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UNIVERSIDAD NACIONAL DANIEL ALCIDES CARRIÓN

FACULTAD DE CIENCIAS AGROPECUARIAS


ESCUELA DE FORMACIÓN PROFESIONAL DE AGRONOMÍA

Reforma Agraria y Desarrollo Rural en el Perú


Delgado Espinoza, Jon Matías

La reforma agraria, iniciada por la junta militar de Juan Velasco Alvarado, fue el
capítulo final de un proceso que se desarrolló a lo largo del siglo XX. De hecho, desde
principios del siglo XX se ha planteado la necesidad de cambios profundos en las
condiciones económicas y sociales rurales, que se tradujeron en nuevas estructuras
agrarias.
En 1974, el gobierno militar promulgó la Ley de Comunidades Indígenas y
Fomento Agropecuario en Zonas de Selva Alta y Selva Baja para regular los derechos de
uso de la tierra en la Amazonía. El principal aporte de la Ley es el reconocimiento de la
titulación legal de los asentamientos indígenas sobre sus tierras. La Ley (20653) declara
las tierras públicas aborígenes inalienables, inviolables e indestructibles. Sin embargo,
solo reconoce los derechos territoriales de las comunidades indígenas, es decir, los
derechos territoriales de los asentamientos locales, no los derechos territoriales de los
pueblos indígenas que son pueblos aborígenes.
La reforma agraria sigue siendo un tema polémico ya que muchos beneficiarios y
víctimas siguen activos. Sus críticos destacan que la capitalización de la agricultura,
agricultura y ganadería ha retrocedido desde el punto de vista técnico, no resuelve el
problema de la pobreza rural generalizada, la falta de coherencia en el modelo económico,
por un lado, la tierra Por otro lado, las importaciones de alimentos subsidiados deprimen
los precios de los productos ofrecidos por los mismos beneficiarios de la reforma agraria.
Estos argumentos no necesariamente serán rechazados por los defensores de la reforma
agraria, quienes priorizan otros logros que puedan compensar los efectos adversos
descritos anteriormente, donde la reforma agraria es un acto de justicia redistributiva que
permite el acceso directo a la tierra para los propietarios tradicionales desplazados, el
mantenimiento del eje del poder, el orden semifeudal reaccionario y antimoderno,
relacionado con lo anterior, asestó el golpe final a las relaciones de esclavitud asociadas
a cientos de personas. decenas de miles de campesinos; contribuyó a la democratización
de la sociedad rural, posibilitando así la integración de millones de peruanos a la
comunidad política y ciudadana.
Aunque no puede esperarse una nueva reforma agraria en el país, dado que la que
se aplicó fue bastante radical y que hoy día no hay mucha tierra que redistribuir, es útil
rescatar las lecciones que pueden extraerse de ella algunas son obvias, sobre todo en
provecho de otras experiencias de reforma agraria que están seguramente por venir en
otros países. Durante la política aun no podían preverse todavía las consecuencias
negativas, pobremente planificada: los conflictos de los nuevos colonos con la población
asentada en las áreas supuestamente vacías; la depredación de los recursos naturales, la
expansión de cultivos destinados al uso ilegal, particularmente de la coca. El modelo
urbano-industrial fue paulatinamente abandonado luego del Gobierno Militar y
reemplazado por otro en el que el motor de la economía pasó a ser, como en tantas otras
ocasiones en la historia del país, el sector primario exportador. Se mantuvo el sesgo
urbano de las políticas agrarias, dada la mayor sensibilidad de los gobiernos a la presión
de la población urbana contra el alza del costo de vida que a la rural. Durante toda la
década de 1990 la tendencia de los precios de los productos agrícolas fue a la baja, en
beneficio de los consumidores, pero en perjuicio de los productores.
En cuanto a la modernización de la agricultura peruana tomó, pues, una senda
excluyente debido a que algunos programas menores de extensión agrícola y apoyo a la
comercialización, fue suprimido a inicios de 1990 y no se lo reemplazó por la iniciativa
privada. Los campesinos que mantienen una agricultura de subsistencia han sido
marginados de toda pretensión de desarrollo, y se los ha convertido en objeto de los
llamados programas sociales.
La reforma agraria en Perú fue radical en términos de redistribución de la tierra,
pero no fue una condición suficiente para el desarrollo rural. La reforma agraria ya no es
un tema de la agenda política y social del Perú. El fracaso de la Corporación Cooperativa
de Producción Agropecuaria (CAP) y la Corporación Agrícola de Interés Social (SAIS)
y su subsiguiente división de unidades familiares consolidaron un campo con una gran
mayoría de pequeños agricultores. Sin embargo, el Estado no ha realizado esfuerzos
significativos para que sea viable en el contexto de la liberalización del mercado. Por el
contrario, las políticas neoliberales apuntan a estimular la necesidad de inversión en la
agricultura, lo que no es posible no solo en pequeñas escalas sino también en la mayoría
de las escalas medianas, y la producción directa a los mercados externos. Ello ha
estimulado también una concentración, todavía moderada, de la propiedad de la tierra,
particularmente en la costa, así como una concentración de la inversión. Hay un nuevo
proceso de consolidación polarizado basado en la combinación de tierra y capital. Si bien
lo anterior ocurre principalmente en las zonas costeras, en otras regiones selváticas y
montañosas, una parte importante del gasto público se utiliza principalmente para aliviar
la pobreza a través de transferencias, en lugar de contribuir a la implementación de
estrategias de desarrollo rural. Contribuirá a consolidar la enorme distancia en el
desarrollo socioeconómico entre regiones.
Una gran parte de los problemas de la tierra en el Perú actual tiene más que ver
con las amenazas a los derechos de las poblaciones rurales pobres sobre los recursos que
con problemas de redistribución. Las tierras comunales están amenazadas por los
denuncios de grandes empresas mineras y por las externalidades ambientales negativas;
las de las poblaciones nativas, por intereses madereros, petroleros y mineros, pero
también por inmigrantes en busca, ellos mismos, de mejorar su suerte; las de los pequeños
agricultores, por las reglas implacables de un mercado en el que están involucrados en
inferioridad de condiciones. En este contexto, el desarrollo rural es un objetivo
inalcanzable.

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