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Esta traducción fue hecha sin fines de lucro. Queda
D totalmente prohibida la venta de este documento. Es
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una traducción de fans para fans. Si el libro llega a
K tu país, apoya al escritor comprándolo, también
N haciendo una reseña, siguiéndole en sus redes
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S sociales y recomendando sus libros. T
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Disfruta la lectura!
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I
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K
Staff de
I
N
G
Kingdom of Darkness & Team Fairies
D
O
M Moderadora
O Hada Aine
F Raven
D
A Traducción
R
K
Hada Aine Black Swan Quimera Maeve Maléfica
N
E Hada Isla Morgana Amonet Black Swan Black Viper
Nightmare T
S Hada Arion Soul Reaver Fem Darkling Lilith
S E
Edom A
M

Corrección F
A
Hada Branwen Evil Queen Evil Queen Soul Reaver I
Quimera Amonet Black Swan Morgana R
I
Black Viper Edom Lilith Nightmare E
S
Corrección final
Black Swan Quimera Nightmare
Morgana Edom Hada Isla.
Soul Reaver Black Viper

Revisión final
Raven Morgana
Nightmare Quimera
Hada Carlin

Lectura final
Raven
Hada Aine

Diseño
Raven
K
Indice
I
N
G
D Sinopsis Capítulo 15 Capítulo 33
O Mapa Capítulo 16 Capítulo 34
M
Del Libro de las Fábulas Capítulo 17 Capítulo 35
O Prologo Capítulo 18 Capítulo 36
F Capítulo 1 Capítulo 19 Epílogo
Capítulo 2 Capítulo 20 Nota de la autora
D
A Capítulo 3 Capítulo 21 ¿Quiénes somos?
R Capítulo 4 Capítulo 22
K Capítulo 5 Capítulo 23
N
E
Capítulo 6 Capítulo 24
S Capítulo 7 Capítulo 25 T
Capítulo 8 E
S Capítulo 26
A
Capítulo 9 Capítulo 27 M
Capítulo 10 Capítulo 28
Capítulo 11 Capítulo 29 F
Capítulo 12 Capítulo 30 A
Capítulo 13 I
Capítulo 31
R
Capítulo 14 Capítulo 32 I
E
S
K
Sinopsis
I
N
G
Hay tres reglas para que puedas sobrevivir a los Fae,
D y estoy a punto de romper cada una
O
M Regla nº 1. Nunca cruces a Faerie.
O
F Cuando me persiguen a través de la frontera encantada y me atrapa su
siniestro gobernante del cielo, la bella embaucadora de lengua
D inteligente me ofrece un trato.
A
R
Regla nº 2: Nunca negocies con un Fae.
K
N
E Pero no tengo elección. Durante trece días, tengo que
S sobrevivir en un laberinto montañoso lleno de puentes torcidos, T
S E
escaleras engañosas y habitantes astutos. Si me niego, A
mis hermanas sufrirán como castigo. M

Regla nº 3: Nunca caigas ante el enemigo. F


A
Debería haber sabido que mi sexy captor no jugaría limpio. I
Cuanto más me sumerjo en este peligroso mundo de los Fae Solitarios, R
I
más me enredo en la seductora red de deseo de su gobernante,
E
y en las tentaciones prohibidas que él ofrece. S

El precio de perder este malvado juego es todo


lo que amo. Pero ganar podría costarme el corazón.
K
I Del Libro de las
N
G
D
O
Fabulas
`
M

O
F

D
Bajo las estrellas viciosas, un Búho
A se cruzó con una Alondra...
R
K
N
E
S T
S E
A
M

F
A
I
R
I
E
S
Prologo
Te diría cómo matarlos... si hubiera descubierto cómo hacerlo.
A veces sentirás su presencia acechando fuera de tu puerta. Tal vez estén allí,
tal vez no. Si te asomas a la ventana, puede que encuentres una silueta malvada,
una pequeña sombra dentro de un rayo de luz de luna, cuya presencia te produce
un escalofrío feroz. Y si tienes la suerte —o tal vez la maldición— puedes ver
plumas, cuernos o escamas.
No te quedes mirando demasiado tiempo. En su lugar, cierra las cortinas.
Te diría cómo desafiarlos, si no fuera por el glamour.
A veces los percibirás en los senderos del bosque entre el pueblo y el pozo
de agua. Esas brutales y hermosas criaturas se esconderán a plena vista,
encantadas de parecerse a ti y a mí, deseosas de que se haga su voluntad.
¿Quitarte la ropa en el mercado? ¿Morder el lóbulo de la oreja de alguien?
¿Robar una daga y arrastrar su punta por tu abdomen? ¿Entrar en un claro y no
volver nunca? Puedes apostar tu trasero humano a que son ellos.
Lo que digo es que no salgas solo. Y si lo haces, lleva un arma.
Te diría cómo evitarlos, si alguna vez lo hubiera hecho yo misma.
A veces se esconden en los rincones privados de tu habitación. Te mirarás de
nuevo en el espejo, jurando que escuchaste el aleteo de un ave. Sentirás su magia
pasar con la brisa, colándose entre tus muslos desnudos mientras estás en la
cama. Y jadearás, pero, ¿será por sorpresa, por indignación o por un impulso
más profundo?
Sea cual sea tu reacción, es posible que oigas una risita que se cuela en el aire
nocturno, como si su origen conociera tu cuerpo mejor que tú.
No escuches. Aprieta la cara contra la almohada. Funciona, créeme.
Puedo decirte más, o puedo saltarme a la peor parte.
Siempre han existido, engañándonos y atormentándonos. Pero una vez, hace
mucho tiempo cuando los humanos estaban muy enojados por sus engaños y
sus tormentos. Comenzaron a capturar a los de su especie.
Pero tres de ellos escaparon.
Desde entonces, se han vuelto más poderosos, o eso dicen las Fábulas.
Desde entonces, se han vuelto más viciosos, o eso dicen los susurros.
Uno que gobierna el cielo. Un Fae con cabello azul obsidiana y labios de
tonos oscuros. Un monstruo que empuña una jabalina y toca una flauta tortuosa.
Uno que gobierna los bosques. Un Fae al que le brota una cornamenta de un
matorral de ondas rojas, sus miembros se estrechan hasta formar un par de
pezuñas hendidas. Un monstruo que empuña un arco largo y toca un violonchelo
lujurioso.
Uno que gobierna el río. Un Fae con una melena de ónix y ojos dorados de
serpiente tan duros que te cegarán a corta distancia. Un monstruo que usa dagas
puntiagudas y toca un arpa vengativa.
En realidad, debo decirte una última cosa. Vivimos con reglas en estos
lugares. Para empezar, si eres mortal, vigila tu espalda.
Mantén las linternas cargadas. Mantén las velas encendidas.
Mantente fuera de su territorio. Aléjate de la montaña, del bosque y de las
profundidades.
No respondas al viento, a los árboles o al agua. O te escucharán.
Capitulo 1
Estoy desnuda y de espaldas otra vez, solo que en esta ocasión estoy sola. Mi
trasero desnudo descansa sobre un montón de cojines mientras soplo aire fresco
de entre mis labios. Me he hecho un nido egoísta de almohadas en el balcón que
sobresale del ático. Hay un cielo grande y sexy que se abre sobre mí, las nubes
perezosas se deslizan por un lienzo crepuscular de malva y aciano.
La casa de campo de mi familia se adentra en un claro, y los sonidos de la
parte trasera me tocan la fibra sensible. La parte delantera da a nuestro patio,
donde los postes de la cerca clavan sus dientes en el límite de la propiedad, un
sendero del bosque que se ve desde la puerta y se dirige hacia el pueblo. Allí, el
camino converge con la carretera principal y se enrosca en una concha de
caracol, desplazándose por el centro de Reverie Hollow.
Seguro que es un nombre curioso para un pueblo, parecido a un lugar de
sueños perdidos y vacíos.
A una milla de distancia, nuestros vecinos cerrarán sus negocios. El cervecero
y el zapatero bajarán sus persianas, y los comerciantes harán rodar barriles de
pepinillos por la plaza del mercado. Me imagino a los habitantes frecuentes: Al
herrero cambiando con su cartel de “Dame dinero” por el de “Vete”, la modista
rociando su escalera con sal y el fornido tintorero saliendo de su tienda para
dejar una jarra de crema junto a la puerta.
La mayoría de ellos tendrá prisa. Nadie deambula después del anochecer.
Bueno, casi nadie. Ten por seguro que algún idiota está pensando en saquear
el molino de harina. Y te juro que los almacenes son un verdadero desastre,
repletos de ladrones y sin nadie que haga guardia.
Apuesto a que varios pipsqueaks1 están planeando salir a escondidas de sus
cabañas para acampar en la caballeriza, donde se la pasarán bebiendo vino de

1
Un pipsqueak es una persona insignificante, generalmente pequeña o joven.
saúco. Lo sé porque yo solía ser una de esos idiotas y cada vez que regresaba a
casa, coqueteaba con uno de ellos.
Un escalofrío recorrió mi piel. Mientras los aldeanos a lo lejos terminaban de
hacer sus cosas, yo acababa de terminar con mi último admirador. El viajero
había estado de paso por Hollow y ansiaba una hora de compañía. Era mayor
que yo, tal vez veinticinco años, a diferencia de mis diecinueve. Como mi
familia no estaba, se me antojó tener un orgasmo y lo llevé a mi habitación.
En un momento dado, el viajero me mordió el cuello, por lo que tuve que
darle un golpe. Le expliqué las reglas antes de empezar. Nada de juegos bruscos
ni mordiscos.
Se terminó rápido. Ahora está acostado en mi cama roncando. Y tendré que
despertarlo pronto.
Me acurruco sobre las almohadas que traje de afuera, relajándome con el
canto de los pájaros. Luego, el aire cambia, rozando las cicatrices en mis
rodillas. Me tenso y me pongo de pie. La corriente podría ser lo que parece, solo
una corriente, solo un latigazo de viento. O podría ser algo más.
La brisa del atardecer se desliza, haciendo crujir las hojas. Cuando la
sensación desaparece, mis hombros se relajan y mis ojos se cierran. Las palabras
del Libro de las Fábulas se cierne en mis pensamientos en mis pensamientos y
salen de mis labios: “Bajo las viciosas estrellas, un Búho se cruzó con una
Alondra. Y la Alondra dijo...”
Las campanas de la plaza del mercado retumban, el gong vibra entre los
árboles. Mejor me apuro. Me pongo de pie y me meto en un par de pequeñas
bragas, luego con un bandeau2 de tela envuelvo mis pechos. Una vez que me he
puesto la ropa, recojo mi capa y me calzo los botines.
Una ventana triangular conduce desde el balcón hasta el dormitorio del ático.
Trepo por ella y me dejo caer en el espacio, donde tres armarios y camas
delgadas reclaman cada una de las paredes de listones de madera. Una colcha

2
Un bandeau es una pedazo de tela que tapa únicamente los senos.
perfectamente hecha recubre un colchón, el borde doblado cuidadosamente
debajo de una almohada a juego. Una sábana suave se desliza fluidamente sobre
la otra. Y en la tercera cama, un trozo de algodón se desploma sobre una masa
de músculos.
Admiro al hombre que está tumbado boca abajo sobre mi colchón, con los
brazos caídos sobre el borde. Tiene el cabello castaño, las pestañas más largas
de la historia y una cicatriz en la espada que llega hasta su hombro. Maldita sea.
Es atractivo. Lástima que su amor no haya sido tan bendecido como su rostro.
Cuando veo su espalda baja, me doy cuenta de que tengo un problema. Unos
pernos de ballesta entintados forman una X en la base de su columna vertebral.
La bilis me sube por la garganta, y mi gusto por él cae en picada.
Mierda. Un cazador furtivo.
Desde el patio trasero, nuestro halcón residente emite un rasposo “kak”. El
ave no puede saber lo que está pasando, pero la llamada de alarma hace que una
oleada de protección suba por mis puños. De todos los viajeros con los que
podría haberme acostado, había elegido a este imbécil.
Algunos cazan furtivamente porque están hambrientos. Este no. Su tatuaje
marca la diferencia, un símbolo de los patanes que acechan a los animales como
oficio, lucrándose con partes valiosas de la fauna.
No mucha gente conoce ese tatuaje secreto, pero yo sí, gracias a Juniper.
Quiero patearle el trasero fuera de mi cama. Quiero patearle tan fuerte que
salga volando de nuestra tierra. Es un forastero, no un inquilino de esta
comunidad, pensándolo bien, todo esto podría ser una coincidencia... o no.
Debido a la especialidad de mi familia, este tipo podría haber venido aquí con
una agenda pero cambió de planes cuando vio mis tetas. Con todos los animales
que hay por estos lares vagando libremente, debo ser demasiado cuidadosa.
Está completamente dormido, así que reviso los bolsillos de su pantalón,
usando una táctica de manos que aprendí de Cove. Luego de eso, me acerco a
la silla y me pongo a hurgar en su mochila. Mi mano busca a tientas, sintiendo
algo largo, con flecos y afilado. Me pongo rígida, reconociendo el tamaño y la
forma. Oh diablos, no.
Saco la pluma azul, cuyos flecos están bañados en el etéreo pigmento negro
azulado del anochecer.
Mi corazón retumba, la Fábula hace eco en mi mente. Y la Alondra dijo,
“Podemos volar por separado, pero que nuestra dirección sea la misma”.
Debo haber dejado la pluma en algún lugar donde este imbécil —como sea
que se llame— la haya notado. Un premio como éste es material de magia en el
otro mundo. Esta pluma es la candidata perfecta para un grueso saco de
monedas, que probablemente resultará en nada, ya que el negociador más
cercano en un radio de tres millas no es conocido por ser un tonto.
Me llevaré mi posesión, muchas gracias. Mientras guardo la pluma en la
atadura que rodea mi pecho, un gemido retumba en la cama. El ruido desaliñado
se suelta como si hubiera estado metido en un frasco, acumulando polvo todo
este tiempo.
Puedo decir algunas cosas sobre los hombres basándome en cómo follan.
Para empezar, este cazador furtivo no tiene ningún porte. Es precipitado, tiene
fuerza y temperamento acumulado, teniendo en cuenta el mordisco de “pasión”
que me dio. Sin mencionar lo que sus movimientos le hicieron a la cabecera de
la cama y su agarre en mis caderas fue como si me viera como una presa
luchando por su libertad. Agarra fuerte, lo que significa que le gusta el control,
entonces se pondrá irritable si trato de salir corriendo. En caso de que esto sea
realmente una casualidad, tengo que engatusarlo, hablarle dulcemente para que
salga de aquí.
Mi látigo está enrollado alrededor en una de las patas de la cama. La agarro
y me la cuelgo del brazo como un accesorio, apoyo una rodilla en el colchón y
me inclino hacia adelante para exponer mi escote. —Por fin —ronroneo—.
¿Tienes un sueño pesado? O eso parece, guapo
El imbécil se sienta y me dirige una sonrisa juguetona por mi pecho. —Vaya,
eres un espectáculo.
—Lamento que te haya tomado tanto tiempo en despertarte, pero tengo malas
noticias, cariño. Parece que estás invadiendo propiedad privada.
—¿Quieres que me vaya ya?
—Soy una chica ocupada —Muevo el látigo y me burlo— . Más vale que te
muevas o tendré que colgarte.
—Eso suena como una amenaza traviesa. Con este tipo de charla obscena, tal
vez me gustaría quedarme unos segundos más.
Las Fábulas lo maldicen. —El primer revolcón fue por diversión, lo que
significa que fue gratis. Los segundos no son baratos.
No me vendo, así que no hablo en serio y me aseguro de que mi sonrisa sea
tímida. Mantener la sencillez es mantener la credibilidad. Las explicaciones
largas hacen que las personas se lo tomen como una ofensa.
Se ríe y se pone en pie, preparándose para recoger sus cosas. Es entonces
cuando la puerta de abajo se abre y se cierra con un clic perceptible. Mi espalda
se pone rígida cuando dos pares de pies se dirigen hacia la habitación y se
detienen en el lado opuesto del umbral.
La primera voz grazna: —¡Lark!
La segunda voz fluye como agua dulce. —¿Lark?
—Por favor, dinos que estás sola.
—Pero si no lo estás, no pasa nada.
—Estoy bien —miento—. Vuelvan a bajar las escaleras. Estaré allí en un
minuto.
Por fuera estoy despreocupada. Pero por dentro, estoy estresada por la pluma
que este cazador furtivo cree haber agarrado.
Hay unos segundos de silencio, seguido de pisadas que se retiran, pisadas
mesuradas.
Hijas de puta. A veces, desearía que no me conocieran tan bien. Habían
captado el tono en mis palabras, lo que significa que esto se va a complicar a
menos que saque a este cazador furtivo de aquí.
—¿Quién demonios eran esas? —pregunta el hombre.
—Es hora de ponerse en marcha, guapo —Sonrío—. Hazlo rápido.
—¿Qué? ¿No hay beso de despedida? Una anfitriona muestra cortesía a sus
amantes, a menos de que no te hayan enseñado modales.
Bueno, entonces así será. Sonrío. —Mi hermana está en la habitación
apuntándote con una ballesta.
Al lado de la ventana del ático —por donde se había arrastrado después de
escabullirse por la cabaña—, una figura menuda y delgada planta su pie en el
alféizar de hierro, sus dedos apoyados en una ballesta. El cabello verde enmarca
el rostro valiente de Juniper, sus capas recogidas en una cola de caballo baja y
un poco ladeada cae sobre su hombro. Su blusa de algodón está metida en una
falda con bolsillos, las mangas cortas revelan un brazalete de hojas de oro que
rodea su brazo.
—Hola —dice Juniper mientras apunta con la ballesta.
—Mi otra hermana acaba de entrar con una lanza —término sin necesidad de
mirar.
—Un placer —saluda Cove, que ha retrocedido y atravesado la puerta del
ático.
Su cabello tan azul como el mar se ondula en un moño sutilmente despeinado,
con uno que otro mechón suelto. Un vestido de muselina envuelve su alta figura,
con un elegante escote que desciende modestamente por la espalda y deja ver
una cadena de oro y un colgante en forma de gota de agua. Tendría el aspecto
de una damisela delicada, si no fuera por la lanza que lleva sutilmente entre los
dedos.
¿Qué puedo decir? La precaución viene de familia.
Mi último error evalúa nuestro trío. Su cerebro debe estar experimentando un
colapso, porque parpadea. La cosa es que mis hermanas y yo no compartimos
linaje, pero tenemos la misma edad, y tenemos otro rasgo en común que los
extraños tienden a mirar embobados. Nuestro iris coincide con las raras
tonalidades de nuestro cabello. El gris pálido de la melena blanca que se
desprende de mi cabeza, el verde nítido y el azul turquesa.
Los colores son inusuales, pero cosas más extrañas se han visto. Cualquiera
que lleve una semana viviendo aquí puede dar fe de ello.
Ambas mujeres se detienen, procesando la escena y a mi invitado. Papá
Thorne llegará pronto a casa, y no suelo traer mi diversión a casa.
Juniper sacude la cabeza. —Lo sabía.
Cove suspira. —Lark, por el amor de Fable.
—¿Qué tenemos aquí? —El imbécil parece impresionado y asume que lo
estamos entreteniendo. La forma coqueta en que habían anunciado su llegada
parecía parte del espectáculo.
Pero como Juniper no sabe reconocer las bromas, mi hermana dirige su
barbilla hacia la túnica del hombre que yace caída en el suelo, y luego hacia él.
—Tú. Vístete.
—Si es tan amable —corrige Cove, las palabras terminan en un delicado
siseo.
Afortunadamente, su ceño fruncido inmediato se calma. —Oye, no me gusta
que me digan lo que tengo que hacer. —Bromea mientras se pasa la túnica por
la cabeza y nos evalua—. Pero sabes, esto tiene sentido. He oído hablar en la
plaza de ustedes tres. Una zorra, una fanfarrona y una solterona. Es un trío que
no me importaría conocer mejor. ¿Cuál es el precio para que los invitados se
cuelen por esas puertas?
Y ahí es donde trazo la línea. —Sigue hablando así de mis hermanas y en un
segundo no tendrás piernas para atravesar ninguna puerta.
Sus ojos se estrechan ante la advertencia. —¿Será eso cierto?
Este idiota está asegurando su muerte intencionalmente. Si todavía no estaba
segura de que él planeó su camino hacia mi cama, lo estoy ahora. Los amantes
nunca tardan tanto en salir de aquí una vez que se corren. Además, si se enteró
de nosotras en la plaza de mercado, debe saber a qué nos dedicamos.
Intentó robar una pluma de valor incalculable. Eso no es todo lo que planeaba
llevarse.
Para acentuar ese punto, el grito del halcón vuelve a sonar desde la parte
trasera.
La cabeza del cazador furtivo se inclina hacia el sonido, y luego dice: —
Ahora que recuerdo, algunos de los lugareños usaron la palabra “extraviadas”.
¿Es cierto que eras una viajera abandonada antes de que tu tutor se apiadara de
ti? ¿Qué hiciste para que te abandonaran tu verdadera familia?
Juniper frunce el ceño, el color escarlata se enciende en las mejillas de Cove,
y la ira patina por mi lengua. —Hemos terminado el uno con el otro, la fiesta
terminó. Lárgate, guapo.
Debería detenerme ahí. Sin embargo, agarro su cartera y se la arrojo al pecho.
Es un movimiento tonto. Lo sé, incluso mientras lo hago. La bolsa golpea sus
pectorales y se abre antes de que pueda agarrarla. Las cosas que estaban adentro
caen al suelo, incluyendo una petaca y un saco de monedas.
La pluma que había agarrado ya no está.
Sus ojos buscan en el suelo, saca la conclusión correcta y camina hacia mí.
Es entonces cuando recuerdo la daga que lleva en la funda de su cinturón. Por
la forma en que brillan sus pupilas, creo que el arma está recién afilada.
Oh, mierda. No quiero que esto se ponga feo, pero con mis hermanas aquí
arriba y un montón de hermosos animales instalados en nuestra tierra, esta
escena se convertirá en eso. Para empezar, no estoy de humor para barrer
cristales y un cadáver del suelo. Se necesitará arena para limpiar el desorden y
costará dinero reparar la ventana.
Contengo un suspiro. Los dedos del hombre se mueven.
Entonces ocurre. Me doy la vuelta para empujar a Juniper, y luego a Cove,
fuera de peligro. Giro y desenredo mi látigo cuando el cazador furtivo saca su
daga. El látigo vuela y se engancha en su brazo, tirando de él hacia un lado y
obligándole a soltar la hoja. Vuela en el aire y se clava en la pared.
Se lanza a por ella mientras mis hermanas se ponen en pie. Juniper y Cove
buscan a tientas sus armas, pero yo abro de una patada la puerta del ático y las
arrojo al pasillo. Con otro empujón de mi tacón, la puerta se cierra de golpe en
sus indignadas caras, y deslizo el cerrojo en su sitio.
El cazador furtivo arranca su daga de la pared y ruge —¡Tú, puta!
Vuelvo a tirar del látigo y hago caer al imbécil. Aúlla y grita por la ventana
como si tuviera amigos cerca. Unas voces masculinas apagadas vuelven a gritar
desde la maleza.
Es hora de irse. Engancho el látigo a un costado de mi cadera, doy la vuelta
y me lanzo por la ventana triangular. Me apresuro hacia la cornisa del balcón,
me meto los dedos en la boca y suelto un silbido penetrante, luego salto la
barandilla.
Whinny Badass, la yegua de nuestra familia, se lanza sobre la tierra y se
detiene bajo el saliente. Salto y me lanzo sobre su lomo. La yegua vuela por la
hierba alta y se eleva por encima de la valla, entre los árboles y hacia los campos
abiertos.
Gritos retumban desde la cabaña y escupen la palabra puta. Mirando por
encima de mi hombro, veo al cazador furtivo zambullirse desde la plataforma.
Otros dos hombres emergen de la espesura, saltando sobre un par de caballos
que aparentemente habían escondido.
Había tenido razón, y algo más. Ese imbécil vino aquí por los animales.
Evidentemente, había traído compañía. Sus secuaces debían estar esperando
a que terminara conmigo para poder atacar a nuestros residentes salvajes
mientras yo dormía por el clímax.
Juniper y Cove salen por la puerta principal y enfunden sus armas, pero los
hombres ya están fuera de alcance.
Se acercan rápido, muy, muy rápido. Bien. Mejor yo que mi familia.
Me doy la vuelta y clavo los talones en el caballo. El viento se precipita a
través de mi cabello, agitado por el viento de una tormenta. La ráfaga arrebata
mi túnica y la abre de par en par, la tela errática y agitada. No puedo guiar a
estos tipos a través del pueblo a menos que quiera que la gente salga herida y
yo sea descubierta.
Al salir de Reverie Hollow, Whinny Badass bordea los alisos y los arbustos
de saúco. El crepúsculo salpica el cielo, la claridad y la oscuridad se unen.
Gritos golpean el aire desde atrás. —¡Atrápenla!
Cabalgo con fuerza, el sudor brota de mis axilas. Los campos abiertos no van
a ocultarme, y los matorrales más densos están demasiado lejos. Con estos me
refiero a los paisajes humanos.
Estos idiotas me atraparán antes. La única opción que tengo es el valle
montañoso de enfrente donde nadie va, no por ningún motivo. Contra el
horizonte, rocas irregulares apuntan con sus colmillos hacia el cielo, mordiendo
la vista, con árboles llenando los huecos y ocultando secretos.
Inclinándome hacia adelante, agarro la crin del caballo y la apremio más
rápido. La cordillera pedregosa se hace más grande, el viento más rápido. La
yegua relincha y se tambalea hacia atrás, sus cascos se deslizan por la tierra.
Joder, ella sabe hacia dónde nos dirigimos.
No es que tenga que preocuparse. Los animales mortales nunca han sido
dañados por nadie más que, bueno, mortales y otros animales.
Me giro. Las figuras se acercan al galope, levantando la tierra a su paso.
Gritan y abuchean cosas que no puedo oír. Podrían haber peleado con mis
hermanas y haber intentado asaltar nuestra propiedad, con un grupo de fauna
valiosa viviendo atrás. Para estos hombres, no soy tan importante.
He aquí el poder de un ego herido.
Entonces, recuerdo la pluma azul que tenía en el pecho. Ese viajero debe
sospechar que tengo la pluma encima. Teniendo en cuenta el origen mágico de
la pluma, no es de extrañar que la quiera tanto como para cargarla. Si me ponen
las manos encima, mi látigo no va a ser suficiente para abatirlos. Lo usarán para
atarme y desgarrar mi bandeau, si es que no me hieren antes.
El corazón me golpea en las costillas. Estaré acorralada en minutos. Puedo
correr a lo largo de la frontera y esperar que haya un hueco alrededor del valle
que dé cabida a la yegua.
O puedo seguir avanzando, hasta donde las crestas se elevan desde el suelo,
con sus escarpados campanarios salpicados de un mural de vegetación barrida
por el viento. Cuanto más me acerco, más alta y ominosa se vuelve la cordillera.
Veo esa frontera misteriosa. Tres árboles están uno al lado del otro. Un
espino, un roble y un fresno.
La Tríada está prohibida. Pero es eso o morir.
La tarde asfixia el cielo, engullendo los restos de malva y maicena. Me arden
los muslos y mis cuchillas traquetean. Le canto al caballo en los oídos y pierdo
la noción de los minutos.
No tengo elección. No tengo elección. No tengo elección.
Grito. La yegua acelera, lanzándose a través de la naturaleza.
Directo a Faerie.
Capitulo 2
Vivimos en un continente llamado Las Fábulas Oscuras. Está dividido en tres
países de lúgubre encanto: las Heladas del Norte, los Mares del Sur y el País
Medio. Elfos, dragones y una variedad de vida salvaje mística llenan estas
tierras hasta el borde. Al tener orígenes sobrenaturales, los mágicos se creen
demasiado buenos para nosotros, a los humanos nos consideran sus peones.
Tonterías. Pero es la realidad.
Aquí en el País Medio ¿Las hadas prosperan?
Reverie Hollow comparte su paisaje rural con un grupo vicioso de los
mágicos. Nuestra aldea es un terreno asentado, frente a un montón de
acantilados, con un montón de cursos de agua corriendo a través de ella.
La Montaña Solitaria.
El Bosque Solitario.
El Abismo Solitario.
Tres dominios custodiados por la Tríada de las Hadas. Sin embargo, la línea
divisoria de espino, roble y fresno no es impenetrable. Esa es la ironía. Así que
entra si te atreves a romper las reglas, si tienes ganas de sacrificarte a los
caprichos de los Faes. Si eso es lo tuyo, no te desanimarán.
Simplemente no esperes salir.
No puedo pensar en eso ahora, o perderé la cena. Saltando hacia adelante,
mis ojos se mueven rápidamente, buscando un hueco en el terreno.
Nada. Ni una maldita cosa.
La carretera se estrecha hacia una pared de rocas cubiertas de filigranas de
verde y arboles amenazantes que se agrupan. Aparte de la Tríada, la vista parece
normal, como cualquier escena de montaña. Eso es lo que más me asusta: que
lo que hay dentro quede oculto.
Los cazadores furtivos ganan velocidad. Whinny Badass protesta,
resistiéndose a nuestra dirección. Le hablo rápidamente, acaricio su brillante
lomo y espero que confíe en mí tanto como yo confío en ella.
En el momento en que ella se rinde, clavo mis talones en el suelo.
Avanzamos, mi cabello y su melena se agitan mientras la Tríada se acerca y se
hace más grande. El espino, el roble y el fresno son centinelas, borrando el reino
más allá.
Atravesamos.
Las ramas crujen. Deja el siseo fuera del camino. El crepúsculo se desvanece
como un truco de magia.
El camino de tierra brota en altas astillas de hierba. Corremos por un camino
sinuoso, la ruta se curva tan severamente que casi hace tropezar al caballo y me
hace caer. Me tambaleo hacia los lados, pero me mantengo erguida.
El mundo pasa rápidamente, los mantos de colores pasan demasiado rápido
para distinguirlos. La yegua se impulsa a sí misma a través del suelo y las raíces
expuestas, echándose hacia atrás cuando llegamos a un callejón sin salida de
zarzas.
Estoy vestida con mis bragas, empapada en sudor y arena. Jadeando con
fuerza, mis pechos bombean contra el escaso cinto que los rodea.
Demasiadas cosas me asaltan a la vez: el aleteo agudo de las alas, el destello
de las plumas de color azafrán y un chillido aéreo. Silbante, escaneo el área.
Nos hemos adentrado en una especie de margen donde convergen la montaña,
el bosque y lo profundo. El entorno se inclina a ambos lados de nosotros y forma
un desfiladero, el pie de la montaña se cruza con el bosque del valle y un
manantial que serpentea entre los árboles.
Busco a tientas las riendas, luchando para mantener estable a la yegua. La
oscuridad se derrama a través del dosel, las sombras no son completamente
azules, ni completamente negras. Bulbos dorados nadan entre los helechos…
¿luciérnagas?
Mientras giro para seguir el sonido de otro graznido de ave, mi brazo choca
contra una de las bombillas. El contacto abrasador me arranca un grito bajo, mi
piel chisporrotea como si me hubiera frotado los codos con un atizador caliente.
¿Me lo estoy imaginando, o la luciérnaga se ríe de mí?
Miro los puntos flotantes, pero revolotean demasiado rápido y comienzan a
cerrarse. El relincho de Whinny Badass me obliga a retroceder. Más gritos
mientras se dispersan, saltando más hacia el entramado de las sombras.
Veo un hueco en uno de los altos setos, una ranura afortunada entre el callejón
sin salida y la pendiente. Balanceando mis piernas, me dejo caer al suelo y corro
a la yegua por el hueco, la vegetación temblando audiblemente por nuestra
intrusión, la maleza libera una melodía siniestra que vibra en el aire. Ese tintineo
hará que sea difícil escondernos a las dos en silencio, especialmente con el
tamaño de la yegua.
Al menos la brecha nos queda lo suficientemente bien densa para actuar como
un escudo. Mis cazadores saben que tengo pocas opciones para ocultar la
belleza equina. Pero en este lugar, lo comprobarán solo hasta cierto punto, se
aventurarán solo hasta cierto lugar.
Las enredaderas se escabullen entre los árboles relucientes y torcidos.
Esperaba matices perversamente ricos, no está colisión de penumbra y
resplandor. El perímetro es una malla de marrones, almíbar, verdes y azules.
Me agacho en la penumbra, mis fosas nasales inhalan el rancio olor del
caballo y algo extraño, demasiado maduro y metálico, como ciruelas mezcladas
con veneno.
Whinny Badass golpea su áspera cola en mi cara. Está ansiosa y se mueve,
perturbando a los vástagos.
—Shh, cariño —le susurro—. Si logran pasar, patea sus traseros.
No es el consejo más sabio. Si los cazadores furtivos comerciales me
acorralan, no habrá lugar para esquivar al caballo cuando los golpee. Ella no me
lastimaría a propósito, pero seguramente quedaría atrapada en medio.
El problema es que ya no se sabe si los cazadores furtivos son la amenaza o
si me he metido en un destino más letal. Me doblo en el espacio, mis botas se
hunden en un montón de lodo. Cuando trago, es lo más fuerte que he escuchado.
Me golpea de verdad. Soy una mortal perdida en Faerie.
Y no estoy sola.
El caballo gruñe. Mis oídos se animan cuando una melodía revolotea a través
de lo salvaje, llenando mi sangre de pavor. Es el engañoso temblor de una flauta,
seguido del sensual zumbido de un violonchelo y luego el desconcertante
pellizco de un arpa.
Reconozco cada instrumento del Libro de las Fábulas, la música del cielo, el
bosque y el río entrelazándose. La colisión de notas suena elegante, traviesa y
venenosa.
El glamour se usa para confundirnos. Según las Fábulas y los horrores que
he presenciado a lo largo de los años, esto sucede de varias maneras. Una forma
es a través de la música. Los sonidos de sus instrumentos tienen el poder de
recorrer distancias imposibles transportadas por el aire, las plantas o el agua.
Las notas de la flauta se deslizan por mis pantorrillas y las separan poco a
poco. Asimismo, siento un tirón en mi conciencia que no mantiene su control.
Con un gruñido, cierro mis piernas. La melodía se detiene.
Sin embargo, el peso de una presencia física crece, acompañado de una risa
amenazadora, aserrada en los bordes. Mis dedos trazan las cerdas de mi látigo.
Me azoto la cabeza de un lado a otro, buscando un intruso en este lugar.
Los gruñidos cortan la misteriosa risa. El eco de maldiciones y cascos resuena
a través de la naturaleza, procedente de fuera de la frontera. Curioso, ya que no
debería poder escuchar a los cazadores furtivos desde esta distancia. No, a
menos que tengan las pelotas para cruzar la Tríada.
Los caballos repiquetean de un lado a otro en las afueras. El cazador furtivo
al que me he tirado no parece ser muy comedido, ya que su polla no ha
localizado mi punto dulce, pero tiene que ser lo suficientemente inteligente
como para no seguirme adentro. ¡Tiene que serlo!
El idiota lo deletrea. —Voy a matar a esa puta.
—Olvídala —escupe otro—. No voy a entrar allí por los gustos de una moza.
—Fables3 —gruñe el tercero—. ¿Viste eso?
El viento aúlla, las raíces se agrietan y el arroyo sisea con vapor. Los ruidos
convergen y se entrelazan hacia el límite. Mis perseguidores hablan bajo y
rápido, sus voces se estremecen hasta los huesos. Un idiota miserable despotrica
sobre ser atrapado por ellos y cómo esto no vale la pena y mucho menos que le
corten su pene con magia negra para luego callarse.
Un momento a otro se escuchan quejidos. Los hombres gritan como nunca
antes había oído a los hombres gritar, gritos ensordecedores que podrían
despellejar la piel de una vaca. Me pica la piel. Me agacho, mis rodillas tiemblan
en el lodo, mis ojos muy abiertos en el suelo mientras los lamentos se
superponen.
Las monturas salen en estampida del perímetro, los golpes de sus cascos
disminuyen gradualmente. Una vez que se han ido, un silencio desciende sobre
la naturaleza.
Pase lo que pase ahí fuera, a mis perseguidores les dio un caso severo de
escalofríos. No serían los primeros; si no estaban hechizados para entrar sin
autorización, otros vagabundos que se aventuraron cerca de La Tríada nunca se
recuperaron. Su única gracia salvadora fue no cruzar la frontera. Aun así,
algunos se fueron con cabello fantasmal, mientras que otros se quedaron ciegos
o mudos.

3 3
Fables significa fabulas en español; cuando dicen la expresión en ingles están maldiciendo o están
sorprendidos de algo; es como decir en español: santa mierda.
La retirada de los cazadores furtivos lo dice todo. Se están marchando de este
pueblo y no volverán, lo que significa que nuestros animales están a salvo.
Me desplomo y luego me pongo rígida. Vuelve la alegría diabólica,
deslizándose por los baúles y acechando a través de la espesura.
Cuidado, pequeña humana. Ten mucho cuidado ahora.
Las palabras susurran por mi espalda. Una de mis palmas se aplana contra el
suelo como apoyo, en caso de que me caiga. Mi otra mano se sujeta sobre mi
boca temblorosa, el ácido sube por mi garganta.
Un pequeño corte atraviesa los arbustos. Me arrastro hacia la grieta y
entrecierro los ojos.
El afluente del manantial se abre paso entre los helechos, el brillo del agua es
impermeable a la oscuridad, la superficie burbujeante es tan radiante que
mirarla demasiado tiempo hace que me duelan los ojos. Aunque no parece
molestarlos. Tres siluetas parecidas a humanos se esconden alrededor de los
troncos de los árboles, cazando en medio de las colinas.
Desvió mi mirada.
Espero. Espero. Y espero.
Por fin, escucho que las siluetas retroceden hacia las profundidades. Mi pulso
late a un ritmo desagradable. Cuando miro y no veo señales de las figuras, salgo
del hueco y choco contra dos cuerpos.
Nos tambaleamos hacia atrás, nuestros aullidos atravesando el paisaje. Un
segundo, dos segundos, tres segundos. Luego nos damos un abrazo.
Mis hermanas y yo jadeamos, nuestras voces se superponen con "¿Estás
bien?" y "¿Estás herida?" y "¿Estás loca?"
Alejándome, apresuro mis palmas sobre sus mejillas, pero Juniper me
rechaza. Su voz enérgica y amanerada podía atravesar la madera. —No tienes
sentido de la prevención. ¿Creíste que no te seguiríamos?
Cove prepara su lanza, con sus agitados mechones de cabello azul verdoso.
—Atamos al albino de papá fuera de la frontera, luego hicimos el resto del
camino a pie —jadea, su siseo es más pronunciado cuando está nerviosa.
—Dejaste un rastro evidente. —Juniper aprieta su ballesta, un conjunto de
flechas colgadas sobre su hombro—. No te preocupes por nosotras, pero
deberías haber pensado en ocultar tus huellas. Ya me encargué de ellas, de nada.
Nadie es perfecto. Tenía prisa.
Mi objetivo al dirigir la persecución era protegerlas, no atraerlas a un destino
peor. Juniper y Cove tienen la habilidad de no escuchar. Eso también viene de
familia.
—Son idiotas —digo.
Juniper intenta sonreír más allá del miedo. —Aprendimos de los mejores.
Ojalá tuviéramos tiempo para reírnos de eso. Abro la boca, pero un chasquido
de una rama corta mi advertencia. Nos damos la vuelta, poniéndonos de
espaldas unas a las otras formando un círculo. Mi látigo está levantado y las
armas de mis hermanas listas para atacar. No he venido hasta acá para que
terminaran metidas en esto, pero sé cómo funciona mi familia. Conozco el ruido
que hacemos: son tres sonidos y uno solo a la vez.
Reforzamos nuestras defensas, pero, ¿a quién engañamos? En el instante en
que una ficción negra pasa por nuestra periferia, nos desarmamos. Uniendo los
dedos, nos subimos por la pendiente, donde nos acurrucamos detrás de un tejo,
cuyo tronco es tan ancho como el culo de un troll.
Las luciérnagas fundidas regresan, varias de ellas a punto de chamuscar el
cabello de Juniper. Ella les da un manotazo, luego da un grito de sorpresa por
la quemadura, lo que hace que Cove chille. Acurrucada entre ellas, muevo mis
brazos hacia los lados, mis palmas golpeando sus bocas.
Nos congelamos. El terror se nota en sus rostros.
Unas alas se abren de un gran golpe, la brisa agita un conjunto de plumas.
Los cascos acechan en la espesura. Eso no es un paso de caballo. Apostaría
mi látigo a que no. ¿Quizás un ciervo? Pero, ¿qué ciervo tiene solo dos pezuñas?
Por último, un violento golpe de agua brota de ese manantial cegador.
¿Cómo se las arregla esta conmoción para sonar elegante, depravada y vil a
la vez?
Cada brecha en el silencio nos hace temblar. Me fijo en los grandes ojos
verdes de Juniper, luego en los llorosos de Cove. Espero otra invasión de la
música, pero no llega, ni la risa de antes.
Se necesita una eternidad para que los ruidos disminuyan. Finalmente, me
alejo de mis hermanas. A la cuenta de tres, nos tambaleamos por la pendiente y
regresamos al callejón sin salida para recoger a Whinny Badass. Gracias a
Fable, la pluma azul se acomoda a salvo dentro de mi ropa interior.
Mientras salimos corriendo de allí, una corriente de aire recorre mi columna
vertebral. Siento algo rozar mi espalda, un par de ojos brillantes que miran desde
una posición invisible.
Capitulo 3
Cuanto más oscuro se vuelve, más brillantes son las estrellas. A medida que
las horas pasan, el azul somnoliento brilla en el cielo. Bajamos los escalones
de la puerta trasera, nuestros camisones transparentes se inflan, a punto de
emprender vuelo. Si tuviéramos alas, me pregunto cuál de nosotras volaría
más alto, más rápido y más lejos.
Mis hermanas y yo correteamos por la hierba como lo hemos hecho desde
que éramos pequeñas, llevando linternas que se mueven con el fuego. Es tarde,
casi medianoche. Juniper avanza hacia el corral donde un cervatillo abandonado
se enrolla de frio, mueve su cola cuando mi hermana se acerca y ella peina su
pelaje manchado y le susurra cositas secretas.
Cove avanza de puntillas hacia el estanque donde una brillante serpiente de
agua zigzaguea a través de las ondas. Esta raza de serpiente es originaria del
País Medio; los cazadores furtivos que habían codiciado sus escamas de mármol
marrón habían destripado a la familia del reptil. No mucho después, Cove había
encontrado herido al único superviviente.
La serpiente disfruta de su juego; chapotea y da un golpe con su cola,
mojando el camisón de Cove.
Me dirijo al aviario improvisado. En la base de un árbol, dejo mi linterna y el
látigo, mantener mi arma cerca se siente necesario después de hoy. Subo por la
escalera, colocando cada pie en un peldaño. Una vez dentro, las hojas cubren
todo el lugar, una docena de jaulas y nidos cuelgan de las ramas, las puertas se
abren permanentemente para que sus habitantes puedan entrar y salir volando,
siempre que quieran. Hasta que puedan regresar a su hábitat, la red que coloqué
en las vigas los protege de los depredadores.
Un estornino monta en un columpio cerca de uno de los embudos de alpiste.
Me alegra ver que su ala rota se ha curado. Está lista para ser liberada.
Encima de ella, el halcón aristocrático residente está en vigilia. Eso es
defensivo, no se equivoquen. Los cazadores furtivos lo robaron de un terreno
periférico el año pasado, y el trauma influyó en el sentido de confianza del ave
en los humanos.
Eso es lo que pasa con nuestra casa. Es un refugio para animales callejeros,
huérfanos y heridos. Mi familia ha rescatado demasiadas criaturas para
contarlas, dándoles un hogar en el Santuario del Atardecer de Fable.
En lo alto de una de las ramas, me acomodo y silbo. Un tordo ermitaño
revolotea sobre mi muslo y silba en respuesta, y comenzamos una melodía.
Después, me escabullo por el árbol, agarro mi linterna y doy un azote. Más
profundo en el santuario, un carro cerrado permanece bajo un sauce. Zarcillos
de hojas verdes cuelgan de las ramas y rodean el vehículo ovalado, la pintura
verde azulada descolorida recubre el exterior de la caravana, recordándome a
un antiguo joyero apoyado sobre ruedas.
Subo los escalones de hierro y cruzo la puerta, dejando mi luz y mi arma
sobre la alfombra. La llama ilumina un tesoro de juguetes astillados y rayados.
Una pila de estantes a lo largo de la parte trasera muestra un laberinto de piedra;
un juego de mesa en el bosque, piezas en forma de mapaches y ardillas; y una
pecera de cristal.
Los disfraces cuelgan. Una máscara de búho y un par de alas de polilla. Una
corona con astas de ciervo, un hocico de zorro y un manto de púas de
puercoespín. Una cola de caballito de mar y una de serpiente con lengua
bifurcada.
Normalmente, este vagón ofrece comodidad. No tuve tanta suerte esta noche.
Todavía escucho esa flauta y siento esos ojos misteriosos sobre mí.
Necesito deshacerme de la carga. Necesito hacer algo que me haga cosquillas.
Cuando Cove se desliza dentro de la carreta, me cohíbo. Sin embargo, cuando
Juniper sube las escaleras, su rostro muestra reproche, se avecina una serie de
quejidos sobre lo que ocurrió esta noche, le cierro las cortinas en la cara. Cove
ahoga una risa y resoplo.
Cove es estatura pequeña, mientras que yo soy de altura media, pero las cortas
piernas de Juniper hacen que no tenga que agacharse para entrar por la puerta
hecha de hojas. Ella entra pisando fuerte y me golpea el hombro mientras le doy
besos apresurados en su mejilla, aplastando su cara hasta que parece una
esponja.
Mis hermanas colocan sus linternas junto a la mía y nos acomodamos con las
piernas cruzadas alrededor del fuego iluminado por velas. Cuando Juniper no
lleva un arma, tiene una enciclopedia en las manos. Efectivamente, saca unas
gafas de lectura del bolsillo de su camisón, coge un libro de la pila que hay en
el suelo y lo hojea. —Dilo otra vez…
—Vamos a recitar nuestra fábula favorita —le sugiero.
Juniper cierra el libro de golpe. —No. No te atrevas, Lark —Se vuelve hacia
nuestra hermana mientras me hace un gesto—. Cove, díselo.
—No tenemos una fábula favorita —dice Cove.
—No es lo que quise decir —Juniper se eriza, luego me mira con el ceño
fruncido, sus ojos se entrecierran a través de los lentes torcidos en su nariz—.
Este no es el momento apropiado para una distracción.
—Nunca estás de humor para una distracción —digo—. ¿Qué son unos
minutos perdidos? Te lo prometo, serás la única hermana en predecir nuestro
destino. Nadie en este vagón tendrá las respuestas antes que tú, así que aflójate
las bragas.
—Eso me molesta.
—Para ser justas, te molesta cualquiera que sea más inteligente que tú —le
recuerda Cove.
—Elige las diversiones con prudencia, no sea que conduzcan a la caída —
dice Juniper, citando una lección de una de las Fábulas, creo que es El zorro y
el Fae, antes de pasar a La Caza del Ciervo—. La inteligencia es aliada de la
intención y enemiga del letargo.
—¿Qué tal si voy primero? —Me aclaro la garganta—. Bajo las estrellas
feroces...
Una almohada me golpea en el pico. —¿Podrías dejar de distraerte? —
Juniper se queja de mi maldición, demasiado exasperada para ajustarse las gafas
torcidas—. Tienes que tomarte esto en serio.
—¿Eso crees? —Me quejo, frotándome la nariz—. ¿A diferencia de la
diversión que estaba teniendo mientras galopaba por mi puta vida?
Cove suspira. —Un día, haré que dejes de maldecir.
—Un día, haré que lo empieces.
—Lark —Ella pone su mano sobre mi muslo—. No fue tu culpa.
Un nudo se congela en mi garganta. Me doy la vuelta antes de que vean lo
que me hacen esas palabras.
Si no hubiera elegido al compañero de cama equivocado. Si hubiera hallado
una mejor dirección para guiarlo a él y a sus compinches. Si no hubiera entrado
ilegalmente en Faerie. Si no hubiera puesto en peligro a mis hermanas.
Podríamos ser las primeros mortales en cruzar esa frontera y luego salir. Pero
nadie entra a Faerie sin ser detectado.
Antes, cuando regresamos a casa, nos habíamos metido en mi cama. Les
susurré, contándoles todo lo que oí y vi en el bosque antes de que llegaran.
Juniper me había hecho repetirlo una docena de veces, luego se sumergió en
uno de sus libros, tratando de descifrar en qué tipo de lío estamos.
Cuando Juniper no pudo obtener una sola pista, ya que ningún ser humano
ha regresado del salvaje solitario, arrojó el tomo al otro lado del ático. Mi
hermana se enorgullece de ser una sabelotodo y no puede manejar los cabos
sueltos ni hacer nada mal.
Lo que sí sabemos es simple —y no tan simple— sobre las Hadas que reinan
en el País Medio. Lejos de este pueblo residen las Cortes de Flora, Soles,
Cosecha y Lunas. Más cerca de Reverie Hollow viven los Fae Solitarios, que
hace mucho tiempo reclamaron esa región rural. Sin intereses en la política de
los distantes Tribunales Seelie y Unseelie, los Fae Solitarios pasan sus vidas
independientes de los reinos.
No obstante, todas las hadas tienen objetivos similares cuando se trata de
humanos. Como seres no mágicos, hemos sido juzgados como la especie menor
durante eones de años. Esos monstruos creen que solo somos buenos para la
diversión o la servidumbre. Y si no es eso, están entrando en nuestra aldea sin
ser detectados, con un glamour para parecerse a nosotros, o están manipulando
los elementos para causar estragos en nuestras vidas, o están atrayendo a los
mortales a sus reinos, quién sabe para qué fin.
Luego vino el levantamiento. Lo llamamos La Trampa.
Hace nueve años, los juegos populares pasaron factura a los campesinos,
granjeros y comerciantes de Hollow. Hartos de ser aterrorizados, los aldeanos
enfurecidos se armaron e invadieron el dominio de los Solitarios.
Aquí está la esencia. Los aldeanos no fueron tras las Hadas.
Fueron tras la vida salvaje.
La fauna mística de Faerie le da al paisaje su fuerza vital. Sin ellos, la
Montaña Solitaria, el Bosque y el Abismo se deteriorarían. Y sin la tierra, los
Fae se debilitarían. Eventualmente, se desvanecerían por completo.
Dado que los humanos no tienen el poder de luchar contra los Fae, capturar
a los animales fue una táctica indirecta. Los aldeanos se adentraron en la
naturaleza al amanecer con espadas de hierro, flechas, trincheras, trampas y
jaulas. Nuestro herrero incluso había inventado una red hecha con trozos de
hierro.
Se apoderaron de manadas de animales salvajes mientras la gente dormía, el
hierro debilitó a esas criaturas hasta el punto de que no podían defenderse.
Mucha de la fauna fue asesinada, considerada una plaga como la de sus
parientes. Siempre que pienso en eso, la vergüenza se cierne en mi estómago.
Por supuesto, un puñado de Faes se despertó por la conmoción y la
indignación, empeñados en salvar su fauna. La ira tiende a fortalecer la fuerza
de voluntad y hace que los golpes sean más eficaces. Hubo una pelea, que
condujo a un derramamiento de sangre, que resultó en cuellos y cráneos rotos.
Por una fuerza de convicción y su mejor aliado el hierro, los aldeanos molestos
lograron capturar a los rescatadores Fae y luego los masacraron.
Todos menos tres.
Según cuenta la historia, escaparon, recuperando a los pocos animales
supervivientes y regresaron a sus tierras. Después de eso, los Fae restantes
nombraron a este infame trío monarcas de la naturaleza solitaria: gobernantes
del cielo, el bosque y el río.
Al final, La Trampa fracasó. Desde entonces, los Solitarios han jurado
venganza eterna. Los de su clase nos atacan con más rencor que antes. Sabemos
esto por los mensajes que dejaron: grabándolo en el cuero cabelludo, marcas en
el pecho de los humanos, mensajes en las ventanas, símbolos en los troncos de
los árboles o dejando sorpresas en los pozos de agua.
Cuidado con el viento, las raíces, el agua.
Lo desconocido es aterrador. No podemos decir qué les sucede a los mortales
después de haber sido atraídos hacia Faerie. Además, nadie sabe quién será el
próximo.
¿Si un plebeyo pasa por la Tríada sin ser invitado? Bueno, eso es igual de
fatal.
Mis hermanas y yo no deberíamos estar vivas. Eso no significa que estemos
a salvo.
Una mano ahueca mi mandíbula. La mirada azul de Cove me traga por
completo. —No fue tu culpa —repite—. No fue culpa de nadie.
Otro cuerpo se desliza más cerca hasta que estamos atadas juntas, una al lado
de la otra. —No nos obligaste a ir tras de ti —dice Juniper—. ¿Me escuchas?
Las escucho a ambas. Y yo habría hecho lo mismo, si hubiera sido una de
ellas. Me habría adentrado en ese desierto sin pensarlo dos veces.
Esta es la dulce y salada verdad. No amo nada tanto como amo a mi familia:
hermanas, padre y animales por igual.
Además, a una cara traidora que parece que no puedo dejar ir: la fuente de
esa pluma azul.
Nos separamos, las linternas dibujan nuestras figuras en las paredes curvas
del vagón. Juniper se da la vuelta para dejar el libro en el suelo, la tela
transparente de su camisón se estira. Un tatuaje de flechas de ballesta que
forman una X se asoma a través del material, una reliquia de su infancia.
La voz de Juniper recuerda a las fogatas encendidas: vivaz, llena de humo y
ajetreada. —Bien —dice ella—. Pospondré los planes de contingencia durante
los próximos siete minutos.
Cove chilla —Yo voto que pasemos esos siete minutos maldiciendo a ese
bastardo por enfurecer a Lark.
Recuerdo como mi látigo azotó a ese cazador furtivo. —Pagó bien. Después
de conseguir lo que quería. Amante pésimo, si es que alguna vez hubo uno.
Una ola rosada emerge en las mejillas de Cove. —¿Fue gentil?
Cuando le doy una mirada de fastidio, ella me dice:
—¿Fuiste tú amable?
—¿Por quién me tomas?
—Eso es primordial—declara Juniper—. Cada vez que miras a un hombre, o
le quitas la virginidad o lo resucitas.
—Por el bien de Fables. —Cove apunta a su pecho—. Hermana. Siéntate
aquí.
Le doy una patada en el tobillo en broma. —Algún día, un tipo irresistible te
tomará por sorpresa. No puedo esperar hasta que llegue tu momento.
—Estoy perfectamente bien haciéndote esperar. Y no quiero escuchar una
palabra más —ella se tapa los oídos—. No quiero escucharlo.
Lalalalalalalalalalala.
Nuestras risas se apagan rápidamente. Cove mira la luz de las estrellas que se
filtran a través de la ventanilla del carro. Su lengua ceceante se desliza sobre sí
misma mientras toma nuestras manos. —Lo que sea que le pase a una de
nosotras, nos pasa a todas.
—Juntas —Juniper asiente con un movimiento de cabeza.
—Todo o nada —digo—. Entonces, ¿qué tal una fábula?
Juniper elige la primera que leímos, cuando Papá Thorne nos estaba
enseñando a leer. Nos movemos hacia las llamas, nuestras voces atravesando el
espacio.
“Bajo las estrellas feroces, en las llanuras rurales del País Medio, hay
oscuridad y luz al mismo tiempo”, comienza Juniper.
“Bajo las estrellas feroces”, continúa Cove, “los cuentos místicos flotan por
el cielo, se arraigan en el bosque y nadan en el río”.
"Bajo las estrellas feroces, las crestas se elevan, y el bosque se ríe, y las
aguas braman", narro. “Bajo las estrellas feroces, un búho se cruzó con una
alondra. Y la Alondra dijo…” Mi mente tartamudea. "Y la Alondra dijo..."
Por el amor de Dios, no puedo recordar la siguiente maldita línea. ¿Cómo es
posible, si la he tartamudeado hace horas?
Cove está a punto de intervenir cuando Juniper la detiene para dejarme
resolverlo. Mientras discuten, me levanto y camino, pensando, pensando.
—Juniper, ¿te importaría mostrar piedad por una vez? —Cove suplica—.
Déjame ayudarla. Una mera pista es lo que necesita.
—No funciona de esa manera —Juniper agarra uno de sus libros del suelo y
le da una fuerte sacudida para enfatizarlo, sus anteojos se contraen—. Las
Fábulas deben recitarse suavemente y sin preámbulos, para que tengan el
impacto más completo. Lo sabrías si hubieras estudiado La naturaleza de la
narración de Fábulas y hadas: una historia muy concisa y muy anotada. Lo he
leído dos veces.
—En ese caso, puedes leer mi dedo medio tantas veces como quieras.
—Qué pintoresco. Maldecir sin hacerlo realmente.
—No tuve que estudiar ese libro. Me lo repetiste todo cuando sufría de la
fiebre de la cosecha.
—¿Estabas realmente escuchando cuando lo leí?
—Fanfarrona.
—Holgazana.
—Fables eternas. —Me río entre dientes mientras me pavoneo hacia la
puerta, abro la pequeña ventana y dejo que la inquieta noche me despeine el
cabello—. Dejen de parlotear y déjenme pensar.
Sin embargo, no puedo pensar. Mis hermanas siguen discutiendo, pero ya no
hablan en serio porque se han puesto a reír. En cualquier momento, estarán
dando vueltas, dándose manotazos en broma.
Normalmente, me uniría a ellas. Pero nunca me ha costado recordar esta
fábula. Se llama “Un búho se encuentra con una alondra” y trata de cómo las
hadas encuentran a sus parejas, lo que ocurre cuando están unidas por una fuerza
de la naturaleza o...
He olvidado la segunda forma. Creo que tiene algo que ver con los besos.
En cualquier caso, improviso. —Veamos —digo, hablándole a los árboles y
a las estrellas—. Y la Alondra dijo: “¿Alguien puede arrebatar a estos dos para
que yo pueda descansar?”.
Eso hace callar a mis hermanas. Las hace callar tan rápido que me río. Me
doy la vuelta y bromeo. —Sabía que un día de estos las dejaría sin palabras.
Dejo de bromear y parpadeo hacia el pavimento donde deberían estar mis
hermanas.
Pero ya no están.
Capitulo 4
He visto trucos de magia. He visto esos trucos realizados en hogueras y
festivales, en mercados, fiestas y asambleas en la ciudad. He visto bromas entre
borrachos y niños mocosos. También he sido bromista.
Y definitivamente he jugado a desaparecer con papá cada vez que me
prohibía ir a algún sitio. Una vez lo hice y nunca olvidé lo que pasó después.
Pero nunca he visto un truco de magia, ni una broma, ni un acto de
desaparición que me haya paralizado el corazón. Nunca he perdido el aliento
por una broma, porque esas bromas no tenían mala intención, porque no eran
reales.
Esto es real. Esto significa un puñal.
Me lanzo a través del vagón, derrapando hasta donde estaban mis hermanas
hace un segundo. No hay nada más que aire fresco y mi sombra deslizándose
por el suelo.
Ruedo en una dirección. —¿Juniper?
Giro hacia el otro lado. —¿Cove?
Si hoy hubiera sido un día normal, estaría llamando tratando de encontrarlas.
Estaría hurgando en la caravana, sabiendo que es un juego, y lo sé. Jugamos al
escondite, sin preocuparnos por ser demasiado viejas para la fantasía. Yo
pondría mi voz en un tono de duende y las acecharía, esperando atraparlas.
Pero hoy no ha sido un día normal. Y mis hermanas no se han ido porque
quieren.
Recuerdo el páramo de los Fae y esos ojos ocultos que se deleitaban justo en
mí.
Un vendaval entra por la ventana, abriendo la puerta de par en par y apagando
las linternas. Tomo un taburete que hay en un rincón y caigo de golpe, mis
manos tiemblan y estoy sudando, mientras intento recordar que ha pasado. Las
llamas comienzan a apagarse lentamente.
Otro aullido del viento entra en el vehículo, abriéndose paso por debajo de
mi camisón. Dejo caer las herramientas del polvorín. Bajo el material
transparente, un toque invisible me roza los muslos y me pone la piel de gallina.
Aparte de cuando estoy en la naturaleza, esta intrusión juguetona ha ocurrido
en otros momentos aleatorios de mi vida.
Me pongo la prenda en su sitio de un tirón y me levanto de un salto, con la
voz enfurecida. —¡Juniper! ¡Cove!
¿Por qué no están chillando? ¿Por qué no se ríen? ¿Por qué no están
bromeando?
¿Por qué no están aquí? ¡Acaban de estar aquí!
Salgan. Salgan, ahora. Salgan, salgan, salgan.
¿Se los estoy pidiendo yo? ¿O alguien lo hace por mí?
Las preguntas no formuladas se enroscan como espinas. Una de esas voces
se adentra en mi cabeza, suplicando y persuadiendo.
Hay algo aquí. Alguien está aquí.
Ese algo, ese alguien, está tocando música. Las notas de una flauta se
adentran en el vagón, montando un manto de aire y jugueteando alrededor de
mis brazos. Recuerdo esta melodía engañosa. Me dispongo a maldecirla, pero
el sensual ritmo se desvanece con la misma rapidez que mis hermanas.
El viento golpea todo lo que está a la vista. Los disfraces salen volando, los
juguetes se caen de las estanterías y los farolillos se vuelcan.
Una sombra alada atraviesa la alfombra. Me desvío hacia la puerta, donde un
búho se lanza al interior y aletea frenéticamente por las paredes, luego me rodea.
La alejo de un manotazo, y la lechuza sale disparada hacia la noche, con sus
alas batiendo en el cielo.
Tomo el látigo del suelo y salgo corriendo del vagón. Al bajar los escalones,
me detengo en la hierba y miro boquiabierta, con los mechones de cabello
golpeando mis mejillas. Una corriente de aire sacude el sauce y más allá, las
ramas graznan, las ramas se enredan.
Entrecierro los ojos para ver a la rapaz que atraviesa la arboleda, con los
cuchillos de sus alas cortando el dosel. Hay algo espeluznante en su forma de
volar.
No es un pájaro mortal.
Se adentra en la espesura detrás de la caravana. Corro detrás de él, tan rápido
como puedo y mientras lo hago visualizo las pulidas gafas de Juniper y la
sonrisa ruborizada de Cove. Mi pulso se acelera mientras atravieso los arbustos,
siguiendo el ulular del ave. Me meto en un pequeño recinto de setos y casi choco
contra el búho.
Se abalanza sobre mi pecho y me obliga a agacharme. Al enderezarme, grito
cuando se dirige de nuevo hacia mí, golpeando sus plumas contra mi cara.
Apartando mi rostro de la criatura, agarro mi látigo y doy un hábil golpe. Es un
señuelo, la cuerda va hacia el búho pero no lo golpea, lo que hace que el animal
retroceda.
Preparo mi arma y me enfrento a la rapaz que se cierne sobre mí. Es un búho
hábil. Mis ojos tropiezan con el incandescente plumaje de bronce del animal,
con los mechones de las orejas que se elevan más de lo que es físicamente
posible para su raza —su longitud rivaliza con la de una espada— y con la
cuenca hueca donde debería estar su ojo izquierdo.
El búho se desgañita lanzando otro siniestro graznido. Mis dedos aprietan el
látigo.
—Yo no lo provocaría —dice una voz.
Mi espalda se tensa. Mi mirada se dirige hacia la fuente y explora el
bosquecillo vacío.
Pero hay alguien aquí. Alguien con un timbre masculino que revolotea en el
espacio, su tono es ligero y astuto.
El búho se sacude. Mi látigo golpea hacia el pájaro, manteniéndolo a raya.
La voz de la brisa habla. —Tendremos que hacer algo con ese valor tuyo.
Siseo en ninguna dirección en particular. —¿Quién eres tú?
—Baja el látigo.
—Muéstrate primero…
Un toque de aire pasa por debajo de mi mandíbula, juntando mis labios y
haciéndome callar. —Dije, baja el látigo —ordena el orador. Su voz es tan
melodiosa que quieres seguir escuchándola, pero a la vez es tan elegante que
suena a una orden, combinada con un tono diabólico. Sea quien sea —o lo que
sea— este extraño, no va a pedirlo dos veces.
Juniper. Cove.
Bajo el látigo.
—Maravilloso. Ahora retrocede tres pasos —me pide la voz.
Apretando los dientes, hago lo que me pide.
—Mantén la mirada, agradable y prolongada —continúa diciendo,
enunciando de manera que oigo su lengua chasquear. El ruido se desliza por
debajo de mi camisón, rozando mis rodillas y lamiendo más arriba.
Mis caderas se mueven, negando el avance. En ese momento, detecto una risa
arrogante.
Mis ojos se fijan en el búho. Un solo iris aguamarina me juzga, luego el pájaro
inexpresivo se aleja para descansar en un árbol.
Esa etérea voz se acerca sigilosamente por detrás de mí. —Bajo las estrellas
viciosas, en las llanuras rurales del País Medio, hay oscuridad y luz al mismo
tiempo.
Me retuerzo, sin encontrar a nadie.
Las siguientes palabras se escucharon desde otra dirección. —Bajo las
estrellas viciosas, los cuentos místicos flotan en el cielo, y se enraízan en el
bosque, y nadan en el río.
Giro hacia el otro lado, mis ojos recorren el recinto. Nada más que
enredaderas y sombras. Sin embargo, la narración está en todas partes,
rodeándome desde todos los puntos de vista, demasiado inestable y ágil para
atraparla.
La narración continúa, esta vez desde arriba. —Bajo las estrellas viciosas,
las crestas se elevan, y el bosque se ríe, y las aguas se enfurecen.
Mi cabeza gira en esa dirección, encontrando mechones de nubes que flotan
en un cielo negro. Me tambaleo. La voz tiene el encanto de susurrar, acariciando
el aire con trazos perversos.
—Bajo las estrellas viciosas, un Búho se cruzó con una Alondra. —La voz
me interroga desde algún lugar más adelante—: ¿Y qué dijo la Alondra?
—Eres hombre muerto, eso es lo que dijo —gruñí.
Pero él no es un hombre en absoluto. Solo puede ser un tipo de monstruo.
El viento se abalanza sobre los árboles, estremeciendo las ramas. La corriente
rodea mi cuerpo a un ritmo lánguido, como una cuerda que atrapa
pacientemente su premio.
Cuando se burla de mi camisón y juguetea con el escote, mi mano reacciona.
Mi látigo se eleva en el aire. Otra ráfaga de viento se abalanza sobre mí,
apartando el arma y la hace caer.
Las ramas gimen. El búho cornudo se eleva en el cielo.
Una voz desagradable y amenazante merodea por mi piel. —Eso ha sido
increíblemente estúpido, mascota.
Me desvío hacia esas palabras condescendientes, recojo mi arma y vuelvo a
arremeter, esta vez choca contra un brazo masculino que bloquea el golpe. El
impacto me hace tambalear. Durante un segundo, ese brazo impasible
permanece inmóvil y fijo en su sitio antes de mostrarse finalmente.
Y entonces tropiezo con un par de inquietantes y brillantes iris.
Fables. Doy un paso involuntario hacía.
De la nada, una forma masculina se alza ante mí. Tiene la apariencia de un
humano de unos veinticinco años, con un mechón de cabello que le rodea la
cara. Es el tono más peligroso que he visto nunca, un azul obsidiana más intenso
que el del amanecer, más profundo que el del atardecer.
Un largo y fino cordón de cabello trenzado cuelga de las capas despeinadas,
con una pluma del mismo pigmento brotando en el extremo.
Es del mismo tono que…
Aparto la idea de la cabeza, porque no. Puede que sea un tono deslumbrante,
pero no es el mismo de la pluma azul que había protegido hoy.
No puede ser el mismo tipo de pluma. Es imposible por una razón
indiscutible.
Una razón en la que no quiero pensar.
Este desconocido es la imagen de la elegancia desaliñada. Unas botas negras
suben por sus piernas, ajustándose a unos pantalones holgados. Una camisa
blanca cuelga de su torso, el material tan desarreglado como una cama
deshecha. La prenda se hunde en una descarada V, el escote desciende hasta su
ombligo y deja al descubierto la mayor parte de su pecho.
Este cabrón tiene mucho valor.
Un largo abrigo le envuelve, teñido del color de la tarde. El dobladillo le roza
las pantorrillas y el cuello se ensancha a lo largo de la mandíbula.
Retrocedo aún más, pongo distancia entre nosotros y adivino.
—Eres uno de los Tres. Eres el que gobierna el cielo.
El Fae sonríe. —Vamos. Me haces parecer engreido.
Aunque las Hadas hablan su propio idioma, dominan la lengua de los
mortales. Pero a diferencia de mi rústico acento, el suyo tiene una melodía
incandescente.
Mi atención se centra en sus labios, recubiertos de un ominoso azul oscuro.
¿Se ha pintado la boca de ese color? ¿O es una parte natural de su piel?
Es un trago alto de agua. Mis ojos rastrean su físico —delgado pero
tonificado— hasta llegar a un rostro exquisitamente letal. Los huecos y las
crestas de su cara son todo puntos e inclinaciones, sus pómulos se inclinan hacia
un par de orejas puntiagudas.
Mis manos sofocan el látigo. —No soy la mascota de ningún hombre.
—¿De verdad? Qué pena y qué desperdicio. —Su iris brilla, sus anillos
incrustados con un espectro de azules, comparables a las vivas púas de un
arrendajo azul—. Aunque es un placer saber que aún no te han reclamado.
Sí. Me metí en esto. —¿Qué le has hecho a mis hermanas?
—Niña maleducada, entrometida y rebelde. ¿Dónde están tus modales?
Juro que su hipocresía es materia de leyendas. Sin embargo, comprimo mis
labios, luchando por recordar todo lo que mis hermanas y yo hemos pasado,
todas las amenazas que le han hecho a los aldeanos.
Leer entre líneas. Permanece atenta a las palabras retorcidas y a las
promesas que no van a cumplir. Y pase lo que pase, sé educada.
Oh, por el amor de Dios. Voy a tener problemas con esto último.
—Tampoco soy una niña pequeña —digo.
Sus ojos se deslizan por mi camisón y chispean de intriga cuando se posan
en mis pezones endurecidos. —Oh, pero eso ya lo veo —dice mientras se acerca
a mí con gracia.
—También lo he visto antes, una visión muy inusual, muy seductora, muy
intrigante en La Colonia de las Luciérnagas. Tu cuerpo vestido con casi nada,
la suciedad de tu atuendo exhibida a lo salvaje.
Esto me impacta durante tres segundos. Eso es mucho para mí. Tres segundos
más tarde se de lo que habla.
Aparentemente, esa alcoba más allá de la Tríada de Hadas se llama La
Colonia de Luciérnagas. Supongo que eso explica por qué esos insectos
andaban por ahí, destellando en cualquier superficie a la que se posaran.
Y esos ojos ocultos, observándome. Ese había sido él.
—Hmm. —El Fae hace una pausa, observa mi asombro y sonríe—. ¿Te
pongo nerviosa?
—¿Dónde están mis hermanas? Por favor —exclamo con fuerza.
—Una pregunta por una pregunta. ¿Cómo te llamas, mascota?
—¿Quién quiere saberlo? —Pero cuando se queda callado, me enfurezco—:
Dime dónde están.
—No te preocupes. Tus alborotadas hermanas están a salvo, aunque la
próxima vez que se reúnan, ten cuidado con lo que les dices. ¿Tu nombre?
—¿Para qué? ¿Qué piensas hacer con él?
—En cualquier amanecer o atardecer, planeo muchas cosas y nada en
absoluto. En este caso, depende de tu respuesta y de cuánto me guste la textura
de tu nombre en mi lengua. ¿Será áspera o resbaladiza? ¿Sabrá a salmuera o a
azúcar? —Inclina la cabeza —. ¿Es suficiente esa valoración?
Maldita sea, claro que sí. —Me temo que no.
—Apenas tienes miedo —Se inclina y sisea—: ¿Cambiamos eso?
—Deja que se vayan. Por favor, suéltalas.
—No quería ser yo quien te dijera esto, pero: lo que se habla, no se puede
deshacer.
Y la Alondra dijo: —¿Alguien puede llevarse a estas dos para que pueda
descansar?
—¿La Fábula? —digo—. No hablaba en serio. Estaba improvisando.
—Sea una broma, una alondra o una fábula, es todo lo mismo.
Puesto que estoy a cinco centímetros de enlazar su pene de otro mundo,
frunzo el ceño, dejando que la tentación se refleje en mi rostro. Desde el
principio, debería haber recubierto el mango y el extremo de mi látigo con
hierro, del mismo modo que Juniper había recubierto los pernos de su ballesta
y Cove había incrustado su lanza con pergaminos de hierro.
El Fae inspecciona mi látigo con desagrado. —Armas mortales. Parece que
su trío se lleva bien con los demás.
Finjo una sonrisa acaramelada. —No, sólo nos gustan los accesorios.
¿Quieres tocar el mío?
Esto me hace ganar una mirada de soslayo. —Un toque por un toque.
Lo que quiere decir es que no lo ponga a prueba. De mala gana, aflojo el
látigo.
Los humanos solían creer que ponerles nombre a las hadas significaba
problemas, pero las Fábulas disiparon ese mito hace mucho tiempo. De hecho,
es lo contrario. Aprender el verdadero nombre de un Fae es el verdadero poder.
—Me llamo Lark —digo.
Sus labios azules se inclinan hacia un lado. —Llámame Cerulean.
—Eso no significa que sea tu nombre.
—No me has preguntado mi nombre, pero ahí está. Por lo que sé, es el único
que tengo. No nací dos veces.
—Bien. Te he dicho el mío. Ahora dime dónde están mis hermanas.
—¿Y por qué habría de hacerlo?
—Dijiste que si yo…
—Dije una pregunta por una pregunta. Nunca dije una respuesta por una
respuesta —contesta Cerulean, con el lado de la boca todavía atrapado en ese
abismo invisible.
Rechino: —Cruzar la Tríada fue un accidente. Me perseguía un grupo de
cazadores sedientos de sangre y no tuve otra opción. Y con lo de la Fábula…
El Fae mueve la muñeca con una floritura despectiva. —Olvida la Fábula.
Preocúpate de tu penitencia. —De las puntas de sus dedos, una pluma nívea
aparece en el aire. Con cada giro de sus dedos, el viento se desplaza, haciendo
girar la pluma—. ¿Ves esto? Eres tú, bailando a mi ritmo. ¿Te gusta bailar?
—¿Qué quieres?
La pluma se desliza hacia mi pecho y me roza entre las clavículas. La vara
inclina mi barbilla hacia arriba para encontrar la mirada de Cerulean. —Quiero
que lo sientas, mascota. Lo siento mucho.
—Es Lark —murmuro furiosa, mi aliento rozando su pelo —. Mira, entrar
sin permiso no era mi plan.
—Eso es una respuesta, no una disculpa.
—Escucha, imbécil...
La pluma se desplaza a mi corazón y se detiene allí, atravesando el material
con la misma facilidad que una cuchilla. Me trago mis palabras. Satisfecha, la
pluma recorre mi boca como un dedo, aconsejándome que no termine esa frase.
Mi boca se cierra de golpe. La pluma se desvanece.
Cerulean se acerca, su silueta se extiende a través de mí. Su abrigo roza mi
camisón, el contacto despierta un aroma entre nosotros, una combinación
desconcertante de almizcle y tempestades.
Olores que impregnan la atmósfera. Olores con resistencia.
Los aromas desentierran núcleos del pasado, pero no puedo ubicarlos.
Su expresión está en equilibrio entre lo frívolo y lo imperioso, su iris traza un
camino lustroso por mi garganta y luego se elevan hasta mi cara. Mientras tanto,
lucho por no patear, morder o arañar.
Cerulean me mira fijamente y sus ojos atraviesan la oscuridad.
—Entonces. En el bosque, y en la caravana, escuchaste la flauta. ¿Por qué
no la seguiste?
La cálida textura de su aliento se desliza por mi garganta.
—Estaba fuera de tono.
—Nunca le mientas a un Fae.
—Nunca dudes de la verdad.
—Elige tus verdades sabiamente.
Susurramos, esperando que el otro se doblegue. Pero teniendo en cuenta el
tiempo que probablemente ha estado vivo, Cerulean ha perfeccionado su
paciencia mucho más que yo.
Sus angulosos son un espectáculo, ni un rubor en esa piel de marfil. Pero
joder, ni un rastro de volatilidad ardiendo.
—Era una trampa —respondí—. La música era una trampa.
La expresión de Cerulean se estrecha. —Ya veo. Entonces, parece que tendré
que ser más creativo contigo.
Un escalofrío me sube por la nuca. El calor corporal del Fae choca con su
gélida voz, provocando el caos bajo mi camisón.
Es un error acobardarse en su presencia. Asqueada, me pongo de puntillas y
le soplo una carga de moxie4 en la cara. —Tú y todos los demás tipos de este
continente.
—Cuidado —advierte, el murmullo se desliza por mi garganta —. Mucho,
mucho cuidado.
—Haz lo que quieras conmigo. Sólo deja que Juniper y Cove se vayan.
—Sacrificio —observa el Fae—. Qué trillado hecho humano. Excepto que,
para empezar, nunca las robamos. —Con una sonrisa vengativa, susurra —.
Pero ahora sabes que podemos hacerlo.
Gritos femeninos rasgan los árboles. —¡Lark!
Me doy la vuelta. —¿Juniper? ¿Cove?
El viento se funde, liberando su succión a mí alrededor. Me giro hacia
Cerulean, pero ya no está. Mis ojos desgarran la espesura. El búho no está a la
vista, las ramas cuelgan inmóviles, y los colores de la tarde se han apagado, el
raspado de la noche es menos penetrante.
El oxígeno vuelve a mis pulmones. Me tambaleo como si hubiera sido
sonámbula, como si lo hubiera soñado todo.
Pero no es así. Aunque no me ha tocado, sigo sintiendo esos gráciles dedos
rozando cada parte expuesta de mi cuerpo.
Mis hermanas vuelven a gritar. Salgo corriendo del recinto, atravesando los
setos a un ritmo vertiginoso y chocando con ellas fuera del vagón. Las gafas de
Juniper se han desviado y el pelo de Cove está hecho un lío. Lloran de alivio.
Nos abrazamos unas a otras, temblando y murmurando por encima.
—¿Estás bien? —y— ¿Qué ha pasado? —y—¿Dónde estabas?
Me separo del abrazo. —¿Cómo que dónde estaba?
—Desapareciste —dice Juniper frenéticamente, y luego se vuelve hacia
Cove—. Y tú también.

4
Significa coraje, nervio o vigor en inglés.
—Eso no es cierto —balbucea Cove—. Yo estaba aquí. Ustedes dos no
estaban. Busqué por todas partes.
Intercambiamos miradas confusas. La caravana rebosa de calor. ¿Han vuelto
a encender las antorchas? ¿O las mechas no se habían apagado?
No. Era real. Era muy real.
Y esta noche fue una introducción, me doy cuenta. Ese Fae ha venido a jugar
conmigo, a demostrar lo fácil que es llevarse lo que más me importa, incluso
antes de que empiece la verdadera diversión.
En realidad, no había sido sólo él. Cuando lanzó esa amenaza de partida, no
se había referido sólo a sí mismo.
...ahora sabes que podemos.
—¿Han oído a alguien? —les pregunto—. ¿O vieron a alguien?
Una ráfaga pellizca nuestros camisones. Juniper aprieta los labios y Cove
arrastra sus pies descalzos. Se están conteniendo. Conozco demasiado bien esos
signos, pero, aunque Cerulean me advirtió que tuviera cuidado con lo que les
digo a mis hermanas, de ninguna manera voy a dejar que ese monstruo me
controle.
Abro la boca, sin embargo, Juniper me corta. —No había nadie.
—Yo tampoco vi a nadie —afirma Cove.
Así que yo también me pongo el bozal. Absorbemos las mentiras, fingiendo
que no podemos decirlo, fingiendo que nos creemos.
Capitulo 5
Las gotas de lluvia resbalan por las ventanas, algunas hacen sonar el techo.
Es por la mañana, hora de que el gallo cabree a todo el mundo. Al oír la primera
serie de cacareos en el exterior, gimoteo y me pongo de espaldas. Anoche dormí
demasiado, y me desperté de golpe cuando salió el sol.
El diabólico susurro de Cerulean aflora en mi mente, recuerdo del despiadado
sueño que he tenido.
Mucho, mucho cuidado.
Por suerte, la campana de la comida suena, sacándome del recuerdo. A
Juniper le toca preparar el desayuno y desprecia la impuntualidad, sobre todo
en tiempos de crisis.
Me levanto de la cama, me pongo unos leggins y un jersey largo de papá.
Mientras me hago un moño desordenado en la parte superior del cabello, bajo
las escaleras con la misión de comer todo lo que haya.
Mi familia tiene una casa robusta construida con troncos y piedras. Tiene
mellas y desconchones, pero lucha contra las inclemencias del tiempo, pero este
lugar durara en pie mucho más que yo. Con dos plantas y un ático,
contraventanas que enmarcan los alféizares de hierro y un porche envolvente,
el Santuario del Atardecer de Fable es todo nuestro mundo.
Papá y Cove han decorado el salón con una alfombra de tapicería, un grupo
de farolillos en un rincón y acuarelas colgadas en las paredes. Los olores del
café y de los pasteles recién horneados inundaban la cocina. En un rincón, hay
un cubo de leche junto a un barril de harina de apariencia esponjosa, y una
docena de huevos amontonados en una cesta sobre la encimera.
El sentimiento de protección me invade cuando veo a Juniper en los fogones
y a Cove en la mesa del comedor. Recuerdo que el cazador furtivo nos juzgaba
por ser unas vagabundas, unas vagabundas encontradas, como nos llamaba,
creciendo en la calle hasta los diez años. Y bueno, tenía razón.
Los cazadores furtivos habían estado obligando a Juniper a trabajar para
ellos. Al parecer, los niños tienen más posibilidades de estar callados mientras
cazan. De ahí su tatuaje.
En cuanto a Cove, era una zurda carterista, aunque ya no practica esa
habilidad porque ya no tiene hambre.
¿Yo? Era una deshollinadora con una nube de cabellos blancos enterrados
bajo una capa de hollín.
No me gusta hablar de mi pasado más que a mis hermanas del suyo.
Salto del último escalón y caigo con un golpe seco. Al oír el ruido, Juniper
se aleja de la cocina y me mira con los hombros rígidos. Lleva las gafas puestas,
aunque sean para leer y no para cocinar. Detrás de los lentes, sus ojos están
entornados.
Cove se sienta en su silla, con las manos bien cruzadas en el regazo, con raras
medialunas de color lila que se le escapan por debajo de los ojos. Ronco y
Juniper murmura en sueños, pero Cove es la que duerme tan plácidamente que
es difícil saber si está soñando o no. Por su aspecto, anoche fue una excepción.
Para superar esto, necesitamos comer. Para tener una remota posibilidad de
digerir algo, necesitamos una distracción.
Juniper corta una tarta de carne, el aroma confitado de la canela y la nuez
moscada vibra por toda la casa. Las rebanadas tienen ángulos perfectos, porque
las Fábulas prohíben que arruinen el patrón entrecruzado.
Calculo cuál es la suya. Esa es la que cojo.
Juniper sale disparada de la estufa —¡Oye! —Y se lanza hacia mí,
persiguiéndome alrededor de la mesa. A la tercera vuelta, ya tiene la cuña entre
los dientes y mis codos, me retuerzo. Nos reímos y discutimos. Muerdo la otra
mitad de la tarta. Con toda la razón del mundo, ella me aplasta el relleno
pegajoso en la cara, haciéndome chillar.
Cuando no se revuelca en el suelo con nosotras, Cove amortigua nuestras
peleas. Hoy se limita a observar, asombrada, porque ¿cómo podemos ponernos
nerviosas en un momento como este?
Papá Thorne entra en la habitación a grandes zancadas y cruza sus fornidos
brazos. —Como es natural —suspira en un barítono civilizado.
—Ella empezó —declara Juniper mientras papá pronuncia las palabras junto
a ella.
—Si tuviera un penique por cada vez que han dicho eso —bromea.
La edad arruga el borde de sus ojos y enhebra su cabello con oropel plateado.
Tiene un perfil culto, con su mandíbula cuadrada y su tez oscura.
Papá Thorne lleva toda la vida dirigiendo este santuario y se cruzó con mis
hermanas y conmigo en diferentes momentos. Estábamos mugrientas y
desnutridas, y nos salían cabellos de colores más raros que el rojo. Nos dio un
hogar a nosotras, nos introdujo en su reserva salvaje y nos convertimos en una
tribu.
A papá no le entusiasma encontrarnos discutiendo antes de que se haya
servido el café. Coge un par de tenedores y se interpone entre Juniper y yo,
blandiendo los cubiertos. —Juego de palabras o comida —nos dice—. Elijan lo
que quieran y sigan con ello.
Obedientemente, nos separamos y nos acomodamos en la mesa. La lluvia
golpea fuera mientras la chimenea del salón calienta las paredes. Después de
limpiarme la crema de la cara, me sirvo una buena porción de tarta de carne
picada y me la meto en la boca, con las especias y el sabor de los arándanos
secos en el paladar. Mis modales suelen ser mejores, pero estoy hambrienta
después de toda una noche en la que el miedo me ha roído las entrañas.
Si dijera que nuestra agitación no pasa desapercibida, estaría mintiendo. Papá
espera a que una de nosotras le haga cosquillas a la otra o iniciemos otra pelea
que no durará.
Cove es un problema. Quiere hablar porque es la mejor de nuestro trío, la más
honesta y la más obediente, lo que la convierte en una mentirosa de mierda. Sus
ojos viajan a los míos, dos estanques que reflejan esperanza.
Fables, odio cuando me echa esa mirada de pajarito. Sin embargo, meter a
nuestro padre en esto podría hacerle daño.
Entramos en terreno prohibido. Insultamos a los Fae.
Es mi culpa, mi culpa y solo mi culpa. Y no voy a arrastrar a más gente que
quiero conmigo, así que es aquí y ahora... ¿mantener nuestras bocas cerradas?
Tengo una gran opinión sobre eso.
Sacudo disimuladamente la cabeza y veo cómo esos iris azulados y
quejumbrosos destellan de ira.
La mirada de papá pasa de una hija a otra. No ayuda que mi sonrisa falsa se
deslice, sostenida por hilos. No ayuda que Cove aplaste su servilleta hasta que
sus nudillos palidecen. Tampoco ayuda que Juniper no se coma su tarta en el
orden habitual, primero el relleno y después la corteza.
Por impulso, le paso a papá las sobras de mi porción. —Ayuda a esta chica.
Estoy llena.
Él ignora el pastelito. —¿Cuándo me van a decir qué te pasa?
Mis hermanas dejan de masticar. Bajo el plato.
Papá se encoge de hombros. —Llevo nueve años a su lado. ¿Qué esperabas?
—¿Para qué te lleve diez años? —Supongo que sí.
—Prueba de nuevo —Pero cuando me revuelvo en la silla, a punto de soltar
otra menttira, él levanta la palma de la mano—. Ya está bien. Fuera de aquí.
—¡Estamos malditas! —grita Cove, su confesión rebota en las paredes.
Mis ojos se cierran con fuerza. Hija de puta.
Los ojos de papá se abren ante el arrebato, y luego se estrechan. Cove tiene
tendencia a exagerar, así que se pregunta si estamos en problemas o si ella está
siendo dramática.
Antes de que nuestra sensible hermana pueda dar más detalles, Juniper toma
la iniciativa. Levanta la mano y, aunque este momento no requiere que se
levante la mano, atrae la atención de nuestro padre.
Divertido, frunce el ceño. —Sí, ¿mi árbol del conocimiento?
—Es el sauce —miente Juniper, refiriéndose al árbol que está fuera de
nuestro vagón—. Cove rompió accidentalmente una rama mientras trataba de
raspar la corteza. Quería astillas para hacer té.
Las hadas atesoran los sauces. Si un humano daña uno, hará que los mágicos
se molesten. Aunque romper una rama es una ofensa mínima, no importa en el
caso de Cove.
Juniper y yo miramos a nuestra hermana en privado, con insistencia, hasta
que ella moquea y asiente, confirmando la mentira. Papá escudriña su miserable
rostro, luego expulsa un suspiro y le toca la mano. —Oh, mi niña. Hace falta
más que eso para que estés maldita.
—Se lo dije —afirma Juniper, como si realmente lo hubiera hecho.
Hago una sugerencia, una que nos vendría bien. —¿Nos cuentas una fábula?
—le pregunto a papá.
Juniper se endereza, la señal acentúa su postura. Las articulaciones de Cove
se relajan y sus ojos azules brillan. Cuando éramos pequeñas, una de nosotras
siempre utilizaba esta frase después de la comida, y papá se reclinaba junto al
fuego para narrar cualquier cuento oscuro que le pidiéramos.
Nadie vive en este continente sin poseer un ejemplar del Libro de las Fábulas.
Nuestra gran antología de criaturas de otro mundo ofrece una guía de
advertencia sobre los seres mágicos y cómo mantener nuestro ingenio entre
ellos.
Después de un momento, la cara de papá se levanta. Nos reunimos en el salón,
donde se acomoda en un sillón de felpa continuo al sofá, la chimenea crepitando
y bañando su sonrisa en ocre. Mis hermanas y yo nos acurrucamos en el suelo
a sus pies como solíamos hacer. Mientras nos escabullimos, sé que ha sido una
decisión acertada. La ligereza llena la habitación, barriendo la mala suerte.
Nos refugiamos en la voz de papá mientras nos cuenta un cuento del norte.
—Una vez, una liebre nevada se enfrentó a un elfo...

Al anochecer, la lluvia cesó. Juniper y Cove se retiraron al santuario para


pasar tiempo con sus animales favoritos. A mí me apetecía visitar mi pajarera,
pero me metí al ático. Acurrucada en una silla remendada junto a la ventana
triangular, mastico una tira de mi cabello mientras contemplo la cordillera
brumosa. Había planeado tener ya una solución, compartirla con mis hermanas
y luego escuchar lo que habían improvisado. Sin embargo, mi mente es un
campo estéril. En cuanto a las opciones, todo lo que tengo es correr y
esconderme.
El techo se eleva por encima de mi cabeza, y la luz de la luna se filtra por el
techo. Las paredes crujen sin motivo, ya que Papá Thorne se ha ido a la cama.
La pluma azul descansa en mi mesita de noche, y su visión me hace pensar
en un recuerdo lejano. Me evoca una vieja visión de unos ojos jóvenes y
sobrenaturales que me miran atreves de máscara con forma de pájaro, con las
pupilas pícaras y furiosas.
Anoche no fue mi primer encuentro con ese Fae. Aunque para ese entonces
era demasiado joven y estaba demasiado enamorada como para ser precavida.
Mis hermanas no conocen este secreto. Cada vez que he intentado decirles,
no he podido.
Si pudiera revivir el pasado, ¿lo cambiaría? Mi mente dice que sí.
Mi corazón dice otra cosa.
Desde la plaza del mercado, la campana suena. Los cascos golpean la tierra,
seguidos de un chapoteo. Una brisa se cuela por la ventana abierta, empujando
el tirante de mi camisón. Debería cerrar las persianas, bloquear esa ráfaga. En
lugar de eso, me asomo a la noche, desafiando al viento para que me moleste.
Se atreve a devolverme el desafío, en forma de una criatura alada que se
dirige hacia aquí. Enmarcado por la cumbre, un tramo de plumas de bronce
surca el aire. Se zambulle, la muesca de su pico apuntando hacia el suelo.
Me levanto de la silla cuando la criatura se abalanza sobre la hierba. El pájaro
roza las hojas verdes y luego sale disparado hacia el ático. Me preparo, sin
tiempo para hacer nada más. Las patas y las garras se lanzan hacia delante,
esquivando con elegancia el umbral de hierro y aferrándose al respaldo de la
silla.
Mis cejas se juntan mientras el búho y yo nos tomamos la medida. El pájaro
se lanza desde el borde, aletea una vez a mí alrededor y deja caer una carta sobre
el cojín del sofá, para volver a atravesar la ventana. Rápidamente, el ave se
adentra en la catedral de árboles, atraviesa las ramas y desaparece.
El sobre es de papel tejido, con una nube de cera blanca que sella el cierre.
Dentro, un par de alas se expanden sobre una montaña. Una corriente de aire
helado recorre mis venas. Tiene una cinta alrededor y un sello en la mitad,
parece ser una elegante invitación a un baile.
Para la alondra rebelde.
¿Así que Cerulean se cree un bromista? Pues que se meta este astuto por el
culo. Rompo la carta, partiendo el emblema por la mitad.
Dentro del sobre... hay otro.
Ah, ah, ah. No tan rápido.
Maldita sea. Es un enfermo.
El mensaje no lleva ninguna otra instrucción, así que abro la ranura y abro el
pergamino. La misma letra me mira con asombro. Al escudriñar el contenido,
se me pega la lengua al paladar.
Sigue el viento.
Capitulo 6
Cuando abro la puerta principal, Juniper está parada en los apliques de la
puerta. Más que sorpresa, sus ojos sacan una conclusión. Y eso es antes de que
se dé cuenta de la mochila que llevo atada a la espalda, la bobina de mi látigo
sujeta a una hebilla en la cadera y el sobre que tengo cerrado en el puño.
Es el mismo tipo de carta de amor que está apretando entre sus propios dedos.
La única diferencia es el sello la de ella tiene una corona de astas que se clava
en su centro.
Un lento goteo de presentimiento me recorre. Justo antes de que el búho
entregara este sobre, oí el ruido de las pezuñas en la maleza hacia nuestra casa.
También oí ese chapoteo acuático.
Juniper entrecierra los ojos al ver mi sobre, y el miedo sube por sus facciones
antes de que sus ojos se acerquen a los míos. Nos miramos en silencio. Un suave
arrastre en la hierba nos obliga a girar hacia donde Cove se encuentra al pie de
los escalones de la entrada. Efectivamente, está sosteniendo un sobre, el papel
tiembla tanto como sus dedos.
Se une a nosotras en el rellano, con su tez palideciendo como el blanco de
una hoja, su rostro crudo y aterrorizado. Sin decir una palabra, sostiene el papel
tejido a la luz, un sello azul acuoso. La cola de una serpiente marina se entrelaza
con otra.
Las mismas expresiones de confusión agobian a mis hermanas. Pero no
hablamos, no podemos contarnos nada. El viento podría oírnos, las raíces
podrían oírnos o el arroyo más cercano podría oírnos.
Entramos arrastrando los pies y caminamos hacia el ático. Juniper examina
mi conjunto, un vestido largo de color azul marino con una abertura en la falda
que deja al descubierto un poco de muslo. El material se mueve con el viento y
se estrecha en un corpiño de camisola. Me siento poderosa usándolo, como si
fuera una reina renegada que está lista para montar un tifón.
Pero cuando la nariz de mi hermana se arruga, levanto las manos. —¿Qué?
—Es poco práctico.
—Pero transpirable.
Juniper suspira y examina su armario con ojo crítico. Coge lo que llevaba en
Faerie, guarda sus gafas de lectura y prendas adicionales para protegerse del
clima, y luego se pone la ropa al revés, no sea que los mágicos estén conspirando
para encandilarnos.
Cove opta por un vestido blanco como la concha —también al revés— que
fluye como un líquido, con mangas onduladas que se enganchan en las muñecas.
Yo gimo e imito a mis hermanas, volteando mi vestido y poniéndolo como
ellas. Ya llevo un odre de agua, bayas de espino secas y una bolsa de sal. Y la
pluma azul está guardada en el bolsillo inferior de la mochila, escondida dentro
de la tela. Aunque no me resulte útil más adelante, no me iré sin ella.
Mi estudiosa hermana reúne elementos esenciales similares, agoniza sobre
qué libro llevar en caso de que necesite refuerzos, y añade un montón de cosas
a nuestras mochilas a las que estoy demasiado ansiosa para prestar atención,
principalmente chucherías y objetos baratos para atraer a los mágicos.
Al igual que yo, Juniper y Cove se calzan los pies en unos botines marrones
como el barro y se atan capas a juego con cierres de borlas en la garganta.
Enganchamos nuestras mochilas y armas, echamos un largo vistazo al
dormitorio del ático y nos alejamos en puntillas.
Lo peor es papá. Ya está durmiendo, sus sueños son tan ricos y profundos
que necesitaríamos un martillo para despertarlo. Abrimos la puerta con un
chirrido y lo vemos dormido, con su cabello de oropel saliendo de la colcha.
Los ojos de Juniper brillan. Cove se tapa la boca con una mano, ahogando un
grito que también me pone en marcha. No sé cuánto tiempo permanecemos allí
antes de cerrar la puerta.
En la planta baja, Juniper se hace cargo. Coge un folleto del escritorio del
salón, sumerge una pluma en el tintero y escribe una carta mientras nosotras la
miramos por encima del hombro. Cuando termina, Cove y yo nos despedimos
por turnos.
Lo sentimos. Te echaremos de menos. Te queremos.
La salida fue lo más difícil. Nos separamos y nos dirigimos a nuestros lugares
favoritos, Cove arrodillada junto al estanque, Juniper abriéndose paso entre los
árboles y yo trepando a las ramas. Acaricio las plumas y los picos, silbo con mis
pequeños amiguitos, con un nudo en la garganta.
Después, salimos a cabalgar. Monto a Whinny Badass. Juniper y Cove cogen
el albino, y ambos animales bajan a toda velocidad por el camino, saliendo de
la sinuosa carretera y adentrándose en los campos abiertos. Mis hermanas no
han dicho lo que indicaban sus notas, pero la mía me ordenó seguir el viento.
En este momento, una franja de aire sopla en una sola dirección. Pero no
necesito la maldita pista. Sé a dónde ir.
Juniper tiene la postura de un lápiz, sus dedos tensos mientras agarra las
riendas. Es todo temple y coraje, su columna vertebral erguida es un tronco de
madera, capaz de soportar los elementos.
Cove mira por encima del hombro hacia la casa de campo, donde la imagino
encogerse. Imagino faldas y túnicas ondeando en el tendedero. El buzón de
nuestra familia, con el borde de madera abatido, el interior vacío y la tapa
abierta. Y el pomo de hierro de la puerta principal.
Me concentro en mis hermanas. Si pongo mi mirada en otro lugar, perderé
los nervios.
El cielo es una alfombra ennegrecida de hollín. Las gotas de rocío caen sobre
las bayas de saúco. El mundo huele a tierra húmeda y a estiércol de mula,
probablemente del carruaje del vendedor ambulante de estrellas, un visitante
mensual que pasa vendiendo maravillas de todos los rincones de Las Fábulas
Oscuras.
Mis caderas giran sobre el caballo, mi látigo es un lazo, que se balancea con
nuestros movimientos. Cuento cada kilómetro más cerca de ese mítico lugar,
con su lívida red de árboles. Demasiado rápido, la Tríada se asoma. Los troncos
de espino, roble y fresno se asoman como centinelas en la frontera. Más allá, la
montaña se eleva, con el bosque en su base y el sordo murmullo del agua
resonando desde el interior de la frontera.
El suelo parece inclinarse y la silla de montar se pone rígida debajo de mí.
Nos detenemos en la Tríada y desmontamos. Después de besar los hocicos de
nuestros caballos y susurrar a los animales, los enviamos de vuelta a casa para
que se pongan a salvo. Sus colas golpean el aire, sus crines vuelan en la noche
y sus relinchos acarician mis oídos antes de que eso también desaparezca.
Los ojos de Juniper se dilatan, su voz se quiebra más que mi látigo cuando
rompe el silencio. —Podemos huir —dice—. Hemos… hemos vivido en las
calles antes. Podemos… podemos dar la vuelta y dejar Reverie Hollow,
encontrar un nuevo lugar para vivir, escondernos. Podemos…
Se gira hacia nosotras y parpadea. En cualquier otro momento, admiraría su
renegada línea de pensamiento. Pero Cove y yo seguimos observando a Juniper,
esperando que su sentido común se ponga al día con su lengua.
Si huimos, nos encontrarán. O apuntarán a papá.
Juniper asiente débilmente, más para sí misma que para nadie, y luego
extiende sus manos. Enhebramos nuestros dedos y los apretamos, luego los
soltamos y enfundamos nuestras armas.
Mientras pasamos por delante de la Tríada, escucho instrumentos y los
graznidos ominosos. Nuestras botas aplastan las hojas muertas. Cerca, el arroyo
burbujea, tan brillante que casi me cegó ayer.
Dentro, todo sigue igual. Las ramas nudosas. El olor a ciruelas envenenadas.
Los marrones del jarabe, los verdes del tejo y los azules de pavo real. La colonia
de luciérnagas, donde flotan los orbes fundidos, anhelando darnos mordiscos de
amor.
Mis palmas sudan en el látigo, Juniper apunta la ballesta y Cove empuña su
lanza. Caminamos hacia el callejón sin salida, donde me había escondido antes.
En el momento en que llegamos a la alcoba rocosa y dudamos, ¿Y ahora qué?
el paisaje oscila. La hendidura se desprende como una segunda piel,
apareciendo una brecha en la fachada, abriendo sus fauces hacia nosotras.
Por supuesto. La Tríada y un poco más allá son accesibles, pero el resto de
esta tierra sólo aparecerá si quiere ser vista o los intrusos se encontraran en un
callejón sin salida y sin su hierro a la mano. Durante La Trampa, los aldeanos
han fundido hierro y han derramado el líquido sobre sus antorchas, algunas han
logrado traspasar la barrera encantada.
Es una frontera dentro de una frontera, que se despliega en una extensión de
este reino, al centro de Faerie que se materializa. Los colores son más vivos
aquí, más densos que gotas de pintura, pero brillantes como botellas de vidrio
teñidas por la puesta del sol. Los marrones son quiméricos, los verdes están tan
saturados como las alas de los loros y los azules se arremolinan en una gama de
tintes y matices que rivalizan con las escamas de las sirenas, o eso imagino.
Mi corazón está a punto de tambalearse ante lo que veo. Tres caminos
conducen a tres paisajes.
Uno, a una pendiente montañosa con escalones de piedra enmarcados y
postes con antorchas ardientes.
Dos, a una arcada de robles en donde un racimo de espinas enrolla velas
parpadeantes, mostrando un camino sembrado de hongos.
Tres, a un riachuelo flanqueado por farolillos luminosos, con rocas planas
trotando por el centro acuático. La corriente serpenteante se adentra en un túnel
y se desliza por una pendiente invisible.
Al comienzo de cada camino, tres notas se ciernen a la altura de los ojos.
Leemos los nombres en los respectivos folletos, las letras adornadas con tinta
brillante.
Lark
Juniper
Cove

No. Simplemente, no.


Recuerdo que Cove me enseñó una de las letanías del pueblo contra los Fae.
Lo que la gente recita cuando teme perder a alguien a manos de esas criaturas,
o cuando ya ha perdido a alguien, o cuando está desesperada por recuperar a ese
alguien.
Si se aplican las tres cosas, me pregunto si una persona tiene que repetir el
canto tres veces. Cuando una persona se ve amenazada de una manera que no
esperaba, de repente esas letanías parecen mucho más necesarias. De repente,
una invocación parece una jodida buena idea.
Esto es una pesadilla, tengo que despertar, pero no puedo. Sé lo que significan
esas notas. Se suponía que esto era un juego, un lugar y tres hermanas. Pero no
lo es.
No estamos jugando el mismo juego. Ni siquiera vamos en la misma
dirección.
Nos están separando.
Un silbido femenino desgarra el silencio. Juniper y yo nos desviamos hacia
Cove, que está hiperventilando. Su pecho bombea, sus ojos se ponen vidriosos
y mueve la cabeza de lado a lado. —No…no entiendo —Entra en pánico, su
ceceo se hace más pronunciado—. No hemos hecho nada malo. ¡No hemos
hecho nada malo!
La tomo del brazo y Juniper envuelve sus brazos alrededor de nosotras.
Envolviéndonos en un capullo, Cove chilla una y otra vez —No lo entiendo. No
hicimos nada malo. ¡No hemos hecho nada malo!
—Shh —murmuro, acariciando su cabello e intentando no llorar junto a
ella—. Calla, no pasa nada.
Llorar es música para sus oídos. No le servirá de nada.
Juniper le susurra algo más a Cove, que se desploma con un hipo. Mis
hermanas y yo nos apartamos. Cove se limpia la cara y levanta su inestable
barbilla, la visión exprime mi corazón como un paño.
Nos acercamos a los folletos y los agarramos de la nada. El sonido del papel
rasgado se hace añicos en la naturaleza, más fuerte que el canto de los pájaros,
las ramas o el siseo de los arroyos. Sus pupilas saltan a través de las frases
mientras Cove boquea el contenido de su carta.
Mis ojos dejan un rastro a través del azote de palabras escritas en mi nota. Es
una invitación, sin duda.

Por tu trasgresión, sé nuestro sacrificio: para rendir, para servir y para


satisfacer. Bajo las viciosas estrellas, tres hermanas deben jugar tres juegos.
Rebelde Lark, tu tarea es dolorosamente simple. No mires hacia abajo. Cuida
tu paso. Teme al viento. Sigue el viento. Pierde tu camino. Encuentra tu camino.
Bienvenida a La Montaña Solitaria.

Un conjunto de reglas sigue a esas crípticas noticias.


Regla uno: Cada hermana entrará en uno de los paisajes solitarios.
Regla dos: Mis hermanas y yo no podemos revelar nuestros juegos a las
demás.
Regla tres: Todas ganamos, o ninguna gana.
—Las Fábulas los maldicen —me quejo.
Mis hermanas levantan la cabeza e intercambiamos miradas horrorizadas. No
puedo distinguir en el ceño fruncido de Juniper o lo que le espera. Tampoco
puedo decir nada por la tez sonrojada de Cove.
¿Algo peligroso? ¿Algo brutal? ¿Algo lascivo?
Puedo soportar esto último, pero tengo la sensación de que Cerulean no
funciona así. Es un embaucador demasiado elegante como para invertir en un
festival de lazos.
Si yo voy por la montaña, creo que Juniper va por el bosque, y Cove por el
túnel de agua. Escucho las rápidas inhalaciones de mis hermanas. La mayoría
de las cosas las podemos leer en la cara de las otras. Esta vez, no podemos.
—Muy bien —dice Juniper doblando la nota—. Está bien. Así que… um,
recuerden no provocarlos. Y… —Aturdida, mueve sus dedos—. Y no muestren
miedo, pero tampoco sean dóciles. Y no acepten un trato a menos que sus
gargantas estén a punto de ser cortadas. Y si negocian, no les den nada valioso.
Denles una chuchería inútil. Una de las chucherías que empacamos.
—De acuerdo —dije, aunque ya sabía todo eso.
—Y cuidado con las manipulaciones. E interpreten cada declaración al
derecho y al revés.
—De acuerdo.
—Y Cove, no te pongas teatral, y nunca les mientas, eres terrible en ambas
cosas. Y Lark, sé cortés, vigila tu boca, controla tu temperamento, no te
molestes en coquetear porque eso no los convencerá y no hagas nada que yo no
haría, simplemente, no seas tú.
Consigo sonreír con tristeza. —De acuerdo.
—Y…
Doy un paso adelante y agarro sus mejillas. —Está bien, Juniper —Ella se
hunde—. Está bien.
Cove nos atrae hacia ella, y nos fundimos la una con la otra una vez más.
Huelo el práctico aroma del eucalipto que desprende la camisa de Juniper y el
reconfortante aroma a jazmín que desprende el intrincado moño suelto de Cove.
Mi dulce hermana agacha la cabeza de color verde azulado y le dice a Juniper:
—No dejes que vea tu tatuaje.
Mierda. No había pensado en eso. El gobernante del bosque no puede conocer
la marca de cazador furtivo de Juniper, no cuando los Fae valoran su fauna.
Juniper se queda paralizada y asiente con la cabeza. Apuesto a que ya lo ha
considerado.
Lo salvaje vive y respira a nuestro alrededor, aunque no interrumpe el abrazo.
No es que lo dejemos, porque es el último que podríamos compartir.
Nuestras uñas se clavan la una en la otra, y murmuramos palabras privadas,
y recordamos. Entonces nos soltamos, nos separamos en tres caminos y damos
un paso adelante.
Capitulo 7
En el momento en que doy ese paso, mis hermanas desaparecen. Las rutas
del bosque y del agua se evaporan, atrapando a Juniper y Cove en sus propias
historias. El mundo se reduce a una colina inclinada y escaleras de piedra que
se arrastran en los soportes de la roca.
Sólo somos La Montaña Solitaria y yo.
Yo. Sin ellas.
Mis rodillas se doblan y se estrellan contra el suelo. Dejo mi cara en las
palmas de las manos, mi cuerpo tiembla, pero no lloro. Estoy demasiado
cabreada para llorar.
Al cabo de un rato, me pongo en pie, desmorono la nota en mi puño y la
guardo en la mochila junto a la primera carta entregada por aquel búho astuto.
Con la mochila al hombro, miro la cordillera que se avecina. Los árboles ocultan
la cima, los trozos de piedra y los rayos de la luz de la luna brillan a través de
ella. El olor familiar de las ciruelas maduras y el veneno se cuela en mis fosas
nasales, pero las luciérnagas han abandonado el lugar y la atmósfera está libre
de su luz abrasadora y punzante.
A ambos lados de la escalera, los palos de las antorchas guían el camino. Las
antorchas crepitan haciendo que el humo se vaya hasta la atmósfera.
Subo el primer escalón, luego el siguiente. Es una caminata lenta, mis ojos
escudriñan la menor perturbación en las enredaderas. Un destello de plumas,
unas patas con garras enganchadas a una rama.
Debe ser la fauna Fae. En un universo amable, esta escapada sería un sueño
hecho realidad, y me perdería en la exploración. En cambio, no me fío de un
solo chirrido o movimiento de las ramas. Por lo que sé, las Fábulas se equivocan
en todo lo que se supone que debo esperar, y me encontraré con aves exóticas
que no deberían existir en este cinturón del continente. Es más, esas aves
podrían ser carnívoras o plagas. Podría encontrarme con palomas carnívoras,
periquitos rabiosos o putos flamencos enormes.
Camino por las losas, vigilante de las sombras y las siluetas. Pronto surgen
nuevas formas en mi periferia, figuras humanas con partes del cuerpo
anormales, como alas o brazos forrados de plumaje. Los segmentos se deslizan
por el dosel o se ponen en cuclillas sobre las ramas.
Ruedo hacia ellos. Riéndose, ellos se pierden de vista.
¿Cuántos me observan? ¿Cuántos están esperando para abalanzarse?
¿Se zambullirá uno de ellos como un martín pescador? ¿Se agarrará uno de
ellos como un águila pescadora?
Estoy muy segura de que mis ojos están muy abiertos y al acecho. A juzgar
por las risitas, esto complace a mi público.
Cierro las manos en puños, cesando los temblores. A medida que avanzo, el
oxígeno se vuelve menos profundo, pero más nítido. Las estrellas se deslizan
por el firmamento, alternando entre blanco y verde azulado. Mi pulso
tamborilea y mis muslos arden.
Las escaleras se extienden, y se extienden, y se extienden hacia adelante. No
tengo ni idea de si estoy progresando.
El terreno se vuelve más ventoso, mi cabello se agita alrededor de mi cara.
Hago una pausa, apoyando mis nudillos en mis caderas, mis pulmones son un
conjunto de bombas oxidadas. Rebuscando en mi mochila, alcanzo el odre de
agua. Mientras lo hago, la nota que había aplastado en un fajo —la que me
saludaba en el fondo— brota de la mochila y se eleva en el aire,
transformándose en un conjunto de alas.
No tengo tiempo para levantar la mandíbula. El papel vuela hacia delante.
Corro tras él, el oxígeno cortándome a través del pecho. El papel volador
avanza por un precipicio y yo corro tras el, salgo disparada sobre el último
escalón y me tambaleo en el rellano. No veo el papel por ninguna parte, y mucho
menos un camino que continúe.
Un nicho creciente se adentra en la montaña. Todo lo que encuentro es una
señal que apunta hacia el callejón sin salida, lo cual no tiene sentido.
El marcador dice: El Parlamento de los Búhos.
Las pisadas se multiplican y se esconden detrás de mí. La risa de la araña
malvada se arrastra por mi espalda.
Una persona inteligente contendría su lengua. Una persona inteligente sería
Juniper o Cove.
Giro y desenredo mi látigo. —Tengo un lazo.
—Y tú tienes una boca —comenta una voz con acento.
Giro de nuevo y me agacho para luchar, mi látigo golpea hacia un lado. La
media luna cincelada ha desaparecido. En su lugar, el espacio se ha ensanchado
hasta convertirse en una rotonda de piedra, el piso esta liso y pavimentado a lo
largo de la cima, con la representación de una sola montaña incrustada en su
centro y una jabalina atravesando el corazón de la cima. Un conjunto de árboles
de serbal se alinea en el perímetro del área, protegiendo la rotonda que antes no
estaba allí.
Y el trono que tampoco había estado allí. En el extremo opuesto, un enorme
asiento esculpido en roca se cierne sobre un estrado. La silla tiene los bordes
tallados en forma de alas, que se curvan hacia adentro.
La pesadilla de mi existencia se extiende de lado a lado del trono, sus largas
piernas colgando sobre el borde derecho. Con un codo apoyado en el otro
reposabrazos, Cerulean apoya la mejilla en la palma de su mano e inclina su
cabeza. Dos anillos de un azul prismático brillan.
Está claro que le gusta la ropa oscura y ondulada que cuelga
desordenadamente de su cuerpo. El conjunto de esta noche no es muy diferente
del traje que llevaba ayer. La única diferencia es el abrigo; éste es de color rojizo
en lugar de negro atardecer, y su cuello vuelto hacía arriba enmarca los
delicados huesos de su rostro.
Y una cosa más. Unas pequeñas alas de bronce convertidas en joyas tapan las
dagas de sus orejas.
La cumbre abre su papada a las estrellas. Los troncos de serbal se inclinan
como si el viento los hubiera desequilibrado.
Un anillo de búhos rodea la rotonda, las puntas de sus plumas de ébano y lino
son relucientes. Cada ave tiene un árbol individual, con los medallones de sus
ojos lacados en aguamarina o citrino.
El búho astuto se posa sobre la barandilla del trono.
Muy bien. Así que esta cumbre debe ser el Parlamento de los Búhos.
El dedo de alguien aparta un mechón de mi cabello. Girando en la dirección
de la mano, aparto de un manotazo los dedos invasivos y luego tropiezo hacía
atrás al verlo.
Este Fae está hecho de todas las cosas finas y ligeras. Tiene una mata de pelo
topacio amontonado alrededor de su cabeza y los ojos más chillones que he
visto nunca, con el iris esmaltado en el mismo tono. Algo así como un mapache,
una gruesa muestra de cortes castaños cruza su cara, de sien a sien.
Un vestido vaporoso envuelve su cuerpo compacto en tiras de tela sinuosa.
Su piel, pálida como el papel, hace juego con las alas sedosas de la polilla que
brotan de su espalda, un conjunto de puntos de topacio tocando cada punta.
La hembra es delgada. Parece joven, pero ¿quién sabe con este grupo de
inmortales?
El shock me impide hablar. Es tan hermosa como Cerulean… y tan extraña.
Los demás salen a la rotonda. Mi audiencia se acerca, sus movimientos
fluidos y traviesos. Poseen un híbrido de rasgos animales, humanos y Fae, una
extravagante perversión de lo que había imaginado, algunos francamente
espantosos, otros asombrosos por su belleza.
Los monstruos altos y elegantes lucen los brazos emplumados de los
gorriones. Los enanos fornidos exhiben los torsos acorazados de los
escarabajos. Los duendecillos revolotean con sus alas de mariposa, las
membranas transparentes son tan animadas como vidrieras, cuyas puntas se
convierten en serpentinas.
Las hadas se parecen a los animales del cielo y la montaña.
Alas de murciélago, negras como el regaliz y esqueléticas. Las alas de los
pájaros, con sus plumas iridiscentes, se extienden a lo largo de mantos de dos
metros.
Los cuernos puntiagudos o en espiral de los antílopes. Los cuernos de concha
de los carneros.
Una figura tiene el hocico de un gato montés y pupilas felinas verticales. A
uno le brotan orejas de conejo.
Otra ostenta una cola de plumas de codorniz. Otra tiene el cuello larguirucho
de un maldito cisne.
Tienen la piel pigmentada, el verde de los helechos o el azul grisáceo de las
mañanas lluviosas. Llevan intrincadas marcas de tinta en espiral en sus rostros.
Llevan diademas y tobilleras de plumas. Blanden garras y garfios. Tienen orejas
puntiagudas.
Cerulean se encorva en su trono con indiferencia casual. Apoyándose un dedo
en el labio inferior, y él observa mientras su séquito se burla de mí.
—Humana tonta —se burla la polilla femenina, un juego de peines de
porcelana que hunden sus dientes en su mata de cabello—. Niña tonta.
Da vueltas en círculos, burlándose de cosas que no puedo oír porque estoy
demasiado ocupada comiéndome con los ojos a las otras hadas. La mayoría se
instala junto a los árboles, donde se apoyan en los troncos, para observar mejor
esta escena.
Cuando la polilla se ríe de que soy demasiado estúpida para hablar, el resto
se ríe. Observa las costuras expuestas de mí vestido —evidencia de que lo estoy
usando al revés— y habla con un tono arrogante en su voz —. Parece que
alguien ha hecho los deberes. Por casualidad, ¿también has traído bayas de
espino? ¿Con un poco de sal?
Levanto mi barbilla y sigo su trampa. —¿Y qué si lo hice?
En respuesta, la polilla mira de reojo. Sigo su mirada y veo a una mujer
humana vestida con trapos de arpillera, con el cabello rubio enmarañado y una
expresión enloquecida en su rostro ovalado. A ciegas, se tambalea hacía el
precipicio y se lanza por la cornisa.
Pero ella no grita. Yo sí.
Mis pies se lanzan hacia ella y luego se tambalean en el borde del acantilado.
Contemplando hacía el abismo, no veo señales de un cuerpo que cae y se
encoge. Ni una sola, partícula insectil de brazos y extremidades.
Las carcajadas golpean el cielo. Giro hacia las hadas, mi corazón golpeando
mi esternón. Cerulean echa la cabeza hacia atrás y se ríe con ellos, sus labios se
despejan hacía atrás para dejar al descubierto unos afilados caninos.
Mi horror se transforma en furia. Lo que he visto… no era real.
—Uno de nuestros antiguos huéspedes —se jacta la polilla—. Tuvo un final
trágico. ¿La conocías?
No la conocía, pero eso no importa. Me muevo rápido, dando zancadas hacia
la rotonda, hacia donde la tonta brilla. Mi látigo le pega en la pierna y envía a
la perra al suelo, cayendo de culo; sus alas se agitan tratando de levantarse. Más
risas estruendosas de estos demonios, pero no de su gobernante.
La boca azul de Cerulean se arruga con disgusto. —¡Silencio!
La alegría muere rápidamente, pero la pequeña Fae se levanta de un salto con
un siseo vengativo. Cerulean la interrumpe, diciendo algo en su fluido y
melódico idioma.
Nunca he oído nada parecido a la lengua de los Fae. Es como si alguien
hubiera espolvoreado cristales en sus labios.
Barro la cabeza entre los dos. La polilla me señala, con su voz salpicada de
ira. Cerulean mantiene su postura perezosa, contempla sus palabras, luego
dirige sus ojos hacia mí y agita una mano desdeñosa. —Déjanos.
—Quédense —les suelto—. No les tengo miedo.
—Está mintiendo —La polilla camina hacia donde está su gobernante, su
tono se vuelve espinoso—. Jún lýkur.
Sea lo que sea lo que ella haya dicho, Cerulean le da la debida importancia,
su dedo índice se desliza de un lado a otro de su barbilla. —Éck efast mvjöck
um fade —responde sin quitarme los ojos de encima.
La polilla se desvanece. Está a punto de dar un pisotón, pero Cerulean no le
hace caso, la impaciencia arruga sus rasgos. —¿Y bien? —insiste, cambiando
de nuevo a la lengua mortal—. ¿Debo repetirlo?
Su pelotón se marcha. Uno de ellos lleva una banda en la frente con un
amuleto entre las cejas: los delicados huesos de un pulgar humano.
Los restos de la cena suben por mi esófago, con trozos que amenazan con
estallar en mi boca. La única distracción que me impide vomitar el contenido
de mi estómago es ese mequetrefe de hembra, que está furiosa porque la hice
tropezar y luego intentó socavar a su líder a los tres segundos de haber llegado.
En su salida, ella me lanza una mirada de advertencia antes de salir de la
rotonda, con sus alas de polilla erizadas.
Los búhos permanecen en la sala, mirándome con ojos de rumia. Como un
consejero, el rapaz búho cae sobre el hombro de Cerulean, pareciendo
comunicarle algo inaudible a su gobernante, quien inclina obedientemente la
cabeza para escuchar.
Mientras tanto, Cerulean me mira fijamente. Sin esperar a que asiente con la
cabeza, el parlamento se retira, saliendo disparado de las ramas y disolviéndose
en el horizonte.
El silencio es horrible. Un viento tranquilo se abre paso entre los serbales.
Más allá de ellos, tengo una vista brumosa de la cordillera, sus detalles
oscurecidos.
Cerulean aparta las piernas del brazo del trono y se pone en posición vertical.
Ese único mechón de pelo trenzado se desprende del resto de sus capas, y la
punta emplumada cuelga en el valle de su pronunciado escote.
Que se joda. Que se jodan él y los de su clase, que se creen mucho mejores,
deseables y dignos porque tienen magia.
El Fae le da a mi vestido y a mi mochila de suministros, una mirada
indiferente, su boca azul delata el más mínimo movimiento. —No deberías
creerte todo lo que lees, mascota.
Menos mal que Juniper no está aquí. Pero dondequiera que esté, mi hermana
tendrá un duro despertar cuando sepa que la sal, las bayas de espino y la ropa al
revés no harán una mierda para protegerla contra el glamour. Ese truco ilusorio
con la chica mortal saltando a su muerte lo demuestra.
Cerulean tiene razón, al menos en lo que se refiere a lo que le han enseñado
a mi gente. El Libro de las Fábulas fue escrito por un grupo de antiguos escribas
que viajaron por el continente, investigando los encuentros de los mortales con
los seres encantados. En lugar de relatar los detalles directamente, los escribas
los convirtieron en Fábulas, una dramatización de la verdad. Revela muchas
cosas sobre las hadas, pero es cierto que se equivoca en algunos detalles. Por
ejemplo, hubo un tiempo en que los humanos pensaban que los Fae envejecían
y morían lentamente.
Error. Son jodidamente inmortales.
Cerulean chasquea la lengua. —Llegas tarde.
Me tomo mi tiempo, enroscando el látigo en un lazo y encajándolo en la
hebilla de mi cadera. —Eso depende de que reloj de cuco estés mirando.
Junta sus dedos. —Lark, ¿no es así? Qué hermoso nombre.
—Ceruleanne, ¿no es así? —pregunto, pronunciando deliberadamente mal su
propio apodo—. Suficientes heroínas tienen hermosos nombres. Prefiero tener
uno ágil. Hace que sea difícil de atrapar.
—Una alondra —observa—. El raro pájaro que canta mientras vuela, en lugar
de estar posado y ocioso como el resto de sus congéneres. Por lo tanto, un
humano con una firma digna del cielo y el cabello tan blanco como una nube,
una cosa perdida e inalcanzable. ¿Es eso lo que eres? ¿Una extraviada?
—No tenía ni idea de que los Solitarios interpretaran tanto a los humanos. No
nos prestan mucha atención fuera de las bromas y los asesinatos.
—Oh, pero me halagas. Mi habilidad de observación es puramente
rudimentaria. Si piensas lo contrario, estás poniendo un listón muy bajo para el
intelecto. ¿Cuál es, mascota?
—¿Había una opción en esa afirmación?
—¿Estás de humor para elegir?
—Estoy de humor para arrancarte la lengua.
—Qué salvajismo —Sus labios se curvan en una sonrisa—. En ese caso,
estarías desmembrando mi bien más preciado.
Hombres, sí que sé cómo elegirlos. —No necesitas una lengua para
comunicarte. He oído que el papel y la pluma hacen el trabajo —gruño—. Y no
me llames mascota, o te llamaré presa.
¿Quiero que me maten? Posiblemente. Mi familia ha tenido casi una década
para sacarme los modales, y mira a dónde han llegado.
En un abrir y cerrar de ojos, Cerulean desaparece. Entonces, una corriente,
¿o un aliento? se cuelan por la estrecha hendidura que hay detrás del lóbulo de
mi oreja. De repente, una voz ronronea a mi lado: —Cuando dije que mi lengua
es valiosa, ¿qué te hizo pensar que me refería al habla? —Instantáneamente,
Cerulean se ha materializado a una distancia muy cerca de mí—. Las lenguas
sirven para muchas cosas, en tantos lugares, con partes pequeñas empapadas,
satinadas.
Me giro hacia él. Había olvidado lo alto que es, su físico esbelto pero
tonificado bajo esa camisa que deja al descubierto la piel. No soy pequeña pero
su altura me obliga a inclinar la cabeza.
En su proximidad, mi nariz percibe un olor a almizcle y a tempestades. Por
segunda vez en nuestra breve historia, los aromas resucitan un recuerdo que no
puedo ubicar.
Cerulean frunce el ceño, perplejo por algo, aunque su reacción no puede ser
por la misma razón que la mía. Porque… nunca nos habíamos conocido antes,
¿o sí?
Mi látigo lo distrae, y una sola ceja se eleva sobre su cabello despeinado
mientras examina el arma. —Tendrás que hacerlo mejor que eso.
Le amenazo: —Cuando esto acabe, eso es lo que te diré.
—Y admiro a una mortal que se enorgullece de tener la última palabra.
Desliza un dedo sobre mi látigo. Un escalofrío me recorre la columna
vertebral y quito la cuerda de su contacto. —¿A dónde enviaste a mis hermanas?
¿A dónde las has convocado?
—Yo no lo hice —responde sin compromiso—. Lo hicieron mis hermanos.
Espera. Los gobernantes del Bosque Solitario y de las Profundidades son
sus… —¿Hermanos?
—No por sangre. Son mis hermanos por historia y lealtad.
—¿Eso existe aquí? ¿Lealtad?
La indiferencia cae de su rostro como una piedra. —Cualquier diversión que
mis hermanos requieran de tus hermanas está fuera de mi control. Yo no
gobierno el bosque ni el río. Yo gobierno y recorro los cielos.
Esbozo su figura. —No veo alas en ti.
—Nunca dije que tuviera una, mascota.
—Lark —le digo—. Mi nombre es Lark, tú imbé…
—Cuidado —susurra, sus palabras bajan de tono—. Mucho cuidado ahora.
Esa mirada dice que estoy pisando una fina brisa. ¿Y por qué me ha llevado
tanto tiempo darme cuenta de su propia arma? Una lanza con punta de hélice se
clava en el arnés de su cadera… o tal vez no es una lanza, ni un arpón.
Es una jabalina, adornada para atravesar a sus enemigos. De hecho, es la
misma que atraviesa el símbolo de la montaña incrustado en el suelo. Excepto
que su arma es más corta, del largo de una espada, lo que apuesto a que no es
siempre el caso.
La jabalina baja sobre sus caderas mientras se pasea a mi alrededor. —¿Te
gustaría conocer la verdadera belleza del miedo, lo terriblemente impresionante
que puede ser?
Mis ojos saltan del arma a él. —En realidad, quiero saber cómo puedes usar
palabras tan brillantes como belleza y miedo al mismo tiempo.
Acecha frente a mí, el viento arrastra sus movimientos. —Mmm... Te
aconsejo que disimules tu consternación de una manera más voraz. Tu valentía
hará que sea aún más gratificante romperte.
—Se necesita mucho para romperme.
Una risa imperiosa brota de la lengua de Cerulean. —Eres humana —dice,
como si eso lo explicara todo.
—Ya creo que lo soy —digo—. Tengo huesos frágiles, por no hablar de los
malos modales en la mesa. No tengo dones mágicos y algún día moriré. Los de
tu clase se creen muy superiores y poderosos. Crees que eres la mejor especie
porque vives para siempre, porque tienes una fuerza y un poder que no te has
ganado. Bueno, lo que tú llamas poderoso, yo lo llamo vago.
>>Me parece que tienen el camino más fácil con el glamour, los hechizos y
la inmortalidad. Tal vez porque no pueden manejar menos, como nosotros. Los
seres humanos tenemos una esperanza de vida más corta, con menos reservas a
nuestro alcance, y nos esforzamos por nuestro lote, sabiendo que nos la pueden
arrebatar de un segundo a otro: nuestra salud, nuestros hogares, nuestras
habilidades, nuestra fe, nuestros sueños, nuestra familia. Vivimos entre
demonios como tú, pero seguimos en pie, seguimos viviendo, y lo hacemos
plenamente. Claro, ustedes pueden ser los más llamativos, pero, ¿son los más
valientes?
Cerulean se estremece de sorpresa. Luego frunce el ceño. —Supongo que,
según tu estimación, las hadas no sufren pérdidas. Supongo que, según esa
misma estimación, los humanos son inocentes, sanos y rara vez dan por sentada
su existencia.
—Más inocentes que tú —Doy un paso adelante para estar más cerca de él y
siseo—, haz un balance de tus privilegios, Fae.
—Haz balance de tus libertades, humana —él murmura—. Puedo persuadirte
a cumplir mis deseos con gusto. Puedo forzarte a disfrutar del juego mientras te
destroza. Di la palabra. Esa ilusión que presenciaste antes no es más que un
susto insignificante, porque hay otras sensaciones fascinantes que surgen del
encantamiento. Nunca has conocido un placer tan grande como el glamour. Es
como ser follada lenta, sensual y dulcemente por detrás.
—En otras palabras, ¿me obligarás como intentaste hacer con esa flauta?
Porque eso no funcionó las dos últimas veces —lo desafío.
Las sombras se hunden en las grietas de su rostro. Al parecer, he tocado otro
nervio.
¿Cuántos le quedan?
Siento un cosquilleo en el cuerpo. El deseo de averiguarlo es crudo y
primitivo. Es un concurso que estoy empeñada en ganar, porque si quería un
objetivo dócil, eligió a la chica equivocada.
Aun así, dudo que Cerulean me seduzca para que cumpla mi castigo. Eso lo
reduciría al indolente que lo había acusado de ser.
—Demasiado fácil —predigo.
—Demasiado vulgar —coincide él.
Nos miramos con el ceño fruncido. El Fae me estudia, el estallido de su
mirada me empuja a dar un paso atrás. Soy descarada, pero no soy imbécil.
Ante mi retirada, una cruel satisfacción se posa en su rostro. Retrocede y
extiende los brazos en un gesto de bienvenida. —Que así sea. Te declaras la
especie más valiente. Pongamos a prueba eso con un trato, ¿de acuerdo?
—Pruébame, bonito Fae.
—Oh, pero tengo la intención de hacerlo. Siempre que llegues a la cima.
—¿La cima de qué?
La boca de Cerulean vuela hacia arriba, formando una sonrisa. En silencio,
inclina la cabeza hacia un lado, mirando con recelo la cima del trono. La bruma
se disuelve, su cortina se abre para mostrar la cordillera y sus secretos. Halos
de niebla coronan las cumbres. Tejas de hiedra trepan por los acantilados. Unos
árboles larguiruchos atraviesan el aire desde varias elevaciones, junto con
serbales dispersos en las zonas más densas, varios de los troncos se mecen con
la brisa como si fueran a derrumbarse en cualquier momento.
Hay más. Peldaños, rampas y pendientes se materializan dentro y fuera de la
niebla, ya sea atravesando o uniendo pasajes.
El panorama se asemeja a…
Fables eternas. La montaña es un maldito laberinto.
Capitulo 8
Esta podría ser la primera vez que Cerulean me deja sin palabras. Después
de un momento de vacilación, doy pasos descuidados a través de la rotonda y
me deslizo entre un par de baúles. Me detengo a varios metros del borde y me
quedo boquiabierta ante el panorama.
El Libro de Fábulas dice que Faerie es un reino de capas y distorsiones para
el ojo mortal, si no completamente invisible. Los Solitarios del cielo viven en
un rompecabezas montañoso de pendientes irregulares y serbales azotados por
el viento, los picos del acantilado cortados con puentes, escalones y caídas
vertiginosas.
Muchas caídas bajo las estrellas.
Una bandada de halcones navega por encima, sus alas gotean polvo de oro.
Los pájaros místicos se desvían hacia los lados, realizando una formación en
espiral. Absorta, me escabullo más cerca de la cornisa del acantilado, luego
jadeo mientras los elementos se agitan. Una salvaje ráfaga de aire me empuja
hacia adelante. Mis talones frenéticos se clavan en el suelo, pero un segundo
viento me intercepta, sacándome del peligro.
—Cuidado —una voz dice desde atrás—. Mucho cuidado, o te caerás.
Giro hacia Cerulean. Él se apoya en un serbal lleno de bayas, el hombro
contra la corteza y los brazos cruzados. Una brisa acaricia su ropa, perturbando
la camisa de lino desabrochada, los pantalones holgados y el abrigo largo rojizo.
Las solapas se abrieron, haciendo alarde de la jabalina en su cadera.
Me mira con expresión impasible, una oreja tapada asoma por el cabello que
se agita alrededor de su cara. Si no lo supiera mejor, diría que me impidió caer
en picada.
Agradecer a las hadas es un tabú, así que me encojo los hombros. —¿Cuál es
tu precio por esto?
Una sonrisa condescendiente se dibuja en su rostro. —Se razonable. Aún
tenemos que empezar. Por lo tanto, no puedo permitir que caigas en picada hacia
tu desaparición tan temprano. Eso sería descortés, y aún no estás lo
suficientemente desesperada como para intercambiar favores. ¿Te apetece la
vista? —Me estudia y reflexiona— . Hace un momento, parecías fascinada.
—Si fascinante viene con una pizca de repugnante, seguro.
Está bien, estoy mintiendo. Porque, a diferencia de ellos, puedo hacer eso.
En realidad, la escena me quita el aliento: la ráfaga de aire, la elevación, esos
pájaros. En cuanto al resto de esto, lo veré a él fascinado y emocionado por un
gran conjunto de rocas.
Me desvío hacia la montaña. En algún lugar allá arriba, los bribones infestan
la tierra, los depredadores alados giran en círculos y los puentes que se cruzan
conducen a quién sabe dónde, o a qué profundidad. Veo brechas en los árboles,
los matorrales rebosantes de antorchas.
En la cima de una cresta, una torre cilíndrica de piedra plana se eleva desde
un pináculo. Desde una cresta diferente, se levanta otro edificio circular, pero
más ancho.
Cerulean había dicho algo sobre mi llegada a la cima. Así que ese es su trato.
¿Es esto lo que les pasó a los mortales que fueron atraídos aquí? ¿Estos
monstruos forzaron u obligaron a los humanos a tropezar en este rango mientras
eran embaucados, engañados y atormentados? ¿Qué mundo atroz es este, donde
los villanos residen en las entrañas de una verdadera mierda mental?
El glamour de Moth me había dicho mucho. Ninguno de los anteriores
humanos que navegaron por esta montaña sobrevivieron. Por eso nunca
volvieron a casa.
Y yo soy el juguete más nuevo.
—Encantador, ¿no? —La voz de Cerulean acaricia mi cabello.
Una vez más, cruzó la distancia instantáneamente. Me posiciono lejos de él
y clavo mi mirada en el rango. —Ustedes deben pasar un buen rato haciendo
recados.
Con leve diversión, susurra: —No es tan alto como parece.
—Una mierda.
—Piensa otra vez. Estoy seguro de que sabes que las hadas no pueden mentir.
—No importa. No tocaría tu versión de la verdad ni con la punta de mi látigo.
¿No es tan alto como parece para quién?
Desafortunadamente, no se ahoga con su risa. —Ya veo. Te gustaría que
torciera mis palabras con más delicadeza.
Será mejor que no le responda. —Creo que la distancia depende de cuánto
tiempo tenga.
— ¿Es una pregunta?
—Solo si obtengo la respuesta correcta.
—Una rebelde. Te daré trece horas, trece días o trece semanas. Nada más y
nada menos. ¿Cuál prefieres?
—¿Eres real o simplemente una pesadilla?
Se inclina, su cálido aliento me recorre la mejilla. —Por supuesto, tócame y
descúbrelo.
—¿Te importa si uso mi látigo para hacerlo? A los hombres les gusta eso.
—¿Y qué te gusta a ti, mascota?
La pregunta provoca que una pequeña ráfaga de viento se cuele bajo mi falda
rodeando mis muslos. Eso sucedió en el vagón, además de algunas otras veces
durante los últimos años mientras estaba acostada en la cama. Asumí que era
una de las infames hadas tratando de atarme a mi perdición, usando magia para
hacer contacto, dominando el viento a su favor. En ese entonces, luché contra
la intrusión y gané.
Quizás ese había sido él. Le preguntaría, pero probablemente se lo haya hecho
a tantos humanos que no lo recordaría.
Cerulean pagará por esto. De una forma u otra, le haré pagar.
Basado en las Fábulas, las horas pasan aquí de la misma manera que en casa.
Cuando digo lo mismo, Cerulean confirma ese hecho, asegurándome que el
tiempo solo se ralentiza si te paras en un anillo de hongos Fae. Pero según él,
esos no crecen en esta montaña.
Medito su oferta mientras mis ojos observan el paisaje.
Trece horas, días o semanas. Nada más y nada menos…
Las opciones son claras. No menos de trece horas. No más de trece semanas.
—Trece días —respondo.
—Es una lástima. —Cerulean hace un puchero por encima de mi hombro —
. Te quería por más tiempo.
—Dime las reglas
—Las reglas son que no hay ninguna
—Buen intento —respondo—. ¿No hay reglas más que qué?
Otra sonrisa da forma a su respuesta. —Uno, llega a la cima de la montaña,
por tu cuenta, por supuesto. Dos, tienes trece días, como has deseado. Tres, o
ganas o mueres en el intento. Y por morir, me refiero a la tierra o mi mano. Se
suponía que eso rimaría pero así es la vida.
— ¿Por tu mano? ¿Cómo es eso? —Como el sarcasmo es inevitable,
agrego—: No seas tímido —. No hay respuesta. Sin embargo, siento su mirada
lasciva, las posibilidades dejadas a mi imaginación.
—Si esto es una negociación, ¿cuál es la alternativa? —exijo—. ¿Qué pasa
si no juego?
—Entonces mueres ahora y no más tarde
— ¿Qué hay de Juniper y Cove?
—Has leído mi nota —responde Cerulean.
Todos ganamos, o ninguna de nosotras gana. Lo que significa que las tres
morimos ahora, ejecutadas mientras estamos separadas. La furia desciende
hasta las yemas de mis dedos, que acarician mi ropa. Me aproximo hacia él,
nuestras sombras chocan.
— ¿Y si gano?
—Entonces ganas —dice simplemente—. Si tus hermanas juegan igual de
bien, cada una de ustedes queda libre —Y este desgraciado lo llama un trato
justo. Hasta ahora, estas hadas se están encontrando con mis expectativas con
aplomo.
Mi cerebro analiza su declaración en busca de un truco. Es cierto que Juniper
es mejor en esto. Por otra parte, he conocido a tipos que se andaban con rodeos
con las palabras para meterse en mis bragas. Ya que tengo práctica para decidir
los términos de cómo me follan, esto no es diferente.
El viento se levanta, golpeando la abertura de mi falda. Por primera vez,
Cerulean se da cuenta de que llevo un brazalete alrededor del muslo. El mío está
un poco abollado, pero a él le gusta igual.
—¿Lo quieres para tu colección? —Intento un trueque—. Podría estar
dispuesta a entregarlo.
Él levanta la cabeza, la ironía marca su rostro. —¿No te han enseñado? No
deberías negociar con un Fae.
Muy divertido. —Ya que he pasado el punto sin retorno, me arriesgaré.
Además, mi familia se queja de que nado primero y aprendo después; así es
como me rompí el brazo cuando tenía catorce años. Resulta que el polvo de
duendes regateado por un vendedor de estrellas no te hace volar, después de
todo.
—Por supuesto, entonces. Sube la apuesta
—Propongo otro cambio de reglas
— ¿Que no puedes ganar? —dice intentando adivinar.
—Eres un puntazo —me burlo—. Déjame reformular. Te daré mi accesorio
favorito si consigo una regla gratis. Una ventaja que puedo sacar de mi bolsillo
siempre que lo necesite.
Mientras sostiene mi mirada, Cerulean desliza su pulgar a lo largo del borde
del brazalete, y es una inyección directa de adrenalina en la ingle. Mis caderas
se tensan a la defensiva. La cosa es que soy consciente de que soy atractiva. La
mayoría usaría el término linda-sexy.
Pero tengo mi dignidad. Aparte de juntarme con ese comerciante de caza
furtiva, no me agacho ni miro boquiabierta por los maleantes.
El alma despreciable de Cerulean triunfa sobre su apariencia. Cuanto más
repugnante actúa, más horrible se pone su rostro. Entonces mi reacción tiene
menos que ver con la atracción y más con… ¿qué?
—Parece que te he subestimado —entona—. En cuanto a esa baratija
brillante que abraza tu muslo, prefiero algo más.
—Entonces hazme una oferta.
—Una regla libre por un premio libre. Si tienes la opción de decidir más tarde,
yo también puedo.
En ese caso, podríamos cancelarnos unos a otros, dependiendo de cómo
jugamos nuestras cartas. No me gusta, pero cruzaré ese puente, maldita sea, sin
juego de palabras, cuando llegue a él. No tengo ni idea de lo que me espera, así
que necesito toda la ventaja que pueda obtener.
Estoy de acuerdo con un asentimiento. Cerulean inclina su propio cabeza,
estimulado por este giro de los acontecimientos. Fiel a su cultura maliciosa, la
perspectiva de agregar otra negociación a la mezcla le hace cosquillas.
Lo odio. Lo odio tanto que lo quiero escrito en mi lápida. Mi disgusto es
absoluto, hasta el punto de ser doloroso, asándome de adentro hacia afuera.
Sin embargo, de forma inesperada e inexplicable, el dolor se vuelve tristeza.
Una añoranza inesperada me pica en la garganta y apaga el calor. Por mi vida,
no puedo justificar eso.
El dedo de Cerulean se posa debajo de mi barbilla y nivela mi mirada con la
suya. —¿Cuál es esta expresión que llevas? —él pregunta—. No la entiendo.
Por una vez, habla en serio. Llegaría tan lejos como para decir que está siendo
genuino, su mirada saltando por todo mi rostro, preguntas tácitas apiladas como
ladrillos. Cualquiera que sea su reacción, se extiende a ambos lados de la línea
entre fascinado y preocupado.
También me gustaría preguntar mi parte de las cosas. ¿Por qué se siente como
si hubiéramos estado tan cerca el uno del otro antes? La noche fuera del vagón
no cuenta. Estoy pensando más atrás, en una época anterior, lo que no puede ser
cierto.
Sé por qué su toque me repele. Pero, ¿por qué me entristece?
Nuestras respiraciones chocan, una congestión de emociones con los ojos
abiertos aflorando. Es como si volviera a ser una niña y me presentaran ciertos
sentimientos por primera vez. El misterio del dolor, la deliciosa emoción del
miedo y la perplejidad del deseo.
¿Sobre todo? Pérdida y anhelo.
Así es como se ve en Cerulean.
Sus cejas se arrugan, algo desconcertado y un poco de angustia destella a
través de las guadañas de su iris. Por fin, hace una mueca de desdén y se arrastra
hacia atrás.
Retrocedo, el rencor fresco bombea por mis venas. ¿Cómo me atrevo a
compartir un momento genuino con este Fae, cuando todo en él es retorcido y
está mal, y cualquier conexión con él es retorcida y errónea también? Los de su
calaña han aterrorizado a los humanos durante eones, y sus hermanos han
obligado a mis hermanas a caer en sus garras. Cerulean espera que sobreviva a
un paisaje de magia violenta, o muera tratando de alcanzar su cenit, y lo
entretenga mientras lo hago.
Todo porque había cruzado una frontera. Todo porque había roto alguna regla
arbitraria. ¿Bien adivina qué? Estoy a punto de romper muchas reglas más. Van
trece.
Dentro de unos días, abriré su mente como un cofre del tesoro y le robaré
todo lo que hay dentro.
Entonces de nuevo, ¿por qué esperar?
—Ustedes, criaturas, no son muy creativas por sí mismas, si se necesita a un
mortal humilde para divertirse. —digo—. Sigue gastando tu energía de esta
manera, y pensaremos que tenemos un efecto duradero en las Hadas. Uno
podría llamarlo poder sobre ti.
Los ojos de Cerulean parpadean. Acecha tan cerca que su boca roza mi
barbilla, sus palabras raspan mi carne. Es casi sensual cuando advierte:
—Ten. Maldito. Cuidado.
La rotonda se evapora en una espesura de nubes. El Nicho de la Media Luna
reaparece, eclipsando la cima del trono, o más bien, El Parlamento de los Búhos.
Me sobresalto por la transformación. Si nada es lo que parece, ¿cómo se
supone que voy a atravesar este lugar de una pieza, con mi cordura intacta?
Las estrellas rocían el hemisferio con blanco y verde azulado. Una brisa se
abre paso, levantando una pared de niebla brillante que se cierne ante el nicho.
Veo una grieta camuflada en los vapores, una grieta que asciende por el centro.
La película lechosa se parte con un silbido, rociándome con vapor.
El letrero ha regresado, excepto que ahora lleva dos marcadores en lugar de
uno, ambos apuntando hacia la media luna. Debajo del Parlamento de los
búhos, el segundo dice: La montaña solitaria.
La sombra de Cerulean corre detrás de mí, extendiéndose a través de la malla
de ramas de serbal. —Ese reloj que mencionaste está corriendo —advierte.
No le tengo miedo a las alturas. Si sé algo, además de cómo cortejar a un
sinvergüenza y azotar a un enemigo, es cómo escalar.
Puedo hacer esto. Yo puedo.
No, no puedo. No hay forma de que pueda llegar a la cima de una montaña
Fae, por cientos de razones que no necesitan enumerarse.
Reúno las imágenes de las gafas de Juniper y la tímida sonrisa de Cove.
Luego paso el velo. La entrada vibra a ambos lados de mí y conduce a un patio.
En el centro, otro letrero erigido dentro de una parcela de césped ondulante tiene
media docena de etiquetas en diferentes direcciones. Más allá de eso, veo un
montón de nada.
—Como me siento generoso, te daré una pista —dice Cerulean desde la
entrada—. Solo una dirección es confiable. Ah, y no pierdas la cabeza.
—¿Qué? —dejo escapar, desviándome a tiempo para captar su sonrisa
arrogante, justo antes de que mueva la muñeca. El velo de niebla se cierra de
golpe, cubriendome con otro silbido y me inunda en la oscuridad.
Capitulo 9
Si yo fuera un personaje de un libro, una hermana en particular —no necesito
nombrarla—estaría gritando en la página en este momento, porque, ¿cómo
podría olvidar el poder de omisión Fae?
Debería haberlo recordado. Los juegos necesitan oponentes.
… No pierdas la cabeza.
Pensé que estaría jugando sola. Esperaba tener una buena oportunidad.
Gran error. Cerulean no hizo tal promesa.
Parece que tengo un competidor. O creo que el término es saboteador.
Cerulean no tiene que acertar en su propia tierra, por lo que siempre que el Fae
esté de humor, puede usar magia y aparecer. Pero, ¿cómo sabrá mi progreso o
dónde encontrarme?
Niego con la cabeza. Ya perdí demasiado el tiempo, no me estoy moviendo
lo suficiente.
Juniper diría que es estúpido viajar sola de noche. El problema es que
acampar no es una opción, especialmente al principio. En una tierra extranjera
dominada por Fae nocturnos, necesito mantener mi ingenio cuando estén
despiertos.
Si tengo una ventaja, es mejor que salte antes de perder esa holgura. Cuanto
más me aleje, más ventajas obtendré cuando ese idiota se ponga al día.
Busco el poste indicador y sus marcadores.
Los pasos rebeldes
El nido negro
La guardia de los ruiseñores
El horizonte que nunca miente
El aviario nocturno
Miro a mí alrededor, pero no hay posibilidad de orientarme. Las estrellas no
ayudan, no actúan como brújula. Como nunca antes había visto celestiales verde
azulado, y mucho menos las constelaciones de esta tierra, no puedo entender su
disposición.
Entrecierro los ojos ante las opciones. Cerulean mencionó que solo una
dirección es confiable. Eso no significa que sea la ruta correcta hacia la cima.
Mientras que el resto puede no llevar a donde dicen, uno de ellos aún podría
dirigirse hacia donde necesito terminar.
Escondida detrás de la oscuridad, el entorno inmediato se niega a mostrarse.
Se niega a mostrarse…
Curiosa, doy un paso en una dirección aleatoria, hacia El Nido Negro. La
oscuridad se aclara y se abre como una boca que se ríe, exhibiendo una
pendiente bordeada de árboles y sacos tejidos que cuelgan de las ramas, un
enjambre de colmenas. Patinar hacia atrás hace que la vista se desvanezca.
Ah-ha. Los entornos sólo son visibles cuando hago una elección. Pongo a
prueba esta teoría unas cuantas veces, la oscuridad se derrama en diversos
escenarios: un puente de red que emite vapor; una flota de setos de zarzas que
se cruzan; y una escalera apoyada contra una pared escarpada, los peldaños se
deslizan en un manto opaco de niebla.
Teme al viento. Sigue el viento.
Esa nota. El que se convirtió en objeto volador y me llevó a la cima. Presiono
mis dedos en mi sien y pienso, pienso, pienso. ¿Qué más decía?
No mires hacia abajo. Cuida tu paso. Teme al viento. Sigue el viento. Pierde
tu camino. Encuentra tu camino.
Entonces, para mí, el viento será una herramienta o una trampa.
Desenrollo mi látigo y doy un empujón hacia afuera. El aire agarra la cola del
arma y la desvía hacia Los Pasos Rebeldes.
Bien entonces. Me deseo suerte a mí misma o me despido con un beso.
La nada se escapa. Un camino se adentra en un canal de piedra que atraviesa
la montaña como un atajo, candelabros de antorchas que bruñen las paredes. El
techo con muescas de la glorieta apunta a una escalera directamente encima, o
una serie de escaleras. Paso junto a ellos y luego subo una pendiente empinada,
salgo de la cavidad y me detengo para recuperar el aliento. Delante hay un
camino errático de escalones planos desconectados por amplios huecos y un
pozo insondable debajo.
A ambos lados, los vapores se mezclan con los serbales inclinados que se
inclinan sobre la ruta. Los setos se apiñan alrededor de los troncos y emiten la
putrefacción dulce y enfermiza de la fruta en descomposición. Las bayas caen
de las ramas, los orbes de salvia agrupados en racimos e hinchados de jugo. Me
recuerdan a las grosellas, si las grosellas rezuman moco.
Miro por el costado y flexiono los muslos para no orinarme. No puedo ver
qué tan lejos cae y no es necesario, porque la profundidad sube por mis
pantorrillas.
Cierro los ojos y recuerdo el aviario en la parte trasera de la cabaña de mi
familia. Recuerdo la prisa de escalar esos árboles, mi deseo de escalar hasta
llegar a las copas de los árboles. Cada vez que alcanzaba un nuevo pináculo, la
victoria me enseñó a amar las alturas, borrando los años que pasé destapando
chimeneas. Trabajé muy duro por esa pasión y no dejaré que este lugar me la
robe.
—No mires hacia abajo —recapitulo de la misiva—. Cuida tu paso.
No creo que se llamen Los Pasos Rebeldes por nada. No se puede confiar en
estas losas, pero no tengo otra opción. Debido a que los pasos dispersos no
tienen orden, existen varias opciones para comenzar. Tendré que usar prueba y
error.
Pongo mi pie en la primera piedra y grito.
El plato se hunde. La losa cae rápidamente, cayendo en picado hacia un
abismo. Mi brazo se dispara, mi mano agarrando el plato más cercano, frenando
mi caída y tirando de la cuenca de mi hombro. Grito, puntos negros de dolor
estallando detrás de mis párpados.
Por algún milagro, mis articulaciones y huesos se quedan quietos. Me quedo
ahí, agitando las piernas y chillando. Los pilares sostienen los escalones, los
tallos caen hacia abajo, hacia abajo, hacia el vacío.
Mis palmas sudan, patinando sobre la piedra y a punto de perder el control.
Busco a tientas mi látigo, tratando de golpear una rama que cuelga, pero las
hojas bloquean un disparo claro y mi visión lucha contra la oscuridad. Se
necesitan múltiples intentos para enganchar una rama gruesa, el látigo
enlazando la corteza.
Plantando mis plantas contra la columna, subo la cuerda. No es un viaje
lejano, pero con mis extremidades en llamas, es lo suficientemente lejos. Me
desplomo sobre el escalón y ruedo en la superficie helada, mis miembros
reducidos a gelatina. Me arden las palmas de las manos, manchas rojas en mi
carne, pero al menos no estoy sangrando.
Las risas dentadas resuena en la noche, su fuente escondida entre los árboles.
Están mirando, probablemente esperando a que haga un trato a cambio de
ayuda.
Ignoro a mis espectadores y vuelvo a examinar la gota. Si este camino es
consistente, los pasos equivocados tendrán las mismas consecuencias.
Una brisa empuja mi falda, instándome a seguir adelante. El roce de aire me
recuerda que un golpe más fuerte, la bravuconería de un vendaval, podría
hacerme caer de rodillas en cualquier momento de esta caminata. O podría
arrojarme por un precipicio, con o sin la influencia de Cerulean.
Mis dientes rechinan. Si puede montar el viento, aprenderé a resistirlo.
Me tambaleo sobre mis pies, desenredo el látigo de la rama y hago una mueca
de dolor por las abrasiones en mis muñecas. Va a doler como una perra cada
vez que empuñe mi arma.
La niebla se arremolina alrededor de los baúles y llena el abismo. Usando la
holgura para robar un manojo de bayas de salvia del arbusto más cercano a mí,
arrojo los bocados uno por uno en cada placa de piedra, mirando los escalones
falsos colapsar bajo el peso más mínimo, hasta que solo quedan los correctos.
Mis miembros tiemblan. Rodeo mis doloridos hombros, inhalo
profundamente y continúo. La distancia entre losas me obliga a saltar, los
pilares se empujan mientras aterrizo, el pulso me sube a la garganta. Se supone
que no debo mirar hacia abajo, pero eso es exactamente lo que hago, porque
amo las alturas, y no voy a renunciar a eso. No dejaré que nadie me condicione
para temerle.
Me aferro a visiones que me impulsan. Juniper y Cove me sonreían a través
de la ventana de nuestro ático, sus manos infantiles besando el cristal. Juniper
y Cove son tragadas por un siniestro bosque y aguas insondables. Juniper y
Cover perdidas en Faerie, lejos de mí para siempre.
Papa Thorne contándonos una fábula. El santuario de nuestro hogar.
Un niño Fae con una máscara de plumas, dándome una larga mirada antes de
huir a la naturaleza. Él, mi único secreto, incluso de mi familia. Él, mi única
excepción.
Yo, sentada en una fragua vacía. Yo, esperando su regreso, mis labios secos
y agrietados.
Mi talón resbala. Me tambaleo, pero mis reflejos encajan en su lugar,
impidiéndome perder el equilibrio.
Risas ásperas saltan de la vegetación. Los ignoro y salto a la siguiente piedra,
y a la siguiente, y finalmente, mis pies tropiezan con una llanura de hierba.
Agarro una piedra para mantener el equilibrio y miro por encima del hombro a
Los Pasos Rebeldes.
Lo logré cruzar. Pero todo lo que siento es mi cuerpo maltratado y agotado.
Gotas de sudor en mi cuello y en las membranas entre mis dedos.
Para mi sorpresa, el aire acaricia mis irritadas muñecas. Me dejo caer contra
el serbal hasta que puedo ponerme de pie de nuevo. Estoy raspada pero todavía
en una sola pieza, todas las partes del cuerpo tenidas en cuenta.
Examino mi mochila para ver si se ha caído algo, comprobando dos veces
que la pluma azul está a salvo en su compartimento oculto. Luego me doy una
palmadita. Mis dedos agarran el instante en que aterrizan en la hebilla de mi
cadera, donde debería estar el látigo.
El terror me sube por la columna. Me lanzo y veo el arma tirada en el último
paso que había dado. Mi salto debió desenganchar el carrete. Me maldigo por
no asegurarlo mejor.
Una cosa es aferrarse a los recuerdos para tener fuerza. Otra es dejar que me
distraigan. Por el amor de Dios, el látigo podría haber caído por el borde.
Sin embargo, una oleada de alivio enjuaga el pánico. He tenido ese látigo
desde que era una niña, aunque en ese entonces era demasiado largo para mí. El
recuerdo de mis extremidades pequeñas tropezando constantemente con el
cordón mientras luchaba contra duendes imaginarios empuja una risa cansada,
y posiblemente maníaca, de mi boca.
Para recuperar el arma, tendré que dar marcha atrás. Con un suspiro, aseguro
mi mochila y salto a la losa correcta.
Y ahí es cuando me sumerjo.
Capitulo 10
Me he caído muchas veces antes; me he metido en un montón de problemas,
me he enamorado y desenamorado, he caído por las chimeneas, y de los árboles.
Ya fueran emociones o mi cuerpo cayendo en picado, el choque fue la peor
parte, una conmoción que rompió los huesos y el alma. Tengo las cicatrices de
la rodilla y visiones recurrentes para probarlo.
Ninguno de ellos está a la altura de esta caída. El suelo se hunde bajo mis
pies, el abismo me traga por completo mientras grito, el sonido gutural
claramente femenino y cavernoso5. Mi estómago da un vuelco. El aire sube,
convirtiendo mi vestido en una vela que se agita.
No puedo sentir mi mochila. O el látigo.
Mis manos luchan, buscando la longitud de mi arma. Mi cerebro se apresura
a procesar el vacío, las grietas en la oscuridad. No es un pozo ni un túnel, pero
tampoco tiene fronteras. Surgen apéndices esqueléticos, alas de regaliz que se
abren en delgadas franjas negras, unidas a docenas de ojos pequeños con pupilas
punteadas.
Murciélagos. Me estoy cayendo por un canal de murciélagos.
Sus alas se abren en varias formaciones, de modo que golpeo contra ellas en
mi camino hacia abajo. Varios pies más abajo, veo el descenso del látigo. Con
un gruñido, fuerzo mi cabeza hacia abajo, volcando de modo que estoy de
cabeza, mi cabello volando detrás de mí. Extiendo los brazos para sumergirme,
desesperada por creer que esto no terminará fatalmente, que aún no he fallado.
Pero esto es Faerie. Nada es lo que parece.

5
Que es grave y áspero como la resonancia que se produce dentro de una caverna.
La gravedad me hace caer más rápido por la rampa. Mis dedos se mueven,
rozando el látigo y luego agarrándolo. Un charco de luz de luna inunda mi
visión, ampliándose rápidamente.
—¡Mierda, mierda, mierda! —grito, aullando cuando los murciélagos me
golpean el trasero. No puedo hacer nada, excepto una estupidez.
¿Estos murciélagos quieren ponerme a prueba? Tienen su deseo.
Dejé de azotarlos y abrí los brazos, con el látigo en el puño. Desbloqueando
mis músculos y rindiéndome a la caída, espero que esto no sea un movimiento
idiota. Las criaturas parecen darse cuenta de lo que estoy haciendo, sus alas se
ponen en acción y forman una tienda para amortiguar mi descenso.
Un último grito se me sale de la garganta cuando me golpeo en un recipiente
con ramitas. Estas crujen y traquetean, pinchando los lugares donde aún no
estoy desgastada. Me quedo tendida, boquiabierta ante la rampa de arriba, que
se sella como un párpado.
En su lugar, una celosía de ramitas me rodea y forma barras. Las ramas se
extienden hacia abajo, encerrándome por dentro. Gimo, cada músculo chilla.
Me aterroriza moverme y descubrir que algo está roto sin posibilidad de
reparación.
Muevo los dedos de las manos y los pies, luego me siento erguida con
cautela. El mundo gira. Además, debí haberme mordido el labio inferior al
impactar. Palpita, pero al menos no siento el sabor de la salmuera metálica de
la sangre.
Y gracias Fables, el látigo está a mi lado. El paquete descansa a mis pies, no
tan lleno como antes, ya que se han caído un par de baratijas y suministros.
La alarma aprieta mi garganta. Reviso la bolsa y encuentro la pluma azul
metida en su compartimento.
El alivio es de corta duración. Mi odre de agua se ha caído del paquete, un
líquido transparente se derrama sobre las ramitas. — ¡No! —agarro el recipiente
vacío y lo vuelco en mi boca, una mera gota golpea mi lengua.
Con una maldición, arrojo el recipiente a las barras y rebota en la rejilla. Las
ramitas retorcidas y las ramas son tan negras como el alma de Cerulean. Estoy
atrapada en una caja, las enredaderas están tan apretadas que necesitaría una
sierra para cincelarlas.
Fuera de mi cubículo, varios árboles se elevan del suelo, las colmenas tejidas
se hinchan por las ramas. Más allá de eso, un camino de setos relucientes se
extiende hacia la niebla.
Pienso en Los Pasos Rebeldes. La losa final había sido una elección correcta,
pero cambió después de eso, colapsando cuando traté de volver sobre mi camino
y recuperar el látigo. La ruta había marcado el camino correcto, pero sólo
temporalmente.
Si este entorno cambia una vez que haya hecho mi elección, no podré
cambiar de opinión. En cualquier dirección que vaya, tendré que seguir con esa
dirección... siempre que escape de este cubículo de ramas.
¿Una celda? ¿Una jaula?
Las barras trenzadas no permiten mucho margen de maniobra.
Localizando una cavidad en la rejilla, deslizo mis brazos y acaricio el
exterior áspero. Mis dedos trazan un nudo con un agujero en su corazón. Puede
ser una cerradura que requiera una llave.
Recojo mi caché disperso, apilo las cosas en mi bolso y engancho el látigo.
Aunque sufrí una caída masiva, no parece que me haya acercado al nivel del
suelo.
La luz de las estrellas blanca y verde azulado cae sobre mi regazo. Me toma
tanto tiempo registrar la elevación, el acantilado que se avecina con
incrustaciones de hiedra trepadora, los picos de las montañas adoquinadas
coronados por lanzas y serbales delgados. Cerca de allí, varios de los troncos
inclinados croan audiblemente y se tambalean hacia adelante, ondulando como
empujados por una corriente de aire. Veo esa torre cilíndrica que se eleva desde
un matorral y ese extraño edificio circular erigido sobre otro pico. Vástagos
entrelazados enmarcan el último edificio, el follaje brota de su corona.
Cuando una brisa me hace cosquillas en la nuca, tengo la sensación de que
estoy flotando. Mis ojos bajan, luego se mueven con cuidado hacia un lado,
hacia el valle de abajo. El pavor se pone en cuclillas en mi vientre. Miro el
estrecho saliente donde mi jaula se posa precariamente. El movimiento más
simple hará que la cosa se vuelque.
Mis dedos se envuelven alrededor de las barras mientras miro.
Respira, me digo. Respira profundamente. —Bueno, bueno, bueno —gorjea
una voz alegre—. Eso no tomó mucho tiempo.
Me doy la vuelta. La hembra se sienta sobre uno de los setos y sonríe con
deleite, mostrando sus alas de seda. Como no ha pasado tanto tiempo, lleva el
mismo vestido capullo, con el dobladillo raspando las hojas.
Las hadas pueden vivir una eternidad, pero maduran lentamente, por lo que
el munchkin podría tener treinta veces mi edad. Sin embargo, si fuera un
humano, calcularía que tiene unos diez años. La posibilidad me llena de culpa
por golpearla en El Parlamento de los Búhos.
En cualquier caso, adivinen lo emocionada que estoy de verla. —Mierda —
murmuro.
—Esa no es forma de dirigirse a un superior —se queja, dándose aires—.
Ustedes los humanos tienen un vocabulario tan deficiente, una deficiencia tan
lamentable como sus rituales de apareamiento, que rara vez duran a pesar de su
frágil vida útil.
—Lamento que te sientas así. ¿Por qué no te vas a la mierda? Eso evitará
tener que juzgarnos.
Algún día, si sé lo que es bueno para mí, me pondré un bozal.
La altísima Fae se pone rígida. Con un tirón de su muñeca, mi paquete se
inclina hacia la repisa y me golpea contra el marco.
¡Fábles! Me estiro y agarro los barrotes para salvar mi vida. Mi equipaje
pierde suministros adicionales, las bayas de espino, la bolsa de sal y las raciones
de pan caen al abismo.
El compartimento se endereza con un estremecimiento decisivo. —Eso fue
por el látigo —afirma la enana—. Y por la mejilla.
La transpiración me baja por las axilas. Mi pulso retumba mientras
tartamudeo: —Supongo que no te importa tener la muerte de un humano en tu
conciencia.
—Conciencia —escupe—. La conciencias son para los elfos. Ahora tengo
una pregunta que debe ser respondida. Coopera, y no te enviaré al borde.
¿Estás dispuesta a correr el riesgo? Podría llevarme mi respuesta.
—Quizás, aunque funcionó la última vez.
—La última vez. ¿Exactamente cuántos humanos se han visto obligados a
hacer esta mierda?
Yo también tengo preguntas. Además, distracciones para repartir. Por
último, un escape para conspirar antes de cumplir su promesa. — ¿Dónde estoy?
—¡Yo hago las preguntas, no tú! —sin embargo, la Fae responde, —Estás
en El Nido Negro. Es donde encarcelamos a los prisioneros y dejamos que se
pudran, junto con los humanos que no logran llegar a la cima del laberinto pero
tampoco mueren en el proceso, arruinando así nuestro entretenimiento.
—Qué grosero —comento.
—Bueno, si no querías decaer aquí, deberías haber informado a Los Calderos
de Murciélagos en tu camino hacia abajo. Te habrían impulsado de nuevo.
Había visto El Nido Negro inscrito en el poste del patio. En cuanto a Los
Calderos de Murciélagos, ese es un comodín.
Así que estoy en una jaula con forma de nido cerrado. ¿Y ella estaba aquí
cuando me estrellé? Apenas. Tal vez era parte de la pandilla que miraba desde
los árboles en Los Pasos Rebeldes. Cualquiera que sea la pregunta que le está
haciendo un agujero en la cabeza, debe ser lo suficientemente importante como
para seguirme.
—Un intercambio —digo, recordando cierto trabalenguas que me dijo
Cerulean durante nuestra reunión inicial—. Una respuesta por respuesta. Y…—
Con cuidado de no agitar la caja, reviso mi mochila en busca de las ofrendas
remanentes que sobrevivieron a mi caída, luego saco una bola de cinta—. Esto
también, pero ninguno de tus trucos de salón. Me gusta esta jaula justo donde
está.
Sus ojos topacio brillan. Salta de su percha y saca la pelota de entre las
barras.
¿Qué quieres saber? —pregunto, preparándome.
—Una cosa simple —dice, tejiendo la cinta en una faja alrededor de su
cintura—. Los informes dicen que resististe el señuelo de Cerulean. ¿Es eso
cierto?
Parpadeo. —¿Te refieres a la flauta? Es verdad.
—¡Pero es imposible! Si pude embellecerte, él ciertamente debería haber
sido capaz. Estás mintiendo de nuevo.
No tengo forma de refutarlo. Todo lo que sé es que su flauta debería haberme
influido dos veces, pero no lo hizo.
Fue una idea tonta decirle esto a los Fae. Ella frunce el ceño como si alguien
revelara que su héroe, el hada de los dientes, no existe. —Debería darle la
propina por esta calumnia. Debería salpicarte por todo el suelo del valle.
—¿Puedo hacer mi pregunta primero? —resopla.
—Sí.
¿Qué es lo que más quiero saber? Elija lo que elija, ella se saltará la verdad,
incapaz de mentir abiertamente. Necesito comenzar con algo que no mencione
Fábulas.
—¿Por qué esta montaña? ¿Por qué convertirlo en un laberinto? —pregunto,
exagerando mi tono para sonar asombrada. Con un poco de suerte, avivará el
ego de la Fae, incitándola a compartir más de lo que normalmente haría.
El Fae hincha su pecho y abre la boca.
—¿Pero qué mejor paisaje para que vivan los embaucadores? —una nueva
voz pregunta. La hembra cierra la boca de golpe, sus ojos se inflaman. Sigo su
mirada.
De los setos sombreados, Cerulean emerge como un espectro de
medianoche. Con pasos perezosos, merodea por el camino, los tacones de sus
botas repiqueteando contra el suelo y la jabalina prominente en su cadera.
Sin quitarme los ojos de encima, habla con la tramposa.
—¿Picoteando mi botín, Moth? ¿Qué te he dicho sobre desviar el rumbo de
nuestra presa? Interrumpe la diversión.
Moth. Supongo que sus padres no se sentían muy creativos.
La Fae hace una reverencia. —Padre. Estábamos ...
Cerulean se detiene y la mira con expresión de censura.
—Cerulean —corrige Moth con un suspiro, como si estuviera siendo terca
sobre el uso de su título—. Estaba simplemente ...
—¿Desvío de su trabajo? De hecho, lo estabas.
—Nunca eludo mis deberes —refunfuña la mujer, el orgullo se clava en su
rostro enano—. Me conoces mejor que eso.
Su boca azul oscuro se relaja y se inclina hacia los lados. —Eso espero.
Intercambian palabras en su idioma. Aunque mientras habla en la lengua
mortal, Moth tiene el mismo acento cristalino que Cerulean. Reúno todo lo que
hacen los Fae.
Se vuelve hacia mí, su rostro se agudiza. —Fuera, Moth. Hablaremos más
tarde. —Más que severidad o autoridad, detecto un rastro de camaradería en su
mando, suave en los bordes: un compañerismo basado en la cercanía o una
especie de vínculo. Es el mismo tono que mis hermanas y yo usamos entre
nosotras.
Moth mira entre nosotros, luego se desvanece por el camino en sombras.
La luz de estrellas graba la punta de la hélice de la jabalina de Cerulean.
Resisto la tentación de arrastrarme hacia atrás, sumergiéndome en las
profundidades de la jaula, o la celda, o el nido, o como diablos se llame.
—La montaña ha estado aquí desde que existimos —explica mientras se
dirige hacia mí, su tono cadencioso en el aire—. Fue labrada por los antiguos y
preservada por los que vinieron después de ellos. Es un acantilado de
imaginación, engaño, alegría y miedo. Esta gama es su propia diversión, su
propia mascarada, por así decirlo.
Se pasea por el recinto, ligero de pies e indiferente al poco espacio que ofrece
la repisa, como si lo hubiera hecho mil veces. Quizás lo haya hecho, con otras
víctimas.
No me muevo, salvo para mirar fijamente su trayectoria.
—Esta montaña no es simplemente una amenaza para el cuerpo. Oh, no —
dice, las palabras son una verdadera broma de viento—. Es un sacrificio, una
amenaza para la mente, el corazón y el alma.
—¿Un sacrificio? —Hago eco—. ¿Qué quieres decir?
—Los atractivos abundan: comida, bebida, música, seducción. Hadas como
las que espero para desobedecer reglas que no existen y se abalanzan sobre ti,
provocadas o no. —Sus ojos se oscurecen, atrapando los míos por un segundo—
. Aunque te provoque, con creces.
Salto mientras pasa la punta de su jabalina a través de los barrotes, y la rejilla
suena. —Las ilusiones prosperan aquí. ¿Dar la vuelta correcta? No tan rápido,
porque esos caminos pueden estar encantados para que parezcan correctos. Una
ruta en la que confiaba podría traicionarlo. Esta tierra es un arma de doble filo.
Incluso si gana, no ganará. Te desnudarán. Podrías degradarte —Da vueltas
frente a mí, sus dedos encajando alrededor de las barras—. Todo el tiempo,
lamentándonos, derritiéndonos, lamentándonos por el privilegio.
Hago un espectáculo de cruzar los brazos. — ¿Terminaste de acariciarte el
pene?
Una risa malvada salta de su boca. —Hagamos otro trato, mascota. Dime,
¿qué da más miedo? ¿Miedo, deseo o arrepentimiento? ¿Ser herido, ser jodido
o ser avergonzado? Dame la respuesta correcta y te liberaré.
La jaula croa cuando coincido con su pose, agarrando las ramitas trenzadas.
Mi nariz golpea contra la suya y le recuerdo: —Mi nombre es Lark.
Nos miramos el uno al otro. Nuestros dedos se flexionan alrededor del
enrejado.
Cerulean se detiene, su atención se clava en mí de mala gana. El sentimiento
es mutuo, un hito en el que lo miro a través de la nube desgarrada de mi cabello.
Ahí es cuando vuelve a pasar, golpeándome entre el esternón: pérdida.
Esa extraña nostalgia regresa, una llave retuerce sus dientes en el perno
oxidado de mi pecho y lucha por desbloquear algo que ha estado atrapado
adentro durante mucho tiempo.
Una vez en mi pasado, en mi propia fábula, hice exactamente esto con un
niño Fae. Una jaula nos había separado, excepto que esa barrera había sido
forjada de hierro, y él era el que estaba encerrado dentro.
Esa debe ser la razón de estos sentimientos fuera de lugar. Es el recuerdo, el
recuerdo de alguien más, el único Fae de esta tierra engendrada que se había
convertido en mi debilidad.
Cerulean se estremece, impulsado por una perturbación similar. Es como si
una pantalla se cayera, lo que hace que su belleza angular se ponga de relieve.
Los campanarios de sus pómulos se aflojan con sorpresa, exponiendo su propio
secreto: la nostalgia.
Yo, pérdida. Él, anhelo.
El anhelo de algo privado durante mucho tiempo. Eso y el duelo. La
tristeza de ambos.
La confusión filtra la arrogancia de sus rasgos, los años se escapan de las
grietas hasta que parece más joven. Solo y sin amigos. Solitario.
Nos alejamos el uno del otro. La conciencia interviene, dispersando esa
imagen y devolviéndonos al punto de partida. Animosidad. Sospecha.
Borra la incertidumbre de su rostro y, sobre todo, me alegro. Odiarlo es más
fácil que sentir empatía por él.
Además, no tiene derecho a mis recuerdos. Él y ese chico Fae no son la
misma persona. Nunca vi el iris o el cabello del niño, pero no tenía labios azules
y había otras diferencias. Y de cualquier manera, todavía lo conocería… si aún
estuviera vivo.
La boca de Cerulean se encrespa en una sonrisa siniestra. —No has
respondido a mi pregunta.
—Dame tiempo —le susurro de vuelta, golpeando su boca con mi aliento
caliente.
—Eso es algo que no tienes. Lástima por ti.
—Liberarme significa que me dejarás salir de la jaula, no que me dejarás ir.
—Ah, pero disuadirte frustraría el propósito de este juego.
Exactamente. Sin embargo, está dispuesto. Quiere saber mi respuesta
desesperadamente. ¿Qué da más miedo? ¿Miedo, deseo o arrepentimiento? ¿Ser
herido, ser jodido o ser avergonzado? Nunca nadie me preguntó algo así, y no
me gusta lo que la primera respuesta trae a la mente. Peor aún, tengo la terrible
premonición de que él podría extraer esas mismas emociones de manera más
brutal de lo que lo hará la montaña.
De hecho, está a mitad de camino. Tengo que liberarme. De lo contrario,
resucitará recuerdos de los que no quiero hablar, sentimientos que me niego a
entregar.
Esa imagen parpadea de nuevo, de mí y un niño Fae separados por barras,
nuestras posiciones invertidas. Esa noche había roto un cerrojo para entrar en la
fragua de un soplador de vidrio, donde se había guardado la jaula del niño.
Había usado una pluma para empujar la cerradura.
Mi palma roza el paquete ocultando la pluma azul de mi pasado. El que
llevaba el chico Fae cuando lo conocí, como parte de una máscara que ocultaba
su rostro. Después de que lo perdí, fue lo único que me quedó de nuestros
tiempos juntos.
Todo bien. Este rayo debe ser impermeable a un penacho mortal.
¿Pero puede resistir una pluma de su propio mundo?
—¿Qué pasa con la jabalina? —pregunto—. Pensé que las hadas llevaban
espadas y dagas. —Cerulean arquea una ceja.
—Estás estancada.
—Puedes apostar que lo estoy —digo, porque… ¿por qué no? —No sé cómo
responder a tu pregunta todavía.
—Lo suficientemente justo. ¿Por qué blandir un látigo?
—Una respuesta por una respuesta —recito mientras introduzco mis dedos
en el paquete y busco la pluma.
Su boca se contrae. —Hmm. Me estás citando. ¿Eso significa que he dejado
una impresión?
—Eres un Fae con labios azules a juego con tu cabello. Además, me tienes
cautiva de tus caprichos, mientras me llamas tu mascota.
—Oh, pero difícilmente te comportas como una cautiva apropiada. Tengo la
mente para enfurruñarme por eso, pero luego, me decepcionaría si capitularas
tan fácilmente.
—Lo que sea. Me rechazas, así que sí, has dejado una impresión.
—Las jabalinas vuelan —responde.
Eso es algo que entiendo. Realmente lo hago.
Pero desearía no haberlo hecho. No quiero tener nada en común con esta
amenaza. Sin embargo, si fuéramos amigos, hablaría sin parar de las armas que
vuelan, de la misma manera que le haría preguntas sobre los avianos que viven
aquí.
De todos modos, no es el ángulo más seguro, pero no tengo ninguna
posibilidad de que se aleje más, y mucho menos me dé la espalda. Es demasiado
astuto para eso.
Mantengo su mirada fija, deseando que no mire hacia abajo. Mientras tanto,
saco la pluma y la paso a través de los barrotes, imitando el juego de manos de
Cove.
—Los látigos también vuelan —confío, porque es algo cierto y mantiene la
conversación—. Mi arma puede volar y aplastar el aire con lo mejor de ellos.
—¿Es eso un hecho? —murmulla Cerulean, esos iris centelleantes
empeñados en tentaciones y maldiciones.
Muevo mis pestañas mientras empujo la pluma hacia el mechón nudoso que
había descubierto antes. —Pero si quieres que te demuestre, tienes que decir
“por favor”.
—Muestras más descaro de lo que eres inteligente.
—Suena como un cumplido.
—Deberías tener mucha suerte.
—En ese caso… —La cerradura croa y se estremece al abrirse, en ese
momento, los ojos de Cerulean se abren como platos—. Es mi día de suerte.
La adrenalina es mi héroe. Aprovechando su sorpresa momentánea, me
tambaleo hacia atrás y golpeo la suela de mi bota contra las barras. La puerta
choca con el pecho de Cerulean y lo lanza hacia atrás. Es demasiado fuerte y
ágil para tambalearse, así que antes de que pueda ver la pluma, la arranco del
nudo y la meto en el cierre oculto de mi mochila. Luego salto y le cruzo las
piernas con el látigo, haciendo que baje el culo.
—Por cierto, puedo liberarme, muchas gracias —jadeo, luego salto sobre su
forma boca abajo—. Así que lárgate.
Corriendo hacia el camino del seto, doblo la curva. Los arbustos se
multiplican en un laberinto de escaleras ascendentes, cada una alineada con
arbustos altos y serpenteando por la ladera de la montaña.
Teme al viento. Sigue el viento.
Siempre ambos. Nunca una garantía. Maldita sea.
Confiando en la misma táctica desde el patio, desenredo mi látigo y veo la
brisa arrastrarlo hasta elegir una dirección, hacia las escaleras que se alejan de
la cresta. Sólo puedo esperar que esta elección tenga el efecto contrario y me
guíe hacia la cima.
Las paredes de follaje se apiñan alrededor de la escalera. Subo la pendiente,
mi corazón late a un ritmo frenético, mis muslos ardiendo. Patino en una
segunda esquina, descubro otra cuadrícula de giros y sigo navegando lejos de
donde quiero ir. Otra curva. Otro cruce de pistas. Pierdo la noción de dónde
estoy, los arbustos se ciernen sobre mí, los helechos me rascan la falda y me
arrancan el pelo. Las escaleras se vuelven más empinadas, más estrechas.
El oxígeno se adelgaza, aserrando a través de mis pulmones. Todo parece
igual, todos estos azules, verdes y blancos del atardecer. Estoy corriendo en la
oscuridad, huyendo sin saber adónde ir, dónde terminaré.
Pero funciona. La cumbre parece un poco más grande, un poco más cercana.
Acelero mi paso, la ansiedad me agarra por la garganta. Mi némesis fue
tomado por sorpresa, pero no es un tonto y tiene el viento de su lado. En
cualquier momento, espero sentir el azote de un vendaval atrapando mis tobillos
y arrastrándome de regreso a él.
En cambio, escucho el ruido de unos pies, el sonido del propio Cerulean
persiguiéndome.
Capitulo 11
Estoy bastante segura de que arruiné su día. Pero bueno, un mortal debe hacer
lo que un mortal debe hacer.
Me lo imagino furioso mientras me persigue, porque, ¿cómo me atrevo a ser
una alborotadora, cómo me atrevo a ser más lista que él y cómo me atrevo a
hacerlo sin otro trato animado?
Luego lo imagino suspirando, como si yo no pudiera cooperar. Me imagino
que no es del tipo melancólico, porque la diversión es más saludable para el
cutis.
Luego lo imagino sonriendo con suficiencia, su boca oscura curvándose en
las laderas de su rostro. Me lo imagino tomándose su tiempo, porque es más
rápido que yo. Y, sin embargo, me lo imagino poniéndose al día muy pronto,
demasiado pronto.
Los setos relucientes abarrotan las escaleras. Subo los escalones, mis piernas
tiemblan por el cansancio. En todas partes arde. Mis pulmones, mis muslos, mi
trasero.
El laberinto de escaleras se niega a ceder, la trayectoria se vuelve más
empinada. Una vez más, me arrastro hacia otra bifurcación, una astuta división
que gira en direcciones opuestas, sin indicaciones de lo que hay alrededor de
las curvas. Utilizo mi látigo, controlo el vendaval y tomo la pendiente hacia la
derecha.
El olor rancio del sudor infesta mis fosas nasales. ¿Pueden sus sentidos
intensificados captar mi olor? ¿Me oye jadear?
Mis palmas resplandecen por ese viaje a través de Los Pasos Rebeldes, mi
carne pica al caer en El Caldero de Murciélagos, y mis huesos duelen por el
choque en El Nido Negro.
Todo se está poniendo al día y me está frenando.
Mi ritmo se retrasa, se retrasa, se retrasa. Arrastrándome hasta el rellano, me
agarro a una barandilla de piedra que sobresale de los setos y me desplomo
contra ella, con la respiración martillada. La correa de la mochila atada a través
de mi torso corta mi suministro de aire. No puedo moverme, pero tengo que
hacerlo.
Tengo que moverme porque lo escucho volar en mi dirección. ¿Por qué correr
detrás de mí cuando puede aparecer donde quiera? Demonios, sé por qué. Le
gusta la persecución, quiere alargarla.
Debería haber aprovechado el trato que hice con Cerulean. Esa regla libre
que me permite sesgar las cosas a mi favor. Podría haberla usado para hacerle
abrir esa jaula.
Pero habría sido demasiado pronto para jugar esa mano. Cada vez que vea
una salida, la tomaré sin desperdiciar mi único activo.
Una brisa sube los escalones y me arrebata la falda. Salgo de su agarre. Los
cimientos se nivelan cuando llego al final del laberinto de escaleras, resucitando
un alijo de energía. Corro por un carril iluminado por antorchas.
Las llamas se reducen a una pantalla de niebla. Me apresuro en esa dirección,
luego grito y me detengo. La ruta termina en un fuerte descenso hacia el valle
del bosque. Mis brazos hacen un molino de viento, evitando que caiga.
Mechones de cabello me llenan la cara mientras me quedo boquiabierta en el
bosque selvático. En algún lugar de ahí abajo, Juniper sufre a manos de un
demonio.
Los fragmentos de estrellas blancas y verde azulado pulsan. Mi mirada se
eleva desde el bosque hacia mi izquierda inmediata, el calor se drena de mi cara.
La rampa más estrecha que he visto se tambalea delante. Se extiende sobre el
valle y se ramifica en una red moteada de minerales: una red distorsionada y en
zigzag. Finalmente, se condensa en una sola tabla en el otro lado, lo que conduce
a un grupo de árboles.
La rampa no tiene rieles ni asas. Nada evitará que me caiga.
No puedo ir rápido. No puedo ir lento.
Tomando aire, pruebo primero la tabla. Es robusta, soporta mi peso como si
fuera un folleto de papel. Doy otro paso, luego otro. Esto es más alto de lo que
nunca he estado, la elevación salpica mis pantorrillas, inundando mi vientre.
Sigo adelante, evocando el recuerdo de una chimenea asfixiándome, el hollín
cubriéndome la cara, los copos metidos en la garganta, los ladrillos frotando mis
rodillas en carne viva.
Recuerdo la desesperanza. Recuerdo la desesperación.
Recuerdo la salvación.
Doy un paso, inhalo, paso, exhalo. A riesgo de autodestruirme, me atrevo a
mirar hacia abajo, pero cuando miro la gota, una repentina sensación de calma
me calienta la sangre. Soy una chica que finge ser un pájaro, estoy volando y
no me voy a caer.
Una emoción embriagadora golpea el miedo. Evalúo el gruñido de las rampas
minerales, aflojo el látigo y sigo la corriente. El progreso es angustioso. Se
necesitan varios giros equivocados, varios resbalones y varias pausas para llegar
al punto medio. Camino con cuidado, luego me muevo más rápido, luego troto.
Un silbido desgarra el aire. Un proyectil delgado atraviesa el cielo.
Se zambulle, aterriza y empala la tabla a centímetros de mis pies. Lucho por
mantener el equilibrio, mirando la jabalina, su hoja helicoidal obstaculiza el
camino a seguir.
Me giro, pero no encuentro a nadie allí.
—Amotinado —observa una voz, instándome a volver a donde está
Cerulean—. Un motín, de hecho.
Ya ha soltado la jabalina. El arma es más larga que cuando está fijada en su
cadera, mucho más. Acechando en mi camino, hace girar el arma entre sus
dedos, girándola tranquilamente y ejecutando un patrón vertiginoso destinado a
sacudirme.
— ¿Qué puedo decir? —grito mientras retrocedo—. Doy tan bien como
recibo.
—Oh, eso espero. Tantos enfrentamientos, tan poco tiempo.
— ¿Por qué estás haciendo esto? —grito—. ¡¿Por qué?!
— ¿Por qué no? Desobedeciste nuestras reglas.
—No tuve elección.
—Tsk, tsk —regaña Cerulean, pasando su arma de mano en mano—. ¿No te
educaron tus mayores? Siempre hay una opción.
—Fácil para ti decir. ¡Nunca te han atrapado!
Eso lo molesta. La malicia garabatea en sus facciones y se lanza. Con un
grito, saco mi látigo y lo azoto hacia arriba. Colgado con ambas manos, se tensa
y bloquea el descenso de la jabalina. Con nuestras armas chocando por encima
de nuestras cabezas, el impacto fuerza a nuestros pechos a unirse, nuestras
narices machacando.
—No —enuncia en mi cara—, No me hables de estar atrapado.
—No —le escupo en respuesta—, no me digas qué hacer.
Sin embargo, lo recuerdo. Sí, ha estado atrapado antes, cuando los humanos
atacaron a la fauna Fae, cuando trató de rescatarlos, y mi gente lo atrapó junto
con sus hermanos. Fue capturado, escapó y está más que un poco irritado. Por
eso está haciendo esto.
Pero eso no lo disculpa. Después de lo que las hadas han hecho a los mortales,
nunca lo hará.
Mis brazos tiemblan, trabajando contra su fuerza. Por otro lado, no debería
ser capaz de dar una pelea a distancia. Es demasiado poderoso. Su jabalina está
afilada, está ganando terreno, haciendo girar mi látigo.
La ira arruga su rostro. Un músculo hace tictac en su mandíbula y sus pupilas
se endurecen, ¿por qué no me doblo ya? ¿Por qué no he caído todavía?
La escaramuza se convierte en una competencia de equilibrio y destreza.
Carga, haciendo girar la jabalina entre sus dedos. Salto de una extensión a otra,
chasqueando el látigo para bloquearlo y esforzándome por mantener el
equilibrio.
La única razón por la que no me he precipitado a la muerte es que crecí con
un par de pies flexibles. Pasé una parte de mi infancia escalando chimeneas, con
los dedos de los pies apoyados en la más mínima protuberancia de un ladrillo,
lo único que me impedía salpicar el fondo de cada conducto.
Es fácil para Cerulean. El pinchazo atraviesa cada rampa como si estuviera
en tierra firme, como si el cielo mismo lo atrapara.
Su arma corta y gira. La mía bate y pestañea.
Saltando a una tabla adyacente, aterrizo y empujo. El látigo gira, azotando el
siguiente golpe de la jabalina. Una vez más, esto nos destroza. Nuestros pechos
golpean, las armas rechinan entre nosotros, la presión obliga a mis talones a
patinar sobre la tabla.
Me aferro al único hecho que no puede negar. —Salí limpia y recta. Tienes
que dejarme pasar.
La ira de Cerulean se desvanece, sus rasgos se contorsionan al darse cuenta
antes de oscurecerse de placer. Retira la jabalina y la coloca contra la tabla como
un cetro.
Me tropiezo, tomada por sorpresa. Mierda. ¿Qué tiene en mente ahora?
—Tienes razón —Las chispas crepitan, el arma se encoge a un tamaño
compacto y se la fija en la cadera. Merodeando hacia atrás, sus alegres dedos
levantan una pluma de la nada, con la que hace malabares sin hacer contacto
físico. Sus dedos se flexionan en una secuencia vertiginosa, la pluma se mueve
y gira—. De hecho, tengo que dejarte pasar. —Luego arroja la pluma al cielo—
. Pero no es así.
Con cuidado, giro sobre mis talones y miro la pluma. Atrapa la ráfaga y se
lanza a un enjambre de criaturas que aparecen de la nada. Antenas fibrosas y
extremidades puntiagudas nacen de sus zumbantes cuerpos de insectos. Sus alas
se mueven de azul a dorado con cada batido rápido, formando una lluvia de
meteoritos de colores fluctuantes.
Avispones. Avispones colosales.
Retrocedo, luego tartamudeo en el lugar, en caso de que tropiece con mi
némesis. Pero mientras me lanzo, ya lo sé. Él no está ahí.
Mil alas nerviosas baten el cielo del atardecer, una reverberación gigante que
agita un ciclón. La legión se astilla y se sincroniza. El hemisferio también puede
ser líquido, ya que se inclina y salta en un patrón complejo.
Giro y corro por la muralla, luego salto de un lado a otro. Pierdo el sentido
de la orientación. La lógica es una causa perdida y no tengo un segundo para
medir el viento con mi látigo.
Los depredadores hacen un sacacorchos, sus aguijones pinchan. Esperan que
siga corriendo, así que caigo y me estrello sobre mi estómago. Mis brazos y
piernas caen sobre la plataforma, los avispones pasan volando. La capa y mi
cabello se agitan alrededor de mi cara mientras vislumbro copas de árboles
iluminadas, el bosque a cientos de pies debajo de mí.
Tiemblo violentamente, buscando la distancia restante hasta el rellano
opuesto. Como atado a un gancho, el enjambre de insectos da vueltas y se lanza
hacia mí. Mis ojos siguen los movimientos, localizan la última tabla y
retroceden mentalmente hasta donde estoy colgando.
Una idea se me viene a la cabeza. Pueden atraparme si quieren, pero no
pueden retenerme.
Me pongo de pie tambaleándome, desenredo el látigo y espero que se
acerquen. Ato el cable en posición vertical, enganchándolo alrededor de una de
las extremidades de la criatura. Zumba en la ofensiva, pero me atrapa, por lo
que sabe.
Mis pies abandonan el suelo. Me aferro, pateando a la nada mientras el
enjambre gira hacia la espesura. El bosque de abajo pasa nadando y se
desvanece mientras engancho en una costra de arbustos.
El látigo cede. Estoy suspendida a no más de dos metros del suelo.
Envolviendo mi puño alrededor del mango, le doy al arma un hábil tirón. La
cuerda se suelta de la rama del avispón. Bajo, golpeando la hierba, la cuerda me
cruza por la espalda.
El zumbido de las alas retrocede hacia el paisaje. O no se dieron cuenta de
que salté del barco o están a punto de empezar a buscar. Cojo el látigo, me
levanto del suelo y miro el perímetro de los larguiruchos árboles de lanza. Desde
el otro extremo, esta área parecía más densa y emitía un brillo.
Pero ahora miro sólo un puñado de árboles, un acantilado vertical y otro poste
indicador que apunta hacia arriba. Trozos sobresalen de la escarpa, pequeños
pasos que recuerdan a los ladrillos de mis días de chimenea.
Nada más. No hay otro camino a seguir.
Choco con el talón en la hierba. —¡Las Fábulas te maldicen!
Una leve risa interrumpe mi rabieta. Cuando esto termine, lo destriparé.
Dondequiera que esté, espero que esté listo para el privilegio.
Engancho el látigo, aprieto la correa del pecho de mi mochila y me preparo
para sufrir. El acantilado es tan recto y plano como una tabla. Las losas
sobresalen y forman un camino inclinado, excepto que apenas hay espacio para
mi dedo gordo del pie, y mucho menos para todo el pie.
Tendré que clavar mis dedos en las muescas que encuentre, como solía hacer
con la mampostería dentro de los conductos de humos. El terror me hormiguea
en la nuca. Apretada o no, no he hecho este tipo de ascenso ya que mis rodillas
eran más pequeñas y sangraban.
El rostro oscuro de papá flota en mi mente, seguido por Juniper y Cove.
Pienso en los botines desgastados, los zapatos de mi familia, porque usamos los
mismos, porque caminamos por este mundo juntos, porque somos una banda
intacta.
Mis hermanas dependen de mí tanto como yo dependo de ellas. Estamos en
esto juntas. Todo o nada.
Lágrimas furiosas pinchan mis ojos. Limpiándolas con el dorso de mi brazo,
aplasto mi cuerpo contra la pared, encajo mis dedos en la primera ranura y trepo
por el acantilado. A ambos lados, la hiedra se escurre por el edificio.
Grito mientras mi pie resbala. Aferrándome a los riscos, apoyo la frente
contra la piedra. De todas las cosas, pienso en un niño Fae mirándome desde
una jaula.
Nunca lo volví a ver. Nunca lo volveré a ver.
Él está muerto. Por mí.
Un sollozo seco cae de mi boca, pero lo trago. Aferrarse a visiones de él es
más seguro que evocar recuerdos de chimeneas. Los escombros presionan mis
dedos mientras localizo las hendiduras. El acantilado desigual lacera la abertura
de mi falda y los pliegues de mi vestido, que ahora está hecho jirones, la tela
azul marino se rasga y se rasga.
Debería haber predicho que esto sería un problema. Debería haber escuchado
a Juniper, haberme anticipado a estos rasguños y haber elegido una armadura
más resistente.
¿Quién sabe cuánto tiempo pasa? Pero con el rostro de ese chico encerrado
en mi cabeza, va más rápido. Me arrastro hasta el ápice, caigo en un montón y
me dejo caer sobre un parche de hierba húmeda. Me quedo boquiabierta ante
un dosel de serbales inclinados, cuyas bayas relucen en la oscuridad. Todavía
estoy aquí, viva y respirando en tierra firme.
Finalmente, las lágrimas caen por mi rostro, mi voz se reduce a un quejido.
Te echo de menos.
Las palabras se filtran por las ramas. Por un momento, todo se queda en
silencio. Incluso el viento se detiene, como atrapado en una red.
Nunca dije eso. Pero es verdad.
Le extraño. Extraño a ese chico enmascarado, la excepción a mi regla, el Fae
que había convertido mi odio en algo precioso. Algo perdido.
Le extraño. Extraño a mis hermanas. Extraño a papá.
Extraño el santuario. Extraño el aviario.
Vuelven los ruidos de lo salvaje, el temblor de las ramas y el graznido de un
pájaro lejano. Me incorporo y me quedo boquiabierta ante la escena. —Oh.
Los bosques se abren paso a través de la montaña. Las zarzas gotean con
hojas de jade. Las flores blancas trompetadas brillan en la oscuridad, sus pétalos
perfuman el aire con una niebla de verbena que las briznas de hierba se
esfuerzan visiblemente para atrapar, las hojas verdes se esfuerzan. Las
campanas de viento resuenan desde las ramas.
Lo que había visto desde el otro extremo de esa red debe haber sido una
perspectiva deformada. De hecho, había sido una zona boscosa, sólo que más
alta de lo que parecía.
Mis hombros se hunden en alivio, luego se bloquean en su lugar mientras los
zánganos avispados perforan el entorno, zumbando, buscando. Salgo de la
cresta y corro hacia el bosque. A los carriles torcidos que serpentean a través de
los serbales, sus troncos congelados en su lugar a diferencia de algunos de los
otros que había visto. El camino es desigual y está sembrado de ramitas que se
agrietan bajo mis pies. Me detengo, girando de un lado a otro, sin sentido,
delirando.
El mundo se vuelve brumoso, borroso en los bordes. Emprendo otra carrera
ante el zumbido de los avispones que se acerca. Los montículos se hinchan
desde el suelo y la ruta se inclina hacia abajo. Conduce a un callejón sin salida,
al final del cual se encuentra otra colina y una cabaña redonda.
La vivienda de piedra lisa se posa sobre la loma, sus paredes curvas se elevan
del suelo y están coronadas por una aguja en miniatura de hiedra, con la punta
apuntando hacia el cielo. Las losas conducen a una entrada arqueada, sin una
puerta real. En cambio, una cortina se balancea desde el marco. Un candelabro
de antorcha sobre el arco resplandece, y las ventanas a juego, más cortinas en
lugar de paneles de vidrio o contraventanas, hierven a fuego lento con insignias
de luz dorada.
Alguien está en casa.
Antes de que pueda pensarlo dos veces, corro hacia la pasarela. Mi mente se
vuelve loca, saltando de una opción a otra. Una vez más, mi visión se inclina,
el paisaje gira fuera de proporción como un disco. Me detengo a trompicones.
Esto no es inteligente. Quienquiera que viva en esta cabaña no es humano, y ese
no humano no será acogedor. No gratis.
Eso es asumiendo que no me mate apenas me vea. Pensándolo mejor, tengo
que seguir corriendo, pero la fatiga desquicia mis extremidades. Estoy
desesperada por desmayarme aquí, ahora mismo, y dormir para siempre. La
tentación se arrastra por mis pantorrillas y hombros, ambos aullando de dolor.
Sigo girando. ¿Qué diablos me pasa?
Mi muñeca arde. Miro hacia donde el rojo moteado perfora la carne. La
herida de un aguijón. Uno de los insectos debió haberme atrapado y no puedo...
no puedo... pensar.
La luz se derrama sobre las losas. Las cortinas se mueven y una silueta alada
llena la entrada arqueada. El bosque se vuelca.
Y colapso.
Capitulo 12
Y me despierto de un sueño, algo sobre unas alas, un mosaico de alas
extendiéndose sobre una montaña tapada por la niebla. Me saco del éter. Los
ruidos se superponen a través de un espacio cerrado, una plataforma se desplaza
debajo de mí, unas pisadas que se acercan y un par de alas que resuenan.
—Despierta —me dice una voz femenina malhumorada—. ¿Estás viva?
Porque hace cinco minutos lo estabas.
Mis ojos se abren de golpe y se encuentran con un par de ojos color topacio,
con un regocijo amenazante cristalizado en el iris. Las alas de Moth 6 se abren
en abanico. A pesar de su pequeño tamaño, creo que podrían aplastarme.
En lo alto, un techo cónico sostenido por una ráfaga de vigas de madera se
inclina hacia arriba, con una sección cubierta por una telaraña. La piedra plana
de color crema forma las paredes redondeadas de una casa de campo. La
vivienda carece de una entrada sólida o de placas de cristal en las ventanas, pero
las cortinas aíslan el lugar de los sonidos o elementos exteriores.
El hollín se mezcla con la esencia de las clemátides que se enredan a un lado
de la casa. Estoy descansando en una sala de estar, tumbada en un catre colocado
entre dos sillones con botones tapizados de color óxido descolorido. Los
asientos están frente a una chimenea empedrada sin luz, un candelabro de
antorcha sobresale por encima del manto, un débil óvalo de luz se desprende
del revestimiento y encera las paredes.
Este catre parece preparado para un uso temporal. Entrecierro los ojos a
tiempo para ver a Moth escabulléndose a cuatro patas por el colchón. —
Bienvenida, pequeña mortal. —Saca una fruta que nunca había visto antes, de
color rojo rubí y parece una manzana, pero un poco más fina. Acuna el fruto en
la palma de la mano y lo inclina de un lado a otro —. ¿Tienes hambre?

6
Polilla en ingles
Lo que quiere decir es: ¿Eres estúpida?
Le quito la fruta de un manotazo. Sale disparada por toda la habitación,
salpica contra la pared más cercana y gotea por la piedra mientras derrama un
chorro de baba asqueroso. Tentador por fuera, asqueroso por dentro.
Moth sisea. Por instinto, busco el látigo que afortunadamente sigue unido a
mi cadera. Me levanto de golpe y me arrepiento inmediatamente. La cabeza
comienza a dolerme, haciendo que comience a ver un revoltijo de manchas.
Las náuseas cesan enseguida, pero me agarro a la estructura del catre para
mantener el equilibrio. Todo me duele como el demonio. Mi piel está irritada
por la docena de heridas, mis brazos y el resto de mi cuerpo tienen manchas
secas. Mi vestido y mi capa se han desintegrado en trapos manchados de barro.
Mi estómago ruge. Por un corto segundo, me pregunto si esa fruta mutante y
espinosa sí era segura de comer. De ser así, no estaría muriendo de hambre
ahora mismo, y Moth no estaría a punto de decir...
—Perra mortal —dice—. Voy a arrancarte las uñas de las manos una por una,
les daré forma de amuletos y los ensartaré alrededor de mi garganta.
Mantengo mi mano apoyada sobre el látigo. —Sigue hablando, mocosa
estúpida. Sigue hablando, y algún día, eso no es todo lo que te envolverá la
garganta.
—No soy una mocosa estúpida.
A pesar de todo, mi dolor parece apaciguar a Moth porque retrocede y se
pone en cuclillas en el suelo. Aparte del catre, dudo que esté interesada en
proporcionarme comodidades, y mucho menos vendas o un trago de agua.
Moth me lanza otra amenaza. —Si valoras tu lengua, no me llames de otra
manera que no sea como yo te lo diga. ¿Entendido?
—Me has ayudado —le digo.
Eso hace que me frunza el ceño, distorsionando la franja de piel marrón nuez
parecida a la de un mapache por su rostro pálido. —No por placer. Deberías
haberte comido mi ofrenda. La poma habría despejado tu mente y te habría dado
resistencia.
—¿Así puedo dar una pelea más digna?
—Precisamente. —Aletea sus alas con un sonoro chasquido—. Así sentirás
con intensidad las heridas que te inflijo. Siempre me ha gustado ver a los
humanos llorar a mares.
¿Por qué tengo la sensación de que sólo ladra y no muerde? No obstante, me
deslizo más en el catre, no porque quiera mostrar miedo, sino porque no me
gusta fusionarme con su sombra.
Es un alivio ver mi mochila en el suelo junto al catre. Cojo la bolsa y rebusco
en sus entrañas. Las últimas ofrendas han desaparecido, lo que es culpa de
Moth. Se ha colocado las baratijas que Juniper había guardado: un brazalete de
yute enrollado en su muñeca; una cuerda con piedras enrollada en la otra; un
collar de hilo con castañas; y flores prensadas que Moth ha pegado en sus
brazos.
Corrección. Un objeto permanece a salvo en mi mochila: la pluma azul,
guardada en la tela. Es un objeto que no entregaré sin dar pelea. Su tacto contra
mis dedos me salva de atacar a Moth y romperme el cuello.
Haría un escándalo por los dulces que se robó, pero eso la irritaría. Además,
no ha exigido ningún pago por darme refugio.
Aún así, necesito información. —Una respuesta a cambio de una respuesta,
no me andaré con rodeos, siempre y cuando no me mientas.
Moth acaricia sus nuevos tesoros. —Crees que es así de sencillo, ¿verdad?
—A menos que lo simple sea demasiado difícil para ti.
Se le erizan los vellos. Como no hay una manera de que haga esto mientras
esté postrada en la cama, me pongo de pie cojeando y me acomodo en una silla
frente a la chimenea. Moth se acerca y cruza los brazos sobre la mesa de café.
Me encantaba sentarme así para desayunar, comer y cenar.
Un pasillo arqueado conecta el salón con una cocina repleta de hierbas secas
colgadas y una mesa de comedor circular con bancos curvos. A pesar del
incidente con la fruta, una parte de mí, no le importaría cambiar un par de uñas
por comida y agua... quizá también por un ungüento. Pero no puedo confiar en
nada de lo que me vaya a proporcionar hasta que hayamos tenido una charla. O
hasta que no tenga otra opción para saciar mi sed y llenar mi barriga.
Cambio de opinión y me acurruco junto a Moth. La enana se resiste,
mostrando unos incisivos que probablemente han cortado algunos meñiques en
su vida. Al igual que su gobernante, tiene dientes de marfil, muy limpios y
rectos. Dientes privilegiados que sólo la inmortalidad puede conseguir, y ningún
plebeyo de Reverie Hollow ha ostentado jamás.
¿Y las uñas de Moth? No hay señales de que la suciedad haya obstruido las
grietas.
Juniper una vez leyó en voz alta cómo a la gente le gustan los felinos. Seguro
se ven de esa manera.
La Fae resopla. —Adelante, pregunta; pero no esperes que vaya a ser muy
comunicativa.
— ¿Dónde estoy? —pregunto.
—Debería haberlo sabido. Los mortales y su constante necesidad de
orientarse. Estás en la Guardia de los Ruiseñores, y esta es la casa de campo de
mi familia. Llevas un día entero roncando.
¿He perdido un día entero durmiendo? Mierda. No me extraña que Moth no
me haya despertado hasta ahora, porque un retraso como este me pone en
desventaja.
¿Y aquí es donde creció? Me pregunto si tiene hermanos, ya que la
descendencia es rara entre los de su clase. La reproducción no les resulta fácil,
a pesar de su tradición de apareamiento predestinada en la que, por lo general,
una fuerza del destino los une. O eso o... instantáneamente, estoy de vuelta en
el vagón con mis hermanas, tratando de recitar An Owl Meets a Lark.7 Esa
Fábula habla de la segunda forma de aparearse de las Hadas, a través de una
especie de beso especial.
No importa. Eso no es ni aquí ni allá.
La casa de campo es lo suficientemente grande para una familia. Una escalera
parece subir hacia un altillo superior, posiblemente a los dormitorios, y un
racimo de cestas cerca de la chimenea. Los recipientes de tejido contienen rollos
de telas vaporosas, encaje, gasa, organza, algodón vaporoso y un montón de
telas de las que no sé el nombre, ya sea porque son demasiado elegantes o
porque son de otro mundo para ser identificarlas. Estos últimos recuadros son
translúcidos y vibrantes, como virutas de un arco iris o muestras de una
tormenta eléctrica.
Volantes bordados y otros adornos embellecen los vivos tintes azules, verdes,
marrones, amarillos y blancos. Algunos de los volantes me recuerdan al granizo,
mientras que otros parecen hilos arrancados de las nubes.
Una de las cestas de tamaño pequeño contiene cortinas. Otra consta de
carretes de hilo con forma de gemas y elaboradas máscaras de animales, entre
ellas la de un cuervo.
—Mis padres eran expertos sastres —Moth presume—. Suministraban a los
Solitarios las mejores prendas y ropa de cama, con un toque de magia por el
precio justo. Una gasa iluminada por el sol mantiene tus curvas por el resto de
tu vida. Un pañuelo bañado por el crepúsculo, te hace inmune a cualquier cosa
que comas, ya sea venenosa, podrida o cruda es muy útil cuando visitas las
Cortes de los Unseelie. O tal vez una bolsita con gotas de lluvia hace que lo que
desees aparezca cada vez que metas la mano.

7
Traducción: Un búho se encuentra con una alondra
Y probablemente no saque su mano una vez que esté sumergida. No digo esto
en voz alta.
—¿Ves algo que te guste para hacer un intercambio? —me pregunta Moth—
. Hay muchos especímenes finos que podrían hacer realidad la más pequeña de
tus fantasías, a cambio de tus secretos más oscuros.
—Soy tan abierta como un par de alas de mariposas —digo—. No tengo
secretos.
—Esa es una mentira.
—Entonces llámame alguien fácil de complacer. No necesito mucho, y
menos mal, porque ya me has robado todo lo que tenía para ofrecer.
Vuelve a tomar asiento, esta vez con una pizca de amargura. —He respondido
a tu pregunta. Es mi turno de continuar donde lo dejamos. Puedes usar el
glamour para pasar desapercibida, también eres capaz de resistirte a la música
de nuestro gobernante. Eso apenas se ajusta. Ningún mortal ha resistido jamás
la flauta de Cerulean, y, sin embargo, he aquí a una mísera mortal cubierta de
ronchas y moretones, lo has conseguido. Además, todavía estás de una pieza.
—Esto me duele más a mí que a ti, pero hará falta algo peor que un Fae guapo
con complejo de inferioridad para derribarme.
—¡Cuida tu boca! —Moth me examina—. Entonces, será una maravilla si
duras más allá de la Luna Media. —Sea lo que sea, la idea la anima. El
entusiasmo se ve en su rostro—. Incluso si lo haces, las fiestas supondrán un
importante inconveniente. Para entonces, estarás cada vez más empeñada en
llegar a la cima de la montaña, posiblemente agotada y en apuros, lo que
significa que tu caída causará un mayor sufrimiento, que será encantador
presenciar. Ya está, me siento mucho mejor.
Abro la boca para darle a su alteza real la respuesta de sabelotodo que se
merece, pero luego me lo pienso mejor. —¿Qué es eso de la Luna Media?
—No es asunto tuyo. —Sin embargo, infla el pecho—. Es una fiesta anual
cuando el centro de la luna se convierte en un círculo negro. Marca el
nacimiento de nuestra fauna, como ocurrió hace milenios. Cada uno de los
paisajes solitarios tiene su propia manera de celebrarlo. Aquí, en la montaña,
nos reunimos para la Mascarada de la Luna Media. Es una noche de muchos y
espléndidos placeres, un lugar donde sólo las hadas son bienvenidas.
Conozco el Samhain, uno de los festivales que celebran la Corte de los Fae.
¿En cuanto a la Luna Media? Eso es nuevo.
Por mí está bien si no se me permite acercarme a las celebraciones. Me gustan
las fiestas, sobre todo si hay un bufé de tartas y un harén de muchachos fornidos
entre los que elegir, pero ¿una juerga repleta de monstruos? Colarse en la
mascarada suena como una excelente manera de perder mi hígado.
Me burlo y digo. —Aww, dulzura. ¿Por qué tenías que decirme que habría
fiestas? Supongo que tengo suerte de no ser invitada, ya que no tengo nada que
ponerme.
Moth reclama. —Incluso si lo hicieras, no te mantendrías de pie por mucho
tiempo.
Oculto lo que esa declaración les hace a mis entrañas. —Hay una segunda
vez para todo, o una tercera.
—Repito, sólo las hadas son bienvenidas. Y como predije, en la remota
posibilidad de que las llamas de la Media Luna no te hagan retroceder, el festejo
lo hará, manteniendo así mi humor.
— ¿Qué significa eso? —exijo—. Retroceder, ¿en qué sentido?
—Suficiente. Ningún humano se ha resistido a la flauta de Cerulean. ¿Por
qué tú sí?
—Así que eso es lo que les pasa a los humanos que acaban aquí —exclamo,
repugnante—. Cerulean llama a los mortales con una alegre cancioncilla, los
separa de sus familias y los hace subir a su poderosa montaña. Lo entendí hace
un tiempo. Lo que quiero saber es por qué este juego en particular. ¿Es por
deporte, por venganza, o por ambas cosas?
—¿Te atreves a hablar de ser arrancado de tu familia? —Moth sisea—. No
tuviste ningún reparo en separar... —Se muerde la lengua, haciendo que los
cachetes se le inflen.
En El Nido Negro, Cerulean describía la composición del laberinto, pero no
la obsesión de los Fae en obligar a los humanos a navegar por el terreno. A
juzgar por la mirada de Moth, no obtendré ninguna otra información del
laberinto, nada que me ayude a saber lo que me espera.
Por no hablar de que reconozco su tono desamparado. Y en esta casa de
campo falta una cosa: una familia de carne y hueso. ¿Qué les pasó a sus padres?
—Volvamos a mi investigación —dice Moth después de recomponerse—.
No me gusta que se desvíen del tema.
Estoy demasiado debilitada para luchar en contra de eso. —Odio tener que
decirte esto, pero no tengo ni idea de por qué estropeé el glamour de tu
gobernante. Ni siquiera sé cómo sigo viva. Simplemente es lo que soy.
—Tienes una visión demasiado simple de tu situación.
—No hay nada malo en lo simple.
Sí, y estoy igualmente perpleja de que el cántico de la flauta de Cerulean no
me haya enamorado, pero no voy a analizar el trasfondo de eso con esta payasa.
Sin embargo, le contaré una historia. Soy buena en eso, así que repito cada
acontecimiento de lo que pasó en cuanto escuché el instrumento, agregándole
un poco de dramatización y enfocándome en los detalles. La historia no ofrece
respuestas o teorías fuera de lugar sobre Cerulean, pero entretiene a Moth,
manteniéndola entretenida hasta el punto de que sus alas se retraen.
Es curioso lo superficiales que son las hadas, incluso cuando están en una
misión descubrir la verdad. Apuesto a que... lo mismo podría decirse de mi
gente.
—Muy bien. ¿Ya te has curado? —se queja Moth con impaciencia—. ¿Por
qué tardas tanto?
—Porque… ¿Soy humana? —sugiero.
Ella gruñe. —El té de verbena acelerará las cosas. Disfruté viendo cómo el
tiempo se te escapaba, pero ya no. Cuanto más rápido te recuperes, más rápido
podré echarte, así podrás seguir tu camino, luego fracasaras en el intento y mi
familia estará a salvo.
—¿Quién lo dice? —interrogo— ¿Cómo es que así tu familia estará a salvo?
—Simplemente es un decir —dice, para que no pregunte más.
Hay otra razón, pero la mocosa se está guardando esa información para sí
misma. Si ella sabe algo sobre mi viaje a esa montaña, es posible que todos los
Solitarios lo sepan. Hasta que no prepare un plan para averiguarlo, mantendré
todos mis sentidos alerta.
Moth se levanta, con el surtido de baratijas tintineando. Trota hacia la entrada
de la cortina y me mira fijamente. —Tendré ir a buscarte ese té. Toca cualquier
cosa, mueve cualquier objeto y lo sabré. Y si eso ocurre, te sacaré los intestinos,
uno por uno.
—Tienes mi palabra, prefiero tener la furia de Cerulean contra mí que la tuya.
—comento, lo cual no es cierto, pero amansará a Moth.
Ella parece complacida con mi respuesta. —Oh, no te preocupes. Después de
los trucos que has hecho hasta ahora...
— ¿Cómo sabes los trucos que he hecho? ¿Dices que no estabas por aquí por
accidente?
—¡Puedo visitar la casa de mi familia cuando quiera! No tiene nada que ver
contigo —dice—. Puede que este sea un salvaje solitario, pero los Fae
observamos, y hablamos, y las noticias viajan rápidamente. Como decía, ya has
hecho bastante para provocar la ira de Cerulean, entre escapar del Nido Negro
y engañar al enjambre de avispas. En este punto, has dado a nuestro gobernante
una invitación. Él no necesita una segunda declaración. La próxima vez que te
lleve...
Me tambaleo. —Saldré de aquí antes de que capte mi olor.
Me mira con una sonrisa sin humor. —Chica tonta. —Luego sale de la
cabaña, dejando que una ráfaga de luz color azul-verdosa se cuele en el interior.
Me quedo ahí, procesando lo que quería decir Moth. Chica tonta. Por
supuesto.
¿Qué me hace pensar que él aún no sabe que estoy aquí?

Las campanas de viento suenan desde la distancia, la burla de la música


golpea mis oídos. Si alguna vez hubo un ruido que sonara como un juego previo,
es el de esas cosas, con su tintineo como si retuvieran algo fuera de su alcance.
Mis ojos se han cerrado y se sienten pesados, no sé cómo, ni por quién. Lucho
con mis pensamientos. Había estado en una casa de campo, charlando con una
antipática Fae llamada Moth. Cuando se fue, la habitación se inclinó y me hizo
caer con ella.
No había llegado al catre. Alguien me había puesto allí.
Estoy en el colchón, boca arriba, con una cobija cubriéndome. Otro ruido
eclipsa las campanas de viento. Está mucho más cerca, los troncos crujen y
rebosan de calor. Alguien ha prendido fuego a la chimenea.
No fue Moth. Ella no se quedaría callada. Ella no encendería fuego para mi
beneficio.
Y no huele a almizcle y a tempestades.
Ahora estoy despierta. Y no estoy sola.
Se necesita una cantidad indescriptible de fuerza de voluntad para no ceder.
Las gotas de sudor recorren la parte posterior de mis muslos. Una actitud
defensiva y una emoción nociva me recorren los brazos, haciendo que los
nudillos se me doblen. El bastardo se mueve lentamente... demasiado lento, los
movimientos son fluidos e intencionados. Las hadas se pueden escabullir mucho
más rápido que eso, a menos que tengan ganas de jugar.
Me obligo a respirar uniformemente y a fingir que duermo. Me preparo para
abalanzarme primero, apuñalar después y preguntar al final.
Para lo que no estoy preparada es para el fenómeno que viene a continuación.
Un peso masculino se acerca, se cierne sobre mí. Siento un brazo que se
extiende más allá de mi cuerpo. Es entonces cuando unos dedos delgados se
deslizan por mi cadera, rozando la curva de mí pelvis.
Es todo lo que puedo hacer para no retorcerme de repulsión o algún otro
reflejo de asco. Algunas Fábulas hablan sobre las costumbres de los Folk,
describiendo sus retorcidas fiestas, desenfrenos y orgías. Pero eso no es lo que
está haciendo esta criatura. No son mis pechos, ni la hendidura entre mis
piernas, lo que busca.
No. Es alcanzar la única cosa codiciosa que valoro por encima de un orgasmo
y un sin fin de excitación.
Mis párpados se abren de golpe. Enrollando la parte inferior de mi cuerpo,
engancho mis muslos a la cintura de Cerulean y le doy la vuelta más rápido de
lo que imaginaba. Entonces aterrizo justo encima del cabrón.
Capitulo 13
Mis extremidades caen a horcajadas sobre sus estrechas caderas, mi látigo
tenso contra su laringe, los extremos agarrados en mis puños. Todo sucede antes
de que termine de exhalar. Nuestros estómagos bombean, golpeando el uno
contra el otro. Unos músculos ágiles se flexionan debajo de mí, cubierto con
unos pantalones gris tormenta y una camisa de lino a juego con una profunda V
en el cuello.
El cabello desordenado de Cerulean se riza en las puntas, las capas de color
azul obsidiana se separan alrededor de su cara. Me encuentro con esa mirada y
le guiño un ojo, eufórica conmigo misma. Me mira fijamente, impresionado y
con una respiración demasiado superficial para un Fae normal. Detrás de esos
labios, vislumbro unos dientes cincelados.
La posición extiende su escote, revelando un torso de marfil y un pezón de
color cereza oscura. Es esbelto, de aspecto blando. Sin embargo, su cuerpo se
contrae de forma hermosa, poderosa, sin un hueso frágil a la vista.
Mis ojos tienen una mente propia, trazando ese pezón expuesto, un disco de
color rosa travieso que se tensa bajo mi mirada. —No es de buena educación
mirar —murmura Cerulean, y si suena rudo, no es a propósito.
Clavo aún más el látigo en contra del Fae, obligando a su garganta a
contorsionarse. —Cuidado. —Me acerco más a su rostro y repito sus palabras—
. Mucho cuidado ahora. Tampoco es de buena educación tocar lo que no es tuyo.
—¿De verdad? No tenía ni idea —se jacta Cerulean—. Sin embargo, ¿y si te
dijera que te iba a devolver el látigo?
—Diría que estás lleno de pura mierda Fae. Pero eso ya lo sabes.
—¿Y dónde aprendiste ese truco de cama tan juguetón y sabroso? No tienes
ni idea de la curiosidad que tengo.
—Tengo experiencia poniendo a los cerdos en su lugar, incluidos los que
obtuvieron un sí de mi parte. Y tengo aún más experiencia manteniéndome en
la cima.
—¿Es un hecho?
Grito. La cabaña se vuelca, el techo pivota y caigo de espaldas. En un
instante, Cerulean cambia nuestra posición.
Aterriza con elegancia entre mis muslos, haciendo que se abran alrededor de
su cintura. Utiliza el látigo para sujetar mis manos por encima de la cabeza
mientras gruño una retahíla de jodete y tú.
Cerulean inclina la cabeza. —¿Qué fue lo que dijiste, puedes repetirlo? No te
oí la primera vez. ¿A quién ibas a joder? ¿A mí? —Chasquea la lengua cuando
mi rodilla se clava en su ingle—. Ya, ya. ¿Qué te ha hecho mi pene?
—Nada, y nunca lo hará.
—De eso puedes estar segura —promete, la repugnancia apretando su tono—
. Yo no jodo con los humanos. Simplemente follo con ellos. —Rueda sus ojos
ante mis golpes—. Si sigues así, vas a profanar mi obra. Esos vendajes no se
repararán solos.
Desconcertada, me convierto en un saco de harina, mis músculos se aflojan.
¿Qué vendajes?
Echo un vistazo y registro dos hechos. Uno, no llevo nada más que mis bragas
con encaje y mi sostén de tela fina. Dos, unas tiras de tela protegen mis cortes
y esa picadura de avispón, que debe haberme inyectado algún tipo de veneno
en la sangre, y por eso me he desplomado aquí.
Una manta cubre el taburete, aunque antes no había ninguna, y mi vestido y
mi capa azul marino se inclinan ahora sobre el respaldo de una silla. Las prendas
han sido limpiadas de suciedad y los cortes han sido reparados.
En la cocina, un buffet humeante se posa sobre la mesa del comedor, los
platos impregnan la casa de aromas de caza, levadura y fruta. Un gruñido
caótico sale de mi vientre.
Él no lo hizo. Definitivamente él no lo hizo. No tiene sentido.
Dirijo mi mirada a Cerulean, con una docena de preguntas que se agolpan en
mi lengua. Con la cabeza inclinada en un ángulo exagerado, estudia mis rasgos
como si nunca hubiera visto a un humano, como si buscara defectos. Esa mirada
azul es tan directa que se podría decir que no tiene nada que ocultar, a pesar de
su apariencia escurridiza.
Noto el peso de su cuerpo inclinado sobre el mío, la inclinación de sus caderas
acurrucadas en la ranura de mis muslos, mis extremidades enroscadas en torno
a su cintura y mis pechos a la vista de sus ojos. Ojalá el material de la tela
cubriera mis pezones. Aunque el suyo también se ve a través de su fina camisa
de hilo.
Todo en este momento es horrible. Todo lo que estoy pensando es
imperdonable y aparece de la nada… o tal vez viene de algún lugar, un lugar
desierto que no puedo soportar, desenterrando las sensaciones de pérdida y
anhelo.
Nuestros cuerpos se aprietan con fuerza, el oxígeno entra y sale. Como
apenas estoy cubierta, su ropa blanca roza mi carne desnuda, el material es fino
y la textura está finamente tejida. Mi garganta se tambalea, y sus cejas se
fruncen en señal de consternación. Absorbe mi expresión y me la refleja
mientras nos miramos fijamente, buscando, buscando. ¿Qué es lo que busca?
¿A quién le importa? A mí no, y no voy a cambiar de opinión, y él tampoco.
Es más productivo disgustarse mutuamente.
Cerulean arruga la nariz como un engreído compulsivo, como si me
reprochara haberle degradado a las funciones de ama de llaves y enfermera. —
Las heridas son poco atractivas, al igual que las prendas andrajosas. No puedo
decir que los mortales destaques en estética, y nunca alabaré su frágil
constitución, pero… —alza un dedo—, no voy a poseer a mi última adquisición
con un aspecto deplorable después de dos días. Me gustan mis juguetes
brillantes antes de volverlos a romper.
Vaya sorpresa. No está muy lejos de lo que había dicho Moth.
Replico: —Debe ser un fetiche de los Fae. Debería haber sabido que por eso
te ensuciaste las manos.
—Ahórrate el crédito —se burla—. Es ofensivo para los dos. ¿Qué esperabas,
cariño? ¿Un cambio de opinión?
—No. Eso requeriría tener un corazón.
—Nunca pretendí usar mis manos desnudas. Un mísero golpe de magia
desinfectó tus heridas y limpió esos miserables trozos que consideras ropa.
Perseguir muñecos de trapo está por debajo de mí. Llámalo mantenimiento
antes de que te envíe a tu alegre, sucio y amotinado camino. Además, es de
buena educación.
—¿Educación? ¿Estás bromeando?
Se inclina, su aliento golpea mis labios. —Probablemente, concebible,
improbable.
Odio que me tiemble la boca por el contacto. Odio que quiera creerle. Y odio
aún más que no lo haga.
Las llamas de la chimenea estallan y chisporrotean. El calor sube por mis
pantorrillas desnudas.
Por lo demás, está oscuro, el candelabro se ha consumido antes de que me
despertara. Un resplandor nocturno se filtra a través de las cortinas y pasa por
la manta que nos envuelve.
¡Fables! Estoy escasamente vestida y tendida debajo de un Fae, su corazón
latiendo contra el mío.
Me alegro de que a los de su clase no les guste la gratitud, ya que lo último
que me apetece es darle las gracias. Para empezar, él es la razón por la que
parezco un rehén. Aun así, les gustan las gangas, y pretenden ser
recompensados. — ¿Qué quieres?
—Una simple inspección de tu látigo será suficiente.
—Mira simplemente mis tetas.
—No hace falta que te recuerde lo de las hadas y las mentiras. Tenemos un
gusto por las baratijas. ¿Qué crees que estaba haciendo mientras te hacías la
dormida?
Probablemente debería sonrojarme, pero ya que estaba sobre mí eso era
imposible. —Podrías haberme arrebatado el látigo en un abrir y cerrar de ojos.
No había necesidad de ser sigiloso.
—Oh, pero me encanta ser sigiloso. No obstante, quería ver qué harías. Por
último, si no me equivoco, usar mi poder me habría tachado de holgazán. ¿Te
estoy citando correctamente?
—¿Desde cuándo le importa a un Fae lo que piensa un humilde humano?
—Olvidaste mencionar que también son aburridos y poco llamativos.
—Robar mi látigo no sería exactamente igualar el campo de juego.
—Como dije, sólo quería verlo de cerca.
No puede acercarse más que esto. Su cintura abarca mi pelvis, mi cuerpo
acuna el suyo. La tensión nos fija en el lugar, los tobillos, los codos y las
costillas chocan entre sí.
Cerulean escanea el látigo ensartado en mis muñecas, la cuerda me atrapa y
quedo inmóvil contra el colchón. Satisfecho, se desplaza. Agarrando mis dos
manos, sus dedos libres arrastran el látigo hacia arriba, la punta del mango
rozando mi pómulo, bajando por mi cuello hasta la cuenca de mis clavículas y
rozando el centro de mi pecho, donde late mi pulso.
Desde allí, el mango aprieta mi abdomen. Trago saliva, luchando contra el
impulso de retorcerme o acercarme. Normalmente domino este tipo de cosas.
Pero, por otra parte, no suelo odiar a mis amantes.
Sin embargo, un lugar débil en la boca del estómago se agita, como si esto
debiera ser natural, como si hubiera pasado mucho tiempo. Cerulean absorbe
mi reacción, con su mirada atenta y a la caza de una respuesta específica, tan
comprometido con el acto que resulta intimidante. Pero no puedo apartar la
mirada, y no estoy segura de querer hacerlo, y lo detesto aún más por eso.
Lo que sea que vea hace que sus dedos se tensen con mi arma. —Interesante
un látigo como accesorio —elogia, con su acento encendido haciendo que la
habitación se sienta más caliente—. Cuando nos conocimos, subestimé tu
atractivo. Dime, mortal. ¿Has atado alguna vez a un hombre con él? ¿Alguna
vez has mantenido a un hombre prisionero mientras lo follabas hasta el delirio?
Por supuesto que lo he hecho. —¿Has terminado de estar encima de mí?
Una lenta sonrisa se dibuja en su rostro, ni repulsiva, ni encantadora. Quiere
que me acobarde.
Pues bien. Los tiempos desesperados exigen medidas desesperadas. Mientras
el calor se desliza por el barranco entre nuestras clavículas, le doy la vuelta a la
situación.
Al mover mis caderas se hunde más en el hueco de mis piernas. —¿Qué tal
ahora? —ronroneo, probando la autenticidad de su mirada.
¿Ya has terminado? ¿O debo acabar contigo?
Un destello sobresaltado y voraz atraviesa sus pupilas. ¿Excitación? ¿Auto
desprecio? Ambos parecen iguales en él, y maldita sea, yo no me quedo atrás.
Las sensaciones chocan por debajo de mi ombligo, bajando más, más y más,
pero les doy la bienvenida. Quiero que estas emociones se difuminen, que se
anulen unas a otras. Quiero que no se distingan unas de otras, que sea imposible
sentirlas por separado. Si no, tendrán demasiado poder.
Evidentemente, el sentimiento es mutuo. Muy pronto, el Fae recuerda que me
encuentra repugnante. Se encoge, con esos ojos llenos de desprecio, lo que me
parece bien. Necesito que se vaya a la mierda antes de que empiece a
acostumbrarme a su peso.
Cerulean me suelta y se desliza fuera de la cama. El aire entra a raudales, mis
pulmones se expanden. No agarra el látigo por precaución, probablemente
porque su jabalina se apoya en la pared de la chimenea, situada al alcance de la
mano.
Moth tenía razón. El gobernante del cielo sabía dónde encontrarme.
Tal vez acepte una pelea justa. Sin embargo, mis huesos están débiles, y tengo
la sensación de que esto es un alto al fuego. De lo contrario, no se habría
molestado con el fogón, la comida, mis heridas o mi ropa.
Cerulean se pasea por la cocina y vuelve con un cáliz de agua. El chapoteo
del líquido reaviva mi sed, tengo la garganta tan seca como un pergamino. Lo
veo recostarse de lado en una de las sillas ante el fuego, con los brazos apoyados
a los lados, de la misma manera que se sentaba en su trono. Rutinariamente, se
las arregla para que cada pose indolente parezca pulida y cada gesto descuidado
parezca elegante.
El Fae bebe, los músculos de su cuello se contraen. Lamiéndose los labios,
inclina la cabeza hacia la cocina. —Nada está envenenado o es tóxico, excepto
el bote de bayas de quimera. Fueron una adición impulsiva, sin embargo,
también son nativas de Faerie. Puede que sean dulces, pero carbonizarán el
vientre de un mortal si se atiborran de ellas. En ese caso, ingiérelas en calidades
limitadas, y mastica lentamente. —Su voz gotea con insinuaciones—. Muy
despacio.
—¿Qué es esto? —le pregunto—. ¿Qué estamos haciendo?
—¿Literalmente, figurativamente, o mágicamente?
—¿Qué hacemos temporalmente?
—Ah. Considera esto como un acto benéfico, antes de que te envíe lejos,
muy, muy lejos de aquí y de regreso al laberinto.
Sí. Él y Moth son de la misma calaña. —Sustento. Vendas. Las reglas dicen
que tengo que ganar esto por mi cuenta.
—Ahí tienes, siendo humana y traduciendo los puntos palabra por palabra.
Ganar por tu cuenta no significa que los favores estén prohibidos.
Vaya… los Faes y su noble interés en ayudar.
Sus ojos me siguen mientras envuelvo la manta alrededor de mi cuerpo y me
arrastro hasta la cocina. Un festín cubre la mesa del comedor. Perdiz asada con
peras humeantes, pan con costra de semillas, una cuña de queso duro, un pastel
de dátiles con nueces y nata, el bote de bayas de quimera que había mencionado
“parecen frambuesas, pero son verdes”, una jarra de leche, una de agua y una
cafetera.
Estoy agradecida, pero no tanto como para aceptar una comida cuando estoy
deshidratada y hambrienta. Cualquiera que lo haga es simplemente estúpido.
El problema es que cada bocado podría estar encantado. Pensé lo mismo de
la fruta espinosa de Moth. Si Cerulean no puede hechizarme con la música, ¿se
extiende eso a la comida? Podría morder un trozo de queso sin saber que es un
hígado mohoso lleno de gusanos.
Desde el salón, su mirada persistente me reta a averiguarlo.
En un estante se pueden ver tazas, garrafas y jarras de barro. Elijo una taza,
la lleno de agua y bebo con cuidado. Cuando mi corazón sigue latiendo, las
partes de mi cuerpo permanecen en el mismo sitio y no tengo visiones
retorcidas, doy otro trago. Luego, como él sigue observando, termino de beber
lo que queda, gimiendo interiormente. El líquido se desliza por mi lengua,
enjuagando la sequedad.
Es mejor dejar que Cerulean piense que su interés no me afecta. Sirviendome
otra taza, después vuelvo a la sala de estar y me poso en la silla frente a él,
asegurándome de alejarme varios centímetros de las llamas. La chimenea se
retuerce y escupe brasas. Con un sobresalto, pienso en las cenizas que se
acumulan en el pozo y en el humo que asfixia la entrada de la chimenea.
No soy fan de las cenizas. O de las chimeneas. Ni de nada cerrado.
La mayoría de las veces, disimulo este reflejo, incluso ante mis hermanas.
Aunque aquí no pasa desapercibido. Cerulean frunce el ceño ante mis acciones,
pero no voy a dar explicaciones.
Y en lugar de preguntar, se desvía hacia las llamas. Sus tobillos se cruzan, y
el cáliz cuelga precariamente de sus dedos mientras la luz del lino ilumina la
forma de alas en puntas de sus orejas.
La manta emite un olor a tomillo y jabón. Me acurruco en los pliegues y bebo
grandes tragos de agua.
—Esto me aburre —dice Cerulean, girando su cáliz. La rotación hace que el
contenido se oscurezca y pase de ser translúcido a ser de uva oscura. Parpadeo,
inhalando el olor a vino de espino negro.
Bajo mi taza hasta mi regazo y silbo. —¿Dónde estabas cuando traté de
pinchar el brebaje de saúco en el festejo anual de Reverie Hollow?
Cerulean me lanza una mirada irónica y de reojo. —¿Tu bebida favorita,
deduzco?
—Ni de lejos, es el café.
—Esa era mi segunda opción.
—Apuesto a que sí. Hablando de bebidas calientes, ¿dónde está Moth?
Prometió ahogarme en té de verbena.
—Por la misma razón por la que te atendí, sin duda.
—Algo así —respondo.
—Los deberes de Fauna requerían su atención —dice, como si yo debiera
entender eso—. La alivié de la carga al tratar contigo, siempre y cuando te haga
prometer que no…
—¿Tocar o tomar algo? ya me lo advirtió.
—¿Qué más obtuviste de ella? —Cerulean me mira—. ¿Una ventaja en el
juego?
Moth identificó mi ubicación. Me ha hablado de la Luna Media. Dijo que los
Fae están informando mi progreso a los demás, por si no podían observar el
juego ellos mismo. No es mucho, pero es más de lo que sabía ayer.
Hago un gesto con la cabeza hacia la parte expuesta de su torso. —Me dijo
que no te gusta llevar jerseys de cuello alto.
—¿Qué se siente al mentir? Estoy curioso —pregunta.
—¿Cómo es imitar nuestras mentiras? —contesto.
Cerulean me mira con desprecio. —Imitarte es la última de las ambiciones
de un Fae. ¿Sobornaste a Moth con golosinas mortales? ¿Intentando desenterrar
los secretos de la montaña y, así, inclinar las probabilidades a tu favor? Ella
tiene una debilidad por las baratijas.
—¿Es eso un crimen?
—Se me viene a la mente la maldición eterna, o un refrescante baño en el
pantano de azufre. Eso la disciplinará.
—¿Has oído hablar de una buena reprimenda a la antigua?
—Y tú nos llamas perezosos.
—Deja que te lo explique, cretino —le digo—. Si no hubieras enviado una
manada de avispones tras de mí, me habría refugiado en otro lugar.
—Sí. Lo hice, ¿no?
Tonta de mí, había estado buscando una pizca de decencia. En cualquier caso,
capto su tono aireado. Tiene una especie de simpatía por Moth y no le va a poner
un dedo encima.
— ¿Qué le dijiste a Moth en el Parlamento de los Búhos? —lo abordé—.
Estabas discutiendo sobre mí en tu idioma.
—Se llama Faeish —aporta Cerulean—. Moth ha dicho muchas veces que
mentías al decir que no le tenías miedo a las hadas. Francamente, le dije que lo
dudaba. —Vuelve a inclinar el resto del cáliz y lo arroja al fuego, el recipiente
se rompe en pedazos y luego se desvanece—. Ya que estás aquí, puedes
escuchar.
Me animo. —Haré más que eso. Te responderé.
—Moth insinuó a regañadientes que eras sarcástica pero tolerable. Estaba
cubierta de una cantidad obscena de baratijas cuando la relevé. Así que
preguntaré de nuevo, ¿fue esa una táctica para sacarle detalles a Moth?
—Tal vez estaba siendo educada.
—Con un Fae agresivo que preferiría verte despellejada hasta los huesos.
—No ataco a menos que me amenacen. No voy a rebajarme a tu nivel. Hay
una cosa llamada humanidad. No es que ustedes, monstruos, sepan lo que
significa.
Cerulean se balancea en posición vertical. Sus talones chocan contra el suelo
mientras se inclina hacia delante, cruzando los brazos sobre las rodillas. —
Compláceme, entonces —dice—. ¿Dónde estaba esa humanidad hace nueve
años? ¿Hmm?
Estoy tensa. Supongo que lo estamos haciendo ahora. —No puedo hablar por
mis antecesores. Yo era una niña cuando La Trampa ocurrió.
—Y esperaba más de ti que eso.
— ¡Eres un maldito hipócrita! No te debo nada. Todos ustedes hechizan a los
mortales en contra de su voluntad, los convierten en esclavos y los cuelgan para
su diversión. Los castigan por olvidarse de dejar regalos en sus entradas, algo
que no pueden permitirse de todos modos. Traumatizas y mutilas a mi gente.
Les haces ver ogros y hobgoblins8 cuando se miran en el espejo. Les marcas la
piel. Utilizas el viento, los árboles y el agua para petrificarlos. Limpias el suelo
con sus almas y estropeas sus medios de vida. —Debería respirar, salir a tomar

8
Son una de las numerosas razas de pieles verdes que infestan el mundo. Su apariencia es inconfundible: se
parecen mucho a los Goblins, pero son más altos.
aire, pero no puedo. Todo sale volando de mi boca, en el reducido espacio que
nos separa—. ¿Tienes el descaro de llamarnos inútiles cuando son ustedes los
que utilizan la magia sobre personas que no tienen los medios para defenderse?
¿Y para qué? Sus Cortes malgastan sus poderes luchando por tronos, no porque
quieran hacer de su mundo un lugar mejor, porque les importa una mierda ser
líderes, quieren poder para acariciar un cetro como si fuera una verga, pisar a
los que no les gustan y mearse en el resto.
>>Mientras tanto, ustedes, patanes solitarios, pierden el tiempo
castigándonos en lugar de ocuparse de ustedes mismos, y luego dan por
terminado el día. ¡Nombra una vez en la que tu magia haya hecho algo bueno!
¿Alguna vez donde la hayas usado para inspirar, enseñar, aprender o construir?
¿Qué mierda hacen ustedes criaturas, además de atacarnos? Te diré una cosa.
La magia no te hace más fuerte ni más resistente. Te hace codicioso y te hace
creer que tienes más derechos. Eso es lo que los hace débiles. Eso es lo que los
hace cobardes. ¿Esperas piedad de nosotros, cuando no has mostrado ninguna
para empezar? Olvídalo.
La mirada de Cerulean se clava en la mía. Sus ojos se estrechan, el pigmento
cortado con fragmentos de blanco. —Mucho cuidado, pequeña Lark.
Eso significa que debería parar mientras sea indulgente. —¡Cualquier otra
cosa que quieras saber, se lo puedes preguntarle a mi puño!
—Muy bien, tienes tela para una pregunta más. —Agarrándose a los lados de
mi silla, me enjaula y susurra—: Varios de nuestros animales ya no están aquí
porque se convirtieron en peones mortales, y varios Fae jóvenes sufrieron junto
a ellos, convirtiéndose en víctimas de la guerra. ¿Se lo merecían?
Joder. Eso me hace callar.
—Ustedes dicen ser la cultura más valiente y honorable. Te preguntaré esto:
¿No luchan sus tribunales en las mismas mezquinas batallas de poder?, ¿No se
maltratan los unos a los otros, no se juzgan, no se abandonan, no se condenan
al exilio?, ¿No matan a los suyos por beneficio egoísta o por amargura
apasionada?, ¿No llamas a alguien enemigo solo porque no está de acuerdo
contigo?, ¿No pasas por delante de los mendigos en la calle sin pensarlo dos
veces, pretendiendo que no existen?, ¿No venden sus conciencias y su moral al
mejor postor? Se acerca más. —¿Y no dañan su propia fauna?, ¿No matan a sus
animales por razones distintas a las de alimentarse y vestirse?, ¿No tratas a las
criaturas de tu tierra como posesiones?, ¿No montan sus cadáveres en sus
paredes y los exhiben como trofeos?, ¿No expandes ese trato a través de las
culturas y los reinos?
—¡No soy una cazadora furtiva! —grito—. Yo no...
—Para vencernos, ustedes destrozan a nuestros moradores sagrados.
Animales Fae ahogados o desmembrados, sus alas, pieles y cuernos destrozados
o cortados. A través de ellos, tu búsqueda fue arrasar con nuestra propia
existencia.
— ¡Ustedes estaban hechizando y asesinando a mi gente!, ¡Estaban asustados
y desesperados! Estaban protegiendo a sus familias.
— ¿Y qué pasa con nuestras familias? —Cerulean me reta, cercándose aún
más hasta que nuestras narices se tocan—. Aunque sean raros, tenemos nuestros
propios hijos. En lugar de limitarse a nuestros mayores, enjaularon también a
los jóvenes Fae de cualquier edad que intentaron salvar a esos animales. Los
arrancaron de sus padres, de sus hermanos y de sus parientes de la fauna. Los
arrojaron tras barrotes de hierro y se burlaron de ellos mientras gemían por las
ampollas. ¿Pueden acusarnos de eso?, ¿Puedes acusarnos de dañar a jóvenes
mortales?
Me zumban los oídos. En ese entonces era joven, pero lo sabía. No se puede
vivir en un pueblo lleno de charlatanes y no conocer los momentos más duros
de su historia. Aparte de matar hadas en combate, la trampa había sido la única
otra forma de destruirlas.
Pero Cerulean tiene razón. Los Solitarios nunca dañan a nuestros jóvenes.
Circulan informes sobre mutantes entre los Fae de la Corte, pero no en Reverie
Hollow.
Cerulean sisea, la sien en su cabeza golpeando como un puño —Aquí estás,
creyendo en represalias de la misma magnitud. ¿Son ustedes los más
honorables, entonces?, ¿Es todo justo y amable en su mundo?, ¿Son más
valientes? —Su lengua saca la última palabra. Luego, se encoge de hombros —
. De acuerdo, eso es más de una pregunta, pero soy un Fae. Y somos muy, muy
codiciosos.
El fuego me chamusca los dedos de los pies. No vi venir ese discurso y no sé
qué pensar. Los Fae jugaron sucio, y los humanos se rebelaron jugando igual de
sucio. Entonces, ¿dónde nos deja eso?
Sigue mis rasgos, su mirada se tambalea al borde del precipicio. En el último
momento, se echa hacia atrás, a punto de levantarse.
Mis nervios se elevan. Esto no puede terminar ahora, sólo porque él lo decida.
—Cerulean... —Engancho el pie alrededor de la pata de su silla y le doy un
tirón. El mueble golpea la parte posterior de sus rodillas y lo deja caer sobre el
cojín, y yo empujo el asiento más cerca de mí—. No hemos terminado aquí.
Frunce el ceño, aunque sé que la intriga lo mata. —Tú eres una cosa muy
revoltosa.
—Es cierto. Tenemos nuestros lados oscuros, al igual que ustedes. Pero la
diferencia, es que los aldeanos creyeron que no tenían otra opción, que no había
otra forma de luchar por su existencia. Ustedes tenían la magia de su lado. Todo
lo que ellos tenían era hierro y rabia. La idea de enjaular a los niños y a los
animales me produce asco, y créeme, soy la última persona que le habría hecho
daño a alguno de ellos. Si hubiera sido mayor, habría tratado de encontrar otra
manera. De hecho, mi padre protestó por el plan de ataque, pero fue
desautorizado, porque no todo el mundo es piadoso en una cruzada, o en una
rebelión, o en una guerra. No me digas que no lo sabes.
El resplandor de Cerulean bien podría ser forjado en su rostro. —¿Has
terminado?
—No, bastardo altanero. Todavía tengo mi regla libre, y la estoy jugando
ahora.
—¿De verdad? Soy todo orejas puntiagudas.
—Nunca me llames saqueadora.
Cerulean se sobresalta. —¿Qué?
—No me compares con el resto de ellos, ¿de acuerdo?
—¿Esa es tu petición? Podrías doblar o retorcer cualquier regla a tu beneficio.
Sin embargo, me pides que no te etiquete mal.
—Los esquemas abundan cuando se trata de reglas, especialmente en lo que
se refiere a ti. Yo quiero algo más raro: tu palabra. Y si me preguntas, mantener
mi integridad es suficiente. Lo mismo que mi nombre. Es Lark.
El Fae me mira fijamente, desconcertado. ¿Acaso nadie en esta maldita tierra
ha negociado antes su honor?
Tras un momento de pausa, su cuerpo se desenrolla en la silla. —Hecho.
—Es un trato —acepto—. Estoy lista para algo de comida ahora.
Casi. Casi puedo decir que sonríe.
Casi. Esa misma sonrisa acaricia mis pechos.
Cerulean me echa una mirada prolongada que haría sonrojar a un murciélago.
Sin apartar la vista, agita un brazo hacia la cocina. —Adelante. Recupérate y
dame algo con lo que trabajar.
Se pone en pie, coge su jabalina de la pared al lado de la chimenea y cruza la
casa a grandes zancadas. Apartando la cortina, se adentra en un resplandor verde
azulado por la luz de la luna. Un rayo moteado capta los bordes de sus hombros
antes de que desaparezca, mezclándose con el tintineo de las campanas que
llegan desde el exterior.
Cuando se ha ido, no pienso en lo que hay más allá de ese umbral. Todo lo
que pienso es en ese Fae de pie brevemente en un pozo radiante. Todo lo que
pienso es en lo lejos que se encuentra la luna de este lugar. Sólo pienso en lo
lejos que ha viajado su luz para tocarlo.
Entonces pienso que quizá nada esté tan lejos como parece. Si los rayos de la
luna pueden golpear el hombro de un Fae, y si la melodía de un pájaro puede
recorrer una gran distancia, y si una chica puede encontrarse galopando de un
mundo a otro, tal vez esa misma chica pueda alcanzar la cima de una montaña.
Capitulo 14
Como ya he dormido bastante, la comida es el siguiente paso. Que no haya
muerto de hambre es una maravilla.
En la cocina, el festín sin tocar de Cerulean abarrota la mesa. La perdiz y las
peras asadas, el pan con semillas, la cuña de queso, el pastel de dátiles, el bote
de bayas de quimera y el surtido de bebidas.
Nada de esto explica todo lo que ha hecho. Los Fae están hechos de un
cincuenta por ciento de magia y un cincuenta por ciento de motivos ocultos.
Eso no impide que mi estómago gorgoteé. Me quedo al lado de la mesa y
mordisqueo el queso... luego mastico... luego engullo. Evito las bayas, pero me
meto en la boca el resto del banquete, tan hambrienta que ya no me importa.
Despejo la mayor parte de la mesa, engullendo la leche de la jarra y
completándola con tragos de café, para luego desplomarme con un eructo que
molestaría a Juniper y horrorizaría a Cove.
Llena hasta los topes, me dirijo a la sala de estar, donde se enciende el fuego.
Una de las cortinas baila con la brisa y un silbido atraviesa la casa desde el
exterior, lo que me recuerda a los animales de nuestro santuario. Mi corazón se
retuerce cuando más silbidos se cuelan en la vivienda. Me acerco a la ventana
abovedada, aparto la cortina y me asomo. En el bosque, las sombras cruzan el
suelo, corriendo demasiado rápido para identificarlas.
Cuando era una niña, recuerdo que me acurrucaba en la silla del ático y
contemplaba la vista de esta montaña, soñando con los peligros de Faerielandia,
asustado y seducido por su tradición. Hasta que me desplomé frente a esta casa,
apenas tuve tiempo de respirar, y mucho menos de mirar más de cerca.
Me pongo el vestido, camino descalza hasta el umbral y abro la cortina.
—Fables eternas —jadeo.
Más allá de las losas, la noche sumerge la malla del bosque en tonos de verde
azulado oscuro. Los árboles nudosos se apiñan, los vegetales verdes en forma
de vaina brotan de las enredaderas que se enroscan en la maleza y las flores
espumosas se cierran, con sus pétalos en forma de trompeta incrustados de
rocío.
De las ramas cuelgan campanas de viento doradas como linternas, que arrojan
una suave luz a la naturaleza. Su melodía tintineante prácticamente brilla, un
tipo de música alegre que brota de ellas.
Pero son las formas cambiantes las que me hacen moverme. Cruzo la pasarela
al trote y me detengo, porque podrían ser criaturas mortales y solevantes.
Por otro lado, son pequeños y con flecos, y después de pasar nueve años en
comunión con los animales en casa, confío en mis instintos.
Me pongo de puntillas por el sendero y me escondo detrás de un tronco. Las
fuentes de esos silbidos cadenciosos hacen su aparición. Los ruiseñores.
Por supuesto. Moth había llamado a este lugar La Guardia de los Ruiseñores.
En mi mundo, son de color marrón nuez, el tono es plano y terroso. En este
dominio, el color es más rico, tan luminiscente como una piedra preciosa, y
nada dentro de un brillante plumaje turquesa. La combinación crea espirales de
pigmento, los esbeltos picos de las aves pintados en el mismo turquesa.
¡Y su canto de pájaros! Las vibraciones armonizan con las campanadas,
reconocibles pero espectrales.
Aletean a ras de suelo, dando una serenata a la copa de jade en busca de
pareja. Hipnotizada, me alejo del árbol por miedo a estropear el momento. Me
descubren y se lanzan desde lo verde, abriendo sus alas y atrapando el aire. Al
unísono, la asamblea gira alrededor de mi cintura y luego se aleja volando,
invitándome a seguirlas.
Le persigo. Agarrando mi falda, me lanzo tras el Reloj. Las iluminadas
campanillas de viento gotean de las hojas, vertiendo una música ligeramente
alegre en la arboleda. Me desvío entre los troncos y hago cabriolas tras los
pájaros. Se escabullen entre las enredaderas y rozan las campanillas, con una
risa metálica que salta de los móviles. Volviendo por donde vinieron, el Reloj
me lleva al lugar donde empezamos.
Una sonrisa divide mi cara. Pero en un santiamén se separan, estrellándose
en el suelo y regresando a sus nidos. Uno de los polluelos se queda atrás.
Revolotea junto a mi oreja y su pico me pincha juguetonamente el pelo. Me
acerco y le paso el dedo por las alas, que crujen con alegría.
Hay una fábula sobre estas criaturas. Dice así…
—Había una vez un ruiseñor que anhelaba una pareja —recita una voz
masculina.
La chica pasa a toda velocidad junto a mí. Me doy la vuelta y sigo su
trayectoria hacia una silueta masculina recostada contra un tronco, cuya forma
negra y satinada es intangible, la noche pinta sus angulosos rasgos de color
verde azulado oscuro.
Cerulean avanza, con la jabalina enganchada a su cadera. Sus orejeras se
desvían hacia fuera con una floritura, y la profunda V de su camisa deja al
descubierto unos músculos en flexión tan sólidos como una coraza.
Maldita sea. ¿Con qué está mezclada la leche aquí?
Cuando las hadas son horripilantes, son la materia de las pesadillas.
Pero cuando son bonitas...
No importa. Pensé que se había ido. ¿Ha estado aquí esperando?
¿No tiene tareas de monarca de montaña que hacer? Por cierto, ¿dónde está
su fiel búho?
El polluelo del ruiseñor revolotea alrededor de la despeinada medianoche de
su cabello. Los ojos del Fae se hunden en el bombeo de mis pechos -había sido
una vigorosa persecución- y luego suben a mi cara. Sosteniendo mi mirada,
inclina un dedo para que el animal se pose sobre él, y luego susurra algo que no
puedo oír. El pájaro escucha y salta hacia los retoños.
Tras una pausa, Cerulean debate con nuestros espectadores alados. —¿Qué
piensan, preciosos? —les pregunta mientras se centra en mí—. ¿Sabe el resto?
Me pongo las manos en las caderas y me acerco a él. —El ruiseñor místico
cantó, pero no recibió respuesta
Cerulean se balancea hacia atrás, pero no de forma sumisa. Es una forma de
venir aquí, atrayéndome a una colina enclavada entre los árboles. —Entonces
escuchada a una mayor distancia a través de Faerie
Me muevo tras él. —Durante días, el pájaro permaneció más alto que los
árboles y cantó su melodía. Sin embargo, no recibió respuesta. Para los Faeries,
el apareamiento está predestinado
—Pero para la fauna Fae, muchos deben buscar en lo alto y en lo bajo
Cerulean se acerca a la colina e invierte la palma de la mano, materializando
una pluma en el aire. Con un par de hábiles rotaciones de sus muñecas, la pluma
hace piruetas. —Así, el ruiseñor no se dio cuenta de que otro pájaro esperaba
tranquilamente en la maleza. —El penacho desaparece mientras mueve los
dedos como un ilusionista. Luego murmura conspiradoramente: —Porque el
ruiseñor se había desplazado demasiado para inspeccionar su entorno. No se dio
cuenta de que su compañero había seguido el canto y estaba allí todo el tiempo
Sus labios oscuros se curvan. —Así que el compañero se dio por vencido y
encontró un búho para coger, ya que ven mucho mejor en la oscuridad
—Oye, ahora —digo—. Improvisar es hacer trampa
—Eso es irrelevante. Simplemente estás decepcionado porque he omitido la
escena de la consumación
Mi boca se mueve, conteniendo una carcajada. A pesar de ello, mira de reojo,
con una alegría reticente que sale de sus fosas nasales.
Es un pequeño desliz, una pizca inesperada de humor. De todos modos, nos
sabríamos rápidamente, al ralentí bajo un carrillón de viento, cuya música se ha
apagado en el momento en que nos hemos acercado.
No sé qué hacer con nuestro recital. Peor aún, no sé por qué me hace sentir
años más joven, de la misma manera que estas criaturas lo hicieron mientras las
perseguía.
Pero sé algo horrible. Si este Fae y yo fuéramos niños, nos gustaríamos,
porque no lo sabríamos, porque en lugar de pensar en el odio y las jerarquías,
estaríamos muy ocupados aprendiendo cómo funciona nuestra imaginación.
El momento se desinfla, y me cruzo de brazos para demostrar que no importa
nada. —No puedo deshacerme de ti, ¿verdad?
Cerulean levanta los brazos para indicar la Guardia de los Ruiseñores.
—He estado aquí, entreteniendo a mis compañeros. Tienen quejas de vez en
cuando, y yo no estoy a menudo en esta zona, lo que aparentemente era el
agravio. Después de mantener la corte, esperé a ver cuánto tiempo te entretienes
antes de explorar la naturaleza. Exhibiste una imagen más bien jubilosa en lugar
de petrificada. Más bien es una pena
Me encojo de hombros. —Si nada es lo que parece en esta montaña, quizá
deba confiar en su fauna para sobrevivir en este lugar. No hay manera de hacerlo
sin arriesgarse a un error o dos
—Eso es fácil de conseguir. Siempre he pensado que la naturaleza está viva,
pero aquí se magnifica. Se me ocurren ideas al azar. Como, ¿tiene pulso el
viento? Si extiendo mis brazos, ¿sentiré su latido?
—¿O te arrebatará? —se complace.
—¿O me levantará del suelo? —añado—¿Qué puedo decir? Cuando era una
niña, quería convertirme en un pájaro.
—Una alondra que favorece a los animales con alas
—Tanto como a ti te gusta gobernar el cielo
Su ambivalencia desentierra El Nido Negro y la mirada que le dio a Moth
cuando la llamó Sire. Que esté en conflicto con su rango, por no hablar de su
papel en la historia, y que sea modesto con el viento, bueno, me deja perpleja.
Pero me gusta lo que dijo sobre no controlar el cielo. —Cuando era pequeño,
quería volar libre, alto y sin miedo al mundo. ¿Por qué pones esa cara?
Cerulean vacila, sus ojos parpadean. —Tú... me recuerdas a alguien
—¿Hay alguien más que piensa como yo?
—Te halagas a ti mismo, humano
—¿Depende de quién fuera ella? ¿O él?
El Fae mira con una sonrisa remota de la que no creo que sea consciente.
—Fue milagrosa y devastadora
¿Por qué ese comentario me golpea en el pecho? Sacudo la cabeza,
porque es mi turno. —¿Eso es algo bueno? ¿Viendo que te recuerdo a ella?
Su cabeza gira hacia mí, los cortes de sus pómulos se inclinan hacia arriba,
las sombras cavan trincheras bajo ellos. —Apenas —dice molesto.
La palabra brota de la jaula de su garganta. ¿Cuántas palabras tengo
encerradas dentro de mí de esa manera? ¿Cuántas palabras más están luchando
por salir de él? ¿Será alguna de esas palabras la misma?
Abro la boca para decir... lo que sea que vaya a decir... pero Cerulean se da
cuenta. Hace girar sus dedos, convocando una brisa que se cuela en la
naturaleza. La corriente saca a los ruiseñores de sus nidos. Se ponen en acción,
migrando a lo largo de la hierba y retozando más adentro del bosque para
reanudar su serenata de apareamiento.
Los silbidos se desvanecen en la naturaleza. Ahora estamos solos.
De la nada, Cerulean recorre la distancia y me atrapa las manos. Hago un
ruido ronco de protesta, pero mis músculos se aflojan. Su expresión me obliga
visiblemente a acobardarme, esos ojos impulsivos pero decididos, el rostro de
una oscura imaginación. Visiones matizadas llenan mi mente: noches de fragua
en las que el descubrimiento imprudente había sido tan dulce. Me urge ver lo
que hará este Fae.
Extiende nuestros brazos, separa nuestros dedos, y gira mis palmas bajo las
suyas, para que sienta si la brisa tiene corazón. Nuestros rostros se inclinan, los
labios se separan a un pelo, lo suficientemente cerca como para morder y hacer
sangre. Nos quedamos así, abrazados, agarrados. Sus aspiraciones se convierten
en mis aspiraciones, y su sombra se convierte en mi contorno.
Su piel me calienta los nudillos. Sus finos dedos se unen a los míos, suaves y
con un pulso sincero. El ritmo coincide con el que late en mis venas.
Cerúleo inclina la cabeza y su boca roza la pendiente de mi oreja. —¿Es eso
lo que esperabas sentir?
La pregunta es apenas audible, temblando por el costado de mi cuerpo.
Cerulean es bueno en eso, soplando el calor en el aire. Es un maestro del susurro.
Se me pone la piel de gallina. Las vibraciones rebotan en mi columna
vertebral. Cuando esa voz se engancha al vértice de mis muslos, mi boca se
abre.
Los párpados de Cerulean se estremecen. —Contéstame —entona, su acento
provoca otra onda expansiva—. ¿Tiene latidos? ¿Es lento o rápido? —Se le
estrecha la garganta—. ¿Es superficial como un suspiro? ¿Sin fondo como un
gemido?
Mierda. Ese violento murmullo, un embudo de sonido marchito.
Está siendo frívolo, pero la seda negra de su voz se despliega por mis piernas.
Ese anzuelo entre mis muslos me penetra más profundamente, una lengua
invisible que roza el nudo privado de nervios que se esconde en mis entrañas.
Que me jodan si no empiezo a palpitar.
No se ha movido, pero esos susurros llegan a todas partes importantes, el
calor húmedo que se acumula bajo mi vestido. Cada trago de su garganta, cada
hendidura silenciosa de sus labios, cada sílaba silenciada... Lo oigo y lo siento
todo, cada ruido respiratorio que me lame por dentro.
Normalmente, lo azotaría con algo de sarcasmo. Pero sé que mi respuesta
actual me va a perseguir: Me quemo como una plancha.
Y estoy mojada, empapada por unos susurros
De repente, los orificios nasales de Cerulean se agitan. Su reacción es tan
ilimitada como el cielo, abarcando todo su rostro. No importa que el único lugar
donde nos toquemos sean las manos, porque sus entonaciones y mis
inhalaciones hacen el resto. Su mandíbula se estremece y mis pezones se tensan
y se hunden en la tela que los oculta.
Se estremece, consciente de repente de lo que está haciendo. Pero no me
suelta, y yo no me retiro. No hasta que la brisa se disuelve y nos separa.
No puedo decidir si sentirme abatida, insultada o simplemente enojada
conmigo misma, así que me conformo con las tres cosas. Así las cosas, se
mantienen interesantes.
Me enfurezco. —¿No tienes trabajo que hacer? ¿Solitarios con los que
divertirse?
La amenaza regresa, encendiendo sus iris azules. Hace un gesto con la cabeza
hacia la ruta del bosque por la que he venido. —¿No tienes una escalada en la
montaña? ¿O te sientes demasiado confiada, demasiado ansiosa, demasiado
indulgente? ¿Arreglo eso? ¿Subir la apuesta?
Me pongo rígida. —No lo harías. Es...
Cerulean suelta una risita cerrada, baja y malvada. —¿Es qué?
—¿No es justo?
Con un indolente golpe de muñeca, el camino que lleva a la salida desaparece.
Capitulo 15
Mi mirada se catapulta por la naturaleza, a la caza del rastro. Todo lo que veo
son los pilares de los árboles de jade, las enredaderas de vainas vegetales que
se enredan en el suelo, las flores blancas que eructan esa engañosa niebla con
aroma a verbena y la hierba que se esfuerza por atraparla, y las cacareadas
campanas de viento que empapan la noche con charcos de oro.
Vuelvo a mirar la elegante sonrisa de Cerulean. —¿Sabes qué les pasa a los
tramposos en mi mundo? Los cuelgan de una soga.
—No seas aguafiestas —me amonesta —. Nos iba tan bien juntos.
—¿Quiénes son nosotros? Tengo curiosidad —digo —. Debe ser divertido
ver cómo un mísero humano hace todo el trabajo mientras tú te quedas parado
y sacas tu varita mágica.
—Debe ser muy satisfactorio asumir que lo que parece fácil no requiere
trabajo
—Es tu ego el que habla, cariño. No me lo creo
Se acerca una vez más. —He tomado una decisión al respecto —me confiesa,
con cada palabra difuminada acariciando mis labios—. He decidido que no me
importa, porque he recordado que te equivocas. La magia sólo se da a los que
son dignos del don, a los que son capaces de aprender sus entresijos. Lo que tú
llamas pereza es… —El Fae inclina la cabeza, su labio inferior acaricia mi
mejilla—, ....cualquier cosa menos eso.
La respuesta se estremece con su lengua y sopla entre mis labios. ¿Qué está
pasando? Estoy bien enojada, lo que significa que debería estar clavando mis
rodillas en su ingle por manipular el paisaje. Eso es lo que debería estar
haciendo.
En cambio, estoy obteniendo ideas que no debería tener. Cuando se trata de
tíos, no soy una presa sonrojada. No desde que era pequeño. No desde ese chico
enmascarado. Pero aquí estoy, odiando tanto a un Fae que pruebo su acidez.
Aquí estoy, deseando ese sabor, queriendo saber lo que es odiar y besar.
La atención de Cerulean se dirige a mi boca, de la misma manera que yo me
fijo en la suya. —Esto no tiene sentido— empujo.
—No, no es así— dice con voz ronca, acechándome a través de la colina, a
través de la hierba en flor, y apoyándome contra una pared de roca que aparece
de la nada —. ¿Por qué me desprecias tanto a la crueldad como a la admiración?
¿Por qué tus palabras me insultan pero me vigorizan?
—¿Por qué no puedo sentir sólo una cosa a tu alrededor? —Pregunto.
—¿Por qué siento muchas cosas a tu alrededor? —responde.
—¿Por qué escucho cien palabras diferentes en una sola?
—¿Por qué una sola palabra inspira cien reacciones diferentes?
—¿Por qué carajo bloqueas el camino?
—¿Por qué tengo la tentación de revelarlo?
Claro, está tentado. Pero no lo hará.
Nos observamos mutuamente. ¿De dónde viene todo esto?
A papá Thorne le gusta decir cariñosamente que mi pelo es blanco porque caí
de las nubes. Nunca la misma forma de un día para otro, rápido para cambiar,
más rápido para moverse.
Y Cerulean es realmente el cielo, maniobrando y hablando como el viento.
Sus rasgos son altos y amplios. Sus pensamientos son expansivos.
Pero tiene un secreto. Sé que lo tiene, igual que yo. Pasa de la claridad a la
oscuridad, del día a la noche, con cada tinte y tono de azul.
Con cada tinte y tono de azul… parpadeo. —Tu verdadero nombre es
Cerulean, ¿verdad?
Se tensa, sus rasgos se agarrotan. Si una persona conoce el verdadero nombre
de un Fae, le da a esa persona el control sobre ese Fae.
—Lo mantienes oculto a la vista —lo acuso.
—Soy un Fae —dice—. Muchas cosas se ocultan a la vista—. Eso es una
gran apuesta.
—¿Qué no lo es?
En un mundo perfecto, esto debería significar todo. Podría decirle que me
liberara u ordenarle que me transportara a la cima de la montaña. Pero no es un
mundo perfecto, porque los términos de los detalles han sido explícitos. Uno, si
no llego a la cima, todo lo que mis hermanas están luchando se convierte en una
pérdida. Dos, tengo que llegar sola, con mis propios pies.
No soy un fraude. Si tengo algo que demostrar, es que un mortal no necesita
magia.
Cerulean no está tan furioso como debería por haber desvelado su secreto; tal
vez sabe que me estoy preparando para negociar. Se cierne sobre mí con un
semblante reservado y musita: —Creo que estoy a punto de quedarme sin
palabras.
—¿Cómo lo sabes?
—Todavía no me has dejado así
—Oh, muchacho. Adulación
Sus labios azules se mueven con amargura. —No te acostumbres a ello
—Me parece bien. Prefiero halagarme a mí mismo que depender de otra
persona para hacerlo. En cualquier caso, juro ceder el control sobre ti, con una
condición. Dijiste que muchas cosas están ocultas a la vista, así que haznos un
favor a ambos y señala la otra ruta que no veo.
Lentamente, Cerulean sacude la cabeza. —Un humano de lo más provocador,
desconcertante y profundo —Sus magnéticas pupilas brillan y luego se dirigen
a la pared donde estoy pegada—. Vaya, te estás desmayando contra él.
Bueno, eso se entiende. Pero no nos movemos.
Una respiración. Dos respiraciones. Tres respiraciones.
Me deslizo por debajo de su brazo y me precipito hacia la casa, donde me
detengo tartamudeando, tragando bocanadas de aire. Tengo que recomponerme,
porque lo que sea que esté efervesciendo entre nosotros no significa nada. La
sola idea es podrida e imperdonable, y no dejaré que se apodere de mí.
Me meto los pies en los calcetines y las botas. Luego me pongo la capa, me
pongo la mochila y vuelvo a llenar el odre del cántaro. Recojo las sobras de la
mesa del comedor, las envuelvo en un paño y luego cojo mi látigo. Al salir al
exterior, veo que Cerulean no se ha movido. Está frente a la roca con la cabeza
agachada y el antebrazo apoyado en la dura superficie.
La cosa es que no puedo decir si es más peligroso aquí que a donde me dirijo.
Empiezo a pasar por delante de él, pero el lazo de su voz se desliza alrededor
de mis extremidades. —¿Por qué no pediste más?
Me detengo y miro su perfil, tallado en una hoja, desde las pantorrillas hasta
las orejas. Tenía su verdadero nombre en el bolsillo, pero no abusé de él como
podría haberlo hecho. Por muy mercurial que sea Cerulean, ya se había
anticipado a mí, y por eso no había lanzado un ataque inmediato, digno de un
Fae.
Lo que no había previsto era mi petición, y su cultura se resiente de ser
humillada. ¿Por qué no había pedido más?
—Porque no soy tú —le digo.
Hay una larga pausa. Por fin, Cerulean se reagrupa y ladea la cabeza hacia
mí, con un brillo pícaro que ilumina sus facciones. —Hay tres caminos desde
aquí. Uno, que desearás. Uno, lo lamentarás. Uno, bueno, que yo no tomaría si
fuera tú.
Echo un vistazo al entorno y luego me giro mientras el viento se filtra entre
la naturaleza. Para cuando he dado la vuelta completa, no está a la vista. Me
sacudo la decepción. Por muy demente que parezca, estoy obteniendo una
perversa satisfacción de nuestras peleas verbales. Me imagino que ese cabrón
tiene la última palabra.
Me dirijo hacia el acantilado, escudriñando su amplia circunferencia hasta
que aparece un carril camuflado tallado en los cimientos. Sigo la cavidad, que
se desliza alrededor de la cadera del acantilado. Un par de antorchas cobran
vida, encendiendo el borde festoneado de la montaña. Unas escaleras
empinadas, excavadas en el límite, se elevan y descienden en rápida sucesión,
cada una de ellas separada por un salto. Mis uñas se clavan en el acantilado y el
sudor me recorre la línea del cabello.
Puedo hacer esto, puedo hacer esto, puedo hacer esto. Aquí arriba, puedo ser
un pájaro o una nube.
Me cuesta unos cuantos intentos antes de que mis piernas se muevan, y
entonces estoy subiendo los escalones, la creciente elevación golpeando la parte
posterior de mis rodillas. Paso y me detengo, paso y me detengo, paso y me
detengo, paso y me detengo, paso y me detengo. Pienso en mis días de
chimenea, cuando me aferraba a mi imaginación, el único medio para escapar
de espacios estrechos y asfixiantes.
Yo, cubierta de hollín. Yo fingiendo que agito las alas.
Ignorando el abismo cubierto de niebla y las guirnaldas de estrellas, conjuro
cada costra sangrienta y cada trozo de ceniza a los que había sobrevivido antes
de esto, y salto al siguiente conjunto de escalones, golpeando la piedra sin
romper la piel, agarrando los asideros de la roca bulbosa.
Sigo pisando, deteniéndome, pisando, deteniéndome. Cuando llego al
rellano, el sudor me resbala por los muslos. Lo he conseguido, pero no me siento
bien.
Porque hay más. Estoy en un patio donde la ruta se divide en tres gargantas
iluminadas por antorchas y llenas de niebla. En el centro hay un nuevo poste
indicador, cuyos marcadores designan los lugares.
La Torre de la Fauna
Las cuerdas de Mistral
Vuelve por dónde has venido
¿Por dónde he venido? ¿Significa eso volver a un lugar en el que ya he estado
o volver al principio? Se supone que es un aliciente, en caso de que tenga dudas
sobre hacia dónde me dirijo. Dado que una vez que se elige un camino, no se
puede dejar de elegir, esto tiene que ser una excepción o un engaño
¿Y los otros dos? Pronuncie lo que había dicho Cerulean. Un camino, lo
desearé. Uno, lo lamentaré. Uno, que él no tomaría si fuera yo.
¿Una ruta que no tomaría como humano, pero sí como Fae? Lo medito, y
luego desenredo mi látigo para ver lo que produce la brisa.
Teme al viento. Sigue el viento.
Me dirijo al segundo camino. El vapor me envuelve, los zarcillos rozan mi
ropa, el desfiladero es tan estrecho que no puedo extender los brazos. Es un
túnel. Las estrellas desaparecen, pero del techo brotan mechones brillantes de
acedera. Me oigo jadear, un conjunto de penachos que pasan patinando por mi
mejilla. Todos los demás ruidos se diluyen en la nada.
Por fin, el túnel se abre a la cordillera, donde la hiedra trepa por segmentos
de roca y la niebla corona los picos. Una pasarela se curva hacia delante, un
lado instalado en el precipicio, el otro enmarcado por una barandilla
ornamentada. El pasaje serpentea a través de bolsas de la ladera de la montaña,
pero me relajo mientras el sendero mantiene un plano uniforme.
Pasan varias horas. Un azul suave se desprende de la cúpula del cielo, con
bocanadas de diente de león de color blanco y verde azulado. Aquel poste
indicador me había ofrecido una serie de opciones, pero no había dicho cuánto
tiempo llevaría cada una.
Cuando me detengo y me doy cuenta de ello, una risa maliciosa sale de un
hueco. Me retuerzo y veo tres figuras que descansan entre los árboles, cada una
de ellas parecida a un fénix.
Mechones rojos fundidos. Piel amarilla que crepita como una brasa.
Perfiles de pájaro de fuego. Ojos abrasadores. Alas llameantes que humean
en las puntas de las plumas.
—¿Perdida, humana?—se burla uno.
—¿Quieres que te encuentren? —tienta otro.
—Prometemos morder —canta un tercero.
Un hormigueo de calor se filtra en mi torrente sanguíneo. Una sensación
nebulosa se desliza alrededor de mi cintura, tirando de mí en su dirección. Mis
pestañas revolotean, mis tacones patinan y ralentizo mi paso.
Tal vez sean agradables. Tal vez me gusten.
Una sonrisa se dibuja en la comisura de los labios y luego cae como un
guijarro cuando una corriente de aire se abalanza sobre las ramas. Las hadas
hacen un mohín. La claridad me pellizca la nuca, anclándome justo antes de
lanzarme a los árboles, donde los monstruos esperan.
Perpleja, me reviso, asegurándome de que no ha pasado nada. Casi me han
engatusado.
Soy un bocazas, pero no esta noche. Salgo corriendo por la pasarela, y sólo
miro hacia atrás para lanzarles una mirada de asco a los truhanes. Sus rostros se
llenan de cruel diversión mientras se recuestan perezosamente sobre las ramas.
Uno de ellos alardea de su encanto de pulgar humano, con los huesos
tintineando entre sus cejas.
Me doy la vuelta, ignorando los ecos de "Qué pena", y "Cuidado con lo que
haces", y "Nunca le ganarás", y "Hasta que nos volvamos a ver", y “Será
pronto”.
No es un farol. Aunque pudieran mentir, he sido testigo de falsas
demostraciones de bravuconería por parte de los matones del pueblo. Yo
también he estado en el extremo receptor de esas farsas. Esos pájaros de fuego
están apostando por otra reunión, probablemente con más de su clase en el
remolque.
Diablos, también se me da bien farolear. Cuando los abucheos no parecen
perturbarme, cantan una cancioncilla de despedida en Faeish.
El viaje es un delirio de escaleras, rampas y escaleras. Es una rareza de
gradientes y pendientes, de sombras seductoras y horribles. Durante días, subo
a duras penas la montaña, acampando en matorrales y racionando las escasas
sobras de perdiz, pan, queso y agua que había metido en la maleta. No tengo ni
idea de lo que Cerulean me ha untado en las heridas, pero se curan enseguida,
lo que me permite desprenderme de las vendas.
No puedo dormir por la noche y dejarme vulnerable a los Fae. Pero tampoco
puedo descansar durante el día, porque lo ideal es que ese sea el momento más
tranquilo para viajar.
Al final, prefiero no soñar a su merced. El menor de los males es acampar
cuando sale el sol. En el momento en que sale esa moneda dorada, caigo en un
sueño inquieto mientras estoy arropado por los arbustos, oculto de las alas
cortantes y los depredadores hambrientos.
No todos los animales son seguros para estar cerca. Un día en particular, el
resonante gemido de un felino de caza -mucho más grande que un gato montés-
me mantiene despierto. Al pasar por el territorio del gato salvaje, me tropiezo
con un cráneo humano y tengo arcadas en la maleza.
La Manada de Carneros es un terreno escarpado, donde una fila de carneros
recorre un saliente incrustado en las rocas desgarradas. Sus enjutas
extremidades giran, sus pezuñas esparcen polvo de oro tras ellas, sus cuernos
enroscados están perforados con aros de color verde azulado, como si fueran
pendientes.
En un arroyo balbuceante, los gansos vadean entre las ondas. El agua helada
reaviva mis pies llenos de costras mientras los observo, saboreando el respiro y
extasiado por el brillo verde que se cuela entre sus plumas. La manada es
amistosa y sus patas palmeadas chapotean a mí alrededor. Sonriendo, acaricio
sus espumosas cabezas y me río de sus estridentes graznidos, que parecen
resonar y recorrer kilómetros.
En ese momento, me importa un carajo quién me vea, así que aprovecho para
bañarme y rellenar mi odre.
Por si sirve de algo, el viaje desde el arroyo es directo, hasta que llego a un
callejón sin salida. Me tambaleo hasta detenerme y parpadeo ante la escalera de
cuerda que se balancea frente al precipicio. En algún momento de la caminata,
casi había olvidado la ruta que había elegido.
Las cuerdas de Mistral.
Me arrodillo y me río a carcajadas, sobre todo para no llorar. Mis carcajadas
atraviesan la cordillera y se mezclan con los aplausos de los remeros. Mientras
levanto la cabeza, sé que esto va a doler.
Un pequeño tornado se agita en lo alto, haciendo que la escalera de cuerda se
estremezca. Vuelvo a comprobar que mi mochila está sujeta y empiezo a escalar
los peldaños. Las fibras se doblan bajo mis suelas y croan a medida que avanzo.
El suelo se encoge debajo de mí. Estoy suspendida sobre el mundo, incapaz
de saber a qué altura tengo que subir. Mi cuerpo lleva días doliendo, y ahora
está inflamado, chisporroteando de dentro a fuera.
El tumulto se abalanza sobre mí. Me embadurna el pelo en la cara y me hace
patear la cuerda de lado.
Mi corazón se sumerge hasta los tobillos. Con un grito, resbalo y me quedo
colgada. Luego me revuelvo, mis dedos se aferran al tejido y me vuelven a
levantar. Mi frente se posa en un trozo de hiedra que brota de una grieta en el
acantilado. Me tomo un momento para asegurarme de que he llegado hasta aquí.
Sin embargo, estoy echando humo. Y estoy tan, tan, tan, tan cansada de esta
mierda.
La fantasía de la venganza envía una nueva ola de energía a través de mis
miembros. Subo, pisoteando los peldaños y subiéndome, sin pensar ni sentir
nada más que te destruiré.
Me pregunto qué estará haciendo ahora mismo. Ahora mismo en este reino
oscuro, en su rincón vicioso de esta tierra. ¿Está susurrando? ¿Está tumbado de
espaldas? ¿Respirando con dificultad? ¿Soñando que no duraré?
¿Cuántas horas al día cierra sus párpados confundido? Cuando los abre,
¿hasta dónde llega su mirada? ¿Cuánto de esta montaña puede ver a la vez?
Ya no sé si me muevo. Sólo sé que pienso en él, y luego pienso en otra
persona. Me sumerjo en el recuerdo de aquel niño etéreo y de las noches que
pasamos juntos, cuando me escapaba para hacerle compañía. La pena se agolpa
en mi pecho, resucitando lo que sentí al echar de menos a ese chico cuando esas
noches terminaron, al lamentar lo que le pasó y al culparme a mí misma.
Con cada paso exitoso, un terrible anhelo se contrae en mi vientre hasta que
me duele, al borde del sollozo. Las visiones de dos hombres se arremolinan, uno
de entonces, otro de ahora, y pierdo el equilibrio.
Mi dedo del pie se desliza de la escalera. Uno de mis brazos lo sigue.
Me convierto en una vela, el viento me arrebata con un golpe. Mi mano
izquierda se agarra al peldaño, pero el aire se engancha a mis tobillos y tira. Con
un gruñido gutural, me aferro, me aferro, me aferro, colgando sobre el valle del
bosque.
Las ráfagas me abofetean de lado a lado. Si me caigo, podría aterrizar rota y
sin vida a los pies de Juniper. O caeré en un río serpenteante y me arrastrará
hasta donde haya ido a parar Cove.
A través del aullante vendaval, un sonido de aleteo llena mis oídos. Todo se
ralentiza cuando miro de reojo hacia donde se cierne un pájaro, pintado en un
remolino de deslumbrantes piedras preciosas marrones y turquesas. Es el
polluelo de La guardia de los ruiseñores.
Con el que había jugado. El que había susurrado.
Con un chirrido, se catapulta hacia las alturas, hacia un montón de nubes que
bloquean la cresta. Me sudan los dedos y se me escapa el agarre.
No puedo durar. No puedo aguantar. No puedo volar.
Pero mi látigo puede.
El viento da un poderoso empujón, y la escalera de cuerda desaparece de mi
agarre. Por un segundo, estoy flotando, agitándome en el aire. Luego estoy
luchando. Luchando contra el viento, mi mano desengancha el arma y la eleva
hacia arriba, siguiendo el camino del ruiseñor.
El látigo se asienta en un saliente. La longitud se tensa. Gritando, me agarro
con las dos manos alrededor del mango. Me agito allí, con el cuerpo en posición
horizontal.
Con un rugido, intento levantarme a través de la cuerda. Me vuelvo a aflojar,
apenas mantengo el agarre mientras el vendaval arrecia. Me imagino a una niña
sardinada en el interior de una chimenea, mirando al cielo a través de la tapa del
conducto de humos, su libertad tan cerca, tan fuera de su alcance. Pienso en esa
niña deseando que le crezcan alas. Pienso en esa niña, que creció para salvar a
los pájaros heridos.
Pienso en la pajarera y en mis amigos del santuario. Pienso en volar.
Entonces no tengo que pensar, porqué mis dedos pierden el control del látigo.
Y es entonces cuando empiezo a volar.
Capitulo 16
En mi camino hacia abajo, vi el cable atado a un montante rocoso sobre la
escalera de cuerda, la cola del arma se deslizaba sobre un fino brazo
buscándome frenéticamente.
Mi látigo. Perdí mi látigo.
Podría estar gritando, o podría estar en silencio, es difícil de decir. La
atmósfera estalló en mis oídos, ráfagas de ella tamponando mis fosas y haciendo
llorar mis ojos. Con los brazos abiertos intenté agarrarme a tientas, pero fue
inútil.
Una sombra alada borró la luz de la luna, emitiendo un largo carro que rodaba
por el valle. Me recordó que no soy un pájaro, que nunca volaría, por qué estoy
muy ocupada siendo humana.
Estaba cayendo, cayendo, cayendo, mi pecho se detuvo bruscamente. Una
ráfaga de aire golpeó mi cuerpo, mientras el aliento salía de mis pulmones.
El cielo me atrapó.
Como una marioneta, mis miembros se rompieron como si estuvieran
clavados en cuerdas invisibles, mi nariz golpeando una superficie acolchonada.
Gruñi, aterrizando en una plataforma de plumas, las paletas enceradas pero
suaves. El viento se suavizó, permitiéndole aspirar oxígeno, los olores de
corteza vieja subieron por mi nariz.
Una espalda fuerte se revolvió debajo de mí, un par de alas se extendieron a
cada lado. El ave de arpiña tiene una circunferencia imposible, su tamaño era
similar al de un pequeño dragón, aunque solo he visto esas criaturas en las
ilustraciones de los libros de Juniper. Una masa de tierra ilimitada de púas,
pelusas y tallos se despliegan en esas alas ondulantes, las mantis golpeando la
gran nada debajo de nosotros. Miré boquiabierta al enorme búho, mi látigo
atrapado con seguridad en su pico.
Mientras el ave atravesaba la cordillera y yo me aferraba, la conmoción me
quitó el habla. Al vislumbrar las plumas de bronce del ave y los ejes de los
mechones de sus orejas empalando las nueces, supe qué animal era.
Extremidades calientes se sentaron a horcajadas sobre mi culo vuelto hacia
arriba. Rompiendo mi estupor me giré, encontrándome con un par de ojos
azules burlones.
—Cuidado —aconsejo Cerulan—. O caerás.
—Cómo…. —tartamudee—. Qué caraj…
Lo recordé susurrando le a esa chica ruiseñor. Ese mismo pájaro revoloteo a
mi lado mientras yo colgaba de la cuerda. Entonces Cerulan había asignado al
pequeñín para que me esperara.
Sigue el viento.
Y así es como él sabía dónde estaba yo todo el tiempo. A pesar de que envío
al ruiseñor a vigilarme, esa había sido una precisión. El viento le decía dónde
estaba.
El Fae se sentó a horcajadas sobre su lechuza, los elementos destrozando su
cabello. Sus brazos se flexionaron, palmas descansando sobre sus muslos
abiertos, sus extremidades envueltas en el lino de grafito. El cabalgaba sin
tiendas, sin agarrarse a la criatura, como si hiciera esto todo el tiempo. Así, él
vive a la altura de su título.
Él es majestuoso. Él es elegante. Él es carne muerta.
—¡Tu hijo de puta! —Me sumergí a través del búho por él. Mis manos
llegaron a la mitad de su garganta cuando sus reflejos se activaron, agarrando
mis brazos y empujándome contra su pecho.
—¿Es esa una manera de saludar a tu salvador? —me regañó.
—¡Casi estaba ahí! —grité en el vendaval—. ¡Estaba casi subiendo a esa
escalera y me hiciste volar! ¡Tú preparaste esto!
—Por vergüenza. El viento tiene mente propia. Quizás simplemente no le
gustas.
Ignoré la mitad de esa respuesta, aunque me había dicho que sus poderes de
persuasión elemental solo se extendían hasta cierto punto. Desorientada, me
sacudí de él. Habría muerto y no sabía que pensar, mucho menos lo que esto
significaba para el juego ¿Por qué él estaba aquí?
Abrí la boca, exasperado, él presionó un dedo sobre mis labios y con el mismo
dedo de la otra mano señaló hacia adelante. Me giré y descubrí un lienzo de
acantilados enredados, cintas de llamas, redes oscilantes y escaleras acristaladas
en una brújula de los de luna. Era el mismo panorama de El Parlamento de los
Búhos, pero desde esta altitud y perspectiva, parecía surreal. El golfo se
difuminó, nadando debajo de nosotros en un caleidoscopio de verdes, azules y
dorados.
Mis piernas colgaban como campanas, el aire recorría las cicatrices de la
chimenea grabadas en mis rodillas. La atmósfera se precipitaba a través de mi
cabello, ensanchando la hendidura de mi falda y golpeando contra mi corazón.
Estoy volando, suspendida tan alto que cuando atravesamos una nube, la niebla
salpicó mi piel.
Estoy volando.
Me cuidé de moverme hacia adelante e inclinarme sobre el hombro del búho.
El vuelo ofrecía una vista forjada a partir de libros de cuentos. Dónde las
antorchas rastrojan el paisaje y una manada de pájaros giraba en espiral hacia
ese enorme circular edificio coronado de vegetación. Cerré los ojos, disfrutando
del momento.
Así es como se siente, queriendo gritar de alegría, y gritar de terror. Estoy
emocionada, estoy asombrada y estoy asustada. Nadie puede abrazarme, por
qué soy una estrella fugaz y un ciclón, con la naturaleza envolviéndome. Y este
momento es un sueño, y es real, y es temporal y durará para siempre.
Entonces abrí los ojos, recordando que no estaba sola. La barbilla de Cerulan
sobre mi hombro. Su pecho abrazaba mi espalda y su aliento agitando en mi
nuca. Sentí que trazaba mi perfil con sus ojos, apreciando mi reacción.
—Glorioso ¿no es cierto? —sopla contra mi oreja—. Que humillante,
abrumador, emocionante, darse cuenta de lo infinito que es el mundo, tocar ese
infinito sin bordes o fronteras. No puedes evitar explorar la tierra desde esta
perspectiva imposible y preguntarte…
Que, si la tierra es así de limitada, nosotros también podríamos serlo. Nuestro
viaje nunca termina y eso es tan angustioso como reconfortante. Pero no digo
esto y dudo que Cerulan espere o quiera que lo haga. Eso significaría reconocer
que nos entendemos, incluso en el más mínimo sentido.
El ave se viró y se inclinó hacia abajo. Mi estómago dio un brinco cuando
rozamos algunos árboles y el animal aterrizó con fluidez en un poco herboso
bordeado por larguiruchos árboles de lanza. Sobre este acantilado, una torre se
elevaba hacia las constelaciones. El edificio se balanceaba precariamente sobre
un promontorio sobresaliente cubierto por un plano compacto de verde, donde
una persona podría sentarse si se sentía aventurera.
Había visto esta torre varias veces. Aterrizamos adyacentes al promontorio,
en el lado opuesto de la estructura, donde el paisaje se ensanchaba en un prado
de árboles.
—¿Dónde estamos?
—Un gobernador necesita un lugar desde donde gobernar, ¿no es así? —
Cerulan respiró en mi espalda—. O podrías llamarlo Torre de la Fauna.
Vi ese nombre en la última señal. Mis ojos se desplazaron por la fortificación
cilíndrica. Basado en lo que he visto, las viviendas en esta montaña parecen
favorecer los bordes redondeados y las alturas que alcanzan el hemisferio. Este
se eleva hacia arriba, forjado de piedra lisa y rematado con una aguja cubiertas
de cuerda de hierba. Filas de ventanas arqueadas cortadas en el nivel superior y
hebras adicionales de hiedra se alineaban en los marcos abovedados. Cómo en
la cabaña de Moth, cortinas de tejido en lugar de vidrio que llenan los huecos.
Los animales deambulaban por el prado. Un antílope pastaba en el césped
principal, los brillantes cuernos del bóvido surcaban el aire. Moteando los
arbustos, los colibrís esmeraldas brillaban como cortados de la misma joya, sus
formas eran vidriosas pero esponjosas. Anidando en los nódulos en los
acantilados y los árboles más altos, varios halcones blandían picos más largos
que los de mi mundo, y rieles de camioneta verde azulada brotaban a lo largo
de sus copas. Un cardenal se retorcía en vuelo, su cola rociaba partículas
doradas como polvo de duendecillo. El ave se desvío del prado hacia un parque
de varios niveles de exuberantes frondas y enrejados que se adentraban en la
cumbre trasera.
Los gruñidos, chirridos, bocinazos, bufidos y chillidos, se mezclaban, el
estruendo familiar, pero también como nada que haya escuchado antes, los
ruidos de la fauna tintineaban, retumbando abismalmente como cuernos o
burbujeando alrededor de los bordes. Algunos hacían el suelo temblar, mientras
que otros se elevaban hacia el éter.
De otro mundo, pero terrenal. Eso es lo que eran estos habitantes.
Entrecerré los ojos, notando algunos hipos que me recordaban a los animales
de mi hogar. Un canario cojeaba por el suelo en lugar de tambalearse hacia las
ramas, su ala izquierda estaba deformada. Una cabra Montes caminaba por una
cresta en el acantilado, con los cuernos reducidos a tocones, como si estuvieran
firmados.
—¡Están heridos! —exclamé, pero Cerulean me agarró de la cintura antes de
que pudiera saltar al suelo y examinarlos.
—Victimas de tu levantamiento humano —explicó, su tono ácido.
—Han sanado, aunque no sin cicatrices y discapacidades. —Se balanceó de
la lechuza, alcanzó mi látigo de su pico y me lo lanzó. Lo atrapé con una mano
y lo enganché a la hebilla en mi cadera.
Desmonte y miré a los animales. Mi estómago dolió como siempre lo hacía
cuando me cruzaba con criaturas que habían sido dañadas por otras razones que
la comida o ropa. Místico o no, La Trampa le causaba dolor a la fauna.
Quería ofrecer mi ayuda para compensar lo que pasó. Sin embargo, con este
abundante ambiente de estanques y matorrales, parecían estar bien cuidados.
Cerulean se arrodilló. Una pika corría en su detección, su pelaje enmarañado
en lugares y quemado claro en otros. La criatura saltó sobre su piel mientras la
cabriola saltaba a su lado. El Fae alboroto la cabezota del pika y luego rasco
detrás de la oreja de la cabra, sonriendo ante el placer de los animales mientras
ellos lo empujaron hacia atrás dándole una atención similar. No es una pantalla
mimosa, es más un saludo compartido, un parentesco entre iguales que confían
el uno en el otro.
Me quedé boquiabierta, mirándolo acariciar a cada habitante volando,
galopando, deslizándose, saltando y reuniéndose. Su sonrisa se ensanchó,
cariñosa, feliz de verlos, como si fueran una familia.
No… era lo que esperaba.
Una vez que la fauna se retiró, Cerulean se inclinó ante al búho en un gesto
de agradecimiento. Gratitud es otra impresión que me vino a la mente.
Curioso, ya que los de su clase no suelen preocuparse por ese tipo de cosas.
El ave saltó al aire, su cuerpo se retorció a su forma original mientras aleteaba
al despecho de la hidra de la torre, donde mantiene la vigilia. Esa fábula sobre
el ruiseñor en busca de su pareja, no exageraba. Los libros de Fábulas decían
que la fauna Fae tenía la capacidad de cambiar de tamaño, por lo que me
maravilla con la transformación.
De mala gana, dirigí mi atención a Cerulean, que se inclinó contra un poste
de antorcha. —¿Esto es un refugio? —pregunté.
—Un paraíso —corrigió—. Somos residentes de Las Fábulas Oscuras
después de todo.
No puedo creer lo que estoy a punto de verificar. —¿Entonces tú construiste
esto para ellos?
—Sus heridas anteriores significaban que ya no podían navegar por la
montaña solos. Da la casualidad de que esta torre y su superficie es más su
derecho que el mío. La fauna Mística vagó por aquí durante siglos antes del
amanecer de los Faes Solitarios. Es lo mínimo que les puedo ofrecer por
compartir su montaña. —Cerulean inclinó la cabeza burlándose—. ¿Qué es esa
mirada en tu rostro? Diría que se parece a la admiración.
Suéltalo. Deja que se sepa, este Fae tiene un hueso desinteresado en su
cuerpo.
Le diría sobre el santuario Fábula del Atardecer, pero requeriría vincularme
con él. A pesar de mi admiración por lo que ha hecho, no voy a cantar sus
alabanzas.
Me desvié, merodeando por la hierba e inspeccionando a los animales más
de cerca pero no lo suficiente como para ponerlos nerviosos. —¿Aquí es donde
vives?
—Vivo aquí cuando necesito liderar el cielo. —Desde la línea lateral su voz
se sumergió en un susurro simulado de conspiración—. Vivo entre la fauna
cuando solo tengo que liderarme a mí mismo.
—¿Tienes alguna preferencia?
—No lamento mis privilegios, si es lo que sugieres. Prefiero estar a cargo en
lugar de en una jaula. Hay muchos beneficios corruptos que se pueden obtener.
—Qué alivio que hayas aprovechado al máximo —dije—. De otra manera,
mi corazón sangraría por tu sacrificio.
—¿Ese es un hecho? ¿Llorarás por mí también? A los mortales les gusta
llorar.
Qué imbécil. —Tú crees que lo sabes todo sobre nosotros, pero no es así.
—Hmmm, podría hacer eco de ese sentimiento.
—Por cierto, creí que habías dicho que nadie controlaba al cielo más que él
mismo. Eres simplemente un símbolo de La Trampa.
—Dios mío —dijo—. Estabas escuchando.
Eso merecía una burla. En su lugar, miré a las criaturas trotando y
revoloteando por los terrenos, su presencia animando el paisaje con un puñado
de color y sonidos extraños pero distinguibles. Encontrándome en un paraíso
Fae para los animales, un refugio a la vez desgarrador, reconfortante y
fascinante restauró mi lado impulsivo.
—Cuando era un niño, miraba por la ventana hacia esta montaña
preguntándome cómo eran los animales —dije—. Ahora, aquí estoy,
consiguiendo mi respuesta.
—Te aconsejo que no los persigas —replico Cerulean—. Como dije, estos
animales se curaron físicamente, pero permanecen en guardia. Imagino que son
especialmente agresivos con los humanos.
El tono sobreprotector en su voz me detuvo. No me había dado cuenta de que
estaba caminando hacia el parque trasero. Por respeto, me detuve y lo miré.
Tengo que concedérselo a este Fae, se preocupaba por estos habitantes
salvajes, me gustaba eso.
—Si te marcas a ti mismo como un símbolo de la historia del lugar de un líder
o salvador, ¿entonces qué significa gobernar el cielo? —pregunté.
—Significa honrar el firmamento —dijo—. Significa actuar como su
emisario, su guardián, su voz.
—En otras palabras, gobernar el cielo significa servir al cielo.
—Por así decirlo. Mantengo la armonía entre las montañas Fae. Los escucho
y resuelvo sus disputas vendettas. Me aseguro de que respeten este entorno e
interactúen pacíficamente. Voy a dónde el viento me guía, hacia cualquier parte
de este paisaje que necesite nutrición y crianza, los puntos de referencia que
requieren renovación y delego a los Solitarios para preservar y proteger esos
rincones.
—¿Y mi último, pero no menos importante acto reinante? Les sirvo a las
montañas, a la fauna y a… —Cerulean balanceo una mano hacia la torre y su
parque de vida silvestre.
—Y proveo una casa a aquellos que la necesitan. ¿Qué más te gustaría saber?
Tengo una gran cantidad de respuestas y solo algunas de ellas son acertijos.
Me había intrigado hasta que lo arruinó con ese último comentario. Incliné la
cabeza, pensándolo un poco.
—Huh. Olvidaste algo. ¿Los cielos te dijeron que engañaras a los humanos
y los forzaras a morir buscando la cima de la montaña? ¿O dirigir este laberinto
fue tu idea?
Molesto, inclinó su mirada hacia la mía. —Ninguna respuesta te hará cambiar
de opinión. Pero si insistes, es un poco más complicado que eso.
—Una mierda. La palabra complicado no te excusa por ser un imbécil.
—Las palabras una mierda no te hacen tener la razón.
—No, pero seguro que me gusta cómo suena en mi lengua.
—En ese caso —Merodea hacia mí—, ¿qué otras palabras balancean en esa
lengua? ¿Qué otros sonidos prefieres?
Me pavoneo en su camino, me encontré con él al otro lado de la división y
pestañeé.
—Cariño, no reconocerías esos sonidos incluso si te hicieran cosquillas en la
ropa de cama.
Cerulean agachó la cabeza y susurró: —Pero ¿dónde te harán cosquillas esos
sonidos?
Sé exactamente dónde, por qué está sucediendo ahora mismo, su pregunta
recorriendo mi espina dorsal. Podría patearme a mí misma por esto. Mejor aún,
podría golpearlo a él.
Lo pensé tanto en la cima del trono: Con cada acto atroz él se ha vuelto menos
atractivo, su rostro cuajando mi estómago, la maldad no es atractiva, es horrible.
El caso es que eso no ha cambiado su voz, o su efecto.
—¿Qué estoy haciendo aquí? —demandé.
—En este momento, estás parada en mi camino —comenta—. Una vez que
te muevas, se te enseñaré tu habitación.
—¿Repite eso?
—¿No lo mencioné mascota? Estás atrapada aquí por un hechizo. Una pena,
y todo es obra tuya. —Suspiró—. El viento tiene una tendencia natural a
estresarse en altitudes desafortunadas, como es el caso de Las Cuerdas
Mistrales. Creo que, si no hubieras sucumbido a la agitación, estaríamos
gratamente separados. Y yo aquí, esperaba un momento de tranquilidad. Que
inconveniente te has vuelto.
La agitación saltó de mis labios. —Tendrás que ser más específico por qué
esto no es parte del trato. Tengo una montaña que conquistar.
—Cuánto entusiasmo. —Sin alterar la voz, Cerulean dice—: Moth.
La enana Fae flotó desde el parque, sus alas golpeando el aire mientras
castigaba a los elementos sin ninguna razón. Los secuestradores de látigos con
un vestido de seda amarillo, y aunque ya no estaba sobrecargada de chucherías
mortales, su ceño indignado pesaba una tonelada. —Tú de nuevo.
Cerulean le dijo —Ella necesita una habitación.
La molesta cara de Moth se disparó hacia él. —¿No se quemaron todos?
—Suficiente Moth. Ella necesita una habitación para invitados.
—Una mierda si lo hago —respondí.
—Puedes decir eso otra vez —dijo la mequetrefe—. Solo porque ella esté
aquí no significa que tenga que estar cómoda.
—No planeo estar cómoda por qué no me quedaré —protesto.
—Muy bien, ella necesita una mazmorra —dijo Cerulean—. Cualquiera será
suficiente.
—Lo que necesito es un mapa que me indique cómo salir de aquí. O
encontraré la salida por mi cuenta.
Su risa maligna rasgó el aire. —Sin alas, me gustaría verte intentarlo. Aunque
si te caes esta vez, no estaré ahí para atraparte.
Su lechuza me atrapó, no él, no obstante, lo dejé pasar. —¿Por qué me
salvaste?
—¿Por qué estás tan quejumbrosa? —evadió.
El ceño fruncido de Moth se profundizó, los barrocos se clavaban en su rostro
mientras su mirada alternaba entre nosotros.
Olvídalo. Sabía por qué él me salvó. Hice un voto para no abusar de su
verdadero nombre y él me pagó en exceso perdonándome la vida. Sí, la lechuza
me atrapó, pero Cerulean lo orquestó todo. No había olvidado la laguna judicial
que me había dicho en la cabaña, cómo ganar por mi cuenta no significa que los
favores estén prohibidos, especialmente para el gobernador de la montaña.
Es un ganar-ganar. Todavía tengo la oportunidad de alcanzar cima de manera
justa y él puede seguir atormentándome sin sentirse en deuda.
Por lo que puedo decir, no hay una ruta visible fuera de este cénit. Mire otra
vez hacia los animales retozando en lo verde, una vista saludable pero relajante
que afloja las torceduras. Otra vez, ¿por qué Cerulean me tiene varada aquí?
—Necesito una razón —le dije.
—Y estoy segura de que la conseguirás —respondió.
—Dejame adivinar: ¿Por un precio?
—Ya veremos.
—Entonces por lo menos dime cuánto tiempo.
Mientras yo averiguo cómo escapar.
Una pasarela de baldosas atravesaba el césped, la hierba se extendía sobre la
losa. Los postes de las antorchas se alineaban en el camino que conducía a la
entrada abovedada de la torre. Una vez más el arco tenía una cortina delgada
como pañuelo en lugar de una puerta.
Cerulean giró y se dirigió hacia la estructura que se avecinaba. —Un día
completo.
Supongo que el Fae cambió de opinión sobre Moth llevándome a mi
habitación por su cuenta. La enana seguía a su soberano y yo los seguía con
dificultad.
El emblema de la entrada luce un caballo con alas. Los pegasos son figuras
antiguas, extintos hace mucho tiempo, en el mundo humano y en el Fae. Durante
un periodo anticuado donde vivir en armonía era arduo para seres etéreos, una
pelea contra los dragones del sur destripó a los caballos voladores. Mientras
que, en mi mundo, los pegasos fueron aniquilados cuando sus alas se volvieron
valiosas y los cazadores furtivos de antaño se volvieron codiciosos.
Cruzamos hacia la torre. El primer nivel era grandioso y amplio, entrando
más el espacio respiraba alrededor de nosotros. Un arreglo de sillas rodeaba un
pozo de fuego, pernos de tela azul y blanca en los techos altos y escamas de
hiedra en las paredes curvas.
Aún no había puertas. Aunque las cortinas temblaban con la brisa, lograban
bloquear los silbidos del viento.
Independientemente, la torre carecía de guardias, y dado que los Solitarios
no se preocupaban por la política como lo hacían los Seelie y los Unseelie,
Cerulean evidentemente no veía la necesidad de seguridad.
—Supongo que no te preocupan las invasiones o las tormentas —dije.
Cerulean ignoró eso, pero Meth me dio un resoplido de superioridad. —Cada
estructura de esta montaña da la bienvenida al clima, también protege el interior
de interferencias. Mi madre y mi padre confeccionaron las cortinas de nuestra
tierra, con montones de sobra. Las cortinas dejan pasar la luz y el aire, pero no
llamas ni depredadores ni marejadas meteorológicas.
En los pasillos se cernían las macetas tejidas con cuerda, las hojas caían sobre
los bordes. Dos duendes revolotearon hacia nosotros, sus alas vidriosas de
mariposa trazadas a los lados. Deben ser los sirvientes. Me quedé boquiabierta
con las criaturas diminutas y las cestas que llevaban, cada una cargada con
pétalos de flor de Luna. Ellos inclinaron la cabeza hacia Cerulean, luego me
lanzaron miradas mordaces una vez que lo pasaron a él y a Moth.
Subiendo una escalera de caracol, el segundo nivel nos llevó a un entresuelo
redondo de habitaciones. Estoy segura de que había otros detalles dentro de la
cámara donde me llevó, pero solo un objeto llamó mi atención. La chimenea
cobró vida en el momento en el que entramos. Las llamas se retorcían en la
chimenea, cenizas espolvoreaban el hogar, probablemente como en el interior
de un pozo.
Pronto, el fuego se convertiría en una montaña de motas carbonizadas.
Eso rara vez me molestaba en casa y no me había molestado en la cabaña,
por lo que no debería molestarme ahora. Excepto que no dormía cerca del fuego
en casa, no estaba destinada a pasar la noche en la casa de enano y el fuego de
Cerulean encendido en esa sala de estar no se había quemado y no había
comenzado a toser montones de hollín todavía.
—No esta habitación —dije.
Silencio. Me giré hacia donde Cerulean flotaba, su altura dominaba el salón.
—Necesito otra habitación —repetí. Y como no había otra manera de
explicarlo, agregué—: Un cuarto sin chimenea.
Moth entrecerró los ojos, analizando mis palabras en busca de una treta.
La mirada penetrante de Cerulean ponía a prueba mi paciencia. Aparte de mi
odre de agua y pluma oculta, no quedaba nada en la mochila atada a mi espalda.
Definitivamente nada que él valore o que yo esté dispuesta a renunciar.
Para compensar, tiré de las bolas decorativas que colgaban de las cuerdas del
escote de mi capa. Se necesitó de algunos intentos, pero la prenda no era de
calidad para empezar, por lo que eventualmente, se quitan.
Le ofrecí las bolas. —Es todo lo que tengo, pero toma.
Cerulean las alejo frívolamente. Se inclinó hacia Moth y susurro
instrucciones privadas, luego terminó en un todo gracioso “jakadun fér.”
Con eso, el Fae giró sobre sus talones. Pero a la mitad del camino hacia el
salón, cambió de opinión y regresó. Sin decir palabra, aceptó las borlas y las
arrojó a las manos de Moth, luego se fue por el pasillo sin mirar atrás, su figura
se desvaneció por una esquina.
Apaciguada, Moth se metió las borlas en el bolsillo y giró su cabeza hacia el
pasillo opuesto.
Ella me guío por el entresuelo y pasamos por otro umbral con cortinas. Esta
cámara era más elegante que cualquier otra cosa en la que haya roncado.
En el interior había una cama con dosel cubierta con tela teñida en huesos,
además de una mesa con trípode, una silla acolchonada y un armario, que
parecía más un monumento que un armario, tan alto que podría trepar al techo
un día.
Más de esa hiedra ata paredes en la esquina. No había chimenea a la vista. Es
difícil no dar las gracias hasta que veo el rostro pellizcado a mi lado y recuerdo
a quién pertenece.
—¿Qué eres…
—Soy la ardinera —respondió Moth—. Atiendo a la fauna cuando Cerulean
no está aquí para hacerlo él mismo. Aunque es terco, insiste en llevar las
responsabilidades él mismo.
La miré, sorprendida. Cuando Cerulean apareció en El Nido Negro, estaba
molesto de encontrar a Moth conmigo. Pensé que la estaba regañando por
descuidar un trabajo trivial o superficial cuando resultó que estaba molesto por
qué ella no estaba cuidando el parque y a sus criaturas. Aunque en defensa de
Moth, ella estaba tratando de desentrañar el secreto de la flauta impotente de
Cerulean.
—Pero soy buena en mi trabajo, fíjate —dijo la mequetrefe, entonces me
miró con cada fibra de su ser—. ¿No te gustaría saber lo que él dijo antes de
irse? Me pidió que me portara bien, pero no soy del tipo encantador. Él debió
haberte dejado caer. Nada lo detuvo antes.
—Bueno, ahora. —Me avente hacia la cama, que rebotó debajo de mi
trasero—, no quiero estar aquí y no sé por qué no puedo irme, así que deja de
mirarme así.
—Escapar no te servirá de nada.
—¿Escapar? ¿Yo? —pregunte inocentemente.
—Siéntete libre, pero no llegarás muy lejos —advirtió Moth.
—Cerulean…sabrá —predije.
—Bueno, él también debería saber que robarme todo un día no es justo, no
es…¿Cuál es la palabra que ustedes monstruos utilizan? ¿Cortes?
—Humana tonta, ¿no te lo dije en la cabaña? La Luna Media comienza esta
noche.
Ah, mierda. No había pensado en eso. Moth me había dicho sobre la Media
Luna, el periodo que marca históricamente el nacimiento de la fauna. Excepto
que ella no había mencionado cuándo era el evento lunar.
—Mientras el negro se hinche dentro de la luna, un globo dentro de un globo
por así decirlo, viajar por la montaña está prohibido para toda alma excepto para
la fauna —dijo.
—No podemos ir a donde sea durante ese periodo, aparte de las juergas, que
no te incluyen a ti. Cómo mortal, tienes que quedarte quieta. A menos de que
quieras tomar tus oportunidades insultando a los animales, entonces adelante y
hazme un favor, mientras las aves rapaces estén picoteándote en pedazos, yo
estaré bailando en mis alas.
De nuevo, mierda. La mascarada. Ella había mencionado eso también.
Cómo sea, Moth había omitido la parte de no poder moverme. Así que eso
fue lo que ella quiso decir en la cabaña, sobre la celebración que me hizo
retroceder.
—Suena genial —murmuré—. ¿Cuándo comienza este circo? ¿Dónde tendrá
lugar? ¿Qué pasa ahí?
—No es de tu incumbencia. De todas maneras, te estás demorando en llegar
a la cima. —Una sonrisa se reveló en el rostro del enano—. Te dejaré dormir
con eso.
—¿Te gusta? —pregunté, incapaz de ayudarme a mí misma—. ¿Te gusta
servirles?
Moth detuvo su retirada. —Sí. ¿Es ese un problema?
—Por el bien de Fabulas —gruñí—. Eres un nugget defensivo.
—No soy defensiva, soy hostil. Tu gente se aseguró de eso.
—¿Significa que no eras hostil antes de La Trampa?
Moth crispó sus brazos del tamaño de un dedal. —Amo atender a la fauna.
Una sonrisa incómoda se dibujó en mi rostro. —Entiendo eso.
—¿Cómo es que sacas algo sobre mí?
¿Cuál es el punto? Ella no me creería si le dijese, no creo que valga la pena
el esfuerzo. ¿Qué esperaba? Ella fue criada para despreciar a los humanos al
igual que nosotros fuimos criados para lamentar el día en el que nacieron los
Faeries.
Moth vaciló, analizando el residuo de nuestra conversación. Abrió la boca
para graznar algo más, pero en su lugar, se volvió hacia su trasero y se abrió
camino a través de la cortina.
Desabroche mi mochila para asegurarme de que la pluma y el odre estuviesen
allí. Tranquila, abandoné la cama, caminé hacia la ventana y agarré el umbral.
Estoy abandonada por un día completo hasta que pase la Media Luna. Si me
hubiera aferrado mejor a la cuerda podría haber evitado quedarme aquí.
El amanecer se arrastra sobre en rango, la ventana ofrecía una vista al parque
de varios niveles, donde los gruñidos y chirridos salvajes resonaban entre los
setos. La aglomeración de la vegetación vibraba aquí y allá indicando un
vagabundo animal. Un sonido retumbó desde el camino del enrejado y sonó
como… un gato muy grande.
Estire el cuello, esperando encontrar la fuente. Eventualmente, me rendí,
sonriéndole amablemente a un ánade real chartreuse con pies del tamaño de un
remo chapoteando en un riachuelo.
¿Qué tan lejos estaba este lugar de la cima de la montaña? A horcajadas sobre
la lechuza, trate de hacer memoria tanto como la vista del terreno me lo permitía,
todo el tiempo arrastrada con la sensación del vuelo. Aun así, no pude precisar
la ubicación de esta área con relación con el pico.
Detrás de la torre, vi ese edificio enmarcado en un piso adyacente. Las ramas
entrelazadas de la estructura se elevaban en una cuadrícula vertical, formando
la forma del edificio. Las cortinas brechas parecían abiertas, sin reflejo de luz o
cualquier toque de cristal. En cambio, el follaje volaba desde las grietas, como
lo hacía en la corona.
¿Y ese es un puente que lleva hacia ahí? ¿Dónde empieza?
Regresando a la cama, me derrumbé en el colchón, la compresión me
abofeteó en la cara. Debería haberme hundido en ese valle. Si no fuera por el
ruiseñor y el búho, habría perdido esta batalla por mis hermanas.
No le voy a dar el crédito a Cerulean. Pero de una manera indirecta, esa era
la única manera en Faerie, me había hecho un favor al no aprovecharme de su
nombre. Aseguró mi propia supervivencia de Las Cuerdas Mistrales.
Pero casi morí.
Mis manos temblaron. La conmoción entumecedora comenzó a
descongelarse mientras me acurrucaba y cubría mi rostro marchito, mi cuerpo
temblaba.
Mientras mis ojos se cerraban, recordé la sensación de volar. Aunque no
había sido yo volando, porque no soy un ave y mucho menos una nube a la
deriva. Solo soy una chica que cayó en el momento en el que su pie se resbaló,
en el momento en el que busca cosas que no puede tener.
Bueno, no era la primera vez…
Capitulo 17
Nueve años antes

En el campo por la noche, corrí tras la melodía del canto de los pájaros. Es
un silbido de una canción de cuna moviendo su dedo a través del viento y
llamándome en su dirección. La luna se hinchaba como un gran charco en el
cielo negro y el susurro de arbustos de sauco, shh, shh, shh, sus frondosos dedos
se engancharon en mi bata de noche. Mis pies descalzos levantaron montones
de tierra húmeda.
Me escaparía de nuevo con mis hermanas. Por diversión, habíamos estado
jugando al escondite de vida salvaje con nuestras máscaras de animales
favoritas. Pero nos separamos, lo que pasa algunas veces. Ahí es cuando
escuché al ruiseñor.
Trate de cantar de regreso, pero mi voz grave me hacía sonar como un cuervo
que no ha dormido. No debería perseguir la balada del pájaro. Estar sola sin
Juniper y Cove es un asunto aterrador, especialmente con La Trampa recién
terminada. A pesar de que los aldeanos han capturado a los Faeries que
intentaron salvar su fauna, algunos de los miembros de su gente podrían estar
ansiosos por venganza. Papá nos advirtió de esto tres veces, pero es tan difícil
obedecer.
Además, no soy una bebé en la bacinica. Tengo diez años. Esos son dos
números completos.
Por otro lado, donde sea que están, apuesto a que Juniper ya está molesta y
Cove está llorando. No me gusta pensar en Cove llorando, así que me iré en un
minuto. Solo un minuto y todo estará bien, y terminaremos nuestro juego.
Si no lo hacemos, tendré otra pesadilla sobre esos pobres místicos animales
que no puedo salvar. Soy muy pequeña y no tengo poderes especiales, así que
he estado lloriqueando para dormir la mayoría de las noches. Los aldeanos
dijeron que estaban haciendo esto para protegernos, pero no lo entiendo. Pensar
en esas criaturas, todo lo que quiero hacer es rescatarlas, porque ¿qué tan
diferentes pueden ser?
¿Y qué tiene de malo ser diferente?
Mi hermana se sentía igual. También Papá Thorne, pero nos seguía diciendo
que no dijéramos nada como eso en público.
Los arbustos de sauco daban paso a cañas de verde. Agachándome, soy una
alondra caminando a través de la hierba. Cuando encontré al señor ruiseñor
anidado en la base de un árbol le hice una reverencia y cantó con su alegre
canción de cuna.
Debajo de las estrellas reí y salté en círculos…hasta que algo pasó, porque en
una isla cómo estas siempre pasan cosas. Giré muy rápido pero mi máscara no
se cayó. En su lugar, me caí yo.
Me caí porque había estado girando demasiado rápido, un viento repentino
que cortó a través de la maleza y el ruiseñor a trago su propio silbido. Dejo de
cantar y luego huyó en una ráfaga de plumas. Aterricé en mi trasero con un
gruñido y me asomé por los agujeros de mi disfraz, mirando boquiabierta la
retirada de las aves.
Entonces escuché a otro pájaro.
Un extraño pájaro. Un pájaro extraño y chillón. Un pájaro extraño y chillón
que nunca había escuchado antes.
El sonido era como el de un cuervo, pero a la vez no se parecía nada a un
cuervo. Debería correr, correr ahora mismo, correr y encontrar a mis hermanas.
Papá me mataría. Juniper me sermonearía. Cove molestaría conmigo.
Y como yo no los escucharía, no lo hago. Después de ajustar la máscara, me
arrastré por el campo dirigiéndome hacia la fragua del soplador de viento. La
suciedad manchaba mi camisón y apelmazaba mis uñas. Mi cabello blanco caía
de la capucha de mi capa, así que lo até en un nudo y lo metí debajo de la tela,
fuera de la vista y fuera del camino. Uno de estos días, me llevaré unas tijeras a
la cabeza.
La forja de piedra se apiñó en un grupo de árboles al final de un camino
empedrado, rodeado de tallos verdes que se movían con el viento. La puerta
corredera estaba cerrada con cerrojo. Corriendo hacia la entrada me estremecí
ante el estridente ruido que sonó desde el interior. Mi piel se encrespó con un
delicioso y estúpido miedo. ¿Qué hay ahí?
¿Quién estaba ahí?
Por qué ahora puedo escuchar mejor, y me di cuenta de que eso no era un
pájaro, por qué los pájaros no gorgotean ni gruñen. Los sonidos se mezclaron,
monstruosos, furiosos.
La fragua tembló. Me puse de nuevo en cuclillas, arranqué una pluma de mi
máscara, metí la pluma en el perno y le di una patada. ¡Maldición! Maldición,
maldición, no va a…si ¡lo hará! La cerradura se abrió como una boca,
emitiendo un leve silbido. Me estremecí, porque probablemente estoy haciendo
algo que no debería ser escuchado, no por el soplador de vidrio, olvidé su
nombre, y definitivamente no por la cosa dentro de la tienda. Los aldeanos
tienen lenguas de chasquido y ojos tan abiertos como el cielo. Si alguien me
atrapa, estaré en un montón de problemas.
Pero, nadie está alrededor a estas horas. Y ya hice mucho para meterme en
un montón de problemas, entonces, ¿qué es un crimen más?
La cosa dentro hacia mucho ruido como para detectarme mientras abría la
puerta y miraba hacia dentro. Justo con los cubos, las herramientas de aspecto
divertido se amontonaban en los muros: tubos y pipas, tenazas, objetos
parecidos a tijeras y varillas largas. En un estante, bolas de vidrio con reflejos
azules y verdes se posaban en bloques que las mantenían estables. Un tejido
elástico de telaraña se extendía por las vigas, directamente encima de un horno
apagado. La luz de estrellas y la luz de luna se filtraban por el techo.
Es suficiente iluminación para mí para detectar la jaula. Detrás de mi
máscara, mis ojos se abrieron. Me agarre a la puerta, riendo en la esquina de la
barra curva, la manija de la puerta de hierro y el pestillo de hierro. Parada en la
mitad de la tienda había una figura. Se agitaba, luchando por liberarse. Sus
extremidades golpeaban y rascaban las barras, los dedos se chamuscaban y los
zarcillos de humo chisporroteaban. Al prisionero no parecía importarle, solo
seguía golpeando la jaula y haciéndola temblar.
La cabeza de la figura se contrajo, girando de un lado a otro. Los movimientos
amenazaban y suplicaban al mismo tiempo. Es algo desesperado. Algo
frustrado. No puedo decidir si la imagen es lamentable o peligrosa. Mi corazón
saltó a mi garganta mientras entrecerraba los ojos con más fuerza. Vi hombros
tensos. Vi piernas arrodilladas, dobladas y dedos arañando el hierro. Vi una
columna encorvada y un perfil sombreado con un pico. Vi orejas puntiagudas.
Vi a un chico que no es un chico.
Y cuándo el chico dejó de hacer su rabieta, la parte de atrás de su cabeza se
levantó en reconocimiento. Y cuando giré la cabeza sobre su hombro, vi una
máscara. Y detrás de esa máscara, creo que él también me vio.
Plumas pequeñas, de color azul oscuro, la sombra del anochecer, abanico
alrededor de su cabeza, cubriendo la mitad superior de si rostro. Me imaginé
que tenía ojos feroces. En esta oscura fragua y desde esta distancia y debido a
la visera, no pude distinguir esas órbitas. Pero seguro que las siento.
Un Fae. La criatura es un Fae.
Nunca había visto uno en el pueblo. Tampoco voy a gritar o reír.
Probablemente primero haré uno y después lo otro, ya que no hago las cosas a
medias.
Pero no me siento como si quisiera gritar. Tal vez es por qué el Fae se ve de
mi edad. Diez. O tal vez él es mayor, muchos años mayor. ¿Acaso no los Fae
no mostraban su edad lentamente por qué vivían para siempre?
Mis rodillas aplastaban la hierba. Mis uñas se clavaron en la puerta floja. Mi
corazón es un bastardo mezquino revoloteando en el centro de mi pecho.
El Fae debe ser uno de los capturados, uno que intentó salvar su fauna.
Aunque no podía ver sus ojos, sentí unos irises brillantes que perforan las
sombras. A pesar del disfraz, el chico Fae, que no es un chico, me atrapó en la
red de su mirada. Detrás de esas plumas, el peso de su mirada se colocó
alrededor de mi cuello y apretaba. Y solo así, supe que lo estaba haciendo a
propósito.
No me gustaba esto. No me gustaba que él intentara asustarme. No me
gustaba porque estaba funcionando, así que hice que deje de funcionar.
Tragándome el susto, me escabullí hasta el umbral y miré hacia atrás. Nos
quedamos así hasta la cuenta del número cien.
Un nido de cabello turbio rodeó su rostro. ¿Negro? ¿Azul?
Es más, de lo que él puede detectar sobre mí, ya que tengo el cabello anudado
dentro de la capucha de la capa. Es mejor si lo mantenía de esa forma.
La medianoche entró en el taller, las sombras tan espesas como el almíbar.
Afuera, los grillos chirriaban.
Reflexioné, este chico Fae venía de un lugar y yo de otro. Y reflexioné, es un
lugar de magia contra un lugar de mortalidad. Un lugar de engaños contra uno
de honestidad. No importaba que estuviera parcialmente cubierto porque este
chico Fae tenía una gran mirada. Puede estar cubierto, pero es lo
suficientemente pesada como para atravesar la división y pincharme los brazos.
La vista de plumas se movió, insinuando un cambio de expresión, y no una
amigable. Me imaginé su rostro arrugándose con elegante malicia. Como para
demostrar que tenía razón, se dio la vuelta con un golpe en la cabeza desdeñosa,
como si estuviera debajo de él.
Mis manos se hicieron puños. Puños temblorosos pero quietos.
No se supone que me importe. No se supone que yo esté aquí. No sé supone
que hable con él.
—¡Oye! —grité, mi voz rebotando en las vigas.
El volvió a saltar. Una ráfaga de aire recorrió la fragua, coincidiendo con sus
movimientos. El vendaval me golpeó empujándome hacia el césped.
El no rió, pero sí recibí una curvatura de sus labios y eso me irritó más. Me
puse de pie descalza y me limpié el camisón. Luego, como soy una tonta, entré
y marché directamente hacia él sin esperar una invitación. Las llamativas
plumas delineaban su máscara, extendiéndose hacia afuera, alrededor de sus
párpados superiores e inferiores. Era la semejanza de un búho, el pico
apuñalado hacia abajo. Escondido debajo de eso noté las líneas de una nariz con
forma mortal.
El Libro de Fábulas decía que las Hadas tenían mordedura de animales, pero
yo no veía ninguna real en él. Si tenía alas, no había ninguna señal de ellas. A
menos que, ¿las está ocultando? Si es así, ¿tienen plumas? ¿O son brillantes y
delicadas como las alas de la mariquita? Pero eso lo haría a él un Fae mariquita,
no un ave Fae. Y ahora estoy confundida.
A tres pasos de la jaula, mis pasos se alentaron. Veía sus clavículas debajo
del escote caído de la camisa, su pecho bombeaba con energía gastada.
Mientras me detuve en los rayos de luz de las estrellas el noto mi máscara. Me
había olvidado de ella, pero no había manera de que me la quitara, porque me
sentía más segura e inteligente con ella, dos palabras a las que normalmente no
presto atención.
Segura es Cove. Inteligente es Juniper.
Estúpida soy yo.
Él probablemente no sabe que es una máscara de alondra. Cuando la hice, no
pude encontrar plumas de alondra perdidas, así que usé las plumas caídas que
pude salvar. Es un mosaico de plumas de ave.
Me gusta pretender que son una alondra, ya que me gusta ese nombre.
El chico Fae esperaba en sus cuatros patas, sus uñas raspando ligeramente el
piso de la jaula como en contemplación. Su máscara de búho era más elegante
que la mía. Avanzar de puntillas ensuciaba mis pies más de lo que ya estaban,
pero no me importaba. A sentimientos de los barrotes, lo estudie detrás de mi
máscara. El hacía lo mismo. Me gusta que estemos escondidos de esta manera,
en esta fragua, en estas máscaras.
De cerca aparecen pistas, pedazos de sus pupilas. Puntos de luz gemelos
nadaban en esos pozos, lo suficientemente potentes como para ser
hiperconciente de ellos. En un vistazo envuelto, de alguna manera lograban
reflejar un millón de emociones.
Así es como me di cuenta de que él es joven, como yo. Pero no sabía que los
aldeanos atrapaban Hadas de mi edad, así como animales y Fae adultos. ¿Por
qué ellos harían eso?
Él escaneó mis plumas falsas con aire de divertida repugnancia. ¿O podría
ser con un fascinado asco? Siento que son ambas.
Una cuerda de viento se deslizó a mi alrededor, atándome para que no pudiera
moverme, para que no pudiera apartar la mirada. Él tampoco podía, por la razón
que fuera.
Quería saber el color de sus irises y cabello. Ojalá brillara el sol, pero también
me alegro de que no lo haga, ya que en este momento parece un secreto y los
secretos nacen de noche.
El aire salía de su boca, mucho más lento que la respiración de un mortal. El
oxígeno se deslizó de él y voló por el aire. Cada vez que lo hacía sentía un tirón
en mi capa y en el dobladillo de mi camisón.
¿Él está haciendo eso? ¡Travieso!
Los puntos blancos dentro de las pupilas del chico Fae brillaron. Él está
picándome, está jugando conmigo. Bueno, yo sé de juegos.
Lo esquivé, rodeando la jaula. Él se desvío como un depredador. Cambie de
dirección, azotándome hacia el otro lado. Él también, deslizándose a través del
compartimento como una brisa, pero cuidadoso de no tocar el metal. Hicimos
esto unas cuantas veces. Yo, cambiando mis movimientos, él cambiando los
suyos, reflejando mis movimientos.
Luego se desvío, reclamando la ventaja, cambiando las tormentas para
provocarme. Y yo lo imite. Y me percaté de que él intentaba hacerme resbalar,
caer y chocar mientras yo intentaba marearlo.
Durante todo el tiempo, nos estudiamos el uno al otro. Entonces, de la nada,
me reí. Y tal vez, solo tal vez, él sonrió.

Cada noche, regreso a la fragua. Cada noche estoy un poco aterrada de que
él esté ahí. Cada noche, estoy un poco aterrada de que él se haya ido.
Es gracioso como puedes sentir dos cosas diferentes a la vez. Pero así es
como es, y no me gustaba mucho pensar en eso.
Vuelvo después del anochecer, una y otra y otra vez. Me escapo cuando mis
hermanas sueñan, besando sus frentes antes de irme. Tal vez sea porque estoy
un poco asustada de no volver a verlas, de que el chico Fae encuentre un medio
para embellecerme a pesar de las barras de hierro y luego me obligue a abrir las
puertas de la jaula, para luego obligarme a hacerme la idiota u obligarme a hacer
algo vil o a irme con él.
¿Entonces por qué sigo yendo? Tal vez una pequeña parte de mi quiere saber
más. Tal vez una pequeña parte de mí no me ayuda, porque él estaba usando esa
máscara de búho. Y tal vez a una pequeña parte de mi le gustan sus juegos. Y
tal vez, una pequeña parte de mi quiere ganarlos.
El hierro lo debilita por usar encantamiento. ¿En cuanto al viento? Juniper
dice que los Solitarios de las montañas tienen un vínculo con él. Parece que el
chico Fae puede dar vueltas, pero no es lo suficientemente fuerte para hacerlo
peor en este momento. Ni siquiera puede alcanzarme a través de los barrotes y
estrangularme. Incluso si nada de eso fuera cierto, tal vez una pequeña parte de
mí no cree que él me lastimaría de todos modos.
Pero analizar es un pasatiempo para Juniper. Y preocuparse es un pasatiempo
para Cove.
¿Yo? Soy la salvaje que vuela hacia el vendaval.
Así que beso el verde abeto de las trenzas de Juniper y el azul aguado sobre
la sien de Cove, huelo bosques y arroyos flotando de sus cabellos, animales de
tierra y criaturas marinas, como si mis hermanas hubieran estado haciendo sus
propios retozos privados. Pero eso es una tontería, porque siempre están aquí
cuando me voy, y siempre están aquí cuando regreso. Me estoy imaginando
cosas.
Me siento culpable por no haberles hablado de él, pero quiero que este secreto
sea mío. Todas las noches, durante trece días, camino por los campos, donde
los grillos croan y el ruiseñor silba. Aspiro la fragancia de las Fábulas: plumas,
pieles y escamas.
Tomé el látigo que Papá Thorne me está enseñando a usar. Me aseguro de
llegar cuando sepa que el soplador de vidrio se ha retirado, roncando el buen
ronquido en casa. Siempre, tengo que usar mi pluma para empujar el cerrojo.
Me pongo mi máscara toscamente remendada y escondo mi cabello en la
capucha de la capa, porque en caso de que todo salga mal, no quiero que el chico
Fae memorice mi apariencia.
La medianoche goteaba a través del techo, formando un charco en el suelo
mientras entraba en el taller. El Fae sabía que estaba allí sin que yo lo anunciara.
A menudo, él estaba mirando a la puerta antes de que apareciera.
Está bien. Se supone que los de mi clase no debían manipular a los de su
clase, pero lo admito. Este pajarito era lindo. Engreído pero lindo. Si sus pupilas
y la mitad inferior de su cara son lindas, probablemente el resto de él sea igual
de atractivo.
Corrí hacia la jaula mientras balanceaba una canasta. Detrás de su máscara,
el chico Fae parecía hacer una mueca de disgusto, como si yo fiera una molestia
y él se aburriera. Sentir sus pensamientos se sentía natural, instintivo, aunque
no puedo decir cómo ni por qué. Tal vez era hábil proyectarse a sí mismo, con
o sin máscara. De cualquier manera, mi pecho se estremecía.
Pero de inmediato, la mueca se fundió en una astuta inclinación de los labios
debajo del pico. A mi corazón le crecieron alas, el deleite y la vergüenza se
mezclaron. No debería marearme que esté contento de verme, pero lo hacía. A
este chico Fae le gustaba que estuviera aquí, aunque no lo dijera.
En todo este tiempo, él no había dicho nada.
Apoyando la canasta en el suelo, hice los movimientos, sacando un frasco de
leche, más trozos de pan de centeno de Papá. Este chico no es una ramita, pero
tampoco un acantilado. No estaba seguro de si los aldeanos lo estaban
alimentando, pero disfrutaba de mis ofrendas.
Agite el pan como una bandera. —Ven y cógelo.
Dándome una mirada suave, el Fae arrancó el bocado demasiado rápido para
que yo lo viera. Masticaba lentamente, como un noble elegante. Todavía no
tenía una visión clara de su cabello o iris. A pesar de la luna, está demasiado
silenciado en la fragua.
Todo lo que veía eran capas peludas, los puntos reflectantes en sus pupilas y
orejas afiladas. Ah, y esa garganta de marfil mientras bebía la leche. Debido a
las barras compactas, un vial fue lo más seguro que pude encontrar para pasar.
Casualmente, lanza el recipiente vacío al suelo por mis dedos de los pies, no
tanto como un agradecimiento.
—De nada —murmuré.
Él se encogió de hombros con desdén. Ahí es cuando note los verdugones
acribillando sus muñecas debajo de las mangas de la camisa, cortes furiosos
burbujeando a través de su carne en un horrible rojo robín, como si alguien lo
hubiera estado pinchando. Mi mano estaba a mitad de camino de la jaula cuando
se giró hacia atrás, y sentí su mirada comiéndome viva.
—¿Qué pasó? —pregunté.
Se retorció, frívolo como le plació.
—¿Qué te están haciendo?
Aún nada. Tenía tantas preguntas, pero ahora sé que él tiene cero respuestas.
Incluso si lo hiciera, e incluso si no pudiera mentir, encontraría una manera de
torcer sus palabras y hablar con acertijos. Eso es lo que hacen, ¿verdad?
Esas ronchas deben doler. Podría ser inmortal, y podría ser un cabrón
presumido, y podría ser un sacrilegio sentir lástima por él, pero ver a este Fae
lastimado me hacía cosas terribles en el pecho.
Agarré la tela de la cesta y hui fuera, donde fui al arroyo Borboteante más
cercano y mojé el material. Volando de regreso al taller, me moví demasiado
rápido para que él se opusiera. Apreté la tela en mi mano y empujé mi brazo a
través de los barrotes.
Cuando agarré una de sus muñecas, se puso rígido. Esos ojos se abrieron
detrás de la visera, sus hombros se tensaron. Con los dedos sudorosos, presioné
el paño húmedo sobre la primera roncha y se congeló. Aturdido, me miró
palmear la herida, me vio atender la siguiente y la siguiente. Mi pulso se disparó
por todo el lugar. Toco la piel más suave que he sentido en mi vida y él me deja.
Debería atender al otro brazo, pero eso podría abrumarlo. Terminando,
retrocedí para encontrarlo boquiabierto. —Otra vez, de nada.
La cabeza del niño Fae se inclinó, el movimiento fue sospechoso e irritado.
Correcto. A los Faes no les gustan los favores ni las deudas.
Entonces, ¿por qué me sorprende cuando un brillo perverso ilumina sus
pupilas? No recibiré gratitud. Más bien, mueve sus dígitos. Una hoja de viento
entró en el taller y se enroscó a mi alrededor, levantando mis brazos. Jadee
resistiendo hasta que el Fae rebotó su palma plana, indicándome que me
calmara. Relajé los brazos y cerré los ojos.
La brisa me golpeó, separó mis brazos a los lados y me convirtió en un pájaro
en vuelo.
Es otro juego. Me está pagando con el viento, dejándome sentirlo, realmente
sentirlo. Mi aliento se convierte en una risa.
Y me río un poco más mientras mi camisón se agita y mi capa encapuchada
cabalgaba la corriente.
Soy ingrávido. Soy una nube en el cielo.
Cuando mis ojos se abren, me encuentro con la mirada del chico Fae. Bajo el
pico del disfraz, los cortes de sus pómulos se elevaban, su boca se elevaba en
una sonrisa vanidosa.
El viento golpeó mi trasero. Grité, riendo mientras me perseguía a través de
la fragua, donde las bolas de cristal azul y verde parpadean en los estantes.
Esquivé y me agaché de la corriente. Todo el tiempo, me río y él sonreía..
Y solo así, hice un amigo prohibido.
Solo así, hizo un truco terrible.
Solo así, me robó el corazón.
No quería irme, así que me quedé. Después de que el viento dejó de
perseguirme, pasé la noche mientras la luz de la luna ensombrecía nuestras
máscaras de pájaros e iluminaba las barras de hierro. Él se instaló en el suelo de
la jaula y yo me acurruqué en el suelo pedregoso.
—¿Cuál es tu nombre? —pregunté.
—¿Eres un búho? —pregunté.
—¿Puedes hablar? —pregunté.
Nada, nada, nada. Supuse que estaba bien y es excelente. Si responde, me
pregunto si debo creerle. Hablando de eso, debería estar hilando palabras como
hilo para confundirme. A pesar de la rejilla de hierro que me protegía del
glamour, los giros ingeniosos de la frase pueden hacer lo mismo, según el Libro
de Fábulas y todos los relatos que hemos leído. Podía jugar con esa habilidad
en lugar de callarse. Entonces, tal vez realmente no podía hablar.
¿Cómo era su mundo? ¿Tenía hermanos? ¿Lo extrañaban?
Apoyándome en las palmas de las manos y cruzando los pies por los tobillos,
intenté hacer una pregunta más. —¿Por qué usas una máscara?
De nuevo, nada.
Dejé escapar un pequeño suspiro encantador, si lo digo yo misma. —Creo
que los búhos son magos disfrazados.
El chico Fae me miró de reojo, sus orejas perforaban el aire. Cuando le
pregunté si es por eso que eligió una máscara de búho, sus labios se aplanaron
y se desviaron hacia los lados. Oh, oh, está ofendido. Los animales son sagrados
para ellos, lo que significa que no les gusta fingir que son algo que no son.
Asentí, avergonzada. —Tienes razón. Son increíbles como son.
Me ofreció una sarcástica inclinación de cabeza. Bueno, eso explicaba mucho
y nada en absoluto. Improvisé —Las Hadas deben saber mucho sobre la fauna,
si tienes fragmentos de sus rasgos. Desearía que los humanos supieran tanto
sobre las criaturas mortales, pero podrían hacerlo si se esforzaran. Supongo que
la gente se lo pierde de esa manera, si no les dan un giro a las cosas. Por ejemplo,
¿qué pasa si eres el mejor observador de aves del mundo, pero aún no lo sabes
porque nunca lo has intentado? Sería una habilidad divertida.
Cruzó las piernas, logrando una extensión rebelde, aunque no pudo tocar las
barras. Balanceando su codo y su rodilla, apoyó la pendiente de una mejilla en
su palma. Era difícil decir si estaba intrigado o entretenido.
Animada, me puse de pie y me arrastré hacia él. Jugamos otro juego,
inventando expertos que no existen en ninguno de nuestros mundos pero que
deberían. Él asentía con la cabeza a algunas de las profesiones que enumeré y
se burlaba de otras, su boca se arrugó como una toalla. Al final, nos decidimos
por un burbujeador, un peluquero de dragones, un bendecidor de armas, un
planificador de mascaradas y un fabricante de dulces para animales.
Su risa silenciosa se convirtió en desconcierto. El niño Fae se dio cuenta de
que lo habían atrapado y retrocedió, sacudiendo la cabeza. Reconozco la
pregunta tácita: ¿por qué estás haciendo esto?
¿Por qué le hacía compañía? ¿Por qué lo estaba alimentando? ¿Por qué le
lavé las heridas? ¿Por qué estoy siendo amable?
Miro mis dedos descalzos manchados de tierra, lo que me recuerda al hollín.
—Sé lo que es estar atrapado.
Es verdad. Sé lo que es estar aplastado en un espacio pequeño, atrapado allí
sin salida y a nadie a quien le importe. No le digo que era un deshollinador, pero
le digo, sé lo que es estar solo. Sé lo que es que te arranquen y te obliguen a ir
a un lugar que no es tu hogar. Sé lo que es tener miedo y perder la esperanza.
Los dedos aparecen ante mis ojos, tan repentinamente que me estremecí.
Dedos largos y delgados se escabullen entre las barras y se acercan a mi
mandíbula. Vi un par de pupilas etéreas en las que era fácil caer. La fragua se
desdibujó. Las herramientas, el horno y las paredes de piedra desaparecieron,
dejándolo solo a él y esa mano extendida hacia mí. Me detuve, atónita cuando
sus nudillos se curvaron con indecisión, luego se pasaron en mi cara. Su palma
enmarcó mi perfil, ligero y plumoso.
Él no disecciona lo que dije, como haría Juniper. No intentó endulzar lo que
dije, como haría Cove. No intento arreglar lo que dije, como haría papá.
Y no es porque este Fae fuese incapaz, ya que se comunica de otras formas.
No, solo toma mi mejilla como si eso fuera todo lo que necesito, como si pudiera
manejar el resto por mi cuenta. Luego muestra una sonrisa caprichosa. Ese
mínimo indicio de caninos cincelados aterrorizaría a Cove, pero a mí me detiene
el aliento, llevándose consigo mis miedos.
Una risa salió de mí. Una risa atónita y tonta que se elevó hasta las vigas.
En la oscuridad, saboree las huellas de su sonrisa. Quiero ver si tiene el
cabello satinado o áspero, y si tiene imperfecciones o marcas de nacimiento.
Quiero conocer la forma de sus cejas y el ancho de su frente. Pero incluso si se
quitara la máscara, necesitaríamos más luz y no puedo estar aquí hasta el
amanecer.
Sin embargo, no importa. Mi corazón ya está acabado.
Lo bueno: me gusta este chico Fae.
Lo malo: me gusta mucho este chico Fae.
Lo feo: Amo a este chico Fae. Lo amo como amo mi látigo, y eso es mucho
cariño. Su toque hace que mi pecho tartamudee. Nunca me ha dicho una palabra,
pero de todos modos lo amo como el infierno.
¿Por qué? No tengo ni idea.
Lo amo solo porque tengo ganas. Lo amo porque está hecho de plumas y
juega juegos como yo, escucha, toca mi cara y me deja sentir lo que siento. Sin
teorías, comodidades ni arreglos. Sin bromas ni dobles palabras. No hay magia
más que el viento.
Abre la boca. Trago saliva y espero. Espero mucho.
Su cabeza se levanta y se lanza a un lado, corriendo hacia la puerta del taller.
Yo parpadeé y escuché. El caballo de alguien relinchaba, sus cascos galopaban
por el campo. Una voz ahogada llegó desde el exterior y se hizo más fuerte.
Noté el carnoso acento del soplador de vidrio, arrullando al corcel.
El terror recorre mi columna vertebral. Si el comerciante me encontraba aquí,
estaré en un aprieto. Papá se enterará y me prohibirá regresar.
El soplador de vidrio podría gritar si me atrapa, y podría desquitarse con mi
amigo, y mi amigo podría intentar lastimarlo. Ambos pueden salir lastimados,
y, de cualquier manera, no conseguiré ver al chico una última vez antes de que
los aldeanos se lo lleven. No tendré la oportunidad de decir adiós.
Pero no quiero despedirme. Así no. Sin saber lo que le va a pasar, una criatura
más que no puedo salvar.
Me balancee hacia el Fae y ahogue los barrotes con mis temblorosos puños,
que de repente se ven tan pequeños. ¿Soy realmente tan pequeña? ¿Somos los
dos realmente tan pequeños? El aire entra y sale de mis pulmones, mi cuero
cabelludo hormiguea. ¿Estoy enojada? ¿Estoy aterrorizada? Cuando se trata de
eso, tal vez sean la misma emoción, solo que con diferentes formas.
Mi cabeza salta entre la puerta y el perfil del chico Fae. En minutos, esto
habrá terminando.
Sus pupilas se encienden mientras se dirige hacia mí. A través de nuestras
viseras, nos fijamos el uno en el otro. Esos orbes negros se llenaron de amenaza,
y sus uñas desesperadas se clavaron en el suelo de la jaula, listas para destrozar
a nuestros visitantes.
Aun así, una batalla interior le impedía respirar. Esos orbes insondables se
encendieron con brutalidad y algo más mientras me inmovilizaban en el suelo.
Con un clic hacia la derecha de su cabeza, una oleada de viento me empujó
lejos de él, me empujó hacia la puerta. Su fuerza me impulsaba a huir. Sabía
que, si me ven aquí, me castigarían.
Me tambalee hacia los lados, mis pies se deslizaron sobre los conejillos de
polvo. Pero esta noche, se necesitará más que un vendaval para derribarme.
Todo lo que me enseñaron las Fábulas me vino a la cabeza. Son viles y
horripilantes. Son corruptos y lascivos. Usan a los humanos como juguetes y
esclavos. Tienen Hadas viciosas.
Pero no me importa. Corrí hacia la canasta, agarré la máscara-pluma errante
que he estado usando para abrir la fragua y me escabullí hacia la jaula. Mis
acciones debieron dejarlo perplejo, porque no volvió a intentar su truco de
viento.
Con un gruñido, encajé la punta de la pluma en el perno. El dispositivo se
estremeció y se partió con un estallido oxidado. No debería ser capaz de decirlo,
pero de alguna manera siento confusión y conmoción en la cara del chico
mientras miraba la cerradura, luego a mí.
Me apresuré hacia atrás, dejando la puerta abierta para él. Antes de que
perdiera los nervios o empezará a llorar, levanté la barbilla. Y le susurré, —Ve.
Me miró, la mitad inferior de su rostro desquiciado, aparentemente
estupefacto detrás de la máscara de búho. Se acercan ruidos sordos, un par de
botas golpeando la hierba. El niño se fijó en mí, luego lentamente salió de la
jaula y se puso de pie. Mientras tanto, estudiaba mi rostro.
Era más alto que yo, mucho más de lo que pensaba. Y es esbelto, aunque sus
brazos parecían fuertes, flexionados por la tensión.
Su delgada sombra me envuelve cuando se acerca. Sus orejas puntiagudas
cortan una dura línea mientras ladea la cabeza; tengo la impresión de que su
mirada está trazando mi máscara con un resplandor.
Él está loco. Realmente enojado.
Una vez más, no les gustan los favores, no les gusta deberle a la gente.
—O por el amor de Fables. —Le arranqué una de las plumas de la máscara y
la sostuve para que la examinara—. Esto servirá como pago. ¡Vamos!
Su mirada se afloja, procesando lo que he hecho. Un solo dedo se arrastra por
el costado de mi mandíbula, afilado y tierno, resentido y afectuoso. Cierro los
ojos, sintiendo el suave roce de su toque y luego sus labios.
El aire giró a nuestro alrededor. Mi corazón se agitó locamente cuando su
boca rozó la mía, dulce e ingrávida. Me frunzo y le devuelvo el beso, con
lágrimas en los ojos.
En la parte trasera del taller, el soplador de vidrio amarró audiblemente su
caballo a un poste. Mientras tanto, la ráfaga de la boca del Fae desapareció. El
viento se agitó alrededor de mis pantorrillas, amenazando con bajar la capucha
de mi capa y exponer mi cabello.
—Ve —siseo, apretando mis ojos con fuerza.
Hubo un momento de pausa, luego una voz flotó en mis oídos, el hilo de un
susurro. —Mi nombre es Own. No, no soy un búho y si puedo hablar.
Jadeando, abrí los párpados.
Se fue.
Con un grito, salí corriendo. Temblando, cerré la puerta y tiré el pestillo en
su lugar, luego me mantuve en los árboles y bordeé el lado opuesto de la forja.
Oí al soplador de vidrio avanzar pesadamente hacia el umbral, un anillo de
llaves de hierro tintineando.
Corrí, siguiendo el viento. Agarrando mi máscara en su lugar, tropecé con la
hierba y los arbustos de saúco.
Un vistazo más. Uno más.
En un campo abierto, patiné hasta detenerme y estiré la cabeza hacia el cielo.
El aire provocaba que mechones blancos colgaran alrededor de mi cara.
Sin pájaro, sin alas, sin plumas. Solo estrellas sobre una cadena montañosa,
hogar de innumerables monstruos que odio y un monstruo que nunca volveré a
ver.
Agarré la pluma azul en mi mano libre, lágrimas de ira se filtraban por las
púas de mi máscara. Ahora entiendo. Es posible amar al enemigo.
Papá y mis hermanas son mi primera familia. Pero él fue mi primer amigo.
Días después, los aldeanos relataron la misteriosa fuga. Así es como me enteré
de lo que sucedió después, cómo el chico Fae fue capturado esa misma noche.
Mis vecinos murmuraron que había intentado atacar, así que lo atravesaron con
una daga de hierro. Murió así, sin vuelo en la hierba, mirando al cielo.
Y por eso sigo llorando en mi almohada durante semanas. Porque es mi culpa,
porque le hice eso. Porque así terminan las Fábulas, con una lección aprendida
y el corazón roto.
Capitulo 18
El ulular de un búho me saca del sueño. Fragmentos de mi sueño patinan por
los bordes de mi mente, delicados y atractivos, antes de diluirse. Me despierto
al final de un gemido, con mi cuerpo enrollado sobre las sábanas, el colchón
regordete y la ropa de cama suave. Aunque no lo logré debajo de las sábanas,
había sido el sueño más profundo desde que salí de casa.
Cuerdas de ámbar a través de la cámara desde los apliques. Más allá de las
ventanas, pañuelos de gasa blanca navegan junto a la luna llena. La mesa trípode
junto a las cortinas equilibra una bandeja con tapa que emite los sabrosos
aromas de pastelería y especias. Una botella de agua fresca tapada con corcho
y una taza de café se encuentran junto a la fuente cubierta.
¿Encantamiento? ¿O alguien entró de puntillas mientras yo dormía?
No hay tiempo ni lujo para actuar con cabeza fría. La dignidad es una cosa
que no perderé, pero el orgullo no tiene lugar en esta montaña. Si quiero ganar,
tengo que cuidarme.
Doy un salto a la silla, levanto la tapa de la bandeja y me quejo. En
comparación con su tamaño, la fuente revela más comida de la que debería ser
posible, incluidos faisán y chalotes ahogados en sidra, una tarta humeante
cargada de manzanas y una mezcla de verduras extrañas con forma de fronda.
Le doy una buena aspiración al contenido y lo devoro todo, luego saco el corcho
de la botella y trago. Por último, apuro el café.
Mientras me lamo los dedos para limpiarlos, entro en la cámara de baño. Las
tejas cubren el piso y forman el techo. El cielo nocturno se extiende por una
ventana abovedada, la cortina dividida se abre al aire fresco.
En lugar de una bañera, hay una alcoba con una boquilla en forma de
campana que brota del techo. Curiosa, me paro debajo, y el agua llueve, la cálida
primavera empapa mi vestido y mi capa. Salto hacia atrás con una risa
sorprendida, luego me desnudo y paso bajo la cascada.
Un taburete tiene botellas de líquido lechoso y barras de jabón reluciente que
emana una fragancia de menta. Agarro una barra y la deslizo sobre mi piel. La
espuma se hincha en burbujas y flota sin estallar, los orbes brillan como perlas
transparentes. A continuación, vierto el líquido lechoso sobre mi cabeza y
amaso las raíces, inhalando una esencia floral. Si esta cámara de baño no
perteneciera a un villano, podría quedarme aquí para siempre.
A Juniper y Cove les encantaría esta ducha. Pensar en ellas me recuerda a
Papa Thorne, lo que me recuerda a casa. Los aromas de eucalipto y jazmín. El
estrépito de la vajilla cuando uno de nosotros toma nuestro turno en la estufa.
El croar de la silla de Papa Thorne mientras se sienta junto al fuego y recita el
Libro de Fábulas. El salvaje estruendo de los animales, aleteando, aplastando
colas y salpicando aletas, nos saluda mientras recorremos el santuario. Linternas
pintando nuestras sombras sobre el piso del carro mientras narramos folclore.
Todo lo que tenía. Todo lo que perdí. Todo lo que extraño.
Supongo que el dolor es así. En un momento se ha ido, luego vuelve con una
sacudida, pateándote en los dientes.
¿Qué pasa si tengo éxito, pero mis hermanas no? ¿Qué pasa si tienen éxito,
pero yo no?
¿Y si nunca vuelvo a casa?
No lloraré en su torre. No lloraré en su torre. No lloraré en su torre.
Mientras el agua cae sobre mis hombros y empapa mis caderas, me agacho,
doblándome en el suelo. Me meto un puño en la boca y sollozo. Y cuando
termino, los riachuelos se llevan la evidencia. Hasta que terminé en Faerie,
nunca supe cuántas emociones podía sentir una persona en un día, y la idea es
conmovedora y agonizante.
Una de las burbujas distorsiona mis rasgos, mis ojos grises se tragan mi cara.
Me dejo caer, cruzo las piernas y me siento un rato. La fuente al revés me
empapa de calor, el vapor se despliega en pétalos. El suave goteo me recuerda
la voz ceceante de Cove, masajeando el dolor hasta que desaparece.
Después, me siento mejor, más fuerte. Quizás eso es la esperanza —un buen
llanto antes de volver a levantarse. Entonces eso es lo que hago. Me levanto,
echo la cabeza hacia atrás y saboreo el resto del aguacero.
Para cuando saco una de las toallas de lino de un perchero, he vuelto a ser la
misma de siempre. Además, consigo otro aturdimiento porque las fibras secan
mi cabello instantáneamente. —Lárgate de aquí —grito.
Rejuvenecida, debato sobre un plan… cualquier plan que me ayude a superar
esto. Si tengo que quedarme aquí, será mejor que lo aproveche. Tal vez Cerulean
tiene un mapa o una brújula escondidos en esta torre, o alguna otra ventaja con
la que pueda irme.
La música revolotea por la ventana de la cámara de baño. Es un hilo tenue de
ruido, las notas ágiles y ligeras. Solo he escuchado la melodía otras dos veces
en mi vida.
La melodía de la flauta entra en la habitación desde fuera. Pero no puedo ver
nada desde la ventana, así que dejo caer la toalla, agarro mi ropa y me apresuro
al dormitorio. Hago una pausa, frunciendo el ceño al ver un camisón esparcido
por el colchón, la prenda larga hasta el suelo confeccionada en pliegues de
algodón blanco paloma. Está cosido por expertos, con tirantes finos y un escote
redondo.
No estaba aquí cuando me desperté. Después de ponerme las bragas, me meto
en el camisón con un suspiro. El tejido se siente como si hubiera sido hecho por
las nubes.
Es una noche agradable, así que me las arreglo sin mis botas. Volviendo sobre
mis pasos a través de la torre, persigo la música. A nivel del suelo, el umbral
principal se abre hacia el parque, aunque veo otro arco en el extremo opuesto,
que conduce al promontorio que sobresale.
La melodía llega desde ese precipicio. Sigo las notas, aspirando una corriente
del atardecer.
Ahí es donde los encuentro. Cerulean se encuentra en el borde del mundo. Su
espalda desnuda se flexiona, los músculos se contorsionan desde los hombros
hasta la cintura baja de sus pantalones de seda ónix. El carcaj más delgado que
he visto cuelga diagonalmente de su espalda, unido a una correa que sujeta su
torso. Sin embargo, es demasiado escaso para caber un arma.
Cuando su perfil cambia, veo la flauta. Encaramado entre sus labios, el
instrumento plateado esparce notas en el aire. La composición le da textura al
viento, de modo que, si extiendo la mano y toco la brisa, podría sentirla.
Para eso debe ser el carcaj, para sostener la flauta.
En Reverie Hollow, tenemos nuestras hogueras, fiestas y jubileos. Tenemos
nuestros laúdes y violines. Pero los únicos instrumentos de viento que he
escuchado son de madera —tubos y flautas de pan— no de plata. Creo que los
humanos solo experimentan ese tipo de esplendor en los salones de baile reales.

Pero en Faerie, el instrumento da una serenata salvaje. A la música le crecen


alas de mariposa, aleteando y corriendo. Es una canción alegre pero privada,
que parece encajar en la vida de un solitario.
Sus largos dedos revolotean sobre el esbelto objeto, ágiles y rápidos. Ha
pasado mucho tiempo desde que escuché música. Quiero cerrar los ojos y dejar
que me levante.
El mechón de pelo de Cerulean le recorre la nuca. El ágil riel de su columna
se ondula por su espalda desnuda, suave y tonificada. La fauna lo rodea, se
concentra en los márgenes y se siente como en casa mientras juega. A algunos
los reconozco cuando llegué aquí, a otros no.
El antílope de antes ha cambiado a una forma en miniatura, sus rasgos
bovinos han sido podados hasta el tamaño de un lechón mientras se enrosca en
el césped con el canario cuya ala está doblada en un ángulo deforme. Los
colibríes esmeralda se agrupan sobre una roca, los halcones observan desde sus
nidos y las costas cardinales sobre la cabeza de Cerulean, manteniendo el ritmo
de la música y goteando polvo de oro de su cola. Un puma —un jodido puma—
y la cabra montesa de cuernos desorientados se persiguen juguetonamente por
el césped, animados por la actuación. El pika se pone en cuclillas sobre el
césped, mordisqueando las malas hierbas.
Mi pecho se ablanda. Extraño a mis amigos del santuario en casa. Los
extraños tanto, que estoy a medio camino a través del green antes de darme
cuenta. Estoy hechizada, ansiosa por ser parte de este clan, incluso si no es el
mío.
Los animales se tensan. Las orejas se animan y las alas se cierran.
Cerulean se estremece. La música se detiene.
Mierda. Me había advertido que acercarse demasiado los asustaría. El puma
solo debería haberme retenido, la impresionante corazonada felina de la
criatura, los iris de peridoto y la mirada intensa hicieron que mis pies descalzos
se congelaran en su lugar. Bueno, ahora sé qué hizo ese rugido que escuché
desde mi habitación.
La adrenalina corre por mis venas, mis palmas están llenas de humedad.
Examino los ojos alerta de la fauna y retrocedo un poco.
—Detente —dice Cerulean sin darse la vuelta.
Su voz no suena arrogante. Quizás molesto, pero eso es todo. Si estuviera en
el santuario de mi familia, me gustaría que un visitante se preocupara por lo que
digo, ya que conozco mejor a los habitantes.
Cuando me quedo quieta, continúa. —Vuelve, pero reduce el ritmo.
¿Cómo sabe qué tan rápido o lento había ido? Escucho sus instrucciones,
avanzando con el paso lento de un perezoso.
Aún de espaldas a mí, los Fae murmuran, —Rodéalos, de lado para que
puedan verte. —Y cuando cumplo, una sonrisa maligna llena su tono—. De
rodillas.
Frunzo el ceño, pero hago lo que dice, agachándome ante los animales.
—Whistle —ordena—. Sé delicada al respecto.
Delicada no es una palabra que me encaje, pero está bien. Hago mi mejor
esfuerzo, lanzando un sonido tentativo al aire. Algunos animales vacilan, pero
otros se acercan más, su tensión se desvanece cuando concluyen que no soy un
depredador. El puma tiene mi sangre bombeando, las sinuosas articulaciones
del gato montés girando a medida que se acerca, grácil a pesar de que le falta su
pata trasera y pronunciada cojera.
—Bien —dice Cerulean—. Ahora más calmado.
—¿Qué carajo? —grito.
Él no responde. Pero debe estar bromeando, ¿verdad?
Tenemos una vaca lechera en casa, así que la imito. Frunciendo mis labios,
mujo, sonando como un ternero con dolor de estómago.
Los habitantes vacilan, inclinan la cabeza y hacen cosas que harían los
animales perplejos. Mis ojos se desvían hacia los hombros de Cerulean, que
tiemblan de risa, el temblor de la flauta retumba. Ese hijo de puta…
Dejo caer mis puños en mis caderas. —Eres un idiota.
Cerulean se gira, sonriendo en la penumbra. —Esa última parte fue para mí.
— Ajá. —Sonrío falsamente—. Vete a la mierda.
—Si quieres mi ayuda, no te levantes.
Me mantengo tranquila. Sostiene mi mirada, se lleva la flauta a los labios y
toca una nueva melodía. Ésta es paciente, llegando con notas largas que se
extienden a lo largo en la distancia.
Los animales se acercan. Una emoción petrificada me atraviesa mientras se
amontonan alrededor de mis miembros, dando vueltas y olfateando mi camisón.
La fauna alada se posa en mi cabeza y brazos, que extiendo para ellos. El pika
se posa en mi pie, los cables de sus bigotes vibran y son más largos de lo normal,
extendiéndose como vigas de equilibrio.
El puma se desliza alrededor de mi pantorrilla, una diadema de intrincadas
marcas —el mismo color vibrante de sus ojos— colgando de forma natural en
su frente. La belleza se da vuelta como un gatito y se pone cómodo, y me río en
voz baja.
La música se apaga. Mi mirada viaja a Cerulean, quien me observa con
perplejidad.
El Fae evalúa a mi audiencia. —Retiro lo dicho —dice, refiriéndose a la
advertencia original de que asustaría a los animales.
Al unísono, se retiran y los veo volar por los aires o deambular por los
terrenos. Por el rabillo del ojo, el Fae estudia mi perfil. Él no es de los que
apartan la mirada, incluso cuando lo sorprenden mirando, y yo tampoco.
¿Qué tengo que perder?
—Gracias —digo.
— Agradéceles a ellos, no a mí —responde Cerulean con ligereza.
—Me dijiste que no me acercara a ellos.
Se balancea hacia el abismo, sus miembros colgando sobre el borde. —
Cambié de opinión. Después de presenciar tu diversión con los ruiseñores,
pensé que lo mejor sería terminar de una vez y presentarte. Fue solo cuestión de
horas antes de que vinieras aquí a fisgonear.
Gira la flauta hábilmente de una mano a otra, de la misma forma que hace
girar su jabalina. No quiero quedarme más que mi bienvenida con los
habitantes, así que no lo presiono. Vendrán a mí si quieren.
En cuanto al Fae encaramado en el borde del mundo, puedo manejar su
trasero. Su actitud no se ha descongelado, y tampoco la mía. Por alguna extraña
razón, eso hace que sea más fácil instalarse junto a él.
Cuando estoy segura de que mi trasero no se va a resbalar por la cornisa, echo
un segundo vistazo al instrumento, un pensamiento repentino que infesta mi
mente. Me avergüenza que no se me hubiera ocurrido de inmediato. Agarrando
la flauta, digo: —¿Los atrajiste?
Cerulean le arrebata la cosa, su nariz se arruga con desdén, tanto por mis
palabras como por el hecho de que manosee sus posesiones. —En caso de que
no lo supieras, la ignorancia es molesta y choca con tu sarcasmo. La fauna de
las hadas es sagrada y superior en todos los aspectos; no se puede atraer ni
mandar. Incluso si pudiera, yo nunca les haría eso.
—No creo que debas.
—¿Escucho una amenaza, humana?
—Te aconsejo que no subestimes mi tamaño.
—Y te aconsejo que te pongas algo de ropa —comenta.
—Entra y ayúdame a elegirla —me burlo.
La astucia rueda por su lengua. —Ten cuidado con lo que le pides a un Fae.
—Si estás esperando a una humana tímida, tienes otra cosa por venir. Esta —
Me apunto ambos pulgares a mi pecho—, tiene un historial de historias de
desnudos. He aceptado tantos desafíos como tropiezos. Una vez, perdí una
apuesta y recorrí la plaza del pueblo con una camisola empapada. Haz tu mejor
esfuerzo, pero encontrarás tu pareja.
Guantelete lanzado. Cerulean se desvía en mi camino, sus ojos trazan un
largo camino por mi camisón, hasta donde mis tetas llenan el material, las
puntas de mis pezones en peligro de endurecerse por la brisa. Hace un
espectáculo al inspeccionarme, su mirada gotea con burla. Sin embargo, esas
perversas pupilas se entretienen en la hinchazón de mis caderas antes de
arrastrarlas hasta mis muslos expuestos, donde el dobladillo se amontona
porque no me había molestado en ajustarlo.
La piel se me eriza. La infestación traza un curso a lo largo de mi nuca, mis
antebrazos y mi espalda baja.
Ahora, no estaba mintiendo sobre mis payasadas. La primera vez que galopé
hacia Faerie, estaba en bragas. No soy una exhibicionista, pero un vistazo de los
ojos curiosos nunca me molestó.
Pero esta mirada que Cerulean me lanza…
Esta mirada contundente es una marea de aire que se cuela bajo la superficie,
deslizándose por debajo de los tirantes endebles del camisón.
Punto a favor. Pero dos pueden jugar en este juego.
Le ofrezco la misma atención, mis párpados agachados, mi atención subiendo
desde sus propios pies descalzos —arcos altos, una marca de belleza en el dedo
meñique— hasta su apretado abdomen. Las rampas y los huecos de su torso se
inflan a un ritmo superficial al que podría acostumbrarme.
Mis ojos se elevan hacia donde una perilla dura sube y baja por la garganta
de Cerulean, los músculos bombeando allí. Creo que le gusta lo que ve, tanto
como lo enferma.
Nos miramos el uno al otro, sin retroceder. Luego nos enderezamos y nos
refugiamos en nuestras propias sombras mientras la luna cubre nuestras piernas
con una película calcárea. Una silueta enorme de negro corta una línea sobre la
gama.
Debería ser raro, sentarse y no hablar con Cerulean. Pero no lo es. Sin
embargo, estoy inquieta y con ganas de discutir. Tengo este impulso de seguir
peleando con él, para ver con qué frecuencia ganaré.
Lo ataría con mi látigo si manipulara a estos salvajes habitantes, pero no
debería haber tenido que preguntar. Como dijo, los animales son sagrados para
los Fae, y este refugio es un ejemplo de eso. No es que lo perdone de otros
delitos.
digo: —Entonces, solo atraes a los humanos con esa flauta. Qué noble.
—Me gusta pensar que sí. Cómo amo nada más que los favores, las flautas y
el sexo —dice Cerulean sin pedir disculpas, haciendo que mis puños se
aprieten—. Sin embargo, noches como estas son más entretenidas. —Mueve la
barbilla hacia los animales residentes, su tono es dedicado, fiel—. Disfrutamos
las melodía juntos.
—Suena como un buen pasatiempo. ¿Por qué no hacer de los animales y la
música el trabajo de tu vida?
—Lo haré algún día. Tengo un excedente de tiempo por delante. —Abro la
boca, pero no ha terminado—. Has dicho que prefieres a las criaturas aladas.
Dime tu favorito.
—Me tienes confundida con alguien que quiere ser amigable.
—Viniste aquí por tu cuenta. A menos que mi instrumento prevaleciera por
fin, ¿y tú estás encantada?
—¿Lo estabas intentando?
—Nunca tuve que intentarlo, hasta hace poco.
Entonces digo: —¿Cuánto duele admitir eso? Detalles, por favor.
La boca de Cerulean se contrae. —No estaba convocándote.
—No me atrajeron. —Apoyándome en las palmas de las manos, balanceo las
piernas sobre el valle—. Tu compañero búho me despertó, eso es todo. Me
sentía impulsiva y entrometida. Dos cosas para las que tengo un don.
—Ha omitido la verdad más crucial. Te apetecía una camaradería con la
fauna, a pesar de mi advertencia.
—¿Me creerías si te dijera que los animales también son sagrados para mí?
—Te observé durante mucho tiempo en La Vigilia de los Ruiseñores. Tú,
retozando con los dedos de los pies descalzos con las aves.
Mis piernas dejan de balancearse. —¿Cuánto tiempo?
—Hmm. —Balanceando un codo en la muñeca opuesta, desliza un dedo
sobre la punta de una oreja. Entrecierra los ojos, como si tratara de recordar—.
Me imagino que mientras me espiaras esta noche. Al menos dame el gusto por
un rato. La luna brilla, la fauna ha salido a jugar y me siento egoísta. Es una
hora curiosa, en una noche curiosa.
El puma bullicioso y la cabra montesa retozan por el césped. Mi atención se
estremece sobre el Fae midiendo mi expresión. Demonios, sus bellos rasgos
rivalizan con el más devastador de sus compañeros y con los humanos, capaces
de poner de rodillas a ambas especies.
—Si vamos a hacer esto, tendrás que devolver el favor —dicto.
—Lo suficientemente justo. Ilumíname —le pide.
—¿Mi criatura alada favorita? Una alondra. —Y cuando una sonrisa
sarcástica cruza su rostro, empujo su hombro—. Bájate de tu alto trono. No es
una cuestión de vanidad.
—No dije una palabra.
—Es el primer pájaro que vi. Quiero decir, es el primero que recuerdo haber
observado de verdad, así que fue la primera vez que me di cuenta de cuánto amo
todo lo que vuela. —Me meto el pelo detrás de las orejas—. Pueden hacer algo
que yo no puedo. Llegan a vivir en el cielo, viajan con el viento y no tienen
miedo cuando lo hacen. Estoy celosa de que puedan ver el mundo desde arriba.
Al crecer, quería la misma libertad.
Me detengo, sabiendo que me he dejado llevar. Todo mi parloteo me ha
arrancado una sonrisa.
Cerulean considera esa sonrisa mientras pregunta: —¿Libertad de qué?
Me encojo de hombros, aunque no hay nada de qué encogerme de hombros.
—Yo era un deshollinador9.
La reacción de Fae es inmediata. Su atención salta a mis ojos para ver si hablo
en serio, luego cambia su ceño fruncido hacia los caminos irregulares de la
montaña. No sé por qué, pero parece perturbado. —¿Me contarás más?

9
Deshollinador: Limpiador de chimeneas.
Capitulo 19
No tengo que decirle una maldita cosa, pero un puñado de pensamientos
atraviesan mi mente. Renunciar mientras estoy por delante o ver adónde va esto,
averiguar adónde conducirá. Trate este parlamento como otro giro o vuelta en
este laberinto montañoso. Habla con mi captor, mantenlo cerca. Encuentra una
tregua, pero no cedas. Zambúllete por el borde, pero no choques.
Tal vez quiera escucharme a mí misma decirlo en voz alta. O tal vez quiero
decirle a alguien cuya opinión no importa, porque no hay riesgo. O quizás su
reacción sí importa, un poco.
Hablo de ser una niña. No las partes de tener un hogar, una familia y un
santuario. Hablo de todo lo que vino antes. Vivo en Middle Country, pero mis
raíces están enterradas en el sur entre los dragones.
—Soy la hija abandonada de un guardia de burdel —anuncio, cruzando las
piernas—. Nací durante una pelea de cerveza entre clientes, saliendo del vientre
de mi madre y en los brazos de la mujer que me ayudó a nacer. No sé quién es
“o era” mi padre, pero mi madre no tuvo tiempo de amamantarme ni de
envolverme, así que me dejó en un orfanato superpoblado antes de que pudiera
gatear, que me trasladó al País Medio y a otro orfanato superpoblado, del que
me escapé cuando tenía ocho años.
Tiro un guijarro al valle. —Nadie me dijo nunca que las calles eran igual de
malas. Me sacó de un callejón un hombre con cara de bulldog, que me convirtió
en uno de sus deshollinadores.
Cerulean escucha mientras describo los dos años que pasé escalando esos
pulmones de ladrillo ennegrecidos. Dos años de toser sobre las cenizas y tratar
de no desmayarme por el cansancio. Dos años de motas de hollín cubriéndome
los ojos. Dos años de codos desgarrados y rodillas raspadas. Dos años de uñas
llenas de mugre y convulsiones. Dos años de llorar hasta quedarme dormida.
Mi captor tenía un depósito de nosotros a mano, rotando los barridos
dependiendo de quién de nosotros estaba pirateando menos en un día
determinado. Si alguien se negaba, obtendría el cambio —o algo peor— y
tendríamos que mirar. Solo una fracción de los barridos lograron superar esos
años.
—Una mañana fui aplastada dentro de una chimenea, tratando de ahogar mis
sollozos —le digo a Cerulean—. No sé por qué, pero esa chimenea en particular
no tenía tapa, así que miré las nubes a través del techo, donde una caja azul
brillaba sobre mí.
Mi garganta se hincha con el recuerdo, pero sonrío a través de él. —Fue
entonces cuando vi al pájaro más pequeño dando vueltas y cantando una y otra
vez, como si supiera lo que necesitaba. Pensé en la libertad, en cómo esa criatura
lo hacía parecer tan fácil, y dejé de llorar. Me dio consuelo, y eso fue suficiente
para sacarme de allí.
Siempre había temido que mi captor me encontrara si intentaba escapar, pero
no me importó en ese momento. Mientras él estaba ocupado arrastrando a otra
chica a la casa de un cliente, bajé por la chimenea, salí corriendo de ese edificio
y seguí al pájaro mientras volaba sobre la ciudad. Corrí, corrí y corrí en la misma
dirección, hasta que me topé con un anciano de rostro amistoso.
La alondra había bajado en picada y posado sobre el hombro de Papa Thorne
mientras me sostenía firme, la preocupación grabada en sus rasgos oscuros.
Luché para darle una patada en la espinilla, pero cuando me di cuenta del pájaro,
me detuve.
Mi rostro mugriento y mis rodillas destrozadas le dijeron a Papa Thorne lo
que era. Limpió la capa negra de mi cabello y reveló una mancha blanca debajo
de las cenizas. Después de eso, me compró una tarta de queso grande y gorda y
me llevó a un curandero, y el pájaro se quedó en el hombro de Papa Thorne todo
el tiempo. Así fue como supe que estaba a salvo. Y así fue como encontré un
hogar.
Mis hermanas vinieron después de eso, tropezando por separado en nuestras
vidas ese mismo año, trayendo sus propias historias con ellas. Papa Thorne no
es alguien que ve a un niño abandonado y lo deja a su suerte. Entonces nos
convertimos en una familia.
—La alondra se quedó hasta que pude dormir toda la noche sin toser. Luego
se abalanzó hacia lo salvaje, tal vez para salvar a otros —digo—. De ahí es de
donde saco mi nombre. Como no tenía uno cuando papá me encontró, sugirió
que me nombrara. Así que elegí a Lark, para agradecerle al pájaro por darme
esperanza.
La luna y las estrellas bombean luz a la gama. Mientras observo el cielo
inhalar y exhalar nubes, la atención de Cerulean deja un rastro en mi perfil. En
el instante en que lo miro a los ojos, dobla una rodilla y se sienta en una pose
perezosa, la extremidad opuesta colgada cerca de la mía, ambas derramándose
por el borde.
Desparramado así, dice:
—Excepto que no necesitas alas para liberarte. Simplemente necesitabas
correr.
Por suerte para él, dijo eso sin ser condescendiente. —¿Estás diciendo que
siempre estuvo en mi poder huir? Porque no se sintió así durante dos años.
—Tengo el hábito de creer cómo se siente algo y qué significa ese
sentimiento… bueno, tal vez rara vez es obvio hasta que el momento termina.
¿Qué supones?
—¿Eso es un golpe?
—No. ¿Soy yo quien pregunta qué piensas?
Oh. —Prefiero saber si está en mí poder escapar de esta montaña.
—Y yo, por mi parte, no puedo esperar a averiguarlo.
—Por una vez, estamos de acuerdo.
Nos reímos entre dientes, el sonido extraño y francamente alarmante, porque
nos apagamos. ¿De dónde había salido esa risa? ¿Por qué le había parecido
nostálgica?
Niego con la cabeza. —¿Por qué te dije esto?
—¿Por qué escuché? —pregunta, igualmente desconcertado.
A pesar de las preguntas, algún tipo de conmoción late a fuego lento en
Cerulean, su boca azul oscuro se adelgaza con amargura. Parece que realmente
le importa mi historia.
Otra incomodidad se apodera de nosotros. Me muevo, inquieta pero no lista
para volver a entrar.
Esa misma silueta de antes se balancea sobre el paisaje, girando en espiral
alrededor de la cola de una enredadera. A diferencia de las de mi mundo, las
lianas trepadoras aquí son doce veces más grandes, atando los acantilados o
cayendo sobre soportes rocosos y balanceándose en el aire. El amigo búho de
Cerulean se lanza fuera de la torre y bate sus alas después de la otra criatura. Se
encuentran a mitad de camino, girando uno alrededor del otro en una formación
espiral continua.
—Tienes una, dos, tres, cuatro, cinco, seis preguntas en tu mente —observa
Cerulean—. Estoy empezando a descifrar el número basado en nada en
particular. No hace falta decir que muchas preguntas suenan como una gran
cantidad de tratos.
Me pregunto: —¿Cómo se puede evitar que los depredadores se apoderen de
los habitantes del refugio? ¿Cómo lograste que compartieran este hábitat sin
luchar por el dominio o aprovecharse unos de otros? ¿Se aceptaron francamente
o les llevó tiempo? ¿Moth y tú los atienden solos o ayudan otras hadas? ¿Qué
pasa con los curanderos de animales?
—Así que estaba equivocado. Cinco preguntas.
—¿Quién dijo que había terminado? Tengo toda la noche.
—¿Estás solicitando un puesto de guardián?
—No hace falta. Tengo uno propio.
—¿Uno qué?
Dejé que mi expresión inexpresiva hablara por sí misma. Sus cejas se juntan
de golpe. La sorpresa le sienta bien, y estoy orgullosa de haber puesto esa
expresión allí.
—¿Eres una guardiána? —pregunta.
—Podrías llamarlo así, pero prefiero el término, Diosa Fauna. Es exótico y
va con mi cabello.
El Fae me escanea de nuevo, la intriga animando sus rasgos. —Bueno, bueno.
Muy silencioso de tu parte, ocultándome ese bocado. ¿Qué tipo de fauna?
Me cubro. —¿Cuánto tiempo tienes?
Cerulean no responde, solo frunce la boca.
Como es mucho más divertido hablar sobre el Santuario Fable Dusk, le
cuento cómo paso mis días salvando criaturas, como esa alondra me salvó una
vez. Aunque nunca podría tener éxito sin mis hermanas. Juniper es un maestro
en averiguar las rutas de los cazadores furtivos y localizar sus trampas, por lo
que podemos recuperar a los animales. Con su habilidad para abrir mandíbulas
de acero y jaulas de metal, y con el talento de Cove para los carteristas,
aprendimos a trabajar de manera silenciosa y rápida, principalmente sin cruzar
armas y hacer enemigos.
De lo contrario, parte de la fauna se escapará por su cuenta. En esos casos,
peinamos las aldeas, caseríos y granjas vecinas, rescatando a los supervivientes
o a cualquier criatura que haya resultado herida. Es un trabajo agotador, pero a
mi familia le encanta.
No creo haber visto nunca a Cerulean perplejo o perturbado. Un montón de
preguntas invaden su rostro, así que pregunta y yo respondo. Las historias sobre
los animales fluyen, incluyendo cómo mis hermanas y yo aprendimos a criarlos,
las cosas duras y las partes preciosas. Le hablo del estanque que construyó
Cove, los pastos que Juniper mantiene para ciervos y cervatillos, y el aviario
improvisado que he equipado con casas, columpios y comederos.
Nuestra charla se vuelve animada, pasando de un detalle a otro, Cerulean
revelando curiosidades sobre la fauna Fae que no están registradas en las
Fábulas. Tiene sus propios recuerdos, algunos agridulces, otros histéricos, otros
desgarradores, otros fascinantes. Llegamos a intercambiar ideas para cuidar la
vida silvestre. No puedo creerlo, pero pierdo la noción de la noche.
Es decir, hasta que mis pensamientos se desvíen. El recuerdo de los animales
que Juniper, Cove y yo dejamos me atraviesa el estómago, al igual que los
pensamientos sobre Papa Thorne. Compartir esto con el Fae que lo arrancó todo
extiende la herida más.
Levanto una expresión acerada y se la arrojo a Cerulean. —¿Dónde están mis
hermanas? ¿Qué se ve obligado a hacer Juniper?
Parpadea desde nuestro trance, su expresión se transforma en indiferencia. —
Eso depende de Puck, no de mí.
—¿A qué está siendo forzado Cove…
—Y eso depende de Elixir.
Puck. Elixir.
Los otros dos gobernantes de este reino. Uno de los bosques, en las
profundidades del valle forestal. Uno de los ríos subterráneos, donde los canales
desembocan en túneles naturales.
—¿No los conoces lo suficientemente bien como para adivinar? —discuto.
—Yo podría. Es posible. Quizás —ofrece voluntariamente Cerulean.
Leí su mente. Estos estafadores y sus tratos. —¿Qué deseas?
—Eso depende de lo que quieras.
—Te lo acabo de decir.
—Tantas preguntas para la misma respuesta.
Amenazo con empujarlo por el borde de la montaña. A eso, echa la cabeza
hacia atrás y suelta una carcajada, solo parcialmente molesto de que hayamos
tropezado con el camino amistoso e invicto.
Cerulean hace girar la flauta entre sus dedos. —Llámame el elegante
embaucador. Llama a Puck el tramposo travieso. Llama a Elixir el tramposo
vengativo. La pregunta es, ¿cuál es más cruel? Piensa cuidadosamente. Con
mucho, mucho cuidado.
No saber sobre mis hermanas es una tortura. Pero si Cerulean hace su mejor
conjetura, tendré que llevar las imágenes a esta montaña y la preocupación me
distraerá. Si eso sucede, mis hermanas y yo correremos peligro.
—No quiero saber, ¿verdad? —murmuro.
Cerulean está a punto de responder cuando un conjunto de barrotes chirría a
través del parque. Me tenso, pero el Fae a mi lado deja caer el instrumento y se
lanza hacia el disturbio, sus músculos bloqueados. Mirando sobre su hombro,
él observa lo salvaje con ojos frenéticos.
Sigo su trayectoria. En uno de los árboles, el cardenal se posa en un columpio
de pájaro oxidado, que debe haber chocado con un peldaño vecino. Si no lo
supiera mejor, diría que sonaba como la puerta de una jaula cerrándose.
Me vuelvo hacia el Fae, que mira el columpio a través de rasgos relajados,
esos orbes inflando. Esta noche está desarmado. Mido sus pupilas engrosando
y sus dedos instintivamente flotando sobre su cintura, donde normalmente ata
la jabalina plegable.
Está asustado.
Los ojos de Cerulean se dirigen hacia mí. Un rubor recorre sus pómulos, pero
lo cubre rápidamente, la repugnancia eclipsa el miedo y la humillación. Ubica
su flauta en la hierba y la deposita en el carcaj en su espalda. —Difícilmente
desearía conocer el sufrimiento de las personas que me importan. No, a menos
que me ayude a salvarlos.
Un indicio ominoso se contrae en mi estómago. —¿Y eso ayuda?
—Sí y no. No y sí. Ambos y ninguno, y todos a la vez.
—Engáñame de nuevo, y tiraré tu flauta por el borde.
—Tírala por el borde y te haré atraparla.
—Hazme atraparla, y es mía.
Cerulean me mira. —¿De dónde vienes en The Dark Fables?
—Ya no estamos hablando de mí.
—Una pena. Me gusta hablar de ti mucho más de lo que debería.
Mierda. Él simplemente va y lo admite, y mi cuerpo simplemente reacciona.
Un hormigueo me recorre desde el cuero cabelludo hasta los dedos de los pies,
cargándome con más energía de la que tenía hace unos segundos.
De todos modos, aparto sus palabras de mis hombros como si fuera polvo.
Mucha gente en el pueblo me llama traviesa, pero con este Fae, no puedo
permitirme pensar como tal.
A nuestro alrededor, los grillos raspan el silencio. El césped emite la
fragancia herbal del tomillo.
Cerulean se gira hacia el valle, un gran tajo que perfora el paisaje. —Fui
criado por animales: un carnero errante, un guepardo, un puma y un raptor que
había sido rechazado por sus parientes. Mi madre y mi padre se fueron a uno de
los Tribunales Unseelie, dejándome atrás cuando era un novato, por lo que la
fauna me crio entre los serbales y las rocas. Me enseñaron a defenderme y a
vivir de la flora. Me enseñaron la paciencia y la vigilancia. Entrené con mi
jabalina contra ellos, afinando mi velocidad y reflejos. Y todas las noches, los
entretenía tocando la flauta que me habían dejado mis padres, lo único que me
habían dejado además de un arma. Descansaría con los animales, lucharía con
ellos, cazaría con ellos. Ellos eran míos y yo era de ellos. Nadie podía romper
eso, e incluso tan joven, sabía que mataría a cualquiera que lo intentara.
—Puedo ser un gobernante, pero las criaturas de la naturaleza son mi familia,
y vi lo que les hiciste. —Sus ojos angustiados se tragan la vista—. El día de La
Trampa, me quedé dormido en La Guardia de los Ruiseñores. En ese momento,
era mi lugar de descanso favorito. Con Moth viviendo allí, a veces sus padres
me invitaban a cenar en su cabaña. Otras veces, Moth y yo nos leíamos entre
nosotros bajo las campanillas de viento. Pero en esa noche en particular,
acabábamos de jugar un juego de escondite en el bosque, y luego había caído
en un sueño entre los nidos después de que ella se fue a casa.
—Menos de una hora después, me desperté con una cacofonía de balidos,
rugidos, chillidos y gritos. Bajo un sol cegador del mediodía, los humanos
habían pasado a hurtadillas por la Tríada, usando fuego mezclado con hierro
fundido para extinguir el velo que protegía nuestra tierra —sisea, su perfil
atrapado en recuerdos—. Tantos ruidos de mi salvaje familia. Los humanos los
arrojaron en cajas forjadas con más hierro. Recuerdo el olor de las alas
carbonizadas y la piel aserrando por mis fosas nasales. Recuerdo a los animales
gritando, con los ojos frenéticos mientras buscaban un medio para huir,
buscaban ayuda… me buscaban.
Cerulean toma un aliento angustiado y serrado. —Traté de liberarlos, pero
los tornillos de hierro me chamuscaron las palmas antes de que pudiera arrancar
las rejas de sus bisagras. De repente, una mordaza se metió en mi boca. Oh, pero
La Trampa no me asombró como debería. Lo que sí me asombró fue que los
mortales habían apuntado a la fauna, que no les había hecho nada.
Un nudo se hincha en mi garganta. —¿Y qué te hicieron?
—Me desperté en una jaula apenas lo suficientemente grande como para estar
de pie. Mis captores mortales me alimentaron y me proporcionaron agua cuando
estaban de humor, pero sobre todo jugaron juegos impresionantemente
creativos.
Para enfatizar, inclina la barbilla hacia sus brazos, donde unos cráteres
arrugados se clavan en su piel, como si alguien hubiera pinchado a Cerulean
repetidamente con una barra de chimenea. No había notado las cicatrices hasta
ahora. Me resultan… familiares.
Además, conozco todo sobre ser arrancado de una vida y empujado a otra. Sé
lo que se siente al ver criaturas dañadas en cautiverio. Entiendo el impulso para
salvarlos. Sé lo que significa tener una familia, tanto humanos como animales
—y perderlos.
Y aunque no había visto la peor parte de La Trampa, había conocido una
excepción. Me pregunto si Cerulean lo habría conocido, si había sido amigo de
él, pero no le preguntaré. No quiero compartir a ese chico todavía, no con nadie.
Después de todo lo que ha pasado, no debería sentir lástima por Cerulean.
Pero eso me compararía con mis vecinos, que no sabían cuándo detenerse,
incluso después de que salieran victoriosos.
—Durante semanas, no tenía idea de lo que le habían hecho a la fauna —
continúa Cerulean—. Pero los sonidos de ellos siendo capturados dieron vueltas
en mi mente. Pensé que me volvería loco de angustia, cuestionándome qué les
había sucedido y qué les había pasado a mis vecinos solitarios. Me imaginé lo
peor, con razón. —Aprieta sus labios oscuros y susurra—: Hostigamiento.
Sacrificio. Abuso. Cuando por fin hui, los encontré y vi el precio de la venganza
de un mortal. Era demasiado tarde para los ancianos y los niños Fae, y mi
familia fue masacrada excepto por uno. Había tantas hadas y criaturas,
demasiadas. Podría haberme caído de rodillas en medio de la carnicería, si no
fuera por el último miembro de mi familia y los animales restantes, que me
necesitaban para salvarlos.
Mis ojos se humedecen. —No todos somos así —aventuro en voz baja—.
Los padres aman a sus hijos e hijas. Adoran a sus compañeros animales y los
consideran familia. Los agricultores adoran a su ganado. Los cazadores honran
sus capturas —digo, pensando en Juniper y su ballesta—. No puedes
sorprenderte de que no todos los humanos hubieran lastimado tu fauna o esos
niños Fae que fueron secuestrados. En cuanto a los alborotadores, ¿quién lo
hizo? Estaban enloquecidos por el dolor y la ira. Los has plagado durante siglos,
y fueron educados para pensar que todos los seres mágicos son malvados.
—Entonces, ¿quién tiene la culpa? —chasquea—. ¿Quiénes son los
monstruos?
—Tal vez ambos. —Niego con la cabeza—. Tal vez todos los reinos tengan
sus monstruos y salvadores.
—Por mi parte, no lo negamos. Siempre habrá Fae que saboreen las lágrimas
y la obediencia vidriada de los humanos, la destrucción de sus vidas sin magia.
—Me valora con algo parecido al respeto—. Sin embargo, siempre puede haber
un ser humano que tenga un santuario para la fauna mortal.
—También guardaría uno para los animales Fae, si pudiera. Si hubiera
encontrado uno de ellos después de La trampa, habría tratado a la criatura con
ternura.
La cabeza de Cerulean se desvía, los músculos de su rostro trabajan para
permanecer impasible.
Por mucho que odie admitirlo, me gusta este lado de él. Me gusta mucho.
—Pregunta —dice Cerulean sin volverse.
Así que lo hago. —¿Cuántos años tenías?
—¿Qué? ¿El Libro de Fábulas no lo dice?
—Sabes que no es así. Creo que lo has leído.
—Numerosas veces, y por eso reflexiono. Verdades completas, verdades
parciales y falsedades. ¿Qué es más valioso para un humano?
—Para. Ya te lo dije, yo no era uno de ellos, Cerulean.
Me mira. —No te pareces a nadie, Lark.
El sonido de mi nombre posado en su lengua tiene un efecto alarmante. Mi
pulso marca un ritmo en mi pecho, y un zarcillo de aire se desliza bajo mis
inquietos pies.
El búho cornudo desciende de las nubes, reapareciendo después de su
jugueteo con la otra ave. Mi corazón se aprieta al ver que le falta un ojo a la
lechuza. Sin embargo, el raptor tiene resistencia, gira a nuestro alrededor y se
posa en el hombro de Cerulean. Cuando el Fae susurra algo suave y obediente,
el pájaro vuela de regreso a su trono en la torre.
—Él pide música —me dice Cerulean—. Lo hace a menudo.
—Creciste con él —supongo—. Es uno de los animales que te crio… la rapaz
que mencionaste.
—Da la casualidad de que fue el primero en aparecer, cubriendo mi pequeño
cuerpo bajo su ala. —Cerulean sonríe con devoción—. Ha sido mi guía, mi
amigo y nada menos que un padre para mí. Sin embargo, eso no es lo que
quisiste decir, ¿verdad? No, no lo creo. —Su semblante afectuoso se desvanece,
sus ojos se tornan de granito—. Le habían roto las alas. Estaba cojeando en la
jaula cuando lo localicé, sus garras habían sido cortadas y le habían arrancado
uno de los ojos. Quería mutilar a quienquiera que lo hubiera hecho, mi rabia era
tan aguda que lo probé en mi lengua, pero no había tiempo para venganza, y era
demasiado joven. Logré liberarlo antes de que los mortales hicieran más daño.
Se da cuenta de que mi palma cubre mi boca con horror y dice:
—No temas. Está curado y es una criatura regia y orgullosa.
De alguna manera, me las arreglo para sonreír. —Creo que es un alma
gemela. Me preguntaba sobre tu conexión.
—Eso no es todo lo que te has estado preguntando.
—¿Cómo escapaste? ¿Tú y tus hermanos? Las Fábulas no lo dicen.
—Ah. El gran misterio. —Cerulean se reclina, su torso flexionado bajo toda
esa carne de marfil. Maldito calor. Era sexy cuando lo vi, luego feo cuando lo
conocí, y ahora está volviendo poco a poco a mi primera impresión.
Soy una traidora. Pensando en mis hermanas, me alejo de esos músculos
tonificados. —¿Entonces? Como crees que no saldré viva de aquí, también
podrías revelar tu secreto.
Con ojos muy abiertos e inocentes, afirma:
—Por qué, escapé por arte de magia.
— Vete a la mierda, Fae.
—Qué sucia lengua mortal.
—Aparentemente esta lengua te asusta muchísimo, si estás bailando
alrededor de la verdad. ¿Tengo que preguntarlo de otra manera?
Una sola ceja salta sobre su cabello revuelto. —¿De cuántas formas tienes en
mente? —Sin embargo, duda—. No tengo idea de cómo escaparon Puck y
Elixir. Languidecimos en lugares separados, y nunca me lo han dicho. Nos
cruzamos mientras huíamos con aquellos a quienes habíamos salvado, porque
parece que tuvimos la misma idea heroica y fuimos los únicos tres Fae que
lograron escapar, los únicos tres que quedaron en pie. Llámalo destino.
—Llamaré a eso una fábula con seguridad, cada uno de ustedes se libera por
separado.
Puedo decirle a Cerulean que está a punto de responder sin contestar. Por
alguna razón, no quiere que sepa los detalles. Pero un colibrí revolotea hasta mi
rodilla en ese momento, haciéndome cosquillas en el muslo. Con una carcajada,
acaricio sus alas color esmeralda con mi meñique, lo cual deleita a la criatura
porque tiembla.
Sonriendo, lo veo alejarse. Entonces atrapo a Cerulean mirándome, y
cualquier enigma que él había planeado sobre girar muere rápidamente. —Yo
no me liberé.
Mi boca lucha por responder. —¿Qué?
—Me escapé, pero no me liberé.
—Pero las Fábulas no mencionan a nadie que te ayude.
—No lo harían, ¿verdad? —Cerulean contrarresta—. Nadie más estaba allí
esa noche, más que yo y mi salvador. —Mira al cielo con cariño, una visión
inquietante que contrae mis costillas con envidia, lo cual es una auténtica
tontería ya que lo desprecio—. A decir verdad, ayudé a rescatar la fauna, pero
no me salvé. Tengo que dar cuenta de eso a ella.
Ella. Es un ella.
Sus palabras despiertan una terrible corazonada, un remolino de escombros
de posibilidades que ahoga mi respiración. La desesperación y el presentimiento
se enredan en mi vientre. Pero no, está solo en mi cabeza, una noción inventada
por mi corazón desesperado. Tiene que serlo.
La noche apenas ha comenzado, pero cuando salga el sol, esta noche se
trasladará al pasado. Con un poco de suerte, se llevará esta horrible corazonada.
—La trama se complica —digo, fingiendo mi compostura—. Espera, ¿qué
estás haciendo?
Cerulean se pone de pie. —Estoy haciendo mi gran salida. ¿Qué crees que
estoy haciendo?
—No has terminado de contarme la historia.
—La mayoría lo llamaría una fábula. Una pluma crece de mi cabello, después
de todo.
—En La Guardia de los Ruiseñores, mencionaste que te recuerdo a alguien.
—Me lamo los labios—. ¿Es la misma mujer? ¿Qué edad tenían ustedes dos?
Cerulean hace una pausa para estudiar la ventana más alta de la torre, como
si las respuestas estuvieran escondidas allí. —Estas bastante curiosa esta noche.
Nunca supe su edad ni quién era.
No puedo dejar que sospeche nada, así que me hago la tonta. —¿Eso significa
que nunca volviste a ver a esta Fae?
Sus músculos de la espalda se flexionan. Mira por encima del manto de su
hombro y me mira con una ceja alzada. —Nunca dije que ella fuera una Fae.
Capitulo 20
Me siento allí, azotada por sus palabras. Los pelos de mis brazos se erizan y
mis articulaciones se bloquean, no puedo moverme. Quien le ayudó a escapar
era una mortal. Estaba encerrado en una jaula, en Reverie Hollow, y una chica
mortal lo liberó.
Esto no es una coincidencia.
De pie bajo un resplandor de nubes blancas, Cerulean observa mi reacción.
Sus rasgos se tensan con confusión y luego se vuelven más escépticos cuando
un cordón invisible tira de nosotros, desde mi pecho hasta el suyo.
Mi entrada. Su salida.
Una conexión. Un recuerdo.
Lo he mantenido enclaustrado, escondido en la compacta cáscara de mi
corazón. Ahora esa cáscara tiene una grieta, y se está ensanchando.
Pero esto no puede ser. Es imposible.
No puede ser el chico de mi pasado. Eso fue hace menos de una década, y los
Fae no maduran tan rápido como los mortales. La inmortalidad significa que
tardan más en desarrollarse, así que, aunque no sé la edad de Cerulean, está
completamente crecido y es físicamente demasiado viejo para ser ese chico.
Y lo que es más importante, ese chico fue atravesado con hierro por mi gente.
Las hadas no vuelven de eso. Aparte de la inmortalidad, no se levantan de entre
los muertos si son asesinados en batalla.
Ruidos irreconocibles se escuchan a través de la cima, la fauna Fae es tan
nocturna como el resto de sus habitantes. La llamada de una rapaz araña en El
Horizonte. Un pequeño pájaro que grita desde un árbol. Las hojas se agitan en
torno a los peludos miembros de una cabra montés errante.
El pecho desnudo de Cerulean se levanta, las crestas se contorsionan. —No
te caigas del borde, preciosa Lark.
Me saca de mis casillas. —No me empujes ahí, malvado Cerulean.
Me lanza una leve sonrisa que no promete nada, y luego merodea alrededor
de la base de la torre mientras saca su flauta del carcaj y toca su música. Los
animales le siguen, trotando y revoloteando a su paso mientras se adentra al
interior. La música se enrosca en el aire y por el cruce mientras se desprende de
los arbustos.
Mis oídos se esfuerzan por escuchar la melodía que suena como el paraíso.
Notas plateadas se deslizan en una corriente que acaricia los árboles y ondula
el dobladillo de mi camisón. Salgo de mi parálisis y me dejo caer de espaldas
sobre la hierba. Me tapo la boca con las palmas de las manos y cierro los ojos.
Me asalta una visión: una chica inventando un montón de profesiones que
deberían existir en este mundo pero que no existen, y un chico escuchando,
convenciéndola de que tiene el poder de convertirse en cualquiera de esos
expertos.
Pero ese chico está muerto. No puede estar vivo.
Me tiemblan tanto los dedos que los froto contra mis muslos, pero no consigo
calmar los temblores. La flauta se interrumpe y luego vuelve a empezar,
acariciando la punta de esta, hasta que el sonido llega a mí. La melodía cambia,
convirtiéndose en una canción de cuna que suaviza el nudo de mi garganta.
Aunque pasa mucho tiempo antes de que deje de temblar, y aún más antes de
que reúna las fuerzas para abrir los ojos.
Una ráfaga de viento hace cosquillas a las flores y despeina la hierba. Las
estrellas espolvorean el paisaje de fantasía, interrumpiendo el blanco sereno y
verde azulado.
Escucho los rastros de su flauta, reflexionando si esa canción de cuna no es
únicamente para la fauna. Cerulean no había estado haciendo una gran salida.
Había estado ofreciendo una invitación. ¿Un final para esta noche? ¿O un
comienzo?
Me pongo en pie, recorro la base de la torre, atravieso el césped y sigo el
delgado hilo de agua. En el lugar, unos árboles larguiruchos penetran en el cielo,
con sus troncos altos y delgados como lanzas. Los setos brotan del suelo y las
flores de la luna cuelgan de las espalderas.
Un arroyo se desliza sobre las piedras como si fuera cristal líquido. El camino
se curva alrededor de una fuente burbujeante, cuya pieza central es un caballo
alado en vuelo, suspendido sobre una amplia caldera de vapor.
La melodía de la flauta me llama como un dedo retorcido. Rodeando el borde,
atravieso al otro lado presionada por la hierba y me detengo en seco. Siento a
mi pecho partirse en dos, como sangre que surge de alguna grieta e inunda mi
cuerpo.
Cerulean está recostado sobre una roca cubierta de musgo, con un pie
apoyado en la superficie. Es una visión sacada de las páginas de una fábula, sus
folclóricos dedos bailan sobre el cuello del instrumento, sus finos nudillos saltan
sucesivamente.
La fauna se extiende, dedicándose a su velada. Pastorean y se alimentan, y
sus sombras salpican los senderos y afloramientos. Cerulean toca para las
criaturas, pero sus ojos se fijan en mí. Sus labios se fruncen contra el
instrumento, su boca hinchada y oscura como la tinta. Con cada soplo y suspiro,
el largo tallo libera los sonidos de la música.
De alguna manera, la presencia de los animales revierte el torrente dentro de
mí, mi corriente sanguínea se asienta. En esta tierra, todo es posible. Así que
hasta que sepa más, necesito mantenerme en calma y paz.
Me apoyo en una roca en el borde opuesto. La música se convierte en un débil
grito y luego se diluye en la noche. Cerulean levanta los labios de la flauta y
enarca una ceja. —Como sospechaba. ¿No podías mantenerte al margen?
—¿No pudiste resistirte a llamarme? —le disparo.
Su boca cerrada se convierte en una sonrisa. Mete el instrumento en su carcaj
y se cruza de brazos. Lo tengo calado: no es una pose distante, sino que está
llena de intenciones vagas y de una intimidación aún más ociosa. Este Fae está
acostumbrado a hacer proposiciones. Está acostumbrado a hacer tentaciones y
manipular los deseos. Está acostumbrado a salirse con la suya.
Igualo su pose y su expresión, exagerándola hasta el punto de que Cerulean
enseña los dientes afilados, con una risita mágica que brota de su garganta. La
mayoría de las veces he querido golpear esa boca risueña, pero esta noche…
Me arranca una carcajada.
Ocurre de manera constante y de la nada. Caemos sobre el camino, Cerulean
está guiándome por los senderos, el matiz de la fauna y la vida silvestre crea un
puente, un vínculo temporal, que nos coacciona a comportarnos. Una vez que
los Solitarios lo nombraron gobernante, erigieron esta torre, y él supo al instante
qué hacer con ella, creando este lugar para los supervivientes de La Trampa. No
fueron ellos quienes lo criaron, pero se han convertido en su nueva familia de
todos modos. Me cuenta anécdotas, me describe los hábitos y las personalidades
de cada habitante. Entre ellos, el búho tuerto, que es muy exigente con la
comida.
Comparo esos detalles con las peculiaridades y rutinas de los animales en
casa, y hablamos del duelo por los que no hemos podido salvar. Contemplamos
la claridad y la oscuridad de todo esto. Reflexionamos sobre las jerarquías de
los animales salvajes, sus territorialidades, su capacidad para establecer
vínculos con otras especies y sus impulsos violentos, como cuando rechazan a
los suyos o atacan a otras criaturas. A veces es sin provocación, sin más razón
que el instinto.
Cerulean se lleva un dedo a la boca y extiende un manojo de follaje para
revelar un nido de adorables polluelos de pájaro carpintero. A mi insistencia,
comparte la sabiduría popular sobre la antigua fauna, explicando cómo los
Pegasos habitaron esta región antes de caer en manos de los dragones.
Yo relato los problemas que tiene El País Medio con los cazadores furtivos.
Debatimos sobre la caza furtiva con fines lucrativos frente al problema del
hambre y cómo conciliar ambos. Es difícil condenar a los que necesitan
alimentar a sus familias, gente dispuesta a atrapar y robar animales de tierras
privadas si eso significa poner comida en la mesa. Pero no son los únicos. El
último imbécil al que me tiré es un ejemplo de ello, aunque Juniper conoce a
ese tipo mejor que nadie.
Luego está el resto del continente. El territorio de los elfos ve la cuota de
pérdida de su hábitat como algo relacionado con el comercio mortal de magia
ilegal, que compromete el paisaje del norte. En las tierras de los dragones, los
humanos venden animales para el entretenimiento: juegos de carnada, peleas de
animales y otros horrores en los que los malvivientes hacen apuestas. No estoy
al tanto de los detalles de esas regiones, y Cerulean admite que sólo ha viajado
fuera de El País Medio un puñado de veces. De todos modos, el conocimiento
nos pesa, así que nos refugiamos en los cuentos sobre las criaturas de esas tierras
remotas. Las liebres, los lobos, los leopardos de las nieves, los osos blancos y
los renos del norte. Los tigres, las esfinges, las panteras, los jaguares y los
reptiles —incluidos los cocodrilos— del sur.
Deambulamos de un rincón a otro, caminando por pasillos cubiertos y
escalones iluminados con antorchas que conducen a niveles apilados con
vertiginosas rutas de setos. Veo mini puentes que se arquean sobre huecos sin
fondo. El lugar es más grande de lo que parecía desde la distancia, otra
perspectiva exterior distorsionada.
Me imagino que lo que hacemos es para mantenernos a raya el uno al otro,
pero es más que eso. El paseo es serpenteante y la charla no supone ningún
esfuerzo, la tensión es palpable. Cuando su mano choca con la mía, un rayo
chisporrotea desde mis dedos hasta mi ombligo. Por el rabillo del ojo veo que
los dedos de Cerulean se tensan.
Lo odio. Lo odio por mil razones. Y odio que una de esas razones no tenga
nada que ver con el odio.
Pasan las horas. El amanecer se despliega poco a poco, vertiendo una pálida
niebla azul a nuestro alrededor. ¿Dónde ha ido a parar el tiempo?
Llegamos a un lugar solitario, donde hay un mirador tejido con flores de luna
en el borde. Debajo de un poste con una antorcha, Cerulean apoya un pie con
botas sobre un peñasco cubierto de musgo. —Bueno, bueno, bueno. Nos hemos
subestimado.
Mi mirada dibuja el mirador, luego regresa a él. —¿Por qué no la has
buscado?
La primera luz del día pinta su rostro con una red de sombras en forma de
plantas. Se pone rígido y luego suspira dramática y peligrosamente. —Y yo aquí
pensando que lo estábamos haciendo tan bien.
Lo estábamos, pero yo no lo estoy haciendo bien. Nunca terminamos de
hablar de su pasado, y yo he estado evitando los hechos. Pero la noche está a
punto de terminar, y me niego a solo dejarlo.
El Fae acecha hacia mí. —Ten cuidado, Lark. Estás avanzando sobre un
camino peligroso. Hay una fuerte caída hasta el fondo, y te aseguro que te herirá.
—Todo lo que tenías que decir era… Es privado.
—¿Es eso un hecho? Pues entonces, es privado.
—Así era mi vida antes de que me la quitaras. —Cuando eso no funciona, le
doy un puñetazo—. ¿Tienes miedo de buscarla?
Sus ojos azules brillan. —No he tenido tiempo para buscar. Ser gobernante
viene con un horario de gobernante.
—Que generoso de tu parte. Has encontrado un montón de tiempo para mí.
Un violento vendaval golpea nuestras ropas. Me apoya contra el mirador,
donde el follaje roza mi camisón. Cerulean se inclina, poniendo sus manos a
ambos lados de mí y aplastando las hojas en sus puños. Ese único tejido de pelo
se balancea del resto de sus capas, la punta emplumada rozando mis clavículas.
Siento ese cosquilleo detrás de mis rodillas, en la punta de mis pechos y entre
mis muslos.
Está en todas partes, como el cielo, el viento.
Se desliza hacia mi oreja y hace lo peor, susurra contra mi piel. —Eres una
prioridad desafortunada. —Jadeo cuando inclina la cabeza, sus labios oscuros
rozan la línea de mi garganta y trazan un camino hacia el centro—. Una
prioridad bastante problemática… —y luego a mi barbilla—, agotadora… —y
luego al pliegue de mi boca—, una entrometida en todo…
Se me cierran los ojos y una ráfaga de sensaciones me punza la piel. Estoy
más encendida que una pira, y casi me quedo flácida en los brazos de él. Un Fae
sexy y destructivo que sabe lo que hace.
—Me has quitado las palabras de la boca —digo y mis dedos se posan
instintivamente en su cintura, las puntas de mis dedos se deslizan bajo sus
pantalones de seda.
Cerulean suelta una estremecedora y amenazante ráfaga de aliento, con sus
astutos labios a menos de un centímetro de los míos. —Podría tomar mucho
más que tu boca. Podría lamer cada músculo amotinado que se contrae en tu
interior.
—Y yo podría morderte la lengua —juro mientras me arqueo contra él, con
mis senos deslizándose sobre su torso.
—O —propone, colando su cabeza bajo mi mandíbula y rozando el contorno
con sus labios—, podrías follarme con odio.
Las Fábulas son eternas. Siento esa sugerencia en la hendidura entre mis
piernas.
La forma en que lo dijo, apasionada, revuelta y vergonzosamente
desesperada. Resume cómo me siento yo también. No sé qué nos une, pero es
una fuerza irremediable.
Estoy enredada con mi némesis, que probablemente sea el chico de mi
pasado, y que se propone derribarme. No puedo evitar imaginarme nuestros
cuerpos entrelazados moviéndose de forma enérgica. Mis piernas atadas a su
cintura. Sus caderas chasqueando y abriéndome de par en par.
Quiero arañar ese oscuro lío de pelo. Quiero despeinarlo aún más de lo que
ya está. Quiero conocer la textura de su piel. Quiero esa boca viciosa.
No puedo confiar en todo esto. No puedo confiar en mí misma.
Se necesita un gran esfuerzo para superar su tacto y centrarse en lo que ha
confesado. —¿Qué significa eso? Que soy una prioridad —murmuro—. Y no
tergiverses la verdad, o asumiré que eres un cobarde.
Eso es todo. Cerulean arrastra su cara hacia la mía, la niebla se despeja de sus
ojos. El delirio disminuye y la cordura regresa cuando nos desenredamos y
nuestros pulmones toman oxígeno. Estoy jadeante y confundida, y estoy segura
de que mi expresión es tan acusadora como la suya, cada uno de nosotros
culpando al otro de este lio.
—El cielo no se oculta —dice con resentimiento—. Yo tampoco.
—¿De verdad quieres ir allí conmigo? Porque saltas alrededor de la verdad
más que una liebre.
—O la verdad a veces se pierde. Viene en muchas formas si prestas atención
al fondo.
—Y a veces la verdad es más poderosa cuando dices lo que quieres decir.
Llámalo reto o trato. Llámalo sorpresa, ya que te gustan las sorpresas. Llámalo
como quieras. Sólo dime algo real.
Esto no es del todo objetivo, ya que acabamos de pasar la mayor parte de la
noche charlando sobre un montón de cosas auténticas. Me confió más de lo que
yo esperaba. Me sorprendió más de lo que yo esperaba. Y hemos revelado más
de lo que podía prever, incluyendo las ganas de hacer gemir al otro.
Pero esto no tiene que ver con la fauna o el espacio natural, y no se trata de
anhelos mutuos. Mi frustración viene de un lugar diferente, un lugar que se
rompió mucho antes de que entrara en esta montaña. Un anhelo insatisfecho del
que él podría ser responsable.
Cerulean no responde. Detrás de él, las nubes brillan en un lienzo que indica
el amanecer.
Entonces vuelve a brillar. Sin una palabra de más, se endereza y me ofrece la
mano.

Debería haber sabido que este Fae aprovecharía un escape durante la Media
Luna. Ser gobernante tiene sus ventajas. Puede que no se nos permita vagar por
nuestra cuenta durante este periodo, pero la fauna sí. Así que, ¿por qué no pedir
un paseo?
Cerulean se desvía hacia la torre para dejar el carcaj de la flauta. Regresa con
un abrigo largo, que debe haberse puesto, y cuyas solapas se abren para dejar al
descubierto su abdomen desnudo. Mira la aguja de la torre, luego se inclina y
hace una súplica al búho. Con el mismo sentimiento de reverencia, le sigo,
inclinándome humildemente.
El ave se lanza desde el edificio, se transforma en su forma más grande,
aterriza ante nosotros y le da un suave codazo a Cerulean con el pico. —Tímien.
—Cerulean se levanta y enmarca la cabeza del ave rapaz—. ¿Vvjúkan ojjur
fankade?
—¿Ti . . . Tímien? —Me hago eco—. ¿Es ese su nombre?
—Es un apelativo del Faeish antiguo —dice Cerulean mientras acaricia las
plumas del ave—. Significa eterno.
—Eso es hermoso. —Hago un gesto hacia donde están los animales—.
¿Todos tienen nombre?
—Por supuesto. —Me lanza una mirada de reojo—. Pero aún no me lo han
dicho, los muy insolentes.
Me río. Según su breve explicación, la naturaleza da nombres a la fauna de
los Fae.
Montamos las plumas de Tímien. Detrás de mí, Cerulean se sienta a
horcajadas sobre la criatura, con su pecho alineado con mi espalda. En el vértice
de su cuerpo, mis muslos se amoldan a sus duras extremidades.
Susurra ingeniosamente. —No te caigas
Y el consejo me hace cosquillas en la nuca. —¿Tu o yo?
El búho salta de la cima y navega hacia los elementos. Disfruto del escozor
del viento contra mi cuerpo, del aire que aúlla junto a nosotros y de los tonos
oro rosa y bígaro de la mañana. Las escaleras, los puentes y las rampas. Las
escaleras laberínticas. Las casas de los Fae y los edificios de piedra y los ramales
tejidos con columnatas y pabellones. Las ventanas altas y los arcos abiertos. Las
cortinas que sustituyen a las puertas y cristales.
Este es un mundo que respira.
Nos deslizamos a través de los resquicios de la montaña y costeamos de lado
el valle. Demasiado pronto, el búho desciende sobre una llanura de flores
silvestres que cubre otro cenit. El pináculo es redondo y pequeño, no más ancho
que un lago.
Después de desmontar, veo a Tímien lanzarse por el borde y enroscarse en su
forma original. Su cuerpo se vuelve más diminuto, reduciéndose a una cinta de
alas y disolviéndose en la vista.
—Sólo hay un lugar para recibir la verdad completa en nuestro dominio —
entona una voz por encima de mi hombro—. Sin embargo, es complicado.
Estudio su ágil forma sombreada en el suelo. —He oído que todo lo que es
real es siempre lo más complicado.
—Entonces, ¿qué esperas? Echa un vistazo. —Se acerca, sus pantalones
golpean mi camisón, mientras que yo ni siquiera había pensado en vestirme
antes de salir.
Colocando su barbilla sobre mi hombro, Cerulean señala. —Ahí.
Sigo su dedo extendido hacia el sol que se arrastra por la cordillera, una
brújula que derrite el paisaje con calor y que cubre el terreno con una paleta
rosada. —¿El Horizonte?
—El Horizonte que nunca miente —dice—. Desde aquí se ve la verdadera
forma de la vista, un tapiz tejido por las sílfides —tus Fábulas las llaman
espíritus del aire—. Si tienes una pregunta, el Horizonte te transmitirá la verdad
con claridad —ah, ah, ah. No tan rápido, mi Lark.
—¿Qué? Yo no…
—Estabas a punto de hacerlo. La verdad tiene un precio. El Horizonte sólo
responderá a tu pregunta si le ofreces algo, y sólo responderá a una pregunta
sobre el ofrecimiento que le has hecho. Aunque ten cuidado, no estamos aquí
para eso. Simplemente te estoy presentando este escenario por una buena razón.
—Parece algo que no debería saber si quiero conquistar esta montaña. ¿Por
qué molestarse en lanzarme esa miga de pan?
—Porque es impresionante.
—No. Es porque dudas de que tenga algo que el Horizonte pueda valorar. —
Y si es así, probablemente tenga razón, pero mi corazón late igualmente—.
¿Qué tiene esto que ver con la chica que te ayudó a escapar?
—Nada y algo. Si voy a impartir una verdad, será mejor que lo haga aquí con
el Horizonte como testigo. ¿Vas a darte la vuelta?
—¿Vas a ir al grano?
—Oh, confía en mí, estoy llegando a muchos puntos —dice dulcemente—.
Primero esto: No tengo miedo de buscarla. De hecho, he soñado con ella, pero
como te informé, me ha faltado tiempo para actuar. He estado ocupado
persiguiendo a otros mortales.
—Para hacerles correr este laberinto por venganza.
—Para la longevidad. —La silueta de Cerulean se refleja en la hierba, un
espectro oscuro trazado por el resplandor del sol.
El pavor sube por la parte posterior de mi cráneo. Después de La Trampa, los
pobladores creyeron que habían fracasado en su misión. Pero, ¿y si no lo
hubieran hecho?
—¿Dices que…? —me detengo, sorprendida—. ¿Estás diciendo que tuvimos
éxito? Que hemos debilitado la montaña.
Cerulean se asoma. —Hemos rectificado los daños.
¡Por Fables! Los Fae están en peligro de desaparecer. ¿Pero qué quiere decir
con rectificar el daño?
—Tu gente se llevó una parte bastante grande de la mía. Mantuvieron a los
nuestros entre barrotes de hierro hasta que murieron solos, con sus lágrimas aún
no secas. Cazaron y destrozaron nuestra fauna —dice—. Por eso, lo que
tomaron de la montaña, están destinados a devolverlo. Buscamos penitencia y
no sólo venganza, como te han hecho creer.
Su brazo se desliza alrededor de mi vientre, sujetándome a su torso. —
Después de convertirme en gobernante del cielo, hice el voto de vengar a las
Hadas caídas que no fueron tan afortunados como mis hermanos y yo, así como
la pérdida de nuestra fauna: la pérdida de mi familia salvaje. Abrí una de las
cicatrices de hierro que me dieron los humanos, ofrecí mi sangre y pedí al
Horizonte que me guiara.
—Mi visita me proporcionó un improbable salvavidas. Hay una oportunidad
de restaurar a los caídos. No a los Folk que murieron, porque trágicamente, no
pueden volver. —La presión de su voz aumenta, luego sale con fuerza—. Pero
la fauna sí puede.
Parpadeo. ¿Ellos… ellos pueden qué?
Cerulean continúa. —Por cada molestia humana que erradiquemos, una
criatura que haya sido derrotada recibirá un segundo impulso de vida. Ten en
cuenta que no es una resurrección. Llámalo una extensión. Porque como los
animales están conectados a la naturaleza, los perdidos volverán a través de la
tierra, brotando de los acantilados, las raíces, las aguas. Volverán a estar
completos. Así, nuestra tierra florecerá, y nosotros seguiremos viviendo.
—Sin embargo, nuestra tarea debe llevarse a cabo hasta el final o se perderá.
Y en lugar de eliminar directamente a las víctimas, debemos ofrecer un desafío,
una oferta, como es nuestra eterna costumbre. Podríamos llamarlo un juego.
—La montaña —me doy cuenta.
—La montaña —repite él—. O el mortal acepta, o muere sin preámbulos. En
el primer caso, se consolida el trato y el camino hacia la restauración. En el
segundo caso, acabamos con la vida del humano y debemos buscar otro
sacrificio. Dado que muchos nos han sorprendido eligiendo su muerte
inmediata, nos ha llevado más tiempo del previsto dar cuenta de la fauna
perdida. No volverán a menos que se alcance ese número abundante antes de
que la montaña se marchite. Tenemos hasta el decimotercer año.
Han pasado nueve años desde La Trampa. No es mucho tiempo para los
estándares Fae.
Cerulean revela que cuando se enteró de esto, se lo dijo a Puck y a Elixir,
armándolos con la carne para revivir sus propios territorios. Esa es la razón por
la que tienen a Juniper y Cove.
Me estremezco en la jaula de su abrazo. —Por eso atraes a los humanos uno
por uno. Para que no haya más cadáveres.
—A veces, quedan hechizados por mi flauta, el chelo de Puck o el arpa de
Elixir. A veces, vagan por la Tríada por su cuenta.
Como yo. Por eso estoy realmente aquí, por eso intenta destrozarme: para
recuperar a uno de los caídos, para evitar que Faerie se desvanezca. Como los
Solitarios son neutrales y no tienen aliados, esta cruzada es toda para ellos.
Para su familia salvaje y la longevidad de sus compañeros, necesita que yo
pierda.
Eso significa que sus hermanos necesitan que mis hermanas fallen también.
Me repugna. Diablos, entiendo la necesidad de vivir. Eso no es lo decisivo.
Puede que lo hagan para sobrevivir, y que la costumbre sea un juego, pero
sigue siendo un sacrificio de vidas inocentes. Y uno espantoso. Nadie les obliga
por la punta de una espada a prolongar o magnificar el sufrimiento de cada
mortal.
Es imperdonable. Sin embargo, no retrocedo ni me desvío para golpearlo.
¿Qué magia oscura es esta? ¿Qué me está pasando? ¿A nosotros?
—¿Quieres más verdades? —pregunta Cerulean con amargura,
apasionadamente—. ¿Debo darte algo real? ¿Muchas cosas reales?
Si no conociera a este Fae, eso sonaría como una promesa. Pero no lo es.
La amenaza se me clava en el vientre. Estoy atrapada entre retorcerme y
acurrucarme en su cuerpo. Las sensaciones se agolpan, tan mezcladas que no
puedo distinguir el miedo, la vergüenza, el regocijo o la lujuria.
Esto está mal. Está muy mal.
Tal vez no soy la única que está atrapada en un tira y afloja, porque me agarra
con más fuerza. Su corazón se clava en mi columna vertebral. Habla más rápido,
sus susurros están tensos y a punto de romperse.
He tocado un límite. Un nervio herido.
Quiero huir y tirarme al vacío. Tengo muchas ganas de dar la vuelta.
¡Dime algo real!
Eso es lo que le exigí. Y así me lo da.
—Fuiste un deshollinador —dice—. Abandonada por los que más deberían
haberte amado, pero criada por los que más crecieron para amarte. Eres inquieta
y a la vez leal, y lucharás por conservar lo que es tuyo, porque perderlo es lo
único que no puedes soportar, porque ya ha ocurrido demasiadas veces. Fuiste
consolada por un ave, y luego te inspiraste para rescatarte de la servidumbre,
pero todavía anhelas tener alas. Has dado un hogar a los animales, y ellos te han
curado tanto como tú a ellos. Has compartido tu cuerpo con los hombres, pero
no tu corazón, porque está roto.
—Tus ojos son el gris pálido de una tormenta. Tu risa es una rápida corriente
de aire que no puedo dejar de escuchar, sin importar la hora. Tu voz es niebla,
intangible pero penetrante, que se filtra en mis sueños y asalta mi sueño. Tu
nombre es una adicción, empapando mi lengua, anidando en mi garganta, de
modo que en cada palabra que pronuncio amenaza con resbalar, con pronunciar
ese nombre.
Cerulean sopla aire húmedo en mi oído. —Lark.
Cuando era pequeña, nada deseaba más que estar acurrucada en los brazos de
cierto ser sobrenatural. Pero éste no. Mis ojos pinchan de tristeza, resentimiento
y arrepentimiento. Y siempre, siempre pérdida. Pérdida y anhelo.
Los incisivos de Cerulean rozan el lóbulo de mi oreja. —¿Me conoces tan
bien? ¿Quieres hacerlo? —Jadeo, mi cabeza rueda sobre su hombro.
Porque no puedo, simplemente no puedo más. Ahora mismo, aquí mismo. No
me reconozco. Sin embargo, este momento se desenvuelve como si estuviera
destinado a suceder. Una parte inactiva e incondicional de mí sale a la superficie
y le crecen alas.
—Eres un sinuoso —empiezo—. Por fuera, haces que la gente piense que
eres tan transparente como el cielo, tan arrogante que no tienes nada que ocultar
ni vulnerabilidades. Haces que los demás piensen que eres accesible, que
desentrañar tus debilidades no requerirá mucho trabajo, y por eso ni siquiera se
molestan en esforzarse… y ese es tu elegante truco. Eso es lo que te hace tan
temiblemente elegante. No es tanto que los enemigos te subestimen, sino que
se sobreestimen a sí mismos. Cuando en realidad, tienes muchas cosas que
ocultar. O, mejor dicho, dos cosas.
Miedo al cautiverio. Miedo a perder a sus seres queridos, sin poder
protegerlos en el proceso. Lo sé porque he visto estas cosas en él, y porque él
me las ha mostrado, y porque mis miedos no son muy diferentes.
—Te dan miedo las jaulas —digo.
Él asiente, embelesado. —A ti te dan miedo las chimeneas.
—Los espacios cerrados.
—Estar atrapada.
—No tener escapatoria.
—Ah, pero hay una manera de liberarse. Se llama magia. Si conocieras a las
hadas, entenderías que usarla no es cobardía ni pereza.
—Si respetaras a los humanos, sabrías que la magia tiene formas más
sencillas —contesto—. Criar una familia. Cultivar una amistad. Cuidar de un
animal. Enfrentarse a los miedos. Ayudar a los necesitados. Aprender a
perdonar o a ser humilde. Pintar un cuadro. Plantar semillas. Construir una casa.
Enseñar a leer a alguien. Amar a otra persona. Dar esperanza a alguien.
Todas las cosas que los humanos son capaces de hacer. Todas las cosas que
hacen.
Eso también es magia. Eso es fuerza.
Cerulean contempla esto. —Entonces muéstrame tu magia, y yo te mostraré
la mía.
Deslizando sus dedos por mis dedos, nos entrelaza.
Saltan chispas en las puntas. Su piel es suave, su tacto magnético. Alinea
nuestros brazos y los abre.
—El Zephyr —susurra mientras una delicada brisa se agita entre nosotros.
—El Gale —zumba, convocando una ráfaga de aire y maniobrando nuestros
brazos a lo largo de su trayectoria.
—El Wuther —ronca mientras una corriente de turbulencia ruge con fuerza
y me empuja hacia él, la ráfaga golpea nuestras ropas.
Es un torrente delicioso. El impacto hace que mis mechones blancos se
mezclen con los suyos de color azul obsidiana, una capa nublada que se agita
contra esa única y más larga cuerda de pelo.
Nos convertimos en el cielo. Nos convertimos en el amanecer y el atardecer.
Y puedo ver la textura y la forma de cada flujo. Puedo verlos.
Me está mostrando el viento. Me está mostrando todos los tipos y formas
posibles. Una mancha de ópalo brumoso y flotante. Un rayo prismático que pasa
a toda velocidad. Luego, un embudo fluido, metálico y borroso en los bordes,
que arremete contra nuestras prendas.
Nuestros cuerpos inhalan y exhalan a la vez, sus hombros apoyados en los
míos, mis caderas enmarcadas por su cintura, mi trasero apoyado en su pelvis.
Con voz ronca, Cerulean enumera una docena de nombres para el viento.
Algunos los conozco, otros no los he oído nunca.
Me dice que la magia debe ser perfeccionada para poder ser usada. Se
necesita paciencia para entenderla, respeto para vincularse con ella, disciplina
para manejarla y humildad para honrarla. No lo había pensado así antes, al igual
que nunca había visto los actos naturales como mágicos.
Cada uno viene con fuerza. Cada uno con sacrificio.
Este momento me resulta familiar porque lo he conocido antes. Hace años,
otro Fae me presentó el viento, haciéndome perseguirlo hasta que me reí a
carcajadas.
Las lágrimas se acumulan bajo mis párpados cerrados…
—Mucho cuidado ahora —advierte Cerulean.
… Hasta que no puedo soportarlo más.
Me deslizo hasta quedar frente a él, con mis pechos arrastrándose sobre su
pecho desnudo.
Mi cuerpo está vivo, vibrando contra sus músculos. Inclinando la cabeza,
dejo que mis ojos se desplacen desde esos labios azul oscuro hasta esos ojos.
Ojos provocadores. Ojos perversos.
Este gobernante Fae. Esta criatura viciosa.
Mis muslos se abren un centímetro, y él toma ese centímetro, deslizándose lo
suficiente para que yo sienta el borde de su miembro. Se extiende a lo largo de
la parte interior de mi muslo, provocando un placentero latido bajo el camisón.
Mis dedos trepan por su pelo, con ganas de rastrear las hojas de sus orejas.
Utilizo los pulgares para liberar las tapas aladas, y las joyas caen al suelo. En
el momento en que mis dedos escalan esas esbeltas puntas, mi restricción se
rompe… y la suya también.
El hada me agarra la cara y sus uñas me pellizcan la piel. Su cabeza se inclina
hacia abajo y sus labios se agitan contra los míos. —Jodido vicio de humana.
Entonces nuestras bocas se juntan.
Capitulo 21
Sucede sin previo aviso, como la mayoría de las cosas entre nosotros. No lo
espero, y él no me espera, porque hemos terminado con esa mierda. Así que en
el momento en que sus labios se inclinan sobre los míos, y mis labios se unen a
los suyos, se acabó. He terminado de provocar, he terminado de resistirme.
Y por supuesto, he terminado de hablar.
La boca de Cerulean se ajusta a la mía. Los contornos de esos labios se clavan
en mí, afilados y rápidos, una violenta ráfaga en un beso que me hace perder el
equilibrio. Sus labios se entrelazan con los míos y su fuerza me arranca un jadeo
de la garganta.
Mis brazos rodean sus hombros, las puntas de mis dedos cosquillean al
atravesar su pelo y se aferran a su cuero cabelludo. Tiro de las raíces,
castigándolo, saboreándolo. Un gemido silencioso sale de su pecho y me recorre
la boca.
Su mano baja por mi espalda, dejando un rastro en mi carne y atrapando mi
trasero con su palma. Agarrándome la nuca con la otra mano, Cerulean me
levanta contra la pendiente de su pecho desnudo, con el abrigo abierto a nuestro
alrededor. El camisón roza su piel enrojecida, la suavidad que se funde con los
músculos y los huesos. Separados por un trozo de tela, mis pezones brotan sobre
la carne dura y caliente.
Una brisa impaciente agita nuestros cabellos, dispersando todo ese blanco y
azul. Esto me provoca un delicioso escalofrío, y yo respondo tocando sus orejas.
Con un ronco zumbido, Cerulean se sumerge de lleno. Separando mis labios,
su lengua se desliza y golpea los míos. Un gemido en pleno beso, y su lengua
se encuentra con la mía en un movimiento desenfrenado.
Maldita sea, sabe a vino de espino negro y a lluvia. Nuestras lenguas
bombean a un ritmo delirante, azotándose la una a la otra. Una y otra vez, una
y otra vez, abrimos nuestras bocas y luego las cerramos con fuerza. Mi cuerpo
se enciende, el fuego abrasador me abrasa por dentro.
Estoy besando a uno de ellos. Estoy besando a un Fae.
Lo estoy besando a él.
Mis pensamientos se disuelven. El mundo se convierte en humo. Estoy
perdida y me encuentro. Su boca es un error, y cada uno de mis gemidos es un
fracaso. Y es intrusivo, y es embriagador, y es injusto, y es mortal.
Y es perfecto. Por algún giro calculador de la magia, es perfecto.
Por eso, es el peor beso que he conocido.
Nuestro abrazo errático y azotado por el viento expulsa el oxígeno de mis
pulmones. Cada flexión de su lengua es una penetración agridulce que me hace
saltar las lágrimas. Sé de dónde vienen, pero las contengo mientras me abro a
él.
Nos inclinamos en dirección contraria. Su boca se apodera de la mía, el tirón
implacable de nuestros labios nos arranca sonidos a los dos. La sangre me
palpita y se acumula en mi pelvis. Estoy más mojada por este beso que nunca
antes mientras me extendía alrededor de un hombre.
Es hora de que me haga cargo. Lamiendo mi camino hacia ese lugar
desordenado y oscuro dentro de él, siento que Cerulean se desata por completo.
Un rugido de placer salta de su garganta, y me trago la vibración.
No hay señales de que vayamos a parar. Cada roce, cada sabor aumenta el
ansia, sin conseguir satisfacerla. Y así es como perdemos la cabeza.
Tomo más. Doy más. Quiero más.
No recuerdo dónde han ido a parar mis manos. Han desaparecido en el nido
de su pelo. Su inquieta palma abandona mi culo y se une a la otra en mi cráneo,
fijándome en su sitio mientras su boca me aprieta.
El viento se agita a nuestro alrededor. El beso se descontrola.
Nos lanzamos a lo desconocido, nuestras lenguas se funden, se agitan. Estoy
excitada, rendida, entrando y saliendo de su boca. Él se adentra en la mía,
avivando un lugar que nos hace temblar de pies a cabeza.
Al mismo tiempo, imitamos el ritmo de otro acto. Los besos empiezan a
parecerse a una follada. El choque furioso de los enemigos, unido a la unión
predestinada de los compañeros. Esa dulce pero estresada rotación de caderas.
El profundo y agitado empuje de los cuerpos. Incapaz de resistirlo, mis caderas
se restriegan contra su rígida longitud.
Cerulean aparta la boca. Susurra algo inarticulado, el tono es acusador. Las
lunas negras de sus pupilas eclipsan los iris, brillantes y brutales. Se acercan a
mi boca hinchada, y yo hago lo mismo, ansiosa por lamer la carne azul oscuro.
Este punto de inflexión es tan horrible, tan bueno. Aunque aún no hemos
empezado. No es nada comparado con lo que estoy deseando hacer, nada
comparado con lo que él hace a continuación, y nada comparado con mi
respuesta.
Me hunde los dientes en el labio inferior. Esos marfiles rozan el borde de mi
boca, un camino chisporroteante que me provoca hasta la locura. Eso es lo que
es este beso: locura y caos, travesura y magia.
Es un momento, tan nuevo y tan antiguo. Es prohibido y familiar, una ráfaga
de dolor y deseo, inocencia y corrupción.
Cuando gruño pidiendo más, me lo niega. Así que le pellizco la carne donde
su labio superior se inclina hacia arriba. Seguimos haciéndolo, recorriendo el
uno al otro. Nuestras bocas se desplazan, nuestros dientes chocan.
Debería murmurar algo. Él debería murmurar algo más.
Tenemos que parar esto, pero no puedo encontrar la fuerza para dar una
mierda, y él tampoco. Por fin, el gobernante Fae es impotente, y el cautivo
mortal no tiene precio. Así es como se siente mientras me toca.
Nos encajamos en una sola pieza, mientras los detalles que nos rodean se
desmoronan hasta convertirse en cenizas. Oigo el silbido de una tormenta, una
borrasca agitada que perturba la montaña. En algún lugar, un grupo distante de
piedras se desprende de un acantilado. En algún lugar aún más lejano, un ave
grita una nota de metal.
Entonces no oigo más que la respiración entrecortada de Cerulean, que
corresponde a la mía. Nos hemos agotado mutuamente.
Pero ¿Cuánto más puedo tomar de él? ¿Cuánto más puede ofrecer?
Podría añadir un error más a mi lista de pecados. Con eso en mente, mis dedos
vuelven a dibujar sus orejas. Y eso es todo.
Cerulean se estremece y reclama mi boca para otra desastrosa embestida,
nuestras lenguas desollándose mutuamente. Atrapo su beso y me rindo ante él.
Una corriente de energía crepita donde nuestros labios se enrollan, subiendo por
mis extremidades y lanzándome al cielo. Un beso salvaje en un lugar más
salvaje.
¿Había estado alguna vez tan despierta? ¿Tan alerta?
¿Lo había estado él?
Con cada golpe de su lengua ilícita, una versión deformada de mí misma
cobra vida y emprende el vuelo. Mis manos se adentran en su pelo y mis brazos
lo rodean. En lugar de volver a mi culo, sus palmas se hunden desde mi cráneo
hasta mi coxis.
El beso se intensifica y pasa de ser carnal a ser consciente. Se profundiza y
se explora, nuestros labios se extienden uno alrededor del otro. No es más lento,
sino mucho más profundo.
Eso da más miedo. Una fría corriente de miedo atraviesa mi corazón.
Sin embargo, el sol del amanecer contrarresta esa respuesta, rociando de calor
los dedos de mis pies y acurrucándose en mis hombros. Suspiro en su boca.
Cerulean zumba, absorbiendo el sonido, y los movimientos de su mandíbula se
calman. Eso no hace sino intensificar las sensaciones, la brisa que golpea sus
músculos y mi camisón.
Nunca me han besado así. Nunca he conocido nada parecido a esta pasión
confusa, a esta profunda agresión. Me rindo y me libero a la vez. Estoy besando
a un enemigo que también es un amigo, como si siempre hubiéramos tenido que
estar aquí, como si hubiéramos puesto esto en marcha hace mucho tiempo.
Separo mi boca de la suya y lucho por respirar. Por un momento, nuestras
miradas se cruzan. Sus rasgos angulosos se aflojan, sus labios son de un azul
oscuro. No hay rastro de burla en su mirada, ni acertijos en su lengua.
Por una vez, nos hemos callado el uno al otro.
Tal vez soy tan monstruosa como este Fae. ¿Por qué si no dejaría que esto
sucediera? ¿Por qué si no estaría dispuesta a más?
Más tarde, me maldeciré por esto. Hasta entonces, rompo otra regla: Nunca
caigas en la trampa del enemigo.
Cerulean abre la boca, probablemente para decir algo catastrófico. En lugar
de eso, agarro las finas pendientes de sus mejillas y murmuro: —Maldito vicio
de Fae.
Sus labios, divertidos, se crispan cuando mi boca se apodera de la suya.
Capitulo 22
Para cuando necesitamos tomar aire, el sol ha salido por completo. Es un gran
bocado de caramelo que cuelga sobre su cabeza y dora el mundo. Por una vez,
es el tipo de vista que vería en casa.
No es que le esté prestando mucha atención. Mis párpados se abren con un
aleteo y apenas vislumbro la vista más allá de la mata de pelo de Cerulean. Por
encima de su hombro, parpadeo hacia el haz de luz, luego a él.
Sus brazos se entrelazan en mi cintura, sus palmas se imprimen en mi trasero,
que debe haber agarrado de nuevo en algún momento durante la vorágine de
nuestro beso. Mis brazos están colgando alrededor de su cuello,
enganchándome a él como si fuera a colapsar si no me sostengo.
Pensándolo bien, no es como si fuera a colapsar. Como si fuera a levitar hacia
el cielo abandonado.
Nuestros cuerpos forman una jaula el uno del otro. Mi corazón late con tanta
fuerza que amenaza con romper un hueso. Su propio corazón desenfrenado hace
lo mismo, si el ritmo de su tambor es algo por lo que pasar. ¿Qué pasaría si esos
órganos atravesaran las barricadas y chocaran?
Con las bocas abiertas y flotando a una pulgada de distancia, jadeamos aire
húmedo uno contra el otro. Las fosas nasales de Cerulean luchan por oxígeno.
Con cada uno de sus toques, me asfixio un poco más.
Nos besamos. Esto no es un sueño ni una pesadilla. Es un poco de ambos,
sensual e inquietante.
Veo mi rostro reflejado en sus pupilas, mi cuerpo como un pinchazo, una
distorsión de mí mismo. En otras palabras, estoy siendo dramática. Y no hago
dramatismo, porque se lo dejo a Cove, porque ella es mejor en eso. Mi hermana
puede desmayarse sin comprometerse.
Por otra parte, ella no habría besado a un Fae. Juniper tampoco.
La idea de ellas me hace moverme del abrazo de Cerulean. Pero es inútil,
porque me tiene atrapada dentro de unos brazos soldados de acero.
El quejarse solo hace que mis tetas choquen con sus pectorales. Chocar solo
conduce a visiones de nosotros enredados y caóticos, desnudos y sudando
contra la pared de un acantilado.
Nuestros labios están demasiado cerca para la comodidad. Los arcos de su
boca me hacen cosquillas, incluso cuando regresa la claridad. Su mirada se
estrecha, pasando de la lujuria al escepticismo.
—¿Qué engaño es este? —él rechina—. ¿Qué me has hecho?
Lanzo una burla sin aliento. —¿Cuándo aprenderás? Para tener un efecto, los
mortales no necesitan magia.
—Entonces, ¿Qué es esta tontería?
—No lo sé.
—Pero tú también lo sientes.
—Venga. Sabes que lo hago.
—Me agotas. Quiero dejarte ir, pero no puedo. Quiero castigarte, pero no
puedo. Quiero tomar tu boca de nuevo, pero maldita sea todo, no puedo. ¿Por
qué?
Podría hacerme eco de sus palabras. Este lío sería fácil de limpiar, si se
limitara a una atracción perversa alimentada por el odio. Pero escuché lo que
dejó sin decir.
¿Por qué el beso se sintió natural?
Cerulean me mira fijamente, brillante de confusión. Si él espera que yo tenga
respuestas, entonces realmente nos hemos hecho el uno al otro. Estoy
acostumbrada a intercambiar amígdalas con tipos en Reverie Hollow, pero
¿Esto? No puedo encogerme de hombros como un abrigo.
Además, me siento mal por la burla sobre su especie, especialmente después
de lo que dijo sobre la magia que requiere más habilidad y sacrificio de lo que
le había dado crédito. Tiene mucho sentido, me irrita no haberlo considerado
mientras crecía.
Pongo un mechón blanco detrás del lóbulo. Es algo muy femenino, pero
después de que un Fae me besara hasta la mierda, no tengo excusa. Es más, mis
pezones se incrustan en la película de mi camisón, rozando los planos del pecho
de Cerulean.
Se da cuenta, sus ojos se profundizan a un azul brillante e insondable.
—Ten mucho cuidado.
—¿Si no? —me arriesgo.
Pero no necesita responder. Tengo imaginación.
Una brisa se cuela entre nuestros cuerpos, rompiendo el trance. Nos
separamos el uno del otro. Sin embargo, lo siento por todas partes, esas manos
instrumentales grabadas en mi piel, esa lengua malvada que hormiguea en mis
labios.
El sol le da brillo a los ápices expuestos de las orejas mientras se inclina para
recuperar las tapas. Obtuve todo lo que dijo sobre cómo funciona este
Horizonte. Se trata de preguntas honestas y respuestas sinceras. Debe significar
que también se trata de acciones.
Bromeo, —El Horizonte Que Nunca Miente. Con un nombre como ese, tal
vez deberíamos culparlo por este fiasco. Quizás eso es lo que nos tiene tan
cachondos.
—O quizás somos nosotros los culpables, —dice, tapando las orejas con las
tapas—. Nada más y nada menos.
—¿Significa que esto fue una casualidad? ¿O un error?
—¿Cuál prefieres? ¿Una, ambas o ninguno?
—Suficiente, Cerulean. Deja de hablar en círculos conmigo. Estoy harta de
eso y ya no puedo hacerlo. Si estamos en esta cima para ser reales, seamos
realistas. ¿No es por eso por lo que me trajiste aquí?
—¿Juego de palabras no intencionado, pero en verdad? No recuerdo por qué
te traje aquí. Constantemente pierdo el rumbo contigo, pero no puedo evitarlo.
Me provocas hasta la distracción. Ya sea de día o de noche, no puedo dejar de
pensar en tu boca mortal, ni puedo dejar de codiciar esa boca, ni de odiarte por
ella. ¿Es eso suficientemente real, mascota?
—Volvemos a la mascota, ¿verdad? Besarme debe haberte dado nerviosismo.
—¿Yo? ¿Miedo de ti? —dice con una risa agria.
Me acerco. —Entonces pruébalo y bésame de nuevo.
Un monzón atraviesa el rostro de Cerulean. —Estás jugando un juego
traicionero.
—Lo empezaste hace mucho tiempo.
—Oh, mi rebelde. Aún no tienes idea de lo que soy capaz.
—Y a diferencia de ti, puedo arriesgarme.
—¿Puedes ahora? Lo tendré en mente.
Con un movimiento de su muñeca, una ráfaga se tambalea hacia El
Horizonte. Minutos después, Tímien reaparece, las hojas de sus alas cortan el
panorama. El viaje a casa es tranquilo, excepto por el silbido del viento y el
aleteo de las plumas de las aves.
Cerulean y yo nos separamos sin mirar atrás. ¿A dónde vamos desde aquí?
No hay lugar, ahí es donde. Esto no cambia nada. No puede, a pesar de lo que
he aprendido sobre su historia, a pesar de la probabilidad de que nuestro pasado
esté vinculado, y a pesar de lo que pueda significar para mi corazón. Tomé lo
que quería mientras me traicionaba a mí misma, a mis hermanas, a mi familia,
mi maldita dignidad.
Eso es un beso de más.

Horas más tarde, tiro y desenvuelvo la sábana. Ese episodio en El Horizonte


que Nunca Miente ha alterado la dinámica entre nosotros. No importa lo que
pensemos o digamos, algo fundamental sucedió en esa cresta. Ese algo se ha
estado construyendo durante un tiempo, si mis sospechas son correctas.
Todavía lo pruebo, todavía siento el roce de su lengua. Antes, el sol naciente
había salido, pero ahora ha comenzado a retroceder. El día se convierte en una
tarde somnolienta, rezuma vara de oro más allá de las ventanas, el color salpica
a través de las cortinas y sobre mi cama.
En unas horas, la luz se atenuará. La fauna vagará por este refugio. Y no muy
lejos, las hadas harán cosas crueles.

Los Solitarios saldrán a jugar, porque esta noche es la mascarada. Se vestirán


con ropa elegante y se pondrán máscaras. Bailarán bajo la Luna Media. Se
felicitarán por ser ellos mismos.
¿Lo único bueno que saldrá de eso? Celebrarán a los animales de este mundo.
Eso, y probablemente follarán.
Con un gruñido, retuerzo la colcha, los pliegues se enredan alrededor de mis
caderas.
Quiero salir de esta cama. Quiero salir de esta habitación. Quiero salir de esta
torre.
Quiero huir del caparazón oscuro de mis pensamientos. Quiero lanzarme al
viento y dejar que me lleve.
Quiero besarlo de nuevo. Quiero que el aire gire a nuestro alrededor como
antes, cuando me mostró el viento, cuando realmente lo vi por primera vez.
Quiero sentirme como lo hice en ese momento, como si compartiéramos la
misma pasión, el mismo asombro. Quiero revivir esos segundos antes de que
nuestras bocas se autodestruyeran. Quiero esa locura una vez más. Quiero que
importe. Quiero que sea insignificante.
¿Se follará a alguien esta noche?
¿Cómo se mueve en la cama? ¿Qué maniobras conoce? ¿Cómo suena cuando
termina? ¿Qué sonidos extrae de sus compañeros?
La frustración, la culpa y los celos chocan en el nexo de mi cuerpo, un dolor
fundido se condensa en la hendidura entre mis piernas. Mi mano se mueve,
ahuecando el montón de rizos. Pasando mis dedos a través de la tersa maraña
de cabello, trazo la humedad, resbaladiza y cálida. Y por un tiempo, me burlo
de mí misma, mis dedos peinando las espirales y trazando la protuberancia
hinchada.
Cuidado. Con mucho cuidado ahora.
Conjuro una fantasía de su voz, sus palabras penetrando el silencio.
Presionándome con más fuerza, mi cuerpo se desploma hacia un lado, en busca
del ángulo perfecto. Me enfrento a las cortinas ondeando alrededor de la ventana
abierta, la tela transparente hinchada y temblorosa.
¿Tiene el viento un comienzo? ¿Tiene un final?
Como si me llamaran, la fuente de mi curiosidad se desliza por las tablas del
suelo y empuja los extremos de la sábana. Me congelo. El material se mueve,
empujado por una fuerza invisible, y sube pulgadas por mis pantorrillas.
Mi corazón martillea. Conozco estas travesuras. Por experiencias pasadas,
los conozco bien.
Solo que ahora, sé quién es el responsable. Probablemente le ha hecho esto a
numerosos mortales, por lo que no recuerda esas noches en mi habitación. Pero
al contrario de los últimos combates, esto es todo menos aleatorio. Y a
diferencia de esos otros incidentes, reacciono de manera diferente.
Con los nervios zumbando, ruedo sobre mi columna vertebral y extiendo los
brazos a los lados del colchón. Mi vientre es una colmena de abejas zumbantes.
Cada movimiento es deliberado pero lento, porque esto no es rendición, es
compartido. Una ofrenda a cambio de una ofrenda.
Absorta y dispuesta, espero con las palmas hacia arriba. No sé cómo llegué
aquí, o hacia dónde me lleva esto, pero sé que es con él. Eso es todo con lo que
cuento. Si estamos a punto de hacer otro lío entre nosotros, lo haremos juntos.
El viento se detiene en la contemplación, luego merodea hacia adelante,
rodeando mis tobillos. Se me curvan los dedos de los pies, pero el resto de mí
se pone rígido, porque moverme arruinará la anticipación.
Pero ya es duro. Realmente es difícil no moverse.
Una risa erótica resuena, la brisa me lleva su respuesta. Sí, puede hacer
contacto a través del viento, pero ¿hasta qué punto? ¿Hasta dónde puede llevar
esto?
¿Puede sentirme? ¿Puede saborearme?
Debe hacerlo, aunque no como lo haría si estuviera aquí. No obstante, un
zumbido resonante se entrelaza con el borrador. Me permitirá.
No es una súplica. Es una propuesta.
Una tentación. Una promesa.
El viento continúa su camino, separando mis pies. Mis dientes se hunden en
mi labio, sellando en un gemido. No puedo culparme por querer mantener una
pizca de mi emoción en secreto, para que no se engreyera. No estoy aquí para
validarlo.
Basado en el rastro burlón del viento, eso le gusta. Aunque no le he dado una
patada en el trasero de esta cámara, creo que quiere ver qué se necesita para
conquistarme. Apuesto a que quiere probar eso, para ver cuánto de él puedo
soportar. Creo que quiere que se lo ponga difícil. Después de eso, creo que
quiere que sucumba.
Oh, mi rebelde. Aún no tienes idea de lo que soy capaz.
Y a diferencia de ti, puedo arriesgarme.
Así que eso es lo que él busca, mientras yo estoy abierta y dispuesta como un
festín. Bien por mí.
Veamos qué puede hacer este Fae. Veamos cuánto duramos. Vamos a ver…
Mi respiración se acelera cuando esa ráfaga astuta dibuja la carne alrededor
de mis rodillas, trazando las cicatrices hechas por incontables chimeneas,
incontables pozos de oscuridad. Una emoción cruda y dolorosa brota de mi
garganta. Cambia de rumbo, su paso es delicado a través de las protuberancias
de mis rodillas, el viento roza con sus labios esas viejas heridas.
La crudeza en mi garganta empeora. Muchos tipos se han arrancado las
rodillas a toda prisa. Ninguno de ellos ha prestado atención a mis cicatrices.
Esta noche, mi piel se estremece allí. Mis articulaciones se aflojan en el
colchón y las sábanas suspiran sobre la cama. Es todo lo que puedo hacer para
mantener una pizca de resiliencia, para defenderme de esto. Había contado con
movimientos perversos, pero no había contado con este.
Quizás él tampoco, porque la brisa se desliza y se retira por un segundo. Me
quejo y pongo las rodillas en alto, buscándolo. Luego, la ráfaga regresa y se
reconfigura, tomando la textura de una boca que lame un camino entre mis
muslos inclinados. Mis ojos se cierran con fuerza, la quietud de mi cuerpo
amplifica las sensaciones.
Sin embargo, cuando esa corriente se divide entre mis muslos y los separa
mucho, mis caderas se doblan. El viento serpentea alrededor de mi cintura,
sujetándome hasta que me calmo. A estas alturas, mi centro está hinchado y
resbaladizo por la humedad.
Pero la corriente no pasa por mi pelvis, deslizándose hasta mi ombligo y entre
las puntas de mis senos. En mis clavículas, el ataque se bifurca, hacia el norte
con un destino. Agarra cada una de mis muñecas, las enlaza y las extiende sobre
mi cabeza, sujetándome a las almohadas.
Mi jadeo acentúa el movimiento, mis ojos se abren de par en par. Arqueo mi
columna vertebral. Mis tetas se levantan con orgullo, mis pezones se ponen
rígidos bajo el camisón. Incluso desde este ángulo, los veo hurgando en la
prenda.
Y veo el viento. Ahora que me lo ha mostrado, lo veo.
El vapor azul plateado es ingrávido y se cierne sobre mí. Desparramada
debajo, paso mi lengua por mis labios y soplo aire húmedo. —Cerulean.
Eso desencadena una reacción en cadena. El viento sopla en una dirección
discreta, virando hacia abajo. El camisón se amontona alrededor de mis caderas,
exponiendo mi núcleo a él, cada parte húmeda y deseosa de mí. Abierta así,
siento la agudeza de su mirada, el esclavo oscuro e hipnotizado.
Mi ingle vibra. La protuberancia que sobresale de mi cuerpo late, desesperada
por fricción. Si no arregla esto, voy a gritar.
Un segundo después, el viento se zambulle, se mete en la grieta entre mis
piernas y sube por mi abertura. En una pasada prolongada, se desliza a lo largo
del espacio que conduce a mí y asciende hasta la diminuta cresta escondida entre
los rizos.
Con un grito de sorpresa, me tenso como una soga. Mi cuerpo se levanta del
colchón y se inclina hacia arriba.
El viento se estrecha y me prueba. Los movimientos rápidos lamen la abertura
empapada, alimentándose de la humedad. Es casi lo mismo que una lengua,
pero no del todo. Es algo más, sin aristas ni limitaciones.
Por tanto, llega más profundo.
La presión disminuye hasta un punto y me pone frenética. Cada latigazo es
agónicamente suave, azota mis pliegues, empapándome de nuevo. Me lame sin
descanso, una y otra vez, provocando más humedad. Todo mi ser se reduce al
lugar donde mi excitación inunda este viento.
Tengo fiebre por todas partes, húmeda y sudorosa. Cuando el viento abanica
las paredes de la carne privada y golpea mi estrecho y resbaladizo pasaje, estoy
arruinada.
—Oh, mierda —tartamudeo.
Me tambaleo en la cama, mi pelvis se muele en el aire. Mi cabeza se agita, mis
manos empujan las sábanas, y puedo escuchar a alguien sollozar de placer.
Soy yo. Y el ruido gutural que talla el aire es él.
Me imagino su cabeza balanceándose entre mis temblorosos muslos. Esa
diabólica lengua de viento se flexiona hacia adentro y hacia afuera, provocando
mis gemidos, cada uno más fuerte que el siguiente. Luego, de la nada, la ráfaga
se retira y vuela hacia esa dulce cresta de nervios.
Oh, por Fables. Si.
Mi boca se abre, gritos inconexos caen de mis labios mientras mi vértice se
muele contra el viento. Se lanza sobre ese pico, acariciando y provocando,
haciendo un daño infinito.
Finalmente, se engancha y succiona alrededor de la carne blanda. El tirón
caliente se mueve con tirones cortos y rápidos, arrancando ruidos tartamudeados
de mi boca. Estoy gritando, llorando por más. Necesito que termine, y estoy
desesperada por que dure toda la vida.
No puedo soportar esto, no puedo, no puedo.
Pero lo haré.
Mi pelvis persigue el viento, persigue la forma de su toque. Entonces mi
cuerpo se paraliza. Y me aparto de un salto, una gran convulsión de calor brota
de mi centro.
Me corro contra la niebla de sus labios, espasmándome a un ritmo
vertiginoso. Mis gemidos salen volando por la ventana, el éxtasis me recorre
mientras aprieto las sábanas, mis piernas se separan tanto como pueden.
Caigo rápido. Mi cuerpo se estrella contra el colchón, mis extremidades se
desploman.
Con cuidado, el viento recoge las sábanas a mí alrededor. Por el momento,
mis ojos vidriosos buscan un atisbo de aire, se ha ido.
Maldito Fae. Debió haber esperado que me desmayara después de eso. Pero
acurrucada debajo de la ropa de cama, todo lo que puedo hacer es agarrar una
de las almohadas y abrazarla contra mi pecho. Lo aprieto como un cuerpo, como
si se quedara atrás.
Él había querido hacerlo. Sentí su impulso como sentí su resistencia.
Lo sé, porque es lo mismo que yo quería. Pero no sabemos cómo hacer eso
el uno con el otro, quedarse atrás.
También sé algo más. Ninguno de los tipos que han probado mi cuerpo me
arrancó jamás un clímax fascinante y desgarrador. Y aunque las secuelas fueron
solitarias, nunca fueron desgarradoras. No fueron dolorosos ni aterradores.
Ninguno de ellos me había tocado con el viento. Ninguno de ellos había
acariciado el costado de mi rostro con cariño.
Solo una criatura ha hecho eso.
Soltando la almohada, me incorporo y saco las piernas de la cama. Lágrimas
esperanzadas y petrificadas me pican los ojos mientras corro hacia mi mochila
en el suelo. Incluso si ya sé lo que esto significa, incluso con todo lo que
Cerulean me dijo anoche, no puedo cubrir mis apuestas. No para esto.
Para revelar la verdad, El Horizonte que Nunca Miente necesita una ofrenda.
Cambié o perdí mis baratijas, pero está bien.
Me queda una cosa.
Capitulo 23
Espero hasta estar segura de que se ha ido a la cama y no volverá. Quedan
tres horas antes del anochecer. Aprovechando ese espacio de tiempo, me visto,
luego me escabullo de la torre y me sumerjo en la luz del sol. Tímien está
sentado en su trono en la cima de la aguja, un emperador contemplando el
paisaje a través del lente de un solo ojo aguamarina. Inmóvil como una estatua,
el raptor reina sobre la montaña, impermeable al viento que agita sus plumas.
Me inclino, mi frente se hunde en el suelo. Un momento después, una sombra
con cuernos pasa a mi lado, y miro cuando un par de patas con garras se
enganchan alrededor de una rama. El búho me concede una audiencia, se lanza
hacia mí desde la proa de su pico, la cuenca izquierda hace una abolladura en
su rostro, una cuna de tejido lleno de cicatrices. A pesar de eso, tengo la
sensación de que puede ver todo un universo a través de ese orbe superviviente.
Esta criatura no me debe nada, así que mantengo la cabeza gacha y espero.
He pasado años cuidando pájaros y comunicándome con ellos a nuestra manera
privada. Entonces, cuando escucho a la lechuza descender a una rama menos
profunda, lo tomo como una invitación y levanto la cabeza.
—Estoy esperando respuestas. ¿Me puedes llevar ahí? —Le suplico—. ¿Por
favor?
No me propongo hacer trampa en este juego o faltarle el respeto a la historia
de la fauna viajando durante la Luna Media. Pero una pregunta me ha estado
carcomiendo, y esta es mi única oportunidad de obtener una respuesta. Además,
ya ordeñé esta laguna antes con Cerulean.
Tímien me observa, delibera y luego se lanza de la rama. Se lanza a una figura
gigantesca, patrones de púas incandescentes y elegantes ondeando hacia afuera.
Las capas de hojas de plumas se agitan, el silbido es poderoso, hipnotizador.
Durante La Trampa, los aldeanos de Reverie Hollow habían abordado el
problema del cambio de tamaño debilitando a las criaturas con todas esas armas
y trampas de hierro. Se me humedecen los ojos al imaginar este magnífico
ejemplar reducido a barrotes y un candado, con la mitad de su visión robada.
No puedo empezar a imaginar lo que les pasó a los niños Fae durante el
levantamiento, mucho menos a Cerulean cuando se topó con el espantoso
espectáculo y encontró a su padre alado mutilado.
El suelo tiembla cuando Tímien aterriza, su silueta empequeñece mi figura.
Monto su espalda y despegamos, disparando hasta el final de la tarde.
La Montaña Solitaria es tranquila, sus residentes están sepultados en un
sueño. Abajo, un puñado de serbales se balancean en ángulos pronunciados,
balanceándose contra el viento, mientras que otros se quedan quietos. Árboles
larguiruchos empalan la niebla y plantas trepadoras bordan el paisaje rocoso,
todo conectado por un laberinto de escalones, puentes y fachadas aéreas.
Exultante, abro los brazos y cierro los ojos. Escucho las enormes alas del
pájaro batirse en el aire, porque ahora está a salvo, curado y libre. En cuanto a
mí, soy una nube a la deriva, siempre en movimiento, siempre cambiando de
forma. Incluso el cielo no puede detenerme.
Excepto cuando Cerulean usó el viento para tocarme anoche. De todas las
formas de atar alrededor de mi corazón, él se había aprovechado de la única
cosa que siempre había querido sentir que me envolvía. Más de una vez me
llevó a esas alturas.
Me he follado a un montón de tipos sarnosos, desesperados por reemplazar
al chico que quería y perdí. Pero anoche, no me había importado reemplazar a
nadie. No lo había necesitado.
Tímien se sumerge. Mi estómago da un vuelco. Flexiono mis extremidades a
horcajadas sobre sus plumas, los flecos se estremecen cuando aterrizamos. El
impacto hace que mis ojos se abran a un panorama de cumbres y un cielo
ilimitado cubierto de tonos pastel.
El Horizonte Que Nunca Miente.
Me tropiezo con el búho y me acerco al centro, sin saber qué hacer a
continuación. ¿Necesito realizar un ritual? ¿Decir las palabras correctas?
Mis pies arrastrando los pies sacan guijarros. Miro a Tímien en busca de
orientación. El ojo enjoyado de la criatura se lanza hacia el sol, indicando dónde
debo mirar. Aun así, no puedo pronunciar una sílaba, mi lengua se mueve en un
débil intento de dar forma a las palabras.
Una vez que hago esto, no puedo deshacerlo.
La esperanza da vueltas en la jaula de mi pecho. Terror también. Ambos
despiertan las emociones de una ventisca que empujan mi voz a la superficie.
—Um, ¿hay alguien ahí?

Es como hablar en el útero de un cañón. Una corriente de aire se apodera de


mi pregunta y se la lleva, canalizándola hacia algún lugar que no puedo ver. De
repente, el cielo baila, girando en un brillante móvil de puntos.
Las motas se estremecen. Se manifiestan débiles contornos alados, unidos a
colas agitadas y hocicos ovalados. Con un grito ahogado, me acerco.
Pegasos. Las sílfides son Pegasos.
En forma física, están extintos. Como apariciones, viven.
Sus antiguas voces se acumulan y vibran en una sola fuerza. —Bienvenida,
Lark de Reverie Hollow. ¿Qué podemos hacer por usted?
—Yo... —Lamiendo mis labios, hablo rápidamente, con miedo de que
desaparezcan—. Busco la verdad, si no es demasiado problema.
—¿Y por qué buscarías esta verdad?
Mi corazón habla por sí mismo. —Dejarlo ir
Silencio. Pero cuando finalmente responden, suenan intrigados. —De hecho,
esa es la primera vez. Muy bien entonces. Haga su oferta y haga su pregunta.
No sabía que tenía la intención de dejar ir la verdad. Simplemente salió,
arrancándose de un lugar enterrado profundamente dentro de mí. Si sé la verdad,
puedo liberarme del pasado, ya sea que eso signifique liberar mi culpa o afirmar
lo que he estado cavilando desde anoche.
Con manos temblorosas, busco en el bolsillo de mi vestido azul marino y saco
la pluma azul. La única tierna reliquia de mi pasado. El único tesoro que logré
salvar durante este juego. La última posesión preciada que he estado dispuesto
a renunciar.
Nueve años desde la última vez que lo vi. Cinco años desde que dejé de
esperar a que resucitara. Tres años desde que dejé de llorar.
El Horizonte solo responderá su pregunta si le ofrece algo, y solo responderá
una pregunta sobre la oferta que ha dado.
Sostengo la pluma. —Te daré esta pluma si me dices algo al respecto. La
pluma perteneció una vez a un Fae. ¿Está el vivo?
—Sí — dice a coro el Horizonte.
—¿Dónde lo encuentro?
—Tú ya lo tienes.
El viento amaina. El silencio desciende, de modo que escucho mi pulso
atronador.
Todo cae al suelo. Yo titubeo, mis rodillas caen en picado sobre la hierba.
Entonces mi corazón sigue, rompiéndose en el camino hacia abajo. La pluma es
la última, flotando de mis dedos.
En un aturdimiento impotente, lo veo balancearse en la brisa. El aire levanta
la columna y la devuelve al hemisferio. Gira en espiral hacia la vista, donde El
Horizonte se lo traga por completo.
Está vivo. Todo este tiempo, ha estado vivo y frente a mi cara.
¿Por qué estoy postrada? ¿No lo había sabido ya?
Pero una cosa es aprender un secreto por accidente o por sorpresa. Otra es
ver venir la revelación, la confirmación.
Una cosa es descubrir la verdad. Otra es escucharlo hablar. Y aceptarlo es
otra cosa.
Demasiado para dejarlo ir.
Niego con la cabeza. —¿Cómo, si ese chico murió hace nueve años?
—¿Viste que sucedió? —replica el Horizonte.
No lo había hecho. Pero después de la fuga de las Hadas, escuché a los
aldeanos en la plaza del mercado, los escuché susurrar sobre esa noche infame
y ese chico, cómo trató de escapar. ¿Dónde se equivocaron los gallos? ¿Por qué
no investigué más en lugar de ahogarme con esa parra?
—Ustedes, los mortales, se apresuran a creer las palabras de los demás —
dice El Horizonte—. En lugar de respetar el conocimiento examinándolo más
de cerca, con una mirada más profunda y paciente, acepta narrativas de segunda
mano. Tú eliges eso, en lugar de buscar la verdad por tu cuenta. ¿Le da tan poco
valor a sus propias percepciones, que tomaría la primera palabra que se le
concediera?
Me pongo de pie. —¿Quieres hablar de la verdad? Aquí estás, actuando como
si tuvieras todas las respuestas por un precio, como si tuviera todos los hechos.
¿No es lo mismo? ¿Y aún así tienes el valor de juzgar? ¿Qué te da el derecho?
—Somos espíritus del cielo. La naturaleza habla a través de nosotros y lo ha
hecho durante siglos. Si eso no es suficiente para convencerte, ten esto en
cuenta: existe una distinción entre la verdad que te decimos y lo que decides
hacer con ella. ¿Qué importa más?
—Yo era una puta niña. No pensé en cuestionar la historia.
—¿Y no lo hiciste cuando creciste?
—Especialmente no entonces.
Porque a medida que crecía, cada verdad se hacía más dura. Porque, ¿Y si
todo lo que creía sobre la noche en que lo perdí resultaba falso? ¿Y si el pueblo
se hubiera equivocado, confundido sus hechos? ¿Y si sobrevivía y se convertía
en un monstruo? ¿Y si en lugar de rescatar a un amigo, soltara a un demonio?
Los años me dieron esa perspectiva, pero el miedo vino con él. Es por eso
por lo que he estado esperando y temiendo este descubrimiento. Esperando
haber vivido y temiéndolo también.
Mi voz sale quebradiza, pulverizada por otra posibilidad evidente, una que
me duele tanto. ¿Me han engañado? ¿He sido tan idiota?
Saltar a conclusiones validará lo que dijo El Horizonte sobre el respeto de los
mortales por la verdad. Entiendo lo que querían decir sobre decidir qué hacer
con eso. Decidir en qué confiar y dónde depositar mí fe, bueno, eso está en mi
poder.
—¿Lo sabe? —Grito—. ¿Sabe quién soy?
Los pegasos abanican sus alas. —¿Qué supones?
Hago una pausa, porque en retrospectiva, la suposición es una locura. Cuando
era niña, ayudé a Cerulean a huir y éramos amigos. Si hubiera sabido todo el
tiempo que soy la chica de su pasado, no habría estado ansioso por hacerme
pasar por esto. A pesar de su juramento de restaurar la fauna, no me estaría
aterrorizando con una mueca en su rostro.
¿Lo haría él? ¿Y si me engañó en ese entonces? ¿Y si hubiera sido un
tramposo desde el principio, riéndose de mí cuando no estaba con él en la
fragua? ¿Y si me ha estado mirando más tiempo del que pensaba? ¿Y si esas
excursiones furtivas del viento a mi cama no hubieran sido al azar?
¿Y esta mañana? ¿Y si no soy más que una baratija para él?
¿Y si nunca le importaba en absoluto?
Imágenes de la infancia pasan por mi mente. La fragua del soplador de vidrio
y esa jaula. Los juegos que jugamos. Las cosas que compartí con él. La forma
en que ahuecó mi mejilla, tierna y sincera.
Hay más. En este laberinto, fui testigo en Cerulean de la misma pérdida y
anhelo con los que he estado lidiando.
Un monstruo no venda las heridas de su adversario.
Un monstruo no salva a su víctima de caer por un acantilado.
Un monstruo no habla con cariño de una chica humana de su pasado.
Un monstruo no hace un refugio para los animales y toca la flauta para ellos.
Tímien espera en la cornisa. Detrás de él, la torre de la Fauna atraviesa las
nubes.
—Por eso sentí una conexión desde el principio —digo—. Él es el chico que
yo…
—Tu memoria es fuerte. Sin embargo, esa no es la razón por la que sentiste
un vínculo.
Entrecierro los ojos ante las alas traslúcidas que fluctúan contra el sol
poniente. —No tengo nada más que ofrecer.
—No necesitas molestarte. Hay una multitud de capas en una sola verdad.
—¿Cuántos te quedan?
—Todos los que escuches.
—Eso es muy lindo, pero hablo en serio.
—Sentiste un vínculo porque estás indisolublemente vinculado.
—¿Cómo llego otra vez? —pregunto, cruzando los brazos sobre mi pecho.
—Lo besaste, ¿no es así? Eso construyó este destino.
El calor inunda mi cuello. Besé a los Fae que había deseado en sueños. Lo
besé, sabiendo quién podría ser. —Lo que pasó esta mañana fue…
—No nos referimos al presente.
Hago una pausa. Me sorprende que nuestro beso labial en esta montaña no
haya sido el primero. El hecho es que el primer beso ocurrió hace mucho tiempo.
El Horizonte explica: —Un humano carece del poder para comprometer a un
Fae, con una excepción.
—Si el humano tiene el nombre real del Fae —recito—. Lo sé.
Hay una pausa disgustada pero digna. —Muy bien. Hay dos excepciones.
Si no estuviera ansiosa, me reiría. En cualquier caso, renuncié a esa ventaja
después de hacer un trato con Cerulean. No queda nada más.
—Un humano en posesión del nombre real de un Fae puede controlar ese Fae
—prólogo El Horizonte—. Pero un humano que comparte el más puro de los
besos con un miembro del Pueblo se sentirá intrincadamente apegado a ese
individuo. Puedes llamarlo un vínculo.
Un escalofrío me recorre la espalda. Me tenso, recordando un cuento del
Libro de Fábulas. Es uno de los menos favoritos de Juniper porque promociona
el romance, insistiendo en que, si un humano besa a un Fae, un beso genuino e
incondicional, sí, estarán vinculados.
La idea se me había pasado por la cabeza en el vagón con mis hermanas,
cuando luché por narrar un búho conoce a una alondra.
En las historias, un beso rompe el hechizo. Al parecer, en este mundo, un
beso representa a uno.
¡Pero éramos unos niños! No sabíamos lo que estábamos haciendo. Ese beso
había sido desesperado e impulsivo. Fue un beso de despedida, compartido sin
nada que perder o ganar, nada que demostrar. Había sido… incondicional.
Mierda. Oh, mierda.
—¿Qué vinculo? —Suelto—. ¿Cómo en, predestinado? ¿Cómo en,
compañeros? —Cuando El Horizonte no responde, gruño—: ¿Sabe de esto?
Puede que no me reconozca, pero recuerda a la chica que lo salvó. ¿Cerulean
sabe que está unido a ella?
—Él no lo sabe.
Mi alivio es de corta duración. ¿Cómo puede no saberlo? ¿Cómo puede no
darse cuenta de quién soy? Sus sentidos intensificados deberían haber captado
mi olor, si no mi voz más vieja.
¿Y no se supone que los compañeros sienten una intensa conexión sensorial?
¿No deberíamos haber experimentado eso desde el principio?
Una epifanía resuena en mis oídos. —No necesitamos ninguna conexión. Si
le digo la verdad, me liberará. Si lo libero una vez, él me liberará. Destinado o
no, me dejará ir, y luego mis hermanas…
—No, no lo hará. Hizo un voto y no puede dejarte. ¿Sabes por qué? Lark.
Caigo porque tienen razón. Como gobernante, tiene el deber de restaurar la
fauna perdida. Su muerte por sí sola es una tragedia, pero también ha debilitado
esta montaña. Por extensión, eso amenaza la existencia del Folk. No puede
traicionarlos ni condenarlos.
Estar vinculada, enlazada, predestinada, no me ayudará a salir de aquí, y no
evitará que él me apunte. Es más, puedo tener tantos sentimientos por Cerulean
como quiera, pero eso no significa que lo perdone por obligarme a entrar en
Faerie, separarme de mis hermanas y arrojarme a este laberinto.
Y no puedo dejar el juego. Estoy peleando un tercio de esta batalla, mientras
mis hermanas hacen el resto.
¿Quiero que Cerulean conozca mi identidad? ¿Le importaría por quién solía
ser? ¿O quién soy ahora?
Maldita magia. No importa el punto de Cerulean sobre su complejidad, este
supuesto vínculo ocurrió sin nuestro consentimiento. Lo creamos inconscientes,
despojados de la elección. Con eso entre nosotros, con un vínculo que nos
encadena, ¿cómo pueden ser reales nuestros corazones?
¿Qué siento por él? ¿Amo el pasado o el presente?
¿Qué siente por mí? ¿Y cuánto va a doler la respuesta?
Capitulo 24
Tímien me devuelve a la torre. Me inclino y veo cómo su cuerpo se encoge
en su forma más pequeña. Una vez que aletea hacia la aguja de hiedra, una
calma se instala en el paisaje. De vuelta a la cámara de invitados, los paneles de
índigo barnizan la habitación, y me sumerjo en sueños profundos y oscuros.
Para cuando termino de dormitar, todavía es temprano para los Fae. Con
mucho sueño, me muevo hacia el armario, donde un surtido de vestidos llena el
estante.
Mis ojos se cruzan con ricos pigmentos de azul real y azul huevo de petirrojo,
y majestuosos tonos de alabastro y blanco salado. Colores lustrosos del cielo,
tejidos que no existen en mi mundo. La ropa se ondula bajo las yemas de mis
dedos como si estuvieran hilvanadas con la niebla de las nubes, el resplandor
de gotas de lluvia y filamentos de luz de luna. Todas de mi talla y de mi gusto.
Ninguno en el que piense meterme.
El camisón había estado bien, una excepción cuando llegué a esta torre
raspada, magullada y mugrienta. ¿Pero mi regla general? Me visto sola. Yo elijo
lo que va en mi cuerpo, nadie más.
Aparte de eso, necesito algo más elegante para lo que tengo planeado.
¿Dónde voy a conseguirlo?
Me escabullo fuera de la torre una vez más, esperando que un paseo entre la
fauna me dé una respuesta, o mejor aún, mil respuestas a mil preguntas. Dentro
del parque, recorro un camino al azar y me detengo bajo un enrejado de flores
de luna para sonreír a un antílope acurrucado en un lecho de hierba.
—Si no te vas, te obligaré —gruñe una voz.
Me doy la vuelta para encontrar a Moth enconado en la rama de un árbol. Sus
diminutas piernas se asoman desde una falda color avellana, sus dedos desnudos
se mueven. Debería haber sabido que el jardinero era madrugador.
Me acerco al tronco. —Nunca pensé que diría esto, pero me alegro de la
distracción.
Su ceño se frunce en forma de avispa. —En ese caso, me voy —Pero ella no
se mueve—. Lo digo en serio.
—Como quieras. Pero voy a estar muy cómoda aquí con toda esta paz salvaje.
Y tendré que agradecértelo a ti.
Ella sisea, pero se queda quieta, observando cómo me atrevo a subir al árbol
y me tiro al lado de ella. Por el rabillo del ojo, veo a Moth evaluándome, su
mirada rezuma juicio. —¿Qué estás haciendo aquí?
—Me sentía sola
—Ja. Los humanos y sus mentiras. Debes estar desesperada y aterrorizada de
continuar tu nefasto viaje a la Montaña Solitaria. ¿Pensando en lo que te espera?
Supongo que no tiene mucha gente con la que descargar su petulancia.
—Pensando en mis hermanas —admito—, les encantaría este lugar. Me
pregunto qué harían si estuvieran aquí, en este laberinto.
Eso la hace callar. Por un segundo. —A veces hago eso... con Cerulean. Es
como un hermano para mí. Aprendimos a leer con mis padres y solíamos jugar
a escondernos en la Guardia de los Ruiseñores.
Cerulean me contó algo de eso. —Debe ser bonito tener un hermano.
—A mí también me gustaría tener una hermana. —El fantasma de una sonrisa
le hace un gesto, luego se da cuenta de lo que está haciendo y frunce el ceño.
—Eso no es una petición.
No puedo evitar la risita que se me escapa. Debo estar más nerviosa de lo que
creía. Porque, si no, ¿por qué mencionar a mis hermanas a Moth? Y, ¿quién
diablos sabe qué me ha poseído para sentarme junto a ella?
Reconsidero lo que Moth refunfuñó en la torre acerca de tener derecho a ser
hostil, lo que me recuerda la casa de campo vacía de su familia. —¿Dónde están
tus padres?
Su mirada se desplaza hacia mí. —Intentaron salvar la fauna. Los capturaron.
Mierda. No necesito escuchar el resto.
Ella no es diferente, detestando a los humanos por ser humanos, luego los
detesta por rebelarse. Su madre y su padre estaban entre los rebeldes que
lucharon para rescatar a sus animales, luego los atraparon y… bueno. Sólo tres
sobrevivieron a la emboscada. Los padres de Moth no tuvieron esa suerte.
Mi gente le quitó eso.
—Lo siento —Cuando se trata de esto, no soy buena para decir las cosas
correctas. Esa es la especialidad de Cove, así que expreso mis palabras con
cuidado—. No sé lo que es perder a mis padres de esa manera. Pero sí sé lo que
es vivir sin ellos. —Cuando las cejas de Moth se arrugan, confieso —Me
dejaron.
Ella se da la vuelta, diseccionando esa información. Durante un rato, nos
sentamos en silencio.
—¿Realmente tienes un santuario? —pregunta.
Mi cabeza se inclina hacia ella. —¿Dónde has oído eso?
—Los escuché a ti y a Cerulean anoche, cuando estaban sentados en la
cornisa de la torre. Escuché hasta que lo seguiste al parque. ¿Es eso lo que
querías decir? ¿Cuándo dijiste que entendías por qué me gusta cuidar la fauna?
—Lo era. Los cazadores furtivos son una realidad en el lugar de donde vengo,
algunos no tienen opción —Me apresuro a decir cuando Moth hace una mueca
de indignación—. Para algunas personas, es eso o pasar hambre. Pero otros lo
hacen con fines de lucro, y alguien tiene que detenerlos. Alguien tiene que
ayudar a los salvajes, así que eso es lo que mi familia hace.
Moth rueda sus hombros, aflojando un crujido. —Puedo… respetar eso.
Por eso es guardiana en la Torre de la Fauna. No voy a entrometerme más
sobre sus padres, pero también puedo respetar lo que hace.
Hablando de familia…
—Los hermanos de Cerulean —me arriesgo—, dijo que son hermanos,
unidos por la historia en lugar de la sangre. Nada de eso está en el Libro de las
Fábulas.
Entonces, ¿qué más no sabemos sobre los Tres? He aprendido mucho sobre
Cerulean, pero no tengo nada sobre los otros dos gobernantes. Dejo el
comentario abierto, con la esperanza de que ella se trague mi ignorancia con
una fuerte dosis de esnobismo.
Moth no me decepciona. —Mientras que Cerulean favorece un juego, Puck
favorece una fiesta alegre.
—¿Como la mascarada de la Media Luna?
—Peor.
—Muy bien, saquemos esto del camino. La turbiedad no va a funcionar en
mí, así que borra ese brillo de tu cara.
—Si no funcionara, no me estarías diciendo que no funciona.
Maldita sea. Pero hay una alegría en su tono que aprecio. Me recuerda a las
bromas con mis hermanas, en parte en broma, en parte por despecho.
Moth explica: —Puck tiene una viva sed de hedonismo.
Me estremezco, porque he conocido a mi cuota de pajilleros así. Pero Juniper
no. Su comportamiento acerado podría castrar a un jabalí, y su experiencia con
chicos lujuriosos asciende a cero. Ella afirma que follar es improductivo, y no
tiene tiempo para "pasatiempos".
—Y —continúa Moth—, ¿qué hay que decir de Elixir? Es tan majestuoso
como venenoso. No le gustan los juegos ni las fiestas. Él simplemente golpea.
Hijo de puta. Cove puede blandir una lanza como nadie, pero es demasiado
dulce para los gustos de un bruto. Aparte de su amor por las criaturas marinas,
ella no reconocería a esa clase de víbora, aunque moviera una lengua bífida en
su cara.
Y Juniper tiene ese tatuaje de cazador furtivo, un hecho que me revuelve
estómago. La marca no le hará ningún favor en El Bosque Solitario, si ella no
lo mantiene oculto. Si alguna de las hadas del bosque lo descubre... sí Puck lo
descubre...
No dejes que vea tu tatuaje.
Esas fueron las últimas palabras de Cove a Juniper.
¿Qué están mirando mis hermanas ahora mismo? ¿Qué están siendo
obligadas a hacer?
Nada de esto es justo. Pero nada de esto está completamente fuera de nuestras
manos y sé que no hay que dar menos crédito a Juniper y Cove. Mi hermana sin
sentido aprendió a manejar su ballesta de los cazadores furtivos que la sacaron
de las calles, mientras que Cove y yo somos autodidactas en el manejo de armas.
Sobrevivimos como niños abandonados y hemos prosperado como familia.
Son resistentes y yo estaría perdida sin ellas.
Levanto el pecho. —Preocuparse por mis hermanas no me va a mantener a
salvo. Tengo que hacer mi parte.
Moth examina mi perfil. —¿Qué parte es esa?
¿Qué le digo? ¿Cómo reaccionará?
No hay nada más para ello. —Necesito saber a qué me enfrento —digo
simplemente, luego me deslizo por la rama y me bajo del árbol. Salto a las raíces
expuestas y me dirijo hacia el sinuoso camino cubierto por la luz de las
antorchas.
—Espera —Su voz me rodea los tobillos y hace que mis pies se detengan en
un punto muerto—. ¿Vas a pedirme un favor o no?
Me giro hacia Moth. Su expresión inexpresiva me pone a la ofensiva. ¿Sabe
ella lo que tengo pensado para esta noche? ¿Por qué iba a ayudarme?
—Depende de lo que cueste —insinúo.
Después de pensarlo un momento, Moth revolotea por el suelo. —Llámalo
un regalo, dado gratuitamente.
Me río sin humor. —Aquí no existe tal cosa.
—Estoy de acuerdo —De cerca, sus ojos de topacio sondean los míos, y sus
rasgos se aflojan—, pero creo que hay una razón por la que su flauta no funcionó
en ti. Y conozco a Cerulean. Veo la forma en que te mira, que es la misma forma
sensiblera que tú le miras a él. Además, los Fae disfrutamos de lo inesperado,
así que esto podría curar mi aburrimiento.
Es una idea muy temeraria, conspirar con ella. Sin embargo, después de lo
que ella dijo, mis defensas se desmoronan. Sus padres eran sastres, después de
todo.
Me animo. —Puede que necesite algo que ponerme.
Ella sonríe y mueve la cabeza hacia la torre.
Diez minutos más tarde, estoy corta de orgullo por recurrir a la magia, pero
armado con un carrete de hilo encantado.
Cuando salgo de la habitación de Moth, ella grita —¿Lark? —. Me detengo
junto a la salida con cortinas y miro hacia donde ella se agita en medio de una
habitación con acentos amarillo mantequilla y muebles de mimbre.
En voz baja, advierte —No te quites la máscara.
Tengo ganas de decir algo que diría un aliado, o al menos para agradecerle,
pero eso la enfadaría. Así que me conformo con —Caramba. ¿Ni siquiera para
sacarte la lengua?
Para ser alguien tan espinoso, no creía que Moth tuviera una sonrisa. Y sí,
por un momento, no pensé que se la sacaría. Pero ahí está, afilada y parpadeante
como una moneda lanzada al aire.
La torre se va a despertar en breve. Vuelvo a mi habitación con minutos de
sobra.
Moth me ha avisado de que Cerulean se hundiría cuando salga de la cama.
Los preparativos para el jolgorio garantizan que no nos veremos.
La mascarada está fuera de los límites, pero la curiosidad es el diablo, y eso
es lo que me llevó a él cuando era una niña. Después de lo que he aprendido
sobre mi vínculo con Cerulean, necesito saber más. Tengo que verlo en su
verdadero elemento, aparte de mí.
Para saber qué es real y qué no, tengo que estrellar una trampa mortal.
Además, el fisgoneo podría revelar una debilidad de las Hadas. El Horizonte
me dio una sorpresa, pero no voy a bajar la guardia. Soy lo suficientemente
vulnerable.
Moth me había dado las instrucciones. Cruzo hasta mi cama, coloco el carrete
sobre el colchón, cierro los ojos y conjuro una imagen. Pienso en Cove. Ella es
agua pura y nutritiva, y es esencial para mi cordura. Cuando miro, ahí está. La
elegante confección de color azul marino tiene un escote con volantes que deja
los hombros al descubierto. El ajustado corpiño de seda cae hasta una cintura
baja y luego se convierte en una falda larga, con plumas, la cascada se divide
por el centro
El vestido se extiende sobre la cama. Es un atuendo descarado y coqueto
destinado a abrazar las curvas, lamer el suelo, y no tomar prisioneros.
Para la siguiente imagen, repito los pasos. Un segundo después, una máscara
de alondra descansa sobre la prenda.
Había destruido mi antigua máscara cuando tenía diez años, pero recuerdo
cada pluma torcida y cosida, cada aplicación descuidada de plumas alrededor
de los bordes. Debí de tardar semanas en reunir plumas para el borde.
No había utilizado plumas de alondra reales. Me conformé con lo que
encontré y fingí el resto.
Esta noche, podría haber imaginado una visera idéntica de memoria, pero eso
no sería lo mismo. Además, Cerulean reconocería esa vieja máscara. No
importa lo que sienta por él, refrescar su memoria en medio de una mascarada
Fae sería el peor momento posible.
En su lugar, esta máscara es una lujosa imitación. He creado mi propia
versión, improvisando ya que los colores de la pluma de la alondra no coinciden
con el vestido. La banda facial blanca -fiel al pájaro- a rayas con mi preferencia
por la cerceta. Ambos colores se extienden a los lados, donde la franja superior
se eleva como pequeños cuernos.
Es mitad realidad, mitad imaginación. Puedo lidiar con eso.
Capitulo 25
Las antorchas iluminaban el camino. Las llamas brotaban de los postes,
abrasando la noche en tonos siena y marchando por un puente empapado de
madreselva. El cruce conduce a ese edificio circular, cuya fachada es
resplandeciente.
Tímien me lleva en volandas hasta este lugar y luego se catapulta a través del
barranco. El viento hace sonar los tablones de madera suspendidos sobre una
alfombra de niebla, la plataforma se agita bajo mis zapatillas de tacón.
Mi cabello blanco se agita alrededor de mi rostro. Me lo he dejado suelto para
para ocultar mis orejas redondeadas, una precaución adicional en caso de que
Moth tendiera una emboscada, y la máscara encantada no hiciera lo suyo.
Mi atuendo es una cascada de seda azulada, los penachos se abren en abanico
alrededor de mis caderas. La abertura central del vestido deja al descubierto mis
extremidades, revelar un poco de muslo. Además, he fabricado un bolsillo para
guardar mi látigo.
Mientras camino, el dobladillo se mueve por las murallas. Al detenerme a
mitad de camino, me agarro el estómago y registro la Media Luna. El anillo
lunar me deja ver una escarchada sobre la cordillera, la pupila negra de su centro
mira fijamente hacia mí.
Se me ponen las palmas húmedas. La máscara cuelga de un lazo alrededor de
mi muñeca. Lo desabrocho, arrojo la correa al abismo y me tapo la cabeza con
la visera.
Los rieles se estrechan hacia el caos que espera más allá. Me desplazo por el
puente, atravesando el resplandor de las antorchas.
Una oleada de rabia y vergüenza me punza los brazos. Es de mí de quien
deberían preocuparse mis hermanas. De mí, porque a diferencia de ellas, tengo
una debilidad en este reino. Aunque nunca lo conocí realmente más allá de trece
días en una forja, cuando tenía diez años y creía que todo era posible, el impacto
duró. Lo que significa que, para atravesar este laberinto, voy a tener que romper
mi corazón.
Me recuerdo a mí misma todo lo que he hecho, doy una zancada con la cabeza
alta y llego al extremo opuesto del puente. Un poste indicador señala los
ramales.
La Pajarera Nocturna
Expulso un suspiro. La mascarada está dentro de una pajarera, una que vive
y respira por la noche. Una pasarela de baldosas se estrecha hacia el edificio,
con picos verdes que se abren paso entre las grietas. Los setos de cardo rodean
y flanquean el camino, las espinas pinchan la falda de mi vestido, las zarzas me
pinchan los hombros mientras paso.
Un toque de precaución. Una advertencia.
El sudor se filtra en mis axilas y mi escote, mis pechos bombean bajo la seda.
Una emoción inidentificable recorre mis hombros desnudos, un escalofrío
traicionero me atraviesa por todo en lo que una vez creí, amplificado la energía
que se está gestando en el interior de ese misterioso edificio.
Hay mucho ruido. En un momento, todo estaba en silencio. Al siguiente, la
música se abalanza sobre el camino.
Más allá de los remos y las ortigas, las flautas y las gaitas se arremolinan
desde el edificio y barren los huesos de este salvaje terreno. Los bordes dentados
de la risa en el viento. El tipo de risa despiadada que brota de entre colmillos y
detrás de viseras disfrazadas.
Los postes de las antorchas arrojan luz metálica por el pasillo. Mis piernas
me llevan hasta el final del camino, donde miro a través de los arbustos, el
edificio que atrae mi mirada está allí arriba.
Ahí está. La Pajarera Nocturna.
Un entramado de vástagos erguidos forma un santuario para las aves, pero
donde deberían estar las paredes de cristal o las redes, una densa vegetación
rellenaba los huecos. A nivel del suelo, un anillo de follaje comprimido rodea
la estructura. Más allá, las siluetas giran en el interior.
Están bailando. El pulso de los pies que pisan fuerte rebota en el suelo y
sacude mis suelas. La conmoción es tan densa que podría atraparla con mi látigo
y ensartarlo durante semanas. Demonios, meses, incluso años.
Cruzo el camino de grava hacia el bucle. Cada lado lleva a diferentes caminos
y nichos como otro tipo de laberinto. Más adelante, un arco se abre en la
pajarera, enmarcado por un conjunto de antorchas. Parece que el cierre con
cortinas permite a las bandadas entrar y salir cuando quieran.
Por encima del marco, una pareja de buitres se encorva. Sacos de carne
gomosa se descuelgan de los tallos de sus cuellos, y chales de púas saladas y
picantes anidan alrededor de sus hombros. Encima de sus picos caídos, los
pozos de sus ojos acechan cada uno de mis movimientos.
A pesar de la espeluznante apariencia de las rapaces, no puedo evitar
quedarme embobado porque ¿Quién en su sano juicio no lo haría? Y porque,
sus normes alas se pliegan en los huecos de sus cuerpos, esas espeluznantes pero
señoriales expresiones que me agarran por la yugular.
En mi mundo, sólo se alimentan de los muertos. Rezo para que así sea aquí.
Cautelosa, inclino la cabeza hacia ellos, doy un paso cauteloso hacia adelante y
vuelvo a dar otro paso. Una vez que he pasado el arco, escondida dentro del
hueco del pasaje, suelto la presión alrededor del látigo en mi bolsillo.
Camino a toda prisa por el pasillo mientras me ajusto las plumas que ocultan
mi cara. Este pasillo está abierto y ventilado, como todo en esta montaña. No
hay paredes, salvo por los tallos de vegetación y las ramitas serpenteantes que
se encuentran en lo alto. Atravieso el túnel y entro en las entrañas de la pajarera.
Una tenue iluminación se filtra por la boca abierta de otra entrada. Me pego
al tabique más cercano y echo un vistazo a la curva, más allá de las enredaderas.
Iluminada sólo por las antorchas y la medianoche, la escena es una alucinación
mareada por la magia oscura. Un espino gigante, más grande y alto que el de la
Tríada, se eleva desde el centro, sus ramas coronan las vigas. Múltiples niveles
tejidos con ramitas se encadenan, algunos equipados con amplias hamacas y
almohadas para descansar.
Todo tipo de pájaros corretean por ahí, y los gradientes de color revolotean
por las alturas. Las bandadas se impulsan por el aire en plumas de cobre. Las
grandes aves rapaces despliegan alas de color cian. Algunas se agitan por
encima, mientras que otras se pasean por las pasarelas aéreas, con sus
extremidades en forma de huso rodeando a las hadas enmascaradas que desfilan
allí arriba.
Las hadas llevan diademas y elaborados atuendos, una suntuosa mezcla de
cueros, satenes y terciopelos. Echan la cabeza hacia atrás, graznando, riéndose
de los chistes contados en Faeish, mientras el líquido espumoso brota de sus
copas de cristal. Otros fruncen los labios y sorben un brebaje pegajoso que se
parece a la crema.
Aunque los vapores se extienden a su alrededor, reconozco a algunos de estas
alimañas de El Parlamento de los Búhos. Son una mezcla desquiciada de
características humanas, rasgos animales y rasgos que sólo les pertenecen a
ellos.
Orejas puntiagudas. Marcas faciales en espiral. Carne pigmentada de color
verde helecho o azul grisáceo lluvioso. Torsos de escarabajo. Cuernos de
antílope en punta o en espiral. Cuernos de carnero de concha. Hocico de gato
montés y pupilas felinas verticales. Orejas de conejo. Alas. Mariposas,
murciélagos y aves. Paneles anchos de gasa que me recuerdan a los nenúfares.
Esbeltos piñones de platino que recuerdan a los cuchillos. Alas emplumadas,
festoneadas y esqueléticas.
Hermoso. Horroroso. En el nivel del suelo, paraguas de arbustos y divanes
anidados en nichos. Los músicos se deslizan entre las masas, tocando flautas,
gaitas y otros instrumentos de viento curvilíneos que nunca había visto. Uno de
ellos es un cuerno de madera de madera que se curva en forma de cornucopia,
mientras que otro es un conjunto de campanas que cuelgan como uvas. Melodías
arrebatadoras y ritmos extraños acarician el aire, calentando las ranuras detrás
de mis orejas.
Otras hadas se aferran unas a otras. En el corazón de esta pajarera de tinta se
pasean por una pista de baile opaca, con sus ropas radiantes como molinetes.
El olor agrio del calor corporal y el empalagoso aroma de los melocotones
demasiado maduros de los fruteros de la mesa invaden mis fosas nasales.
Las máscaras cubren sus mentes bulliciosas y glotonas. Un pico se extiende
más largo de lo que debería. Uno de los escudos no tiene ojos, lo que debería
hacer imposible que el portador vea, aunque no lo parezca.
Los duendecillos revolotean, sus alas salpican el espacio con prismas de luz.
Los enanos llevan anillos de piedras preciosas del tamaño de una nuez.
Siento que alguien me observa. Una brisa embosca mi escondite, empujando
el dobladillo de mi vestido. Instintivamente, busco entre la multitud en espiral
un par de ojos cómplices.
Pero Moth dijo que los invitados no me notarían, tanto si interactuaba con
ellos como si no.
Dijo que no captarían mi olor humano u otros que normalmente me
delatarían. Parece que funciona, aunque me ha notado al menos un alma, así que
entro en la habitación y luego me muevo en la penumbra.
Ese es mi primer error.
Una de las parejas pasa girando y golpea mi hombro. Siguen bailando, pero
la colisión me desequilibra y me arroja al salón de baile. Mi visión patina. Me
deslizo por el suelo y mi brazo sale disparado para para encontrar un punto de
apoyo en una mesa con pedestal.
La música se detiene de golpe. En un movimiento unificado, todos los Fae de
la sala me miran a través de máscaras duras y brillantes.
Un movimiento en mi periferia atrae mi atención. Moth es una visión de leche
y miel envuelta en un vestido parecido al papel maché, el material flotando
alrededor de su cuerpo de peso pluma. Sus peines de porcelana favoritos
muerden esa mata de pelo de color topacio. Se queda al margen, mirándome
con ojos agitados detrás de un velo de igual color.
Basándome en su expresión, mi propia máscara debía ser infalible. Un
silencio estrepitoso llena la pajarera. Mis pensamientos se astillan, el sudor me
invade las palmas de las manos. Ese es mi segundo error, dejar que me atrapen
en un momento de estupefacción.
No te quites la máscara.
Y ese es mi tercer error.
Veo a los fiesteros con demasiada claridad, demasiado abiertamente. Mis
manos se apresuran a ajustar la máscara, sólo para descubrir que está colgando
de mi cara. La máscara debe haber resbalado cuando esa pareja pasó a mi lado.
Una acción tan sencilla. Un error tan grave.
Cientos de juerguistas ven cómo me inmiscuyo en su noche sagrada. Las
bocas se despegan para revelar marfiles cincelados. Las pupilas brillan a través
de las rendijas de los ojos.
Oh. Mierda.
Enderezo la visera, pero es demasiado tarde. Me han visto. Ellos me
reconocen. Mis dedos se deslizan en el bolsillo de la falda y se enroscan
alrededor del látigo y luego se detienen. Al otro lado de la habitación, un traje
de plumas níveas pasa como un rayo, pero las plumas desaparecen tras la silueta
de alguien antes de que pueda identificar al portador.
Esto hace que mi mirada se desvíe, que mi mente se ponga a pensar. Estas
máscaras farsantes no son más que caricaturas y visiones deformadas. Las
expresiones congeladas y vidriosas recuerdan a individuos deslumbrados, como
los aldeanos que han sido encantados cada vez que estos monstruos merodean
en Reverie Hollow, con sus verdaderas formas disfrazadas.
He visto la cara del encantamiento. He usado mis propias tácticas para
encantar a los tipos en mi cama. Y he pasado innumerables noches en el vagón
jugando a la fantasía con mis hermanas.
Así que, si a esta gente le gustan sus humanos en trance, eso es lo que tendrán.
Aflojando mis músculos faciales, los miro fijamente con un falso
aturdimiento. Reflejo de la misma devoción cándida que sus víctimas humanas,
la imagen misma de adoración sumisa.
Las máscaras cambian al darse cuenta y al sentir placer. Algunos de los
vertiginosos asistentes se ríen. Probablemente sospechan que su gobernante
hizo esto, pero no importa quién me haya hechizado. La música se reanuda, y
los cuerpos comienzan a bailar de nuevo. Sea lo que sea lo que ven en mí, están
dispuestos a aprovecharlo de ello, hasta que estoy hechizada, hasta que no
puedo recordar quién soy, dónde estoy, o por qué estoy aquí.
Que empiece el juego. Gruño cuando un brazo se abalanza sobre mi cintura
y me arrastra a la refriega.
—Tenemos un invitado —dice alguien con ese acento universal de los Fae.
Tres Solitarios merodean a mi alrededor. Recuerdo al trío de fénix de mi
búsqueda por la montaña. De sus cabezas amarillas y sus alas llameantes se
retraen en sus espaldas, dejando atrás zarcillos de humo. Máscaras del mismo
tipo ocultan sus rostros, pero no sus miradas, las ampollas de sus ojos me
chamuscan en el acto.
Dos hombres y una mujer. Se mueven en círculo, sus formas se mueven ante
mis ojos. Una mano toma la mía y me hace bailar. Otro conjunto de dedos
juguetea con mi pelo.
Nadie ha dicho nada de tocar. Mi puño se hace bolas, pero por suerte, estoy
demasiado mareada para dejar volar mis nudillos. Tal y como están las cosas,
se supone que estoy drogada por el glamour.
—Dulce invitado —se burla el primer hombre, el encanto del pulgar humano
se mueve en la banda de su frente—. Llegas justo a tiempo.
El segundo macho me da un golpecito en los labios. —Invitado travieso,
sorprendiéndonos.
—Invitado humano, escucha bien —dice la hembra, su aliento apesta a a nata
líquida—. La pajarera es enorme.
—Las rapaces se han despertado.
Intercambian turnos, hablando mientras me guían a través de la multitud,
tomando mi cadera, dirigiendo mis caderas en un giro.
—Tenemos dos pisos, el inferior para el entretenimiento, el superior para el
entretenimiento.
—¿Cuál es su placer? No vamos a juzgar.
—Pero no se baila sin un escarceo.
—Si no deseas un escarceo, haremos un trato.
—Si no te gustan los tratos, lárgate.
Los exuberantes helechos se despliegan y revolotean a mí alrededor.
Tropiezo con uno de los Solitarios, y el trío se ríe.
—Ten cuidado por donde te desvías.
—Ten cuidado con a quien buscas.
—Porque no es fácil de encontrar.
En esa nota, me hacen pivotar una última vez y se funden en el pantano.
Tropiezo en el lugar, la brisa agitando mi falda de plumas. Esa conciencia
embriagadora, la intuición de que alguien está mirando, su mirada fantasma
dibujando mis hombros desnudos.
Porque no es fácil encontrarlo.
Me retuerzo y busco entre los rostros enmascarados. Mis piernas me guían a
través de la pajarera, donde los pájaros se arremolinan y se aparean en las vigas.
Para ilustrar el punto, abre su abanico como si fuera un arma. Por encima de los
pliegues ondulados me echa una mirada rápida.
Al cabo de un rato, la pierdo de vista. Las hadas se besan sensualmente, sus
lenguas trenzadas. Una hembra con cuello de cisne tira del escote de otra,
revelando un pezón carmesí que asoma por el material. Un hombre que lleva la
visera de un cuervo —que hace juego con las garras que salen de sus dedos—
acaricia a otro macho oculto tras una máscara de cigüeña, que complementa sus
extremidades de zancudo. Otro varón se sienta en un diván con una figura
femenina rebotando en su regazo, con plumas de codorniz brotando de su
espalda.
El espectáculo me llena de adrenalina. La frustración tensa mis articulaciones
y hace que mis miembros se muevan más rápido. Me cuelo entre la malla de
celo, mis tacones golpean el suelo ennegrecido.
Otra ola invisible recorre mi carne. Otra brisa se cuela bajo mi falda.
Él está aquí. Sé que está.
No puedo decir si estoy cabreada, seducida o enferma del corazón. No puedo
decir lo que haré cuando lo encuentre: golpear su cara o besarla. Busco por todas
partes, empujando a través de la compresión de las risas, la charla y los gemidos.
¿Dónde estás? Muéstrate, idiota insolente.
Entonces la multitud se separa. Y me detengo.
Plumas níveas anidan alrededor de su máscara, un par de ojos volátiles
encendidos detrás de una visera de búho. Ahí está, observándome. Se reclina
contra la pared, la imagen misma de la elegancia casual. Pero sus ojos cuentan
otra Fábula. Desgarran mi vestido, soplando a través de sus flecos y dibujando
el puño de oro que abraza mi muslo.
A la luz del fuego, mis ojos recorren su abrigo, con sus cuellos altos
incrustados con cristales. Las solapas se abren para revelar una camisa ondulada
que le llega hasta la cintura, como si se la hubiera puesto y se hubiera olvidado
de atar los cordones.
Su pelo se agita alrededor de su elegante rostro. La única trenza cuelga sobre
la parte delantera de su hombro, con la pluma balanceándose.
Sus ojos brillan de alegría. Sí, sabía que estaba aquí desde el momento en que
entré. Y sabe que no tengo glamour.
La máscara no había funcionado su encanto en este Fae. Tampoco lo había
hecho mi actuación.
Flora tiembla desde el nivel superior de ramas enmarañadas. La música se
retuerce a nuestro alrededor, y luego se desvanece por completo. Hay muchas
cosas buenas y malas a la vez. Y no creo que necesites a los muertos para
sentirme embrujada. Los vivos pueden hacer el trabajo muy bien.
Cerulean.
Lo recuerdo todo de aquellas noches en la fragua del soplador de vidrio.
Recuerdo las escasas puntas de sus orejas asomando entre su pelo. Recuerdo
esas pupilas llenas de furia.
Recuerdo el pico de su máscara apuntando hacia abajo con superioridad.
Recuerdo la amistad. Recuerdo la angustia.
Recuerdo aquel primer beso.
Las cejas de Cerulean se fruncen, como si hubiera hecho una bola con mis
emociones, las hubiera lanzado y se las arrojara a él. El desconcierto afloja sus
labios, y luego la picardía los refuerza. Desaparece y se aleja de mi alcance,
mientras otro par se mueve delante de mí.
Si no están bailando o corrompiéndose, los Fae vuelven a lanzar copas.
Charlan y hablan, cagados de crema.
Me abro paso entre las masas, evitando sus gritos y sus seducciones. Melodía
tras melodía, acecho destellos de pelo azul y una sonrisa pomposa. Me sigue el
juego, burlándose de mí como el resto de estos Fae que creen que estoy perdida.
Excepto que nuestro juego se siente íntimo, secreto. Quiere que lo encuentre.
A lo largo de la mascarada, me vuelvo más audaz, más imprudente. Podría
ser la música delirante. Podrían ser las piruetas salvajes de los aviadores que
hacen un espectáculo de vuelo para las hadas que se inclinan y hacen
reverencias a su vez. O podría ser la frustración, ya que nunca he sido capaz de
contenerme durante mucho tiempo. O podría ser el escepticismo ocasional que
los Fae todavía dirigen hacia mí.
Tengo que asegurarme de que sigan convencidos, lo que significa que tengo
que ser drástica. Me agito la falda y me despeino el pelo, asegurándome de que
el blanco se mantenga bonito y lleno. Luego robo un vaso de cristal de una mano
cualquiera. Inclino el vaso, bebo un néctar afrutado con algún tipo de
efervescencia de flor de cerezo y lo dejo caer sobre la mesa.
Al instante, el efecto burbujeante me llega a la coronilla, me hace cosquillas
en el cuero cabelludo y me inunda la cabeza. Mi lengua saborea la esencia de la
euforia y una pizca de sensualidad. Suspiro en voz alta, divirtiendo a los
espectadores.
Otro destello de plumas níveas. Una risa silenciosa me acaricia el lado de mi
oreja.
Una Fae hembra con un vestido de avestruz me coge en brazos, me hace
bailar un vals entre la bandada de cuerpos. Las hileras de plumaje suben por un
lado del vestido, se curvan por el estómago hasta el otro lado y ascienden hasta
el hombro.
Sin interrumpir su paso, me pasa a un macho con plumas de gorrión
arraigadas a lo largo de sus brazos. Tiene un tipo de belleza serio, con piel
bronceada, cejas oscuras y músculos tan pulidos que uno pensaría que está a
prueba de espadas. Me hace girar a través de la luz de las antorchas y de repente
me suelta.
Y alguien más me atrapa. Ruedo hacia los brazos del próximo Fae, sus manos
agarran mis caderas y me empujan contra él. Se queda ahí como si me hubiera
estado esperando todo el tiempo, con una sonrisa en su boca azul.
Una vez amé esa cara. La amé con todo mi corazón palpitante y sangrante de
diez años.
Años después, es más alto, más altivo, más alto. Y ya no es un niño. Ni cerca
de un niño.
Esos ojos no son tan misteriosos como los recuerdo. Están abiertos de par en
par, como si estuvieran embelesados por el tono brillante de mi vestido.
¿Qué ve Cerulean en mí? Un rostro enmascarado y un par de ojos grises que
han envejecido y perdido su brillo, pulidos porque han estado ¿mirando
demasiadas cosas duras? ¿Demasiadas cosas viciosas?
Nos miramos fijamente. Sea cual sea mi expresión, borra la malvada alegría
de su rostro. Cerulean desliza su brazo alrededor de mi cintura, su mirada atenta,
fija, decidida. Y entonces estamos bailando.
El escenario se desintegra, los Fae enmascarados se encogen, los
instrumentos se apagan. Me acurruco contra él y le rodeo el cuello con los
brazos.
Su cuerpo se aprieta contra el mío, las crestas sólidas y meciéndose contra
mí, caliente y molesto. Muy molesto.
Nos rodeamos y nos lanzamos el uno al otro por el suelo. Sus piernas se meten
entre las mías, y nuestras caderas giran juntas, la fricción me hace subir la
sangre, que me hace sentir desde mi cabeza hasta la carne entre mis piernas. Y
cuando me sumerge tan atrás que mi pelo cae al suelo, una ráfaga desorientadora
recorre mis muslos, que se abren para acomodarse a él. Y cuando me arrastra
hacia arriba, nuestras pelvis rechinan, y nuestras ropas se vuelven demasiado
asfixiantes, demasiado restrictivas. Si algo o alguien no interrumpen esto ahora
mismo, voy a rabiar sobre su puto torso, a atar mis miembros alrededor de él, y
a volvernos los dos locos.
No soy la única que se está sofocando. Los ojos de Cerulean arden y
destruyen todo a su paso, rastrillando desde mis pechos, hasta mis clavículas,
hasta mis labios. Me está abrazando tan fuerte, y yo lo estoy aplastando tan
fuerte, que uno de nosotros se va a partir por la mitad.
Maldita sea. ¿Cómo es posible sentir dolor, conmoción y excitación, todo a
la vez?
Así es este momento.
Pero entonces el desconcierto distorsiona los rasgos voraces de Cerulean,
hendiendo a través de nuestro deseo. Él no sabe quién soy realmente, pero yo
sé quién es él.
En realidad, sé más que eso, y no quiero saberlo sola.
Quiero decírselo. Quiero que se dé cuenta por sí mismo. Detrás de nuestras
máscaras, nos miramos sin inmutarnos. Estoy a punto de arrancar estas viseras
y gritarle, gritarle a todo el mundo que se vaya y nos deje ser. Cerulean frunce
el ceño. Siente el levantamiento en mi pecho y me hace girar más rápido,
haciéndonos girar hacia el suelo. Bailamos más rápido, girando con confusión,
estrujándonos.
Tratando de acercarse. Mucho más cerca.
He echado de menos esto. Quiero esto. Odio esto.
Amo esto.
Por favor, vuelve a amar esto. Por favor, no me dejes ir.
Por favor, recuérdame. Por favor, olvídame.
Mis ojos revolotean. Las figuras borrosas empiezan a cristalizar de nuevo, y
una flauta susurra a través de la bruma. En algún lugar, los cristales se rompen.
Los pies de Cerulean se detienen. Su rostro tiene espasmos, los pensamientos
le crispan las facciones, le rodean los ojos y se engarzan alrededor de sus ojos,
que viajan por las plumas de mi máscara y se posan en un punto concreto.
Una de las plumas cuelga sin fuerza sobre mi sien y me roza la piel.
El baile debe haber desencajado el tallo, que ahora se descuelga de la visera
como un error, como una cosa mal colocada. Como la pieza de una vieja y burda
máscara.
Sus ojos parpadean con un recuerdo, luego con un horror repentino, luego
con reconocimiento.
Aquí mismo, consigo mi deseo. Aquí mismo, lo tengo todo.
Pero está mal. Esto no es como se supone que debe ser. Me colé en esta
mascarada por una razón diferente, para espiar a estas Hadas, para observarlo
desde lejos. Lo he estropeado todo.
No se suponía que fuera así.
Me arranco de los brazos de Cerulean. Capto su asombro por segundos antes
de salir corriendo de la pista de baile. Pasando por delante de preciosas alas y
viseras espantosas, atravieso el salón de baile y salgo volando hacia el pasillo
más cercano.
El carril se condensa en un camino tupido. Una fuente escupe agua. Una de
las currucas trina, las plumas bruñidas se agitan y un par de garras se aferran a
una rama.
El canal me deja en una puerta con cortinas. La atravieso y tropiezo con el
pasillo original, pero entro por un umbral diferente. Unas risas ahogadas salen
de la mascarada. Me escabullo del ruido, localizo otra puerta arqueada y me
apresuro a pasar su cortina.
Al igual que con todas estas cortinas, el material bloquea las risas procedentes
del vestíbulo. Me meto en un espacio tan negro que no puedo ver nada, ni
siquiera mi mano cuando la levanto y muevo los dedos. Basándome en la
ausencia de ruido, y en lo fuerte que resuena mi respiración a través de este
abismo, apuesto a que es un cuarto estrecho.
Mi espalda se aprieta contra el entramado de ramitas y arbustos que hay junto
a la cortina.
Entonces me giro y planto las palmas de las manos en la celosía, mi cabeza
cae contra los brotes entrelazados. —Mierda —siseo, la palabra sale temblorosa
de mis labios.
No quería dejarlo. Quería quedarme.
El viento me acaricia la espalda, y el olor a almizcle y tempestades flota en
mis fosas nasales. Un incienso elaborado desde el cielo.
Una forma ágil se mueve por el suelo. La ropa cruje, los tacones de las botas
tintinean en el suelo, y un peso llena la habitación.
La tensión se apodera de mi cintura. Conozco los cuerpos masculinos. Este
se detiene por detrás de mí, su calor me inunda mientras su brazo se desliza por
mi pecho, la tela rozando mi corpiño.
Me quedo quieta como una liebre, reconociendo su sonido. Entonces su dedo
se apoya en mis labios, como si hubiera planeado hablar.
—Shh —susurra Cerulean.
Capitulo 26
Diablos, no me quedo callada, ni siquiera un poco.
Rujo, aúllo y gimo. Eso es lo que hace mi corazón, que se desprende de la
cavidad de mi pecho.
En cuanto a mi boca, suelta un jadeo inconexo, mis nervios cortando el
espacio.
Me recuerdo la diferencia entre entonces y ahora, la brecha entre su moral y
la mía, el abismo entre su mundo y el mío. Entonces sigo la corriente de su voz
y ruedo entre sus brazos. Mis pechos se tensan sobre su torso, el corpiño y la
camisa abierta se entremezclan, me los imagino tan arrugados como el resto de
él.
Él es el cielo, sin límites ni restricciones. Es omnisciente, lo sabe y lo ve todo.
Con una sola excepción: yo.
Él no sabía quién era yo. No hasta ahora.
A pesar de la oscuridad, siento el peso de sus ojos. Por una vez, no utiliza el
viento para tocarme, porque el contacto es instintivo, magnético, en lugar de
elemental. Mis labios se estremecen, se separan y atraen su mirada.
A través de las rendijas de mi visera, mi propia mirada busca sus labios.
Cuando lo hago, de su boca brotan unos breves gemidos, con un sonido áspero
al límite.
Ya hemos estado en esta posición antes. La última vez, estábamos por encima
del mundo, expuestos por ese paisaje infinito. Esta noche, estamos aplastados
juntos, encerrados en un cubo oscuro.
No hay sonido. No hay vistas. No hay olores. No hay sabores. No hay
texturas.
Todas las distracciones posibles desaparecen. Mis sentidos se reducen a una
sola realidad: Cerulean.
Su sabor en mi lengua: vino de espino negro y lluvia. Su abdomen se flexiona
con el oxígeno. Su camisa suelta burlándose del tejido de mi vestido.
No debería ser capaz de saber si me está absorbiendo de la misma manera,
pero tal vez el vínculo resuelva el problema, porque siento el momento en que
sus afiladas orejas se levantan cuando mi falda toca el suelo. Brevemente, oigo
cómo sus fosas nasales se ensanchan para inhalarme. Nunca me había sentido
tan lívida, tan desconsolada, tan caótica.
Nuestras respiraciones condensadas y nuestros movimientos combinados
resuenan en mis oídos, más fuertes de lo que deberían. De la nada, sus nudillos
recorren mi mandíbula. Me inclino hacia las cálidas crestas, inclinando la
cabeza hacia su tacto.
Lentamente, el Fae explora mi rostro, recorriendo desde la protuberancia de
mi barbilla hasta la inclinación de mi nariz. Su otra mano pasa como un
fantasma por mi pómulo derecho, y luego traza mi ceja izquierda con el pulgar.
Esos dedos de flautista trazan un camino a lo largo de la línea del cabello y
bajan hasta mis sienes, donde la pluma suelta cuelga de mi máscara. La acaricia,
recordando, redescubriendo.
Se le escapa un siseo maravillado, y suelto una risa lacrimógena, porque sí.
Soy yo.
—Lark —respira maravillado.
Mi corazón detona dentro de mis costillas. Asiento con la cabeza y balbuceo:
—Cerule…
Pero su boca se traga la palabra. Sus labios atrapan los míos, uniéndolos en
un beso fundido. Mi boca se aferra a la suya y se dobla bajo él. Nuestras lenguas
se lanzan hacia delante, enganchándose la una a la otra con sacudidas
desesperadas.
Cerulean me lame, el ritmo de su lengua arranca un gemido de mi garganta.
Retumba en el espacio e incita su propio gemido rasposo. Mis manos vuelan
hacia su pelo y la punta de su pluma azul me roza el pecho.
Nuestras bocas cambian de ángulo y el beso es ardiente. Pero no es suficiente.
Está de acuerdo. El suelo se desliza bajo mis pies. Cerulean me levanta del
suelo y me apoya con fuerza en los barrotes de las ramas. Mis piernas se enlazan
alrededor de su cintura, mis dedos tallan sus raíces y mis muslos abarcan sus
caderas.
Un par de labios tortuosos se aferran al pliegue de mi cuello y —oh, por
Fables— dibujan besos en mi carne. Me desplomo contra la frondosa pared. Mi
cabeza cae hacia atrás, mi boca se abre en un gemido silencioso, el negro
circundante amplifica mi sensibilidad.
Cerulean me absorbe en la caliente caverna de su boca hasta que me retuerzo
contra su firme longitud. Al retirarse, me da besos con la boca abierta en la
garganta y arrastra la lengua por debajo de la mandíbula. Gimoteo, casi me
deshago en sus brazos.
Con un zumbido ansioso, se hunde de nuevo en mi boca, con su placer
punzando mi piel hasta los dedos de los pies. Abandonamos las palabras. Sin
dudarlo, saltamos sobre las verdades, las preguntas y las respuestas, las razones
y las explicaciones. Hay mucho que decir, pero no ahora —demonios, no
ahora— porque hay demasiado que sentir.
La hendidura entre mis piernas quiere más. La cresta rígida entre sus huesos
de la cadera quiere más.
A este ritmo, estaré montando su pene contra este tabique, justo fuera del
carnaval. Esto tiene que acabar, pero no puede, porque no lo dejaremos. He
soñado con esto durante nueve años y necesito un reencuentro. Aunque sólo sea
por esta noche, quiero lo que nunca pudimos disfrutar. En estas breves horas,
quiero compartir una historia con él, una que dure más de trece días.
Una historia de noches tranquilas y ruidosas, con juegos y peleas, con risas y
secretos. Una historia de relatos y verdades. Una historia sin humanos ni hadas.
Una historia que nos lleva a esto.
Quiero que sus caderas desnudas se balanceen entre las mías. Quiero que su
inteligente boca pierda el control. Quiero que nuestros cuerpos se estresen.
Quiero que nuestros gemidos se superpongan, que trabajen juntos.
Pero no aquí. Como si me hubiera oído, Cerulean se separa. Aspiramos aire,
nuestros latidos chocan. Busco su rostro en la oscuridad y sé que él hace lo
mismo.
Enmascarados y en la oscuridad, volvemos a la forja donde nos conocimos.
Enmascarados y en la oscuridad, por fin nos vemos.
Cerulean arrastra su boca contra la mía. —Ven conmigo.
Su acento cadencioso hace que una ráfaga de excitación recorra mi estómago.
Alarga la mano detrás de mí, aparta la cortina con la mano libre y se inclina
hacia delante para observar el pasillo vacío. La luz de las antorchas entra en el
espacio, iluminando los flecos de su máscara. Luego se mueve con una rápida
intención, entrelazando nuestros dedos y conduciéndome por una serie de
pasillos curvos y desconcertantes.
Por fin, salimos a la naturaleza, donde la Media Luna se filtra en un blanco
calcáreo sobre los serbales. Miro por encima del hombro. El colosal edificio se
extiende hacia el hemisferio. En otras circunstancias, me habría gustado
quedarme allí.
En cambio, dejamos atrás La Pajarera Nocturna. La fusión de flautas y gaitas
se desvanece. Con él avanzando ligeramente por delante de mí, vislumbro su
pelo rozando el cuello alto del abrigo. El dobladillo de la prenda se agita contra
sus largas extremidades, y mi vestido de plumas se precipita sobre las piedras.
Cerulean no mira hacia atrás, pero estrecha más nuestras manos. Avanza por
el sendero como si estuviera huyendo, apresurándose para escapar de algo... o
para alcanzarlo.
¿Qué pasaría si le hiciera dar la vuelta? ¿Cómo de fuerte es su autocontrol?
¿Qué tendría que hacer para que se rompiera?
Deslizo mi pulgar por el suyo. Su paso se acelera.
Bueno, la miseria ama la compañía. Que se enfade, así no seré la única... ¿qué
está haciendo?
Cerulean se detiene ante el puente y se vuelve hacia mí con una sonrisa no
tan culpable. De su espalda brotan dos alas de color azul obsidiana. Se extienden
a lo ancho, luminosas y recubiertas de plumas del mismo tono que su cabello.
Me tropiezo con la boca abierta. Alas. Cerulean tiene unas putas alas.
Pero he visto su espalda desnuda. No había señales de ellas, ni rendijas ni
nada.
Atónita, tartamudeo: —Pero… pero cuando llegué aquí, dijiste… maldita sea,
dijiste que no tenías alas.
—Oh, pero nunca dije eso —Su boca se encorva—. Simplemente dije que
nunca dije que tuviera.
¡Por el amor de Fable! —Eres astuto…
Grito cuando pasa sus brazos por debajo de mis muslos y me levanta del
suelo. Acariciando mis labios, murmura: —Aguanta, rebelde Lark.
Nos lanzamos al aire y cruzamos el valle. La pluma suelta se desprende de
mi máscara y se cuela en las nubes. Veo cómo desaparece, luego cierro los
brazos alrededor del cuello de Cerulean, y mi cabeza se hunde en ese hueco.
Sus alas se abren en abanico, azotando la altitud. Me debato entre reír y
coquetear, porque tiene un par de aletas muy sensuales.
Cuando las crestas de su abdomen se rozan con mi cadera, mis pensamientos
se vuelven picantes. Es todo lo que puedo hacer para no arrastrar mi mano hacia
abajo, agarrar su dureza y susurra —Fóllame con esto.
Cerulean debe sentir mi agitación, porque me pellizca los dedos, insistiendo
en silencio que me comporte. Aterrizamos en la Torre de la Fauna, donde los
residentes salvajes se reúnen en la hierba en charcos de pieles y colas. Me suelta,
y mi frente le deja un rastro en sus pectorales.
Me atrevo a pasar mis dedos por los raíles de sus alas, dibujando las aspas.
Las plumas algodonosas tiemblan bajo mis dedos. Cerulean se estremece
cuando me inclino de lado para ver mejor. Las ranuras encantadas camufladas
en el abrigo permiten que los paneles se doblen y se deslicen en el interior sin
destrozar el material.
—¿A dónde van? —pregunto.
—En las curvas a lo largo de mis omóplatos —su voz se torna grave—, se
encogen y se filtran en la piel, como lo hace la niebla o el agua.
Una vez más, me coge la mano. Pero no se mueve de su sitio, porque esta vez
el contacto es suave e inquisitivo. Pide permiso, lo que lo convierte en el
contacto más dulce y sexy que he conocido.
Como respuesta, relajo mis dedos en los suyos. Satisfecho, Cerulean se gira
hacia el refugio y me guía a través de él. Traza un camino de vuelta al nivel
aislado en el que charlamos y discutimos durante nuestro paseo de medianoche.
Esta alcoba nos separa de la fauna errante, aunque un safari de gorjeos, rugidos,
balidos y maullidos se abren paso entre las hojas o se disparan hacia las
constelaciones, los ecos son más largos y vastos que los de cualquier animal de
dónde vengo.
Cerulean me suelta la mano y se retira al mirador del borde del acantilado.
Me quedo quieta, esperando unos metros detrás de él.
El parque brilla con los postes de las antorchas. Las llamas arden a fuego
lento, más tranquilas que en La Pajarera Nocturna.
Aquel carnaval. Aquel baile, que no se había sentido real, lo que hizo que
fuera el momento más destructivo para que él lo descubra. La ironía sí que tiene
sentido del humor.
Sin embargo, aquí, en este parque... Esto es real. Está mal, y está prohibido,
pero es real.
¿Por qué el encantamiento de la máscara no funcionó en él? ¿Porque es un
gobernante? ¿Por nuestro inexplicable vínculo? Y si no lo sabe, ¿qué es lo que
él piensa?
¿Quiere a la chica de su pasado? ¿Qué pasa con la mujer de su presente?
¿Se alegra de verme? ¿Está atormentado?
—No puedo dejar de pensar en ti —dice Cerulean de espaldas. —Como eras
antes, en lo que te has convertido.
Mis preguntas se evaporan. Su voz toma vuelo, susurrando a través del
bosquecillo.
—Me encantaste entonces —reflexiona—. Una chica con una voz y una
lengua mortal. Una visión así es semejante vicio. Un momento, era la presa
enjaulada de su pueblo. Al siguiente, una humana encubierta se coló en esa forja
y liberó mi corazón, mucho antes de que ella abriera la cerradura.
—Era joven, enamorado de una chica inferior de un lugar inferior.
Confundiendo su descaro con un santuario y su risa con un refugio, tiré la
cautela al viento. Rápidamente, aprendí mi error: nunca fue inferior. De hecho,
resultó ser superior en todos los sentidos.
—Durante trece días, esperé con ansias sus visitas. Todo en ella me
hechizaba, desde su máscara remendada hasta sus ideas fantasiosas sobre las
profesiones mágicas. Recuerdo cada octava de sus palabras, un bálsamo para
mi cautiverio. ¿Y si eres el mejor observador de aves del mundo, pero aún no
lo sabes, porque nunca lo has intentado? Me preguntó mientras luchaba por
resistirme a ella, asqueado de mí mismo por estar embelesado. Intenté
convencerme de que sólo estaba desesperado por encontrar consuelo.
Avergonzado, no podía perdonarme la indiscreción que había sido.
Eso duele, pero ¿no había pensado lo mismo de él? ¿Incluso después de creer
que estaba muerto?
—La desprecié por salvarme, y la admiré por ello —admite Cerulean—.
Respetaba su valentía y adoraba su temeridad, hasta el punto de que habría
hecho cualquier cosa por ella. Si me dieran a elegir, habría considerado
quedarme en esa jaula hasta saber todo sobre ella, por mucho tiempo que pasara.
El dolor desaparece y es reemplazado por una emoción vital que envuelve mi
corazón. Los tacones de mis zapatillas se hunden en la hierba, las hojas me
hacen cosquillas en los tobillos. Necesito sentir el suelo, de lo contrario me
lanzaré al otro lado del parque y le interrumpiré.
—¿Cómo pueden los sucesos de la infancia conducir a esto? —se pregunta—
. ¿Cómo puede un breve encuentro dejar tal cicatriz, una huella, un anhelo?
¿Había sido amor, a esa edad incipiente? Tal vez fue un cierto tipo de amor.
Uno precioso, demasiado precioso para durar, y demasiado frágil para nuestro
propio bien.
—Pero esta noche, ella volvió a mí —dice el Fae—. Por Dios Santo,
reconocerla golpeó demasiados lugares a la vez. Un pinchazo en mi sien, un
dolor en mi pene, un picor en mis palmas.
Cerulean rueda, un racimo de plumas níveas se abanica desde su máscara.
—Ahora es una mujer —abandona el mirador y acecha mi camino, el viento
barriendo sus ropas—. Sin embargo, antes de darme cuenta de quién era, cada
interacción ha sido un rompecabezas, una plaga, una provocación.
Acorta la distancia y me hace retroceder contra un peñasco cubierto de
musgo, el saliente pecho erizado de mi escote revoloteando contra la V de carne
bajo su camisa. Su respiración agitada se mezcla con la mía —Me pregunté,
¿por qué me mira como si me echara de menos? ¿Por qué recuerdo toques que
nunca se produjeron con ella, palabras que nunca nos dijimos? —inclina la
cabeza—. ¿O lo hicimos? ¿Por qué me recuerda a alguien que conocí una vez?
¿Alguien a quien codicie durante un breve instante? Unos meros trece días
pueden ser largos para un humano, pero para un Fae…
Sus palmas rozan la parte posterior de mis muslos y me levantan del suelo,
depositándome sobre la piedra musgosa. Mis piernas se extienden alrededor de
su cintura y mis rodillas tiemblan. Él se mete en la ranura, apoyando las manos
en la roca.
Enrollo los dedos alrededor de su nuca y me acerco, deslizando hueso sobre
hueso. Cerulean se retuerce, su cabeza inclinada se cuela bajo mi mandíbula,
donde arrebata la carne sensible entre sus labios. El universo se reduce a ese
delicado lugar, y me aferro a él, con la cabeza echada hacia atrás.
Me planta un único beso húmedo allí, y luego dibuja la línea de mi cuello —
Es una mortal infernal y, sin embargo, cada vez que he estado cerca de esta
mujer, he querido pelearme con ella —me pellizca la barbilla—, confesarle
secretos. —Se dirige a mi labio inferior, que recorre con su lengua, incitándolo
a bajar. Su ronco susurro recorre mis labios—. He querido besarla rudamente y
follarla dulcemente.
Oh, por Fables.
Cerulean patina hasta mi oreja, dibujando su lengua a lo largo de él. —Y
ahora sé por qué —lame el lóbulo—. No he dormido desde su llegada, y por
eso, también la culpo a ella. —Su lengua sondea mi oreja, ese único acto erótico
empaña mi conciencia. Mi cuerpo se arquea tanto hacia atrás que mis tetas
corren el riesgo de salirse del escote—. Su boca amotinada es la causa de mi
trastorno físico. Sus mejillas barridas por el polvo son las culpables de mi
malestar. Oh, como joven Fae, he tenido la excusa de mi edad.
Se arrastra hacia atrás, pasa los dedos por la máscara y se la quita de la cabeza.
La tira a un lado y sus pupilas dilatadas captan las mías. —Esta noche no tengo
esa excusa.
Así que tengo una respuesta. En cuanto al resto de mis preguntas, la
decadente prisa de su voz lo deja claro: esas preguntas van a tener que esperar.
No vamos a llegar a ellas esta noche.
Ni siquiera vamos a entrar en la torre.
Capitulo 27
Ha pasado demasiado tiempo. Nueve años es demasiado tiempo.
Si no le amé entonces, estoy a punto de hacerlo. Igualo sus movimientos, me
quito la máscara de la cara, la arrojo a la hierba y dejo que me vea.
Los postes de las antorchas rocían el parque con siena. El viento se agita a
través de los remos, sus hojas y bayas aplauden, sus ramas cubren la Media
Luna.
¿Y yo? Estoy tirada sobre el musgo como almohada, con las piernas
flanqueando el cuerpo de un Fae prohibido. Los dedos de mis pies se flexionan,
aflojando los tacones de las zapatillas; caen al suelo y aterrizan junto a la
máscara. Saboreo el embriagador ardor de los espíritus del carnaval, sus
residuos recubren mis encías.
Los ojos azules de Cerulean me persiguen. No puedo superar la
metamorfosis, todo ese hambre y asombro —Eres tú —dice, mirándome con
ojos brillantes.
—Soy yo —respondo, con la voz quebrada.
—Mi Lark rebelde. —Su mirada encapuchada se posa en mi boca, y sus
dientes brillan, los caninos afilados en la punta—. Quiero darte placer, como lo
hice con el viento. Sólo que esta noche quiero hacerlo sin ayuda. ¿Me
dejarás…?
Esta vez, soy yo quien lo calla. Mi boca choca con la suya, separando sus
labios. Cerulean gruñe y me empuja contra él, su lengua se sumerge en mí y
abre el beso.
Suspiro y le araño el pelo con los dedos. Estoy aquí, él está aquí, y eso es
todo lo que he esperado. Quiero llorar y gemir. Y al final de esto, estaré
haciendo ambas cosas.
Cerulean me lame con empujones seguros. Con cada lanzamiento, siento la
fuerza ondulante de su mandíbula. Lo tomo todo y lo devuelvo, chocando mi
lengua con la suya.
Mis dedos suben por sus orejas y llegan a la cima, donde quito las capas de
las alas. Mis pulgares liberan la dura piel y acarician las puntas. Zumba, y el
efecto se extiende por su cuerpo hasta la longitud erecta en el centro de su pelvis.
Es largo y rígido. Pero no lo suficientemente rígido. No para mí.
Aparto la boca, agarro una de sus orejas y chupo la cresta. Cerulean grita, su
pene se eleva en donde se abre mi falda de plumas. Mucho mejor.
—Maldita sea —ronroneo, deslizando la palma de la mano entre nosotros y
ahuecando la dureza— ¿Esto es para mí?
—No —contesta Cerulean, y luego se retira para dejar que sus manos
recorran mis extremidades desnudas. Por debajo de mi bata, me agarra el culo
con una palma y me rompe las bragas con la otra, el delicado rasgón cortando
el aire—. Esto es para ti —murmura contra mi boca.
Sus dedos peinan el parche de rizos húmedos, su dedo índice asciende por la
hendidura. La sangre se arremolina en mi interior. Mi boca se separa en un
gemido silencioso mientras él acaricia la húmeda abertura, dibujando alrededor
de mi piel hinchada hasta el punto de empaparme y murmurar quién sabe qué.
Se toma su tiempo, rozando los contornos mientras mira mi cara sonrojada,
y luego perfila la pequeña raíz de carne situada sobre mi centro. Soy un desastre
tembloroso, palpitando mientras él roza y da vueltas alrededor de la cresta, un
millón de terminaciones nerviosas cobrando vida. Me rindo, suplicando sin
sentido, y él cede, dándome su toque.
Con un ruido de agradecimiento, hunde un dedo en mí. Mis músculos se
agitan en torno a él, el deslizamiento resbaladizo de su dedo me arranca un grito,
y luego otro cuando añade un segundo dedo. Me inclino hacia él, con las rodillas
más altas a horcajadas sobre su cintura, con las nalgas girando sobre la roca
cubierta de musgo.
Cerulean toca un punto que pellizca, atormenta. Luego se retira... y se desliza
de nuevo... y de nuevo... y de nuevo. Con cada embestida, me humedezco y me
agarro a sus dedos. Gemidos impotentes resbalan en el recinto, exigiendo más,
por favor, más.
—Eso es —anima Cerulean—. Dame ese sonido exquisito.
No sueno exquisito. Sueno como si me estuviera cayendo.
Me besa y acelera, cogiendo mi trasero con la mano que tiene libre y
meciéndome hacia delante y hacia atrás, empujándome contra los dedos
alojados en su interior. Igualo su ritmo, me agarro a sus hombros y me subo a
su mano, gritando en su boca.
Nuestras frentes se encuentran. Mis entrañas se estrechan, casi allí, casi allí.
Mis paredes internas se tensan en torno a sus dedos, reuniéndose en el centro...
—Sí, mi Lark —me insta—. Ven lento y bajo.
Hasta que un arrebato me lanza al cielo. No estoy cayendo, me estoy
elevando. Grito y me deshago en sus brazos mientras él se traga mis gritos.
Vuelvo a la tierra y me desmorono contra él, jadeando en su hombro. Me
alisa el pelo y me acaricia los labios, con la respiración agitada. Estamos hechos
un desastre, con la ropa desordenada.
Y aún no hemos empezado.
Todavía con espasmos, me meneo más cerca, frotándome contra su pene. En
respuesta, Cerulean clava sus dedos en mi trasero y pronuncia: —No voy a
parar.
—Bien —me inclino hacia él, le paso la lengua por la boca y murmuro—
Fóllame.
Su iris se transforma en un vivo tono azul. Se retira de debajo de mi bata y se
mete los dedos brillantes en la boca mientras estudia mi reacción. El hecho de
que pruebe mi clímax me hace sentir un nuevo rayo de deseo.
Lo siguiente es mi corpiño. Uno a uno, rompe los cierres, abriéndolos para
dejar al descubierto un valle de piel con guijarros. Me enderezo, permitiendo
que mis tetas amplíen el hueco, y espero a que él haga el resto.
Cerulean libera el corpiño, mis pechos se derraman a la luz del fuego, en su
línea de visión. Mis pezones se fruncen, se convierten en costras de color rosa
oscuro. Se nivelan, esperando por él, esperando su boca.
Sus pupilas eclipsan el iris al contemplar el espectáculo. Maldice en Faeish,
la cadena de palabras se inclina hacia los extremos. Abrazando la parte baja de
mi espalda, me insta a reclinarme, con la cabeza inclinada hacia las temblorosas
copas de los árboles.
Y entonces una boca caliente envuelve mi pezón. Doy otro grito, desatando
al dosel mientras Cerulean me chupa. Una y otra vez, saborea el disco de piel,
lamiendo y besando. Luego se apiada, con sus dientes rozando el pezón opuesto
mientras balbuceo su nombre.
—Minn ó Lark —dice Cerulean en mis pechos. Se retira y sacude la cabeza,
apartando los húmedos rizos delanteros.
Mis aspiraciones se vuelven superficiales. —Quítame la ropa.
Sus labios se enroscan en una sonrisa. —Un favor por un favor.
Naturalmente. La bata tiembla por mi cuerpo, susurrando sobre mis curvas y
huecos. Dejo que me pase la tela por las caderas y los tobillos, la falda de flecos
ondea, haciéndome cosquillas por el camino. La tela salpica el suelo y luego
estoy desnuda, tendida ante él en las llamas.
El brazalete del muslo brilla, el único objeto que llevo puesto. Mis pechos
cuelgan pesados y necesitados, el sudor se acumula detrás de mis rodillas y mis
pies rechinan contra la roca. Me apoyo en los codos y separo los muslos,
dejando al descubierto la hendidura donde me ha tocado.
Su mirada se clava profundamente. Ninguno de mis amantes me ha mirado
nunca así.
Como si fuera rara. Como si fuera insustituible.
No necesito que me lo diga. Sé lo que valgo, pero mi alma se calienta.
El viento azota su ropa. Demasiada ropa.
La camisa deja al descubierto una gran cantidad de piel. Me enderezo, pongo
las palmas de las manos sobre su pecho y escalo la cuadrícula de los
abdominales. Trazo un mapa de los planos sólidos antes de posarme en su
corazón, el órgano embiste contra mis manos, el ritmo se acelera.
A partir de ahí, mis manos pasan por encima de sus hombros, llevándose el
abrigo. Flota hasta la hierba. Con dedos ansiosos, agarro el dobladillo de su
camisa y lo arrastro sobre su cabeza. Cerulean se mueve conmigo, sus sinuosos
brazos se levantan, mostrando las cicatrices de hierro que suben por sus
antebrazos.
Se quita las botas y las tira a un lado. Reacciono rápidamente porque esos
pantalones bajos tienen que desaparecer, y mis manos tiemblan al bajarlos. De
nuevo, él me ayuda a quitarle los pantalones hasta el final.
Tengo suerte de no tragarme la lengua. Es hermoso. Sus afilados músculos
se contraen sobre el tonificado acantilado de su cuerpo, fácil de atarme
alrededor. Aparte de algunos mechones de pelo oscuro —bajo los brazos, a lo
largo de las extremidades y en el centro—, Cerulean es de mármol.
Sus caderas inclinadas enmarcan su longitud. Se inclina hacia lo alto, con el
vértice enrojecido.
No puedo decidir qué deseo primero. Envolver mi boca en ese grosor o
sentirlo bombeando dentro de mí. No puedo decidirme, así que no elijo ninguna
de las dos cosas.
En lugar de eso, me acerco al borde. Nuestros centros se rozan y ambos
gruñimos suavemente por el contacto. Me desvío y pego mis labios a su
garganta. Los dedos de Cerulean capturan mis caderas, las uñas se me clavan
mientras lavo su piel con la lengua. Mis besos viajan desde su cuello hasta sus
clavículas, y luego hasta sus pezones que se agitan entre mis dientes. Pruebo su
torso, donde la pluma cuelga de su pelo.
Y luego picoteo cada cráter que marca sus brazos. Por encima de mí,
Cerulean expulsa una respiración entrecortada.
Cuando llego a su ombligo, me levanta de un tirón y me empuja hacia él. —
No tan rápido, cariño —me advierte, el apodo pronunciado con un tono
entrañable—. No se te permite probarme hasta que te haya hecho poner el grito
en el cielo. Si no, esto se acabará rápido.
—¿Quién murió y te hizo gobernante? —me burlo.
Cerulean sonríe, pero la sonrisa se borra enseguida. —Abre las piernas para
que pueda ver por dónde voy.
Sólo eso me hace caer en picado, la excitación me sube por las piernas. No
me lo pide porque no sepa a dónde ir. Me lo pide porque quiere disfrutar de la
vista, de una visión más amplia que la que le había dado hace un momento. Pero
si este Fae cree que puede darme órdenes, será mejor que aprenda la verdad
rápidamente.
Sacudo la cabeza. —Sé dulce.
De pie entre mis extremidades, Cerulean apoya las palmas de sus manos en
mis rodillas llenas de cicatrices, dibujándolas con sus pulgares. Luego inclina
la cabeza hacia esas marcas. —Por favor —súplica contra mi piel destrozada—
. Por favor, déjame.
No es la súplica lo que lo hace. No, es el suave roce de sus dedos, los ligeros
besos en mis cicatrices de la chimenea. Algo crece en mi garganta y mis rodillas
se aflojan.
Abro los muslos para él, para mí, para esto. Lo desnudo todo.
Mientras tanto, disfruto de la forma de Cerulean. Su figura nervuda. La vena
azul que recorre la parte interior de su antebrazo. El pulso que late en su cuello.
El movimiento de su garganta. Saboreo las hendiduras expuestas, los empinados
huesos de la cadera y las cicatrices que salpican sus brazos.
Saboreo esa parte erecta de él, llena de color, con el tronco tenso.
Me retuerzo, lo acuesto más profundamente, lo acuno en el hueco de mis
muslos. Mi mano desciende hasta el tallo de su pene, mis dedos se enlazan
alrededor de la base. —Extiéndeme con esto.
—Humana codiciosa. —Cerulean me arrebata los labios, su lengua devora la
mía.
Al mismo tiempo, me toca la cadera con una mano, sujetándome. Con la otra
mano, engancha mi pierna sobre su cintura.
Mis dedos errantes descubren otra parte sexy de él. Su culo está tonificado,
las hendiduras ceden bajo mi toque.
Nuestros labios se abren y se cierran como si se tratara de un momento
crucial. Nos besamos profundamente, intercambiando suspiros y escalofríos.
Y su punta empuja hacia delante.
Nuestras voces se entremezclan en un único y atrofiado medio gemido. Los
sonidos salen de nosotros, chocando porque nuestros rostros están muy cerca el
uno del otro. Mis ojos se fijan en los suyos, negándose a pasar por alto esto.
La pelvis de Cerulean se frena ante mi entrada. Sus ojos brillan, amenazantes,
encantadores.
Una vez más, mueve sus caderas, limpiando mi humedad. Otro gemido se
escapa de mi lengua. Me besa la barbilla y acentúa el contacto con un
movimiento de su cintura, empujando aún más su pene. Mi núcleo se agita
alrededor de él, y luego sella la corona en su interior.
Mantenemos los ojos clavados, pero es una lucha por mantenerlos abiertos.
Cerulean se mueve con una gracia depredadora, lenta y constante. Con círculos
controlados de su cintura, su pene me sondea un poco más, cada eje agonizante.
La prolongada fricción me vuelve tan loca que mis palmas se imprimen en su
trasero para espolearlo más, pero eso sólo incita una malvada sonrisa de Fae. Él
niega, respondiendo con una palmada en los muslos, dividiéndome aún más.
—Oh, Fables —gimoteo—. Cerulean.
—¿Te gusta? —pregunta—. A mí también me gusta. Me gusta mucho.
Y sigue. Y sigue. Y sigue.
Hasta que me quiebra por dentro. Hasta que lloro de necesidad. Hasta que
soy incoherente.
Y no sólo yo. El gruñido lastimero de Cerulean es un hilo tensado. Nos
aferramos el uno al otro, con una película de sudor sobre nuestra piel. La
humedad inunda mi cuerpo, empapándonos a los dos. Él gime con entusiasmo,
haciendo girar su longitud en ese lugar, ese hermoso y brutal lugar.
—Ahora —promete.
Por fin, su pene se desliza, y se desliza, y se desliza. Entonces está dentro de
mí, completamente dentro de mí, mis músculos cerrándose alrededor de él.
Nuestros gritos inundan el lugar. Me llena hasta el borde, nuestros cuerpos se
sacuden hacia arriba por el impacto, y luego se hunden en la roca. Nunca he
sentido nada tan dolorosamente bueno. Nunca me había sentido así con nadie,
completa e incompleta a la vez.
Capitulo 28
El vuelo llega a su fin. Nos desplazamos unos contra otros en un enredo de
brazos y extremidades sudorosas. Nuestras respiraciones lentas se funden con
el canto de un canario, emitido desde algún lugar de las ramas, el canto de los
pájaros es distinto al que estoy acostumbrado a escuchar. Es más rico y brillante
que una docena de campanas, las notas se superponen una sobre otra,
calmandome desde el interior.
Un manto de aire se funde con los árboles. El dulce y almizclado aroma de la
transpiración flota en mis fosas nasales.
Cerulean esconde su cabeza en el pliegue de mi garganta y yo navego con
mis dedos por su húmedo cuero cabelludo. Esto ha ocurrido. Sucedió con un
Fae que ha vivido en mi corazón durante mucho tiempo y no tengo ni un maldito
remordimiento.
Su ronca inclinación recorre mi hombro. —¿Estás bien?
—No —murmuró, la palabra se traba en mi lengua.
No estoy bien, porque esto no estaba bien, porque tenía que terminar. No
quiero que se acabe, nunca. Me había desgastado mucho.
Cerulean se ríe, su cuerpo desnudo se estremece de alegría. La textura de su
risa me roza la piel, el sonido parece a algo que se desprende de un tapón, algo
que se ha vuelto más sabroso y potente con la edad. Algo que tiene un valor
incalculable.
Él inclina la cabeza, mirándome con una confianza que se me mete en el
estómago. Un cautivador tono de azul satura ese iris, haciéndolo parecer más
joven. Me gusta mucho más este aspecto en él, la mirada de alguien con sangre
seria corriendo por sus venas.
Siempre he asumido que las hadas no tienen corazón, no como los humanos.
No auténticos, con la capacidad de cuidar de otros seres que no sean ellos
mismos. Pero aquí está, echando por tierra esa suposición.
Cerulean se endereza. Sus brazos me rodean por la cintura, mis piernas aún
lo rodean. —He pensado en ti todos los días desde aquella fragua —susurra—.
Plantaste una semilla, pero no fue hasta después de dejarte que me enamoré.
Hiciste que mi corazón latiera a un nuevo ritmo.
Es todo lo que quiero oír, demasiado bueno para ser verdad. —Éramos unos
críos —digo, trazando su espalda baja.
Me besa suavemente los labios. —Creo que hay un sinfín de formas de amar.
Viene en muchas formas y a través de muchas líneas de tiempo —algunas
cortas, otras largas— de una multitud de vínculos y encuentros diversos. Creo
que lo que sentí por ti no fue más que una forma. —Inclina la cabeza, las
antorchas iluminan su ceño—. ¿Qué sentiste?
—Lo mismo —Mi respuesta es inmediata y borra la duda de su rostro—. ¿Por
qué no me buscaste de nuevo? ¿O eras tú, escabulléndose en mi habitación
durante años y acariciando mis sábanas?
Su asombro es genuino, pero también su sonrisa. —¿Estás diciendo que el
viento te visitó? Sí, fui yo, pero no sabía que eras tú. No frunzas el ceño,
permíteme explicarte. A través del viento, he contrariado a numerosos mortales,
colándose en las casas y perturbando la paz. Ten la seguridad de que fue
únicamente para petrificar a los mortales con ilusiones y glamour. Sin embargo,
nunca fue para forzar mi cuerpo sobre ellos.
Asiento con la cabeza, aunque Cerulean no ha necesitado decirlo. Las hadas
pueden incurrir en tentaciones, pero las Fábulas dicen que los mortales rara vez
los tientan sexualmente. Incluso si lo fueran, sé que él nunca le haría eso a
alguien, sea humano o no.
—Llámalo coincidencia, pero parece que eras uno de mis objetivos —dice
Cerulean—. No puedo ver con quién hace contacto el viento. Más bien, siento
su progreso y dirijo su trayectoria hacia su aura. Lo he hecho tantas veces que
no fui capaz de ubicarte cuando nos reunimos. En cualquier caso, si hubiera
sabido que eras tú, la chica mortal de mi infancia, no me habría entrometido.
—O quizás lo hubiera hecho, simplemente para arroparte. Es una suerte que
no me diera cuenta, o podría haberme obsesionado y abandonado mis deberes.
Tienes ese poder sobre mí. —Sus rasgos se elevan en una sonrisa traviesa—.
Sin embargo, mi visita a tu recamara de invitados anoche es otra Fábula. Sabía
precisamente lo que estaba haciendo. ¿Estoy en lo cierto al suponer que
disfrutaste de mis travesuras?
—Sabes la respuesta a eso —digo—. Sabías cómo iba a responder. Si no, no
lo habrías intentado.
Aunque no estoy seguro de cómo sentirme por ser su excepción, aparte de la
culpa y la rabia hacia él por suponer que está bien y es bueno plagar a los
humanos. Sin embargo, siempre fue mi excepción, también.
Y esta noche... bueno, quizás esta noche sea nuestra excepción. Hay tanto
que decir, si empezamos, no pararemos. Pero somos codiciosos, traidores a
nuestra gente, porque esta noche es demasiado especial para estropearla.
Estamos muy felices, y puede que no tengamos otra oportunidad. Siento que
Cerulean piensa lo mismo.
Desde uno de los niveles del parque, un ave emite su llamada de
apareamiento. El canto me trae otro pensamiento a la mente. —¿Ha traído a
otros Fae aquí? ¿Otros machos o hembras?
Finge un mohín. —Podría preguntar lo mismo.
—Adelante. Tengo algunas historias.
—Humana amotinada. Prefiero no escuchar historias de tus hazañas, a menos
que prefieras que te coja de nuevo, vorazmente y con envidia...
—¿Es una pregunta trampa?
Se ríe, el sonido de una campanilla de viento revoloteando en la noche.
—He calentado una miríada de camas y una miríada de cuerpos, pero nunca
he traído a otro Fae aquí. —Su nariz roza la mía—. Esto es nuestro.
Mis hombros se relajan. Esta torre y su parque natural son nuestros.
Pero no son nuestros. No para siempre.
Cerúlea me toma la mandíbula y escudriña mis rasgos. —Qué trastorno en
ese precioso rostro. ¿Qué puedo hacer para eliminarlo? ¿Hmm?
Como ofrenda, aprieta sus caderas entre mis muslos. Suspiro, recordando que
aún está alojado dentro de mí. Y todavía…
Jadeo. —Estás duro.
Su sonrisa se intensifica. —Soy un Fae.
¿Puede durar tanto? Eso sí que es injusto. Parece que los mortales fueron
engañados ahí, pero no me voy a quejar. Sin embargo, estoy demasiado dolorida
para una vuelta de la victoria.
—Soy una humana —le recuerdo.
Una risa íntima retumba en su torso. Cerúleo arrastra sus dedos hasta mi
vientre, que gorjea bajo su palma. —Esa humana tiene hambre.
—Lo cual es culpa tuya, por cierto. Me mantuviste ocupada, y mi apetito no
espera a nadie.
—Entonces no te muevas.
Me sostiene la mirada mientras desliza su polla. Es un momento evocador,
cada uno de nosotros se concentra en el movimiento, como si mereciera la
misma atención que la primera vez que se introdujo en mí. El principio y el final
de nuestra primera vez juntos.
Inmediatamente, siento su vacío. Molesta, me contoneo sobre el musgo de la
almohada, buscando un lugar cómodo. Cerulean se echa hacia atrás, disfrutando
de la vista antes de girarse, ofreciendo una vista sin obstáculos de su alegre
trasero. Debajo de mi ombligo, todas las partes buenas se aprietan. Las Fábulas
se apiada, ese es un trasero mágico. Las hendiduras se contraen mientras él
recorre un sendero y desaparece entre los arbustos.
Podría gritar. Acabo de ver a un Fae desnudo entrar en el campo.
Apoyado en las palmas de las manos, inclinó la cabeza y cierro los ojos. El
parque reverbera a mí alrededor, las hojas golpean entre sí, la hierba tiembla.
Desde el sotobosque, el canario residente gorjea su canción de cuna y el antílope
gruñe. Sin una puntada de ropa, siento un parentesco mayor con este entorno.
Salvaje, salvaje, con un crecimiento excesivo de extremidades y brazos, el brillo
de la Media Luna filtrándose a través del dosel y aterrizando en mi piel.
No debería ser capaz de oírle acercarse, pero lo hago. Sus ágiles pies patinan
por el césped y se detienen cerca. Mi carne se estremece cuando su aguda
ingesta me hace cosquillas en la oreja. —Mírate, mi rebelde. Indómito,
desinhibido, descubierto.
—Ya lo sabes —me jacto, y a continuación gimoteo cuando un par de brazos
se enlazan bajo mis rodillas y me levantan. Cerulean se sumerge en el suelo y
me deposita en la hierba. Se apoya en la roca y me impulsa a recostarme entre
sus piernas, que se extienden alrededor de mi cuerpo. Una vez que mi espalda
se adapta cómodamente a su pecho, su palma levantada me ofrece un puñado
de bocados con cortezas finas de color limón, cuyas formas curvas me recuerdan
a los higos en miniatura. Con el otro brazo, acerca uno de los bulbos a mis
labios—. ¿Confías en mí?
—No dejes que se te suba a la cabeza —advierto—. El orgasmo aún no ha
pasado.
Otra risita da forma a sus palabras. —Abre la boca.
Hago una demostración, separando los labios y sacando la lengua. Él coloca
el bulto frutal sobre el plato y yo me lo meto en la boca. La vainilla, la pera y
una pizca de jengibre brotan de la pulpa masticable.
Trago y gimo. —Eso sabe…
—Como tú —me dice al oído.
Caliente. Maldita sea. Este Fae va a ser mi muerte.
Cerulean sigue dándome las golosinas rellenas. Antes de darme la última, me
dice: —Esto no sustituirá a una comida abundante, pero te servirá hasta más
tarde. Hay un atractivo solárium donde podemos cenar. O si quieres y lo deseas,
puedo asaltar la cocina y traer la comida aquí. Será un gran placer presentarle
los manjares de mi cultura.
—¿Traerla? Conjuraste la comida en la torre.
—Sí, pero odiaría que me acusaras de ser perezoso.
—Ahora que lo mencionas, aparte de los aperitivos exóticos o macabros que
he visto, mucho de lo que he probado es lo mismo que en casa. Las bandejas en
la cabaña de Moth y en mi recamara incluían en su mayoría cosas que conocía.
—Elegí lo que satisfaría sus antojos mortales y calmaría su escepticismo,
pero eso no es lo que hay en este mundo. Los elfos prefieren la cocina amarga,
los dragones los platos picantes y las frutas tropicales, las hadas una mezcla de
salado, ácido y dulce. Es cierto que preferimos los pasteles, la miel y los lácteos
de los mortales. Y sus cultivos: uvas, nectarinas, albaricoques. Sublimes. —Me
besa el hombro—. Pero nosotros los Fae tenemos nuestra propia comida. Una
vez que pruebes nuestras albóndigas, nunca serás la misma.
—Que nadie diga que no soy una comilona.
Me acaricia con la nariz. —Perfecto, porque me gusta mucho una humana
con apetito.
Su excitación me afecta. Una comida con Cerulean. Una cosa tan simple,
entre mil cosas simples que no hemos experimentado. ¿Cuántas podemos incluir
en las próximas horas antes del amanecer, cuando este juego comienza de
nuevo?
Me acurruco en él. No me importaría que un animal pasará por aquí. Tal vez
la criatura asumiría que Cerulean y yo somos compañeros.
Compañeros. ¿Cómo sucedió esto si las hadas sólo se vinculan con su propia
especie? El pensamiento me molesta, tirando de mi boca hacia abajo.
Él es mío.
Pero no, no lo es. No más de lo que yo soy de él.
Sin embargo, pasamos la siguiente hora hablando, susurrando y riendo. Nos
tumbamos de lado, mis dedos trazando círculos sobre su brazo, los suyos
rozando mis mejillas. Compartimos fragmentos de nuestras culturas: la música,
las tradiciones y sí, la comida. Hablamos de cosas pequeñas y de cosas más
grandes, llenando las lagunas del otro.
Cerulean apoya su mejilla en la palma de la mano. —¿Qué estás pensando?
—Que nunca respondiste a mi pregunta sobre tu edad. ¿Qué edad tenías
cuando nos conocimos?
—Algo más de mil. El equivalente a once años humanos.
Pero eso no tiene sentido. Entre entonces y ahora, no podría haber ganado
tantos centímetros tan rápidamente, no si las Hadas tardan eones en
desarrollarse físicamente.
Cerulean calibra mi lógica. —Algo nos pasó esa noche a Puck, Elixir y a mí.
Deberíamos haber tardado otro milenio en tener el aspecto que tenemos ahora,
pero cuando escapamos, nuestros cuerpos maduraron a un ritmo rápido durante
los siguientes nueve años. Cada vez pensábamos y nos sentíamos menos como
striplings. Sin embargo, una vez que llegamos a nuestra plenitud física, el
proceso se ralentizó y luego se detuvo por completo.
—En cuanto a por qué ocurrió, apenas lo sabemos. Tal vez sea porque fuimos
nombrados gobernantes solitarios, por lo que la naturaleza quiso que nos
viéramos y nos sintiéramos así. Es un misterio que aún no hemos descifrado.
Su cordón de pelo trenzado cae sobre mi pecho, mis tetas acunan la pluma.
Acaricio la pluma y estudio su pigmento. —No tenías los labios oscuros cuando
te conocí.
—Bastante desafortunado, ¿no? —bromea—. Porque si lo hubiera hecho,
habría reclamado aún más tu atención. Me gusta la forma en que miras mi boca.
Pero no, el azul vino después.
—Fae vano. Sé lo que dijiste antes, pero ¿alguna vez te acercaste a buscarme?
¿A pesar de todo lo que tenías sobre tus hombros?
—Lo deseaba desesperadamente. Pero tenía mis obligaciones, sólo un poco
magnánimas.
El rencor se cuela en mis palabras. —¿Eso es humildad? ¿He oído bien?
—Se podría decir que me estás contagiando. Has dado argumentos
inspiradores para ello.
—No estás perdonado.
—No, no esperaba que fuera tan fácil. Aun así, podría haber racionado el
tiempo para buscarte. El problema era que temía nuestro reencuentro, descubrir
que habías cambiado, o que ambos habíamos cambiado, hasta el punto de no
sentir la misma conexión. No es descabellado, dado lo jóvenes que éramos.
Nunca había tenido miedo de buscarte, pero sí de encontrarte.
—Por lo tanto, lo dejé pasar. Creí que no volvería a verte y me convencí de
que era mejor así, más seguro para ti también. Después de eso, las únicas cosas
que me dieron consuelo fueron Moth, este parque, mi familia salvaje
—Entonces, ¿he cambiado?
—Sí y no. ¿Lo he hecho?
—Sí.
Se ríe. —Sin embargo, sigues en mis brazos. Qué retorcido soy.
—Soy un devorador de castigos.
Tengo un vínculo inexplicable con él. No estoy segura de cómo empezar esa
conversación y menos aún de querer saber su reacción y si seré capaz de
manejarla.
Además, aún me intriga por qué el encantamiento de la máscara no funcionó
en él y si también se lo cuestiona. Sigo insistiendo en si él se preocuparía tanto
por mí si no fuera la chica de su pasado, y si yo me preocuparía por él de la
misma manera.
—¿Cuándo lo supiste? —pregunta, y yo confieso lo del Horizonte y la pluma
azul, omitiendo la parte de nuestro vínculo.
—¿Y tú? —pregunto, esbozando la trenza de pelo pegada a la pluma.
Cerúleo roza con sus dedos mis mechones blanco—. Sabes cuándo lo supe.
Viste la transformación mientras bailábamos. Viste mi reacción a tu máscara.
Sí, lo hice. —Estabas horrorizado.
—Ese plumaje suelto fue todo lo que hizo falta. Me hizo recordar que eras
una niña, con una visera de plumas desparejadas y ensambladas al azar. Al
instante, me deshice. Temí que no fuera cierto y temí que fuera cierto. Después
de lo que te he hecho, no podía entender lo que pensabas de mí. Sobre todo,
temía que mis parientes vieran la evidencia en mi cara y te apuntaran por eso.
—No pensaba decírtelo allí. No es por eso que fui.
—Estrictamente hablando, sospeché que te infiltrarías en las fiestas, con la
intención de espiar a pesar de tener el refugio de la torre para ti. La idea me
pareció atractiva. Tal vez mi anticipación hizo que la máscara encantada fuera
ineficaz —sí, Lark, supuse que era el arte del encantamiento. Obra de Moth, sin
duda.
—La pillé en un raro y generoso estado de ánimo —digo.
—La forma en que los juerguistas te trataron… quería hacerlos pedazos.
Quería atacar a mi propia familia —admite Cerulean—. Ese fue otro impulso
que no pude justificar ante mí mismo. Como precaución, les seguí el juego para
confirmar el acto para todos. Aunque confieso que disfruté viendo de qué estás
hecha. Me gustó sentir que me cazabas y me gustó prolongar tu búsqueda,
aunque sólo fuera para provocarte y frustrarte. Se sintió como una danza de
apareamiento.
Mis labios se juntan, impidiendo que la verdad se derrame—. Así que…
—Aunque no sabía que eras esa chica, empecé a especular al respecto. Con
cada interacción, mis sospechas aumentaban, pero no me permití aceptarlo.
—Yo tampoco.
Contamos las pistas y los fragmentos a lo largo del camino. Entonces
Cerulean me dice que los humanos que lo capturaron querían cortarle la lengua,
para protegerse de los enigmas, pero que de todos modos no podía hablar. Cada
vez que pensaba en intentarlo, temía que surgiera un bramido y no quería que
nadie le robara su capacidad de hablar. Así que fingió ser mudo. Por eso no me
habló hasta el final.
Después, Cerulean destruyó su máscara de la infancia, con la intención de
enterrar sus sentimientos: amarme, echarme de menos. Es dramático, pero le
digo que yo hice lo mismo cuando era pequeña, creyendo que lo habían matado
los aldeanos, que mi liberación lo llevó a su recaptura.
Es entonces cuando lloro. Es entonces cuando me rodea con sus brazos. Es
cuando me siento más segura.
Cerulean tarda en asimilar que le creía muerto. Le lleva aún más tiempo
recuperarse de la noticia.
Para animarme, gira su muñeca. Aparece un plumaje que flota en el aire.
Utiliza sus manos para conducir el viento y hacer malabarismos con la pluma
por el recinto y luego la envía a través de los árboles muy lejos en el cielo.
En algún momento, ruedo sobre él, aplastando mis brazos cruzados sobre su
pecho, con mis extremidades levantadas y enganchadas en los tobillos.
Las cejas de Cerulean se cierran con diversión. —Oh, no. ¿Y ahora qué?
Engancho mi hombro. —Sólo te miraba a ti.
—¿Y…? —se aleja.
—Es sólo eso, ni siquiera sé tu cumpleaños.
Me pasa los dedos por el culo. —Pero sabes otras cosas.
Es cierto. Por lo demás, recuperamos el tiempo perdido.
Su cumpleaños es en febrero, el mío es en mayo.
Se enseñó a sí mismo a tocar la flauta, como yo me enseñé a manejar un
látigo.
Si pudiera ser un animal no volador, sería un zorro astuto. A diferencia de
mí, preferiría ser un ocelote porque son ágiles y tienen un pelaje espectacular.
Él escucha cuando hablo de mi familia, y yo escucho cuando habla de Moth,
Puck y Elixir. Estando cerca de él, no me siento mal, siendo yo una humana y
él un Fae.
Seguimos susurrando. Le enseño a silbar entre mis dedos. Y seguimos
susurrando. Me cuenta una fábula solitaria para dormir sobre un correcaminos.
Y seguimos susurrando.
—Enséñame tu idioma —digo—. Enséñame Faeish.
Cerulean me lanza una mirada artera. —¿Qué palabras traviesas tienes en
mente?
—Bueno, ahora. Ya que te ofreces. —Finjo pensarlo seriamente y luego
deslizo mi palma por los músculos de su abdomen. Me desvío más allá,
ahuecando mi lugar favorito en el universo, encajando el calor y la longitud de
él, que es más cálido que el resto de su cuerpo—. ¿Cómo se llama esto?
Se agita, sus caderas se agitan. —Fanlídan.
Ese tono sarcástico nos delata. —Oh, no, no lo haces. No es la palabra formal.
Dame algo carnal y escandaloso, o lo dejaré ir.
Cerulean medio ríe, medio grita. Me da la vuelta y raya su pelvis entre mis
muslos, puntuando el movimiento con una única respuesta. —Tüppide.
Eso sí que suena mejor. Pronuncio la palabra, dejando que se deslice por mi
lengua mientras froto mi centro contra el suyo, saboreandolo desde la base hasta
la punta. Todo su cuerpo se estremece, y habla contra mi garganta: —Quiero
conocer cada rincón de tu corazón.
Juniper y Cove van a matarme. Tienen derecho a estar en mi corazón.
A partir de ese momento, Cerulean y yo fracasamos estrepitosamente en
nuestro intento de mantener las manos quietas. Intercambiamos toques
acalorados y besos sin aliento, manoseándonos y lamiéndonos mutuamente. Él
susurra palabras eróticas y extrañas que traducen todo lo que hacemos, hasta
que me siento felizmente agotada y nos dormimos.
En un momento dado, el puma se desliza hacia la zona y se acurruca junto a
nosotros con un ronroneo perezoso. Cerulean extiende un brazo, él y el felino
se golpean mutuamente con una somnolencia juguetona. Me engancho a su
alrededor y observo, asombrada por la confianza entre ellos.
Finalmente, llegan más criaturas y se instalan, reclamando ramas y parcelas
de hierba. Nos encontramos en una manada, cayendo en un sueño profundo y
salvaje.
Cuando parpadeo para despertarme, la fauna ha desaparecido, pero Cerulean
sigue durmiendo, con su brazo enredado en mi cintura. Me retuerzo en la cuenca
de su pecho para observarlo. Cuando era pequeña, me preguntaba si las hadas
tenían sueños del mismo color. Una parte de mí todavía se lo pregunta.
Su cuerpo es una masa de tierra, que sube y baja constantemente. Con la boca
parcialmente abierta y su pelo barrido por el viento cubriendo sus orejas, parece
real, defectuoso y vulnerable. Humano.
El dolor me atraviesa. Nunca será humano.
Trazo sus pestañas con mi meñique. Luego me desplazo a las cicatrices donde
los aldeanos le clavaron un atizador de hierro, no porque aprobaran la tortura
de un niño, sino porque creían que no era un niño en absoluto. Creían que era
un monstruo de la magia, una violación de la naturaleza.
Ha hecho cosas horribles. Así que le hicieron cosas horribles a él.
¿Quién está equivocado? ¿Quién tiene razón?
Las hadas aman. Sienten la pérdida y la nostalgia. Nacen de la naturaleza y
viven en medio del reino animal, igual que mi cultura.
Las hadas también descansan. Duele mirarlo, una criatura tan brutal... que no
lo ha sido esta noche. Me pongo de pie, con la brisa acariciando mi piel. Su
camisa descansa en el verde, así que la paso por encima de mi cabeza. El lino
se estremece hasta la mitad de mis muslos, el escote apenas se eleva sobre mí,
las curvas de mis pechos asomando por la V.
Me dirijo al mirador del acantilado. Más allá de la malla, un búho gigante se
abre paso a través de una nube, y su enorme tamaño domina la vista. Todo se
mueve, avanza, avanza.
Un gran sonido de aleteo golpea el aire, como si las velas se desenredaran. El
contorno de las alas se extiende a ambos lados de mí y un par de brazos
tonificados se enlazan alrededor de mi cuerpo. Me inclino hacia él, con su pulso
latiendo en el abismo de mis omóplatos.
Me encanta este momento. Me encanta este abrazo.
Diría que lo amo, pero eso sería demasiado fácil en este entorno, disfrutando
de las secuelas de nuestros gemidos. Cualquier amor que valga la pena
compartir tiene que tener bordes irregulares, especialmente si está prohibido
Cerulean me planta un beso en el hombro. Suspiro porque eso es todo lo que
se necesita, sólo un toque de labios. Me retuerzo contra la barandilla, ansiosa
de más. Él gruñe en respuesta y su boca se acerca a mi cuello.
Su desnudez se alinea con la ropa de cama que cuelga de mí. —Me gusta
verte atada con mi camisa —entona—. Pero lo que más me gusta es liberarte de
ella.
Los dedos descienden hasta la caída del escote. Da un tirón controlado y la
prenda se rasga por el centro, el material se abre al panorama y se mezcla con
mi pelo. Me convierte en una nube, una presencia temporal, imposible de
atrapar y mantener.
Una cosa perdida, inalcanzable. Así me llamó en la cumbre del trono, en el
Parlamento de los Búhos.
No estoy más conservado que él. Cerulean no tiene límites, le faltan bordes a
los que agarrarse. Pero por ahora, nos tenemos el uno al otro.
Levanta la cola de la camisa, dejando al descubierto mi mitad inferior. Deseo
esto, así que amplío mi postura, la lujuria un sordo latido en mis sienes, en mis
venas. Me acaricia las tetas, rozando los pezones, mientras me pasa la lengua
por el punto del pulso en el cuello y yo suelto un gemido ahogado.
La boca de Cerulean se desvía hacia la zona de la mandíbula, inclinando mi
cabeza hacia atrás. Chupa ahí, provocando más ruidos en mí. Me agarro a su
nuca por detrás y giro los labios hacia arriba.
Nuestras bocas se conectan. Mi lengua se entrelaza con la suya, separándose
y lamiendo.
Su longitud se endurece a lo largo de mi retaguardia, una ola de placer recorre
mi columna vertebral. Al contacto, nuestros labios se separan. Hacemos una
mueca, frustrados, agitados.
Cerulean asegura su brazo sobre mi vientre y su otra mano en mi cadera. Me
desvío hacia atrás y nos encontramos a medio camino. Se inclina hacia arriba,
un largo y firme eje de calor que se desliza dentro de mí. Nuestros cuerpos
encajan, Cerulean sentándose hasta la empuñadura, yo encerrándolo a el.
Nos movemos muy lentamente, los gemidos superpuestos se filtran por el
parque. Con precisión, empuja en la húmeda de mi centro. Me oigo gemir a mí
misma y le oigo a él carraspear y parecemos menos experimentados de lo que
deberíamos.
Follamos apasionadamente en ese peñasco. Ahora hacemos el amor.
Nos enseñamos mutuamente cómo se hace. Aprendemos cada movimiento
exploratorio y cada sabor curioso.
Mi espalda se arquea. Me agarra por detrás, fijándome en su sitio,
haciéndome sentir cada golpe de sus caderas, su polla clavándose en mí. Su
pelvis se mueve hacia delante, y yo vuelvo a mover el culo, el lánguido ritmo
es insoportable.
Quiero que esto sea difícil, como si tuviéramos que trabajar para ello, como
si eso nos excusara.
Mis entrañas se estiran alrededor de él, la humedad cubre su pene. La presión
aumenta, la liberación inminente se mantiene unida por cuerdas.
Cerulean aumenta el ritmo. Mis muslos se aflojan y mi boca cuelga abierta,
lanzando grito tras grito a la atmósfera. El suelta un gemido gutural, su cuerpo
lancea dentro del mío hasta que somos una sola figura.
Sus alas se enroscan alrededor de nosotros, las pantallas se tensan. Entra y
sale de mí y yo capto cada centímetro.
Nos ponemos tensos y luego estallamos en un millón de pedazos, un solo
bramido rasgando el aire.
Nos quedamos sin fuerzas y nos hundimos el uno en el otro, con un único
suspiro flotando en el abismo.
La frente de Cerulean se posa en mi hombro y mi cuero cabelludo golpea
contra el suyo. De nuevo, nos encontramos el uno al otro, nuestros labios
cansados se encuentran en un beso. El escenario vuelve a cobrar vida, una
congregación de postes con antorchas y llamadas de safari salvajes.
Mi boca canta, soltando una palabra que no logro captar.
Cerulean se queda quieto. Al cabo de un momento, suelta un suspiro
tambaleante. Su longitud se desliza dentro de mi cuerpo. Me rodea y me
examina la cara como si nunca hubiera visto a un ser humano, escudriñando la
mandíbula, los párpados y las orejas. Sus cejas se arrugan con algo parecido a
confusión.
¿Qué… he dicho?
Le miro, sin que me guste su expresión. —¿Qué pasa?
Me da otro tierno beso, que termina con una sonrisa forzada. —Necesito
decirte algo, pero no aquí.
Las alas de Cerulean se pliegan en su espalda antes de salir del mirador y
recoger nuestra ropa dispersa. Dudo antes de seguirle. Como ha roto su propia
camisa, va sin ella y me deja vestirle con los pantalones y el abrigo. Le coloco
las gorras de bronce en las orejas y él me sube la bata azul marino por las
extremidades, abrochando el corpiño con entrañable concentración. Por último,
se pone las botas y yo deslizo mis pies en los tacones de las zapatillas.
Entonces me coge la mano. Entrelaza nuestros dedos y me conduce desde el
parque hasta el promontorio de la torre. Allí, se adelanta a mí y se detiene en el
saliente, con las manos en la cadera mientras mira el paisaje.
Un pañuelo de viento recorre el valle, su textura es visible ahora que él me
ha enseñado a verlo. Al menos, cuando miro más de cerca
Un momento después, Tímien se materializa desde las nubes. Aterriza en el
césped, su regia mirada refleja... ¿compasión?
Cerulean agacha la frente y la aprieta contra la del búho en una comunicación
silenciosa. Durante mi paseo con Cerulean anoche, me dijo que mientras la
fauna comprende trozos de su lenguaje, las hadas y los animales hablan
instintivamente, algunos interactuando también a través de señales en el viento.
Recuerdo estar muy celosa de esa habilidad.
Tal vez sus intenciones habían sido garabateadas en el aire. De cualquier
manera, sea lo que sea que vaya a decirme, el rapaz ha sido informado.
Al instante, no quiero escucharlo. Hace unos instantes, en el parque, reconocí
la inclinación de la voz de Cerulean. Una vez había hablado con el mismo tono
despojado, cuando éramos pequeños, cuando no tenía otra opción.
Cerulean suelta al ave. Luego da una zancada hacia mí, me pone entre
paréntesis la cara y me empuja la palabra. —Vete.
Capitulo 29
Vete. Esa sola palabra me resulta familiar.
Está de pie, con las arrugas grabadas en su rostro, pálido a la luz de las
antorchas. ¿Lo escuché bien? Retrocedo un paso, estupefacta. Porque sí, le he
oído bien, y lo que he oído es ternura, desafío y resignación. Reconozco la
textura áspera y arpillera de esas emociones, porque me había arañado la
garganta hace nueve años cuando le dije lo mismo.
Me está liberando.
El Horizonte lo subestimó cuando afirmó que no me dejaría ir. Yo también
lo subestimé, no porque pensara que no le importaba lo suficiente como para
hacer esto, sino porque pensaba que le importaba más esta tierra.
—No puedes hablar en serio —le digo.
—No, no debería hablar en serio —responde en voz baja, y luego intenta
sonreír—. Sin embargo, rara vez soy razonable cuando se trata de ti.
—Maldita sea, no digas eso. Tienes una familia que salvar. Tienes una
montaña que preservar.
—Y tengo un mortal al que amar.
Mi pecho se contrae, haciendo añicos lo que estaba a punto de decir. El viento
se mueve en espiral a nuestro alrededor. Revuelve las hojas y levanta paneles
de niebla.
Amor. Eso sí que es una palabra.
No hemos abordado ese núcleo. He desarraigado más preguntas que
respuestas sobre él, sobre mí misma, sobre el pasado y el presente, sobre el
destino y la magia, sobre lo que es real y lo que no lo es entre nosotros. A pesar
de este escenario de ensueño, a pesar de estas preciosas horas, no había sabido
a dónde iríamos desde aquí. No me había importado, entregándome a lo
desconocido a cambio de una noche fugaz.
—Nosotros, los Folk, somos seres inconstantes —dice Cerulean, con su
silueta ondulando sobre las briznas de hierba—. Tú eres mi excepción. Siempre
lo has sido. —Agarra los lados de mi cara y se inclina—. Eres mi debilidad, que
me inspira a romper mis propias reglas. Eres mi fuerza, dándome la fortaleza
para soportar sin ti. Es una cruel paradoja, pero ahí estamos. Tú vales… —
Aspira una respiración temblorosa— … cada grieta de mi alma. Tú vales la
pérdida y el anhelo.
La pérdida y el anhelo. Lo que dice me saca agua de los ojos, gotas que se
hinchan en los bordes y amenazan con derramarse. Hablo contra su boca: —
¿De que yo estás hablando? ¿De quién era o en quién me he convertido?
Cerulean se sobresalta, observando mi expresión. Parece incrédulo, con la
herida manchando su respuesta. —¿Qué te hace creer que esas hembras no son
la misma?
—Porque he cambiado
—Como yo, pero mi corazón sigue latiendo en la misma dirección
—¿Cuál?
—Las Fábulas me ayudan. ¿Crees sinceramente que me importas menos
ahora, cuando te conozco mejor que antes? ¿La mujer que barría chimeneas y
sin embargo encontró el valor para cambiar su destino? ¿La mujer que ama el
café y el canto del ruiseñor? ¿La mujer que da un golpe de lengua tan
persuasivo, potente, poderoso como su látigo? ¿La mujer que lucha contra los
cazadores furtivos y rescata animales? ¿La mujer que se enfunda en un vestido
verde azulado y desarma un salón de baile de Fae? La mujer que pretendía ser
glamurosa y así ¿engañándoles a ellos también? ¿La mujer que me desolló vivo
con su espíritu inflexible? —Sus pulgares patinan sobre mi mandíbula—. Esa
es la mujer que respeto. Esa es la criatura sin precedentes a la que adoro. No
tiene nada que ver con idolatrar el pasado. —Frunce una ceja—. Tampoco tiene
que ver con ser tu compañera.
Estoy tensa. —¿Cómo supiste…?
Pero mi lengua tartamudea. En el mirador, había gemido algo indescifrable,
algo que aturdía nuestro hacer el amor.
Compañeros. Nos había llamado compañeros.
Cerúleo me coloca un mechón blanco detrás de la oreja, su expresión se
inclina en dos direcciones: hipnotizada e indignada. —Al principio, era un
indicio. Una atracción magnética e insondable me distraía mientras estaba cerca
de ti, aunque no eran las sensaciones intrínsecas de un vínculo.
—Lo mismo que yo.
Asiente con la cabeza. —Sin embargo, cuando dijiste la palabra, me la creí
hasta el tuétano. ¿Lo descubriste en el Horizonte? ¿Es ese uno de los detalles
que olvidaste mencionar? ¿Hmm?
Agacho la cabeza. —Parece que nuestro beso en la fragua del soplador de
vidrio hizo algo más que sonrojarnos.
—Sí, eso. Es poco común, pero une a los compañeros en lugar de una fuerza
natural. Nunca he olvidado ese beso.
Yo tampoco. Pero hay una cosa sobre la que el Horizonte se calló. —¿Por
qué no sentimos el vínculo de inmediato? ¿Por qué no sentimos ese vínculo?
—Porque no eres un Fae. Como tal, la única manera de elevar esa conexión
es si voluntariamente tomas la decisión de convertirte en uno de nosotros.
Me estremezco y Cerulean sonríe con tristeza, conociendo ya mi opinión
sobre eso. —A pesar de los destellos de conexión, nuestros orígenes crearon
una barrera impidiendo que tuviéramos una unión más aguda. Por eso nunca he
olido en ti ni sentí el ritmo de tus latidos como lo haría con los míos. Podríamos
asumir que esa es la razón por la que envejecí rápidamente, que estaba
madurando a tu equivalente, pero no explicaría el crecimiento de Puck y Elixir.
En cualquier caso, la magia nos unía y la desconexión era su precio. Sospecho
que es por eso por lo que fue perfecto que nos convirtiéramos en enemigos en
lugar de amantes.
—También explica por qué me resistí a tu flauta —digo—. Y por qué aguanté
cuando nos peleamos en esas rampas. Mi látigo no debería haber rivalizado con
la jabalina de un Fae, pero lo hizo.
—Porque estamos igualados —termina—. No es que tú hayas ganado una
fuerza de otro mundo o que yo haya perdido la mía. Simplemente nos
encontramos en el medio. —Sus dedos recorren mi pelo, frotando las hebras
entre sus dedos—. No me lo dijiste porque pensaste que influiría en mis
sentimientos, ¿verdad?
—Necesitaba saber qué es real.
Me suelta el pelo. —¿Y qué has concluido? ¿Que lo que compartimos en el
parque fue un polvo sin sentido por mi parte? ¿O el resultado de un vínculo
forzado? Continúa y dame el gusto —dice mordiendo—. No has compartido tus
sentimientos al respecto.
—Cerulean, no hagas esto. No puedes dejarme ir.
—Al contrario, puedo hacerlo. Nuestro vínculo apenas está solidificado,
como lo estaría si fueras un Fae. Esa barrera nos permite separarnos. Sin
embargo, eso... no es lo que querías decir —se da cuenta Cerulean, ladeando la
cabeza. Y cuando no respondo, murmura lo que creo que es un juramento en
Faeish y me enmarca la cara una vez más—. ¡Amotinado! ¿Desde cuándo tienes
sed de muerte? Cuanto más avance, peor será. Si pudiera decirte lo que te
espera. Si supieras…
Alejarme de él me duele, pero lo hago. —Nunca lo he sabido. Esa es la
esencia de este laberinto.
—¡Mujer valiente y exasperante! ¡No puedes asumir que me haré a un lado
y te veré sufrir!
—¡No es tu decisión! —Grito, apuñalando con mi dedo en su dirección—.
No me eches la culpa a mí, Cerulean. No soy responsable de tu redención.
Palidece y retrocede como si le hubiera abofeteado. Una ráfaga golpea la
única caña de azul que cuelga sobre su pecho.
Mierda. Eso salió mal. No había querido acusarle de ser poco sincero con sus
sentimientos… ¿o sí?
No lo sé, no tengo ni puta idea. Este vínculo está transformando cada dulce
segundo que he pasado con él, transformándolo en un desastre.
Las sombras se deslizan desde los márgenes. Los animales se instalan en el
césped, con la hierba marcada por los rayos de luz de las estrellas. El puma se
despereza y mira en nuestra dirección, el antílope parpadea con ojos de mármol
y el canario se agazapa bajo un árbol. La fauna percibe nuestra tensión, y puede
que esté atenta a ella, pero no está eligiendo un bando. Ni siquiera el búho astuto
espera que se tome una decisión, con sus púas recogidas.
No puedo creer que esté hablando de Cerulean fuera de esto, que esté
discutiendo para continuar este juego, pero mis razones deberían ser obvias,
porque tienen pelo verde y cerceta, llevan gafas, hablan con un ceceo, yo crecí
con ellos y son mi familia.
Cerulean inspecciona mis rasgos y luego comprende. —Tus hermanas
Asiento con la cabeza, mi voz pierde fuerza. —Las reglas
En un instante, la humildad afloja su mandíbula y sus ojos se iluminan de
angustia. Tal vez pensó en encargarse él mismo de Puck y Elixir, para sacar a
mis hermanas de sus garras, aunque eso signifique comprometer su voto.
Conociendo a Cerulean, pensó en hacer un trato.
Pero eso es imposible. Está tan ansioso por proteger a su pareja que ha
olvidado una verdad crítica sobre mí y mis hermanas. Todos ganamos, o
ninguno gana. Nuestros juegos ya han comenzado, los tratos están hechos, lo
que significa que están cimentados.
Esto demuestra que la desesperación puede anular la razón.
Sacudo la cabeza. —Tú empezaste esto, disfrazando los castigos como
gangas. Me diste trece días y pienso usarlos —Un pensamiento desgarrador me
pellizca las costillas—. ¿Pero qué? ¿No crees que pueda cumplirlo?
Cerulean parece entre atónito e insultado. —Vuelves a poner palabras en mi
boca, ¿verdad? Presta atención a esto: No dudo de tu fuerza y nunca lo haré, ni
soportaré que dudes de ti misma. No se trata de eso. Sé lo que te espera. Sé que
la victoria dolerá en el camino, hasta el punto de que...
Se interrumpe, sin querer decirlo. Me dolerá hasta el punto de no
recuperarme, ni física ni mentalmente. Eso es lo que quiere decir.
Despliego los puños, con un bulto agrio hinchándose en el gaznate. Esto es
Faerie y sus cicatrices están hechas para durar. Pero también lo están las hechas
por los humanos. Ambos lo sabemos.
Si gano, perderá su futuro como el resto de los habitantes de la montaña.
Si fracaso, se afligirá por mí, porque estaré muerto.
De cualquier manera, él me pierde. De cualquier manera, lo pierdo a él.
Con o sin lazo, nuestro vínculo no es lo suficientemente sólido porque no soy
un Fae. Eso significa que aún podemos luchar en bandos opuestos.
Tímien debe saber que no voy a ninguna parte con él. El pájaro se marcha, se
aleja del césped y aletea hacia la aguja.
Cerulean se reagrupa y gira la cabeza hacia el campo de tiro. Su perfil se
contorsiona, luego gira y sostiene mi mirada. —Tienes razón. No estoy
pensando bien. Si fuera mi familia salvaje la que estuviera en peligro, o si fueran
mis hermanos, o si fuera Moth, o si fueras tú, destrozaría esta tierra. Escalaría
esta montaña mil veces. Por suerte, sólo hay que hacerlo una vez. —Su boca se
levanta ligeramente—. Y eso, lo harás.
—Cerulean —grazno.
—La Luna Media terminará en una hora, y los sirvientes llegarán para
entonces. El Pico Salvaje no está mucho más lejos de aquí. Si tomas el césped
del oeste del refugio por un sendero en los setos, te devolverá al vértice de Las
Cuerdas de Mistral.
—Cerulean
—A partir de ahí, haz lo que has estado haciendo. Mantén la concentración.
Mantente fiel. No te acobardes ante nadie, no te acobardes ante nadie, no te
sometas a nadie. Y recuerda hacer otra cosa.
Sigue el viento.
Pero no me muevo, no hasta que lo haya memorizado, porque esta vez tengo
la oportunidad. Sus mejillas, pálidas guadañas enmarcadas en capas errantes.
Esa única cola de pelo, del tono del anochecer, con su punta brotando en forma
de pluma. Los puñales de sus orejas y la sombra turbia de su boca. Las pestañas
deshilachadas.
Solía soñar con él y entonces vivía ese sueño, pero los sueños son engaños.
Debería decirle a Cerulean cómo me siento antes de irme. Pero si lo hago,
uno de los dos hará algo estúpido como cambiar de opinión. Mis pies me llevan
hacia atrás, los tacones de las zapatillas golpeando el verde. Por fin, me doy la
vuelta.
Y grito cuando me hace girar de nuevo. Cerulean me rodea con los brazos y
su boca se estrella contra la mía. Mi grito se enrosca entre sus labios mientras
nos abrimos el uno al otro, nuestras lenguas barriendo. Mis dedos se hunden en
su pelo y se aferran a la parte posterior de su cuero cabelludo, y sus palmas se
extienden por mi trasero, atrayéndome cerca, mucho más cerca.
Le beso porque esto es lo único que nos queda, lo único que hemos tenido y
lo único que tendremos. Con o sin vínculo, esto no puede ir a ninguna parte. No
con nuestros reinos, nuestros parientes, mi humanidad y su inmortalidad en
conflicto.
Mi lengua se flexiona para obtener más, pero él se aparta con un jadeo. Sus
ojos trazan mi bata, luego trabajan para encontrar mi mirada. —Lo siento. Lo
siento mucho, Lark.

Luego se evapora, su cuerpo se desvanece en el aire. Por segunda vez en mi


vida, me deja. Y por última vez, lo dejo ir.

Me meto en la torre, mis tacones chocan con las baldosas. Mi nariz olfatea y
mis ojos retienen las lágrimas, porque los sollozos no resolverán este laberinto.
Mi falda de plumas se mueve alrededor de mis caderas, ondeando mientras
paso a toda prisa entre las paredes de hiedra y las cortinas onduladas. Al llegar
a la escalera, aprieto la falda en mis puños, levanto la prenda del suelo y subo a
toda prisa los escalones que conducen a la recámara de invitados. Mientras me
mueva, no tendré la tentación de detenerme.
Sin embargo... en el momento en que atravieso la cortina, mis miembros se
doblan. Mis rodillas llenas de cicatrices chocan con el suelo y me quiebro,
berreando hasta que mis ojos se convierten en pozos secos. No sé cuánto tiempo
pasa, pero cuando termino, el amanecer entra por la ventana.
Una suave brisa recorre la habitación y roza mis pestañas húmedas. Quiero
abrazar esa hoja de aire. En lugar de eso, los movimientos me hacen ponerme
en pie.
La Media Luna está a punto de terminar. En cualquier momento, la casa
volverá de la mascarada. Se tropezarán por estos pasillos, con resaca de crema,
vino, música y sexo.
Sobre la mesa hay una bandeja fresca, cargada de galletas de mantequilla y
queso, un pastel de carne, esas frutas con forma de higo, una cafetera y una jarra
de agua. Como los sirvientes se han ido toda la noche, esto tiene que ser de él.
Me meto en la boca la mitad de la comida, pero no la pruebo; la masa de las
galletas se deshace y las migas de hojaldre se me ponen duras. El resto va a
parar a mi mochila junto con el odre de agua, rellenado con la jarra.
No tengo tiempo para ponerme sentimental por haberme equipado con
provisiones. Mi corazón ya es un desastre. Necesito las raciones, y eso es todo.
Me quito la bata de color azul marino y la coloco sobre la cama. Después de
ponerme el vestido azul marino, la capa y las botas, cojo el látigo, me pongo la
mochila y salgo de la habitación. En mi cabeza se acumulan los mantras de que
no puedo quedarme, no puedo quedarme, no puedo quedarme.
Juniper. Cove. Juniper. Cove. Juniper. Cove.
Papá Thorne. El santuario. El hogar.
—Espera —grita una voz odiosa.
Mis talones patinan junto al rellano. Moth revolotea desde un pasaje que lleva
al tercer nivel, con sus alas de tejido abanicándose. Sus ojos topacio, aturdidos,
sugieren que ha estado aquí un tiempo, su vestido de gala arrugado alrededor
de su figura, sus peines mordisqueando la mata de pelo.
¿Cuándo regresó del Aviario Nocturno?
¿Qué ha oído?
Me rechinan los dientes, sacando conclusiones. Moth mide mi expresión,
flota en el suelo y cruza sus brazos de papel. —No me mires así. Tuve que
retirarme temprano para tener un buen día de descanso.
Mis nervios se relajan. Para trabajar el terreno al anochecer, tiene que
acostarse antes del amanecer. Aunque en orden inverso, mis hermanas y yo
hemos mantenido el mismo horario, por la misma razón. Aun así, se suponía
que esta era una noche privada.
Me erizo. —¿Nos estás espiando otra vez?
—Se estaban gritando —dice, y luego mueve la cabeza a izquierda y derecha,
comprobando los pasillos—. Los sirvientes aún no han vuelto. Llegué hace
menos de media hora, pero no supe que estaban aquí hasta que los gritos me
provocaron una migraña, aunque no me enteré de mucho, excepto… —Sus
rasgos se suavizan—. ¿Intentó liberarte?
Dejo que mi expresión hable por sí misma y ella suspira: —Fae impulsivo
Desde el principio, la falta de influencia de la flauta de Cerulean sobre mí
hizo dudar a Moth, pero ella no parece saber lo del vínculo y no puede mentir.
Si no es así, ella no escuchó esa parte. De lo contrario, me estaría regañando al
respecto.
—¿Te ha hablado del camino del oeste? —pregunta.
—Voy hacia allí —respondo.
—¿Lo quieres?
Mi boca tantea para responder. Podría mentir, pero no estoy segura de si mi
respuesta fuese sí o no. Debido a nuestro vínculo, no puedo estar segura de lo
que es auténtico o de lo que cualquiera de los dos siente de verdad.
La cara de Moth se arruga como una pasa de uva. —La forma en que Cerulean
te mira. Nunca he visto nada parecido en él. —Ella clasifica eso, un gruñido
saliendo de su boca—. Evaluaría su beso, pero me aparté.
Lo admite con rencor, como si se arrepintiera de no haber sido entrometida.
Me río sin humor, y luego me detengo para no ahogarme con la alegría. —Lo
que yo sienta no importa.
—Quizás no para ti, pero sí para él. Si le dieras a Cerulean tu corazón, se
dedicaría a él. Mi amigo haría todo lo posible para hacerte feliz, incluso cuando
se sienta egoísta.
Mis dígitos sofocan el poste de la escalera. Lo último que quiero escuchar es
todo lo que estoy dejando. —Es una causa perdida, Moth.
La Fae resopla. Bien, guarda tus secretos.
—Gracias por el hilo mágico
—La gratitud es para los mortales —se burla, pero logra una pequeña sonrisa,
y luego cuadra las varillas de sus hombros—. Recuerda las reglas. ¿Y Lark?
—¿Moth? —Me burlo de ella.
—Por la eterna naturaleza
Un golpe directo. Ese viejo lema fue creado por los antiguos durante una
época pasada en la que todos los seres de las Fábulas Oscuras se toleraban entre
sí. Sirve para desearle lo mejor a alguien porque, a pesar de nuestras diferencias,
todos vivimos entre la naturaleza.
Ya no se puede decir que la mayoría de las culturas vivan según ese edicto.
Y es lo último que esperaba que saliera de la boca de Moth.
Suelto el newel y arrebato al mequetrefe en un abrazo. Grazna y se congela
como un animal atrapado cuando le digo por encima del hombro: —Por la
eterna naturaleza. —Luego giro y bajo las escaleras, sin duda perdiendo la
oportunidad de saborear su mirada.
Salgo corriendo de la torre y me precipito hacia el parque natural. Me desvío
hacia el oeste y me meto en un camino que serpentea entre los enrejados de
flores de luna. Los arbustos se agitan en torno a la cabra montés y la pica
mordisquea una nuez. Si me arrodillo, puede que acudan a mí y nos convirtamos
en parientes.
Endurezco mi rostro y me dirijo hacia el seto. Un rápido vistazo revela una
pequeña grieta en las hojas, difícil de detectar a menos que la busques. Así que,
después de todo, hay un camino fuera de este cenador.
Atravieso la cavidad donde los tallos de helechos perforan la brecha. Poco
después, la ruta se engarza en una escalera de piedra que asciende por un
desfiladero en el acantilado. Me concentro delante, delante, delante.
Nada más. Nadie más.
Pasan treinta minutos. Basándome en la huida original de Tímien de Las
cuerdas del Mistral, no sé de qué demonios estaba hablando Cerulean, porque
no hay forma de llegar a la cresta desde aquí. Eso me situaría en el terreno
oriental, en el lado opuesto de la cordillera.
Sin embargo, los pasos se nivelan en un bosquecillo que se asoma a un vacío
turbulento. Efectivamente, son las cuerdas del Mistral. Tengo que dar crédito a
la magia que ha producido mi ruta para dejarme justo donde lo dejé. Eso, si no
cuento que perdí el agarre y casi me caigo al vacío antes de terminar la escalada.
En el bosquecillo, un brillante poste indicador espera.
El asedio de las garzas
Los puentes perdidos
El Pico Salvaje
Cerulean mencionó esto último. Tiene que ser la cima de la montaña.
Pero si conozco este laberinto, este poste indicador señala la ubicación, pero
no la ruta real que conduce allí. Desenrollo mi látigo. El viento atrapa la cuerda
y la impulsa hacia el territorio de las garzas.
Quedan tres días. Mi pulso se acelera por la reciente caminata. Incapaz de
continuar sin descanso, me acurruco bajo un serbal y duermo.
Los días se desdibujan en un solo cinturón de tiempo. Permanezco atento a
los depredadores, cruzándome con lotes de fauna, algunos mansos como los
gatos monteses. Otros, como los buitres que se encorvan en los frágiles retoños,
esperan a que me desplome y que me descomponga para cenar. Además, intento
no pensar en dónde viven los pumas, porque el simpático de la torre no puede
ser el único miembro de su especie.
En El Asedio de las Garzas, la moneda de un lago refleja las estrellas. Las
burbujas brotan de la superficie, el agua brilla con un tono vivo que recuerda al
lapislázuli fundido. Los pájaros azul-grisáceos se pasean por la orilla sobre sus
extremidades en forma de palillo, con sus picos incrustados de marcas en
espiral. No veo ningún huevo que necesite protección, pero las aves erguidas
crujen en mi dirección, con la intención de espantarme. Si se sienten
amenazados, podrían cambiar de tamaño y ensartarme, o simplemente podrían
atacar en número.
Por capricho, me inclino. Parece calmarlas, porque se alejan a grandes
zancadas. Acampo desde el extremo opuesto del lago y contemplo cómo pescan
crustáceos de aspecto translúcido, los picos de las garzas, marcados en espiral,
se alargan, se extienden y escarban más profundamente para conseguir sus
capturas.
Usando mi capa como manta, me acurruco y escucho el chapoteo del agua.
Cerulean dijo que se pondría peor. Hasta ahora no lo veo así, lo que no puede
ser bueno. Incluso los solitarios me han dado un amplio margen, como la calma
que precede a la tormenta.
Mientras me sumerjo en el sueño, una corriente de aire me roza el pelo.
La decimotercera noche tiñe de cobalto el cielo, con constelaciones que se
cristalizan en el hemisferio. Escalo peldaños incrustados en el precipicio y luego
camino a paso de cangrejo por un panal de cuerdas de hamaca entrelazadas que
se balancean sobre un barranco. A falta de un puñado de horas para el amanecer,
la ansiedad me revuelve el estómago. En cuanto la luna ceda el paso al sol, se
acabó.
El panorama se extiende ante mí, un gran mural de cumbres adornadas con
remos y árboles larguiruchos, los setos salpicados de palos de antorcha. Me
detengo y observo el acantilado más alto.
El Pico Salvaje.
Pero ¿Qué es ese amasijo de tablones que lleva a la cima? Aunque está
demasiado lejos para decirlo desde este punto de vista, el cruce es alcanzable
desde aquí.
Podría lograrlo. Podría ganar esto.
El problema es que un eje de mala suerte lleva a esa mezcolanza. Estoy de
pie bajo un agujero que se hunde en un trozo de piedra que sobresale. Está a tres
metros del suelo, un pozo de negro que me recuerda…
Mierda. Doy un paso atrás.
Se parece a un conducto de chimenea. Esto es lo que Cerulean quiso decir
con lo de herir el final. Sabía que tendría que enfrentarme a esta arteria, donde
las ménsulas de roca desaparecen en la oscuridad.
Mi pecho sube y baja. Con manos temblorosas, golpeo con mi látigo la
garganta del paracaídas. El arma se engancha en uno de los salientes y la utilizo
para subir al conducto. La oscuridad asalta mi visión, las paredes se encogen,
mi respiración inestable me llena los oídos.
Los escombros resbalan sobre la piedra irregular, los gránulos llueven. Los
copos me caen en los ojos. El polvo me pellizca las fosas nasales y mi tos vibra
en el recinto.

Tengo ocho años y estoy atrapado en un respiradero de ladrillos, humo y


cenizas. Tengo miedo y no quiero caer. Mientras tanto, los dientes de la rejilla
esperan para atraparme como a un animal.

Los dedos de mis pies rozan los peñascos, encontrando acomodo en una
superficie inestable. El interior rocoso me muerde el codo y me restriega la
rodilla a través de la hendidura de la falda. El hollín obstruye mis pulmones.
Echó la cabeza hacia atrás, jadeando ante la pupila del cielo. Estoy cansada, ya
cansada, muy cansada.

…no necesitabas alas para liberarte.

Sus palabras se filtran. Con un gruñido, subo, subo, subo.


La luz de las estrellas se derrama sobre mí, el dosel parece hincharse por
encima. Salgo a duras penas del paracaídas y me desplomo sobre un parche de
flores de diente de león. Los paraguas de Papus se dispersan, rociando el
terreno. Sigo su progreso y cojeo hasta ponerme de pie, con los antebrazos
limpiando la suciedad y el sudor de mi cara.
El Pico Salvaje domina la vista por delante. El sonido maníaco llega hasta las
nubes.
Entonces, mi alivio desaparece. La mezcolanza que había observado se hace
evidente.
Puentes. Decenas de puentes de piedra convergen sobre la amplia y chillona
boca del valle. A diferencia de la red de rampas cuando los avispones cargaron
contra mí, este rompecabezas consta de múltiples niveles, algunos alineados en
filas, otros que se cruzan. Varias pasarelas tienen forma de L. Unas pocas se
ciernen sobre otras, formando pilas paralelas reforzadas por caballetes.
La señalización había indicado un lugar llamado Los Puentes Perdidos. Es un
laberinto aéreo que se extiende cientos de metros sobre El Bosque Solitario.
También es la única manera de cruzar la división.
—Tienes que estar bromeando —siseo.
—Siempre has tenido una lengua tan amotinada.
Me arremolina el Fae que se asoma a la distancia de agarre. Lleva un largo
abrigo color avellana con plumas decorativas en el cuello, la prenda sin
cordones cae perezosamente de sus hombros. La camisa se abre al viento y los
pantalones ondulados le tocan las caderas, el material se hunde en las botas
altas. Unas ronchas púrpuras se hunden bajo sus ojos.
—Cerulean —tartamudeo—. ¿Qué...?
—¿Qué estoy haciendo aquí? —Su tono es de avispa, como si lo hubieran
pasado por un rallador—. Te dije que se pondría peor.
Las figuras se materializan en la escena. Les salen alas y orejas de conejo,
cuernos de carnero y antílope, pezuñas hendidas y pupilas de felino. La
congregación acecha en los márgenes, apoyada en troncos de serbal que
desprenden capas de corteza.
Los Fae se reunieron para ver el espectáculo. Se posan en varios puentes y se
agolpan en el Pico Salvaje.
Moth se queda sola, mirando alrededor de la columna de un árbol. El
presentimiento arruga su rostro mientras salta entre Cerulean y yo.
¡No puedes asumir que me haré a un lado y te veré sufrir!
Nuestro argumento en La Torre de la Fauna vuelve a mí. Se hace evidente el
doble sentido, la advertencia oculta que había intentado dar.
Tengo que resolver este laberinto del puente en menos de una hora.
Pero para hacerlo, tendré que pasar por encima de él.
Capitulo 30
Amigo. Villano. Amante.
Las cuatro formas convergen en una sonrisa que no llega a su iris. ¿Se está
atormentando o está jugando conmigo? ¿Está siendo real?
El peor de los escenarios me golpea como un puñetazo en mi estómago. Estas
son hadas, y es el más poderoso de estos monstruos. ¿Cada momento
apasionado con él no era más que una artimaña?
Atrás quedo el Fae que se abrió camino hasta mi corazón, que me susurró
secretos, que me vio superar sus embestidas. Atrás quedo el Fae que tocaba su
flauta para los animales, que admitía que le daban miedo las jaulas, que afirmó
que me amaba. Atrás quedo el Fae del que me hice amiga. Se ha ido el Fae que
quiero.
¿En su lugar? El embaucador que conocí en el carro de mi familia.
Cerulean deambula hacía mí, con su abrigo arañando el suelo. —¿Qué es
esto? —pregunta, su discurso se extiende sobre el campo—. ¿Te he dejado sin
palabras, aprensiva, temblorosa? —él chasquea decepcionado—. Qué
verguenza, mascota. Tu lengua ha sido tan encantadora hasta ahora.
Aprieto el mango de mi látigo. —¿Quieres encanto? Pídelo un poco más
cerca.
Continúa merodeando a mí alrededor, pero su boca azul se contrae, su tono
es sugerente. —Cuidado, preciosa Lark. Puedo hacer muchas cosas tanto de
cerca como de lejos. Te preguntaría cuál es de tu fantasía, pero ya lo sé.
—Hazme un favor —le respondo, siguiendo sus movimientos—. ¿Qué tal si
te vas al infierno y te apartas de mi camino? Tengo que caminar por la cima de
una montaña.
—Oh, pero esa es una petición que no puedo complacer. —Cerulean hace
una pausa, saca una pluma de la brisa, y agita la palma de su mano hacía
adelante y hacía atrás, la pluma se balancea con sus movimientos—. A menos
que quieras hacer otro trato. ¿Tu sacrificio por mi muerte, quizás? Déjame
ganar, y podrás dominar mi voluntad. Dale a la montaña su restauración, y me
ocupare de todos tus caprichos.
—¿En la otra vida? —me burlo—. Yo creo que no. Torcer tus palabras no va
a volar mi falda.
Cerulean mueve el dorso de su muñeca y la pluma se evapora. —Por
supuesto. No necesito manipular las palabras para conseguirlo.
Para enfatizar su punto, el viento se burla del dobladillo de mi vestido. Hijo
de de puta. El calor me quema las mejillas.
—Muy bien —dice con un encogimiento de hombros sin compromiso—.
¿Recuerdas nuestro trato cuando llegaste? Todavía tengo que canjear mi regla
gratuita. Permíteme hacerlo ahora. Puedes intentar llegar a la cima, sin embargo,
tendrás que correr más rápido que yo.
La angustia, la traición y la furia se agolpan en mis costillas. Lo había
asumido, pero, aun así. Está sacando provecho de su dominio desde la cima del
trono, usándolo para derribarme. Pero no tiene sentido después de lo que pasó
entre nosotros, después de darnos cuenta de que estamos unidos, después de
reconocernos desde hace nueve años atrás. ¡No lo puedo creer!
—Este no eres tú —susurro, bajando la voz para que sólo él pueda oír—. Sé
que no eres tú.
Cerulean unos centímetros más cerca, sus ojos parpadean con una luz
inestable mientras susurra, —vamos a averiguarlo, ¿de acuerdo?
Balancea su brazo hacia Los Puentes Perdidos.
Me obligo a sacudirme el dolor. No puedo permitirme el lujo de destrozarme
a sus pies.
Mis ojos se mueven a través de la maraña de puentes que entran y salen de la
niebla, la elevación es una amenaza para mi equilibrio. Tendré que atravesar
este delirio, aprendiendo sobre la marcha.
Un puente solitario se extiende desde el borde del acantilado, marcando la
entrada. La luna poniente salpica El Pico Salvaje con láminas crepusculares de
blanco y azul.
El tiempo se reduce a un pinchazo. No hay nada para eso.
Recuerdo siendo pequeña, le decía a Cerulean que se fuera.
Recuerdo siendo mayor, Cerulean me decía que me fuera.
Echando a correr, atravieso el primer paso elevado. Los tablones crujen bajo
mis botas, escupiendo polvo entre las grietas. Las burlas raspan el aire. Los
abucheos de los Fae laceran el ambiente, intentando hacerme perder el
equilibrio.
Los soportes se sacuden por el impacto de mis pisadas, los rieles gruñen.
Varios cientos de metros de nada se extienden debajo de mí, y las copas de los
árboles triturados del valle se asoman a través del charco de niebla tóxica. La
altitud levanta fuertes corrientes de aire, y un vendaval me golpea, dividiendo
mi cabello en filamentos. Debería haber anudado la maldita melena antes de
empezar, para mantener todo a la vista y mi ingenio sobre mí.
La extensión se sumerge en un remolino de niebla, oscureciendo el otro lado.
No sé a dónde voy ni si es el camino correcto, pero acelero mi paso, me sumerjo
en los vapores y me precipito de cabeza hacia Cerulean.
Me detengo en un derrape. Mi cuerpo se tambalea junto a él, mi cráneo a
centímetros de chocar contra el suyo. La bruma le revuelve el pelo y las solapas
de su abrigo arrugado. —Un laberinto amotinado para un mortal amotinado —
murmura.
Ese susurro ondea a través del miasma, curvando su dedo debajo mi barbilla.
Retrocedo antes de que pueda hacer mella en mi concentración.
En lugar de un aterrizaje en un acantilado, he emergido en un puente
completamente diferente. Mi cabeza se mueve de lado a lado, procesando el
cambio de atmósfera. Las losas de madera intrincadas similares marchan a lo
largo de esta muralla, excepto que se abren huecos significativos entre ellas, y
un camino de cuerdas lo refuerza todo.
Cada final debe conducir a un nuevo comienzo. El problema es que estoy más
lejos de la cima en lugar de más cerca, habiendo aterrizado en un andamio
debajo de donde había empezado.
Miro a Cerulean. Por supuesto, correría este tramo final contra él, que su
último trabajo sería confundirme y distraerme. Pero, ¿no ha hecho eso lo
suficiente?
—¿Por qué no me lo dijiste? —rechino, mi voz traidora se quiebra.
Escuchar esa brecha aprieta sus rasgos de tristeza. A escondidas de nuestro
público, la máscara cae como una cortina. —Oh, pero lo hice.
Sí, lo hizo. En la torre, lo dijo sin decirlo, me advirtió sobre este último tramo.
Estudio su rostro, la pérdida y el anhelo atravesando todo lo falso, cada emoción
cuidadosamente colocada, cada fachada inteligente.
Cerulean siempre se veía bien con una máscara.
Unas mil piedras caen de mis hombros. Está tratando de ayudarme, no de
detenerme. Él recuperó ese trato de la cumbre no para sabotearme sino para
protegerme en estos puentes.
Aunque tengo que ganar por mi cuenta, cuanto más me acerque a la cima,
más furiosos se pondrán sus parientes, y más probable será que intervengan.
Cerulean está aquí para dar un espectáculo, para pegarse a mí en lugar de
quedarse quieto, en caso de que esté en peligro.
También es por eso que su voz viajó a través del campo antes. Está actuando
para los Fae, jugando según sus expectativas.
En la torre, podría haber explicado lo que iba a pasar hoy. Sin embargo, si lo
hubiera hecho, no habría parecido tan asombrada a nuestra audiencia. Jugué
muy bien en la mascarada, pero ganando no había estado en juego esta noche.
¿Actuando para estos Fae durante el clímax de este juego? ¿Mientras están
sobrios y más entusiastas? Arriesgado, en el mejor de los casos.
Tenía que estar sorprendida. Tenía que parecer real.
¡No puedes asumir que me haré a un lado y te veré sufrir!
Está de mi lado. Se burló de las reglas antes, atrapándome cuando caí de Las
Cuerdas de Mistral, diciéndome hacia dónde dirigirme desde La Torre de la
Fauna. Pero esos incidentes no son nada comparados con engañar abiertamente
a su mundo en la última vuelta.
Nos miramos el uno al otro. No quiero chocar con él, y no quiere bloquearme,
pero el juego debe jugarse al máximo.
Quiero agarrarlo, abofetearlo y azotarlo. Quiero besarlo sin sentido. Quiero
lo de anoche. Quiero lo de nueve años atrás. Quiero quedarme con él. Quiero
volver a casa. Lo quiero para siempre. Quiero un minuto más.
Pero no puedo desperdiciar ese minuto. Y no puedo arriesgarme para
siempre.
Sigue el viento.
Desengancho el látigo de mi cadera y le doy un rápido movimiento. Mi arma
lame el aire, desviándose hacia una extensión detrás de Cerulean. Atraviesa esta
estructura y se despliega en otra bolsa de niebla.
Nuestras miradas se bloquean, enjauladas, atrapadas. No estoy seguro de
quién se mueve primero, pero creo que soy yo, porque tengo que ser yo. Mi
látigo se lanza. Sus reflejos se activan, la jabalina se lanza al aire y bloquea el
golpe. La colisión hace que nuestros ojos salten sorprendidos.
Nos separamos de un salto. Mi arma se encuentra de nuevo con la suya, golpe
por golpe. Rota la jabalina, girándola entre sus dedos. El látigo golpea el aire,
azotando sus intentos. Nos rodeamos mutuamente, nuestros pies golpeando los
tablones, nuestras botas chocando en un complejo patrón mientras empujamos
y paramos.
El eje de su jabalina gira, la hélice afilada rebotando. La longitud de mi látigo
flamea, frustrando el golpe.
No puedo hacerle daño. Por favor, no puedo.
Hace girar su arma a ras del suelo. Salto sobre él y lanzo el látigo en un amplio
lazo lateral que atrapa su brazo. El húmedo golpe de un latigazo me pica los
oídos.
Sin embargo, el ataque no logra derribar a Cerulean, mirando por encima de
su bíceps como una cinta. A pesar de que el vínculo nos iguala, se está
conteniendo de nuevo. Lo sé por los resquicios de su armadura: el pavor que se
infla en sus pupilas, el ritmo más lento y los golpes más ligeros de su arma.
Lo sé, tan segura como sé que está complaciendo a las masas, abriéndoles el
apetito. Las hadas se arrastran a lo largo de los puentes, llevando la cuenta del
espectáculo.
El movimiento de su jabalina debería arrojarme fuera de este puente. En
cambio, mi látigo obstaculiza otra estocada, la holgura se tensa. La tensión hace
que nuestros pechos imiten una pose en la que hemos estado antes, cuando mi
cruzada a través de la montaña comenzó. Momentos antes de que los avispones
atacaran, estábamos así, con el rencor infundiendo en nuestras venas.
Nuestras respiraciones jadeantes chocan, nuestros labios al borde de la
colisión. Odio este momento. Necesito superar este momento. En un impulso,
paso mi lengua por la comisura de su boca.
Los ojos de Cerulean se dilatan, estallando en un vibrante mosaico de azules.
Infierno, los hombres. Son todos iguales, mágicos o no.
Aprovechando su momentáneo asombro, mi látigo se engancha a través de la
división y lo golpea de lado. Él choca contra las cuerdas que nos rodean. Me
abro paso más allá de la culpa y me escapo.
Llego al puente contiguo mientras él se endereza. Una rápida mirada me
recompensa con una vista privada: Una sonrisa secreta asoma en la esquina de
su boca.
Sigo adelante, corriendo a lo largo de la estructura que se hunde en una
película de nubes. A partir de ahí, es menos un juego de persecución, más un
juego de desorientación. Cada suspensión carece de cierre, Los Puentes
Perdidos son un medio interminable.
Me trasladan de un cimiento a otro, una y otra vez.
Subiendo peldaños, trotando por los postes, corriendo por las plataformas.
Él, estafando mi progreso, actuando como un impostor.
¡Malditas Fábulas! La niebla obstruye todos los grados. Cada acceso lleva a
algún lugar sin sentido, astillando mi sentido de la orientación.
Arriba es abajo. La izquierda es la derecha. Adelante es atrás.
Mantener la vigilancia constante de mi destino no ayuda. Cualquier pendiente
que parezca destinada a la cima me aleja de ella.
Atravieso uno de los caballetes, trepando por sus pilares. Pero en la cima, me
encuentro de nuevo en la parte inferior.
Otra divisoria se abre en forma de L. Sigo el viento y giro en la esquina, que
me deposita en la cima de un puente paralelo superior. Miro por encima de la
barandilla, hacia el lugar de donde vengo. Cerulean se materializa debajo, bolas
de niebla hinchándose alrededor de sus extremidades. Se reclina contra la
barandilla con los brazos cruzados, inclina la cabeza para encontrarse con mi
rostro boquiabierto, y guiña un ojo como un gilipollas malvado. Incluso si está
fingiendo, el Fae que hay en él también disfruta un poco de estas payasadas
enfermas.
El truco me arranca una maldición, lo que revitaliza mi adrenalina. Me lanzo
por el borde. Los tacones de mis botas se estrellan contra un nuevo puente, a
leguas de donde había estado Cerulean. De alguna manera, he aterrizado en una
plataforma más por encima de la que había saltado, pero parece ser la más alta
de todas.
Con renovada esperanza, dejo que mi látigo y el viento me guien. Al pasar
más allá de otra proyección me lleva a una pantalla de humedad. Mis músculos
chillan por el esfuerzo, mis muslos se tambalean, el sudor inunda mis axilas. El
oxígeno raspa el tejido de mi garganta.
Me tambaleo en el sitio, dudando de mi dirección. Tal vez debería dar marcha
atrás y…
Un gemido cavernoso retumba en el puente, rodando como una canica desde
atrás. El pulso me salta a la garganta. Conozco ese sonido, había estado
preguntando si había más de ellos.
Lentamente, giro sobre mis talones. El puma acecha desde la película
lechosa, sus elegantes y majestuosos hombros giran. Los rayos de su iris de
peridoto se abren, enfocándose en mí.
—Mierda —chillo, congelada en el sitio.
El animal abre sus fauces para revelar un conjunto de sables que salen de sus
encías. Un coliseo de gritos y carcajadas rodea el puente. Los Fae están
observando, salivando.
Una cosa por la que les daré crédito es que no enviaron a este animal tras de
mí. No explotarían o manipularían la fauna de esa manera, lo que significa que
estos puentes deben conectarse con el hábitat del felino. Estoy invadiendo su
espacio. Soy el intruso, imponiéndome en el territorio de la hambrienta belleza.
Tal como están las cosas, ella ya ve mi terror, probablemente lo huele
saliendo de mis glándulas. Si huyo o le doy la espalda, eso confirmará que soy
una presa.
Lo que significa que estoy a punto de volverme estúpida. En lugar de correr,
intento parecer lo más grande posible, expandiendo mi pecho y mis hombros.
Entonces doy el más mínimo paso hacia el puma.
El puma se contrae, con la sospecha brillando en sus pupilas. Mi boca se seca,
crujiente como un pergamino. Me aventuro a dar otro paso tonto, y la criatura
retrocede, siseando con incertidumbre.
El silencio desciende sobre la escena. La brisa se detiene, sofocando las
burlas de las hadas. Pero no necesito verlos ni oírlos para saber que están
embelesados.
Cerulean. ¿Dónde está Cerulean?
Mi glorioso idiota de compañero ha estado haciendo apariciones en cada
paso, ¿y ahora decide hacer un acto de desaparición?
Los cimientos se doblan bajo mi peso. Una grieta golpea a través de la quietud
y rompe el trance. Los pelos de punta del puma se levantan, un gruñido retumba
en su garganta. Mis nudillos temblorosos se deslizan hacia mi látigo.
El animal se abalanza. En pleno vuelo, una media luna de cuchillas brota de
sus patas. Me lanzo hacia la derecha, cayendo sobre el puente y poniéndome en
pie. Mi látigo golpea el suelo en rápida sucesión, golpeando las tablas del suelo
para alejar a la criatura. Espero que la exhibición lo asuste, lo intimide para que
no vuelva a atacar. Nos esquivamos el uno al otro, pero la criatura golpea. Me
alejo y salto, los puñales curvos de sus garras desgarran mi falda, pero no llegan
a la carne.
El puma es más fuerte, más inteligente, acechándome hasta los postes, donde
me acorrala. Sin embargo, hay algo extraño en la forma en que se mueve. Una
fuerza sigue desviando al animal de su curso, sacudiendo sus extremidades. Eso
frustra al gato, como si… como si el aire le impidiera destriparme.
El aire. El viento.
Cerulean.
Enfurecido, el puma se dispara desde los rizos de sus ancas. Lo esquivo,
trepando a la esbelta cornisa mientras empujo mi látigo. El arma —o tal vez sea
el viento de nuevo— aparta la pata con púas, las garras cortando nada.
Su cola es otro asunto. Cuando el animal derrotado se aleja del contacto y se
retira en la niebla, su cola golpea la barandilla, desarraigando mi equilibrio. Mis
brazos se sacuden hacia afuera, girando para frenar la caída.
Y lo veo. La corriente translúcida de un vendaval que serpentea por el éter,
que se precipita hacia mí. Se engancha alrededor de mi cintura y me arroja hacia
atrás, lanzándome con seguridad sobre el puente. El mundo se vuelca. Me
derrumbo sobre los tablones, luego me tambaleo para sentarme y escudriñar la
red.
En lo alto, Cerulean surge de una suspensión. A pesar de la distancia, capto
su expresión frenética, todo rastro de fingida suficiencia ha desaparecido.
Ahora el silencio desciende. Es escéptico.
—¡ÉL La está ayudando! —grita uno de los Fae.
Las voces viajan. Gritos indignados. Rugidos estupefactos.
La mirada de Cerulean se desvía hacia la cacofonía, sus oídos captan la
estampida. Una legión de alas bate el aire, bombeando en un frenesí de
direcciones. Su semblante palidece cuando se balancea hacia mí.
Ellos vienen. Si está manipulando el juego para mi beneficio, alguien tiene
que detenerlo.
Rápidamente, dice —Salta
Me quedo boquiabierta. Y luego me pongo de pie, me subo a la barandilla y
me lanzo al abismo.
El aire me atrapa y luego él me atrapa.
Aterrizo, apretada entre los brazos de Cerulean, con sus alas desplegadas. Sus
alas translúcidas se abren y me acunan mientras él se lanza hacia abajo,
acercándose a uno de los puentes.
Colocándose en posición vertical, me deja caer sobre una suspensión vacía.
Sin detenerse, Cerulean regresa a la niebla. No puedo ver nada, sólo oírlo. Los
gritos y los bramidos atraviesan la vista, el gemido del acero y el silbido de las
flechas cortando la atmósfera.
—¡Cerulean! —grito, girando hacia un lado y otro—. ¡Moth!
Los rayos de sol atraviesan la niebla. Corro, pasando por encima de las vigas
de madera. El puente me guía hasta un par de pasarelas que se cruzan, donde
observo frenéticamente la zona. Me subo a la barandilla, mi dedo del pie pierde
su punto de apoyo cuando una flecha pasa zumbando por delante de mí.
Con la vista obstruida, me rindo y bajo de un salto. Corriendo hacia la lámina
más cercana me transporta a un puente inferior. Sus nervaduras entrecruzadas
abarcan la extensión debajo la plataforma superior.
—¿Por qué tanta prisa, humana? —arrulla una voz viscosa.
—Más despacio, pequeña escoria —zumba una segunda.
—O nos decepcionarás —dice un tercero.
Un trío se arrastra alrededor de las estacas. Las miradas se enroscan en sus
rostros de pájaro de fuego, las ampollas de sus ojos reflejan infiernos. Los fénix
de la mascarada se escabullen alrededor de los mástiles de caballete, su carne
amarilla crepitando.
Me animo a rodear una columna, vigilando su aproximación. No puedo evitar
la punzada en las tripas, porque esta antigua disputa parece inútil, cuando antes
no lo era.
¿Por qué tiene que ser así? Si nunca hubieran crucificado a los humanos como
inferiores y nos hubieran acosado hasta la muerte, si los aldeanos hubieran
encontrado otra manera de defenderse, y si las cosas fueran diferentes, si ambas
especies pudieran convertirse en una sola fuerza…
Cuerpos sigilosos se lanzan hacia mí, con sus alas en llamas. Mis dedos
agarran el látigo y lo dejan volar. El arma se estrella en la mejilla del primer
Fae, su cuerpo se retuerce en un ángulo espantoso mientras cae. Las restantes
cargan, rodeando los zancos.
El golpe de las alas penetra en el puente. Una sombra atraviesa la zona, unas
hojas de ruido rasgan la escena. La jabalina se arquea, corta y clava las tablas
entre el Fae y yo.
Cerulean se estrella contra la plataforma. Aterriza frente a mí, encorvado
sobre una rodilla doblada, con la palma de la mano derecha plantada en el suelo
en una postura de batalla que protege mi cuerpo de ellos. Sus alas cortan varios
postes antes de meterse en las ranuras de su abrigo. Retrocedo, captando su
perfil entre un montón de virutas de madera. La furia, la histeria y la culpa
tensan su rostro. Quiere protegerme.
Eso no significa que esté ansioso por mutilar a sus parientes, especialmente
después de traicionarlos como su gobernante y negarles un futuro en esta
montaña.
La herida de la traición contorsiona sus rostros. —¿Por qué? —la hembra
exige, con la garganta rasposa—. ¿Por qué, Cerulean?
—Porque la amo —confiesa.
Su confesión perfora los últimos vestigios de mi corazón. Podría haber
facilitado las cosas, haber dado una excusa al revelar que estamos unidos. En
este punto, no los habría apaciguado, pero habría templado su sentido de
traición. Sin embargo, no es eso lo que decidió hacer.
Las hadas parpadean. Sus expresiones pasan de la conmoción, a la confusión,
a la devastación. Al final, la rabia cava grietas en sus rostros.
Pero esta no es solo su lucha. Corro junto a Cerulean, preparando mi látigo y
sintiendo que sus ojos se clavan en mí.
Los pájaros de fuego se mueven al mismo tiempo que nosotros. Cerulean
recoge su arma del suelo y la hace girar en espiral. Las hadas se catapultan unas
a otras entre sí, lanzándose juntos con una velocidad que hace sonar los radios.
Los puños y dagas chocan con una jabalina.
Abordo a uno de los machos, azotando mi arma y esquivando su cuchillo.
La acción se extiende por el puente, y todos nos lanzamos alrededor de los
listones. Con un giro vertiginoso de la jabalina, Cerulean golpea a sus
adversarios contra la barandilla, donde se desploman en un montón sobre los
tablones. Mi látigo hace un corte en la espalda del último, luego barre sus botas
debajo de él.
Cerulean y yo giramos sobre otro. Hacemos una pausa, jadeando por aire.
Una legión de hadas enfurecidas pulula por el esqueleto del puente inferior,
inundando desde todos los lugares. El caparazón del torso de un escarabajo. Las
rayas y el hocico de un gato montés. Los cuernos de concha de un carnero. Las
alas de las aves y los insectos.
Batallones de figuras altas, junto con enanos y duendes. Entre las espadas,
flechas y dagas curvadas, empuñan hojas exóticas que giran, se dividen en
secciones, disparan púas o vuelan como estrellas fugaces.
Corremos hacia el pandemónium. Lo más importante es que no todos ellos
están luchando contra nosotros. Están luchando entre ellos, puñados de Fae que
permanecen leales a Cerulean, quizás esperando que tenga una razón sólida que
valga la pena defender. El resto nos embosca, la reyerta se intensifica a los dos
niveles del puente.
Es una exhibición desesperada y espeluznante, que brilla en los bordes con
chispas de magia. Tantos rostros y almas, hermosos hasta el punto de ser
infernales, espantosas hasta lo etéreo.
A través de la niebla y la luz de las antorchas, se baten en duelo con reflejos
animales.
Las flotas chocan en el aire, sus alas se agitan alrededor de la otra. Las garras
y pinzas. Las papadas se abren, y los colmillos se hunden en la carne donde
brota sangre.
El sudor de mi cuerpo choca con la náusea de la fruta madura y la salmuera
de las profundas heridas punzantes. Un chorro brillante de carmesí mancha mis
dedos. La imagen me hace subir la bilis a la garganta, pero el sol naciente me
llena las venas de adrenalina.
Miro hacia donde un globo de luz roza la cordillera. El amanecer se acerca.
Salto sobre un poste y mi látigo se engancha en un nódulo clavado en el techo,
haciendo un bucle hacia delante, golpeo con mis talones a un Fae insecto con
antenas. El crujido de los huesos resuena entre nosotros. Suelto la cuerda. Antes
de aterrizar, enlazo otro brazo y lo saco de la cuenca. El dueño de esa
extremidad aúlla, tirándose al suelo.
Antes de que pueda recuperar el látigo, unas garras me desgarran el bíceps.
El dolor negro me salpica la vista cuando veo a un Fae con aspecto de cuervo y
unas púas en el centro de su cráneo. Se concentra, pero un pequeño puño aparece
en la escena. Los nudillos de papel golpean el rostro del cuervo, y el golpe lo
arroja contra uno de los postes.
Tropiezo y me encuentro con dos aros de topacio. Moth rueda sus hombros y
se aleja corriendo del Fae caído, con la seda de sus alas amplias. Se da cuenta
de que estoy embobada y resopla con desdén. —¿Qué estás mirando? —gruñe
el mequetrefe—. ¡Pelea!
Me gustaría tener un segundo para reírme. Moth y yo nos lanzamos hacia la
multitud de cuerpos bloqueando mi vista. Me desvío a izquierda y derecha,
incapaz de saber a qué Fae combatir, a cuál apartar mi arma. ¿Y dónde está…?
—¡Lark! —Cerulean ruge.
Abro la boca. Demasiado tarde, libera sus alas y carga en el cielo,
buscándome.
Moth vuela hacia la suspensión superior, girando en una curva,
desapareciendo tras él. Un segundo después grita el nombre de Cerulean. Mi
pulso late a un ritmo violento. Desesperada, me subo a uno de los relieves,
arrastrándome sobre el borde y sobre la muralla más alta.
Me pongo de pie y una mano roja me rodea la garganta. Uno de los fénix me
aprieta el cuello como si fuera un tubo, cortando mi suministro de aire. Balbuceo
mientras el enfurecido Fae salta a la cornisa y extiende su brazo,
suspendiéndome sobre la pasarela. Mis piernas se cortan en tijera y mis uñas
arañan sus muñecas. El fénix lleva esa repugnante banda en la frente con su
amuleto de un hueso de dedo humano. Me dice, —Engendro sin magia. Nos lo
quitaste, pero no te llevarás esta montaña. ¡Es nuestra! No tienen derecho.
La niebla comienza a hundirse más en el abismo, cediendo al disco de sol que
brilla en la vista. Me cuelgo sobre el valle, pensando que sólo quiero volver a
casa, sólo quiero a mis hermanas, a mi padre, a mi santuario. Sólo quiero cuidar
de la fauna de mi mundo, de ambos mundos. Sólo quiero esa vida.
Y sólo quiero amarlo de regreso.
El fénix se arregla para dejarme caer. Sus dedos se aflojan alrededor de mi
cuello… y él cae, la punta de una jabalina corroe su torso y lo rocía de rojo.
No tengo tiempo de jadear, y mucho menos de vomitar. No tengo tiempo,
porque estoy cayendo.
Liberada de las garras del Fae, mi cuerpo se sumerge en una nube de niebla,
y luego me sobresalto en el lugar, con un par de dedos que se aferran a los míos.
Volteo mi cabeza hacia las frenéticas pupilas que se ciernen sobre mí. Cerulean
cuelga boca abajo, sus piernas enganchadas alrededor de una de las cuerdas
distendidas que aseguran los tablones debajo del puente inferior.
Las laceraciones rompen su cara en secciones, como un viejo mapa. —Lark,
—dice con voz ronca.
—Cerulean —me tambaleo, la elevación lamiendo mis rótulas cicatrizadas,
el viento azotando mi falda. Me digo a mí misma que no mire hacia abajo. No
mires hacia abajo, no mires hacia abajo.
No pasa nada. No me caeré, porque él me atrapará.
Pero ante su mirada petrificada, la duda se agolpa en mi estómago. Es
entonces cuando mis ojos patinan hacia lo que queda de sus alas. Están hechas
jirones, las plumas despojadas de sus raquis y exponen la membrana desgarrada.
Las alas destrozadas pueden ser críticas para un Fae, limitando la fuerza y
reduciendo la magia. Una pálida levadura empapa su carne, absorbiendo el
pigmento de sus labios azules, por lo que se asemejan al tono pastel del hielo.
Su cuerpo tiembla por el esfuerzo, su mandíbula hace tictac por la tensión de mi
peso muerto.
Está gravemente herido. Y no puede volar.
Debió haber utilizado los restos de su poder para materializarse aquí a tiempo.
Quiero agarrar mi arma, pero no a costa de resbalar de nuevo. Cuando me atrevo
a echar un vistazo rápido, un gemido torvo se me escapa de la lengua.
El látigo ha desaparecido, enterrado en algún lugar del Bosque Solitario.
Mientras tanto, la disputa continúa, los Fae sin saber lo que está sucediendo
abajo.
—Lark —instruye Cerulean con una calma forzada que sólo una persona al
borde del pánico usaría—. Mucho… cuidado ahora. Escucha… con mucho
cuidado. No puedo… suplicar al viento… que te atrape.
Un gemido brota de mi boca, mi barbilla tiembla. La cuerda lucha por
soportar nuestro peso combinado. Sus fibras se rompen, el desgarro haciendo
eco en el valle.
—¡Cerulean! ¡Lark! —Moth grita, su rostro horrorizado separa la niebla
mientras revolotea por encima de nosotros con su vestido capullo, con los
tirantes rotos.
Bendecida por la magia o no, su forma visible me dice que es demasiado
pequeña para llevar a ninguno de los dos.
Cerulean dijo que las hadas tienen varias conexiones con el viento. Cómo lo
dirigen y le dan forma, cómo están en comunión con él, y hasta qué punto
depende del individuo. Eso tiene que significar que Moth no puede guiar el
viento para Cerulean y para mí, tampoco.
—Fables eternas —ella rebuzna.
—Moth, busca ayuda, —dice Cerulean mientras me mira fijamente—.
Jalladun ánej ukluna. ¡Fardun vvjóttet!10
Moth asiente y se lanza al firmamento.
La cuerda se desprende, tirando de nosotros hacia abajo centímetro a
centímetro. Mis pulmones se irritan, cada jadeo es agudo. Inspecciono el lazo
clavado en la parte inferior del puente. No sé mucho en esta vida, pero sí sé
cuánto puede soportar una cuerda. Viendo lo que me esperaba, pienso en lo
cerca que estuve, la pérdida y el anhelo se enredan en mi garganta.
Teme al viento. Sigue al viento.
La noción fluye a través de mi conciencia. La corriente me aprieta los
tobillos, tirando de mí hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo. Y si nada es lo que
parece en este laberinto, si arriba es abajo, la izquierda es derecha, y adelante
es atrás…
Podría tener razón. Podría estar equivocada.
En lo que no me equivoco es en esa cuerda, sólo puede soportar a uno de
nosotros.
Deslizo mi mirada hacia Cerulean y le dedico una débil sonrisa. Sus ojos se
abren de par en par. —¡No! —su voz se quiebra, perforando el cielo del
amanecer—. ¡No, Lark! Te lo prometo, ¡Te tengo! ¡Te tengo!
Mis palabras tiemblan. —Siempre me has tenido
Y es por eso que lo dejo ir.

10
En el original, no tiene traducción.
Capitulo 31
Su rostro se encoge por encima de mí, su boca se abre en un bramido
silencioso. Creo que me llama por mi nombre, pero el viento arrebata la ruptura
de su voz y la mete dentro de un silbido de aire. La corriente sube por mis
pantorrillas y empuja mi falda hacia el hemisferio, la prenda se canaliza a mi
alrededor.
No puedo ver el mundo, pero lo siento cortando mi piel, la velocidad me hace
pedazos. La atmósfera se hace más densa, golpeando mi cuerpo, amenazando
con romper mis huesos. Mi boca se abre, un grito sale de mi boca, pero tampoco
puedo oírlo. Todo lo que oigo es el viento agitado, una protesta estridente de
ruido.
Bueno, entonces. Al menos mi látigo me esperará en el fondo.
La presión me ha hecho girar de espaldas. Mi falda se estremece, bloqueando
mi vista. Una parte de mí desearía poder girar hacia el otro lado, ver hacia dónde
voy, sentir el descenso.
Y entonces una fuerza me hace volcar. Otro grito sordo sale de mi garganta
cuando algo —alguien— se posa sobre mí y luego invierte nuestras posiciones,
volcándome sobre el viento. Alejo el vestido de encima y choco con unos ojos
azules salvajes.
Cerulean cae en picado debajo de mí, suspendido sobre su espalda mientras
agarra mis caderas. Se aferra a mí, y hago lo mismo, clavando mis uñas en sus
costados. Los mechones blancos me azotan y pican el cuello, su pelo azul
obsidiana se abre en abanico alrededor de su cabeza.
El aire deshilacha sus alas rotas. Se convulsionan, luchando contra el
impulso.
Ha saltado para amortiguar mi caída. Saltó con la intención de frenar mi
caída, aunque eso es imposible.
Cerulean mira por encima del hombro para comprobar el abismo. Las copas
de los árboles coronan la zona, consumiendo el telón de fondo y virando hacia
nosotros. Me abraza a él, engancho mis brazos alrededor de su cuello, y entierro
mi cara en el hueco. Esto es todo, esto es todo lo que podemos hacer, porque,
aunque el tiempo se haya agotado, aún queda un momento para tomar una
decisión y agarrarnos con fuerza.
De repente, el aire se congela. Se solidifica, amortiguando la caída para que
nos deslicemos hacia el fondo. Las plumas se forman a nuestro alrededor,
cortadas de sus alas y flotando en una suave espiral.
Los robles y los árboles de hoja perenne se separan para revelar una pequeña
colina de piedra cubierta de hierba. Nos deslizamos hasta el suelo y luego
rodamos sobre la maleza. Gruño, dejándome caer en un montón. El mundo se
detiene de golpe y el viento rugiente se calla, atrapado en un sello invisible.
Aturdida, mareada, me sacudo. Los guijarros me rozan las rodillas y mi brazo
donde las garras del cuervo Fae me cortaron la piel, con líneas furiosas que
atraviesan mi bíceps. Los cortes no son tan graves como pensaba, lo
suficientemente superficiales como para detener la sangre. En lugar de estar
enclavada entre los árboles, la inclinación se cierne sobre el Bosque Solitario,
más alto sobre lo que había anticipado.
Cerulean está arrugado debajo de mí, su cuerpo contorsionado como una
marioneta. Su jabalina no está a la vista, probablemente arrojada en el puente
donde atacó al fénix. Su abrigo y camisa andrajosos se extienden a su alrededor,
la V exponiendo contusiones púrpura y costras de rojo a través de su torso. Pero
su abdomen sube y baja… está respirando. ¡Fables, está respirando!
Respiro entrecortadamente. Sus ojos se abren, nebulosos y aturdidos, porque
estamos vivos.
Estamos vivos.
Nos lanzamos el uno al otro. Gimoteo en su pecho, y él aspira aterrorizadas
bocanadas de aire, y nos aferramos el uno al otro. Lo que sea que haya salvado
nuestros traseros, no… está acabado.
La colina se rompe en una convulsión, trozos de tierra y piedra arrancados
desde algún lugar de abajo. Cerulean y yo nos separamos mientras la pendiente
estalla desde su base. Alrededor de la masa continental, la tierra se derrumba.
Las fisuras rebotan a través de la hierba, sedimentos de roca y masas de tierra
que se acumulan en avalancha.
Con un tramo de bostezos, la colina se eleva. Y sube y sube. Se separa del
suelo y estalla en el cielo, los músculos de piedra se ensanchan, la cresta se
expande como un pilar.
Envueltos uno alrededor del otro, Cerulean y yo estiramos nuestras cabezas.
Pasamos por todas las cumbres de la Montaña Solitaria, cada rampa, puente y
escalera, cada antorcha y poste indicador, cada serbal y árbol larguirucho, cada
vivienda.
La Torre de la Fauna. La Pajarera Nocturna.
El Horizonte que nunca miente. Los Puentes Perdidos.
La colina pasa a toda velocidad junto a ellos, sus hombros ondeando en una
llanura de la que brota tierra y hierba. Cuando el vértice se detiene, el silencio
resuena en el panorama. Nos ponemos de pie a trompicones, balanceándonos
sobre un cenit que sobrepasa El Pico Salvaje. Es lo suficientemente vasto como
para albergar a miles de habitantes y, en su centro, un árbol de serbal adornado
con hebras de polvo brillante. El sol derrama oro rosa y bígaro sobre el
precipicio, envolviéndonos de calor.
—Es la parte superior —tartamudeo.
—No puede ser —dice Cerulean—. He estado parado en el margen.
Arriba es abajo. Izquierda es derecha. Adelante es atrás.
Nada es lo que parece. Supongo que no esperaba que mi corazonada fuera
correcta.
Le sonrío. —Eso no significa que sea el punto más alto
Parpadea en señal de comprensión. —El Pico Salvaje, hecho de nuevo
Sabiendo cómo funciona este paisaje, sus ojos brillan y luego se tambalea de
lado. Me apresuro a atraparlo, los dos tropezamos bajo su peso.
Las protestas se multiplican y se acercan. Las hadas devastadas pululan por
la cima, sus alas las llevan a la cima. Otros se materializan, muescas
ensangrentadas mellando sus rostros de bovinos, felinos, insectos y aves. Se
maravillan ante este nuevo pináculo, pero al igual que Cerulean, no necesitan
que se les alimenten con los misterios caprichosos de este lugar laberíntico que
se les ha dado. Saben lo que ha pasado.
La mayoría de la multitud frunce el ceño. Algunos de los que eligieron
defender a Cerulean se quedan boquiabiertos, inseguros de si atacarme o no a
pesar de él. Una cosa es segura, cada uno de ellos me desprecia porque he
llegado a la cima de la montaña. He ganado.
Cerulean y yo nos arremolinamos, nuestras espaldas se alinean en una
posición de guardia como extensiones el uno del otro. Un segundo después, veo
a uno de los fénix arrastrándose desde las líneas laterales, fuera del punto de
vista de Cerulean. El pájaro de fuego se lanza hacia mí y sale disparado hacia
un lado, golpeado por una masa de pelo leonado.
El gato salvaje lo derriba con un gruñido ronco. Es un puma, pero no el de
antes.
Este gato tiene una cojera y un círculo de marcas en la frente. Es la belleza
de la Torre de la Fauna.
Detrás de ella, una multitud de animales del parque salvaje invade la escena,
a los que se unen criaturas de diversas partes de la cordillera. Un antílope y la
cabra montesa con cuernos desmochados galopan por el escarpado cenit junto
a un carnero, con los aros de cerceta atravesando sus cuernos y sus pezuñas
escupiendo polvo de oro.
Sus cabezas bajan, a punto de golpear a cualquiera que se interponga en su
camino. El trío se lanza delante de mí y de Cerulean, protegiéndonos de un
ataque.
Los halcones y los murciélagos dan vueltas en medio de los colibríes. El
puma desnuda sus sables y clava al Fae pájaro de fuego en la hierba.
Aturdida, la muchedumbre retrocede, sin querer enfrentarse a los residentes
sagrados de su reino. Un grito ululante atraviesa la mañana. Tímien se zambulle
desde las nubes, habiendo cambiado a su forma de mamut. Junto con nuestros
protectores de la fauna, se lanza delante de Cerulean y de mí, sus alas nos
impiden dañarnos.
Moth salta de su espalda y se desliza hasta detenerse, la ansiedad tensa sus
facciones. Cuando Cerulean le pidió ayuda, debió correr a la torre y reclutar a
la fauna. El viaje de ida y vuelta había sido demasiado largo, y Cerulean se había
lanzado detrás de mí.
El búho cornudo se asoma, la imagen muy cabreada de una rapaz protegiendo
su nido, sus plumas soplando un vendaval de advertencia a los Fae. El recuerdo
de Cerulean diciendo que Tímien es nada menos que un padre para él. Y una
vez que nuestros atacantes retroceden, el búho vuela a un lado, aunque vigilante
de cada movimiento.
Moth también debe haber recuperado la jabalina de Cerulean del puente,
porque se la lanza, y él la atrapa con una mano. —No podíamos volver lo
suficientemente rápido, —balbucea—. Cuando regresamos, ya te habías ido y
pensé… no sabía si… —su expresión agotada se transforma en una mirada
fulminante—. Bueno, no puedo hacer funcionar el viento tan poderosamente
como tú, y la magia sólo nos lleva hasta cierto punto, y te maldigo por haber
soltado esa cuerda. —Luego a mí—. Y te maldigo por ser agradable.
El trauma le obstruye la garganta, una mirada afligida presionando en su
semblante. —Rodeamos el Bosque Solitario, preocupados de que
encontraríamos sus cuerpos salpicados en el valle. En lugar de eso, nos llevamos
una sorpresa.
Por reflejo, atrapo lo que me lanza. El alivio brota cuando miro el látigo.
—¡Ella no puede ganar! —El fénix escupe a Cerulean desde debajo de las
patas del puma—. No sólo te la follaste a nuestras espaldas, ¡sino que ayudaste
a esta vil perra mortal! Por lo tanto, ¡su éxito está perdido!
Cerulean sisea en Faeish y acecha al Fae como si fuera a arrancarle la tráquea.
Saliendo de mi estupor, agarro a Cerulean por la cintura y lo hago retroceder.
—Ella hizo el último movimiento sola, —dice furioso, con un tono cargado
de elegante victoria, pero lento por las heridas de las alas.
—¡Traidor! —grita un Fae conejo—. Esta humana no habría hecho ese
movimiento sin tu ayuda. ¡Te atreves a robarle a esta montaña su sacrificio!
—Está anulado, Cerulean —dice una hembra con alas de mariposa.
Tal vez la caída al infierno y la posterior salida del sol empujaron las canicas
de mi cabeza. De cualquier manera, no voy a detenerme, porque no tengo ese
tipo de tiempo. Miro desde la multitud a los animales, la fauna mística en el
corazón de cada Fábula que he leído.
Fauna. Fábulas.
—Bajo las estrellas viciosas, un búho se cruzó con una alondra, —recito
para mí.
Las palabras se deslizan por la cima, acallando a todos. Cerulean se acerca
más a mí y me mira fijamente, con una epifanía que abarca sus rasgos.
La horda me observa confundida mientras murmuro la fábula en voz baja. —
Y la Alondra dijo . . .
—¿Qué está haciendo? —exige alguien.
—Deténganla —dice otro con incertidumbre.
Pero nadie se mueve. Mientras tanto, pienso en mi gente capturando la fauna,
pienso en estas hadas que adoran a los animales, que tienen rasgos similares, y
celebrando la Luna Media. Pienso en Cerulean inclinándose ante Tímien y estas
criaturas reinando sobre los paisajes. Pienso en la cumbre del trono, apodado El
Parlamento de los Búhos. Pienso en el Libro de Fábulas, que transmite verdades
sobre seres mágicos a través de cuentos sobre animales. Pienso en la montaña y
sus habitantes desvaneciéndose, el número se reduce sin la fauna.
Siento que Cerulean reflexiona conmigo, se le escapa un suspiro de
revelación. Conoce la línea final, pero espera a que la señale.
—Y la Alondra dijo: "podemos volar por separado, pero que nuestra
dirección sea la misma.
Mi cabeza gira hacia él. —Gané, pero nunca fui un sacrificio.
Resuenan las burlas de las Hadas. —Mentirosa—, grazna el fénix.
—No, no lo es —murmura Moth mientras entrecierra los ojos. Por lo que
parece, finalmente tiene las ideas correctas sobre por qué la flauta de Cerulean
nunca funcionó en mí.
—Sin sacrificio —brama una hembra, arrugando su hocico de lince—. ¿Y
qué te hace suponer eso?
—Porque estamos unidos —responde Cerulean con una débil sonrisa.
Los Fae se quedan boquiabiertos, sin palabras. Junto a Tímien, la mandíbula
de Moth se desencaja, probablemente porque no se había atrevido a creer en su
intuición.
Por eso no soy esencial. Dejando a un lado mi humanidad, la vinculación con
Cerulean me vuelve neutral en esta tierra, a caballo entre la línea entre mortales
e inmortales. Como resultado, mi victoria no debilitará la montaña o impedirá
la restauración de otro animal.
Todo este tiempo, no fui un jugador clave. No en la forma en que cualquiera
pensó.
Eso no es todo. Intercambio miradas con Cerulean, que asiente con una
sonrisa maliciosa de comprensión, mientras los desconcertados Fae nos miran
boquiabiertos.
—Incluso si fuera un sacrificio, no me gobiernas —le digo.
El orgullo anima el rostro de Cerulean. Su pecho se eleva y retrocede,
inhalando y exhalando esa afirmación por todo lo que vale.
Dirijo el resto de mis pensamientos a la multitud. —Y no puedes anularlo
porque no son sus súbditos, porque él no está a cargo.
Cerulean se dirige a ellos. —Porque yo no gobierno el cielo.
Sigo su mirada hacia la fauna. —Ellos lo hacen.
Capitulo 32
La magnitud de esas palabras borra el ruido del campo, creando una pausa
entre los Solitarios. Es un silencio rotundo, que ni la menor corriente de aire
logra perturbar.
Cerulean y yo intercambiamos miradas de fatiga y esperanza. Aunque
también hay otra emoción magnética y tácita que se mezcla allí.
Sus parientes se resisten, luchando por procesar que estamos en la verdadera
cima; que soy yo quien nos trajo aquí; que soy la compañera de Cerulean y, por
lo tanto, no un médium viable en el juego; que no soy crucial para restaurar la
fauna caída y preservar su tierra; que no me gobierna a mí ni a ellos en absoluto;
que los animales que nos rodean son los verdaderos monarcas, los verdaderos
dueños de La Montaña Solitaria.
Nada es lo que parece en Faerie. ¿Y en este momento? Calculo por la
expresión de Cerulean cómo ese hecho nunca ha sido más cierto.
Una serie de reacciones se producen en el momento culminante, incluyendo
la negación, el desconcierto, la decepción, la vergüenza, el agradecimiento y la
pena. Los pies se mueven, las cabezas se agachan y la tez se ruboriza de
asombro o duda.
Hay esto y más. Finalmente, termina con la aceptación. El aire silba, la
melodía relaja los hombros y relaja las mandíbulas.
Puede que a los Fae no les guste que un humano los lleve a esta conclusión,
mucho menos a este precipicio, pero es seguro que rindan homenaje a los
animales. A pesar del culto y los rituales, han honrado a su fauna sin darse
cuenta del alcance de sus roles. Los Folks se arrodillan e inclinan la cabeza ante
las aves y los mamíferos que se ciernen sobre la cima. Cerulean y yo seguimos
su ejemplo y nos arrodillamos.
El puma suelta al fénix con un gruñido de advertencia. El antílope, la cabra
montesa y el carnero se alzan orgullosos. Los pájaros y las aves de rapiña flotan
en lo alto, con sus alas atrapando la brisa.
Tímien tiene una figura majestuosa, la corriente de aire hace vibrar su manto
escalonado de plumas. El ave observa la genuflexión a través de ese único ojo
aguamarina, su semblante inescrutable, no diferente de cuando preside La Torre
de la Fauna y El Parlamento de Los Búhos. Sin embargo, su mirada recorre cada
rostro, reconociéndonos directamente, uno por uno.
La inspección de la lechuza termina conmigo y Cerulean. Él nos contempla,
luego se eleva en el aire y se dobla en su forma más pequeña. Rodeándonos una
vez, el pájaro aterriza en mi hombro.
Me sobresalto, un nudo abultado en mi garganta. Ganar su favor es una
bendición que alimenta mi sangre.
El respaldo atrae la atención de los Fae. Se levantan y analizan la visión de
mí con su antiguo gobernante, que entrelaza sus temblorosos dedos con los
míos.
Una sonrisa de complicidad cruza el rostro de Moth. ―Esta humana se
arriesgó por Cerulean ―anuncia.
A Cerulean le toma un tiempo hablar a través de sus heridas, pero explica
cómo me dejé caer del puente para salvarlo, enumerando la cadena de eventos
que llevaron a este desenlace ―Ella una vez me preguntó quién es la fuerza más
valiente ¿humanos o Fae? ―Él inclina su cabeza hacia mí―. Creo que se ha
convertido en una de mis preguntas favoritas.
―Supongo que eso nos hace iguales, ―termino recordando cómo saltó
detrás de mí.
Su sonrisa se ensancha. ―Y su nombre es Lark.
Demonios, sí. Eso es lo mejor que he escuchado en los últimos tres segundos.
Esto gana otra ronda de silencio. Las preguntas se mezclan en la mente de
todos.
¿Qué van a hacer a partir de ahora? Dado que los Fae tienen un parentesco
instintivo con la fauna, algunos se corresponden a través de señales en el viento,
la comunicación no será un problema. ¿Pero abogarán por más sacrificios
humanos para restaurar a los caídos? ¿Qué propondrán en su lugar?
Quiero saber esas respuestas, pero es demasiado para esta multitud y las
soluciones adecuadas necesitan tiempo. Además, esta multitud es un desastre
que cojea y sangra. Las heridas necesitan ser atendidas, los egos necesitan
curarse y las mentes necesitan reorganizarse. Todo el mundo tiene hambre y
está de mal humor.
¿En cuanto a Cerulean y a mí? Independientemente del apoyo de los
animales, la mayoría de las Hadas se burlan de nuestro vínculo prohibido,
mientras que varias caras maltratadas miran con intriga. No es que me importe
un carajo lo que piensen en este momento. Y no es que me vaya a quedar.
Los Fae ofrecieron su retirada, postrándose de nuevo ante la fauna antes de
retroceder. Agotados, se disuelven o revolotean hacia casa para vendar sus
heridas.
Tímien se desvía hacia Cerulean, empujándolo con paternal devoción y
preocupación.
Moth también corre hacia el lado de Cerulean. ―¡Idiota! Tus alas necesitan
encantamientos, ungüento y descanso si están destinadas a volver a crecer
correctamente. Como si no tuviera suficiente que hacer en la torre.
―Vete ―insiste, discutiendo sobre sus protestas y mis maldiciones―.
Suficiente, las dos. No he muerto en la última hora y Tímien está aquí. Necesito
. . . hablar con Lark por un momento.
―¿Es eso todo lo que valgo? ―Intento bromear, preocupada de que esté
siendo estúpido―. Podemos hablar después…
―Aquí. Ahora.
Maldito, Cerulean. Moth y yo compartimos miradas vacilantes y luego
miramos a Tímien, que espera con cautela, pero con paciencia. Él crio a
Cerulean, y yo confío en el búho, así que tendrá que bastar.
―Tres minutos ―digo.
―Siete ―negocia Cerulean.
Moth lo señala. ―Si no regresa en siete minutos, llamo a La Guardia de los
Ruiseñores. ―Dirigiéndose a mí, ella se encoge de hombros―. No lo viste
después de La Trampa. Esto no es nada. Vivirá, siempre y cuando lo lleves a
casa en…
―Te escuché la primera vez ―dice Cerulean con altivo afecto―. Fuera,
entrometida.
Enfadada, se lanza a las nubes y se dirige hacia la Torre de la Fauna.
Una vez que sienten que estarán a salvo, la vida silvestre se marcha a
continuación. La flota de halcones, murciélagos y colibríes pulula hacia el sol
abrasador. El puma se desliza alrededor de las extremidades de Cerulean,
desafiando graciosamente la pata que le falta, luego se une a los mamíferos que
merodean por la pendiente. Me pregunto si el felino se cruzará con el otro gato
que se enfrentó a mí en el puente.
En el momento en que se van, Cerulean se desploma. Tímien ulula, agitando
sus plumas con preocupación, pero yo atrapo a su hijo y nos acurrucamos en la
hierba. El sol ilumina su palidez enfermiza y cada uno de los cortes que me
pican en la piel. Me siento a horcajadas en su regazo, recordando que no estamos
del todo abandonados. Tímien se mantiene al margen, por si tenemos que irnos
más pronto que tarde.
Abrazados bajo el serbal azotado por el viento, nos abrazamos durante un
rato. El polvo brilla en las ramas. Recorro con mis dedos los filamentos
andrajosos de las alas de Cerulean, mi tacto hace que sus ojos se cierren.
Por fin, recupera las fuerzas para hablar sin agitarse. ―Asombrado,
sorprendido, aturdido, ―murmura contra mi garganta, su aliento dibujando mi
pulso―. Oh, la ironía. ―Inclina su cara para encontrarse con la mía y me coloca
un mechón blanco detrás de mí oreja―. Que un humano comprenda su fauna
mejor que ellos. Que un humano reconozca a la fauna como gobernantes,
mientras que los Fae permanecieron ciegos a un hecho tan obvio. Que una
humana demuestre que su especie posee una mayor comprensión de los
animales ―los nuestros y los suyos― . de lo que hemos dado crédito a los
mortales.
―Buenooooo, podríamos aprender un par de cosas de ti, ―bromeo, aunque
es la verdad―. Ninguna de nuestras culturas ha demostrado exactamente
tolerancia entre sí, pero has demostrado que la magia no siempre crea un alma
malvada.
―Tal vez la Fábula que hemos creado para nosotros es una chispa. Tal vez
nuestra historia marque un comienzo, tanto si nuestro vínculo termina
felizmente como si no. Tal vez el cambio por sí solo haya valido la pena, por
mucho tiempo que pase desde aquí.
Parece que todos perdimos el rumbo por un tiempo y olvidamos el dicho: Por
la eterna naturaleza salvaje. Quizás podamos ayudarnos mutuamente a
recordar lo que significaba.
Las Hadas llaman inferiores a los humanos por no tener magia, diciendo que
no tenemos una conexión real con la naturaleza, ni respeto por ella. Después de
La Trampa, esa convicción se reforzó, de hecho, se magnificó.
Los humanos llaman corruptos a los Fae, diciendo que son abominaciones de
la naturaleza debido a la magia. También asumimos mucho sobre la fauna Fae.
Si nos tomáramos un maldito segundo para sentarnos a la mesa del otro,
compartir una comida, aprender sobre nuestras culturas y ver cómo vivimos en
la naturaleza, nos daríamos cuenta de que nuestras relaciones con la tierra son
similares. Pase lo que pase, cada ser proviene del cielo, las raíces y el agua.
Cada uno de nosotros habita entre animales y todos somos criaturas de la tierra.
Ese es el puente. Eso es magia. Esa es la realidad.
Si trabajáramos para entender eso, tal vez encontraríamos un equilibrio en
nuestros mundos. Podríamos vivir en armonía, sin odio ni jerarquías.
¿Y si Cerulean tiene razón? ¿Qué pasa si nuestra historia incita a un cambio,
por lento que sea? ¿Valió la pena? ¿Valió la pena ese cambio?
―No hay duda de eso en mi mente ―digo mientras lo rodeo.
―Le hago eco a ese sentimiento ―responde, la punta emplumada de su
cabello azul descansando sobre mi hombro.
―Pero ¿qué hay de revivir a los animales caídos? ―pregunto―. ¿Qué pasa
con la montaña? Cualquier posibilidad de paz es discutible de lo contrario.
Cerulean se aparta, mira brevemente a Tímien y traduce algo de la conducta
del búho. ―La Fauna consultará con nosotros, no sólo con ellos mismos. Hasta
ahora, fracasar en esta tarea no era una posibilidad factible. El miedo
amplificará la motivación de mis parientes, no las reducirá. La supervivencia es
la principal prioridad. ―Mira el horizonte y se vuelve hacia mí―. Sin embargo,
después de todo lo que les has demostrado, y las preguntas que has planteado,
puede que se apacigüen. Lo que sucedió hoy podría adelantarse a ellos el tiempo
suficiente como para que se pueda llegar a una decisión. Estaré allí para abogar
por ella. Como Solitario común, tengo el tiempo.
Cerulean no me había incluido como parte de la próxima negociación. Sé por
qué, y no tiene nada que ver con la falta de habilidad para debatir. Quiere que
esté allí, pero no se lo espera, porque sabe cuál será mi elección.
Por mucho que lo deteste, estoy de acuerdo con él. Aunque no estoy lista para
reconocerlo en voz alta.
Comparamos teorías sobre cómo romper la división y alinear nuestros
mundos. No es limitado a La Montaña Solitaria. Hay un bosque y un río a
considerar.
Pero Cerulean rechaza mi argumento de que sus hermanos tampoco son
gobernantes. La cosa es que las culturas de fauna de la naturaleza salvaje
solitaria son distintas. Aunque unidas, las relaciones sagradas entre hadas,
animales y sus paisajes varía.
En última instancia, uno de los pocos parecidos incluye la forma de fortalecer
los entornos. Eso significa que Puck y Elixir siguen al mando.
¿En cuanto a mis hermanas? Cerulean no es del bosque ni del río, por lo que
no tiene poder dentro de esos límites. Cualesquiera que sean los sacrificios que
ocurran allí, los juegos que involucren y las reglas que incluyan, están bajo el
mando de sus hermanos. La única similitud es que mis dos hermanas ganan, o
ninguna de ellas gana.
Además, esos juegos ya han comenzado. Juniper y Cove están en el centro
de todo. Podría estar exenta porque estoy emparejada con Cerulean, pero mis
hermanas no tienen esa ventaja. No es que quisieran estar vinculadas a esos dos
pedazos de mierda.
Un pensamiento desafiante se enciende en la boca de mi estómago. ¿Qué pasa
si yo . . .
―Lark ―advierte Cerulean.
―¿Qué? ―suelto de golpe―. No estaba…
―Tengo plena confianza en tu destreza. Sin embargo, entrar en cualquiera
de los territorios intensificará el desprecio de los Fae y comprometerá la
capacidad de tus hermanas para ganar, porque estarán demasiado ocupadas
esforzándose por protegerte. Dicho de manera suave, todo el escenario
enfurecerá a Puck y Elixir hasta el punto en que Juniper y Cove estarán en un
riesgo eminente, más de lo que ya lo están. Eso significa que, si pierden, morirán
más rápido y con más dolor. No subestimes a mis hermanos.
―No subestimes a mis hermanas.
―¿Escuchaste lo que acabas de decir?
Hago una pausa, rechinando mis molares. ― Yo… ¡A la mierda esto! ¡Me
ayudaste y lo logré! ¿Por qué no puedo ayudarlas? No las dejaré ir, y si te
preocupas por mí al menos un poco, tampoco dejarías que les pase nada.
Los ojos de Cerulean destellan con un azul violento y vibrante. ―No te
atrevas a cuestionar mis sentimientos por ti. No te atrevas a cuestionar lo que
haría para defenderte a ti o a los tuyos. Mis hermanos y yo somos iguales en
fuerza y astucia. No hay garantía de que gane una batalla, pero estaré a tu lado
si así lo deseas.
―Dicho esto, conocíamos las reglas de esta montaña. Sabía qué brechas
había que traspasar, pero recuerdo que tú hiciste el último movimiento. No
puedes predecir que el hecho de unirte a tu familia impida que ellos hagan lo
mismo.
―De acuerdo, no podemos romper las reglas sin conocerlas primero. Pero
no eras capaz de garantizar que ganaría por mi propia cuenta si me ayudabas, y
sin embargo eso no te detuvo.
―Falso. Sabía que tendrías éxito por tu cuenta porque te conozco.
―Y conozco a mis hermanas.
―Pero tú no conoces las condiciones del bosque o del río, ni yo tengo ese
lujo. Créeme: Mis hermanos no me divulgarán sus secretos después de escuchar
sobre tu victoria, en particular la parte en la que me puse de tu lado, y sobre
todo después de saber que somos compañeros. Cuando intenté dejarte ir, mi
plan era coaccionarlos o hacer un trueque con ellos por tus hermanas. Dejando
a un lado la conspiración, podría haber sido posible.
―Desgraciadamente, estaba tan desesperado por salvarte que me descuidé,
olvidando que se esperaba que las tres ganaran. Pasé por alto la naturaleza tan
etérea y brutal de Faerie: lo acordado, acordado está. Nuestras reglas pueden
tener giros, pero deben ser cumplidas. Incluso si pudiéramos persuadir a Puck
y Elixir, la naturaleza no negocia.
Por la tierra o por mi mano.
Cerulean había dicho eso al principio. Si los gobernantes de las tierras no
vencen a los jugadores, la tierra misma podría hacerlo. Esa es una fuerza
impredecible más allá de cualquiera de nosotros, a la vez benevolente y
despiadada. Si Cerulean y yo desobedecemos las reglas y entramos en esos
reinos, la naturaleza podría tomar represalias estrangulando a mis hermanas
antes de que las alcancemos.
Un látigo y una jabalina pueden vencer a sus enemigos. Pero no pueden
luchar contra la naturaleza.
Estoy en medio de un tira y afloja, mis protestas aumentan en una docena de
octavas, pero ninguna de mis ideas se sostiene. Se me curvan los nudillos.
Nunca me he sentido tan impotente, y menos al caer de un puto puente.
Finalmente, me calmo. Cerulean me acerca, me recuesta en su pecho, lo que
ayuda y no ayuda…
Hemos abordado los puntos más importantes, pero con una excepción. No
hemos hablado de nosotros. No lo hemos hecho, porque él ya lo sabe, igual que
yo.
Una ráfaga de viento acaricia las hojas de serbal, el polvo brilla en los brotes.
Desde más allá, los rayos del sol caen sobre nuestro regazo.
Trago saliva y aprieto su cuello con más fuerza. ―No quiero irme.
―Tampoco deseo dejarte ir ―Coloca su frente contra la mía, sus párpados
se cierran fuertemente―. Pero debes.
Mi cabeza asiente, mientras mi corazón grita. No quiero que esta montaña se
desvanezca y me lo arrebate. No quiero quedarme al margen y no hacer nada
para salvarlo a él, a la fauna y a Moth. Y no quiero ver perecer todo un reino de
seres vivos, a pesar de lo que muchos de ellos han hecho.
Pero si me quedo, ¿dónde deja eso a Papa Thorne? ¿Qué pasará cuando mis
hermanas vuelvan a casa? ¿Cómo se sentirían Juniper y Cove al saber que elegí
a los Fae sobre ellos?
Nunca podría estar sin mi papá, ni abandonarlo. En cuanto a mis hermanas,
crecimos sin ser queridas por nuestros padres y juramos no abandonarnos. No
me retractaré de esa promesa, no cuando estamos luchando tanto por nuestro
futuro juntas.
Y no abandonaré nuestro santuario. Sería fácil vivir con la naturaleza aquí,
pero amo a mi familia aviar y las criaturas de El País Medio necesitan mi ayuda.
Y alguien tiene que trabajar por el cambio entre humanos y hadas. En el lado
mortal, alguien tiene que ser esa chispa de paz. No puedo hacer eso desde aquí.
Cerulean lo sabe. De todas las personas, él entiende esto. Él cree que sus
parientes encontrarán una manera de sobrevivir sin dañar a los humanos, así que
yo también tengo que creer eso. Tenemos nuestros roles que desempeñar, en
nuestros propios mundos. Y de esa manera, trabajaremos como uno solo.
Me acurruco contra él, con mis extremidades a horcajadas en su cintura
mientras me aplasta contra su pecho y respira mi aroma. Parece que hemos
cambiado una jaula por otra. Hemos tardado nueve años en encontrarnos, trece
días en vincularnos y una hora en volver a perderlo todo.
En lo que a nosotros respecta, ser compañeros no tiene más ventajas que la
de estar juntos. Al ser de culturas diferentes, carecemos de una conexión
intrínseca, así que la división nos permite separarnos. Diría que eso adormece
el dolor, pero estaría mintiendo. Aunque puedo tomar la decisión de
convertirme en uno de ellos y solidificar el vínculo, no lo haré por las mismas
razones.
Pero también, por otra razón. ―Me gusta quien soy, ―digo, con lágrimas
frescas cayendo por mi cara.
Cerulean roza mi boca con la suya. ―También me gusta quién eres tú.
Eso es lo que más me conmueve. Lo entiende sin necesidad de palabras
adicionales, me atesora tal y como soy.
La cosa es que quiero mantener mi humanidad. Me esforcé mucho para
conocerme a mí misma, para construir mi vida. Ni de coña voy a renunciar a
eso.
―Mi rebelde ―murmura Cerulean, su voz se quiebra contra la costura de
mis labios―. Cómo me has conquistado. Echaré de menos tus ataques verbales,
tus réplicas descaradas, tu asombroso coraje. Echaré de menos vagar por la
naturaleza contigo, saborear tu cuerpo, oír tu risa. Te he echado de menos
durante nueve años, y te echaré de menos hasta mi último aliento.
Un sollozo sale de mis labios. ―Un beso por un beso.
Me arrebata las palabras, tragándoselas enteras. Su boca se desliza sobre la
mía en un apasionado beso. Me entrego al beso y me abalanzo sobre su pecho,
con mis muslos apretando su cintura y mis dedos moviéndose entre su pelo.
La lengua de Cerulean se abre paso entre mis labios, haciendo que nuestras
lenguas sigan un ritmo dulce y sensual. Saboreo el aroma del almizcle y las
tempestades, pruebo el vino de endrino y la lluvia. Sus palmas se aferran a mi
nuca, profundizando nuestro beso, y su lengua se abalanza sobre la mía.
Me apodero de los recuerdos: conocerlo, jugar con él, perderlo, rebelarme
contra él, hablar con él, discutir con él, besarlo, follarlo, amarlo.
Porque lo hago. Lo amo.
Eso es todo lo que puedo hacer, sentir el amor. Eso va a tener que bastar para
sostenerme.
Tres veces, cambiamos nuestras vidas con un beso. Cuando nos conocimos,
cuando amamos, y ahora cuando nos despedimos.
Nuestras piernas y brazos se enredan. Su corazón golpea mi pecho y mis
labios se cierran sobre los suyos. Nuestras lenguas se enrollan, calientes y
dulces y…
Cerulean aleja su boca. Sus labios azules e hinchados permanecen abiertos,
succionando oxígeno hacia sus pulmones. ―Tal vez tenga la resistencia para
un último acto heroico antes de reanudar mis formas feroces y despiadadas.
―Inclina la cabeza, y una corriente visible ondea a través de la zona donde se
encuentra, fluida y rayada en los bordes.
Momentos después, una forma alada se desliza por el cielo y aterriza. Me
sobresalto y me dirijo hacia el polluelo de ruiseñor, que se posa junto al búho y
ya no tiene el tamaño de un dedal. La cría, de color marrón gema y turquesa
deslumbrante, ha cambiado para igualar el tamaño de Tímien.
El presentimiento me hace girar. ―Cerulean, no.
―Ella te llevará a La Tríada.
―No, Cerulean. Estás...
―Estaré bien. Me espera un viaje majestuoso a casa. ―Presiona la palma de
su mano temblorosa sobre los cortes de mi brazo, un tenue brillo irradia desde
abajo―. Ya está. Por muy agotado ―y temporalmente poco atractivo― que
esté en este momento, siempre queda un rastro de magia. No tienes que
preocuparte por la infección, sino por ir a casa y hacer que tu padre cure ese
brazo de inmediato. Niégate, y me pondré bastante molesto.
―No ―lloriqueo, agarrando sus mejillas―. Aún no.
―Lark ―Su tono suplicante me corta en serio―. Por favor.
Por favor. La palabra se queda en mi lengua.
―Escúchame ―dice, con sus dedos recorriendo mi mandíbula―. Me iré
primero, para que tengas la seguridad de que me atenderán. Será un privilegio,
pues quiero que mi última visión de ti sea aquí, en la cima del mundo,
conquistando todo mi universo. Hazme este honor, que aún no me he ganado.
Maldita sea. Con un grito, me inclino hacia él y le doy un suave beso en los
labios, como los que compartíamos cuando yo tenía diez años, pero este es
menos puro. Es codicioso, desesperado, alegre, amargo, agradecido y doloroso.
Puede que no sea inocente, pero es mucho más de todo lo demás.
Me separo y me ahogo ―Ve.
Y lo hace, levantándose para aceptar el ala de Tímien y un asiento en la
espalda de su padre. Y luego se van, navegando hacia el horizonte. Y luego
Cerulean mira por encima de su hombro, mirándome parada sola en esta
montaña, el viento atrapando mi cabello y convirtiéndome en una nube, algo
imposible de sostener.
Capitulo 33
Cuando Papa Thorne abre la puerta, me estremezco al verlo. Me atrapa y nos
desplomamos en el porche delantero, convirtiéndonos en una pila de brazos y
piernas enredadas y doradas por la cautelosa luz del sol. Nuestros cuerpos
tiemblan, yo colapso aún más, él acunando mi peso.
―Lark ―solloza―. Oh, mi niña, mi niña. Oh, Lark.
―Papá ―grito―. Papá.
Mis uñas se clavan en su espalda, mi cabeza se hunde en su pecho y mis
lágrimas empapan su camisa. Saboreo la fragancia del hogar en su piel, de pan,
romero y cera de velas. Me mece por una eternidad mientras el viento acaricia
nuestro cabello.
Dentro de la cabaña, todo es igual pero diferente. La cocina donde había
perseguido a Juniper alrededor de la mesa del comedor. La silla donde se había
sentado Cove, mirándonos con una sonrisa tímida. La sala de estar donde papá
nos recitaba del Libro de las Fábulas y Juniper llenaba los espacios por él.
En la parte de atrás, nuestro halcón residente lanza una larga llamada. La
vocalización hace que salgan más lágrimas a la superficie. He echado mucho de
menos aquí.
Papá me cubre los cortes en el brazo y me envuelve en la manta que Juniper
y yo solíamos compartir cuando éramos pequeñas. Me acurruco en el sofá junto
a la chimenea apagada, mis ojos tan crudos como los suyos, mientras él me
prepara una taza de té, luego se arrodilla a mi lado. Parece tener mil años, su
piel oscura está pálida, una costra que recubre su boca y una sombra púrpura
debajo de sus párpados inferiores.
¿Cuándo fue la última vez que durmió?
Un banquete reposa en la mesa del comedor y los mostradores. Panes de masa
madre y centeno, pasteles de papa, guisos de verduras, platos de caza, muffins
de pan de maíz y conservas en frascos. Al ser un pueblo pequeño, papá me dice
que los aldeanos se enteraron de mi desaparición, de Juniper y de Cove.
Granjeros, comerciantes y campesinos aparecieron en poco tiempo, trayendo
consuelo y simpatía. Algunos buscaron chismes, buscando validar o sofocar sus
propios miedos.
Sabiendo que papá se ofrecería a los Solitarios a cambio de nosotros, Juniper,
Cove, y yo no le habíamos confesado nuestros tratos con los Folks, no hasta que
escribí esa carta de despedida. Incluso entonces, dejamos de lado los detalles de
por qué teníamos que irnos, diciendo solo que nos habían llamado a Faerie. En
ese momento, sabíamos que estaría fuera de sus manos.
Pero a través de una corriente de visitantes, papá se enteró de la persecución
de los cazadores furtivos, que aparentemente algunas personas habían visto
desde lejos. Me habían visto galopando hacia el salvaje Solitario, con mis
hermanas siguiéndome poco después. Se sacaron conclusiones y nuestra
ausencia confirmó las especulaciones. Desde entonces, las visitas se han
convertido en una rutina, aunque Papa apenas tocó sus ofrendas.
―Lo siento ―lloriqueo, los mocos goteando de mi nariz―. L-lo si-sient-to
Pap-pá.
―No ―me calla, secándome la cara con las palmas―. No lo hagas, mi niña.
Me toma de las manos mientras le cuento todo, bueno, casi todo. La historia
se derrama, cómo conocí a Cerulean cuando éramos unos chiquillos, cómo lo
liberé de la fragua del soplador de vidrio, cómo pensé que Cerulean murió
porque traté de ayudarlo. Luego salto al presente, cuando los cazadores furtivos
me persiguieron en la naturaleza.
La tríada. La invitación de las hadas. La separación de Juniper y Cove. La
montaña. Los animales místicos. El laberinto. El juego.
La Torre de la Fauna. Los puentes perdidos.
Moth. Cerulean.
Cerulean. Ahí es donde omito las cosas privadas. Me duele demasiado ir allí,
y, además, ¿cómo puedo admitirle esa parte a papá después de lo que ha pasado?
¿Cómo puedo decirle que le di mi corazón a la misma persona que causó ese
dolor? ¿Cómo puedo confesar que amo a un Fae?
Pero no quiero que Cerulean se pudra a los ojos de papá, así que le cuento
cómo nos recordamos desde la infancia y nos volvimos amigos. Le hablo del
refugio de animales de Cerulean y su misión de restaurar la fauna. Le digo que
Cerulean quería liberarme, pero luego recordé que no podía perder sin mis
hermanas. Aunque no alivia la mueca de papá, planta una semilla de compasión
en su mente, aunque tardará un tiempo en crecer.
Papá Thorne es un alma gentil. Ya se le pasará.
Sin Juniper y Cove iluminando las esquinas, la tristeza le da un mordisco a
la casa. No han regresado, lo que significa que todavía están perdidas en la
naturaleza, todavía luchando por sobrevivir.
Papá se acomoda en el sofá, me acurruca contra él y lloramos. Luego
hablamos en voz baja, con historias sobre Juniper y Cove, hasta que nos
quedamos roncos y somos capaces de reírnos sin ahogarnos.
Después de eso, estoy ansiosa por ver a mis amigos del santuario. Papá dice
que necesito descansar, yo protesto, pero me duermo de todas maneras.
En medio de la noche, salgo a trompicones en camisón para abrazar a Whinny
Badass y darle de comer una zanahoria. Luego corro hacia mi aviario
improvisado, subo al árbol y saludo a las aves que acuden a mí. Cuando
reconocen mi voz y se acomodan en mis brazos, lloro de nuevo porque estoy
feliz.
El tiempo pasa. Una semana, creo. No le presto mucha atención.
Duermo como una piedra, alternando entre las camas de Juniper y Cove. En
mis pesadillas, las ramas estrangulan a Juniper, agua se traga rápidamente a
Cove en su vórtice, y me dejo caer repetidamente de un puente. Las hadas se
ríen mientras me estrello contra el valle del bosque con un sangriento estallido.
Papá se lanza a la habitación cada vez que salto del colchón en un sudor frío,
mis labios farfullan nombres y palabras que se disuelven antes de que pueda
atraparlos. Me da de comer pastel de carne picada y leche tibia, luego se sienta
conmigo hasta que me duermo.
Pasa otra semana. Es mi turno de quedarme junto a su cama, mirándolo
deslizarse en los sueños.
Para la tercera semana, estamos durmiendo, comiendo y trabajando según
nuestro horario habitual. Ayudo a papá a cuidar de los animales, reunirme con
las aves y encontrar consuelo en su compañía. Acaricio las plumas del estornino
y lo alimento con alpiste del cuenco de mi palma. Con los dedos de mis pies
desnudos balanceándose sobre una rama, admiro el perfil aristocrático del
halcón y las pinzas de su pico, silbo con el zorzal ermitaño y comparto historias
sobre las aves rapaces que he visto en otra tierra.
Mimo a los compañeros de Juniper, prometiendo a su cervatillo favorito que
volverá pronto. Juego a salpicar a la serpiente del estanque y hago la misma
promesa en nombre de Cove.
Para mi sorpresa, media docena de muchachos y muchachas del pueblo se
ofrecieron para ayudar a papá mientras yo no estaba, ya que necesitaba las
manos extra. A sus diecisiete y dieciocho años, se han aficionado a los animales,
así que les enseño más cosas.
Lo que no hago es complacer a los tontos de esta ciudad. Soy solo una
persona, así que tengo que controlarme, repartiendo mi historia en partes si
quiero una oportunidad de paz algún día. Contenerme no es difícil, ya que estoy
reconciliando mis propios pensamientos y no estoy lista para hablar de todo en
detalle.
Entonces, cuando preguntan, tengo cuidado. Sí, estaba en Faerie. Sí, salí viva.
No, no quiero hablar de eso todavía, aparte de decir que gané mi libertad de
manera justa.
Quiero decir que hice aliados en el camino, porque no todos son como
pensábamos. La mayoría de ellos son viciosos, pero algunos no lo son.
Uno de ellos tiene una disposición gruñona pero un corazón frágil.
Uno de ellos tiene una sonrisa arrogante pero un alma infinita.
Tienen familias, como nosotros. Viven entre una fauna hermosa y feroz, al
igual que nosotros.
Pero lo dejo para más tarde. Los aldeanos no estarán dispuestos a digerir eso
todavía. Y lo último que necesito es una turba indignada que tenga como
objetivo a mi familia.
Desde mi regreso, ningún ser humano ha desaparecido o ha sido hechizado.
Mis vecinos prestan atención a eso mientras mantienen la guardia alta. No los
culpo, ya que hay muchos Fae que no van a cambiar sus costumbres en un abrir
y cerrar de ojos.
Esa es la semana en la que dejo de tener pesadillas y comienzo a soñar con
una pluma azul, la melodía de una flauta y la textura del viento. Sueño con
susurros masculinos, manos que manipulan púas en el aire y una jabalina
voladora. Sueño con una máscara de búho. Sueño con esa máscara que se
desprende, revelando el rostro debajo. Sueño con cuerpos desnudos tendidos en
la hierba, su cuerpo llenando el mío. Sueño con un beso en la cima del mundo.
Sueño con la pérdida y el anhelo.
Viene con el territorio, supongo. Hay un dolor que solo una persona puede
hacerte. Es un daño que han inventado sin saberlo, creado únicamente para ti.
Al final de ese primer mes, me acurruco en el porche delantero,
balanceándome en la mecedora. Oigo a papá lavar la vajilla de nuestra cena. En
lo alto, las estrellas parpadean, iluminando el césped.
Whinny Badass relincha desde su puesto, el halcón llora y el tordo ermitaño
silba. Me acurruco en el interior del enorme suéter de lana de Cove, el tejido
empequeñece mi camisón, el olor a jazmín flota desde el cuello.
La puerta de entrada se abre con un suspiro. Papá camina sobre las tablas y
se reclina a mi lado, con el brazo colgando del banco y ahuecando mi hombro.
Inspecciona el trío de linternas junto a la barandilla. Todavía no he reunido el
valor para visitar la carreta, pero enciendo las linternas cada noche, por si acaso.
Un cuenco de cerámica con puré de manzana aparece debajo de mi barbilla.
―Un gusto culposo ―dice―. Cuando Juniper llegue a casa, no le digas que me
olvidé de rallar nuez moscada fresca encima.
Con una leve risita, tomo el cuenco y me meto el contenido en la boca. Un
momento después, gruñe cariñosamente. ―Estás comiendo demasiado rápido,
Lark.
Giro mi cuchara en el plato, los cubiertos tintinean. ―El que es lento no
consigue segundos.
―¿Estás citando La Víbora en la Cascada?
―No recuerdo el título ―digo con la boca llena―. De todos modos, si
esperas demasiado las cosas, se pierden, tanto la primera oportunidad como la
segunda.
―Mmm-hmm. ¿Seguimos hablando de mi cocción?
Él no lo sabe, él no lo sabe, él no lo sabe.
Papá sigue mi mirada hacia la silueta de la montaña más allá de los árboles.
A veces, espero aquí a mis hermanas, con la esperanza de que se tropiecen en
la curva. Otras veces, espero un búho cornudo, un mensaje, una carta que diga,
Te extraño. Te necesito.
Vuelve a mí.
El corpulento suspiro de mi padre se filtra a través del porche, metiéndonos
en el sonido. ―Viví solo durante gran parte de mi vida, había olvidado cómo
se sentía amar a alguien. Es decir, hasta que llegaron ustedes tres. Nunca he
querido a nadie de la forma en que las aprecio a ustedes, chicas. Ustedes son mi
preciada chusma inadaptada, ¿Lo sabían?
Si hablo, la presa se hará añicos. Dejo el cuenco en el suelo y asiento mientras
contemplo ese rango místico.
Papá se ríe. ―Ustedes chicas fueron duras desde el principio. Juniper,
tratando de demostrar su valía mostrando su inteligencia. Cove, tratando de
consolar a los demás, sin saber cómo aliviar sus propias heridas. Tú, tratando
de volar para nunca quedarte atascada.
Mi lengua se flexiona, pero no logra formular una respuesta descarada.
―Tú, siempre dudando de lo que no está bajo tu control. Tú, siempre
manteniéndonos cerca, temiendo perdernos como has perdido a otros ―Su
cabeza gira en mi dirección―. Tú, siempre pensando que somos todo lo que tu
corazón necesita, como si tuvieras que elegir. ¿No lo sabes, mi niña? ¿No sabes
que no iremos a ninguna parte?
La pregunta abre mi corazón y quema mis ojos.
―Eres tú quien va a alguna parte ―dice Papá, las palabras salen parte por
parte de manera agridulce―. ¿Lark?
―¿Mmm? ―consigo decir, parpadeando ante la vista empedrada.
Sus palabras tropiezan, luego salen sólidas. ―Asegúrate de que te trate bien.
Mi respiración se detiene. Me giro hacia la mirada conocedora de papá, hacia
la comprensión que hay allí. Entonces mis rasgos se desmoronan, me arrojo a
sus brazos y lloro.
Él sabe. De alguna manera, papá lo sabe.
Cuando retrocedo, me limpio los ojos. ―Me enamoré de él.
Su pecho musculoso se engancha y luego se suelta. ―Amar a alguien es
mejor que odiarlo, ¿no es así?
Me río débilmente. ―Diablos, eres tan cursi como Cove.
―Ella se parece a mí.
Nuestra risa tintinea en el bosque. Desde la plaza del mercado, doblan las
campanas. Comparto los fragmentos que no dije antes sobre Cerulean, los
recuerdos que no me había atrevido a reproducir.
Con amargura, le cuento a papá sobre el vínculo. La magia nos unió a
Cerulean y a mí sin que lo decidiéramos. Esta conexión debería haber venido
sólo de mí y de él. Debería haber sido nuestra elección. Nuestros destinos
deberían habernos pertenecido, independientemente de que yo volviera a casa
o no.
―Mi niña, nunca sabemos qué dirección tomará nuestro destino, y mucho
menos dónde aterrizará nuestro corazón, ―dice Papa Thorne―. ¿Pero qué
hacemos a partir de ahí? Eso depende de nosotros. Es un equilibrio, un
compromiso. Eso es el amor.
―¿Y si ese amor me rompe el corazón?
―El odio rompe corazones. El amor los refuerza. ―Su pulgar recorre mi
mejilla―. Pregúntate, ¿cómo te sentiste antes de ese primer beso? Antes de todo
este… ―se aclara la garganta―, ¿Asuntos de pareja? ¿No fue el beso tu
elección? ¿No eran reales esos sentimientos? ¿Se han ido o se han vuelto más
fuertes?
Él tiene razón. Fábulas, tiene razón.
Papá ahueca mi mandíbula. ―No te esperaba, y de repente ahí estabas, una
pequeña niña cubierta de hollín que se convirtió en mi hija. Eso es magia, si me
preguntas. Ese es un vínculo predestinado, y no me arrepiento ni un poco.
―Una luz incondicional atraviesa su rostro, el naranja de las linternas que
calientan sus rasgos―. Te echaré mucho de menos. Te amo hasta las nubes.
Lo estrecho en otro abrazo, mi voz ronca. ―Te amo, papá.
Lo que dijo sobre el compromiso se arremolina en mi mente, junto con la
esperanza. Dije que no dejaría a Juniper ni a Cove, y que, si no puedo unirme a
ellas dondequiera que estén, puedo estar más cerca de ellas. E incluso si no me
hubiera vinculado a Cerulean, lo habría hecho.
No dejo a las personas que amo, ni humanos ni Faes.
―Volveré ―le juro―. Y también las traeré de vuelta.
Papá me aplasta contra él. ―Estaré aquí. El santuario estará aquí, y la carreta,
y sus habitaciones. Estará aquí cuando quieras volver, tantas veces como quieras
y durante el tiempo que quieras. El hogar estará aquí.
Capitulo 34
Papá y yo nos quedamos despiertos toda la noche recordando, saboreando
estas últimas horas en el porche, en la casa de campo y en el santuario. Después
de dormir todo el día, me desperté fresca al anochecer y me prepararé para lo
que viniese. Mi vestido de algodón se desprende en mi cuerpo, el material es un
lienzo en blanco que hace juego con mi pelo. Tiene una V profunda, mangas
que se estrechan hasta convertirse en espirales en las muñecas y una abertura en
la falda. No hay florituras ni alardes, pero es robusto y tiene muchas puntas
afiladas.
Una vez que me he puesto la capa y las botas, memorizo el dormitorio del
ático y cierro la puerta. Me despido —no adiós— de mis amigos pájaros, uno a
uno, promesa a promesa. Y en el porche, papá me aprieta contra él y me besa
en la frente, respirando cariñosamente en mi piel.
Inhalo su aroma y absorbo su barítono. Por ahora, los vecinos pensarán que
me he vuelto loca y que he regresado al mundo de las hadas para recuperar a
mis hermanas. En parte es cierto.
¿Qué más aprenderán después? No puedo pensar con tanta antelación.
Me abrocho el látigo y me voy a pie, evitándole a Whinny Badass el viaje.
Además, quiero que esto dure un tiempo, para sentir el viaje, el cambio.
Para este viaje, no necesito seguir el viento. Sé cómo llegar allí.
La montaña brilla bajo un charco de luz de luna. Acelero el paso hacia La
Tríada, pasando por el trío de espinos, robles y fresnos. El aire ondea con la
magia y ese extraño olor a ciruelas venenosas, pero lo atraviese sin problemas.
Si voy a elegir esto, voy a elegir la luz y la oscuridad.
Los marrones del jarabe, los verdes del tejo y los azules del pavo real
esmaltan el paisaje. La colonia de luciérnagas brillaba, los orbes
chisporroteantes iluminaban el camino torcido.
En el callejón sin salida, el velo se estremecía y aparecieron los escalones de
la montaña. En este lugar, abracé a mis hermanas, y luego viajamos por caminos
desconocidos. El recuerdo me abrasa la garganta, pero lo trago. Ahora estoy
aquí. Estoy cerca de ellas, y así seguirá siendo hasta que ganen.
Aunque los otros dos portales se esconden a la vista, los siento extenderse
por el suelo, tallando a través de la maleza hacia el bosque y la profundidad.
Frunzo el ceño ante las rutas invisibles. —Has elegido a las hermanas
equivocadas.
—Oh, eso espero —dice un timbre masculino—. Es más divertido elegir algo
que sea malo para mí.
Sus palabras se desgarran en la naturaleza. Me giro y sigo la voz, tropezando
con un par de ojos traviesos. Los bucles de marta rodean unas pupilas
relucientes, el iris de un marrón rico y fundido. El pigmento rezuma de su rostro
como el contenido de un cáliz, lo suficientemente potente como para
emborrachar a una persona.
Ojos raquíticos. Ojos diabólicos.
Y la sonrisa de un alborotador. Reconozco el tipo, ya que me he ganado una
reputación similar en Reverie Hollow.
El Fae se encuentra en lo alto de una loma, tumbado entre las raíces expuestas
de un roble que no estaba allí hace un momento. Sus brazos se extienden a lo
largo de las gruesas cintas de corteza, una pierna estirada y la otra doblada en
ángulo. La astuta pose me trae a la mente bromas y seducciones.
El pelo más rojizo que he visto nunca cae en ondas desde su cabeza y barre
sus hombros. No puedo describir el color vivo e incendiario, salvo que es más
cálido que el óxido, más vivo que el tizón y más provocativo que el escarlata.
Es el tono erótico del carmín o, si te sientes morboso, la mierda que brota de
una herida fresca.
Ese pelo lascivo se enroscaba en las puntas, agitando los lados de sus orejas
puntiagudas. Los pendientes de bronce colgaban como cuerdas de los lóbulos,
las esbeltas cadenas adornadas con colgantes de hojas. Se podría pensar que eso
es lo que más me llama la atención, pero no es así.
Es la cornamenta. Las púas de los ciervos salen de su cabeza, formando una
corona de púas que se cuelga en la parte posterior de su cráneo.
Al igual que Cerulean, el suave aspecto del Fae ha sido esculpido en marfil,
aunque este dandi carece de las excesivas inclinaciones. En todo caso, se
asemeja a una ninfa del bosque masculina, sobre todo con esa mancha de pecas
blancas en la nariz.
Páginas de la superficie del Libro de las Fábulas.
Ojos marrones. Pelo rojo. Cornamenta de ciervo.
Sólo un tipo encaja en esa descripción. Mis ojos saltan del chaleco de cuero
amoldado a su pecho, a los calzones de piel de gamo que le abrazan la cintura,
la piel canela que cubría sus pantorrillas, a las pezuñas hendidas donde deberían
estar sus pies.
Este hijo de puta no es una ninfa.
Mis dientes rechinan. —Puck.
El sátiro inclina la cabeza con una exagerada floritura. —A tu servicio. Tú
debes ser la infame Lark. ¿Por qué tan lejos, cariño? —Da unas palmaditas en
el suelo y arrulla, —Acompáñame. No muerdo.
Ja. Y dicen que las hadas no mienten.
Su tono tiene una coquetería. Mientras que Cerulean susurra como una brisa
elegante, Puck mueve su lengua como si estuviera probando la carne de tu
cuello, justo antes de que sus astutos caninos rompan la piel. Sí, problemas.
Mis dedos agarran el látigo. —¿Qué le has hecho a Juniper?
El gobernante del bosque ladea la cabeza y da golpecitos en su arrugada boca.
—Naturalmente. No hay tiempo que perder, preguntando por la erudita y
presumida cazadora. ¿Qué he hecho con ella? Esa sí que es una pregunta alegre.
—¿Dónde está ella?
—¿Qué le has hecho a Juniper? ¿Dónde está? —repite como un loro,
poniendo los ojos en blanco—. Sabes, he estado aquí menos de tres minutos, y
ya estoy aburrido. No querrás verme cuando me aburro. Tiendo a compensar en
exceso.
Puck se deja caer allí, como si fuera el invitado de honor en una orgía. Sin
duda, también está acostumbrado a que las criaturas se sienten en su regazo,
ensartándose a su alrededor como adornos de cuentas.
Pero, sea cual sea la emoción que se dibuja en mi rostro, él parece darse
cuenta de algo inesperado. Sus iris se encienden con sorpresa y . . . algo que no
puedo descifrar, algo con un borde irregular. —Vaya, vaya, vaya. De verdad
que quieres saberlo.
¿Qué le ha hecho a mi hermana? ¿Dónde está ella?
¿Por qué no iba a querer saberlo?
Me acerco y desenredo mi látigo. —¿Qué tal si dejas de ponerme en suspenso
y respondes a las preguntas?
La emoción no identificada se marchita de su rostro. En su lugar, la mirada
de Puck brilla con picardía y se encoge de hombros. —Por desgracia, no follo
ni cuento. Lo siento, cariño. Aunque puedes inspirarme, si quieres. Tienes la
marca de una alondra a la que le han arrancado las plumas a conciencia.
Cerulean es bueno en eso, no tan bueno como yo, pero nadie lo es. Dime, ¿qué
se siente al extender tu núcleo para alguien más poderoso que tú?
Veo el rojo de la sangre. —Si la tocaste…
Puck se levanta tan rápido que mis dedos se atascan con el látigo. Habría
pensado que esas pezuñas hendidas ahogarían su andar, pero baja por la loma a
un ritmo sinuoso y sensual. No puedo decir por los calzones, pero si lo que he
leído es cierto, las extremidades del ciervo terminan por encima de las rodillas
y se convierten en los muslos de un humano común.
El bribón es algo alto, aunque no tan escultural como Cerulean. Sin embargo,
con un rostro tan pícaro, Puck no necesita una altura elevada para hacer valer
su opinión.
Las Fábulas contienen docenas de páginas sobre El Bosque Solitario, con sus
ninfas, centauros, duendes, marrones y, sobre todo, sátiros. Los cuentos
previenen a las vírgenes y a los puristas contra los caprichos perversos de Puck.
Sus apetitos son legendarios, y sus congéneres son tachados de desviados
sexuales que ansían la seducción y el libertinaje. Este Fae es el epítome de todas
las cosas lujuriosas, todas las cosas que inspiran gemidos húmedos y duros
gritos de placer.
Para ser honesta, esas eran algunas de mis Fábulas favoritas. Pero no las de
mi hermana.
Las luciérnagas se arremolinan, bombeando oro en la oscuridad. Puck se
detiene frente a mí, con el clavo de olor y el pino afilado que desprenden sus
cueros. De cerca, observo las intrincadas vetas blancas y negras que recubrían
sus pestañas, que recuerdan a las de un ciervo.
Cerulean es llamativo. ¿Y su hermano? Puck es muy atrevido, con ese
atuendo tan juguetón, esos pendientes colgantes y ese pelo tan ardiente.
Mientras que a Cerulean le gusta su ropa de cama relajada y sin ataduras, a
Puck le gustan sus cueros ajustados, los broches que aseguran que cada puntada
de la ropa sea tediosa de quitar. Apuesto a que eso es intencionado, y no porque
el macho quiera evitarlo. Si fuera un jugador, diría que los stripteases le
divierten, que jugar con las restricciones le excita y que excitar a sus
compañeras le da poder, especialmente si sus conquistas son inexpertas.
Conozco el tipo. He tenido mi cuota de pajilleros a los que les gusta jugar con
su postre.
—Si la he tocado —repite Puck, su timbre desvergonzado acariciando el aire
como un amante—. Tonterías. Tocar es para aficionados.
—Yo no lo sabría —vocifero—. ¿Qué tal si me cuentas más?
—Querida, querida, querida —dice impresionado. —Veo que la mojigatería
no viene de familia.
—No, pero nuestros ganchos derechos sí.
—Qué suerte tienes. El dolor y el sexo son una combinación deliciosa. El
gran número de imbéciles que lo dan por sentado me deja perplejo.
—¿Qué le estás haciendo hacer a mi hermana?
Una sonrisa sádica se dibujó en su cara. Juniper nunca dice nada sin un ceño
fruncido en sus rasgos. En comparación, este embaucador no conoce el
significado de una cara seria.
Sus ojos recorren mi cuerpo, despegando mentalmente el vestido y
admirando lo que hay debajo. Si le enlazo las pelotas, ¿Cuánto pagará Juniper
por ello?
Eso es suponer mucho, ya que se necesitarán agallas para enviar a este a sus
rodillas. Mi compañero tiene un físico ágil, sus músculos tonificados, mientras
que este macho está hecho para durar, ni voluminoso ni recortado. Está en
forma, con un cuerpo flexible hecho para envolver un violonchelo.
Según la tradición, ese es su instrumento. Parece que le sienta bien, como el
arco largo y el carcaj atados a su espalda. Por primera vez, registro las armas
depredadoras que se curvan a lo largo de su columna vertebral. Este sátiro puede
ser un rastrillo muy coqueto, pero también es letal.
Un dedo me roba la barbilla, inclinando mi cabeza para encontrar esos
pecaminosos ojos marrones. —Dale a mi hermano un mensaje de mi parte,
¿quieres, cariño?
—Parece que me has confundido con una chica de los recados.
—En realidad, te tomo por la única hermana que ha ganado.
Mierda. No puedo ignorar eso—. ¿Qué demonios significa eso?
—Las noticias viajan en la naturaleza solitaria. Tu victoria es un tema muy
candente.
Cierto. Cerulean había dicho que eso pasaría. —Soy la única hermana que ha
ganado hasta ahora. Si aún no lo sabes, no has llegado a conocer lo suficiente
a mi hermana.
Otra sonrisa de satisfacción. —Asegúrate de entregar ese mensaje.
Gruño. —No me has dado ninguno.
—Maldita sea, es verdad. Estoy seguro de que se te ocurrirá algo.
Por el amor de Dios. Si Cerulean es un maestro en retorcer las palabras, Puck
es un puto mago.
—Eres más astuto que Juniper —digo—. Pero no te equivoques, sea cual sea
el juego al que la tienes sometida, nunca serás más inteligente.
Puck se inclina, con sus pendientes tintineando y su aliento agitando mi pelo
con una amenaza encantada. —¿Quién ha dicho que tenga que ser más
inteligente?
Estoy a punto de tirarlo al suelo a latigazos cuando el pícaro se pavonea hacia
atrás, juntando las manos en la espalda como si estuviera guardando una
travesura. —Ahora lo ves —canta—. Ahora no lo ves.
Por reflejo, doy un salto hacia delante y lanzo mi látigo. La cola no atrapa
nada más que el aire mientras él se evapora en el bosque con una risa cómplice.
Capitulo 35
Aprieto el látigo y miro el lugar vacío donde desapareció Puck. Las
luciérnagas se burlan de las hojas del roble antes de que el árbol se disuelva
también, dejando tras de sí los olores residuales del clavo y el pino.
Si le ha hecho algo a Juniper…
Si ha hecho daño a mi hermana…
No habría venido aquí. Se habría regodeado o negociado conmigo. Entonces,
¿cuál es su juego al aparecer y ser turbio al respecto?
No dejes que vea tu tatuaje.
La advertencia de Cove a Juniper es una cosa más por la que preocuparse.
Por otro lado, el sátiro se había referido a Juniper como cazadora en lugar de
cazadora furtiva, lo que tiene que significar que no sabe lo de su marca.
¿Pero qué sabe Puck? ¿Es consciente de que su hermano ya no gobierna el
cielo? Si es así, ¿le preocupa eso?
¿A lo primero? Apuesto a que sí.
¿A lo segundo? Ni idea.
Según Cerulean, el bosque tiene su propia relación con su fauna, diversa de
la montaña y el río. No importa lo que ocurra en el lado salvaje de Cerulean,
Puck sigue mandando en el Bosque Solitario, y Elixir sigue reinando en la
Profundidad Solitaria.
Pero maldita sea. Tiene que haber un contratiempo, algo que amenace el
poder de Puck en beneficio de Juniper, si es que no lo ha descubierto ya ella
misma.
¿Ha oído Juniper sobre mí y Cerulean? ¿Sabe algo sobre Cove?
¿Por qué vino Puck aquí? ¿Qué quería?
¿Se lo he dado yo?
Cierro los ojos y repaso lo que sé, lo que dijo papá y lo que me recordó
Cerulean. Si yo he llegado hasta aquí, mis hermanas también pueden. Son más
fuertes y resistentes de lo que parecen a las hadas. He visto a Juniper manejar
su ballesta, y he visto a Cove blandir esa lanza. Estarán bien. Lo estarán. Tengo
que mantener la fe en eso. Si me entero de lo contrario, habrá un infierno que
pagar, y seré capaz de hacer algo amotinado.
Lark amotinada. El apodo reduce mi sangre hirviendo a fuego lento. Sí, ésa
soy yo, y por eso estoy aquí, tanto si cabrea como si no a los parientes de
Cerulean, estemos o no apareados.
Me giro y subo las escaleras a toda velocidad, con el corazón martillando. En
la parte superior, llego a la rotonda, que se desintegra para revelar la entrada del
laberinto.
Paso por el umbral y me dirijo a la rotonda. En el Parlamento de los Búhos,
me detengo ante el trono, con los cabellos dispersos alrededor de mi cabeza. La
silla está vacía, pero las rapaces se posan en sus brazos y en la barandilla de la
cresta. Me observan con calma, con sus ojos de medallón inclinados en señal de
reconocimiento y admiración.
Me inclino, hundiéndome en el emblema tallado en el suelo, la montaña
ensartada por una jabalina, y la jabalina envuelta en un látigo. Ya no es un
gobernante, pero el grabado sigue siendo un elemento fijo, junto con un
añadido, como si se hubiera convertido en parte de la tradición.
Aturdida, me postro aún más para mostrar mi gratitud. —Me siento honrada.
—Luego me levanto—. Y… si no es mucha molestia… necesito tu ayuda. ¿Hay
alguna posibilidad de que me lleves? Conozco el camino, pero está un poco
lejos de aquí.
Un sutil ulular roza el silencio. Un cinturón de aire se balancea sobre la vista,
llevando la llamada de las aves.
Segundos después, Tímien roza la cordillera. Se desplaza, con los mechones
de sus orejas cortando las nubes vidriadas por la noche, y se desvía hacia mí.
Cuando aterriza, el regio búho me saluda con una expresión de desconcierto.
Me levanto y deslizo la palma de la mano sobre sus púas de bronce, el fleco
brillante y liso.
—¿Me llevarás hasta él? —Susurro.

Volando por el aire, suelto el aullido más fuerte y salvaje. Mis brazos se
extienden y echo la cabeza hacia atrás, y me siento tan bien. Se siente como otro
tipo de hogar.
Hubo un tiempo en el que pensé que encajaba en un solo mundo. Pero nunca
se me ha dado bien seguir las reglas.
Las cortinas bailan en los arcos de la Torre de la Fauna. La luz de las estrellas
blancas y azules se filtra en el césped. Cuando aterrizamos, beso la cabeza de
Tímien, sobresaltando a la criatura, y me lanzo desde su espalda. En cuanto mis
botas tocan el suelo, lucho por quitármelas de encima, saltando en el sitio y
gruñendo, anhelando la textura de la hierba bajo mis plantas.
Por fin, corro hacia el parque salvaje. Los colibríes revolotean por los setos,
el canario pía desde su nido, los halcones vigilan en las copas de los árboles y
los antílopes hacen cabriolas a mí alrededor. Me detengo, feliz de saludarlos.
Después, me apresuro a bajar por los senderos enrejados y a rodear los
larguiruchos y los serbales, y me detengo bruscamente.
Moth bloquea el camino, con sus alas de seda desplegadas como una
barricada y sus manos de papel apretando las caderas. Las peinetas muerden su
pelo de mata de flores, y sus pies están desnudos como los míos. El vestido de
cintas de color caléndula que ondea en su cuerpo corpulento complementa su
complexión de leche y miel.
El puma se escabulle desde los setos y se desliza por mis pantorrillas, con sus
ojos de peridoto brillando. Me arrodillo y le rasco detrás de las orejas sin dejar
de vigilar sus patas entusiastas. Una vez satisfecha, el felino se aleja para unirse
a la cabra montés en un juego de persecución.
Me pongo en pie. Muth debe haberme oído llegar, porque apenas mueve una
pestaña, su iris topacio me cortan la cara. Hincha el pecho y me evalúa. —No
te has despedido.
Parpadeo. Diablos, si eso no es lo último que esperaba.
Su rostro malhumorado se arruga por la ofensa, pero sus pupilas brillan de
dolor. Las baratijas que me ha quitado cuelgan de su delicado cuerpo. El
brazalete de yute enrollado en una muñeca, la bolsa de cuerda con piedras
enrollada en la otra, el collar de cuerda con castañas y las flores prensadas recién
pegadas a sus brazos.
A pesar de su expresión hosca, el sentimiento de culpa me aprieta, junto con
una sensación de bienestar que se anida en mi pecho. Aunque no había ninguna
posibilidad —no esperaba que se fuera tan rápido— me arrepiento de no
haberme despedido.
Sólo que no había pensado que ella también lo haría.
Es incómodo ser amables la una con la otra en lugar de ser astutzs, y Moth
tiene la barbilla levantada hacia el cielo, así que le hago un favor y me encojo
de hombros. —Supongo que no soy tan buena para irme.
—¿Eres mejor para quedarte, mortal?
—Bastante segura, niñata.
Ella resopla. —Nunca hemos tenido a un humano viviendo entre los nuestros.
Es una controversia, para estar seguros. Casi nadie nos reconoce, tal y como
están las cosas. Lo han rechazado, incluso los que defendieron sus acciones en
Los Puentes Perdidos.
La ira endurece mi mandíbula. A pesar de lo que revelamos y demostramos,
a pesar de lo que Cerulean hizo durante La Trampa, y a pesar del apoyo de la
fauna, los Fae de la montaña han despreciado a su antiguo gobernante por atarse
a un humano.
Bueno. Mi pueblo me haría lo mismo si se enterara.
—No importa —dice Muth, como si tratara de aliviar el golpe—. Por mucho
que Cerulean se preocupe por los que se pusieron de su lado en la batalla, no
está llorando la pérdida de los que intentaron atacar a su amada. No obstante,
estamos equipados para manejar los desaires. Somos Solitarios, después de
todo, y la fauna no lo ha rechazado. Aceptan su consejo, sin importar lo que
piensen sus parientes.
—Tal vez ya es hora de que las cosas cambien —sugiero—. Con el tiempo
—espera ella—, puede que lo hagan, con el tiempo.
En cuyo caso, no voy a quedarme sentada y dejar que nos juzguen, y él
tampoco lo hará. ¿Y qué si tarda un tiempo? Demostraremos que nuestro
vínculo es duradero, tan fuerte como cualquier otro, capaz de resistir. Porque si
no lo hacemos, nada mejorará en ninguno de los dos mundos.
Algún día, los mortales exigirán otro ajuste de cuentas con ellos, a menos que
encontremos un modo de salvar la distancia, a menos que cada ser reconozca lo
que tenemos en común y admire lo que no. Hay una encrucijada entre la magia,
la humanidad y la naturaleza. Es nuestro trabajo encontrar ese lugar, recordar
que todos somos criaturas de esta tierra, que vivimos y respiramos entre la
fauna.
Moth refunfuña. —Supongo que no eres tan horrible para hacer bulto. Pero
no creas que puedes mandarme. —Hace un gesto con la cabeza hacia el parque
de fauna—. No soy sirviente de nadie más que de ellos.
—¿Qué tal si intentamos ser amigas?
Ella frunce los labios, alargando el momento. Por fin, una pequeña sonrisa se
dibuja en la comisura de sus labios y su lengua se inquieta. —Entoncessss . . .
—No —le advierto, leyendo su mente entrometida—. Eso es cosa nuestra.
—Está escrito en tu cara.
—Sigue así y tendrás el dolor escrito en la tuya.
—Nunca me respondiste. ¿Lo amas? —Inmediatamente, ella levanta una
palma hacía arriba—. Es simplemente una indicación. No soy yo quien necesita
oírlo. —Examina mis pies descalzos y mi vestido, luego se hace a un lado e
inclina la cabeza hacia el sendero—. Continúa, entonces. Estoy cansada de oírle
tocar la misma melodía petulante una y otra vez. Haz algo al respecto.
Se eleva en el aire, batiendo sus alas. —Despediré a los sirvientes, los que
han permanecido leales, al menos. Se deleitarán con un intermedio de descanso,
y a mí me vendría bien un respiro en mi cabaña. —Al salir, sus graznidos
resuenan en la torre—. ¡Todos ustedes fuera!
Con una carcajada, me lanzo por el sendero, chocando con el follaje y las
flores de luna.
El odio rompe los corazones. El amor los refuerza.
Las palabras de papá vuelven a sonar, mezclándose con el plateado
deslizamiento de la música. Acelero el paso, siguiendo las notas de una flauta.
La melodía se balancea por el parque. Subo un tramo de escaleras, llego a otro
nivel y me dirijo hacia el este, donde irrumpo entre los arbustos y tropiezo en el
lugar.
Está de pie dentro de la glorieta, apoyado en un poste y de cara a la vista. El
carcaj de su flauta está apoyado en la barandilla mientras toca una melodía que
flota en la brisa en una onda larga y continua. Un abrigo teñido de peltre cuelga
de sus hombros, ondeando contra la corriente, y las puntas de su pelo rozan el
cuello levantado.
Mi corazón, inquieto, se me clava en el esternón. Está tan perdido en la flauta
que no me ha oído. Podría ser eso, además de varios otros culpables, sus
sentidos reducidos porque no somos esa clase de compañeros, y tal vez porque
sus heridas de batalla no se han curado del todo, su poder agotado hasta
entonces. Las alas son invisibles, escondidas en las placas de sus omóplatos, así
que no puedo asegurarlo.
Mis rodillas se tambalean. Me revuelvo y me muevo inquieta y hago cosas
que normalmente no hago frente a los tipos, porque ninguno de ellos me
importaba así. Ninguno de ellos me desnudó hasta los huesos y luego confesó
que los había desarmado. Ninguno de ellos me mostró el viento, pero creyó que
no tenía que volar para salvarme.
Ninguno de ellos amaba a los animales como yo. Ninguno de ellos entendió
esa pasión. Ninguno de ellos la compartió. Ninguno de ellos me empujó a la
rabia en un segundo, y al arrebato al siguiente. Ninguno de ellos confesó sus
demonios y escuchó los míos. Ninguno de ellos fue criado por la fauna salvaje.
Ninguno de ellos me llenó de pérdida y anhelo.
Te amo.
La música se interrumpe y luego se detiene bruscamente. Su cabeza se
levanta y su cuerpo se pone rígido, un acantilado de brazos y extremidades que
se flexionan con tensión.
Lentamente, gira su cabeza. Me ve por encima del hombro.
La flauta cae al suelo. Los ojos de Cerulean se encienden, su iris brilla de
incredulidad. Se gira inseguro, parpadeando como si yo fuera una aparición. Sus
rasgos debilitados absorben mi rostro, saborean el vestido blanco y se suavizan
ante mis pies descalzos antes de volver a encontrar mi mirada.
Distraídamente, me aferro al poste de la antorcha más cercano, para evitar
caerme. Es todo lo que puedo hacer para no lanzarme sobre él.
El viento agita el dobladillo de su abrigo, el material golpea sus pantorrillas,
y tiene las mangas atascadas en los antebrazos. Una camisa desabrochada se
desploma sobre unos pantalones sueltos del color del hierro. La larga cola de
pelo azul obsidiana se extiende desde el resto de su melena, la punta emplumada
se balancea sobre ese pecho perpetuamente expuesto.
Siempre tuvo algo de valor, pienso con afecto. —Amotinada Lark, —susurra,
y el sonido me recorre la columna vertebral.
La lengua se me atasca dentro de la boca, incapaz de reunir un comentario
sarcástico, o uno genuino, o uno roto, o uno tierno. No hasta que en un segundo
Cerulean sale de su estupor y se aleja a grandes zancadas del mirador. Una
mezcla de emociones —alegría y determinación depredadora— se apodera de
su rostro, pero si me toca ahora mismo, estoy perdida.
Y tengo cosas que desempacar primero, y además no sé cómo hacer esto,
cómo ser cruda con alguien, y no quiero estropearlo, y estoy asustada, así que
suelto lo primero que le impedirá llegar hasta mí.
—Noticias de Puck —suelto.
A mitad de camino, las botas de Cerulean se estancan en la hierba. Los postes
de la antorcha bañan su semblante en ámbar. —¿Mi hermano te acorraló?
—Apareció más allá de La Tríada.
Cerulean sisea, las palabras afiladas como el filo de una cuchilla. —¿Te hizo
daño?
—Ni hablar, pero él... —Me rindo—. No tengo ni puta idea de lo que está
tramando Puck. Apenas entendí la mitad de lo que dijo ese enigmático.
Me adelanto para llenar el silencio, describiendo mi encuentro con su
hermano, incluyendo todos los detalles que puedo recordar, hasta la astuta
sonrisa del capullo y sus disparatados comentarios.
Cerulean escanea el suelo, pensando. —Puck no habría aparecido si no
estuviera en una posición vulnerable. Vino a ti, a la caza de información.
Vaya, vaya, vaya. Sinceramente, quiere saber.
El comentario del sátiro resuena en mi mente, y me doy cuenta. —Sabe que
he ganado. Ahora que tengo la ventaja -sin mencionar que me encontró
haciendo novillos en la naturaleza- asumió que estaba ayudando a Juniper, hasta
que se dio cuenta de que no era así. Porque si lo estuviera, no lo habría
acribillado a preguntas sobre el paradero de mi hermana o lo que le está
haciendo pasar. Habría sabido esos detalles. ¿Pero por qué pensaría…?
—Porque sea lo que sea lo que la está obligando a hacer, ella está superando
sus expectativas —concluye Cerulean.
Suena como Juniper. Puck la había calificado de fanfarrona, lo cual es
acertado. Si mi hermana es algo, es una sabelotodo.
¿Quién dijo que tenía que ser inteligente?
Me animo. De ninguna manera voy a dejar que la burla de Puck se apodere
de mis esperanzas en Juniper. Tengo que mantener la fe en ella, del mismo modo
que ella mantiene la fe en mí. No sé a qué está jugando el sátiro, pero mi
hermana no es un blanco fácil.
Cerulean asiente. —Si se reuniera contigo, podría tener alguna ventaja,
alguna táctica remota para beneficiar a tus hermanas. Sin embargo, Puck es
astuto, Elixir es malévolo, y no se puede jugar con la naturaleza. Asegurar una
ventaja requerirá una planificación escrupulosa.
—Me apunto —digo—. Hacemos esto juntos.
La reverencia levanta sus rasgos, pero algo eclipsa eso: la angustia
enmascarada bajo una profunda capa de comprensión. —Así que has vuelto
para estar cerca de ellos.
Si se lo pido, me dejará quedarme aquí hasta que mis hermanas ganen, hasta
que pueda llevarlas a casa. Pero no quiero sólo quedarme aquí en esta tierra
mística y brutal. Quiero mucho más, porque soy así de codiciosa, y así de loca
por este Fae.
—Eso no es todo —Mis pies me llevan por la hierba hasta que me pongo
delante de él, absorbiendo la turbulencia de su mirada, abierta y cruda y mía—
. He venido aquí por ti.
Capitulo 36
—Por mí —repite.
Asiento y agacho la cabeza. Siento tantas cosas, demasiadas para encerrarlas,
y así mi corazón se sube por mi garganta, y se desploma por el borde. —Porque
no me importa ser compañeros, ni tener un vínculo sensorial, ni que todo el
mundo nos desprecie o morir mientras tú vivirás para siempre. Tenemos el
ahora, y quiero el ahora, porque eso es real. Siempre ha sido real desde que te
conocí en esa fragua, y eso no va a cambiar, y estar vinculado no tiene nada que
ver. Y yo no sé qué pasará con mis hermanas, pero podemos encontrar una
manera de ayudarlas. Y juntos, podemos encontrar una manera de ayudar a este
salvaje a sobrevivir sin sacrificar a los mortales. Y no tenemos que separarnos
para unir nuestros mundos, porque también encontraremos una manera de
hacerlo. Es mucho a lo que enfrentarnos, así que estaremos jodidamente
ocupados, pero hay un cruce en alguna parte, una conexión entre todas estas
cosas, tiene que haberla. Así que necesito estar aquí, y quiero estar aquí, y quiero
hacer de este lugar un hogar contigo, porque te quiero. Te amo. Te amo tanto.
Te amo…
Un par de manos fuertes me agarran por la cintura y me arrastran hacia
delante. Nuestros cuerpos se juntan, y su boca se abalanza, hundiéndose en la
mía. Con un grito, me lanzo al beso. Mi boca se separa de la suya, separándose
y recibiendo el caliente latigazo de su lengua.
El gemido de Cerulean recorre mis labios. Nuestras bocas se inclinan y se
unen, su lengua entra y sale incinerando mis pensamientos. La humedad se
acumula entre mis piernas. Me pican los dedos para arrancarle la ropa y sentir
sus caderas chocando entre mis muslos. No soy la única, pero Cerulean se
separa y me agarra la cara.
—Te amo —entona—. Cómo te amo. Te he amado desde que trajiste la luz
a esa fragua y metiste tus dedos en esa jaula. —Sacude la cabeza—. Pero no me
merezco esto.
—Mierda dura —ronroneo—. Me tienes a mí.
—Has vuelto para estar conmigo.
Mi vestido roza su camisa, mi pulso es frenético en mis muñecas. En cuanto
a mi cuerpo, no está ni mucho menos saciado, pero ahora que tengo un segundo
para procesar… —y para hacer un trato.
Cerulean se estremece, sus labios azules se inclinan en una sonrisa. —Hmm.
Estamos teniendo una influencia nefasta el uno en el otro. Exponga sus
condiciones.
—Vivimos aquí en esta torre, en este parque de vida salvaje. Serviremos a
los animales, me mostrarás tu cultura, menos las orgías, pero definitivamente
incluyendo la comida, y yo te contaré más sobre la mía. Y tú tocarás la flauta
para mí todas las noches, y después de que hayamos follado hasta la extenuación
—y quiero decir, hasta el cansancio— nos dormiremos y despertaremos juntos.
—Mi voz se tambalea, y mis ojos se nublan, y sigo—. Pero puedo viajar a casa
tan a menudo como quiera, a visitar a mi padre, a hacer lo que he estado
haciendo.
Cuidar de mis amigos del santuario. Para rescatarlos del comercio de
cazadores furtivos. Para encontrar una manera de arreglar esa mierda, así como
este cisma entre mi gente y sus parientes.
Sus pulgares musicales trazan mis mejillas —. Oh, mi amotinada. Tú más
que nadie deberías saber que no necesitas hacer un trato para eso.
Sé que no, porque mi elección es mi derecho. Sólo quería escuchar que lo
dijera.
—Aunque si lo permites —añade Cerulean—, me gustaría acompañarte en
esos viajes cuando Muth pueda ocuparse del parque por su cuenta. Quiero ver
tu mundo a través de tus ojos.
Entrecierro los ojos, analizando su respuesta. —No hay glamour en nadie
más que a ti mismo.
—Hecho.
—Trato.
—Excepto que no tiene que ser un trato. No necesitas comprometerte… —
Cerulean se detiene, sus ojos se amplían—. Compromiso, —repite para sí
mismo, luego agacha la cabeza y se ríe con incredulidad—. Soy un eterno tonto.
—¿Qué? —Presiono—. ¿Qué es?
Se encuentra con mi mirada desconcertada. —La elección. Tu elección de
seguir siendo humana no significa que vaya a vivir más que tú. Como
compañeros tenemos el poder de hacer un compromiso, ni vivir eternamente, ni
vivir brevemente.
El asombro inunda mis sentidos. —¿Una vida prolongada? ¿Cómo?
—Con magia.
—Ya basta —le digo, golpeando su hombro.
—Muy bien, entonces. Un trato por un trato —Cerulean me atrae hacia él—
. Bajo las estrellas viciosas, un Búho se cruzó con una Alondra.
Le miro, sin saber a dónde quiere llegar. —Y la Alondra dijo: “Podemos volar
por separado, pero que nuestra dirección sea la misma.”
Fables eternas. Tiene razón.
El Horizonte que Nunca Miente me dijo la verdad, pero el Pegaso afirmó
que interpretar y vivir esa verdad estaba en mí poder. Es nuestra decisión, un
equilibrio entre iguales. Compañeros sin la conexión sensorial, pero con una
pasión que desafía a nuestra especie. Cerulean y yo, envejeciendo juntos,
porque eso es lo que somos. En eso nos hemos convertido.
Somos mortalidad y magia. Somos amantes y compañeros.
Somos humanos y Fae. Somos felices
—Envejeceremos lentamente —dice Cerulean—. Muy lentamente.
—¿Qué significa? —pregunto, peinando su cabello.
Me roba la muñeca y se la lleva a los labios. —¿Es posible que estés dispuesta
a tolerarme durante un puñado de siglos?
Tardo un momento en recuperarme de eso. Hago como que lo medito,
disfrutando de la expresión malhumorada de Cerulean cuando vacilo durante
demasiado tiempo. Sí, es un Fae malcriado.
Bien, me compadeceré de él. —¿Sólo un puñado? Creo que me las arreglaré.
—Humana cruel —me regaña, sus manos abren un camino hacia mi culo, me
agarra con fuerza y me pega a él—. Ahora, entonces. Mencionaste algo sobre
follar hasta la extenuación. —Esos labios oscuros se inclinan—. Seguramente,
podemos hacer algo mejor que eso.
Maldito calor. —No te burlarías de una chica, ¿verdad?
Con una sonrisa malvada, me levanta del suelo. Yo grito, riendo y rodeándolo
con mis extremidades mientras sus alas se abren de par en par. Están algo
curadas, con nuevas plumas germinando sobre las pantallas.
Es suficiente para impulsarnos. Cerulean nos salta por encima del parque de
vida silvestre, sus alas cabalgan el viento y nos disparan hacia la torre. Sus
brazos me rodean alrededor de mi trasero, manteniéndome a salvo.
El aire cálido nos enreda el pelo. Siento que la elevación rodea mis
pantorrillas, pero no le doy importancia. Mientras lo tengo atado, le arrebato los
labios en pleno vuelo y noto que se le cierran los ojos, porque conoce el camino
sin necesidad de ver. Nuestras bocas se contorsionan, las lenguas golpean y
retroceden, saboreando los suspiros del otro.
Atraviesa una cortina, sus botas golpean el suelo y yo me agacho, mis labios
se niegan a abandonar los suyos. Tropezamos con la habitación no identificada.
Cerulean apoya una palma en mi mejilla y me agarra la cadera con la otra, y su
boca se hunde en la mía. Una rápida ráfaga indica que sus alas se han retraído
en su espalda, filtrándose en su ropa y deslizándose entre sus hombros.
En el beso, siento la fuerza de su angulosa mandíbula. Nuestros pies rozan el
suelo, nuestros agitados dedos hurgan en su abrigo. Impaciente, me separo de
la abrazadera de sus labios y tiro de la prenda por sus brazos. Se desprende, el
resto de la prenda golpea el suelo.
Echo un vistazo rápido al espacio. Las paredes de piedra lisa, la chimenea
central, las ventanas arqueadas y las cortinas que ondean, el techo de la torreta
cubierto de escamas de hiedra, las jardineras colgantes que lloviznan cuerdas de
vegetación, y el marco de madera de la cama y las cremosas sábanas, con los
cordones de tela que cuelgan por encima.
Su habitación. Estamos en su habitación, en el nivel más alto de la torre.
Montada en la pared opuesta a la cama hay una vieja pluma con rayas tostadas
de color marrón claro y bronceado. Es la pluma de un pájaro mortal, arrancada
de una máscara humana, de cuando el portador era un niño.
Mi cabeza se inclina hacia Cerulean. Sonríe con maldad. —No estabas
mirando.
Hace nueve años, le quité una pluma, y El Horizonte se la tragó.
Hace nueve años, me quitó una, y este marco la conservó. Podría haber usado
la pluma para preguntarle a El Horizonte sobre mí, pero no lo hizo, porque…
era todo lo que le quedaba de nosotros. No necesito preguntar. Lo veo
claramente en su cara.
Beso esa cara sin sentido y lo hago retroceder hacia la cama. Nuestros
pantalones resuenan en este espacio, en esta torre vacía, donde no hay nadie
porque Moth echó a los ocupantes. Tampoco he visto a Tímien en la aguja.
Sólo estamos Cerulean y yo. Somos sólo nosotros, lo que significa que
podemos ser tan ruidosos como queramos.
Nuestras frentes se encuentran, nuestras roncas respiraciones chocan. Sus
dedos sacuden la capa de mis hombros, la echan a un lado y se enganchan bajo
los tirantes de mi vestido. El algodón susurra desde mi piel, acariciando mis
caderas antes de encharcarse a mis pies.
—Falleck —murmura—. Preciosa.
Agarro la ridícula y profunda V de su camisa, que cuelga hasta el ombligo, y
doy un fuerte tirón. El material se desgarra, el sonido cizalla a través de la
habitación. Cerulean muestra una fila de caninos cincelados y se quita la camisa,
dejando al descubierto ese torso delgado y sexy. Se me hace la boca agua al ver
sus pezones de color rosado y su abdomen afilado.
—Bonito —respondo, y luego planto mis manos contra sus pectorales y
empujo.
La espalda de Cerulean golpea el colchón. Me arrastro sobre él en bragas
mientras él se arrastra hacia atrás, con nuestras miradas bloqueadas. Las
almohadas se mueven y las cortinas se agitan. Con él debajo de mí, le quito los
tapones de las orejas, exponiendo las conchas óseas.
Le clavo los codos, inclino la cabeza y lamo el borde de una sola oreja
puntiaguda. Sus articulaciones se tensan, los músculos como látigo se tensan.
Un sonido indescifrable que se multiplica en una cadena de duros gemidos
cuando meto la lengua en la hendidura y en el lóbulo. Luego chupo el vértice
de su oreja.
—Joder —suelta, con un acento más marcado.
Beso la inclinación impotente de sus labios, probando su sabor. Pero eso no
va a servir. Necesito más de él, más de su sabor.
—No te muevas —advierto antes de deslizarme por su pecho. Mi boca abierta
toca sus pezones, pellizco su estómago y picoteo sus caderas.
Sus pulmones respiran masculinamente, de forma superficial y grave, sobre
todo cuando mis dedos trabajan en el cierre de sus pantalones. A juzgar por sus
puños, quiere ayudar, pero obedece mi petición.
Me ocupo de los pantalones con lentitud, arrastrándolos de sus extremidades
y apartándolos a un lado. Desnudo, es la criatura más deliciosa y peligrosa que
he visto nunca. Clavículas delgadas. Cicatrices de hierro que salpican sus
brazos. Manchas rosadas de excitación que impregnan su tez. El pulso que late
en su cuello. Y los mechones de pelo entre sus caderas.
La firme longitud de Cerulean se eleva desde el nexo de su cuerpo, enrojecida
y emitiendo calor. Atrapo su mirada hechizada, las pupilas brillantes de ónix.
Con un rayo descarado, bajo la cabeza y deslizo mi lengua por su eje.
Él clama algo en su idioma, las palabras cristalinas me hacen cosquillas en la
columna vertebral, sabe a sal, a sexo, a magia, a lujuria y a amor. He querido
comerlo así desde nuestra primera vez en el parque, en esa roca con musgo.
Recorro su pene desde el tallo hasta la corona, haciendo girar mi lengua
alrededor de él. El cuerpo de Cerulean se estremece, sus exhalaciones son
rápidas y ondulantes. Mi boca lo empuja al borde, lamiendo la raja, burlándose
del radio de su carne. Soy implacable, lo castigo por todo, lo perdono por todo,
tomando lo que quiero y devolviéndole.
Mis labios se separan y se cierran alrededor de su pene. Sus caderas se
inclinan hacia delante, así que las presiono hacia abajo, sujetándolo en su lugar.
Trabajo el eje, chupando la punta y luego el resto del pene. Con movimientos
superficiales de mi cabeza, cada vez que tiro de él, saco sus gemidos y los hago
sonar.
Le doy una paliza con la lengua, bebiendo su esencia, acosándolo con la
cadencia y la profundidad de mi boca. Cerulean puede luchar para quedarse
quieto. Puede que resista la tentación de aferrarse a mi cráneo y aumentar las
sensaciones, pero no se contiene audiblemente. Sus gemidos se convierten en
gemidos, el desorden erótico del ruido acaricia entre mis piernas.
La humedad se acumula allí, mi cuerpo está ansioso de más, de mucho más.
Lo deseo tanto que pierdo el control y le agarro por la espalda, inmovilizando
a Cerulean mientras mis labios tiran de él, tomando su longitud tan
profundamente como puedo. Sus miembros se tensan, su respiración se tensa y
murmura algo más en esa lengua extranjera de los Fae.
Y entonces se convulsiona, gritando a las vigas. Y yo lo consumo a él. Y es
mío, todo mío.
Y apenas tengo tiempo para regodearme o saborear su dulzura en mi paladar,
porque sus palmas abarcan mi culo. El mundo gira. Cerulean nos da la vuelta
su cintura desnuda entre mis muslos, abriéndolos de par en par y los separa.
Mis bragas y la banda que sujeta mis pechos desaparecen. El escaso material
se rompe y se retira de la cama, dejándome tan desnuda como él. Nuestros
cuerpos se alinean, su peso me entierra en las sábanas, mis pezones se clavan
en su pecho.
Sus alas se desprenden de la parte superior de su espalda. Un dosel de plumas
nos flanquea, que se extiende más allá de la cama, cerrándonos, ocultándonos.
Mi cabeza se echa hacia atrás cuando la boca de Cerulean se aferra a mi
cuello, chupando el punto del pulso con abandono. Me retuerzo, mis uñas
limando su espalda y cubriendo su culo. El brazalete de mi muslo brilla, mi
pierna apoyada en su cadera mientras engancho mis rodillas alrededor de él.
Cerulean murmura cosas que no puedo oír, su boca se acerca a mis pechos.
Lametea un pezón, y cada golpe hace me tiemble la columna vertebral. Mi
cuerpo se arquea, mi piel se anima cuando él pasa al otro pecho. Pasa su lengua,
lame la punta y luego funde sus labios alrededor del pezón, atrapándolo en la
caverna de su boca.
La humedad se filtra desde mi centro, empapándome hasta la médula.
Tartamudeo un gemido, mis tobillos se enlazan alrededor de su cintura, porque
no puedo esperar, no puedo aguantar, no puedo soportarlo.
Él lo sabe y le gusta. Por eso me hace esperar, lo que es jodidamente grosero,
y...
—Uhh —gimo mientras su polla se mete entre mis piernas, frotando la
humedad con un breve movimiento de sus caderas.
Todos los pensamientos se desvanecen, reduciéndose hacía el lugar donde su
ingle hace círculos, abriendo mis paredes, estirándolas. Mis muslos se abren
más. Empiezo a palpitar, un dolor delicioso palpita en el lugar donde golpea,
pero nunca entra.
Gimoteo, y gimoteo, y gimoteo al ritmo de los golpes de su cuerpo. Cerulean
se inclina y me canturrea al oído: —Eso es, mi preciosa Lark. Enséñame dónde
te duele.
—Cerulean —suplico, gruño, canto—. Mío.
Él tararea. —Tuyo. Todo tuyo.
Se eleva sobre mí, aplasta las palmas de sus manos a ambos lados de mi
cabeza y se mete de lleno en mi hendidura. Su polla se abalanza hacía el interior,
en el respiradero de mis extremidades, llenando el agarre resbaladizo de mi
cuerpo.
Mi carne interior se sella alrededor de su polla, empapándonos a los dos.
Nuestras miradas se sostienen mientras nos sacudimos sobre las sábanas.
Desliza mis brazos hacia arriba y enhebra nuestros dedos sobre la cama. Sus
caderas entran y salen, nuestros gemidos se aceleran con la agitada penetración
de su cuerpo.
Inclino mi cabeza hacia la suya, acercando nuestros ojos. Nuestras
mandíbulas caen, nuestras bocas se rozan y desatan gritos de placer. La
intimidad empuja mis límites, porque esto es lo que es hacer el amor con rudeza,
follar con dulzura.
No es el mismo amor que cuando éramos niños, pero no quiero que lo sea, y
él tampoco. Este vínculo es desordenado y complicado. Es irregular en los
bordes, un mosaico de rencores, acuerdos, devoción y amistad. Es una mezcla
de risas y consuelo, confesiones y deseos. Es un viaje egoísta y desinteresado.
Es vulnerable y fortalecedor.
Somos nosotros en nuestro peor y mejor momento.
Muevo las caderas y Cerulean se da cuenta. Él cede a mi peso cuando vuelvo
a girar sobre nosotros, sus alas se acomodan al movimiento, ensanchándose
sobre las sábanas arrugadas. Y ahí está. Mi criatura oscura y viciosa.
Me pongo a horcajadas sobre él y me abalanzo sobre él. Mi cintura se mueve
de un lado a otro, montando su eje, azotándolo dentro de mí. Cada ola envía el
placer a través de mis venas. Él me agarra de las caderas y aumenta el ritmo,
nuestras sombras que se mezclan con las paredes de piedra. Sigue así hasta que
me quejo, agravada y sin sentido.
Cerulean se sienta en posición vertical, de modo que estamos nivelados, cara
a cara. Entrelazo mis manos detrás de su nuca, y él me besa el hombro, y
nuestras bocas caen una contra la otra. Su polla se desliza hacia fuera y hacia
dentro, sus empujones puntuados por nuestros gemidos. Él palmea mí trasero y
se abalanza sobre mí, acariciando, probando, otra vez, otra vez, otra vez.
Simplemente. Así.
Nos lanzamos al techo, embistiendo el uno al otro, su pelvis golpeando en mi
cuerpo, y luego, y luego, y luego.
Los gritos de Mortal y Fae se funden en un nudo. Nos agarramos el uno al
otro, nos apretamos, y lo dejamos volar.
Nuestros cuerpos se agitan, contrayéndose donde estamos unidos. El viento
se eleva en la habitación, abriéndose paso a través de las cortinas. Yo me vengo
con un grito, y él se viene con un grito. Los espasmos de liberación nos
atraviesan y se derraman de nuestras lenguas en la noche.
Juntos, nos estrellamos contra la cama, desplomándonos en un montón sin
huesos. Y entonces nos reímos. Nos reímos y estamos sudorosos y agotados. Y
lejos de haber terminado.
El vendaval se calma y se convierte en una suave brisa que agita las sábanas.
Nos inclinamos para que él se acueste entre mis muslos. Su pulgar se extiende
sobre la pulpa de las cicatrices que cubren mis rodillas, y yo hago lo mismo con
las marcas de hierro que marcan sus brazos.
El sudor cubre nuestra piel. Mi pecho se infla contra el suyo, aspirando
ráfagas de oxígeno. Le quito una coleta húmeda de la cabeza y juego con esa
única caña de azul, mis dedos esbozan la pluma. Él roza su boca sobre la mía,
excitándome en segundos.
Susurramos las horas. Nos tocamos y exploramos. Aprendemos los puntos
débiles del otro, los puntos poderosos, los puntos dulces y los puntos ruidosos.
Él retuerce sus palabras, y yo no caigo en la trampa. Yo coqueteo y él seduce.
Soy joven, pero hace mucho tiempo que no me siento así. Él es antiguo, pero
ha pasado aún más tiempo desde que lo sintió, también. Tenemos un trozo de
años que compensar y un puñado de siglos para hacerlo.
Acuna mi mano en la suya y me dice: —Quiero que llenes esta habitación
con todo lo que eres tú. Quiero que esta torre sea tanto tuya como mía, si tú
también quieres eso.
—Suena como un plan —digo.
Hablamos y nos besamos hasta quedarnos dormidos. Luego nos despertamos,
y me retuerzo en las sábanas para encontrar a Cerulean apoyado a mi lado, las
sábanas apenas cubren las partes traviesas. Me frota el tobillo y me observa con
una sonrisa lánguida.
Toda elegancia, todo defecto, todo él.
Más tarde, me acercaré desnuda al arco y disfrutaré de la vista. Y él se
acercará por detrás de mí y arrimará mi cuerpo al suyo desnudo. Mordisqueará
en el pliegue de mi cuello, y yo giraré mi cabeza para encontrar sus labios.
Pasearemos por el parque natural y compartiremos nuestra primera comida
juntos. Y vamos a descifrar una nueva forma de restaurar este laberinto
montañoso, y lo presentaremos a la fauna, y montaremos una campaña para
convencer a los Solitarios. Y descubriremos a qué se enfrentan mis hermanas.
Y atravesaremos la vista. Tal vez Tímien nos conceda un viaje, para que las
alas de Cerulean sigan sanando. Tal vez yo vuele con él, o tal vez ese ruiseñor
me honre con otro viaje, y viajaremos uno al lado del otro.
Hasta entonces, abro los brazos, mis pechos se derraman por debajo de las
sábanas. —¿Vas a hacer esperar a una dama?
Cerulean sacude la cabeza. —Ten mucho cuidado ahora. Dicen que soy un
vicioso.
—Y dicen que yo soy una amotinada. Supongo que estamos a mano.
Con un brillo malicioso, aparta las sábanas. Hacemos el amor de nuevo,
nuestros miembros se aferran a la cima de esta torre, nuestras voces suenan
desde la cima de una montaña.
Te diría que nos ablandamos después de eso, pero estaría mintiendo.
A veces me acosa a través de un puente, los dos luchando, nuestras voces
resonando a través de la cordillera. Discutimos sobre el pasado y el futuro, sobre
inmortales y la humanidad, y el equilibrio entre ambos. Cuando él se burla, yo
grito.
Te diría que después nos ponemos más duros, pero eso tampoco es cierto.
La mayoría de las veces, debatimos, nos reímos y nos burlamos. Sé cuál será
la profundidad de sus susurros, o el ritmo de mi pulso y el de mi cuerpo.
Nos encontraremos a mitad de camino. Entrará en una habitación con una
mirada voraz y palabras astutas posadas en su lengua. Cuando sus labios se
apoderan de los míos, le devuelvo el beso.
Te diría que es puro, pero ya no somos niños.
Puede que capte un matiz tortuoso en su mirada, o en las notas de su flauta.
Puede que me sorprenda en un estado de ánimo desenfrenado,
desahogándome sobre la magia y luego cerrando las cortinas en su cara.
Puede que me despierte con el viento subiendo las sábanas por las
pantorrillas. En ese caso, me echaré encima de él antes de que pueda ser más
escurridizo.
Puede que sueñe mientras veo sus pestañas revolotear, y lo percibirá, y
extenderá la mano, entrelazando nuestros dedos con fuerza.
Hay noches en las que nos perdemos en un tumulto apasionado, marchando
del acantilado antes de decir algo de lo que nos arrepentiremos. Pero al final
encontramos el camino de vuelta al otro.
¿Otras noches? Estamos demasiado desnudos para salir de la cama. O es
rápido y desesperado, o es lento y agonizante. Siempre, es la felicidad.
Un día somos tiernos y al siguiente delirantes. Somos cambios de humor y
compromiso, deseo y parentesco. Estamos separados y somos uno.
Te diría que sé qué esperar de aquí, pero no tengo ni idea.
No sé lo que nos espera, aparte de que lo afrontaremos juntos.
No sé qué pasará con mis hermanas, aparte de que estoy esperando una señal,
un signo. ¿Y el resto? Esas son sus Fábulas para contar.
Así que sólo te diré una cosa más. Muchas veces, los humanos y las Hadas
se convierten en enemigos. Pero de vez en cuando, se convierten en algo
inesperado, algo más.
Mira de cerca, pero mantén tu ingenio tan amplio como el horizonte. Lleva
un arma, pero mantén tu corazón abierto.
Porque a veces, se enamoran de ti. Y a veces, tú les devuelves el amor.
Epilogo
Cerulean

Ella lleva el cielo sobre sus hombros. De pie en el borde del promontorio, ella
contempla la cordillera, su cabello se funde en la vela ondulante de su camisón.
La luz de la luna se desliza por su figura, iluminando su piel para que parezca
tan translúcida como el viento.
Me gusta verla así: intocable como una nube.
Ah, pero soy un mimado. Sin embargo, estoy a favor de tener el privilegio de
tocarla. El solo hecho de pensar en ello despierta una brisa embriagadora, el
flujo susurra erráticamente a través de mi pecho desnudo, perturbando el cordón
azul que cuelga sobre mi carne. Mientras la espío desde las cortinas de nuestra
cámara, acaricio con un dedo la punta de la pluma, con la boca curvada con
intención.
Con mucho cuidado. Ir a tu ritmo.
Me burlo. Como mínimo, no voy a seguir mi propio consejo.
He nacido para creer que los humanos están por debajo de mí, desde su falta
de magia a las formas de sus cuerpos, sin adornos de las maravillas de la
naturaleza, ni un solo rasgo de la fauna en su haber. En el mejor de los casos,
había considerado a los mortales poco notables.
Ella ha demostrado que estoy equivocado. Su pelo es una maraña salvaje,
hilos de gasa revoloteando alrededor de su rostro. Su cuerpo es la cima de un
acantilado, delgado pero fuerte, luchando por los cielos a pesar de su
incapacidad para volar. Ella es una alondra, el raro pájaro que canta mientras
está en el aire. Ella es mi captor y mi ídolo.
—Minn ó vjafnmadur —susurro—. Mi igual.
En todos los sentidos, en cada momento, ella ha sido mi perdición. Y cómo
saboreo mis errores, mis atroces extravíos. Si no fuera por eso, habría
abandonado la oportunidad de descubrir a esta hembra. Y así, admiro a mi amor
cuando ella no está mirando. No me disculpo, porque es mi forma favorita de
saborear, de absorberla, consumirla.
Qué glotón soy. Qué maravilloso es atraparla en un momento de soledad.
No sería la primera vez, ni será la última. Para estar seguro, soy ese tipo de
furtivo.
Desde nuestro primer encuentro, la he observado mil doce veces. Bueno,
trece, contando esta noche.
Como adolescente, estudié su perfil entre los barrotes de mi jaula. Como
extraños, la miré de reojo desde las sombras de un acantilado mientras ella
entraba en mi reino. Como enemigos, observé desde mi trono mientras ella
desafiaba a mi látigo desenrollándose para la batalla, sus ojos de mercurio, una
tormenta que se avecinaba en su rostro. El espectáculo había sido nada menos
que asombroso, casi hipnotizante, y finalmente exasperante.
En ese momento, agradecí mi asiento, para que no comprometiera mi
equilibrio. Sin embargo, sufrí, apenas pude sentarme. Había anhelado saltar del
trono, acortar la distancia entre nosotros y hacerle cosas irreparables en su boca.
La he visto retozar con los ruiseñores y entablar amistad con mi familia
faunística. La he visto buscarme en un salón de baile abarrotado. La he visto su
cabeza inclinada hacia atrás en éxtasis mientras mi cuerpo se abalanzaba sobre
el suyo, abriendo sus piernas como alas, sus muslos temblando alrededor de mi
cintura.
En ese momento, me apoyo en un arco e inclino la cabeza. Ella se deleita en
la vista de las estrellas, luego mueve un mechón detrás de su oreja redonda y
cierra los ojos.
La visión de su felicidad hace que mi sangre se agite y que mi cuerpo se
endurezca, mi longitud se endurece. Suspiro. Realmente, mi polla está siempre
a su merced. Aunque apenas me lamento, ya que tengo muchos trucos
placenteros que compartir con ella.
Mis omóplatos hormiguean, mis alas pican bajo las placas de hueso,
retorciéndose para liberarse y abrirse. Por no hablar de las puntas de mis orejas.
Fables, esta mujer y sus tentaciones.
Ya está bien. Basta ya.
Siento que una sonrisa malvada me parte la cara. Dos paneles de plumas
estallan desde mi espalda, saliendo hacia afuera y flexionándose al máximo.
Nosotros, las Hadas, tenemos tendencia a lucirnos así, sobre todo con
nuestras compañeras.
Por otra parte, ella siempre ha sido un reto para impresionar, que es
precisamente la forma en que la prefiero.
La envergadura de las plumas arrebata una corriente de aire y me lanza fuera
del umbral. Me lanzo en picado hacia ella, el aire se hincha bajo las aspas y los
bordes se estremecen. Mi vuelo es voraz, a la vez necesitado y depredador. Soy
cuidadoso en mi descenso, flotando silenciosamente hacia el suelo, para no
agravar el viento y alertarla. Eso no sería divertido.
Es una hora tranquila, las luces de las antorchas estallan, las llamas pintan la
noche cerceta con hogueras de color. Atravieso la hierba y me detengo a unos
centímetros detrás de ella. El viento sedoso responde a mi llamada, aceptando
mi ruego y se enrosca en su cintura.
Lark grita, y luego se relaja cuando la corriente de aire la arrastra contra mí,
su columna vertebral se pega sobre mi pecho. Mis brazos sustituyen al viento y
se deslizan alrededor de su cintura. Bebo su risa coqueta, aguerrida y ardiente,
perdida en su carillón de latón.
—Fae escurridizo —comenta.
—Humana bocazas —murmuro.
—Ya lo sabes. ¿Cuánto tiempo llevas observándome?
Sonrío en privado. —Ah, pero se necesitarían cien años para responder eso.
—Menos mal que tenemos tiempo.
—Entonces te diré…
—Déjame adivinar: ¿Por un precio?
Cómo me gusta que me conozca bien. Qué estimulante y aterrador.
Las puntas de los dedos se precipitan, cálidas y frías a partes iguales. Será un
desafío, aprender a salirse con la suya a pesar de ella.
En el momento en que fijo mi agarre en el vientre de Lark, ella jadea en señal
de aprobación.
—Estás desnudo.
—Y tú estás a punto de estarlo —predigo.
Así, mis dedos arrancan los tirantes de su atractivo camisón . . . y los bajan
por sus brazos. La tela cae a la hierba. Hmm, es una lástima que ese precioso
atuendo tenga que ser desechado. Por supuesto, hay que hacer sacrificios.
Porque si voy a comportarme con disimulo, más vale que sea coherente.
Un tapiz de constelaciones blancas y azules bruñe nuestros cuerpos. Nosotros
no llevamos nada más que nuestros encantos, el brazalete del muslo de ella y
mis orejeras. ¿Y por qué no?
No hay nadie al acecho. Los intrusos han desalojado la torre, Moth habiendo
despedido a los sirvientes hace horas, en el momento en que mi amor volvió a
mí.
Lark. Ella quien regresó a mí.
Después de todo, ella regresó. Nunca he conocido tanta intensidad como el
momento en que la vi junto a la glorieta. En todos mis siglos, había asumido
que ya había sentido todas las emociones que había que experimentar, pero de
nuevo, ella me demostró que estaba equivocado. Se me secó la boca, se me
aceleró la respiración y se me quitó el peso sobre mis hombros. Maldita sea,
pero la alegría había sido insoportable, el alivio abrumador, el deseo
enloquecedor.
Esos mismos impulsos me estimulan esta noche. Por si fuera poco, mis alas
acarician las caderas de Lark antes de engarzarse a mis lados. Su cabeza cae
contra mi hombro, dándole a mi boca acceso al pulso que golpea su garganta.
No pierdo el tiempo, y mis labios se abren sobre su piel de guijarros y la
acosan con lentos besos lánguidos.
Su escalofrío es una corriente de aire, su suspiro excitado es una ráfaga.
Hundí mi cara en su pelo, inhalando el aroma del café y de las mañanas
nubladas. Sus cosas favoritas, cada fragancia infundida en sus curvas, emitiendo
un incienso que me endurece hasta el borde del dolor.
Las Fábulas no lo permiten, esto no será fácil. Aguantar nunca lo es.
Ella no tiene idea de cuántas veces he querido agarrarla en el pasado, antes
de nuestro beso bajo el Horizonte. Cuántas veces he tenido sed de su boca,
queriendo tragar su sarcasmo entero y saborear su desafío en mi lengua.
Cuántos encuentros en los que mi pelvis se tensó en su proximidad. Cuántas
veces imaginé barrerla del suelo, llevándola contra la superficie sólida más
cercana, y arrastrando el clímax hasta que se desmayara de placer.
Siento que Lark sonríe mientras balancea su trasero hacia mi polla, el
movimiento burlón arranca un siseo de mi lengua reseca. —Vas a pagar muy
caro por eso.
—No si no puedes atraparme.
Un estremecimiento recorre mis alas. —Oh, pero eso ya lo he hecho.
—Sí, excepto que ahora conozco mi camino alrededor de esta montaña.
—¿Es eso un hecho?
Lark hace una pausa para que surta efecto, luego se balancea y se agacha a
mi alrededor. Mi boca se enrosca mientras ruedo lentamente y merodeo por la
hierba mientras ella retrocede hacia atrás, un esfuerzo imprudente en este
promontorio. Nuestros pies se deslizan sobre el verde, las llamas de las
antorchas iluminando el blanco cisne de su figura, las olas y las velas de su
desnudez en exhibición. Una vez me molestaron esas exasperantes
distracciones, las detestaba, sufría sus insultos, incluso cuando me destruían
poco a poco.
Sin embargo, hago una digresión, que no servirá de nada. No cuando mis
plumas detectan los de un juego.
Nos detenemos en un rayo de luz de la luna, lo que me permite oler su
excitación. Es un aroma humano, rico en tierra, sangre y fortaleza.
Un momento después, ella gira y huye, corriendo por el césped hacia el
parque de vida silvestre, con sus dedos descalzos pateando a través de la maleza.
Me despego del suelo, mis alas arrebatan una bolsa de aire y me lanzo hacia
adelante. Este anhelo no ha desaparecido: la persecución, la búsqueda y el juego
de ella. Se adentra en la espesura, abriéndose camino a través del enrejado de
flores de luna y saltando de un nivel a otro. La fauna le presta poca atención
porque ahora es una de ellas.
Tímien y la fauna que me crio, Moth que se ha convertido en mi hermana, y
Lark que se ha convertido en todo. Esta es mi familia.
Puck y Elixir son mis hermanos, mis congéneres. Me importan, pero se ha
vuelto mucho más complicado y requerirá una gran cantidad de connivencia
para cambiar eso. Ojalá pudiera decir lo contrario.
Mis alas surcan el aire. Me sumerjo entre los árboles, mis plumas rozando las
hojas y apagando una de las antorchas. Giro hacia el este, luego hacia el oeste,
esperando mi momento, saboreando la cadencia de sus exhalaciones, esta nueva
excusa para observarla.
Además, no hay prisa. Su destino está claro.
Vigas nacaradas motean la glorieta, colas de hiedra entrelazadas en el marco.
Mi presa corre hacia el vientre de la estructura, pero poco antes de que llegue al
umbral, me lanzo. Me sumerjo detrás de ella, le rodeo su cintura con mí brazo
y la levanto contra mí sin perder la velocidad.
Ella chirría, sus pies abandonan el suelo mientras nos lanzó hacia el cielo.
Nos elevamos a través de la cordillera, mi torso al ras de su columna
vertebral, su risa temblorosa que se balancea a través del viento, y yo la veo, la
brisa que atrapa el sonido y llevándolo por encima de la montaña.
La acerco y le digo: —Abre tus brazos.
La euforia recorre su cuerpo, la sensación se despliega en mis plumas. Lark
hace lo que le pido y extiende sus brazos, alineándolos con mis alas, y el viento
surge debajo de nosotros. Jadea con deleite, dándose cuenta de que está volando.
Disfruto de ese pequeño ruido, sólo audible para mí. Cómo anhelo más de él.
—Ahora, entonces —canturreo—. Dime a dónde ir.
Ella asiente. —Más arriba.
Muy divertido, y muy propio de ella. Obedezco, nos arqueo hacia los
celestiales y devorando los sonidos de sus alegres gritos.
Dirígeme. Ordéname. Muéstrame a dónde irías. Deja que mis alas sean
tuyas.
Si se me permite, Lark se adapta bastante bien a darme órdenes. Ella grita, y
nos dirigimos alrededor del Pico Salvaje. Ella chilla, y caemos en picada,
disparando hacia el valle.
Cerca del Parlamento de los Búhos, Tímien y las rapaces aladas se unen
momentáneamente al viaje, creando un embudo que gira en espiral alrededor de
nosotros.
A instancias de Lark, perseguimos el terreno del este, y luego nos lanzamos
al oeste a través de cuerdas de follaje. Bajo la luna, ella nos hace volar sobre
cada precipicio que nos ha llevado hasta ahora, hasta este momento. Nos lanzó
a través de una nube, partiéndola y rociando niebla sobre nuestra carne desnuda.
Sus pechos se agitan salvajemente, pero ella se acuesta, confiando en mi agarre.
Podría hacer esto durante toda la eternidad, o al menos durante la próxima
hora. Por lo tanto, me deleito en este recorrido, satisfaciendo sus deseos
mientras el sol se asoma por el horizonte.
Al llegar a la torre, le advierto: —Cuidado. O te caerás.
Ella acerca sus labios a mi oído, resoplando contra las tapas de las alas y
haciendo eco de mis palabras. —Pero eso ya lo he hecho.
Fables eternas. ¿Se atreve a seducirme mientras vuela?
Cargo hacia el promontorio y aterrizo donde empezamos. En el borde del
mundo, nos movemos como uno solo, mis manos hacen girar a Lark hacia mí y
sus brazos rodeando mi cuello. Nuestras bocas rompen la distancia. Luego, en
el último momento, nos detenemos y expulsamos fuertes ráfagas de aire,
nuestros labios suspendidos, a centímetros de un beso que aplasta el alma.
Tramposo como es, mi longitud se eleva más entre nosotros.
—Bueno, hola allí —dice Lark, muy orgullosa de sí misma—. Se siente como
si hubieras dormido bien.
—Humana amotinada, mercenaria, entrometida —jadeo—. Lo
suficientemente bien como para levantarte de la hierba y follarte contra el
viento. Sólo tienes que preguntar. ¿O es que quieres arruinarme?
—No, pero todavía estoy esperando que respondas a mi pregunta.
¿Cuánto tiempo llevas observándome?
Desde siempre. Durante toda una vida. Durante todo el tiempo que me ha
permitido, e incluso más tiempo.
—Hmm —Me inclino hacia su oído y le susurro: —Es cierto, de hecho. Pero
si deseas una respuesta completa, supongo que tendremos que hacer un trato.
Lark habla contra mis labios, con humor y afecto que suavizan su voz. —
Maldita sea. No puedes resistirte.
—Nunca —digo con una sonrisa viciosa.
No me resisto a nada cuando se trata de ella. Aunque, tengo un trato en mente.
Si quiere saber cuántas veces la he observado, mi precio es simple. Un gemido
por un gemido. Un latido por un latido. Su placer por mis confesiones, su
arrebato por mis secretos.
Su beso por mi beso. Su amor por mi amor.
De hecho, me gusta pensar que es un intercambio justo.
¿Quieres más de Vicious Faeries? Prepárate para la historia de Puck &
Juniper…
PREORDENA HUNT THE FAE (VICIOUS FAERIES #2)
Nota de la Autora
¡Bienvenidos a Faerie, queridos! He estado muy nerviosa y emocionada de
que finalmente se adentren en este nuevo mundo, y espero que estén tan
enganchados como yo. Cuando empecé a leer sobre la tradición de los Fae y me
encontré con el tema de los Faeries Solitarios, la musa empezó a hervir. Con
sus hábitos de reclusión y su tendencia a habitar en la naturaleza, esta misteriosa
hornada del Folk despertó inmediatamente mi interés. Cómo me gustan los
entornos aislados con leyendas místicas escondidas entre los árboles. Mi
corazón introvertido y amante de los bosques se aceleró.
La inspiración vino de una constelación de lugares, incluyendo las Fábulas
de Esopo y mi fascinación infantil por la película Labyrinth. Eso, combinado
con mi amor por la vida salvaje, me llevó a la historia de Lark & Cerulean. Y
ahh, cómo adoro a estos dos. Con cada escena intensa, su relación me tomó por
sorpresa, al igual que este universo. No puedo esperar a explorar el resto de Las
Fábulas Oscuras con ustedes.
Y aunque los Fae arruguen la nariz ante la gratitud, yo me siento muy
agradecida.
A Esther Gwynne, por su mágica destreza en la corrección de textos.
El arte visual que ha contribuido a esta serie me ha encantado oficialmente.
Mi eterno agradecimiento a Juan, por hacer que se me caiga la mandíbula con
esta preciosa portada. Y a Noverantale, por ese mapa fascinante.
Todos los abrazos a Michelle, Jessa y Candace, por enfrentarse a ese primer
borrador y asegurarme que esta historia tenía magia.
A Amanda y Audrey, por su apoyo literario. Ustedes, señoras, me calientan
el corazón.
Para mi familia, mucho amor
A Roman, mi pícaro y embaucador héroe.
Y abrazos eternos a cada uno de mis lectores. A mi equipo de ARC, al grupo
Myths & Tricksters, y a cada uno de ustedes por acurrucarnos con mis libros y
hacerme compañía en este viaje. Me encantáis cada día.
Nos vemos en El Bosque Solitario. El reino de Puck espera…
Acerca de Natalia

Natalia Jaster es una autora de fantasía romántica que se desvive por el


villano.
Vive en un bosque encantado, donde escribe tórridas historias para nuevos
adultos sobre bufones malvados, deidades inmortales y hadas viciosas. Los
héroes malvados son su debilidad y las heroínas rebeldes sus mejores amigas.
También le encantan las escenas de primeros besos y el fanfiction. Sus series
incluyen Foolish Kingdoms, Selfish Myths y Vicious Faeries (ambientada en el
universo extendido de The Dark Fables). Cuando no está escribiendo,
probablemente la encontrarás encaramada a la torre de un castillo, bebiendo té
de manzana caramelizada y contando las estrellas.
¿Quienes somos?
Kingdom of Darkness & Team Fairies, somos grupos de traductores
independientes, qué aman la lectura. Traducimos libros que sabemos les
pueden gustar.
Saga que empezamos la terminamos, así que siéntase tranquilos de empezar
cualquier libro bajo nuestros sellos. Si tienes una sugerencia de libro o alguna
recomendación; no dudes en hacérnosla saber por nuestras redes sociales:

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Una colaboración de KoD & Team F

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