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FUNDAMENTOS DE MORAL
PARA LA MADUREZ INTEGRAL DE LA PERSONA
Centro de Formación de la Vida Consagrada “Santo Tomás de Aquino”
- Adquirir una personalidad moral o êthos: De lo cual se deduce una primera con-
secuencia y es que el creyente debe entender y vivir su responsabilidad con la seriedad que
tiene todo lo genuinamente humano. Es decir, la dignidad humana que nos exige una reali-
zación integral como personas (Cf. Gaudium et Spes 12-22). Pero a esa seriedad el creyente
le ha de añadir además la referencia religiosa. Con razón, entonces, podemos decir que pro-
fundizar en el significado de la responsabilidad es tomar conciencia de la vocación cristiana.
En efecto, nacemos por "hacer". Cada uno debe crear o forjar su propia personalidad moral.
La vida humana es una "tarea", un "quehacer" continuo. Lo mismo le sucede a la vocación
cristiana que llega a identificarse con este quehacer ahora determinado por la fe para ir al-
canzando "la medida del hombre perfecto: Cristo" (Ef. 4). El objetivo es alcanzar un "modo
de ser" ético-cristiano (integral), lo cual incluye la vertiente humana y religiosa de la persona.
Al respecto, hemos de tener presente que la personalidad moral del hombre se cons-
tituye mediante su êthos. El êthos es lo adquirido en el hombre, su "carácter”, lo que al
hombre le va quedando "de suyo" a medida que la vida pasa: hábitos, costumbres, virtudes,
vicios, etc.; en suma: êthos. La tarea moral consiste en llegar a ser lo que elegimos se puede
ser con lo que se es. El êthos se encuentra con el pathos: lo dado biológicamente. Yo debo
realizar mi vida moral contando con mi modo de ser bio-psicológico (pathos), pero sabiendo
que la propiamente moral, es el êthos, lo adquirido (el modo de ser ético-cristiano).
1. La opción fundamental
- En la vida hay que elegir: La vida humana se nos presenta como una vida "voca-
cionada" en la que constantemente tenemos que decidir, elegir, tomar opciones. Hay dos
tipos de opciones: Unas son superficiales, cotidianas, diarias, sin mayor trascendencia para
nuestra vida; pero hay otras que son fundamentales y que implican una orientación decisiva
de nuestra existencia, al punto que condicionan nuestro futuro. La opción fundamental (tam-
bién llamada: "intención fundamental", "decisión fundamental", "orientación fundamental",
"motivo fundamental", "sentido fundamental") es la expresión más importante de la respon-
sabilidad moral.
En cuanto orientación nuclear, la opción fundamental no puede darse sin los actos
morales concretos; es el aspecto "trascendental" que requiere ineludiblemente la presencia
del contenido concreto "categorial"; es, dicho de otro modo, la intencionalidad inherente a
la "libertad fundamental" que precisa encarnarse en acciones libres concretas. Esto indica
que la opción fundamental no ha de ser entendida como algo autónomo y sin refencia a la
objetividad concreta de los comportamientos morales.
Conviene, sin embargo, señalar los peligros en que puede caer una falsa concepción
de la opción fundamental. Nos referimos concretamente a dos: entender la opción funda-
mental sin relación a la moral objetiva (valores, normas, leyes), propiciando de este modo
un falso "intecionalismo" o un vacío "subjetivismo"; hacer de la opción fundamental algo
autónomo y no referido a los actos concretos y particulares, creyendo falsamente que éstos
no tienen fuerza suficiente para transformar la intención general del sujeto. El magisterio
eclesiástico, que ha dado acogida a la categoría de opción fundamental, ha puesto en guardia
contra el último peligro que acabamos de señalar (Cfr. Veritatis Splendor nº 65-68).
En cuanto decisión central del cristiano, la opción fundamental no puede ser otra cosa
que la "orientación radical" hacia Dios. Ahora bien, esa orientación no es más que la
decisión de vivir en relación de amistad con Dios (caridad). La tesis clásica de "la
caridad como forma de todas las virtudes" y la tesis más actual del "primado de la
caridad en la teología moral" pueden tener una versión más personalista, al decir que
la opción fundamental cristiana constituye la decisión nuclear del existir cristiano y
que los comportamientos o decisiones singulares son "mediaciones" de la opción
fundamental. También se pude entender la opción fundamental mediante la categoría
de la fe y la esperanza. En este sentido, la opción fundamental es la aceptación radical
de Cristo como un alguien que "condiciona" nuclearmente la comprensión y la rea-
lización de la propia existencia del creyente. Y el que da sentido y esperanza a la vida
presente y futura.
De un modo más "evidente" y común se puede decir que la opción fundamental suele
coincidir con la "crisis de la personalidad" que se da en la adolescencia. Esta crisis psicoló-
gica (frente a una vida "superyoica" aparece una vida "individualizada") viene acompañada
por la crisis religiosa y por la crisis moral (momento propicio para la aparición de la opción
fundamental).
Una persona madura es, desde el punto de vista de la madurez operativa, aquella que
tiene la capacidad de hacer opciones libres y duraderas, y que se comporta de una manera
estable y consistente guiada por un adecuado mundo de valores. La persona que se compro-
mete a vivir para siempre un estilo de vida conforma a un mundo de valores consistente –
como los valores vocacionales– toma una decisión que es una “opción fundamental” y se
caracteriza porque es total, definitiva y perpetua.
Esta decisión implica no sólo una perspectiva de la fe, sin la cual no tendrían sentido
ni valor la vida religiosa, sino también unas actitudes y unos comportamientos de tipo hu-
mano y psicológico que, en elevado grado de madurez humana, han de ser garantís de fide-
lidad vocacional a los compromisos que se derivan de la consagración religiosa.
Hay que entender la opción fundamental desde la fe y desde la madurez humana. Sin
la fe no tiene sentido el carisma religioso. Si para optar en la decisión con responsabilidad
se exige un alto nivel de madurez humana, para optar por la vida consagrada se necesita una
sólida y profunda maduración de la fe personal. La ruptura de la opción fundamental –el
abandono– puede venir por la falta de madurez humana, incapacidad de conservar la opción
fundamental, o por la falta o pérdida de la fe vocacional.
1º La decisión y el yo personal
2º La opción fundamental
Merece una atención especial la decisión vital que toma una persona en su vida y que
se llama “opción fundamental”. La opción fundamental es una decisión de la persona que
empeña y compromete todas las dimensiones de su personalidad, desde la sensación hasta la
más profunda del yo personal. Es la que está presente en la profesión religiosa, especialmente
en la perpetua.
⎯ Y es, por último, una decisión clarificadora de toda situación presente ambigua o
conflictiva. La opción fundamental, por proceder de la energía proyectiva de la per-
sona, ilumina los conflictos concretos que diariamente experimenta la personalidad
en su desarrollo normal.
c) Algunas consecuencias
⎯ En tercer lugar, para que una opción fundamental sea eficiente, se requiere una dis-
ciplina personal. La disciplina no solamente madura la personalidad, sino que per-
mite elegir en la vida lo más conveniente para la opción fundamental. La personali-
dad solamente puede alcanzar su unidad armónica en la medida en que está sometida
a una disciplina interna y externa.
Dios llama a toda la persona, durante toda su vida y para siempre. La opción funda-
mental por la vida consagrada abarca la persona entera y, en el tiempo, toda la historia per-
sonal del religioso. El compromiso opcional, realizado en un momento histórico concreto,
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ha de ser, por lo mismo, perpetuo. El problema está en discernir adecuadamente si esa lla-
mada existe, pues una vez descubierta con la certeza de la fe en Cristo que llama, el cristiano
debe responder de por vida a ella.
Si Dios llama a la persona totalmente tal y como ella es, quiere decir que todo lo que
ella es y tiene es vocación. Todos los dones de naturaleza y gracia, todas las cualidades
naturales y sobrenaturales, toda constitución, temperamento y carácter, todo es vocación. De
aquí se deduce que la fidelidad a la opción vocacional no hay que entenderla solamente en
el tiempo, sino en la intensidad con que se viven la propia fe y sus compromisos y se desa-
rrollan las cualidades personales. Una vida apática, humanamente pobre, es una infidelidad
a la vocación. Unos dones sin cultivar y sin desarrollar intensamente son, asimismo, una
infidelidad a la opción vocacional.
Por otra parte, mirando desde la persona, la opción, cuando es en verdad fundamen-
tal, es definitiva, pues no es ni más ni menos que el modo de realizarse plenamente, la manera
de llegar a ser lo que debe ser, el único modo de manifestar su propia identidad.
b) Fe y madurez humana
La opción hay que entenderla desde la fe y desde la madurez humana. Sin fe no tiene
sentido el carisma de la vida consagrada ni las opciones por vivir los votos, la vida comuni-
taria o la misión. Si para optar en decisiones fundamentales se exige un alto nivel de madurez
humana, para optar por la vida consagrada se necesita una seria y profunda maduración de
la fe personal. Por eso, la ruptura de la opción fundamental cuando una persona consagrada
abandona su vocación puede depender, en el fondo, de la falta de maduración humana y de
la falta o pérdida de la fe vocacional. Entre ambos elementos hay una mutua interrelación e
interacción.
c) Personalidad libre
d) La “temática existencial”
La temática existencia está constituida por el cuadro de valores que la persona desea
vivir y experimentar. El religioso o la religiosa que optan por la vida consagrada aceptan,
como temática de su existencia, los valores de la vida consagrada.
Una vez que la persona ha tomado la opción por la vida consagrada, hay que defen-
derla de su posible ruptura. La mejor garantía de su firmeza es que se haya tomado con la
debida seriedad y responsabilidad, después de un proceso de maduración humana y sobre-
natural.
Sin embargo, por muy firme que sea la decisión vocacional, es en definitiva una de-
cisión humana, tomada por una persona libre, que puede cambiar cuando quiera, y a la vez
condicionada, que puede cambiar cuando no quiera. No se puede ser ingenuo y confiar tanto
en las propias fuerzas que no se vea la posibilidad de romper lo que solemnemente se había
prometido. La experiencia de la vida nos enseña diariamente cuántos fallos y abandonos
vocacionales no nos los explicamos, pues proceden de personas que aparentemente, a lo
menos, se comportaban con firme coherencia y decisión.
b) Vida disciplinada
Hemos dicho antes que, para que una opción fundamental sea eficiente y produzca
los efectos deseados, se requiere una disciplina sobre todo interna. No entendemos la disci-
plina en relación a un orden externo, al que a veces se le ha dado un valor en sí mismo teórico
(el deber por el deber), minimista en los detalles e independiente de la totalidad de la persona.
El concepto de disciplina al que nos referimos va orientado y relacionado con las tendencia
integradas, establemente relacionadas y canalizadas a conseguir y conservar la perfecta ma-
durez de la persona.
A nivel general, por cuanto las actitudes son una “manera de ser”, están comprome-
tidas todas las funciones de la personalidad. Es el resultado de cómo la persona ha ido inte-
grando su cuerpo, su mundo afectivo y sexual, su mundo intelectual y volitivo, la dimensión
moral y espiritual. Las actitudes, como los hábitos, se adquieren a medida que el sujeto va
desplegando a lo largo de su historia las distintas dimensiones de su personalidad, constru-
yendo su “modo de ser”. En suma, las actitudes serían los “hábitos” que se han formado en
mi a lo largo de la vida (laborales, morales, religiosos, comportamentales, etc.).
de la orientación elegida para la propia vida, que luego se define y expresa en opciones
concretas.
La vida del hombre ha de ser valorada desde su opción fundamental ante Dios, adhi-
riéndose a él como sumo bien o rechazándole. Esta opción fundamental no se puede reducir
a una intención vacía de contenidos y compromisos bien determinados, o, en otras palabras,
a una intención aislada de un esfuerzo activo en relación con las diversas obligaciones de la
vida moral. El hombre, por el mero hecho de existir y desarrollarse, vive en la historia y
realiza la parte que le corresponde.
Por último, no podemos olvidar que la persona en la ejecución de sus actos, no siem-
pre estos responden a la parte más consciente de su yo. También interviene el “inconsciente”
como sistema psíquico en la ejecución de los actos. Es la persona “integral” el sujeto del
comportamiento moral. De ahí que habrá que valorar el nivel de responsabilidad moral de
cada acto. En qué medida son libres, conscientes y deliberados.
Si es cierto que las actitudes y los actos valen moralmente en tanto que estén infor-
mados por la opción fundamental, nos podemos preguntar:
- ¿Puede una sola actitud, es decir, un aspecto de la vida moral, comprometer ple-
namente la opción fundamental? Dependerá de la esencialidad de dicha actitud en la vida
moral. Una de las urgencias de la moral es hacer una exposición del conjunto de actitudes
éticas y jerarquizadas.