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GRAMSCI

Gramsci reflexiona sobre el estado de situación de su contexto histórico inmediato (Italia, 1870), marcado por
sucesivos levantamientos obreros. Los Cuadernos de la cárcel presentan dichas reflexiones encaminadas al
desarrollo de la teoría de la hegemonía desde la filosofía de la praxis. En su relectura del marxismo, para él las
clases sociales se enfrentan en la sociedad de forma transversal, realizando alianzas entre sus diversas
fracciones. Por lo tanto, para garantizar la efectividad de la acción revolucionaria es necesario conocer el campo
de lucha dado que la relación Estado-sociedad no se manifiesta de igual manera en todos los países.

Como todo esquema de poder se naturaliza ideológica e institucionalmente, la reflexión gramsciana apunta a
integrar un análisis de la dimensión política y filosófica a fin de establecer la posibilidad de modificar las
condiciones históricas y sociales para llevar a cabo una revolución socialista de la mano del accionar de un
sujeto social colectivo como lo es el proletariado. La cual no trata sólo de una disputa por el poder sino que
implica una transformación social, de instituciones y relaciones a la vez que un cambio en la conciencia de
clase.

La hegemonía representa el dominio de un Estado-Nación que ejerce una dirección cultural, política e
ideológica sobre el resto de las clases sociales, a través de estrategias de coerción y consenso. Por ejemplo, las
instituciones contribuyen a formar un sujeto domesticado que internaliza los valores del grupo dominante y
adhiere a una norma que se le impone como la única legítima. Todo proceso de ejercicio de la hegemonía lleva
implícito el intento de generalizar intereses particulares de un sector social hacia el conjunto de la población
pero el equilibrio nunca es total, habilitando el surgimiento de nuevos modelos alternativos o de oposición.

Allí la posibilidad de instalar una revolución socialista no se genera sólo por las crisis económicas sino que
necesita de una organización y toma de conciencia de las masas populares dispuestas a tomar la iniciativa. De
ahí la importancia de la filosofía de la praxis como ideología que implica no sólo una visión teórica de la
sociedad y la historia sino también de las normas de conducta práctica. El proletariado debía entonces contar
con una idea de organización política que defina los fines que quiere alcanzar y las acciones que debe llevar a
cabo. Para ello, la unión campesino-obrero debe darse dentro de las ideas del Partido Socialista (cuestión
meridional), compartiendo aspiraciones y necesidades bajo la guía de un intelectual.

Gramsci establece que el intelectual es todo aquel que, especializado en un campo del saber, busca intervenir
culturalmente sobre los conflictos del mundo social. No pertenecen a una única clase porque todo grupo tiene
sus intelectuales pero no todos cumplen dicho rol. Los intelectuales organizan la hegemonía social de un grupo
y la consolidación de su dominio estatal. Su función ideológica es clave para la constitución de una
homogeneidad y conciencia de clase en el proletariado puesto que las clases dominantes de la sociedad
capitalista tienen sus propios intelectuales y sus propios órganos colectivos constructores de hegemonía.

De esa unión proletariado-intelectual dependerá la organización de una individualidad colectiva que irá
acrecentando su fuerza de acción, habilitando su intervención política. El intelectual orgánico es quien
participa en la conformación de un partido, buscando instalar una nueva hegemonía socialista. Pero las formas
de lucha siempre son variadas al depender de las estrategias posibles en un determinado contexto y lugar.
Gramsci realiza una distinción entre "guerra de movimiento" y "guerra de posición", marcando en Italia el
predominio de esta última dada la posibilidad de una iniciativa de lucha constante encaminaba hacia la toma del
poder.

ANDERSON
Entendiendo la complejidad del contexto en el que Gramsci elabora su teoría se realiza un análisis histórico de
cómo van mutando dentro de su propia obra los usos de la categoría de hegemonía a fin de comprender que
más habilita esta idea en el conjunto de la teoría. En primer lugar, el término alude al levantamiento de la clase
obrera contra el dominio estatal en búsqueda de conquistar el poder. Proceso que supone una toma de
conciencia de la clase oprimida para producir un movimiento de reivindicación nacional. Pero Gramsci lo usa
para referir tanto a la dominación burguesa sobre la clase obrera en la sociedad capitalista, como al hablar de la
revolución de una clase contra la burguesía.

En ambos casos, representa un tipo de dominio ideológico bajo fuerzas de coerción y consenso para la
legitimación de un poder. No obstante, al considerarla relación Estado y sociedad para plantear las estrategias
de lucha. Gramsci va de una negación de la separación entre ambas a una delimitación de sus límites. Esto lo
lleva a distinguir entre hegemonía política y civil donde la primera remite a los consensos entre diferentes
estratos de la sociedad civil por lo que la dominación es fundamentalmente ejercida por el Estado. Mientras que,
la hegemonía civil se da cuando frente a un modelo de democracia parlamentaria, la sociedad puede elegir a sus
gobernantes creyendo tener un espacio de decisión pero sin poder participar activamente.

Otro tipo de análisis es aquel que establece un equilibrio entre Estado y sociedad donde la hegemonía le
pertenece a ambas dimensiones. La base de la problemática está en distinguir si el poder del Estado es o no
igual al de la sociedad civil, estableciendo que en realidad, ambos comparten una ideología (costumbres, formas
de pensamiento y conducta, normas, etc.) pero la violencia que refuerza la dominación le pertenece siempre al
Estado. Otra posibilidad es asumir que el Estado por sí solo engloba a la sociedad civil y política pero para
Gramsci (como para Marx), la sociedad actúa diferente y se separa del Estado.

Por otro lado, al considerar los modelos de lucha, Gramsci distingue dos estrategias de guerra posibles: "de
maniobra" que implica la organización previa de tácticas y territorios; o "de oposición", considerada más
adecuada dentro de los estados avanzados dado el predominio de una función táctica de unificación de fuerzas.
Estas estrategias también están condicionadas por la distinción que se establece entre el poder occidental donde
la idea de democracia legitima la subordinación por medio de un consenso no del todo representativo. Mientras
que en Oriente, se presentaban sociedades atrasadas y coloniales por lo que la revolución no tendría posibilidad.

Para Gramsci, el modelo de lucha más idóneo es el de la "guerra de posición" como un constante intento por
conquistar a los grupos dominados política y culturalmente. No obstante, esa unificación de fuerzas debe dar
paso al ataque contra el Estado burgués dado que la violencia es necesaria para instaurar la dictadura proletaria.
En ese marco, Gramsci piensa la guerra de maniobras como ayuda para conquistar posiciones. Así y todo,
Anderson rebate estas ideas al postular que la guerra de maniobras resultaría ineficaz dada la unidad del Estado
burgués, mientras que la guerra de posición no tiene en cuenta el carácter agitado de una revolución y demanda
una actuación rápida.

En este sentido, para Gramsci, la revolución implica una operación política que busca unir a los sectores
explotados para romper la unidad estatal y crear un poder popular. Como movimiento que sólo se lograría en
Occidente después de pasar por la experiencia de una democracia proletaria encaminada a la construcción de un
"frente único" de lucha.

WILLIAMS

En un contexto donde el predominio del modelo capitalista es total, el arte se reduce a ser un mero reflejo del
mundo objetivo y no puede desarrollarse de forma propia sin ser acusado de ideológico. A esa lectura, Williams
opone un materialismo cultural que busca entender cómo ésta impacta en los conflictos políticos e ideológicos
cuyos lugares y agentes sociales están en constante interacción. A diferencia de Gramsci, se sitúa en el
desarrollo dinámico de los procesos hegemónicos que establecen formas de control que se van transformando.
La hegemonía es entendida como un proceso activo en constante configuración que reúne diversos tipos de
significados, valores y prácticas que nos dicen "cómo" interpretar lo que nos rodea.

Aquí también la toma de conciencia es clave dado que la revolución o contra hegemonía no es algo que surge de
la nada. La hegemonía además representa un conjunto de relaciones de fuerza pero que, a diferencia de
Gramsci, no son sólo de coerción y consenso sino que se entienden a partir de tres procesos: dominante, residual
y emergente. Se trata de momentos que van mutando tras el surgimiento de nuevas formas de organización
sociocultural. La hegemonía representa "lo dominante" pero no de manera absoluta, es aquello que se impone
ligado a un nivel de adoctrinamiento cultural bajo un consenso implícito. Es la forma social válida y se
manifiesta en la conciencia práctica como lo que niega, excluye y reprime.

Por otro lado, "lo residual" no está definido en sí mismo ya que da cuenta de todo lo que viene del pasado
porque todavía está activo y puede ser recuperado ya sea en la elaboración de formas de oposición (exponiendo
un criterio de recorte) o alternativas, o bien incorporándose a lo dominante en los procesos de tradición cultural
selectiva. Mientras que "lo emergente" siempre está en contradicción con lo dominante    porque busca ocupar
ese lugar, al ser formas de oposición configuradas ideológicamente. Como toda lucha por la hegemonía pasa por
la cultura, toda nueva clase debe instalar una práctica cultural emergente aún cuando se mantenga subordinada a
lo dominante, resistiendo la incorporación.

Allí lo residual puede contribuir al desarrollo de lo emergente pero también puede generar movimientos de
variación que terminarán por convivir con lo dominante (Williams excede la dicotomía del pensamiento
gramsciano). Por otro lado, como lo político partidario no es central en Williams dado que él no focaliza en la
lucha de clases ni tampoco en que la construcción de ideología sea cosa de un sujeto individual, la noción de
intelectuales es reemplazada por la de productores culturales. Al buscar entender el proceso sociocultural, el
término de "intelectual" no agrega nada esencial a la teoría porque al hablar de formaciones como grupos
activos, se suplanta la idea de apropiación de una ideología y una cultura de forma mediada.

Se trata de organizaciones sociales y culturales que se presentan como movimientos y tendencias artísticas y/o
científicas que buscan intervenir en el espacio social por ejemplo, desde Academias, exposiciones o propuestas
literarias que reúnen a un conjunto de sujetos con intereses comunes. Las formaciones culturales pueden ser
formales o informales de acuerdo al grado de organización y estables o de ruptura de acuerdo a su intervención
social yendo más allá del rol de los intelectuales tradicionales y orgánicos al contribuir a la organización de
grupos emergentes contra hegemónicos. Presentan distintos tipos de estructuración y relaciones externas e
internas    por lo que pueden ser caracterizadas como simples o complejas de acuerdo al tipo de prácticas que
realizan o como nacionales o para nacionales según su margen de relación con otros grupos.

Las formaciones sólo pueden ser analizadas sociológicamente ya que dependen del desarrollo del contexto
histórico general porque no son iguales en todo momento y lugar. A su vez, estas formaciones entran en
conflicto o continuidad con las instituciones en torno a la configuración una tradición cultural selectiva, la
cual remite a una selección del pasado anclada a un punto de vista particular que busca    producir un recorte
para naturalizar y legitimar los valores del actual orden dominante. La tradición selectiva se auto sustenta,
descartando aquello que o se corresponde con lo que avala ("antiguo, fuera de moda") y atacando lo que la
amenaza ("lo extranjero").

No obstante, es vulnerable porque siempre pueden recuperarse los criterios de recorte y poner de manifiesto lo
que ha sido dejado afuera ("lo residual"). Las instituciones cumplen un rol fundamental en la naturalización de
"lo dominante" y en la configuración del sujeto social al encargarse no sólo de la comunicación de un saber sino
de una forma de participar de las reacciones sociales y cómo actuar en la vida, moldeando un conjunto de
acciones que imponen que imponen una forma típica de vida en comunidad. En este sentido, las formaciones
pueden oponerse a esa tradición, desarrollando tendencias y movimientos artísticos, literarios, científicos y/o
filosóficos que van más allá de los límites permitidos por lo institucional, desarrollando alternativas u
oposiciones a la cultura de pensamiento dominante.

Williams expone el contrate en cómo lo contemporáneo se analiza como algo preestablecido que "siempre fue
así", ocultando estos procesos de formación social. De allí surge la distinción entre la historia de una sociedad
cristalizada discursivamente y una realidad vivida. De esta manera, la historia social se presenta como algo
documentado, fijo y explícito que nos presenta una continuación entre pasado y presente explicando el hoy
desde esa versión del ayer. Esto se opone a lo subjetivo que representa una mirada subjetiva, personal y anclada
al presente y por lo tanto, abierta a múltiples versiones. Por lo tanto, lo que experimentamos rara vez coincide
con la versión reducida que perdura en el tiempo. Se produce entonces una tensión entre la interpretación
admitida, divulgada por lo dominante y la conciencia práctica que varía de acuerdo a la relación entre un sujeto
y su realidad social.

La estructura del sentir define esa forma de pensar opuesta a las creencias naturalizadas, pero no se entiende
como una ideología o concepción del mundo sino que, da cuenta de significados y valores tal y como son
sentidos y vividos en un momento determinado. Se trata de una experiencia que combina características
emergentes, residuales y dominantes pero o corresponde sólo a una mirada de clase, aún cuando sólo puedan ser
reconocidas una vez que han sido formalizadas en instituciones o formaciones.

ARICÓ

Aricó problematiza la importación teórica del pensamiento europeo gramsciano en la configuración de las
sociedades latinoamericanas, comandada por las formaciones. En ese análisis del impacto de la teoría en
América Latina, se determina una llegada temprana pero de popularidad tardía que se acrecienta en las etapas
democráticas. En esta compleja realidad política de países en constante transformación, las apropiaciones van
ancladas a un contexto intelectual heterogéneo pero cuyo objetivo es el uso de la noción de hegemonía para
analizar los cambios sociales y sus consecuencias en la configuración de un Estado-Nación tras el impacto de la
revolución cubana y de otros movimientos revolucionarios.

No obstante, la teoría de Gramsci no llegó a establecer cómo sería esta sociedad nueva, dando lugar a múltiples
propuestas intelectuales que se desenvolvieron en la heterogénea realidad latinoamericana. Tal es el caso del
Partido Comunista Argentino encabezado por Agostti, quien buscó una incorporación de Gramsci desde la
traducción, intentando renovar las perspectivas teóricas de un pensamiento menos dogmático. Basados en un
proyecto de reestructuración política y moral que legitima una iniciativa revolucionaria de transformación social
que comenzaría desde abajo, fundando nuevas instituciones para construir un "orden nuevo".

No obstante, la reflexión luego de la derrota lleva a asumir la imposibilidad de trasladar este modelo a una
realidad compleja y heterogénea en permanente delimitación y carente de un Estado bien delimitado. Esta
primera apropiación (1950-1980) supuso una lectura doctrinaria que no se percató de estudiar las características
de la sociedad argentina dentro del contexto histórico-cultural. La cual al no poder agrupar a las masas dado el
predominio del modelo burgués y la ineficaz dirección política de Rivadavia, no presentaba las condiciones para
plantear una revolución. Las supuestas reformas del Estado resultaron incongruentes puesto que, el principal
error de Agostti es dejarse llevar por un determinismo de clase que le impide pensar en la búsqueda de una
autonomía nacional.

No pudo brindar a sus compañeros de partido un estado de situación que impulsara las acciones de cambio,
reduciendo la realidad argentina a una mirada ideológica que dificulta el pensar en la lucha emancipatoria. Aún
así, este antecedente es uno de los primeros en el desarrollo de las ideas gramscianas en Latinoamérica,
buscando justificar una continuidad lineal entre comunismo y acción revolucionaria. Allí es clave el rol del
intelectual como director orgánico de la reforma ideológica y moral pero cuya iniciativa carece del dinamismo
necesario para conducir a la masa a la acción política.

En este marco, Aricó analiza el fenómeno de la revista "Pasado y presente" (Córdoba) alineada a la izquierda
comunista argentina. Éste es un ejemplo de formación, encaminada a la construcción de un proyecto colectivo
donde el rol de los intelectuales resulta fundamental en la elaboración de ideas, alianzas y consensos entre
clases, buscando instalar una voluntad Nacional y popular. Aquí, Gramsci pasó a ser el modelo de los
revolucionarios sobre todo por sus ideas sobre el trabajo intelectual y cultural en la construcción de la
hegemonía. Atentando contra todo uso doctrinario de la teoría, presentó un estudio del presente como crítica al
pasado para su superación dando cuenta de que hay intelectuales más allá del monopolio porteño.

También propusieron una unión social entre obreros y estudiantes de diferentes estratos e instituciones,
problema clave tras los sucesos del "Cordobazo". De esta manera, la revista combinaba una serie de corrientes,
lo que la llevó al enriquecimiento de sus ideas como expresión ideológica y cultural que impulsó una posible
revolución proletaria dentro de una sociedad democrática donde la lucha de clases era la única forma de
expresión posible. En ese contexto de lucha popular, el grupo editorial o logró elaborar una propuesta política
concreta de acción. Por lo tanto, del proyecto gramsciano inicial a su falta de criticidad e historicidad en el
análisis de la realidad hicieron de éste un proyecto marginal.

Gramsci ya había advertido un tipo de comportamiento particular en aquellas sociedades de evolución tardía.
Tal es el caso de América Latina, donde la consolidación del Estado-Nación se da a partir del silenciamiento a
toda forma opuesta u alternativa. Donde la sociedad se configura desde una clase dirigente que legitima su
dominio en base a modelos europeos y los demás grupos no participaban de la esfera política. Situación donde
el intelectual como formador de conciencia sólo puede contribuir a fortalecer un poder estatal absoluto dada la
incapacidad de unificar a la masa. Por otro lado, tras su independencia reciente bajo el modelo democrático, el
mayor problema pasa a ser la imposibilidad de instalar una voluntad Nacional y popular como forma de
unificación social.

Esto desencadenó una serie de golpes de Estado contribuyendo a legitimar la violencia al servicio de un orden
autoritario y excluyente. A partir de allí, la renovación teórica de la izquierda socialista se traslada a la lectura
marxista de Gramsci a fin de pensar una unión socialdemócrata que lleve al sujeto a la toma de acción.
Contratando con el fenómeno del populismo latinoamericano entendido como ideología, movimiento o partido
político que irrumpe y pasa a representar una experiencia auto constitutiva de los trabajadores y los sectores
populares. Situación propiciada por la falta de dirección del intelectual latinoamericano en formación.

Todo esto lleva a Aricó a asumir que la principal complejidad de la izquierda latinoamericana fue el trabajar
sobre una abstracción sin considerar las particularidades de cada sociedad donde las posibilidades de una
reforma socialista no eran las mismas.

PORTANTIERO
Portantiero realiza un recorrido sobre los usos y apropiaciones de las categorías de Gramsci en diferentes
contextos, principalmente sobre la idea de hegemonía como un conjunto de actividades prácticas y teóricas que
aseguran un dominio político, "convenciendo" a la sociedad de aceptar una estructura económica. En ese marco,
el Estado lucha por conservar su poder desde el accionar intelectual que organiza las formas de consenso y
disciplina hacia las clases dominadas. Al cual se opone la fuerza social representada por el sindicato donde las
masas buscan actuar políticamente, cuestionando a la clase dominante.

Pero los momentos de crisis no están dados sólo por factores económicos y/o sociales sino que se presentan
como largos procesos de crisis de hegemonía que pueden desencadenar la destrucción del aparato estatal o bien
su reconstrucción y fortalecimiento. Esta particular tensión entre teoría y práctica supone, para Portantiero, que
toda relectura de Gramsci debe estar anclada al presente, tomándola como una teoría global y compleja cuya
unidad está marcada por su trabajo político sobre las posibilidades de una revolución socialista en Italia.

Es por eso que dadas las particularidades de las sociedades latinoamericanas en la construcción de sus Estado-
nación, estas categorías pueden usarse como elementos críticos para analizar dicha configuración en el marco de
un Occidente tardío, pero no aplicarse como modelo de acción dado que América Latina no contaba con una
clase dominante autónoma ni un Estado fuerte. Si bien comparten la industrialización como forma de ingreso a
la economía mundial y un modo particular de pensar la relación Estado-sociedad, no llegan a desarrollar una
plena autonomía política.

La teoría de la hegemonía aborda u proyecto político de alianzas entre sectores concretos para plantear una
unificación ideológica de clase, no trabajando sobre realidades abstractas. Sin embargo, la organización en
democracia hace que las clases populares se construyan ideológicamente al adherir a esa identidad homogénea
nacional, pero su exclusión de la esfera de acción política las incita a pelear por sus derechos. Esa
fragmentación del grupo social dominante produce una crisis interna de la conciencia de clase que para
mantenerse, impone una imagen del Estado como benefactor e intervencionista frente a la clase subalterna para
contener su reacción.

Es por eso que, al abordar estos procesos complejos y concretos que tuvieron lugar en la configuración de la
hegemonía argentina desde Gramsci, Portantiero analiza el fenómeno del peronismo en la instalación de un
modelo de Estado. Para lo cual el trabajo en reacción al partido político fue clave para reunir a un grupo
heterogéneo por medio de múltiples métodos de cohesión ideológica. Este modelo generó nuevos
enfrentamientos a la vez que aprovechó las tensiones y cambios que estaban iniciándose en el proceso social
dado que la izquierda comunista no tenía protagonismo en la esfera política por no ser una fuerza representativa
(sí a nivel cultural). Dentro de sus particularidades se presta vital importancia a una pseudo adhesión del obrero
al Estado, el cual contribuye a fortalecer la hegemonía de un poder configurado a partir de un pensamiento
liberal y oligarca.

El populismo les otorga unidad política, obligándolos a actuar para resolver la crisis estatal. Si bien este
esquema presentó distintas manifestaciones en los países latinoamericanos, todos coinciden en presentar una
ideología nacional y popular como forma de monopolizar el accionar sindicalista de la masa obrera a favor del
Estado. En ese proyecto de adhesión de masas bajo el lema de lo Nacional y popular la única forma de
oposición posible es el golpe de Estado. No obstante, la falta de unidad del proletariado requería la alianza con
otros grupos para conformar otro partido político que busque instaurar una contra hegemonía pero cuya
efectividad sólo trajo una instalación de la violencia como forma de gobierno.

Por otro lado, en "Realismo y realidad en la narrativa argentina" se analizan los usos de la teoría gramsciana en
la dimensión cultural a partir de la relación entre la literatura argentina y el realismo, concepto asociado al
Partido Comunista. No se trata de un análisis literario sino de mostrar cómo desde la configuración de lo real se
busca instalar una "nueva cultura", fortaleciendo la relación pueblo-nación. En este sentido, el intelectual como
sujeto social se vuelve clave dado que de acuerdo a cómo entienda al realismo, eso afectará su trabajo al elegir
representar para dar cuenta de los conflictos que se están gestando (cuestión estético-política) o usarlo para
reflejar lo real.

Tomando el caso de las vanguardias europeas, se muestra cómo el intelectual debe buscar orientar
ideológicamente al pueblo al ir contra un modo de producción estética establecido. Pero esto no contribuyó a la
lucha política sino a la mera toma de conciencia por lo que, como formas críticas al arte "clásico", fracasaron en
su propósito cayendo en un decadentismo al no poder mostrar todo lo que se oculta dentro de una realidad
compleja y fragmentada. Como otro ejemplo, se recupera una "literatura comprometida" que intentó expresar
su desacuerdo con la cultura dominante pero sin construir una ideología al trabajar lo real desde el naturalismo.

En este marco de cambios culturales y políticos, Portantiero analiza la particular situación de Argentina como
país dependiente de las corrientes estéticas y teóricas europeas cuya literatura aún no había podido desarrollar
una identidad nacional. Esa literatura que se presumía "nacional" sólo estaba anclada a Buenos Aires,
reduciéndose a describir la realidad de las pequeñas élites (Borges). A la que se le opone una literatura de
izquierda representada por el proletariado industrial inmigrante que amenazaba la estructura social tradicional.
El pensamiento oficial entra en crisis, obligando a la masa intelectual a buscar nuevos modelos para poner esto
en evidencia.

Por lo tanto, se recurre al uso del realismo como esclarecedor de lo real no directamente aprehensible para
poder introducir al arte en los procesos de formación de una conciencia social e individual. En su uso artístico,
debe presentar una cosmovisión como una totalidad omnicomprensiva gobernada por diferentes fuerzas en
lucha. Pero a la vez, apuntar a desencadenar un accionar político ante la estructura opresiva. Frente al
movimiento "anarquista", la élite dominante produce un trabajo naturalista anclado a la descripción de lo real
desde la retórica. Lo que contribuye a instalar tópicos como el del "obrero pobre" o el "burgués poderoso",
focalizando en el padecimiento individual del sujeto.

La fundación del Partido Socialista Argentino en 1918 abrió paso a dos formas de experimentación literaria: la
representada por Boedo, un arte "social" ligado a las ideas de izquierda; y la de Florida, anclada a las corrientes
europeas que proponían la mera renovación formal desde la liberación expresiva. Boedo fue el primero en
abordar la toma de conciencia del proletariado sobre el modelo de dominación burgués. No obstante, al no
abordar una propuesta de revolución socialista, recurre a los mismos estereotipos al mostrar la desolación de la
clase media urbana. Si bien su alternativa intentó romper con el falso conformismo optimista, no pudo incitar a
la masa obrera a la acción.

Es por eso clave la relación entre el intelectual y lo real porque de ello depende la posibilidad de cambio al
proponer desde el arte, una forma de intervenir la realidad. El artista media la relación sujeto-mundo, dándole
sentido a los hechos que allí suceden al elegir qué mostrar y cómo hacerlo para producir nuevos conocimientos
sobre esa realidad que puedan ser apropiados y usados para transformar un orden dominante. De esta forma, las
diferentes respuestas artísticas al intento de definir la literatura argentina llevan a Portantiero a analizar la obra
de Viñas, quien como crítico a esa realidad caótica aborda su propia experiencia. El cual se concibe como un
trabajo desde las "orillas" marcado por un pesimismo absoluto que vuelve siempre sobre los mismos temas y
formas estereotipadas poco significativas.
En ese desarrollo de los padecimientos individuales, el compromiso con la lucha política fracasa ya que no se
trata sólo de cuestionar lo evidente sino de asumir el impacto que un movimiento tiene en la configuración
social. Con lo cual, se define que la literatura argentina no debe ser sólo de denuncia o agitación sino
encaminarse hacia una toma de conciencia profunda sobre los problemas que subyacen en un orden social. Por
lo que, la problemática del realismo en Argentina aún está por escribirse al demandar un esfuerzo de los
intelectuales comprometidos con los cambios sociales, cercanos al pueblo, que puedan mostrar los procesos de
una realidad en curso y comprender los conflictos de un grupo al que no pertenecen. Para Portantiero, se trata de
un trabajo de formaciones aún inconcluso pero cuyo puntapié inicial está en el boedismo al ir del
sentimentalismo y la voluntad de experimentación a la proposición de una nueva concepción de mundo.

SAID

Said realiza una relectura de Gramsci y Williams para abordar la relación política-cultura desde la instalación
de la hegemonía occidental, capitalizando la propia experiencia como intelectual oriental en Occidente. El
análisis busca mostrar la presión que ejerce la cultura dominante donde todo conocimiento sobre Oriente está
mediado y condicionado por la configuración ideológica del sujeto europeo y éste pasa a ser una invención
discursiva asociada a una serie de representaciones para auto legitimar los propios valores. El énfasis se coloca
en el armado de un corpus que analice estas caracterizaciones surgidas de un locus de enunciación eurocéntrico
comandado por tres grandes Imperios: Francia, Gran Bretaña y E.E.U.U, los cuales delimitan las fronteras
geográficas, sociales, étnicas y culturales para con su contracara oriental.

En su aparente voluntad de comprender un mundo otro se juega su incorporación y/o manipulación desde una
formación discursiva en la que se dan todos los intercambios entre las dimensiones culturales, políticas e
intelectuales. De esta manera, el orientalismo, como movimiento intelectual liado a las potencias occidentales
instala una distinción entre "nosotros" y "ellos". Ésta se impone cultural y políticamente al reunir un conjunto
de autores y disciplinas que dialogan entre sí bajo una misma cosmovisión. Es por eso que Said establece que la
cultura no es un subproducto de la economía sino que la constituye ya que para conseguir la adhesión de esa
otredad, se elabora un constructo enunciado que legitime la hegemonía occidental desde la cultura.

El orientalismo contribuye a naturalizar una mirada sobre Oriente que se cristaliza al ingresar a las instituciones
(1815-1914) como un cuerpo de teorías y prácticas en el que durante muchas generaciones se ha asegurado la
supervivencia del dominio colonial europeo. Instalan una dicotomía base que separa a ambas dimensiones pero
donde la autoridad para elegir de qué y cómo hablar pertenece sólo a Europa. Éstas no son aprehensibles como
realidades geográficas o sociales tangibles sino que se trata más bien de construcciones discursivas que
imponen una jerarquía. El razonamiento es claro y simple: hay occidentales y orientales, los primeros dominan
a los segundos, conquistan sus territorios, controlan su accionar interno y se quedan con sus riquezas.

De esta manera, hablar de Oriente es apelar siempre a una imagen fijada por otros como una abstracción
intemporal que nada nos dice sobre su realidad social. Occidente "orientaliza" a Oriente para ejercer su dominio
hegemónico sobre él al imponerle una cultura, historia e ideas bajo el presupuesto de que conocen a Oriente
mejor de lo que éstos se conocen a sí mismos. Este conocimiento les permite desarrollar formas de dominación
que van más allá del accionar militar, buscando su adhesión ideológica (Gramsci). Frente a esa realidad que se
nos presenta como distante y "exótica", anclada a un pasado que nunca avanza se ejerce autoridad al negarle su
autonomía y contemporaneidad. Occidente es el gran benefactor y "salvador" por lo que, el oriental sólo existe
si acepta el modelo de vida que se le ofrece.

Si bien Said no trabaja sobre la tradición literaria como movimiento científico de una época que avala la
dominación privilegiando ciertos elementos culturales sobre toda producción oriental, ve en la literatura el área
donde se juega esa construcción estereotipada del otro. Para legitimar una identidad colectiva se proclama la
superioridad de Occidente sobre la esencia inferior de Oriente. Todo acercamiento refleja el poder de este punto
de vista occidental, así como la simplificación de la realidad oriental dado que toda producción sobre Oriente
está mediada por el orientalismo por lo que resulta imposible distanciarse de las imágenes cristalizadas
(vocabularios, imágenes, retórica, etc.).

La novela contribuye a configurar las identidades nacionales, naturalizando en las obras una imagen de Europa
como centro de poder y beneficios que se enfrenta a un Oriente derrotado y distante. La estrategia principal
radica en que al representar a ese otro éste no vea la necesidad de tomar la palabra. Allí el rol del intelectual es
clave porque al negar todo contenido político en el arte, logra moldear una conciencia de clase que lleva al
oriental a adherir a la construcción estereotipada que se le presenta. Donde la falta de autoconocimiento les
impide además desarrollar formas de acción para oponerse a ese poder.

Esta investigación a medias le reconoce al oriental que había vivido tiempo atrás en un mundo propio y
diferente pero ahora, para ser reconocido a nivel mundial y perfilar su identidad, debía aceptar estas
representaciones vacías. Los orientalistas tradicionales justifican las diferencias culturales imponiendo una
verdad que coloca al occidental como quien puede controlar, dominar y gobernar a los otros gracias a su
conocimiento sobre esa raza inferior. La mediación intelectual también presenta una familiarización de lo
extraño que nos dice cómo leer a Oriente. Esa imagen tradicional ancla esta cultura en el pasado dejando de
lado todo aquello que amenace la hegemonía. Desde una "domesticación de lo exótico", el orientalista defiende
esa jerarquía de poderes al presentar lo otro desde imágenes o comparaciones que lo relacionan a lo ya
conocido, imponiendo su mirada como la única posible.

Siempre desde una relación textual, los estudios se realizan sobre una abstracción que lleva a la producción de
conocimientos exactos e implícitos que se reproducen como verdades en otras áreas como la literatura o la
ciencia. Con esto se pone de manifiesto el poder del lenguaje en la instalación de una verdad al introducir los
mismos tropos en todos los discursos. Estas figuras discursivas son declarativas e inferiores a su equivalente
europeo, empleadas en una contemporaneidad que se reitera. De esta manera, el orientalismo persevera al
introducirse en instituciones y formaciones culturales como forma de intervención sobre todo lo que trata de
Oriente.

Como campo de estudio aborda esa unidad virtual que reúne diversos territorios, culturas, lenguas y religiones
que sólo comparten el depender del poder occidental. El investigador trabaja desde un lugar de autoridad
luchando contra los imaginarios sociales que lo atraviesan. Al tratarse de una realidad inabarcable y heterogénea
se recurre a una generalización pero que, en lugar de buscar la especialización de su objeto, pasa a incorporar
cada vez más temas y dimensiones con el único fin de preservar la hegemonía occidental.

Por otro lado, el "Cultura e imperialismo", Said profundiza esta idea de que la literatura construye las
identidades de una Nación y sus miembros, legitimando al imperialismo como la hegemonía. La cultural como
"estructura de autoridad" remite a esa idea de Williams sobre que en esta dimensión se disputa el poder político
al elegir qué elementos usar como símbolos para configurar la identidad propia y ajena.

El rol de las formaciones es clave para presentar la dominación como algo positivo remarcando por ejemplo, la
construcción de un poder histórica, cultural y geográficamente tal y como Gramsci lo planteó en los "Cuadernos
de la cárcel". Continuando con las ideas de "Orientalismo", la hegemonía de Occidente nunca llega a ser
absoluta por lo que el sujeto oriental también buscará configurar discursivamente su propia identidad nacional
política y culturalmente. Ante esto, la cultura le ofrece un archivo residual que puede usarse para exponer la
tradición selectiva (Williams).

Se vuelve necesario entonces, realizar una lectura crítica del material cultural que intenta separarse de la
realidad política. En ese caso, la novela realista europea le permitió al imperialismo justificar su ideología al
construir representaciones de espacios y caracteres mediados por una única concepción del mundo. Allí, Said
critica a Williams por su análisis sobre la literatura inglesa, advirtiendo que una novela debe ser estudiada desde
lo que subyace a ella, en relación a un contexto y una estructura de sentimiento y no como algo externo al
mundo político.

Said recupera "El corazón de las tinieblas" de Conrad para evidenciar el rol clave de la literatura en los procesos
de apropiación cultural que legitiman el poder europeo, mostrando en este caso el dominio imperial en África.
Desde una única instancia de enunciación, se caracteriza todo desde la perspectiva del dominante pero
problematizando esa aparente dicotomía. Conrad sitúa su obra en un contexto problemático, advirtiendo que esa
representación totalitaria podría dejar de ser aceptada de un momento a otro pero sin saber qué podría venir
después dado los precarios movimientos de lucha de los grupos oprimidos.

Como la mirada imperialista se impone, Conrad elige no abordar la caracterización de esa otredad para no
reforzar los estereotipos. El contenido es imperialista pero la forma de trabajarlo no para así mostrar cómo opera
la perspectiva disímil entre el aparente proyecto civilizatorio frente a una comunidad preexistente.

Paradójicamente, el impacto de la globalización como fenómeno imperialista, habilitó el acceso a ese archivo
histórico, permitiendo instalar una lucha entre locus de enunciación opuestos en disputa cultural por la
hegemonía. Este debate entre el imperialismo occidental y el nacionalismo del Tercer Mundo se sitúa en un
pasado que se rememora como época de mayor esplendor para unos y como experiencia de sometimiento para
otros. El Tercer Mundo indaga en profundidad sobre el impacto de la ideología imperialista en la configuración
de los procesos discursivos que les negaron una soberanía nacional.

No obstante, éstos nuevos Estado-nación no lograron aún romper con los esquemas de pensamiento y acción
naturalizados, analizando la construcción de esa hegemonía imperial. La verdadera revolución supone plantear
una lucha por la emancipación que no busque destruir al enemigo europeo sino servirse de sus modelos de
legitimación para evidenciar la exclusión a la que los someten incitando una "toma de conciencia". Se debe
trabajar desde dentro de la lógica del Imperio para ponerlo en evidencia al mostrar las implicancias políticas que
se juegan en la dimensión cultural.

Por otro lado, como todas las culturas están en relación unas con otras, ninguna es única y pura sino que son
híbridas y heterogéneas. No es posible, marcar una oposición tajante sino que se necesita evidenciar los
entrecruzamientos culturales que se dan al momento de construir discursos de identidad. En ellas también
repercuten las tensiones entre Oriente y Occidente por lo que ningún estudio cultural puede dejar de lado el
impacto político que tiene la construcción de una tradición, o el predominio de ciertos modelos sobre otros.

Aquí Said introduce el trabajo de los estudios comparados que deberían servir para trazar una perspectiva
transnacional que muestre las interrelaciones entre ambas cultural. Pero éste debe luchar contra la jerarquía que
se impone privilegiando siempre sólo lo dicho por Occidente.

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