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Créditos
TRADUCTORA
Andrea M.

CORRECTORA
-Patty

DISEÑO
Jani LD
Feyre
—Bueno, salió mejor de lo que pensaba —admitió Rhys después
de que todos se marcharon, apoyando la cabeza en el brazo del
gran sofá del estudio. Nesta y Cassian habían regresado a la Casa
del Viento, donde mi hermana había prometido encontrar alguna
forma de empezar a buscar el Tesoro del miedo. Mi compañero
agregó con ironía—: A pesar del desastre con Elain y Nesta.
Regrese de hablar con mi hermana sobre el bebé, el niño, para
encontrar a Rhys holgazaneando en el sofá, con un brazo sobre los
ojos, aparentemente necesitando un momento de paz después de
soportar la exuberante euforia de Cassian y Azriel.
Me dejé caer en el sofá junto a Rhys, levantando sus
musculosas piernas para contonearse bajo ellas. —Elain ha
mostrado los dientes —observé—. No esperaba eso. —O lo que
había dicho sobre su trauma persistente. Me refería a lo que había
hablado con Nesta: ¿Cuántas veces me había centrado únicamente
en mi terror durante el sufrimiento de Elain?
Rhys me observó con los ojos entrecerrados, el retrato de la
gracia ociosa. Pero dijo con cuidado—: ¿Cómo te sientes al
respecto?
Me encogí de hombros, apoyando la cabeza en los cojines. —
Culpable. Lo dirigió todo a Nesta, pero yo también me lo merezco.
Elain y yo nos habíamos acercado más desde que la guerra con
Hiberno había terminado.
Es cierto que nunca salgo a beber con ella como lo hacía con
Mor, y a veces con Amren, pero... bueno, con un bebé en camino,
no podía beber, de todos modos. Y a pesar de que nunca acudiría
primero a Elain con problemas o para pedirle consejo, teníamos
una pacífica y amigable comprensión. Me pareció una compañera
agradable.
Me pregunté si ella se resentiría de ese juicio. Ciertamente lo
haría.
Rhys preguntó—: ¿Alguna vez has visto a Elain actuar así?.
—No. —Me mordí el labio inferior. La mirada de Rhys siguió el
movimiento—. Quiero decir, ha sido valiente cuando ha tenido que
serlo, pero nunca ha sido confrontativa.
—Tal vez nunca se le dio la oportunidad de ser así.
Giré la cabeza hacia él. —¿Crees que la asfixio?
Rhys levantó las manos. —No sólo tú. —Observó el estudio
mientras pensaba—. Pero me pregunto si todo el mundo ha pasado
tanto tiempo asumiendo que Elain es dulce e inocente que ella
sintió que tenía que ser así o de lo contrario los decepcionaría a
todos. —Suspiró hacia el techo—. Con tiempo y seguridad, quizá
veamos surgir un lado diferente en ella.
—Eso suena peligrosamente similar a lo que dijo Nesta sobre
que Elain por fin se volvió interesante.
—A veces, Nesta no se equivoca.
Miré a Rhys con el ceño fruncido. —¿Crees que Elain es
aburrida?
—Creo que es amable, y prefiero la amabilidad cualquier día a la
maldad. Pero también creo que aún no hemos visto todo lo que
puede ofrecer. —Una de las comisuras de su boca se alzó—. No
olvides que la jardinería a menudo resulta en algo bonito, pero
implica ensuciarse las manos en el camino.
—Y desgarradas por las espinas —reflexioné, recordando una
mañana del verano pasado en la que Elain había entrado en casa,
con la palma derecha sangrando por varios cortes gracias a un
obstinado rosal que le había atravesado los guantes. Las espinas se
habían roto en su piel, dejando afiladas astillas que yo había tenido
que arrancar.
No me atreví a mencionar que, si hubiera llevado las palomas
encantadas que Lucien le había regalado el último Solsticio, nada
las habría perforado.
Suspiré, frotando distraídamente mi estómago aún plano. —
Centrémonos en ayudar a una hermana antes de empezar con la
otra.
—De acuerdo —dijo Rhys arrastrando las palabras.
Le clavé una mirada. —¿Realmente necesitabas darle a Nesta
esa mirada de muerte antes?
Se sentó, el alma de la inocencia. —No sé de qué estás
hablando, querida Feyre. —Se inclinó hacia mí, y el aire brilló
brevemente cuando el escudo que me rodeaba desapareció. Sus
labios rozaron mi mejilla—. Nunca haría algo así. Debes estar
pensando en tu otro compañero.
—Sí, el cruel, sobreprotector y medio loco. —Sonreí mientras me
besaba la mandíbula y luego el cuello. Se me curvaron los dedos de
los pies.
—¿Cruel? —Rhys ronroneó la palabra contra mi piel—. Me
hieres.
Dejé que me recostara sobre los cojines, saboreando su peso
mientras se apoyaba en los codos. —Te vez feliz —dijo, con una
sonrisa suave y tierna que muy pocos en el mundo más allá de
Velaris habían visto.
—Soy feliz —dije—. Estoy feliz de que nuestra familia pueda
compartir nuestra alegría. —Independientemente de lo difícil que se
había vuelto mi relación con Nesta, había aligerado algo en mi
pecho cuando nos felicitó.
—Si crees que soy sobreprotector —dijo Rhys, con su cabello
oscuro deslizándose sobre su rostro—, entonces sólo espera a que
Mor regrese a casa de Vallahan. Nunca saldrás de esta casa sin
escolta.
—Pensé que Azriel y Cassian serían los que debían preocuparse.
—Oh, serán malos. Pero Mor probablemente te añadirá un
segundo escudo y te revisará seis veces al día para asegurarse de
que comes y duermes lo suficiente.
Gemí. —Madre perdóname.
—Hmmm —dijo Rhys, sus ojos casi deslumbrantes mientras
jugueteaba con el extremo de mi trenza.
Durante un largo minuto, nos sonreímos el uno al otro. Bebí
cada plano elegante de su rostro, cada rescoldo de calidez y
felicidad que irradiaba de él. —Cassian dijo que has estado
malhumorado. ¿Por qué?
Le creía a Cassian, pero Rhys no había estado de mal humor a
mi alrededor en absoluto. Cada vez que mi compañero me había
mirado últimamente, sólo el amor puro había brillado en sus ojos.
Nunca olvidaré el momento en que supimos que estaba
embarazada de nuestro hijo, ese hermoso niño que el Bone Claver
me había mostrado una vez. Había estado sentada en un caballete
de la galería a altas horas de la noche, pintando una pesadilla que
había tenido el día anterior.
Los niños se habían ido a casa, y yo era la única que estaba allí,
lo cual era inusual en estos días, y me había quedado con una rara
energía extra después de las clases. Las cosas que pintaban los
niños a menudo me dejaban llorando, aunque siempre tenía
cuidado de ocultarlo. Pero a pesar de la oleada de emociones
complicadas que este trabajo diario había provocado en mí, había
resultado gratificante de una manera que nunca había anticipado.
De una manera que toda mi considerable magia nunca me había
hecho sentir.
Y lo único que podía hacer con esos sentimientos era pintarlos.
La pesadilla me había dejado fuera de balance todo el día,
persistiendo en mi mente como una especie de moretón. Había
vuelto a estar bajo la montaña, enfrentándome una vez más a mi
segunda prueba, con esos pinchos dentados que descendían para
empalarme si no elegía la palanca correcta a tiempo. De algún
modo, había vuelto a ser analfabeta, incapaz de descifrar las
marcas de la pared, obligada a elegir mi salvación o mi perdición al
azar. Rhys me había salvado entonces, pero en el sueño no había
estado allí.
Sólo Amarantha había estado presente, el Rey de Hiberno una
sombra detrás de ella, y de alguna manera nadie sabía dónde
estaba, que me habían traído de regreso aquí porque se habían
enterado de que, de alguna manera, había hecho trampa para salir
la primera vez, y que nunca escaparía, nunca escaparía, nunca
escaparía...
Ése fue el último pensamiento que tuve antes de obligarme a
despertarme, húmeda de sudor y con el corazón retumbando en el
pecho. Rhys se había movido y me había arrimado a su costado,
con su ala cubriéndonos a los dos, y aunque me había acurrucado
en su calor y su fuerza, el verdadero sueño no me había vuelto a
encontrar.
Así que esperé a que los niños se marcharan del estudio para
coger un lienzo en blanco y mi paleta. Me preparé una humeante
taza de té de menta y raíz de regaliz y cogí el pincel.
Había estado pistando esa pesadilla durante casi dos horas, de
espaldas a la puerta, cuando Rhys entró. Permaneció en completo
silencio. No era el silencio satisfecho en el que a veces caía
mientras me observaba pintar. Fue un silencio puro y
conmocionado.
Me giré para mirarlo justo a tiempo para verlo caer de rodillas.
Y entonces se puso a llorar y a reír, y todo lo que pude
distinguir en su balbuceo extático fue una palabra: bebé. Salte del
taburete. Yo también estaba llorando cuando me lancé a sus
brazos, tirándonos los dos al suelo, y él me puso una mano en el
estómago, asombrado.
Algo había cambiado en mi olor desde que me despedí de él en
la mañana, Tal vez incluso desde que me despedí de los niños. La
vida había echado raíces dentro de mí, por fin.
Nos habíamos tumbado juntos en el suelo, mezclando nuestras
risas y lágrimas, y sólo cuando nos habíamos calmado lo bese.
Nuestras ropas habían desaparecido después de eso, y yo lo había
montado en el suelo del estudio, dejando que la luz dentro de mí
brillara lo suficiente como para proyectar sombras a través de la
habitación.
Había empezado a llorar de nuevo mientras me veía moverme,
lágrimas silenciosas que fluyendo a través de la noche besada por
las estrellas brotando de él, y cuando me había inclinado para
lamerlas había llegado al clímax con tanta fuerza que me envió en
espiral hacia la mía.
Y ahora, tal como la había hecho aquella vez en el estudio, sus
dedos empezaron a trazar círculos ociosos sobre mi estómago,
hasta llegar a mis pechos, ya pesados y doloridos de una manera
que no tenía nada que ver con el deseo que se acumulaba entre mis
piernas. Había sido uno de los primeros signos, más allá de los
vómitos que últimamente eran casi permanentes: mis pechos se
hinchaban, y dolían.
Rhys rodeó uno de mis pezones y se endureció bajo su toque.
Observó cómo pasaba a través de mi camisa, como un gato
observando a un ratón.
—Rhys —dije cuando mi pregunta quedó sin respuesta—. ¿Por
qué dijo Cassian que has estado de mal humor?
Cerró su boca alrededor de mi pecho, los dientes rozándome a
través de la camisa. —Por nada.
—Mentiroso. —Tiré de su cabello, forzando su cabeza hacia
arriba—. Dime
Se liberó de mi agarre y acarició con su rostro el costado de mi
cuello, bajando su cuerpo lo suficiente como para mostrarme
precisamente cómo iba a terminar esto. No pude evitar que mis
caderas se levantaran para encontrarlo.
Otra señal temprana: Tenía un hambre voraz. No sólo de
comida. Había noches en las que apenas había esperado a que
Rhys entrara en el dormitorio para arrancarle la ropa, antes de
arrodillarme y meterme su polla en la boca, o pedirle que me follara
contra la pared. Hubo días enteros en los que me encontré
necesitándolo dentro de mí con tanta urgencia que había utilizado
mis dones de daemati para pedirle que se reuniera conmigo en la
casa de la ciudad durante el almuerzo, ya que estaba más cerca del
estudio que arriba, nuestro nuevo hogar.
Esta hermosa y perfecta casa que habíamos construido, con
una guardería que, si el Caldero lo permite, será ocupada a finales
de esta primavera.
Rhys había igualado mi implacable hambre con la suya. A veces
íbamos despacio, saboreando cada centímetro del otro, la
encarnación de hacer el amor. Otras veces, por lo general, era pura
y dura follada. Esta mañana, había estado tan abrumada que
apenas habíamos terminado de desayunar en nuestra habitación
antes de subirme a su regazo y cabalgar sobre él hasta que ambos
nos quedamos sin sentido de placer.
Ayer le pregunté a Madja si era… normal desearlo tanto.
Sí, respondió ella, con los ojos brillantes. Muchas madres
embarazadas no hablan de ello, pero tiene que ver con la alteración
de la esencia de tu cuerpo. No puedo decirte por qué es así, pero es
normal. Disfruta de cada momento.
Rhys dijo contra mi cuello—: He estado malhumorado porque
no puedo dormir. —Lamió el costado de mi garganta y su mano se
metió en mis pantalones. No lo detuve, no cuando sus dedos
encontraron la humedad esperándolo. Dejó escapar un gruñido de
satisfacción—. ¿Ves?
Sabía que estaba ocultando algo, y lo dejé pasar. Había
aprendido que Rhys me diría lo que le molestaba cuando estuviera
listo. Tal vez Cassian lo había malinterpretado, tal vez iba dirigido a
mi hermana.
Sabía que eso era poco probable.
Pero cuando Rhys deslizo sus dedos dentro de mí, marcando un
ritmo perversamente perezoso, lo dejé caer. Siempre había sido
parte de nuestra amistad: darnos el espacio para decidir cuándo
estábamos listos para hablar.
Y luego estaba nuestro acuerdo final, firmado por nosotros
desde que habíamos derrotado a Hiberno... Le besé profundamente,
enredando la lengua con la suya. No pasaríamos un momento en
este mundo sin el otro. Sólo podía rezar para que nuestro hijo
encontrara ese amor algún día.
Rhys me llevó al borde del clímax, y entonces su mano y mi
ropa desaparecieron. Se desabrochó los pantalones con una
lentitud burlona, mirando mi rostro mientras sacaba su
considerable longitud. Observó mi rostro todo el tiempo que se
deslizó dentro de mí de un solo y poderoso empujón, parecía
saborear cada uno de mis gemidos y mis súplicas sin aliento
mientras se movía dentro de mí.
Como si lo estuviera memorizando, todo.
Cuando los dos jadeábamos, con la cara de Rhys aún enterrada
en mi cuello y mis dedos enredados en su camisa húmeda de
sudor, dije—: Se siente real ahora que los demás lo saben.
Rhys sabía lo que quería decir. —Queda una persona por
contar.
Sonreí, tirando de su pelo para que me mirara. Rhys obedeció,
mirándome a la cara. —¿Quieres darle la noticia a Mor o puedo
hacerlo yo?
Él la conocía desde hacía más tiempo, pero yo la consideraba mi
amiga más querida. Una hermana, quizás más que la mía.
—Creo que deberíamos dejar que se lo cuente —dijo Rhys,
asintiendo con la cabeza mi vientre.
Arqueé una ceja. —¿Cómo?
Sonrió con ironía. —La próxima vez que Mor esté en casa,
dejaremos caer el escudo alrededor para ver cuánto tarda en olerte.
Y a él.
Le devolví la sonrisa. —Eso me gusta. —Ya deseaba tener
alguna forma de capturar el rostro de Mor en ese momento. Pasé
mi mano por el sedoso cabello de Rhys—. ¿Tienes algún nombre en
mente?
Rhys sonrió. —Oh, sí.
—No confió en esa sonrisa ni por un momento.
—¿Por qué? —Salió de mí y, con un movimiento de su magia,
ambos quedamos limpios. Reprimí la creciente hambre en mi al
verlo meterse de nuevo en los pantalones—. Nunca le pondría un
nombre ridículo.
—No te creo. —Le di un golpecito en la nariz—. El apellido de tu
familia...
—No hablemos de mi apellido —dijo, mordiendo las yemas de
mis dedos.
Me reí. —Bien.
Pero sus ojos se apagaron. —¿Qué tal si le pones el nombre de
tu padre?
Mi corazón se tensó. —¿Estarías de acuerdo con eso?
—Por supuesto que sí.
Tuve que tragarme la opresión en la garganta mientras me
sentaba, de cara a él. —Quizá para un nombre secundario, pero...
no. Quiero que nuestro hijo tenga un nombre propio.
Nuestro hijo. Las palabras eran extrañas, pero encantadoras en
mi lengua.
Rhys asintió con la cabeza, y su rostro se suavizó como si las
palabras también lo conmovieran.
Ya podía ver al padre en el que se convertiría: verlo reír
mientras lanzaba a nuestro hijo hacia el cielo, verlo dormir con el
niño en este mismo sofá, con los libros abiertos en el regazo.
Nuestro hijo nunca, ni por un momento, dudaría de que era amado
y apreciado. Y Rhys iría al fin del mundo para protegerlo.
Sonreí ante las ensoñaciones, y las manos me dolían por
pintarlas. Rhys dejó escapar un zumbido de contemplación. —¿Y
Nyx?
Parpadeé. —¿Nyx?
Rhys señaló una de las paredes de libros del estudio. Un tomo
de cuero flotó hacia sus dedos abiertos. Pasó una página sin decir
nada y me lo pasó.
Ojeé el texto del interior. —¿Una antigua diosa de la noche?
—De la época del Trove, en realidad —dijo Rhys—. Ahora está
casi olvidada, pero me gusta cómo suena su nombre. ¿Por qué no
usarlo para un niño?
—Nyx —volví a reflexionar, el nombre resonó en el silencioso
estudio. Pasé los dedos tatuados por el estómago. La mano de Rhys
se acercó a la mía, y ambos sonreímos ante la pequeña vida que se
estaba formando en mí.
—Nyx —dije por última vez, y podría haber jurado que un aleteo
de poder besado por la noche se alzó en respuesta.
Rhys aspiró con fuerza, como si también hubiera sentido ese
grano de poder.
Juntos, miramos nuestras manos enlazadas, mi estómago bajo
ellas.
Juntos, miramos a nuestro hijo, y di las gracias en silencio a la
Madre por el hermoso futuro que florecía ante nosotros.

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