Una falta de justeza y de buen sentido hasta este punto, es desconcertante.

A unos, la perspectiva de morir (Proust, Hitler...) les empuja a una actividad


rabiosa: quieren terminar todo, concluir su obra, eternizarse por ella; ya no hay
un instante que perder, son estimulados por la idea de su fin, a otros la misma
perspectiva les paraliza, les lleva a una sabiduría estéril, y les impide trabajar:
¿de qué sirve? La idea de su fin adula su apatía, en lugar de sacudirla, mientras
que en los otros excita todas las energías, tanto las buenas como las malas.
¿Quién tiene razón, dónde está el sentido común? Es difícil decirlo, máxime
cuando las dos reacciones están justificadas. Todo depende de nuestras
inclinaciones, de nuestra naturaleza. Para conocer a alguien verdaderamente,
debes saber lo que desencadena en él el pensamiento de su fin: ¿es exultante o
entumecedor? ¡Felices aquellos que se ponen a la tarea porque piensan que van a
morir, que encuentran en esta idea un impulso más dinámico! Menos felices
aquellos que deponen las armas y esperan, porque tienen demasiado tiempo para
llegar a su término. Mueren durante todos los instantes que consagran a la idea de
la muerte: son moribundos en el sentido pleno de la palabra, moribundos
inagotables.

Mongolia, país que amo porque hay más caballos que hombres. Un periodista
inglés cuenta que un joven indígena le dijo, quejándose de que su país apenas
superaba el millón de habitantes: «Sin embargo, hemos dominado a Rusia, a
China y a la India.»
Durante setecientos años, Mongolia está en decadencia. Es incluso una
decadencia única, sin precedentes, una derrota histórica alucinante. Un país que
lo ha perdido todo. El mayor imperio que jamás ha existido (en extensión, se
entiende) reducido a un pueblo pequeño, condenado aparentemente a la
mediocridad. Pero su destino no puede estar sellado. Es mejor ser mongol que
pertenecer a un país sin pasado y sin porvenir. Si fuera mongol, estaría tan
orgulloso como si fuera judío (en nombre de un pasado tan insólito).

94
La cosa más grave para un escritor, singularmente para un poeta, es jugar su
propio juego.

Tener buen gusto es saber tachar. La acumulación de hallazgos es una


talento
acumulación de debilidades.
Es mejor decepcionar por laconismo que por profusión.

En todos los momentos de vacío, de nada interior, de sequía inapelable,


me aproximo al lenguaje, peor: a la gramática.

Libro atractivo de Gusty Herigel sobre las composiciones florales en Japón.

A fuerza de querer corregir mis defectos, ya no sé dónde estoy.

Ikebana, nombre japonés del arte de arreglar las flores.

Creo que sería el peor psiquiatra imaginable, porque comprendería a todos mis
pacientes y les daría la razón.

Mozart y Japón son los éxitos más exquisitos de la Creación.

95
A veces me digo: Eres el hombre más usado que conozco. Exageración o no,
poco importa; pero es un hecho que todo el mundo a mi lado parece
increíblemente fresco, tanto física como moralmente. Esta impresión viene
también de mi vieja, de mi delirante convicción, de que soy el único en no estar
engañado, que todos los otros son crédulos, inocentes, sumergidos para siempre
en la ilusión, ineptos para el despertar, para la verdad, para lo irremediable.

Poder visitar la Tierra después de una guerra atómica en condiciones es un


deseo legítimo pero...

Para mí, toda estación es una prueba: la «naturaleza» solo cambia y se renueva
para golpearme.

Pienso en tal poetastro que se sintió ofendido porque, en el Mercurio, figuraba


antes que él. Le culpo y no le culpo, al mismo tiempo. Mi primer movimiento es
la venganza pero la reflexión me invita al olvido, de lo contrario...
En mí, el perdón es siempre un segundo movimiento, fruto de la conciencia que
tengo de la inanidad de todo gesto.

D. quiere enviarme un manuscrito que trata sobre los horrores que ha conocido
en las prisiones de allí. Pero sus sufrimientos no le interesan a nadie aquí: ¿cómo
decírselo? Es allí donde tendrían un significado y un eco, y un valor literario; en
Occidente ni siquiera tienen un interés anecdótico.

He nacido en un país donde la actividad esencial de todos consistía en


lamentar. Mis ancestros seguramente no estaban orientados hacia el porvenir. Y
no seré yo quien les censure. Raza elegíaca, escéptica, desheredada.

96
Exposición de D. Th. Encuentro a Léonor Fini, a quien no había visto desde
hace años, y que me puso mala cara: ¿por qué? No merece la pena ir al mundo si
no puedes disimular tus sentimientos.

Cuando eres pobre, tienes obligaciones y las obligaciones implican


humillaciones. Ir al mundo es una para mí (... se ha convertido en una, mejor
dicho, porque hubo un tiempo en que una curiosidad estúpida me hizo recorrer
los salones).
Una cena donde hay más de cuatro personas es una prueba. En verdad, toda
«sociedad» me deprime al principio, después me enfurece.

Aceptaría salir al mundo si las bofetadas estuvieran permitidas.

Nuestra Madre la Depresión.

No es elegante quejarse de la vida mientras podamos disponer de una hora de


soledad al día.

Todas las máquinas, todos los útiles incluso, que el hombre crea, se
transforman en instrumentos de tortura y se vuelven contra él. Es particularmente
verdad para todo lo que forja para su placer.

¿El sentido de mi existencia? Acumular estupores…

97
Es necesario borrarse cuando lees un poema, y no sustituirle, lo que hacen
todos los franceses cuando se obstinan en leerlo. Esos trémolos, esos arrebatos
retóricos, esa afectación, esas inflexiones nasales destruyen la música interna,
inconfesada, del poema por una especie de escalada de melodía vulgar,
falsamente patética. El teatro es la causa de esta falsificación, de este atentado a
la esencia de la poesía, habría que prohibir a los actores, a las actrices sobre todo,
decir el menor verso, en Francia, se entiende. Las mujeres adoptan una voz
afligida o chillona, se dirían que están sufriendo una violación. Esa necesidad de
adelantarse siempre, de interpretar, que es un rasgo nacional, y que es tan funesto
para la expresión, para el decir. El actor es el enemigo del poema.

«En 1928 el Maestro Takeda invitó a Sandai a los principales Maestros Florales
de Japón, y pude asistir a estas reuniones. Cada uno de ellos debía producir
trabajos representativos de su manera de interpretar el arte floral. Comenzaron de
buena mañana, y sus obras fueron expuestas en jarrones escogidos con mimo.
Hasta la noche fue un desfile ininterrumpido de visitantes competentes y
respetuosos que no se cansaban de admirar la perfección y la diversidad infinita
de obras realizadas sobre un único y solo tema.
Al final de la semana, los Maestros se reunieron por última vez. En el curso de
esta última reunión, se lamentaron de que las flores que habían servido para los
arreglos debieran ser extraídas de sus jarrones esa misma noche para liberarlas
para las lecciones del día siguiente. Las flores así no podían llegar a su plena
floración. Sus horas estaban contadas... Los Maestros resolvieron honrar, por un
acto solemne, a aquellas flores que desde siempre han sido cortadas para servir a
las composiciones florales, luego arrojadas cuando se marchitan, o bien,
siguiendo una antigua costumbre, abandonadas a la corriente de un río.
Decidieron pues por unanimidad enterrar las flores en el jardín del Maestro
Takeda. Una lápida fue erigida portando, en la cara, esta inscripción: «Al alma de
las flores sacrificadas», mientras que en el anverso trazaron el nombre de los
Maestros presentes.»
(Gusty L. Herrigel, El Zen en el arte japonés de las composiciones florales,
Lyon, Paul Derain, 1961)

Me interesan las religiones orientales, estoy obsesionado por la liberación, por


la pureza, por el nirvana, y sin embargo, alguien en mí me susurra: «Si tuvieras el
coraje de formular tu deseo más secreto, dirías, "Querría tener todos los vicios."»

98
Mi amigo X, me preguntan en qué se ha convertido. Administra su gloria, fue
mi respuesta.

Es ridículo morir.

Solo amamos verdaderamente a un amigo cuando está muerto.

El Tiempo es mi vida, mi sangre; los otros, vampiros que viven de él, y que me
agotan. Cualquiera que me saluda me arrebata mi sustancia, la menoscaba en
todo caso.

Jakob Taubes me dice que su hijo que tiene trece años ya no cree en Dios:
«Cuando hago mis deberes de matemáticas, los hago sin la ayuda de Dios.» Y
añade: «Durante la guerra cuando Hitler mataba a los judíos, Dios se paseaba por
otro planeta.»

No mires ni hacia adelante ni hacia atrás, mira dentro de ti mismo, sin miedo ni
arrepentimiento. Nadie desciende a sí mismo en tanto permanece en la
superstición del pasado y del porvenir.

Toda mi vida, he vivido en situaciones falsas. La razón es que jamás me he


identificado completamente con nada. Siempre al lado, en apariencia en regla
con todo, en realidad irregular en todo.

Todo un sector de mi «ser» compete al psiquiatra. La mayor parte de mis


obsesiones son mórbidas, luego estúpidas, quiero decir estériles e inutilizables.

99
En lugar de estarme agradecido, los amigos me reprochan no escribir nada,
no publicar nada.

El día en que no he sufrido, no he vivido.

En un mundo en el que todos hacen demasiado, me obligo con éxito a lo


mínimo: mi temperamento me empuja a eso por otra parte. Pero tengo el mérito
de haber compuesto con mis lagunas una sabiduría.

Rinitis crónica, catarro tubárico, no hace falta más para odiar al mundo y
odiarse. Solo se trata de males muy frecuentes. Pero el estómago, el hígado, los
nervios, las piernas...

He heredado un cuerpo con el que ya no sé qué hacer. ¡Ah! ¡estos padres que
no supieron abstenerse!

En los ataques de orgullo, recordar la manera en que hemos sido concebidos;


nada invita más a la modestia, ni siquiera la muerte. El proceso innombrable por
el cual llegamos a ser, no hay que pensarlo demasiado a menudo si quieres
conservar un poco de respeto por ti mismo.

Leo en un libro de psiquiatría: «Para que haya angustia, es necesario que haya
una vida en juego.»
—¡Para nada! La angustia no tiene necesidad de un peligro exterior;
generalmente vive bajo una amenaza sin objeto.

100
Después de ciertas noches, tienes que empezar de cero. Es como si retornaras
del Infierno.

Vomitar jamás es un acto puramente físico.


¡Qué vómitos irrealizados no habré arrastrado a lo largo de los días!
Un mamífero asqueado, si lo hubiera.

A menudo pienso en medio de una cena, en una multitud, en una sala de


conciertos o en un jardín: «Todas estas personas están condenadas a morir, no
escaparán.» Y esta evidencia, según mi humor del momento, me alivia o me
abruma.

Una espíritu repentinamente iluminado por el vicio.

Pensándolo bien, la naturaleza es tan desequilibrada como el hombre.

Me aferro a la duda para no caer en la desesperación y a la desesperación para


no hundirme en la duda.
Hundir es la palabra correcta: me hundo en todo lo que experimento, en todos
mis estados.

«Eres un gástrico», me dijo hace una decena de años alguien que acababa de
leer el Breviario.
Tenía razón y, sin embargo, estaba lejos de la realidad: hablando de
enfermedades, estoy bien provisto y no temo la concurrencia de nadie, no soy un
advenedizo.

101
Cualquier presencia me contraría, me molesta. Mi obsesión con el desierto
viene de todo mi ser, de mi fisiología en particular. Debería haber nacido antes de
la aparición de los vivos.

P.C. que suponía en Sainte-Anne, lo encontré por azar ayer por la noche en la
calle. Tuve miedo como ante una aparición. Recuerdo hasta que punto me afectó,
hace unos meses, enterarme de que acababa de ser internado.

Solo me gusta un estilo que tenga la claridad de ciertos venenos.

Reisner, muerto a los setenta y seis años, es un hombre que siempre he amado y
admirado. Lo conocí en Sibiu hacia 1931. Hoy, antes de ir a comer a la ciudad, en
el momento en que arreglaba el nudo de mi corbata, me decía que él, Reisner, ha
escapado a todo esto.

Estoy sorprendido y decepcionado al ver que la muerte de Reisner no ha


suscitado en mí una pena digna de la idea que tenía de un amigo como él.

Si comprendo fácilmente las enfermedades de los otros sin compadecerme


siempre, es porque he agotado mis reservas de piedad en mí cuidando mis
continuos males, sobre todo pensando en ellos.

Si se insistiera de una manera absoluta en cada caso, estoy seguro de que


absolvería a todo el mundo, a los grandes criminales incluidos. Todo juicio moral
emitido sobre los otros procede de un examen insuficiente, de un conocimiento
superficial. Verdugos y víctimas están hechos de la misma pasta, es la conclusión
que se obtiene cuando se han escrutado bien su naturaleza y sus móviles.

102
No consigo tener un peso normal, adelgazo desde hace años, solo prosperan
mis uñas, como en los cadáveres.

Los ambiciosos se reclutan entre los tarados. (¿Mi apatía probaría que soy
normal?)

Si es verdad que Epicuro vomitaba dos veces al día, este detalle por si solo nos
proporciona la clave de su ataraxia y nos dispensa de buscar en otra parte las
razones. ¡Qué revolución en el organismo, en el «alma» misma, cuando se
vomita! Qué bien comprendes entonces que se desee paz, serenidad, y que se
execre todo tipo de problemas.
Solo se debería biografiar nuestros males.

Desde hace poco más de seis años, llevo una campaña sistemática contra mis
ambiciones. La caída en el tiempo es una manifestación, un ataque, el más claro,
pero no el más eficaz. El verdadero trabajo de zapa lo practico en secreto y en
silencio en este continuo retorno sobre mí mismo, contra mí mismo.

Renuncia a la Salvación, el tema de mi próximo artículo, pienso en él de vez en


cuando, pero no avanza de ninguna manera. Todo gira en torno a esto: probar que
la renuncia a la salvación es la forma suprema de renuncia.

Jakob Taubes me ha dicho esta cosa aterradora, a saber, que las pruebas
recientes de los judíos no han producido ninguna plegaria original susceptible de
ser adoptada por la comunidad y dicha en las sinagogas.

Bergson admitió que no podía leer a Nietzsche; ¿qué diría hoy si viera que no
podemos leer a Bergson?

103
Hay algo en mí, no logro definir su naturaleza, que hace que nunca esté en
orden con este mundo.

Sufrir, es producir conocimiento.

La menor corriente de aire evoca mis dolores de oído y mi sinusitis. La frescura


que buscan los otros, yo la huyo: solo puedo soportarla estacionaria, inmóvil. El
aire debe detenerse; si no me mato.

Odisea del Rencor, es el fruto directo de mis trastornos de nariz y oídos. Podría
haber puesto como subtítulo: O.R.L. [Otorrinolaringólogo]

Nada hay peor que el cretinismo que lleva la máscara de la inteligencia.


(Es lo que se ve en todos aquellos que se sirven de una jerga filosófica o de otro
tipo.)

La angustia con traje de gala, como la llama Cyril Connolly. El despliegue de


la Angst [Angustia].

Emitir un juicio moral sobre los otros, erigirte en censor, es lo propio de un


canalla. Se trata, por supuesto, de los que emiten este tipo de juicios de manera
sistemática, de los espíritus intratables, de todos los que no muestran ninguna
indulgencia ante las debilidades de los otros. Pienso en X, el hombre de todos los
compromisos, exento de escrúpulos tanto en lo que hace como en lo que escribe,
que no desperdicia ninguna ocasión para reprender e incriminar a todo el mundo,
es decir a todos los que valen más que él.

104
Hay en mí un bromista y un trapense.

Mi error es haber reflexionado demasiado sobre los seres, y no lo suficiente


sobre el ser.

Es preciso que lea menos libros teológicos, debería sobre todo desligarme de
Oriente, en suma, volver a mis impurezas.

Solo estoy en vena cuando denuncio mis miserias.

¡Mis miserias! la única cosa que verdaderamente me interesa. Todo lo que he


escrito se reduce a una rumia sobre ellas; siempre fueron la materia misma de mis
reflexiones, el único objeto de mis obsesiones. Por eso inevitablemente tuve que
virar hacia las religiones, empleo juiciosamente este plural, porque a través de
ellas he buscado comprender mi caída múltiple.

¿Cómo es que hay tan pocas personas de bien? Estoy cansado de estos bocetos
de humanidad, de estas caricaturas, de estos seres logrados a medias.

La ansiedad no es provocada (condicionada) por nada; busca darse un


contenido, y para hacerlo, todo le es bueno. Desde ahí la desproporción entre un
estado, en sí mismo considerable, y los miserables pretextos a los cuales se
aferra. La ansiedad es realidad en sí, que precede a todas sus formas particulares,
a todas sus variedades; se sucede, se engendra a sí misma. Es «productividad
infinita», y, como tal, más propia para ser formulada en términos de teología que
de psiquiatría. Para entender su naturaleza, hay que superar los límites de la
psique, volver incluso a la soberanía del ser. Ella es en efecto soberana, apenas
hay atributo que le convenga mejor.

105
Sorana Topa [(1898-1986), actriz; después de su ruptura con Mircea Eliade, en los años treinta,
trató de poner a Cioran en su contra], a la que Marga Barbu debía llevar una carta de mi
parte (pero le fue imposible venir a verme antes de su partida), me hace llamar
desde Bucarest por la misma M.B. que no hace falta que le escriba, que estará
ausente de Bucarest durante un mes entero, etc. El verdadero motivo, no puedo
dudarlo, es el miedo, miedo de que le escriba cosas que podrían comprometerla
(lo que es realmente ridículo pues no hay nadie más prudente que yo cuando
escribo a allí). La ironía quiere que, en la carta que me había enviado después de
veinticinco años de silencio (forzado hay que decirlo), solo hablaba de
anonimato, de aniquilación del ego, y toda la salsa krishnamurtiana. Esta
cobardía, llevada tan lejos, aunque explicable, me ha disgustado fuertemente.
Esta campesina que discurría sobre la Nada (como P.T. la había llamado) siempre
me había inspirado un malestar atenuado por un poco de admiración, ahora solo
permanece en mí el recuerdo de este malestar. Estoy equivocado, lo reconozco, y
mi severidad me condena. Me sorprende verme tan injusto y tan mezquino.

El momento más extraño del dolor físico es cuando nos sorprende en plena
noche. Entonces es ilimitado, como la noche, que imita.

Cuando estás penetrado, como yo lo estoy, del sentimiento de la inanidad


general, todo parece ridículo, el sentimiento mismo. Visto desde demasiado alto,
un vértigo, aunque sea metafísico, se degrada.

Los romanos y los ingleses fundaron imperios duraderos porque, desprovistos


de espíritu filosófico, y refractarios a las ideologías, no impusieron ninguna a las
naciones que esclavizaban. Eran administradores y parásitos sin Weltanschauung
[Cosmovisión], luego sin verdadera tiranía. Mientras que los españoles, con su
catolicismo limitado, vieron derrumbarse rápidamente su imperio, y los
alemanes, con su espíritu de sistema que han llevado de la filosofía a la política,
han fracasado después de unos pocos años. Lo mismo les espera a los rusos. Las
ideologías solo ayudan a la expansión para molestarla mejor. Los turcos
ejercieron una hegemonía tan larga porque no pedían ninguna adhesión teórica,
ninguna creencia, ningún asentimiento profundo en los pueblos sometidos. No es
fácil ser autoritario y escéptico. Sin embargo, esta contradicción es quien hace al
verdadero Maestro.

106
Mis defectos son seguramente grandes; pero en fin solo son los de un indolente,
los de los otros, los activos, los ambiciosos emprendedores, me parecen mil veces
peores, porque perturban e incomodan mi indolencia misma, interfieren sobre lo
más sagrado que tengo.
(¿Se puede hablar de indolencia a propósito de alguien que no cesa de
atormentarse, luego que es activo a su manera? Soy un perezoso sui generis, un
agitado in situ, devorado por una furia sin rendimiento)

Todo este tiempo, he leído enormemente, a pura pérdida, y por cobardía,


por miedo a trabajar.

Si no estoy loco, es únicamente porque no ha habido locos en mi familia.

En el escepticismo, la duda no es un medio, sino un fin, es decir, la salvación


misma. Pues solo la duda nos puede liberar, y alejarnos de nuestros apegos. Lo
que para el común de los mortales es un estado apenas tolerable, casi una
pesadilla, para el escéptico es una manera de perfección, en todo caso una
culminación, un estado positivo.
(El escepticismo o la salvación por la duda.)

¡Hace falta resignación o coraje para no romperte, o disolverte, para conservar


tu figura y tu identidad!

Para vivir mucho tiempo, tienes que vencer la «voluntad de vivir», el apego
obstinado a la vida. Buda murió octogenario, Pirrón, nonagenario.

Teóricamente, me es tan indiferente vivir como morir; en la práctica, estoy


labrado por todas las angustias que abren un abismo entre la vida y la muerte.

107
Vuelvo a ver a Petru Comamescu después de veinticinco años. Un placer ver
que no ha cambiado; un malestar justamente que no haya cambiado.
(Todos estos amigos que han pasado por tantas pruebas, y que a pesar de todo
han guardado una frescura, una febrilidad, una juventud, que nosotros, al abrigo
de los golpes del destino (políticos, se entiende) no hemos sabido conservar.
Precisamente porque no hemos sufrido tan intensamente como ellos nos hemos
amargado, la amargura es justamente el signo de un sufrimiento incompleto.

Me paso horas al teléfono escuchando los problemas de los otros; mi rol es el


de un confesor, acechado por el disgusto.

El juicio de un escritor sobre otro escritor no vale nada. Tanto como tener en
cuenta la opinión de una portera sobre otra portera.
(Se entiende un escritor contemporáneo sobre otro escritor contemporáneo.)

De golpe, pienso en el principio de mi carta de condolencias a la viuda de


Reisner, escrita hace un mes: «Me sorprende que un hombre tan notable haya
podido morir...»
Es absurdo, pero fue dicho en alemán.

Antes le conté a Fred Brown por teléfono que si se suprimieran las tarjetas
postales ya no habría más turismo, la gente solo viaja para poder enviar saludos a
los que no pueden moverse.

Solo me gustan las anécdotas, y la metafísica hindú.

Los Atridas y los Habsburgo.

108
Pascal y Hume, he frecuentado bastante al primero, muy poco al segundo, pero
aprecio a los dos.

Los alemanes han teorizado sobre la ironía, por incapacidad de hacer uso
práctico de ella. Aporto dos pruebas bastante concluyentes. Al director de una
revista casi clandestina, que aparecía dos veces al año, le escribo que todo iría
bien aquí abajo si su revista apareciera todos los días... Me responde a vuelta de
correo: Tengo una buena noticia. La revista va a aparecer cuatro veces al año. La
otra, es el director del Merkur, al cual había escrito que, para que los alemanes
sean un pueblo de bien, deberían suprimir la cerveza y la universidad. Sobre esto
me responde que si voy a Munich, se compromete a hacerme cambiar de idea
sobre la cerveza, etc., etc.

Mi pereza mental es tal que cada idea, si no es instantánea, fulgurante, se me


aparece como una carga: pesada, oscura, y debo levantarla penosamente,
arrastrarla hacia la luz.

Fuera de París, solo apenas entre los judíos de América, vueltos todavía más
neuróticos por el psicoanálisis, mis «escritos» han encontrado algún eco.

Toda exaltación implica un apetito por perecer. Lo que triunfa al límite del
éxtasis, es la voluntad de desaparecer, la ebriedad de lo irreparable.

Cuando grito: ¡Señor! Existe el espacio de mi grito. Eso basta: ¿qué más puedo
desear?

109
Una vez que el escepticismo se ha apoderado de nuestro espíritu, incluso si
llegamos a desembarazarnos de él, recaemos sin embargo periódicamente: es un
mal intermitente; vamos de recaída en recaída, cada una con su carácter e
intensidad propias.

La densidad demográfica de las playas y de los cementerios.

Eugen Barbu escribe en su Diario que no tengo ninguna razón especial para ser
desgraciado, que cultivo la inquietud (nelinistea) para sí misma, todo esto sin
malicia, y sin ninguna intención de hacerme daño, más bien con simpatía. Hace
mención de un encuentro que tuvimos en París, hace un año. ¿Cómo sería posible
adivinar por el exterior mis enfermedades? En cierto modo, está bien que se crea
en la gratuidad de nuestra desgracia, y nosotros mismos deberíamos terminar
creyéndolo.

En el Sunday Times de esta semana acabo de leer un artículo de Raymond


Mortimer contra Marco Aurelio, quien habría sido un «prig» (pedante), un
filisteo, un hipócrita. Evidentemente se puede decir todo. Me encolericé y estuve
a punto de escribir una carta llena de insultos al autor. Después pensando en el
emperador, me calmé. ¿Qué necesidad tengo de leer periódicos?

Cuando pienso en todos aquellos que conozco bien, amigos o no, y me


interrogo sobre los móviles que les hacen obrar (pienso en los que han
«triunfado»), veo casi siempre un vicio o más bien una no-virtud, que explica su
actividad, su fiebre productora. A., la pasión mórbida por el dinero, del que sin
embargo no hace ningún uso: es solamente la imposibilidad de rechazar cualquier
oferta sea la que sea; lo mismo que este viejo G. que corre por el mundo para
acumular dinero, del cual, igual que A., no se sirve; B. ambicioso, sed de
publicar; C., miedo a ser olvidado, necesidad de omnipresencia; D. ambición casi
autodestructiva... pero ¿de qué sirve este desfile? Cualquiera que se agita, está
bajo el impulso de alguna razón inapelable, que ni siquiera se confiesa a sí
mismo, que tal vez ignora. Toda acción es fundamentalmente impura. Es el
monstruo en nosotros que nos hace salir de nosotros mismos.

110
Estoy estupefacto de constatar que soy tan malo, sino peor, que cualquier otro.
Encuentro en mí todos los bajos instintos que la moral denuncia. Y si son tan
virulentos en mí que he hecho incluso algunos esfuerzos para deshacerme de
ellos, ¿cuánto más fuertes no deben ser en aquellos que no se observan ni se
analizan?

Escribir una carta me noquea, aunque hubo un momento en que nada me


gustaba tanto. Me he vuelto incurioso de los seres, nadie me interesa lo suficiente
para tomarme la molestia de conversar de lo que sea.
(El poco caso que Pirrón hacía de los otros: cuando hablaba con alguien, si este
le dejaba, continuaba hablando como si nada. Como me gustaría tener la fuerza
de la indiferencia del gran escéptico. Encuentro en mí más bien la amargura de
un Chamfort que la serenidad y el desapego mostrados por el sabio antiguo.)

El espíritu de la incuriosidad.

Pienso naturalmente en la muerte, como otros piensan naturalmente en la vida.


Pero en el fondo en uno y otro caso, se trata de una única obsesión expresada de
manera diferente.

En mí, «el horror y el éxtasis de la vida» son absolutamente simultáneos, una


experiencia de cada instante.

Un desfile de gente en mi casa: tengo la impresión de ser alguien que da


audiencias, sin motivo, sin objeto, sin necesidad. Horas irreales en compañía de
fantasmas, y yo mismo, ¿no soy más irreal que todos ellos?

111
Hay una cierta poesía en el tedio; no la hay en la depresión. ¿Cómo explicar
este fenómeno?

Magny consigue con su flauta a la salida de las salas de conciertos, o en la


terraza de los cafés, 20.000 francos por velada. Jamás se afeita solo; acude todos
los días a la peluquería y cambia constantemente de hotel. Podría, si «trabajara»
toda la jornada, hacer alrededor de 60.000, luego casi 2 millones al mes. De hoy
en adelante, soy yo quien tenderá la mano a los mendigos, de lejos el oficio más
lucrativo del momento. Los burgueses tienen mala conciencia; ellos, se
aprovechan de ello.

P. V. que ha alquilado una casa en Bretaña me cuenta sus encuentros con una
campesina que cree en la reencarnación. Está muy entusiasmado por las
tradiciones celtas que continúan subterraneamente. Le pregunto si la campesina
sabe leer y escribir. —Sí, incluso lee libros de ocultismo, me dice...

No puedes ser dios, ni siquiera convertirte en dios por los tuyos. El peor
enemigo de Buda era uno de sus primos.
—Jesús dice: «Un profeta no es recibido en su ciudad, y un médico no cura a
aquellos que le conocen.» (El Evangelio según Tomás)

Un pueblo al que se le ha prohibido la opinión y al cual se le ha dado a cambio


una ideología, un estimulante, un «latigazo». Hace cincuenta años se reían del
«peligro amarillo»; ahora, es un tópico. Lo que se llama «aceleración de la
historia» es solo un cambio de ritmo operado en el paso de lo inverosímil a la
evidencia (no es más que una conversión más rápida de lo inverosímil en
evidencia).

112
¿Quién eres? Soy el hombre al que todo perturba. Quiero que me dejen
tranquilo, que nadie se preocupe por mí, que nadie se interese en mí. Me empleo
en suscitar sobre mí una incuriosidad total. Y sin embargo...

Todo aquí abajo me fatiga, todo. Continúo sin embargo. Incluso tengo costados
de luchador. Me resisto a mis fracasos, soporto mi estado de salud, me soporto.
Eso frisa el heroísmo.

Solo soy capaz de una forma de coraje: el coraje de desesperar.


(¡Siempre es eso!)

Lo malo de mi manera de escribir, son los vestigios del estilo filosófico. Y esto
que vuelve un poco ardua la lectura de mis libros, es la supresión de frases
intermedias, explicativas, aparentemente superfluas pero en el fondo necesarias
porque aligeran la tarea del lector. Pero como he escrito cada uno de mis textos
tres o cuatro veces, estas frases parásitas pero útiles las he suprimido con
encarnizamiento. Quizás solo debería publicar el primer borrador, es decir la
versión en que te explicas a ti mismo lo que quieres «demostrar», «probar», lo
que crees que has descubierto.

En metafísica, como en todo, me comporto como un aguafiestas. Es el don más


cierto que poseo, y que disminuye con la edad (y debido a mis pretensiones de
sabiduría).
(En mi juventud, dondequiera que iba, me encantaba montar un follón. Cenas,
reuniones, sesiones literarias, ya fuese en un ambiente intelectual o burgués, por
todas partes creaba la confusión y el tumulto por sarcasmos o provocaciones.
Todo esto realmente no se debía a decir verdad a una voluntad premeditada de
escándalo, sino a una histeria incoercible, a una sed de autodestrucción dirigida
hacia el exterior.)

113
Los escritores que no tienen nada que decir cuentan sus sueños. Es una de las
peores formas de pereza o de vacío.
(Esto también se debe al psicoanálisis, cuya influencia en la literatura es tan
profunda como nefasta).

Acabo de volver a París, suena el teléfono. La pesadilla recomienza.


Un desconocido me envía el Cuestionario Proust. Responderle es como
responder a un interrogatorio policial. En principio, no habría que responder
jamás a las cartas de los lectores. Casi siempre que lo hice, me tuve que
arrepentir. Sólo los pesados se dirigen a los autores.

¿Por qué hay otros? Los otros, son aquellos a los que no me acomodaré jamás.
Quiero estar solo y no lo logro. Soy, como se dice, agredido continuamente por
gente con la que no tengo nada en común. No tengo necesidad de nadie y veo a
todo el mundo. La felicidad de estar en Ibiza, de la que era bastante consciente,
no he sabido apreciarla como merecía.

Corregir mis textos traducidos en inglés o alemán, estar obligado a releerme


con la lupa, ¡qué suplicio! ¡Lo mal que lo pasé para escribirlos, perpetuarlo,
reencontrarlo tratando de descifrarlos en otra lengua! Escribir en una lengua
prestada para después corregir en otra lengua prestada, es demasiado.

Mal humor, estado ideal para concebir lo extraordinario.

En definitiva, lo que busco, es la verdad. Es la razón por la que no soy escritor,


o solo accidentalmente.

114
Giro alrededor de las mismas cosas, he reprimido algunas obsesiones, pero no
las he superado. Hay que tener realmente la pasión por el matiz para discernir las
diferencias que existen entre los textos que he escrito tanto en rumano como en
francés, desde hace más de treinta años. En el fondo no he hecho más que bordar
sobre los mismos temas, y profundizar en ellos en algunas partes. En esto me
parezco a todos los escritores convalecientes, que no pueden abandonar el
estrecho espacio de sus males.

Es necesario que cada uno agote la dosis de locura que nos fue asignada en el
nacimiento y que después, desaparece.

Acabo de hojear la N.R.F. de agosto, los «pensamientos» de un cierto G.P.


Furioso, tiro la revista. Es pretencioso. Hablar de ti mismo, cuando no eres nada,
comenzar tu texto hablando de tu edad, luego comentar sobre Barthes, encontrar
que su posición es «trágica», etc. ¿Es posible que se publiquen cosas parecidas?

Una de las pocas cosas que he aprendido: resistir a las ganas de publicar.
¿Pero puede un indolente convertirlo en un mérito? En este caso solamente me
beneficio de mis defectos, aprovecho mi ineficacia. ¡Qué fracasos y qué desastres
me han preservado hasta ahora! Si hubiera ejecutado todo lo que estaba pensando
hacer, si todos mis deseos hubieran sido actos, hoy estaría loco o fusilado.

Cuando estás solo, incluso aunque no hagas nada, no tienes la impresión de


perder tu tiempo. Pero casi siempre lo arruinas en compañía.
¿No tengo nada que decir? ¡Qué importa! Esa nada es real, es fecunda, porque
no existe encuentro estéril contigo mismo. Siempre sale algo, aunque no sea más
que la esperanza de encontrarte algún día.

115
Lo que más me sorprende cuando pienso en mi pasado, es menos mis
decepciones que mis entusiasmos. Si escribiera un día mis recuerdos, debería
titularlos: Historia de un entusiasta. De un entusiasta que se ha empleado en
socavar (incluso más que las circunstancias exteriores o el contacto con los
hombres), un entusiasta derrocado.

El pensamiento, en su esencia, es destrucción.


Más exactamente: en su principio. Se piensa, se comienza a pensar para romper
los vínculos, para disolver las afinidades, para comprometer el armazón de lo
«real». Sólo entonces se puede intentar consolidarlo. Cuando el pensamiento se
recupera y se rebela contra su movimiento natural.

En casi todos las dominios solo me encuentro con personas que creen saber y
no saben. Nada es peor que imaginar conocer. Pienso aquí particularmente en los
traductores que se contentan con la ilusión de comprender. Un autor no está
obligado a ser riguroso; un traductor lo está, incluso es responsable de las
insuficiencias del autor.
Pongo a un buen traductor por encima de un buen autor.

Solo recordamos las horas, los días o los meses en que hemos sufrido. La
«felicidad» no tiene memoria: si vivir, es recordar, entonces haber sido feliz, es
como si no se hubiera vivido.

La enfermedad solo nos destruye en apariencia, porque es ella quien salva,


quien perpetúa, quien vuelve eternamente actual el tiempo durante el cual se
emplea en dañarnos; a la inversa, el tiempo en que estamos bien ha desaparecido
para siempre; y si deja trazas, ninguna es consciente, ninguna está presente en
nuestro espíritu. En este sentido, la salud representa una pérdida, un pasivo por
otra parte tan grave como la enfermedad.

116
Lo que me impide innovar en francés, es que quiero escribir correctamente.
Este escrúpulo, empujado hasta el matiz, viene del hecho que he comenzado a
«componer» en esta lengua a los treinta y siete años. Es exactamente como si
escribiera en una lengua muerta, y se sabe la diferencia, según Meillet, creo,
entre una lengua viva y una lengua muerta, es que en esta última no tenemos el
derecho a cometer faltas. (La obsesión por la falta me arruina todo el placer de
escribir en francés. Es lo que he llamado «la sensación de estar en una camisa de
fuerza», que me da siempre este idioma, demasiado rígido en mi opinión. Una
lengua en la cual estoy constreñido, crispado, trasplantado, una lengua cuyas
reglas me paralizan y me persiguen, y me quitan todos mis medios. Un profeta
fulminado por la gramática.)

Olvidamos a los que hemos insultado, herido; pero, ellos, no nos olvidan.
(Pienso en un poeta que me perseguía con su odio: parece ser que le dije cosas
desagradables en una discusión sobre Sainte-Beuve; apenas lo recuerdo. Las
observaciones que mantenemos sobre los otros solo les conciernen a estos, no les
prestemos ninguna atención. ¿En qué nos puede beneficiar tratar a algún idiota?)

En Talamanca, la camarera del Melodía, estaba enamorada de... Talleyrand.


Seguramente no había leído sobre él más que el libro de Duff Cooper, pero eso
había despertado en ella una verdadera pasión, pues había ido a visitar el castillo
de Valençay. Todos los días iba a contarla, ¡en inglés!, alguna expresión de su
ídolo, de la que me acordaba durante la noche. ¿Pero cómo traducir estos
hallazgos tan delicados, tan imperceptiblemente irónicos, estas naderías tan
concentradas, tan significativas? Incluso mutiladas por mí, Ann las amaba a
todas, pues venían de Él.

Una mañana, en Ibiza, asistí a la partida de un submarino francés, que había


estado allí durante algunos días. En el momento en que dejó el puerto, se giró,
con qué gracia, de manera que pude verle de perfil: su silueta negra, su aspecto
fúnebre, diríase que transportaba el cuerpo de un héroe, me conmovió hasta las
lágrimas. Hay que decir que esa torre sombría bajo un sol reluciente tenía
motivos para tocarte.

117
En las viejas civilizaciones, la espontaneidad y la vulgaridad van emparejadas.
Para los refinados, lo natural solo se admite si se desea, es decir en estado virtual.
Los que lo poseen son considerados como groseros o ridículos.

Todo el mundo ha engordado durante las vacaciones; yo solo me he


reencontrado con mi delgadez. La carne no es mi fuerte.

Me he impuesto una filosofía escéptica para poder contrarrestar mi


temperamento desgraciado, mi perturbaciones, mi cambios de humor. En cada
momento necesito dominarme, frenar mis impulsos, combatir mis indignaciones
en las cuales no creo, pero que surgen de mi sangre de dónde no sé. El
escepticismo es un calmante, el más seguro que he encontrado. Recurro a él en
cualquier ocasión; sin él, explotaría a la carta.

No se sabe una lengua extranjera hasta que se puede contar con ella una
anécdota.

Todos los pueblos están malditos. El pueblo judío lo es más que los otros. Su
maldición es automática, evidente, sin lagunas. Va de sí.
El judío rumano es anti-rumano; el judío americano anti-americano, y así
sucesivamente. Pero el judío francés no es anti-francés. No se atreve a serlo. ¿Por
qué?
Francia tiene, o más bien ha tenido, el monopolio del prestigio. Se ha creado en
su favor un prejuicio favorable que todo el mundo quiere aprovechar.

X, un imbécil, me llama durante media hora para darme novedades que no me


interesan. Este atentado contra mi tiempo me deja completamente desamparado,
y exhausto. Es lo que debe sentir aquel que se acuerda de una sesión de tortura.
Al otro lado del hilo, efectivamente había un torturador.

118
Sócrates, la víspera de su muerte, estaba aprendiendo una melodía de flauta.
«¿De qué te servirá?» le dicen. –Para saber esta melodía antes de morir.

Hemos estado interesados en Sócrates durante siglos; vimos en él al filósofo


mismo, un modelo y también un personaje enigmático. Ya no nos concierne por
así decirlo, su figura ha perdido todo misterio; ya no inquieta a nadie.
El último que lo tomó en serio fue Nietzsche. Pero después ha cesado de ser un
problema. Porque para nosotros, a pesar de su demonio, no es lo bastante
complicado y sus interrogaciones lo suficientemente dramáticas. De todas
maneras, para nosotros, es demasiado razonable, y apenas vemos lo que
podríamos comenzar con él. Sus perplejidades metódicas ya no son para nosotros
una partida. Su ironía no nos parece tener más sentido que la sonrisa de la...
Gioconda. Arcanos agotados, falsos abismos.

Sueño, broma, impostura, en los momentos esenciales, fúnebres incluso, solo


estas tres palabras me ayudan a entender la existencia. Porque, en estos
momentos, no me parece trágica, sino irreal. Ante una tumba, incluso la de un
amigo, es absolutamente imposible pensar que existir sea un fenómeno serio.
Todo pasa como si hubiera una trampa de partida, en la base. Es al menos el
sentimiento casi constante que tengo sobre las cosas de este mundo.

Una cosa que comprendí muy pronto, y que me preservó de muchas locuras: el
martirio se reduce a un conflicto con la policía. Todo es preferible a este modo de
«diálogo». Destruirse en condiciones semejantes, y a un nivel tan bajo, es
deshonrarse.
Y sin embargo el martirio (sobre todo político) extrae quizás su valor y su
prestigio de este consentimiento a rebajarse, y a sufrir por lo que es más
innombrable en la sociedad.

«La música podría de alguna manera subsistir sin que el universo existiera.»
(Schopenhauer)

119
Anoche me encontré con K.G., judío húngaro que conozco desde hace mucho
tiempo (desde el 38, creo). Habla un francés odioso, lo sabe y sufre por ello. Toda
la gente de la que le hablo, me dice que no le gustan, los encuentra antipáticos.
Reconoce su valor intelectual, pero no le gustan como hombres. «Raymond Aron,
lo estimo como pensador, pero al hombre, no puedo soportarlo».
Feo, sardónico, crispado, y, por supuesto, desgraciado, K.G. sabe, y, sin
embargo se niega a admitirlo, que encuentra antipático a todo el mundo, no
encuentra ningún encanto en nadie. Acusa a los otros de lo que se acusa a sí
mismo. No puedo impedir decirle: «Pero R. Aron tiene un enorme encanto como
hombre. —Puede ser, me replica, pero no como profesor. Pasé mi tesis con él
como director. Fue odioso.»
En el fondo, G. hace que todo el mundo se sienta incómodo, lo que no se le
puede perdonar. Quiere pasar por agradable, y no lo consigue jamás; siempre
encontrará la palabra desafortunada que te herirá, cuando quería hacerte un
cumplido. Si no tuviera el recurso de agobiar a los otros, de volverlos
responsables de sus malas relaciones con ellos, su vida sería un infierno. Se trata
para él una reacción de autodefensa de la que no es consciente. ¡Qué no haría
para soportarse a sí mismo!
Todos estamos en el mismo punto. En lugar de decir: «Tal no me gusta»,
preferimos tacharlo de horrible o de maleducado en general. En materia de
autoconocimiento, eludir la verdad, es conformarse con el instinto de
conservación, es ceder a un imperativo vital.

Cada vez, antes de escribir una carta, pequeña crisis de neurastenia. ¡Me es tan
difícil entrar en contacto con aquel a quién me dirijo! Jamás me encuentro al
nivel que hace falta para comunicarme con él. De ahí el esfuerzo, ya sea para
elevarme, ya sea para rebajarme, según la calidad del «corresponsal».

Retractarse sin absoluta necesidad, nada hay más penoso. Pienso en D.N., que,
por tres artículos de retractación, destruyó su propia leyenda y anuló seis años de
sufrimientos. El masoquismo solo lleva a la gloria si está hábilmente dirigido.
En la voluntad de martirio entra el masoquismo, la provocación y un inmenso
orgullo a base de despecho.
Todo mártir murmura interiormente: «Les mostraré de lo que soy capaz.»
Diciendo esto, piensa tanto en sus enemigos como en la galería.

120
Una noche en Ibiza, solo frente al mar, tuve el sentimiento muy neto de lo
absurdo del honor o, si se quiere, de la honorabilidad. Como las olas venían a
romper contra las rocas, me dije: «¿Qué puede hacerme la opinión de los
hombres? ¿Si todos, sin excepción, me toman por acelerado, un monstruo, para
vergüenza de la especie, en qué me concierne eso? ¿Estas olas, estas estrellas,
esta noche, que relación tienen con el hombre? ¿Y qué realidad podría tener, en
medio de los elementos, un juicio de valor, aunque fuera emitido por la
humanidad en su conjunto?». Y pensé en mis reacciones de desollado, en mis
rencores, en mis rebeldías o en mis entusiasmos, y me dije que había que ser
realmente estúpido para sufrir o alegrarse por lo que sea. En cuanto estoy fuera,
entiendo ante un árbol, una roca, ante un paisaje sin presencia humana, adquiero
al principio una lección de indiferencia, que me colmaría si sobreviviera al
primer contacto con el hombre.

Sueño idiota. Tenía una cita con las dos hijas de Bergson. Después de
complicaciones sin nombre, nos las arreglamos para tomar el tren de Ocna-Sibiu,
¡él!; la vía estaba en reparación, el tren apenas avanzaba; las hijas no sabían
rumano.
¿Es posible que el cerebro no tenga otra cosa que hacer que inventar
estupideces parecidas? ¿Qué secretos se adivinan dentro? Lo que le falta al
psicoanálisis, es el sentido del ridículo. Una disciplina, teóricamente seductora,
prácticamente grotesca. Es inconcebible que tantas inteligencias la hayan tomado
en serio.

No conozco nada más penoso que una vida exitosa, cumplida, aunque
superficialmente sea agradable ver una cara radiante que emana satisfacción.

Releyendo algunos poemas de Leopardi he comprendido hasta que punto estoy


curado del romanticismo, en cuanto a la forma; pero no en cuanto al fondo.

En lugar de trabajar, le doy vueltas a los resentimientos (iba a escribir


presentimientos); mis humores son mis problemas.

121
Me he levantado con la certeza de haber sido golpeado, de haber pasado por las
manos de varios torturadores más expertos unos que otros. Esto se llama sueño.

No me gustan las personas que se obstinan, que quieren que se hable de todos
sus actos, incluida la agonía, que no saben desvanecerse en el momento justo y
que jamás adivinarán la voluptuosidad que hay en saberse olvidado, en ser el
artífice del olvido en que has caído.

Mientras envidiemos el éxito sea de quien sea, aunque sea de un Dios, somos
viles esclavos como todo el mundo.

Nadie se regocija realmente con el éxito de sus amigos: no puedes soportar el


éxito de aquellos que conoces bien, mientras que te resignas voluntariamente al
de un desconocido o de cualquiera que has frecuentado poco. La historia de Abel.
Es la forma más evidente y la más cotidiana de maldición.

La verdadera elegancia moral es el arte de disfrazar tus victorias como derrotas.

A partir de un punto, ya no tengo más ganas de «pensar». El fragmento, la


boutade, la máxima, verdadero atentado contra el espíritu. (El «espíritu» es
enemigo del espíritu.)

Una carrera inteligente y sin misterio. La mujer no tiene ningún «coeficiente»


poético. Solo es buena para el amor y la conversación.
No hay «nostalgia» gala, solamente «depresión». La melancolía no es de por
aquí.

122
«El ídolo jamás querría ver a su escultor, ni el agraciado a su benefactor.»
(Baltasar Gracián, El Hombre de la corte)

Tengo que leer: Adolphe Coster, Baltasar Gracián, 1913.

Si me hubieran predicho que pasaría meses y meses sin música y que me


acomodaría a ello no demasiado mal, habría abofeteado al autor de esta
predicción. Sin embargo es lo que me ha pasado este año. La música se aleja, ya
no da cuerpo a mi vida. ¿Mi actual sequía es la causa o el efecto? No puedo
dirimirlo.

«Comprender, es comprender como verdad. Pero ver una tesis como falsa, es
necesariamente no comprenderla». (Padre Valensin)
Esta afirmación es típicamente teológica, quiero decir que este tipo de paradoja
inútil, de sutileza aparte, es característica de la mentalidad del teólogo (o del
lógico).

Por alguien que triunfa, cien fracasados, no mil.

El señor Lusseyrand, profesor de francés en América, me cuenta la


imposibilidad de tener una conversación profunda, íntima con un americano en
inglés, de lo cual se libera de inmediato si habla en francés. Porque en su lengua,
el anglosajón está prisionero de todos los clichés, los lugares comunes, los
prejuicios que le han inculcado; mientras que en otra lengua, nada le impide ser
lo que es secretamente, es decir verdaderamente, de ser él mismo y no lo que la
sociedad le ha hecho.
Esto es verdad tal vez en todo el mundo y no solamente para el anglosajón
(aunque en él el fenómeno tenga una agudeza más grande, debido a las
prohibiciones que dominan todo tanto en América como en Inglaterra).

123
Cuanto más lo pienso, más considero que Atenas debía ser un infierno. ¡En un
espacio tan pequeño, reunir a tantos espíritus opuestos, obligados a conocerse, a
hablarse, a querellarse!

Entre el misterio y la oscuridad concertada, hay un abismo. La literatura


contemporánea, llena de la segunda, está exenta del primero.
(No hay nada más ridículo que querer ser oscuro para parecer profundo.)

Tal que hace una literatura ilegible desde hace años y se repite sin vergüenza,
¿por qué se detendría si todo marcha tan bien para él y se grita revelación tras
cada una de sus producciones?

No conozco nada más penoso que un ataque de aburrimiento durante una


conversación, los agujeros que practica y el miedo de verlo parar por completo.
Nadie sabe salir a tiempo, antes de que el tema abordado esté irremediablemente
agotado. «¡Vete!» tengo ganas de gritar al latoso que no puede dejar el asiento
donde se ha desplomado... un torturador.

No hay injusticia que haya cometido de manera deliberada o por un cambio de


humor, que acto seguido, o años después, no me haya inspirado un lamento
acuciante. Mis errores jamás han dejado de proporcionar materia a mis
tormentos.

*
«De todas las monotonías, la de la afirmación es la peor.»
(Joubert)

Releo algunas páginas de Schopenhauer. Lo que sobrevive, es el moralista y el


humorista. El costado propiamente filosófico ha caducado: todas esas referencias
a la voluntad, a propósito de cualquier cosa, hacen pensar en un antojo o en la
insistencia de un maníaco.

124
Para una época como la nuestra que ama la oscuridad a toda costa, mis escritos
no tienen ningún interés: son demasiado claros...
Pero esta época de facilidad no podría imaginar qué combate he mantenido,
primero contra mí mismo, luego con la lengua, para adquirir esta apariencia de
claridad que se desprecia tanto a mi alrededor.

La piedad es el único sentimiento que se debería legítimamente experimentar


hacia todo ser, hacia los cabrones incluso.

L. quiere ver si tengo la línea del suicidio; pero escondo mis manos, y antes que
mostrárselas, llevaré siempre en su presencia guantes negros

El reproche más grave que se puede dirigir a las revoluciones, es que, bajo el
efecto del miedo, se sacrifican cartas, diarios íntimos, y son los poseedores y los
autores quienes se desembarazan de ellos; no dejan el problema a la policía.
(La destrucción del diario de Madame de Rémusat a la vuelta de los Borbones.
Ella había consignado día a día sus encuentros con Napoleón y con las gentes de
la corte. Sus «Memorias», escritas después, son solo un pálido reflejo, fruto de la
memoria.)

Mi cerebro no está en muy buen estado, y no veo más que desequilibrados.

Después de haber ojeado un libro de imágenes sobre España:


Nada de lo que es español me es ajeno.

125
Sé que no es noble considerar el reconocimiento como un fardo, sin embargo lo
siento así. No soy libre cuando me encuentro frente a alguien obligado: Es como
si él ocupara un lugar más alto en una jerarquía invisible; soy su subalterno. Las
relaciones entre nosotros se encuentran falseadas: no hay sinceridad posible; la
coacción interviene. ¿De qué sirve mantener todavía relaciones con él? Nula
espontaneidad por mi parte ni por la suya; el beneficio del que es autor se levanta
a cada instante entre nosotros y nos paraliza a los dos.

Es raro, singular encontrar a un solo hombre de mérito rodeado de personas


dignas de él; salvo que lo haga por cálculo.

Jamás he comprendido que se pueda aceptar voluntariamente la servidumbre de


tener discípulos. Siempre somos esclavos de quien nos imita.

He recorrido toda la gente que podría envidiar. Al final, he constatado que no


me gustaría cambiar mi destino por el de nadie. Todo el mundo está en el mismo
punto. Este es el hecho de ser único. Incluso un sapo es único; todo lo que respira
es único. El mayor genio no es nada al lado de esta maravillosa unicidad. ¿Cómo
se comprende entonces que la envidia sea el sentimiento más profundo, el más
antiguo que experimenta una criatura?

Leo algunas páginas del último volumen del Diario de Goncourt con un
disgusto enorme. ¿Es posible que un escritor sea un conserje hasta ese punto?

Hay una cierta bajeza del alma en querer, cuando somos desgraciados, que los
demás se interesen por nuestras desgracias.

126
Pienso en la viuda desesperada del otro día. Dejándola me dije que los mayores
sufrimientos, desde la perspectiva de lo absoluto, son solo un juego y que
deberíamos educar a los hombres en mofarse de sus pruebas. Pero, ante todo,
deberíamos impedirles apegarse profundamente a cualquier cosa: destruir la
superstición del amor, extirpar la raíz de las idolatrías, el culto por un ser e
incluso por una idea. Porque mientras creamos que hay algo real aquí abajo, nos
aferraremos a ello y lo exaltaremos, lo que acarrea para nosotros un número
incalculable de sufrimientos. Postular la fantasmagoría universal es pues una
obra saludable e incluso un deber al cual ningún corazón caritativo debería
sustraerse.

Lo que más me impresiona de los críticos de hoy (críticos literarios, plásticos,


filosóficos, etc.), es la insistencia, la voluntad de método y de sistema que les
permite disimular su falta de talento y hacerse perdonar el aburrimiento sin
límites que surge de sus producciones. En cuanto un literato se disfraza de
filósofo, podemos estar seguros de que es para camuflar sus defectos, su ausencia
de dones, su inspiración deficiente. La idea, o la apariencia de idea (es todo uno
para el público), ¡qué biombo! La mayoría de los casos no esconde nada detrás.
El desfile, el alarde de ideas que se despliega en los comentarios críticos, es un
robo apenas disimulado, toman los pensamientos de otro, los vuelven y los
revuelven, los comparan y los oponen en una especie de ballet indigno para un
espíritu serio, se erigen en jueces todo el tiempo, saquean la fortuna de un
miserable que, él, ha producido algo directo y vivo.

A partir de hoy volveré a ponerme con mi texto sobre las dificultades de la


renuncia.

A mi alrededor, todo el mundo lucha, se afirma, mientras que yo me devoro, me


devoro.

127
Este gran personaje que traicionó a todos sus amigos y todas las causas jamás
deja de ir a misa en las ciudades y países que visita. ¿Cómo se atreve a dirigirse a
Dios? ¿Qué puede decirle? ¡De qué se trata con Dios! Cualquiera que se reclame
públicamente de una religión hace lo mismo.

Cuanto más vivo, el sentimiento de irrealidad adopta en mí la certeza de una


farsa general. Moscas trágicas todos y todas.

«¿El talento pues necesita pasiones? Sí, muchas pasiones reprimidas», Joubert)

Cosa extraña, solo la impresión dejada por la pesadilla subsiste en mi espíritu;


toda fabulación ha desaparecido; me es imposible recordarlas.

Cosa extraña, solo la impresión dejada por la pesadilla subsiste en mi espíritu;


toda fabulación ha desaparecido; me es imposible recordarla.

«Un enemigo es tan útil como Buda». ¡Cómo comprendo eso! Debo a mis
enemigos haber cometido menos errores que de otro modo hubiera consumado.
Ellos me han velado, velan siempre: mi gratitud hacia ellos es ilimitada.

Me deja estupefacto la persistencia de mis defectos. Me quejo de estar


impedido para trabajar por visitas inoportunas. Es verdad. Pero es aún más
verdad que me impido a mí mismo hacer mi deber, que tengo el genio de arruinar
mi tiempo. Esta tarde, cuando nada me obligaba a salir, pasé dos horas en la
biblioteca del distrito VI hojeando tontamente libros más o menos interesantes.
Sin embargo no; miré fotos de Grecia, de las islas griegas, por primera vez en mi
vida. Todo lo que amo se encuentra allí. Una nueva pasión ha nacido. Siempre
que haya cipreses en alguna parte, no pido más, me declaro satisfecho con este
mundo. Es el prejuicio rumano contra los griegos el que hace que jamás haya
querido ir a su país. Todo esto es estúpido, monstruosamente estúpido.

128
Heine cuenta que en su infancia, en Düsseldorf, se creía que haciendo
descender el extremo de la cuerda de un ahorcado (preferentemente inocente) a
un barril de cerveza, la cerveza aumentaba en volumen y en calidad. Y Heine
añade: «Aufgeklarte Bierwirte pflegen ein rationaleres Mittel anzuwenden, um
das Bier zu vermehren aber es verliert dadurch die Starke» [«Los cerveceros expertos
utilizan habitualmente un medio más racional para alargar la cerveza pero entonces pierde su fuerza.»]

El Sr. F. dice que la importancia de Nietzsche proviene de que fue uno de los
primeros en interesarse en muchos dominios (filología, psicoanálisis, política,
etc.) ¿Qué decir entonces de Hegel? Al contrario, él se limitó a un dominio por lo
demás limitado. Es Spengler quien tiene razón cuando sostiene que la época de
los grandes filósofos, que abarcan todos los dominios, se ha terminado, que la
filosofía se ha especializado como cualquier otra rama del saber.

Condición esencial si quieres pensar, abstente de reflexionar sobre filosofía.

En la calle, una fiebre extraordinaria se ha amparado de mí: ¡cuántas cosas me


quedan por decir! No estoy perdido ya que soy capaz de experimentar
sensaciones tan fuertes, tan raras.

«Puede que sea el último de los hombres pero no reconozco a nadie el derecho
a juzgarme».

Pienso en Erwin Reisner, un verdadero filósofo, muerto desconocido, y en otro,


un impostor, a quien se celebra por todas partes. ¿Pero de qué sirve pararse en
estas evidencias de siempre? El mérito solo es recompensado cuando se
encuentra en un ambicioso sin escrúpulos. Todo hombre valioso que ha tenido
éxito es esto.

129
Es un sentimiento bastante curioso pertenecer a un país sin monumentos, a un
país cuyo único recurso es el porvenir, y que quizá no tiene más porvenir que
pasado.

Si puedo hacer no mal del todo cosas sin convicción (y casi toda mi existencia
cotidiana se desarrolla de esta manera) me es por el contrario imposible escribir
sin creer, por simple ejercicio o por necesidad. Todo lo que he escrito (no hablo
de mis cartas, a las que no concedo ninguna importancia y además la mayor parte
solo fueron dictadas por cortesía), todo lo que he escrito, todo lo que he
publicado corresponde a lo que efectivamente pensé en el momento en que lo
concebí. Es curioso este respeto por la pluma, vistas mis disposiciones escépticas.
Debería, si fuera consecuente con algunas de mis ideas, no recular ante nada,
afirmar cualquier cosa y soportar cualquier causa. Si puedo mentir en la
conversación, no puedo hacerlo delante de la hoja en blanco: me es imposible ser
cortés escribiendo. Supongo que tengo un fondo de honestidad, de ingenuidad en
todo caso. Los escrúpulos de un cínico, sería más que un título de libro, sería la
enseña de mi carrera. Tiranteces en lo equívoco.

Tener buenos modales, es saber cómo disimular tus alegrías y tus tristezas, no
hacer nada que pueda suscitar en terceros envidia, desprecio o ternura. La única
parte interesante de una doctrina de salvación (ya se trate de religión o de
política, no importa), es la parte destructiva.

De nuevo la desolación y ese gusto por las cenizas que impregna todo mi ser.

Me reprochan mi esterilidad, cuando es mi razón de ser y mi titulo de gloria.


Solo valgo algo porque escribo poco. Mi posición filosófica es reacia a los
desarrollos. En cuanto me explico, me liquido.

130
X, de éxito en éxito, se vació por completo; se atascó en sus éxitos. Para
permanecer siendo tú mismo, no tienes que conformarte bajo ninguna
circunstancia con la imagen que los otros se hacen de ti. Aunque seas conocido,
incluso famoso, debes vivir como si solo estuvieras tú solo y...

Entre la mística y el «nihilismo», la diferencia es puramente verbal, quiero


decir que toda experiencia de la nada es de orden místico.

Solo se puede engañar a la Angustia con lecturas frívolas o técnicas; por nada
en todo caso que toque el «alma».

No puedo comprender cómo, dada mi pasión por los paisajes, he podido


protestar tanto sobre esta tierra.

Los biombos de Genet. Una opereta al revés. Abandoné en el intermedio,


asqueado, decepcionado, exasperado: ¡qué idea ir a ver este espectáculo tan
«parisino»! ¡qué idea también ir al teatro! Hay tantos «placeres» que ya no
significan nada para mí. A decir verdad todo lo que es espectáculo me aburre.
(Aburrimiento por aburrimiento, todavía prefiero una obra de teatro a la lectura
de una novela.)

El rabino Mikhal confesó una vez a sus hijos: «La bendición de mi la vida, es
que jamás he tenido necesidad de una cosa antes de poseerla.» (Los Relatos
hasídicos)

Todos los días me propongo no ver a nadie, no aceptar más citas. Y luego suena
el teléfono, y es alguien a quien me es imposible despachar sin más sin tomarme
mi tiempo, quiere aprovecharse de él y robármelo.

131
Nadie es más religioso que yo. Ni menos. Estoy a la vez más cerca y más
alejado del Absoluto que nadie.

A juzgar por los jóvenes, asistimos a una nietzscheización de Francia.

Durante años solo he escrito sobre las virtudes de la Indiferencia, y no pasa un


día en que no sufra una crisis de violencia que, no reprimida, justificaría un
internamiento. Afortunadamente, estos debates vehementes se desarrollan entre
yo y yo, aunque, a decir verdad, siempre a causa de alguien. Todavía no soy
capaz de odios imaginarios; a mis delirios no les falta objeto.

Ver toda una sala admirándote de oficio, todos esos jóvenes con miedo a tener
una opinión, miedo sobre todo de no amar lo que se debe amar. Es para
preguntarse si la gloria en París no está por debajo, cualitativamente, de la de
cualquier otro lugar, y si el deseo de ser conocido allí no equivale a algo de
infinito.

Un apasionado que no sabe dónde poner sus pasiones, en qué colgarlas.

Si todas las horas que consagro a los otros, las empleara en conocerme mejor,
el camino hacia la verdad, hacia la verdad sobre mí mismo estaría despejado.

Mi malestar cada vez que me preguntan lo que hago. La gente aún no ha


comprendido que no soy capaz de «hacer», que para mí se trata simplemente de
dejar pasar el tiempo, de hecho ir con él...

132
Pensé de nuevo en la utilidad del enemigo. Aún así hace falta que sea un buen
enemigo, es decir que se ocupe de nosotros sin desampararnos, y siempre listo
para señalar, divulgar el menor de nuestros desfallecimientos.

Tarde o temprano, debes extraer las consecuencias de tus ideas, es decir pagar.
Y es entonces, y solamente entonces, cuando la obra se vuelve contra su autor.
Pienso en S.B., que se parece cada vez más a sus personajes: es su revancha; le
obligan a declinar, a descender tan bajo como él les había hecho descender.
He hablado bastante de la imposibilidad teórica de vivir; ahora esta
imposibilidad parece que se ha convertido en práctica. ¿Pero no lo ha sido
siempre? ¿Cuándo he estado involucrado, en la misma botella que el ser?

Mi escepticismo no es más que la transcripción teórica de mi neurastenia.

La prueba de que, para hablar con Rivarol, la probidad define la lengua


francesa, es que el subjuntivo abunda en él más que en otros. El francés o el
respeto a la incertidumbre.

Me es absolutamente imposible saber si me tomo o no en serio. El drama del


desapego, es que no podemos medir el progreso. Avanzamos en un desierto, y
nunca sabemos dónde estamos.

Pienso en H.M., que finge ignorar lo que se ha escrito sobre él, pero que en
realidad está al corriente de todo. Incluso su soledad es una estrategia; con el
aspecto de vivir en otro planeta, gana a cada movimiento en este. A propósito de
él se puede citar la conocida frase, de no sé quién: «X es un eremita que conoce
el horario de los trenes.»

133
Hablábamos el otro día del éxito de ciertos autores con las mujeres. Una joven,
citando el nombre de X, se asombraba de que pudieran acostarse con él, incluso
aunque le admirasen. No podía concebir el acto físico con un gordo, hinchado,
congestionado. Creo haber encontrado una respuesta. Un escritor exitoso, que es
célebre, es como un conquistador. Y X es uno; ha ganado en una batalla, ha
aplastado a sus adversarios. Prevalece, y dicta sus condiciones. Es una vieja ley,
a la cual las mujeres son inconscientemente sensibles. Por su parte, se trata en
este caso del consentimiento a la violación. Cuando los defensores cedieron, la
ciudad fue entregada al enemigo: incluso si las mujeres le odiaban, le admiraban
en su fuero interno. Había ganado. El escritor horrible físicamente ejerce el
mismo tipo de fascinación. Él también, a su manera, es dueño de la Ciudad.

Tengo la pasión por la Indiferencia.

El Éxtasis es la cosa que todo el mundo busca por todos los medios, y la única
que solo se obtiene verdaderamente por la renuncia. La renuncia no es un
«medio»; la renuncia lo es «todo».

De vez en cuando, un joven me escribe. No sé qué responder. Siempre es a


propósito del Breviario. Por muchos libros que haya «hecho», solo se me conoce
por uno solo; los otros, que son quizá mejores, no se les quiere porque son menos
histéricos. El lirismo desatado te toma por la fuerza, y se confunde retórica y
energía.
No quiero hacer ninguna concesión a mis lectores, no quiero jugar a mi propio
juego para complacerles. La ventaja de no haber tenido éxito es poder perseguir
sin problemas mi camino, no haber sido parado en mitad del camino por
apelaciones o recriminaciones. No he traicionado a nadie, salvo a aquellos
lectores que no quieren o no pueden seguirte, que se han fijado a una cierta
imagen de ti, de la que no quieren separarse. Avancemos sin ellos. Además me
habría avergonzado tener una clientela. El discípulo es mi pesadilla. No
perdonaría a aquellos que me imitaran. Prefiero a un enemigo que a un
compañero.
Y lo que detesto por encima de de todo, es reconocerme y encontrarme en
alguien.
Llamas a alguien viejo amigo cuando constatas que ya no tienes nada que
decirle.

134
Noto en cada encuentro que no tengo casi nada en común con las personas que
frecuento, debería decir con los hombres en general.

No hay una diferencia fundamental entre una vieja amistad y un viejo hogar: en
los dos casos, la misma usura, la misma nada.

Por todos los lados se me reprocha no producir nada, cuando en mí la


esterilidad es postulada; es incluso mi modo de «realización».

Cuando velo hasta bien entrada la noche, soy visitado por mi mal genio como
fue Bruto visitado por el suyo antes de la batalla de Filipos...

Un amigo que no es sincero, que nos sondea solo para espiarnos, es peor que un
torturador.
Regla general: todo amigo es envidioso. Sería justo si no envidiase hasta
nuestros defectos.

Cuando amo a alguien, es casi siempre por sus defectos, y algunas veces
solamente por sus logros.

Toda la mañana he repasado los reproches que me hizo ayer E.: ¿Qué te pasa?
¿Por qué no escribes más? Etc. etc. Debería haberle respondido que Wittgenstein
en total solo escribió la cuarta parte de lo que he producido yo, y que comparado
con él, a E., él, W., no era, si el número de libros fuera el único criterio, más que
un miserable fracasado. Pero me callé, porque obviamente, estaba demasiado
contento de sí mismo para que pudiera soportar sin reaccionar la menor
insinuación ofensiva.
Me he obligado a la concisión; y los amigos, en lugar de agradecérmelo, no
cesan de imputármelo como un crimen.

135
Sobre la muerte, solo hay que citar a los Antiguos; los cristianos han falseado
su sentido. ¡Qué destructor, este Salvador!

Para obligarnos eficazmente a la modestia, deberíamos recordar siempre que


todo lo que nos sucede es en el fondo un acontecimiento solo para nosotros.

«Entonces, ¿te has resignado?, me dice E. I. No, pero tengo ataques de


resignación.

¡Todo lo que mi pasado comporta de futuro irrealizado!

La cosa más difícil para mí es hacer proyectos y creer en ellos. Si los hago de
vez en cuando, es únicamente por razones prácticas.

Un Papa que perdiera la fe y que desertara del Vaticano tras una confesión
pública de ateísmo…

He intentado releer a Suso, a Tauler e incluso ciertos textos de Eckhart (El libro
de la consolación divina); no he podido; es una forma de mística que he
superado. Este dios demasiado personal del cristianismo ya no me dice nada,
tampoco este fervor directo, lírico y casi erótico que me encantaba tanto en otra
época de mi vida. Después de haber frecuentado durante cierto tiempo el
budismo, es imposible volver a las cursilerías cristianas (exceptuando al Maestro
Eckhart, a pesar de lo que acabo de decir). Necesitamos algo más impersonal y
más radical también, diría más definitivo...

136
Imposibilidad de escribir. Reculo ante todos los temas.

Sin la cuasi-permanencia de mis males físicos, caería en un marasmo digno de


ser envidiado por el más experto de los faquires.

Henri Thomas me contó, hace mucho tiempo, que había visto en un cementerio
normando una tumba con la inscripción: X, nacido el ..., muerto el..., y debajo:
Propietario.

Leído un artículo sobre la destrucción del gueto de Varsovia. El heroísmo judío


que se despliega allí coincide con la lucha contra Adriano, Vespasiano y Tito. Un
intervalo de casi dos mil años. ¡Qué vitalidad!

Pienso en X, un monje amigo mío, que vino a París para ver a su notario.

¡Valéry reprocha a Nietzsche haber sido demasiado un hombre de letras!


Él, Valéry, que, a pesar de sus aires despectivos, no fue más que eso!

Las campanas, Resultan tan extrañas en París. A través de ellas, el pasado se


lamenta al mismo tiempo que envía una advertencia al presente y un
requerimiento al porvenir.

Procastinación. La pasión por el aplazamiento empujada hasta la manía. Solo


respiro cuando pospongo a más tarde. Pero esta sensación de libertad es efímera;
rápidamente se convierte en remordimiento, y me desespero por no haber hecho
incluso lo que debería haber ejecutado sin creer en ello.

137
Cuando a mi mente se le escapan las palabras, ¿cómo funciona entonces?
¿cuál es su identidad? ¿quién es? ¿existe todavía?

Tengo la suerte de no poder leer los libros de los que se habla. Los recorro, es
verdad, años después, cuando vuelven. La decepción de estos antiguos
engañados, la comparto a menudo, pero no siempre.

He superado todas las cosas una a una, pero no he superado el universo; he


superado el universo, pero no las cosas. De estas dos afirmaciones, ¿cuál es
verdad? ¿la que expresa el estado en qué estoy, o la etapa qué espero? No tengo
ni idea, no tengo ni idea.

He trastornado a algunos seres, no he salvado a ninguno. A menos que el


trastorno sea un síntoma de salvación.

El deseo de parecer inteligente aumenta las capacidades de una inteligencia.


Toda vanidad estimula. Quienes están desprovistos de ella permanecen por
debajo de sí mismos, dejan inexplotada una parte de sus dones.
(Justo ahora, me encuentro por azar a X, al que no había visto desde hace años.
Pasamos algo más de una hora juntos, tiempo que aprovechó para pavonearse;
pero a fuerza de buscar cosas interesantes que decir sobre sí mismo, logró serlo,
en parte claro está. Habría sido infinitamente más aburrido y penoso si se hubiera
dirigido solamente elogios razonables. Exagerando, casi rozó el ingenio, e
incluso consiguió tenerlo.)

Sólo hay jóvenes. Niños subvencionados, salidos de prestaciones familiares.


Tienen algo de irreal: la carne contra el dinero. Creo que esta carne no vale nada.
Antes, se engendraba por error o por necesidad; hoy para obtener suplementos y
pagar menos impuestos. Este exceso de cálculo no puede no perjudicar a la
calidad del espermatozoide.

138
Sobre Susan Soca
«Dioses que habitan más allá de la plegaria
Le entregaron a este tigre, el Fuego.»
(Borges)

Verhängnis (= fatalidad, decreto de la Providencia, cosa funesta), la palabra que


más amo de la lengua alemana.

Lamentación y burla, las dos actividades para las que tengo más aptitudes.

En la guerra de Troya, había tantos dioses de un lado como del otro. Es esta una
visión justa de la que los modernos son incapaces, ellos quieren que la «razón»
esté de un solo lado. Homero era objetivo de otro modo.

Todo lo que depende de la biología justifica con igual fuerza la admiración y el


cinismo.

Su sonrisa interminable.

Era experto en el «¿De qué sirve?».


(La neurastenia, es el automatismo del de qué sirve.)
Si hay algo justificado en este mundo, es justamente este retornelo
interrogativo.

139
He escrito a un teólogo japonés, que vive; parece, en un lugar solitario, que la
peor pérdida tras la del paraíso, es la de la soledad. ¡Cómo envidio a este hombre
que seguramente no debe conocer la plaga de las visitas!

Lo poco que hago es a pesar de lo que sé. ¿Será mi saber mi enemigo? No de


mí sino seguramente de mis actos. No tengo vocación de faquir, aunque, en lo
absoluto, la catatonia me parece un extremo deseable y legítimo.

La actitud metafísica por excelencia. El hombre que medita debería imitar a


ciertos reptiles y enrollarse sobre sí mismo, indefinidamente.

He meditado tanto sobre la vida que, ahora, para hacerla justicia, no puedo
encontrar ninguna palabra que no suene falsa.

Pienso de golpe en esa película sobre la carrera de Churchill. Se ve hacia 1924


algunas escenas de la vida alemana de la época, especialmente una manifestación
nazi: Hitler aparece en primer plano, y se parece en todo a un loco de asilo, con
sus ojos extraviados, sus rasgos tensos y enloquecidos, su rostro enorme. Una
bala que lo hubiera abatido habría salvado millones de vidas. Pero la Providencia
protegió al monstruo y lo colmó de días...

Con respecto a todo lo que es importante, comenzando, como debe ser, por
Dios, solo se puede tener una actitud equívoca.

Esta amiga inglesa que trabaja sobre la autobiografía. No tienen ningún sentido.
¿Toda obra es algo más? Un escritor objetivo es aquel que camufla su yo; el
subjetivo, lo extiende. Pero los dos en última instancia solo hablan de sí mismos.
Un escritor que hable de otra cosa que no sea él mismo comete un abuso.

140
Lo que más amo, son los suspiros impersonales, los dolores que no tienen
nombre.

No conozco una expresión más cargada de sentido que la de «golpeado por el


Destino», por un dios completamente anónimo, por un dios sin cabeza pero que
escribes con mayúscula para remarcar de quién toma el lugar.

Vanini, este filósofo libertino que terminó en el cadalso en 1618 (?) en


Toulouse, que simuló la fe e hizo apología de muchas religiones y, en el interior
del cristianismo, de muchas órdenes, por puro interés y también para poder
socavarlas desde dentro, en fin un verdadero napolitano. Tengo un fuerte deseo
de leer sus Diálogos. Un filósofo decapitado por ateísmo.

Durante siglos los espíritus han luchado y arriesgado su vida para liberarse de
Dios. Y nosotros, a mediados del siglo XX, echamos de menos las cadenas que
representaba y no sabemos que hacer con una libertad para la cual no hemos
hecho ningún sacrificio, que no hemos conquistado. Somos los herederos
ingratos del ateísmo heroico, los epígonos de la revolución, una masa de rebeldes
que deploran secretamente la desaparición de las «supersticiones», de los
«prejuicios» y de los antiguos «terrores».

El violinista, el actor, el conferenciante, etc., me resulta inconcebible que un


hombre que se respete a sí mismo pueda desear y aceptar aplausos.

Se puede pensar en la muerte todos los días y «perseverar en el ser»; no pasa lo


mismo si se piensa sin cesar en la hora de tu muerte; quien no tuviera más que
ese instante en mente cometería un atentado contra todos sus demás instantes.

141
Borges ha escrito un poema sobre el tango. Comprendo esto: «¡Dame mi tango
cotidiano!» tengo ganas de exclamar. Llevo en mí una Argentina secreta.

No sé por qué me preocupo tanto por la traducción de mis libros. Mis


traductores (exceptuando a Marthiel) siempre parece que me hacen un favor, una
concesión: traducen a cualquiera, pero cuando se trata de mí, siempre es lo
mismo: parece que hacen un sacrificio, que pierden dinero para darme a conocer.
Para mí, todo eso es extremadamente humillante, y ya he tenido suficiente. Si mis
pequeños libros valen algo, los traducirán algún día; si no, ¿por qué debatirse por
ellos? De todos modos no me reportan nada: ni dinero, ni otra cosa. Liquidemos
estos problemas que me exasperan, y me envenenan inútilmente. ¡Guardaré mi
hiel para una mejor causa!

Adiós a la renuncia.
El deseo renace eternamente de sí mismo. Locura imaginar triunfar sobre él. Es
de la naturaleza de las enfermedades incurables. El deseo es INCURABLE.

Acabo de (re) leer «Paleontología», en la entrega de octubre de la N.R.F. Este


texto que creía malo, lo es mucho menos de lo que pensaba. Solo es claro en
apariencia; en realidad, lo he forrado de muchas cosas, y la lectura, me ha
parecido agotadora. Lo es sin duda en efecto.

Si hay un fracasado de lo absoluto, ese soy yo. Lo digo con todo el orgullo
necesario.

Allí donde el hombre seguramente ha innovado, es en el miedo; lo ha


modelado, diversificado, transfigurado y agravado. Su invención más original es
el miedo sin razón, el miedo continuo, a propósito de todo, el miedo que mina el
espíritu (o que emana más bien de un espíritu minado).

142
No conozco a nadie (ni siquiera a E.I.) que esté más afectado que yo en su
sustancia. Existente se reduce en mi caso a un triunfo de cada instante sobre mí
mismo. Puede que le haya cogido gusto a este combate y a estas victorias. Porque
no veo como podría explicar de otro modo la duración de mi carrera.

Personas mejor provistas que yo me piden cartas de recomendación para


diversas fundaciones extranjeras. ¿Desde cuándo los vagabundos deben
garantizar a los que no lo han sido nunca?

Me defiendo cada vez más contra los peligros de la poesía. Evoluciono en


sentido contrario al Breviario, cuyo mal estilo contaminado por la lectura de
románticos (ingleses sobre todo) es para mí un perpetuo reproche. No ceder a la
tentación del lirismo, deshacerme de los resabios nietzscheanos, es todo a lo que
aspiro; además, lo he logrado en parte. La necesidad de rigor prevalece en mí
sobre la histeria; más justamente: quiero que esta necesidad prevalezca.

Giza acaba de casarse en Argentina. Tengo que escribirle una nota para
felicitarla, yo, que considero el matrimonio como una institución pura y
simplemente abominable. Pero hay que ser caritativo y tratar de imaginar la
felicidad con los ojos de los otros. Convertir mis repugnancia en normas,
molestar a los demás con mi imposibilidades, es un comportamiento de
maleducado: lo que he sido toda mi vida.

Con los pocos españoles que he conocido, siempre me he entendido bien: todos
estaban un poco locos, y su locura era real, no era actuada ni literaria; en
resumen, no tenia nada de parisina.

143
Que yo sepa, no se ha insistido lo suficiente en la importancia del suicidio en
Dostoievski. Sin embargo, después del humor, es el aspecto que más me toca de
él.

Mi cuerpo es mi maestro. Lo apercibo en mis crisis, de cualesquiera naturaleza


que sean. Cualquier intensidad provoca una modificación en mi organismo, un
trastorno que con frecuencia se convierte en desequilibrio; en un desequilibrio
positivo a veces.

No sé el motivo, pero para mí todo es difícil, cada acto, el más elemental,


adquiere las proporciones de un problema. Nací incómodo, vivo incómodo,
persevero incómodo: es mi condición natural. Nada es más normal para mí que
estar intranquilo, que estar al lado y fuera de todo.

Un diario (Tagebuch) quizás impide trabajar; pero por otro lado presta un
servicio, reemplaza útilmente a un amigo. Ya es algo poder pasar de un
confidente.
Esta mañana, de nuevo en la Iglesia rusa, gracias a Jackson Mathews que va
todos los domingos. Esas voces profundas, venidas de otra era, he vuelto a sentir
de nuevo su beneficiosa influencia. En cierto sentido, es como una vuelta a mi
infancia. No tengo fe; ¿la tenía sin embargo entonces? Me parece que he estado
desprovisto de ella en todas las épocas de mi vida. Lo que no impide que sea una
tentativa de reincorporarme a mis orígenes. Me ejerzo en reencontrarme.

«Me siento en un estado tal que, si tuviera mi cabeza bajo el agua, no sé si daría
el impulso de subir.» (Keats en una carta del 1 de junio de 1818 a Benjamin
Bailey.)
Si las cartas de Keats son tan bellas, quizás la más bellas de la literatura
inglesa, es porque todas están marcadas por la proximidad de la muerte.

144
En París, la única manera de ser tú mismo es no interesarte en las cosas que
pasan allí. Tan pronto como adoptas el diapasón de la ciudad, estás perdido.

Si todavía tengo una cierta imagen de mí mismo, es porque logro afrontar los
días con la visión que tengo del porvenir. Qué suerte le acecha al hombre, hacia
qué destinos se encamina, lo presiento, lo siento, lo sé, y sin embargo he
conseguido pasar el rato más bien que mal; me parece que otro al contrario no lo
conseguiría, que solo yo puedo sostenerlo. Me halago quizás. ¡Pero si adivinas lo
que yo adivino!

Inanidad del Progreso: cualquier nueva adquisición supone una pérdida, un


abandono, un rechazo de la cosa que reemplaza. La ganancia no compensa jamás
la pérdida. Pero esta falsa ganancia es inevitable, atrae a todo el mundo, nadie
osa despreciarla, por lo que es muy cierto decir que el Progreso es fatal, pero
fatal como lo es una enfermedad, una plaga, un siniestro. (La electricidad ha sido
saludada como una bendición; sin embargo de ella derivan la mayor parte de los
horrores que sufrimos. Qué razón tenían nuestros campesinos al considerarla, en
el momento en que se la impusieron, como una obra del Diablo.)

La Francia «atrasada» del período anterior a la guerra está a punto de


desaparecer; se moderniza vertiginosamente, a expensas de su genio.

El verdadero orgullo es tan raro que merece postrarse ante él todas las veces
que se le encuentra.

Soporto los humores de cualquiera pero no sus pretensiones.

145
Cualquier cosa importante, éxito o fracaso, que nos pase solo es importante
para nosotros, no lo olvidemos jamás, si queremos comprender el
comportamiento de los demás hacia nosotros. Lo que es un acontecimiento para
nosotros es bagatela a la vista de nuestros amigos e incluso de nuestros enemigos.
La única manera de evitar la fatuidad o la acrimonia es considerar precisamente
que nada importante nos tendría que suceder, que lo que llamamos
acontecimiento no es más que un accidente más o menos irrisorio. Todo esto es
simple, evidente y sin embargo irrealizable, lo propio del individuo es hacer una
montaña de todo: regocijarse y sufrir, magnificar nadas, hinchar minucias.

El poeta que ha dicho las cosas más profundas sobre la poesía es Keats, en sus
cartas. Infinitamente más lúcido que cualquiera de sus contemporáneos,
Coleridge incluido, o los románticos alemanes, incluyendo a Schlegel y Novalis.

Por inclinación natural soy propenso al resentimiento; me rindo a él con


frecuencia y lo rumio, y solo lo detiene el recuerdo de que he envidiado a tal o
cual sabio, que incluso deseaba parecerme a él.

Amaría sin restricción alguna la ingenuidad si se pudiera distinguir siempre de


la estupidez.

La impertinencia es el rasgo esencial del parisino, y sin duda del francés en


general, salvo cuando olvida que es francés; cosa que sucede a veces.

146
Escribiría en mi puerta:

Toda visita es una agresión.


o
No entréis, sed caritativos.
o
Todo rostro me molesta.
o
No estoy nunca.
o
Maldito sea quien llame.
o
No conozco a nadie.
o
Loco peligroso.

Estoy sorprendido de la cantidad de personas molestas que se arrastran bajo el


sol. ¿Qué decirnos los unos a los otros? Salvad mi soledad, tengo ganas de
exclamar. Por no haber defendido la suya, muchos amigos han terminado siendo
unos fantoches, unos trapos, unas caricaturas.

La tristeza conduce al desvarío. Es así con cualquier estado del que no puedes
salir, incluida la alegría. (Aunque a decir verdad, no puede haber una alegría
permanente, mientras que la tristeza se vuelve fácilmente y casi
automáticamente. La alegría excesiva y duradera está más próxima de la locura
que de la tristeza grave. Porque esta se justifica por la reflexión e incluso por la
simple observación, mientras que la otra participa del delirio. Es imposible ser
feliz por el puro hecho de vivir; es normal estar triste desde que abres los ojos. La
percepción como tal puede conducir al desengaño: los animales son casi todos
tristes... Solamente los ratones parecen alegres.)

147
El acto menos espiritual es crear una obra y adherirse a ella. A menudo me
parece inconcebible que los grandes místicos hayan escrito tanto, que hayan
dejado un número tan importante de libros. Creían sin duda celebrar a Dios y
nada más: lo que solamente es verdad en parte, porque hablan menos de Él que
de sí mismos.

No hay ninguna fórmula, ningún pensamiento que, analizado, examinado a


fondo, no se reduzca a polvo. Esto, debería recordarse siempre que estás contento
por cualquier hallazgo.
En el orden del espíritu, el primer movimiento es el orgullo, el segundo, por
otra parte importante, la modestia. Habitualmente, tendemos al primero.

Todo hombre que no ha muerto a tiempo muere dos veces.

El extremo es la muerte del pensamiento.

Hôlderlin no visitó Grecia. Cuando quieres resucitar dioses muertos, no debes


perseguir el suelo que han pisoteado. Solo puedes revivirlos de lejos. El turismo
corta todo vínculo vivo con el pasado.

Mi mayor placer, cuando tengo que tratar un tema, es leer libros que no se
relacionen con él. Eso me da una muy viva sensación de libertad, análoga a la de
un estudiante que engaña a su profesor o que escapa a alguna supervisión
incómoda.

André Breton, falso espíritu revolucionario, impostor distinguido, el


contemporáneo que se ha tomado más en serio. Creía que sus querellas con sus
amigos eran objetivamente acontecimientos. Supo ser alguien con una obra
cualquiera.

148
Eres escritor porque no puedes ser orador... (Según mis teorías, los tartamudos
deberían ser todos genios...)

Tener pretensiones, sigue siendo algo, es querer ser más que otro. Hay pues una
pizca de drama tras el penoso juego de los pretenciosos.

Todos creen que lo que hacen es difícil, que no es apreciado en su justo valor,
etc. etc. El otro día en el campo, cuando dije al guardabosques: «Su oficio es
agradable», me lanzó una mirada furiosa. «¿Agradable?» me dijo como si le
hubiera insultado. «No es lo que quise decir. Es duro pero agradable.» Después
se calmó. La fórmula le agradó; la repitió en voz alta: «Duro pero agradable.»

Los médicos en Francia son aceptables; en Alemania, nulos.


La vida solo es posible en países que tienen el genio de la mediocridad. La
media aquí es excelente. Quizás esto es la civilización.

Un pensador solo interesa si oculta dramas o vergüenzas.

La prolijidad de Kierkegaard. Sensación muy neta de que no puede pararse,


sumergido como está por un flujo verbal a veces intolerable (para el lector). Pero
todo esto es salvado por el patetismo.
La prolijidad es el mayor pecado... intelectual. El mismo Platón no estuvo
exento de ella. Sólo nos defendemos cogiendo ojeriza a las palabras o, mejor aún,
recurriendo a la pereza.

Solo puedo emprender algo haciendo abstracción del porvenir. En cuanto


pienso en él, pierdo todos mis medios. Tan inconcebible me parece.

149
Saint-Simon llamó a Madame de Maintenon la «sultana fallida».

En el cristianismo, el áscesis es inconcebible sin la fe; el yoga no sería posible.


El ejercicio puro, la disciplina en sí misma, desapegada de todo credo, participa
de la aberración o del nihilismo, a los ojos del cristiano.

Te haces una idea de ti mismo; esta idea es pura locura, ya que nadie la suscribe
ni la comprende o la imagina. Sin embargo vivimos con ella, y ni siquiera
dudamos que no rima con nada salvo a tirones, en estos agujeros, en estos
intervalos que rompen por un instante la continuidad de dicha locura. ¿Se trata
entonces de lucidez? ¿o incluso de una locura más grande?

¡Benditos sean mis fracasos! Les debo todo lo que sé.

Mi admiración por Talleyrand. Un hombre consecuente consigo mismo, que no


creía en nada y que lo demostró. Toda su carrera: un juego académico entre
convencidos o marionetas. Elevó al rango de arte la falta de escrúpulos. Engañó y
traicionó a todo el mundo; al mismo tiempo prestó más servicios a Francia que
los que creían y eran sinceramente patriotas.

«Instante y Causa. Lo discontinuo en el pensamiento filosófico de la India»,


tesis bastante notable de Lilian Silbum, dedicada a Buda ni más ni menos. Es
como si se dedicase a Jesús una tesis sobre la filosofía en la Edad Media.

Durante horas he vuelto a la cama; esperaba aprovechar esta vigilia forzada,


encontrar alguna verdad a la que aferrame o de la que poder extraer cierta
vanidad: causa perdida.

150
En el mercado, una mujer horrible, con cabeza de águila, se ha puesto a
gritarme porque acababa de pasar entre ella y la caseta. «No es usted muy cortés.
Un caballero no debe pasar ante una mujer, etc.» Insiste. Debilidad increíble por
mi parte, intento justificarme y me enervo tanto como la buena mujer. Luego,
como siempre, sensación de malestar físico. Decididamente, a la indiferencia,
solo accederé por la muerte.

«El acto no se adhiere al hombre», verdad del Upanishad, al contrario que el


budismo, que se funda en la soberanía del acto.

El megalómano es un hombre que dicen bien alto lo que cada uno piensa de sí
mismo bien bajito.

Lo que significa el vicio. Hoy, como iba a la biblioteca del distrito VI, me
propuse devolver los libros sin tomar otros, para poder, desembarazándome de
ellos, trabajar mejor. Llegado a la biblioteca, hojeé durante una hora justamente
para llevarme otros. Furor sin nombre, cuando he visto que no había nada que
hacer, que siendo mi vicio la lectura, debo satisfacerlo a toda costa. Necesito la
presencia material de los libros en mi casa, libros prestados; tan lejos como
puedo recordar, esto siempre ha sido así, en todas las ciudades en que he vivido,
en Rumanía, en Alemania, en Francia. Además, es inútil querer corregirse de un
vicio cuando es tan inveterado; deshacerse de él, sería tanto como suprimirse. La
mayor falta que se puede hacer contra alguien, es atacarlo en lo que tiene de más
íntimo, de más duradero, de más suyo: su vicio. Por el contrario, hay que adular
ese vicio, o no hablar de él; pues denunciarlo, es convertirte para el que está
sujeto a él en enemigo mortal. Pues este vicio no es una cosa exterior, adventicia,
sino interior, y por así decirlo inmanente, dejémoslo prosperar en nosotros y en
los otros, pues no hay modo de arrancarlo. Un vicio profundo es inextirpable; si
lo fuera, sería reemplazado por otro, peor. No hay curación. Afortunadamente,
estoy tentado de decir. Porque todo vicio es una certeza. La prueba es que llena
bien una existencia, y satisface las más difíciles.

151
El mal está en la acumulación, en la posesión. Al menos, en este plano, el
destino me ha preservado. Cualquiera que disponga de bienes ya no es él mismo,
sobre todo si es él quien los ha amasado; porque se apegará más a ellos mucho
más que si los hubiera heredado, debido al trabajo y las preocupaciones que le
habrán costado. No son las fortunas adquiridas, son las fortunas heredadas las
que se desperdician. Mirad la jeta de los que han triunfado, que han penado,
quiero decir. No descubriréis la menor traza de piedad. Tienen el tejido con el que
se hace un enemigo.

Me he vuelto a sumergir en el budismo, cuyo veneno es demasiado fuerte y


demasiado seductor para que me resista. Sin embargo, me había prometido no
tocar más el Oriente.

Ante la muerte, cómo decir: «esto es mío, esto es mío», ¿cómo decir: yo? Ante
ella, todo es impostura, todo; ella misma quizá no es más que la impostura
suprema.

Con mi estado de salud, es increíble que haya podido durar tanto tiempo. Estoy
enfermo sin interrupción desde los diecisiete años. Toda mi vida no ha sido más
que sufrimiento y reflexión sobre el sufrimiento. Estos reumatismos, este
hormigueo perpetuo en el nervio ciático y ahora en todos mis nervios, estos
dolores cuando cambia el tiempo, estas noches pasadas acurrucado en el lecho
como una serpiente golpeada por alguna maldición, a veces tengo suficiente a
pesar de mi sed, de mi inextinguible sed.

No se puede discutir con dolor físico.

152
Mi madre ya no sufre más. Es como si no hubiera sufrido jamás, existido
jamás.

La cosa que más me humillaría, es tener el éxito de tal o cual, ver aparecer
estudios, libros sobre mí. Soporto infinitamente mejor el estado de desconocido
que es el mío que lo que lo haría esta situación: tener un nombre bien establecido,
no conozco derrota más penosa.
La obsesión con la tumba me ha quitado las ganas de gloria; apenas guardo la
idea y vagamente el gusto. Es para mí una imposibilidad que no lamento y que, si
fuera posible, me deshonraría ante mí mismo.

Doreen, una amiga inglesa, que cree o que sufre un cáncer, acaba de llamarme
para decir que se pasará en dos horas para despedirse. Deja definitivamente París
por Niza. ¿Qué tendría que decirle? ¿cómo evitar lo falso, las mentiras, la
piedad? Jamás deberíamos hablar a los otros sobre lo que nos concierne
profundamente. Los problemas de salud, de dinero así como los duelos, sería
necesario que fueran desterrados de una vez por todas de la conversación. ¡Qué
falta de caridad! Sería quitar a los hombres el placer de quejarse, el más grande
de los placeres.

Lo que es incomprensible en los judíos, en gente tan fina, tan refinada, es su


implacabilidad, ese costado conquistador que siempre me ha impactado en ellos
y que no cesa de maravillarme y de confundirme. Junto a ellos, cada vez que
frecuento a uno, veo mi abulia en todo su horror, en toda su gravedad. Ya lo he
dicho en otra parte, pero siento la necesidad de repetirlo, pues este rasgo me
parece real, importante, impenetrable. Ahí debe residir la clave de su larga
peregrinación.

153
La visita de Doreen. Tiene tanto encanto e ingenio, y su inglés es tan bello, que
fue una verdadera delicia. Su manera de hablar de su enfermedad, a la vez como
una cosa grave y como una minucia, provoca admiración. ¡Después contó una
anécdota! Nadie pone un acento parecido. Es abrumadoramente... fina.

La sabiduría es dejar las cosas en su estado. Cada vez que trato de remediarlas,
me encuentro peor, por complicaciones imprevistas y a decir verdad
imprevisibles, inherentes a todo cambio, incluso a mejor.

Todo llega demasiado tarde para algunos: han nacido póstumos.

Mi madre ha muerto cuasi-desesperada; mi padre, completamente desesperado.


(Hay que ser justo: su destino comparado con aquellos que murieron en los
campos de concentración, parece, es envidiable: los dos han muerto llenos de
años, y de enfermedades.)

No está completamente atenuada, mi facultad de enternecerme. Mi cinismo es


de superficie, verbal, abstracto. ¡Cuándo hago el mal, me siento tan torpe!
Novicio en el arte de dañar, en la práctica, lo repito, porque en teoría me siento
con la talla para competir con el Demonio.

El heroísmo es pueril. Hay que mirar más allá.

Mi mal hábito de escribir solo bajo el golpe de «inspiración» es la causa de que


haya llegado a una edad en la que ya tienes una obra detrás de ti sin que, yo,
pueda presumir de haber producido una. Ni mucho menos. Retazos, he ahí el
resultado de tantos años de labor diferida. Pero estaba escrito en mis huesos, en
mi sangre...

154
Bloy cita la divisa de un viejo reloj solar: «Es más tarde de lo que crees.»

La tristeza vacía, sin pensamiento existe, a pesar de los aires profundos y


racionales que afecta, no, que le son naturales.

Tarde en la noche, cuando ya no sabes que hacer con tu vida ni con tu muerte.

He querido ser olvidado y lo he logrado sin pena.

¡Calla!

Una originalidad que no rima con nada, es lo que me gustaría decir de la mayor
parte de escritores de los que se habla.

La muerte de mi madre ha removido todo mi pasado: se ha reanimado de


repente. Al igual que los muertos, también tengo mi vida detrás de mí.

Me contaron el caso de una mujer, sorda desde los treinta años, que acababa de
recuperar la audición como resultado de una operación, y que, aterrorizada por el
ruido, pidió que le devolvieran su sordera... Le resultaba imposible dormir, su
vida era una pesadilla. Le pasó lo que le pasaría a cualquier hombre muerto hace,
digamos, cincuenta años, y que resucitara. Requeriría su tumba.
Me recordó lo que me dijo un día Henry Corbin: estando al aparato, fue a la
ventana; reculó horrorizado, ante el estruendo que subía de la calle. Ese día
estuvo contento, y casi feliz de estar separado del mundo exterior.

155
Acabo de finalizar el Diario de Bloy (Cochons-sur-Marne, Invendable).
Decepción, irritación. Decididamente, no reencuentro el entusiasmo de hace
treinta años. Se dijo de él que «deshonraba la pobreza». La frase es justa. ¡Qué
idea también por mi parte de releer a un… panfletario! Rabia automática,
impertinencia por sistema, calumnia, babeo, epilepsia ininterrumpida por parte de
alguien que aspiraba a la santidad y que solo era un hombre de letras, un maníaco
dotado, un bocazas sin igual. Como escritor, a veces es extraordinario, en la
invectiva evidentemente. ¡Qué pena que no haya vigilado sus adverbios! Son
muy a menudo inútiles e intolerables. Pero en fin, fue alguien, y no lo hizo mejor
después en el género quejica.

Todo lo que he escrito es el producto de la depresión. Pero no vivo siempre en


la depresión, así que mis escritos solo dan una imagen incompleta de lo que soy.
He agotado mi alegría en la vida, en las conversaciones; no ha quedado nada para
mis libros: les he reservado toda la hiel que poesía. Solo puedo escribir bajo la
presión de mis humores negros; disminuyen tan pronto como extraigo alguna
fórmula. No se trata en mi caso ni de filosofía ni de literatura, sino simplemente
de terapéutica. Esto puede ser agradable y útil para mí, no para el lector. ¡Se trata
del lector!

Sobre Madame de Staël: «Había en su alma demasiados hábitos apasionados


como para que no haya amado mucho, demasiada imaginación en su espíritu
como para que no haya creído a menudo que amaba.»
(Madame de Rémusat)

Desde hace muchos años, por la mañana al despertar, en el lugar del cerebro,
sensación de una estepa.

En un libro sobre Talleyrand, se trata de su «sed de desprecio», que me parece


el rasgo más llamativo del personaje.

156
En cuestiones de absoluto, no he superado el estadio de la tentación.

Mi hermano se sorprende (o se maravilla) de que mi madre haya conservado la


sonrisa. «Pe fata imobila una mamii era un zambet care m'uluit. Parea ca a murit
fericita» [«En el rostro inmóvil de mamá, había una sonrisa que me sorprendió. Parece que murió
feliz»]. Porque efectivamente debió morir feliz. Se liberó de sus sufrimientos,
encontró lo que buscaba, incluso aunque no deseara conscientemente la muerte.
Pienso, todo lo contrario, de la máscara de Rolland de Renolville:
transparentaba un horror, un terror, un retroceso; no quería de ninguna manera
morir, y no tenía motivos para quejarse de la vida. La muerte no podía aportarle
nada. Así todo su rostro expresaba desconsuelo.

Debe nevar también en Rasinari, sobre la tumba de mi madre. La pasada noche,


he visto, lo que se dice visto, esta tumba y a mi madre tendida en su joven ataúd.
He pensado en el poema de Emily Brontë, Recuerdo.

No te olvides diferenciar entre frenesí y prolijidad.


No encuentro verdadero frenesí en los escritores actuales; por el contrario una
inflación verbal a prueba de bombas.

Un falso problema, llamamos así a un problema que ha cesado de interesarnos.

Cuando recibo un libro de máximas, notas, fragmentos de cualquier orden,


mi primer movimiento es de exasperación, y el segundo igualmente.

157
Es muy malo escribir sobre alguien. Hay que interesarse en los problemas, o en
el sentido oculto de las experiencias que se viven.

No siento ninguna conexión con los escritores de hoy, al menos en Francia, me


desvinculo cada vez más de la literatura en general. Definitivamente estoy
interesado en otras cosas.
Sensación de soledad total en París (a pesar de las personas que encuentro allí,
pero no son escritores).

X, Y, Z, etc. ¿Qué les cuesta hacer sus libros?

La vida, en sus momentos más bellos, es a lo sumo un equilibrio de


inconvenientes.

Es fácil minimizar el rol del individuo en la historia. Sin embargo si Hitler


hubiera muerto en el atentado de julio de 1944, ¡cuántas vidas se habrían
salvado! ¡Millones!
Una nación, la más seria de Europa, y Europa misma, entregadas a un enfermo
mental. Eso explica el borrado de esta esquina del mundo.

De la mañana a la noche gastar el tiempo en personas que desprecias.

Cuando Rostopchin, el futuro autor del incendio de Moscú, joven oficial fue
presentado a Suvarov, este, sin dirigirle la palabra, dio tres volteretas, luego,
dirigiéndose a Rostopchin : «Señor, ¿cuántos peces hay en el Neva?» Rostopchin,
sin desconcertarse, dijo una cifra cualquiera. Suvorov, impresionado, le tiende la
mano.
... Esta es una de las mejores historias zen que existen.

158
Acabo de leer, en un libro sobre Santa Teresa, el capítulo sobre las sucesivas
exhumaciones de la santa.
Lo que me ha fascinado de España es su costado morboso, lo que
principalmente amo de este país son sus obsesiones fúnebres.

Tengo querencia por el cadáver y sin embargo no me gusta el cristianismo.

Haz todo con tu vida, salvo literatura. Se dice pronto: solamente se puede hacer
eso.

*
Cuándo no me rebajaré más a ningún dolor...
Pero eso es la muerte. La vida, es la aptitud para el dolor.

Imposible dirigirse a alguien en el dolor, sobre todo si este dolor es compartido.


«Ni la vida ni la muerte tienen ninguna importancia. Se trata solamente de
salvaguardar las apariencias, porque no hay nada más allá», es todo lo que he
podido encontrar a guisa de consuelo para mi hermana. Hubiera sido mejor
abstenerme.

En un libro de gramática, se define pleonasmo como un exceso en la búsqueda


de la «propiedad de los términos». Definición justa.

Con la lengua francesa he comenzado un combate que está lejos de haber


terminado, que jamás lo hará. ¡Con un enemigo así!

159
Todo es suplicio aquí abajo, incluso el placer.

El drama de formar parte de una nación improvisada.

Vislumbré a V.G., y fingí no haberle visto. ¿Está justificado mi disgusto hacia


él? Me sorprendo de mis indignaciones. ¿Qué importan los bastardos? Y además,
¿quién es el bastardo?

De nuevo, ganas de rezar, de llorar, de disolverme, de no ser nada, de volver al


cero inicial, antes de todo nacimiento.

Disimular tus rencores, ese es todo el secreto del hombre como tiene que ser.

No vengarse es la cosa más difícil, la más antinatural que existe. Pero


vengándote, te pones exactamente al nivel de quien quieres sancionar.
Vengarse o no vengarse, toda la moral está ahí. No hay otro problema.

Soy un gran amante de las biografías, como todos los que no tienen «vida».

Se puede leer el Diario de un escritor; son fragmentos donde hay vida. Pero lo
que puedo consumir cada vez menos son las máximas, los pensamientos, las
fórmulas oraculares que significan todo y nada. Cuando pienso que yo mismo las
he escrito, siento asco. ¡Olvidemos!

160
Hay un costado aberrante en el gnosticismo que explica el interés que he
tomado por él.

He vuelto a las confesiones de San Agustín, por enésima vez en mi vida. Amo y
detesto a este retórico. Pero en fin no deja de ser algo escribir tus memorias a la
atención de Dios.

Agradecer un libro que no has podido leer es una tarea a la cual no logro
habituarme, a pesar de una vieja práctica.

Solo los problemas nos impiden volvernos a todos locos. Sin ellos la existencia
sería propiamente infernal. Primero, porque son ellos los que nos impiden pensar
en la muerte; después...

Cuanto más horror tengo a los hombres, más tengo que verlos. Pago caro ser
libre, no tener una ocupación precisa. Mis obligaciones son todas servidumbres.
Tan alta es la idea que me hago de la soledad, que cada cita se me aparece como
una crucifixión.

James Joyce. Correspondencia.


Me conquistó por sus... problemas de salud. La pandilla de los enfermos.

Lo que hace que no me guste realmente el Ulises, es que está demasiado


elaborado; es casi una novela... didáctica. Y además le falta ese ritmo jadeante
que se encuentra en Dostoievski y Proust.
Lo extraordinario, es haber concebido un libro así. La primera idea me impone
casi más que la ejecución. Por otra parte solo he podido leerlo a trozos, y jamás
íntegramente. Es una trama de «chismes», la summa del disparate, las
divagaciones de un conserje universal.

161
La única manera de salvar a las criaturas, es amarlas en Dios, según la
recomendación de San Agustín, que escribió una bella página acordándose de la
muerte de uno de sus amigos, de adolescente.

Cada vez que tengo que reunirme con alguien, le odio; luego le perdono. Es el
efecto del alivio pero también del lamento de haber sido injusto con él.

En los momentos de tristeza, ganas locas de trabajar. Síntoma saludable en mí.

Cuando leo a Tolstoi, lo prefiero a Dostoievski, y cuando leo a éste, lo prefiero


al primero.

Para disminuir mi capacidad de sufrir, recurrí al escepticismo. Hago de cada


duda un anti-tormento. Pues la duda, formulada, consciente, es un tormento
superado, luego un remedio.

Solo deseas la muerte cuando estás a punto de estar bien; la temes tan pronto
como estás un poco enfermo.

Medianoche. Paseo medio fúnebre por el Luxemburgo. Pensando en las


posibilidades de ayudar a lo que queda de mi familia. Los tres hijos de mi sobrino
están prácticamente a mi cargo. ¡Y no tengo ningún ingreso real!

162
Rezar indica un cierto grado de desolación; pero todo eso no es nada
comparado con la necesidad de que se ore por nosotros. Eso es la desolación
misma.

Guarahani, la isla donde abordaron las tres carabelas de Colón el 12 de octubre


de 1492. Los indígenas recibieron a los extranjeros con todas las atenciones
posibles. Catorce años después, la isla estaba completamente desierta, los
indígenas habían sido masacrados o deportados.

Un placer, en Saint-Séverin, escuchar a una orquesta que toca solo para ti y


para Dios…, porque no había nadie más en la iglesia. Y luego esas sillas vacías
tienen algo de exultante. Tuve la impresión de sentir, de vibrar en lugar de todos
aquellos que no estaban allí.

Se puede no amar el Ulises. Pero después de él, ya no se pueden soportar las


demás novelas.

De repente pienso en aquellas jornadas en los Cárpatos donde, en el silencio


irreal, escuchaba el estremecimiento de la hierba bajo una brisa imperceptible.

Cuando las desgracias se repiten, nos volvemos poco a poco insensibles a ellas,
y piensas que Job fue cualquier cosa, salvo un sabio.

Espero llegar un día a ese estadio en que la palabra desgracia no tendrá para mí
ninguna significación ni atracción.

163
Con algunas excepciones, mis «libros» solo tienen crédito entre los fracasados,
los caídos, los desheredados (mujeres sobre todo), adolescentes, en suma con lo
informe y lo inacabado.

La envidia no es un «sentimiento», sino un humor con base fisiológica, una


reacción orgánica, tan involuntaria como una secreción. Lo mismo se podría
decir de cualquier fenómeno denominado afectivo.

La envidia solo existe entre hermanos, amigos, vecinos, entre personas de la


misma categoría y valor.

Los tipos a los cuales me parezco: Oblomov, Kirilov, Adolphe y... Pero más
cobarde, más desesperado.

Cl. M. Ridículo malentendido. En casa de E.I., en una cena, como le dije que su
mujer no había cambiado (no la había visto desde su matrimonio), él me
respondió: «¿Qué quieres? ¡Once años cuentan!». Comprendió que su esposa
había cambiado. Durante toda la cena, no cesó de atacarme; de darle la vuelta a
todo lo que decía; al final, estallé, y le dejé más o menos en ridículo.
Lo que es curioso, es que no hice nada para restablecer la verdad. Podría haber
corregido inmediatamente la situación. Pero, en el fondo, el malentendido me
convenía, lo había elegido inconscientemente.

Historia y utopía es quizás el libro que mejor me define.

164
Quien haya tenido una «crisis de depresión» siempre estará expuesto a ella, la
llevará en él, y jamás sanará.
(Acerca de J.B. que me dijo que ya no leía mis libros porque que había salido
de su «crisis de depresión».)

Ser «deshonrado», muy bien. ¿Ante quién? Cuando te sientes solo frente a
todos, solo puedes perder tu honor ante ti mismo, por ti mismo; no reconoces a
los otros la cualidad de jueces.

Fuera de la muerte, todo es impostura, lamento decirlo.

Debo escribir Noche de Talamanca, pero no puedo hacerlo. No estoy de humor


para detenerme en el suicidio, aunque el tema no me pueda ser más familiar.

La civilización es un mal, estoy seguro; pero es inútil e incluso ridículo


repetirlo, después de tantos otros, sobre todo porque es inevitable y sin remedio.
El hombre solo podrá sanar destruyéndola.

No hay nada más humillante que pedir dinero, bajo cualquier pretexto.
Afortunadamente la sabiduría o el cinismo nos permiten vencer estos escrúpulos
tan irrisorios.

La única manera para mí de encontrar alguna confianza en el ser es cesar de


frecuentar a los seres. Les veo demasiado, y a sus ojos estoy demasiado
desengañado. Son la mayor parte marionetas siniestras en contacto con las cuales
la ingenuidad no está permitida. Así mi tendencia al sarcasmo se acentúa día a
día.

165
Mi cuñado acaba de escribirme que mi hermana está muerta, como mi madre,
de una hemorragia cerebral.
En la esquela, este «ramasitele pamintesti» me golpea dolorosamente. ¿Cómo
traducirlo? «Despojos mortales» es plano; los «restos mortales», imposible.
Traduciría directamente «desechos mortales», pero no es el estilo de una esquela.

Esos presentimientos de éxtasis en los que no sabemos qué hacer y qué,


inexplotados, desaparecen sin dejar rastro. ¿Sin dejarlo?

Tan pronto como envío un texto a una revista, solo tengo una idea en mente:
reclamarlo para rehacerlo, tal es el miedo que tengo, no, la certeza, de que no
vale nada. Pero me falta la fuerza para escribir la carta necesaria, y me convierto
de golpe en un fatalista para no hacerme mala sangre.

Mi cuñado me ha escrito una postal donde no hay una queja, ni ningún rastro
de pánico o de desolación retórica. Diríase un inglés. Me ha conmovido mucho
más que si se hubiera expresado con una violenta desesperación. Su desaliento no
debe tener límites; por tanto aprecio más su contención.

Paul Bourget (¿alrededor de 1910?): «Cuatro barreras nos separan de la


barbarie: el Gran Estado Mayor alemán, la Cámara de los Lores de Inglaterra, el
Instituto de Francia y el Vaticano.»

La ciencia lo ha arruinado todo. Y no tiene nada que ofrecernos. Es vacía, o bien


satánica. Destruye todas las apariencias. Si algunas veces es benéfica, en esencia
es perniciosa. Deberíamos pasar de ella voluntariamente.

166
La única gran tarea que todavía le queda al hombre es destruirse. Emplearse en
otra cosa, es repetirse, hacer acto de presencia.

Para alcanzar la claridad, he tenido que sacrificar una buena parte de mi «yo»,
mis lados más íntimos, mis experiencias más profundas. La claridad es exclusión:
me he rechazado a mí mismo para ser claro.
Este esfuerzo me ha agotado. He cometido un atentado contra mi naturaleza.
¡Todo esto debido a una falsa idea del «estilo»!

Nietzsche, que quiso alterar tantas cosas, no es en el fondo más que un naif.
Arrastraba tras él demasiadas inocencias.

Lo que es tranquilizador, es que los escritores de los que se habla serán, salvo
raras excepciones, necesariamente olvidados antes de estar muertos. La
defunción literaria es más cruel y más justa que la defunción propiamente dicha.
Un autor citado con demasiada frecuencia, terminas por no tener ganas de
leerle. Su nombre es profanado a base de circular. Prefieres leer a alguien menos
conocido e incluso de menor talento, aunque solo sea porque no pertenece a
todos.

Es imposible tener una virtud sin el vicio que le corresponde.

La avaricia quizá no es más que la forma sórdida de la ansiedad.

Encontrar el móvil secreto de cualquiera que hizo algo en la vida.

167
Una amistad que ha durado algunos años, si se rompe, se debe aceptar el hecho
sin amargura; debía terminar algún día. Que se recuerde solo lo que fue, ¡no en lo
que se ha convertido!

Cada vez que sorprendo en mí al hombre de letras, ya no sé dónde esconder mi


vergüenza.

Pienso en mi madre, en mi hermana, en Reisner, en Mircea Zapratan, seres para


los que existía y que existían para mí. ¿Que puedo hacer con tantas tumbas sobre
la espalda?

Paul Valet, a quien le conté por teléfono que tenía la responsabilidad de tres
niños, me dice que está muy bien, que en general quiere a los niños, porque, me
dice, «no me gusta la existencia, pero amo la vida».

Lo que más me asustaba en mi infancia, era las historias sobre las


inhumaciones prematuras, sobre los muertos a los que se ha oído removerse, etc.

Paso por una fase de no-religión, me refiero a una insensibilidad por lo oculto.
Es como si todo estuviera vaciado de misterio y viviera en un incomprensible
desprovisto de significación.

La cosa más estúpida que se puede hacer, es estudiar filosofía. Se puede


estudiar un problema, pero es absurdo ceñirse a ... todos los problemas. ¡Pensar
que pasé por este error!

168
Vi a mi hermana por última vez en 1937, creo; a mis padres en enero de 1941.
Desde entonces, algunas fotos, y las de su lecho de muerte (excepto la de mi
madre, quiero decir, su última imagen, que no han querido enviarme, no sé por
qué: ¿para no entristecerme?)

Pienso en los años 1933-34-35, en la locura que se apoderó de mí, en mis


ambiciones desmesuradas, en el delirio «político», en mis proyectos
positivamente dementes, ¡qué vitalidad en el desequilibrio! Estaba loco sin fatiga.
Ahora, estoy loco con fatiga. A decir verdad, ni siquiera estoy loco, solo guardo
el residuo de mis antiguas locuras. La fatiga, lejos de haberse retirado, al
contrario, está en expansión, en pleno apogeo. A dónde me va a llevar, no sé
nada.

Tengo horror a hacer la menor gestión por mis libros; sin embargo lo hago de
vez en cuando, y siempre con un vivo sentimiento de disgusto.

Tendría que estar intoxicado por una droga que me diera el vigor de mis veinte
años, o más bien necesitaría un látigo, que sacudiera mi sobrenatural apatía.

Solo puedo leer libros indiferentes, helados, exentos de toda vibración, o si no


libros huracán, que te lleven y te dejen en medio de tu mayor peligro.

Día tras día, veo deshacerse la imagen que he forjado de mis ambiciones y de
mis dones. Desciendo la pendiente, y mi cerebro se vela, se oscurece.

169
Esta tarde, postración. He dormido dos horas. Cuidemos nuestro cerebro
(o más bien lo que queda de él).

Estas oscilaciones sin fin entre el fervor y la amargura.

Hay que tener piedad de todo el mundo. De lo contrario reaccionamos como un


panfletista, como todo el mundo, justamente.

Gabriel Marcel se muestra muy inquieto porque los teólogos alemanes, le han
dicho, ya no creen en la resurrección. Trato de apaciguarle y de abrazar su
angustia por pura amistad, claro está.

Reencuentro en la biblioteca de la Sorbona con el Profesor H.G. que me


estrecha la mano sin decirme una palabra. Soy un escritor amortizado. En los
tiempos en que se hablaba de mí, se me trataba de otra manera.
(Cuando estás demasiado amargado, te vuelves ridículo).

Leídos los pensamientos de Demócrito. Banalidad confusa. Pero el personaje


era otra cosa. Estos antiguos tenían una vida; no eran tan sosos como nuestros
modernos profesores.

La boda de Hitler con Eva Braun tuvo lugar algunas horas antes de su suicidio.
Se llamó apresuradamente a un funcionario, el cual planteó a cada uno de ellos
separadamente la pregunta reglamentaria: «¿Es usted ario?». Respondieron
afirmativamente. Si Hitler hubiera dicho «No», hubiera sido la respuesta más
extraordinaria de la Historia.

170
Hemos sido arrojados a este mundo para conocer el drama de no poder llorar.

Tengo tal necesidad de dormir, que tengo que hacer un esfuerzo para no
dejarme hundir. ¿Quien está fatigado? ¿mi cerebro o qué? Debería volver a tomar
café; pero sería la ruina física en pocos meses, el regreso a la época heroica de mi
gastritis.

En los sueños, esas conversaciones interminables sobre temas difíciles me


fatigan, me agotan, y, al despertar, me enfurecen.

Desde hace años, mi atención se ha largado; se concentra en todo, salvo en lo


que debe fijarse; cualquier tema la requiere, excepto el que necesito profundizar.
Voluptuosidad de la distracción. Alejarme de lo esencial a toda costa, tal parece
mi ley. Nací para la digresión. Me gusta revolcarme en lo accesorio.

Pensé que llegaría un día en que no tendría piedad por mí mismo, en que me
emanciparía de esta obsesión malsana; los años no han hecho más que
arrastrarme más profundo, que atarme a ella irrevocablemente.

¡Pensar que hubo un tiempo en el que temía ser canonizado vivo! ¡Qué caída
desde entonces! En esa época, seguramente era alguien. Evolucionamos a
nuestras expensas. Es la razón por la cual hay tan pocos santos.

Me sería incomparablemente más fácil vivir sin traza de creencia que sin traza
de duda. La duda destructiva, la duda nutritiva...

171
Hay en mí un rabioso y un escéptico que no pueden ponerse de acuerdo en
nada. Soy la suma de sus desacuerdos.

La duda me sumerge en un estado de embriaguez.

El verdadero escéptico quiere dudar; se arroja a la duda y se afana por ella en


cada momento.

Cada día me propongo vengarme contra tal o cual, y cada día me empleo con
éxito en neutralizarlo, en arruinar mi proyectos de venganza.

He leído la muerte de Madame de Montespan en la traducción inglesa de las


Memorias de Saint-Simon de Francis Arkwright. Es tan poderosa, tan viva que la
mala traducción no constituye un obstáculo a la emoción.

No hay sensación falsa.

La ciudad está vacía, el cielo cubierto, casi negro. Parece la espera de una
catástrofe. Nochebuena en mi corazón. Para mí, la felicidad es muy simple: no
pensar en el futuro.

Dormir: la cosa más inteligente que se puede hacer. ¡Poder salir a voluntad del
tiempo!

172
Es degradante morir. ¡Devenir de repente en objeto!

Tan pronto como abordo un problema, desemboco en lo insoluble. Si dejara de


interrogarme, ¿no sería el medio de progresar al fin?

Destino. B.T., que estaba loco por París, que había terminado un libro sobre la
Defensa de la Civilización con esta increíble, exasperante y magnífica
afirmación: «Después de la Razón, Francia es el más grande honor del hombre»,
B.T., digo, se quedó en Rumanía para lamentarse, y yo, que había idolatrado a
otros países, vine a eternizarme en este con el que tengo la relación más extraña.
Para que me guste un país, debe ser, de alguna manera, como Francia no lo es
en absoluto, ¡por desgracia!

Cuando estoy acostado las «ideas» me vienen, me siento en todo caso yo


mismo. De pie, soy más o menos libresco, vivo como un parásito, no consigo
eliminar lo accesorio.

Mientras no haga algo que me rehabilite ante mí mismo, voy a arrastrar a lo


largo de las jornadas estos humores amargos, estos sarcasmos automáticos, esta
desolación donde se propaga mi inspiración vacante, y el duelo de mi orgullo. En
mí, hay alguien que me ha abandonado. Debería yo también pensar, como
Eveline, en la Virgen de los Desamparados, ¿qué digo? dirigirla oraciones. Mi
vida, ¡qué naufragio del interior, por mis deficiencias, por mi propia culpa! He
creado yo mismo las condiciones ideales para estropearla, he elaborado mi
decadencia.

173
Una tarjeta de felicitación, firma ilegible, procedente de Bucarest, donde se
habla de mis «éxitos», del «honor» que le hago a mi país, donde se me asegura
que soy «amado y admirado», me sumerjo en la perplejidad y la vergüenza: ¡si
esta gente supiera al pobre hombre que «aman y admiran»! A menos que todas
estas efusiones no sean más que entusiasmos e hipérboles balcánicas, lo que me
parece más verosímil.

Efecto de la «liberalización» en Rumanía: la gente se precipita sobre cualquier


libro, siempre que no sea propaganda. Les esperan inevitables decepciones. Así,
se han vendido en una semana seis mil ejemplares de la Fenomenología del
espíritu. Cuando, algún tiempo después, se publicó la Lógica el número de
compradores disminuyó considerablemente.

Un amigo me cuenta que, durante la propaganda para la colectivización,


intentó, en un pueblo cerca del Danubio, convencer a un campesino de la
superioridad de los nuevos métodos, y las ventajas que tendría al trabajar en
horarios fijos, en común, como un funcionario, rendimiento más importante, etc.,
etc., etc. Pero el campesino que, prudente, no quería decir ni sí ni no, solamente
señala con el dedo, a modo de respuesta, un pájaro que acababa de volar por
encima de sus cabezas. No se atrevió a hablar de libertad, pero tuvo el coraje de
designar el símbolo...

Saber encajar sin responder, sin siquiera considerar la eventualidad de una


venganza, es la clave de todo, es un arte que me esfuerzo desde hace mucho
tiempo en aprender sin éxito, salvo en raros momentos, pero entonces cómo saber
si mi victoria no es el fruto de la cobardía.
Renunciar a vengarte no de forma inmediata sino en la eternidad, encajar todos
los golpes para siempre. La omnipresencia de la venganza, es el escollo contra el
cual topan todas las utopías, el obstáculo mayor e invencible a la instauración del
Paraíso.
Quiero reprimir mi venganza, pero actúa en secreto, y me vengo sin saberlo en
los momentos en que me regodeo, en que me enorgullezco de estar más avanzado
en prudencia que cualquier otro mortal. Mi sangre acarrea la venganza; la espesa,
la lastra, la...

174
Entrar en ti mismo, y escuchar un silencio tan viejo como el ser, más antiguo
incluso, el silencio anterior al tiempo.

En el Louvre, la Pintura japonesa del siglo XII al XVII. Triunfo absoluto de lo


preciso y de lo vaporoso todo junto. Tanto rigor unido a tanta delicadeza, apenas
en Occidente solo los franceses son, han sido capaces.

Cada uno tiene su droga; la mía, es el escepticismo. Estoy intoxicado de él.


Pero este veneno me hace vivir, y, sin él, necesitaría algo más fuerte y más
pernicioso.

Le explico a Edern Hallier que leer a Blanchot, es interesante por la sensación


de ahogamiento que siempre se tiene, cuando lees cualquier cosa de él. A partir
de un cierto momento se pierde pie, luego se fluye sin ninguna sensación de
vértigo, sin miedo al abismo, pues solo se trata de un momento ininteligible del
texto, donde giras en redondo como en un suave torbellino; entonces remontas a
la superficie, nadas, comprendes de nuevo; después de un cierto tiempo, bastante
breve, te ahogas otra vez, y así sucesivamente.
La culpa la tiene el autor, espíritu profundo pero agrietado, es decir, incapaz de
distinguir entre el pensamiento y la nada del pensamiento; en él a menudo el
espíritu se vuelve vacío, sin que se dé cuenta.

Volviéndose hacia al cristianismo, Roma se interesó y convirtió a un dios no


solo extranjero, sino también subalterno; adoptó la religión de una colonia, la
más despreciada del Imperio. Cuando una civilización ya no puede apoyarse en
sus dioses, cuando los ha agotado, busca su salvación en otro lado; se salva
pereciendo.

175
En Treblinka, se ve, en un cierto momento, a judíos, que habían perdido a toda
su familia en las cámaras de gas del campo, dar un espectáculo (concierto, danza,
boxeo) ante sus verdugos, que aplaudían a rabiar, lo mismo que los judíos
presentes (alrededor de un millar, que precisamente estaban encargados de esas
famosas cámaras). Todo es tan horrible, tan loco, tan inverosímil, que el lector,
llegado aquí, se desliza fuera de la realidad. De hecho, este infierno parece un
sueño, porque si no puedes representártelo no puedes creerlo.

El deseo de gloria no es más que una de las expresiones más sutiles del apetito
de poder.

El drama de no poder rezar ... ¿Rezar por quién? ¿qué? ¡Ah! ¡Dios mio!

La imposibilidad de la soledad como fenómeno de condenación. Nada recuerda


mejor el infierno que la Corte de Versailles. Saint-Simon es el gran historiógrafo
de los reprobados.

En un libro sobre Heráclito, una imagen sorprendente: algunas piedras, todo lo


que queda del templo de Éfeso que Eróstrato había incendiado por deseo de
gloria.
Los efesios habían prohibido que se pronunciara su nombre, tan horrorizados
quedaron con su gesto. Fue su gran suerte. Lo que se condena al olvido es seguro
que sobrevivirá.

Lo que se llama, en el estilo de la piedad clásica, jansenista más bien, los


«talentos de perdición».

176
Cada ser emerge de no sabe dónde, siembra su pequeño grito y desaparece sin
dejar rastro.

Debo visitar, en el barrio de Marais, en el 6 de la calle Orléans, la casa donde


Lucile de Chateaubriand murió el 18 brumario año XIII.

Mi gastritis me curó de mi romanticismo. ¡No!

L.G., mi enemigo más encarnizado que no cesa de calumniarme desde hace una
veintena de años. Ha creado el vacío a mi alrededor; los críticos que me habían
sostenido me detestan, ya ninguna revista pide mi colaboración. Me impide
entrar en la Investigación, me ha hecho perder más de un amigo.
Y sin embargo le debo mucho. Sin su campaña de denigración, todo hubiera
sido demasiado fácil para mí, hoy tendría un nombre, es decir que sería un
cadáver. Lo soy quizás aún así, pero de otra manera, más honorable, al menos
ante mí mismo. Si hubiera entrado en la Investigación, habría hecho una tesis,
luego nada en absoluto. Debo, sí, mis libros, a L.G., y si existo en cierto modo, es
gracias a él. Entiendo por existir no tanto literariamente como espiritualmente. El
aislamiento con respecto a los hombres que cuentan, el sentimiento de ser
rechazado, de estar fuera, al lado, de ser un paria, todo eso es beneficioso a la
larga. ¿Si no me desprecio completamente no es hasta cierto punto reconfortante
que se lo deba a alguien que se ha especializado en el odio hacia mí?

M.S., el único sabio de mi generación. Su sabiduría viene sin duda de


nacimiento, pero los acontecimientos han contribuido en buena medida. Si se
hubiera quedado en París, habría escrito libros, hecho una carrera universitaria,
en definitiva, habría tenido una existencia cualquiera; allí abajo, durante veinte
años de silencio, ¡y qué silencio!, ha comprendido cosas que ni siquiera podría
haber adivinado si se hubiera quedado aquí. Cuando se dice que ha tirado su vida,
se dice una estupidez. Nosotros que parecemos triunfadores, somos los que
hemos perdido la nuestra, y es muy cierto que, en relación a él, somos unos
caídos.

177
«Empleamos en las pasiones el material que nos ha sido dado para la
felicidad.» (Joubert.)

Odio al hombre; pero no puedo decir: odio al ser humano. Hay algo en esta
palabra ser que no evoca precisamente lo humano. Algo lejano, misterioso,
entrañable, todo cosas ajenas a la idea de próximo.

¡Necesito un hombre que haya encontrado!

Leo un libro sobre Râmakrishna (de Mukerdji). Estoy estupefacto al constatar,


una vez más, que importante es el papel de la voluntad en los santos. Debería
decir: de la ambición, del orgullo. El costado conquistador. La necesidad de ser
único. A los treinta años, después de haber pasado doce dedicados a la
meditación y a la plegaria, dice a la diosa Kali, a la que adoraba: «Oh Madre, si
no recibo hoy mismo la Iluminación, me quitaré la vida mañana.»
La obtiene; lo que entendía por Iluminación, era ver la Cara de la Madre. Con
esta visión, que le cambió radicalmente, vivió algunos días sin comer ni beber,
dentro de la experiencia continua de la luz. «A veces, mientras hablaba, el
resplandor de su rostro era tan intenso que los que le escuchaban estaban
forzados a volver la cara para no ser cegados...» (Mukerdji, El rostro del Silencio,
París, 1932)

Falsos poetas, falsos profetas, falsos dioses...


En un mundo que no es logrado, ¿cómo lo serían los seres? ¿Cuántos he
conocido que pueda decir que lo hayan sido? Algunos, que podría nombrar, si
tuvieran un nombre. Pero justamente no son autores, en ningún sentido. Ninguna
obra obstaculiza su marcha. Son libres, porque han alejado de ellos la tentación
de cualquier forma de éxito. Debería decir: eran. Porque seguramente algunos ya
no son de este mundo.

178
Me siento completamente bloqueado. No logro escribir mi Noche de
Talamanca. No tengo ninguna gana de tratar el suicidio. Y sin embargo me
repugna abandonar un tema. Éste, es absolutamente necesario que hable de él, de
lo contrario acabará envenenándome.

Râmakrishna recuerda en más de un aspecto a San Serafín de Sarov. Es extraño


que hombres de esta talla hayan podido vivir en el siglo XIX, edad ajena a la
santidad. (Mi asombro es estúpido: habría sido sensato si el uno y el otro
hubieran vivido en París o en Londres. Pero la santidad ha desertado de
Occidente. ¿Para siempre? Por tanto tiempo como nuestra civilización no cambie
de estilo.)

Estoy sorprendido de ver hasta que punto mis ideas me han influenciado.
Me parece que solo ahora las comprendo verdaderamente. Se encarnan, toman
definitivamente posesión de mí. Hasta ahora solo eran obsesiones, o ideas
justamente. Ahí están al fin elevadas o degradadas (como se quiera) a fatalidades.
¿Cómo liberarme de ellas?
Me he convertido en mi propio discípulo. Soy víctima de mis puntos de vista.
Me asfixio en mi escuela. Y sin embargo, todo lo que he aprendido, todo lo que
sé, habría concedido a otro el derecho a la plenitud, a la plenitud del vacío,
es decir a la sabiduría.

Solo los hombres poseídos de una gran ambición hacen grandes cosas, porque
concentran toda su energía en un solo punto. Son obsesivos incapaces de
dispersión, de negligencia, de desenvoltura…
… Soy un obsesivo que pertenece a la categoría de los distraídos. Tal es el
secreto de mi ineficacia.

Es una cosa extraordinaria poder mendigar. Solo he podido hacerlo por carta…
¡Qué lamentable sannyasin [renunciante]!

179
Para hacer una obra hay que ser impermeable al aburrimiento.

El Tedio es el equivalente afectivo de la Duda. (También se podría decir: el


Tedio prepara el escepticismo, es el terreno donde crece.)

Tan pronto como un sabio quiere tener discípulos, es sospechoso. Es también


verdad en un poeta o en un santo.
Es increíble que quieras contemplar en los otros tu propia imagen degradada, y
que luches por adorar tu caricatura.

Creía, hace muchos años, que estaba amenazado de santidad, que no había
forma de escapar a ella. Este terror me parece ahora propiamente inconcebible y
me pregunto si estaba en mis cabales cuando lo sentía.

De lo que ya no soy capaz, es de escribir libros. Para eso, se necesita una


inocencia que he perdido hace tiempo. Todo autor, en tanto que autor, es un
ingenuo.

Me gusta esta idea hindú según la cual puedes confiar tu salvación a otro, a un
santo de tu preferencia... Râmakrishna pide a un gran actor ebrio, caído, incapaz
de salvarse por sus propios medios, que se lo confíe a él, que le permita orar en
su lugar; el actor vacila, después consiente. Es vender su alma a Dios.

180
Intenté leer el Doctor Fausto de Thomas Mann. Imposible. Es anticuado. Es
aburrido, es endiabladamente huno. Un rollo pretencioso. El país de la metafísica
y de la música no ha producido, ni podrá producir ninguna gran novela. (En el
fondo el espíritu metafísica es lo más opuesto a la novela como tal).
Además, esta prosa lenta, metódica me horripila. Es soportable en un Tolstoi;
pero aparte de él, en todas partes es soporífera.

Depresión ancestral, amargura que me arruina, abatimiento. No sé qué sed


diabólica me impide denunciar mi pacto con mi soplo.

¿A qué se deben estos terrores súbitos? Sería demasiado fácil buscar una causa
fisiológica, y además no los explicaría. ¿Reducirlos a accesos mórbidos? ¡Cómo
si hubiera algo patológico en el hecho de temblar porque te percibes de repente
como nada!
La ansiedad es mi alimento, mi menú; invariablemente recibo mi ración
cotidiana. Los días felices no han disminuido. Más bien lo contrario.

Jamás emplear las palabras «mito» y «estructura» me parece el primer deber de


higiene mental.

Para llevar a buen fin una obra, para comenzarla incluso, es necesario creer. Lo
que está muerto en mí es la fe, el auto de fe, el acto de adhesión inicial sin el cual
nada puede empezar.

El efecto que tiene la música sobre nosotros en plena oscuridad. La luz se


interpone entre nosotros y ella; la luz es un obstáculo.

181
Mi posición filosófica está hecha de una doble tentación: Vedânta y
Madyanika(s). El absoluto y el vacío; la suprema realidad; la suprema irrealidad.

Pienso en tal o cual; la idea de invitarlos, y no puedo hacerlo. De lo contrario,


enfermo. ¡La cantidad de personas que hay que soportar! No obstante, S.G., a
pesar de su avanzada edad, es encantador; ¡pero mantener una conversación con
su mujer durante dos o tres horas!

En muchos sentidos, soy más sociable que muchas personas. ¡Sin embargo, qué
miedo tengo a los seres! ¡Cuándo comprendo que han reducido su existencia a un
diálogo con Dios!

Pienso en Dios a la vez por miedo y por nostalgia de la soledad.

Hay en Heráclito un costado Delfos y un costado de manual escolar de su


tiempo, una mezcla de proposiciones deslumbrantes y rudimentos (para todo lo
que concierne a la física en particular). Un visionario y un instructor. Un filósofo
nunca debería utilizar los datos científicos de su época. ¿Y entonces? Que piense
fuera de la ciencia simplemente.

Juliano el apóstata.
Drama de toda apostasía. Dejando el cristianismo, convirtiéndose en el
enemigo, no hizo en el fondo más que permanecer fiel de otra manera, ya que la
religión renegada le perseguía hasta el punto de no poder desprenderse de ella.
El tránsfuga, el traidor, el converso obsesionado por su conversión, no cambia
de pasión, le da otra dirección, otro sentido. Todo apóstata violento, que se agota
denunciando su antigua fidelidad, prueba en el fondo que no ha encontrado una
nueva. El anticomunista continúa siendo comunista, en el sentido de que sigue
enfocado en el comunismo, que a su pesar ha hecho de él el centro de su vida.
Luego su antigua pasión no ha cambiado esencialmente. Para eso, debería
olvidarla.

182
Los obsesivos, ya sea en la vida o en la literatura, se repiten forzosamente: no
pueden salir del círculo estrecho de sus preocupaciones, siempre vuelven a caer
en sí mismos.
Como escritor, el obsesivo es un retórico superlativo.

El orgullo extraordinario de quien emplea una jerga inaccesible. Cuando, de


estudiante, me servía de la de la filosofía, despreciaba a todos los que no la
usaban.
Si despojáramos a Heidegger de su lenguaje, es decir, si expusiéramos su
filosofía en términos corrientes, Heidegger perdería, no ya su importancia que es
real, sino su prestigio que es, como la propia palabra indica, ilusión, engaño.

El virtuosismo en cualquier campo es un signo de vacío; solo existe en los


albores de una civilización. Por eso hay tanta verdad en los comienzos y tan poco
en el éxito y la culminación. En todo solo cuenta el momento del deseo. Lo que
viene después no es más que refinamiento, rutina, complacencia.

Media hora en el estudio de un notario para la autentificación de mi firma en la


parte inferior de una declaración de renuncia a la sucesión de mi madre.
Todas esas mujeres con gafas que tecleaban cifras me sumergieron en una
depresión intolerable. Las putas de la calle Saint-Denis, justo al lado, me parecen
bendecidas por el destino. ¡No se puede condenar a un ser humano a sentarse
cada día ocho horas frente a una máquina de escribir!

Me siento más indefenso ante un notario que ante un torturador.

Habitualmente, cuando los padres mueren, se va al notario para recibir bienes;


yo, voy a renunciar a lo que me corresponde. Aunque la sucesión es ficticia en
este caso. Firmo papeles para renunciar a la nada.

183
Lo que hace que mi posición sea extremadamente difícil de soportar, es que,
habiendo demolido todo alrededor de mí y sin duda en mí, debo vivir y vivo en la
ecuación existencia = destructibilidad. O hace falta algo sólido aquí abajo si se
quiere conservar no ya la razón sino el coraje. Pero precisamente ya no me queda
coraje, y solo afronto mis «problemas» por persuasión, por ejercicio, por engaño.

Donde no hay voluntad, no hay conflicto. Con abúlicos no hay tragedias. Sin
embargo la ausencia de voluntad se puede sentir más dolorosamente que un
destino trágico, aunque interesa más a la psiquiatría que a la literatura.

Hacemos progresos hasta los treinta años. Después, tentamos, nos acabamos,
nos perfeccionamos, nos preparamos para el declive.
Deberíamos morir hacia los cincuenta. Lo que sucedía antes. La ciencia
representa la consolidación de la decrepitud. Ha rescatado cadáveres. Hay que
dejar a las personas extinguirse como siempre lo han hecho. No contenta con
haber perturbado la economía de la naturaleza, la ciencia ha introducido a
mayores una nota de indiscreción, incluso de indecencia. Porque es malsano
arrastrar, extender tu carcasa más allá de un cierto número de años.

En cuanto caigo sobre una explicación psicoanalítica de un autor (o de


cualquier cosa), suspendo la lectura. Esta facilidad para emitir hipótesis tan
arbitrarias sobre los secretos de la gente me horripila. Por otra parte con
frecuencia no se trata de secretos, sino de deficiencias bastante simples que este
método funesto complica a capricho.
Sin embargo todos somos psicoanalistas en los juicios que emitimos, en
nuestras conversaciones sobre todo. Puedes rechazar en bloque la doctrina y estar
impregnado secretamente: es lo que nos pasa a todos, no conozco a nadie que
esté indemne, que no haya sido contaminado. En este sentido, es verdad que
Freud domina nuestra época. Nuestros reflejos son freudianos y marxistas. Esto
es más importante que lo que pensamos deliberadamente.

184
Intento explicar mi gusto por ese crápula de Talleyrand. Creo haber encontrado
la razón: cínico en pensamiento, no puedo serlo en la vida; o admiro a todos
aquellos que tienen ese coraje, que saben desafiar una opinión además de con
palabras. El cinismo práctico me fue poco más o menos prohibido; me consuelo
leyendo cualquier cosa que trate sobre tipos como Talleyrand.

Sólo nos gustan los autores que sufren, aquellos de los cuales sentimos sus
dolores y sus taras secretas. Todo lector es un sádico que no lo sabe, y no hay un
grito del que no esté ávido. Es un insaciable al que solo el infierno satisfaría, si
pudiera ser el espectador, el crítico.

Con la edad, un montón de defectos que había logrado reprimir o camuflar


emergen y se descubren. ¿Qué puedo hacer? ¿Son realmente míos? Constato su
existencia y los veo florecer más como testigo que como sujeto. Están ahí, me
invaden, y me siento demasiado viejo para poder corregirme. Y además si están
ahí, es porque precisamente he intentado, a otra edad, atenuarlos, incluso triunfar
sobre ellos: se han borrado solamente, y ahora, con un vigor nuevo, me tratan
como vencedores. Si los hubiera dejado tranquilos, habrían prosperado en su
momento, se habrían agotado y hoy apenas sentiría su presencia.

Leo las charlas de Gustav Ianouch con Kafka, cuyas declaraciones me


recuerdan a las que mantuvo Isabel de Austria tiene con el estudiante griego
Christomanos. Hablo, por supuesto, del tono, no del contenido, de estas
declaraciones.

Arrepentimiento, remordimiento, sinéresis.


Tengo una nostalgia culpable.

185
En todos los períodos de largas persecuciones, se produce un momento en que
las víctimas están tan degradadas y son tan despreciables como sus verdugos.

Este invierno suave me mina y derrite toda mi resistencia, toda mi energía. Mi


sustancia disminuye hasta el punto de la inexistencia. Soy cada vez más un
perpetuo recuerdo de mí mismo, un signo del que fui.

El fanático es voluntariamente asceta. Me gusta comer, como todos los


hombres sin convicciones profundas.
(Se puede decir que los ascetas se reclutan entre los fanáticos y no entre los
escépticos, que es imposible imponer rigores si no somos capaces de sufrir por
una idea. Siempre es la misma historia: ser terco para ser fuerte. El instinto
implica falta de horizonte.)

Mi drama es haberle dicho lo que le tenía que decir a la existencia. Todo lo que
pudiera añadir es accesorio. Solo podemos renovarnos renegando; pero no puedo
renegar, ni tan siquiera tengo ganas, porque en mí se trata, no de una concepción
sino de un sentimiento vital. Y no se cambia de sentimientos. Sería como intentar
abolir todas mis experiencias pasadas. Para mi desgracia, creo en mis ideas
porque previamente las he vivido todas, las he sentido, las he probado. Encerrado
en mi universo, solo puedo salir de él destruyendo mi memoria.

En mí, todo es instantáneo, vehemente, sin continuidad. Me sucede casi todos


los días acordarme de un asunto desagradable que se ha mantenido sobre mí en
mi presencia o que se me ha reportado; eso es suficiente para que mi rencor se
ponga a funcionar como si fuera una glándula… Mi reacción no dura, como ya
he dicho, más que un instante, un instante de humillación, porque me revela la
profundidad de mi mezquindad, de mi nada espiritual. Puede que los otros
reaccionen de la misma manera; pero no deben ser conscientes de ello porque, de
lo contrario, ¿cómo podrían estar tan contentos de sí mismos? Yo no lo estoy de
mí mismo, por supuesto. Pero eso no es un avance en el orden moral. No eres
menos mezquino porque sepas que lo eres.

186
Uno deja de ser escritor, tan pronto como deja de interesarse por su propia vida.
El desapego hacia uno mismo arruina el talento. Cuando se destruye la materia
prima de la inspiración, nos rebajamos enseguida cayendo en sucedáneos.

Me encuentro, me considero de nuevo un ser vivo, cada vez que la música me


toca, me sugiere la idea de llorar.

Mirando la almohada de mi cama. ¡Qué mejor apoyo para la cabeza de un


muerto!

En mis sueños, siempre parto hacia continentes que no quiero visitar. Cuando
finalmente hay que partir, me despierto, con gran alivio.

Se puede amar a cualquiera, salvo a tu vecino.


(En rigor, puedes amar a tu prójimo pero no a tu vecino.)

Una velada pasada con escritores, necesitas al menos una semana para
recuperarte.

El deseo de la concisión, empujado demasiado lejos, compromete el


crecimiento, incluso el movimiento del pensamiento. Debemos dejar que las
palabras corran su suerte. Si se las vigila continuamente, cesan de vehicular
ideas, ya no transportan nada. La misma esterilidad amenaza tanto al pensador
como al artista demasiado riguroso. No hay creación, en ningún dominio, sin un
mínimo de caos. Que cada uno mantenga una zona de oscuridad y de irreflexión
dentro de su espíritu, sin la cual sucumbe a una transparencia mortal.

187
La poesía que se aproxima a la plegaria es superior a la plegaria a y la poesía.

Lo más terrible en la vida es no buscar más.

El misterioso fenómeno de la decadencia.

Las personas que han sufrido mucho finalizan, con algunas excepciones,
cercanos a la arrogancia y no a la humildad. Te arrojan a la cara sus desgracias, y
no cesan hasta que sufras tanto como ellos.
Pienso en X. Soportó mucho en su vida, fue humillado, se entiende. Pero la
forma en que trata a la gente es odiosa. Y no sabe que es cruel. Cree que todo se
le debe; no tiene piedad. Para aceptar sus maneras, habría que ser un santo. Se
cree burlado si no aceptas rebajarte ante él. Lo que quiere, es humillarte, y nada
más. Pero ignora que es inhumano. Porque ni siquiera imagina que puedas tener
dignidad también. Fue perseguido; se ha convertido en un perseguidor. Por
desgracia todavía se cree una víctima. Lo que es aún más despiadado.

Si lo que haces no conserva cierta realidad en cincuenta años, no hay que


hacerlo: es tiempo perdido. Este juicio es estrictamente literario; no tiene ningún
valor en lo absoluto, es decir, en algunos siglos o algunos milenios. Apuntar a la
duración, es ser ingenuo, es creer que afrontar el «tiempo» puede valer algo en la
eternidad; no se alcanza por «obras», por «creaciones», sino por esta
concentración en ti, en por este repliegue que suprime la historia, que abole por
un momento lo que parecía justamente intemporal, que lo es por lo demás.

Las revoluciones solo ocurren en pueblos donde la impertinencia está en un


estado endémico.

188
Estoy rodeado, acosado, sumergido por la calumnia. Y la única cosa que me
puedo permitir es dejarla hacer: me proporciona soledad, me protege contra los
hombres, me aleja de mí mismo sin que tenga que levantar un dedo.

Tan pronto como alguien tiene éxito, está amenazado. Triunfar, es caer, casi
siempre. No podemos resistirnos al éxito, a esta prueba, la mayor que un hombre
puede sufrir. El fracaso puede llevar a la salvación; el éxito, raramente, por no
decir jamás.

La influencia apaciguadora de las cumbres. Cinco días en comunión con ellas.


Superioridad sobre el deseo. ¡Qué lección de indiferencia! Nulidad del odio, del
remordimiento, del lamento, del de qué sirve y del resto.
Nací al pie de los Cárpatos. (Los Alpes son la llegada de los Cárpatos.)
Montañas, voluntad de salir del tiempo, de romper las barreras.
Sensación neta, material y metafísica a la vez, de superación del aquí abajo. Ya
no hay necesidad de buscar, de perseguir la salvación. El apaciguamiento por
encima de la vida. Inutilidad del esfuerzo, vanidad de la búsqueda.

Durante estos cinco días al aire libre, he verificado una vez más que nací para
llevar una vida sana, al nivel de la «naturaleza». La ambición me agota, la
competencia me amarga. El contacto con el hombre despierta todo lo que tengo
de malo. Hubo un tiempo en que creía en el poder. Es un antiguo sueño que no
me he quitado completamente. Inconscientemente siempre deseo convertirme en
alguien. Mientras no sea así, siempre estaré desgarrado, roído, insatisfecho. La
paz supone el triunfo sobre la ambición, la aspiración apasionada al anonimato.

Creo como Calvino que estamos predestinados a la salvación o a la reprobación


en el vientre de nuestra madre.
Vorherb-estimmung [predestinación]

189
Fue Buda quien tenía razón, quien tocó lo esencial. Todo gira alrededor del
dolor; el resto es accesorio, y casi inexistente (ya que solo recordamos lo que nos
hace mal).

Mis sobrinos me escriben para agradecerme las cosas que les he enviado. ¡Para
estos tres niños soy un apoyo, una esperanza, el tío de América y Dios sabe qué
más! ¡Si los pobres supieran!
Las responsabilidades de las que huyes en tu juventud, las encuentras sin poder
esta vez escapar, en tu vejez. ¡Qué castigo por haber detestado tanto el
matrimonio! La Providencia acecha al soltero y le castiga: para ella es un
desertor. En el fondo no le perdona haber comprendido, haber rechazado ser
víctima, ser como todo el mundo.

Mi facultad para el desaliento excede los límites de lo... mórbido. Es realmente


inconcebible.
Estoy predestinado a la perdición; ningún dios podrá hacer nunca nada por mí.

Voy a reunir los tres ensayos ya publicados («El malvado demiurgo», «Los
nuevos dioses», «Paleontología»), y voy a añadir: «La noche de Talamanca»,
«Pensamientos estrangulados...», «Humores». Esto hará un pequeño volumen
bien ácido que llevará el título del primer capítulo: El malvado demiurgo.

La iniquidad no es un «misterio», sino una evidencia, una evidencia universal.


No hay nada más visible aquí abajo.

190
Querría ser a la vez conocido y desconocido; y, si forzosamente tuviera que
elegir, preferiría la oscuridad (creo).
(Con toda honestidad, es peligroso pronunciarse sobre cosas parecidas. Por
mucho que te conozcas hay sectores donde nuestra lucidez falla. En donde estoy
en lo que respecta a la opinión de los otros, no sé estrictamente nada. Observo
siempre con pesar y a veces consternación hasta que punto nimiedades me
pueden herir. Mi vulnerabilidad es una derrota cotidiana que registro sin poder
ponerle remedio.)

Se ha observado (De la Vallée-Poussin) que la antinomia que existe en el


budismo entre la transmigración y la no-sustancialidad del yo es paralela a la
que se opone en el cristianismo entre la libertad humana y la omnipotencia
divina.

«El acto no se adhiere al hombre», verdad del Upanishad; para el budismo, es


lo contrario, ya que podría designarse como la doctrina de la soberanía del acto.

Me gustan las palabras de Yeats sobre Wilde: «... debido a toda la sangre medio
civilizada que corría por sus venas, no pudo soportar la labor sedentaria del arte
creativo...»

Mis pensadores: Pascal, Marco Aurelio, Montaigne si acaso, no han tenido


ninguna influencia sobre los acontecimientos. Jamás inspiraron a ningún
Robespierre; sus torres no están hechas para ninguna tribuna.

Lo que realmente me interesa no es producir sino comprender. Y comprender


significa para mí discernir el grado de despertar que un ser ha logrado, es decir
su capacidad de percibir el coeficiente de irrealidad que afecta a cada fenómeno.

191
Me culpo a mí mismo de ser yo.
*

Acabo de leer una carta de Disraeli en la que discute con Robert Peel porque no
le incluyó en su equipo ministerial. La carta está llena de amargura. Me dije: ¿Por
qué la escribió? ¿Cuál es la importancia de ser ministro o no? ¿No iba a morir de
todos modos? ¿No está muerto en efecto?
... Ese es más o menos el razonamiento que tengo para mí mismo, cada vez que
tengo que tomar una decisión, precisamente para impedir que la tome.

No hay santidad sin un cierto gusto por el escándalo. Esto es verdad en todos
los dominios. Todo hombre con quien hablamos prueba que no es enteramente
puro por una cierta inclinación a la provocación.
(El genio es la forma más visible y lograda de la Provocación.)

Toda «concepción de la vida» es un obstáculo para la verdad. Hay que


deshacerse de un sistema como de un viejo traje. Un hombre libre ha triunfado
sobre todas las concepciones, comenzando por las suyas.
Inanidad de todos los puntos de vista.

De los treinta alumnos de Simone Weil, solo dos obtuvieron el bachillerato


(instituto de Saint-Etienne, creo).
Eso me recuerda algo: mis alumnos de Brasov tuvieron una suerte parecida.
Incluso recibí una amonestación del ministerio.

Hacer cualquier cosa que detenga la historia, que suspenda el porvenir.


Siempre he soñado con una anti-creación.

192
A lo que soy más sensible, es a la caída de alguien, que fue mi enemigo.
Solo me interesa el otro lado de un destino, y me anima el espectáculo de un
declive. Es ahí donde veo a un ser realizarse verdaderamente; es ahí donde
comienza a existir para sí mismo. No somos nosotros mismos hasta que los
hombres nos dan la espalda.

Con la edad, vuelvo a ser tímido.

Todos mis movimientos de bondad, se los debo al escepticismo.


— No se puede ser bueno sin escepticismo.
— El escepticismo vuelve la bondad posible.
— Sin mi escepticismo, hubiera sido un monstruo.
— El escepticismo ha matado en mí al perro de presa.

Buscando durante más de dos horas mis declaraciones de impuestos de los


últimos cinco años para completar una declaración que me envían los de
Prestaciones Familiares. Es para volverse loco. Cómo estoy metido en este lío.
¡Cómo si fuera parte de la sociedad! Siempre he pagado impuestos sobre
ingresos más o menos ficticios, en cualquier caso exagerados por mí, para poder
justificar mi condición de escritor. ¡Cómo si fuera escritor!

¿Qué soy, grandes dioses? Hace tiempo que he renunciado a ser cualquier cosa.

Lo que es terrible, es quejarse de tus dificultades ante un rico, y oírle quejarse


más que tú, de modo que al final estamos obligados a sentir pena por él.
¡Consolar a los que tienen más suerte que nosotros!

193
Mirado un tratado de Cálculo Operacional. Es insensato. Es más extraño que el
vicio.

Siempre me quejo de haber sido rechazado por la Historia. Habría tenido


muchas más razones para quejarme si me hubiera adoptado.

Más de ocho millones de hombres tasados alrededor del Sena y cuya misión es
atormentarse, acecharse, hacerse sufrir noche y día.

Creo que voy a romper con el cristianismo, incluso con los místicos. He
perdido mi antiguo fervor, y mis fiebres son cada vez más frías.

No es fuera de la sociedad, sino fuera de la humanidad como me siento ¿Es que


ha sido del todo gratuita la obsesión que tuve por el ángel? Pensaba en ello sin
parar. Y después la obsesión desmenuzada. Así toda mi vida no es más que una
serie de cesaciones.

Toda innovación, en materia de patrimonio biológico, es a la larga funesta. Las


mutaciones son sospechosas. La vida es conservadora; no soporta la revolución.
El equilibrio, la prosperidad para ella, es la repetición, el «cliché», un ya visto
eterno.
... es decir, todo lo contrario del arte.

En el Luxemburgo. Un pájaro que saltaba, comencé a envidiarle: Ignora la


neurastenia, me dije a mí mismo. Sin embargo debe conocer algo equivalente,
porque no creo que haya un solo ser animado que no haya experimentado jamás
alguna forma de depresión.

194
La depresión es universal. Incluso los piojos deben conocerla. No hay medio
alguno de inmunizarse.

Me despego de Oriente, vuelvo a los venenos occidentales, aquellos que me


han minado desde siempre.

Pienso en J.G., y algunos otros interesados en el escepticismo: todos un poco


desequilibrados, roídos, incómodos en su piel. Es su estado el que determina su
curiosidad; la duda era en ellos una consecuencia, y no una causa de su equilibrio
inestable. No podían ser otra cosa que más o menos escépticos. En materia
filosófica, no hay opciones, solo fatalidades.

Toda plegaria participa, literalmente, del «fragmento»: es un una máxima poco


desarrollada y desnaturalizada por el lirismo.

Lo que sé destruye lo que quiero.

M.E. sesenta años.


Su increíble ineptitud para el envejecimiento.

Vengo de un espacio que habían perseguido los Tracios que lloraban en el


nacimiento de los hombres y se regocijaban en su muerte.

195
Bismarck, en el apogeo de su grandeza, se acusaba de haber provocado tres
guerras y de haber causado la muerte de 80.000 hombres. Fue hacia 1877 cuando
cayó presa de los remordimientos. Menos de un siglo después, Hitler... pero él
ignoraba los remordimientos. Estaba demasiado loco para eso.

Aburrimiento mortal en casa. Debería salir. Pero tengo miedo de salir, tengo
miedo de todos los puntos de este mundo, de este mundo incluso tengo miedo de
mi incuriosidad.

Me acuerdo de las épocas en que sufría un tedio de mil diablos: adolescente,


horas en los parques de Sibiu, con un libro en la mano; en el Stadtpark, el piano
me ponía en trance; en Brasov, más tarde, en lo alto de la Livada Postii, solo con
escuchar a los boniches húngaros cantar, rodaba sobre mi cama llorando; después
los primeros años, en París, calle de Sommerard, tedio loco, demoníaco,
destructivo.
Mi primera crisis de tedio de la que acuerdo perfectamente, en Dragasani,
durante la Primera Guerra Mundial. Debía tener cinco años; una tarde de un
desgarro vacío pero indeleble. Mi tedio a veces se confunde con mi miedo al
mundo, con mi retroceso ante todo lo relacionado con él.

Cuanto más conozco, menos cosas encuentro que me permitan perseverar.


... Y sin embargo me gustan los álamos, y todos los paisajes en los que el
hombre está inmediatamente ausente.

Lo que me caracteriza por derecho propio, es el horror de manifestarme.


La perspectiva de estar presente, en lo que sea, me pone la carne de gallina. Me
he plegado sobre el Vacío por necesidad de seguridad...

196
Paul Tillich cuenta que cuando se puso a enseñar teología en América, en 1933,
sus estudiantes aceptaron sin dificultad su puntos de vista bastante poco
ortodoxos sobre Dios, Jesús, la Trinidad, la Iglesia; pero cuando tocó la idea de
Progreso, fue un concierto de protestas... «¿En qué vamos a creer si nos quitas
esta creencia? Fueron estudiantes de una Divinity School [Escuela Divinidad] los que
reaccionaron así.

El Progreso es una idea judeocristiana. Los Profetas y el Apocalipsis corregido,


enmendado, emasculado son los grandes responsables.
El Juicio Final como cumplimiento, como coronación; el Juicio Final color de
rosa.

Si he trabajado mis escritos, no es por el «estilo» sino por la claridad. He


pagado caro por alcanzarla. ¿Pero realmente lo he conseguido?

Exposición Bonnard. He aquí un pintor que siempre hizo la misma cosa


profundizando, y no buscando epatar como Picasso, víctima de sus múltiples
dones, fabricante inaudito, impostor genial.

Ya que mi misión es sufrir, realmente no comprendo por qué trato de imaginar


mi destino de otra manera, todavía menos por qué me encolerizo contra mis
sensaciones. Porque el sufrimiento es sobre todo eso. Pero hacemos un mundo de
él, porque nos parece definitivo e intolerable.

Corregir la traducción inglesa (americana) de La Tentación de existir, ¡qué


suplicio! Releerme me da náuseas. Chapotear en mi pasado, ¡oh!

197
Adormecerse con la visión clara de uno de nuestros defectos que no osaríamos
confesar. Eso es lo que me pasó anoche, para mi gran vergüenza, no, para mi gran
honor.

Es bastante extraño releer un texto que fue escrito hace años, con la sensación
de que no eres el autor, de que no te concierne directamente. ¿Es mío o no es
mío? De todos modos, ya no soy el mismo, pero sin ser otro. Esta relectura
forzada de la Tentación es para mí una fuente de malestar.

X, adulador enfermizo. Mientras estamos cara a cara, sus cumplidos no me


molestan y ni siquiera les presto atención. Tan pronto como los prodiga ante
testigos, me siento incómodo con la idea de que puedan creer que «busco», que
espero estos elogios ridículos.

Tan pronto como sabemos que alguien es halagador por temperamento o


interés, todo lo que te dice, para bien, no tiene efecto.

X, pintora, frecuenta filósofos, entre otros, a S.L. La discusión, el otro día en


una cena, recayó sobre Nietzsche, ella dijo: «Nietzsche encarna la lógica de lo
contradictorio». Eso nos echó a perder la velada.

Visto, en el escaparate de una librería católica, un libro con un título


asombroso: La alegría de envejecer.
La Iglesia, ¡qué empresa del escamoteo!

198
Para un autor, su obra no le ayuda en absoluto a vivir. No cuenta para él, es
como si fuera de otro. Mis libros, cuando los veo en una librería, no me parece
que tengan alguna relación conmigo. Son como habitaciones, como casas en las
que hemos vivido hace mucho tiempo. Rara vez pensamos en ellas; están vacías,
no cumplen ninguna función en nuestra vida. Ya no son nada.

El delirio es más bello que la duda, pero la duda es más sólida.

Sin haber podido aceptar los sacrificios que exige el éxtasis, me he replegado
sobre la Duda, que se contenta con el drama y la frivolidad.
El éxtasis es una recompensa que solo va a aquellos que se han impuesto un
martirio, que se han torturado sin una necesidad exterior.

En Montparnasse, divisé a un tipo que frecuentaba los cafés hace una veintena
de años y que conocía bastante bien. La edad le tiene tan marcado que, para no
tener que observar más de cerca sus efectos sobre él, preferí fingir no
reconocerle.

Pienso en la cara de A.R. de R., en su ataúd, antes del «cierre», hace tres años
de eso. ¡Qué desesperación! Imposible imaginar un rostro humano menos sereno.
Ni un solo instante se reconcilió con la muerte.

Reconciliarse con la muerte, está muy bien, ¿pero después qué interés se puede
tener todavía en vivir? Sin las sorpresas del miedo, la existencia ya no tendría
atractivo. ¡Novalis sintió elocuentemente que la muerte era el principio
novelizador de la vida! Sin ella todo es plano, y sin sabor. La muerte es el aroma
de la existencia. Ella sola presta gusto a los instantes, ella sola combate la
insipidez. Solo podemos soportar la Vida gracias al principio que la destruye.
Debemos todo, digamos: casi todo, a la muerte. Esta deuda de gratitud que
consentimos pagarle de vez en cuando a alguna cosa estimulante, COLMANTE
(si se puede decir así).

199
Nadie es más vulnerable, está más «desollado» que yo, y no hago otra cosa que
insistir sobre el desprendimiento, el renunciamiento, el nirvana.

Escuché en la radio, el Sermón sobre la Muerte de Bossuet. Esa repetición de


Señores cuando trata de evocar la decadencia no deja de tocar y de emocionar. Sé
bien que Señores tenía su sentido pleno, que la palabra no estaba degradada
todavía; no obstante...

Es provocador mirar a alguien a los ojos, incluso si se conoce bien y desde hace
mucho tiempo.
Debemos esforzarnos por lograr una mirada abstracta.
(Es necesario que la mirada se emancipe de los seres).

Treinta años atrás. Me acuerdo de un artículo, aparecido en un periódico


rumano, donde era elogiado con indecencia. Se decía que había escrito el mejor
libro aparecido desde Eminescu. Era, en las dimensiones balcánicas, una especie
de gloria. De todo esto, nada quedó. Es mejor pensar en los momentos en que ya
no seremos más que aquellos que hemos sido. Sumergirnos en el olvido futuro.
Futuro, es mucho decir. El olvido ya está aquí, no hay necesidad de esperarlo.

Siempre habría que pensar en los más desheredados que tú mismo. Pienso en
P.C., en este momento tal vez «encamisado» en Sainte-Anne. Tú conservas
todavía la ventaja de poder dominarte; ¿qué puedes desear mejor? Ser dueño de
tus movimientos, excepto de tus humores, es una hazaña, un éxito cuando ya no
sabes dónde estás en relación a nada.

A propósito de X, L.G. me dijo: «Come por miedo a la muerte, se ha refugiado


en el papeo».
De hecho, la bulimia es una consecuencia de la angustia, o de la idiotez.

200
Si no supiera defenderme, pasaría mi tiempo escribiendo sobre mis
contemporáneos y, lo que es más grave, sobre mis amigos. Me negué a hacerlo
sobre Paulhan, Michaux, y ahora, sobre Beckett. No puedo detenerme sobre
escritores cuyos méritos son reconocidos casi unánimemente. ¿De qué sirve
escribir sobre alguien que ha sido comprendido? Estos números de L'Herne
tienen algo de masivo y fúnebre: es una losa funeraria que se lanza sobre un vivo.
Es un enterramiento, es incluso peor que un Premio Nobel.
Por otro lado, no puedo admitir que personas que se mantienen al margen y que
manifiestan despreciar el mundo de las Letras acepten estos homenajes recogidos
de todas partes, mendigados a diestra y siniestra. ¿Qué puede suponerles, estos
elogios convencionales, pesados, inoportunos? Decididamente, no comprendo
(no quiero comprender más bien). Asuntos parecidos pueden tener un significado
en la universidad; ¿pero para los escritores? Mezclas, Festschrift [Conmemoraciones],
todo esto es irritantemente universitario, y viene, como debe ser, de Alemania.

Las pocas cartas que escribo son cartas de rechazo. Tengo horror a escribir
sobre los otros. Tengo la reputación de alguien de vuelta de todo, y sin embargo
me piden por todas partes admiración. ¡Como si tuviera que prodigarla! Solo
admiro algunos éxitos y algunos fracasos extremos. Pero no me gustan los
grandes nombres, las estrellas, las glorias desmesuradas, desproporcionadas,
aunque tenga amistad o estima por los que sufren sus beneficios o perjuicios.

He cambiado de opinión sobre todo el mundo, salvo sobre Shakespeare, Bach y


Dostoievski. De ellos tres, Bach es mi preferido. Se podría decir de él: no
decepciona jamás.

En el Observer, a propósito de la huida de la hija de Stalin, leo que, durante la


época de Khrushchev, era una apestada, nadie osaba hablarla. Un día, en el
instituto donde trabajaba, alguien la ayudó a ponerse el abrigo. Se emocionó
hasta las lágrimas. Fue Siniavsky, quien iba a ser condenado más tarde a siete
años por su denuncia demasiado vigorosa del estalinismo.

201
Tengo una piedad devoradora.
*

Además de mí, es por la Creación en su conjunto por la que siento piedad.

No sé a qué apela la música en nosotros; pero es cierto que toca una zona que
es inaccesible por otros medios, por otras perturbaciones, la locura incluida.

Soñé que destruía palabra tras palabra, que suprimía todas.


Solo una debía sobrevivir a la masacre y permanecer intacta: soledad.

En literatura, todo lo que no es despiadado es aburrido.

Creo sin presunción que en términos de percepción e incluso de experiencia de


vida he ido tan lejos como un eremita hindú o tibetano; porque todo lo que hago
y todo lo que pienso gira en torno a esta irrealidad fundamental.
Sin embargo, no tengo ni la fuerza ni el deseo de romper con este mundo. ¿De
qué sirve una ruptura con lo que no es? Pero esto no es una respuesta. Creo que
no tengo vocación espiritual, es eso; he nacido para comprender, no para servir
de modelo, todavía menos para realizarme.

En el libro sobre Rasinari, que mi hermano me acaba de enviar, leo, en el


capítulo de Bocete [Lamentaciones], el lamento de una niña que ha perdido a su
madre hace algunos años: ¿Dónde estás? dice. ¿Por qué no escribes? ¿Dónde
estás, no hay papel? ¿O quizá se te ha secado la tinta?
Es puro humor negro. Admito que esta historia de la tinta me ha emocionado.

202
He visto en Plon, al académico H.M., ochenta y un años, aspecto bastante
miserable. Me cuentan que hace algunos años lo encontraron desvanecido, en su
despacho (el más lamentable de la casa). Llaman al director, quien, algo
emocionado, dice a la audiencia susurrando: «Ya saben, no siempre sacia su
hambre.»
Cinismo y estupidez. Evidentemente, con lo que le dabas al mes.

A dos kilómetros de mi pueblo natal, hay una aldea habitada únicamente por
bohemios. Hacia 1910, Pâcala (el autor del libro sobre Rasinari) fue allí
acompañado de un fotógrafo. Se las arregla para reunir a los bohemios que
aceptan dejarse fotografiar, sin saber muy bien a decir verdad lo que era. En el
momento en que les dice que no se movieran, una anciana exclama: «¡Os van a
robar vuestra alma!». En esto todos se precipitan sobre los dos visitantes, que
solo lograron escapar prometiendo darles todo el dinero que quieran.

La emoción que sentí el otro día mientras leyendo en un bocete [lamento]: ¿se te
ha secado la tinta?, era sin duda explicable. ¡Por desgracia! acabo de constatar
que la historia de la falta de papel, de tinta o pluma, vuelve en casi todos los
bocete [lamentos]. Luego es un cliché, un procedimiento, literario.
Por otra parte no me hago ninguna ilusión sobre el genio poético de mis
consateni [compatriotas]: no imagino personas más burlonas; o, el genio satírico es
antipoético por definición.

Soy decididamente viejo: mi infancia está más presente que nunca, y todo lo
que he vivido desde entonces me parece un recuerdo lejano, casi una ilusión. Por
tanto, llegada una cierta edad, lo que permanece, son los comienzos y el fin, todo
salvo la existencia.

203
Sufrimos tan pronto tenemos necesidad de alguien o de algo. Arreglárselas para
depender del menor número de cosas y personas posible. Debemos resignarnos a
la pobreza, el anonimato y la muerte. Reducir al máximo tus ambiciones, aceptar
la oscuridad, habituarte a la idea de desaparecer.
... Todo esto, es fácil de desear, ¡pero cuándo se trata de pasar al acto! Lo que
no impide que se puedan hacer ciertos progresos. No lo he hecho del todo mal, he
comprometido casi todos mis deseos...

¿La melancolía no será un signo de envejecimiento precoz? Si eso es verdad,


he sido senil desde siempre.

Si fuera honesto, es decir, si extrajera las consecuencias de lo que siento y de lo


que sé, debería huir en soledad (convento, desierto, etc.) o emborracharme de la
mañana a la noche.
¡Por desgracia! tengo deseos. Estoy seguro de que, retirado completamente del
mundo, no podría olvidar a la mujer. Así que tengo que resignarme a vivir como
siempre he vivido: en conflicto, entre la obsesión por el esqueleto y la obsesión
con la carne.

Solo podemos soportar este mundo en estado de ebriedad. Aún así haría falta
que ese estado durara veinticuatro horas sobre veinticuatro.
Incluso entonces no se resolvería del todo, la peor lucidez, la más destructiva
en todo caso, es la que surge de los intersticios de la ebriedad precisamente:
lucidez fulgurante, como una brecha del espíritu.

*
C.M. Fuimos «amigos». Decía «cosas buenas» sobre mí y se lo agradecía.
Un día la mentira se rompió. Y nuestra amistad también.

204
Una muchacha que no había visto desde hace años, y que, por teléfono, me dice
de entrada: «Parece que ya no escribes nada»... lo encuentro inconcebible.
Que le puede importar eso a todas estas personas, si ni tan siquiera han leído lo
que ya he publicado.

Lo que mejor hago, oraciones degeneradas en máximas.

Pensar, es molestar.

El brío de Haendel. Tiene más empuje pero menos profundidad que Bach.

Cuando hemos comprendido que nada tiene una realidad intrínseca, que nada
es, y que ni tan siquiera podemos otorgar a las cosas el estatuto de apariencias, ya
no tenemos la necesidad de ser salvados: estamos salvados, e infelices para
siempre.

Pascuas. Volver a casa, después de haber recorrido las calles vacías, con la idea
de acostarse para un largo tiempo, para siempre.

¿De dónde puede venir mi propensión al tedio? Siempre he sufrido, en todas las
ciudades, en todos los lugares donde he vivido, en todas las edades. No tengo la
impresión de que sufro menos ahora. Me inclino a creer que esta disposición se
debe a mi temperamento, a mi fisiología, al estado de mis arterias, de mis
nervios, de mi estómago, a los males crónicos con que la naturaleza me ha
recompensado con una liberalidad insensata.
Sólo veo que Baudelaire y Leopardi hayan experimentado los estragos con una
intensidad análoga.

205
Todo sufrimiento moral sin causa evidente es mórbido. El tedio es un
sufrimiento de este tipo.
A decir verdad, cada vez que lo siento, me parece legítimo, razonable,
justificado. ¿Qué otro sentimiento podría inspirarme este mundo?
Lo mismo ocurre con el miedo, el disgusto, e incluso el entusiasmo.

No puedo olvidar que hace exactamente treinta años escribí un libro sobre las
Lágrimas y los santos, más sobre las lágrimas que sobre los santos.
Estas ganas de llorar que conozco desde mi periodo de insomnio (de los veinte
a los veintisiete años).

Según la doctrina de Buda, existen cinco obstáculos para el progreso espiritual:


la sensualidad, la malevolencia, la inercia física y moral, la inquietud y la duda.
Todos estos obstáculos, los conozco bien; aunque pudiera superar los cuatro
primeros, me sería imposible vencer el último, la duda en mí es el mal por
excelencia, mi mal, incluso el impedimento a cualquier progreso sea cual sea.

Siempre he puesto la verdad por encima de mi salvación. O más exactamente:


lo que llamo la verdad jamás concuerda con mi salvación.

Mi sentimiento de la vida es destructor de mi vida.

En mis conversaciones directas o telefónicas, no encuentro casi nunca la


palabra adecuada cuando se trata de una cuestión delicada o a veces
administrativa. Pero la encuentro invariablemente en cuanto el interlocutor se
despide o tan pronto como ha colgado. Este retardo, que testimonia algún vicio
de mi espíritu, me enfurece y agrava mi malestar habitual.

206
Creo haber definido la ansiedad como una memoria del porvenir.
Y en efecto, el ansioso es alguien que se acuerda, que ve, no, que ha visto, lo
que le puede pasar.

¿Buda se tomó muchas molestias para llegar a dónde? a la muerte definitiva, lo


que estamos, nosotros, seguros de obtener sin meditación, sin extinción del
deseo, sin nostalgia del nirvana.
... la única diferencia es que para el budista es voluptuosidad todo lo que no es
terror.
... también es verdad que se puede, en el budismo, realizar el nirvana en esta
vida, es decir, saborear, antes de la muerte, el placer de no ser ya (una muerte
voluptuosa en vida).

Desde hace mucho tiempo, ¿cuántos años? ¿Veinte, treinta? pensar para mí se
reduce a menudo a un diálogo con Buda..., a una querella, porque teniendo las
mismas obsesiones que él, no extraigo las mismas consecuencias.
(¡Vaya idea! ¡Compararme con el mayor iluminado que ha existido jamás! Pero
no me comparo, discuto con él. Los creyentes tienen el derecho a conversar con
Dios. ¿Por qué no podría, yo, definirme en relación a alguien que solo fue un
hombre y se tomaba por tal, aunque hubiera podido, con razón, atribuirse el
estatus de divinidad?)

Sartre, trató de leer o releer ciertos ensayos. Malestar. Demasiado sistemático.


Mala fe permanente. Nada profundo. Apunta a lo brillante, a menudo lo alcanza.
No sé por qué me hace pensar en un Giraudoux riguroso, germánico. Ironía
ininterrumpida, pesada, ironía alsaciana. Con todo, valioso, sí. Es por ahí por
donde se emparenta con Giraudoux. No tengo necesidad ni del escritor ni del
pensador. Prefiero a cualquier otro. Soy injusto con él, pero no veo la necesidad
de hacerle justicia. ¿Y de qué valdría esa cortesía, si me es inútil?
Lo que me molesta en Sartre, es que siempre quiere ser lo que no es.

207
Los alemanes y los judíos tienen en común que inspiran sentimientos violentos,
a favor o en contra; nunca o casi nunca sentimientos normales.

El secreto de la Historia, es el rechazo de la salvación.

Esas grandes nubes, perseguidas por el sol, vistas a través de mi tragaluz, me


dispensan del mundo exterior: me colman en casa, y reemplazan todos los
paisajes con los que sueño.

La prosa de Mallarmé; no conozco nada más ilegible. Pienso en X que le imita,


y que tampoco puedo leer.

Mi horror del mundo es impuro, equívoco y quizás sospechoso, es lo que me ha


permitido sin duda durar tanto tiempo.

Lo que se puede reprochar a los judíos es que cada uno de ellos tiende a ocupar
demasiado espacio, porque nada le satisface y no cesa de extenderse, de
manifestarse. No conocen límites en nada. Es su fuerza y su debilidad. Van
demasiado lejos en todo, y es inevitable que choquen con los otros, con los que
también querrían avanzar pero no tienen los medios.

Fuera del sueño, nada me ayuda, nada me favorece. Una hora de sueño en
plena jornada me regenera para algunas horas, y hace funcionar mi mente.
Son mis enfermedades, mis fatigas, mi interés forzado por las cuestiones de
fisiología, las que me han llevado a desconfiar de la metafísica. Aunque no he
hecho ningún progreso durante muchos años; al menos he aprendido lo que es un
cuerpo.
La palabra carnal tiene para mí un sentido pleno, quiero decir que todas mis
ideas las he vivido en mis carnes. Mi carne las ha censurado, verificado, sufrido,
todas.
*

208
No se describe una sonrisa.

Me gustaría escribir una comparación entre Çankara y Nâgârjuna, dos tipos de


pensadores opuestos. Me inclino visiblemente por el segundo. Los escritores que
más caducan, son aquellos que han sido contaminados por la filosofía.

El arte de la desolación, eso podría servirme de enseñanza.

«El misterio es el privilegio de la barbarie». (Fontenelle)


La frase más francesa que conozco.

Solo escribiré fragmentos; mi pensamiento, ya roto, lo pulverizaré. Será mi


forma de avanzar.

Hubo un tiempo en el que sufría por ser desconocido; ahora experimento un


cierto regocijo.
(¿Acaso Chamfort, Joubert eran conocidos? ¿o traducidos? Ni siquiera lo son
hoy en día).
De vez en cuando alguien lucha por mí, en el extranjero, ante tal o cual editor.
Invariablemente, me responden: rechazo. Lo esperaba, pero no siempre es
agradable verte «suspendido» por todas partes, y en cada «examen»,
especialmente cuando estas gestiones se hacen independientemente de mí: lo más
frecuente es que se me comunique solamente la respuesta negativa. No
concedamos a estas menudencias más importancia de la que merecen.

Se siente en Ignacio una voluntad obstinada de resistir a la «vanidad de la


gloria». Se resistió en efecto, pero para caer en un orgullo tan enorme, que
difícilmente se podría encontrar uno parecido.

209
Soportar un rol subalterno sin amargura es mucho más difícil que ser un
excluido, un reprobado. Esta última condición comporta grandes satisfacciones
para el orgullo. Es un éxito al revés.

El título más bello: Exclamaciones. ¡Lástima! Fue cogido por santa Teresa.

A veces tiendo a pensar que es mejor sacrificar la propia vida a una obra que
vivir.
Pero a veces, pienso lo contrario. Y, en los dos casos, tengo razón.

Podría tragarme todos los días un libro de recuerdos. A falta de poder escribir
mis memorias, me cuelgo sobre las de los demás. Me gusta devorar vidas.

Soy el menos sabio de todos los sabios, pero sabio de todos modos...

En todo lo que he escrito, no he rendido a la sexualidad el homenaje que


merece.

Cuanto menos pienso en el paso del tiempo, más me acomodo a los actos. La
atención al flujo de los instantes es en todos los sentidos ruinoso para la salud. Si
quieres soportar la vida, debes olvidar el tiempo.

León Bloy o Nietzsche o Dostoievski, lo que he amado en ellos, es el


sufrimiento y la exageración, o más bien: las exageraciones del sufrimiento.

210
¡Rilke, Chestov, y tantos otros por los que he sentido culto! Todo eso es pasado.
He aprendido a desembarazarme de ellos, a decir verdad, no he hecho otra cosa.

En la primera mitad del siglo XVIII, ¿qué autor de moda, podría haber
imaginado que Saint-Simon, pequeño duque olvidado, contaría un día como el
escritor francés más grande?

Tengo arrebatos de pasión que frisan la demencia, yo que vacilo sobre todo y
dudo de todo. Sin esta dualidad esencial en mi naturaleza, ahora estaría en prisión
o con alguna camisa de fuerza.

Ojeado el número de la N.R.F. consagrado a André Breton. El personaje,


extremadamente limitado, no merecía tantas consideraciones que forzosamente
no podían aportar nada nuevo. Cesé de interesarme en él cuando supe que
detestaba a Dostoievski y la música.
Tiene más afinidades con Bossuet que con Rimbaud, y lo mejor de su prosa
venía de Valéry. Un pequeño inquisidor, en cuanto a su carrera. Pero ha tenido la
enorme ventaja desde el punto de vista de la historia literaria, de identificarse con
un movimiento hasta convertirse en la enseña. Y en lo que ha hecho y en lo que
ha escrito, está en las antípodas de lo que ha predicado. El teórico del delirio
emplea un estilo que es la distinción misma; nada más concertado, y en
ocasiones, más estirado. Esta contradicción fundamental me previene en su favor,
porque lo humaniza. De lo contrario, me parecería demasiado altanero y
demasiado encorsetado. Una carrera para tesis, un destino que colma a los
universitarios.

El error de creer como S.L. que la contradicción es un signo de vitalidad,


cuando tanto el individuo, como la colectividad, sucumben a sus
«contradicciones», como bien se dice cuando se analiza la precariedad de un
régimen. Cuantas más contradicciones encierre, más amenazado está. Hay una
tensión sin contradicciones: esa es la vitalidad, tanto en la historia como en la
vida individual.

211
Tener conciencia moral, escrúpulos, conocer el remordimiento, todo esto
significa que no hemos franqueado el horizonte humano, que no hemos visto más
allá del ser humano, al que todavía le concedemos gran importancia.
No me consideraré un hombre libre hasta el día en que, siguiendo el ejemplo de
los grandes asesinos y sabios, me eleve por encima del remordimiento.

En Toulouse, en la Edad Media, todos los años, en Sábado Santo, el gran rabino
era abofeteado en público por el deicidio cometido por sus ancestros.

André Breton. La muerte de un inquisidor.


(La contradicción entre lo que quería hacer y lo que hizo. El teórico de la
espontaneidad que escribió la prosa más concertada desde Valéry, del que es,
junto a Caillois, el mayor continuador. Perfecta elegancia, tanto más extraña
cuando se reclamaba heredero de Rimbaud.)

En una entrevista a Claude Simon, éste dice que se esfuerza en abstraerse del
relato, en no intervenir a la manera del novelista ordinario que se erige en juez;
quiere ser perfectamente objetivo, dejar que las cosas y los seres se entreguen
ellos mismos.
... Y pienso que si Saint-Simon es hoy en día el escritor francés de prosa más
vivo, es porque está presente en cada línea que escribe, se le siente palpitante,
jadeante, detrás de cada «salida», cada carga, cada adjetivo.
Escribía, no hacía teoría del arte de escribir, como se hace comúnmente en
Francia, en detrimento de la literatura. A todos estos tipos exangües, escleróticos,
racionalistas, les falta temperamento, son sutiles y aburridos: son prolijos
cadáveres, disfrazados de esteticistas. No tienen alma, sino método. Todos, no
tienen más que eso. ¡Cómo detesto a estos literatos, cuyo talento me resulta
inútil!

212
Me digo a veces: Nadie habla de ti. Es como si hubieras muerto hace tiempo.
Y después me avergüenzo de esta amargura. Todo lo que tengo que hacer, es
continuar como si nada pasara, y trabajar para merecer mi propio respeto. Porque
no es el desprecio de los otros, es el propio el que hace mal. Tanto que si
estuviera a mal conmigo mismo, ni siquiera el aplauso de los dioses podría
hacerme flaquear en mi favor.
Hay que estar a bien contigo mismo, ajustarte a la idea que te has hecho de tus
propias capacidades y no traicionarlas por apatía, indiferencia y disgusto de ti
mismo.
Desde hace años, vivo por debajo de mis ambiciones y de mis fuerzas. No se
puede ser más traidor a uno mismo que lo soy yo. Es el único dominio en el que
verdaderamente sobresalgo. La vitalidad de mis remordimientos desafía la
imaginación.

La indiferencia se adapta a la vejez. Pienso en X, octogenario, que se agita por


cualquier cosa. Se dice que está «vivo», cuando solo es ridículo y lamentable. No
hay que interesarse en todo, a ninguna edad. El exceso de curiosidad es un signo
de frivolidad y de infantilismo.
Pensar, es rechazar, eliminar, ordenar. La disponibilidad excesiva suprime
justamente la ordenación; para ella todo es importante; lo que equivale a poner en
el mismo plano las catástrofes y las trivialidades.

En materia de prosa, no hay ninguna regla; sí, ser avaro con los adverbios.

Tan pronto como tomo una decisión, me arrepiento, y empleo todos los medios,
incluido el deshonor, para cuestionarla y para que su efecto sea anulado.

213
No comprendo como alguien tan indolente como yo puede pensar tanto en la
Destrucción. ¿No será por qué es la única forma de actividad que no me parece
degradante? Y sin embargo construir, crecer, edificar son infinitamente más
lentos, y más delicados y más complejos que aniquilar. Esto es verdad; pero
aniquilar da una sensación de poder y adula algo oscuro, original en nosotros,
que ninguna obra podría suscitar. No es construyendo, es destruyendo como
podemos adivinar las satisfacciones secretas de un dios.
El hombre verdaderamente solo tiene la sensación de ir más allá de sí mismo
cuando medita cualquier fechoría.

No escribir sobre autores con los que tengo afinidades. Es indecente. Es hablar
de ti mismo de una manera apenas disfrazada. Pero este juego no engaña a nadie.

Todo triunfo tiene algo profundamente abyecto, si se juzga después de la paliza


del triunfador. Desgraciadamente, el vencido, si hubiera ganado, se habría
expresado igual que su rival más afortunado. Nada que hacer: en todo éxito hay
un elemento de degradación.
Espero que jamás tenga la ocasión de gritar victoria. Un dios vela por mí.

En cuanto estudio un tema más de cerca, me doy cuenta de que todo se ha


dicho sobre él, y que, para renovarlo, hay que deformarlo, falsearlo, reducirlo a
algunas fórmulas no evidentes. Lo que se llama originalidad.

La cretinización por la filosofía, nuevo fenómeno en Francia. Hasta ahora solo


Alemania parecía tener el privilegio.

214
Caigo en el libro de Foucault Las palabras y las cosas, que no tengo ninguna
gana de leer, en una frase donde pone en el mismo plano a Hôlderlin, Nietzsche y
Heidegger. Solo un universitario podría cometer semejante falta de lesa-
humanidad. ¡Heidegger, un profesor al lado de Nietzsche y Hôlderlin! Esto me
recuerda a ese crítico que se permitió escribir: «de Leopardi a Sartre», como si
entre el uno y el otro pudiera haber la menor filiación. Un poeta, un espíritu
supremamente verdadero por un lado, un creador dotado, pero creador, por el
otro.
Este tipo de aproximaciones, esta confusión de valores me ponen fuera de sí.

Nacido en las montañas, toda llanura ejerce sobre mí un gran atractivo. La


Beauce colma mis apetitos de estepa, de Puszta; me basta con mirarla para
proyectar un toque de desolación. Lo que no me cuesta nada.

Simone de B. acababa de morir. La veía con Sartre, que se mostraba exquisito.


Empezamos a hablar de cosas y de otros. Me dijo: «Está muy bien tu «gramática
rumana» (!)». No cesaba de repetir a quien quería escucharme: «¡Qué delicia de
hombre!»

Hace muy bueno. Y este sol me hace pensar que mi madre y mi hermana ya no
está aquí para disfrutarlo. La Muerte no es nada; la muerte de alguien lo es todo.

Solo envidiamos a amigos, vecinos, conocidos, personas que trabajan en el


mismo sector y en la misma dirección que nosotros, que comparten nuestras
ideas, que nos han hecho bien, etc. En suma, la historia de Abel.

Me gustaría desaparecer dentro de mí como un caracol o una tortuga, o imitar


la misantropía del erizo.

215
Si algo existiera, el miedo a no poder abordarlo volvería única la sensación.
Como no hay nada, todos los instantes son perfectos y nulos, y es indiferente si
se disfrutan o no.

Pienso en G. Si le pidiera dinero, se pondría enfermo. Pero si le pides un


servicio que implique un gran número de pasos molestos, no dudará ni un solo
instante en hacértelo. La conclusión que se puede sacar es que se puede ser avaro
y sin embargo generoso.
A decir verdad, hay dos categorías de generoso: la primera de la que G. es un
ejemplo. La otra, un J.P.S. que según me han dicho, ayuda ampliamente casi a
cualquiera, pero no se molesta, no pierde su tiempo corriendo a resolver los
asuntos de otro. Hay pues los avaros, y los pródigos-cómodos. ¿Cuáles preferir?
Son iguales. Ni los unos ni los otros son mezquinos, egoístas, bastardos.

Que mi vida es un naufragio, lo prueba que nadie me envidia. Los locos pueden
odiarme pero no envidiarme: vivo demasiado al ralentí para eso. Cualquiera
puede adelantarme. Es mi gran ventaja que me preserva de muchos golpes.

Enterramientos en mi país. Al. Caparian me cuenta que en Lancrâm, el pueblo


natal de Blaga, al borde la tumba de este estaban la viuda y las «amantes», tres o
cuatro. En un cierto momento de la «ceremonia», una de ellas estalla en un lloro
histérico: las otras le siguen inmediatamente y se vuelve un concierto de
lamentaciones. Solo la viuda parece impasible. Para calmar o morigerar los
«lloros», ella les dice: «No merece la pena llorar, es bien feliz allí donde está.»
Frase convencional, tan convencional como las lágrimas de sus «rivales».
Enterramiento de otro poeta. En el momento en que descendía a la tumba el
ataúd de Ion Barbu, su «amante» se arroja encima gritando: «Tierra, ¿sabes a
quién vas a engullir?» No han podido decirme si la mujer de Barbu, una alemana,
estaba allí, quiero decir si vivía todavía.

216
E. me llama dos veces al día desde Zurich. Por la mañana me promete no beber,
por la noche, está borracho y me habla de suicidio. Y yo, que he hecho apología
de él, me empleo en detenerle.

El pensamiento de la impermanencia debería haberme aportado la paz, una paz


duradera se entiende; en realidad, solo me salva en los momentos difíciles, es
todo; el resto del tiempo, he tenido que arreglármelas solo. Eso significa que no
tengo una vocación especial por la liberación.

Pienso de nuevo en E., en la escena del otro día, a medianoche, llorando como
un niño al teléfono, en ese hotel de Lucerna, y diciéndome que tenía que matarse
pero que no tenía la fuerza para hacerlo, que el miedo se lo impedía, que tenía
que ayudarle a quitar este último obstáculo. Angustia sin límite comparable a la
de Marilyn Monroe, estrella también.
De dos cosas estoy seguro: el alcohol y la gloria son obras diabólicas. No hay
que entregarse al primero, no hay que buscar la segunda. Son dos peligros que no
me conciernen, aunque rozara el primero en mi juventud.

El verde tierno de los abedules sobre un fondo gris-malva en las colinas entre
Maisse y Milly-la-Forêt.

Siempre he querido ser exterior a todo. No tener ninguna convicción ni incluso


noción; porque cualquier clase de idea supone un contacto, es decir, una
complicidad con la ilusión. Mas allá de todo. Es eso. Estar en el mismo plano con
la nada.

Cuanto más regreso a las cosas, más me parece que los únicos seres que han
ido al fondo de todo son los que han dado la espalda al mundo.

217
En el libro de Foucault [Las palabras y las cosas], trata a menudo de la «finitud
antropológica», imagino el efecto que tales fórmulas pueden provocar en los
jóvenes. Evidentemente, te hace más ducho que la «miseria del hombre», «el
hombre como animal condenado», o «la duración ínfima» de la historia humana.
De todas las imposturas, la peor es la del lenguaje, porque es la menos
perceptible para los embrutecidos de nuestro tiempo. Hay que decir que
Heidegger abrió la veda, y que, para un filósofo, si quiere experimentar el
ostracismo, si quiere probar en su carrera la dicha «finitud», no tiene más que
rechazar la jerga y emplear el lenguaje corriente, sensato. El vacío se hará
automáticamente a su alrededor.

La venganza, el único problema moral. La venganza es una liberación de la


cual no nos recuperamos.
Nos venguemos o no nos venguemos, somos infelices. Tal vez sea mejor elegir
la desgracia de no vengarse.

«Sea lo que sea lo que el hombre haga, lo lamentará siempre», me escribió mi


madre un tiempo antes de morir. Era su testamento. Reconozco ahí la filosofía de
nuestra tribu. No he inventado nada. Solamente he perpetuado el desengaño de
mis ancestros.

En un viejo libro de psiquiatría, se distingue entre aburrimiento adquirido y


aburrimiento original.
¡Pues bien! el mío es original. Nací con él, me precede incluso.
Me aburrí en el vientre de mi madre.

El Sr. Arland me pide un artículo para la N.R.F. Voy a escribir uno sobre el
suicidio (partiendo de la reciente «discusión» telefónica con E.). En el fondo, es
volver al tema de La Noche de Talamanca, que permanece en estado de proyecto.

218
La lectura, el mayor placer pasivo.

La Iglesia, en su pasado, ha cometido tantos crímenes que es inexplicable que


aún pueda haber conversiones. ¿Cómo hacerse solidario de los crímenes de los
cuales es culpable?

De todas las reflexiones, las más fútiles son las que se hacen sobre literatura.
La crítica es lo más estéril; es mejor ser tendero que escribir sobre los otros.
Tienes que leer un libro y luego tirarlo; inútil hablar de él, resumirlo y
comentarlo. ¿De qué sirve sopesar los méritos y los defectos? Si es bueno, se
incorporará a tu propia sustancia; si es malo, habrá sido una pérdida de tiempo.
Eso es todo. ¿Por qué reflexionar indefinidamente sobre lo que has leído?

Esos monjes que, en tiempos de Buda, se servían de un cráneo como un cuenco


de limosnas. Buda les prohibió mendigar un cráneo, por el miedo que inspiraban
a las personas.

Acabo de leer las Reflexiones sobre el suicidio de Madame de Staiël. Muy


malo. El ensayo fue publicado en 1814. En su juventud, en su escrito sobre
La influencia de las pasiones, había intentado un justificación del suicidio. En
este caso, es todo lo contrario... Debió escribirlo a finales de 1811, porque
consagra algunas páginas al suicidio de Kleist, que ella llama el Sr. Kleist
«poeta y oficial de mérito». Visiblemente comenta el doble suicidio desde las
gacetas y no sabe quien era Kleist. ¡Pero qué acusaciones grandilocuentes
lanzadas contra la mujer que abandonó a su pequeña hija para compartir la
muerte de un exaltado! ¿Si hubiera predicho Madame de Staiël la gloria de
Kleist, y que un día ella no sería nada a su lado, qué hubiera pensado? Mañana
por la noche, voy a ver en el Teatro de las Naciones, El Príncipe de Homburg en
alemán. Es esta coincidencia la que me llamó la atención leyendo a la dama de
Coppet.

219
Amo a esos monjes que, en los primeros tiempos del budismo, utilizaban un
cráneo a guisa de bol para limosnas. Nada invita tanto a la paz como el comercio
cotidiano con los símbolos que la niegan.

¿La sabiduría? El arte de desprenderse. El insensato se embala, el sabio se


desprende.

No consigo aceptar mi indiferencia ante la salvación. No la creo sincera. Y sin


embargo veo su imagen en todo: la mar, la montaña, una mota de polvo, este
cuaderno, este lápiz; todo me hace pensar en ella, todo la evoca, todo es su
reflejo, incluso su ilustración.

El monacato es solo el código del renunciamiento, el renunciamiento


administrado.

La amargura, el sentimiento menos espiritual que existe. Con ella, estamos


seguros de no avanzar hacia la pureza, el despojamiento. No imaginamos a un
santo amargado. Es el sentimiento mundano por excelencia, la expresión más
adecuada aquí abajo, y además la imposibilidad absoluta de ser.

Amo todo lo que se puede amar aquí abajo, y sin embargo mis pensamientos,
uno tras otro, quedan atrapados en un invisible convento.

Atacar, aunque solo sea por el placer de atacar, es probar que se tienen
convicciones, es mostrar que se cree en algo, aunque sólo sea en ese placer
justamente.
*

220
Todo hábito es un vicio. Y el vicio no es más que un hábito supremo.

J.P.S., en la N.R.F., escribe sobre la muerte: «el no-valor más absoluto». La


fórmula es igualmente falsa tanto en el fondo como en la forma. No se puede
decir: «lo más absoluto»; es como si se dijese: «Lo más infinito». En cuanto a
decir que la muerte es un «no-valor», es un absurdo total.

Me agoto en palabras por nerviosismo e impido a los otros hablar por no tener
que aguantarme ni explotar.
Tengo la borrachera locuaz. De ahí el disgusto hacia uno mismo resultante de
las libaciones.
Todo el día necesidad de llorar sin ninguna lágrima a la vista.

Tengo horror a desarrollar, a explicar, a comentar, a apoyar, tengo horror a todo


lo que recuerda al filósofo, por tanto al profesor.
La filosofía: un pensamiento esparcido (como se dice de una bosta que se
esparce, se extiende). Sólo me gusta el pensamiento recogido, fulminado en una
formula.

J.P.S., ¿cómo un hombre tan dotado puede creer en tantas cosas? ¿Y cómo
puede correr tras el éxito cuando su obra está terminada y lo que le que añade no
hace más que disminuir su valor?

Es como si hubiera sido lanzado en paracaídas entre dos idiomas: ¿cuál elegir?
Todavía me lo pregunto, ninguno responde del todo a mis caprichos profundos.

221
Es absolutamente imposible decir hacia qué tiende la humanidad; a cada
instante se ve superada por lo que concibe; no cesa de ser una sorpresa para sí
misma. Quien menos ha percibido su esencia es Hegel. La historia es algo
completamente distinto de lo que imaginó que es.

A veces me digo: la verdad reside en el tedio


o
El tedio es la verdad misma.

Los desafortunados son las personas más egoístas porque, mucho más que los
felices, solo pueden pensar en sí mismos. Están completamente absorbidos por su
desgracia a la que sacrifican todo lo demás. Solo únicamente cuando su desgracia
disminuye son capaces de imaginar la de los otros y empatizar con ella. La
generosidad no es, como se cree, lo propio de los que sufren; puede a veces serlo
de los que han sufrido. Pero incluso eso no es del todo seguro.

Todo el mundo no tiene la suerte de un infortunio especial.

De golpe, pensé en N. Herescu, muerto hace algunos años, y he visto su cráneo


completamente demacrado. Un amigo en estado de esqueleto. Visión casi
intolerable. Por no tenerla las personas se afanan y dirigen sus pensamientos
hacia el porvenir inmediato. Lo peor para quien quiere vivir es profundizar en
ciertas cosas. No es bueno pensar más allá de la carne.

H.M., completamente absorto en la idea de su obra hasta el punto de no poder


pensar en otra cosa. ¡Convertirte en el esclavo de tus propios libros! Cada uno es
castigado por la obra que ha cometido.

222
Todos los inconvenientes que sufrimos en la vida, hay que considerarlos como
castigos que recibimos por todos esos instantes de dejadez durante los cuales no
pensamos que otros sufren o mueren.

¡Me dijeron que mi hermana fumaba cien cigarrillos al día!

Quien quiera dejar una obra no ha comprendido nada. Hay que aprender a
emanciparse de lo que se hace. Sobre todo hay que renunciar a tener un nombre,
incluso a usar uno. Morir desconocido, esa es quizá la gracia.

Literariamente, un error raro vale más que una verdad conocida, probada,
banal; espiritualmente, es todo lo contrario.
Lo insólito no tiene ningún valor en el plano espiritual. Solo la profundidad es
lo que cuenta, el grado de profundización de una experiencia.

Cóctel con una joven japonesa. Deberíamos aprender la sonrisa nipona. El resto
es accesorio.

María Estuardo y Lady Macbeth.

Desde que soy un completo adicto a la prosa, ya no leo a Shakespeare.

223
El otro día en casa de los Collin, dije que todos los rumanos eran impostores.
Mounir Hafez me pregunta: «¿Te consideras uno? —En cierto sentido, sí»,
respondí, sin poder precisar mi pensamiento. Lo que habría querido decirle, es
que es un impostor cualquiera, que por exceso de lucidez o por otra razón, no
logra identificarse con lo que sea. En mi opinión, el impostor no es aquel que
voluntariamente se entrega por lo que no es sino aquel que no puede ser la
expresión de nada, que conserva demasiada distancia con todo lo que hace para
poder encarnar una idea o una actitud. Es el hombre de los simulacros, no
deliberadamente sino fatalmente. Conviene añadir que, en el lenguaje corriente,
no es lo que se entiende por impostura, lo que siempre significa una voluntad de
engañar.

Pentecostés
Pienso en mi juventud, en tanto frenesí gastado a pérdida, y en todos esos
artículos en que puse lo mejor de mí mismo, esparcidos en periódicos cuyo
mismo nombre se me escapa.

Concibo que se escriba sobre Dios, ¡pero no sobre un escritor!

La idea del infierno es una de las que honra a las religiones que la han
concebido, y es la insistencia con la que el cristianismo habla de él lo que le
redime ante mis ojos.

Me culpo de no tener el don de la renuncia, el único del que sería legítimo


sentir orgullo. Pero una renuncia de la que estamos orgullosos ya no es una
renuncia.
Que Dios tenga piedad de nosotros. Es mejor que la autocompasión.

224
«Al encontrar, después de varios años, a una persona que hemos conocido de
niños, la primera impresión hace casi siempre suponer que alguna gran desgracia
ha debido golpearle». (Leopardi)
Desde hace dos o tres años que he vuelto a ver a mis amigos de la infancia,
verifico en cada reencuentro lo bien fundado de esta observación.

Observo en mí desde hace algunos años fallos de memoria, una lamentable


incapacidad para concentrame, signos visibles de un reblandecimiento del
cerebro. Estas arterias, ¡cómo las odio!

El estilo triste, del tipo M. Blanchot. Pensamiento inaprensible, prosa perfecta e


incolora.

Me preguntan: «¿Trabajas? —Sí, en un artículo sobre el suicidio.» Mi respuesta


corta las ganas de la gente de saber más.

No hay nada que hacer: solo puedes actuar si olvidas que las apariencias son
apariencias, si las tomas por realidades. De otro modo... caes en la
contemplación.
*

Si este mundo está vacío, el otro no lo está menos. Si la salvación está hueca la
perdición debería estarlo.

La Nada para el budismo (a decir verdad para Oriente en general) no tiene la


«connotación» un poco siniestra que comporta para nosotros. Se confunde con
una experiencia límite de iluminación, o si se quiere, es un estado de eterna
ausencia luminosa, de vacío radiante; es el ser que ha triunfado sobre todas sus
propiedades, un no-ser supremamente positivo pues dispensa una felicidad sin
materia, sin sustrato, sin ningún apoyo en ningún mundo sea el que sea.

225
Con Henri Michaux, tengo tres preferencias en común: Angèle de Foligno, la
Brinvilliers, Saint-Simon.

Crisis de maldad cercana a la locura. Me gustaría destruir todo, y perseguir


incluso a mis enemigos difuntos hasta en su tumba.

He buscado lo absoluto, ninguna duda sobre esto. Y cuanto más lo buscaba,


más, por despecho de no poder alcanzarlo, reculaba hacia la duda.
(Esta búsqueda, es extraño que la ponga en pasado, porque continúa
exactamente en las mismas condiciones que antes.)

Acabo de llamar a mi editor. En dos servicios diferentes, no conocían mi


nombre. Eso me ha vejado, y después me he avergonzado de haberme sentido
vejado. ¡Qué pequeños podemos ser!

Releídas algunas páginas de San Agustín. ¡Qué pasión! El relato de su


conversión.
Nuestro drama: vivir en una época en la que no tienes a qué convertirte.
(Es más bien algo de lo que felicitarse, pero no es menos cierto que cualquier
relato de una conversión tiene algo de estimulante e invita a una mutación.)

Me es cada vez más difícil escribir, estoy harto de este eterno ajuste de cuentas
con la vida...

226
En lugar de escribir, digo maldades de todos aquellos que escriben. Eso es el
fracaso. Me acuerdo de ese pintor, en un pueblo de Perche, que embadurnó las
paredes de los restaurantes (horribles paisajes con estanque, etc.) y que
despotricaba contra todos sus colegas, comenzando por Picasso, a quien llamaba
¡«gorrón»!
La amargura solo es aceptable a nivel especulativo, en estado de pura
abstracción: hiel decantada.

Había prometido hace unos meses dar un texto en junio. Al prometerlo, sentí
que el plazo estaba tan lejano que no llegaría jamás. El vencimiento está ahí sin
embargo. Así es como debe surgir, de todas las horas, la de la muerte.

Me horroriza el desleimiento, no me gusta describir un proceso sino presentar


un resultado. Lo que me interesa es la culminación de un pensamiento. De ahí mi
gusto por los moralistas y los escritores «estériles».

Te cansas más rápido de un admirador que de un enemigo. Porque el enemigo


casi siempre vale y a veces nos supera, mientras que el admirador es
necesariamente inferior a nosotros. Y además, ¿no se pone en una posición
subalterna infligiéndonos un pedestal?

Se ha observado con justeza que, en el plano religioso, los judíos no eran


reformadores sino solamente innovadores. Luego fieles al espíritu y a la letra de
la Ley, tradicionalistas endurecidos.
Están atrapados en el plano político: ahí son más que reformadores,
revolucionarios.

Si la mayor satisfacción que se puede alcanzar deriva del encuentro contigo


mismo en la soledad, la forma suprema de «realización» es la vida eremítica.

227
Otro: alguien que me impide ser yo.
Cuando estás solo, eres ilimitado, eres como Dios. En cuanto alguien está ahí,
topas con un límite, y pronto ya no eres nada, solo algo.

Muerte de André Thérive. He leído su Clotilde de Vaux tres veces.

Todo se esfuma en los seres, salvo la mirada y la voz: sin la una y la otra,
no podríamos reconocer a nadie al cabo de treinta años.

Encuentro muy justa la observación de un moralista según la cual la esperanza


es un instinto.

El contacto con un sub-hombre siempre tiene algo de fecundo. ¡Qué mejor


ocasión de entrever el porvenir del hombre mismo!

«Un trastorno de la memoria en la Acrópolis» de Freud. Es increíble hasta que


punto todo lo que ha concebido este hombre participa de la divagación. De la
divagación hábil. Una facilidad de hipótesis empujada hasta el delirio. Se lanza a
cualquier explicación; cuanto más inverosímil es, más seduce. Es lo arbitrario, es
la aventura disfrazada de ciencia. La moda del psicoanálisis evoca la del
mesmerismo, la de la fisonomía (Lavater), la del magnetismo animal, etc.
Necesitamos explicar todo desde un punto de vista extremadamente limitado,
para erigir en principio universal un hallazgo o un capricho. La manía filosófica
es funesta para la Verdad.

Visita de un inspector de Subsidios Familiares. Lo que se me impone para que


haga funcionar esta empresa. Es para perder la razón.
Cualquier representante de la autoridad me inspira un insuperable terror.

228
El último peatón. Así me veo.

No hay nada más vivo y más despreciable que la cólera.

El fracaso llama al fracaso, es una ley que verifico todos los días a mis
expensas. Cada derrota es una bola de nieve.

Quiero pronunciarme sobre algunos temas y detenerme ahí. Tengo horror a los
espíritus como Sartre que quieren imprimir su marca por todas partes.
Limitémonos, contrariemos nuestra funesta tendencia a la expansión, seamos
menos de lo que somos naturalmente, cesemos de inflarnos. La verdad reside en
la restricción. Lo que antaño se llamaba gusto.

«Si Dios te quiere en un cuerpo débil, ¿quién eres tú para estar irritado?»
Estos Padres del Desierto decididamente tenían remedio para todo.

A alguien que me pregunta por qué no regreso a mi país:


—De los que he conocido, los unos están muertos, los otros, peor.

Contra Baudelaire, cabe señalar que la civilización no hace más que acentuar
las huellas del pecado original.

¡Estoy por encima de lo que hubiera querido ser!


Por otro lado, si he comprendido ciertas cosas, es en virtud de este fracaso.

229
Espero a Ion Frunzetti. Tres cuartos de hora de retraso, y aún no ha llegado.
Que mis compatriotas no tengan el sentido del tiempo, les felicito en abstracto.
Cuando se trata de una cita, es otra cosa.
No hace falta decir que la puntualidad no puede significar nada para alguien
que vive en una duración indiferente, en una especie de eternidad... cotidiana.
Pero también, en estas condiciones, hay que quedarse en casa, y no ir a países
donde cada minuto cuenta.

N'a fost sa fie — It wasn't to be [No iba a ser].


Imposible encontrar una traducción francesa satisfactoria.

Chagall ofrece una tela a Jean Wahl. Uno de los hijos de éste, de diez años,
pintor en su tiempo libre, se pone a retocar la obra de la maestro. ¡Parece que
había imperfecciones!

Dicen: tienen miedo porque ven. Pero no, tienen miedo, antes de ver, en el
exterior. Es sin duda el olor.
El matadero israelita, el más cruel. Al menos cinco minutos de agonía. Después
este medio-rabino con el cuchillo en la mano para practicar el sangrado, ¡qué
odioso espectáculo!
Todo el tiempo que estuve en estos mataderos, pensé en los campos de
concentración. Es el Auschwitz de las bestias.

Treinta grados en mi cuarto. Escucho a Chopin, extremadamente acorde con la


canícula.

Si alguna vez me vuelvo loco, seré un loco furioso.

230
Escuchando a Handel. La música, sé que me toca realmente cuando, gracias a
ella, morir ya no significa nada para mí, porque no puedo morir, porque estoy
para siempre por encima de la muerte. Este milagro solo la música lo opera y,
quizás, cualquier forma de éxtasis.

Un poco de desapego, es todo lo que me atrevo a esperar. Soy un cadáver


tembloroso.

Lo que siempre me ha asombrado es que haya seres que apuesten por mí, que
están dispuestos a creer que no los decepcionaré. Pero les decepciono, porque soy
lo decepcionante por excelencia, y casi por oficio.

Mis pensamientos siempre han evolucionado en las proximidades del suicidio.


Jamás han podido asentarse en la vida.

Un canónigo inglés, muy conocido, acaba de lanzar, en un congreso de no sé


qué, que Jesús debía ser pederasta porque a su edad debería haber estado casado
como lo exigía la costumbre en sus tiempos; además, se rodeaba principalmente
de hombres...
Toda la Inglaterra actual está ahí. Un país donde la homosexualidad es el
problema dominante y casi el único.

Para encontrar al fin un poco de equilibrio, se voló los sesos.

En la obsesión por el suicidio se disputan el apego a la vida y la vergüenza de


estar vivo; pero quien predomina es la vergüenza.

231
Si no creyera en la validez de mis obsesiones, me tomaría por el más grande
impostor que ha existido jamás.

Soñé que era condenado a un mes de prisión. Encontraba la prisión intolerable.


Cada instante era un suplicio. Que pobre tipo, me decía. Y de repente pensé que
mi hermana había estado cuatro años en presidio, ¡mi hermano siete! Y
avergonzado me desperté de un sobresalto.

Nada de lo que poseo me pertenece en propiedad, debería repetirse sin cesar;


y si penetrara verdaderamente, ya no tendríamos malos sueños.
Tener, vocablo maldito, fuente de problemas y de inquietudes. ¡Mi vida!
¿Cómo puedo decir: mi vida? Debería poder decir: «Todo me pertenece salvo mi
vida.»

La «nada» tiene una connotación fúnebre en Occidente, allí no es un auxiliar de


la salvación: es el impedimento.

Del mismo modo, que todo lo que libera tiene un componente negativo. La
libertad, es desposesión, la falta de pertenencia querida, deseada, cultivada.

El querido Oliver, se ha vuelto indiferente. Ninguno de nuestros asuntos es ya


de de su incumbencia.
¡Decir que la humanidad solo se compone de muertos, pues los vivos no son
más que muertos futuros!
El sarcasmo es menos profundo que la piedad pero contiene más verdad;
estamos más seguros con él; y es quizás el único tono que hay que emplear
cuando se habla de la «vida».

232
Sin la conciencia de la desgracia, sería el mayor impostor que haya existido.
(Hay impostura allí donde el exceso de lucidez no va acompañado por la
conciencia de la desgracia.)

He terminado mi artículo sobre el suicidio. Me es absolutamente imposible


saber lo que vale. Me inspira las mayores dudas, y no me atrevo a entregarlo.
Sin embargo, debo hacerlo, se lo prometí a Marcel Arland.

Homero emplea repetidamente la expresión: disfrutar de su dolor


(en la plegaria de Priam a Aquiles entre otras), este sentimiento tan moderno.

Se puede perdonar un crimen pero no una bajeza.

Oración o cinismo
Son las dos únicas fórmulas que permiten superar cualquier prueba. Lo ideal
sería poder practicarlas por turnos; porque, a la vez, requeriría la síntesis de Dios
y del diablo, en una sola y única persona; tanta contradicción, ningún ser, ni
siquiera imaginario, podría contenerla.

Mi sobrino, padre de tres hijos, fue abandonado por su mujer que tenía un
amante con el que tuvo dos hijos. Este sobrino, acabo de enterarme de que ya no
da un céntimo a su descendencia, ¡incluso se sospecha que envía la mitad de su
salario a su esposa infiel! Y soy yo quien debe proveer las necesidades de estos
tres niños porque él, el padre, se desentiende.

233
Hace tres años, Paulhan me pidió, a través de un joven poeta, escribir el
prefacio al sexto volumen de sus Obras completas. Me negué, a pesar de cierta
deuda de gratitud que había contraído con él. Sin duda me equivoqué al no
aceptar. Pero en el momento en que me pidió el prefacio estaba tan aparte de
todo, que si Dios mismo me hubiera implorado escribir sobre Él, me habría
negado.

El alemán puede ser pesimista pero no escéptico. El escepticismo exige un


refinamiento del que no es capaz.

Todo lo que hago está en contradicción con lo que predico. Alabo la


indiferencia, y de la mañana a la noche estoy al borde de la epilepsia.
(He tirado mi vida: debería haber sido epiléptico).

El escepticismo es la fe de los espíritus ondulantes.

Solo se puede traducir a los autores sin estilo. ¡De ahí el éxito de los mediocres,
traspasan fácilmente cualquier lengua!

Ese japonés que dice que debemos comprender el «¡ah!» de las cosas.

Aspiré a convertirme en un santo, y solo me he convertido en un saltimbanqui.

Estoy despierto cuando todos los demás duermen, solo estoy presente para mí
mismo en medio de la noche.
*

234
El fin del mundo, no, el fin del hombre, de alguna manera debe llegar, es la
única esperanza.

Me siento como un monje que paga impuestos.

Boileau, el gran desastre en la historia literaria de Francia. Ha emasculado las


mentes por siglos.

La ignominia de la muerte llamada natural.

Baudelaire, en toda su vida, no ganó más que 15.000 francos.

Vergüenza, abrumadora sensación de incompetencia.

¡Es tan verdad que no escapas a tu destino!


Nací en tal tribu. ¡Pues bien! esta tribu me persigue, me invade, me enriquece o
me empobrece, me mantiene: no puedo evitarlo. Mis compatriotas me asaltan,
devoran mi tiempo: pero es normal, ya que para ellos el tiempo no es nada, pues
ellos siempre tienen tiempo. ¿Por qué pensarían en el mío? De todas maneras,
para ellos, eso no tiene ninguna importancia, que sea el suyo o el de los otros. Por
eso les gusta tanto parlotear.
Ir a casa de alguien, es demostrar que no le estimas, que estimas en poco su
soledad; respetar a un ser, es respetar su soledad, y nada más. El gran crimen, es
impedir a alguien estar solo, ser él mismo.
La indiscreción, pecado donde los haya. Si fuera creyente, no querría molestar
a Dios con mis plegarias.

235
Discusión con S. sobre el porvenir de nuestro país. Siempre las mismas
aprehensiones y las mismas perplejidades. Maldición de un pueblo aplastado por
la historia. En eso, no tengo nada que añadir a lo que ya he dicho en otras partes.
Fatalismo: miseria de miserias.

En los textos budistas, el nirvana se asimila a la frescura...


El clima nos persigue, sobre todo cuando se trata de metáforas.

Nietzsche, bien mirado, no es más que un gran ingenuo.

S. me ha contado una cosa espantosa. Después de una conferencia sobre E.,


la hermana de este último vino a darle las gracias por no haber hablado de su
madre, porque, dijo, «mi esposo es antisemita e ignora que mi madre era judía».
El antisemitismo es odioso y de una crueldad inimaginable.

Solo hay un remedio a la ansiedad, o al tedio: el trabajo manual. Me doy cuenta


todos los días. Así me aplico a ello con tanta frecuencia como puedo, no hay nada
más real en mí que mi vocación por el bricolaje.

Acostarse, dormir profundamente, y despertarse desesperado...

236
Visita de dos japoneses, absolutamente encantadores: un joven poeta que
prepara una tesis sobre Baudelaire, y una joven, adorable, que me aporta, ¡con
qué gracia!, un ciclamen. Los dos son vivos, cultivados. A su lado me sentía
como un patriarca. Durante la conversación, hablamos de que no sé quién:
«¿Es viejo? Pregunté.¡Ah! sí, dijo la ninfa. Nació en 1928.»
Casi la interrumpí: «Pero si tal es viejo, ¿qué dirás de mí que nací en 1911?»
Esta historia de la edad comienza a exasperarme. ¡Cuándo pienso que a los
veinte años despreciaba a todos aquellos que habían superado la treintena!
Merezco lo que me pasa.

La música de la iglesia ortodoxa (rusa, se entiende) recuerda a un Monteverdi


mongol.

¿Qué puedes hacer con un calumniador? Matarlo o perdonarlo. Matarlo sería


más simple y más fácil.

Los únicos momentos que me llenan son aquellos en los que, caminando o
haciendo algún trabajo manual, mi espíritu se asimila a los objetos, es objeto.

Lo más profundo que hay en nosotros, es el deseo de vengarse. Ser


desgraciado, es estar imposibilitado de vengarse; es retrasar indefinidamente la
venganza.

Mantener pensamientos de venganza es, en el plano espiritual, más grave que


vengarse. Porque la venganza consumada, te rehace moralmente; la esperanza de
una «regeneración» subsiste en cualquier caso; mientras que la rumia
interminable de la venganza nos envenena y nos vuelve impropios para cualquier
progreso espiritual. El asesino está más cerca de la salvación que los
obsesionados con el crimen.
*

237
Me preguntan: ¿Ha sido influenciado por X e Y? —No. Solo he tenido dos
maestros: Buda y Pirrón.

Todo «contemporáneo», por profundo que sea, no es más que un periodista.

He retomado mi amor por Bach. Amo escucharlo en la oscuridad. Apago la luz,


y me deleito en un cementerio. A veces es como si escuchara la música después
de mi muerte.

Cuántas veces al día me digo: «¡Eres un enfermo mental!»


Pasa así: me propongo no hacer tal o cual cosa. Pero sé que la haré. Y en el
momento en que la hago, me repito la fórmula.

Acabo de escuchar la Missa Solemnis. No me toca. Beethoven no tiene el


sentido de lo divino. Fuera de sus cuartetos, me deja frío. Este desapego viene de
lejos.

Salvo Pirrón, Epicuro y algunos otros, la filosofía griega es decepcionante: solo


busca... la verdad; al contrario que la filosofía hindú que solo persigue la
liberación: lo que es importante de otro modo.

El alcalde (?) de Andorra, en su discurso de bienvenida, dijo el otro día a De


Gaulle: «en vuestras sucesivas peregrinaciones y trascendentes...» Diríase que se
dirigía a un dios.

238
Ataque clásico de autocompasión. Sentimiento tan legítimo como despreciable.
Pensé que lo había agotado y superado. Pero no, está ahí, intacto. Sin embargo
desde hace un tiempo me parecía que había triunfado sobre él. Pero no se triunfa
en nada esencial.

Desde Rumanía, no cesan de pedirme servicios de toda clase. ¿Por qué yo que
tengo tantos problemas para ocuparme de mis propios asuntos, debo extraer el
coraje y la energía para ocuparme de los de los otros? Y dejo de lado la cuestión
del dinero...

Mirando la luna. Ir allí, es seguramente una hazaña extraordinaria pero


desprovista de cualquier significación espiritual.

El ser es fácil, el ser es contagioso; el no ser no lo es. Es una gran desgracia.

Tengo muchos puntos de contacto con el espíritu francés pero ninguna afinidad
profunda.

Yendo a los Ferrocarriles, llevando un paquete, me sorprendí al decir: «Llevo


este paquete para alguien que va a morir.»... Hasta tal punto el sentimiento de la
inestabilidad ha tomado posesión de mí.

Cualquier tema, en cuanto profundizo un poco, me aburre a morir. Acabo de


consagrar un mes al Vacío. Estoy harto, harto. Rápido otra obsesión.
… Y sin embargo el vacío es mi pan de cada día, me nutro de él literalmente.

239
«Nadie puede tocar el fondo del alma salvo Dios.»
(Maestro Eckart, Del Nacimiento eterno.)

El quinteto para clarinete de Mozart. Acabo de escucharlo, y me acuerdo que


hacia 1936 en Berlín, un día que lo escuchaba en mi radio de galena (?), mi
Wirtin [Casera], que era una enorme y malvada perra, vino a golpear en mi puerta
para decirme, al final del trozo: «Wunder schôn nicht wahr?» [«¿Qué hermoso era,
verdad?»] ¿Cómo ese monstruo era sensible a una obra de una melancolía tan
profunda (y que Mozart compuso el año de su muerte, al mismo tiempo que el
Réquiem)? Es la pregunta que me hice entonces.

Me gusta esta idea de Alberto el Grande: el mundo es un accidente de Dios,


accidens Dei.

Álvarez de Paz cita, entre otros obstáculos para la contemplación, la excesiva


«preocupación por la salud».

¡Cuándo pienso que un estirado como Gide ha podido dominar la literatura en


Francia durante cincuenta años!

El ser es un descubrimiento; el vacío, una conquista. El no liberado no es un


conquistador; es sólo un frenético de la liberación.

240
Jamás leer las críticas: los autores solamente. Toda crítica viene de la
disertación. Es pedante y eso significa más inteligente que natural. He notado en
efecto que casi todos estos frutos secos que escriben resúmenes fuerzan su
inteligencia y querrían hacer creer que producen ideas sin esfuerzo, como sin
querer. ¡Pero todo es laborioso y pretencioso! Permanezcamos por debajo de
nuestras posibilidades y de nuestros dones: es la única manera de conservar
alguna decencia

La crítica impresionista era la única legible. Ahora cualquiera se cree


autorizado a establecer a propósito de cualquier cosa. Es lo que he llamado la
«cretinización por la filosofía».

Escribir cartas es una pérdida de tiempo. Pero es mejor que abordar un «tema»
y tratarlo seriamente.

De todo lo que ha escrito y pensado Schopenhauer solo permanecen vivas sus


explosiones de humor. Cada vez que habla de su sistema, y Dios sabe que insiste
en ello, es aburrido, es un estribillo; tan pronto como se olvida de que es filósofo,
que debe permanecer fiel a sus teorías, no puede ser más vivo. Lo que queda de
un pensador, es su temperamento, es decir, lo que hace cuando se olvida de sí
mismo; son sus contradicciones, sus caprichos, sus reacciones imprevisibles e
incompatibles con las líneas fundamentales de su filosofía, las que divierten,
desconciertan, interesan.

Lo mejor es hablar de cualquier tema, olvidando en qué se cree. Nada es más


esterilizante que el miedo a contradecirse, tanto más cuando no nos
contradecimos realmente, si sigues la línea de tu temperamento, si te dejas llevar.

241
Estamos hoy en día maravillosamente situados para comprender que cosa tan
abominable debió haber sido para el patricio o el esteta antiguo el advenimiento
del cristianismo.

¿La tarea de vivir y de morir tiene una base real, o no es otra cosa que una
ilusión elaborada, que la conduce hasta el fin? Lo que la vuelve atractiva, es su
nulidad intrínseca y su cualidad de universo. Lo es todo porque no es nada.

Después de tantos años de alejamiento de cualquier música, ahora


reconciliación definitiva.

Si estoy en contra de la jerga, es porque crea una suficiencia realmente enorme


y quien la emplea, quien hace alarde de ella, quien la cultiva, es un individuo
apestoso. Los filósofos, incluso los buenos, están en este caso.

Este prefacio sobre Valéry, ¡ah! qué horror tengo a juzgar. El oficio de crítico
es abominable. Jamás escribir sobre nadie, abstenerse de cualquier requisitoria.

No tengo ninguna gana de releer a Valéry. Todo me parece polvoriento e


inútilmente inteligente. Confundió preciosismo y pensamiento.

Mi enemigo número 1, mi detractor, este calumniador profesional, L.G. da la


vuelta al mundo y me socava a la vista de algunos amigos que creo tener por aquí
y por allá.
... Ama a tus enemigos... Pero si esto fuera posible, hace mucho tiempo que el
paraíso estaría instaurado en la tierra. En realidad, odiamos a todo el mundo:
amigos y enemigos, con esta diferencia sin embargo, que no sabemos que
odiamos a nuestros amigos. Pero les odiamos de una cierta manera.

242
Lo que hay en el fondo del corazón, es la amargura: está ligada al alma. No hay
que removerla demasiado.

Sólo soy capaz de acciones espasmódicas; todo procede en mí por ataques; me


falta continuidad, en los actos y en el pensamiento. Mi caridad es intermitente
pero podría ser bueno e incluso generoso siempre que esto no implique ningún
compromiso ni responsabilidad: lo que es imposible e incluso contradictorio.
Tengo miedo de ligarme a cualquier cosa; cuando, hay que decirlo, hacer e
incluso querer el bien representa una terrible cadena.
Ser también es una responsabilidad. La libertad está fuera del ser.

El judío es la síntesis extremadamente lograda de un francés y de un alemán:


vivacidad y tenacidad juntas, reunidas y confundidas.
El francés tiene en común con el judío que cree que todo se le debe.

El eremita es alguien que solo asume responsabilidades hacia sí mismo o hacia


todo el mundo pero en ningún caso hacia una persona definida. Correr en soledad
para no tener a nadie a tu cargo; tú mismo y Dios, bastan.

La insolencia de los cementerios.

Ver en la calumnia palabras y nada más es la única manera de minimizarla, de


reducirla a la nada y soportarla sin sufrir. Desarticulamos cualquier comentario
que mantengan sobre nosotros, contra nosotros, aislamos cada vocablo,
tratémoslo con la indiferencia que merece un adjetivo, un sustantivo, un verbo.
... Sino habría que liquidar al calumniador.

243
Jamás he sido nada, nunca he pertenecido a nada, jamás he tenido
convicciones; a lo sumo he sido conducido por obsesiones; incluso ellas han
acabado por sucumbir a mis dudas.

Desde los quince años, no hago otra cosa que esperar descubrir un sentido a la
vida; la manera más segura de no encontrarle ninguno. ¡Hubiera sido mucho más
simple vivir en lugar de fingirlo!

El problema del perdón, siempre vuelvo a él. ¿Podemos perdonar las injurias?
Puede que sí, pero no podemos olvidarlas. ¿Qué es el rencor sino la
imposibilidad de olvidar?

¿Si se eliminaran los sentimientos falsos, qué quedaría de la «psique»? Este


tipo de sentimientos son el producto de la condición singular del hombre, por el
hecho de que no tiene un lugar fijo en la naturaleza, y debe engañar doblemente:
por instinto y por razón. Es el animal menos sincero que se pueda imaginar.

¡Qué ironía! Hace dos años cuando Guy Dumur me pidió para L'Express un
artículo sobre Valéry, lo rechacé porque, le dije, no me gusta volver sobre un
autor que ha marcado mi vida pero del que me he desprendido completamente
hoy en día.
Pues bien, ahora que lo he releído casi entero, así lo han querido las
circunstancias y mi condición financiera...

El «misterio» de la iniquidad del que habla el Apóstol, sí sin duda; pero más
importante, más significativo es el de la decadencia, ley secreta de todo ser,
premio más que ley; porque la decadencia participa del destino más que de la
naturaleza.

244
En el fenómeno de la vida misma está inscrito una enorme posibilidad de
decaer; todo vivo es virtualmente un caído, e incluso más que virtualmente.

La especie, la nuestra, debe desaparecer y desaparecerá mucho antes de lo que


se piensa. Creo firmemente en la subhumanidad futura. Así como los grandes
saurios colapsaron bajo su propia masa, el hombre sucumbirá lo mismo por su
ambición, sus crímenes, y su genio.

Trato de releer Nota y digresión (1919) que Valéry escribió para la reedición de
su Introducción al método de Leonardo. Imposible, es puntilloso; todo es
endiabladamente verboso; me horroriza este texto que me influenció en su
momento, que me dio el gusto por la «frase», ¡por desgracia! son frases,
revoloteo, palabras, palabras; todo es demasiado brillante y finalmente
fastidioso; un juego del lenguaje que se pretende sutil y que lo es pero que, una
vez que ya no estás engañado, ya no puede seducirte. Esta falta de sustancia, te
deja con hambre. ¡Cuándo pienso en todo lo que tendré que releer antes de poder
expedir este prefacio! Cuidarse del estilo como de la peste. Debe haber una
realidad detrás, como con Proust; de lo contrario, se ejecuta en vacío. El
semiolvido en que ha caído Valéry está justificado. Jamás se debería volver sobre
tus entusiasmos; es verdad que, en este caso, no es por gusto, es por necesidad
que he vuelto a él. Los autores que hemos superado nos aburren forzosamente.
Incluso a Nietzsche, no lo releo sin dificultad.

Un autor se me cae tan pronto como tengo que leerlo para hablar de él. La
verdadera lectura es ingenua, desinteresada. Solo ella da placer. ¡Cuánto
compadezco a los críticos!
Me gusta leer como lee una portera: identificándome con el autor y el libro.
Cualquier otra actitud me hace pensar en el espía o el detective. O en el
despiezador de cadáveres.

245
Te haces una idea de ti mismo. Teniendo esta idea, te presentas ante alguien,
que pronto se apercibe, de que no la comparte de ningún modo.
La humillación es siempre doble: a los ojos de los otros, y a tus propios ojos.
Es esta última la que explica por qué afecta a un ser en profundidad.

Un desollado que se ha erigido en teórico del desapego.

Reconciliación con la música. Encuentro en sus quimeras lo que la sabiduría no


ha sabido ofrecerme con sus preceptos. Irrealidad por irrealidad, optamos por la
irrealidad sonora.

Mis defectos son demasiado grandes para que puedan enmendarse en contacto
con los sabios.

Es indigno dejarse abatir, sin duda, pero si el abatimiento estaba en ti, antes,
mucho antes, ¿la ocasión debería haberlo desencadenado?
Debo frenar mi desánimo, porque si le dejo seguir su pendiente natural, me
llevaría lejos...

En el dominio del espíritu, y en el de la práctica, todo es a fin de cuentas


pretensión, es decir, ilusión.

En mi artículo sobre el Vacío, debería haber hecho la comparación entre la


Blossheit de Tauler, la desnudez, y la cunnyâta, la vacuidad mâhâyanista. Pero
este tipo de comparaciones solo interesa a los eruditos, siempre y cuando
abunden las citas y las referencias.
*

246
Reacciono a las «indelicadezas», a las humillaciones, como cualquier
hipersensible. Pero después de haber sufrido, me reprendo, razono. Mis
pretensiones de desapego siempre me ayudan, no a parar los golpes, sino a
«digerirlos». En todas las heridas de amor propio, hay un primer y un segundo
tiempo. En el segundo se revela útil nuestro entrenamiento en «sensatez».

Cuanto más releo a Valéry, más ganas tengo de vengar a Pascal por las páginas
estúpidas que V. le consagró.

La frase de Henry de Régnier sobre Mallarmé: una mezcla de Platón y del


príncipe de Ligne.

Sólo me gustan las obras de aliento romántico o si no brutales, cínicas; detesto


la literatura propiamente dicha, la que es solo ejercicio, «oficio».

Tienes que escribir sin pensar ni en el pasado ni en el futuro, ni incluso en el


presente; tienes que escribir para quien, sabiendo que va a morir, todo está
suspendido para él, salvo el tiempo en que se desarrolla el pensamiento de su
muerte. Y es a ese tiempo al que hay que dirigirse. Escribir para gladiadores...

Si hay un declive de la poesía, comienza en el momento en que los poetas


toman un interés teórico por el lenguaje.

Solo aprecio realmente a Buda y Pirrón, el primero ha adquirido rango de dios,


el segundo era algo más que hombre.

247
Cuando paso días y días en medio de textos donde solo se habla de
tranquilidad, de contemplación, de renuncia, me entran ganas de salir a la calle y
romper la cara al primer transeúnte.

¡En las Tres en punto de Whistler, Mallarmé tradujo «glorious day» por
«jornada gloriosa»!

Lo que seguramente más arruina un espíritu, es la multiplicidad de sus dones,


su vasta curiosidad, su proteísmo.

Mallarmé y… Céline, su punto en común, haberse creado ambos un lenguaje


propio y no poder derogarlo jamás, bajo ninguna circunstancia (¡las cartas de
Mallarmé a Méry Laurent, por ejemplo!).

Es bastante entristecedor pensar que dijimos lo que teníamos que decir, que
proferimos su No a todas las cosas.

Cuando has hecho algo, estás contento. Habría que superar esta satisfacción
que sucede a las cosas realizadas. Habría que superar, disociar para siempre el
acto de la sensación.

Hay una élite de ansiosos: el resto, es la humanidad.

¡Con qué paciencia he edificado mi desgracia!

248
He escuchado, esta mañana, un sermón de Ginebra donde el buen pastor decía:
«Ninguno de vosotros puede estar seguro de que no morirá durante este año que
comienza.»
Este costado maleducado del cristianismo ha asegurado su éxito. Toda religión
es exceso de indiscreción, violación de almas.

Me piden actos, pruebas, obras y todo lo que puedo ofrecer son lágrimas
transformadas.

X, gran alma tanto como queramos pero mal pintor. No estaba hecho para
aferrarse al mundo visible todavía menos para vivir del color. Es demasiado
parásito del otro mundo.

Recibo de Rumanía, de Sibiu más precisamente, una foto de 1936 tomada en


los Cárpatos; se ven campesinos, pastores, y algunos ciudadanos heterogéneos
entre los cuales, con gran esfuerzo, finalmente me descubro. Es mi cabeza, la
reconozco, no lo hice. No he cambiado tanto como para no identificar mi cara de
hace más de treinta años, pero lo que me es imposible recordar, es esta excursión,
las circunstancias que la rodeaban. En cuanto al lugar en sí, ningún recuerdo ni
siquiera aproximado. Una cosa que no se recuerda, es como si jamás hubiera
existido. Las tres cuartas partes de mi pasado se me escapan por completo; las
tres cuartas partes de mi vida ya no forman parte de mi vida. De golpe esta
palabra olvido a la cual jamás he prestado mucha atención me parece
intolerablemente pesada de significación y de amenaza.

«Es imposible amar por segunda vez lo que verdaderamente has dejado de
amar.»
Esta frase de La Rochefoucauld se aplica tan bien a mis relaciones con Valéry.
Hubo un tiempo en que le leía con deleite; este período ha pasado; ahora que
tengo que volver a él para hablar de ello; me es imposible encontrar, no digo
ardor, sino la debilidad de otras veces. Jamás se deberían aceptar trabajos de
encargo, por necesitado que estés.

249
Acabo de escribir a una amiga rumana que me anuncia que es abuela:
«Los años nos devoran y un buen día nos despertaremos viejos y completamente
ridículos...»

El prosista debe evitar la poesía como la peste. La poesía es una tentación que
debe pulirse si quieres triunfar. Que se sienta la posibilidad, o el lamento, de la
poesía. De lo contrario, eres Voltaire.

He intentado hacer algo por éste o aquél. En vano. No podía ser de otro modo.
¿Cómo hacer algo por los otros cuando no puedes hacer nada por ti? Para salvar a
alguien, debes haber conseguido previamente tu salvación. Un no liberado no
sabría ayudar a nadie. No te aferras a una ruina.

Después de meses de lecturas «espirituales», he vuelto a la literatura. No es tan


despreciable, no se ocupa solo de malditos, proporciona estrellas al Infierno. Y la
vida espiritual, que es si no el rechazo del Infierno, luego una rumia
ininterrumpida sobre el Infierno.

Leo por deber cosas impersonales. Pero no es lo que necesito. Necesito


plegarias.
Es impersonal todo lo que no es plegaria. Todo lo que no es plegaria no es
nada. ¿Cómo se puede vivir sin orar? ¿Pero quién ora?
(La plegaria: el terror, y la melodía, que acompañan a la disolución del
cerebro)

Sólo se remuneran los trabajos de parásito, de macarra, los artículos críticos,


los textos sobre tal o cual; me pagan seiscientos mil por un prefacio, mientras que
todos mis libros solo me han aportado durante todo un año ochenta mil francos
de los antiguos.

250
Esos instantes despiadados en que nos vemos como nos vería un Indiferente, un
de vuelta de todo.

Veo exactamente mi lugar en el mundo: un punto, y ni eso; ¿por qué sufrir si


soy tan poco? ¡Cómo me atengo a esta visión, cómo cultivo esta ilusión del
punto! Me aplico a ella, y lo logro. Y después, de nuevo, este punto se dilata y se
hincha. Y todo recomienza.

Pensándolo bien, el suicidio es el acto más honorable que un hombre puede


cometer.

Blanchot. Tiene el genio de oscurecer todo. El crítico menos luminoso que


existe. Si quieres embrollar las ideas sobre una obra, solo tienes que leer el
comentario que haya hecho sobre ella.

Un amigo me dice con toda razón acerca de Mallarmé y Valéry que eran
«pequeño burgueses megalómanos».

E.R. me entrega para que lea su manuscrito que Gallimard acaba de rechazar.
Lo leo, lo encuentro interesante y tranquilizo al autor: encontrará sin duda un
editor. Después, me responde: «Estoy convencido, mi libro es único.»
Y, en cierto sentido, tenía razón. Pero también se puede decir que cualquier
libro es único, como todo ser lo es. Todo el mundo imita a todo el mundo, está
claro; pero esta imitación jamás es perfecta; tiene deformaciones y desviaciones;
lo que se llama originalidad.

251
El rol de un crítico es volver inteligible una obra oscura o voluntariamente
oscura. La crítica debe ser más clara que el autor; ¿de qué sirve leer un
comentario más difícil que la obra que comenta?
(Blanchot es el crítico más profundo y el más exasperante que conozco.)

Un autor que escribe en Suiza libros improbables, de los que nadie habla, me
envía el último hasta la fecha, y me dice, en la dedicatoria, que somos igual de
«desconocidos»... Lo que, quizás, es verdad; pero él es rico, y no tiene necesidad
de ser reconocido, no le hace falta escribir prefacios para vivir, puede atenerse a
sus divagaciones.

Tan pronto como alguien se convierte a cualquier fe (religiosa o política), le


envidiamos primero, después le despreciamos.

He mirado en la Sorbona el fichero Valéry: enorme, desproporcionado, ridículo.


Un libro en alemán, una tesis sin duda: «Der Begriff der «ausence» bei P.V.»
[El concepto de la «ausencia» en P.V]
Esta biblioteca donde abundan los jóvenes espectros, donde el aire es
pestilente, y los empleados atroces, me han provocado una terrible depresión.
Una cloaca de imbéciles la Universidad, en todos los países del mundo.

Pensé que me desembarazaría de la idea del suicidio solo hablando de él.


Pero no es tan simple. Sólo se consigue gracias a la senilidad o a una conversión,
quiero decir a un deslumbramiento perpetuo.

Othon, en Tácito, dice antes de darse muerte:


«La mejor prueba de que mi resolución es irrevocable, es que no acuso a nadie:
acusar a los dioses y a los hombres es demostrar que todavía te interesa la vida».
¡Es mi caso por desgracia! pues también paso mi tiempo haciendo
imprecaciones, mudas, es verdad. No siempre mudas, debería añadir.

252
«Es ridículo rebelarte contra las cosas que no dependen de ti», me repito diez,
veinte veces al día. Y no obstante me rebelo, y continúo a pesar de la aparente
justeza de la máxima estoica, que, de todos modos, me sirve a veces luego no es
integralmente inútil.

El francés es generoso en sus ideas, y mezquino en sus actos, caritativo en


teoría, sin corazón en la práctica. Su fuerza, su tenacidad, su relativa seriedad
vienen de este contraste, feliz para él.

Este tiempo dulce y húmedo en invierno, este sopor fuera de estación


despiertan en mí al malhechor.

He notado que, incluso en mis sueños, siento la necesidad de encolerizarme, y


que me querello más en el estado de vigilia.

Cuando tengo que llevar a cabo una tarea que se me ha confiado y que he
asumido por necesidad e incluso por gusto, todo me parece importante, todo me
seduce, salvo ella.

253
Tan desarrollado está en mí el gusto por las empresas ineficaces, que no hay día
en que no cuestione mi nacimiento.
Y sin embargo, este cuestionamiento no está tan desprovisto de sentido, porque
el nacimiento es uno de los factores más importantes del malestar de ser. No es la
causa; la causa, hay que buscarla en las razones que vuelven todo nacimiento
posible. Hay que remontar más lejos, al deseo.
Con lo que sé, con lo que siento, no podría dar vida sin ponerme en total
contradicción conmigo mismo, sin ser deshonesto intelectualmente y moralmente
criminal.
Es curioso que esta actitud sea ya tan vieja en mí, antes incluso de tener ideas
precisas sobre ello. El horror a engendrar me vino muy temprano; respondía a mi
terror, no, a mi sed y a mi terror ante el hecho de vivir. Jamás he admitido la
sexualidad fuera del placer. Su función propiamente dicha siempre me ha
inspirado una aversión insuperable. Jamás habría aceptado por mi propia
voluntad asumir la responsabilidad de una vida.

Mallarmé exigía que se tachara del diccionario la palabra «cómo».


El instinto justo del poeta.

Desde hace un cierto tiempo, vivo prácticamente en la clandestinidad, en


cuanto al mundo literario.

A veces me pongo en el estado en que deben encontrarse los creyentes; pero el


suplemento de adhesión que este estado exige para que se convierta en fe, no
puedo proporcionarlo. A veces cumplo las condiciones psicológicas del acto de
creer sin la convicción que lo volvería inseparable de la presencia de Dios. Esta
presencia no es para mí más que una suposición o una posibilidad, jamás un dato
o una certeza. En suma, puedo desarticular el mecanismo de la fe desde mis
propias experiencias pero sin, en ningún momento, poseer la facultad de creer.

254
Reúno en mí todos los atributos del «pobre hombre», con algo más que no
sabría definir pero que debe existir, estoy casi seguro…

Con la edad, soy cada vez menos sensible a la poesía, y cada vez más abierto al
lenguaje bruto.

Lo que juega en mi contra, como escritor, es que solo puedes «comprenderme»


cuando te pones al nivel de abatimiento en que estaba cuando escribí tal o cual
texto.

En el plano moral, todo es preferible al estancamiento. Una bajeza es un salto


adelante, no hay duda al respecto. Te hace vivir, te da un latigazo; tiene algo de
heroísmo al revés, aunque solo sea por la «intensidad» que comporta. Una bajeza
cuando la has cometido deliberadamente o automáticamente, no importa, jamás
te deja indiferente; cuenta en tu vida, es una especie de acontecimiento. Es
incluso un triunfo, pues da tono...

Solo sobreviven aquellos que aportan una fórmula de salvación en cualquier


dominio. Pero su supervivencia no va más allá de la duración de esta fórmula: el
cristianismo dos mil años, el hitlerismo diez años.

G.M., que debe ser octogenario, acaba de tener un ligero ataque. No se


martiriza en absoluto: habla del porvenir como los demás. Es desconcertante y
prodigioso. El hecho de vivir participa del escándalo y del milagro.

255
¿Un pánico imperceptible en los billones de células que pueblan el cerebro, se
necesita para sustituir la ansiedad en quien la tenía, para tomar nuestro nombre,
para invadir todos nuestros posibles yo?

Quien no ha muerto joven merece morir.

Cada ser como ser me saca de quicio. Nací para dialogar con alguna sombra de
dios.

A fin de cuentas, han habido más afirmaciones que negaciones hasta aquí.
Neguemos pues sin remordimientos. Las creencias siempre tendrán más peso en
la balanza.

Cuanto más vivo, más me apercibo de que no puedo resolver nada, de que no
hay solución a nada; pero reconozco que los otros, si se les fuerza a reflexionar
un poco, llegan casi todos a las mismas conclusiones...

Los franceses, pueblo a la vez ligero y duro.

Odiar a alguien, es demostrar que se le valora, que no hay diferencias


esenciales entre él y tú.

¡Cómo lamento no haber nacido resignado! Nací vencido: que es menos bueno.

256
Cuando estás contento de tu suerte es cuando más ganas tienes de que acabe.

Debo escribir sobre Valéry, y es de Mallarmé, su maestro, de quien estoy


encaprichado.

¡Cuántas veces, cada día, he reaccionado alternativamente como un dios y


como un pobre hombre!

Tengo una marcada debilidad por la sabiduría del dolor. Debo vigilar un poco
más mis humores.

Uno puede compararse sin indecencia con Dios pero no con Napoleón.
Es lo que Chateaubriand no comprendió.

Mi texto sobre el suicidio representa una recaída, un regreso al Breviario y a


los Silogismos, con menor énfasis (que el Brevario).

Soy el hombre del estribillo, en música, en filosofía, en todo. Amo todo lo que
es obsesivo, lacerante, haunting [obsesionante], todo lo que he hecho mal es por
repetición, por este interminable retorno que toca en las últimas profundidades
del ser y suscita un mal delicioso y sin embargo intolerable.

No creo en nada, salvo en la libertad. Confieso esta gran debilidad. Para todo lo
demás, me faltan convicciones; no tengo más que opiniones.

257
Acabo de corregir la versión alemana de los Silogismos. ¡Qué fatiga! Hay tanto
mal humor en este libro que se vuelve desagradable e intolerable. ¡Con qué
alegría, después de este ejercicio sofocante, he escuchado la Misa que Scarlatti
compuso el año de su muerte! Se hace una obra con la pasión, no con la
neurastenia ni con el sarcasmo. Incluso una negación debe tener algo de
exultante, algo que te levante, que te ayude, te asista. Pero estos Silogismos,
endiabladamente corrosivos, es vitriolo, no ingenio.

Prefiero a un escritor exasperante que a un escritor aburrido.

No hay ningún medio de demostrar que es preferible ser que no ser.

Versatilidad, viraje, media vuelta. Ayer, al volver de un paseo por el campo,


encuentro una nota de C. que me anuncia que se ha traducido al rumano el texto
que había escrito sobre Vuldinescu en francés y que debía ser leído en francés. En
esto, decido telefonear a Vivi V., la hija de mi gran amigo, para decirle que es
indigna de su padre, que deshonra la memoria de un hombre tan grande;
¡afortunadamente no estaba! Pido que me llame cuando vuelva. Trata de
enternecerme, pone una voz acariciadora, y me desinflo. No puedo luchar con
mis compatriotas, me apercibo de ello cada día. Siempre te poseen.
La gente habituada a mentir, hereditariamente falsos, son imbatibles, se te
escapan siempre, te aplastan con la sonrisa.

Mi sentimiento vital: me encuentro en el fondo de un infierno en el que cada


instante es un milagro.

Un joven editor vino a verme para pedirme un eventual manuscrito. Le


respondo que le daré uno pero no sé cuándo, y que en el momento en que tenga
algo listo, su editorial probablemente estará en bancarrota.

258
Escuchando un oratorio de Handel: cómo creer que estos exultantes ruegos,
estos gritos de desgarro y alegría no se dirigen a nadie, que no hay nada detrás de
ellos, que deben perderse para siempre en el aire.

¡Cuántas veces, en plena noche, no me he quitado el sombrero para ir a


matarme!

«Llegado a la plaza de la Concordia, mi pensamiento era destruirme.»


¿En cuántos otros lugares de París y en otras partes, no he hecho una reflexión
y un deseo análogo!

«Se necesita más ingenio para prescindir de una palabra que para introducirla.»
(Paul Valéry en una carta a F. Brunot, Cartas a algunos)

Los que buscan intensamente la Verdad están con frecuencia desprovistos de


talento. Porque el talento implica complacencia, gusto por uno mismo, y pasión
por ejercer; el VOSOTROS detiene el camino. Es un obstáculo a lo absoluto.
Todo talento implica compromiso, como todo lo que se complace en la
expresión.

De joven, me tiraba al suelo en un ataque epiléptico voluntario, y golpeaba el


suelo, bajo el peso del vacío que me aplastaba. Gemía, suspiraba, buscando un
sentido, una respuesta.
Siempre busco un sentido, siempre espero una respuesta, pero ya no tengo la
fuerza para precipitarme, ni siquiera para suspirar, para gemir.

259
Bach sigue siendo el encuentro más grande que habré hecho aquí abajo.

Conozco a mucha gente maravillosamente inteligente pero muy poca, entre


ella, capaz de juicio.
En verdad, salvo dos o tres personas, no veo en quién tendría confianza, cuando
se trata de juicio justo.

En todo escritor oscuro, hay una parte de superchería inconsciente: quiere ser
más profundo que natural. A menos que se trate de una rareza de su mente,
incluso de una tara.

He acabado mi Valéry, he tratado de volverlo más complicado de lo que era.

La sabiduría es una cobardía que no te compromete.


El sabio es el único ser que sabe combinar cobardía y dignidad.

La felicidad y la infelicidad siendo males casi con el mismo título, la única


manera de evitarlos es ser exterior a todo.

Pues sí, se puede vivir con la sensación de que todo es imposible. Estoy aquí
para testimoniarlo.

260
Toda mi vida, he abrazado causas perdidas, sin premeditación por supuesto,
sino por necesidad secreta de sufrir, por gusto inconsciente del fracaso; de lo
contrario ¿cómo explicar que haya estado al lado de los pecios futuros? He
olfateado en cada asunto, incluso los más brillantes, el naufragio, y me he
entregado a ellos en cuerpo y alma, mientras que naturalmente soy impropio a las
convicciones y toda forma de fanatismo me repugna.

¡Qué modestia en los Antiguos! Epicteto dice de la Providencia:


«No pudo hacerlo mejor.»
¿Qué teólogo cristiano habría tenido la honestidad de decir lo mismo de su
dios?

Jamás debes estar de acuerdo con la multitud, incluso si tiene razón.

Durante milenios la humanidad ha sido roída por la esperanza; tendrá todo el


porvenir para curarse de ella...

En cuanto intentas algo, en cuanto experimentas la menor ambición, estás


expuesto a las mortificaciones. Y soportarlas, no es fácil. A decir verdad, solo se
soportan imaginando las escenas de la venganza, el triunfo que tendrás sobre el
monstruo que nos ha humillado. La vida en común no sería tolerable sin el
recurso ideal a la venganza, sin la esperanza de la venganza. La idea de lo
próximo no evoca la idea del porvenir sino la de la venganza, la ley no escrita de
toda comunidad se reduce al: Odiaos los unos a los otros. Pero lo que permite
soportar el odio, lo que permite evitar que seas sumergido y aniquilado, es la
escapatoria imaginada de la venganza, es la espera de la hora en que el
humillador será humillado.
Si la venganza desapareciera milagrosamente, la casi totalidad de los hombres
caerían presos de enfermedades mentales desconocidas hasta entonces,

261
La ansiedad siempre precede a los pensamientos ansiosos. Nadie es
directamente responsable de lo que piensa.

«Un solo día de soledad me ha dado mayor placer que el de todos mis
triunfos.» (Carlos Quinto)

La voluntad, que da un impulso al organismo, lo fatiga y lo arruina por lo


mismo. Son los abúlicos quienes conservan su energía; los voluntariosos usan la
suya, máxime cuando viven hasta el final en la ilusión de la santidad.

Dije el otro día a un joven profesor americano que Yeats era un Shelley
logrado.
(Entre paréntesis, ¡qué injusticia con respecto a Shelley a quien tanto frecuenté,
y con qué fervor, durante la guerra!)

La carne asediada, todo es el enemigo de la carne, todo se ensaña contra ella; la


carne solo está ahí para permitir al sufrimiento hacerse valer.

La agonía más interesante es la del ambicioso, la del conquistador, la del


intrigante y la del cínico.
Talleyrand y Napoleón.

Lo que para uno es apariencia para el otro es realidad, y viceversa. Es real para
cada uno, lo que le hace sufrir, lo que es fuente de tormento. Todo lo demás es
aparente.
Por eso es tan difícil clasificar a los espíritus, decir quien es superficial, quien
es profundo.
Ir muy lejos en la frivolidad, es cesar de ser frívolo. La depravación es
necesariamente «profunda». Alcanzar un límite, aunque sea en la farsa, es
aproximarse a extremos que, en su sector, un metafísico no es capaz en absoluto.

262
Hojeados los dos tomos de Fabre d'Olivet: Historia filosófica de la raza
humana. Imposible extraer nada. Lo explica todo por la combinación de tres
principios: Destino, Providencia, Voluntad del Hombre, pero de manera tan
sistemática, casi «geométrica», que se vuelve repugnante. Miseria del ocultismo;
sobre todo miseria de toda la filosofía de la Historia. Hegel, es eso mejor.

Aquí abajo, solo los caídos se han acercado a lo esencial.

Todo hombre que ha comprendido es necesariamente un poquito charlatán;


jamás está por completo en lo que dice ni en lo que hace.

Entre los escritores, todos son fabricantes, salvo los enfermos y los
desafortunados.

En términos absolutos, Superstición y Ciencia valen lo mismo: son dos


explicaciones, dos interpretaciones igualmente legítimas, e igualmente inútiles.

Nadie ha amado la vida tan apasionadamente como yo y sin embargo he vivido


como si no estuviera en mi elemento.

Soy de alguna manera un teórico de la decadencia, un parásito y un epígono del


Pecado original.

263
Solo los caídos han rozado lo esencial. ¿Por qué? Porque que son ellos los que
están más cerca de la condición del hombre, porque solo en ellos nos vemos
realizados. El caído es un hombre como nosotros pero que no ha sabido guardar
su secreto, que lo ha revelado, que lo ha extendido. Por eso le culpamos y le
huimos: le criticamos no haber jugado el juego, le reprochamos habernos
traicionado.

Vivo en la ansiedad como otros viven en el porvenir, en el pasado o en el


presente. La ansiedad es el fondo de todas mis experiencias; no es parte de mi
definición, es mi definición.

Este mundo no es más que una pausa entre la anarquía original y la anarquía
final.

Catecismo de los vencidos, tal podría ser el título colectivo de mis libros. He
sido golpeado para siempre por el espectáculo que ofrecen los desechos de la
humanidad. ¿Los desechos? Pero ella no es otra cosa que la suma de estos
desechos.

¿Los caídos? Distingo tres categorías: los que avanzan, los que pisotean, los
que retroceden.
Los sabios se encuentran quizás en medio, entre los que se quedan parados.

J. entrega su manuscrito sobre Robespierre a Ediciones Universitarias. El


director literario suprime todos los imperfectos del subjuntivo y los dos puntos,
so pretexto de que ya no se emplean, y a los lectores podría chocarles.

264
La sustancia de una obra es lo imposible, lo que no se ha podido alcanzar, lo
que no podía sernos dado: es la suma de todas las cosas que nos fueron
denegadas.

Cada vez que veo a alguien aferrarse a mí, poner sus esperanzas en el más
insignificante de los seres, entro en una verdadera crisis de desesperación. Me
cuesta tanto soportarme a mí mismo que la idea de una carga suplementaria me
parece intolerable.
(Una amiga de Rumanía me escribe dándome a entender que no está lejos de la
muerte (¿enfermedad o suicidio?) y que debo reconfortar a su marido.)

En el escritor francés la extrañeza es casi siempre deliberada, luego


insoportable.

Gogol fue a Jerusalén con la esperanza de una «regeneración», y solo encontró


la sequía que había traído. En Nazaret se aburrió como en una «estación rusa».
Gogol, después de entregar al fuego el segundo volumen de Almas muertas, se
puso a llorar.

Muerte de Jean Muselli a los cuarenta y dos años, de una crisis cardíaca.

Muselli se habrá suicidado.


Stere Popescu, en Londres, se suicidó tras un fracaso.
Una carta me anuncia el proyecto de suicidio de una amiga.
¡Estas tres noticias en la misma jornada, son demasiado!

265
El instinto de conservación, es una realidad; pero no es menos verdad que a
veces no es más que un hilo el que nos ata a la vida, y ese hilo nos parece fácil de
cortar. Lo que explicaría la dificultad y la facilidad del suicidio. Tan pronto nos
parece inconcebible, como tentador e incluso irresistible.
Matarse porque se es, lo comprendo; pero matarse por un fracaso, es decir por
la opinión de los otros, me supera: y sin embargo la casi totalidad de suicidios
proceden de esto. Si la humanidad entera me escupiera a la cara, me apercibiría
de ello, por supuesto; pero no extraería las consecuencias. Solo sería un impulso
durante el cual distinguiría demasiado netamente la desmesura de mi
insignificancia.
Cuanto más vivo, más encuentro que no hay ninguna razón para vivir ni
tampoco para morir. Luego vivimos y morimos en la gratuidad absoluta.
Es la vida la que se despega de nosotros, no nosotros los que nos despegamos
de ella. Se retira poco a poco, y un buen día percibimos que nos sobrevivimos.
¿En qué momento un ser comienza a sobrevivirse? Esta es la cuestión que
debería hacerse, la más importante que existe para cada uno. Estaría inclinado a
creer que te sobrevives en cuanto has comenzado a comprender, a distinguir una
ilusión allí donde antes creíamos ver una realidad. Cuando ya no hay realidad en
ninguna parte, necesariamente hacemos el papel de supervivientes, por fuerte que
sea nuestra vitalidad, por imperiosos que sean nuestros instintos. Pero no son más
que falsos instintos y falsa vitalidad.

Mi prefacio a Valéry ha sido rechazado.


Acabo de «perder» más de 4.000 francos... Por haber dicho la verdad ha llegado
este rechazo. En el fondo, se me pedía mentir. No he seguido el juego, es verdad,
me felicito por ello. Estos ingenuos o malignos de la Fundación Bollinger viven
de un dios al que he tratado de fraseador; porque eso es Valéry, en primer lugar.
Hace veinte años que es el sustento de Jackson Mathews. Por eso ha
reaccionado tan brutalmente a mis «revelaciones»: ha defendido a su ídolo, a su
razón de ser, financieramente hablando. Pero voy a vengarme, no puedo no
hacerlo, a pesar de todas mis pretensiones de «sabiduría».

Toda actitud noble es mentira. No podemos perdonar las injurias, salvo aquellas
que vienen de desconocidos; jamás si proceden de un amigo o de un conocido.

266
Puedes olvidar, pero no puedes perdonar un golpe bajo. Todo perdón es una
actitud y nada más. Estamos hechos de una materia que no concuerda con el
perdón, somos físicamente impropios para el perdón.

No habría que lastimar jamás a nadie: ¿cómo hacerlo? No manifestándote.


Porque todo acto daña a alguien. Por la abstención salvamos a todo el mundo.
Pero quizás la muerte sea mejor todavía que la abstención.

Eres empujado por el demonio todas las veces que no quieres «seguir el juego»,
que dices una verdad que se vuelve necesariamente contra ti mismo.

Maravilla de la palabra dicha y escrita. Mis «salidas» orales y epistolares contra


la traición de Jackson me han calmado. De lo contrario habría cogido una
enfermedad.

Lamento, incluso siento remordimientos por haber «atacado» a Valéry. Pero he


recibido mi castigo, por parte de un impostor, es verdad.

En la morgue, esta mañana, una mujer del pueblo rompe a llorar en el momento
en que ve: ¿a su hijo? ¿su marido? acostado en el ataúd, para el levantamiento del
cuerpo. Ella sola, en todo este universo, estaba desesperada por un ser, que no es
nada para nadie. ¡Todo apego es una locura! Deberíamos preservarnos de él
como de la peste. Apegarte, es infligirte automáticamente tormentos futuros, es
castigarte de antemano.

El fracaso en serie, el fracaso como destino solo se encuentra en aquel que,


inconscientemente, considera todo logro como una vergüenza y una humillación.
Siempre he deseado superficialmente el éxito y profundamente el fracaso.

267
Lo que vuelve la vejez soportable, es el placer de ver desaparecer uno a uno a
todos los que han creído en nosotros y que ya no podemos decepcionar.

Leo en un reportaje sobre Budapest, en Le Figaro, en el que se dice a propósito


de los húngaros, el pueblo más infatuado que existe en el mundo, ¡«ese pueblo
modesto»!

Toda mi vida he amado pisotear lo que he adorado. Solo nos definimos contra
nuestros ídolos.

Los enfermos están ocupados: están demasiado requeridos por sus sufrimientos
como para tener tiempo para matarse. Esperan sus días en todas partes, salvo en
los hospitales.

El verdadero suicidio no está ligado al fracaso sino a la sensación de que no


hay ninguna salida en ninguna forma de mundo.

Todo lo que puede ser comprendido no merece serlo.

Falso, es la palabra que empleo con más frecuencia. Es sin duda porque todo
me parece irreal, no puedo encontrar ningún vocablo mejor para expresar esa
impresión, esa certeza más bien.

268
Si he atacado a Valéry, es porque su influencia es esterilizante, emasculante
incluso espiritualmente, y no menos literariamente. Fue una desgracia para mí
haberlo tomado como modelo en el momento en que me puse a escribir en
francés. Esta prosa desvitalizada me sedujo estúpidamente, así como su
apariencia de rigor, apariencia solamente, porque, en el fondo, es pretensión de
un cabo a otro. Es un espíritu estirado, sutil y puntilloso, que podía engañar
fácilmente al decadente bárbaro que era. Me acuerdo que buscaba por todas
partes la perfección, cuando es la savia lo que debería haber perseguido. Siempre
cambias de ídolos demasiado tarde. Sin embargo me desembaracé de Valéry
mucho antes de haber terminado el Breviario, y desde entonces no he regresado a
él, salvo recientemente debido a este desafortunado prefacio.

¿Qué nos aporta una derrota? Una visión más exacta de nosotros mismos.

Lamentar es un pliegue que atrapas cuando eres joven y no hay medio de


desembarazarte de él aquí abajo.
Los unos se agotan esperando, los otros lamentándose.

El lamento alcanza la misma intensidad que la esperanza: es incluso la


esperanza invertida.
El lamento se instala como un vampiro, y nos succiona hasta la
última gota de sangre.
A fuerza de lamentar, he revivido mi pasado indefinidamente de manera que es
exacto decir que he vivido muchas vidas.

El lamento no es necesariamente disolvente: nos hace revivir indefinidamente


todos nuestros momentos esenciales, a él le debemos haber conocido una vida
miserable y una existencia colmada.
Impide vivir, eso es verdad; pero hace revivir; luego nos atrapa. El lamento no
es tan evidentemente dañino como estamos tentados de pensar. Intenta salvar el
pasado, es el único recurso que tenemos contra las maniobras del olvido, el
lamento es la memoria que pasa al ataque.

269
Las pretensiones extravagantes del joven Schlegel de fundar una
nueva religión tienen un precedente en las de un Mallarmé proyectando escribir
el Libro…

Lo que me arruina la Revolución del 89, es que todo sucede sobre un escenario,
que los promotores se desenvuelven como actores, que la guillotina en sí misma
no es más que un espectáculo. Por otra parte toda la historia de Francia es una
representación: es una serie de acontecimientos a los que se asiste más que se
sufren. De ahí la impresión de frivolidad que incluso da el Terror, visto de lejos.

Pienso de repente en Molinié que entró en un convento por culpa de


Dostoievski, y de Charlot. (En todo caso, del cine, por una película de Chaplin,
que le dio idea de convertirse en monje. Decía precisamente que Charlot, como
él, siempre estaba al margen.)

Mi misión ha sido registrar los aspectos insoportables de la vida. Los años me


han convertido en un especialista en lo Intolerable.

Encontrar una fórmula, y morir.

La hora de la verdad suena para algunos, para la mayoría, una sola vez; para
otros, no cesa de sonar.

Tengo todos los instintos de un aguafiestas y todas las convicciones de un


espíritu acomodado.
Tengo a la vez el gusto por la provocación y el gusto por el desapego. El
escándalo y la decencia.

270
No conozco nada más halagador, cuando se han acumulado las derrotas, que
explicarlas por la mala suerte; ella explica y disculpa todo, tiene virtudes casi
mágicas: de golpe, nos redimimos a la vista de todo el mundo... La mala suerte
triunfa allí donde la providencia encalla. ¡Sin la idea de la mala suerte, y sus
virtudes apaciguadoras, habría tantos suicidios como fracasos! Pero tan pronto
como piensas en ella, te calmas; se soporta todo, y casi contentos de ser
golpeados por el destino. La explicación por la mala suerte es el truco más
grande aquí abajo. Jamás inventaremos uno mejor. Sirve sobre todo para las
cartas de condolencia, y siempre con una innegable eficacia.

Se puede soportar una conversación archibanal durante horas sin sufrir. Pero,
después, llega la crisis de desesperación, inevitablemente. ¿Cómo podemos
hablar tanto tiempo sin decir jamás algo imprevisible? La estupidez extrema es
preferible, con mucho, a la inteligencia media, convencional, correcta. Porque la
estupidez desafía, irrita, sorprende: luego plantea problemas, mientras que…

Ya no creo en los libros, me refiero a los libros para publicar. Este que he
terminado, El malvado demiurgo, está a la espera y no me decido a llevarlo al
editor. ¿Es por qué no creo que sea útil publicar otro libro? ¿De qué sirve? Un
libro es un acto de ingenuidad. O tengo la pretensión de estar desengañado más
allá de lo permitido.

Una obsesión es un problema que, por no haber sabido resolverlo en el


momento deseado, nos acompaña toda nuestra vida.

Me ha complacido mirar y hojear la Tentación en inglés. Pero el placer no ha


durado más de cinco minutos.

271
Soy fundamentalmente un espíritu frívolo.
Quizá porque estoy tan obsesionado con la nada me interesan tan
profundamente las naderías.

El ideal: ser alguien sin esclavizarte a una obra, ser sin más. Toda obra supone
una disminución de nuestro ser. Producir, es disminuir, perder sustancia,
reducirse, caer metafísicamente.

He escuchado con mucho interés, en la radio, a Adamov contando sus


recuerdos sobre Artaud.

En una provincia remota de la India, todo se explicaba por los sueños; a través
de ellos también se curaban las enfermedades y se orientaban los asuntos
importantes o cotidianos. Hasta la llegada de los ingleses. Desde que están aquí,
dijo un nativo, ya no soñamos.

Los Tracios lloraban al nacer un ser. No es por azar que he nacido en un


espacio donde se ven las cosas un poco diferente que en otros lugares.

Imposible no culpar a aquellos que nos escriben cartas perturbadoras.

Lo que hace que no me interese en las revoluciones literarias ni políticas, es


que todas me parecen insignificantes ante las mutaciones, cuestionamientos
espirituales de los que Buda fue el autor. ¿De qué sirve preocuparse por el desfile
de modas de todo tipo de las que la historia hace referencia, cuando tienes ante ti
el ejemplo de una experiencia que vuelve cualquier otra experiencia fútil?

272
Nuestro cuerpo nos sopla nuestras doctrinas.

Solo tenemos la impresión de conocernos en profundidad en ese malestar que


sucede a una bajeza que hemos cometido.

El suicidio es el acto más normal que se pueda ejecutar. Es a él a lo que toda


reflexión debería conducir y es por él por donde debería concluir toda carrera.
Por todas partes debería reemplazar el fin involuntario y degradante. Que cada
uno eligiese finalmente su última hora.

Estoy estupefacto de la energía de mi taedium vitae [tedio vital]. No pasa un día


en que no experimente su vigor y su virulencia. Y esto desde poco más a menos
la edad de diecisiete años. (¿Por qué datar un sentimiento tan esencial? Es tanto
como remontar a mi nacimiento.)

Siesta de una hora y media. Me he levantado agobiado teniendo en la mente, al


despertar, la imagen de un «Dios astillado».

Me crucé ayer, en el Luxemburgo, con J. Weightman, crítico inglés, que iba del
brazo de su mujer. No me reconocieron. Les seguí de lejos durante unos minutos.
En dos años, ha envejecido hasta el punto de estar irreconocible, envejecido, no
de cabeza, sino de paso. Parecía un octogenario todavía sólido.
En el Luxemburgo, también. Reencuentro con M. Hafez. También ha
envejecido. Si me ha pasado lo mismo en proporción, ¿y cómo dudarlo?, qué
bonito. Además, M.H. casi no me reconoció... ¡qué indicio!

273
Hace unos doce años, una gripe grave. Al cabo de unos días, todos mis instintos
neutralizados. Ningún miedo de ninguna clase. Si me hubieran dicho que iba a
morir en una hora, no habría tenido ninguna reacción de ningún tipo. Pienso que
ni el sabio más «avanzado» hubiera podido alcanzar un estado parecido, debido a
acarrear años de ejercicio en el desapego. Fue la Indiferencia en su punto más
alto o más bajo (como se quiera).

Le he dicho a Mounir Hafez, hoy, a mediodía, que los judíos y los alemanes
tenían en común que no podían realizarse, no, instalarse en la historia. Fue a
propósito del Estado de Israel del que Mounir prevé su destrucción en un futuro
inmediato (tres años, dice; le respondo que durará mucho más).

Necesidad de pronunciar algo enorme que agitara al Tiempo mismo y lo


sumergiera en la consternación.

Cuando pienso en todas las molestias que me dio esta edición americana de la
Tentación, en todas las inquietudes y en todas las ilusiones de las que he podido
ser la causa o el pretexto, ¿para llegar a qué? a nada. Cinco minutos no más, es
todo el tiempo de atención que le he concedido. En cuanto al prefacio, solo he
leído el inicio.

Lo que quiero en el fondo, es ser una de esas «almas avanzadas» de las que se
trata en los textos «espirituales».

Todo es fundamentalmente imposible.


He vivido en el éxtasis de la imposibilidad.

274
La impersonalidad oriental, la idea, querida por la pintura china, de pintar un
bosque «tal como lo verían los árboles»...
En Occidente, pintura, filosofía, poesía: es siempre yo, yo, yo…

Hasta la treintena, solo tenía una idea en la cabeza: el exterminio de los viejos;
ahora que he superado la cincuentena, la de los jóvenes.

Jamás debes hacer algo sin desearlo. He escuchado esta tarde, contra mi deseo,
una parte de la misa en si de Bach, en Francia Música. Pues bien, no me ha
provocado ningún placer: o más bien fue un deleite estéril, sin beneficio;
mientras que otras veces, un cuarto de hora de jazz te da escalofríos metafísicos.

No se puede ir más allá de la esterilidad de lo que yo lo he hecho desde hace


casi dos meses. He alcanzado el fondo de esta esterilidad, si es que se puede
hablar de fondo allí donde no hay nada.

La conciencia ha roto para siempre la unidad, por lo tanto cuanta más


simplicidad, más inocencia.

Solo es revolucionario quien cuestiona el hecho mismo de existir; todos los


demás, con el anarquista a la cabeza, pactan con el orden establecido.

Y pensar que la teoría del superhombre fue concebida por alguien carcomido
por todas las enfermedades, por un ser insignificante y sumamente vulnerable,
¡qué lección!

275
El ser no era necesario: es un lujo ruinoso. Se debería aprender a pasar de todo
lo que es.

Jamás un incrédulo como yo ha soñado con tanta urgencia una plegaria


posterior a Dios y a la Fe misma.
*

Lo que es maravilloso en el pensamiento de la muerte, es que todas las


conclusiones que se quieran extraer son igualmente legítimas. Es el pensamiento
más inmoral que pueda existir.

Esa «necesidad malsana de novedades arbitrarias» que caracterizaba a Madame


de Guermantes, Proust habría podido extenderla a toda la sociedad parisina.

La paradoja del pueblo rumano es ser a la vez desgraciado y frívolo.

Armand Robin, este extraño traductor que conoce toda la poesía, un día que le
hablé de Chuang Tzu, me dijo que lo ponía por encima de todos los poetas y
pensadores, y que solo podía compararlo con ciertos paisajes desnudos Escocia.

No se puede mirar al Tiempo de cara.

Las sociedades prósperas son las más amenazadas puesto que no les queda otra
cosa que esperar su propia destrucción, el bienestar no siendo un ideal cuando se
tiene, menos todavía un sueño cuando está fatigado.

276
Dinu Noica acaba de escribir que es la nueva generación y la única que merece
a Eminescu.
No hay que halagar a los jóvenes, no hay que aumentar su orgullo: ya es
suficientemente grande como es.
La ambición de D.N. siempre ha sido la de ser un maestro del pensamiento:
solo puede conseguirlo halagando a los jóvenes justamente.
No comprendo que se pueda desear tener discípulos. Es encadenarte a ti
mismo, aceptar ser el esclavo de tus monos.

Releo algunas páginas de La metamorfosis de Kafka. No se puede ir más lejos


en la maldición del desprecio.

Vivir en una ciudad de no sé cuántos millones de habitantes ¡y pensar como si


me alojara en alguna gruta del desierto!

Me gustaría petrificarme y no pensar más que en la voluptuosidad de haber


vencido el movimiento.

—¿Cuál es su actividad?
—Deploro.

Todas estas personas, todos estos amigos de paso que devoran mis horas.
(En cierto sentido, nadie ha sufrido tanto como yo la muerte de Stalin. ¡Por qué
mientras estuvo vivo, nadie se movía y estaba tranquilo!)

Todo es cuestión de distancia: desde la que se ve un problema.

277
Vivir es perder terreno.

La desesperación que no pasa a la acción se convierte en veneno.

El problema de la responsabilidad solo tendría sentido si se nos hubiera


consultado antes de nuestro nacimiento y hubiéramos consentido ser quienes
somos precisamente.

En el instituto de Sibiu, tuve tres camaradas, hijos de campesinos iletrados,


que, en todas las materias, sabían todo sin trabajar. Escuchaban los cursos,
retenían todo y valían tanto, si no superaban, a todos los profesores, por
especializados que fueran.
Uno de ellos se convirtió en sacerdote, otro en oficial, al tercero le perdí la
pista.

Soy superficial por naturaleza, solo conozco a fondo el inconveniente de haber


nacido.

Todo acontecimiento tiene por causa y por efecto un malentendido.

Rica me cuenta una cosa bastante curiosa. Teníamos, en la escuela de Rasinari,


un camarada al que llamábamos la «pequeña cerda». Tenía maneras de niña,
cosía, cocinaba y bizqueaba horrorosamente. Parece que se casó con una
institutriz con la que tuvo dos niños y una niña. Hace unos años durante un viaje,
conoce, en el tren, a un chico de quince años a quien lleva a un hotel y le viola.
Escándalo rápidamente amortiguado, porque el Partido, del cual es miembro, no
quiere hacer un seguimiento del caso.

278
T.H., que ha pasado cuatro años en prisión, a mi pregunta: ¿Cómo has podido
soportarlo? me dice: Por el humor. Si hubiera tomado en serio mi situación, no
habría podido sostenerme.

Jornadas agitadas, marcadas por los estudiantes de filosofía. Leo en una


baldosa de la calle del Odéon: «... por la transparencia de las relaciones
intersubjetivas».

Las revoluciones se hacen a golpe de folletos. Porque nada es más convincente


que un breve texto que te da la ilusión de haber captado un tema.

El único medio de durar es minimizar todo lo que nos pasa. Eso se debe a que
solo la vida es o parece tolerable cuando nada es significativo en sí mismo.

Este pueblo gramático. En el Odéon, ocupado por los estudiantes, uno de ellos
dijo hace un rato que a los obreros no les gusta tomar parte en las discusiones por
miedo a cometer faltas de francés...

Los niños se vuelven contra sus padres; y los padres merecen su suerte. Todo se
vuelve contra todo, todo el mundo engendra a su propio enemigo. Esta es la ley.

Se habla de «progreso». ¡Pero cuándo piensas en Alemania y mides el paso


adelante (!) que representa Hitler sobre Federico II! La Historia es más bien una
perpetua caída.

279
El paraíso terrestre: una multitud… escéptica.

Nada es más pesado ni peligroso que una larga felicidad. Ningún individuo,
ninguna sociedad lo resiste.

El bienestar es un factor de disolución (¿desagregación?). ¿Por qué? Porque es


un estado anormal que alcanza a los vivos en profundidad. Está en contradicción
con los instintos, debilita su vigor, los socava y compromete. El bienestar es tan
raro como fatal: la naturaleza no la ha previsto. Si lo hubiera hecho sería
inspirada por el demonio. Por una sensación de seguridad debieron sucumbir los
dioses; los hombres están tentados de desaparecer de la misma manera. Pero
afortunadamente para ellos todo prueba que no tendrán esa facultad.

Un escritor debe vivir en la lengua y no meditar sobre ella.


Es característico de una literatura agotada, vacía de sustancia, caer en la
reflexión.

Siempre es extraño asistir a acontecimientos a los cuales no has contribuido de


ninguna manera, ni siquiera como ser vivo.

Cuando crees en algo o lo niegas, siempre piensas que puedes modificarlo, que
tienes el poder de manipularlo. Pero cuando te es completamente extraño, se te
escapa y no puedes de ninguna manera encontrar el medio de someterla por
interés o por odio.

280
De todos los fundadores de religiones, Buda es el que fue más lejos; solo él vio
el problema esencial, único: vencer este mundo, salir de él sin dejarlo. Ni paraíso
ni infierno; sino victoria sobre este mundo, y sobre todos los mundos.

Los acontecimientos, cuando se bien, son tan particulares que impiden


considerarlos Historia. Toda actualidad es necesariamente no filosófica.

Una pasión siempre tiene razón de inmediato: jamás en el futuro.


El hombre que se queda fuera jamás se equivoca, porque jamás ha tenido razón.

« Sooner murder an infant in its cradle than nurse unacted


desires.» (Mejor estrangular a un niño en la cuna que incubar un deseo
insatisfecho). (Blake)

Si se llamara a las cosas por su nombre, ninguna forma de sociedad podría


subsistir más allá de un segundo.

Releo El Infierno. Y me digo que tal vez sea el libro más bello que jamás se
haya escrito. Impresión extraordinaria. Mi desprecio de la lengua italiana no está
justificado. ¡Qué conciso, y qué emoción en cada verso!

La felicidad de saber que no tienes nada que proclamar.

Febrero, marzo, abril, mayo, raramente conozco época más estéril, más
insípida.

281
«... el único secreto de la felicidad es abandonar todo.»
(Cristina de Suecia)

La ansiedad perpetua usa la energía que necesitaríamos para sentir realmente el


miedo. Así es casi una fórmula de vida, hacia la cual hay que tender.

Todo lo que se conoce a fondo cesa de contar para nosotros.

Toda convicción emana de un examen insuficiente de las cosas, es solo un


punto de vista fijo.

Puedo reconocer a alguien todos los méritos (pienso en J.P.S.), y sin embargo
considerarlo un pobre hombre. ¿Por qué? Porque más que el sentimiento, tengo la
sensación de que no ha comprendido nada, que lo esencial se le escapa y siempre
se le escapará.

He perdido hasta la facultad de imaginar un acontecimiento que me fuera


favorable.

Debemos renunciar a buscar la esencia de cualquier cosa. Es un mal pliegue


que nuestra mente ha tomado para querer, en cada ocasión, fijar lo evanescente y
encontrar la razón perdurable. No hay nada detrás de nada. Pero puede haber
algo en nosotros. Es eso a lo que es importante aferrarse.

282
Leer autores inactuales en las épocas turbulentas, es la mejor desintoxicación
que existe.

La bomba atómica es la esperanza… inconsciente del siglo.

Hablar de la bomba atómica participa del periodismo y del Apocalipsis, del mal
gusto en suma.

Vacilación, rasgo esencial de Madame de Maintenon, según Saint-Simon.

En su pésimo libro Autorretrato, el pintor americano Man Ray cuenta que


había comenzado a tener insomnio, y que había decidido terminar con él. En
consecuencia, una noche, puso su revólver al lado de la cama con la idea de
usarlo en el caso de que el sueño no llegara. Se durmió profundamente y el
insomnio jamás volvió después.
Este «milagro» solo fue posible porque había tomado en serio la decisión de
matarse. Su «inconsciente» prefería dormir a morir.

La cobardía te vuelve sutil.

Royer-Collard escribió, en 1837, a Tocqueville: «No siempre es necesario un


martillo contra edificios mal construidos; un golpe de viento puede ser
suficiente...»

283
Si cada uno viera claramente el ínfimo lugar que ocupa en la sociedad, y en el
universo, las cosas irían muy bien, sin contratiempos. Pero como cada uno vive
como si fuera el centro de todo, todo solo puede salir mal. La modestia, si fuera
posible, y compatible con la vida, sería el único recurso. Todavía haría falta que
fuese vivida por todos, lo que es inconcebible. Diríase que un vivo solo lo es
porque no puede ser modesto.
Remover una sociedad, es despertar la megalomanía que está más o menos
dormida en el corazón de cada uno.

Gobineau, en una carta a Tocqueville, cuenta que el espectáculo del 48 le


horrorizó tanto, que si no se hubiera casado, habría entrado en un convento. Sus
ideas sobre la desigualdad racial, sobre la degradación de los blancos, los niños
degenerados, etc. tienen su origen en la experiencia que tuvo durante la
Revolución del 48. Luego principalmente son una venganza aristocrática.

No conozco nada más agotador que un incomprendido, que un desconocido.


Todo gira en torno a él; sus burlas apenas recubrirán los elogios que no cesa de
dirigirse y que suplen ampliamente, demasiado ampliamente a los que no le han
sido concedidos. Celebremos a estas personas, tan raras en verdad, que han
triunfado y que son más modestas de lo que se dice. Ellos, al menos, no tienen
todo el tiempo para hacer recriminaciones y su vanidad nos consuela de la
morgue de los vencidos.

Tácito elogia a Nerva por haber «conciliado dos principios antaño


incompatibles, el principado y la libertad»,
(podría decir socialismo y libertad).

¿Es verdad que es necesaria la generosidad para no ser amargo?

284
Sumergido (refugiado) en Tácito.
La Antigüedad para mí es él, y Esquilo.

Tocqueville, en una carta de 1858, ¡un año después de la aparición de Flores


del mal!, escribió a Gobineau que Lamartine es el último gran poeta y que habrá
que esperar mucho tiempo para ver surgir un genio tan notable. Reprocha a
Gobineau dudar de Francia, ¡¡¡cuándo hay espíritus tan eminentes como Thiers,
Vuillemain, Cousin!!!...

Somos infelices porque tenemos una idea demasiado neta sobre el bien y el
mal.

Entre un pueblo vivo pero sin juicio, y un pueblo pesado pero reflexivo,
¿cómo elegir? Se debería, según las circunstancias, vivir unas veces en medio del
primero, y otras veces en medio del segundo.

La ley del hombre, en su estado natural, era luchar cada día por su subsistencia.
Vivía en una inseguridad continua, constantemente al acecho, sin ningún respiro,
ninguna posibilidad de escapar al miedo, no del porvenir, sino del día siguiente
en el sentido estricto del término. Era un luchador feroz y astuto, que no podía
permitirse el lujo de dormir en paz.
Pues bien, se ha hecho de esta bestia acosada un funcionario, se le ha puesto en
una jaula donde ya no tiene problemas ni inquietudes. Esto no es normal. Un día
la jaula saltará. Y la bestia reencontrará su libertad, y sus sanos terrores de
antaño.

285
No conozco nada más falso que la imagen que se hacen los románticos
alemanes de la Grecia antigua. Todo lo que en ella cae bajo la jurisdicción del
abogado y del sofista, del charlatán inagotable y del impostor, del histrión sobre
todo, se les escapa por completo. La Grecia de Nietzsche es falsa también: nadie
menos adecuado que él para sentir lo que había de indudablemente frívolo y,
¿cómo decirlo?, de parisino anticipado en el ateniense particularmente.

Por naturaleza, soy violento, por opción, escéptico. ¿Cómo conciliar tendencias
tan divergentes? ¿cómo vivir, a cada instante, en contradicción contigo mismo?
¿De qué lado, en cualquier ocasión, inclinarme? ¿por quién voy a decidirme?
¿a qué yo adherirme?

¡Si solamente tuviera el coraje de no tener opiniones sobre lo que fuera!


O si emitir una constituyera un acto tan importante como rezar. ¡Ponerse en
disposición de orar para atreverse a tener una opinión! Solo con esta condición la
palabra podría adquirir cierta dignidad o reconquistar su antiguo estatus, si es que
alguna vez ha tenido uno del pueda estar orgullosa.

¿Por qué todo silencio es sagrado? Porque la palabra es, salvo en los momentos
excepcionales, una profanación.
La única que eleva al hombre por encima del animal es la palabra; y es ella
también la que le pone a menudo por debajo.
La palabra, instrumento de elevación y de caída del hombre.
Solamente de vez en cuando el hombre debería tener la libertad de abrir la
boca. Y esta debería ser la función esencial de la sociedad, el exterminio de los
habladores.
Hacia una generalización de la Trapa.

Todo lo que el hombre hace, solo lo hace porque ha cesado de ser ángel.
Cualquier acto en tanto acto solo es posible porque hemos roto con el Paraíso.
Todo creador se rebela contra la tentación del angelismo.

286
J.Cl.F. me cuenta que un tal Monod (?), al que acababa de ver en el día,
¡le había dicho que había pasado cuarenta días en un ataúd en el fondo de una
cueva! Ese mismo M. se convertiría más tarde en nazi, luego en masón, después
ya no se sabe en qué.
Las personas interesantes solo se encuentran entre los espíritus de segundo
orden, entre los fracasados sobre todo (aunque la palabra fracasado no significa
gran cosa). Un hombre que se consagra totalmente a una obra no puede
permitirse el lujo de tener un destino.

Pienso en esa carta de Schiller donde pone a Hôlderlin en guardia contra la


prolijidad a la que los poetas alemanes están acostumbrados.
Cualquier obra alemana, poética o de otro tipo, ganaría en fuerza si se redujese
al menos a la mitad. Ni Hegel, ni Schopenhauer, ni siquiera Nietzsche supieron
detenerse a tiempo. La manía de profundizar, de explicarse indefinidamente, de
no omitir nada, hace que los lea con aprehensión de no poder leerlos hasta el
final.

Tan pronto como caigo en un ensayo filosófico donde se trata precisamente de


«metafísica» o de «filosofía», lo descarto inmediatamente. Quiero ver pensar y
no interrogar sobre las maneras y las disciplinas que invitan a pensar. Pascal ha
hablado de su angustia y no la de psicología de la angustia. Todas estas ramas
modernas del saber están hechas para aquellos que no pueden extraer nada de sí
mismos, que no tienen sustancia ni siquiera experiencias sobre las que ejercer su
espíritu. Se debería filosofar como si la «filosofía» no existiera, como si
fuéramos el primer filósofo. A la manera de un troglodita deslumbrado o
espantado por el espectáculo que se despliega ante sus ojos.

«No habría que tomarse nada a pecho», este debería ser el primero de los
mandamientos (el primer precepto de un nuevo decálogo).

Me culpo cada vez que sufro y no me pierdo ninguna ocasión de sufrir.

287
El secreto de la poesía de Rimbaud en relación a los contemporáneos reside en
la destrucción de la metáfora; cuanto más incoherente es una metáfora, más nos
agrada y nos golpea.
Los grados de destrucción de la metáfora.
La lógica de la metáfora clásica nos parece intolerable.

La raíz de todos los disgustos es el disgusto hacia uno mismo.

Se agota para lamentarse.

Todo en mí comienza por las entrañas, y finaliza por la fórmula.

Vivo entre la burla y el aullido.


En medio: un suspiro fracasado.

Me sucede a menudo releer libros que tomé prestados en el Instituto Católico u


otro lugar; por todas partes restos de ceniza, residuos de mi rabia de fumador.
Cesé completamente de fumar hace casi cinco años, y esta parada es el mayor
orgullo de mi vida.

Una boutade es mejor que un tratado indigesto.

Cuanto más «profundo» es un filósofo, más demuestra que es insensible al


tedio.
Profundidad e insensibilidad al tedio son términos correlativos.

288
Me he alejado totalmente de Alemania y de la cultura alemana. Incluso de la
lengua.
Las pretensiones, la prolijidad, la estupidez sistémica, el esnobismo sin
matices, la profundidad bovina, el cretinismo de principios, todo esto se me ha
vuelto felizmente extraño. He triunfado, a decir verdad desde hace mucho
tiempo, sobre esta idolatría ridícula, infantil, que tanto he tenido que sufrir.
Una superstición menos. Tanto mejor.

Desentrañar, cuando se lee un libro, si sale de una necesidad interior o


solamente del trabajo, tal debería ser la función del crítico. Pero como la mayor
parte, de hecho, en verdad la casi totalidad de las obras, son el fruto de la
aplicación, el crítico está demasiado habituado para poder sentir las excepciones.

Jane Howard llama a Londres para ver si hemos sobrevivido a los «disturbios».
Casi siempre los acontecimientos parecen más grandes de lejos que de cerca.

Incluso una carta, para escribirla convenientemente, requiere que estés en


estado de gracia.

Tendría que reconsiderar el «problema» del suicidio: me parece que he


descuidado los aspectos más interesantes. Podría considerarlos ahora, porque he
notado que preferentemente es en verano cuando me siento dispuesto a abordar
tal cuestión. ¿Es el calor? ¿es la luz? El sol siempre me ha incitado a repensar
este mundo y ha suscitado en mí crisis de melancolía a veces insostenibles. Mis
«tinieblas» me impiden ponerme al unísono con el esplendor circundante; del
choque entre lo que siento y lo que veo nace este humor negro y todo lo que
resulta de él.

289
El verano es la estación de las grandes imposibilidades. El sol es proveedor de
ideas negras. Nada invita tanto a la melancolía como un paisaje anegado por la
luz. Huir de los veranos como de la peste.

Con un extraordinario esfuerzo de memoria, habría que pasar revista a todas las
ocasiones en que tuvimos ganas de matarnos, todos los momentos en que hemos
tenido la idea, por el motivo que fuera.

Voltaire escribe sobre Carlos de Austria que ordenó la apertura de las tumbas de
su padre, de su madre y de su primera mujer: «Besó lo que quedaba de estos
cadáveres, ya sea siguiendo el ejemplo de algunos antiguos reyes de España, ya
sea porque quería acostumbrarse a los horrores de la muerte, ya sea por una
secreta superstición que le hizo creer que la apertura de estas tumbas retardaría el
momento en que debía ser transportado a la suya.»
(El siglo de Luis XIV)

Todavía es difícil habituarte al cadáver que serás...

Toda idea que triunfa es necesariamente una pseudo-idea.

Todos estos compatriotas que se aferran a mí, que se imaginan que puedo
representar un apoyo, cuando toda mi existencia es una puerta en falso, sino
completamente en el aire. ¿Cómo explicarles mi situación? ¿y cómo me creerían?
Desamparados que corren tras una ruina.

290
Justo ahora, miraba, bulevar Saint-Germain, la gente pasar. Me parecía que era
la primera vez que contemplaba seres de esta especie. Todos me resultaban
extraños.
¿Quiénes eran? ¿De dónde vienen? ¿En qué categoría de vivos clasificarles?
¿Qué nombre ponerles?
De golpe, la revelación:
—¡Son simplemente monos!
(Quiero decir que jamás he tenido un sentimiento tan neto y casi apremiante de
nuestros orígenes. Jamás debería perderse de vista cuando se habla del hombre.)

«Me gustaría tener la virtud de ser indiferente al éxito, pero no lo poseo.»


(Tocqueville, en una carta a Madame Swetchine)
Lo que me asusta, es que he hecho grandes progresos en esta «virtud». Y eso no
es bueno para mi «rendimiento». Es preciso que vigile y frene estos apetitos de
anonimato.

Ganas de estar más abatido de lo que estoy, y sin embargo lo estoy tanto como
puedo estarlo, el peor ataque de «desánimo», de «deyección», de melancolía
virulenta y anticuada.
Se puede caer en la demencia por automatismo del desaliento, simple
mecanismo.

El único valor en el que creo es la libertad.

291
Una obra, si estamos trabajando en ella, impide ver la realidad en tanto
realidad: o más bien en tanto que no-realidad. Lo que es en lo que no es y lo que
no es en lo que no es, discernir eso, solo es propio de un espíritu emancipado de
toda tarea, como de todo proyecto. Una obra en la cual estás trabajando es un
obstáculo, puesto que paraliza el vuelo libre del espíritu; luego le impide acceder
al pensamiento de la irrealidad, porque esta obra es, infinitamente real para quien
la trabaja y la hace; le aparece, conforme la elabora, como indudablemente
existente, se apega a ella, sustituye la «realidad», hace la función de realidad.
Porque un espíritu comprometido, activo, eficaz solo sabría tener una visión
abstracta de la irrealidad, y no una experiencia. Esta experiencia es el privilegio
de los espíritus voluntariamente vacantes y que, para percibir el vacío exterior, el
vacío en todo, lo han sentido y tratado previamente en ellos. Desembarazémonos
de todo si queremos conocer el todo, su esencia, es decir, lo que no es.
El hombre vacante, solo él puede descender a lo más profundo del ser, allí
donde ya no hay ser en el ser, donde lo que es es indistinto de lo que no es, donde
todo es y no es, para siempre.

La pasión del suicidio.


El suicidio es una cuestión de impaciencia. Estamos hartos de esperar la
muerte. Un poco de paciencia arreglaría todo esto, evidentemente. Pero hablar de
paciencia a un apasionado, es caer en saco roto...

Nada podría perturbarle, ni siquiera el éxito.

Las revoluciones son lo sublime de la mala literatura.

La palabra revolución actúa sobre un francés como un afrodisíaco.

292
El hombre, este exterminador. Todo lo que vive terminará por sucumbir a sus
ataques, pronto se hablará del último piojo.

Se ha dicho que el mono siendo «sedentario», el hombre no habría podido estar


por todas partes si derivara de él; pero una vez que se despegó, nada podía
impedirle seguir sus instintos de nómada, de animal malévolo ávido de insinuarse
por todas partes.

De lo que tengo necesidad, es de intoxicarme de… renunciamiento.

Es justo el comentario de Karl Barth, que la fe no mata la voluntad pero la pone


en movimiento.
Del mismo modo, señala, no reprime la inteligencia, sino que la pone a su
servicio.

El odio es el remedio al aburrimiento. Porque el tiempo no parece tan largo en


las épocas agitadas.

La verdadera ecuación no es vida = dolor, sino vida = ilusión. Mientras un ser


pueda equivocarse, vive, cesa de vivir cuando ya no puede hacerlo. Es la ilusión
quien es el motor y el secreto de los actos.

El suicidio debería ser una cuestión de conveniencia(s), de buenas costumbres,


de honor «burgués».

293
Estoy apegado a los bienes de este mundo como cualquier otro. Y cada vez que
lo constato, me preocupo y no puedo hacer nada. En los viejos tiempos, solo
tenía un traje, y me sentía bien; ahora, tengo cinco, seis o siete, y quiero todavía
otros. Es un detalle un poco ridículo, pero «esclarecedor» y penoso.
Si mi deseo de renuncia traspasara el estadio de deseo, y se convirtiera en una
obsesión y una necesidad, ¡qué paso adelante!
Pero en mí todo sigue siendo veleidad, desgarro, contradicción, apetito
insatisfecho.

Los Blancos merecen cada vez más el apelativo de Pálidos que les dieron los
Nativos Americanos.

Imposibilidad de discutir con alguien que se refiere a un «Dios.»


(Impresión de deshonestidad que dan los libros de teología)

En la historia, todas las desgracias vienen de los jóvenes. Que es tanto como
decir de la vida.

Mientras los jóvenes consideren que la inexperiencia es un criterio a la vez de


la verdad y de la acción, debes esperar a los acontecimientos.
Dos maneras de equivocarse: ser joven y ser viejo.

No puedes reprimir una sonrisa cada vez que hablas con un joven o con un
viejo.

Los jóvenes solo valen algo si son contrariados y sobre todo perseguidos.

294
Soy un curioso, fatigado de todo el mundo.

¡Escuchar Bach en los grandes almacenes, mientras compras calzoncillos!

Cada vez que me sumerjo en algún tratado de teología, salgo rápido, tan
insoportable me resulta la desmesurada importancia que se otorga a Dios y al
hombre.

Todo el mundo traiciona a todo el mundo. La infidelidad universal.

La libertad, como la salud, no se disfrutan cuando se poseen: la una y la otra,


degradadas a evidencias, en tanto que están ahí, se convierten en milagros tan
pronto como se pierden. Nadie clama que está bien o que es libre: y sin embargo,
es lo que deberían hacer todos aquellos que poseen esta doble suerte. Nada es
más característico de nuestro sino que la imposibilidad que tenemos de ser
conscientes de nuestra felicidad.

Recibo en este instante una carta de Sorana Topa, que me anuncia su visita para
el mes de agosto. Cólera, furia, exasperación. Siento que no tengo nada que
decirle, que sus problemas ya no me interesan en absoluto, que es ridículo
retomar las divagaciones de hace treinta y cinco años, ¡y todo esto en París y en
rumano! ¡No, no y no! Además tiene setenta años, lo que me parece
inconveniente y aterrador. Es verdad que solo tengo trece años menos que ella,
luego nada en absoluto como diferencia. Sin embargo este Tiempo reencontrado
al que asisto desde hace tres años, este desfile de fantasmas, estas conversaciones
centradas en mi pasado no son beneficiosas para mí. Bien al contrario. ¡Es como
si ya no viviera en Francia!
Además ya no tengo más amigos. A los de allí, los han expulsado, a mi pesar.
Tengo que liberarme de mis orígenes. Me llevan demasiado atrás y me quitan las
pocas ganas que tengo de avanzar.

295
Siempre he tenido un cierto gusto por la destrucción, pero en el plano
metafísico e implicando la disgregación del cosmos como exigencia mínima.

Leo en un libro sobre el Zen: «la duda y el miedo, la envidia y el odio, y todos
los otros sentimientos contrarios a la fe.»
Estos sentimientos negativos que «dividen», no son de ninguna manera
contrarios a la fe; en sí mismos, sí, pero no de hecho: las guerras de religión han
tenido lugar en épocas en que la fe dominaba. Lo que me parece verdad, es que la
fe es compatible con todos los sentimientos que teóricamente excluye. Incluso
prospera y florece en la medida en que es inconsistente consigo misma.

Para la paz de espíritu, y, con mayor motivo, para la meditación, no hay nada
como ser «olvidado». Es la mejor condición, si quieres encontrarla. Ya nadie
entre ti y lo que cuenta: estamos al mismo nivel con lo esencial. Cuanto más se
alejan los otros de nosotros, más trabajan para nuestra perfección: nos salvan y
nos abandonan.

Escuchando el cuarteto en re menor de Fauré: es encaje, no genialidad.

Hacer algo que no sea extraordinario es verdaderamente inútil.

Hacer una obra que no interese a nadie. Casi lo he logrado.

No hay nada más terrible que la desesperación espiritual.

296
Caos, sangre de plomo, materia pisoteada, carne extraña, cuerpo expropiado.

La ansiedad nos estimula y nos fascina, regula todos nuestros movimientos,


dispone de nosotros. Así que es prudente confiar en ella y esperar que nos
dispense todo lo bueno que es capaz de otorgarnos.

La decepción en su estado puro, la Decepción como fuente.

Impresionado por lo que dice Retz de La Rochefoucauld: «Siempre tuvo una


irresolución habitual; pero ni siquiera sé a qué atribuir esta irresolución… Vemos
los efectos de esta irresolución, aunque no conocemos la causa. Jamás fue un
guerrero, aunque fuera soldado. Jamás fue, por sí mismo, buen cortesano, aunque
siempre tuvo la intención de serlo. Jamás fue un buen partido, aunque toda su
vida estuvo comprometido. Ese aire de vergüenza y de timidez, que adopta en la
vida...»
... irresolución, ¿cómo no la consideraría la característica esencial de mi
carácter? No puedo resolver nada. Basculo hasta el vértigo, jamás puedo ser de
una opinión o de un lugar, ser de un lado o de alguna parte. De mí también se
podría decir también a propósito de todo lo que he hecho o más bien he intentado
hacer: «Jamás hizo eso, sea lo que sea...»
Soy lo contrario al hombre completo, solo me adhiero a algo parcialmente. Soy
el hombre de los motivos ulteriores, solo avanzo para retomar de inmediato, no
me identifico con nada, sino con el ritmo de mis pretendidas convicciones, me
esposo a fondo a mis incertidumbres.

Mi escepticismo antes que intelectual es visceral. Es el producto de mi química


más íntima, es el porta-palabras de mis órganos.

297
Estoy tentado por los extremos, por todo lo que convierte la existencia en
extraordinaria e irrisoria.
No puedo nivelarme con el ser, siempre arriba o abajo, raramente adosado y
más raramente dentro.

El francés y el espíritu de la utopía. La facilidad con la que el francés construye


un sistema social, la pasión que pone en erigir uno, sin tener en cuenta datos
concretos, irreductibles, es simplemente estupefaciente. Aunque carece de
imaginación metafísica (los grandes sistemas a la alemana, le son completamente
impropios), en cambio demuestra invención tan pronto se trata de repensar la
sociedad: nada le detiene, ninguna consideración de ningún orden, ninguna
apelación a la «realidad»; se desencadena, delira razonando, va hasta el final de
sus divagaciones sin preocuparse por la experiencia. Tiene «sentido común» en
metafísica, es decir, que no es metafísico; casi no la hay en sus visiones
«sociales»; por eso pasa fácilmente por innovador e irresponsable, ya que puede
adelantar cualquier locura «generosa». Obsesionado con la igualdad, por eso está
tan tentado por la utopía, porque qué es la utopía, sino pura construcción, en sí
misma, partiendo o en vistas a la igualdad instaurada.
La idea central de los sistemas utópicos no es la libertad sino la igualdad. Si
fuera la libertad, la construcción utópica sería difícil, incluso imposible.
En el fondo toda utopía es una serie de postulados que solamente suscribe el
utópico (y los ingenuos a los que logra convencer).

Por instinto de conservación o por piedad de su futuro, el escritor solo debería


ocuparse de las palabras, y no del lenguaje, todavía menos de la lingüística.
Hay un grado de conciencia que es mortal para toda creación, e incluso para
cualquier iniciativa del espíritu.

Lo sé bien
(... sonó el teléfono, ya no sé lo que quería decir. Si alguna vez hubo un
pensamiento «estrangulado», fue éste.)

298
Siento horror por todo lo que sale de las combinaciones puras del intelecto,
todo lo que, de una manera u otra, no ha sido marcado por la impureza del alma.

Le digo a este ucraniano francés, maestro en América, que Sartre, que él estima
demasiado para mi gusto, carece de «agarre», o, como dicen los alemanes, de
«forma interior» (in nere Form).
Sartre es alguien demasiado fabricado para ser vulgar o solamente vivo. Todo
en él es fundamentalmente irreal. Es una muñeca y un monstruo.

Si leo tanto, es con la esperanza de encontrar un día una soledad más grande
que la mía.

No estaríamos tan interesados en la gente si no tuviéramos la esperanza de


encontrar un día a alguien más solo que nosotros mismos.

La indiferencia consciente, la actitud más elevada que puedes adoptar aquí


abajo.
Utopía: ser tan indiferente como un idiota y comportarte como él pero por
reflexión, por deliberación.
¡Rivalizar en indiferencia con los idiotas, esforzarte por alcanzar la lucidez
perfecta que ellos poseen, de nacimiento!
Con frecuencia por la mañana, cuando me hago el nudo de la corbata, pienso en
tal o cual muerto reciente: a X ya no le importa, ya no conoce nada de esto.

Soy tan refractario a los actos que para decidirme a ejecutar uno necesito
previamente leer una biografía cualquiera de Napoleón...

299
Siendo el suicidio la conclusión lógica de todo, el único recurso que nos queda
es lo irracional.

A fin de cuentas, si no te matas, es porque hay demasiadas razones para


matarse.

Escuchando Las siete palabras de Cristo de Haydn, me dije que mi


escepticismo es en el fondo religioso y que no es por nada que los espíritus a los
que me siento más próximo son Pascal y Dostoievski.

¡Qué contento estoy en esos momentos en los que logro elevarme por encima
de mis dudas! ¡Sólo me parece que soy yo mismo en esos momentos! ¡Tal vez
por qué no son habituales!

El desaliento, esta iluminación al revés, nos revela el otro lado, la sombra


interior de las cosas. Por eso nos da una sensación tan viva de verdad... De golpe,
nos parece que todo salta, que todo vuela en pedazos pues nos separa de todo; y
esta separación es conocimiento.
(He perdido mi vida por amor al desaliento.)

«¿En qué estás trabajando? me pregunta Marga B. —No trabajo, jamás he


trabajado», le respondí. Esta vieja e invariable réplica que saco en cada ocasión
me dispensa de toda explicación suplementaria. ¿Le habrían planteado una
cuestión parecida a Pirrón? Las cuestiones que no se habrían podido dirigir a mis
modelos, no quiero que me las dirijan tampoco a mí.
¿Tengo la pinta de alguien que prepara algo, qué fabrica un libro?

300
Esta pobre Sorana Topa, que quiere venir a París para discutir problemas
metafísicos conmigo. Para ella que está sola, comprendo que tenga ganas de
hablar; para mí, que veo a tanta gente, todo reencuentro es una prueba de más, un
suplemento agotador de palabrería. La ilusión que tiene cada visitante de que el
tiempo es para él, porque no piensa en los otros, en aquellos que antes de él han
venido a robarte, a violar tu tiempo.

Ir todos los días al mercado, ¡qué contacto con la realidad! ¡Si hay algún lugar
dónde jamás estés en las nubes, es este!

Los hay que quieren vivir y morir en paz; hay otros que ven las cosas de
manera diferente. No es más complicado que eso. La Historia es simple en su
base, múltiple y desconcertante en su manifestaciones. La locura de los agitados
prevalecerá siempre sobre la prudencia de los pacíficos, por la razón de que el
demonio, que inspira a los primeros, es más próximo a la intimidad de la «vida»,
que el dios que conduce a los segundos. Porque efectivamente la «vida» no es de
esencia divina sino demoníaca.

Estoy literalmente dedicado a mis compatriotas. Imposible escapar de ellos,


salvo para declararles la guerra.

Es una desgracia tener ambiciones; no hay que tener ninguna.


El único hombre fuerte es aquel que ha olvidado desear.

Frase muy justa de mi portera sobre la Francia invadida por obreros


extranjeros: «Los franceses no quieren trabajar, todos quieren escribir...» me
dice.
Ella pensaba sin duda en el hecho de que el francés quiere convertirse en
funcionario...

301
He enviado una carta a Sorana Topa, en la que le digo que no creo útil volver a
verla, entiendo que es extremadamente penoso para mí afrontar después de más
de treinta años personas que han contado en mi vida. ¡Tengo tanto miedo de
decepcionarlos! Lo que habría debido añadir, es que igualmente tengo miedo de
ser decepcionado por ellos.
Lo que no quita que haber enviado esta carta es por mi parte un acto de una
crueldad sin nombre. Pero estoy harto de este Tiempo reencontrado perpetuo en
que vivo desde hace tres o cuatro años.

Esta angustia que precede a todas las razones para estar angustiado, que inventa
todas estas razones.
El proceso del angustiamiento es el siguiente: siento crecer en mí un malestar
ineludible, un malestar vacío, invasivo, que busca un contenido o que quiere
fijarse en cualquier cosa: el primer pretexto que llegue es bueno, lo rodea, lo
envuelve y lo devora; al fin ha encontrado un alimento. Y así cada día: un hecho
diverso, una carta, una llamada telefónica, un recuerdo, una sensación, todo, pero
absolutamente todo le conviene; no es verdaderamente difícil, esta angustia, se
acomoda a todo. Es por esto que prospera en todas las latitudes. Está hecha para
triunfar, pues todo la resulta, incluso lo que la combate. Es un veneno que se
fortalece con su antídoto.

Amo el escepticismo pero el escepticismo patético. Esta restricción es la llave


de mi vulnerabilidad.

¿Cómo defenderme del sentimiento de que la vida no es otra cosa que un poco
de materia sospechosa?

El único medio de salvaguardar tu soledad es herir a todo el mundo,


comenzando por los que amamos.

302
Sartre el oportunista, el filósofo rampante.

Toda solución que el hombre cree haber encontrado a sus problemas no hace
más que desplazarlos, si es que no aumenta su gravedad.

Nada compromete más en filosofía que la necesidad de ser aplaudido.

Escribir libros, escribir libros: Epicuro escribió trescientos, y ninguno queda.


Si una página, si un «pensamiento» de mí pudiera sobrevivir, sería suficiente. Y
por otra parte eso no tiene ninguna importancia. No es el respeto de la posteridad,
ni, por supuesto, del presente, lo que hay que buscar, sino el respeto de ti mismo,
es eso lo que importa: estar en regla contigo mismo, todo está ahí. Y por eso no
he tenido éxito, y estoy en riesgo en todas partes y siempre.
Lo que importa, no es lo que piensan los otros de nosotros, sino lo que
pensamos de nosotros mismos en lo más profundo de nuestro ser. Si nos
estimáramos sinceramente, realmente, todos los mortales podrían escupir sobre
nosotros, que ni siquiera nos apercibiríamos de ello. Pero lo difícil es estar
verdaderamente persuadido de que la buena imagen que tienes de ti mismo se
corresponde con la misma que Dios se hace de nosotros.

Estoy fatigado de todas las banderas.

Hacer una obra, es pensar en esta obra y en nada más. Sin embargo no logro
pensar en lo que debería hacer; solo me gusta hacer lo que no debo hacer, me
gusta traicionar mi causa, erigirme en enemigo de mi deber.

303
¡Dios Mío, haz que no sea el último, o que lo sea definitivamente!

Poder vengarse como Dante.

Estoy seguro de que lo que jamás he variado, son mis dudas en cuanto a la
utilidad de la filosofía en los momentos importantes de la vida.

La filosofía me ha ayudado a teorizar mis malestares, a trasponerlos en


fórmulas, a encontrarles un equivalente, abstracto, convencional, insustancial, a
vaciarlos, a empobrecerlos, a volverlos soportables.

Hace tanto tiempo que me roo, que es sorprendente que todavía tenga qué roer.

Daría mucho por saber si busco verdaderamente la paz.

Una jornada sin citas, sin palabrería, sin repulsivas repeticiones de las mismas
propuestas, sin los sempiternos comentarios sobre los «acontecimientos», sin el
rollo pro o anti-revolucionario.

Georges Balan me cuenta que tomando de Solesmes el reglamento de


Saint-Benoît, lo abre al azar y lo primero que lee es que el religioso, que, por una
razón u otra, se ausente del convento no debe contar, a su vuelta, lo que ha visto
o hecho en el mundo. Sin duda para no dar ideas a los monjes.

304
Para hablar de la crisis religiosa que atraviesa, Balan fue a ver a Gabriel
Marcel, siguiendo mi recomendación. Este, muy emocionado, se levantó, en
plena discusión, para tenderle la mano, como forma de comunicación. Balan, ya
sea por influencia rumana o rusa, baja su mano... Este gesto, inusitado e incluso
inconcebible en Francia, seguramente conmovió profundamente a G.M.

El momento más crítico para un profeta es aquel en que termina por ser
penetrado por lo que vaticina.

La dualidad de mi naturaleza y de mis gustos: acabo de coger en la biblioteca


los Sermones de Tauler y un libro sobre Nerón.
Entre el Despojamiento y la Ferocidad.

Sorana ha respondido a mi carta. Su respuesta no puede ser más noble. Ha


comprendido que era desgraciado y ha visto y sentido lo que había de falso en mi
desfachatez, en mi rechazo a volver a verla.
P.D. Pero justamente ahora podría volver a verla.

A los veinte años, te haces del suicidio una idea vaga y lírica. Después, se
vuelve cada vez más clara y seca: toma poco a poco los contornos de una
evidencia, y no concebimos como antaño pudo parecernos extraña.
Una existencia cambia a partir del momento en que el suicidio parece algo
normal.

El lector febril es siempre un mal juez. Pero el autor febril no es


necesariamente un mal escritor.

305
No es la Sabiduría, es el Tiempo lo que es remedio a todo.
(Esta banalidad volvió a mi mente a propósito de mi querella con Jackson sobre
mi prefacio a Valéry. Mi furia ha decaído únicamente por desgaste, por olvido, y
no por las reflexiones que haya podido hacer para calmarme.)

Cuantas noches no habré vivido en que todas mis razones para perseverar
fueran cuestionadas y el día siguiente no me pareciera no solo imposible sino
incluso inimaginable.

El punto de inflexión para un profeta es aquel en que termina por penetrar en


aquello que ha soltado, en el que está sumergido por sus vaticinios. A partir de
este momento, como ya no es libre, sino un esclavo, un autómata, y un
desesperado, se empleará en lamentar la época en que anunciaba catástrofes sin
creerlas demasiado, en que sus amenazas eran ejercicios, y sus aprehensiones
ironías.
El rol de Jeremías o de Isaías, mientras es sincero, no es cómodo. Por eso la
mayor parte de profetas prefieren ser impostores.

La historia seguramente no se repite al detalle pero conserva algunos rasgos


permanentes que hacen que cualquier acontecimiento, por imprevisto que sea,
solo lo sea en apariencia. El fondo es el mismo, en cuanto rascas un poco caes en
los estigmas del mono extraviado.

El alivio consecutivo a todo pensamiento amargo: es como si acabaras de


deshacerte de una gran cantidad de bilis. Te encuentras de repente más dulce y
más ligero, sientes que te crecen alas...

306
En cuanto hablamos de «perdón», de «gestos generosos», de grandes
sentimientos, de «reconciliación», caemos en lo falso, en lo teatral, y ya no
sabemos dónde estamos. Pero esta falsedad no existe jamás en las ocasiones, más
frecuentes, es verdad, en que eres mezquino. Porque, mezquino, lo eres
naturalmente, sin esfuerzo alguno.

S.T., que dice tener setenta años, contemplo con verdadero terror volver a verla.
No, no hace falta que venga. Fue por mi parte una reacción sana haber rechazado
volver a ver a mi madre. Después de una cierta edad, ya no debemos mostrarnos
a aquellos que hemos conocido, por miedo a estropear la imagen que conservan
de nosotros.

En un camino solitario, he reflexionado esta tarde sobre el hecho tan banal e


incluso aterrador del pasado, de todo pasado como tal: ¿dónde están los años que
he vivido? Cuando pienso que este instante en que me atormento se incorporará
en un instante al inmenso cementerio temporal que es cada existencia, pierdo las
últimas ganas de durar.

¿Por qué pienso tanto, en el suicidio? Porque tan pronto como remonto más
allá de mi pasado o me represento el día siguiente a mi muerte, no consigo
encontrar un sentido al accidente ínfimo sobrevenido entre estas dos duraciones.
No es bueno para el hombre detenerse en el tiempo que precede a su
nacimiento ni sobre el que debe suceder a su muerte. Este reflexión es funesta en
el intervalo ínfimo que se interpone entre los dos.

Lutero muerto, por Lucas Fortnagel. Una máscara terrorífica, plebeya, agresiva,
de un sublime porcino.

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Es un signo de gran debilidad emocionarte por lo que has escrito tú mismo. El
pecado de la complacencia es el más lamentable y el más frecuente.

Es agradable e incluso halagador hablar de este «bajo mundo» cuando no se


tiene ninguna esperanza en otro. Se saborea así el costado amargo de la fe.

Educarse en no dejar rastro, es una guerra de todos los instantes, que hacemos
con el único propósito de demostrarnos que podríamos convertirnos en sabios,
que casi somos uno.

Un gran problema: ¿cómo desvanecerse sin sufrir?


Me he rebelado contra mis ambiciones, las he sofocado, en lugar de utilizarlas,
extrayendo de ellas un incremento de vigor a ejemplo de todos aquellos que han
hecho hablar de ellos, que han sobrepasado a los otros en renuncia.

Con restos de pasión llegamos a restos de pensamiento.

Angustia visceral, indomable, invasiva: cualquier cosa, novedades o recuerdos,


adquiere proporciones inusitadas, como si se tratase de catástrofes inauditas.
Minucias promovidas al rango de realidades cósmicas. Todo se muda en angustia,
todo es angustia. Soy manipulado por ella, como una nada en absoluto, como un
insecto. Sentimiento intolerable de humillación. Cada vez que estoy preso de
grandes sentimientos negativos (la angustia es uno), tengo la impresión de ser
menos que nada, una vergüenza de la naturaleza. ¿Qué se puede hacer contra la
humillación de sentir el miedo en medio de esta no-realidad general en que
vivimos?
Este mundo que no vale un esputo es sin embargo capaz de sumergirme en
enloquecimientos que solo tendrían sentido para un creyente.
He logrado la hazaña de conocer todos los tormentos imaginables en el corazón
de un universo que sin embargo no es nada para mí.

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Todas las herejías cristianas me tientan: son tantas las verdades desagradables
o peligrosas que el cristianismo oficial ha descartado o silenciado. Ahí, en ellas,
la vida es incluso la verdadera vida.

Si el hombre se impone creer en lo que sea, es únicamente por no matarse,


porque el suicidio es la consecuencia lógica de la constatación de que nada
resiste a un análisis riguroso, a una reflexión cruel.
Es extraño que esté hablando tanto de suicidio, pues amo la vida tanto como
cualquiera, mejor que cualquiera.

Desde hace tiempo he adquirido la convicción (¿funesta?) de que soy el único


en haber comprendido todo, y que los otros están todos condenados a la ilusión.
Fuera de Buda y de Pirrón, solo veo por todas partes ingenuos, pobres ingenuos
brillantes.

Siempre he vivido con la conciencia de la imposibilidad de vivir. Y lo que me


ha vuelto la vida soportable, es la curiosidad que he tenido de cómo iba a pasar
de un instante, de un día, de un año al otro, con esta conciencia.
Intrigado por lo insoluble, procedente de lo más profundo de mí mismo.

Si pudiéramos volvernos inhumillables, resolveríamos el problema principal,


seríamos superiores a los dioses.

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La tendencia que tiene un creyente a considerar como frívolo a cualquiera que
no tiene convicciones religiosas.
Resaltar, que el incrédulo no juzga superficial a un creyente por ser creyente.
Esta diferencia de óptica dice mucho. ¿Quién tiene razón? No se sabe. Pero el
hecho es que todo lo que es religioso de una manera u otra participa de una cierta
profundidad, aunque solo fuera esta profunda obnubilación sin la cual no hay fe.
Perder tus ilusiones, no es ser profundo. Pero mantenerlas mucho, adquirir
muchas sobre todo, eso sí, tiene alguna relación con el espíritu profundo.

Con una visión de la vida como la que tengo, cualquiera se hubiera matado.
Tengo cierta estima por mí cuando pienso que sostuve el golpe.

Leída una Vida de San Jerónimo. Sus maceraciones en el desierto de Calcis, sus
recuerdos de Roma, su carta de Belén tras el saqueo de Roma por Alarico. Los
siglos IV y V, insuperables en horror y en interés.
Después de 410, los romanos, violados o no por los godos, huyeron de Roma y
los encontramos en las playas de Egipto y Asia Menor, donde fueron vendidos
como esclavos.
Esta carta de San Jerónimo, jamás olvidaré la impresión que me causó cuando
la leí por primera vez hace muchos años. Siempre me ha parecido de una
innegable actualidad.

El Papa acaba de condenar los medios anticonceptivos, la «píldora». Estoy


indignado. Es una medida criminal. Este soltero imbécil se atreve a entrometerse
en la vida íntima de las familias, y a condenar a la desesperación o a la infamia a
tantas jóvenes que han «faltado»... La juventud de Roma, en lugar de protestar a
tontas y a locas, haría mejor tomando el Vaticano por asalto.

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Acabo de dar una entrevista al Time Magazine: durante dos horas he hablado de
mí, se entiende que he respondido a las preguntas que me plantearon sobre todos
los temas imaginables.
En Francia, no me hubiera prestado a una operación parecida; pero como en
este caso, se trata de otro continente…
Le dije a este periodista que la vida era para mí «una intrigante Nada». Quise
decir que lo que volvía a mis propios ojos la vida interesante, era justamente el
hecho de que era imposible e impracticable. Debería haberle dicho que era «una
mente religiosa nihilista» (un nihilista con espíritu religioso).
(Recuerdo haber comprado en Gilbert antes de la guerra Lágrimas y Santos,
pertenecía a una especie de gran memo llegado a París no se sabe por qué, sí,
para hacer estudios de derecho: al cabo de tres meses habiendo gastado todo el
dinero que le habían enviado para todo un año, volvió a Rumanía. Pues bien, este
tipo había marcado al margen de las páginas una serie de notas en parte furiosas,
de las cuales la más justa, cuando lo pienso ahora, me parece esta: «Se aprecia en
este imbécil una tendencia persistente a caracterizarse.»
El memo tenía razón.

Pagamos por todo acto, bueno o malo: se vuelve necesariamente contra


nosotros. La salvación reside en el no acto. Felicidad de la abstención.

Explicaba ahora mismo a un periodista americano un poco estupefacto que soy


la obra del insomnio, que no son las desgracias las que me han llevado a ver las
cosas tal como las veo sino únicamente mis vigilias, esas noches en que, a los
veinte años, permanecía horas con la frente pegada al vidrio, mirando a la
oscuridad.

He visto a C. al que creía interesante y me causó el efecto de un pequeño


burgués cualquiera tratando de ser sarcástico.

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