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Capítulo 1: Aspecto físico de la República Argentina y caracteres, hábitos e ideas que engendra

Sarmiento inicia este capítulo realizando una descripción del territorio argentino y haciendo foco en su extensión,
que para él es el “mal que aqueja a la República Argentina” (p.23). Construye una imagen romántica de la
inmensidad del desierto, donde el peligro de lo salvaje acecha constantemente al punto de provocar en el hombre
de campo una “resignación estoica para la muerte violenta” (p.24).

Otro rasgo notable de la fisonomía del suelo argentino es la abundancia de ríos navegables desperdiciados, porque el
gaucho argentino, siguiendo la costumbre de su ascendencia española, ve como un obstáculo este medio natural de
comunicación.

El río de la Plata es el más facundo de todos esos ríos, y Buenos Aires, la única ciudad de la República que tiene
civilización en su contacto con las naciones europeas. Por no pasarle algo de sus luces a las provincias, estas se
vengaron de la ciudad porteña enviándole a Rosas. No es culpa de Buenos Aires, afirma Sarmiento, que la pampa sea
tan mal conducto de civilización y libertad y, por más que se intente imponer el federalismo en el país, la
organización del suelo determina un modo de gobierno centralizado y unitario.

Según Sarmiento, el pueblo de las comarcas argentinas está compuesto por dos etnias: la española y la indígena.
Esta fusión ha producido una “raza americana” propensa a la ociosidad, la falta de industria y la barbarie (p.28). Y si
en las ciudades capitales de cada provincia existen algunos “oasis de civilización”, estos están circuncidados por una
naturaleza salvaje que los cerca y los oprime (p.29).

Mientras el hombre de ciudad vive la vida civilizada vistiendo el traje europeo, el hombre de campo, con su traje
americano, rechaza con desdén los lujos y las comodidades citadinas. Son otros los códigos que se manejan en la
vida pastoril, que se asemeja en muchos aspectos a la tribu árabe o a la familia feudal, de sociedades aisladas. Este
tipo de organización hace imposible cualquier tipo de asociación civilizada, y si existe en el campo el sentimiento
religioso, es a través de supersticiones incultas.

La educación del gaucho, en este contexto, se reduce al desarrollo de las facultades físicas, “sin ninguna de las de la
inteligencia” (p.34). Acostumbrado desde chico a matar las reses, el gaucho se familiariza con actos de crueldad y
derramamientos de sangre que endurecen su corazón, a la par que se fomenta en él el odio a los hombres cultos y a
sus costumbres.

Capítulo 2: Originalidad y caracteres argentinos

A pesar de que esta lucha que se libera entre la civilización y la barbarie impide que la nación progrese, esta
situación no deja de tener su “costado poético”, de donde puede surgir un “destello de literatura nacional”, como la
que ha producido Esteban Echeverría con La Cautiva. Los accidentes de la naturaleza, con sus espectáculos bellos y
terribles, es un “fondo de poesía” (p.40) que afecta a los caracteres y las costumbres de sus habitantes, de lo que
resulta que el pueblo argentino es poeta por naturaleza.

De la condición poética y musical que se desprende de los hábitos del ser nacional, surgen cuatro tipos notables que,
para el escritor, le dan un “tinte original al drama y al romance nacional” (p.43). Son cuatro las especialidades
notables del ser nacional: el rastreador, el baqueano, el gaucho malo y el cantor.

Sarmiento afirma que todos los gauchos del interior son rastreadores, por su capacidad de interpretar, en las señales
del suelo, la velocidad del movimiento de un caballo, las huellas que dejó tras de sí un fugitivo o las pistas que
conducen al hallazgo de un ganado robado. La del rastreador es una “ciencia casera y popular” respetada por todos
en el campo (p.43).

El baqueano, por su parte, es el gaucho “grave y reservado, que conoce a palmos, veinte mil leguas cuadradas de
llanuras, bosques y montañas” (p.45). Hace las veces de mapa para un general que dirige sus movimientos en la
campaña, y otra cosa no se necesita para saber si el enemigo está cerca, dónde conviene refugiarse y qué camino se
debe tomar, puesto que el baqueano puede incluso reconocer en plena oscuridad la cercanía de algún lago con solo
oler y mascar la tierra.

El gaucho malo es el outlaw argentino, el que está fuera de la ley porque tiene otra moral que no le permite vivir
pacíficamente con la autoridad de la campaña. Está siempre en condición de prófugo, por eso se lo ve muy poco,
cuando llega a una pulpería a proveerse de sus vicios, para desaparecer pronto al lomo de su caballo. Es un hombre
“divorciado con la sociedad” que roba por profesión (p.47).

El último tipo, el cantor, es como “el trovador de la Edad Media” que va de pago en pago cantando sobre hombres
como el gaucho malo, “héroes de la pampa” que viven perseguidos por la justicia (p.48). A falta de historiador, el
cantor remplaza con sus relatos los documentos y datos que podrían componer la historia del país. Se asemeja al
gaucho malo en no tener residencia fija, y en que, a veces, el gaucho malo es también cantor, cuando canta sus
propias hazañas como maleante.

Capítulo I: Aspecto físico de la República Argentina, y caracteres, hábitos e ideas que engendra.

El mal que aqueja a la República Argentina es su extensión: el desierto inmenso la rodea por todas partes. Al Sur y al
norte la acechan los salvajes –los indios-, preparados para atacar en cualquier momento. Esta inseguridad de la vida
imprime en el carácter argentino cierta resignación estoica para la muerte violenta, explicando la indiferencia con
que se da y se recibe la muerte.

La parte habitada del país puede dividirse en tres fisonomías: el espeso bosque (al norte), la selva y la pampa. La
pampa es la imagen del mar en la tierra, que aguarda que se la mande a producir.

Existen en la república numerosos ríos navegables, pero el hijo de los españoles detesta la navegación. Así, el regalo
más grande para un pueblo es un elemento muerto, inexplotado. El único río fecundo es el de la Plata.

Buenos Aires está llamada a ser un día la ciudad más gigantesca de las Américas. Ella sola está en contacto con
Europa y explota las ventajas del comercio extranjero. Esta posición monopolizadora de Buenos aires hace que
aunque Rosas hubiese querido en verdad seguir el federalismo, le hubiese sido imposible, y habría terminado
teniendo el sistema que hoy sostiene: el unitario. (“Nosotros, empero, queríamos la unidad en la civilización y en la
libertad, y se nos ha dado la unidad en la barbarie y en la esclavitud”). Mientras Norteamérica está llamada a ser una
federación por su ancha exposición al Atlántico, la República Argentina está llamada a ser unitaria.

La ciudad es el centro de la civilización argentina española, europea, pero el desierto la cerca. El hombre de ciudad
vive la vida civilizada. En la ciudad están las leyes, las ideas, el progreso, la educación, el gobierno regular. El campo y
la ciudad representan dos sociedades distintas, dos pueblos extraños el uno del otro. El hombre de la campaña
detesta al de la ciudad y odia al hombre culto.

Argentina comparte varios rasgos con las llanuras asiáticas del Tigris y el Éufrates, y la vida de sus hombres son a
menudo similares (árabes y gauchos).

El campo:

En la campaña argentina predomina la fuerza brutal, la autoridad sin límites y sin responsabilidades del que manda.
Esto se ve en las ejecuciones del capataz, que no admiten reclamo considerándose legítima la autoridad que ha
asesinado.

El pueblo del campo se compone de dos razas: españoles e indígenas, (excepto en Buenos Aires, la raza negra,
inclinada hacia la civilización y dotada de talento, está extinta). Estas razas se caracterizan por su amor a la ociosidad
e incapacidad industrial. Las razas americanas –los indios- se muestran incapaces para el trabajo duro, y la raza
española muestra la misma tendencia.
En la campaña la sociedad desaparece completamente; queda sólo la familia feudal, aislada. Así, toda forma de
gobierno se hace imposible, no existen municipalidad, alcance judicial ni ejecución de la violencia estatal
monopolizada. La población está desparramada. No hay res pública. La civilización es del todo irrealizable y la
barbarie es normal. El progreso está sofocado, porque no puede haber progreso sin la posesión permanente del
suelo, sin la ciudad que es la que desenvuelve la capacidad industrial del hombre y le permite extender sus
adquisiciones.

En el campo, la religión está desvirtuada. Ocurre con la religión lo que con el idioma español, está corrompida. Se
trata de una religión natural. Los gauchos son españoles sólo por el idioma y las confusas nociones religiosas que
poseen.

Las ocupaciones domésticas, las industrias caseras, las ejerce la mujer, sobre ella pesa casi todo el trabajo.

Educación del hombre de campo: los niños ejercitan sus fuerzas y se adiestran por placer en el manejo del lazo y las
boleadoras y son jinetes. Con la pubertad y la adolescencia vienen la completa independencia y la desocupación.
Desde la infancia están habituados a matar reses, lo que los familiariza con el derramamiento de sangre. El caballo es
parte integrante del argentino de los campos.

De esta manera, los niños van, paulatinamente, adquiriendo las características de sus mayores: el hábito de triunfar
en las resistencias, de desafiar y vencer a la naturaleza. Esto promueve el sentimiento de importancia individual y de
superioridad en el hombre de campo.

Todos los argentinos tienen conciencia de su valer como nación, tienen cierta vanidad.

En conclusión, la vida del campo ha desenvuelto en el gaucho las facultades físicas, sin estimular el intelecto. Su
carácter moral se apoya en el hábito de triunfar ante los obstáculos y la naturaleza. Es fuerte, altivo, enérgico, no
tiene ninguna instrucción. Es feliz en su pobreza, porque es lo único que conoce. El gaucho no trabaja, el alimento y
el vestido lo encuentra preparado en su casa, lo uno y lo otro se lo proporcionan sus ganados.

Capítulo II: Originalidad y caracteres argentinos. El rastreador. El baquiano. El gaucho malo. El cantor.

La vida pastoril tiene, también, su costado poético. Por ejemplo, Echeverría en la inmensidad, en el salvaje, en la
naturaleza solemne halló las inspiraciones para parte de sus obras, que fueron luego, acogidas con aprobación en
Europa.

El pueblo argentino es poeta y músico por naturaleza. En su medio están la tormenta, la muerte omnipresente, la
pampa infinita. El gaucho tiene, en este sentido, su poesía popular, candorosa y desaliñada. Anécdota: cuando
Echeverría residió en la campaña los gauchos lo rodeaban con respeto. A pesar de que era para ellos un “cajetilla”, lo
respetaban porque era poeta.

El pueblo campesino tiene sus cantares propios, entre ellos: el triste (en el Norte) y la vidalita (se cantan los asuntos
del día y canciones guerreras). La guitarra es el instrumento por excelencia.

Especialidades notables de la campaña:

El rastreador: sabe seguir las huellas de los animales y de los hombres. Es un personaje grave, la conciencia del saber
que posee –una ciencia casera y popular- le da cierta dignidad reservada y misteriosa. Puede, según se cuenta, seguir
huellas producidas hace mucho tiempo.

El baquiano: conoce palmo a palmo miles de leguas cuadradas de llanuras, bosques y montañas. Se orienta
basándose en los signos de la naturaleza. Es un topógrafo. El mapa que los generales llevan; la suerte del ejército
depende de él. Anuncia también la proximidad del enemigo. Conoce las distancias y los accidentes geográficos más
pequeños. Dicen que el general Rosas reconoce por el gusto del pasto cada estancia del sur de Buenos Aires.
El gaucho malo: es un outlaw, un misántropo. La justicia lo persigue; en los asentamientos su nombre es
pronunciado con respeto. Vive en el campo, aislado de la sociedad; se alimenta de lo que caza. Es un hombre
divorciado de la sociedad, proscrito por las leyes, un salvaje de color blanco. Los poetas de los alrededores cantan a
sus hazañas. Sin embargo, el gaucho malo no es un bandido, ni un criminal. Su profesión, su ciencia es robar caballos.
Tiene cierto honor, y crédito, su palabra.

El cantor: es el mismo bardo, trovador, de la Edad Media. Se mueve entre las luchas de las ciudades y el feudalismo
de los campos. El cantor anda de pago en pago, cantando a los héroes de la pampa fugitivos de la justicia, mientras
mezcla el relato de sus propias hazañas (a menudo él también es perseguido por la ley). Su poesía es monótona,
irregular, más narrativa que sentimental y está llena de imágenes de la vida campestre. El cantor hace el mismo
trabajo de crónica, costumbres, historia, biografía que el bardo de la Edad Media.

En la República Argentina se ven al mismo tiempo dos civilizaciones distintas en un mismo suelo, sin conciencia la
una de la otra: una naciente que imita los esfuerzos ingenuos y populares de la Edad Media; y la otra que intenta
realizar los últimos resultados de la civilización europea. En Argentina, el siglo XII y el XIX viven juntos: el primero en
las campañas, el segundo en las ciudades.

Conclusión: leyendo este libro el lector se encontrará con los caracteres tipificados más arriba, y verá el reflejo de la
situación del país en la campaña, sus costumbres y su organización. El gaucho malo: Facundo. El cantor: La Madrid. El
baquiano: Artigas. Capataz de carretas: “el Boyero” (guerrero al servicio de los caudillos).

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