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TRANSFERENCIAS EN APOYO DEL DESARROLLO AGRÍCOLA Y RURAL

El alcance de las inversiones rurales puede ser ampliado mediante programas complementarios
de transferencias fiscales a los hogares rurales pobres. México ha sido más activo que la
mayoría de los países en desarrollo en ejecutar programas de transferencias fiscales a los
agricultores, primero adaptando el Plan McSharry de la Unión Europea (programa PROCAMPO,
que distribuía 100 dólares por hectárea a categorías específicas de fincas), y después a través de
las mencionadas transferencias directas a hogares rurales, condicionadas a la asistencia de los
niños a la escuela (programa PROGRESA). Estonia también adoptó una variante del Plan
McSharry para facilitar la transición agrícola hacia la economía de mercado.

Las transferencias a los hogares rurales pobres son una categoría de subsidios que se justifica por
razones de alivio de la pobreza (Capítulo 2); bien concebidas, pueden ayudar a los agricultores a
encaminarse al desarrollo autosostenido. Se trata, por ejemplo, de pagos para cubrir los costos de
la titulación de tierras (desembolsados una vez concluido el proceso de titulación) y vales que los
agricultores pobres pueden utilizar para adquirir insumos agrícolas y servicios de extensión, o para
participar en programas especializados de capacitación[1063].

Estas transferencias pueden ser consideradas instrumentos de la política agrícola, más que
programas de desarrollo rural per se; en cualquier caso, son complementarias a otras clases de
inversiones rurales. En el mundo existe una larga experiencia de transferencias a agricultores
pobres mediante entregas de ciertos insumos agrícolas en forma física, particularmente semillas,
herramientas y productos agroquímicos. Sin embargo, por lo general no se han dado los pasos
siguientes para potenciar la capacidad autónoma de las familias agrícolas pobres para seleccionar
sus insumos y obtenerlos en los canales normales del mercado.

Las transferencias directas facilitan la capitalización de los pequeños productores y pueden


representar intervenciones de política neutrales con respecto al patrón de cultivos. De
hecho, cuando los incentivos de las políticas vigentes están sesgados en favor de cultivos
sustitutivos de importaciones y en desmedro de los de exportación, las transferencias directas
tienden a reducir este sesgo y a compensar la falta de programas de incentivos a la exportación.
También, cuando los incentivos fiscales vigentes favorecen a las fincas grandes - como ocurre a
menudo - las transferencias directas tienden a mejorar ese sesgo, si se pone un límite superior a la
superficie beneficiada por finca.

Junto a programas de transferencias directas, los impuestos a la tierra basados en la superficie


(Capítulo 5) dan como resultado una tributación progresiva: del impuesto quedan exceptuadas las
primeras hectáreas y las transferencias directas se limitan a un número máximo de hectáreas
beneficiadas por finca. Los efectos se muestran esquemáticamente en la Figura 9.1, donde en el
eje horizontal el punto 'a' representa el área exceptuada de tributación, el punto 'b' representa el
límite superior del área beneficiada por las transferencias, y los agricultores con tierras mayores a
'c' son contribuyentes netos. Las fincas menores a 'c' son ganadores netos.
Figura 9.1 - Esquema de los efectos de las transferencias directas y del impuesto sobre la tierra

Entre los beneficios de los impuestos a la tierra cabe mencionar la simplicidad administrativa, pues
evitan las valoraciones catastrales (normalmente desactualizadas), y el incentivo a las inversiones
en las fincas. Pueden deducirse del impuesto a la renta; para la mayoría de los agricultores
substituirían de hecho al impuesto a la renta, que casi no se paga en las zonas rurales de los
países en desarrollo.

La combinación de impuestos a la tierra y transferencias directas permite que el sector cumpla sus
obligaciones fiscales y proporciona a las fincas de pequeña y mediana escala incentivos
productivos y mayores ingresos.

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