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DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO INTERREGIONAL DE

PSICOANÁLISIS DE LA API

TABLA DE CONTENIDO

AMAE .................................................................................................................................... 2
CONFLICTO ..................................................................................................................... 15
CONTENCIÓN: CONTINENTE-CONTENIDO ...................................................... 73
CONTRATRANSFERENCIA ....................................................................................... 87
ENACTMENT ................................................................................................................ 121
ENCUADRE, (EL PSICOANALÍTICO) .................................................................. 143
EL INCONSCIENTE .................................................................................................... 166
INTERSUBJETIVIDAD .............................................................................................. 255
SÍ MISMO (SELF) ......................................................................................................... 340
NACHTRÄGLICHKEIT ............................................................................................. 424
PSICOLOGÍA DEL YO ............................................................................................... 463
TEORÍA DE LA COMUNICACIÓN ........................................................................ 562
TEORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES .................................................. 574
TRANSFERENCIA ....................................................................................................... 668
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AMAE
Entrada tri-regional
Consultores interregionales: Takayuki Kinugasa (América del Norte),
Elias M. da Rocha Barros (América Latina) y Arne Jemstedt (Europa)
Copresidenta y coordinadora interregional:
Eva D. Papiasvili (América del Norte)

I. DEFINICIÓN INTRODUCTORIA

Amae es una palabra japonesa de uso común. Es la forma nominal de amaeru,


un verbo. Ambas palabras derivan de un adjetivo, amai, que significa “sabor dulce”.
Amaeru es la combinación de un verbo, eru, que significa “conseguir” u “obtener”, y
amai. Por lo tanto, el significado original de amaeru es, literalmente, “conseguir
dulzura”. En el lenguaje común, amaeru se utiliza para describir un comportamiento
infantil y dependiente que busca una gratificación, es decir, obtener lo que se desea:
ya sea afecto, cercanía física, apoyo emocional o la concesión de un deseo. Es un
comportamiento que suplica ser complacido e implica cierta cercanía familiar o
íntima. Por lo general, se da cuando un bebé o un niño trata de inducir cariñosamente
a una figura materna o cuidador para conseguir lo que desea.
Sin embargo, en las relaciones interpersonales japonesas, los comportamientos
amae y amaeru son reproducidos fuera del entorno familiar y más allá de la infancia.
Este tipo de relación puede desarrollarse con amistades cercanas, en la intimidad de
una relación de pareja, con otros miembros de la familia o en pequeños grupos como
compañeros de clase o un equipo. También se reproduce en relaciones de poder,
cuando una persona tiene más autoridad que la otra, como, por ejemplo, entre un
profesor y un alumno, un jefe y un subordinado, o entre compañeros que ocupan
diferentes cargos en el trabajo. La percepción del fenómeno de amae cambia según la
naturaleza de la relación interpersonal: es un comportamiento generalmente aceptado
en una relación de pareja, puesto que puede significar que la relación es fuerte y
sólida, pero, por otro lado, también puede percibirse de forma negativa, como un
indicador de la inmadurez de la persona, de su autocomplacencia y sentido de
merecimiento, o falta de conciencia social y sentido común.
En el Comprehensive Dictionary of Psychoanalysis [Diccionario general del
psicoanálisis] del psicoanalista norteamericano, Salman Akhtar (2009), amae se
define como un “término japonés que denota una interacción intermitente, recurrente
y modelada culturalmente, en que las reglas habituales del decoro y la formalidad
quedan suspendidas, facilitando el apoyo afectivo del yo entre las personas.” (p.12)

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Esta definición se basa en la definición del término de Takeo Doi (1971/73) que, a su
vez, Daniel Freeman (1998) amplió desde la escuela psicológica del yo, cuando
afirmó que se trata de una “regresión mutua e interactiva al servicio del yo, que
satisface y contribuye al crecimiento y desarrollo intrapsíquico de ambos
participantes.” (Freeman, 1998, p.47) Los editores del Japanese Dictionary of
Psychoanalysis [Diccionario japonés del psicoanálisis] (Okonogi, K., Kitayama, O.,
Ushijima, S., Kano, R., Kinugasa et al., 2002) también se basan en la definición de
Doi y señalan las complejidades de esta dependencia emocional originada en la fase
pre-verbal contenida en los fundamentos dinámicos de amae.
Ningún diccionario o glosario conocido en ninguno de los idiomas de la API
de Europa o América Latina contiene una entrada para amae, de manera que, al
menos hasta ahora, el término sigue siendo desconocido por el público psicoanalítico
general. Esta entrada desarrolla y expande la información encontrada en todas las
fuentes mencionadas anteriormente.

II. DESARROLLO DEL CONCEPTO

Takeo Doi introdujo el concepto de amae como un fenómeno psicológico en


su libro de 1971, La anatomía de la dependencia, traducido en 1973 para el público
occidental. Doi describió una gran variedad de comportamientos amae en las
interacciones sociales y clínicas japonesas y anticipó la importancia que tiene el
concepto para entender la psicología japonesa. Tradujo amae como una “dependencia
o dependencia emocional” (1973) y definió amaeru como el acto de “suponer y
depender de la benevolencia de otros” (1973). Doi considera que amae indica una
“impotencia y el deseo de ser amado” y es la expresión de la “necesidad de ser
amado”, cosa que denota ciertas necesidades de dependencia. Señala que el prototipo
psicológico de amae se encuentra en la psicología del niño en su relación con la
madre, no en el recién nacido, sino en el niño que ya se ha dado cuenta de que su
madre existe independientemente de sí mismo (Doi, 1973). En una publicación
posterior, Doi (1989) argumenta la formulación dinámica de amae:
“Otra cosa importante del concepto de amae es que, aunque principalmente
indique un estado de ánimo satisfecho, ya que la necesidad de amor de una
persona es correspondida por el amor del otro, también puede hacer referencia
a esa necesidad de amor en sí misma porque el individuo no siempre puede
contar con el amor del otro, o no tanto como desearía. Por esta razón, el estado
de frustración de amae, cuyas fases pueden describirse con varias palabras
japonesas, también puede describirse con el término amae. De hecho, esto
ocurre a menudo porque es más corriente sentir amae como un deseo frustrado
que como un deseo satisfecho. Según este enfoque, podemos hablar de dos

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tipos de amae: uno primitivo que confía en un recipiente dispuesto a recibirle,


y uno perturbado que no está seguro de si ese recipiente existe. El primer tipo
es infantil, inocente e intranquilo; el segundo es inmaduro, obstinado y
exigente; en otras palabras, podríamos decir que hay un amae bueno y otro
malo…” (Doi, 1989, p.249).
Las ideas de Doi sobre el concepto de amae, es decir, la dependencia
emocional y su particular relación con la psicología japonesa, fueron recibidas con
entusiasmo pero también con escepticismo por la crítica. El concepto engendró
debates en torno a cuestiones como ¿cómo debe entenderse la especificidad de la
psicología japonesa?, ¿acaso Doi propone que el carácter japonés es esencialmente
dependiente?, ¿cómo se relaciona el concepto de amae con las teorías y prácticas
psicológicas y psicoanalíticas existentes?, ¿cómo se relaciona amae con la
comprensión del desarrollo humano universal?, ¿cómo contribuye el concepto de
amae al desarrollo de la teoría y práctica psicoanalista?

III. PERSPECTIVAS SOCIOCULTURALES

Erik Erikson (1950) señaló que distintas influencias sociales y culturales dan
lugar a distintos modos de adaptación en el proceso de crecimiento y desarrollo
psicológico. Amplió las fases del desarrollo psicosexual que Freud había basado en la
biología humana, para incluir fases psicosociales del desarrollo que van más allá de la
resolución edípica y abarcan todo el ciclo de la vida. El concepto de amae de Doi y su
importancia para entender la naturaleza de la psicología japonesa también puede
analizarse desde este punto de vista.
Son muchos los científicos sociales y observadores transculturales que han
estudiado la particularidad de la sociedad japonesa y sus adaptaciones psicológicas. El
concepto de amae de Doi, sin embargo, añade otra dimensión a este discurso. Algunas
características importantes relacionadas con la especificidad de la sociedad y cultura
japonesa incluyen:
1. Relaciones sociales organizadas jerárquicamente;
2. Orientación grupal por encima de la diferenciación individual;
3. Separación entre las relaciones privadas y públicas, internas y externas,
reflejada en la forma de pensar, sentir y actuar;
4. Énfasis en la vergüenza (generada por juicios externos) y la culpa
(expresión de juicios internos);
5. Evitar conflictos y el valor de la armonía;
6. Conducta parental indulgente, atenta y permisiva durante la niñez y los
primeros años de la infancia, seguido de una asignación de roles sociales

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cada vez más restrictivos y un control del comportamiento en los años


posteriores.
La naturaleza vertical y jerárquica de la mayoría de las relaciones japonesas es
omnipresente. De hecho, el fenómeno es ampliamente aceptado y ha sido estudiado
por antropólogos culturales como Ruth Benedict (1946) y el historiador Edwin O.
Reischauer (1977), y articulado con más precisión por Chie Nakane, la antropóloga
japonesa más reconocida fuera de Japón (1970). Las características mencionadas
anteriormente se encuentran conectadas y entrelazadas con el concepto de amae y son
la consecuencia cultural y psicológica de cuatro siglos de sistema feudal, con una
estratificación muy rígida de la clase política y socioeconómica. La modernización no
llegó a Japón hasta finales del siglo XIX con la influencia de occidente, y se aceleró
después de la Segunda Guerra Mundial con la creación de nuevas instituciones
democráticas del gobierno y cambios sociales significativos en la vida pública con
respecto a la política, la economía y la tecnología. Sin embargo, en la psicología
japonesa contemporánea, aunque sea en un segundo plano, prevalecen los valores y
características de la cultura tradicional. Reischauer (1977) señala la capacidad de los
japoneses de adaptarse al cambio y examina las muchas similitudes humanas que
existen entre oriente y occidente. Dean C. Barlund (1975), en un análisis cultural
comparativo entre los Estados Unidos y Japón sobre el apego a los valores culturales
transmitidos como normativos en una sociedad, se refiere a amae como aquello que
representa el “inconsciente cultural”.
La práctica de la crianza del niño es crucial para entender amae desde este
punto de vista, puesto que proporciona una cercanía física contante y un
comportamiento atento, indulgente y empático por parte de la madre y otros
cuidadores del entorno del niño. Debido al espacio limitado de la isla, la proximidad
de otras personas y la necesidad de vivir en la vecindad es una condición de la vida en
Japón. Esto no sólo vale para la familia, sino que también incluye a los vecinos y la
comunidad circundante, cuyos miembros le son presentados al niño desde muy
temprano. A un adulto de la vecindad se le llama oji-san, tío, o oba-san, tía, y los
niños mayores son llamados onei-san, hermana mayor, o onii-san, hermano mayor.
Todos ellos son potenciales cuidadores del niño, cosa que le aporta una sensación de
seguridad por el hecho de pertenecer a un grupo. Alan Roland (1991) contrastó el
concepto de “yo familiar” que predomina en la psique japonesa, conectado a las
sutiles relaciones jerárquicas emocionales de la familia y el grupo, con el “yo
individualizado” occidental. Reischauer (1977) observa que los japoneses no están tan
apegados a la familia como tal, sino a los grupos que los rodean. Esto, de hecho,
podría sugerir un “yo grupal” que el niño identifica e internaliza desde muy temprano.
La celebración del ritual tradicional japonés, Hichi-Go-San, ilustra muy bien
esta dinámica. Se celebra a los niños de edades de 2 a 3, 4 a 5 y 6 a 7 años
vistiéndolos con trajes tradicionales y llevándolos al templo local de la comunidad.
Durante la celebración colectiva, se les regalan dulces y juguetes para marcar el
pasaje de la infancia.

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IV. IMPLICACIONES PSICOANALÍTICAS DEL CONCEPTO AMAE

Como se señaló anteriormente, a pesar de que Doi presentara una reflexión


muy precisa del fenómeno amae en los japoneses y las interacciones clínicas, sus
primeras definiciones del concepto como una “necesidad de dependencia en la
indefensión” y un “deseo de ser amado” (1973) desencadenaron muchos debates
teóricos y clínicos. En el desarrollo, amae precede a la adquisición del lenguaje. Por
ejemplo, cuando un bebé expresa abiertamente sus deseos por la madre los japoneses
dicen: “Este niño ya es emocionalmente dependiente (amaeru)”. La persistencia de
este deseo por la presencia de la madre hace que esta configuración emocional se
sitúe, consciente e inconscientemente, en el centro de la vida emocional del niño. Esto
se puede comparar a lo que dijo Freud acerca del concepto de “sexualidad”, exclusivo
del psicoanálisis: “Empleamos la palabra sexualität [‘sexualidad’] en el mismo
sentido amplio en que la lengua alemana usa el vocablo lieben [‘amar’]” (Freud, 1910
[p.223]). En este sentido, aunque el idioma japonés no tenga palabras que se
correspondan con “lieben” o “amor”, los japoneses también piensan en el complejo de
Edipo, es decir, en el momento en que el amor y el sexo se entrelazan. De la misma
manera, se puede entender “amae” como el fenómeno responsable de crear la
corriente principal de la vida emocional que nos acompaña a lo largo de nuestra vida
antes de la aparición del complejo de Edipo, incluso fuera de Japón, donde la palabra
“amae” todavía no existe. Mientras que amae es un concepto verbal como el amor, a
diferencia del amor, se caracteriza por el hecho de no contener “sexualidad” en sí
mismo. Además, se piensa que los elementos de amae se encuentran en varios estados
psíquicos destacados por su ambivalencia. Si este fuera el caso, podría resultar útil
comparar amae con varios conceptos psicoanalíticos conocidos.
Freud afirmó que el amor tenía dos corrientes, la corriente tierna y la sensual:
“De esas dos corrientes, la tierna es la más antigua. Proviene de la primera infancia,
se ha formado sobre la base de los intereses de la pulsión de autoconservación y se
dirige a las personas que integran la familia y a las que tienen a su cargo la crianza del
niño…” (Freud, 1912, p.180 [p.174]). Esto se corresponde con los fundamentos
instintivos de autoconservación de amae. La corriente tierna que se le deriva fue más
tarde absorbida por el concepto de narcisismo (Freud, 1914). Con respecto a esto,
Freud escribió que, aunque el narcisismo primario no puede confirmarse en la
observación directa, puede deducirse de “la actitud de padres tiernos hacia sus hijos
[…] como renacimiento y reproducción del narcisismo propio, que ha mucho
abandonado.” (Freud, 1914, pp.90, 91) Aunque más tarde Freud (1930) rechaza su
concepción del instinto de autoconservación y llega a la conclusión de que la ternura
es una manifestación de Eros (pulsión sexual) cuyo objetivo original es reprimido,
Doi propone que amae hace referencia al instinto de autoconservación que
encontramos en la primera teoría del instinto de Freud y, por tanto, define amae como
una necesidad de dependencia derivada de los instintos.

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Además, Freud (1912) entendió la identificación como la expresión más


temprana de un vínculo emocional con otra persona, que es ambivalente desde el
principio. A partir de esta definición, se puede relacionar la identificación de Freud
con las propiedades identificativas y ambivalentes que subyacen a amae.
Al elaborar el concepto dentro de la matriz relacional de objetos, Doi (1989,
p.350) reiteró que amae es un objeto-relacional desde el principio. Si bien quizás no
se corresponda del todo con el concepto de narcisismo primario de Freud, “encaja
muy bien con cualquier estado mental que pueda llamarse narcisista.” (ibíd., p.350)
En este sentido, las propiedades narcisistas de amae subyacen a un amae “perturbado”
que se expresa con infantilismo, obstinación y exigencia. “En la misma línea”, escribe
Doi (1989), “una nueva conceptualización de ‘objeto del sí mismo’, definido por
Kohut como ‘esos objetos arcaicos catectizados con libido narcisista’ (1971, p.3), será
mucho más fácil de comprender con la psicología amae, puesto que la ‘libido
narcisista’ no es más que un amae perturbado.” (Doi, 1989, p.351) En este sentido, los
analistas japoneses piensan que el concepto de Kohut de las “necesidades de objeto
del sí mismo” (Kohut, 1971) es casi equivalente al de amae. Por otro lado, puede ser
relevante la observación de Balint de que “en la fase final del tratamiento, el paciente
empieza a expresar sus deseos instintivos olvidados desde hace mucho tiempo y a
exigir su gratificación de su entorno” (Balint, 1936/1965, p.181), porque “el amae
primitivo solamente se manifestará cuando el análisis haya permitido una elaboración
de las defensas narcisistas.” (Doi, 1989, p.350)
Aunque Balint base sus ideas en las teorías de Freud y Ferenczi, sus conceptos
de “objeto de amor pasivo” (1936/1965) y el de amor primario son más cercanos al
concepto de “amae”. Balint señaló que las lenguas indoeuropeas no hacen una
distinción clara entre los dos tipos de amor de objeto, el activo y el pasivo. Si bien el
objetivo acostumbra a ser pasivo (ser amado), si el niño recibe suficiente amor y
aceptación de su entorno como para mitigar sus frustraciones, puede acabar
desarrollando el “amor activo” con el objetivo de recibirlo (es decir, la configuración
“amor de objeto activo”). En términos clínicos, de hecho, existe un vínculo entre el
amae primitivo y el término de Balint de “regresión benigna”, y entre el “amae
perturbado” y su término “regresión maligna”.
Aunque Fairbairn (1952) valoró el factor de la dependencia en el desarrollo
primario, no adoptó la idea de las necesidades de dependencia dentro de su sistema de
relaciones de objeto. Los conceptos de Klein de envidia (higami/ictericia) e
identificación proyectiva (1957) pueden entenderse como un amae distorsionado,
aunque compartan el mismo objeto con él. Muchos analistas japoneses creen que Bion
(1961) “predijo” el amae de Doi en el contexto de las dinámicas de grupo, y es que
Bion propuso que existe un sentimiento de seguridad en cada uno de los estados
emocionales asociados con las tres fantasías grupales básicas: la dependencia, la
lucha-huida y el emparejamiento. Asimismo, los conceptos de “continente” y
“contenido” de Bion, así como el “sostenimiento” de Winnicott, la “buena
adaptación” de Hartmann y la “interafectividad” de Stern reflejan una similitud

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conceptual con el concepto de amae, al mismo tiempo que reflexionan sobre la


dependencia pre-adaptada del niño hacia sus padres, muy relevante clínicamente para
entender la matriz intersubjetiva de la transferencia-contratransferencia dentro del
proceso psicoanalítico.

V. OTRAS PERSPECTIVAS DEL DESARROLLO PSICOANALÍTICO

Desde una perspectiva dinámica del desarrollo, es importante destacar que Doi
(1971) entiende que amae se origina en la relación del bebé con su madre, no cuando
es un recién nacido, sino cuando se da cuenta de que la madre existe de forma
independiente y entiende que es una fuente indispensable de satisfacción. Esto sugiere
que amae surge en una fase del desarrollo en que la diferenciación del yo, como por
ejemplo la cognición, el juicio y la identificación ya ocupan un lugar en la psique y ya
existe la constancia del objeto. Esto implica que la fase de separación-individuación
de Mahler ya ha empezado, después de que la fase simbiótica y la subfase de
entrenamiento hayan sido superadas con éxito. La madre existe como un ser separado,
y el niño ya ha internalizado su indulgencia benigna.
Si es así, esto significa que también está emergiendo la estructura psíquica del
superyó. Las prácticas de crianza japonesas parecen defender este punto de vista.
Disponer de una atención maternal abundante, con una capacidad de reacción no
verbal, empática y física, así como una cercanía emocional aseguran la superación de
la fase simbiótica y el paso a la fase de separación-individuación del desarrollo del
niño. En los últimos años, los avances en investigación infantil (Stern, 1985) y
psicología del sí mismo defienden esta práctica parental para promover el crecimiento
que conduce a obtener un sentido de seguridad del sí mismo.
En el resumen esquemático del desarrollo de Gertrude y Rubin Blank (1994),
podemos ver que amae surge en el proceso de neutralización de la pulsión agresiva y
sirve para realizar el proceso de separación-individuación. Con un buen
entrenamiento del uso adecuado del baño y la capacidad de controlar las funciones
fisiológicas y las expresiones individuales de asertividad fálica, se irá moderando la
pulsión agresiva y desarrollando el superyó. Por otro lado, Reischauer (1977) observa
que, a diferencia de este escenario típico occidental, el entrenamiento para ir al baño y
la disciplina conductual de los niños japoneses se lleva a cabo con una atención
constante y cuidadosa, a través de ejemplos y recordatorios. Estos métodos
promueven la identificación del niño con sus cuidadores, moderan la pulsión agresiva
y sirven para que el niño renuncie a sus necesidades individuales en beneficio de una
adaptación a las expectativas externas, llegando a la formación del superyó, pero por
un camino distinto. No obstante, no es fácil tener que adaptarse a las reglas y roles
externos, así como a unas exigencias de armonía y obediencia cada vez más

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complejas y restrictivas. Todo ello causa un estrés considerable en la psique, aún


frágil, del individuo. La vergüenza por el juicio externo y la amenaza de la retirada de
una conexión amorosa podrían utilizarse para impulsar el cumplimiento de las
exigencias del superyó, haciendo que éste renuncie a las necesidades individuales del
niño.
En medio de estas negociaciones conflictivas entre las exigencias del superyó
y el ello, puede darse una regresión a la fase reconciliadora en que el niño busca la
tranquilidad materna y simbiótica antes de seguir avanzando por un camino individual
y separado. Tanto Akhtar (2009) como Freeman (1998) describen el aspecto de
reabastecimiento emocional de la función de amae. Freeman observa que amae es un
deseo temporal e intermitente, y lo prueba haciendo hincapié en el beneficio mutuo de
la interacción amae. En esta reciprocidad de la interacción amae, también debería
entenderse que la parte “dependiente” puede iniciar amae en beneficio de la otra
parte. Por ejemplo, el destinatario de amae podría sentir, consciente o
inconscientemente, una necesidad ansiosa de ser tranquilizado por el niño porque
puede experimentar la necesidad de separación del niño como un rechazo; amae
también puede satisfacer la necesidad de un jefe inseguro de sentir poder sobre un
subordinado complaciente, o la necesidad de un padre anciano de sentir que su hijo/a
maduro/a lo valora. En realidad, a veces, el comportamiento amae “amistoso” podría
camuflar una exigencia agresiva desafiante, que se expresa de forma apropiadamente
dependiente, lo que correspondería a lo que Doi (1989) llama un “amae negativo o
perturbado”.
Aunque en la definición original de amae como el “deseo impotente de ser
amado” Doi (1971, 1973) enfatiza la pasividad del concepto, esta dimensión pasiva
tiene su propia complejidad. Así como Doi (1971, 1973, 1989) y Balint (1935/1965;
1998) entienden que amae es una lucha primaria fisiológica o una necesidad primaria
y un deseo de amor, Betherlard y Young-Bruehl (1998) consideran amae como la
expectativa de ser amado de forma indulgente, lo que ellos llaman estimación, algo
instintivo que surge al nacer. Betherlard y Young-Bruehl, como hizo Doi
anteriormente, proponen una revisión de la hipótesis de autoconservación del yo
instintivo con respecto a amae. Las investigaciones más recientes en psicología
infantil indican que el niño tiene mayor capacidad de compromiso de lo esperado, por
lo que convendría revisar el espectro “pasivo-agresivo” de amae. En el contexto de
amae, esta actividad observada en el comportamiento, como en los estudios del
vínculo afectivo de Bowlby (1971), refleja una experiencia interna de la que el
vínculo afectivo es su manifestación conductual (Doi, 1989). Podríamos plantear la
hipótesis de que, psicoanalíticamente, amae es un concepto estratificado, que describe
una lucha instintiva/afectiva activa para recibir el amor pasivamente, para ser
complacido.
Una alternativa a la definición de amae de Doi como “pulsión-deseo” (1971),
consistiría en reformular la definición de amae como una forma específica de defensa,
especialmente predominante en la psicología japonesa, aunque también exista en otros

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lugares, de oriente y occidente. Podemos, entonces, entender amae como una


operación defensiva del yo, una “atracción por la indulgencia y la permisividad”, que
media entre las exigencias del superyó y las exigencias del ello, o los deseos
individuales dondequiera que estén ubicados en el ciclo del desarrollo. Esta forma de
defensa del yo tal vez sea necesaria para la adaptación a una sociedad estricta, que
exige una conformidad inflexible del superyó. El orden relacional jerárquico y la
orientación grupal, con estricta observancia de las reglas, los roles y las conductas,
donde los pensamientos privados y las emociones tienen que mantenerse en secreto, y
donde los conflictos se resuelven por la vergüenza, parecen ser una forma de hacer
frente al superyó que se originó en la sociedad feudal. Para funcionar con estas
exigencias rígidas y rigurosas del superyó, amae confía en la comunicación
emocional no verbal y las respuestas empáticas, y en la “dulce” comprensión de la
“permisividad” – “indulgencia” – como defensa necesaria contra la pulsión agresiva o
la ansiedad de la pérdida potencial del objeto. La mediación del yo de amae crea un
espacio para la vida emocional privada de la persona, al mismo tiempo que abre
algunas vías de expresión de las pulsiones humanas individuales, ya sean libidinales o
agresivas. Amae está enraizado en la identificación con las experiencias pre-verbales
de un cuidador indulgente con la capacidad de sentir las necesidades y deseos
emocionales del niño, a los que responde con una empatía similar a la del concepto de
Winnicott de “preocupación materna primaria”, que caracteriza a “la madre corriente
y devota”. En este contexto, la diferenciación que hace Winnicott entre el entorno-
madre que proporciona una relación con el yo (sostenimiento, ternura, empatía) y el
objeto-madre hacia el que se dirigen los impulsos/pulsiones del ello, puede
representar una interpretación posterior, desde el punto de vista de las relaciones de
objeto, de la división que hizo Freud entre las corrientes tiernas y sensuales del amor.
Los comportamientos amae y amaeru pueden sumarse a una gran variedad de
operaciones defensivas tales como la represión, la regresión y regresión parcial, la
anulación retroactiva, la formación reactiva, el “secreto mutuo” o incluso ser un
camino hacia la sublimación.
Esta estructura de defensa adaptativa también implica que la noción de
“reciprocidad” está vinculada con amae desde el punto de vista relacional,
transferencial y del desarrollo. También podrían ser aplicables conceptos como el de
Hartmann (1958) de la adaptación recíproca del bebé y la madre, la idea de Winnicott
(1965) de un “entorno sostenedor”, el concepto de “continente/contenido” de Bion
(1962), el “objeto del sí mismo” de Kohut (1971) y la “interafectividad” de Stern
(1985). Los comportamientos amae pueden mantenerse activos durante toda la vida,
siempre y cuando los deseos y necesidades del individuo se hallen en conflicto con las
restricciones del superyó cultural.

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VI. CONCLUSIÓN

En conclusión, las conductas y actitudes amae no pueden considerarse


simplemente una expresión de las necesidades de dependencia. Es aconsejable
entenderlas como permutaciones contextuales complejas de los deseos y las pulsiones,
así como de las configuraciones defensivas. Esta perspectiva más compleja es
relevante para entender las interacciones transferenciales. La aparición de amae en la
díada clínica puede indicar una transferencia positiva de mayor confianza y
honestidad con el analista, que puede ser ventajosa para la alianza clínica. Doi (1989)
asume, de hecho, que no importa cuál sea el motivo consciente que induzca al
paciente a buscar tratamiento psicoanalítico, el motivo inconsciente es amae y, con el
tiempo, acaba convirtiéndose en el núcleo de la transferencia. Sin embargo, los
analistas deben ser conscientes de la naturaleza jerárquica de la transferencia,
especialmente en la situación clínica japonesa (y, por extensión, en cualquier
encuadre psicoanalítico), y mostrarse sensibles y en sintonía con la comunicación no
verbal o indirecta del amae “positivo” y “negativo”, especialmente si éstos se
conceptualizan como necesidades primarias, luchas instintivas, procesos de defensa o
una compleja configuración dinámica del desarrollo de todo lo anterior. Del mismo
modo, la orientación grupal de los pacientes japoneses no puede entenderse
simplemente como una falta de límites o individuación, como podría presentarse de
forma simplificada en la cultura occidental.
Aunque debamos el descubrimiento del concepto de amae a las
especificidades del contexto japonés, hemos visto que se puede discernir en distintos
grados en todas las culturas. Dentro de un contexto psicológico grupal, aunque de
forma compleja, se relaciona con las necesidades individuales de vivir y pertenecer a
un grupo determinado. Desde el punto de vista del desarrollo y la clínica, mientras
que se perciben ecos de un reabastecimiento, contención y sostenimiento materno
temprano, la dinámica interactiva interna de amae abarca toda la vida del individuo
(Doi, 1989; Freeman, 1998).
La contribución importantísima de Doi sobre el concepto de amae debe
apreciarse desde el punto de vista del desarrollo y la clínica como un concepto
japonés de alcance global, que enriquece la teoría y la sensibilidad clínica más allá de
las fronteras geográficas, la cultura psicoanalítica y las condiciones individuales.

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REFERENCIAS

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Akhtar, S, ed. (2009). Comprehensive Dictionary of Psychoanalysis. London:
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Balint, M (1935/1965). Critical notes on the theory of pregenital organizations of the
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Balint, M (1936). The Final Goal of Psycho-Analytic Treatment. Int. J. Psycho-Anal.,


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Balint, M (1968). The Basic Fault: The Therapeutic Aspects of Regression. London,
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Consultores regionales y colaboradores:

Norte América:
Coescrito por Takayuki Kinugasa, M.D. con la colaboración de los miembros de
Sociedad Psicoanalítica de Japón, Nobuko Meaders, LCSW, Linda A. Mayers, PhD, y
Eva D. Papiasvili, PhD, ABPP

Europa:
Revisado por Arne Jemstedt, MD, y los asesores europeos

América Latina:
Revisado por Elias M. da Rocha Barros, Dipl. Psych., y los asesores latinoamericanos

Copresidenta de coordinación interregional: Eva D. Papiasvili, PhD, ABPP

Asistencia editorial especializada adicional: Jessie Suzuki, M.Sc.

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Traducción: Jèssica Pujol Duran

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CONFLICTO
Entrada tri-regional
Consultores interregionales: Christine Diercks (Europa),
Daniel Traub-Werner (América del Norte) y Héctor Cothros (América Latina)
Copresidenta y coordinadora interregional: Eva D. Papiasvili

“…de esta antítesis surge nuestra vida psíquica.”


(Freud, Carta a W. Fliess del 9 de febrero de 1899; en Freud, S. 1886-1899, p. 278).

I. INTRODUCCIÓN Y DEFINICIÓN

Freud fundó el psicoanálisis sobre la base del conflicto psíquico, es decir,


sobre una comprensión del funcionamiento de la mente humana como una interacción
de fuerzas y tendencias opuestas. El psicoanálisis pone especial atención a los efectos
de los conflictos inconscientes, entendidos como interacciones entre fuerzas que el
individuo desconoce. En un conflicto se enfrentan deseos, sentimientos, necesidades,
intereses, ideas y valores opuestos. Según la teoría psicoanalítica, el conflicto es
primordial para la dinámica de la mente humana y, desde el punto de vista del
psicoanálisis clásico, viene impulsado por la energía (pulsión) instintiva y está
mediado por fantasías afectivamente catectizadas. Todos los procesos mentales se
basan en la interacción de fuerzas psíquicas conflictivas que, a su vez, mantienen
interacciones complejas con estímulos externos.
El principal objeto de estudio del psicoanálisis es el aspecto inconsciente y
latente del conflicto psíquico que, en última instancia, se basa en los deseos infantiles
reprimidos. Los contenidos inconscientes resurgen adoptando formas distorsionadas
como en los sueños, lapsus (o parapraxis), síntomas y forma de manifestaciones
culturales.
Para Freud, el principal conflicto del psicoanálisis es el conflicto edípico. La
disputa entre el deseo infantil y la prohibición es constitutiva de la dinámica de la vida
psíquica y sus manifestaciones. Además de sus cualidades dinámicas, el conflicto
también tiene varios componentes metapsicológicos: topográficos (consciente,
preconsciente e inconsciente), económicos (sobreestimulación sensorial, realidad y
principio del placer), genéticos (según el desarrollo de las funciones del yo) y
estructurales (conflictos entre el yo, el superyó y el ello). Además, el conflicto edípico
se establece dentro de la teoría dual de los instintos / pulsiones (instinto sexual /
instinto de autoconservación, libido del yo / libido hacia el objeto, instinto de vida /
instinto de muerte).

15
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Las conceptualizaciones formuladas por los teóricos de las relaciones de


objeto amplían la palestra donde se desarrollan estos conflictos, puesto que se centran
en el carácter (internalizado) de las relaciones del yo mismo y el objeto. La cuestión
de si un conflicto accesible al pensamiento consciente puede procesarse o bien tiene
que reprimirse, dependerá de la potencia de las fuerzas instintivas (pulsiones)
involucradas, de la capacidad mental del individuo de hacerles frente y de las
condiciones ambientales.
La extrapolación y ampliación de los diccionarios y artículos contemporáneos
de América del Norte, Europa y América Latina (Akhtar, 2009; Auchincloss and
Samberg, 2012; Laplanche y Pontalis, 1973; Skelton, 2006; Borensztejn, 2014) sobre
los conflictos (inconscientes) ha dado lugar a la siguiente conceptualización binaria:
1. Conflictos externos vs. internos / intrapsíquicos: los primeros hacen referencia
a los conflictos entre el individuo y su entorno, mientras que los segundos se
refieren a los de su propia psique;
2. Conflictos externalizados vs. internalizados: los primeros hacen referencia a
los conflictos internos que han sido trasladados a la realidad externa, y los
segundos a los problemas psíquicos causados por la incorporación de
constricciones ambientales que se oponen a los deseos y anhelos del
individuo;
3. Conflictos del desarrollo vs. conflictos anacrónicos: los primeros hacen
referencia a los conflictos del desarrollo evolutivo, normativos y específicos
de cada etapa, causados por los desafíos parentales a los deseos del niño o por
deseos contradictorios propios del niño (Nagera, 1966), y los segundos a
conflictos que no son específicos de la edad y pueden dar pie a una
psicopatología en la edad adulta; de forma similar, Laplanche y Pontalis
(1973) describen este binario como conflictos edípicos vs. conflictos de
defensa;
4. Conflictos intersistémicos vs. intrasistémicos: los primeros hacen referencia a
la tensión entre el ello y el yo o entre el yo y el superyó (Freud, 1923, 1926);
los segundos (Hartmann, 1939; Freud, A., 1965; Laplanche, 1973), en cambio,
se refieren a las diferentes tendencias instintivas (amor / agresión), diferentes
atributos o funciones del yo (actividad / pasividad) o diferentes dictados del
superyó (modestia / éxito);
5. Conflicto estructural vs. conflicto de relaciones de objeto: el primero hace
referencia a la tensión que provocan las divergencias entre las tres estructuras
psíquicas, es decir, el ello, el yo y el superyó (Freud, 1926), que se
experimentan como pertenecientes al yo del individuo, y el segundo se refiere
al conflicto en un espacio psíquico anterior a dicha diferenciación estructural
(Dorpat, 1976; Kernberg, 1983, 2003); otra formulación de este conflicto
binario es el conflicto edípico vs. el conflicto pre-edípico;
6. Conflictos del tipo de oposición de fuerzas vs. conflictos del tipo de
competencia de alternativas o decisión (Rangell, 1963) o, análogamente,

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conflictos convergentes vs. divergentes (Kris, A., 1984, 1985): los primeros
hacen referencia a los conflictos entre fuerzas intrapsíquicas que pueden llegar
a unirse a través de un compromiso (formación); los segundos, a veces
llamados conflictos de “esto-o-aquello”, se refieren a conflictos donde las
negociaciones son escasas y, a pesar del duelo, se tiene que escoger un solo
lado de la disputa.
Una amplia gama de orientaciones psicoanalíticas en todo el mundo, con sus
divergencias y coincidencias, otorgan distintos grados de importancia al conflicto. A
un extremo de este espectro se encuentran las orientaciones contemporáneas
freudianas y kleinianas, que siguen situando el conflicto en el centro de sus
formulaciones sobre el desarrollo y funcionamiento psíquico. Al otro extremo se
encuentran las perspectivas de la psicología del self (sí mismo) de Kohut, una teoría
del desarrollo basada en déficits y en la construcción de la estructura psíquica que
presenta un paradigma muy distinto, ya que sólo incluye una breve mención al
conflicto entre padre e hijo sobre sus respectivas necesidades de objeto, relegando la
noción de conflicto a un segundo plano.
Cómo pensar el conflicto es uno de los factores que definen tanto el desarrollo
teórico de Freud como el de las teorías psicoanalíticas después de Freud.

II. ETAPAS DEL DESARROLLO TEÓRICO: FREUD

El seguimiento de las variaciones en la conceptualización del conflicto de


Freud, define los distintos períodos de su teoría. Es sintomático que tres
psicopatologías distintas intenten organizar sus conflictos de tres formas distintas. Los
histéricos convierten la lucha entre la sexualidad y la sociedad en síntomas físicos,
cosa que desencadena una lucha entre la mente y el cuerpo. Los individuos obsesivos
desplazan la lucha entre una idea y su afecto hacia una obsesión aparentemente
inconsciente. Los pacientes paranoides proyectan sus experiencias incompatibles en el
mundo exterior, creando un conflicto entre el mundo interno y el externo. Estas
formas de resolver inadecuadamente los conflictos psíquicos se fueron estructurando
en etapas del desarrollo teórico.

II A. El trauma y el período catártico pre-analítico (1893–1899)


Durante este período, Freud habla de los conflictos entre los afectos asociados
a eventos traumáticos y las prohibiciones morales de la sociedad. Ello le ayuda a
designar el conflicto interno, externo e interpersonal, donde se encuentra implícita la

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noción de fuerzas internas opuestas (Freud, 1893–1895). En 1899, al comparar los


sueños con los síntomas histéricos, Freud recuerda su idea del conflicto de 1894: “En
efecto, no sólo el sueño es una realización de deseo, sino que también lo es el ataque
histérico. […] ya hace mucho que reconocí la realización del deseo en el delirio
agudo. Realidad – realización del deseo: de esta antítesis surge nuestra vida psíquica”
(Freud, 1899, p. 278). En sus primeros trabajos sobre la histeria, Freud descubrió que
sus deseos sexuales estaban en conflicto con las normas sociales, y que la resolución
patológica de este conflicto era el síntoma. Los síntomas se generan como formas
inadecuadas de resolver conflictos: “Los […] pacientes […] habían gozado, en efecto,
de salud psíquica hasta el momento en que surgió en su vida de representación un
caso de incompatibilidad […] hasta que llegó a su yo una experiencia, una
representación o una sensación, que al despertar un afecto penosísimo movieron al
sujeto a decidir olvidarlos, no juzgándose con fuerzas suficientes para resolver por
medio de una labor mental la contradicción entre su yo y la representación
intolerable” (1894a, p. 47, énfasis en el original).
Freud y Josef Breuer (Freud y Breuer, 1895) se inspiraron en las experiencias
de Breuer con Anna O. y en las demostraciones de Charcot de las parálisis histéricas
postraumáticas, así como en la provocación experimental de parálisis histéricas y su
reversión por sugestión hipnótica, para asumir que en la histeria de conversión surgen
unas circunstancias mentales específicas que hacen que los afectos violentos y
traumáticos, incapaces de ser abreaccionados, se conviertan en síntomas psíquicos.
Estos síntomas encuentran una expresión física, pero no son de origen físico, sólo
sirven para expresar – simbólicamente – el suceso que desencadenó el desarrollo de
la histeria. El camino para recordar el suceso desencadenante está cortado, disociado
de la conciencia despierta. Freud escribió: “En la neurosis traumática, la verdadera
causa de la enfermedad no es la leve lesión corporal, sino el sobresalto, o sea el
trauma psíquico. También con relación a muchos síntomas histéricos nos han
revelado análogamente nuestras investigaciones causas que hemos de calificar de
traumas psíquicos. Cualquier afecto que provoque los afectos penosos del miedo, la
angustia, la vergüenza o el dolor psíquico puede actuar como tal trauma” (Freud y
Breuer, 1895, pp. 5-6).
La supresión de las representaciones e impulsos ilusorios que entran en
conflicto con otros valores puede provocar síntomas. En 1894, Freud formuló un
modelo del conflicto que le sirvió para explicar la formación de síntomas de
conversión en la histeria, las neurosis obsesivas y las fobias. Resumió este modelo
con el término neuropsicosis de defensa (Freud, 1894a, b). La formación de conflictos
contrasta con la neuropsicosis de defensa, en tanto que Freud entendió los síntomas de
las neurosis actuales, es decir, de las neurosis de ansiedad y neurastenias (Freud,
1894c; Freud, 1898), no como la expresión de un proceso mental que funciona con
normalidad, sino como el resultado de una transformación de la libido tóxica por una
descarga inadecuada de la energía sexual. Además, advirtió que las ideas
incompatibles de sus pacientes femeninas “florecen casi siempre en el terreno de la

18
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experiencia o la sensibilidad sexuales” (Freud, 1894a, p. 47). Y también descubrió


que estas representaciones estaban conectadas con las experiencias de la primera
infancia, cosa que le llevó a concluir que sus pacientes debieron haber sufrido la
seducción sexual de un adulto (Freud, 1896, p. 203). Por ello, los síntomas histéricos
son descendientes directos de los recuerdos inconscientes de esas experiencias que, de
forma retroactiva, resurgen y se hacen efectivas cuando los desencadenan los eventos
actuales. Freud señaló además que la naturaleza patógena de estos sucesos infantiles
sólo existía mientras permanecieran inconscientes (ibíd., p. 211).
Sin embargo, más adelante, en su famosa carta a Wilhelm Fliess del 21 de
septiembre de 1897, Freud escribió: “Ya no creo en mi neurótica [teoría de la
neurosis]” (Freud, 1897, p. 259). Su “innegable comprobación de que en el
inconsciente no existe un ‘signo de realidad’, de modo que es imposible distinguir la
verdad frente a una dicción afectivamente cargada,” hizo que Freud tuviera dudas
sobre su teoría de la seducción (ibíd., p. 260). A partir del análisis de sus propios
sueños, Freud formuló una idea crucial el 15 de octubre de 1897: “Se me ha ocurrido
sólo una idea de valor general. También en mí comprobé el amor por la madre y los
celos contra el padre, al punto que los considero ahora como un fenómeno general de
la temprana infancia, aunque no siempre ocurren tan prematuramente como en
aquellos niños que han devenido histéricos. […] Cada uno de los espectadores fue una
vez, en germen y en su fantasía, un Edipo semejante y ante la realización onírica
trasladada aquí a la realidad de todos retrocedemos horrorizados, dominados por el
pleno impacto de toda la represión que separa nuestro estado infantil de nuestro
estado actual” (ibíd., p. 265).
Pero, poco después, volvió a presentar casos conmovedores de violencia
sexual y, en otra carta a Fliess, anunció (citando el “Mignon” de Goethe) un nuevo
lema: “¿Qué te han hecho, pobre criatura?” (Freud, 1897, p. 289; Goethe 1795/96).
Sin nunca abandonar por completo el trauma etiológico, sus ideas tambalearon, pero,
a pesar de todas las dudas sobre las consecuencias psíquicas del recuerdo de la
seducción traumática, a partir de 1897 se atuvo a una sola idea, y es que los “síntomas
neuróticos [de su paciente] no se anudaban de manera directa a vivencias
efectivamente reales, sino a fantasías de deseo, y que para la neurosis valía más la
realidad psíquica que la material” (Freud, 1925, p. 34). Para él, el concepto de trauma
se oponía a la representación de fantasías infantiles ilusorias impulsadas por pulsiones
arraigadas en el mundo “interno”, organizadas de forma conflictiva entre el deseo
incondicional y la prohibición. En tal caso, el sujeto racional de la ilustración se
toparía con un yo impulsado por deseos inconscientes que responden a un entorno del
cual es extremadamente dependiente al comienzo de su vida. El punto de contacto de
esta dinámica es el conflicto edípico, causado por los impulsos de amor y odio hacia
nuestros objetos primarios. En 1925, Freud recordó que por ellos “me topé por
primera vez con el complejo de Edipo, destinado a cobrar más tarde una significación
tan eminente, pero al que todavía no supe discernir en ese disfraz fantástico” (Freud,

19
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1925, p. 34, énfasis en el original). El resultado de la crisis edípica conflictiva es una


parte constitutiva de la dinámica de la vida psíquica y sus manifestaciones.
En cuanto al tema del trauma frente al conflicto, Freud adoptó diferentes
posiciones. Por ejemplo, previamente, en sus lecciones había señalado “que entre la
intensidad y el efecto patógeno de los sucesos de la vida infantil e iguales caracteres
de los correspondientes a la vida adulta existe una relación de complemento recíproco
idéntica a la que comprobamos en las series precedentemente estudiadas. Hay casos
en los que el principal factor etiológico se halla constituido por los sucesos sexuales
de la infancia, cuyo efecto traumático no precisa para manifestarse de condición
especial ninguna, aparte de los inherentes a la constitución sexual media y a la falta de
madurez infantil. Pero, en cambio, existen otros en que la etiología de la neurosis
debe ser buscada únicamente en los conflictos posteriores, reduciéndose a un efecto
de la regresión la importancia que en el análisis parecen presentar los sucesos
infantiles. Son éstos los dos puntos extremos de la ‘inhibición del desarrollo’ y de la
‘regresión’, pudiendo existir entre ellos los grados de la combinación de ambos
factores” (Freud, 1916-1917, p. 364). En su retrospección de 1925, sólo mencionó su
descubrimiento del aspecto ilusorio de las fantasías infantiles: “Cuando después hube
de discernir que esas escenas de seducción no habían ocurrido nunca y eran sólo
fantasías urdidas por mis pacientes, que quizá yo mismo les había instilado, quedé
desconcertado un tiempo” (Freud, 1925, p. 33). En general, como la teoría
psicoanalítica y la teoría de la patogénesis iban ganando complejidad en las
formulaciones de Freud, la noción de conflicto en relación con el trauma, sus
múltiples causas y consecuencias, acabarían adquiriendo un carácter adicional “sobre-
determinado” y “complementario”: retrocedió el concepto de las poderosas
excitaciones traumáticas que provienen del exterior y rompen el escudo protector o la
barrera del estímulo externo (Freud, 1920) a favor de una definición de trauma como
el yo indefenso ante el peligro real o imaginado, interno o externo (Freud, 1926), que
podría ocurrir en cualquier momento de la vida, con la inmadurez del yo
predisponiendo al individuo a la indefensión.
¿Las producciones neuróticas están ligadas a las experiencias reales, incluso
traumáticas, o a las fantasías ilusorias? La cuestión sobre lo que es “verdadero”, es
decir, la autenticidad de las escenas de seducción o de su naturaleza ficticia recorre
toda la teoría psicoanalítica (Rand & Torok, 1996, p. 305) y los casos clínicos de
Freud ilustran las complejidades de sus interconexiones (Freud, 1905b; 1909a, b;
1910a; 1911b; 1918). Ilse Grubrich-Simitis (1987, 2000) señala que para Freud habría
sido mucho más fácil seguir defendiendo su teoría original de la seducción. El abuso
sexual en el entorno familiar era conocido, pero representaba una desviación de la
norma. El modelo del trauma habría destacado las diferencias entre la normalidad y la
patología, pero el modelo de la pulsión describe la existencia indiscutible de deseos
arcaicos e infantiles de conquista y muerte y la inevitabilidad de la naturaleza
instintiva (pulsión) del individuo. Aunque Freud señaló el trauma como un factor
etiológico crucial en toda su obra, esta atención a los factores internos puede haber

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contribuido a que las discusiones teóricas de los conceptos psicoanalíticos


“desplazaran las causas traumáticas en relación a los conflictos relacionados con las
pulsiones y las fijaciones de la libido a su umbral” (Bohleber, 2000, p. 802). Las
teorías psicoanalíticas contemporáneas del trauma toman en consideración el tipo de
trauma y su intensidad, las condiciones psicológicas de la persona antes de que surta
efecto el trauma y la reacción de los cuidadores cercanos y del entorno hacia las
víctimas del trauma.

II. B. La teoría topográfica y la primera teoría de la ansiedad (1900-1920)


A medida que Freud procedía con su autoanálisis, fue entendiendo los
conflictos como algo cada vez más interno. En su conceptualización del conflicto
interno reemplazó los afectos por los instintos y postuló que también existían fuerzas
prohibitivas dentro del individuo (Freud, 1900; Freud, 1905a, b). En “La
interpretación de los sueños” (1900) lanzó la hipótesis de que estos conflictos se dan
entre las estructuras de la consciencia y el inconsciente. La estructuración interna del
conflicto psíquico no se advierte hasta en “La interpretación de los sueños” (1900)
que, por otro lado, representa la fundación oficial del psicoanálisis. La teoría del
complejo de Edipo (Freud, 1900) define todos los parámetros del conflicto evolutivo
(Freud, 1905b) dentro del contexto de las relaciones de objeto iniciales con la madre,
el padre y la pareja parental, así como con los hermanos. En tal caso, el amor y el
deseo colisionan con hostilidad y sentimientos homicidas que, a su vez, entran en
conflicto con la realidad familiar y social. Los conflictos internos fueron elaborados y
entendidos como conflictos entre los instintos sexuales y los autoconservadores
(Freud, 1910a; Freud, 1911a; Freud, 1914; Freud, 1915a, b, c).
Este período fue crucial para la teoría del conflicto de Freud. En “Los dos
principios del funcionamiento mental” (Freud, 1911), Freud describió las vicisitudes
del desarrollo del principio del placer frente al de realidad. El punto en el que
descansa la distinción entre ambos principios es la relación del sujeto con el dolor. El
principio del placer se entiende mejor como el principio del odio al dolor, que busca
el placer para alejar y ocultar el dolor. Para ocultar el dolor, la mente fantasea o
alucina una satisfacción que no existe. Cuando la mente se da cuenta de que las
alucinaciones no crean una satisfacción real, aprende a acomodarse a la realidad,
incluso si ello comporta dolor:
“La decepción ante la ausencia de la satisfacción esperada motivó luego el
abandono de esta tentativa de satisfacción por medio de alucinaciones, y para
sustituirla tuvo que decidirse el aparato psíquico a representar las circunstancias reales
del mundo exterior y tender a su modificación real. Con ello quedó introducido un
nuevo principio de la actividad psíquica. No se representaba ya lo agradable, sino lo
real, aunque fuese desagradable. Esta introducción del principio de la realidad trajo
consigo consecuencias importantísimas” (Freud, 1911a, p. 219, énfasis en el original).

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La afirmación de Freud sobre la mente que decide “formar una concepción de


la realidad” será el punto de partida de las teorías de Bion. Hay un cambio sutil en la
terminología que se hace evidente en este artículo, cuando Freud se refiere por
primera vez al conflicto entre el placer y la realidad, primero como principios y luego
como aspectos diferenciados del yo. La atención sobre el yo y su escisión en dos
orientaciones distintas hacia el mundo define el comienzo de lo que más tarde Freud
llamaría “psicología del yo”, que anticiparía la teoría estructural de 1923. Lo que el
yo no puede soportar, lo reprime, dañando la capacidad de la conciencia de contactar
con la realidad.
En el caso clínico del hombre rata, Freud (1909a) resume su psicopatología:
“en todos los detalles de su vida […] existía en él una pugna entre el amor y el odio,
con respecto a su señora y a su padre” (1909a, p. 237). Cuatro años después, en
“Tótem y tabú” (1912-13), Freud lo llamará el conflicto de la ambivalencia
emocional, cuando lo discute en función de las prohibiciones tabú:
“El carácter principal de la constelación psicológica fijada de ese modo reside
en lo que se podría llamar la conducta ambivalente del individuo hacia un objeto o,
más bien, hacia una acción sobre el objeto. Quiere realizar una y otra vez esa acción –
el contacto – (ve en ella el máximo goce, mas no tiene permitido realizarla), pero al
mismo tiempo aborrece de ella. La oposición entre esas dos corrientes no se puede
nivelar y compensar por el camino directo porque ellas – no nos resta otra posibilidad
que formularlo así – están localizadas de tal modo en la vida anímica que no pueden
encontrarse” (Freud, 1913, p. 29). En este caso, Freud está exponiendo la idea de que
además de los conflictos entre las representaciones y los afectos, también existe un
conflicto dentro de las emociones.
La idea de la ambivalencia emocional expuesta aquí podría entenderse como
un fenómeno que ocurre dentro de un contexto rudimentario de relaciones de objeto;
lo que, de hecho, define este período del pensamiento de Freud. En este período, su
teoría gira en torno a la iniciación de su concepto de narcisismo (Freud, 1914), uno de
los puntos de partida de muchas teorías de relaciones de objeto. En este caso, el
conflicto adopta la forma de una lucha entre la inversión en el propio yo y la inversión
de energía en un objeto externo o, como él dice, entre el narcisismo y la elección de
objeto. Esto se vuelve especialmente importante en el trabajo de Freud sobre la
pérdida, la identificación y la posterior elaboración de los conflictos dentro del yo en
“Duelo y melancolía” (Freud, 1917).
Freud escribe que la mente no puede soportar la pérdida de algo valioso y
necesario, de modo que cuando experimenta una pérdida en el mundo externo, ese
objeto se incorpora en la fantasía y pasa a existir en el mundo interno; una forma de
negar su ausencia en el mundo externo. Freud escribe: “El conflicto en el interior del
yo, que la melancolía recibe a canje de la lucha por el objeto, tiene que operar a modo
de una herida dolorosa…” (Freud, 1917, p. 258) Desde otro punto de vista, uno podría

22
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entender esto como una lucha por la integración de la ausencia, que más tarde se
convertiría en una dimensión importante para el pensamiento de Lacan.
El siguiente período del pensamiento de Freud dentro de la teoría topográfica
empieza con “Más allá del principio del placer” (1920). En este caso, la pulsión
agresiva se agregó a la pulsión sexual y el conflicto se conceptualizó como pulsión
instintiva vs. defensa / represión (Freud, 1920). Se asociaron varios tipos de defensas
con diferentes etapas del desarrollo de la personalidad. La ansiedad continuó
entendiéndose como el resultado de la represión (primera teoría de la ansiedad). La
represión fue utilizada mayormente como un síntoma de defensa.
En “Más allá del principio del placer”, Freud (1920) introduce lo que
considera el conflicto primario de la mente: el conflicto entre la vida y la muerte en
forma de instintos que buscan renovar la vida e instintos que buscan repetir el trauma,
es decir, el conflicto entre la creación de unidades mayores y el retorno a la materia
inorgánica. Al discutir los muchos obstáculos que su teoría de los instintos había
experimentado, Freud expresa claramente su perspectiva sobre el conflicto: “Nuestra
concepción fue desde el comienzo dualista…” (p. 53).
Freud también define el desarrollo como el resultado del conflicto. Al referirse
a la “pulsión de perfeccionamiento” dice: “Apuntemos de pasada la posibilidad de
que el afán del Eros por conjugar lo orgánico en unidades cada vez mayores haga las
veces de sustituto de esa ‘pulsión de perfeccionamiento’ que no podemos admitir. En
unión con los efectos de la represión, ello contribuiría a explicar los fenómenos
atribuidos a aquella” (Freud, 1920, p. 43). El conflicto entre Eros y la represión de
Eros crea el deseo de superación que aumenta la capacidad de sublimación ya
señalado por Freud en su artículo sobre Leonardo da Vinci (Freud, 1910) que
inauguró el psicoanálisis aplicado.

Hacia el final de su vida, Freud vuelve a esta idea y le da más importancia. De


hecho, acaba entendiendo el conflicto entre los instintos de vida y muerte como la
base para la conceptualización de todo el comportamiento y pensamiento humano:
“Solamente por la acción mutuamente concurrente u opuesta de los dos instintos
primigenios Eros y Tánatos, podemos explicar la rica multiplicidad de los fenómenos
de la vida” (Freud, 1937, p. 243).

II. C. La teoría estructural (segunda teoría topográfica) (1923-1937)


En la siguiente etapa del desarrollo teórico, conocida como la teoría
estructural (o, fuera de los círculos norteamericanos, como la segunda teoría
topográfica), publicada en 1923, Freud presenta una estructura tripartita de la
personalidad: el ello, el yo y el superyó (Freud, 1923). En este período de su teoría,
Freud amplió la idea del conflicto al situar el yo en un juego de ajedrez
tridimensional. En “El yo y el ello”, Freud (1923a) integra todas sus ideas del
conflicto en un único sistema de gran complejidad. En este sistema el yo debe lidiar

23
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con varias relaciones conflictivas. En primer lugar, debe luchar contra su propio
conflicto, es decir, contra los impulsos del ello que, a su vez, están en conflicto con
los instintos de vida y muerte. En segundo lugar, el yo debe controlar el conflicto
entre estos impulsos y el mundo externo. Y en tercer lugar, el yo, al identificarse con
sus objetos, crea otro grado dentro de sí mismo, que Freud llamó superyó, para poder
albergar los objetos ya internalizados. De esta manera, el yo crea otro conflicto entre
sí mismo y su superyó. De hecho, se puede anticipar la compleja naturaleza de la
participación del superyó en el conflicto si éste se entiende como un grado especial
dentro del yo: el yo ideal (Freud, 1921), y por su constitución evolutiva como
heredero del conflicto de Edipo (1924b).
La teoría de la señal de ansiedad (la segunda teoría de la ansiedad), donde
Freud reformula el conflicto estructural, apareció poco después (Freud, 1926). A
partir de esta teoría, se definieron y localizaron los mecanismos de defensa en la parte
inconsciente del yo. Además de los mecanismos de represión, formación reactiva,
regresión, identificación y proyección definidos anteriormente, el concepto de
“renegación” (disavowal) ocupa un lugar cada vez más prominente (Freud, 1923b,
1924b). La represión es, sin duda, sólo una de las defensas. La ansiedad pasa a ser el
motivo (desencadenante) de la defensa, no su resultado. Los síntomas psiconeuróticos
empiezan a entenderse como formaciones de compromiso que surgen del conflicto
entre los instintos y la defensa, con la participación de prohibiciones morales
internalizadas (superyó) y presiones externas percibidas. El conflicto estructural de
este período a veces se denomina conflicto intersistémico, para diferenciarlo de los
conflictos intrasistémicos del yo que Hartmann propuso posteriormente.
Desde el punto de vista del desarrollo, “los motivos de la represión se
conceptualizaron como una sucesión de temores bastante convincentes para el niño,
que incluían la desaprobación y el castigo de los padres que, en el curso del
desarrollo, se internalizan e incorporan bajo la influencia de la agencia moral
conocida como superyó, ella misma de forma mayormente inconsciente” (Abend,
2007, p. 1420). Dentro de la teoría estructural, el superyó se convierte en el heredero
del complejo de Edipo.
En esta fase del desarrollo de la teoría, el yo se convierte en el foco de la
acción clínica. Mientras que sigue defendiendo su teoría sobre el conflicto
inconsciente, Freud escribe en 1937: “Nuestra aspiración en tal caso es lograr las
condiciones psicológicas mejores posibles para las funciones del yo” (Freud, 1937a,
p. 250). El objetivo es modificar el yo del analizando para que pueda controlar mejor
las demandas instintivas que presionan para poder expresarse y satisfacerse. Por esta
razón, se perfecciona la metodología para conseguir esta comprensión a través de la
reconstrucción interpretativa y la elaboración (Freud, 1937b). Los múltiples roles del
yo como iniciador de las defensas, responsable de tomar las decisiones y ejecutar las
acciones, sintetizador de los elementos conflictivos de la vida mental, evaluador y
negociador de las condiciones del entorno lo situaron en el centro del interés analítico

24
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“tanto que la siguiente fase de la teoría psicoanalítica freudiana llegó a conocerse


como la psicología del yo” (Abend, 2007, p. 1420).

III. DESARROLLOS POST-FREUDIANOS EN EUROPA Y


AMÉRICA DEL NORTE

La conceptualización del conflicto también define las teorías psicoanalíticas


después de Freud. Dos elaboraciones divergentes de la obra de Freud entraron en
conflicto en Gran Bretaña y, posteriormente, en los Estados Unidos: la psicología del
yo y las relaciones objetales – un conflicto teórico muy fértil para el psicoanálisis que
inspiró importantes desarrollos en todo el mundo.

III. A. El papel del conflicto en el desarrollo: déficits del desarrollo y psicosis


El debate del “conflicto versus trauma” se amplió con un modelo de déficit
estructural. En este caso, las hipótesis de patogenicidad no postulan conflictos
motivados por las pulsiones, sino que trabajan con el concepto de un yo debilitado a
priori (debido a las influencias ambientales traumáticas o a una predisposición). Los
términos relacionados con este modelo son la “falla básica” (Balint, 1968), los
“trastornos tempranos de la personalidad” y las “alteraciones estructurales del yo”
(Fürstenau, 1977). Los defensores de la hipótesis de déficit se basan en la presunción
de eventos traumáticos causales y graves en la primera infancia, algunos de ellos poco
evidentes e incluso causados por un déficit de respuesta, contención o sostenimiento
por parte de los cuidadores. Estos analistas argumentan que tras la aparición de la
psicosis, el trauma adquiere la función de déficit. Esto implica que los pacientes están
condicionados por los eventos, que son víctimas de sus circunstancias y que ellos
mismos no tienen fuerzas suficientes para influir en estos procesos. El tratamiento,
por tanto, tiene como objetivo principal la sustitución y la influencia psicoeducativa.
Frente a esta conceptualización del conflicto del desarrollo, otras analistas
asumen que incluso los procesos psicóticos son causados por conflictos
intrapsíquicos. Los dilemas internos que exceden al conflicto neurótico se
desenvuelven entre dos orientaciones mutuamente excluyentes que conducen a
procesos de escisión, des-simbolización y acción concreta. En muchos de estos casos
se reportaron traumas de la primera infancia (Kapfhammer, 2012a, 2012b). El modelo
del conflicto no entiende el trauma como la causa de la psicosis, sino que entiende el
funcionamiento psicótico como resultado de un proceso por el cual el aparato mental
intenta encontrar una solución a las incompatibilidades internas que amenazan su
existencia por medio de una escisión psíquica excesiva. Por tanto, se atribuye al

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paciente la posibilidad de moldear activamente el desarrollo de síntomas a través del


tratamiento psicoanalítico y mediante la inmersión en un lenguaje y una realidad
compartida donde se desarrolla este proceso, con el fin de resimbolizar e integrar
aquello que previamente era impensable.
El psicoanálisis empezó como una teoría del conflicto mental, entendido como
un aspecto constante y universal de la condición humana y una especie de
combustible para el desarrollo psíquico. Concebido como foco principal de una
disciplina destinada a desenterrar y resolver conflictos inconscientes, con el paso del
tiempo, el concepto fue asimilándose hasta quedar implícito en la perspectiva
psicoanalítica y no requerir ninguna nueva definición. La profundización de la
investigación del mundo psíquico y el posterior desarrollo de nuevas formas de
entender la vida mental inconsciente, ha causado una disminución de la importancia
del conflicto en la dinámica psíquica: aunque el conflicto todavía se concibe como la
principal preocupación del psicoanálisis, el foco de atención se ha desplazado a otros
temas que contemplan diversos modelos teóricos y clínicos. Después del importante
cambio en la comprensión del conflicto debido a la introducción de Hartmann de la
idea de los aparatos del yo libre de conflicto (Hartmann, 1939), hacia mediados del
siglo XX el estudio de la teoría y la técnica psicoanalítica fue más allá de la teoría del
conflicto. Lo que más influyó su papel en la comprensión de la psicopatología y la
realización de un tratamiento analítico, fue el estudio de las etapas preconflictivas del
desarrollo y los factores relacionales que provocan el cambio.
Sin embargo, este cambio de orientación no ha afectado a todas las escuelas
psicoanalíticas de la misma manera. Si asumimos, de forma un tanto esquemática y
simplificada, que muchos modelos teóricos y clínicos psicoanalíticos se han
desarrollado en torno a cuatro cuestiones principales (la pulsión, el yo, el yo mismo y
las relaciones objetales), podemos hacernos una idea del papel desempeñado por el
conflicto en cada una de ellas. Desde el punto de vista de la pulsión, el individuo se
entiende en función de las vicisitudes de sus impulsos, que toman forma de deseos
encarnados en acciones y fantasías conscientes e inconscientes, a menudo
experimentados como inaceptables y peligrosos. Por tanto, se considera que la vida
psíquica se organiza en torno al conflicto y su resolución y se expresa mediante la
ansiedad, la culpa, la vergüenza, la inhibición, la formación de síntomas y otros
rasgos de carácter patológico. En este caso, el foco se centra en el deseo y el impulso,
y en la defensa contra ellos.
Desde el punto de vista del yo, el individuo es entendido en función de sus
capacidades de adaptación, su prueba de realidad y sus defensas. Desde el punto de
vista del desarrollo, las capacidades de adaptación, la prueba de realidad y las
defensas evolucionan con el tiempo gracias a la dinámica del conflicto pulsional.
Desde el punto de vista de la experiencia de uno mismo, el individuo se entiende en
función de un estado subjetivo continuado, especialmente en cuanto a las cuestiones
de límites, diferenciación de uno mismo del otro, sentido de la separación, autoestima,
grado de integridad / fragmentación y continuidad / discontinuidad. El conflicto, en

26
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este caso, no es tan importante para la organización de la estructura psíquica. Desde el


punto de vista de las relaciones de objeto, el individuo se entiende en función de sus
imágenes internas basadas en experiencias de la infancia, es decir, en función de los
objetos que entran en juego en cada nueva experiencia. El conflicto, para estos
enfoques, abarca el mundo intrapsíquico, interpsíquico e interpersonal del sujeto.
La validez del conflicto versus déficit continuó siendo motivo de controversia
en las últimas décadas del siglo XX. Los orígenes de esta controversia se remontan a
una interpretación específica de los conceptos de Hartmann sobre la autonomía del yo
y el área libre de conflicto. La teoría del conflicto según Blum (1985) y Murray
(1995) afirma que durante el desarrollo el yo utiliza mecanismos de defensa como
herramientas poderosas, protectoras y adaptativas para hacer frente a los peligros
externos, internos, reales o imaginarios. El uso excesivo de las defensas puede dañar
las funciones no defensivas de la personalidad. Las defensas pueden interferir en el
desarrollo de la personalidad, lo que puede desencadenar constricciones y alteraciones
patológicas del yo. Sin embargo, el desarrollo sigue adelante con las experiencias
relacionales traumáticas o sin ellas. La afirmación de Freud de que el yo, bajo
condiciones traumáticas, realiza un ajuste, puede reformularse como el conflicto
intra-sistémico dentro del yo. El conflicto se da entre las funciones defensivas y las no
defensivas (Papiasvili, 1995). El contenido del conflicto intrapsíquico examinado,
descubierto y analizado por el método psicoanalítico abarca cuestiones pregenitales,
edípicas y post-edípicas. Con el incremento de los conocimientos clínicos y teóricos
de los últimos años, se considera que todos los niveles del desarrollo están presentes y
operativos en todo caso. Y, por otro lado, también se ve involucrada la patología de la
auto-representación dentro del yo. Axel Hoffer (1985) describió una actividad
conflictiva específica, que gira en torno al déficit, a partir de su concepto de conflictos
de autoprotección. Este concepto describe conflictos intrapsíquicos específicos, que
se desarrollan en torno a los esfuerzos para ocultar “déficits del yo” y las feroces
necesidades que a menudo los acompañan. “Los sentimientos de vergüenza y
desprecio por uno mismo no sólo se asocian al ‘déficit’ percibido, sino que también a
los esfuerzo desesperados, y a menudo vengativos, por obtener una compensación por
ello…” (Hoffer, 1985, p. 773).
Muchos teóricos contemporáneos de diversas orientaciones conciben el
desarrollo y la psicopatología de forma multifocal. De hecho, es por ello que incluyen
tanto el conflicto como el déficit en sus teorías. Algunas teorías tienden a privilegiar
el modelo de déficit; por ejemplo, la psicología del sí mismo enfatiza los déficits del
yo como resultado de una crianza insuficientemente empática, y considera que la
comprensión empática del analista, además de la interpretación del conflicto, es el
componente más importante de la acción terapéutica (Kohut, 1984). Otras escuelas,
como la relacional y la interpersonal, han modificado el enfoque de déficit interno y
del conflicto (Auchincloss & Samberg, 2012), haciendo hincapié en que el dominio
intrapsíquico se forja en relación con los demás dentro de una cultura más amplia
(Ingram, 1985).

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Los editores de la reciente publicación de la Asociación Psicoanalítica


Americana, “Psychoanalytic Terms and Concepts” [“Términos y conceptos
psicoanalíticos”] (Auchincloss & Samberg, 2012) reflexionan sobre la creciente
apreciación de los problemas del desarrollo en relación con los conflictos por parte de
las perspectivas psicoanalíticas contemporáneas.
Los conflictos surgen durante el desarrollo en respuesta a una secuencia de
amenazas predecibles del inconsciente y específicas del desarrollo, llamadas
situaciones de peligro internas. En el desarrollo temprano normal, surgen conflictos
pre-edípicos entre el niño y su entorno, entre sus deseos y sentimientos opuestos y
entre los precursores del superyó y las pulsiones. Para el niño que se encuentra en la
etapa de los conflictos pre-edípicos, la amenaza es el peligro fantaseado de la pérdida
del objeto y la pérdida del amor del objeto. Los conflictos edípicos de mayor
complejidad demuestran la capacidad del niño de establecer relaciones de objeto
triádicas, así como otros aspectos madurativos y evolutivos del yo. En la etapa
edípica, la amenaza abarca el peligro fantasioso de lesión (complejo de castración).
Posteriormente, durante el proceso de internalización e identificación, las fuerzas
prohibitivas originalmente asociadas al control parental, se convierten en fuerzas
dentro de la mente del niño. Este proceso se hace evidente en la formación del
superyó, un hito del desarrollo, logrado a través de la resolución del complejo de
Edipo. En esta etapa, la amenaza es la condena interna del superyó. Mientras que
algunos conflictos se resuelven parcialmente durante el desarrollo, otros existen toda
la vida, lo que lleva a diversos grados de psicopatología.
La manifestación del conflicto varía en función de las etapas del desarrollo, la
psicopatología y los factores culturales. Los psicoanalistas infantiles también
describen conflictos del desarrollo que son normales, predecibles y, por lo general,
transitorios (Tyson & Tyson, 1990). Estos conflictos son causados por las fuerzas
madurativas de la etapa normativa y específica del niño, que hacen que éste entre en
conflicto con su propio entorno. Cuando se logra la internalización de la demanda
externa, se disuelve este conflicto específico del desarrollo y se da un paso más hacia
la estructuración y la formación del carácter (ibíd., pp. 42-43).

III. B. Los enfoques de la psicología del yo


Los modelos psicoanalíticos que dan más importancia al conflicto son
aquellos que destacan el papel del yo y las pulsiones, como el modelo clásico y la
psicología del yo. El conflicto ha recibido mayor atención por parte de los herederos
contemporáneos de la psicología del yo, la llamada teoría moderna del conflicto. Los
teóricos modernos del conflicto se apartan de la teoría estructural de Freud para
centrarse en las formaciones de compromiso entre los derivados de las pulsiones, las
ansiedades, las defensas y las presiones del superyó. El compromiso es el resultado de
un conflicto. Los compromisos, como los conflictos, están por todas partes, puesto
que todas las partes de la mente están estructuradas a partir de formaciones de

28
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compromiso: es decir, en torno al conflicto. Para los teóricos modernos del conflicto,
el desarrollo mental es más una secuencia de formaciones de compromiso que la
clásica estructura tripartita de Freud (ello, yo, superyó). El objetivo de la cura
psicoanalítica es ayudar al paciente a reconocer sus conflictos inconscientes y lograr
una comprensión de cómo se defiende contra los derivados de la pulsión basados en
miedos inconscientes que se remontan a la infancia. La tarea del analista es
estructurar una situación psicoanalítica que facilite la emergencia de conflictos y
defensas inconscientes de la manera más clara posible e interpretar este material
inconsciente para ayudarlo a hacer formaciones de compromiso más adaptativas
(Abend, 2005, 2007; Arlow, 1963; Brenner, 1982, 2002; Druck et al., 2011; Ellman et
al., 1998).
Inicialmente, la psicología del yo estaba asociada con Anna Freud, Heinz
Hartmann y sus colaboradores Ernst Kris, David Rapaport, Erik Erikson y Rudolf
Lowenstein. Muchos otros hicieron contribuciones importantes y su impacto técnico
influyó en el posterior desarrollo de la teoría; estos incluyen a R. Waelder, O.
Fenichel, E. Jacobson, M. Mahler, H. Nunberg, J. Arlow, C. Brenner, L. Rangell, H.
Blum y otros. Jacob Arlow (1987) resume el interés inquebrantable de los psicólogos
del yo por el conflicto. Arlow, parafraseando a Anna Freud, Ernst Kris (1950) y Heinz
Hartmann (1939), escribió: “El psicoanálisis puede definirse como la naturaleza
humana vista desde el punto de vista del conflicto” (p. 70). En su revisión de la
psicología del yo y la teoría estructural contemporánea, Blum (1998) observó que la
psicología del yo era “un nombre inapropiado para una teoría estructural porque, de
hecho, no existe una ‘psicología del yo’ literal y encapsulada …” (Blum, 1998, p. 31).
La psicología del yo, al reaccionar contra la psicología del ello, dio más importancia a
la superficie psíquica, puesto que la consideraba un indicativo de conflictos
inconscientes más profundos. Esto se asoció con un interés renovado en el
preconsciente y el contenido manifiesto de fantasías, sueños y recuerdos
encubridores. La interpretación se consideró un proceso ordenado secuencialmente.
La secuencia interpretativa iba desde la superficie hasta la profundidad, y anteponía la
“defensa al contenido”. También destacaba la resistencia de las comunicaciones de
los pacientes y planteaba un tipo análisis que se hizo popular en la era posterior a la
Segunda Guerra Mundial. El fundamento teórico más importante de la teoría
estructural fue considerar el aparato psíquico desde el punto del vista de un conflicto
entre el ello, el yo y el superyó, en que el yo media entre las otras dos agencias y la
realidad, y va incorporando gradualmente consideraciones genéticas, del desarrollo y
adaptativas.

III. Ba. Anna Freud


Anna Freud elaboró los procesos de defensa en la génesis del conflicto.
Mientras que en 1926 estaba claro que el conflicto tenía dos dimensiones: el
contenido defendido y los procesos de defensa, Freud dedicó más atención al

29
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contenido defendido y Anna Freud, en su publicación, “El yo y los mecanismos de


defensa”, elevó los procesos de defensa al nivel de los contenidos defendidos en la
génesis del conflicto (Freud, A., 1936).

III. Bb. Hartmann, Kris, Rapaport y Erikson


Mientras que se definían los problemas de adaptación y el psicoanálisis como
una psicología general, Hartmann (1939, 1950) fue introduciendo los conceptos de
autonomía primaria y secundaria y el área (relativamente) libre conflicto del yo, así
como el conflicto intra-sistémico entre varias de las funciones del yo. Junto con Kris,
Rapaport y Erikson, Hartmann elaboró las funciones del yo, incluyendo el
funcionamiento sintético e integrador del yo, la neutralización, la sublimación, el
desarrollo de la identidad del yo (Erikson, 1956), etc.
El estudio del yo alcanzó la misma profundidad que el estudio del ello
previamente llevado a cabo por Freud. Estos innovadores vieron el yo como un
aspecto de una mente más amplia. Sus escritos reflejan la idea del equilibrio entre
todas las fuerzas que emanan de la mente humana e inciden sobre ella. El analista, que
crea una alianza con el yo del paciente, tiene que mantener una posición equidistante
entre las tres agencias psíquicas y el mundo exterior. Mientras que el método
psicoanalítico continuó basándose en el tratamiento del conflicto (Freud, A., 1936;
Kris, 1947; Hartmann, 1950), la teoría psicoanalítica, como teoría general, sin
minimizar la importancia del conflicto, empezó a incluir la conducta en torno al
conflicto en su estudio, puesto que esta conducta se presenta de forma independiente
del mismo. Hartmann (1950) señaló que la autonomía primaria puede verse
involucrada en la formación de conflictos y la autonomía secundaria puede surgir de
un conflicto y convertirse de nuevo en un conflicto cargado.
Sin embargo, para algunos psicólogos del yo que lo siguieron (Blanck, 1966;
Blanck and Blanck, 1972), el concepto de Hartmann de las áreas libres conflicto y la
autonomía del yo parecía indicar un yo independiente de otras agencias psíquicas.
Esta interpretación específica de los conceptos de Hartmann de la autonomía del yo y
el área libre de conflicto también contribuyó a una tendencia que se desarrolló en
otras orientaciones que minimizaban el conflicto como, por ejemplo, la psicología del
sí mismo, una teoría psicoanalítica del desarrollo que pone el déficit por encima del
conflicto.

III. Bc. Brenner, Arlow y Rangell: teoría moderna del conflicto y teoría
estructural contemporánea
Brenner y Arlow ampliaron la noción de Freud de la formación psíquica que
surge del conflicto entre las estructuras de la mente: ello, yo y superyó. Propusieron
que casi todos los resultados psíquicos, es decir, los sueños, síntomas, fantasías,

30
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carácter y asociaciones libres son producto de un conflicto. Incluso el superyó, en


opinión de Brenner, es una formación de compromiso o conjunto de formaciones de
compromiso. En palabras de Brenner: “Todo en la vida psíquica […] es una
formación de compromiso […], una combinación de la gratificación de derivados
pulsionales […] de displacer en forma de ansiedad y afecto depresivo […], las
defensas que funcionan para minimizar el displacer y el funcionamiento del superyó
[…]. Ningún pensamiento, ninguna acción, ningún plan, ninguna fantasía, ningún
sueño o síntoma es simplemente uno u otro. Todos los comportamientos, sentimientos
o pensamientos se determinan de múltiples maneras por todos los ellos…” (en:
Richards, Willick, 1986, pp. 39-40).
Este acercamiento tiene un impacto sobre la escucha del analista: “Uno ya no
escucha a un paciente con la finalidad de contestar a la pregunta: ¿estoy satisfaciendo
sus deseos, sus defensas o su superyó? Se sabe de antemano que la respuesta es sí a
las tres cosas, en todos los casos. Por el contrario, uno aprende a preguntar: ¿qué
deseos de origen infantil se están viendo gratificados? […] ¿Qué displacer (ansiedad o
afecto depresivo) están suscitando? ¿Qué es un aspecto defensivo? ¿Qué es un
aspecto del superyó?” (Brenner, en: Richards, Willick, 1986, p. 40).
Basándose en el principio de la sobredeterminación de Freud y el principio de
la función múltiple de Waelder, Rangell reafirma la versión contemporánea del
conflicto en línea con las nociones ampliadas del conflicto y la formación de
compromisos de Brenner y Arlow, como el principio de intercambiabilidad de
elementos psíquicos: los elementos psíquicos participan en la interacción conflictiva y
se sintetizan de forma sobredeterminada en nuevos productos psíquicos que luego
participan de forma secundaria en la actividad del conflicto. El dinamismo
complementario de la síntesis es el análisis, que disecciona los resultados psíquicos en
sus componentes originales mientras busca caminos regresivos para llegar a la raíz del
conflicto. En la vida, los componentes del conflicto se fusionan en un resultado
psíquico, y este resultado es a menudo un estado cognitivo-emocional agregado que
contiene síntomas primarios y secundarios superpuestos a la organización de la
personalidad previamente alcanzada (Rangell, 1983; Papiasvili, 1995). Rangell
formula los aspectos creativos e integradores del análisis de la defensa: “El camino
hacia una integración saludable en el análisis es la diferenciación y la reintegración,
mediante la estratificación de los agregados clínicos y su re-sintetización en
totalidades adaptativas más estables…” (Rangell, 1983, p. 161). Gray (1994) amplia y
redefine este enfoque en su “atención cercana al proceso” de los aspectos defensivos
de la transferencia.
Rangell (1963, 1967, 1985) retomó la cuestión de la señal de ansiedad versus
el afecto como un desencadenante de la defensa en una secuencia de conflicto.
Estudió procesos microscópicos antes, durante y después de que se activara la
defensa, precediendo cualquier resultado psíquico, y concluyó que no importa cuál
sea la naturaleza del afecto perturbador que participa en el conflicto, la ansiedad
siempre es la señal inmediata del empleo de la defensa. Rangell describe un “proceso

31
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intrapsíquico” como una secuencia cognitiva-afectiva inconsciente de impulso-


ansiedad-defensa-resultado psíquico que, mientras siente esa ansiedad, actúa como un
desencadenante y motivo de defensa de todos los otros estados de displacer. La
ansiedad es debida al displacer que agobia al yo. Rangell conjetura que existe una
función inconsciente de toma de decisiones dentro del yo que moldea el resultado
psíquico. A través de la interacción con el yo mismo y las representaciones de objeto,
se producen acciones de prueba intrapsíquicas que representan un conflicto de
elección intrasistémico dentro del yo. Los objetos se evalúan antes de la descarga. El
yo mismo es evaluado por una sensación de ansiedad que indica peligro o seguridad y
dominio.
La actividad ubicua de fondo, descrita por Rangell (1963) como una serie de
conflictos microscópicos y acciones de prueba internas, puede estudiarse desde el
punto de vista de la fantasía inconsciente. Arlow coloca la fantasía inconsciente y la
función de fantasía inconsciente en el centro de su investigación del conflicto
intrapsíquico. Mientras que Freud entendía la fantasía inconsciente como un derivado
de un deseo inconsciente, Arlow la ve como una formación de compromiso que
contiene todos los componentes del conflicto estructural. Así como Rangell destacó el
carácter ubicuo de los procesos del conflicto microscópico y las acciones de prueba,
Arlow (1969) enfatiza la influencia persistente de las fantasías inconscientes en todos
los aspectos del funcionamiento del individuo, incluidas las áreas libres de conflicto.
En opinión de Arlow, la fantasía inconsciente proporciona una organización mental
que ordena la percepción y el funcionamiento cognitivo.
En cuanto a la conceptualización de la acción terapéutica de los teóricos del
conflicto moderno, Abend (2007) llama la atención sobre los conjuntos inconscientes
de actitudes transferenciales correspondientes a las fantasías inconscientes que giran
en torno al encuadre y proceso psicoanalítico. La “atención cercana al proceso” de
Gray (1994) del funcionamiento defensivo del flujo verbal en cada sesión, se centra
en el análisis de transferencia que gira en torno a las preocupaciones por las posibles
reacciones moralizantes del analista.
Los estudios de seguimiento de psicoanálisis completos respaldan la visión
contemporánea de que los conflictos nunca se resuelven por completo. Incluso
después del análisis, los conflictos permanecen activos y en alerta dentro de la psique
del individuo. Lo que cambia es la capacidad del individuo para responder a la
activación del conflicto de forma más adaptativa (Papiasvili, 1995; Abend, 1998).

III. Bd. Teoría de las relaciones objetales y del conflicto dentro de la teoría
estructural: Dorpat y Kernberg

Theodore Dorpat (1976) propuso el término “conflicto de las relaciones


objetales” para describir un tipo de conflicto interno que afecta a la estructura
psíquica menos diferenciada y es anterior a la diferenciación del ello-yo-superyó. El

32
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conflicto de las relaciones objetales de Dorpat está relacionado con la oposición en el


individuo de sus propios deseos con respecto a las representaciones internalizadas de
los deseos de otra persona. Un ejemplo sería: “Quiero hacer esto, pero lastimaría a mi
madre.” Dorpat cita los posibles déficits del yo y/o superyó (Gedo and Goldberg,
1973) y una etapa inferior de formación del superyó (Sandler, 1960) para enfatizar la
necesidad de un modelo jerárquico de la mente y llegar a una comprensión integrada
del conflicto psíquico. En un nivel superior de diferenciación interna, esto implica el
modelo tripartito, y en un nivel inferior, un modelo de relaciones objetales, donde el
superyó no se experimenta plenamente como un agente interno, la “culpa de
separación” se genera por la separación incompleta del yo mismo y el objeto y el
proceso de representación no está completamente internalizado. Como el paciente de
Dorpat hablaba de la “madre en mi cabeza” y no de una interacción real con su madre,
el conflicto no podía clasificarse entre los conflictos externos o externalizados.
Desde que las relaciones de objeto pasaron a ser el centro de atención, hubo
quienes dedicaron sus esfuerzos a integrar la psicología del yo a las teorías de las
relaciones objetales. Esta integración tuvo implicaciones teóricas y técnicas. Una de
las más influyentes fue la del norteamericano Otto Kernberg. Su síntesis, que se ha
ido elaborando durante los últimos 30 años, es especialmente aplicable al desarrollo
pre-edípico y las patologías de personalidad límite de “alcance más amplio”, donde
los conflictos intrapsíquicos inconscientes no son simplemente conflictos entre el
impulso y la defensa. En sus escritos, Kernberg (1983; 2015) explica que los
conflictos pre-edípicos se producen entre dos unidades opuestas o conjuntos de
relaciones de objeto internalizados (con todo lo bueno y todo lo malo). Cada una de
estas unidades consta de representaciones del yo mismo y el objeto impactadas por un
derivado de la pulsión, y su manifestación clínica es una disposición de afecto. Tanto
el impulso como la defensa hallan su expresión a través de una relación de objeto
internalizada e imbuida afectivamente.
Haciendo referencia a Fairbairn (1954), Klein (1952), Jacobson (1964) y
Mahler (Mahler, Pine and Bergman, 1975), Kernberg postula la internalización de las
relaciones significativas entre el yo y los demás como bloques constructivos en forma
de unidades diádicas del yo y representaciones de objeto unidos por el afecto en que
se experimentan. Estos bloques constituyen la infraestructura básica de la mente. La
consolidación e integración gradual de estas unidades diádicas en estructuras más
complejas y superiores conducen al desarrollo de la estructura tripartita del yo,
superyó y ello. Las díadas representativas e internalizadas del yo mismo / objeto se
conciben como parte integral de los estados afectivos extremos, tanto los positivos
como los negativos, y determinan, respectivamente, “todo lo bueno” y “todo lo malo”,
las estructuras mentales “idealizadas” y las “persecutorias”.
La teoría psicoanalítica de las relaciones objetales dentro de la teoría
estructural implica dos niveles básicos del desarrollo.

33
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En el primer nivel se construye una estructura psíquica dual bajo el dominio


de estados afectivos extremos. Por un lado, se trata de una estructura psíquica
constituida por auto-representaciones idealizadas que se relacionan con un otro
idealizado (infante o madre) bajo el dominio de fuertes estados afectivos filiales; por
otro lado, se desarrolla un conjunto diádico y opuesto de relaciones bajo el dominio
de afectos negativos, aversivos y dolorosos, constituidos por una representación
frustrante o agresiva del otro en relación con una autorrepresentación frustrada,
enfurecida o dolorosa (Kernberg, 2004). Este concepto de internalización de las
relaciones objetales totalmente buenas, por un lado, y las totalmente malas, por otro,
conduce a una estructura intrapsíquica caracterizada por mecanismos primitivos de
disociación o “escisión”. Estos desarrollos tempranos bajo condiciones afectivas
extremas contrastan con el desarrollo temprano en condiciones afectivas
relativamente mínimas, controlados por las funciones cognitivas disponibles, es decir,
los impulsos instintivos (sistemas de “búsqueda”) para aprender de la realidad y
conseguir una comprensión temprana de la realidad animada e inanimada. En estas
circunstancias, todavía no existe un sentido integrado del sí mismo, ni la capacidad de
tener una visión integrada de los otros significativos.
En el segundo nivel, que surge en los tres primeros años de vida, el desarrollo
progresivo de la comprensión cognitiva realista del mundo circundante y,
especialmente, el predominio de las buenas experiencias por encima de las malas,
facilita la integración gradual de condiciones emocionalmente opuestas, es decir, la
tolerancia de una conciencia simultánea que contiene experiencias buenas y malas.
Este desarrollo de la tolerancia a la ambivalencia de las relaciones emocionales
positivas y negativas combinadas en los mismos objetos externos, conduce a un
sentido integrado de sí mismo y de otros significativos, o, dicho de otra manera, a una
identidad normal del yo. La identidad del yo corresponde a un sentido integrado del sí
mismo y la capacidad de tener una visión integrada de otros significativos.
Este segundo nivel del desarrollo corresponde a la “posición depresiva” dentro
de las formulaciones teóricas de Klein. Ella describe el desarrollo de un
funcionamiento o patología psicológica normal en un plano neurótico de la
organización. Por el contrario, el desarrollo de una patología del carácter en un nivel
límite de organización de la personalidad, lo que correspondería a la “posición
esquizoparanoide” de Klein, representa la consecuencia de un fallo en la integración
de la identidad normal. La organización de la personalidad límite, un trastorno severo
de la personalidad, se caracteriza, de hecho, por la falta de integración de la identidad
o por un síndrome de identidad difusa, es decir, por la permanencia de operaciones
defensivas primitivas centradas en la escisión y ciertas limitaciones en la prueba de
realidad en función de déficit de los aspectos sutiles del funcionamiento interpersonal.
La teoría psicoanalítica de relaciones objetales propone que el cambio de la
organización de la personalidad límite a la organización de una personalidad neurótica
y normal también se corresponde con el cambio del predominio de operaciones
defensivas y primitivas por operaciones defensivas y avanzadas centradas en la

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represión y sus mecanismos relacionados, que incluyen un nivel más avanzado de


proyección, negación, intelectualización y reacciones formativas. Este nivel avanzado
del desarrollo se refleja en una delimitación del inconsciente dinámico reprimido, o
“ello”, constituido por relaciones diádicas internalizadas inaceptables que evidencian
una agresión primitiva intolerable y aspectos de la sexualidad infantil. En este caso, el
yo contiene el concepto de sí mismo consciente, integrado, y las representaciones de
otras personas significativas, además de las funciones sublimadas que se observan en
la expresión adaptativa de las necesidades afectivas y emocionales con respecto a la
sexualidad, la dependencia, la autonomía y la autoafirmación agresiva. Las relaciones
de objeto internalizadas que incluyen demandas y prohibiciones derivadas de la ética
y son trasmitidas en las interacciones tempranas del bebé y el niño en su entorno
psicosocial, especialmente por los padres, se integran en el “súper-yo”. Esta estructura
tardía está constituida por capas de prohibiciones internalizadas y demandas
idealizadas que se han ido transformado significativamente en un sistema
personificado, abstracto e individualizado de moralidad personal (Kernberg, 2012a, b;
Kernberg, 2004).
El trabajo sintético de Kernberg (Kernberg, 2015) incluye la correlación de las
bases neurobiológicas de estas configuraciones conflictivas del desarrollo y las
patogénicas. “Una conclusión general hace referencia al desarrollo paralelo y
recíproco de sistemas neurobiológicos afectivos y cognitivos, controlados en última
instancia por determinantes genéticos y sistemas psicodinámicos, que corresponden
tanto a la realidad como a las distorsiones motivadas de las relaciones internas y
externas…” (Kernberg, 2015, p. 38).
La hipótesis general de esta teoría es que en los pacientes con una
organización de la personalidad límite predominan los aspectos agresivos y
persecutorios de la experiencia temprana, sea cual sea su origen, lo que impide una
integración de la identidad. Un tratamiento analítico orientado a lograr una
integración de la identidad facilitará la integración del concepto del yo e incrementará
el control cognitivo; es decir, el sujeto integraría el concepto de los otros,
normalizaría la vida social e integraría la experiencia de afectos contradictorios, lo
que le llevaría a modular el afecto y a reducir la impulsividad. A partir de estas
suposiciones, la estrategia de la psicoterapia centrada en la transferencia consiste en
clarificar las relaciones de objeto que se activan en la situación del tratamiento (la
transferencia), siempre dominadas por el afecto, tanto con respecto a las experiencias
positivas como negativas. Esto facilita la tolerancia y la conciencia de los estados
mentales conflictivos del paciente. Mediante la clarificación e interpretación final de
los estados mentales que se han disociado debido a las condiciones escisivas
dominantes se fomenta la mentalización. En la situación del tratamiento, la activación
de las relaciones de objeto escindidas tiende a producir “inversiones de roles” en la
transferencia; en otras palabras, el intercambio de roles entre el sí mismo y el objeto
en la experiencia del paciente en relación con el terapeuta. Este proceso permite al
paciente aceptar gradualmente su identificación inconsciente con la víctima y el

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perseguidor y, al mismo tiempo, comprender que sus idealizaciones también tienen


una cualidad poco realista y representan una función protectora contra el aspecto
opuesto y negativo de su experiencia. El terapeuta, que mantiene una neutralidad
técnica mientras protege el marco terapéutico, facilita la introducción gradual de una
“psicología de las tres personas”. En este caso, la función del terapeuta es la de un
forastero “excluido” que ayuda al paciente a diagnosticar los estados de escisión
idealizada y persecutoria. Estos estados pueden vincularse posteriormente con la
significación metafórica de las relaciones de objeto activada durante la transferencia
(Kernberg, 2015).

III. C. Melanie Klein y los post-kleinianos


En las escuelas kleinianas, el conflicto también juega un papel fundamental,
pero éste está presente desde el principio, antes de que se consolide la estructura
tripartita de la mente. La interacción entre las tres estructuras emergentes, puesta en
movimiento por el conflicto entre los impulsos inconscientes del ello y las defensas
del yo dirigidas, es reforzada por las presiones del superyó y se origina en las
primeras etapas del desarrollo, contribuyendo a la construcción de la estructura
psíquica. La lucha entre el amor idealizado y la agresión destructiva mediante la
escisión, la identificación proyectiva, la negación y el control omnipotente caracteriza
la vida psíquica desde sus comienzos, dando lugar a los componentes básicos de la
vida psíquica, es decir, a las constelaciones defensivas primitivas de las posiciones
esquizoparanoide y depresiva. Esta dinámica hace destacar una dimensión más
profunda del conflicto inconsciente, que tiene lugar antes de la consolidación del ello,
el yo y el superyó como tres estructuras claramente diferenciadas. Para los analistas
kleinianos y post-kleinianos, la visión de un conflicto inconsciente que opera en las
primeras etapas del desarrollo ha demostrado ser muy útil para aclarar y abordar las
psicopatologías graves (como la organización de la personalidad límite, la patología
narcisista, la perversión sexual, los trastornos alimenticios, el comportamiento
antisocial) caracterizadas por una fijación en las etapas del desarrollo primitivo en que
predominan la escisión y otros mecanismos de defensa primitivos (Kernberg, 2005).
Esta visión implica que el conflicto inconsciente concierne a cualesquier estructura
psíquica afectiva, tanto la primitiva representada por relaciones de objeto
internalizadas, como la avanzada constituida por la estructura tripartita que ha
integrado sus componentes dentro de las relaciones objetales en las estructuras del yo,
superyó y ello (Joseph, 1989; Klein, 1928; Segal, 1962; Segal and Britton, 1981;
Steiner, 2005).
Melanie Klein desarrolló su teoría de las relaciones objetales en marcado
contraste con la psicología del yo, como una expansión de la visión freudiana de la
psique innatamente conflictiva. El artículo de Klein sobre las relaciones objetales
apareció en 1935, en relación cronológica con el libro de Anna Freud de 1936 y el
artículo de Hartmann de 1937 (publicado en 1939). Mientras que A. Freud y

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Hartmann se centraron en las características del yo y en su defensa contra el ello en el


proceso de adaptación a la realidad externa, Klein sondeaba las profundidades del
mundo interno y su interacción con el mundo externo, ampliando la visión de Freud
del superyó. Es interesante observar la divergencia entre los psicólogos freudianos del
yo y los seguidores freudianos de las relaciones objetales en varios artículos escritos
durante los años cincuenta. Primero, en 1952, en el Congreso Psicoanalítico
Internacional se celebró un simposio sobre “Las influencia mutua en el desarrollo del
yo y el ello”. En esa ocasión, Klein afirmó: “Puesto que el desarrollo del yo y del
superyó está ligado a los procesos de introyección y proyección, también están
inextricablemente unidos desde un comienzo. Como además su desarrollo está
vitalmente influido por los impulsos instintivos, las tres regiones de la mente están
desde el comienzo de la vida en una íntima interacción. Me doy cuenta de que al
mencionar las tres regiones de la mente me aparto del tema en discusión, pero mi
concepción de la temprana infancia hace imposible considerar exclusivamente las
influencias mutuas entre el yo y el ello” (Klein, 1952, p. 59).
Por tanto, cuando la psicología del yo se centraba en la relación del yo con el
ello y su adaptación al mundo externo, la teoría de relaciones objetales de Klein se
centraba en la relación del yo con el superyó y en cómo esta relación estaba
determinada por la conexión formativa entre los impulsos instintivos y los objetos
internos del superyó. Varios años después, David Rapaport (1957) hizo un comentario
sobre esta diferencia: “Desde la introducción de la teoría estructural de Freud, el
interés teórico se ha centrado en la psicología del yo y ha descuidado la exploración
del superyó” (Rapaport, 1957/1977, p. 686).
La teoría de Klein despuntó en su artículo de 1928, titulado significativamente
“Primeros estadios del conflicto de Edipo”. Klein hizo referencia al concepto del
complejo de Edipo de Freud como un “conflicto” y teorizó que este complejo que
para Freud se originaba en la etapa fálica, entre las edades de 3 a 5 años, tiene
complejos precursores en las etapas psicosexuales anteriores centradas en cuestiones
orales y anales. Para Klein, el complejo de Edipo comienza en el primer año de vida y
no hay una etapa “pre-edípica” o “pre-conflictiva”.
Esto plantea importantes problemas conceptuales. Por ejemplo, el complejo de
Edipo hace referencia a cualquier estructura de relaciones triangular, ya que desde el
momento en que el bebé reconoce al padre junto con la madre, hay un triangulo. Sin
embargo, Hannah Segal (1997) señala que tan pronto como el bebé toma la decisión
organizacional de separar las buenas experiencias de la madre de las frustrantes, se
crea un triangulo entre el bebé y una mamá buena y mala. Esta forma de organización,
que Klein llama Spaltung (del alemán, escisión o clivaje), es una de las vías primarias
que tiene la psique temprana (y posterior) de gestionar el conflicto. La escisión de los
objetos en dos partes, o la división de los objetos entre objetos “buenos” y objetos
“malos”, son formas primarias de organizar el mundo. Las funciones de la escisión se
unen a la identificación proyectiva, que en la fantasía se desprende de los elementos
incompatibles de la mente y los proyecta del mundo interno al externo.

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Tanto la escisión como la identificación proyectiva se emplean para gestionar


el mundo interno y externo. Junto con la identificación introyectiva correspondiente,
estos procesos forman un círculo mental-social que incluye lidiar con el conflicto y
tener un funcionamiento mental normal. Este círculo proyectivo e introyectivo, junto
con la analogía de la inhalación y exhalación respiratoria, demuestra la idea de Klein
de la naturaleza innata del conflicto psíquico vinculado a las funciones mentales
vitales. En este proceso el yo forma su relación inicial con los instintos conflictivos de
la vida y la muerte en el ello. En su búsqueda primaria de un objeto externo que le
ayude a luchar por la supervivencia, el niño proyecta sus impulsos instintivos en
forma de fantasía – lo que Klein y Susan Isaacs (1952, p. 58) señalan como el
corolario mental de los instintos – sobre sus objetos externos y, más tarde, introyecta
esta combinación del objeto externo real, mezclado con el objeto fantaseado, en el
superyó, donde empieza a funcionar como un objeto interno. Posteriormente, Klein
centra su atención en la relación de estos objetos internos con el mundo externo, así
como en la relación de éstos con el yo.
Para comprender la complejidad de la idea del conflicto de Klein, es crucial
entender que los objetos internos son la personificación de los instintos. El conflicto
entre los deseos instintivos de vida y muerte crea objetos internos conflictivos ideales
y persecutorios, es decir, objetos con los que el yo debe formar una relación. Para
Klein, el análisis de las relaciones del yo con los objetos internos (el superyó) se halla
en el centro de su teoría psicoanalítica, ya que se formula en torno a la premisa del
conflicto inevitable. De esta premisa surge toda su teoría.
El primer conflicto es innato: son los instintos de vida y muerte y sus
manifestaciones emocionales de amor y odio que, en el círculo de proyección al
mundo externo y, más tarde, de introyección al mundo interno, crean lo que Freud
llamó ambivalencia emocional. Los deseos de vida y muerte crean las emociones de
amor y odio que, a su vez, crean objetos buenos y malos, ideales y persecutorios, que
a menudo entran en conflicto con el objeto externo real. Entonces, tenemos un
conflicto de instintos, un conflicto de emociones y un conflicto de objetos internos
que, a su vez, causan un conflicto dentro del yo, así como en relación con el objeto
externo, el cual podría entenderse como un conflicto entre la fantasía y la realidad. A
partir de estos conflictos inherentes, Klein más tarde presentó una teoría del desarrollo
entre dos posiciones mentales diferentes. La forma más directa de entender estas dos
posiciones mentales es considerar que están conceptualizadas en torno a un problema
singular y único de la vida psíquica: el amor. La teoría de Klein es esencialmente una
teoría del amor y cómo el amor sobrevive en una psique que también genera odio.
Lo anterior conforma el conflicto más importante del desarrollo mental. Este
posicionamiento puede entenderse si se tiene en cuenta lo que muchos pensadores
kleinianos consideran el concepto clave (e implícito) del pensamiento de Klein: que el
odio es más fácil que el amor. Piensen en un edificio. Puede llevar años construir una
estructura, pero sólo un minuto derribarla. La construcción es compleja; la
destrucción es simple. Amar un objeto que frustra implica un desarrollo complicado;

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odiar un objeto que frustra no implica ningún desarrollo. A partir de esta realización,
la teoría de Klein reconoce que en la psique poco desarrollada, mientras que el amor
existe desde el principio, el odio, cuando surge, domina al amor. Por el contrario,
cuando la mente se desarrolla más allá de este estado instintivo, el amor puede
dominar al odio. Klein denomina a estas configuraciones mentales-emocionales las
posiciones esquizoparanoide y depresiva, respectivamente, y las coloca en una
relación de desarrollo: primero se produce la esquizoparanoide, y más tarde
evoluciona la depresiva. El elemento definitorio para discriminar estas dos posiciones
radica en cómo se conceptualizan e interactúan con los propios objetos. En la posición
paranoide, uno se preocupa principalmente por su propia supervivencia y los objetos
pueden ayudar o amenazar la propia supervivencia. Por esta razón, Klein se refiere a
la posición paranoide como la posición narcisista. En la posición depresiva, la
preocupación por la supervivencia del objeto se convierte en algo más importante, o
de la misma importancia, para la supervivencia del yo porque se entiende que uno no
puede sobrevivir sin una relación con otra persona.
El término utilizado para cada posición refleja la naturaleza de las defensas
implicadas. La identificación proyectiva también es un mecanismo organizador, ya
que sitúa a los objetos diferenciadores en lugares distintos con el fin de evitar el
conflicto entre ellos. Lo más importante de las defensas esquizoparanoides es que se
las invoca con un sentido de omnipotencia, como la negación omnipotente de las
realidades, especialmente las realidades de las relaciones emocionales de objeto. La
posición depresiva tiene su propio sentido del conflicto. En este caso, el conflicto
entre el amor y el odio empieza a resolverse del lado del amor por el objeto. La
fantasía funciona de forma omnipotente con respecto a la realidad, hasta que se
establece una relación entre las dos, como ocurre en la creatividad en que las fantasías
que no se comunican con la realidad de las experiencias de los otros, que a menudo
producen formas de arte fallidas.
En la posición depresiva debe abandonarse la omnipotencia para que pueda
darse un reconocimiento de la realidad, es decir, de la separación y singularidad del
objeto. Esto requiere tolerar la culpa, ya que la culpa es la emoción más preeminente
del conflicto. La culpa surge en la intersección entre el deseo y la realidad. La culpa
es el reconocimiento de la irracionalidad y la antisociabilidad de los deseos primitivos
de la persona; representa el momento del reconocimiento de la importancia del objeto
separado de los deseos. La culpa media el conflicto entre el narcisismo y la realidad,
tanto interna como externa. Cuando el amor y la culpa hacia el propio objeto son
intolerables, Klein teoriza una tercera posición mental: la posición maníaca, que entra
en conflicto con la posición depresiva, en tanto que desprecia al objeto, intenta
controlar el objeto y triunfa sobre el objeto necesario negando su importancia. En su
conflicto con el estado depresivo de la mente que valora el amor por encima del odio,
la posición maníaca regresa al uso de las defensas esquizoparanoides para combatir la
culpa y el dolor de amar.

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Finalmente, para la teoría del conflicto de Klein es importante mencionar al


menos un aspecto de la lucha que tiene lugar entre el yo y el superyó. Este aspecto
abarca las ideas de identificación proyectiva de Herbert Rosenfeld (1964) y Donald
Meltzer (1966) en un objeto interno. Según Rosenfeld, el superyó a menudo actúa
como una pandilla, como la mafia o los nazis, queriendo controlar y castigar el yo por
no ser perfecto. Esta es la manifestación de un conflicto primario en la psique entre el
yo y el superyó. El yo inicialmente es pequeño e indefenso, como el bebé; en este
estado, el yo necesita un objeto que pueda ayudarlo a sobrevivir. Este objeto necesario
a menudo recibe cualidades omnipotentes para rectificar el miedo del yo debido a su
falta de poder para valerse por sí mismo. Como en la teoría de Freud, Klein cree que
el yo crea su visión inicial de los objetos bajo el resplandor de la omnipotencia. Al
tener un objeto omnipotente, el superyó hace que el yo crea que incluso si se da
cuenta de que no está en sí mismo poseído por la omnipotencia, su superyó sí lo está.
Esto hace que el yo elimine su propia existencia separada y se fusione con su objeto
interno, omnipotente y fantaseado; es decir, que haga una identificación proyectiva
con un objeto interno. El yo renuncia a su independencia para sentirse protegido de
forma omnipotente, mediante una especie de trato fáustico. De este modo, el yo
intenta resolver su conflicto instintivo de vida y muerte, sus emociones de amor y
odio, omnipotencia y realidad, por el arte de magia de la identificación proyectiva.

III. D. Wilfred R. Bion


Mientras que Klein ampliaba la noción del conflicto de Freud para incluir las
relaciones de objeto, tanto internas como externas, Bion (1955) ampliaba la teoría del
conflicto en el área de las funciones mentales. En el periodo inicial, Bion (1957)
teorizó un conflicto inherente entre las partes sanas y psicóticas de la mente, basado
en los instintos de vida y muerte, respectivamente. La parte psicótica de la mente no
quiere saber nada de la realidad, ni de la externa ni, menos aún, de la interna. Allí
donde Klein veía que la mente se ocupaba del conflicto mediante la escisión, Bion
(1959) proponía un mecanismo más primitivo y destructivo, que llamó “ataques al
vínculo”. Los ataques al vínculo entre dos objetos, o dos partes de la mente, es un
método psicótico de tratar el conflicto, por el cual se rompen todas las conexiones que
ponen en contacto dos objetos separados.
La teoría de Bion se basa en su concepción del conflicto primario. Como él
dice, “el problema es la resolución del conflicto entre el narcisismo y el socialismo”
(Bion, 1962a, p. 118), lo que es una reformulación de la tensión de Freud entre las
relaciones de objeto narcisistas y la elección sana de los objetos, y la distinción de
Klein entre las posiciones esquizoparanoide y depresiva. El conflicto implícito que
genera ataques al vínculo es el conflicto entre la fusión y la separación. Esta idea
llevó a Bion (1963) a modificar el concepto del complejo de Edipo. Para Bion, el
complejo no evoca un conflicto entre la sexualidad y el instinto asesino, entre Layo y

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Edipo, por ejemplo, sino entre la búsqueda de la verdad y la ignorancia de la verdad,


entre Tiresias – el vidente que sabe la verdad – y Edipo.
Bion desarrolla su teoría sobre el conflicto en sus libros Aprendiendo de la
experiencia (1962b) y Elementos de psicoanálisis (1963), donde escribe que hay tres
tipos de vínculos que uno puede hacer con un objeto: L (del inglés, Love, amor), H
(del inglés, Hate, odio) y K (del inglés, Knowledge, conocimiento). L (amor) y H
(odio) son los aspectos tradicionales del complejo de Edipo; K (conocimiento) es la
conceptualización adicional de Bion. En este caso, Bion conceptualiza un mundo de
anti-vínculos que está dominado por el gran conflicto de las funciones mentales entre
K y menos K; entre el deseo de crear vínculos y saber y el deseo de atacar vínculos y
no saber, que se correlacionan con los instintos de vida y muerte. Bion crea una
relación análoga entre los conflictos instintivos (Freud y Klein) y los conflictos
mentales entre K y menos K. Esto se hace patente en el artículo de Bion, “Notas sobre
la teoría de la esquizofrenia”, donde reinterpreta el complejo de castración de Freud,
es decir, el temor a la pérdida de los genitales, como algo que también ocurre en el yo,
donde, según el punto de vista desarrollado en Aprendiendo de la experiencia y
Elementos del psicoanálisis, la castración de las funciones mentales del yo conectadas
con el pensamiento se efectúa con menos K.
A medida que Bion desarrollaba su teoría, el conflicto entre K y menos K se
fue expandiendo hasta convertirse en una categoría más amplia de la verdad contra la
mentira. Esto, a su vez, se vincula con el concepto de experiencia de Bion (Bion,
1959, 1962b). La experiencia se convierte en un crisol para la verdad en función de la
habilidad o capacidad de la persona de tener, involucrarse y sufrir la propia
experiencia. La razón, para Bion, no es la verdad; la experiencia es lo que da
significado a la experiencia emocional del individuo. El trabajo inicial de Bion se
centra en desarrollar la capacidad de pensar en la experiencia emocional del
individuo, mientras que su trabajo posterior se centra en el hecho de poder tener una
experiencia emocional o, paradójicamente, de ser capaz de experimentar la propia
experiencia. Bion (1965, 1970) distingue este estado K con el símbolo O. K
representa el conocimiento de la propia experiencia, mientras que O significa el nivel
más profundo de lo que somos que nunca puede ser plenamente comprendido por la
mente consciente, pero puede ser experimentado. O representa lo desconocido. El
conflicto es entre K y O, entre el ser y el conocimiento (Taylor, 2011; Tabakin, 2015).
El conflicto del pensamiento bioniano posterior es sobre aquello que pertenece a lo
conocido y lo desconocido, a la certidumbre y la incertidumbre.
La postura analítica de Bion hacia el cumplimiento de su estética clínica de
emergencia plantea la necesidad de crear una nueva postura del analista. Al ampliar
las ideas técnicas de Freud (1912) de la atención flotante y la aceptación objetiva de
lo que sea que traiga el material del paciente, Bion propone desarrollar otra
mentalidad, abierta a la ensoñación, que requiera que los elementos “conocedores”
implicados en la memoria y el deseo queden suspendidos (o flotantes), para que el
analista pueda alcanzar un estado de “capacidad negativa” que, según el poeta Keats,

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se da “cuando un hombre es capaz de quedar en la incertidumbre, en el misterio y en


la duda sin una búsqueda irritable de los hechos y las razones” (Bion, 1970, p. 125).
De esta manera, se puede entender que Bion se moviera hacia una resolución
dialéctica, una sublación, según la terminología de Hegel (Rosen, 2014, pp. 138-9),
de los conflictos innatos cuando el individuo desarrolla un estado mental que tolera la
interacción entre los elementos PS (esquizoparanoides) y D (depresivos) y las
configuraciones significadas por Bion como PSóD. Por tanto, Bion nunca sustituye
la premisa del conflicto por la de la emergencia, sino que más bien sitúa la
emergencia en relación dialéctica con el conflicto.

III. E. Donald W. Winnicott


Winnicott ofrece una alternativa de relaciones objetales al modelo del
conflicto de la mente. En su primer libro de artículos escritos entre los años treinta y
mediados de los cincuenta, “Escritos de pediatría y psicoanálisis”, Winnicott (1978)
empieza a formular sus contribuciones a la dinámica del desarrollo infantil y neurosis
infantiles, junto con la preocupación materna primaria, el trauma, la regresión, la
transferencia y la contratransferencia. Su modelo toma como punto de partida el
concepto de un estado primario del desarrollo, que él denomina un-integration (del
inglés, no integración) (Winnicott, 1945). Mientras que Klein tendía a considerar que
la mente primitiva estaba des-integrada por la escisión, la identificación proyectiva y
otras defensas basadas en la omnipotencia infantil, Winnicott considera que la mente
primitiva todavía no se ha unido. Por esta razón, para Winnicott la mente no está en
una situación de conflicto desde sus comienzos, sino que más bien se encuentra en
estado de necesidad de unirse, lo que más tarde acaba produciendo los conflictos que
describen Freud y Klein. Hasta que no se produzca esta integración primaria, para
Winnicott no hay estructura psíquica. Se puede entender este punto de vista de
Winnicott si se entiende que Freud, Klein y Bion construyeron una teoría a partir del
conflicto instintivo y emocional primario que surge de las experiencias de la vida y la
muerte, que originalmente emanan del ello. Esta idea de conflicto primario contrasta
con la idea de Winnicott de que “no hay ningún ello antes del yo” (Winnicott, 1962,
p. 56), y que el yo no puede desarrollarse sin una madre lo suficientemente buena
como para proporcionar un entorno de sostenimiento que facilite al infante la
integración de sus diversas partes en un yo rudimentario. Entonces, y sólo entonces,
empiezan los procesos de formación de símbolos y la organización del “contenido
psíquico personal” que será la base de las “relaciones vivas” (Winnicott, 1960, p. 45).
Tal y como lo expresa Winnicott, en esta etapa “el infante no es todavía una entidad
que tenga experiencias” (1962, p. 56). Klein, por el contrario, creía que existe un yo
rudimentario, con alguna conciencia de la realidad, que hace procesos proyectivos e
introyectivos desde su nacimiento. Según ella, el bebé en esta etapa está teniendo
experiencias.

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En su segundo libro de artículos, escritos a finales de los años cincuenta y


principios de los sesenta, “Los procesos de maduración y el ambiente facilitador”
(Winnicott, 1965), Winnicott centra su atención sobre los procesos madurativos que
deben ser fomentados por un ambiente que facilite su crecimiento. Al comparar su
posición con la de Klein, nos damos cuenta de que Winnicott (1960) reconoció la
importancia del ambiente en las etapas iniciales del desarrollo como Klein, en tanto
que “su trabajo sobre los mecanismos de defensa de la escisión y sobre las
proyecciones e introyecciones, etc. es un intento de establecer los efectos del fracaso
de la provisión ambiental para el individuo” (p. 50). Sin embargo, para Winnicott, el
individuo no puede existir sin un entorno. Mientras que Freud, Klein y Bion
desentierran las complejidades de la situación edípica, Winnicott conceptualiza un
estado del ser pre-edípico, donde la madre y el bebé inicialmente forman una sola
unidad. En lugar de centrarse en el conflicto innato, Winnicott se dedicó a estudiar la
privación ambiental. El estado del ser del bebé (pre-edípico) es la preocupación
principal de Winnicott. Para él, el desarrollo no se basa en el conflicto y su
resolución, sino más bien en el ser y su continuidad.

III. F. Los enfoques de la psicología del self (sí mismo), relacional e


intersubjetiva
En otros modelos psicoanalíticos, sobre todo aquellos basados en el yo mismo
y las relaciones objetales, las cuestiones relacionadas con el conflicto tienen un papel
menor en la comprensión de la psicopatología y en la realización de un tratamiento
psicoanalítico (Busch, 2005; Canestri, 2005; Smith, 2005). En este modelo, en lugar
del conflicto, lo que se tiene en cuenta para explicar las psicopatologías graves es un
déficit relacionado con las primeras etapas indiferenciadas del desarrollo.

Los desarrollos de la psicología del sí mismo y de la post-psicología del sí


mismo (Kohut, 1977; Ornstein & Ornstein, 2005), así como las escuelas relacionales e
intersubjetivas (Harris, 2005), cuestionan la centralidad del conflicto intrapsíquico
inconsciente. Por el contrario, atribuyen psicopatologías severas al déficit psíquico,
ampliando con ello los orígenes de la psicopatología a las etapas del desarrollo en que
todavía no se ha establecido la diferenciación entre la autorrepresentación y la
representación del objeto.
Por lo tanto, la diferenciación de las tres estructuras psíquicas en las que se
desarrolla el conflicto (el ello, el yo y el superyó) también se vuelve defectuosa.
Según este enfoque, las necesidades que entran en juego en el proceso patológico se
refieren principalmente a las fallas del desarrollo: el sufrimiento traumático, las
pérdidas y, en general, la ausencia de un objeto emocionalmente sensible que
deterioran el desarrollo de la estructura del yo. Este resultado va mucho más allá de
los impedimentos derivados de las pulsiones libidinales y agresivas.

43
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A diferencia de la patología basada en el conflicto que se desarrolla entre


sistemas (inter-sistémico), la patología basada en el déficit se refiere a las fallas en la
estructura del sí mismo (intra-sistémico). Las preocupaciones sobre las fallas del
desarrollo y la psicopatología del déficit son ampliamente compartidas entre las
escuelas psicoanalíticas contemporáneas post-freudianas y post-kleinianas. Incluso sin
abandonar del todo el conflicto, estas preocupaciones han desafiado su monopolio en
la teoría tradicional. El conflicto ya no se considera tan importante como lo era en el
pasado. Lo que más influyó en la disminución de su importancia fue poner más
atención sobre el papel desempeñado por el objeto real en la construcción de la
estructura psíquica dañada por una relación traumática que acaba provocando déficits
funcionales. Una gran cantidad de datos de estudios sobre el trauma infantil respaldan
este enfoque.
La mayoría de las escuelas psicoanalíticas contemporáneas no abandonan por
completo el concepto del conflicto, pero lo marginalizan a favor del concepto del
déficit, cosa que amplía el alcance de la comprensión psicopatológica y, en
consecuencia, de la técnica clínica. Al ampliar el campo de la comprensión
psicopatológica, es decir, al concebir el sufrimiento psíquico no sólo como una
consecuencia del conflicto, sino también como algo que se organiza en torno a una
auto-estructura dañada, se amplía el enfoque psicoanalítico clásico: mientras que éste
se basaba en el reconocimiento del conflicto, con su debida interpretación y
elaboración, las estrategias analíticas inspiradas en los problemas del déficit no
pretenden buscar y revelar significados reprimidos, ni vencer la resistencia, sino
ayudar al yo a establecer significados y sentir que algo tiene la cualidad de ser
(Killingmo, 1989).
En las distintas perspectivas interpersonales, intersubjetivas y relacionales de
las últimas tres décadas, se ha prestado mucha atención a la presencia y función de los
conflictos que pueden ser intersubjetivos e interrelacionales, derivados interna y
externamente y, en muchos casos, transgeneracionales.
Para las teorías relacionales, la potencia del conflicto se basa en el encuentro
del individuo con la cultura y ocurre a muchos niveles. Es probable que vayan
surgiendo conflictos a medida que los individuos se involucran, se vuelven sujetos o
resisten a su entorno cultural; especialmente cuando el individuo habita o está
habitado por alguna de las muchas formas de identidades y personalidades no
normativas (raza, clase, sexualidad, discapacidad, cultura y género). Las formas de
identificación conflictivas se encuentran en la vanguardia de muchas preocupaciones
clínicas experimentadas con pacientes, y se expresan en forma de angustia y dificultad
del paciente en la matriz de transferencia-contratransferencia.
En su libro “Conceptos relacionales en psicoanálisis: una integración”,
Mitchell (1988) trabajó los conflictos entre diferentes configuraciones relacionales
derivadas de experiencias conflictivas con otras personas significativas. Se manifestó
en contra de la simplificación del conflicto y, varios años después, en un

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“Comentario” declaró: “…retratar mi visión del conflicto como un conflicto entre la


persona y otras personas de su entorno es una tergiversación desconcertante. De
hecho, una de mis principales preocupaciones en el libro de 1988 fue distinguir entre
las teorías relacionales centradas en los obstáculos del desarrollo y las teorías
relacionales del conflicto…” (Mitchell, 1995, p. 577). En el trabajo de Dimen (2003),
Layton (1998), Harris (2005), Corbett (2001a, 2001b), Goldner (2003) y otros, el
conflicto siempre se ubica dentro y entre los sistemas políticos y personales o sociales
y psíquicos. Desde este punto de vista, influenciado por la postmodernidad, el
feminismo y la teoría queer existe un conflicto inherente entre los regímenes de
vigilancia y los que defienden la individualidad y la salud, y entre la normatividad y
la libertad. Estas contradicciones, que en teoría política a veces se plantean como
conflictos estructuradores de clase, etnia, cultura o género, a menudo se experimentan
por el analista en los conflictos de contratransferencia.
En cuanto al enfoque de Harris (2005), los psicoanalistas postmodernos se
esfuerzan por llegar a una visión particular de la paradoja o conflicto en la que puedan
coexistir una serie de estados independientes y diferenciados, pero interrelacionados,
del yo mismo – los del curandero, policía psicoanalítico, sujeto y objeto de la teoría y
uno que es el producto de, y está sujeto a, culturas, subgrupos y familias particulares.
Desde varias perspectivas teóricas, el conflicto (intersubjetivo, intrapsíquico y
enacted o representado) está relacionado con el mismo proceso de cambio. El
conflicto es un aspecto inherente del desarrollo y sus movimientos (macro y micro)
están cargados de poderosas experiencias de desequilibrio. El cambio en sí es un
estado conflictivo potencialmente complejo, multidireccional e inestable. Los
conflictos que surgen durante las transformaciones psíquicas o relacionales son
producidos por muchos estados afectivos diferentes y vértices relacionales.
Una idea central de esta teoría es que la persona en conflicto se siente atrapada
por dos “mandados” imposibles (Apprey, 2015). El crecimiento traerá consigo la
separación, pero la separación de los objetos muertos o moribundos puede
experimentarse como algo intolerable. El cambio puede considerarse como el
momento en que un conflicto sobre las tareas psíquicas y la libertad mental crea un
foco de lucha peligroso o incluso un impase. Esto, tanto si queremos llamarlo abismo
como borde del caos o experiencia dramática de separación cargada de miedo, para
algunos, o tal vez para todos los pacientes, es un punto de máximo conflicto y peligro.
De hecho, se puede observar en los periodos de mejoría y recaída, durante el análisis,
y en los percances y pánicos cuando empieza a realizarse el cambio psíquico. El
concepto de teoría de campo de un proceso espiral de Willy y Madeleine Baranger
(2006, 2009a, b) y las nociones de catástrofe y transformación de Bion son
importantes para el desarrollo de los enfoques relacionales.
Estas ideas están relacionados con un poderoso conjunto de conceptos
desarrollados por J. Henri Rey. En su artículo, “Lo que los pacientes traen al análisis”
(Rey, 1988), Rey argumenta que los pacientes pueden llegar al tratamiento con la
intención oculta – con un mandado, como diría Apprey (2015) – de reparar los objetos

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dañados de su historia que ahora forman parte de un mundo interno agonizante o


dañado; es decir, de sanar el objeto (de fantasía interna) para que el paciente pueda
cambiar. Este es el vínculo conflictivo imposible, en el que se desarrollan muchos
tratamientos. Desde la perspectiva relacional sobre el poder de la contratransferencia
y la subjetividad del analista, uno también puede entender la concepción de Rey como
el trabajo inconsciente del analista. Al abordar la cuestión de la resistencia ansiosa al
cambio y la determinación, teñida de conflicto, de arruinar el proceso de crecimiento,
uno debe hacerse las mismas preguntas sobre la presencia de tales temores y
conflictos en la contratransferencia del analista. Los analistas relacionales han puesto
un gran énfasis en la instrumentalidad de la contratransferencia y las poderosas
formas en que el proceso del analista interrumpe y/o facilita el cambio psíquico en el
paciente.
Si se examinan los artículos relacionales con la vista puesta en la función del
conflicto, se puede observar que otras terminologías y preocupaciones conceptuales
llenan los espacios teóricos donde puede surgir el conflicto. Dimen (2003) y Hoffman
(1998), por ejemplo, prefieren el término “dialéctica”. Ambos están interesados en las
tensiones productivas que aparecen bajo ciertas condiciones de contradicción,
principalmente entre el analista y el analizando, pero también de forma interna en
cualquiera de los miembros de la díada. Es importante destacar que la contradicción
no es simplemente un desacuerdo o una diferencia; más bien consiste en la activación
y desarrollo (o viceversa), a través de varias interacciones, del conflicto intrapsíquico.
Para Hoffman (1998), los conflictos no provienen esencialmente del sexo o la
agresión, sino de una relación conflictiva profunda con la mortalidad. Sin embargo,
según otra analogía, el conflicto interno del analista entre “seguir las reglas” y trabajar
de forma espontánea, se compara con el conflicto experimentado por el infante entre
el rival edípico y el objeto amado. Esta analogía sugiere hasta qué punto los analistas
están en deuda con una visión del conflicto centrada en el sexo y la agresión, aunque
estos conflictos surjan en estados cambiantes del afecto (Spezzano, 1998), en un
espacio intersubjetivo (Benjamin, 1995, 1998) o en constelaciones relacionales
(Davies, 1998, 2001).
Benjamin (1998) defiende una atención fluida y cambiante sobre lo
intrapsíquico e interpersonal, en que la motivación exista tanto a nivel interpersonal
como al servicio de la relación y las necesidades narcisistas. En este caso, si hay una
teoría dual ésta es relacional objetal / relacional. La preferencia por un término como
la dialéctica es más que retórica. Para Hoffman y Dimen, la dialéctica captura los
aspectos dialógicos, activos e interactivos del carácter proteico de la experiencia
conflictiva. La dialéctica ofrece el sentido de un diálogo entre alternativas, un
registro de voces múltiples, ya sean corales, armónicas, atonales o del tipo de llamada
y respuesta. Para Dimen, la forma y la función de la vida conflictiva en el ámbito de
la sexualidad atestiguan la fecundidad, la sorpresa, el exceso y los problemas
irreductibles.

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Por otro lado, el conflicto queda relegado a una nota al pie en el libro de Stern
(1997), donde el autor explica que la ausencia de un uso explícito del término
conflicto es debido a su uso como una suposición de fondo de menor interés formal
que los estados cambiantes de la experiencia psíquica. Este uso es bastante parecido al
uso que le dieron Bromberg (1998) y Davies (1998, 2001). El conflicto, para
Bromberg, aparece generalmente en el contexto de la disociación (véase Smith,
2000a, para una discusión sobre la intersección de, y las diferencias entre, la
disociación y el conflicto en el trabajo de Bromberg). El modelo de trabajo de
Bromberg destaca la expansión del campo relacional experiencial para que el
conflicto se haga discernible. Stern opina que el conflicto es un logro, ya que anuncia
el momento en que el no-yo se convierte en un yo mismo. Y cuando el conflicto sobre
material disociado es posible, se puede iniciar un proceso de negociación entre el
estado del yo mismo recién acuñado y otros estados del yo mismo. Lo que era
impensable ahora se puede pensar y sentir y se puede reflexionar acerca de qué hacer
al respecto. Anteriormente, cuando el material estaba disociado, no podía ser pensado
ni sentido y, por tanto, qué hacer al respecto ni siquiera era una pregunta. En
publicaciones posteriores, especialmente en el artículo “El ojo que se ve a sí mismo”
de 2004, Stern expuso la idea de que, a partir de una teoría de la mente basada en la
disociación, el conflicto es un logro, no algo que debemos evitar. Sin embargo, desde
esta perspectiva, se considera que el conflicto inconsciente es imposible. Si hay un
inconsciente no formulado, no hay nada con suficiente estructura en el inconsciente
para poder entrar en conflicto con otra cosa. Desde este punto de vista, también haría
falta revisar la noción de fantasía inconsciente si se aplica a un fenómeno que es
simultáneamente inconsciente y estructurado.
Si el inconsciente no está formulado, el significado del inconsciente no es una
forma o una estructura, sino una potencialidad – lo que podría convertirse en una
experiencia consciente. La idea está conectada con la disociación, que en el marco de
referencia de Stern se basa en la insistencia inconsciente, por tazones defensivas
también inconscientes, de mantener la experiencia en un estado potencial o no
formulado. La disociación es el rechazo inconsciente de pensar; de dar sentido. Por
esta razón, la experiencia disociada simplemente es imposible que pueda entrar en
conflicto con ninguna otra parte de la mente, ya que todavía no ha alcanzado el tipo
de forma simbólica o realización en que le sería posible entrar en conflicto.
El conflicto se da entre las dos personas, pero no es interno para ninguna de
las dos. Las dos mentes son como las dos partes de un plato roto: ambas encajan, pero
cada una tiene sólo una de las partes. En la resolución del enactment, el conflicto
externo se vuelve interno en la mente de uno de los participantes y eso provoca un
desarrollo similar en la mente del otro. Así es como se produce por primera vez el
conflicto interno. Y es por esta razón que el conflicto consciente se considera un
éxito.
Stern, Davies y Bromberg colocan el conflicto dentro de un modelo de estados
múltiples y cambiantes del yo mismo, donde se vive a partir de experiencias

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disociadas y discontinuas, es decir, a través de rupturas del ser continuo. La


aprehensión del conflicto interno, en un tratamiento brombergiano, es posible gracias
a la creación de un campo interpersonal en el que el analizando puede tolerar que lo
vea otra persona, y puede imitar o absorber esa capacidad de observación.
La conciencia del conflicto es una característica emergente de este tipo de
trabajo relacional que requiere el establecimiento de ciertas condiciones de seguridad
interpersonal para que el material disociado pueda mantenerse en la conciencia. La
atención que dedica Davis al conflicto inconsciente es la de una armonía matizada por
formas de identificación (parciales o completas) cambiantes, que se representan
mediante varias permutaciones en la relación analítica. Una de sus imágenes
distintivas es la del calidoscopio, ya que evoca la experiencia cambiante y proteica de
las identificaciones múltiples, así como los cambios sutiles introducidos por la
experiencia del conflicto que conducen a reorganizaciones radicales. El conflicto se
encuentra entre esos estados cambiantes.
El conflicto, según la concepción de Aron (1996), de una construcción
recíproca de sentido podría surgir de dos fuentes: de las experiencias divididas de la
subjetividad que provienen de la interacción y la simbolización, o de las experiencias
de reconocimiento y soledad que surgen en diversas interacciones (Benjamin, 1995,
1998; Slavin & Kriegman, 1992). Un tipo de conflicto agudo, desde el punto de vista
de Aron, que se sitúa en el ámbito de lo interpersonal e intrapíquico del analista y el
analizando, es el conflicto entre el deseo de reconocimiento y el deseo de distinción,
singularidad y separación. De hecho, este conflicto no trata tanto de los deseos como
de las transacciones relacionales y podría considerarse, de hecho, como un choque
entre paradigmas relacionales. Cualquier teoría del conflicto implica una teoría de la
motivación (Harris, 2005). Uno de los teóricos fundacionales de la perspectiva
relacional, Greenberg (1991), tuvo la necesidad de retener el concepto de pulsión para
hablar sobre la función. El trabajo de Mitchell (1997, 2000) siguió una trayectoria
similar al modelo del conflicto relacional de Fairbairn, aunque también se interesó por
la teoría del apego y el desarrollo de Loewald. La visión de Mitchell no se basa en un
individuo arrastrado por matrices interactivas, sino en un individuo que siempre está
integrado en ellas.
Tal vez no es que los relacionalistas eviten la teoría de la pulsión, sino que,
siguiendo las ideas de Ghent (2002), entienden la pulsión como algo menos
importante. Las ideas motivacionales de Ghent siguen mucho a Edelman (1987), que
imagina que la experiencia humana empieza con conductas bastante primitivas,
simples y sin inflexiones (buscando la luz y la calidez, por ejemplo), que a medida
que evolucionan van imbuyéndose de lo que Edelman llama valores. En un desarrollo
que va haciéndose cada vez más complejo, las experiencias pequeñas y sutiles (las no
conscientemente intencionales) emergen como sistemas motivacionales elaborados.
La sexualidad, la agresión y la seguridad son productos, no motores preestablecidos,
del desarrollo. Según Edelman, el conflicto es emergente y no está preestablecido a
nivel inconsciente. Ghent y Harris reflexionan sobre el conflicto a través de la teoría

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sistémica y la dinámica no-lineal, o teoría del caos, según la cual el conflicto es el


provocador e iniciador del cambio. Dentro de la teoría del caos, hay una teoría de la
transformación. El desequilibrio surge del conflicto. El conflicto es una fuente de
cambio, movimiento y comprensión. El conflicto al servicio del crecimiento o la
transformación toma distintas formas. El conflicto, incluso a nivel inconsciente, entre
la manera de ser o de relacionarse, puede marcar el comienzo de una desestabilización
del patrón y la experiencia negociada. Pero existe un punto en el trabajo analítico en
que las contradicciones conflictivas, ya sean de representaciones mentales o de
relaciones objetales, quedan suspendidas en la mente; un punto donde el conflicto
puede flotar al borde del caos. Este punto se presenta de forma más aguda en el
trabajo con pacientes que experimentan el duelo y la pérdida del objeto.

III. G. La perspectiva lacaniana francesa


Con el fin de explorar el papel del conflicto en la obra de Lacan – un término
no muy popular en los escritos y la enseñanza de Lacan – David Lichtenstein
(Christian, Eagle & Wolitzky, 2017; pp. 177-194) vuelca su atención sobre la idea de
división subjetiva y la estructura de esa división tal y como la entiende Lacan. Al
hacerlo, ilustra tanto lo que se deriva de la idea clásica del conflicto intrapsíquico,
como lo que se aparta de él en la obra de Lacan.
Un concepto fundamental para la teoría del sujeto dividido de Lacan es el de
la falta. La palabra en francés, manqué, expresa tanto la “pérdida” y la “falta” como el
“vacío” y la “vacuidad”. Lacan entendía el enfrentamiento psíquico con la pérdida
como algo esencial para la formación del sujeto humano. De hecho, el sujeto nace de
ese enfrentamiento y de la representación de la pérdida, y sin ello no puede formarse
como tal. Esto es esencial para entender la teoría de Lacan sobre el sujeto. Por un
lado, está arraigado a la visión freudiana de la represión primaria, expresada en “Más
allá del principio del placer” (Freud, 1920) y, por otro, es un proceso esencial para la
formación per se de la subjetividad. La “experiencia primaria de satisfacción” a la que
se refiere Freud es de origen mítico, ya que no tiene representación y, por tanto, no
puede experimentarse en la psique hasta que se pierde. El esfuerzo por recuperar ese
momento perdido es un principio definitorio de la subjetividad. Tiene sus raíces en la
capacidad humana de representar y, por ello, en el núcleo de esta función tan
distintivamente humana se encuentra el principio de la falta, es decir, de la
satisfacción perdida. Hay una relación dialéctica en el pensamiento de Lacan que
también se basa en Freud: la represión primaria de la satisfacción pérdida sólo puede
producirse una vez haya una representación que reprimir, y sólo puede haber una
representación de la satisfacción como ya perdida, es decir, que la represión y la
representación deben surgir a la vez: el objeto perdido aparece como un objeto ya
perdido.
Una de las consecuencias de que Lacan coloque la pérdida en el núcleo del ser
del sujeto es que subvierte cualquier idea del infante como una criatura puramente

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natural que vive fuera de la cultura. La idea de un niño instintivo que exprese patrones
de apego está muy lejos de la idea que tiene Lacan del sujeto que, según él, está
inscrito en la cultura desde el comienzo de su existencia. En el psicoanálisis, las
teorías del conflicto generalmente se centran en la experiencia del placer contra el
displacer y en los esfuerzos para resolver los conflictos entre los dos. Necesariamente,
esto implica una teoría del “anhelo”, de la motivación, intención o deseo. Este último
término, el deseo y, de hecho, la relación conceptual entre el deseo (del inglés, desire)
y el anhelo (wish) desempeña papeles muy importantes en el pensamiento lacaniano y
contribuye a aclarar la función implícita del conflicto intrapsíquico dentro de ese
pensamiento.
La palabra francesa désir es una traducción adecuada de la alemana Wunsch,
la palabra que generalmente utiliza Freud y se traduce como wish en inglés (anhelo,
en esta traducción al español). Sin embargo, désir también representa la palabra
alemana Begierde (Begehren), que es la palabra que generalmente aparece en los
textos de Hegel, una palabra más compleja que Wunsch, que sugiere una intensidad
más allá del anhelo, es decir, una pasión, codicia o lujuria. Lacan connota tanto el
Wunsch de Freud como el Begierde de Hegel en la palabra désir, y ambas podrían
representarse en inglés con la palabra desire, pero no con la palabra wish. Si
analizamos el contraste entre los términos wish y desire, encontramos diferencias con
respecto a la función de la fantasía y, de hecho, en la concepción misma del
inconsciente. La idea de Brenner de que los anhelos originales son esencialmente
realistas y sólo se convierten en fantasías reprimidas cuando entran en conflicto con
anhelos más poderosos – o sea, para evitar la desaprobación, etc. – es muy distinta de
la idea de Lacan del inicio del deseo como fantasía inconsciente: la fantasía
inconsciente que puede transmitirse a través de varios anhelos discretos.
El sujeto dividido solicita ayuda al analista para reducir la experiencia
dolorosa o desagradable. Sin embargo, el análisis procede a abordar qué más pueden
significar estos requerimientos. Si se hiciera al revés, es decir, si el análisis
primeramente se centrara en reducir el displacer, esto haría imposible el análisis. La
conclusión es que existe otro anhelo en esa solicitud de ayuda, y tal vez sea un anhelo
orientado a la idea del analista que lo sabe todo o sobre lo que éste analista conocedor
le otorgará (en la transferencia). Este otro anhelo refleja la división entre la solicitud
(consciente) y el deseo (inconsciente). Todo el trabajo clínico psicoanalítico gira en
torno a esta división. En francés, una solicitud es une demande. Por lo tanto, esta
división del sujeto del psicoanálisis tiende a abordarse en las traducciones al inglés y
al español como aquello que ocurre entre la demanda y el deseo.
La distinción entre la demanda y el deseo es similar a la distinción entre el
contenido manifiesto y el latente, pero no es exactamente lo mismo. Para Lacan, el
contenido manifiesto de la demanda es menos importante que su lógica. La demanda
tiene la lógica de una solución imaginaria a la falta: “Si pudiera tener lo que quiero
me sentiría realizado.” Como el anhelo, la demanda lleva implícita una totalidad
imaginada, es narcisista en la forma. Da por hecho que existe una reparación

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imaginaria de la herida imaginada. Es por eso que se frustra en un análisis exitoso. Al


frustrar esta demanda de una solución imaginaria, el analista dirige el tratamiento
hacia la expresión de nuevas metáforas de la falta; nuevas expresiones del deseo. Esta
visión tiene puntos en común con la noción de Hans Loewald (1960) del nuevo objeto
de análisis y, tal vez, con la noción de la psicología del yo de la creación de nuevas
formaciones de compromiso. La perspectiva lacaniana de esta nueva posibilidad se
basa en la diferencia esencial entre la estructura del deseo como una expresión
simbólica y continuada de la falta inevitable y la demanda como una creencia en la
integración o sanación, es decir, como una solución a la falta. Aunque las dos
intenciones tienen una estructura y lógica distintas, es imposible encontrar una
expresión pura del deseo, excepto cuando éste se expresa y se oculta en la demanda.
El deseo nunca aparece de forma puramente declarativa. Solicitar ayuda,
consejo, afecto, apoyo o amor será la manera de transmitir algo que se encuentra más
allá de esa solicitud en el registro del deseo inconsciente. Y la ocasión para ese deseo
siempre se dará en el aquí y ahora, como una expresión de una petición (demanda)
interpersonal. Por tanto, pensar que el deseo y la demanda están en conflicto tiene
sentido si se trata de un conflicto dialéctico, en tanto que sólo al analizarlos juntos
puede uno encontrar algo nuevo. El papel del analista no es sanar, ni siquiera suturar
esta división, sino escucharla, hacer que el analizando sea consciente de ella e
indicarle el camino a través de cualquier impase sintomático que haya motivado la
solicitud de análisis del analizando. Es similar a lo que Hans Loewald denominó “la
apropiación consciente de la interacción y la comunicación entre los modos de
mentación inconscientes y conscientes y el deseo” (1978, pp. 50-51). La pieza que
conecta el enfoque de Loewald con el de Lacan es la frase modos de mentación. No es
el contenido lo que diferencia el deseo de la demanda, ni tan sólo el ello del yo, sino
que es el modo por el cual se representa.
Escuchar la expresión del deseo detrás del significado aparente de la demanda
sugiere que el analista no debe centrarse solamente en la comprensión, sino también
fijarse en las formas de expresión (modos de mentación) que discurren junto al
significado manifiesto. La cuestión sigue siendo si se gana algo entendiendo el
proceso de escucha en función de una dialéctica entre el deseo y la demanda, en lugar
de utilizar las categorías psicoanalíticas tradicionales de los derivados de las pulsiones
y las defensas. La idea lacaniana de marcar las expresiones del deseo y puntuar de
varias maneras el discurso del analizando para indicar que se dijo algo más allá del
discurso intencionado, variará según la forma de escuchar e intervenir que tenga el
analista. En la técnica clínica, informada por estas ideas, la expresión del deseo en el
habla siempre participa de las sustituciones y subversiones figurativas del significado
esperado, que son posibles gracias a la estructura del lenguaje. Interpretar el ello
como algo opuesto a los contenidos del yo no es lo que está en juego al escuchar la
expresión del deseo. Por el contrario, la escucha del carácter del enunciado, su
capacidad para evocar un juego excesivamente determinado de significados, es la
mejor guía para que el analista facilite la subversión de las certezas imaginarias.

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Todas las intervenciones explicativas, ya sean destinadas a abordar la defensa o


impulsar los derivados de la pulsión, corren el riesgo de encallar el discurso en la
certeza de las identificaciones, es decir, en una deshumanización del sujeto que
bloquea el juego de significados, que son la carta de presentación del deseo.

III. H. Autores franceses no lacanianos


Jean Laplanche (2004) propuso una teoría del conflicto psíquico basada en su
teoría del inconsciente y las pulsiones. Se centró en la relación primordial con el otro
adulto, que él describe como el emisor de mensajes enigmáticos (sexuales e
inconscientes).
A partir de la oposición fundamental entre el amor y el odio, Laplanche
propone que existe una oposición entre la sexualidad desligada (erótica) y la
sexualidad ligada (narcisista y/o relacionada con el objeto), ambas en un nivel de
fantasía inconsciente. De hecho, ambas se hallan en relación dialéctica con el nivel
pre-psíquico de la autoconservación, lo que indica la preexistencia de algún tipo de
“cableado” psicofisiológico caracterizado por la ternura y la agresividad natural. En
bebés humanos, este “cableado” se ve inmediatamente invadido por los mensajes
enigmáticos del otro. En el nivel del funcionamiento autoconservador, uno podría
encontrar la ternura (término de Freud), o el apego. El segundo nivel es el de lo
erótico, cuya descripción data de los Tres ensayos. Finalmente, el tercer nivel es el del
amor del objeto total, del Eros a la vez narcisista y relacionado con el objeto
(Laplanche, 2004, p. 468). Los mensajes de los adultos no se mantienen en un solo
nivel consistente: el del cuidado y la ternura. En la situación de contacto físico
cercano, las fantasías sexuales de los padres se despiertan y fuerzan su entrada o se
insinúan en el corazón de la relación de autoconservación. Los mensajes están
“comprometidos” – en el sentido psicoanalítico del término – y lo están de forma
inconsciente también para el remitente del mensaje. El niño que intenta dominar estos
mensajes enigmáticos los recupera a través de los códigos de los que dispone. En este
sentido, la denominada pulsión de muerte es, en efecto, la “pura cultura” de la otredad
que detectamos en las capas más profundas del inconsciente. Esto también es así en
las capas más inaccesibles del ello. Sin embargo, muy pronto, a partir de la actividad
del yo, y con la ayuda del entorno cultural, aparecen escenas fragmentarias,
fragmentos de secuencias fantasmáticas que serán absorbidas progresivamente por las
grandes fuerzas organizativas, los complejos de Edipo y la castración.
Las fuerzas de ligazón de la psique no son menos sexuales que las otras
fuerzas. Sin embargo, siempre parten de ciertas totalidades: la totalidad del ser
humano de un ser unificado; la totalidad del yo, de su forma y sus ideas.

Por tanto, en la gran oposición entre las pulsiones de vida y muerte, así como
la oposición entre la ligazón y la desligazón, funcionan en el interior del aparato
psíquico. El recién nacido se esfuerza por traducir los mensajes seductores y

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enigmáticos del adulto, sin permitir una desligazón demasiado grande del estímulo. A
partir de entonces, se emprende una batalla por la ligazón contra el otro interno: el
inconsciente y sus derivados (Laplanche, 2004).
Las conceptualizaciones de André Green (1975, 1998) de la “madre muerta”,
el “trabajo de lo negativo”, el “objeto analítico”, la interconexión dinámica entre el
objeto y la pulsión, lo intrapsíquico y lo intersubjetivo y la “cooperación antagónica”
entre la representación y el afecto, están firmemente arraigadas a la noción del
conflicto psíquico localizado o estado de conflicto generalizado.
Green propuso agrupar los mecanismos de defensa de la represión, la escisión,
la renegación y la forclusión (rechazo o negación) en su formulación del concepto del
trabajo de lo negativo, porque los entiende como elaboraciones de la represión
prototípica. Desde su punto de vista, todos implican un juicio y una aceptación o un
rechazo: una pregunta cuya respuesta es sí y/o no. Esta pregunta puede basarse en
diferentes contextos y tratar con diversos materiales (impulsos instintivos, afectos,
representaciones, percepciones, palabras, etc.). Entre los diversos mecanismos de
defensa, este grupo es diferente de los otros porque sus componentes implican esta
elección básica de aceptación o rechazo en la conciencia de los derivados que están
arraigados al inconsciente o al ello.
Cuando escribe sobre los pacientes psicóticos con personalidad límite, Green
señala dos mecanismos que conducen a la ceguera psíquica: la exclusión somática,
donde la regresión disocia el conflicto de la esfera psíquica del soma, y la expulsión
(del conflicto) a través de la acción, su contraparte psicomotora. Además, la escisión
y la decatexis presentan el dilema del delirio o la muerte (del proceso psíquico) de los
pacientes límite. De hecho, se requiere más atención sobre las sutilezas de la
comunicación y un equilibrio óptimo entre la presencia no intrusiva y la ausencia, por
parte del analista, que permita la aparición de posibles procesos de simbolización y
representación.
Piera Aulagnier parte de las teorías de Freud, Winnicott y Lacan y las
expande con su teoría de la psicosis infantil, en la que identifica tres niveles de
representación: el pictograma primigenio, la fantasía del proceso primario y la
ideación del proceso secundario. El proceso primario se activa para simbolizar y
representar el reconocimiento de la presencia y ausencia del cuerpo del otro. En esta
función, entra en conflicto con el proceso primigenio (pictogramas creados por sí
mismos para sí mismos), que sólo reconoce un espacio psíquico. La función de la
fantasía del proceso primario es resolver este conflicto (2001, pp. 40-42).
En su estudio de “Agieren”, Joyce McDougall (1980) señala que la traducción
al inglés “acting out” refleja con precisión la doble dimensión de la noción de un
orden económico: primero se pone algo fuera (de uno mismo o de la situación
analítica) que debería haberse mantenido dentro y tratado psicológicamente;
posteriormente, se agota o desaparece la tensión de manera que no queda nada del
conflicto interno. Los afectos ansiosos o depresivos, que de otra manera podrían

53
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abrumar la capacidad del individuo de sobrellevarlos, se mantienen fuera de la


conciencia. En la teoría de McDougall, es el mecanismo de la “forclusión” lo que más
se aproxima al “rechazo de la psique” freudiano (distinto de la represión o la
negación) y hace de mediador entre la maniobra económica del acting-out y la
descarga de tensiones.
En su exploración de los fenómenos psicosomáticos, McDougall describe que
el conflicto psíquico es renegado y expulsado de la psique para poder así ser
descargado a través del cuerpo y su funcionamiento somático. Ella teoriza que al
comienzo de la vida psíquica el cuerpo se experimenta como un objeto que pertenece
al mundo externo. Este estado de percepción sigue existiendo en la vida de los sueños
y en ciertos estados psicóticos, en los que todo el cuerpo, o “ciertas de sus zonas y
funciones, se tratan como entidades independientes, como pertenecientes a, o bajo el
dominio de Otro” (McDougall, 1980, p. 419).

IV. USO DEL CONCEPTO EN AMÉRICA LATINA

Las contribuciones de América Latina han enriquecido el estudio de las


consecuencias del conflicto psíquico. Tanto en la estructuración del aparato psíquico
como en las manifestaciones clínicas y la teoría de la técnica existen síntesis creativas
del trabajo de Freud, Klein, Bion y los autores franceses no lacanianos, especialmente
de Laplanche, Green, Aulagnier y McDougall.
Aunque en el Esquema Conceptual Referencial y Operativo (ECRO) de
Pichon Riviere, la teoría de Racker de la contratransferencia concordante y
complementaria y la teoría de la comunicación de Lieberman (Borensztejn, 2014)
pueda discernirse el conflicto, los ejemplos más relevantes del pensamiento sobre el
conflicto pueden encontrarse en las contribuciones de Ángel Garma, Arnaldo
Rascovsky, Maurice Abadi y Norberto Carlos Marucco.

IV A. Ángel Garma
Para Ángel Garma, el principal conflicto es entre el yo y el superyó. Garma
sigue la idea que defiende Freud en El yo y el ello, según la cual la severidad de la
neurosis es proporcional a la severidad del superyó. Además, si el sueño es el modelo
de constitución de todas las transacciones, una modificación en la concepción de su
forma de producción tendrá repercusiones en el mecanismo de la teoría epigenética de
la sintomatología.
Garma reformula el modo de “conformación” de los sueños desde el punto de
vista de la teoría estructural. En la situación de dormir, el yo retrocede y, a

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consecuencia de ello, se relaja la censura, lo que en la vida diurna mantenía los


contenidos del ello inconscientes, ahora se puede expresar con menos inhibiciones.
Esto da lugar a una situación que es equivalente al trauma: un yo con un déficit
simbólico se enfrenta a contenidos altamente investidos (catexis) y angustiantes,
como la escena primaria, la angustia de la castración, el parricidio, etc. Dadas estas
circunstancias, el yo del soñante sólo puede encubrir dichos contenidos apelando a los
mecanismos de defensa. Uno de los modos de deformación es la satisfacción de los
deseos (1978, pp. 71-78). Todos los sueños acaban siendo, por lo tanto, una “pesadilla
enmascarada” (en: Raskovsky de Salvarezza, 1974, p. 142). Previamente, Garma
revisó y planteó una inversión de algunas conceptualizaciones de Freud sobre los
sueños y los procesos alucinatorios, en relación con el trauma y la prueba de realidad
(Garma, 1946, 1966, 1969). Concluyó: “Debe entenderse que el sujeto que padece
una neurosis traumática alucina porque no puede rechazar o controlar mediante la
inervación muscular o la contracatexis del yo los contenidos psicológicos
relacionados con el trauma, es decir, los recuerdos internos del trauma, que surgen
espontáneamente dentro de él en los días posteriores al trauma. Estos contenidos
actúan muy intensamente dentro de él por algún tiempo y no pueden evitarse, lo que
le produce alucinaciones en las que experimenta recuerdos intensos de lo que le ha
sucedido, no como un mero recuerdo, sino como algo real y externo que le está
sucediendo en ese preciso momento” (Garma, 1969, pp. 488-489). De esto se deriva
que “los sueños son alucinaciones durante el dormir, causadas por el impacto
traumático en el yo debilitado del durmiente de contenidos psíquicos reprimidos que
el yo dormido, al ser incapaz de controlarlos, acepta como reales y enmascara para
aliviar así las tensiones psíquicas dolorosas” (ibíd., p. 491).
La teoría del sueño formulada de esta manera requirió la elaboración de una
metapsicología del trauma también desde el punto de vista de la teoría estructural:
“[…] la psique de los traumatizados se puede considerar dividida en varias instancias:
una es la instancia parasitaria, creada por un trauma intenso que fuerza la repetición;
otra es un yo mismo sumiso a esa instancia que repite lo que se le exige; otra es el yo
sano que […] se defiende […] de la compulsión a la repetición e intenta controlar las
fuerzas instintivas” (1978, p. 116). Más tarde, denomina superyó a esta “instancia
parasitaria” (1978, p. 118). De esta manera, “las neurosis están condicionadas por un
superyó nocivo, que refleja una realidad externa dañina, que somete al yo, forzándolo
a comportarse de forma inapropiada y evitando que controle el ello de forma
armoniosa” (1978, pp. 118-119).
Garma, en su teoría, destaca que en cualquier síntoma neurótico (tanto
individual como grupal) hay una combinación e interacción conflictiva de fuerzas que
imponen la repetición y otras que conducen a su “enmascaramiento”, como dijo
Freud (1939) en “Moisés y el monoteísmo”.
En este sentido, Garma también redefine el concepto de las pulsiones de vida
y muerte en relación con la conceptualización de los conflictos masoquistas. Desde su
punto de vista, las pulsiones de vida y muerte no son fuerzas elementales, sino que

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son el resultado de experiencias que se experimentan e internalizan durante la


estructuración de la psique. Hace referencia a las naciones que, según Freud, pueden
servir de analogía para describir a un individuo neurótico. Garma desarrolla su
conceptualización de las pulsiones eróticas y tánicas: “Entre las reacciones de las
experiencias pasadas que persisten en las reacciones del presente, algunas de ellas
empujan a las naciones hacia el progreso y el bienestar, mientras que otras son más
destructivas y causan sufrimiento, por lo que en una teoría psicoanalítica es posible
afirmar, de forma simplificada, que en una nación hay tendencias o impulsos
progresistas y vitales, y tendencias que son regresivas, autodestructivas o mortales”
(1978, p. 47). Continuando con este tema, en otra parte afirma: “[éstas tendencias]
consisten en considerar los comportamientos patológicos […] como consecutivos de
las sumisiones y agresiones dirigidas contra objetos persecutorios internalizados, […]
que están principalmente dirigidos contra la genitalidad. Al mismo tiempo, esos
objetos persecutorios internos provienen de una sumisión a sus circunstancias
actuales, infantiloides y hereditarias, que son y han sido dañinas” (en: Raskovsky de
Salvarezza, 1974, p. 169).
Para una conceptualización del superyó como un conjunto de objetos
persecutorios dirigidos contra los genitalidad del sujeto, Garma toma en cuenta la
centralidad del conflicto edípico y del instinto de muerte como resultado de la
internalización de experiencias destructivas para el individuo, para concluir que el
superyó es una parte integral del instinto de muerte. Para Garma, por tanto, el
masoquismo es el elemento principal de la neurosogénesis.

IV. B. Arnaldo Rascovsky


Arnaldo Rascovsky amplía aún más esta concepción cuando localiza el
origen de toda conducta psicopatológica en el ámbito de las tendencias filicidas de los
padres del sujeto. Por consiguiente, su comprensión de la psicopatología se deriva de
entender el filicidio como “[…] todas las acciones parentales que perturban la
integración psicosomática del niño dentro de distintos elementos que sintetizamos con
las siguientes denominaciones: asesinato, mutilación, denigración, maltrato,
negligencia y abandono” (1974, p. 316). Esta acción filicida continúa en la relación
del yo con el superyó. Las tendencias parricidas son secundarias a las filicidas y
obedecen a mecanismos de identificación con el agresor (1974, p. 314). Rascovsky
busca el origen de las expresiones filicidas en las mitologías de varios pueblos y en la
Biblia que, por último, considera como los cimientos de la concepción monoteísta y el
proceso sociocultural (1981).

IV. C. Mauricio Abadi


Mauricio Abadi, en su libro “Renacimiento de Edipo” (1977), presenta una
relectura del complejo de Edipo a partir de una nueva interpretación del “Edipo Rei”

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de Sófocles. Como resultado de esta nueva concepción del complejo nuclear, los
elementos que intervienen en el conflicto son distintos a los establecidos por la
tradición. Según Abadi, la motivación de todo comportamiento es la angustia a la
muerte. A su vez, cualquier intento de interpretar las manifestaciones de un sujeto
sólo pueden entenderse en una dinámica triádica. Los personajes del padre, la madre y
el hijo, presentes en la concepción freudiana del Edipo, son reemplazados por roles
que, como tales, pueden ser ocupados simultáneamente o sucesivamente por
cualesquiera de las figuras fácticas. Estos roles son los siguientes: el rol retentivo, el
extractivo y el filial. Si la angustia principal es hacia la muerte, lo que asegura la
supervivencia, tanto para el padre como para la madre, imaginariamente, es la
posesión del niño. De esta manera, la fantasía del embarazo eterno es, para ambos
sexos, universal. Escondida tras la organización patriarcal, la envidia masculina
acompaña la posibilidad de que las mujeres queden embarazadas. Este es el origen de
la costumbre “couvade”, bien documentada en varias culturas primitivas, según la
cual el futuro padre mimetiza el parto mientras su esposa está dando a luz.
El modelo elegido por Abadi para explicar la manera en que se interrelacionan
los tres roles y ansiedades específicas que acompañan esta dialéctica es el modelo del
nacimiento, con sus tres momentos: el embarazo, el paso por el canal de parto y la
vida extrauterina. El conflicto se desarrolla en dos ejes: la lucha entre los sexos y la
lucha de los padres contra el niño. Madre y padre luchan para poseer al hijo que, en
este enfrentamiento, representa la apuesta. Esta lucha está dominada por dos
sentimientos: un sentimiento de amor, es decir, de lucha por la integridad, y un
sentimiento de odio que busca la oposición y la exclusión. El hijo, por otro lado,
busca liberarse de uno de los padres y para ello debe establecer una alianza con el
otro; el apetito sexual por uno u otro de los padres es el vehículo, la manera que tiene
de establecer una alianza o crear un vínculo. El rol retentivo intenta hacerse cargo del
hijo (embarazo eterno), mientras que el rol extractivo intenta crear una unión con el
hijo retenido para liberarlo y, a su vez, poseerlo. La lucha de los sexos adquiere de
esta manera el sentido de una disyunción: “para que yo viva, tú debes morir”. La
relación del padre con el hijo se caracteriza por la angustia paterna de su propia
infertilidad y el consiguiente deseo del robo del hijo. La relación de la madre con el
niño es un vínculo en el que se intenta procrear y retener su producto, del cual el
padre debe quedar excluido.
El hijo intenta liberarse del confinamiento al que lo condena la madre y que le
causa angustia de muerte, debido al encierro al que lo somete. La evasión de la prisión
materna equivale a un matricidio y acarrea la culpa del nacimiento y,
correlativamente, la angustia persecutoria frente a la fantasía de una madre
devoradora o una madre que intenta devolver su producto o su hijo al útero. Para el
hijo, el padre es el liberador de la simbiosis en que la madre trata de retenerlo; el
padre también es un guía y un modelo que lo mantiene afuera. Sin embargo, el
vínculo con el padre es ambivalente, ya que el padre desea, junto con la liberación de
su hijo, su anexión como una forma mágica de contrarrestar la angustia de la muerte.

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A su vez, el niño, frente a la escena primaria, experimenta una exclusión y trata, por
medio de una política de alianzas, de desbandarlos para lograr su independencia de
uno de los padres o de ambos. Cada uno de los roles es ambivalente porque cada
acción se desarrolla en la dialéctica del adentro y el afuera, y cada una de estas
posiciones comporta una angustia específica: el adentro es seguridad, dependencia y
prisión, mientras que el afuera es libertad, pero también indefensión y abandono. Por
tanto, el comportamiento del hijo y de los padres es de amor y odio, ya que cada uno
de los protagonistas de este drama se esfuerza, al mismo tiempo, por permanecer o
regresar a un adentro y liberarse del encierro que lo amenaza con un adentro
encarcelado, con la muerte escoltándolo en todo momento de esta dialéctica.

IV D. Norberto Carlos Marucco


En su referencia a la “dialéctica” en lugar del “conflicto”, Norberto Carlos
Marucco se basa en la teoría de Freud, Klein, Bion, Winnicott, Lacan, Laplanche y
Green, entre otros. Al comentar su experiencia clínica con pacientes límite, Marucco
(1997) plantea una revisión de la teoría psicoanalítica de la sexualidad y la
representación, basada en la dialéctica entre la pulsión sexual y el estado del objeto.
El autor presenta la idea de una estructura psíquica dividida entre la negación a la
castración y la creación del objeto virtual (fetiche no patológico), en la que la
elección del objeto y las condiciones del amor se basan en este último. El objetivo del
tratamiento analítico, según el enfoque de este autor, es lograr un equilibrio creativo
entre el reconocimiento de la castración y la renegación de la pulsión conservadora,
una dialéctica que también sirve de base para una teoría de la sublimación. En la
relación analítica, el objeto virtual debe nutrirse y recrearse metafóricamente. La
dialéctica de la pulsión y el objeto también se discute en el contexto de la sexualidad
y la transferencia. Para evitar el peligro de la idealización del objeto, el autor sugiere
que la sexualidad edípica se desarrolle en la transferencia erótica y que el analista a
veces ocupe el lugar del objeto pre-edípico.

V. CONCLUSIÓN

Freud, gracias a su creatividad, fue elaborando sus propias teorías del conflicto. Tras
su muerte, se intensificó tanto la diversidad como la controversia en torno a sus
teorías, como demuestran los polémicos debates de Inglaterra en tiempos de guerra
entre los seguidores de Anna Freud y Melanie Klein. En Europa, el complejo paisaje
psicoanalítico post-freudiano reflejaba sobre todo la situación de los británicos, con
sus tradiciones freudiana, kleiniana e independiente y sus respectivos enfoques sobre

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la centralidad del conflicto, pero también empezaron a despuntar las perspectivas


francesas, cada vez más influyentes.
Con la afluencia de prominentes analistas europeos que escapaban de los
nazis, especialmente aquellos cercanos a Sigmund y Anna Freud, se sistematizó el
psicoanálisis post-freudiano norteamericano con la denominación de psicología del
yo. Los psicólogos del yo pusieron mucho énfasis en los conflictos estructurales inter-
sistémicos e intra-sistémicos. En la década de los setenta, coincidiendo con la muerte
de Heinz Hartmann, la “era Hartmann” pasaba a la historia al mismo tiempo que se
instauraba la era del pluralismo en la teoría y práctica del psicoanálisis.
En todos los continentes, crecía la influencia de las teorías británicas de
relaciones de objeto de Klein, Bion y Winnicott, los enfoques franceses lacanianos y
no lacanianos, la síntesis de Freud de todo lo anterior en la obra de los autores
latinoamericanos y el surgimiento de la psicología del sí mismo de Kohut, las
perspectivas relacionales e intersubjetivas, junto con el florecimiento de los estudios
de la infancia y los avances en la neurociencia moderna, coincidiendo con un “alcance
cada vez mayor” de la práctica clínica psicoanalítica que enriqueció el pensamiento
psicoanalítico sobre el conflicto a muchos niveles.
De esta manera, se produjo un giro importante en el enfoque inicial sobre el
conflicto edípico hacia nuevas formulaciones de conflictos (pre-edípicos) que abarcan
procesos identificativos-proyectivos e introyectivos del desarrollo temprano de las
relaciones diádicas objetales internalizadas, la ansiedad de separación, la pérdida del
objeto, la pérdida del amor del objeto, la pérdida de la identidad y pérdida de la
realidad, con las etapas iniciales correspondientes de construcción de la estructura
psíquica a través de la representación y la simbolización. Viejas controversias (y
conflictos) acerca de la importancia del trauma vs. el conflicto inconsciente, además
de una polarización de la fantasía vs. la realidad, el legado biológico y constitucional
vs. el ambiente y el conflicto vs. el déficit, fueron reexaminadas y poco a poco
reintegradas a la versión contemporánea de un paradigma complejo de “series
complementarias”. El nuevo paradigma se ejemplifica mediante tendencias
convergentes dentro de los modelos post-freudianos, post-kleinianos y post-bionianos,
así como en los modelos sintéticos que tratan de integrar los niveles pre-edípicos y
edípicos de organización relacionados con el conflicto y el desarrollo neurobiológico.
Esta mayor apreciación de la pluralidad teórica y la perplejidad que rodea al
conflicto ha resultado muy saludable para el pensamiento y la práctica psicoanalítica.
La neurociencia moderna confirma que la mayor marte de nuestra actividad mental es
inconsciente y que la vida mental está plagada de conflictos. En contra de todos los
pronósticos, el psicoanálisis continúa proporcionando la comprensión más profunda
de la mente humana con sus conflictos esenciales (reconocidos explícita o
implícitamente, en el centro del escenario o entre bastidores).

59
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Consultores regionales y colaboradores:

Europa:
Dr. Christine Diercks and Maria Ponsi, MD

Norte América:
Aron L. PhD; Bachant, J.L PhD; Gottlieb R., MD; Harris A., PhD; Lichtenstein D,
PhD Lynch, A.A. PhD; Papiasvili, E.D, PhD; Richards, A.D, MD; Richards, A.K,
CSW; Stern D., PhD; Tabakin, J., PhD; Tobias, L., PhD; Traub-Werner, D., MD;
Webster, J., PhD

América Latina:
Dr. H.C. Cothros, H.

Copresidenta de coordinación interregional: Eva D. Papiasvili, PhD, ABPP

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El Diccionario enciclopédico interregional de psicoanálisis de la API tiene una Licencia Creative


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y la reproducción sea literal, no derivada, editada o remezclada. Por favor, haga clic aquí para leer las
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Traducción: Jèssica Pujol Duran

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CONTENCIÓN: CONTINENTE-CONTENIDO
Entrada tri-regional
Consultores interregionales: Louis Brunet (América del Norte);
Vera Regina Fonseca (América Latina) y Dimitris-James Jackson (Europa)
Copresidenta coordinadora: Eva D. Papiasvili (América del Norte)

I. DEFINICIÓN

Con el modelo “continente-contenido”, Wilfred Bion creó una analogía entre


la pareja analítica y la situación de lactancia materna. El modelo propone que la
madre no sólo da el pecho para calmar y satisfacer al niño, sino que también actúa
como órgano receptivo del dolor emocional del niño y es capaz de aliviar ese dolor y
transformarlo en algo soportable. En general, según Bion, la transformación del dolor
representa el paso de O (terror sin nombre) a K (conocimiento) –como decir “¡ahora
puedo pensar lo impensable!”
Desde el punto de vista evolutivo de la teoría, este modelo amplía la
conceptualización de la identificación proyectiva (véase la entrada separada
IDENTIFICACIÓN PROYECTIVA), puesto que transforma una teoría basada en las
fantasías primitivas y la defensa, en una teoría sobre la comunicación arcaica,
fundamental para el desarrollo de la capacidad de pensar.
El proceso de contención es un modelo relacional del funcionamiento mental,
que añade los siguientes pasos a la interacción lineal y recíproca de la pareja
continente-contenido: la comunicación de un estado mental del emisor al receptor
(“contenido”); la transformación de este contenido por el receptor que lo “contiene” a
través del trabajo psíquico; y el contenido transformado, que junto con la “función de
contención”, se puede someter a un proceso re-introyectivo por parte del emisor.
Aunque para desarrollar este modelo se utilice el prototipo de la relación
madre-hijo, el concepto también puede aplicarse a una forma especial de
comunicación inconsciente que se da en relaciones diádicas y en grupos, y en el
mismo proceso psicoanalítico. Por otro lado, también se utiliza para comprender el
proceso intrapsíquico, cuando el individuo intenta contener, convertir/transformar y
transmitir sus emociones en palabras.
En una situación clínica, el proceso de contención es muy importante para
entender los procesos psicoanalíticos y el desarrollo de la capacidad de
pensar/simbolizar. Técnicamente, va más allá de tener que soportar los gritos –u otras

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muestras de dolor– del niño/paciente en silencio. La contención abarca la


identificación, transformación e interpretación del dolor, siempre que sea posible.
Esta definición multidimensional refleja, extrapola y amplía la que contienen
los diccionarios y enciclopedias regionales de los tres continentes (López-Corvo,
2003; Skelton, 2006; Auchincloss y Samberg, 2012).

II. ORÍGENES DEL CONCEPTO

El concepto nace en la Inglaterra de 1940, con la investigación clínica de la


esquizofrenia (trastorno del pensamiento psicótico) llevada a cado por Melanie Klein
y sus seguidores Herbert Rosenfeld, Hanna Segal y Wilfred R. Bion. (El término
también se vincula a W. R. Bion, puesto que éste fue comandante de un tanque de
guerra. La contención, entendida desde el punto de vista militar, conduciría a la
restricción y minimización del conflicto en el campo de batalla sin la necesidad de
erradicarlo, pero haciéndolo más manejable).
En “Notas sobre algunos mecanismos esquizoides” (1946), Klein dilucidó sus
ideas acerca del momento de fijación patológica de la esquizofrenia. Según Klein,
este momento se encuentra en la fase primitiva/temprana de la vida infantil, entre el
nacimiento y los 3 meses de vida, y lo llama la posición “esquizoparanoide”. En esta
posición se activan las relaciones de objeto-parcial, las ansiedades persecutorias y
destructivas y algunos mecanismos de defensa primitivos como la escisión, la
identificación proyectiva, la negación y la omnipotencia. En sus estudios clínicos
(1950-1970), Rosenfeld (1959, 1969) desarrolló la comprensión de la identificación
proyectiva. Expuso su proceso en el mundo infantil y primitivo del paciente:
primeramente los pacientes proyectan los objetos internos, los objetos parciales y las
partes conflictivas del yo en el objeto –es decir, en el pecho y cuerpo de la
madre/terapeuta; después lidian con ellos a través del objeto y, finalmente, los
transforman en parte del yo para su posterior re-introyección e identificación. Este
proceso de proyección y re-introyección se convirtió en una parte fundamental de la
investigación de Bion sobre el continente-contenido.
En los escritos de Bion de 1950 aparecieron referencias incipientes a la teoría
del continente-contenido, sobre todo en “Desarrollo del pensamiento esquizofrénico”
(1956, en: Bion, 1984); “Diferenciación de la personalidad psicótica de la
personalidad no psicótica” (1957, en: Bion, 1984); “Sobre la alucinación” (1958, en:
Bion, 1984) y “Ataques al vínculo” (1959). Cuando Bion hace referencia a la relación
del bebé con el pecho de la madre, sigue la teoría de la identificación proyectiva de
Klein (Klein, 1946) y destaca la importancia de la interacción madre (su pecho)/bebé
para explicar la desintegración y la ansiedad de muerte que experimenta el recién

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nacido. La presencia gratificante del pecho continente es crucial para aprender a hacer
frente a las emociones y poder cambiarlas, desarrollando así el aprendizaje emocional.
De hecho, las formulaciones de Bion sobre la identificación proyectiva como una
defensa primitiva del ego, se convierten en una descripción de la identificación
proyectivo-normativa del desarrollo, implícita en el modelo continente-contenido.

III. CONTINENTE-CONTENIDO (CONTENCIÓN):


EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO SEGÚN BION

En el artículo “Ataques al vínculo” (Bion, 1959), Bion describe su experiencia


con un paciente psicótico que utilizaba la identificación proyectiva para evacuar
partes de su personalidad en el analista. Según el punto de vista del paciente, si el
analista dejaba reposar sus evacuaciones por un tiempo suficiente, éstas se
transformarían en su psique y podrían serle re-introyectadas de forma segura. Bion
explica que cuando el paciente sintió que el analista había evacuado sus proyecciones
demasiado rápido, es decir, sin tiempo suficiente para modificar los sentimientos, éste
respondió con mayor desesperación y violencia, tratando de (re)proyectar esos
sentimientos en el analista. Bion relaciona este proceso clínico a la experiencia del
paciente con su madre, que no podía tolerar las proyecciones del niño ni contener sus
temores proyectados. Bion sugiere que “una madre comprensiva sería capaz de
experimentar, a través de la identificación proyectiva, el sentimiento de temor que
este bebé estaba sufriendo y conservar una perspectiva equilibrada a su pesar” (Bion,
1959, pp. 103-104).
En 1962, en su publicación “Aprendiendo de la experiencia” y en el artículo
titulado “Una teoría del pensamiento”, Bion trabaja estas ideas más a fondo. Describe
la capacidad de reverie (o ensoñación) de la madre como un estado de ánimo
receptivo, que le permite captar el terror proyectado del niño. Bion introduce la idea
de ensueño maternal a la idea de identificación proyectiva y explica cómo el
ambiente, a través de las relaciones primarias, afecta el desarrollo intrapsíquico. La
ensoñación es un estado receptivo en que la madre se identifica con la proyección del
niño y le responde de forma inconsciente. A través de la ensoñación maternal, la
madre crea una nueva comprensión de lo que el niño trata de comunicar. La madre
transforma lo que Bion llama los elementos beta en elementos alfa, que luego pueden
comunicarse de vuelta al niño. Este proceso se convierte en la primera definición del
modelo continente-contenido. Básicamente, el proceso sigue los siguientes pasos:
primero la madre, en un estado de ensoñación, recibe y hace suyos aquellos aspectos
insoportables del yo, los objetos, afectos y experiencias sensoriales no procesadas
(elementos beta) de su bebé que le han sido proyectados en su fantasía. En segundo
lugar, debe soportar todas las consecuencias de estas proyecciones en su cuerpo y

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mente, para así poder pensarlas y comprenderlas –un proceso que Bion llama
transformación. Después de haber transformado las experiencias de su bebé en su
propia mente, la madre debe devolverlas al niño desintoxicadas y digeribles (en la
medida que le puedan ser útiles) y demostrarlo con su actitud y con el trato. En el
análisis, Bion se refiere a esta última parte del proceso como la publicación, lo que
generalmente se denomina interpretación. La capacidad de “contener” precisa a una
madre con límites y con suficiente espacio interno para albergar sus propias
ansiedades, además de las adquiridas al interactuar con su bebé; una madre que tenga
bien desarrollada la tolerancia al dolor y la capacidad de contemplar, pensar y
transmitir lo que piensa de forma significativa para su bebé. Una madre que se
mantenga separada, intacta y receptiva, que tenga la capacidad de ensoñación y
entrega para la introyección y actúe como objeto “continente”. De esta manera, con el
paso del tiempo, la identificación y asimilación de este objeto llevan al niño a ampliar
su capacidad de pensar; a desarrollar su capacidad de crear sentido y a aprender a
pensar por sí mismo. Esto es lo que Bion llama la función alfa.
En “Elementos de psicoanálisis” de 1963, Bion considera que la relación
dinámica entre el continente y el contenido, que designa con los signos abstractos ♂ y
♀, es el primer elemento del psicoanálisis. El ♂ (contenido) tiene una naturaleza
penetrante y el ♀ (continente) una naturaleza receptiva/receptora. En este contexto, ♀
y ♂ no están restringidos por su significado sexual ni tienen connotaciones sexuales
específicas. Representan variables o elementos desconocidos: las funciones ♀ y ♂ se
dan en todas las relaciones, independientemente del género. El ♂ (contenido) penetra
en el ♀ (continente), que lo recibe e interactúa con él, creando así un nuevo producto.
El uso de los símbolos ♂-♀ pone de relieve la naturaleza biológica de la mente, y
también incluye los conceptos de Freud y Klein sobre la sexualidad y la configuración
edípica. En escritos posteriores, Bion hace hincapié en la importancia de la
reciprocidad entre las dos partes y su mutuo potencial de crecimiento e intercambio.
Sin embargo, la relación dinámica entre el continente y el contenido es paradójica por
su reciprocidad: algo que contiene y algo que está contenido desempeñan al mismo
tiempo la función de contenerse mutuamente y estar contenidos. En lo que atañe al
desarrollo, esto significa que el pecho contiene las ansiedades del bebé, pero también
puede ser al revés, que el bebé contenga algunos aspectos de la personalidad de la
madre.
Más adelante, en el contexto clínico, Bion pone de manifiesto esta
reciprocidad: “La importancia radica en la observación de las fluctuaciones que
transforman al analista en ‘continente (♀)’ y al analizado en ‘contendido (♂)’, y
después hacen que se inviertan los roles…” (Bion, 1970, p. 108).
En todo momento, Bion enfatiza que “contener” implica una actividad y un
proceso que facilitan la formación del pensamiento y su transformación en palabras.
Con esto se opone al uso trivializado y restringido de contener y recibir como meros
actos pasivos. Se puede encontrar una exposición completa de esta complejidad y sus
múltiples facetas y procesos de transformación en “Transformaciones: del aprendizaje

76
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al crecimiento” (1965). En esta publicación, Bion introduce el concepto meta-teórico


“O”, para representar tanto el principio como, potencialmente, el punto final de los
procesos transformadores multidireccionales. Este concepto abarca el “temor sin
nombre”, “elementos beta”, “cosas en sí mismas”, y también la “realidad última”, la
“reverencia” y el “asombro” (Bion, 1965; Grotstein, 2011a, p. 506).
Puesto que el continente-contenido forma parte del sistema hipotético-
deductivo de Bion, es importante contextualizar la teoría del pensamiento y del pensar
(Bion, 1962a, 1962b, 1963, 1965, 1970). De acuerdo con esta teoría, los
“pensamientos” y el “aparato de pensar” tienen un origen distinto, puesto que los
“pensamientos” existen independientemente del aparato de pensar: los
“pensamientos”, de hecho, no son generados por el aparato de pensar. En ambos
casos, la relación continente-contenido es seminal y podría ser entendida como el
embrión de la vida mental.
Según esta teoría, la relación continente-contenido es el paso inicial en la
génesis de un “pensamiento”. Para que el contenido psíquico (emoción, percepción
sensorial) consiga una calidad mental (representación, pensamiento), debe existir un
recipiente capaz de contenerlo. El objeto prototípico de esta función (el “continente”,
con el signo ♀) es el pecho de la madre, un preconcepto innato que espera de ser
realizado. Los estímulos sensoriales y emocionales (los “contenidos”) agrupados en
este “continente” se transforman en un “contenido” (con el signo ♂), creando así la
relación continente-contenido, o el momento inicial del desarrollo de un pensamiento
por parte del pensante. La relación continente-contenido (♀-♂), por lo tanto, permite
la ocurrencia de una experiencia emocional, que se caracterizará según el vínculo que
la califica: L (amor), H (odio) o K (conocimiento, pensamiento). Cuando esta
experiencia emocional consigue llamar la atención de la conciencia, se puede
transformar en un elemento alfa: la mónada de la vida mental, a través de la operación
que lleva a cabo la función alfa.
La aparición de “pensamientos” obliga a crear un aparato que los organice.
Para ello se reúnen dos mecanismos fundacionales: el continente-contenido (♂♀) y la
interacción dinámica entre las posiciones esquizoparanoide y depresiva (EP-D). Esto
ocurre mediante una inversión de los símbolos (♂-♀ y no ♀-♂) o, en otras palabras, a
través de una identificación proyectiva.
El modelo continente-contenido también se ocupa del desarrollo del
pensamiento como factor de crecimiento positivo (+K) o negativo (–K). En lo que
refiere al crecimiento mental, en esta interacción ♂ y ♀ son dependientes recíprocos
que se benefician mutuamente sin hacerse daño, lo que Bion llamaría en 1962 un
vínculo comensal. Según este modelo, la madre y el niño se benefician de un
crecimiento mental (López-Corvo, 2002). El niño introyecta esta actividad dentro de
la díada, de tal manera que emplaza la interacción ♂/♀ continente/contenido en su
interior. Esta interacción, a su vez, facilita el desarrollo de una función que fomentará

77
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la complejidad y creatividad de la personalidad a la hora de abordar cuestiones


mentales que surgirán con el tiempo.
Bion utiliza el “retículo integrativo” de Elliott Jaques (1960) para formular un
modelo en que “los huecos son mangas y los hilos que forman las mallas del retículo
son emociones” (Bion, 1962, p. 91). El retículo también recibe “contenidos” ♂ de
crecimiento, mediante un proceso que incluye un cierto grado de tolerancia a lo
desconocido (las mangas todavía se están formando y están esperando los
contenidos). Por otra parte, el aprendizaje también depende de la capacidad del ♀ de
no desintegrarse mientras se expande su grado de elasticidad, como un útero que se
dilata para ajustarse al crecimiento del feto (Sandler, 2009).
Al revisar este concepto, en “Atención e interpretación” (1970), Bion deja de
lado la formulación anterior (Bion, 1962) sobre los vínculos entre continente y
contenido (amor, odio y conocimiento) y propone un nuevo enfoque que destaca la
interacción entre el continente y el contenido. Caracteriza tres tipos de vínculos: los
comensales, los simbióticos y los parasitarios. Por comensal entiende una relación en
que dos objetos comparten un tercero en beneficio de los tres. Un ejemplo serían los
elementos básicos de la cultura a la que pertenecen continente y contenido. Por
simbiótico entiende una relación en que uno depende del otro en beneficio mutuo.
Este tipo de relación se da cuando uno utiliza la identificación proyectiva para
comunicarse y el continente la transforma en un nuevo significado para ambos. Por
parasitaria entiende una relación en que uno depende del otro para producir un tercero
que es destructivo para los tres. En tal caso, la identificación proyectiva es explosiva y
destructiva para el continente. El continente también es destructivo para el contenido.
El continente despoja al contenido de su naturaleza penetrante, y el contenido despoja
al continente de su naturaleza receptiva (Bion, 1970, p. 95).
Este vínculo destructivo lleva al fracaso del continente/contenido: desde el
punto de vista evolutivo, cuando el bebé es propenso a la agresividad o envidia, o
cuando tiene poca tolerancia a la ansiedad y al miedo al enfrentarse a una experiencia
frustrante, hay veces en que la madre no puede estimular el crecimiento, incluso si su
función continente es normal. Las correspondencias y las acciones que devuelve la
madre no son suficientes para aliviar la ansiedad y el miedo del bebé, por lo que es
difícil introyectarle su función de continente e identificarla como parte de sí mismo.
Por el contrario, incluso si las propensiones del bebé son normales, cuando la función
contenedora de la madre es insuficiente, la madre no puede entender a su bebé ni
comprender la experiencia de su ansiedad proyectada. En tal situación, el bebé no
logra integrar lo que le devuelve la madre, encuentra que su significado es confuso y,
por lo tanto, no puede aceptarlo como su propia experiencia significativa.
De esta manera, junto con +K, que fomenta el crecimiento, existe –K, que
implica una relación simbiótica o parasitaria entre el signo contenido ♂ y el signo
continente ♀, que serían otras formas de lidiar con la situación emocional, contrarias

78
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al pensamiento y a su crecimiento. Es decir, una relación que podría conducir a la


mutua destrucción.
Al poner en práctica el concepto de contención en sistemas sociales, Bion
describió el conflicto que puede tener un grupo (u orden social establecido) con el
místico que, según él, es el individuo que trae una idea nueva y potencialmente
desestabilizadora al grupo. El individuo que representa esta nueva idea debe ser
contenido dentro del grupo, aunque esto puede llevar a la destrucción de la nueva idea
debido a la presión que recibe del grupo.
Con –K aparecen la envidia y el miedo, que colaboran para frenar los
pensamientos y la creatividad del modelo bioniano, esenciales para el desarrollo de la
vida mental. La fórmula –(♀, ♂) (menos continente-contenido) conduce a una
moralidad creciente y a la aparición de un “súper-superyó que defiende la
superioridad moral de perderse y desaprender y la ventaja de encontrar defectos a
todo” (Sandler, 2009, pp. 262-263).
Es interesante observar que en su ensayo de 1970, “Atención e interpretación”,
Bion se refiere al continente-contenido modificado, que inicialmente había presentado
como cambio catastrófico, como algo que podría expandir ambos elementos.
En un primer momento, después de publicar “Atención e interpretación: una
aproximación científica al insight en psicoanálisis y grupos” (1970), en que Bion
resume y desarrolla su sistema teórico, su modelo de la “contención” parecía
modesto. Sin embargo, progresivamente se convirtió en un concepto organizativo
muy importante para el psicoanálisis. Permitió a analistas y terapeutas “de ambos
lados de la isla” hablar acerca de la comunicación afectiva y pre-léxica materno-filial
en un mismo idioma. Bion parecía haber abierto una nueva grieta en el vértice de la
topografía mental con su “continente/contenido” y con su reorganización de las
funciones L (amor), H (odio) y K (conocimiento), que debían ser utilizadas e
interactuar en la relación continente/contenido.
Con este fin, Bion limita la naturaleza de la interacción que se produce dentro
del yo y entre el yo y el objeto, a una operación de introyección y proyección (lo que
acabaría llamando identificación introyectiva y proyectiva). De estas dos últimas
funciones descienden todos los subsiguientes mecanismos de defensa y la tipificación
de las limitaciones del modelo psicoanalista de una sola persona, que sostenía que la
estructura intrapsíquica sólo estaba hecha de representaciones del sujeto.
Con su modelo continente/contenido, Bion desarrolló una epistemología única
para la interacción primaria entre la madre y el niño. Según este modelo, el proceso
rudimentario de pensar empieza con la identificación proyectiva de “los pensamientos
(emociones) del niño sin un pensador” (Bion, 1970, p. 104) dentro de su madre-como-
un-continente. La capacidad de ensoñación y la función alfa de la madre transforma
estas emociones en pensamientos, sentimientos, sueños y recuerdos pensables. La
función alfa del bebé madura a través de esta interacción, ya que “éste comienza a

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pensar por sí mismo, proyectándose en su continente/objeto interno con su propia


función alfa…” (Grotstein, 2005). Desde el punto de vista de la psicología del
desarrollo y la clínica, la función continente/contenido se desplaza por inversión, de
forma dialógica, entre los dos participantes. En opinión de Grotstein (2005), el
“equipo niño-madre-proyección-continente” es un modelo de dos personas
irreducible. Sólo la respuesta fallida del continente puede hacer surgir modelos
anteriores de una sola persona, basados en la proyección, introyección y/o
identificación proyectiva. En su análogo clínico, el modelo continente/contenido de
dos personas incluye la presencia y las actividades del analista aunque el analizado
siga ocupando el centro de atención. Cuando la escena psicoanalítica se amplía a dos
personas, en un paisaje tridimensional, se hace posible explorar la perspectiva
intersubjetiva (“vértice”). Actualmente, la contención podría entenderse como la
principal causa de que se multipliquen los fenómenos de
transferencia/contratransferencia, convirtiéndose así en un vínculo latente (“orden
oculto”) entre las dos (Grotstein, 2011b).
En algunas de sus últimas aventuras teóricas, Bion (1965, 1970, 1992) vincula
su concepto de contención a las formas ideales de Platón y a las cosas en sí mismas de
Kant. Según esta analogía, el sujeto que proyecta activa el continente/contenido con
su abanico de emociones L, H y K latentes, universales y preexistentes como sus
correspondientes formas ideales y cosas en sí mismas.

IV. LOS AVANCES POST-BIONIANOS

Después de Bion, los psicoanalistas han discutido, elaborado y desarrollado


varias dimensiones del modelo continente-contenido. A continuación, se incluyen
algunos ejemplos de estas elaboraciones y avances, que abarcan varias regiones
psicoanalíticas.
En Inglaterra, Ronald Britton (1998) ha advertido que las palabras
proporcionan un continente para una experiencia emocional, creando un “límite
semántico” a su alrededor, mientras que la situación analítica proporciona un “mundo
acotado”, un lugar donde se puede encontrar significado. Britton también se ocupa de
las relaciones destructivas, de “contención maligna”, entre continente-contenido, en
que el sujeto sólo puede imaginar dos salidas (catastróficas) al enfrentarse a una
nueva idea: “encarcelamiento o fragmentación”. Betty Joseph ha investigado los
aspectos comunicativos de la identificación proyectiva cuando está en juego el
equilibrio psíquico, y la posibilidad de que este proceso conduzca a un cambio
psíquico si está contenido (Joseph, 1989).

80
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Los analistas norteamericanos James Grotstein (1981, 2005), Robert Caper


(1999) y Thomas Ogden (2004) también han hecho aportaciones sustanciales al
concepto. Grotstein ha desarrollado su concepto de “transidentificación proyectiva”,
enumerando los procesos de transmisión en la interacción pre-léxica entre
continente/contenido: “De esta manera, cuando el analista actúa como continente de
las experiencias del analizado, …el analizado identifica su estado emocional de forma
inconsciente y proyectiva, en su imagen del analista, con la esperanza de librarse de
un dolor a través de la inducción de ese estado en el analista, manipulando la imagen
del último… El analista, un participante predispuesto de esta aventura conjunta, se
muestra abierto y receptivo… Esto… acaba con la contra-creación del analista de su
propia imagen de las proyecciones del analizado…” (Grotstein, 2005, pp. 19-20).
Caper ha resaltado que un elemento clave de la contención es la habilidad del objeto
que recibe la proyección de conservar una actitud realista hacia la parte proyectada,
puesto que de esta manera puede pensarla y devolverla en una forma más manejable.
Entiende que esto va más allá del mero acto retentivo, el cual tiene el objetivo de
sustentar el narcisismo del paciente. Thomas Ogden se ha centrado en las
subjetividades interactivas involucradas en la identificación proyectiva. El modelo
continente-contenido actual está ampliamente aceptado, no sólo dentro sino también
fuera del grupo kleiniano. Arnold Modell (1989), entre otros, ha puesto de relieve la
función continente del encuadre psicoanalítico, y Judith Mitrani (1999, 2001) ha
introducido la función continente del analista a paradigmas de transferencia-
contratransferencia para lidiar con varios problemas psicosomáticos y evolutivos.
El modelo actual del francés-canadiense, Louis Brunet (2010), presenta una
síntesis entre el pensamiento “bioniano tardío” (Grotstein, 2005) y el francés (De
M’Uzan, 1994). Brunet ofrece una construcción clínica específica del concepto.
Según él, la contención tiene aspectos “fantasmáticos” y “reales” que deben ser
entendidos conjuntamente. Por un lado están los aspectos intrapsíquicos y
“fantasmáticos” de la psique del paciente y del analista y, por otro, la respuesta “real”
del analista o del objeto. A continuación, se presenta una taxonomía abreviada en
cinco pasos que conducen a una óptima respuesta de contención:
1. el punto de partida puede ser la identificación proyectiva del paciente
(contenido angustioso expulsado/proyectado en el analista), asociada a su
fantasía inconsciente de que existe un objeto potencialmente indestructible que
podría “contener” esas proyecciones peligrosas y podría devolverle al niño (al
paciente) una versión “tolerable”, “integrable” de ese contenido;

2. después de este primer movimiento “intrapsíquico”, el paciente, o niño, añade


comunicados no verbales y verbales, actitudes y comportamientos que actúan
como inducciones emocionales hacia el sujeto (el analista, el padre). Estas
inducciones son intentos de “tocar al analista” para hacerle sentir, y luego
quedarse para sí mismo lo que proyecta. (Véase Grotstein, 2005);

81
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3. el objeto “real” –la madre, el analista– debe estar dispuesto a ser tocado,
impresionado, conmovido, asaltado, en resumidas cuentas, utilizado en todos
los sentidos que necesite el paciente/niño para transferir sus elementos
arcaicos;

4. la madre, el analista –siente emociones, algunas conscientes, pero por lo


general inconscientes, a través de las identificaciones. La mezcla de estas
identificaciones con las propias ansiedades y conflictos desatados del
analista/madre crean un yo-objeto amalgamado. De M’Uzan (1994) estudió
este aspecto con el concepto de quimera;

5. esta quimera debe ser “entendida y transformada” por el analista. Este trabajo
puede entenderse como una “digestión psíquica”, tanto de las proyecciones del
paciente/niño como de los propios conflictos y afectos del analista/madre
movilizados por la proyección. Entonces, el analista tiene que devolver un
“contenido digerible” y tratar de evitar el envío de una identificación contra-
proyectiva al paciente.
En América Latina, Cassorla (2013) ha elaborado la función simbolizadora de la
contención del analista en el contexto de los enactments crónicos (véase la entrada
separada ENACTMENT). Cassorla entiende la capacidad de simbolizar como un
producto de la función-α simbolizadora implícita en la contención, que el analista
utiliza durante los enactments crónicos. En este contexto, la función-α implícita del
analista consiste en tolerar (contener) los movimientos obstructivos que han invadido
el proceso analítico, sin por ello renunciar a la búsqueda de nuevos enfoques para
entender lo que está ocurriendo en vistas de futuras interpretaciones (de los
enactments) –en caso de que el analizado los experimentara como significativos.

V. CONCEPTOS RELACIONADOS

El modelo continente/contenido se desarrolló simultáneamente con otros


conceptos “espaciales” de la mente, centrados en la necesidad de internalizar la
función materna que desarrolla la capacidad de pensar/simbolizar/mentalizar.
La contención debe distinguirse de la retención (Winnicott, 1960). El
significado de retención del objeto, el objeto ambiental, lo determina el niño o el
analizado; mientras que el objeto de contención constituye un objeto cuya valencia
equivale a la del objeto contenido y su soberano.
El concepto de retención de D. W. Winnicott, como el concepto de
contención, indica que el niño no puede ser entendido independientemente de la

82
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madre, y que la internalización de la función de “retención” materna es esencial para


el desarrollo mental. Sin embargo, la retención es un término más amplio, que abarca
una mayor sensibilidad psíquica hacia las necesidades del niño, así como su retención
física y provisión ambiental (Winnicott, 1960). Por otro lado, la contención supone
una participación intrapsíquica más activa por parte del objeto, según su personalidad.
Esther Bick (1968), Donald Meltzer (1975) y, más tarde, Didier Anzieu
(1989), de forma algo distinta, conceptualizan el desarrollo de un yo-piel con función
continente. André Green (1999), por ejemplo, propone la necesidad de una
alucinación negativa de la función materna para crear un espacio interno de
simbolización. Estos últimos autores difieren de las ideas de Bion, ya que ponen de
relieve los estados en que todavía no se ha logrado un espacio psíquico y otras formas
primitivas de relacionarse (anteriores a la identificación proyectiva), como la
identificación primaria y adhesiva.

VI. USO ACTUAL Y CONCLUSIÓN

El modelo continente-contenido tiene un amplio campo de aplicación en el


psicoanálisis actual. En cuanto al psicoanálisis clínico, la mayoría de los
psicoanalistas contemporáneos consideran que la función continente tiene más
importancia, independientemente de la orientación teórica. El término no sólo se
aplica a la comprensión de los procesos de identificación proyectiva, sino también al
trabajo con estados psíquicos dominados por excesos de tensión/emociones, debido a
traumas y/o estados psíquicos indiferenciados. Hoy en día, muchos también subrayan
la importancia de internalizar la función paterna, además de la ensoñación materna y
la función alfa. Es decir, el vínculo del padre con la madre, que le permite conservar
un estado de ánimo equilibrado mientras asiste a las necesidades de su bebé y, al
mismo tiempo, le confiere un espacio triangular.
La teoría de la contención de Bion proporciona una nueva lógica para la
eficacia terapéutica. Es una teoría del pensamiento basada en una experiencia
emocional del saber que él designa como “K”, y una búsqueda de la verdad en el
encuentro terapéutico, cosa que para Bion es tan vital para la mente como el alimento
para el cuerpo. Desde el punto de vista de la técnica, este modelo sirve para orientar al
analista durante una sesión, sobre todo cuando el paciente necesita un trabajo psíquico
de “contención” para provocar el cambio psíquico.

83
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Ver también:
IDENTIFICACIÓN PROYECTIVA (próximamente)
ENACTMENT

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86
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CONTRATRANSFERENCIA
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Consultores interregionales: Anna Ursula Dreher (Europa), Adrian Grinspon
(América Latina) y Adrienne Harris (América del Norte)
Copresidenta y coordinadora: Eva D. Papiasvili (América del Norte)

I. INTRODUCCIÓN Y DEFINICIONES INTRODUCTORIAS

La contratransferencia es uno de los conceptos más transformadores del


psicoanálisis cuyo sentido ha sufrido más transformaciones. Debe abordarse desde el
punto de vista histórico, teórico, empírico, y desde la experiencia. Actualmente, el
concepto denota una amplia gama de sentimientos, pensamientos y actitudes del
analista (conscientes e inconscientes) hacia el paciente en la situación analítica. En
sentido amplio, abarca la totalidad de sentimientos, actitudes y pensamientos que
puede tener un terapeuta ante y hacia su paciente. Más concretamente, la
contratransferencia puede hacer referencia a respuestas específicas del terapeuta, en
su mayoría inconscientes, ante la transferencia de los pacientes – literalmente
contrarias a la transferencia del paciente. Debido a que se trata de uno de los
conceptos más complejos del psicoanálisis, con una historia difícil de simplificar, la
contratransferencia adquiere diversos significados en las diferentes orientaciones
psicoanalíticas internacionales. Actualmente, se reconoce que presenta tantas ventajas
como inconvenientes para el tratamiento. Sin embargo, como parte esencial de la
matriz transferencial-contratransferencial, aunque existan divergencias en su
conceptualización, refleja una dimensión interactiva y vital del psicoanálisis.
La contratransferencia es un fenómeno clínico que puede presentarse de
muchas maneras en la situación analítica. Viene mediada por diversos procesos y
mecanismos conceptualizados por el paciente y el analista (y entre ambos). El
siguiente listado extrapola y amplia la fenomenología de la experiencia de la
contratransferencia expresada en los diccionarios contemporáneos de psicoanálisis
publicados en Europa y América del Norte (Auchincloss, 2012; Skelton, 2006). Estas
definiciones pueden incluir:
- Una sensación o idea consciente del analista que reacciona ante el material del
paciente.
- Una sensación o asociación inconsciente que el analista puede recuperar o
(re)construir en la hora de la consulta o más tarde a través del autoanálisis.
Esto puede abarcar desde una respuesta del analista a la transferencia del
paciente, hasta la propia transferencia del analista o cualquier otro elemento o

87
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característica del intercambio, así como la experiencia intrapsíquica del


analista en reacción a la totalidad de la situación analítica.
- Un sentimiento o idea inconsciente que entra en conflicto con el yo ideal del
analista, bloqueando su receptividad y capacidad de autorreflexión y
autoanálisis, y provocando diversos puntos ciegos, que se conceptualizan de
varías maneras y dificultan el análisis del paciente o la construcción de la
contra-resistencia del analista.
- Un estado del analista, más que un problema o fenómeno temporal; es decir,
una posición de contra-transferencia desde la que el yo del analista puede
percibir, pensar y sentir. Este estado/posición/actitud interna puede incluir una
“identificación proyectiva” y/o una “respuesta de rol” conceptualmente
diversificada siempre que el analista no pase a la acción, sino que la
experimente como “inducida”.
- Un enactment, si la contratransferencia no resuelta se descarga en acción.
Existe un amplio debate acerca de la utilidad e inevitabilidad de este
fenómeno. Muchos autores contemporáneos desarrollan la conceptualización
de los enactments de contratransferencia porque consideran que facilitan el
surgimiento de un tipo de material inconsciente arcaico, no del todo
simbolizado, al que, de lo contrario, sería imposible acceder. Este material, si
se entiende e interpreta, puede traer nuevos significados a la pareja analítica.
En la medida que es experimentada de forma evocada/inducida/inspirada
inconscientemente por las acciones del paciente (aunque sean sutiles), incluye
una identificación proyectiva conceptualmente diversificada y una respuesta
de rol, y puede desencadenar una escalada de la posición de la
contratransferencia descrita anteriormente. (Véase la entrada separada del
ENACTMENT).
Un diccionario contemporáneo publicado en América Latina (Borensztejn,
2014) describe esta pluralidad conceptual y clínica con un enunciado que sintetiza una
amplia gama de significados: desde la contratransferencia entendida como aquello
que abarca todo lo que experimenta el analista frente al analizado, hasta la
contratransferencia entendida como un término reservado a lo infantil, irracional e
inconsciente de la relación del analista con su analizado.
En general, existe un amplio consenso entre las tres culturas continentales a la
hora de considerar la contratransferencia y la transferencia como conceptos
“gemelos” en interacción constante entre sí – la transferencia desencadena la
contratransferencia y viceversa. Representan dimensiones fundamentales de la
relación analítica: la transferencia se centra en los procesos psíquicos del paciente en
relación con el analista y la contratransferencia en los del analista en relación con el
paciente. A lo largo de la historia del psicoanálisis el interés clínico por la
contratransferencia ha crecido de forma ininterrumpida. La contratransferencia, como
la transferencia, al principio se pensó como un obstáculo para el tratamiento, pero más

88
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tarde, y hasta la actualidad, ambas son generalmente entendidas como “caminos


(cuasi) reales” al inconscientes de ambos actores.
En esta entrada primero se abordará la evolución de los significados de la
contratransferencia dentro de la evolución de la teoría psicoanalítica y el despliegue
de sus marcos conceptuales para, posteriormente, tantear una categorización del
concepto en el apartado de las conclusiones. El carácter internacional del desarrollo
conceptual es evidente y se observa en todo el contenido de la entrada.
Por cuestiones de estilo, los títulos de las publicaciones empiezan con
mayúsculas y se ponen entre comillas; las comillas que van seguidas por un número
de página designan citas textuales; las cursivas destacan las características definitorias
del concepto por parte de una escuela de pensamiento específica, o una terminología
emergente.

II. HISTORIA Y EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO

II. A. Freud y la “definición estrecha” de la contratransferencia


La primera aparición del término se debe a una carta de Sigmund Freud a Carl
Gustav Jung (1909) en la que se aborda la relación amorosa de este último con Sabina
Spielrein: “Esas experiencias, si bien dolorosas, son necesarias y difíciles de evitar.
Sin ellas no podemos conocer en serio la vida ni a qué nos enfrentamos… Nos ayudan
a desarrollar la piel gruesa que necesitamos y a dominar la ‘contratransferencia’, que
después de todo, es un problema permanente para nosotros; nos enseñan a desplazar
nuestros propios afectos en pro de un beneficio mayor. Son una ‘bendición
encubierta’” (Freud, 109, pp. 230-231).
La primera introducción oficial del concepto fue publicada en 1910, en “Las
perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica”, donde Freud dijo del analista:
“Hemos llegado a ser conscientes de la ‘contra-transferencia’ que surge en él como
resultado de la influencia del paciente sobre sus sentimientos inconscientes y estamos
casi inclinados a insistir en que él debe reconocer esta contra-transferencia en sí
mismo y superarla… ningún psicoanalista va más allá de lo que le permiten sus
propios complejos y resistencias internas” (1910, pp. 144-145). Vale la pena señalar
que el término alemán “Gegenübertragung”, utilizado por Freud en esta declaración,
fue traducido al español por López-Ballesteros (1923) como “transferencia
recíproca”.

Dos años después, en “Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico”


(1912), Freud abogó por un reconocimiento, estudio y superación de la

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contratransferencia en la formación analítica, como entrenamiento para trabajar


analíticamente con los pacientes.
Incluso más tarde, añadió: “no debemos abandonar la neutralidad hacia el
paciente que hemos adquirido a través de mantener la contratransferencia controlada”
(Freud, 1915, p. 164). Freud consideraba que la mente del analista era como un
“instrumento” y que la contratransferencia obstaculizaba su buen funcionamiento,
puesto que los conflictos no resueltos del analista y sus puntos ciegos imponían
limitaciones en el trabajo analítico. Según Freud, la contratransferencia constituía un
impedimento para la libertad del analista y para su capacidad de entender al paciente.
Por ello, primero tenía que identificarse la contratransferencia para, después, poder
superarla.
Sin embargo, mediante insinuaciones enigmáticas de contradicciones y
conflictos, fiel a su esfuerzo teórico auto-subversivo que anticipa y modela una
multiplicidad de conceptualizaciones (Reisner, 2001), en muchas de sus cartas y
reevaluaciones de su pensamiento teórico, Freud también observó que sus alumnos
habían aprendido a soportar una parte de la autoconciencia y el autoconocimiento. La
profundización de nuestro conocimiento de la contratransferencia coincide con este
principio. En este contexto, cabe destacar que el primer sueño relatado en el texto que
inauguró el psicoanálisis, “La interpretación de los sueños” (Freud, 1900), el “sueño
de la inyección de Irma” de 1895, es un sueño contratransferencial por excelencia.
Harold Blum (2008) y Carlo Bonomi (2015) reconstruyen la vida de Freud
durante su autoanálisis, entre 1895 y 1899, coincidiendo con la escritura de “La
interpretación de los sueños”. Entre ambos exponen las complejidades de la
transferencia de Freud a Fliess, así como su contratransferencia hacia Emma Eckstein
(“Irma” en el sueño, y más adelante la primera mujer terapeuta psicoanalítica),
paciente de ambos. Blum y Bonomi demuestran que esta contratransferencia formó el
desarrollo teórico de Freud (entre otras cosas, desde la bisexualidad hasta la
heteronormatividad, desde la teoría del trauma de la seducción hasta las concepciones
psicoanalíticas del desarrollo psicosocial, la fantasía inconsciente y el conflicto
intrapsíquico). En este sentido, el concepto de contratransferencia ilustra la constante
interacción entre teoría y práctica, en el trabajo clínico y en la conceptualización,
desde el “nacimiento del psicoanálisis” hasta hoy en día.
Freud introdujo el concepto de contratransferencia, pero no llegó a dar el paso
de elaborarlo explícitamente para transformarlo en una herramienta útil para el trabajo
analítico – un paso que sí dio con la transferencia. Esta representación precoz de
Freud ha llegado a llamarse “definición estrecha” de la contratransferencia. De hecho,
muchos de sus primeros seguidores se adhirieron a la perspectiva “estrecha”, como lo
demuestran los primeros libros de psicoanálisis, presentaciones y publicaciones en
revistas (Stern, 1917; Eisler, 1920; Stoltenhoff, 1926; Fenichel, 1927, 1933; Hann-
Kende, 1936). Esta perspectiva estrecha a menudo se escribía con guión en inglés,
“counter-transference”, para subrayar la respuesta inconsciente (transferencial) del

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analista a la transferencia del paciente. Helene Deutsch (1926) introdujo una idea
interesante dentro de esta perspectiva, el concepto de la contra-transferencia como
una “posición complementaria” – una idea más tarde desarrolló Heinrich Racker en
su original aportación.
Al trazar el recorrido de esta definición estrecha, es fácil observar su
persistencia en obras de seguidores de la técnica freudiana como Annie Reich (Reich,
1951), pero también en Jacques Lacan (1966/1977), quien aporta un punto de vista
algo distinto. Mientras que Reich entiende la “contra-transferencia” como un
obstáculo transferencial del analista para conseguir la empatía psicoanalítica, Lacan,
a pesar de su reestructuración conceptual y de haber ampliado el impacto que tiene el
conocimiento y el “poder” del analista sobre la relación asimétrica entre paciente y
analista, entiende la contratransferencia como un deposito de errores, creencias
erróneas, neurosis y lagunas del funcionamiento del analista, y encuentra que no tiene
una utilidad concreta para el trabajo interpretativo (Lacan 1966/1977). El concepto
lacaniano de contratransferencia, caracterizado por incluir la precedencia del deseo
del analista sobre el del paciente en lo que atañe a la comprensión de toda la dinámica
intersubjetiva de la situación – es famosa su declaración de que la “resistencia” en el
análisis es ante todo una resistencia del analista –, sigue resonando hoy en día,
especialmente en la orientación intersubjetiva francesa de Europa y América del
Norte (Furlong, 2014).
Sin embargo, algunas observaciones de Freud anticipan el uso de la
contratransferencia como una herramienta terapéutica gracias a la cual el analista
puede ver o sentir parte del inconsciente del paciente. Escribió que el analista “[d]ebe
ajustarse al paciente como un receptor telefónico se ajusta al micrófono transmisor.
Así como el receptor vuelve a convertir en ondas sonoras las oscilaciones eléctricas,
…así el inconsciente del médico puede, a partir de los derivados inconscientes que le
son comunicados, reconstruir dicho inconsciente, que ha determinado las asociaciones
libres del paciente” (1912, pp. 115-116). Además, mientras elaboraba sus reflexiones
sobre los procesos inconscientes, Freud (1915) paró especial atención no sólo a la
dinámica inconsciente del paciente, sino también a la del analista en la situación
analítica de forma explícita. Expuso con claridad que los procesos psíquicos
conscientes e inconscientes del paciente y el analista están profundamente
entrelazados. Annie Reich, en 1951, destacó una característica especial de este
enfoque: para el analista, el paciente puede llegar a representar “un objeto de su
pasado, sobre el cual proyecta deseos y sentimientos pasados” (1951, p. 26). Dado
que la transferencia es omnipresente, se espera que los analistas experimenten el
mismo tipo de transferencias sobre sus pacientes que los pacientes experimentan hacia
ellos. (Los sentimientos serán mayormente inconscientes para ambos; tanto para el
paciente como para el analista).
Esto también lo ilustra en “Análisis terminable e interminable” (1937b),
cuando Freud observa que un contacto continuo con la represión del paciente puede
despertar demandas instintivas en el analista que de otro modo serían suprimidas.

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Estas demandas incluso pueden poner en “peligro” el tratamiento del analista y hacer
necesario el autoanálisis periódico (1937b, p. 224). En comparación con las
afirmaciones anteriores, estas observaciones presentan una clara distinción de la
relación paciente-analista: las reacciones frente al inconsciente del paciente podrían
activar procesos e incluso cambios en el analista.
Aunque la contratransferencia, en un primer momento, se conceptualiza como
un riesgo – porque las transferencias del analista sobre los pacientes podrían impedir
la evaluación desapasionada del paciente por parte del analista e interferir en la
objetividad, neutralidad y eficacia clínica –, más adelante Freud elabora sus
reflexiones, llegando a la culminación teórica de lo que primeramente sólo había
insinuado como “otra” tendencia. La contratransferencia no es sólo una cuestión de
dinámicas intrapsíquicas del analista, sino el resultado de procesos interpsíquicos,
una perspectiva que anticipa el posterior desarrollo del concepto.

II. B. Resumen básico del concepto ampliado (Finales de 1920 – principios de


1950 en Hungría, Inglaterra y Argentina)
El cambio de paradigma de la contratransferencia, cuando dejó de ser un
impedimento para convertirse en una herramienta, empezó a finales de la década de
1920 gracias a Sándor Ferenczi (1927, 1928, 1932). Ferenczi desafió la sentencia de
neutralidad (y abstinencia) psicoanalítica con pacientes traumatizados, cuando planteó
que la posición del analista era la de un observador participante. Michael Balint
(1935, 1950; Balint y Balint, 1939), estudiante, y más tarde traductor de Ferenczi,
hizo una distinción entre las descripciones “clásicas” y “románticas” de los objetivos
del tratamiento analítico: mientras que los autores “clásicos” – desde Freud –
subrayaban el avance del insight (la comprensión, del inglés) porque consideraban
que los objetivos relacionados con los cambios estructurales de la psique fortalecían
el ego; los autores “románticos” – los primeros teóricos de la relación objetal, es
decir, Ferenczi y el propio Balint con su concepto del “nuevo comienzo” – ponían
énfasis en los factores dinámicos o emocionales (Balint, 1935, p. 190). El primer
ensayo de Ferenczi, titulado “Transferencia e introyección” (1909), presagia este
desarrollo porque en él Ferenczi entiende que la contratransferencia del analista es
clave para interactuar con la transferencia del analizado. Ferenczi argumentó que todo
tipo de reacciones afectivas, incluso el amor sentido hacia un paciente traumatizado,
podían acabar siendo las impulsoras del cambio psíquico. De hecho, su posición
analítica de “observador participante” y su “técnica elástica” (Ferenczi, 1928) podrían
ser las precursoras históricas de las posturas que entienden la contratransferencia
como una co-construcción y una co-creación, y que consideran que la experiencia
subjetiva del analista es tan importante como el hecho de participar en el tratamiento
analítico. Reconocido como alguien extraordinariamente creativo, el trabajo de
Ferenczi sigue siendo muy influyente, especialmente en lo que atañe a la terapia
analítica con pacientes traumatizados (Papiasvili, 2014). En un principio, sus

92
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reflexiones sobre la contratransferencia y su práctica de la técnica elástica fueron


consideradas algo controversiales y exageradas – o así lo considera Balint (1966), de
forma comprensiva aunque rigurosa. Las partes más radicales de esta perspectiva
surgieron más tarde a mano del analista norteamericano Harold Searles (1959, 1979),
quien llegó a reclamar que incluso la contratransferencia erótica [el desarrollo de un
interés sexual por parte del analista hacia el analizado] podía inducir un poderoso
cambio psíquico en los pacientes.
En 1950, Paula Heimann manifiesta abiertamente que la contratransferencia
puede considerarse una herramienta terapéutica de gran valor. Al poner énfasis en los
sentimientos del analista hacia el paciente, Heimann asume que en la
contratransferencia “el inconsciente del analista comprende al de su paciente. Esta
concordancia (rapport) en el plano profundo sale a la superficie en forma de
sentimientos que el analista registra en respuesta al paciente, en su
“contratransferencia”’ (Heimann, 1950, p. 82). El analista debe usar su reacción
emocional ante el paciente – la contratransferencia – para acceder y comprender los
significados ocultos; él o ella tiene que ser capaz de “conservar los sentimientos que
se suscitan en él … en lugar de descargarlos (como lo hace el paciente), con el fin de
subordinarlos a la tarea analítica” (1950: 81-82). De este modo, la contratransferencia
del analista es, según Heimann, un instrumento de investigación del inconsciente del
paciente y una de las herramientas más importantes del trabajo analítico: no obstante,
una condición para su uso analítico es que sea identificada como tal y no se deje de
lado.
Las formulaciones de Heimann (1960, 1982) llegaron a dominar los escritos
sobre la contratransferencia en muchas culturas psicoanalíticas. Se acabó llamando
“psicología de dos-personas” de la contratransferencia, lo que significa que la
contratransferencia se empezó a entender como una creación de la interacción entre el
analista y el analizado, además de una transferencia de residuos de estados
inconscientes anteriores del analista sobre el analizado. Desde esta perspectiva
ampliada, el término “contratransferencia” abarca todos los sentimientos, fantasías y
experiencias de todo tipo que un terapeuta pueda tener sobre un paciente, no sólo
aquello derivado de sus propios impulsos y ansiedades inconscientes, objetos internos
y relaciones del pasado.
Al mismo tiempo, esta perspectiva de la contratransferencia también fue
diseminada por otros pensadores prominentes como Donald Winnicott (1949), en
Inglaterra, y Heinrich Racker, en Argentina (1948, 1953, 1957, 1968). Horacio
Etchegoyen (1986) señaló el paralelismo de este concepto en Inglaterra y América
Latina, subrayando que Heimann y Racker eran investigadores independientes, con
marcadas similitudes y divergencias.
En Inglaterra, en un entorno dominado por la polémica introducción del
concepto de “identificación proyectiva” de la escuela kleiniana (Klein, 1946; Meltzer,
1973), el nuevo enfoque de Heimann sobre la contratransferencia despertó un gran

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interés. Aunque el término “identificación proyectiva” había sido utilizado


anteriormente por Edoardo Weiss (1925) y Marjorie Brierley (1944), se suele atribuir
a Melanie Klein junto con su correspondiente fantasía omnipotente de intrusión
dentro del objeto. A pesar de que a Klein, supuestamente, no le interesaba el uso
clínico de la contratransferencia (Spillius, 1994), su concepto de identificación
proyectiva está estrechamente vinculado al concepto de contratransferencia: la
identificación proyectiva (véase la entrada independiente IDENTIFICACIÓN
PROYECTIVA) consiste en la proyección de los sentimientos del paciente sobre el
analista (originalmente los “malos” y destructivos, antes de que el concepto se
ampliara). Teóricamente, en el ámbito de la contratransferencia, se deduce que los
sentimientos y fantasías inconscientes del analista serían inducidos por el analizado.
Racker (1948, 1953, 1957), en Argentina, llevó el concepto de identificación
proyectiva al contexto clínico de la contratransferencia. Si bien pueden discernirse
influencias freudianas y kleinianas en la conceptualización de la contratransferencia
de Racker, Bernardi (2000), en su revisión de la tradición latinoamericana sobre la
contratransferencia, lo sitúa bajo el influjo de la tradición kleiniana más que
freudiana, puesto Racker recurre al uso de la fantasía inconsciente y los mecanismos
de proyección e introyección.
En opinión de Racker, la contratransferencia es la reacción del analista a la
identificación proyectiva del paciente: a través de las reacciones emocionales del
analista ante las proyecciones del paciente, éste puede identificarse tanto con los
objetos internos del paciente (identificación complementaria) como con la
subjetividad del paciente (identificación concordante).
Racker amplia el concepto de Deutsch de la “posición complementaria”
(Deutsch, 1926), cuando destaca la tendencia del analista a identificarse con el
interior del analizado. Cada sector interno de la personalidad del analista,
conceptualizado de forma estructural, se identifica con su sector homólogo en la
personalidad del analizado: es decir, el Yo del uno con el Yo del otro; el Ello con el
Ello, y así sucesivamente. Racker llamó a estas identificaciones “concordantes” y las
distinguió de aquellas en las que el analista se identifica con los objetos internos del
analizado, que llamó “complementarias”. En su sistema, las identificaciones
concordantes y complementarias son recíprocamente proporcionales: en tanto que si
el analista no comprende las identificaciones concordantes, verá como aumentan las
complementarias.
Las identificaciones concordantes se traducen como una disposición a la
empatía y se originan en una identificación positiva sublimada. Por un lado, partiendo
de que hay un analista (sujeto) y un analizado (objeto de conocimiento), podría
decirse que la relación de objeto se cancela y en su lugar hay una identificación
aproximada basada en la correspondencia entre algunas partes del sujeto y algunas
partes del objeto, la combinación de las cuales podría llamarse “concordante”. Por
otro lado, existe una relación de objeto de verdadera transferencia por parte del

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analista, en que éste reproduce experiencias pasadas mientras el analizado representa


algunos de los objetos internos (arcaicos) del analista. Esta combinación se llama
“complementaria”. De esta manera, a través de las reacciones de contratransferencia,
el analista puede sentir a los protagonistas internos del paciente como proyectados
sobre él mismo.
En cierto sentido, Heimann sostiene lo contrario: la contratransferencia activa
los sentimientos del analista en reacción al paciente. Tales sentimientos son
sentimientos del analista y no el resultado de la identificación proyectiva del paciente
sobre el analista, y su registro y comprensión constituyen el acceso al inconsciente
del paciente. En la elaboración de Heimann, la contratransferencia es un “instrumento
cognitivo” inconsciente y una de las “herramientas más importantes para el trabajo del
analista…”, puesto que informa al analista de un posible “retraso entre la percepción
consciente e inconsciente”. Este retraso equivale a “una introyección inconsciente de
su paciente y a una identificación inconsciente con él” (Heimann, 1997, p. 319).
A pesar de que Heimann, tras huir de Viena, forjó sus relaciones iniciales con
el grupo kleiniano, su propuesta se incluye en el grupo de analistas que elaboraron la
psicología de dos-personas de la contratransferencia. Ella misma fecha el comienzo
de su independencia de Klein y su reconexión con los mundos de Ferenczi y Blaint en
su ensayo “Sobre la contratransferencia”. Este ensayo presenta una mezcla
equilibrada de la riqueza de las reacciones emocionales del analista y la precaución
ante su expresión emocional. Parece que entendió la contratransferencia analítica
como un tipo de creación del paciente útil para el analista. Sin embargo, en su viñeta
clínica describe la contratransferencia tanto como una “pista” como un “error”.
Dentro de la polémica que despierta el creciente interés por la
contratransferencia, el ensayo de Winnicott, “El odio en la contra-transferencia”,
representa una posición substancial e independiente. Publicado en 1949, este ensayo
prefigura las reflexiones de Heimann y convierte a Winnicott en una de las figuras
claves de la conceptualización de la contratransferencia, especialmente por su
comprensión de la agresión como elemento transformador y necesario de la
contratransferencia. Los dos documentos de Winnicott, “La agresión en relación con
el desarrollo emocional” (1950) y “El odio en la contra-transferencia” (1949),
destacan la inevitabilidad de la agresividad y el odio por parte del analista, y su
utilidad clínica. Según Winicott, el odio se combina con (no se opone a) el amor y la
preocupación materna primaria. El odio crea límites y favorece la separación y la
habilidad que tiene el analizado de desentrañar la fantasía de la realidad, con el fin de
disminuir la peligrosa experiencia de la omnipotencia. De esta manera, el aspecto
odioso del analista, incluyendo el odio que surge al final de la visita, es un ingrediente
crucial del cambio en el analizado.
Winnicott distingue, por una parte, (1) los sentimientos de contratransferencia
que están reprimidos e indican que el analista requiere más autoanálisis (se refieren a
las identificaciones idiosincráticas y tendencias del propio analista) y, por otra parte,

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(2) “la contratransferencia verdaderamente objetiva, que tiene relación con la reacción
del analista, de amor y odio, frente a la personalidad y la conducta reales del paciente,
y que está basada en una observación objetiva” (1949, pp. 69-70). “La
contratransferencia verdaderamente objetiva” plantea que los sentimientos del analista
hacia el paciente son sus propios sentimientos – como Heimann señala más tarde – y
no el resultado de la proyección del paciente sobre el analista. Estos sentimientos son,
por consiguiente, reacciones ante la conducta del paciente: reflexiones personales
sobre la forma de ser “objetiva” del paciente. A veces es necesario, según Winnicott,
que estos sentimientos del analista se pongan a disposición del paciente – mediante el
reconocimiento del analista de sus propios sentimientos, y/o a través de la
interpretación – para que se pueda avanzar con el análisis.
Esta perspectiva, como la de Heimann, difiere del concepto de “identificación
proyectiva” del marco clásico kleiniano, según el cual el mecanismo omnipresente
afecta la totalidad de la relación paciente/analista. La obra de Heimann y Winnicott
tiene una gran influencia sobre el tercer grupo, llamado “grupo independiente” en
Inglaterra (el primer grupo son los contemporáneos de Freud y el segundo los
kleinianos), una influencia que abarca desde Little (1981), quien exploró la
profundidad de las formas de transferencia del odio y la vitalidad bloqueada, hasta
Bollas (1983), quien promovió un ajuste prudente a la contratransferencia, puesto que
es portadora de los elementos renegados del analista.
En general, en Inglaterra existe una divergencia en cuanto al desarrollo
ulterior del concepto de contratransferencia. Una de las conceptualizaciones se deriva
de la introducción de la identificación proyectiva de Klein, y es defendida por el
“grupo kleiniano”. Esta perspectiva significó un gran avance hacia la comprensión de
las relaciones de la pareja analítica. La segunda conceptualización, la llamada
contratransferencia de la “tradición independiente” (Winnicott, Heimann), sostiene
que lo que es del analista es del analista y no la reacción del analista a la proyección
del paciente. Esta diferencia en la concepción de la contratransferencia tiene efectos y
consecuencias importantes para la conducta técnica del tratamiento y para el trabajo y
recepción de las comunicaciones del paciente por parte del analista.
Los avances de la escuela argentina, empezando por Racker, se mantienen más
cerca del punto de vista kleiniano, al mismo tiempo que desarrollan su propia versión
del uso de la identificación proyectiva en el contexto de la contratransferencia.

II. C. Alcance internacional: nuevas líneas de expansión del concepto


(Segunda mitad del siglo XX en Europa, América Latina y América del Norte)
A partir de mediados de los años cincuenta, con la “ampliación del alcance del
psicoanálisis”, la contratransferencia fue transformándose en una herramienta cada
vez más útil y su versión ampliada en la perspectiva dominante. En los últimos
cincuenta años, la mayoría de los psicoanalistas han dejado de entender la

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contratransferencia como un impedimento y han empezado a verla como una fuente


de conocimiento de la personalidad del analizado, así como de su propio
funcionamiento psíquico en relación con el analizado. A veces la llaman
“contratransferencia personal” o “contratransferencia diagnóstica” (Casement,
1987). Desde este enfoque, la contratransferencia se entiende como una co-creación
entre dos-personas, y la transferencia y la contratransferencia como las metas del
proceso dinámico. Esta perspectiva también empezó a vincular el fenómeno del
enactment con la contratransferencia – lo que algunos consideran el primer paso hacia
la violación de los límites: las “actualizaciones” de la transferencia y la
contratransferencia.
La conceptualización de la relación entre “identificación proyectiva” y
“contratransferencia” juega un papel importante en estos avances internacionales. Las
ideas de Heimann y Racker, junto con las de Winnicott y otros autores
independientes, han sido desarrolladas y ampliadas por Grinberg (1956), Bion (1959),
Ogden (1994a) y muchos otros que se han centrado en el uso del ensueño del analista
y en el proceso que convierte el objeto/espacio/encuadre/campo analítico en una
configuración triádica de intercambio diversamente conceptualizada (Baranger,
1961/2008; Bleger, 1967; Green, 1974), lo que significa que el paciente y el analista
crean algo nuevo – un “tercero”, en términos de Ogden (1994b).
En Argentina, el enriquecimiento del debate de la teoría metapsicológica y
clínica sobre el tema de los compromisos proyectivos-introyectivos
contratransferenciales (incluyendo las dramatizaciones y los enactments) ha hecho
avanzar aún más la conceptualización de la contra-identificación proyectiva de León
Grinberg (1956).
Mientras que para Racker y Heimann, a pesar de que su conceptualización sea
un tanto distinta, el uso de mecanismos de identificación proyectiva en el contexto de
la contratransferencia equivale a la reacción del analista, quien se identifica con
ciertos objetos internos o aspectos del paciente; para Grinberg, lo más importante son
los elementos comunicativos arcaicos del intercambio proyectivo-introyectivo, una
dirección que más tarde también siguió Bion. La propuesta inicial de Grinberg fue
que la contra-identificación proyectiva emplea un “cortocircuito” en la interacción de
la pareja analítica. Según Grinberg, el paciente “coloca” algunos elementos de sí
mismo en la psique del analista con tal violencia proyectiva que éste, como receptor
pasivo, los asimila de forma real y concreta (1956, p. 508). Al referirse a su concepto
en relación con el acting out, Grinberg (1968) escribe: “El analista que sucumbe a los
efectos de las identificaciones proyectivas patológicas del paciente, puede reaccionar
a dichas identificaciones como si ‘real y concretamente’ hubiese adquirido los
aspectos que se le proyectaron (partes del sujeto u objetos internos del paciente). El
analista se ‘ve llevado’ pasivamente a desempeñar el papel que, en forma activa
aunque inconsciente, el analizando “forzó” dentro de él. He llamado a este tipo de
respuesta contratransferencial ‘contra-identificación proyectiva’” (p. 172).

97
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En comparación con la contratransferencia complementaria de Racker, en que


la respuesta emocional del analista se basa en sus propias ansiedades y conflictos,
identificándose con objetos internos parecidos a los del analizado, Grinberg
conceptualizó la respuesta del analista de forma relativamente independiente de sus
propios conflictos. El mérito de Grinberg fue insistir en que el propio inconsciente del
analista no está directamente implicado y, por consiguiente, su introspección no es
suficiente para acceder a las raíces de la contra-identificación proyectiva. Grinberg
destacó lo que años más tarde llegó a conocerse como el carácter irreductible de los
“micro-acting-outs” de la contratransferencia – una estación intermedia en la
búsqueda de una comprensión de las partes arcaicas de la psique del paciente. Esta
estación no puede eludirse si el analista quiere conocer toda la textura del objeto
transferido (Grinberg, 1982).
La aportación de Grinberg (1956) consistió en darse cuenta de que el
inconsciente del analizado producía efectos en la psique del analista de forma
intencional, a través de la identificación proyectiva, que había dejado de concebirse
como una fantasía intra-subjetiva (Klein, 1946) para pasar a ser un proceso de
interacción entre dos mentes. Tres años más tarde, Bion (1959) incidió abiertamente
en esta cualidad comunicativa de la identificación proyectiva.
Con la evolución de las ideas sobre la contra-identificación proyectiva,
Grinberg identificó nuevas herramientas metapsicológicas para re-conceptualizar la
contratransferencia del analista. Con la contra-identificación proyectiva, Grinberg
hace hincapié en la cualidad comunicativa de la identificación proyectiva, como si se
tratara de un mensaje enigmático e inefable que sólo pudiese expresarse a través de la
dramatización de la transferencia-contratransferencia puesta en marcha por el
paciente. En el contexto clínico, esta dramatización de la transferencia-
contratransferencia se anticipó a la idea de escuchar los planos más arcaicos de la
psique del paciente a través del desvío del enactment, desarrollado años después
(Jacobs, 1986; Godfrind-Haber & Haber, 2002; Mancia, 2006; Sapisochin, 2013;
Cassorla, 2013).
A finales de los años cincuenta, Bion (1959) y Rosenfeld (1962) desarrollaron
el concepto y plantearon que la identificación proyectiva es una comunicación
inconsciente del analizado. Bion (1959) trazó un paralelismo entre la interacción
terapéutica y el modo en que el niño que sufre proyecta su angustia sobre la madre
que la “contiene” y puede responder de forma apropiada. El analista tiene la misma
función (continente/“alfa”): “continente” de las proyecciones del paciente en un
estado de “ensoñación”, “digiriéndolas” y reaccionando ante ellas con
interpretaciones adecuadas. En esta línea, la contratransferencia no sólo se
consideraba un instrumento a través del cual el analista podía acceder al mundo
inconsciente del paciente, sino también un medio a través del que se podían procesar
las experiencias intolerables del paciente; es decir, no sólo como un instrumento de
investigación, sino también un medio de curación. El desarrollo de estas nociones de
Bion, las de contención y función-alfa del analista, ha traído consigo el

98
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reconocimiento de que la mente del analista se impregna del inconsciente del


analizado y sus procesos preconscientes a través de sus afectos e incluso de su yo
corporal. (Véase también la entrada separada CONTENCIÓN:
CONTINENTE/CONTENIDO)
En su desarrollo posterior, el concepto de identificación proyectiva ha seguido
teniendo un papel significativo en la teoría kleiniana, bioniana y neobioniana, y en
muchas de las perspectivas intersubjetivas e interpersonales. Cuando pasó de ser una
teoría basada en la fantasía primitiva y defensiva a una teoría de la comunicación y el
pensamiento arcaicos, se hizo patente la complejidad de la relación y diferenciación
entre la identificación proyectiva y la propia contratransferencia del analista
(Grotstein, 1994). Bion, Rosenfeld y, posteriormente, Mawson (2010) examinaron las
construcciones de significados recíprocos y creativos en los intercambios de la
transferencia-contratransferencia. Según ellos, estas construcciones presentan un
proceso complejo en que el analista debe trabajar los estados afectivos inducidos para
descubrir su elemento comunicativo. Estas proyecciones pueden descubrir al analista,
a través de su contratransferencia, los estados afectivos que el paciente está luchando
y comunicando. Alvarez (1992) amplía esta perspectiva aún más en su obra, llegando
a revisar todo el proceso analítico desde el punto de vista de la co-construcción.
Esta comprensión del poder de los procesos intersubjetivos del analista, el
analizado y el tratamiento, está en deuda con la evolución del pensamiento kleiniano
en Gran Bretaña, desde Klein, pasando por Bion (1959) y Rosenfeld (1962, 1969,
1987), hasta la escuela argentina de Racker (1957, 1968) y Grinberg (1956, 1968).
Continúan elaborando esta perspectiva en sus obras: Segal (1983), Joseph (1985),
Spillius (1994), O’Shaughnessy (1990), Steiner (1994), Feldman (1993) y Britton
(2004; Segal & Britton, 1981) en Gran Bretaña, y Grotstein (1994), Mitrani (1997,
2001) y otros en los Estados Unidos.
Los primeros escritos de Ferenczi sobre la contratransferencia siguieron
siendo directa o indirectamente influyentes. Uno de los principales seguidores de las
ideas ferenczianas sobre la contratransferencia, Michael Balint, autor del concepto de
la “falta básica” (Balint, 1979), también tuvo un papel importante en el debate sobre
el tema de la proyección y la introyección. Michael y Alice Balint llevaron las ideas
radicales de Ferenczi a Londres, y éstas influenciaron tanto a los kleinianos como al
grupo autodenominado independiente. Las ideas de Ferenczi y Balint llegaron a
América Latina a través de Racker (1957). Racker utilizó el concepto de
identificación con el agresor de Ferenczi (1927, 1932) y lo incluyó dentro de su
concepto de identificación complementaria (con los objetos internos agresivos del
paciente) y, más tarde, elaboró las opiniones de Balint sobre contratransferencia desde
las instituciones jerárquicas de la formación psicoanalítica. Clara Thompson (Green,
1964) difundió algunas de estas ideas iniciales de Ferenczi y Balint en la escuela
interpersonal de Sullivan en los Estados Unidos, donde se acentuó aún más el
carácter co-constructivo del intercambio analítico (aunque la regresión, tan crucial
para Ferenczi, Klein y Racker, se les pasó por alto).

99
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En este contexto, como en todos los desarrollos posteriores, es importante


destacar que la co-construcción o la co-elaboración en la transferencia y la
contratransferencia no reduce las responsabilidades o demandas del analista. El
trabajo contratransferencial funciona a nivel consciente e inconsciente, y el trabajo de
entender la contratransferencia se extiende mucho más allá de la hora en que
emergieron algunos elementos de la contratransferencia.
A diferencia de la contratransferencia, el mecanismo de identificación
proyectiva no ha sido universalmente aceptado por el psicoanálisis.
A pesar de reconocer que en la contratransferencia los pacientes inducen
ciertas experiencias y/o respuestas conductuales sobre sus analista, los psicólogos del
Yo y los teóricos del conflicto prefirieron hablar de “actualizaciones de
transferencia” y “respuesta de rol”, haciendo hincapié en que el analista
“experimenta” las fantasías inconscientes del paciente y, por tanto, estos términos
definían mejor su práctica (Sandler, 1976).
En Inglaterra, Sandler (1976) – con su concepto de “respuesta de rol” –
presenta un punto de vista sujeto a otra orientación teórica, la de los británicos
“contemporáneos de Freud”. Describe cómo el paciente intenta actualizar, hacer
realidad – en el comportamiento interactivo – sus relaciones objetales internas. La
interacción intra-psíquica, que incluye un papel para el sujeto y otro para el objeto
interno, provoca una reacción concreta en el analista. A veces el analista puede
presentir el impulso de comportarse de cierta manera, pero a menudo es más tarde que
se da cuenta de que ha estado comportándose de forma especial con ese paciente (en
este sentido, es relevante la discusión del concepto “enactment” – como algo diferente
a la contratransferencia). Según Sandler, las reacciones de contratransferencia del
analista son compromisos: se hacen eco de las expectativas y los deseos inconscientes
del paciente, pero también de las tendencias del propio analista que el paciente a
menudo percibe y aprovecha para sí de forma inconsciente. La consciencia de estas
respuestas de rol por parte del analista puede representar una pista crucial para
entender el conflicto de transferencia dominante en el paciente.
Mientras tanto, el llamado psicoanálisis norteamericano convencional de los
años cincuenta y sesenta, arraigado en la psicología del Yo y la teoría estructural,
siguió abogando por el modelo de una-persona suscrito a la definición estrecha de la
contratransferencia. Los planteamientos clásicos la situaban “en” la psique de los
analistas, dentro de un abanico de sentimientos, resistencias, conflictos internos,
puntos ciegos, actitudes conscientes e inconscientes hacia los pacientes, reacciones
ante la transferencia de los pacientes y en la transferencia sobre los pacientes. Sin
embargo, el trabajo analítico infantil de Anna Freud, quien trabajó con situaciones
clínicas muy desarrolladas que involucraban al niño y sus cuidadores, fue muy
influyente en los Estados Unidos. Como también lo fue el trabajo analítico con
psicóticos en Chestnut Lodge (Fromm-Reichmann, 1939) y con pacientes
traumatizados y de personalidad límite en la Clínica Menninger (Menninger, 1954).

100
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Todos estos trabajos atestiguan la profunda influencia de los factores ambientales y


las relaciones objetales en el desarrollo y formación de las estructuras intrapsíquicas.
Mientras que estas experiencias clínicas pusieron de manifiesto la importancia del
campo de interacción de la transferencia-contratransferencia en la situación del
analista/analizado (Moscowitz, 2014), su integración teórica se produjo más tarde, en
la obra de Hans W. Loewald (1960, 1971, 1975).
Loewald trabajó desde los años 60 en adelante y fue una figura muy
transformadora. Primeramente su trabajo se vio influenciado por la fenomenología de
Heidegger (1962) y podría estudiarse en relación con Winnicott (1947, 1950, 1972),
Erikson (1954), Kohut (1977), Mitchell (1993, 1997), Aron (1996), Hoffman (1998) y
Bromberg (1998) entre otros, con versiones más “abiertas” de la teoría de las
pulsiones y las relaciones objetales. En este modelo de desarrollo, el yo del niño
surge del núcleo materno-filial: de la participación recíproca de sus mentes y cuerpos;
de la interacción de la psique de la madre con el estado indiferenciado del niño, en un
desarrollo ascendente que oscila entre la integración y la desintegración. Este modelo
de desarrollo acarrea consecuencias para la transferencia y la contratransferencia,
puesto que toda experiencia surge de las transacciones intersubjetivas, incluso cuando
el individuo es el centro de atención (Loewald, 1960). Al reconocer la importancia de
estos hallazgos derivados del análisis de niños y con pacientes psicóticos y de
personalidad límite, en que las reacciones del analista se encuentran bajo la presión
del inconsciente del paciente, Loewald (1971) afirma que la transferencia y la
contratransferencia no pueden entenderse por separado, y que tanto el analista como
el paciente exhiben reacciones de transferencia y contratransferencia, puesto que son
ingredientes comunes del proceso analítico.
Las ideas de Loewald se convirtieron en una plataforma importante para los
debates sobre la contratransferencia, no sólo dentro de la diversificada cultura
psicoanalítica norteamericana, sino a nivel mundial. Desde ese momento la
contratransferencia pasó a entenderse como un componente inevitable de la relación
analítica en que paciente y analista se entrelazan – una de las perspectivas
dominantes en el psicoanálisis actual.
Esta perspectiva mantiene ciertos paralelismos con algunos elementos del
pensamiento intersubjetivista francés en Francia, Bélgica y en la comunidad analítica
de habla francesa de América del Norte. A veces llamado “el tercer modelo”, este
enfoque postula que en el desarrollo humano, la “mente de dos-personas” precede a la
autonomía psíquica de “una-persona” con sus pulsiones, defensas y fantasías
intrapsíquicas: en la primera etapa de la vida, la mente del bebé se encuentra en un
entorno de cuidado (la mente de dos-personas) antes de poder realizar la
diferenciación topográfica entre los sistemas del inconsciente, preconsciente y
consciente; y la estructuración del ello, el yo y el superyó (la mente de una-persona).
En este proceso de “subjetivación” (convirtiéndose así en un sujeto diferenciado y
estructurado por dentro) es primordial la íntima conexión con el “otro real (y
potencialmente traumatizante)” (Lacan, 1966/1977). Laplanche (1993, 1999) llevó la

101
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tesis de Lacan del “(otro) real traumático” – el cuidador – al reino de lo intersubjetivo.


Defendió que la sexualidad inconsciente (del cuidador adulto), debido a su cercanía
con el cuerpo del niño, “contamina” los intercambios íntimos con el niño en forma de
mensajes enigmáticos. Otros sacan este concepto del ámbito del intercambio clínico y
la contratransferencia, para aplicarlo a la “actividad de la representación” y a la
“denominación aplazada de los afectos”, a través de la cual el niño/paciente
“constituye su Yo” (Auglanier, 1975/2001, p. 97); y también a la capacidad del
padre/analista de mantenerse a una distancia óptima, que facilite la simbolización y la
representación “necesarias para la formación del pensamiento” (Green, 1975, p. 14).
Desde el punto de vista clínico, esto se traduce en una “escucha” atenta de las formas
de intercambio y transmisiones inconscientes de las emociones a través de palabras y
conductas entre el paciente y el analista, como la “participación compartida de los
afectos” (Parat, 1995) y la “posición de contratransferencia” que se toma en la
escucha clínica descentrada (Faimberg, 1993).

III. INFLUENCIAS INTERNACIONALES Y USO CONTEMPORÁNEO DEL


CONCEPTO

III. A. La teoría freudiana y la teoría de las relaciones objetales en la actualidad


La psicología del Yo y la teoría del conflicto de Lasky (2002), seguidor de
Arlow (1997) y Abend (1986) en América del Norte, se centra en las sutilezas de los
estados y procesos interiores del analista mientras trabaja. Este teórico hace una
distinción entre la empatía, el instrumento analítico, y la contratransferencia. Blum
(1991), desde el paradigma del conflicto intrapsíquico, se centró en las complejidades
de la comunicación afectiva en el campo de la transferencia-contratransferencia
bidireccional del proceso analítico y en los problemas específicos que surgían durante
el análisis de los pacientes con dificultades relacionadas con el reconocimiento, la
experiencia, la comunicación y la regulación del afecto (Ellman, Grand, Silvan &
Ellman, 1998).
Kernberg (1983), en su descripción del análisis del carácter de los pacientes
con personalidad límite leve, hizo una distinción entre la contratransferencia crónica y
la aguda. Al mismo tiempo que reconoce la influencia de Heimann (1960), Kernberg
escribe: “…el impasse crónico puede ser decisivo para el diagnostico de las
distorsiones contratransferenciales crónicas (más penetrantes aunque menos
intrusivas que el desarrollo agudo de la contratransferencia) y de las transferencias
sutiles pero poderosas del acting out, que de otro modo pasarían desapercibidas al
elaborar el diagnostico. En este sentido, el análisis de la reacción emocional del
analista es una “segunda vía” de aproximación, cuando la primera vía de
aproximación a la exploración de la transferencia directa resulta insuficiente…” (pp.

102
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265-266). Las reflexiones de Kernberg (1965, 1975) sobre la contratransferencia han


ido evolucionando gradualmente hasta alcanzar una importancia vital, especialmente
en el trabajo con pacientes límite. Mientras que en 1965 señaló el peligro de ampliar
el concepto de la “contratransferencia” para incluir todas las respuestas emocionales
del analista (con el riesgo de que el concepto perdiera todo su significado específico),
en 1975 reconoció y destacó el trabajo analítico constructivo para la interpretación de
la contratransferencia particularmente en el trabajo con pacientes límite, en que el
analista tiene que tratar de dominar sus propias reacciones internas y (a veces)
desmesuradas ante las proyecciones de relaciones objetales significativamente
primitivas del paciente. En su trabajo reciente sobre la Psicoterapia Centrada en la
Transferencia (TFP, de sus siglas en inglés), describe el paradigma de centrarse en las
respuestas transferenciales de los pacientes limites, al mismo tiempo que se controla
internamente la contratransferencia del analista. Según este modelo el analista
interpreta desde la posición de un “tercero”, comentando la interacción entre los dos
participantes de forma interpretativa en el diálogo (Kernberg, 2015).
Mitchell (1993, 1997), una personalidad en la teoría de relaciones objetales y
en la teoría relacional, sostiene que los afectos de la contratransferencia son los
motores del movimiento psíquico. A menudo sus viñetas captan a la pareja analítica
en momentos de desesperación. Sin esa experiencia de desesperanza, sostiene
Mitchell, el analista no se vería obligado a emprender el trabajo de comprender lo que
desencadena tales impases. En su obra, siempre hay dos oradores con autoridad.
Actualmente, el principal debate dentro de la tradición clásica y más
establecida gira entorno del estatus, la función y los límites del análisis de
contratransferencia (Gabbard, 1982, 1994, 1995). El trabajo original de Jacob (1993)
sobre los usos de la contratransferencia por parte del analista se nutre de las relaciones
objetales, los contemporáneos de Freud (Sandler, 1976) y la auto-psicología. Según
Jacobs, la contratransferencia tiene múltiples formas de manifestarse, tan variadas (a
su manera) y problemáticas como la transferencia. En su trabajo, el analista es un
instrumento: el uso creativo de su cuerpo, su mente, su fantasía y su experiencia
interpersonal, son cruciales para el trabajo analítico. Hoy en día la contratransferencia
no es un problema sino (parte de) una solución, un registro necesario del trabajo del
analista. La conjetura de Jacob de que las comunicaciones sutiles y omnipresentes –
meta, conscientes, preconscientes e inconscientes – se afianzan y se comunican a
través de las experiencias de la pareja analítica, está incorporada en sus reflexiones
sobre el uso de la subjetividad analítica. La co-construcción de significados tan
valiosos, requiere inevitablemente que el analista comprenda y explore
profundamente su propia participación en estas comunicaciones complejas. Para
Jacobs (1991, 1999, 2001) y Smith (1999, 2000, 2003), y para los analistas más
objetales y relacionales como Ogden (1994, 1995) y Gabbard (1994), dejando a un
lado sus diferencias, la subjetividad del analista es decisiva para el auto-análisis, ya
que, por último, hace avanzar el trabajo analítico. En esta línea de pensamiento, la

103
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contratransferencia es entendida más típicamente como un enactment (Harris, 2005;


véase también la entrada separada del ENACTMENT).
Smith (2000), cuando reflexiona sobre los elementos repetitivos y
compulsivos de la contratransferencia, propone que la contratransferencia puede
retardar pero también mejorar el proceso analítico (incluso hacer las dos cosas a la
vez). Con esta aportación Smith hace por la contratransferencia lo que Freud hizo por
la transferencia, es decir, propone la posibilidad de que sea un bloqueo y un motor de
cambio a la vez. Como pasa con la compulsión repetitiva, se activa simultáneamente
el impulso de la salud y el de la enfermedad.
Apprey (1993, 2010, 2014) amplía la noción de la respuesta de rol de Sandler
“para responder a las súplicas, demandas y atropellos del continuum transferencial-
contratransferencial, conducidos por deseos inconscientes de repetir o agudizar las
querellas del pasado en el espacio público del encuadre clínico contemporáneo”
(intercambio personal con Papiasvili, 2014). Apprey, un seguidor de Freud que reúne
las complejidades de la identificación proyectiva, los enactments y la respuesta de rol,
en lo que entiende como una extensión y uso exclusivo norteamericano del concepto,
describe al analista de respuesta de rol como un instigador de la “emancipación
psíquica de los … objetos internos, destructivos y opresivos” que atormentan y violan
al paciente de forma intrusiva, dentro de su propia psique.
Freedman, Lasky y Webster (2009) presentan una compleja combinación de
conceptos freudianos, lacanianos y winnicottianos de simbolización y triangulación,
dentro de la matriz intersubjetiva, al mismo tiempo que diferencian las llamadas
contratransferencias ordinarias de las extraordinarias: las contratransferencias
ordinarias son interrupciones transitorias y las contratransferencias extraordinarias
son impases intolerables para el analista, hasta el punto que tienen que mantenerse
fuera de su conciencia. La teoría lacaniana de la contratransferencia, entendida a
través de la “lente del deseo” (Lacan, 1977), coincide aquí con el marco winnicottiano
del “proceso analítico suficientemente bueno” y su “potencial colapso” (Winnicott,
1972, 1974).

III. B. Teoría de campo y perspectivas relacionadas


Anticipado por Ferenczi y Sullivan (1953, 1964) e influenciado por las teorías
de las relaciones objetales, el concepto del “campo” entró en la discusión de la
contratransferencia. Arraigado en la fenomenología de Maurice Merleau-Ponty (1945)
y la teoría de campo dinámica, neo-gestáltica y social-psicológica europea y
norteamericana de Kurt Lewin (1947), los psicoanalistas (particularmente en América
Latina e Italia, y en menor grado también en los Estados Unidos) elaboraron esta
perspectiva para concebir el encuadre o situación analítica como un todo integrado,
en el que cualquier elemento de la situación está íntimamente conectado con todos los
demás. De acuerdo con este sistema, la contratransferencia es una parte inevitable de

104
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la red de experiencias del tratamiento psicoanalítico. Entre los principales exponentes


de este enfoque de la contratransferencia, están los analistas argentinos Willy y
Madelon Baranger. Ellos imaginan el proceso analítico como un campo bi-personal
que va evolucionando; delimitado por el encuadre, pero compuesto por dos inter-
actores que se influyen mutuamente, de forma inevitable pero sutil. Empezando por la
transferencia y la contratransferencia a partes iguales, el proceso psicoanalítico es
una “creación conjunta”. Esta noción de que la transferencia y la contratransferencia
surgen del campo dinámico puede crear un “baluarte” (Baranger y Baranger, 2008;
orig. 1961), que significa que el analista y el analizado se hallan en un impase, pero
también una creación nueva. La estructura del campo “está constituida por la
interacción de los procesos de identificación proyectiva e introyectiva y de las
contraidentificaciones que actúan con sus límites, funciones y características distintas
dentro del analizado y del analista” (ibid., p. 809). En Brasil, Roosevelt Cassorla
(2013) desarrolló la noción contemporánea del enactment agudo y crónico, que surge
como una descarga conductual entre la pareja analítica e invade el campo analítico,
reflejando las situaciones en que quedó dañada la simbolización verbal. Estas
reflexiones latinoamericanas recientes sobre la contratransferencia se han arraigado en
la obra y tradición de los Barangers y Bleger (1967), que se desarrollaron al mismo
tiempo con interacciones recíprocas con Racker (1968) y Grinberg (1968), a menudo
con énfasis lacanianos (de Bernardi, 2000; Cassorla, 2013).
La teoría del campo analítico también ha sido desarrollada y ampliada en
Europa y en América del Norte. Stern (1997), en los Estados Unidos, ha presentado
un nuevo planteamiento de la teoría de campo desde la perspectiva interpersonal.
Uno de los principales representantes de la teoría de campo en Europa es Ferro, quien
ha combinado la teoría de campo con la perspectiva bioniana. En la obra de Ferro y
Basile (Ferro y Basile, 2008) el campo se entiende como un punto de encuentro de los
múltiples personajes del paciente y el analista con vida propia, como si estuvieran en
un escenario. Estos autores se centran en la narración de los mundos que emergen en
cada sesión analítica. Distinguen una serie de niveles de contratransferencia. “Las
distinciones se basan en las modalidades que presenta el campo y se utilizan para
modular las tensiones en él” (Ferro y Basile, 2008, p. 3). Postulan que las
transformaciones de los personajes en las narraciones de la sesión equivalen a “las
transformaciones en el campo analítico. La exploración de estos vínculos dilucida el
cierre y la apertura de un ‘canal’ entre las identificaciones proyectivas (del paciente) y
la ensoñación (del analista)” (ibid., p. 3). Ferro (2009) y Civitarese (Civitarese, 2008;
Ferro y Civitarese, 2013) destacan el uso de la mente y el cuerpo del analista en
estado de ensoñación, para guiar los procesos inconscientes del paciente y los que
surgen entre el analista y el analizado.
Esta perspectiva tiene mucho en común con la noción de las interacciones co-
construidas del analista norteamericano Thomas Ogden (1994a, b, 1995), que también
tiene influencias kleinianas. Según Ogden, los enfoques intra-psíquicos de la
transferencia y la contratransferencia no sólo deben complementarse con el cuadro

105
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intersubjetivo de una matriz de transferencia-contratransferencia, sino que también


deben considerarse como una dialéctica que conduce a un “tercero analítico
(intersubjetivo)”, una subjetividad nueva y evolutiva, que consta (como el campo) de
algo más que la suma de sus partes.
Asimismo, Green (1973/1999, 2002) combina lo intrapsíquico con lo
intersubjetivo dentro del marco psicoanalítico, siguiendo el trabajo sobre el espacio
potencial de Winnicott, y define otra formación en el área de los procesos terciarios.
Su interpretación es que el “objeto analítico” (el objeto de análisis y en análisis) es el
“tercer objeto” que no pertenece ni al analista ni al analizado, tiene un carácter
transitorio y se forma en el encuentro analítico. Según Green, la relación
intersubjetiva conecta a dos sujetos intrapsíquicos, y “[e]s en el cruce de los mundos
internos de los dos socios de la pareja analítica que toma peso la intersubjetividad”
(2000, p. 2).

III. C. Las dos-personas, un enfoque interpsíquico e intersubjetivo;


La contratransferencia como un “interés común”
La conceptualización de lo “intrapsíquico” (además de lo “intersubjetivo”)
procede de Europa (especialmente de Italia), pero en los últimos diez años ha tomado
mucha relevancia en todo el mundo (Bolognini, 2004, 2010, 2016). Este interés se
hace eco de los comentarios de Freud sobre el contacto e influencia directa de los dos
sistemas Inconscientes sin que participen formas superiores de conciencia o
subjetividad (Freud, 1915, 1937a, b). Para formular la conceptualización de lo
interpsíquico, son especialmente relevantes la “modulación del campo”
transformacional de la teoría de campo (Ferro et al., 2001), el concepto de
“transitoriedad” de Winnicott y el trabajo sobre la complejidad de la empatía de
Bolognini (2009). En el reciente trabajo de Stefano Bolognini (2016), lo
“inerpsíquico” puede entenderse como un “plano funcional pre-subjetivo, en el que
dos personas pueden intercambiar contenidos internos a través de la utilización de
identificaciones proyectivas comunicativas ‘normales’” (Bolognini, 2016, p. 110).
Consiste en una ampliación de la dimensión psíquica, la cual refleja una influencia
recíproca entre dos mentes y se experimenta desde dentro. En su aplicación técnica,
cuando se experimenta el diálogo analítico de forma interpsíquica, éste consigue una
“efectividad nueva y más específica, primero porque contiene, y luego porque
simboliza” (Bolognini, 2004). Esta perspectiva ha sido trabajada desde muchas
tradiciones psicoanalíticas contemporáneas y divergentes, incluyendo los neo-
kleinianos y los neo-bionianos, cuyo trabajo interpsíquico radica en la preparación
psicológica para recibir identificaciones proyectivas (Steiner, 2011; Pick, 2015).
Se puede conectar con esta corriente una ramificación del pensamiento
intersubjetivo francés, puesto que también se centra en la comunicación inconsciente
a través de mensajes enigmáticos, cuida que no se viole el espacio del paciente ni la
subjetividad del analista y pone la capacidad representacional y simbólica del analista

106
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al servicio de la subjetivación, la representación y la simbolización del paciente.


Dentro del contexto de la contratransferencia, Faimberg (1992, 2005, 2012, 2013,
2015) es un ejemplo de la posición des-centrada en la escucha clínica de la
contratransferencia, también conocida como escuchar lo que se escucha, que consiste
en examinar de cerca cómo escucha el analista lo que ha escuchado y dicho el
paciente (y viceversa), desvelando múltiples sorpresas que guían la comprensión del
estado de receptividad del paciente y su representación simbólica. El concepto de
experiencia actuada compartida, de Jaqueline Godfrind-Haber y Maurice Haber
(2009), plantea una entidad interpsíquica de la “imagen de la acción” vivida pero aún
no simbolizada en palabras que, sin embargo, contiene una capacidad simbólica. El
salto simbólico hacia su realización; el paso del registro de una acción al registro de
pensamientos, puede conseguirse a través de la participación contratransferencial del
analista. Asimismo, el trabajo de René Roussillon (2009) describe cómo las acciones
y los cuerpos de los pacientes transmiten los eventos-mensajes de la historia pre-
verbal del paciente. La transmisión interpsíquica en el plano de la transferencia-
contratransferencia puede facilitar su incorporación a la “vida psíquica”. Desde varios
ángulos, también Green (2000), Aulagnier (2015), de Mijolla-Mellor (2015/2016) y
otros enfatizan el ajuste del analista al flujo interpsíquico y/o intersubjetivo de la
comunicación inconsciente como un prerrequisito de la “co-re-construcción” e
historicidad analítica del trauma del paciente y la restauración de su capacidad
simbólica para que la interpretación tenga sentido.
En los Estados Unidos y el resto del mundo, ha sido profesada la perspectiva
inter-sistémica de las dos-personas por analistas con experiencia en investigación
infantil, teoría de sistemas y psicología el Yo. La investigación infantil
contemporánea sobre la regulación mutua del afecto y la expresión de los afectos
(Tronick, 2002) puede ser especialmente relevante para el enfoque clínico de la
transmisión interpsíquica. Aplicados al trabajo clínico con adultos, muchos autores
(del Grupo de estudio de Boston sobre el proceso de cambio, 2013) subrayan la
creación conjunta de las reglas implícitas del proceso psicoanalítico. Sin embargo,
minimizan los conceptos de transferencia y contratransferencia, resaltando las
reuniones facilitadoras entre paciente y analista.
Mientras que en muchas escuelas de pensamiento contemporáneas, el uso y la
mención explícita de la “contratransferencia” puede quedar en segundo plano, no
significa que la contribución personal del analista haya dejado de ser un foco de
atención, antes al contrario: el cruce del paciente y el analista es uno de los
principales intereses del psicoanálisis actual. Al examinar su largo linaje, uno puede
comprobar que la contratransferencia ha ido adquiriendo un peso específico en el
contexto de los elementos fundamentales del método psicoanalítico.
Además de entender la contratransferencia como un elemento potenciador del
crecimiento y el conocimiento, Gabbard (1995) sostiene que se ha convertido en un
interés común y emergente entre los psicoanalistas de las diferentes escuelas. Esto la
conecta con el desarrollo de conceptos clave como la identificación proyectiva y el

107
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enactment de contratransferencia (véase las entradas separadas IDENTIFICACIÓN


PROYECTIVA y ENACTMENT). Debido al largo historial de observaciones sobre
las reacciones emocionales del analista y sobre cómo éste las utiliza para acceder y
afectar el mundo interior del paciente, los debates actuales incluyen la pregunta de si
y cómo extender el uso activo y explícito de la contratransferencia en la situación
analítica, es decir, si en determinadas circunstancias, uno debe revelar la
contratransferencia al paciente con el fin de facilitar la comprensión de su propia
experiencia (Renick, 1999; Gediman, 2011; Greenberg, 2015). Sin embargo, por
ahora todavía no hay unanimidad sobre la utilidad de esta técnica de intervención.

IV. CONCLUSIÓN

Empezando por Freud y el sueño contratransferencial de “la inyección de


Irma” de 1895, el desarrollo del concepto de la contratransferencia pone en evidencia
la interacción constante entre la teoría y la práctica, entre el trabajo clínico y la
conceptualización, desde el “nacimiento del psicoanálisis” y durante su evolución
posterior.
Aunque en un primer momento la contratransferencia se percibía como un
riesgo para la eficacia clínica del analista, la “otra” tendencia, que entiende la
contratransferencia como el resultado de procesos interpsíquicos que se insinúan
desde el principio, ganó mucho terreno en los debates analíticos de los años veinte y
treinta, a medida que se iba ampliando la definición de la contratransferencia.
En la última década del siglo XX y comienzos del siglo XXI, están recibiendo
una mayor atención los fenómenos y procesos interpsíquicos, no sólo dentro sino
también entre las psiques de los dos protagonistas de la situación analítica. Sin
embargo, desde este enfoque se han planteado diversas prioridades temáticas: el plano
del intercambio pre-subjetivo, las subjetividades cruzadas del paciente y el analista,
las relaciones entre ambos, el campo psíquico entre ellos y los varios canales de
intercambio – reacciones y afectos inconscientes, emociones, lenguaje, corporeidad,
conducta, etc. Debido a que la contratransferencia va entendiéndose cada vez más
como una herramienta de tratamiento, sus ventajas y desventajas, desde el punto de
vista clínico y teórico, siguen siendo motivo de estudio para los analistas.
Los diferentes matices de significado que ha experimentado el concepto
durante el curso de su desarrollo, pueden ordenarse según cuáles sean los otros
conceptos a los que se refiere y de qué universos conceptuales emerge: la
“contratransferencia” que se refiere al modelo topográfico de la mente
(consciente/inconsciente); la “contratransferencia” que se refiere al modelo
estructural de la mente (yo-ideal/superyó, yo, ello); la “contratransferencia” que se

108
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refiere a los mecanismos específicos de la psique (resistencia, proyección,


identificación proyectiva, continente/contenido); la “contratransferencia” que se
refiere a los elementos específicos del proceso analítico (funcionamiento efectivo,
respuesta emocional, empatía); la “contratransferencia” que se refiere a la matriz de
intercambios interpsíquicos y/o intersubjetivos de la trasferencia-contratransferencia,
o al campo.
La contratransferencia puede entenderse como un tema que acerca diferentes
tradiciones, constituyendo el “interés común” del psicoanálisis. Los autores de la
tradición clásica freudiana han llegado a comprender que es inevitable que el analista
reciba una influencia del paciente. Los analistas que trabajan desde la tradición de la
relación objetal han empezado a considerar la contratransferencia no sólo como el
resultado de las proyecciones y/o desplazamientos del paciente (haciendo eco de los
procesos inconscientes del paciente), sino también como un reflejo de las tendencias
del analista.
En la actualidad, a pesar de las divisiones entre las culturas psicoanalíticas y
teniendo en cuenta su pluralidad teórica y clínica, existe un amplio consenso en lo que
atañe a las emociones del analista y a su influencia por parte del paciente y por parte
del propio analista. Esto deja al descubierto la complejidad y la dimensión humana,
multifacética y esencial del trabajo del analista.

Ver también:

CONTENCIÓN: CONTINENTE-CONTENIDO
IDENTIFICACIÓN PROYECTIVA (próximamente)
ENACTMENT

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Winnicott, D.W. (1974) Fear of Breakdown. Int. Rev. Psychoanal., 1: 103-107.

Consultores regionales y colaboradores:

Europa:
Maria Vittoria Costantini, Dr.ssa. med.; Anna Ursula Dreher, Dr. phil.; y Dipl. Psych.
Henrik Enckell, MD, PhD

América Latina:
Adrian Grinspon, Dr. dipl. Psych.

Norte América:
Andrew Brook, D.Phil.; Adrienne Harris, PhD; Robert Oelsner, PhD; y Arnold
Richards, MD

Revisión adicional: Rosemary Balsam, MD and Allannah Furlong, PhD

Copresidenta de coordinación interregional: Eva D. Papiasvili, PhD, ABPP


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Traducción: Jèssica Pujol Duran

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ENACTMENT
Entrada tri-regional
Consultores interregionales: Rosemary Balsam (América del Norte),
Roosevelt Cassorla (América Latina) y Antonio Pérez-Sánchez (Europa)
Copresidenta coordinadora: Eva D. Papiasvili (América del Norte)

I. DEFINICIÓNES

El concepto del enactment (a veces traducido del inglés como “puesta en


acto”, “enacción”, “escenificación” o “actuación”) no ocupa un lugar estable en la
teoría psicoanalítica. Su uso es muy variado; se emplea tanto en el confinamiento de
la situación analítica, como para definir una amplia gama de interacciones y
comportamientos cotidianos.
Generalmente, el concepto del enactment se asocia a América del Norte
porque el término apareció en el título de un artículo de Theodore Jacobs (1986). Sin
embargo, actualmente, no se puede encontrar una única definición del enactment en el
trabajo psicoanalítico norteamericano. Por el contrario, existen un grupo de conceptos
más o menos relacionados, que a su vez difieren entre sí. La muestra de definiciones
que se presenta a continuación agrupa, combina y amplía las realizadas por los
norteamericanos Akhtar (2009) y Auchincloss & Samberg (2012):
- En el enactment de transferencia/contratransferencia (por ejemplo, en Jacobs,
1986; Hirsch, 1998) el analista y/o el analizado expresan deseos de
transferencia o contratransferencia en el acto, en lugar de reflexionarlos o
interpretarlos. McLaughlin amplió este uso del término para incluir las
“transferencias evocativas-coercitivas tanto del paciente como del analista”.
Chused (1991, 2003) lo desarrolló más a fondo con las “interacciones
simbólicas” que tienen un significado inconsciente para ambos participantes y
pueden extenderse más allá de la situación analítica. Este fenómeno podría
considerarse como una versión del “acting out” o “acting in” (Zeligs, 1957),
que abarcaría a los dos participantes.
- La inducción inconsciente del analista por parte del analizado para
experimentar sus propias fantasías inconscientes. Esta idea se parece a la
“identificación proyectiva” y/o a la “respuesta de rol”.
- “Una serie de dramas sutiles, inconscientes e interactivos que se construyen
conjuntamente y se experimentan de forma concatenada” (Levine &
Friedman, 2000, p. 73; Loewald, 1975). En este contexto, el enactment se

121
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emplea para definir un tipo de intersubjetividad, puesto que el analista


desempeña el papel de co-creador de lo que sucede entre las dos partes.
- Cualquier expresión dramática de una ruptura
transferencial/contratransferencial del intercambio de contención en la
situación psicoanalítica (Ellman, 2007). Esta ruptura puede extenderse más
allá de la situación psicoanalítica (Chused, Ellman, Renick, Rothstein, 1999) y
puede comunicarse de forma verbal o no verbal (véase el “enactment
interpretativo” de Steiner, 2006, a continuación).
En América Latina la pluralidad del concepto se ve reducida debido a las
influencias históricas de autores como Racker (1948, 1988), Grinberg (1957, 1962) y
Baranger & Baranger (1961-1962), además de los estudios contemporáneos de
Cassorla (2001, 2005, 2009, 2012, 2013, 2015) y Sapisochin (2007, 2013), entre
otros.
- En América Latina, la comprensión más predominante del enactment incluye
fenómenos como la irrupción de descargas y/o comportamientos que
comprometen tanto al paciente como al analista dentro del campo analítico.
Los enactments surgen de estímulos emocionales compartidos que, sin
embargo, pasan inadvertidos a los miembros de la díada psicoanalítica. Los
enactments reproducen situaciones del pasado en que la simbolización verbal
fue insuficiente o, si disponía de palabras, éstas fueron limitadas y se
utilizaron de forma exclusiva. Los enactments son maneras de recordar
relaciones de la infancia a través de comportamientos y sentimientos que
forman parte de organizaciones defensivas. (Véase a continuación las
diferencias entre los enactments crónicos y agudos)
La recepción europea del término es más cercana a la versión latinoamericana,
puesto que el concepto sólo se utiliza en la sesión analítica. Sin embargo, para
algunos analistas europeos, el sentido se aparta un poco de la versión latinoamericana
porque, según ellos, el enactment no es tanto una co-creación entre paciente y analista
como un resultado de la interacción entre ellos. También es muy común encontrar
referencias al enactment cuando se habla de la contratransferencia o el acting out.
- Por ejemplo, el “enactment interpretativo” de Steiner (2006), hace referencia a
la comunicación verbal del analista y la idea es que, aunque la comunicación
se ofrezca en forma interpretativa, la expresión transmite los sentimientos y
actitudes contratransferenciales del analista.
La visión predominante del enactment en relación con la interpretación
psicoanalítica dentro de las tres culturas continentales, es que sea cual sea la
formulación de los procesos y contenidos subyacentes, los enactments, como están
relacionados con la situación psicoanalítica, son significativos a nivel evolutivo y/o
dinámico, necesitan ser comprendidos y, en última instancia, interpretados
gradualmente y de forma individualizada (Papiasvili, 2016).

122
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II. EL ENACTMENT EN FREUD


ANTECEDENTES HISTÓRICOS

Todas las nociones contemporáneas del enactment tienen sus raíces en


conceptos articulados por Freud. Desde que Josef Breuer trató a Anna O. (Breuer,
1893) –el primer caso de confrontación documentado en la literatura psicoanalítica–
Freud (1895) empezó a preocuparse por las acciones que acontecen en el curso del
análisis, cuando el paciente externaliza sus problemas. El primer descubrimiento
relacionado con el enactment fue la transferencia (el caso de Dora, 1905), que Freud
definió como la proyección de la estructura fantasiosa del paciente sobre el analista.
Aunque fue lo primero que describió en su autoanálisis de 1899 (La interpretación de
los sueños), en 1910 Freud dio mayor importancia al complejo de Edipo, según el
cual los niños se relacionaban sexualmente con sus progenitores mediante patrones
que repetían en su vida adulta y utilizaban al analista como substituto de sus padres.
Le siguió la contratransferencia (1910), que hacía referencia a “la influencia del
paciente sobre los sentimientos inconscientes del analista” (1910, p. 144). El siguiente
fue el acting out (1914), aunque Freud lo había mencionado anteriormente, cuando
interpretó la terminación prematura de Dora como una venganza, en que Freud fue el
objeto sustitutivo de los sentimientos de castigo que Dora sentía hacia Herr K. Por
último, otro elemento que sustenta el uso contemporáneo del término enactment llegó
cuando Freud reconoció la importancia de la compulsión de repetición (1914). Este
concepto definió de qué manera se repetían inconscientemente los trastornos durante
el tratamiento y en la vida cotidiana. Freud escribió,
“No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite sin saber que lo hace…
durante el lapso que permanezca en tratamiento no se librará de esta compulsión de
repetición; y, al fin, uno comprende que esta es su manera de recordar.” (1914, p.
150)
En 1923, el desarrollo de la teoría estructural lo llevó a centrarse en los mecanismos
de defensa y su relación con el sujeto. Las defensas que pasaron a relacionarse
estrechamente con el concepto del enactment son la proyección, la introyección y la
re-proyección. En suma, los actuales conceptos del enactment reproducen, y también
amplían, muchos de los conceptos freudianos.

III. DESARROLLO DEL CONCEPTO

El verbo to enact (del inglés, representar) está asociado con el verbo “actuar”
y uno de los significados de actuar es desempeñar un papel dramático o teatral. El
término to enact, junto con su sustantivo enactment, se encuentran, de forma

123
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imprecisa, en la literatura psicoanalítica histórica y contemporánea y se refieren a las


externalizaciones dramáticas del mundo interior del paciente, ya sea en una sesión o
en la vida cotidiana. El término re-enactment tiene el mismo significado.
En su artículo, “Sobre los enactments de la contratransferencia”, Jacobs
(1986) define los enactments como situaciones en que el analista se ve sorprendido
por su propio comportamiento contratransferencial y supuestamente inadecuado. Más
tarde, el analista observa conexiones entre su comportamiento, la inducción
emocional del paciente y sus propias características personales. Jacobs (1991, 2001)
esclareció, enfatizó y popularizó el término enactment. Utilizó el término para
nombrar una ocurrencia específica, que sucede durante el análisis, cuando la
psicología del paciente se exterioriza frente al analista. Lo que trataba de transmitir es
que los enactments son comportamientos del paciente, del analista, o de ambos, que
surgen como respuesta a conflictos y fantasías agitados por el trabajo terapéutico en
curso. Si bien están vinculados a la interacción que se da con la transferencia y la
contratransferencia, estos comportamientos también están conectados a pensamientos
asociados, fantasías inconscientes y experiencias infantiles y de niñez a través de la
memoria. Por lo tanto, para Jacobs, la idea del enactment contiene en su interior la
noción del reenactment (del inglés, recreación), es decir, la experiencia de revivir
instantes y fragmentos del pasado psicológico por parte de los dos miembros de la
situación psicoanalítica.
El concepto de enactment de Jacobs coincide con la noción un tanto
paradójica de Winnicott (1963), según la cual, si el análisis va bien y se profundiza en
la transferencia, el paciente conseguirá que el analista le falle, puesto que esto es
primordial en la fase de omnipotencia infantil, es decir, en la transferencia.
Sin embargo, Jacobs no fue el primero. Hans Loewald ya había utilizado el
término en “El psicoanálisis como un arte y el carácter fantástico de la situación
psicoanalítica” (1975). Él escribió que,
“…[el] proceso al que se comprometen analista y paciente…implica una recreación,
una dramatización de aspectos de la historia de la vida psíquica del paciente, creada y
escenificada conjuntamente con el analista y dirigida por él.” (pp. 278-9)
El paciente y el analista co-crean una ilusión dentro de la neurosis de transferencia. El
paciente toma la iniciativa en la recreación de la fantasía, como si se tratara de una
obra de teatro. El papel del analista es multidimensional. Él o ella es a la vez director
y varios personajes de la vida del paciente. El paciente y el analista son co-autores de
esta tragedia, que se experimenta como fantasía y realidad. En lugar de simplemente
asumir los roles, el analista los refleja hasta que el paciente es capaz de acceder a su
vida interior y, entonces, poco a poco va tomando el mando de la dirección, el guión.
La “imitación de una acción… en forma de acción” de Aristóteles correspondería, en
términos psicoanalíticos, tanto a la recreación como a la repetición. Schafer (1982),
compañero de Loewald, también creyó que las múltiples narraciones de uno mismo o
storylines podían corresponder a las diferentes versiones de la historia del analizado,

124
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representada con el analista (como una tragedia de encarcelamiento, renacimiento o


rivalidad edípica).
Sandler (1976) llamó la atención sobre la inducción recíproca entre los
miembros de una díada y las respuestas espontáneas del analista a los estímulos
inconscientes del paciente, que llamó respuestas de rol.
Gradualmente, fue ampliándose la idea del enactment y se hicieron más
frecuentes los debates sobre el tema en la literatura psicoanalítica (McLaughlin, 1991;
Chused, 1991; Roughton, 1993; McLaughlin & Johan, 1992; Ellman & Moskovitz,
1998; Panel, 1999). Para algunos, el enactment simplemente reemplazó el término
acting out, aunque cabe recordar que acting out es el equivalente inglés de la palabra
alemana Agieren. En alemán “er agiere es” se corresponde a “but acts it out” (del
inglés, sino que lo actúa): “…[E]l paciente no recuerda, en general, nada de lo que ha
olvidado o reprimido, sino que lo actúa.” Freud, 1914, p. 149.
En algunas culturas psicoanalíticas, el término acting out empezó a definir
actos más o menos espontáneos e impulsivos que irrumpen de forma esperada durante
la asociación libre, limitando así el concepto de Agieren. Al mismo tiempo, el término
entró en uso para distinguir comportamientos de personalidades impulsivas y
psicopáticas. Las connotaciones moralistas del acting out contaminaron el lenguaje de
los profesionales de la salud mental y del derecho. De hecho, la sustitución del
término acting out por enactment pretendía eliminar la confusión conceptual y los
aspectos peyorativos del término.
Existe una connotación legal del término enactment que define una ley, un
mandato o un decreto –una orden que debe ser obedecida– que también se tomó en
cuenta. El concepto psicoanalítico incorpora ambos sentidos de la palabra. También
se tuvo presente que, por definición, ambos miembros de la díada participan en el
enactment y no son suficientemente conscientes de lo que está sucediendo. El analista
se deja llevar por la relación, por sus propios problemas y puntos flacos. Por el
contrario, en el acting out, las descargas del paciente pueden ser percibidas por el
analista, ya que éste decide no involucrarse.
Muchos analistas han descrito situaciones similares a lo que se entiende por
enactment sin llamarlas así. El concepto permitió reunir fenómenos parecidos que se
habían asociado con Freud y habían sido trabajados por psicoanalistas de diversas
orientaciones teóricas con términos tales como repetición, re-vivencia,
externalización, acting-out, etc. El término fue introduciéndose gradualmente en el
vocabulario estándar del psicoanálisis. Pueden encontrarse debates y estudios
recientes en Paz (2007), Ivey (2008), Mann & Cunningham (2009), Borensztejn
(2009), Stern (2010), Waska (2011), Cassorla (2012), Sapisochin (2013), Bohleber et
al (2013) y Katz (2014).
Los enactments varían en calidad e intensidad, según el grado de déficit o
deterioro de la facultad de simbolizar. Los más leves podrían ser “actualizaciones”

125
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(Sandler, 1976) que satisfacen los deseos transferenciales hacia el analista. El más
maligno entraña una incapacidad por parte del analista, puesto que lo lleva a cometer
abusos de autoridad que sobrepasan los límites del tratamiento clínico (Bateman,
1998).
La literatura psicoanalítica debate si los enactments son perjudiciales o útiles y
necesarios. La tendencia es considerar que los enactments surgen de forma natural,
cuando un analista se enfrenta a configuraciones traumáticas, psicóticas o límite,
incluso cuando predominan los aspectos neuróticos. Evidentemente, son útiles una
vez han sido comprendidos, pero este entendimiento sólo puede llegar después de
haberlos identificado, es decir, de forma Nachträglichkeit (après coup, o
retroactivamente). Los enactments que no se identifican adecuadamente, bloquean el
proceso analítico y pueden llegar a destruirlo.

III. A. Desarrollo del concepto en América del Norte: La influencia adicional de


las relaciones objetales británicas
La identificación proyectiva es un elemento importante para el enactment. Fue
descrito por primera vez por Klein (1946/1952), que lo definió como una fantasía
inconsciente que consistía en la escisión y proyección de partes buenas y malas del
sujeto sobre el objeto. Winnicott también utilizó el concepto. Bion (1962) amplió la
identificación proyectiva para incluir la interacción pre-verbal y/o pre-simbólica entre
la madre y el niño. Joseph (1992) amplió el concepto de Bion con los
comportamientos active-if-subtle (del inglés, activos aunque sutiles) del sujeto, junto
con sus maquinaciones intrapsíquicas, que producen una atmósfera específica en la
sala y evocan ciertas emociones, sensaciones e ideas en el analista (objeto), que
pueden inducirlo a comportarse de forma extraña –aunque este comportamiento sería
coherente con el esquema interno del analizado (sujeto). O’Shaughnessy (1992)
señala dos tipos de enactments, los “enclaves” y las “excursiones”, ambos
potencialmente destructivos para el proceso analítico. El “enclave” se produce cuando
el analista convierte el análisis en un refugio de la perturbación, y la “excursión”
cuando lo convierte en una serie de huidas. O’Shaughnessy reconoce que el acting out
parcial y limitado es una parte esencial de la situación clínica, pero se vuelve
problemático cuando no se contiene y va deteriorándose con enactments de tipo
destructivo: enclaves y excursiones (Shaughnessy, 1992).
Los enactments también se consideran un ejemplo de las ideas de Winnicott
(1963, p. 343) mencionadas anteriormente, acerca del hecho de triunfar fracasando –
cuando el analista falla al paciente. Esto queda lejos de la teoría simplista de curación
por experiencia correctiva. Parafraseando a Winnicott, el enactment puede ponerse al
servicio del paciente si es atendido por el analista, para que éste libere algo tóxico en
su zona de control, donde puede manejarlo con la proyección y la introyección.

126
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En definitiva, en América del Norte, los conceptos del enactment tienen raíces
profundas en Freud y en la tradición de las relaciones objetales.

III. B. Desarrollo del concepto en América Latina: Los precursores conceptuales


y un contexto más amplio
El pensamiento psicoanalítico latinoamericano se vio influenciado por los
estudiosos pioneros del proceso analítico, que en los años cuarenta y cincuenta
publicaron estudios exhaustivos centrados en lo que ocurría entre los miembros de la
díada analítica. Racker (1948, 1988) definió la “contratransferencia complementaria”
como una consecuencia de la identificación del analista con los objetos internos del
paciente. Grinberg (1957, 1962) describió la “contraidentificación proyectiva” como
una situación en que los analistas se dejan llevar por las identificaciones proyectivas
del paciente y reaccionan ante ellas sin darse cuenta. Posteriormente, Grinberg
modificó algunos aspectos de sus ideas y expuso la utilidad de su concepto para
comprender lo que ocurre entre los miembros de la díada analítica. Tanto Racker
como Grinberg describieron situaciones que se parecen a las ideas del enactment.
Estos y otros autores influyeron a Willy y Madeleine Baranger, quienes, partiendo de
las ideas kleinianas, definieron el campo analítico (Baranger y Baranger, 1961-62,
1969, 1980).
Este campo analítico es un lugar/tiempo que concierne a dos personas (analista
y paciente) que participan en el mismo proceso dinámico; un proceso en que ninguno
de los miembros de la díada es inteligible sin referirse al otro. Ambos constituyen una
estructura llamada fantasía inconsciente de la díada, que rebasa la suma de las
facultades de cada participante. En este contexto, los Barangers definieron un
producto del campo psicoanalítico llamado bastión. Los bastiones se producen cuando
se entrelazan partes del paciente y partes del analista hasta quedar envueltos en una
estructura defensiva. El bastión puede aparecer como un cuerpo extraño en el proceso
analítico, o puede adueñarse de todo el campo, convirtiéndose en patológico. La idea
del bastión se parece a la idea del enactment crónico (Cassorla, 2005).
Gracias a estos desarrollos, la cultura psicoanalítica latinoamericana absorbió
rápidamente el concepto del enactment. Estudios contemporáneos de las aportaciones
latinoamericanas a los procesos de simbolización, facilitan una explicación
esclarecedora del concepto (Cassorla, 2001, 2005, 2009; Sánchez Grillo, 2004;
Sapisochin, 2007, 2013; Gus, 2007; Paz, 2007; Borensztejn, 2009; Rocha, 2009;
Schreck, 2011).

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IV. DESARROLLO Y USO CONTEMPORÁNEO DEL CONCEPTO EN LAS


AMÉRICAS Y EN EUROPA

IV. A. Desarrollo y relevancia clínica en América Latina

Situaciones clínicas como los enactments, descritos en literatura


psicoanalítica, generalmente indican algún tipo de acción o comportamiento abrupto
en que el analista siente que ha perdido su función analítica. Por ejemplo, podría darse
cuenta de que ha estado comportándose de forma irónica, agresiva o seductora. O
puede que note que no está interesado o que ha terminado la sesión antes de la hora
programada, o más tarde. Puede darse cuenta de que siente una fascinación
desbordada por las historias del paciente o que ha estado discutiendo con él. En estos
casos observa que se ha deteriorado su capacidad analítica y se siente avergonzado y
culpable. Posteriormente, el analista puede darse cuenta de que se estaba identificando
con aspectos proyectados por el paciente. Estos fenómenos se llaman enactments
agudos (Cassorla, 2001). Algunas veces, el comportamiento del analista es más
evidente que el del paciente. El término enactment contratransferencial se utiliza para
definir este comportamiento del analista.
Cassorla (2005, 2008, 2012, 2013), cuando estudia las configuraciones de la
personalidad límite, expone que la díada analítica padece una confrontación dual
prolongada antes de que se produzca un enactment agudo. En este proceso el paciente
y el analista se vuelven indiscriminados. Estas díadas simbióticas exhiben un
comportamiento similar a las representaciones teatrales o de imitación (Sapisochin,
2013), y este tipo de comportamiento se denomina enactment crónico. Ninguno de los
miembros de la díada se da cuenta de lo que está pasando y, cuando lo hacen, es poco
después de que ocurra un enactment agudo y lo identifiquen.
Descripción de la secuencia: enactment crónico (no percibido) > enactment
agudo (percibido) > identificación del enactment crónico ocurrido –esto proporciona
una descripción del desarrollo natural del proceso analítico, cuando se trabaja con
pacientes que tienen el proceso de simbolización deteriorado. Datos clínicos señalan
que existen organizaciones defensivas que sirven para evitar la realidad triangular,
experimentada como traumática. La experiencia clínica proporciona la siguiente
secuencia:
Fase 1. El analista sabe que trata a un paciente de difícil acceso, que ataca el proceso
analítico y lo subvierte. Sin embargo, es cierto que, con paciencia y perseverancia, se
podrán resolver las dificultades.
Momento M: En un momento dado, el analista se sorprende a sí mismo haciendo una
intervención o realizando un acto generalmente impulsivo, que lo avergüenza y lo
hace sentirse culpable; entonces, le da la impresión de que ha perdido la capacidad
analítica. Tiene miedo de haberle causado algún daño a su paciente e imagina
complicaciones inminentes.

128
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Fase 2. El analista, con sus sentimientos negativos, toma nota de las consecuencias de
su comportamiento. Para su sorpresa, el proceso analítico se hace más productivo y se
expande la red simbólica del pensamiento. La comprensión del Momento M refuerza
el vínculo analítico y el paciente lo asocia con situaciones traumáticas anteriores que
están siendo procesadas.
Una investigación posterior a los hechos descritos, lleva al analista a darse
cuenta de que, en la Fase 1, se encontraba envuelto en una confrontación prolongada
con su paciente (enactment crónico), que afectaba ciertas áreas del funcionamiento de
la díada analítica que él no había percibido. Las confrontaciones, ahora identificadas,
alternan entre guiones sadomasoquistas y guiones de idealización recíproca. El
analista y el paciente se controlan mutuamente y se convierten en extensiones de sí
mimos.
Al revisar el Momento M, el analista se da cuenta de que, de hecho, no había
perdido su capacidad analítica en ese momento sino antes, durante la Fase 1. Por el
contrario, el Momento M fue un indicador de que estaba recuperando su habilidad.
Por ejemplo, una supuesta agresión del analista desata una confrontación masoquista
o una idealización recíproca que bloquea el proceso analítico (Fase 1). En el
Momento M se descubre un enactment agudo que desmonta el enactment crónico
anterior, al mismo tiempo que lo hace perceptible. Por lo tanto, el enactment agudo
manifiesta el trauma de haber entrado en contacto con la realidad triangular. A veces,
antes de llegar a discernir el enactment agudo, el contacto con la triangularidad puede
desatar “micro-enactments” agudos e imperceptibles, cuando la organización
defensiva lo lleva inmediatamente de vuelta a los enactments crónicos (Cassorla,
2008). Durante los enactments crónicos e imperceptibles, el analista continua
trabajando incesantemente, aunque sienta que no está siendo todo lo productivo que le
gustaría. Aun así, por vías paralelas y de forma implícita, su trabajo sigue dando
sentido a los agujeros traumáticos de la red simbólica. La organización defensiva va
desmontándose gradualmente, aunque no sea evidente en el campo analítico. El
enactment agudo, es decir, la apreciación repentina de la realidad triangular, surge
cuando se ha restaurado significativamente la red simbólica. La díada analítica
presiente que podrá soportar la separación entre el sujeto y el objeto. Esta separación,
por lo tanto, puede leerse como un trauma atenuado. El enactment agudo es así una
mezcla de descargas traumáticas afectivas y de traumas que se están simbolizando en
ese preciso instante del proceso analítico. Cuando el analista percibe el enactment y,
de forma Nachträglichkeit, lo resignifica, amplía aún más la red simbólica del
paciente. Esta ampliación admite el surgimiento de nuevas asociaciones relacionadas
con los efectos traumáticos que se están trabajando, que estimulan construcciones por
parte del analista (Fase 2).
Cuando el paciente trae aspectos simbólicos al campo analítico por medio de
identificaciones proyectivas comunicativas, se origina una confrontación dual
instantánea entre el paciente y el analista. Esta confrontación se mitiga con

129
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interpretaciones transferenciales por parte del analista. Por analogía, estas


confrontaciones instantáneas también pueden llamarse enactments normales.
Cassorla (2008, 2013) debatió estos aspectos clínicos utilizando la teoría del
pensamiento de Bion. Propuso que en los enactments crónicos ninguno de los
miembros de la díada analítica puede soñar las experiencias emocionales que suceden
en el campo analítico. Definió el enactment crónico como no-sueños-para-dos. Por
otra parte, los enactments agudos, que desmontan los enactments crónicos,
constituyen una mezcla de descargas y no-sueños que se están soñando en ese preciso
instante en el campo analítico. La capacidad de simbolizar es un producto de la
función-alfa implícita que utiliza el analista durante el enactment crónico.

IV. B. Desarrollo y relevancia clínica en América del Norte


Como los autores latinoamericanos (Sánchez Grillo, 2004; Rocha, 2009;
Borensztejn, 2009), los analistas de América del Norte también desarrollan el
concepto en su trabajo clínico y teoría psicoanalítica y destacan su importancia para
mejorar la técnica analítica con niños y adolescentes.
Judith Chused, influenciada por el trabajo con adultos de Theodore Jacobs
(1986) y su inclusión del “enactment” en la contratransferencia, definió un uso del yo
que resulta productivo para seguir las reacciones del analista cuando trabaja con
jóvenes. Chused (1991, 1992) ofreció ejemplos clínicos detallados de su trabajo con
niños en edad de latencia, adolescentes y adultos jóvenes. En 2003 Chused definió
ampliamente el “enactment”:
“Cuando el comportamiento de un paciente o sus palabras estimulan un conflicto
inconsciente en el analista, el cual suscita una interacción que tiene significado
inconsciente para ambos, eso es el enactment. De igual manera, un enactment ocurre
cuando el comportamiento del analista o sus palabras estimulan un conflicto
inconsciente en el paciente, el cual produce una interacción con significado
inconsciente para ambos. Los enactments ocurren todo el tiempo en el análisis y fuera
de nuestras oficinas… Algunos de los más significativos… ocurren… cuando el
comportamiento del analista se ha desviado de su intención consciente por
motivadores inconscientes y se “siente mal” cuando es escudriñado…” (Chused,
2003, p. 678).
En 1995, Judith Mitrani acuñó el término “experiencia no mentalizada”, para referirse
a situaciones de la infancia que después se expresan en el análisis a través del proceso
del enactment, donde pueden interpretarse gracias a la transferencia y adquirir
importancia en nuestras construcciones imaginativas. Más tarde, Mitrani (2001) llegó
a la conclusión de que la palabra “experiencia” es un término inapropiado en este
contexto, ya que debe haber una conciencia psíquica y, por lo tanto, algún nivel de
mentalización para experimentar algo. Esto la llevó a crear una distinción entre lo que
le ha sucedido a un individuo y lo que ha sufrido y posteriormente entrado en el reino

130
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de la conciencia con la ayuda de un objeto continente; en otras palabras, alguna


“cosa” que ha alcanzado un nivel de significación en la mente.
Con esto Mitrani se remonta a Federn (1952), Bion (1962) y Winnicott (1974).
Federn (1952) hizo una distinción importante entre el sufrimiento del dolor y el
sentimiento del dolor. Para él, el sufrimiento es un proceso activo del yo en que se
acepta lo que instiga el dolor –por ejemplo, una frustración o pérdida del objeto– y se
valora en toda su intensidad. De esta manera, el paciente experimenta un
transformación y también lo hace su yo. Al sentir dolor, por el contrario, el yo no
puede soportar el evento que lo instiga y no lo procesa. El dolor no se contiene, sino
que simplemente toca la frontera del yo y es repelido. Con cada recurrencia, el
sentimiento doloroso afecta al yo con la misma intensidad y efecto traumático. La
distinción ente “sucesos” y “experiencias” fue abordada previamente por Winnicott
en “El miedo al derrumbe” (1974) –una emoción de derrumbe que sucedió en la
primera infancia pero no había sido experimentada. En la niñez, cuando la psique y el
soma son todavía indistinguibles, los “sucesos” (Bion, 1962) se inscriben en el cuerpo
y se hacen frente con medios corporales hasta que se crea la representación psíquica.
Cuando el analista hace un buen uso de los enactments, le brinda al cuerpo una
segunda oportunidad para representarse simbólicamente, puesto que entra en
relaciones de significado con otras representaciones psíquicas.
A juicio de Mitrani, este “suceso no mentalizado” del dolor sentido pero no
sufrido, inscrito a nivel sensual o corporal, al que todavía no se le ha asignado ningún
significado simbólico, puede ser el origen de muchos enactments en el análisis.
La perspectiva neurobiológica del papel del cuerpo en el enactment a través de
recuerdos somáticos ha sido investigada y revisada, por ejemplo, por Van der Kolk y
Van der Hart (1991). Su debate abarca desde las primeras ideas neurobiológicas,
relacionadas con Janet y Freud, hasta las hipótesis actuales de codificación somática
de recuerdos traumáticos en el cerebro.
Para la Escuela Relacional, el enactment es un concepto central de la teoría de
la psique y para entender la acción terapéutica en el análisis clínico. En la década de
los ochenta, teóricos relacionales de los Estados Unidos como Anthony Bass,
describen su enfoque de la siguiente manera:
“Los enfoques relacionales contemporáneos se han caracterizado en gran
medida… por poner énfasis en las cualidades de la participación conjunta: la
interacción, la intersubjetividad y el impacto mutuo derivado de la interacción
recíproca y complementaria en la transferencia y la contratransferencia. Estos
fenómenos pueden manifestarse de forma sorprendente –con todo el poder de su
dominio sobre el inconsciente– cuando se negocia el proceso de lo que a menudo
pueden parecen campos de minas de enactments…” (Bass, 2003, p. 665).
Irwin Hoffman (1994) describe el pensamiento dialéctico como parte de este enfoque
y examina, por ejemplo, sus implicaciones técnicas en relación con la autoridad, la

131
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reciprocidad y la autenticidad del analista frente a la capacidad del paciente de


realizar interacciones inconscientes. Para Bromberg (1998, 2006), la mente es un
paisaje con múltiples estados móviles del yo. El enactment, en la situación del
tratamiento, es la forma de acceder a un contenido previamente inaccesible de estados
secuestrados del yo. De acuerdo con Bromberg (2006), Bass (2003), Hoffman (1994)
y Mitchell (1997), es cuando se mantiene la tradición relacional que los analistas
consultan sus propios estados cambiantes, para así obtener pistas sobre lo que está
transpirando en sus pacientes.
El enactment también tiene un papel central en el enfoque de los sistemas
intersubjetivos. Este enfoque fue desarrollado por Robert Stolorow et al. a finales de
los años ochenta y arroja luz sobre los aspectos interpersonales de la perspectiva
relacional del tratamiento. En el enfoque intersubjetivo, se considera que los
enactments evolucionan a partir de estados relacionales disociados y que representan
comunicaciones interpersonales de experiencias neuronales codificadas y traumas de
un paciente. La escuela intersubjetiva se inspira en la investigación neurocientífica y
en la investigación de la comunicación no verbal en los bebés, los niños pequeños y
sus padres de Beatrice Beebe y Frank M. Lachmann (2002), por ejemplo.
Ilany Kogan (2002), analista israelí y destacado miembro del equipo de
investigación del trauma de Yale en los Estados Unidos, ha explorado el enactment en
los niños supervivientes del Holocausto. Ella define el término como “la compulsión
de recrear las experiencias de sus padres en sus propias vidas a través de actos
concretos” (2002, p. 251). Esta es una demostración clínica importante, que expone
cómo pueden ocultarse de la conciencia las narrativas emocionales de la vida interior.
Esto abarca la transmisión intergeneracional del trauma, la teoría de la comunicación
interpersonal inconsciente de Freud y, aunque no lo mencione, la idea de Hans
Loewald (1975) de que el análisis es como la mímesis en el arte dramático –en este
caso la tragedia. A diferencia de Jacobs (1986), Kogan entiende que el “enactment”
no sólo se centra en la interacción inmediata entre el paciente y el analista. Según ella,
el concepto es una amalgama del acting out y acting in de Freud y la actualización de
Sandler (1978) y Eshel (1998). Emplea el término junto con el “agujero negro” (p.
255), una brecha en la información consciente del centro de la psique que, sin
embargo, no está vacía (véase el “círculo vacío” holocáustico de Auerbach y Laub y
otros sobre el trauma severo). Loewald (1975) habla de la ausencia psíquica como un
elemento inherente del enactment, que se descubre mediante el análisis, al favorecer
la diferenciación, el crecimiento y la autonomía del paciente. En este punto, Kogan se
asemeja a Loewald.
Kogan ilustra su teoría con ejemplos clínicos como este: una mujer, anoréxica
en su juventud (un enactment de la inanición parental), cuyo padre había ocultado la
existencia de una primera esposa e hijo que perdió en la Shoah, se casó con un
hombre de treinta y un años que había abandonado a su esposa e hijo. Aunque ella no
tenía ni idea de esa historia, el hecho de casarse con este hombre fue un enactment de
la situación de su padre. En el curso del análisis, un día descuidó encerrado en el baño

132
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a un gatito precioso y éste murió sofocado. Más tarde, ella misma se fue a dormir a un
dormitorio que tenía un escape de gas. Por ese entonces, ella no conocía de forma
consciente las experiencias de su padre. Fue necesario trabajar con la transferencia
para detectar diversas identificaciones inconscientes con la víctima y el victimario y
los diferentes tipos de auto-castigos que se imponía ella misma. Eventualmente, fue
posible articular una narrativa familiar.

IV. C. Desarrollo y relevancia clínica en Europa


Los analistas europeos utilizan el término enactment y términos relacionados,
como la contratransferencia y el acting out, cuando se enfrentan a fenómenos clínicos
implicados en el concepto. Por lo general, su uso se limita a la situación analítica.
De hecho, muchos analistas europeos hablan del acting out o enactment para
referirse al mismo hecho clínico; utilizan las dos palabras como sinónimos. Sin
embargo, para algunos analistas el enactment puede considerarse una evolución del
acting out, que se origina en el término Agieren de Freud (Paz, 2007). Incluso hay
otros analistas que, aunque con distinciones consideran que pueden coexistir en el
campo clínico, siempre y cuando ocurran en diferentes momentos del proceso
analítico (Ponsi, 2013). Según Sapisochin, los enactments de la pareja analítica son la
avenida principal para penetrar en el inconsciente no-reprimido: este inconsciente,
aunque no se represente verbalmente, existe en forma de registros imaginarios de
experiencias emocionales, lo que el autor llama “gestos psíquicos” (Sapichosin, 2007,
2013, 2014, 2015).
La mayoría de los autores europeos piensan que el enactment del analista es
una consecuencia del acting out o enactment del paciente. Por lo tanto, el enactment
describe un suceso que no sólo está vinculado al analista, sino también al paciente.
Además, posiblemente, algunos analistas europeos usan bastante este concepto para
ambos, analista y paciente. Aunque al referirse a este último, algunos autores dicen
que es la “presión” o “acting out” del paciente lo que arrastra al analista al enactment.
También consideran el enactment como algo, al menos en parte, inevitable,
previo a la comprensión de lo que está sucediendo entre el paciente y el analista (Pick,
1985; Carpy, 1989; O’Shaughnessy, 1989; Feldman, 1994; Steiner, 2000, 2006).
En el psicoanálisis francés, el término “acting out” (que se traduce como
“passage à l’act” –Mijolla, 2013) es bastante común, mientras que raramente se
utiliza el término “enactment”. Sin embargo, se toman en cuenta situaciones parecidas
al “enactment”, tal y como lo entienden otras comunidades analíticas: generalmente
se definen con expresiones como “mise en scène” o “mise en jeu” (del francés, puesta
en escena y puesta en funcionamiento, respectivamente). Gibeault (2014) ha utilizado
el neologismo “énaction” para describir un tipo de actuación dotada de una facultad
transformativa a través del comportamiento y las palabras, mediante una “empathie
énactante” (del francés, empatía enactante) contratransferencial. Los italianos De

133
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Marchi (2000) y Zanocco et al. (2006) también entienden la empatía, más


concretamente “la empatía sensorial”, como algo que pertenece al área del vínculo
primario y es un instrumento de comunicación cercano al enactment. Green considera
“énaction” como un ataque al encuadre (Green, 2002). También en francés, los
autores belgas Godfrind-Haber & Haber (2002) escriben extensamente sobre un
concepto relacionado con el enactment en “L’expérience agie partagée” (“la
experiencia actuada compartida”), que hace hincapié en el valor de la “acción
interpsíquica inconsciente compartida”. Se puede entender como una fase preparatoria
y pre-simbólica, durante la que el paciente puede dar un “salto simbólico” hacia la
recuperación de la simbolización, de modo que las interpretaciones posteriores
puedan ser experimentadas como significativas.
Entre los desarrollos del concepto de contratransferencia por parte de analistas
europeos, se incluyen las descripciones de reacciones inadecuadas del analista frente a
la presión de la transferencia del paciente. El concepto de identificación proyectiva
permite comprender la dinámica de estos procesos. Sandler, con su aportación de la
respuesta de rol, y B. Joseph, con su profundización de la relación paciente-analista
con el concepto de “transferencia total”, son algunos autores que definen fenómenos
cercanos al enactment. Steiner explica la relación entre la contratransferencia y el
enactment: “Concibo las habilidades emocionales e intelectuales como
contratransferencias y la transformación en la acción como un enactment” (Steiner,
2006, p. 326).
En Europa, como en las Américas, la mayoría de los analistas han llegado a
considerar que los enactments son inevitables, como ocurrió en su momento con la
transferencia y la contratransferencia. Sin embargo, a diferencia de muchas opiniones
americanas acerca de la utilidad, conveniencia y forma de actuar frente a los
enactments, la mayoría de los analistas europeos, al entender que los enactments
constituyen esencialmente un fracaso del analista en la contención de la función
analítica, creen que su ocurrencia sólo es útil si el analista los percibe y puede
interpretarlos y trabajar con ellos durante el proceso analítico. La “empatía enactiva”
de Gibault (2014), la “empatía sensorial” de De Marchi (2000) y Zanoco (2006) y la
“experiencia actuada compartida” de Godfrind Haber & Haber (2002), son ejemplos
de conceptos relacionados con el enactment que ponen énfasis en el acceso y en
trabajar de forma analítica los datos pre-verbales, pre-representados y pre-
simbolizados. Si bien no se trata de una corriente principal, enriquece el diálogo
europeo y mundial sobre el enactment y los fenómenos relacionados con éste.

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V. CONCLUSIÓN

Cuando la díada analítica sufre una desestabilización dramática (enactment


agudo), esto puede indicar la existencia de un enactment crónico anterior que ahora
entra en acción dentro del análisis. El analista necesita tomar conciencia de este
estado, tratar de entenderlo y luego interpretar lo que ha sucedido. Si esto se ignora
puede que el campo analítico acabe por destruirse o puede transformarse en un
enactment crónico. Igualmente, el analista puede identificar otros aspectos de los
enactments crónicos y potencialmente agudos haciendo una “segunda observación”,
cuando él/ella escribe el material, lo repiensa y lo debate con otros analistas.
Los enactments transportan significados del desarrollo y dinámicos que
pueden ser reveladores. Escuchar y trabajar con los enactments; comprenderlos e
interpretarlos puede minimizar la incidencia de la expresión somática no simbolizada
y del acting out del paciente en su vida cotidiana. También puede aliviar la carga de
eventos/sucesos no recordados y no olvidados de la infancia y la niñez –incluso
aquellos transmitidos de forma intergeneracional– que se interponen en las relaciones
actuales del paciente y en la realización de sus actividades cotidianas. Los analistas
también pueden aprehender mejor, desde una posición de comprensión empática, lo
que ha vivido un paciente. De esta manera, el enactment profundiza y amplia el
alcance de la experiencia psicoanalítica transformadora y emocionalmente
significativa para los pacientes, y la participación multidimensional del analista en el
proceso psicoanalítico.
Si bien la opinión predominante en las tres culturas psicoanalíticas
continentales es que los enactments deben ser comprendidos y, en última instancia,
interpretados, es muy importante tener en cuenta la existencia de un tipo de enactment
contratransferencial, según el cual la disminuida facultad de contención del analista
no sólo se comunica de forma no verbal, sino también verbalmente, e incluso se
disfraza dentro de una interpretación.

+++

Para una revisión exhaustiva del tema del enactment en América del Norte,
véase Ellman & Moscowitz, 1998. Enactment: Toward a New Approach to the
Therapeutic Relationship (Library of Clinical Psychoanalysis). New York: Jason
Aronson, Inc.
Para un ejemplo de revisión teórica internacional, véase Bohleber W., Fonagy
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135
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Para un proceso de validación internacional de los conceptos del enactment


agudo y crónico, véase Cassorla (2012). “What happens before and after acute
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Consultores regionales y colaboradores:

América Latina:
Roosevelt Cassorla, MD, PhD

Norte América:
Rosemary H. Balsam, MD; Andrew Brook, Dr.Phil.; Judith Mitrani, PhD
Asesor: Theodore Jacobs, MD

Europa:
Antonio Pérez-Sánchez, MD; Maria Ponsi, MD

Copresidenta de coordinación interregional: Eva D. Papiasvili, PhD, ABPP

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Traducción: Jèssica Pujol Duran

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ENCUADRE, (EL PSICOANALÍTICO)


Entrada tri-regional
Consultores interregionales: Joan Schachter (Europa),
Jon Tabakin (América del Norte), Thais Blucher (América Latina)
Co-presidente coordinador: Arne Jemstedt (Europa)

I. DEFINICIÓN

Las condiciones estables necesarias para llevar a cabo la investigación y


transformación de los fenómenos psíquicos, en especial aquellos relacionados con
el inconsciente, en un entorno terapéutico específico.

El concepto de encuadre psicoanalítico ha sido implícito desde que Freud


empezó a desarrollar el psicoanálisis como método de investigación y tratamiento,
como lo demuestran sus trabajos sobre Técnica (1912, 1913). Aunque, por varias
razones, se haya modificado el encuadre externo propuesto por Freud (como las 6
sesiones por semana a la misma hora cada día), el concepto de encuadre ha ido
desarrollándose y elaborándose en relación con los significados inconscientes del
analista y el paciente –especialmente en trabajos con pacientes con trastorno límite de
la personalidad y de difícil acceso y en relación con el encuadre interno del analista,
también conocido como actitud analítica del analista (Schafer, 1993).

Cuando se habla del “encuadre analítico”, se hace referencia a las condiciones


de trabajo específicas y exclusivas que se necesitan para llevar a cabo un proceso
analítico. Otros tratamientos, como la psicoterapia psicoanalítica, tienen un encuadre
propio, aunque pueden utilizar algunos elementos del encuadre analítico. El encuadre
incluirá tanto condiciones externas como internas. Las primeras se establecen en un
marco de espacio y tiempo, mientras que las segundas hacen referencia al estado de
ánimo óptimo para llevar a cabo la labor analítica, que consiste básicamente en
mantener una mente abierta: en el paciente, mediante la regla de la libre asociación, y
en el analista, con una atención (parejamente) flotante y una actitud de neutralidad y
abstinencia. Aunque el encuadre interno suele asociarse con el analista, también
puede aplicarse al paciente. Este “encuadre interno” del paciente puede que al
principio no sea aparente y necesite tiempo para desarrollarse durante las consultas.
En cuanto al encuadre externo, algunos analistas hablan de un “pacto” o más bien un
“contrato” entre el analista y el paciente (Etchegoyen, 1991).

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El paciente y el analista tienen sus roles, actitudes y tareas correspondientes


pero asimétricas, tanto en el encuadre externo como en el interno. Es importante
señalar que los dos aspectos del encuadre se influirán mutuamente. El paciente tendrá
que aceptar las condiciones del encuadre y estar dispuesto a colaborar lo mejor que
pueda para cumplirlas. El analista también tendrá que aceptar y cumplir con estas
condiciones. Cualquier incumplimiento por parte del paciente se someterá a análisis y,
por lo tanto, se convertirá en parte del proceso analítico. Sin embargo, el paciente,
influenciado por sus fantasías inconscientes, también aportará su propio punto de
vista al encuadre y éste tendrá que ser interpretado por el analista. El analista, por lo
tanto, también debe tener en cuenta las observaciones del paciente sobre sus errores
(Rosenfeld, 1987; Limentani, 1966).
Ferenczi defendió una mayor flexibilidad técnica porque, según él, conservar
un encuadre tradicional en el tratamiento de pacientes con enfermedades graves
podría poner en peligro la evolución y supervivencia de la terapia. Ferenczi (1928,
1955) introdujo la idea del “tacto”, que permite a los analistas cambiar de técnica
según el paciente para facilitar el progreso del análisis. Sin embargo, esto no
significaba que los analistas pudieran hacer lo que quisieran en el consultorio.
Ferenczi distinguía la noción de tacto analítico del de bondad. Habló de la segunda
regla fundamental del psicoanálisis, según la cual, si uno quiere analizar a los demás,
primero debe someterse a sí mismo al análisis. De esta manera, Ferenczi pensó que
podrían desaparecer las diferencias técnicas entre los analistas.
José Bleger (1967), probablemente el primer analista que realizó un estudio
sistemático sobre el encuadre, describió la situación analítica siguiendo a Gitelson
(1952), como la totalidad de los fenómenos que tienen lugar en la relación analista-
paciente. Esta situación se desglosa de la siguiente manera: por un lado está el
proceso, o los fenómenos que pueden ser estudiados, analizados e interpretados, y por
otro el marco, que es un no-proceso, en el sentido de que está compuesto de
constantes dentro de cuyos límites puede evolucionar el proceso. Según Bleger,
cuando el paciente se encuentra con el encuadre propuesto por el analista –el marco
estándar– no es fácil detectar las fantasías inconscientes que permanecen mudas, ya
que éstas no se manifiestan hasta que se produce una alteración en el encuadre. Para
Bleger, la fantasía inconsciente que más comparten los pacientes es considerar el
encuadre como el lugar donde su cuerpo se fusiona con el cuerpo materno primitivo.
Por lo tanto, existe el encuadre del analista, que funciona como contenedor del
encuadre del paciente “mudo”, el cual comprende la “parte psicótica de la
personalidad”. Con esto último Bleger se refiere al ego primitivo, el cual es
indiferenciado debido a la relación simbiótica con el cuerpo de la madre.
Meltzer (1967), al hablar de lo que él llama la “historia natural del proceso
analítico” (1967, p. 10), establece una diferencia entre dos cuestiones técnicas. Una
comprende lo que él llama “la reunión de la transferencia”, y la otra la “creación del
encuadre”. Distingue estos dos puntos subrayando que la interpretación no es la
principal tarea del analista para establecer y mantener del proceso analítico, aunque

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sea importante para la “cura” y el desarrollo de una “percepción”. Esto se hace, según
Meltzer, a través de la “creación del encuadre”, un trabajo constante en que los
procesos de transferencia de la mente del paciente pueden encontrar una vía para
expresarse.
La concepción de encuadre de Bion coincide con la de Freud cuando aseveran
que “se debe conducir el análisis en una atmósfera de privación”, de modo que “en
ningún momento el analista o el analizado puedan perder el sentido de aislamiento en
la íntima relación del análisis” (Bion, 1962, p. 15). El concepto del espacio analítico
de Bion reúne la intimidad y el aislamiento. Este encuadre íntimo y abstinente evoca
una atmósfera donde la realidad más allá de los fenómenos, aquello informe, “O”,
puede ser experimentado y “acontecer”, no sólo conocido de forma intelectual (1965,
p. 153). El encuadre está organizado en torno al concepto de “transformaciones” de
Bion, las cuales facilitan la emergencia del sentido de una verdad emocional absoluta
–un cambio en la forma–, y son a menudo comparadas con dar a luz a partes del yo
que no habían nacido.
Algunos trabajos vinculan los aspectos temporales y espaciales externos con el
encuadre interno del analista, con el fin de debatir hasta qué punto el encuadre
representa el primer nivel de tenencia y presencia materna. Muchos de estos trabajos
sobre el encuadre/marco parten del enfoque de Bleger sobre los significados
inconscientes del encuadre del analista y el paciente; utilizan el concepto de Bion del
modelo contenedor/contenido de la relaciones objetales y el concepto de Barangers de
campo analítico (Barangers, 2008; Civitarese, 2008; Churcher, 2005; Green, 2006).

II. ENCUADRE EXTERNO

Espacio: el diván. Freud hizo las siguientes advertencias: “los invita [a los pacientes]
a recostarse cómodamente en el diván, mientras él se sienta detrás en una silla, fuera
de su campo visual” (Freud, 1904. SE: 7. p. 250). Son varias las razones que empujan
a Freud a hacer esta sugerencia. Las razones históricas: en los casos clínicos de
“Estudios sobre la histeria”, Freud señala que los pacientes que visitaba con
frecuencia se recostaban en un diván o un sillón y preferían permanecer en esa
posición, especialmente si cerraban los ojos para hablar de sus dolencias. Más
adelante, añade un motivo subjetivo para evitar la posición cara a cara: el sentimiento
de incomodidad y la falta de libertad cuando se es observado por el paciente. Pero da
otras razones: “[…] [al paciente] se le ahorra el esfuerzo muscular y cualquier
distracción sensorial que pueda desviar su atención de su propia actividad mental”
(Freud, 1904. SE: 7. p. 250). Y para el analista: “Y como, mientras escucho, yo
mismo me abandono al decurso de mis pensamientos inconscientes, no quiero que mis
gestos ofrezcan a mis pacientes material para sus interpretaciones o influyan en sus

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comunicaciones” (Freud, 1913. SE: 12. p. 134). Cien años después, la experiencia nos
permite constatar que estas advertencias son válidas. El uso del diván facilita la
concentración del paciente en su actividad mental y la regresión psíquica, cosa que
permite la aparición de fantasías y conflictos inconscientes dentro de la red de
asociaciones. Winnicott (1954) entendió el encuadre analítico como las condiciones
necesarias para poder expresar, entender e interpretar las perturbaciones del desarrollo
derivadas de fracasos y traumas, y así estimular el progreso del desarrollo. (Véase la
sección sobre encuadre y regresión).
Tiempo. Consiste en sesiones de 45 o 50 minutos; una alta frecuencia de
sesiones, entre tres y cinco por semana; y, aunque la duración de todo el tratamiento
sea difícil de determinar, puesto que cada paciente requiere un período particular, se
sabe que suele durar muchos años. A medida que se ha logrado una mayor
comprensión de la vida psíquica, especialmente en relación con los niveles primitivos
y psicóticos de los pacientes, se ha ido ampliando la duración del psicoanálisis.
Hoy en día la frecuencia de las sesiones es un tema polémico. Para algunos
analistas el número de sesiones es irrelevante, mientas que para otros es importante.
Los primeros consideran que lo importante son la actitud y la función analítica del
analista o el “encuadre interno”. Otros analistas piensan que para desarrollar la
función analítica y un encuadre interno adecuado para cada paciente, es necesario
establecer una relación intensa, por lo que la alta frecuencia de sesiones es un factor
esencial. También consideran que es esencial para el paciente, para poder explorar su
mente a nivel profundo a través de la asociación libre y, sobre todo, para trabajar las
interpretaciones del analista. Con respecto a la frecuencia de las sesiones, Freud dijo:
“Trabajo con mis pacientes cotidianamente, con excepción del domingo y los días
festivos; vale decir, de ordinario, seis días por semana. En casos benignos, o en
continuaciones de tratamientos muy extensos, bastan tres sesiones por semana. Otras
limitaciones de tiempo no son ventajosas ni para el médico ni para el paciente […]; un
trabajo menos frecuente corre el riesgo de no estar acompasado con el vivenciar real
del paciente, y que así la cura pierda contacto con el presente y sea esforzada por
caminos laterales” (Freud, 1913. SE: 12. p. 127). Aunque la alta frecuencia de las
sesiones no sea suficiente, para muchos analistas es un factor necesario. Sin embargo,
esto debe ir acompañado de otros elementos del método psicoanalítico, como la
atención a la transferencia y la contratransferencia, incluyendo los niveles primitivos
y psicóticos tanto del paciente como del analista, así como la interpretación del
analista.
Otras condiciones externas. La consulta del analista tiene características
específicas (muebles, decoración, temperatura de la habitación, etc.) que muestran
algo de la personalidad del analista. El cuerpo del analista es también parte del
encuadre. Enid Balint (1973), al escribir acerca del análisis de mujeres por una mujer
analista, sugirió que para el paciente, a nivel inconsciente, la habitación del analista
adquiere el significado del cuerpo de la madre. Lemma (2014), siguiendo la idea de
Bleger, ha desarrollado la conceptualización de “encuadre encarnado”, especialmente

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en pacientes que hacen una transferencia simbiótica. Ella señaló que la apariencia
física del analista actúa como un fuerte estímulo en el mundo interior del paciente y
cualquier cambio en el cuerpo del analista se siente de forma profundamente
desestabilizadora.
Otros componentes del “contrato”, tales como los honorarios y los períodos de
vacaciones, también deben incluirse en el encuadre externo. En lo que respecta a los
honorarios, y especialmente en la actualidad, el paciente puede necesitar apoyo
financiero de algunas organizaciones, cosa que implica la presencia de un tercero, un
elemento que deber tenerse en cuenta en el contrato inicial. Este tercero varía según
los países: puede ser la Seguridad Social, un seguro privado de salud o la clínica
psicoanalítica de un instituto, en el caso de los candidatos.

III. ENCUADRE INTERNO

En cuanto al encuadre interno del analista, las ideas principales se encuentran en los
trabajos de Freud. El encuadre interno consiste en un estado de ánimo que “no intenta
retener especialmente nada” y lo “acoge todo con una igual atención flotante” […] “el
principio de acogerlo todo con igual atención equilibrada es la contrapartida necesaria
de la regla que imponemos al analizado, exigiéndole que nos comunique, sin crítica ni
selección algunas, todo lo que se le vaya ocurriendo”. Además el analista “debe evitar
toda influencia consciente sobre su facultad retentiva y abandonarse por completo a
su memoria inconsciente […] Debe escuchar al sujeto sin preocuparse de si retiene o
no sus palabras” (Freud, 1912. SE: 12. pp. 111-112). Estas ideas siguen siendo
válidas, pero se ha profundizado mucho más, especialmente con las ideas de Bion
sobre el reverie (del francés, ensueño). Bion define el ensueño como “aquel estado
anímico que está abierto a la recepción de cualquier ‘objeto’ del objeto amado y es
por lo tanto capaz de recibir las identificaciones proyectivas del lactante [paciente], ya
sea sentidas por el lactante [el paciente] como buenas o malas” (Bion, 1962, p. 36).
Otros componentes importantes del encuadre interno son la neutralidad y la
abstinencia. Laplanche y Pontalis definen la neutralidad como una actitud del
analista, cuando intenta ser “neutral en cuanto a los valores religiosos, morales y
sociales […] neutral con respecto a las manifestaciones transferenciales” y neutral
porque “no debe conceder a priori una importancia preferente, en virtud de prejuicios
teóricos, a un determinado fragmento o a un determinado tipo de significaciones”
(Laplanche y Pontalis, 1973, p. 271). Anna Freud definió la neutralidad en términos
de la necesidad del analista de permanecer equidistante del yo, el superyó y el ello del
paciente (1936). Laplanche y Pontalis definen la abstinencia de la siguiente manera:
el analista “no debe satisfacer las demandas del paciente ni cumplir con los roles que
el paciente tiende a imponerle” (1973, p. 2).

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Freud habló de los peligros del celo terapéutico en sus trabajos sobre Técnica
(1912-1914) y señaló que el analista actúa como un cirujano. Esta comparación ha
levantado muchas críticas entre los que la entienden de forma literal (como la idea del
analista silencioso). Rycroft (1985) subrayó que el analista no sólo necesita dar
interpretaciones “correctas”, sino que también tiene que crear una relación con sus
pacientes dentro de la cual pueda desarrollarse un proceso analítico. Aron (2001)
señala que en el análisis la interacción es asimétrica. Un ejemplo de asimetría es que
mientras ambos participantes pueden fallar en el intento de mantener el
encuadre/marco, es responsabilidad del analista restaurar el marco mediante el
análisis. Esto es un asunto ético y metapsicológico, que concierne el deber y la
función del analista. La neutralidad y la abstinencia son también la base de la
dimensión ética de la actitud del analista hacia sus pacientes y su trabajo. Sin una
auténtica internalización de estas facultades, las necesidades narcisistas del analista
pueden conducir a la explotación de la vulnerabilidad del paciente. El estudio de las
brechas éticas (Gabbard y Celenza, 2003) ha llamado la atención sobre la importancia
y el significado de la abstinencia analítica y la incesante necesidad del analista de
controlar su contratransferencia.
Aunque el encuadre interno normalmente hace referencia al analista, no hay
motivo para no considerarlo también en relación con el paciente. La especificidad de
la situación analítica radica en la disposición del paciente a expresar libremente sus
afectos inconscientes, conflictos y fantasías y la habilidad del analista para captarlos.
Para poder expresar sus fantasías inconscientes, el paciente requerirá un estado de
ánimo particular que no es fácil de lograr. Sólo de esta manera podrá aceptar el
compromiso de la libre asociación. Según Freud esta regla es fundamental, los
pacientes deben “abstenerse de hacer cualquier reflexión consciente y dejarse llevar,
en un estado de concentración silenciosa, por las ideas que se le ocurren de forma
espontánea (involuntariamente) […] incluso si éstas son desagradables, demasiado
insensatas, demasiado insignificantes o irrelevantes” (Freud, 1924. SE: 19. p. 195).
Por otro lado, un gran número de analistas han explorado y desarrollado sus
ideas sobre la “actitud analítica” partiendo del concepto de ambiente facilitador y
sostenedor de Winnicott (Winnicott, 1965; Klauber, 1981; Bollas, 1987; Parsons,
2014). Según este concepto el analista debe tolerar “ser usado” por el paciente como
un objeto. Esto ha ampliado el horizonte en el campo del proceso analítico,
incluyendo la transferencia y contratransferencia y la respuesta afectiva del analista
(King, 1978). J. Sandler (1976) describió el concepto de “responsividad de rol” del
analista, como la facultad del analista de identificarse inconscientemente con un
objeto interno perteneciente al paciente y participar en una representación de éste en
la sesión. El analista se hace consciente de lo que ha ocurrido sólo posteriormente y
entonces puede formular una interpretación sobre el significado fantasioso. Este tipo
de representación puede envolver el cuerpo del analista, en términos de
comportamiento o de una respuesta corporal particular.

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En el psicoanálisis italiano (por ejemplo, Bolognini, Bonaminio, Chianese,


Civitarese, Ferro), siguiendo el trabajo de Winnicott y Bion, se ha reflexionado sobre
varios elementos de la actitud analítica del analista, llegando a una mayor
comprensión de los conceptos de contratransferencia y construcción, y centrándose en
la “persona del analista”, incluyendo el cuerpo del analista. Bolognini ha explorado el
tema de la empatía psicoanalítica (2004), que surge en momentos de profundo
contacto emocional y discernimiento entre el analista y el paciente en la sesión: “una
feliz combinación de emoción, imaginación y reflexión, que nos permitió tanto al
paciente como a mí comprender plenamente lo que estaba sucediendo” (2004, p. 13).
La descripción que hizo Antonino Ferro de los cuadrantes del setting (o encuadre) ha
contribuido a ampliar el concepto de encuadre (1998). Éstas son las cuatro
definiciones principales del encuadre que, aunque destaquen algunos significados, se
combinan para constituirlo como un todo. El primer cuadrante es el conjunto de reglas
formales (diván, frecuencia, honorarios, etc.). El segundo incluye la condición mental
del analista que, según Ferro, varía dependiendo de las identificaciones proyectivas
del paciente y es una condición clave para la evolución del análisis. El tercer
cuadrante se refiere al encuadre como una meta y entiende su ruptura por parte del
analista como un intento de comunicación, especialmente en el caso de los pacientes
más graves. Aquí Ferro destaca una perspectiva diferente a la tradicional, porque
considera que la transgresión de las reglas puede constituir un modo de comunicación
más que un mero acting out. (Limentani, 1966, también ha destacado este punto
porque entiende el acting out como una vía de comunicación). Finalmente, el último
cuadrante incluye la alteración del encuadre por parte del analista y está basado en las
ideas de José Bleger.

IV. EL ENCUADRE Y LA REGRESIÓN

El concepto de regresión es un tema polémico. Para algunos analistas que siguen la


tradición psicológica del ego, el encuadre es una condición en la que “la
inmutabilidad de un ambiente constante y pasivo lo obliga [al paciente] a adaptarse,
es decir, a regresar a niveles infantiles” (Macalpine, 1950, p. 525) con el fin de
facilitar el análisis de la neurosis transferencial. Por el contrario, Winnicott plantea la
que los aspectos positivos del encuadre analítico proporcionan un ambiente facilitador
y sostenedor que permite la regresión. Este autor defiende un ambiente activo y
sensible en que el encuadre represente aspectos de la actitud del analista. Winnicott
hizo hincapié en la importancia del encuadre como agente terapéutico en sí mismo,
sobretodo en aquellos pacientes cuyo trastorno del desarrollo ha llevado a la
formación de un yo falso (1955). Dichos pacientes requieren una regresión profunda,
y por ello necesitan que el entorno físico y la presencia del analista les brinden un

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encuadre saludable para el desarrollo del (verdadero) yo –la retención de


interpretaciones prematuras es parte de la adaptación que necesita hacer el analista.
Melanie Klein (1952, p. 55) señaló que el espacio terapéutico está dominado
por la transferencia, entendida como la “situación total” de la interacción entre el
paciente y el analista. Según esta autora la interpretación es la principal herramienta
del analista para interactuar con el paciente. De hecho, Klein intentó crear, en alianza
con Freud, un espacio objetivo donde las proyecciones de los objetos internos buenos
y malos –así como partes del ego– pudieran emerger libremente en el espacio
analítico. Winnicott describió un tipo diferente de encuadre al establecido por Klein.
Mientras que Klein busca la objetividad en el espacio terapéutico, Winnicott quiere un
espacio completamente diferente, que con la “confiabilidad” cree una atmósfera que
facilite la subjetividad del paciente –subjetivo en cuanto que el espacio se adapta al
sentido individual del paciente y no quiere vulnerarlo. “El encuadre del análisis
reproduce las técnicas de maternidad más tempranas e invita a la regresión por su
confiabilidad” (Winnicott, 1954, p. 286). La tesis de Winnicott es que en algunos
pacientes existe un estado primitivo de “desintegración” que requiere una regresión a
los primeros estadios del desarrollo. A través de esta regresión, el paciente puede
confrontar sus distorsiones y fijaciones de desarrollo y tratar de encontrar otras
soluciones, siempre que el analista cree un ambiente seguro y sensible. Por lo tanto,
“la provisión ambiental de confianza” (Winnicott, 1954, p. 287) facilitará “la
regresión del paciente a la dependencia” (ibid) –a una dependencia sana que puede
reiniciar los primeros procesos del desarrollo. Podría hacerse una comparación
interesante con el concepto de Laplanche de “transferencia hueca”, que también
retrocede a los orígenes de los deseos enigmáticos de los primeros cuidadores
(Laplanche, 1997, 2010).
Otros analistas, como Etchegoyen (1986), piensan que el encuadre no fue
diseñado para crear una regresión, sino para descubrirla y contenerla. En
metapsicología kleiniana, la regresión se entiende más bien como una forma de “retiro
psíquico” (Steiner, 1993) –es decir, la regresión no es el producto del encuadre, sino
la patología del paciente evidenciada por las condiciones de trabajo específicas
ofrecidas en el encuadre analítico.

V. EL ENCUADRE Y EL PARÁMETRO

En esta entrada se describe el encuadre estándar para lograr un proceso psicoanalítico.


Pero también se expone la controversia que despiertan otros elementos del encuadre.
En general, los parámetros que se exponen a continuación quedan justificados cuando
se trata de pacientes con psicopatologías graves que no pueden tolerar las condiciones
estándar.

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Eissler (1953, p. 110) fue el primero en definir el término parámetro en


psicoanálisis de la siguiente manera: “la desviación, cuantitativa y cualitativa, del
modelo básico de la técnica, que requiere como herramienta exclusiva la
interpretación.” Esta modificación debe ser temporal y desaparecer cuanto antes para
volver a la técnica estándar. Aunque Eissler defiende el uso de otras intervenciones en
lugar de la interpretación, el término parámetro puede considerarse en un sentido más
amplio (se han utilizado otros términos, tales como la variación de la técnica de
Loewenstein, 1982). Esto incluye cualquier modificación de los elementos del método
psicoanalítico, que en el encuadre estándar abarca la frecuencia de las sesiones, el uso
del diván y la duración de la terapia (de la sesión y de todo el proceso).
Algunos analistas consideran necesario introducir algún tipo de variaciones en
el encuadre cuando se trata de pacientes con patologías graves, como los pacientes
psicóticos y con trastorno límite de la personalidad. Este es el caso de Kernberg,
quien afirma que “las personalidades límite no toleran la regresión dentro de un
tratamiento psicoanalítico” (Kernberg, 1968, p. 601). Sin embargo, Kernberg no
espera que su técnica sea considerada dentro del psicoanálisis, sino que la entiende
como parte de la psicoterapia psicoanalítica. Otros analistas, por el contrario, no
modifican las condiciones estándar con pacientes similares, para ellos el método
estándar es tan necesario como posible (H. Rosenfeld, 1978). Estos enfoques reflejan
diferentes puntos de vista teóricos sobre la psicopatología y en algunos casos se
refieren a diferentes tipos de esta psicopatología. Otros psicoanalistas como Krejci
(2009) y Bateman & Fonagy (2013), en su teoría de la mentalización, también
proponen que se puedan hacer modificaciones en el encuadre del tratamiento cuando
los pacientes TLP graves se comporten de manera extrema.

VI. OTROS AVANCES EN EL CONCEPTO DE ENCUADRE

Algunos autores han diferenciado el “marco” del “encuadre”, entendiendo el primero


como el escenario que proporciona el analista para desplegar el proceso analítico,
como si se tratase del marco de un cuadro (Milner, 1952a), mientras que el encuadre
se refiere al proceso mismo. Milner consideraba que el marco era esencial para
diferenciar lo que hay dentro de lo que hay fuera; el marco muestra “que lo que está
dentro tiene que ser percibido e interpretado de una manera diferente de lo que está
fuera”. El marco “delimita un área donde lo que se percibe tiene que ser entendido
como símbolo, como metáfora, no literalmente” (1952b, pp. 80-81). Rycroft (1958) y
Heimann (1957) prefirieron los términos “figura y área” en lugar de encuadre. Otros
autores utilizan los términos “marco” y “encuadre” como sinónimos. En esta entrada
las dos palabras se utilizan como sinónimos, a menos que se indique lo contrario.

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Los experimentos de Lacan con los aspectos temporales del encuadre


propiciaron una profunda reflexión sobre las implicaciones clínicas y teóricas del
encuadre clásico (1958-1997). Otra innovación de Lacan fue su noción del analista
como “el sujeto que se le supone saber”. Esta noción respetaba la necesidad de una
asimetría intersubjetiva en la relación analítica, pero también quería ser irónica con
respecto a las pretensiones normativas de aquellos analistas que se veían encarnando
egos saludables para sus pacientes. Desde este punto de vista, el encuadre clásico es
intrínsecamente paradójico. No es “autoritario” per se, sino que tolera las
proyecciones imaginarias del paciente al mismo tiempo que las va desacreditando en
el trabajo interpretativo (1947-1997, 1945-1966). Aulagnier, en una serie de textos
que todavía no han sido traducidos (1968, 1969, 1970, 1977), examinó la ineluctable
imbricación del sujeto en las proyecciones del otro. Señaló que el requerimiento de
“decir todo lo que le viene a la cabeza puede someter al paciente a un estado de
esclavitud absoluta, llegando a transformarlo en un robot que habla”. Por esta y otras
vías, Aulagnier analizó la potencial alienación perpetrada por un uso irreflexivo del
encuadre. Según su concepto de la “violencia de la interpretación” –que entiende
como inevitable–, el primer cuidador y analista se encuentran en una misma posición
paradójica, ya que ambos corren el riesgo de hacer una interpretación “excesiva” –una
advertencia que ha llevado a los analistas franceses de ambos lados del Atlántico a
expresar reservas sobre el uso acrítico de la contratransferencia para entender a los
pacientes. Los autores franceses se han mostrado especialmente sensibles al inherente
potencial “seductor” –tan necesario como abusivo– que es parte del encuadre
analítico.
Donnet (2001) distingue el sitio analítico de la situación de análisis: “el sitio
analítico contiene el conjunto de lo que constituye la oferta de un análisis. Incluye al
analista en función” y “la situación analítica resulta, aleatoriamente, del encuentro
suficientemente adecuado del paciente y del sitio” (p. 138).
Actualmente, las dos fuentes principales de la teorización del encuadre
psicoanalítico son Winnicott (1956) y Bleger (1967). Algunos autores también hacen
referencia a la teoría de campo de Barangers (1983), que entiende la situación
analítica como una co-creación, puesto que los dos miembros de la pareja analítica
están inextricablemente ligados, y uno no puede entenderse sin el otro. El campo
analítico está configurado como una fantasía inconsciente de la pareja analítica que se
abordará como tal a lo largo de todo el análisis.
André Green dedicó su célebre artículo “El analista, la simbolización y la
ausencia en el encuadre analítico” (1975) a la memoria de Winnicott, cuya obra Green
introdujo en Francia. Según su lectura de Winnicott, el encuadre y la calidad de la
presencia analítica que lo acompaña constituyen hoy en día lo que él llama el
“ambiente”, debido a su papel facilitador o al impacto que tiene sobre la facultad del
paciente de crear un espacio de transición y pensamiento creativo. Aquí “pensar” se
entiende en el sentido no-alucinatorio y no-proyectivo, como pensamientos
subjetivados que forman parte de uno mismo. René Roussillon ha desarrollado esta

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postura teórica subrayando la calidad del “squiggle” (del inglés, garabato): “el
encuadre puede convertirse en una invitación para que el paciente participe en un
espacio compartido, un campo de juego o co-pensamiento, donde éste puede
‘responder’ a su manera” (Roussillon, 1995) y ser “sostenido” o interpretado por el
analista. El analista y su encuadre se convierten así en un “medio maleable” en el
sentido de uso objetal (1988, 1997, 2013).

VI. A. Contribuciones y avances específicos de América del Norte


Los escritos de Stone, Modell y Spruiell demuestran que existe una corriente
influyente que está expandiendo la tradición freudiana, poniendo su énfasis en la
situación/ encuadre/marco psicoanalítico como participante activo y dinámico en el
proceso psicoanalítico. En su clásico monográfico –revolucionario en su momento–
“La situación psicoanalítica” (Stone, 1961) y su continuación “La situación
psicoanalítica y la transferencia” (Stone, 1967), Stone presentó el concepto de
Encuadre Psicoanalítico como conectado orgánicamente con la dinámica de “campo
de fuerza(s)” que genera (1967, p. 4). Desde esta perspectiva, el encuadre
desencadena un conjunto de ilusiones que toman la forma de transferencias arcaicas y
relativamente maduras, y una interacción de diferentes temporalidades.
Robert Langs (1984) describió el marco clásico ideal como una disposición
estructural que define el campo bi-personal, donde pueden emerger de manera segura
las comunicaciones inconscientes del paciente (y cruzarse con las del analista).
Dentro de este enfoque “comunicativo”, “establecer, gestionar, rectificar y analizar las
infracciones del marco constituye un grupo importante de intervenciones
relativamente poco conocidas pero cruciales” (Langs, 1979, p. 12). Su valiosa
exposición de las múltiples facetas de la comunicación inconsciente proyectivo-
introyectiva en el campo multi-vectorial y bi-personal, que deja emerger “un marco
firmemente establecido y mantenido” –es decir, la relación entre la creación de un
espacio de transición con sus propiedades dinámicas emergentes y la contribución del
analista a la transferencia del paciente–, contiene muchos de los elementos
fundacionales de los avances contemporáneos más importantes, sean o no
reconocidos.
Con el fin de cambiar los objetivos del tratamiento, Arnold Modell (1988,
1989) ahonda en las fuerzas dinámicas intrapsíquicas y relacionales que emanan de la
centralidad del encuadre psicoanalítico, como si éste fuera un “contendor de múltiples
niveles de realidades” (Modell, 1989, p. 9). Desde este punto de vista, el encuadre
incluye la calidad del vínculo entre el paciente y el analista y establece la base
dinámica del tratamiento psicoanalítico. La importancia de las “reglas del juego” de
Spruiell (1983), las “reglas básicas” y el “marco” de Langs (1979, 1984) y la analogía
del marco del cuadro de Milner (1952), llevan a Modell (1988) a considerar que el
“marco” no es sólo una restricción (Bleger, 1967), sino que también “encierra una
realidad aparte” (Modell, 1988, p. 585) y entable un “acuerdo contractual y

153
Volver a la tabla de contenido

comunicativo entre los dos participantes” (ibid), generando la ilusión de la


transferencia, que se asemeja de alguna manera a la ilusión teatral. (Véase también J.
McDougall, 1986)
La teoría norteamericana desarrolla la conceptualización del encuadre
propiamente dicho, concebido mayormente de forma dinámica, a través de los
enfoques bionianos y de campo (Goldberg, 2009; Peltz y Goldberg, 2013), los
interpersonales (Levenson, 1987; Stern, 2009) o las escuelas relacionales (Aron,
2001; Bass, 2007 y otros). Hoffman (2001), por ejemplo, sigue a Gill y se suma a
Mitchell y al grupo relacional cuando escribe sobre la interacción entre el ritual y la
espontaneidad, y le preocupa la necesidad de crear reglas y suspensiones de las
mismas.
El trabajo de José Bleger ha sido descubierto hace relativamente poco en el
psicoanálisis norteamericano, pero Racker (1968) fue traducido hace tiempo y ha sido
muy influyente en el trabajo sobre intersubjetividad e interpersonalidad desarrollado
por el Instituto William Alanson White bajo la supervisión de Sullivan, Thompson, y
más contemporáneamente en Levenson, Mitchell, Daniel Stern y otros. Algunos
teóricos relacionales contemporáneos como Bass (2007) entienden el trabajo
psicoanalítico como un espacio enmarcado, dentro del cual hay dos personas en un
campo bi-personal. Pero Bass, a diferencia de Langs, hace hincapié en la singularidad
de cada paciente: “no existe una fórmula única para todos” (ibid, p. 12). El aquí y
ahora infunde un pasado relacional –una forma de pensar que mantiene fuertes
afinidades con Barangers y Bleger. El encuadre, en el sentido de Bleger, se acerca
más a los modelos de proceso analítico entre dos personas, incluyendo la idea de que
las preocupaciones sociales, institucionales y meta-teóricas se desarrollan y operan
dentro del encuadre.
De forma similar a Bleger, Peter Goldberg (2009) ha desarrollado una
perspectiva que entiende el marco/encuadre en términos bionianos como la estructura
donde se proyectan y sostienen las ansiedades psicóticas. En opinión de Goldberg, el
marco se convierte en el sitio donde el analista y el paciente evacuan aquellos
aspectos dañados o psicóticos del yo. En ciertos casos, para entender todos los
aspectos divididos de las dinámicas de transferencia/contratransferencia, uno mira al
marco, a los elementos supuestamente simples que existen dentro del marco, o
encuadre, que han sido distorsionados y se han vuelto tóxicos por vías de evacuación
y proyección. Estos fragmentos peligrosos del yo u otro pueden ocultarse en el marco
y permanecer indetectables y extra-analíticos hasta que el analista los identifica y
manda de vuelta a las personas que configuran la situación analítica.
Grotstein, uno de los primeros defensores de Bion en los Estados Unidos,
desarrolló un concepto de encuadre a través del cual los dos participantes
eventualmente acuerdan proteger la “soledad” analítica. Aquí el concepto de
encuadre, a diferencia del marco, se convierte en un acuerdo “sagrado”: al establecer
las reglas del marco y en la aceptación de las mismas por parte del paciente, analista y

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paciente establecen un pacto que obliga a cada participante a proteger el tercero –que
es el propio procedimiento analítico (Grotstein, 2011, p. 59).
Recientemente, Tabakin (2016) ha hecho una distinción entre los términos de
“marco” y “encuadre”. Este autor sugiere que la conceptualización del “marco”
connota una estructura, mientras que el “encuadre” comprende una relación. La idea
del “marco como estructura” sirve para calibrar e interpretar la actuación contra la
estructura misma. El encuadre, a diferencia del marco, abarca la atmósfera que crea el
efecto transformador del tratamiento. El encuadre narra el espacio compartido entre el
analista y el analizado, y se convierte en un proceso dinámico de desarrollo entre los
dos participantes.
El concepto de encuadre/marco evoluciona de forma independiente para los
analistas franceses de Quebec, ya que éstos se encuentran en la confluencia de tres
culturas psicoanalíticas: tienen una afinidad natural por el análisis francés continental,
pero también les influencian las tres escuelas de pensamiento de Gran Bretaña y son
conscientes de los principales avances que modifican el paisaje psicoanalítico en
América. Con respecto al encuadre, la elección identificadora de la comunidad
analítica francesa de Quebec es clara: mediante un distanciamiento deliberado del
modelo médico y de la versión del marco de Eitingon, se han opuesto a las presiones
“canónicas” que llegaron a causar divisiones entre muchos analistas estadounidenses.
En contraste con la necesidad de una asertividad iconoclasta, que ha tendido a
caracterizar importantes segmentos de la teorización norteamericana, el legado de
Lacan promueve la libertad mental que se experimenta en el debate profundo y en el
desarrollo de la obra freudiana. Ejemplos posteriores son los dos trabajos de André
Green sobre la función del marco como un “tercero” y como soporte para el
funcionamiento mental del paciente en su facultad de formar un “objeto analítico”
compartido (1975) y la introducción de la noción de transferencia “hueca” de Jean
Laplanche (1997, p. 662), movilizada por la relativa inactividad del analista, que
reactiva la posibilidad de resolver los enigmas de la infancia. Scarfone (2010) también
ha reflexionado profundamente sobre la calidad de escucha del analista en su noción
de “pasividad”.
Otra corriente importante de la evolución del psicoanálisis francés que ha
influenciado a los analistas de Quebec, ha sido la exploración de elementos no-
clásicos del encuadre como sustento para la representación psíquica y la
subjetivación, especialmente en los registros infra-neuróticos: Françoise Dolto (1982,
1985) utilizó pagos simbólicos en el análisis de niños; Cahn (2002), Roussillon
(2013), Donnet (1995) y otros desarrollaron la función metapsicológica de la
percepción visual del analista en el trabajo analítico cara a cara. Se han conseguido
otros elementos innovadores del “marco” gracias al ejercicio de las clínicas
psicoanalíticas de Francia y Quebec, especialmente en los puntos de vista triples del
proceso de evaluación (Kestemberg, 2012; Donnet & de M’Uzan, 2012); Lasvergnas,
2012; Reid, 2014), el pago de terceros (Kestemberg, 1985, 1986), y las intervenciones

155
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alternativas de inspiración psicoanalítica, como por ejemplo la ampliación del marco


en el “psicodrama psicoanalítico” de Lebovici y Diatkine (Lebovici, Diatkine y
Kestemberg, 1952) y de Gibeault (2005). Otro resultado valioso aunque paradójico de
la teoría y práctica de Lacan, fue la investigación crítica de Aulagnier (1969) y otros
sobre el potencial de abuso en el “encuadre” en la enseñanza y formación en institutos
psicoanalíticos. Por último, entre los analistas francófonos de América del Norte,
también existe la concepción de que el encuadre intensifica la “disposición” del habla
(Imbeault, 1997), de tal manera que hace posible observar la lógica inconsciente
dentro del encuadre.

VI. B. Contribuciones y avances latinoamericanos específicos


En el psicoanálisis de América Latina, Etchegoyen (1986) y José Bleger (1967) son
los autores más citados internacionalmente en temas relacionados con el encuadre.
Debido a la diversidad cultural y la pluralidad de escuelas que han influido las
diferentes instituciones psicoanalíticas latinoamericanas, no existe una sola manera de
abordar este tema en la región. Hay un debate en curso sobre la necesidad de adaptar
la técnica psicoanalítica a la sociedad contemporánea.
Etchegoyen (1986) defiende un encuadre firme pero flexible, que comprenda
un conjunto de variables establecidas con el fin de proporcionar un marco estable que
permita el despliegue del proceso analítico. Etchegoyen afirma que el encuadre
representa la realidad presente en la situación analítica, y entiende que esta realidad es
equiparable al entorno social que nos rodea. Él cree que el proceso inspira el encuadre
pero no lo determina.
Entre los contribuyentes brasileños a la noción de encuadre destaca Fabio
Hermann (1991), quien también lo entiende como un marco. Los analistas lo
establecen en su práctica clínica para evitar perder su método a lo largo del proceso
analítico. Este marco actúa como una valla que mira hacia fuera. No protege el
análisis de la invasión del mundo exterior; esta es una tarea imposible, puesto que el
mundo exterior ya está presente en la consulta –en el analista y el paciente. Sin
embargo, protege a la pareja analítica de caer en un pensamiento rutinario. El punto
crucial de la teoría de Hermann es la noción de ruptura del campo, que puede ser
entendida como el momento en que el analizado es capaz de percibir una auto-
representación que había impedido emerger. La ruptura del campo de comunicación,
según este autor, constituye el sello distintivo de la operación analítica. Es dentro de
la valla del encuadre que los pacientes cobrarán consciencia de una percepción
diferente de sí mismos.
Eizirik, Correa, Nogueira et al. (2000), propusieron la idea de que las
características específicas del contexto social actual tienen repercusiones en el
encuadre analítico, por lo que estas repercusiones deben ser respetadas. Afirman que
la formación analítica juega un papel clave en la constitución de la identidad analítica,

156
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y debe incluir la preservación del encuadre por parte del analista –de ser su guardián,
de alguna manera. Comparten la opinión de Green sobre su función: el encuadre
desempeña el papel del tercero, que debe estar presente explícita o implícitamente en
toda relación humana para evitar que se vuelva psicótica. Además, enfatizan la
importancia de la noción de encuadre interno. Este último permitirá a los analistas
gestionar la preservación del encuadre en el contexto social actual.
Marcio de Freitas Giovannetti (2006), siguiendo a Derrida, se refiere a la
hospitalidad de los analistas actuales. Este enfoque representa una perspectiva
bastante tópica en el debate psicoanalítico latinoamericano. Freitas Giovannetti
sostiene la idea de que en el ejercicio clínico contemporáneo se necesita un encuadre
adecuado más que uno tradicional. En el mundo de hoy, en que la velocidad y
aceleración del tiempo han reemplazado la noción de permanencia, si se introduce el
encuadre clásico a los pacientes, existe el riesgo de impedir que se desarrolle
cualquier forma de análisis. Para este autor, uno de los principales roles del analista es
el establecimiento gradual de un encuadre adecuado, para facilitar así el progreso del
análisis. Los analistas deben esforzarse por transformar el espacio virtual, sin
fronteras, en un lugar concreto –un lugar de existencia real.

VII. EL ENCUADRE EN LOS DICCIONARIOS PSICOANALÍTICOS

Es significativo que no haya una entrada para “encuadre” en muchos de los


diccionarios psicoanalíticos que consultamos con frecuencia. Sin embargo, algunos de
los siguientes elementos del término “setting” (del inglés, encuadre) pueden ser
encontrados en estos diccionarios: la asociación libre, la atención (parejamente)
flotante, la abstinencia, la neutralidad y la técnica. Las únicas excepciones que
incluyen el “encuadre” o un término correspondiente son el Psychoanalytic Terms and
Concepts, Eds. Auchincloss, E. y Samberg, E. (2012) como “analytic process”
[“proceso analítico”]; el Dictionaire international de la psychoanalyse, Ed. De
Mijolla, A. (2013) y el Diccionario de Psicoanálisis Argentino, Ed. Borenzstejn, C.
(2014) como “Bleger/Encuadre/Frame” y “Campo Psicoanalítico/Field”.

VIII. COMENTARIOS CONCLUYENTES

El encuadre analítico establecido por Freud sigue siendo válido en el ejercicio clínico
actual de las tres regiones. Los avances más eminentes se han dado en la
conceptualización y la comprensión de los significados inconscientes del encuadre

157
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por parte del paciente y el analista, sobre todo gracias al trabajo de Bleger y
Winnicott. El concepto de “ensueño” de Bion ha suscitado elaboraciones adicionales
del trabajo del analista (encuadre interno) y del propio proceso analítico. El enfoque
en la actitud analítica y el trabajo del analista también está vinculado a la ampliación
del concepto de contratransferencia.
Los términos “encuadre” y “marco” son utilizados de forma intercambiable
por algunos, mientras que otros diferencian los dos términos en relación a las “reglas”
y los límites del encuadre y el proceso que se da dentro del marco.
En América Latina existe una preocupación explícita por la necesidad de
adaptar el encuadre psicoanalítico clásico a las realidades sociales y culturales
actuales, que se ven atenuadas en la aceptación del encuadre tradicional.
Quizás ahora se está dando más importancia al término “encuadre”, porque
existe la preocupación de que los cambios en las condiciones del psicoanálisis (es
decir, la introducción de nuevas tecnologías que comportan una presencia virtual)
podrían hacer que se perdiera el significado y la importancia de este concepto
fundamental.

Las páginas 1 – 9 de este texto han sido escritas mayormente –pero no


exclusivamente– por fuentes psicoanalíticas europeas; las páginas 9 – 11 por fuentes
norteamericanas y las páginas 11 – 13 por fuentes latinoamericanas.

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164
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Consultores regionales y colaboradores:

Europa:
Joan Schachter, MD (England) and Antonio Pérez-Sànchez, MD (Spain)

Norte América:
Jon Tabakin, PhD (USA), Adrienne Harris, PhD (USA), and Allannah Furlong, PhD
(Canada)

América Latina:
Thais Blucher, MD (Brazil)

Co-presidente coordinador: Arne Jemstedt

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Traducción: Jèssica Pujol Duran

165
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EL INCONSCIENTE
Entrada tri-regional
Consultores interregionales: Jose Renato Avzaradel (América Latina), Allannah
Furlong (América del Norte) y Judy Gammelgaard (Europa)
Copresidenta y coordinadora: Eva D. Papiasvili (América del Norte)

I. INTRODUCCIÓN Y DEFINICIÓN INTRODUCTORIA

Ha sido universalmente aceptado que la noción de inconsciente es el


descubrimiento fundacional del psicoanálisis y la principal hipótesis de la teoría
psicoanalítica desde sus inicios. A pesar de que el concepto experimentó sucesivas
transformaciones en la teoría de Freud, el inconsciente de la tópica freudiana, con su
concepción descentrada de la subjetividad, sigue siendo la propuesta más importante
y radical del psicoanálisis clásico. Si bien Freud no fue el primero en utilizar el
término, si fue el primero en otorgarle un lugar decisivo y sistemático en su
metapsicología, y en elaborar un enfoque metodológico para hacer frente a sus
diversas manifestaciones. Freud (1912a) presentó una hipótesis breve y concisa para
explicar los procesos psíquicos inconscientes. Según él, estos procesos abarcan
fenómenos clínicos como la sugestión post-hipnótica y los síntomas neuróticos, sobre
todo los histéricos, pero también fenómenos no patológicos como las bromas, los
actos fallidos (o deslices freudianos) y los sueños. La hipótesis de que existen
fenómenos inconscientes se remonta a las prácticas de curación espiritual, animismo,
magnetismo, mesmerismo, hipnotismo y a la psicología médica del siglo XIX. Estas
prácticas comparten una concepción dual de la mente, ya que opinan que está
compuesta de lo observable y de su anverso, es decir, de aquello oculto en lo que se
cree y/o se percibe de forma intuitiva. Mientras que en los primeros años de su carrera
Freud parece aceptar este dualismo neo-cartesiano, más tarde desarrolla una
concepción muy diferente del inconsciente: deja de entenderlo como una segunda
conciencia para pasar tratarlo como una serie de “actos psíquicos” diferenciados de la
mente consciente, racional y adulta.
Los psicoanalistas no son los únicos en considerar que la mente está
subyugada a un “extranjero interior”, pero ellos transforman en objeto de estudio las
implicaciones epistemológicas, clínicas y éticas de esta presencia perturbadora y
potencialmente transformadora. Sin la noción de los procesos inconscientes,
argumentó Freud, estamos perdidos si queremos explicar los fenómenos mentales
(1915c, pp. 166-171). Él “nunca dejó de insistir, incansablemente, en los argumentos
a favor de ello, ni de combatir las objeciones que se le oponían” (Strachey, en: Freud,
1915c, p. 161).

166
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La primera vez que Freud empleó el término “inconsciente” en una


publicación fue en 1893, en “Estudios sobre la histeria” (Freud, 1893); asimismo, el
último fragmento inacabado de sus escritos teóricos de 1938, titulados “Algunas
lecciones elementales de psicoanálisis” (Freud 1940c), es una justificación acérrima
del término.
Las siguientes definiciones de inconsciente quieren resumir, ampliar y
actualizar aquellas incluidas en los diccionarios regionales más recientes (Akhtar,
2009; Auchincloss, 2012; Laplanche & Pontalis, 1967/1973; Borensztejn, 2014):
En el conjunto de la teoría psicoanalítica, se emplea el concepto de (el)
inconsciente de varias maneras: el inconsciente dinámico hace referencia al
contenido reprimido de forma activa, inaceptable para la mente consciente; en un
sentido más amplio, abarca todos los contenidos que se mantienen alejados de la
mente consciente y que ejercen presión sobre la conciencia; el sistema inconsciente
hace referencia a un aspecto de la mente que opera según el principio del “placer-
displacer” y del “proceso de pensamiento primario”, gobernado por la “lógica
inconsciente”; el inconsciente descriptivo, también conocido como el
“preconsciente”, hace simplemente referencia a aquel contenido mental que todavía
no es consciente. Los contenidos del inconsciente abarcan los instintos (pulsiones) y
representantes instintivos; el material acumulado por “represión primordial”; los
contenidos comprimidos por la fuerza de la represión y los esquemas filogenéticos
que organizan las “fantasías primordiales”. El inconsciente como una calidad, en
forma adjetiva, aparece en la teoría estructural o segunda tópica freudiana del ello,
yo y superyó. Aquí la totalidad del ELLO (ES, del alemán) es inconsciente, pero
también lo son partes del YO (ICH) y del SUPERYÓ (ÜBER ICH = el yo ideal, o los
principios morales internalizados). En toda la obra freudiana, así como en muchas
corrientes contemporáneas de psicoanálisis post-freudiano, la forma adjetival también
se usa con nociones auxiliares como, por ejemplo, los procesos y procesamientos
inconsciente(s), las relaciones objetales inconscientes, el conflicto inconsciente, la
fantasía inconsciente, el funcionamiento inconsciente del yo, la comunicación
inconsciente, la lógica inconsciente, el inconsciente amencial y el inconsciente “real”
(indescifrable).
Cronológicamente, la obra de Freud puede dividirse en tres etapas: el
descubrimiento del inconsciente dinámico, que abarca el período comprendido
entre 1893 y 1900, hasta la publicación de La interpretación de los sueños; el período
entre 1900 y 1923, que podría llamarse del sistema inconsciente o inconsciente
topográfico. Y, por último, el período posterior a 1923, a raíz de la publicación de El
yo y el ello, conocido como el inconsciente del modelo estructural o modelo de la
segunda tópica de la mente. Sin embargo, como la obra de Freud alcanzó una gran
complejidad y su construcción teórica no fue lineal, estas divisiones a menudo se
superponen.

167
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En cuanto al estilo y la forma, las abreviaturas de Freud (Icc., Prcc. y Cc.)


harán referencia a las palabras Inconsciente, Preconsciente y Consciente,
respectivamente. El uso de mayúsculas en palabras como Inconsciente, Ello, Yo y
Superyó es característico del inglés; en español generalmente se utilizan minúsculas.
La nomenclatura teoría tópica (empleada por el psicoanálisis norteamericano de habla
inglesa) equivale a la primera tópica en jerga europea y partes del mundo
psicoanalítico canadiense de habla francesa; también son sinónimos la teoría
estructural norteamericana y la segunda tópica (o tópica tardía) europea y francófona
de algunas zonas de América del Norte. En cualquier caso, los nombres de ambas
teorías se emplean indistintamente. A menos que se indique lo contrario, se utilizan
cursivas para subrayar la terminología conceptual.
Las principales contribuciones teóricas de Freud al tema del inconsciente se
pueden encontrar en las siguientes obras: Capítulo VII de La interpretación de los
sueños (1900b), Trabajos sobre metapsicología (1915 a, b, c) y El yo y el ello
(1923a). Se puede encontrar un resumen de las conceptualizaciones del inconsciente
de Freud en: Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916, 1917), Dos
artículos de enciclopedia (1923b), Nuevas conferencias introductorias al
psicoanálisis (1933) y Esquema del psicoanálisis (1940a). Strachey advierte al lector
inglés que la palabra inglesa “inconsciente” presenta una ambigüedad apenas
observable en alemán. Las palabras alemanas “bewusst” y “unbewusst” son
participios pasivos y su sentido literal vendría a ser el “consciente conocido” y el
“consciente no conocido”. Para Freud, la conciencia y la inconsciencia eran
experiencias pasivas.

II. RESUMEN DE LAS CONCEPTUALIZACIONES FREUDIANAS DEL


INCONSCIENTE

II. A. El descubrimiento del inconsciente dinámico (1893-1900)


El psicoanálisis nació con el descubrimiento revolucionario de Freud de la
función dinámica de la defensa en la etiología de la histeria. La defensa contra los
recuerdos (la represión) fue clave para entender la importancia de la resistencia, “…yo
tenía que superar en el paciente una fuerza que contrariaba el devenir-consciente
(recordar) de las representaciones patógenas. Una inteligencia nueva pareció
abrírseme cuando se me ocurrió que esa podría ser la misma fuerza psíquica que
cooperó en la génesis del síntoma histérico y en aquel momento impidió el devenir-
consciente de la representación patógena” (Breuer y Freud, 1893-1895, p. 268, énfasis
en el original). Según Freud, esta fuerza de resistencia, así como su contraria, la
fuerza que emerge del material patógeno rechazado, era hasta cierto punto
cuantificable con los recuerdos “estratificados”, y proporcional según su proximidad

168
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al “núcleo patógeno”. De hecho, según él, fue debido a la represión que la idea se
convirtió en la causa de los síntomas mórbidos, es decir, se volvió patógena (ibíd., p.
285). Para ser efectiva, la represión exige un constante desgaste de energía. Los
síntomas son el resultado del fracaso de la represión, es decir, el retorno de lo
reprimido. Al mismo tiempo, en la “inervación somática” (ibíd., p. 285) se utiliza el
afecto que le fue extirpado a la idea reprimida a través de su conversión histérica en
un síntoma corporal. El innovador método psicoanalítico de la asociación libre se
desarrolló a partir de la constatación de que “es totalmente infructuoso avanzar en
forma directa hasta el núcleo de la organización patógena” (ibíd., p. 292, énfasis en
el original), ya que los estratos internos de la organización patógena son cada vez más
ajenos al yo (ibíd., p. 290).
Según Freud, no todas las experiencias de la primera infancia se someten a la
represión. La teoría freudiana estipuló que el inconsciente contiene deseos obsesivos
de la infancia, marcados por la sexualidad infantil. En esta primera etapa, que se
conoce gracias a su correspondencia con Fliess (Freud, 1892-1899), Freud estaba
elaborando lo que más tarde se ha llamado la teoría de la seducción: el niño es
seducido por un adulto, una relación que deposita huellas inquietantes que más tarde
reaparecen en la conciencia, desplazadas y distorsionadas por fuerzas que se oponen a
su realización consciente. La teoría de la seducción era esencialmente una teoría del
trauma sexual patógeno pre-adulto, entendida como el factor determinante de una
psicopatología posterior. La experiencia traumática de la infancia podía haberse
olvidado, disociado o reprimido, pero se reactivaba o ejercía un efecto traumático
diferido en la adolescencia, después de la pubertad. La noción de las fuerzas
emparejadas en oposición dinámica, las cuales daban lugar a nuevas formaciones
psíquicas, es un legado aún vigente del aspecto dinámico del inconsciente. Entre 1893
y 1895, Freud habló de una oposición entre los afectos asociados a acontecimientos
traumáticos y las prohibiciones morales de la sociedad. A medida que Freud avanzaba
en su autoanálisis, entre 1895 y 1900, se dio cuenta de que estas fuerzas opuestas iban
internalizándose gradualmente: por ese entonces, Freud estaba elaborando su
concepción inicial del aparato psíquico, organizado por dos fuerzas emparejadas en
oposición dinámica, el deseo inconsciente y su prohibición orientada a la realidad.
Fue en esta época, cuando la teoría del inconsciente todavía no estaba
sistematizada, que a Freud se le ocurrió la idea de que el material psíquico se sometía
de vez en cuando a un reordenamiento, una transcripción. En su correspondencia
privada con Wilhelm Fliess, con fecha 6 de diciembre de 1896, Freud (1892-1899) le
explica a Fliess que está elaborando una hipótesis sobre el establecimiento del
“mecanismo psíquico” en forma de huellas mnémicas. Estas huellas mnémicas pasan
por un proceso de estratificación, son reordenadas según la percepción y, finalmente,
se someten a una transcripción profunda. Lo que aquí se plantea es que el aparato
psíquico está constantemente transcribiendo escenas escuchadas y vistas que todavía
no pueden entenderse de forma apropiada. Este es un primer indicio del concepto de
Nachträglichkeit. En el borrador de Proyecto (1895) que no publicó en vida, Freud

169
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explicó la histeria en términos de Nachträglichkeit: “…se reprime un recuerdo que


sólo posteriormente se volvió traumatizante [Nachträglichkeit]” (Freud, 1895, p. 365).
Visto desde este punto de vista, el inconsciente contiene huellas-recuerdos
distorsionados de escenas de la primera infancia, que han sido imposibles de traducir
porque el niño todavía no dominaba el lenguaje o porque en ese momento su mente
no estaba preparada para procesar esas escenas. En consecuencia, adquieren la calidad
de “cosas” no simbolizadas. Este mecanismo causal y primario del inconsciente pasó
a un segundo plano cuando, en la siguiente etapa de la elaboración de su teoría, Freud
matizó que el factor determinante de la psicopatología posterior era la fantasía, en vez
del trauma/escena de seducción pre-adulta (Freud, 1892-1899, Carta del 21 de
septiembre, 1897, p. 260). La idea de que los recuerdos son cuerpos internos
extranjeros que se manifiestan en forma de ataques internos fue sustituida por la idea
de la fantasía, la cual acabó convirtiéndose en la piedra angular de lo que Freud llamó
realidad psíquica, aunque siempre siguió cuestionándose la importancia relativa del
“trauma sexual” vs la “fantasía”. El hecho de entender que la fantasía jugaba un papel
muy importante en los sucesos mentales, le abrió la puerta a descubrir la sexualidad
infantil y la fantasía universal del complejo de Edipo, que describe en la carta del 15
de octubre de 1897: “Se me ha ocurrido sólo una idea de valor general. También en
mí comprobé el amor por la madre y los celos contra el padre, al punto que los
considero ahora como un fenómeno general de la primera infancia… Si es así, se
comprende perfectamente el apasionante hechizo del Edipo rey… el mito griego
retoma una compulsión del destino que todos respetamos porque percibimos su
existencia en nosotros mismos. Cada uno de los espectadores fue una vez, en germen
y en su fantasía, un Edipo semejante, y ante la realización onírica trasladada aquí a la
realidad todos retrocedemos horrorizados, dominados por el pleno impacto de toda la
represión que separa nuestro estado infantil de nuestro estado actual.” (Freud, 1892-
1899, p. 265).
Freud nunca acabó de abandonar la concepción etiológica del trauma sexual
(1914, p. 17), pero más tarde declaró que “la realidad psíquica pide ser apreciada
junto a la realidad práctica”, y “la fantasía de la seducción presenta un interés
particular, aunque sólo sea porque a menudo no es una fantasía, sino un recuerdo
real” (1917, p. 370). Más adelante revisó el concepto de Nachträglichkeit y lo amplió
en el importante caso de “El hombre de los lobos” (Freud, 1918). Una de las
principales preocupaciones de Freud, presente en todos sus escritos, fue el querer
articular el impacto de los estímulos traumáticos procedentes del exterior en forma de
percepciones, con los estímulos traumáticos procedentes del interior de la mente en
forma de pulsiones y fantasías.
En relación con este trabajo, a partir de 1897, Freud empezó a delinear los
contornos irregulares de los procesos y mecanismos que gobiernan el inconsciente,
que más tarde se conocerían como los “procesos primarios”. El 7 de julio de 1897,
escribió: “Conozco más o menos las reglas según las cuales estos productos se
componen, y los fundamentos para que sean más intensos que los recuerdos genuinos,

170
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y así he aprendido algo nuevo sobre la característica de los procesos en el interior del
Icc.” (Freud, 1892-1899, p. 258). Asimismo, en esta etapa estableció su “primera
teoría de la angustia” (Freud, 1992-1899, pp. 189-195), la cual no sólo planteaba una
transformación directa de la libido reprimida en el afecto de la angustia, sino que
también reconocía por primera vez la existencia de, y una relación causal entre, la
angustia y lo que más tarde llamó el estado traumático.

II. B. El inconsciente topográfico: el sistema Icc. 1900 – 1923


Según el primer modelo topográfico del aparato psíquico, el inconsciente
(como sustantivo) tiene cierto contenido relativo a las representaciones reprimidas de
las pulsaciones, que sólo se activa a través de la condensación y el desplazamiento, de
acuerdo con el proceso primario de la energía móvil. Estas representaciones
inconscientes sólo pueden acceder al sistema preconsciente/consciente cuando tienen
una gran cantidad de energía libidinal (también traducido como “carga energética”,
“investidura” o “catexis”). Sin embargo, debido a la censura del preconsciente, este
proceso siempre se presenta como una formación pactada (o de compromiso),
evidenciada por los síntomas, sueños y actos fallidos.
Freud se dio cuenta, especialmente a través del estudio de los sueños, de que
el inconsciente tiene que ser competente, no sólo a través de su falta de conciencia
sino también mediante su forma de trabajar. Esto le llevó a introducir el concepto de
los procesos primarios. En el capítulo siete de “La interpretación de los sueños”,
Freud reparó en la absurdidad onírica, la cual no puede atribuirse simplemente a la
labor de la censura. “No podemos, pues, rechazar la hipótesis de que en la formación
de los sueños participan dos procesos psíquicos esencialmente diferentes. Uno de
ellos crea ideas latentes completamente correctas y de valor igual a los productos del
pensamiento normal; en cambio, el otro maneja tales ideas de un modo extraño e
incorrecto” (Freud, 1900, p. 597). El proceso primario y el proceso primario del
simbolismo inconsciente de los sueños se caracterizan por tener una carga de energía
psíquica que fluye libremente, sin impedimentos, gracias a los mecanismos de la
condensación y el desplazamiento. Gracias a la libertad con que puede transferirse
esta energía, se construyen las ideas intermedias, que vienen a ser pactos o
concesiones logrados gracias a la condensación. El sistema lógico vinculado a la
realidad – el proceso secundario y su simbolismo lingüístico – no incumbe al proceso
primario. Por encima de todo, esto atañe a la ley de la contradicción. Existen
pensamientos contradictorios que conviven sin destruirse los unos a los otros. Pueden
yuxtaponerse como si no existiera contradicción alguna y formar transacciones que
el pensamiento despierto nunca podría tolerar. Además, en el proceso primario, las
representaciones se transfieren sus intensidades, estableciendo “relaciones muy
sueltas entre sí” (ibíd. p. 596). En lo que atañe a los procesos irracionales del
inconsciente, a pesar de que Freud empezó dando un papel decisivo a la censura, al
final acabó por otorgar una posición más dominante al proceso primario y las

171
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representaciones lógicas de la conciencia. Freud señala que los procesos irracionales


“son los procesos primarios, los cuales surgen siempre que las representaciones son
abandonadas por la carga preconsciente, quedando entregadas a sí mismas y pudiendo
realizarse con la energía no coartada de lo inconsciente, que aspira a una derivación”
(ibíd. p. 605). Por esta razón, el proceso primario es un modo de funcionamiento de la
vida psíquica liberado, que no se somete a las inhibiciones del pensamiento
consciente. El proceso primario debe ser entendido como un principio organizador,
que existe en la vida adulta normal, como una alternativa a la organización lógica y
verbal dominante de los procesos secundarios y a su lenguaje simbólico y
comunicativo. Una característica importante del proceso primario es la tolerancia a la
ambigüedad y la contradicción. Otra es su aspecto alucinatorio, de satisfacción de los
deseos, como un acto perceptivo en el presente (1912a). Así entendido, el proceso
primario es un proceso cognitivo que, a su vez, difiere sustancialmente de la
definición de cognición establecida por la psicología cognitiva.
Fue, sin embargo, en sus textos metapsicológicos que Freud (1915 a, b, c)
sistematizó el concepto de inconsciente en su dimensión económica, dinámica y
topográfica.
En “Los instintos y sus destinos” (Freud, 1915a), Freud define los instintos
como un concepto fronterizo entre el reino físico y el mental.
En “La represión” (Freud, 1915b), Freud distingue entre la represión
primaria, que significa que “el representante psíquico (representante ideativo) de la
pulsión ve negada su entrada a la conciencia” (Freud, 1915b, p. 148), y la “represión
propiamente dicha”, la “represión posterior”.
La obra, “Lo inconsciente” (1915c), representa la culminación de su teoría
topográfica. Freud primero revisa la conceptualización de un inconsciente dinámico
entendido como el ejecutor de una fuerza contraria al acto de la represión. Prosigue a
demostrar la existencia del inconsciente mediante sus derivados: los actos fallidos,
síntomas y sueños; y señala que sentir, pensar, recordar y hacer también se hallan, en
parte, bajo el influjo del inconsciente. Freud hace una distinción entre los actos
latentes, los cuales son temporales y sólo inconscientes de forma descriptiva, pero
que pueden llegar a la conciencia si se conectan con una palabra, y los procesos y
contenidos reprimidos, los cuales son siempre inconscientes y se mantienen de forma
dinámica fuera de la conciencia (es decir, los correspondientes al inconsciente
dinámico). No existe “una de dos” en el inconsciente; el proceso primario y sus
atributos –el telescopaje, el desplazamiento y la condensación– operan en el
inconsciente como lo hicieron anteriormente en el “proceso onírico” quince años
atrás. Freud postula la presencia de dos sistemas de censura: uno entre los sistemas
Icc. y Prcc. que, bajo ciertas circunstancias, puede sortearse, y uno entre los sistemas
Prcc. y Cc. Las emociones, los sentimientos y los afectos quedan excluidos del Icc. Se
dice que un afecto ha sido “inconsciente” sólo después de haberse restaurado la
conexión entre la idea reprimida y la emoción.

172
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Después de señalar los diferentes modos de funcionamiento del sistema


consciente y el inconsciente, Freud explica más a fondo los procesos de hacerse
consciente y los de hacerse inconsciente. Ofreció dos hipótesis alternativas: 1) la tesis
de una inscripción en dos lugares psíquicos, y 2) la tesis de un cambio funcional.
Freud se pregunta, ¿cuando una idea psíquica viaja del inconsciente al consciente,
significa eso que tenemos “una nueva fijación, o como pudiéramos decir, una segunda
inscripción de la representación de que se trate, inscripción que de este modo podrá
resultar integrada en una nueva localidad psíquica, y junto a la cual continúa
existiendo la primitiva inscripción inconsciente? ¿O será más exacto admitir que el
paso de un sistema a otro consiste en un cambio de estado, que tiene efecto en el
mismo material y en en la misma localidad?” (Freud, 1915c, p. 174). La primera
hipótesis es la topográfica y está conectada a la separación topográfica entre el
sistema consciente y el inconsciente. Freud plantea que una representación puede
existir en dos sitios del aparato psíquico a la vez y que, a menos que sea detenida por
la censura, puede moverse de un sistema al otro. Según esta hipótesis, se asume que la
interpretación creará una conexión entre las dos inscripciones situadas en el sistema
inconsciente y preconsciente respectivamente. Sin embargo, la experiencia demuestra
que no siempre es así. El carácter del inconsciente es muy distinto de lo que se
comunica en palabras, o como describió Freud, la información que se ofrece al
paciente sobre sus recuerdos reprimidos no hace que éste automáticamente entre en
contacto con la huella del recuerdo inconsciente: “El haber oído algo y el haberlo
vivido, son dos cosas de naturaleza psicológica totalmente distinta, aunque posean
igual contenido” (ibíd., p. 176). Un examen más detenido del mecanismo de la
represión, entendido como la retirada de la carga energética (investidura o catexis),
favorece la segunda hipótesis. Entonces Freud aborda preguntas como ¿a qué sistema
se dirige la retirada? y ¿a qué sistema pertenece la energía de la retirada? Como su
experiencia le demuestra que las representaciones reprimidas mantienen su carga,
Freud concluye que sólo la carga preconsciente puede retirarse de la representación.
Dicho de otra manera, la represión es un proceso que pertenece al preconsciente.
Entonces se entiende que durante la represión se produzca una retirada de carga
energética (investidura o catexis) de la representación preconsciente, al mismo tiempo
que se conserva la carga inconsciente. Esto es congruente con la segunda hipótesis: en
este caso, la transición del sistema inconsciente al sistema preconsciente/consciente
no consiste en una nueva inscripción, sino en un cambio de estado, es decir, un
cambio en la calidad de la energía mental que se le otorga. Ambas hipótesis sirven
para llamar la atención sobre la coexistencia de dos procesos contradictorios que
piden dos explicaciones distintas. La hipótesis de la inscripción en dos lugares puede
ser adecuada para ilustrar el proceso de hacerse consciente; mientras que la hipótesis
del cambio de estado funcional es más apropiada para describir el proceso de
represión, ya que indica una asimetría entre el hacerse consciente y el acto de la
represión.
En la tercera hipótesis, cuando investiga el mundo representacional del reino
inconsciente, Freud traza una diferencia entre la expresión verbal y las cosas

173
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expresadas. La diferencia entre las representaciones-palabra y las representaciones-


objeto, es el resultado de observaciones que fueron más allá de los sueños y las
neurosis. “Pero el análisis de una de aquellas afecciones, a las que damos el nombre
de psiconeurosis narcisistas, nos promete proporcionarnos datos, por medio de los
cuales podremos aproximarnos al misterioso sistema Icc. y llegar a su inteligencia”
(Freud, 1915, p. 196). En el habla esquizofrénica, las palabras pueden someterse al
proceso primario del inconsciente, convirtiéndose así en algo concreto, como una
cosa. Con esta observación Freud comprendió que lo que anteriormente había descrito
como la representación consciente del objeto, ahora debía separarse entre las
representaciones verbales y las representaciones de cosas. La representación
consciente incluye la representación-cosa y la representación-palabra que le
corresponde, mientras que la representación inconsciente, con su cualidad
alucinatoria, sólo se caracteriza por la representación-cosa. Vale la pena anotar la
formulación alemana de lo que entendemos como representación-cosa: Freud habla de
la “Sach-Besetzungen der Objekte” (investidura libidinosa de objeto), indicando que
el inconsciente no hace distinciones entre la cosa y la representación de la cosa. Sin
embargo, uno no puede, en un estado despierto de conciencia, reproducir la cualidad-
cosa del inconsciente; uno sólo puede esperar pasivamente a que aparezca.
En el transcurso de este período, Freud aplicó algunas ideas del período
anterior a un nuevo contexto y empezó a desarrollar la hipótesis que acabaría de
sistematizar en la siguiente etapa de su teoría.
En lo referente a la sexualidad infantil, “Fragmento de análisis de un caso de
histeria” (Freud, 1905a) forma un nexo conceptual con “La interpretación de los
sueños” y “Tres ensayos sobre teoría sexual”, pero también es importante por la
atención que recibe el fenómeno dinámico inconsciente de la transferencia.
En “Tres ensayos sobre teoría sexual” (1905b), Freud exploró las etapas del
desarrollo psicosexual y la sexualidad infantil (inconsciente).
En “El chiste y su relación con el inconsciente” (1905c), Freud investigó la
dificultad de soslayar la censura modificando el uso de las ambigüedades del proceso
primario y liberando parcialmente los impulsos instintivos mediante bromas.
En “Tótem y tabú” (1912-1913), debatió la transformación de la hostilidad
inconsciente en una cantidad excesiva de afecto (p.49), así como la proyección
inconsciente de la hostilidad sobre los difuntos: “La hostilidad de la que [los
supervivientes] no sabemos ni queremos saber nada es proyectada desde la percepción
interna al mundo exterior… No somos ya nosotros los supervivientes, los que nos
sentimos satisfechos de vernos desembarazados de aquel que ya no existe. Por lo
contrario, lloramos su muerte. En cambio, él se ha convertido en un demonio
maléfico, al que regocijaría nuestra desgracia y que intenta hacernos parecer. Así,
pues, tenemos que defendernos contra él. De este modo vemos que los supervivientes
no se libran de una opresión interior sino cambiándola por una coerción de origen
externo” (pp. 62-63). El texto es una brillante exposición de los esquemas

174
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filogenéticos que se manifiestan en las fantasías primarias: uno de los contenidos del
inconsciente.
En “De la historia de una neurosis infantil” (1918), Freud hizo referencia a las
dificultades que experimentan los niños a la hora de discernir entre lo consciente y lo
inconsciente; entre lo que es una “realidad” y lo que es una “fantasía”. Esta dificultad
surge porque “el sistema Cc. está en proceso de desarrollo” (p. 105). Se trata de un
trabajo más profundo acerca de la naturaleza dual de la mente durante el desarrollo,
que Freud ya teorizó tres años antes, cuando escribió sobre la comunicación entre los
sistemas Cc. e Icc.: “Por norma general, la división aguda y determinante entre el
contenido de los dos sistemas no tiene lugar hasta la pubertad” (p. 195).
En “Pegan a un niño” (1919), la obra que anticipa la teoría del instinto doble,
Freud exploró las fantasías sadomasoquistas inconscientes que tienen los niños y las
niñas de ser golpeados por el padre y la madre. En este texto, clave para entender la
formación de la fantasía, Freud distinguió tres fases: en la primera un niño presencia
como azotan a otro niño. Sin embargo, es en la segunda fase cuando ocurre “lo más
importante y lo más trascendental de todo” (p. 185), por dos razones: por un lado, se
entiende el masoquismo como una formación/fase secundaria del instinto sádico, que
se vuelve hacia el yo y se reprime en el proceso. Esto va ligado a la sexualidad
infantil, inconsciente y universal, que se encuentra en el centro de los fenómenos
neuróticos: “la sexualidad infantil, que sucumbe a la represión, es la principal fuerza
pulsional de la formación de síntomas, y por eso el elemento esencial de su contenido,
el complejo de Edipo, es el complejo nuclear de la neurosis” (p. 204); y se convierte
en una fantasía universal heredada: “El núcleo de lo inconsciente anímico lo
constituye la herencia arcaica del ser humano, y de ella sucumbe al proceso represivo
todo cuanto, en el progreso hacia fases evolutivas posteriores, debe ser abandonado
por incompatible con lo nuevo o perjudicial para él” (pp. 203-204). Por otro lado, las
fantasías del niño sólo pueden verificarse indirectamente: “en cierto sentido puede
decirse de ella que nunca ha tenido una existencia real. En ningún caso es recordada,
nunca ha llegado a ser consciente. Se trata de una construcción del análisis, pero no
por ello es menos necesaria como explicación” (p. 185).
“Más allá del principio del placer” (Freud, 1920) es un texto de transición,
conocido sobre todo por poner en contacto la pulsión agresiva con la pulsión sexual.
En este artículo final de su “teoría del instinto dual”, Freud también elaboró más a
fondo la atemporalidad y la naturaleza omnipresente del inconsciente de la siguiente
manera: “Hemos averiguado que los procesos anímicos inconscientes son en sí
‘atemporales’. Esto significa, en primer término, que no se ordenaron temporalmente,
que el tiempo no altera nada en ellos, que no puede aportárseles la representación del
tiempo” (p. 28). Anticipando la siguiente etapa del desarrollo de su teoría, también
introduce la noción del yo inconsciente: “Sin duda, gran parte del yo es en sí mismo
inconsciente: justamente lo que puede llamarse el ‘núcleo del yo’; abarcamos sólo una
pequeña parte de eso con el nombre de preconsciente” (p. 19). Este texto también
reformula el concepto de conflicto inconsciente: mientras que antes se creía que el

175
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conflicto se encontraba entre las pulsiones sexuales y conservadoras del yo (Freud,


1911c, 1914b), en 1920, lo sitúa entre las pulsiones instintivas y la defensa. Aunque
en el transcurso de esta evolución se identificaron varias defensas relacionadas o no
relacionadas con la represión (Freud, 1908, 1909b, 1911c, 1915a), las defensas
todavía no estaban sistematizadas y la represión se utilizaba como sinónimo de
defensa cuando se hablaba de la conceptualización del conflicto inconsciente.

II. C. El inconsciente del modelo estructural / la segunda tópica: 1923 – 1939


Cuando Freud reemplazó su (primer) modelo topográfico por la teoría
estructural o la segunda tópica del ello, el yo y el superyó, en 1923, también abandonó
la idea de que el inconsciente era un sistema y, en parte, lo reemplazó por el ello. Esta
transformación significó un gran cambio para la teoría freudiana, no sólo con respecto
al inconsciente, sino también con respecto al yo y sus pulsiones. La diferencia más
importante entre el inconsciente y el ello es que en los estratos más profundos del ello
no existen representaciones. El ello está compuesto de impulsos instintivos, sexuales
y agresivos, que Freud ya había descrito en “Más allá del principio del placer” (Freud,
1920). En esta metáfora posterior, el ello es “un caos, una marmita llena de emociones
ardientes” (Freud, 1933, p. 73).
A diferencia del ello, Freud utilizó el yo en todos sus escritos, pero es en esta
etapa que lo depura mediante la elaboración de los conceptos de narcisismo e
identificación (Freud, 1914). Entre otros cambios sustanciales para la organización
del yo, es en 1923 que el funcionamiento del yo inconsciente alcanza pleno
reconocimiento. Aunque sus raíces se remontan a 1895 porque fue entonces que
Freud evocó la imagen de “un infiltrado” para describir la dificultad de separar “la
organización patógena” del propio yo, cuando señaló que “[l]a organización patógena
no se conduce, pues, realmente como un cuerpo extraño, sino más bien como un
infiltrado. El agente infiltrante sería en esta comparación la resistencia” (Breuer &
Freud, 1893-1895, p. 290). En el nuevo modelo estructural, muchos de los
mecanismos de defensa que había identificado previamente (identificación,
incorporación, proyección, introyección, formación reactiva, anulación, regresión,
etc.) aparte de la represión, son sistematizados y ubicados en el yo inconsciente.
La posibilidad de que existieran otras formas de defensa se remonta a la
década de 1890. Por aquel entonces, Freud (1894, 1896) había introducido un tipo de
defensa cuyas implicaciones patógenas regresivas eran más radicales para el
equilibrio psíquico que la represión observada en pacientes neuróticos. Esta intuición
tomó más peso en el estudio de Freud (1911c) del caso de Schreber, mediante el cual
introdujo el mecanismo de “repudio” o “rechazo” del yo (Verwerfung), un proceso
drástico para el cual Lacan más tarde inventaría el término “forclusión”. En el
Hombre Lobo (Freud, 1918), Freud retomó este mecanismo de defensa no neurótico y
propuso que era como un proceso de borrado o supresión de la facultad de
representación de la mente. Este proceso es mucho más que una censura o represión,

176
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más bien se trata de una abolición representacional, la cual causa un agujero o vacío
en la mente. Esta corriente de pensamiento fue completada cuando Freud, en 1925
(1925h), introdujo el mecanismo de la negación [Verneinung], y más adelante, en
1927 (1927e), cuando describió la escisión del yo [Ich Spaltung], un concepto que
retomaría en su texto “La escisión del yo en el proceso defensivo” (1940 [1938]).
Cuando Freud trabajaba el modelo del inconsciente como sistema, tratando de
desvelar lo reprimido mediante la interpretación, entendía el inconsciente de forma
“positiva”, con contenidos como la fantasía, los deseos, los pensamientos, etc. La
introducción de formas “negativas” de defensa, supuso una alteración sustancial de la
comprensión freudiana del yo. Junto con los trastornos sexuales de los neuróticos,
incluyó una forma potencial de perversión de las funciones del yo. Estas son las
interferencias que uno puede observar como “las inconsecuencias, chifladuras y
excentricidades de los hombres” (1924, p. 153). Han sido sobre todo los escritores
post-freudianos quienes han investigado el principio de lo “negativo” en todos los
escritos de Freud. Bion (“capacidad negativa”), Lacan (la palabra como ausencia de la
cosa), Green (“el trabajo de lo negativo”), Zaltzman (“el impulso anarquista”) y otros
reconocieron que el inconsciente no es tan sólo una presencia oculta que lucha por ser
representada, sino que también está constituido por poderosas formas de ausencia;
atribuciones que tanto pueden ser protectoras como destructoras.
El contenido del yo del modelo estructural/segunda tópica de 1923 es sobre
todo preconsciente, pero una parte significativa es inconsciente de forma dinámica.
Esta noción también se remonta a la primera tópica, cuando Freud, en el artículo de
1915 sobre “Lo inconsciente”, ya había observado que “una gran parte de lo
preconsciente procede de lo inconsciente” (Freud, 1915, p. 191). Al desarrollar esta
teoría, Freud advirtió que los pensamientos que tenían todos los signos de haberse
formado de forma inconsciente “presentan un alto grado de organización, se hallan
exentos de contradicciones, han utilizado todas las adquisiciones del sistema Cc. y
apenas se diferencian de los productos de este sistema” (ibíd., p. 190). Aquí, incluso
antes de la teoría estructural de 1923, Freud propuso la existencia de un pensamiento
formado en el inconsciente que tenía las cualidades de un pensamiento del proceso
secundario. Sin embargo, la elaboración sistemática de tales observaciones de los
componentes del yo tuvo que esperar hasta “El yo y el ello” (Freud, 1923a), el texto
que inauguró la teoría estructural o segunda tópica.
“El yo y el ello” (1923a) suele ser visto como el último gran trabajo teórico de
Freud. En esta obra propone dos tipos de inconsciente: el inconsciente latente y el
dinámico. El “inconsciente latente” es capaz de hacerse consciente (a través de
conexiones con palabras) y debe considerarse estrictamente en términos descriptivos.
El “inconsciente dinámico” es aquella parte del inconsciente que, debido a la
represión primaria, es incapaz de hacerse consciente. Freud añade que el término
“inconsciente” debe reservarse para el “inconsciente dinámico”. Sin embargo, según
él, es imposible evitar la ambigüedad entre el inconsciente descriptivo y el
inconsciente dinámico. El yo, cuyo contenido es sobre todo preconsciente, tiene dos

177
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superficies, una interna y otra externa. A diferencia de su primera asociación del yo


con la consciencia, en el modelo estructural sólo es consciente la superficie perceptual
externa, también llamada “el yo coherente”. Mientras tanto, la superficie interna, la
que se enfrenta al Prcc. es inconsciente de forma dinámica. Aquí, Freud trató la
cuestión de las resistencias inconscientes, que se convirtieron en uno de los factores
más importantes de su travesía al modelo estructural. Asimismo, las resistencias
inconscientes fueron fundamentales para abordar la dificultad de restringir los
procesos primarios al inconsciente reprimido. “Ahora bien: como tal resistencia parte
seguramente de su yo y pertenece al mismo, nos encontramos ante una situación
imprevista. Comprobamos, en efecto, que en el yo hay también algo inconsciente,
algo que se conduce idénticamente a lo reprimido, o sea, exteriorizando intensos
efectos sin hacerse consciente por sí mismo, y cuya percatación consciente precisa de
una especial labor” (p. 17). Freud conceptualizó “la antítesis entre el yo coherente y lo
reprimido disociado de él” (ibíd.), y añadió que “lo inconsciente ya no coincide con lo
reprimido. Todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo que inconsciente es
reprimido” (ibíd.). Además, como una proyección mental de la superficie del cuerpo,
“[e]l yo es, ante todo, un ser corpóreo” (ibíd., p. 27). El yo es el representante del
mundo exterior (realidad), mientras que el superyó se convierte en el representante del
mundo interior, es decir, el representante del ello. El superyó es una fase especial del
yo, que representa las prohibiciones y los ideales morales internalizados de la
sociedad y es, asimismo, un heredero del complejo de Edipo. Las dos clases de
instintos de 1920, el Eros y el Tánatos, “se enlazan, mezclan y alían entre sí” (ibíd., p.
41) y se ubican en el ello. Freud escribió: “Los peligrosos instintos de muerte son
tratados en el individuo de muy diversos modos. Parte de ellos queda neutralizada
por su mezcla con componentes eróticos, otra parte es desviada hacia el exterior,
como agresión, y una tercera, la más importante, continúa libremente su labor
interior”, y añadió: “cuanto más se limita el hombre su agresión hacia el exterior, más
severo y agresivo se hace en su ideal del yo, como por un desplazamiento y un retorno
de la agresión hacia el yo” (ibíd., p.54). El yo es una organización que lucha por la
síntesis, un “mediador” que mitiga entre las tendencias conflictivas del ello y el
superyó y un “representante” que se esfuerza por llegar a un pacto entre las tres
voluntades psíquicas (ello, yo y superyó) y el mundo exterior.
Una exposición completa del conflicto inconsciente e intersistémico entre los
tres sistemas o estructuras de la mente – ello, yo y superyó – y la segunda teoría de la
angustia apareció tres años después en “Inhibición, síntoma y angustia” (Freud,
1926). En este trabajo Freud ubica la angustia dentro del yo. Considera que la
angustia crea la represión; es el motivo de defensa yoica, no su resultado. La señal de
angustia implica que ya ha habido una situación traumática y primitiva, que ha sido
transformada y señala los peligros conectados a la pérdida del objeto; la pérdida del
amor del objeto; la castración y la pérdida de la aceptación interna o “el amor del
superyó”. La angustia activa las defensas, que se ubican dentro del yo. La explicación
del rol de las defensas continuó ampliándose en “Fetichismo” (1927e), donde Freud
describió la “negación” como la toma de conocimiento de aquello reprimido que, no

178
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obstante, no se acepta; como el conocimiento y desconocimiento simultáneos (p.


154). En “La escisión del yo en el proceso de defensa” (1940e), Freud continuó
elaborando el mecanismo de la negación y discutió la escisión inconsciente del yo a
expensas de su función sintética.
En este sentido, Freud nunca dejó de revisar sus ideas iniciales:
Una prueba ejemplar de la continuidad entre las diferentes fases de su teoría es
el texto “Construcciones en el análisis” (1937d), en que Freud revisó el concepto de
investidura libidinosa objetal en el inconsciente, una hipótesis ya sugerida en 1895.
En Estudios sobre la histeria, Freud (1895) ya había sugerido que los pacientes
histéricos sufren reminiscencias, también conocidas como “cuerpos extraños”
internos. En 1937 revisó esta tesis debido a una observación: al proponerle a un
paciente que hiciera una reconstrucción éste reaccionó con un recuerdo vivo,
“ultraclaro”, un Sachbesetzung der Objekt. Freud teorizó que estos recuerdos eran
alucinaciones que repetían experiencias psíquicas de la primera infancia que fueron
olvidadas, pero que entonces retornaban como recuerdos “ultraclaros”. El recuerdo
“ultraclaro” traiciona el surgimiento de lo inconsciente como “presencia” no
mediatizada; es un renacimiento o retorno perceptivo-sensorial de un “pensamiento” o
fantasía rudimentaria no verbalizada o reprimida.
Otro ejemplo de revisión de las primeras teorías de Freud se encuentra en
“Moisés y el monoteísmo” (Freud, 1939). En este texto Freud describió los destinos
del inconsciente, la memoria y la represión desde un ángulo socio-histórico,
afirmando que “[c]uando Moisés impartió a su pueblo la idea de un Dios único, no le
traía nada nuevo, sino algo que significaba la reanimación de una vivencia
perteneciente a los tiempos primordiales de la familia humana, una vivencia que largo
tiempo atrás habíase extinguido en el recuerdo consciente de los hombres. […] Los
psicoanálisis individuales nos han enseñado que las primeras impresiones recibidas
por el niño a una edad en que apenas tiene la capacidad del habla se manifiestan
alguna vez a través de efectos de carácter obsesivo, sin que ellas mismas lleguen a ser
conscientemente recordadas. Creemos que idénticas condiciones deben regir para las
primeras experiencias de la Humanidad” (pp. 129-130). De forma Nachträglichkeit,
también retomó la idea de la etiología traumática de la neurosis, descrita en la etapa
de la teoría de la seducción desarrollada entre 1895 y 1897, e introdujo una
modificación en la fórmula: “Trauma precoz-Defensa-Latencia-Desencadenamiento
de la neurosis-Retorno parcial de lo reprimido” (Freud, 1939, p. 82) con referencia a
la psicología individual

++++++

Las formulaciones de las conjeturas metapsicológicas del inconsciente fueron


desarrollándose de forma simultanea y progresiva en la obra de Freud. El modelo

179
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estructural, donde “el ser inconsciente” apareció como una calidad, no se formuló de
la noche a la mañana, ni sustituyó por completo el modelo topográfico. Existen
muchas pruebas de que los elementos de la teoría estructural se fueron formulando y
anticipando gradualmente, mucho antes de 1923. Asimismo, el inconsciente,
concretamente el inconsciente dinámico, siguió formando parte de todas las
estructuras mentales de la teoría estructural: ocupó el ello, gran parte del superyó y la
parte inconsciente del yo, las defensas.

III. EVOLUCIÓN POST-FREUDIANA DEL CONCEPTO DE


INCONSCIENTE

La conceptualización del inconsciente ha experimentado transformaciones


notables en el período post-freudiano del psicoanálisis, en parte debido a la
introducción de nuevos modelos clínicos y teóricos en las tres regiones
psicoanalíticas. Se observará que las contribuciones que se enumeran a continuación –
las teorías freudianas contemporáneas (norteamericanas): la teoría estructural o
psicología del yo y la nueva teoría del conflicto – guardan un fuerte parecido. Las
diferencias son sutiles, a menudo una cuestión de forma y no de fondo. Sin embargo,
por más sutiles que sean, estas diferencias son importantes: por ejemplo, algunas
teorías subrayan el funcionamiento y los procesos inconscientes del yo, e incluyen el
rol del yo inconsciente en la formación de las defensas y resistencias; mientras que
otras destacan la función sintética de la mente ante un conflicto. La diversidad de
opiniones contemporáneas sobre el inconsciente abarca desde las contribuciones de
los teóricos kleinianos y bionianos, hasta las de los miembros de la psicología del yo,
relacional, francesa y latinoamericana, así como las perspectivas interdisciplinarias
neuropsicoanalíticas. La lista concluye con varios enfoques del grupo del
inconsciente.

III. A. Desarrollos post-freudianos de la teoría estructural


Las revisiones de la teoría de Freud (1920, 1923, 1926) sirvieron para
impulsar un replanteamiento de las ideas sobre el inconsciente sobre todo en América
del Norte, donde en los años treinta emigraron muchos psicólogos del yo. Para
muchos de estos analistas norteamericanos que elaboraron su trabajo teórico durante
las décadas de 1940 y 1950, el inconsciente surge de una matriz indiferenciada con el
potencial de desencadenar el futuro desarrollo del yo y sus funciones. Algunas de
estas funciones no se ven afectadas por el conflicto; Hartmann llamó a estas funciones
“funciones autónomas primarias del yo” (Hartmann, Kris y Loewenstein, 1946),

180
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mientras que otras sólo ganan autonomía de forma secundaria, tras haber resuelto un
conflicto.
Las relaciones personales son las encargadas de mediar todos los aspectos de este
proceso en que las identificaciones se convierten en la función principal del yo, lo que
facilita una “neutralización” de la energía. Progresivamente, la teoría estructural post-
freudiana introdujo reflexiones genéticas, de desarrollo y adaptativas (Rapaport &
Gill, 1959, Freud, A. 1965) a la histórica teoría dinámica, estructural y económica de
la metapsicología freudiana.
En este punto, hay un tema importante que va captando mayor atención: el
intercambio del niño con las personas de su entorno. Al desarrollarse la teoría, se
empiezan a valorar las aportaciones inconscientes que se producen durante la
transferencia. Teniendo en cuenta la influencia cada vez mayor de los analistas de
Budapest y Berlín, y más tarde de los analistas de la British Middle School y los
primeros kleinianos, los contemporáneos de Hartmann prosiguieron el debate en torno
a las relaciones objetales, dando una mayor importancia a los aspectos conscientes e
inconscientes de las primeras fases del desarrollo. Edith Jacobson (1964) investigó los
mundos del yo y el objeto, y Margaret Mahler (1963, Mahler et al. 1975) proporcionó
la formulación clásica de separación-individuación que posteriormente revisó Stern
(1985). Se paró especial atención a la influencia de la fase preedípica de la infancia en
el desarrollo posterior, así como en la manera que se internalizan los controles
externos, que son en parte derivados de las transacciones del niño con los padres. Se
hizo hincapié en modelar los esfuerzos (pactados, filtrados, estimulados o negados del
tejido psicológico del yo o de las relaciones objetales) inconscientes, a partir de la
conceptualización de Freud (1926d) de los peligros infantiles relacionados con la
pérdida del objeto, la pérdida de amor del objeto y la amenaza de castración.
Jacobson (1964) contribuyó significativamente al debate del inconsciente. Ella
propuso que la energía indiferenciada primordial se transforma en pulsiones
libidinales y agresivas “bajo la influencia de estimulaciones externas” (1964, p. 13).
La frustración y la estimulación, establecidas como huellas de recuerdos de conflictos
infantiles, ordenan estas experiencias afectivas dentro del espectro del placer-
displacer, adaptándolas a cada individuo dentro de unos límites establecidos. Este
nuevo modelo psicológico del yo propició un mayor entendimiento del desarrollo del
individuo y sus representaciones objetales, presentes en las tres instancias psíquicas
(ello, yo y superyó).
La psicología del yo experimentó una transformación cuando los teóricos
empezaron a exigir hallazgos clínicos para apoyar sus conjeturas metapsicológicas.
Esta evolución incluyó algunos miembros del grupo inicial (como Mahler y
Jacobson), así como nuevas generaciones de pensadores (como, por ejemplo, Beres,
1962; Arlow & Brenner, 1964; Kanzer, 1971; Rangell, 1952; Wangh, 1959). Esta
nueva etapa fue marcada por la publicación de un monográfico de Arlow & Brenner
(1964), en el que derrumbaron la perspectiva metapsicológica con una renovada

181
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visión estructural. Este cambio abrió puertas a nuevas formas de concebir el


inconsciente. Cabe destacar nuevos integracionistas como Kernberg (1966), Kohut
(1971) y Rangell (1969b). El enfoque psicológico tradicional del yo pasó a
convertirse en el nuevo modelo estructural: un modelo que fue aceptado por la
mayoría de los analistas de América del Norte hasta bien entrada la década de los
setenta.
Uno de los principales cambios en el zeitgeist de esta corriente fue debido a su
oposición ante la orientación metapsicológica. Guiados por la metodología del
“operativismo” (la investigación de operaciones concretas), los teóricos
interpersonales y culturales H.S. Sullivan (1953), Horney (1941) y Fromm (1941)
exhibieron un énfasis anti-metapsicológico en sus obras, donde raramente, y sólo de
forma selectiva, utilizaron el concepto con fines descriptivos y secundarios, y no
como un aspecto trascendental de la vida psíquica. Sin embargo, incluso en sus
formulaciones, aquello “alienado”, “malo” y el “yo no” tenía que mantenerse fuera de
la conciencia y contenido dentro de un inconsciente “inmutablemente privado”. Si
bien no se trata de una corriente prevaleciente, este enfoque ha contribuido directa e
indirectamente a las nuevas conceptualizaciones psicoanalíticas; al trabajo dinámico
con patologías graves; a las conceptualizaciones de las primeras etapas del desarrollo
y a profundizar la comprensión de las transacciones inconscientes dentro del campo
de la transferencia y la contratransferencia.
El siguiente desafío que experimentó la conceptualización del inconsciente fue
proveniente de la perspectiva metapsicológica. Los principales representantes de esta
corriente fueron George Klein (1976) y Merton Gill, quien primero abandonó la
perspectiva topográfica (1963), y más tarde la metapsicología en general (1976,
1994). Ellos, con el tiempo, trazaron dos teorías psicoanalíticas: (1) una teoría clínica
basada en la observación empírica, y (2) una teoría abstracta especulativa. Roy
Schafer (1976) propuso un lenguaje de acción que pudiera explicar fenómenos
psicológicos de forma dinámica, empleando verbos y adverbios en lugar de
sustantivos y adjetivos. Además, Schafer defendió el uso de un lenguaje que incluyera
las fuerzas motivacionales y sus consecuencias, entendidas como las secuencias de
una acción. Esto representó otro avance hacia la intersubjetividad. Entre los teóricos
anti-metapsicólogos posteriores destacan Kohut (1977) y Gedo (1979). Gedo rechazó
la metapsicología porque había perdido de vista a la “persona” como un “agente” y
planteó un modelo del individuo en relación con los objetos para corregirla. Por ese
entonces se crearon nuevos grupos, con profesionales afines a la perspectiva
interpersonal y a la psicología del yo y relacional (Gerson, 2004; Hatcher, 1990). Su
centro de atención clínica era interpersonal, con excepción de Thomas Ogden (1992a,
b) y Jay Greenberg (1991), quienes volvieron a ocuparse de las fuerzas
motivacionales inconscientes.
Estos avences fueron acompañados por una serie de cambios o
“modificaciones metapsicológicas” que incrementaron el empleo del modelo
estructural y del conflicto psíquico (Arlow & Brenner, 1964); el papel y la función de

182
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la fantasía inconsciente y la transferencia inconsciente (Arlow, 1961, 1963, 1969a, b;


Arlow & Richards, 1991; Abend, 1990; Gill, 1982; Gill & Hoffman, 1982); el
desarrollo de la personalidad (Abraham, 1923, 1925 y 1926; Reich, 1931a, b); el
ordenamiento del proceso intrapsíquico (Rangell, 1969a); “la función inconsciente de
la toma de decisiones” (Rangell, 1969b, 1971) y una visión ampliada de la formación
pactada (Brenner 1976, 1982, 2006).
Esto produjo cambios en la conceptualización del inconsciente: de una
perspectiva estática del inconsciente, solamente enfocada en su contenido, se pasó a
una que lo entendía de forma fluida y estructurada al mismo tiempo. La idea de que el
inconsciente opera gracias a la estructuración de la fantasía, los estados múltiples del
yo y las identificaciones (como la actividad transferencial, las disociaciones, las
modalidades de relación narcisista, los diferentes tipos de relaciones objetales
internalizadas, etc.), pero también se adapta al entorno fluidamente, mediante un
proceso activo y flexible de maduración, comprensión e integración empieza a
extenderse entre las corrientes de pensamiento del funcionamiento inconsciente. A
partir de entonces, el concepto de inconsciente empieza a pensarse como algo que
posee dimensiones estructurales y procedurales.
Arlow (1969a, b) y Beres (1962), por separado y conjuntamente (Beres &
Arlow, 1974) demostraron que la fantasía inconsciente no está sólo compuesta de una
dimensión estructural y temática, sino que también tiene una dimensión que – como
expresión de los deseos más arcaicos – madura con el desarrollo. Esto coincide con el
trabajo de Sandlers (1984, 1987, 1994) y el de Rosenblatt (1962) sobre el inconsciente
pasado y presente y sobre las representaciones inconscientes. También anticipa
formulaciones posteriores (Bachant & Adler, 1997) acerca de la transferencia en
relación con el funcionamiento inconsciente adaptativo y arcaico.
En “Conceptos psicoanalíticos y la teoría estructural”, Arlow y Brenner (1964)
plantearon una reconstrucción radical del concepto del inconsciente. La relación entre
la angustia y el conflicto ocupa el núcleo central de esta reorganización. La angustia,
según Arlow y Brenner, se convirtió en el factor más importante del conflicto entre el
yo y el ello, y en la capacidad del yo de oponerse a las pulsiones instintivas.
Demasiado displacer puede provocar una angustia relacionada con los peligros de la
infancia. Esta angustia despliega un crisol de temores que estructuran el inconsciente
y continúan afectando a la persona a lo largo de su vida (Richards & Lynch, 2010).
Loewald fue otro teórico que contribuyó significativamente a desarrollar el
concepto. Se ha comparado con Sullivan, Klein, Rado, Kohut (Cooper, 1988) y
Winnicott (Chodorow, 2009), Fairbairn y Guntrip. Loewald, sin embargo, se
consideraba a sí mismo un psicólogo del yo.
En su obra, Loewald subrayó el rol de las relaciones objetales, tanto para la
formación psíquica como para el cambio producido a través del análisis. Su énfasis
en el tema de las relaciones objetales dio vida a las ideas de la fusión pulsional y la
neutralización, la neutralidad analítica y la acción terapéutica. Consideraba que, por

183
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ejemplo, la estructura psíquica de los instintos y el ello se originaba en la interacción


del niño con su entorno (la madre) (Loewald, 1978). Esto guarda muchos parecidos
con las anteriores formulaciones de Jacobson (1964). Estos teóricos entendían los
instintos como un producto de la interacción. Hasta este punto, Loewald se mostraba
en sincronía con analistas como Fenichel, Jacobson (1964), Mahler y Stone (1951); y
en desacuerdo con analistas como Hartmann (1939), Loewenstein (1953) y Kris
(1956a, b, c). Loewald, sin embargo, llevó esta reflexión un poco más lejos al afirmar
que la interacción era el aspecto más crítico de la internalización de la representación
subjetiva del yo y el otro. Esto le supuso un distanciamiento del sentido más
materialista de la instancia psíquica, la defensa y los conflictos inter-/intrasistémicos.
Por el contrario, se centró en la naturaleza de la interacción con el entorno (humano)
valorando el rol que desempeña “en la formación, desarrollo e integridad del aparato
psíquico” (1960, p. 221). Para Loewald, la interacción no es sólo una fuente pulsional
(1960, 1971, 1978), sino que también se convierte en el elemento principal de los
procesos inconscientes. Este énfasis en entender la interacción como un pilar básico
de la mente guió la teoría del inconsciente de Loewald, quien también trabajó y
modificó a fondo las características adaptativas y genéticas de la metapsicología de
Freud, al mismo tiempo que abandonaba los modelos estructurales y topográficos.
Loewald creía que “en el análisis […] tenemos la oportunidad de observar e investigar
procesos de interacción primitivos y más avanzados, es decir, interacciones entre el
paciente y el analista que conducen a, o provienen de, las integraciones y
desintegraciones del yo” (1960, p. 17). Al igual que Winnicott (Reino Unido),
Loewald y Jacobson (EE.UU.) pueden considerarse los precursores de la corriente
intersubjetiva.
A principios de los años setenta, analizar las experiencias del niño con otras
personas de su entorno se había hecho indispensable para conceptualizar el desarrollo
de la mente (Arlow & Brenner, 1964; Spitz, 1957; Mahler et al., 1975; Jacobson,
1964). Estas experiencias con los primeros objetos, con su debida gratificación o
frustración de los deseos, influyen y moldean las funciones yoicas del desarrollo del
niño (incluyendo la definición de sí mismo a través de las identificaciones), así como
los cánones morales y éticos. En el encuadre psicoanalítico, estas primeras
experiencias con otros forman el tejido de los deseos y miedos inconscientes que
pueden producir un acting out, actos de transferencia o contratransferencia,
enactments y violaciones de los límites del encuadre psicoanalítico (Lynch, Richards,
Bachant, 1997).
Durante los años sesenta y setenta, Arlow fue ampliando la noción freudiana
de fantasía inconsciente. Mientras que Freud entendía que la fantasía inconsciente se
derivaba del deseo inconsciente, Arlow lo entendía como un pacto que contiene todos
los componentes del conflicto estructural (Papiasvili, 1995). Según esta versión
ampliada, la fantasía inconsciente gestiona los deseos pulsionales, temores e impulsos
autopunitivos provocados por los contratiempos del desarrollo. Cada individuo crea
su propio conjunto de fantasías inconscientes. Estas reflejan conjuntos mentales que

184
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intentan comprender, responder, gestionar e integrar grandes conflictos, experiencias


y relaciones personales. Más adelante, Abend (1990) amplía todavía más este
concepto al añadir que las fantasías inconscientes “pueden funcionar para alterar y
disfrazar otras fantasías, así como para proporcionar satisfacción” (Abend, 1990, p.
61). Las narraciones de las fantasías inconscientes subsisten durante todo el
desarrollo, a pesar de que sus manifestaciones experimentan numerosas
transformaciones que, a su vez, dan lugar a diferentes “ediciones”, correspondientes a
las distintas fases del desarrollo. Las fantasías inconscientes forman los rasgos de
nuestro carácter, determinan nuestro comportamiento, nuestras actitudes, producen
nuestros síntomas y se hallan en el corazón de nuestros intereses profesionales y
nuestras relaciones amorosas. En la situación psicoanalítica, las fantasías
inconscientes son la causa de todas las actitudes y actividades de transferencia.
Mientras que tales fantasías inconscientes son modificables y van madurando
a medida que la persona busca nuevas soluciones más efectivas de forma
inconsciente, sus orígenes siguen siendo arcaicos y obsesivos y, como tales, siguen
ejerciendo un rol dinámico sobre la experiencia. Por lo tanto, la transferencia
inconsciente puede entenderse como una actividad que posee tanto aspectos
estructurales como procedurales. Arlow y Richards afirman que los deseos
inaceptables de la infancia “pueden desarrollase en forma de fantasías inconscientes
persistentes, y ejercer una estimulación continua sobre la mente” (1991: 309), lo que
acaba causando una serie de formaciones pactadas que van desde la adaptabilidad
hasta la inadaptabilidad.
Leo Rangell afirmó que el área de interés del psicoanálisis era el conflicto
intrapsíquico inconsciente (Rangell, 1967). Él trazó doce pasos secuenciales en la
aparición del conflicto inconsciente (Rangell, 1969a), que iban desde el inicio del
estímulo hasta el resultado psíquico final. Rangell (1969b, 1971) se centró en la
facultad de toma de decisiones inconscientes del yo en un contexto en el que reina un
proceso intrapsíquico omnipresente. Gracias a esta facultad, el individuo elige
inconscientemente si debe o no establecer una defensa para minimizar la angustia que
le produce el peligro. Con el tiempo, estas decisiones inconscientes se incorporan a
los rasgos del carácter, los cuales son más duraderos, y se transforman en expectativas
obsesivas del individuo. En la secuencia de los doce pasos del proceso intrapsíquico,
Rangell también plantea una “teoría de la angustia” que conecta la primera teoría de
la angustia del modelo topográfico con la teoría de la señal de angustia del modelo
estructural, a través de la transformación de la angustia traumática (experiencia
pasiva del yo) en una señal de angustia que anticipa el peligro.
A raíz de la obra de Freud, “Introducción al narcicismo” (1914) – precursora
de su teoría estructural y la teoría de las relaciones objetales –, muchos psicoanalistas
freudianos contemporáneos tendieron a pensar las relaciones objetales como un
elemento de las conceptualizaciones psicoanalíticas (Blum, 1998). Como las
relaciones objetales se convirtieron en un tema de interés capital, se hicieron
esfuerzos para integrar la psicología del yo o teoría estructural con las relaciones

185
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objetales. Kernberg (1982, 2015) propuso que los conflictos intrapsíquicos


inconscientes pre-edípicos eran característicos de los individuos limítrofes, para
quienes el conflicto inconsciente viene dado por la oposición entre las unidades
básicas de internalización, formadas por la representación de sí mismo, la
representación del objeto y el afecto que las une. Según esta conceptualización, se
considera que los afectos, los cuales van integrándose a las pulsiones, son un sistema
motivacional primario (inconsciente). (Véase las entradas separadas TEORÍAS DE
RELACIONES OBJETALES y CONFLICTO). Recientemente, Bach (2006), Ellman
(2010), C. Ellman et al. (1998) han incorporado las ideas de la British Object
Relations School a su teoría y se han dedicado a estudiar los temores de separación y
pérdida de uno mismo, y a definir el uso yoico de ciertos objeto. Asimismo, cuando
señalan la dificultad de entender el punto de vista de otra persona, introducen la
empatía como una herramienta para traer a la conciencia lo que había sido
impensable. Ellman (1998) ha ampliado el acceso al inconsciente proponiendo que los
enactments son como puentes que sirven para entender las fantasías inconscientes.

III. Aa. Teoría estructural contemporánea / psicología del yo


Según la teoría estructural o psicología del yo contemporánea, no todo es una
formación pactada: la represión y otras defensas específicas no son formaciones
pactadas; el yo no sólo hace pactos, sino que también decide entre varias alternativas
(Blum, 1998; Rangell, 1969). Dentro de esta corriente de pensamiento, Kris (1956c) y
Hartmann (1939; Hartmann, Kris & Lowenstein, 1946) mantienen un debate acerca
de la naturaleza de la represión en la teoría y en relación con determinado material
clínico. Según ellos, existen una multitud de factores clínicos y del desarrollo
relacionados con la represión (Busch, 1992, 1993; Gray, 1994; Ellman, 2010).
Además de incorporar el concepto de yo inconsciente de Freud (Freud, 1914) como
clave para elaborar y perfeccionar los conceptos de funcionamiento del yo
inconsciente, la teoría estructural contemporánea y la psicología del yo estudian las
distintas formas de inconsciente, respetando en todo momento las limitaciones
descriptivas de sus propuestas. Estas tendencias sirven de contrapunto de otras
tendencias actuales que sustituyen el inconsciente dinámico por un no consciente
implícito, procedural, automatizado y sin simbolizaciones. Según este enfoque, se
puede emplear la memoria procedural y la automatización de los procesos mentales
para entender cómo varios procesos del yo, como las defensas, son capaces de resistir
al cambio y necesitan ser muy trabajados para desarticular su resistencia a la defensa,
con una práctica que no requiere una maniobra determinada, o una defensa, sino
varias. El psicoanálisis puede, con el estudio de tales procesos, profundizar en la
comprensión de esta forma de inconsciente, la cual se manifiesta mediante la
proceduralización y la automatización.
Muchos psicólogos contemporáneos del yo observan que la represión parece
haber perdido la preeminencia que le correspondía en el trabajo analítico. Desde este

186
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punto de vista, es como si se emplearan varias defensas de negación, como la


minimización, y sobre todo el acento en otras realidades (como los recuerdos no
simbolizados y procedurales), para encubrir una realidad no deseada (en este caso, la
importancia que tiene para muchas personas la represión activa de los recuerdos
declarativos y sus afectos asociados).
Los psicólogos del yo emplean el método psicológico del yo para distinguir
los distintos procesos y modos de pensamiento. Abordan el estudio de los recuerdos
post-traumáticos no procesados y no simbolizados, sin minimizar los límites del
inconsciente, con sus procesos primarios, ante este tipo de recuerdos y
procesamientos mentales. Fuera de la psicología americana del yo, otros autores
también han propuesto conceptualizaciones de lo no simbolizado (por ejemplo, Bion,
1962; De M’Uzan, 2003). A pesar de que sus aportaciones clínicas han sido muy
beneficiosas, los psicólogos del yo las ven como una combinación de varios procesos,
tales como el desarrollo relacionado con el crecimiento del yo y el desarrollo de
procesos secundarios fuera de los ámbitos donde actúa el proceso primario – y el
proceso traumático. Dentro de la psicología del yo americana, Alvin Frank (1969), en
su evocador artículo “Lo no recordado y no olvidado: la represión primordial y
pasiva”, explicó este ámbito de funcionamiento no procesado mediante algunos
ejemplos clínicos muy llamativos.
Recientemente, se ha propuesto el término “proceso cero” para referirse a esta
forma de funcionamiento mental (Fernando, 2009, 2012), diferenciándola así del
proceso primario. Por ejemplo, el “instante presente, congelado, que siempre está
sucediendo y nunca cambia”, característico del proceso cero, que explica su
naturaleza “atemporal”, es muy diferente de los elementos libres, en movimiento
constante, del proceso primario que, sin embargo, nunca se agotan. Asimismo, la
“concreción”, la “falta de abstracción”, la “falta de simbolización en el proceso
secundario”, y la “falta de integración” indican que esto puede aplicarse tanto a los
procesos primarios como a los cero y, aún así, adoptar significados muy diferentes
según el tipo de procesamiento mental. El “proceso cero” es una herramienta para
conceptualizar el funcionamiento mental post-traumático y para ahondar en la
comprensión de sus propiedades. Al mismo tiempo, se puede entender la importancia
de las otras dos clases de procesos mentales, el primario y el secundario, y la forma en
que se organiza y funciona la mente a través de ellos. Esto pone de relieve el nivel de
interacción entre estas formas de funcionamiento. En el proceso cero hay una forma
muy diferente de inconsciente, un “universo paralelo” y extraño, donde la gente
puede entrar y salir de forma muy distinta al “sistema inconsciente” o al ello descrito
por Freud. Según los psicólogos del yo, estos reinos del inconsciente siguen siendo
factores importantes para el funcionamiento mental normal y para el trastornado y ha
llegado la hora de ampliar la concepción de la mente para incluirlos a todos.

187
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III. Ab. El inconsciente en la teoría contemporánea del conflicto (MTC)


La teoría contemporánea del conflicto (MTC, por sus siglas en inglés) ha
dejado atrás el estudio de las fases psicosexuales del desarrollo para centrarse en los
procesos del conflicto y la formación del compromiso (Arlow, 1966, 1981; Brenner,
1982, 1999, 2006; Richards, 1986). Para este enfoque es fundamental entender las
fantasías, deseos y temores organizados a través de las relaciones del niño con otras
personas. Los psicólogos contemporáneos del conflicto consideran que una
comprensión de los procesos intrapsíquicos, manifiestos a través de fantasías
inconscientes modeladas y expresadas a través de una mezcla de determinantes
psicológicos, biológicos y sociales, es central para su teoría.
Aunque Abend (1980, 2005), Brenner (1999, 2002), Rothstein (2005) y
Richards (1986) definieron anteriormente las formaciones de compromiso como una
cosa, la posición que adoptan muchos teóricos del conflicto es que esta dimensión de
la actividad mental puede entenderse mejor si se piensa en operación continua de un
proceso que siempre está buscando mejores soluciones para resolver los conflictos y
su displacer. La mente siempre está sintetizando (Rangell, 2004, 2007) y gran parte de
lo que logra conducir son conflictos inconscientes. La secuenciación de los procesos
intrapíquicos (toma de decisiones inconscientes) de Rangell (1963a, b; 1969a, b;
Lynch & Richards, 2010) contribuye a esta perspectiva del proceso. En la teoría
contemporánea del conflicto no existe el concepto de “el inconsciente” como una
estructura o un lugar donde se ocultan los recuerdos secretos, y de donde pueden ser
sonsacados a través del análisis. En lugar de ser un sustantivo, la palabra inconsciente
se emplea como un adjetivo o adverbio para designar el afecto inconsciente, los
temores inconscientes, las prohibiciones inconscientes, y las formas inconscientes que
tiene uno mismo de defenderse del displacer y la fantasía inconsciente, los cuales se
formulan e investigan para disminuir su poder y motivar la conducta.
Para comprender la nueva teoría del conflicto es importante tener en cuenta
que las contribuciones inconscientes al funcionamiento de la mente tienen
dimensiones estructurales y procesales. El aspecto estructural de la actividad
inconsciente se analiza a través de su organización de la vida psíquica. La
transferencia, así como los patrones relacionales con uno mismo y con los demás
(incluyendo la culpa y el auto-castigo), las disociaciones, el campo intersubjetivo y
las relaciones objetales internalizadas se estructuran entorno a las fantasías
inconscientes, las cuales son únicas para cada individuo. Los procesos inconscientes
tienen una dimensión fluida, se adaptan de forma creativa a las realidades del
presente mediante la maduración, la comprensión y la integración o desintegración
que se transforma en angustia o depresión.
Se puede entender mejor el rol de la fantasía en el desarrollo de la actividad
inconsciente si se piensa como una fuerza organizadora primordial, que se origina a
partir de una compleja interacción de factores ambientales e intrapíquicos (Arlow,
1969a, b; Arlow & Richards, 1991). Las fantasías inconscientes son organizaciones

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que buscan ayudar a la persona a maximizar el placer y minimizar el displacer. Para


los teóricos modernos del conflicto, cada fantasía inconsciente es una expresión de
cómo esta función sintetizadora de la mente lidia con el conflicto. Los contenidos de
estas fantasías inconscientes derivan de las ambivalencias y los conflictos de la
infancia, y de las variantes que van apareciendo durante toda una vida.
En la mente se forman elementos complejos que dependen de la circunstancia
y la necesidad. En cualquier caso, los elementos del conflicto siguen siendo los
mismos, es decir, una pulsión derivada, un efecto desagradable, una defensa, una
expresión moral o ética, o una demanda del mundo exterior; mientras que el
contenido del conflicto varía con cada individuo, según su composición, experiencia
vital y situación actual. Los teóricos del conflicto entienden esta elaboración como la
manifestación de la estructura y el proceso de la actividad negociadora que caracteriza
la vida mental.

III. B. El inconsciente según la teoría “británica” de las relaciones objetales


(Klein, Bion, Winnicott)
La teoría de las relaciones objetales es una teoría post-freudiana de gran
importancia, originada en Inglaterra y Francia. La teoría de las relaciones objetales
desarrolla un concepto de inconsciente que no parte del modelo energético freudiano
de la pulsión y el proceso de represión, sino de un modelo relacional de la mente.
Todos los conceptos teóricos derivados de esta escuela describen el inconsciente
como un sistema que se desarrolla y configura dentro de una relación. La teoría de las
relaciones objetales se centra en el rol del objeto concebido como el producto de la
internalización de las experiencias relacionales que el individuo ha experimentado
desde la primera infancia. Según esta perspectiva, existe un punto de encuentro entre
los dominios intrapsíquicos y los intersubjetivos, los eventos relacionales y las
funciones mentales inconscientes. La pulsión innata del bebé se va formando a través
de sus interacciones con el entorno que, a su vez, se enriquecen y remodelan gracias a
los procesos psíquicos inconscientes. A pesar de que fue poco conocido en vida, “el
hombre que des-dividió el átomo psíquico” (Malberg & Raphael-Leff, 2014), W. R.
D. Fairbairn (1952), se considera uno de los primeros innovadores teóricos en este
ámbito.
Más reconocido e influyente ha sido el trabajo de Melanie Klein, que va desde
una perspectiva puramente intrapsíquica hasta una intersubjetiva. El inconsciente de
Klein se caracteriza por los mecanismos de defensa del niño, quien se ve empujado a
abandonar la angustia y la parte sádica del yo – dominados por la pulsión de muerte –
a través de los procesos inconscientes de escisión e identificación proyectiva. A esto
se le añaden las defensas de la negación y la idealización. El concepto de inconsciente
como un producto de la represión primordial propuesto por Freud, no encaja en el
concepto kleiniano del inconsciente (Mancia, 2007). Según la teoría kleiniana, la vida
interior del individuo parte de la fantasía inconsciente y está gobernada por

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posiciones esquizoparanoides y depresivas (PSP-PD) (Klein, 1935). Estos son modos


de funcionamiento intrapsíquicos que reflejan cómo se relaciona una persona con sus
propios objetos internos y cómo estos influyen profundamente en su forma de
relacionarse con el mundo exterior. El concepto kleiniano de identificación proyectiva
se ha ido orientando a lo relacional y, por consiguiente, se ha ido transformando,
dentro del modelo teórico bioniano, en una forma de interacción y una exigencia
inconsciente de contención y ensueño. Según el funcionamiento mental inconsciente
de la función alfa descrito por Bion (1962, 1965), uno puede observar cómo se
desarrolla el inconsciente en un contexto relacional: la mente consciente e
inconsciente del bebé se estructura gracias a la función del ensueño maternal, un
elemento crucial de la organización inconsciente del bebé. Antes de que surja la
represión, el inconsciente se moldea mediante una transformación facilitada por la
mente de los padres, compuesta de experiencias sensoriales y emocionales que llegan
al niño a través de las relaciones primarias.
El concepto kleiniano de “fantasía inconsciente” ha llegado a todas las
regiones y culturas psicoanalíticas. En inglés, la palabra “phantasy” se escribe con
“ph” en lugar de con “f”: esto es porque el término hace referencia a una estructura
psíquica básica, con un contenido ideacional específico, y no a una historia elaborada,
basada en los derivativos de las pulsiones, o una ensoñación. Los fundamentos
teóricos para entender la mente como una organización formada en torno a estos
pilares de la estructura psíquica surge a raíz de la afirmación de Melanie Klein de que
el conocimiento, o como mínimo una relación íntima con el objeto, ya sea como
finalidad o como fuente de satisfacción, es una parte inherente de las pulsiones. A
diferencia de la teoría freudiana, según la cual las pulsiones coexisten en la psique con
los derivativos y el objeto debe “encontrarse” por tal de entrar en la ecuación
inconsciente; para Klein, el objeto de la pulsión está allí ab initio, de forma intrínseca
e innata. Además del objeto, también existe un sentido congénito del yo mismo como
sujeto – por ejemplo, el sujeto que desea – no importa cuán parcial, vaga o primitiva
sea la unidad básica del “yo quiero algo de ti o hacerte algo a ti” (como objeto parcial
o completo), ésta se posee desde el mismo comienzo de la actividad psíquica.
Bion recuperó y amplió el concepto freudiano de “barrera de contacto”
publicado en “Proyecto de una psicología científica” (Freud, 1895) y propuso una
nueva forma de conceptualizarlo. En términos freudianos, la represión era como una
barrera que defendía el sistema consciente del inconsciente. Bion teorizó lo contrario:
que “la represión también defendía el sistema Icc. de los estímulos sensoriales
originados en el sistema Cc.” (Bion, 1962, p. 27; Grotstein, 2008). La barrera de
contacto une y separa los fenómenos mentales conscientes e inconscientes: gracias a
su permeabilidad selectiva, se hace posible un intercambio entre los sistemas Cc. e
Icc. La función alfa crea y refuerza la permeabilidad selectiva de la barrera de
contacto entre el consciente y el inconsciente. Mediante esta función los datos
sensoriales de la experiencia emocional (los elementos beta) se transforman en
elementos alfa y pueden utilizarse para pensar y soñar. La función alfa incluye tanto

190
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los procesos primarios como los secundarios y las funciones que hay dentro de los
sistemas Cc. e Icc. (Grotstein, 2004, 2007). Según Bion, tanto el principio del placer
como el de realidad se encuentran en el reino de la función alfa: no son concebidos
como principios separados, como pensaba Freud (1911b), sino como conjuntos de
oposiciones binarias, presentes en ambos sistemas, que generalmente cooperan entre
sí (Bion, 1962, 1963, 1965).
Del concepto de barrera de contacto surge el de la “visión binocular”: una
habilidad basada en el doble enfoque, que fomenta la cooperación entre la función
mental consciente y la inconsciente (Reiner, 2012). Bion se refiere a esto cuando
escribe que “necesitamos un tipo de visión mental binocular – un ojo ciego [al mundo
sensual] y el otro con una visión bastante buena” (Bion, 1975, p. 63). La visión
binocular aporta profundidad y relevancia a la experiencia, y es entendida por
Grotstein (1978) como una “pista dual”, la cual facilita la aprehensión de los
fenómenos que tienen lugar en el transcurso de un análisis. “Los sistemas Icc. y Cc.
pueden concebirse como dos ojos o dos hemisferios cerebrales receptivos a las
intersecciones del ‘O’, en constante evolución, desde sus respectivos puntos de vista”
(Grotstein, 2004, p. 103). Esta visión binocular permite que el analista preste atención
a lo que observa e intente comprenderlo desde una doble perspectiva reversible: una
consciente y una inconsciente, que a su vez fomentan una manera de ver las cosas
desde diferentes puntos de vista (De Bianchedi, 2001).
Bion cree que los analistas deben emplear ambas mentes, la consciente y la
inconsciente, por tal de mostrarse receptivos ante “O”: “la verdad absoluta de la
realidad última” (Bion, 1970, p. 88). De este concepto deriva la concepción del
inconsciente como un sistema que coincide parcialmente con “O”, desconocido e
imposible de conocer porque se halla fuera de la conciencia reflexiva. Sólo se puede
acceder a él mediante a un eco de “O”. Con la introducción del concepto de “O” y su
conexión con la-cosa-en-sí-misma y el “infinito”, Bion lleva el concepto de
inconsciente a la postmodernidad: está “ligado al infinito, al caos y a la teoría de la
complejidad, la teoría de la catástrofe y la espiritualidad” (Grotstein, 1997, p. 84).
Cabe destacar que existe una fuerte correlación entre el entorno primario y la
posibilidad de encontrar “O”: esto radica en la calidad de los objetos primarios y los
interlocutores (y en el análisis, según la calidad de la postura clínica del analista), que
determina la posibilidad de que el bebé/paciente pueda soportar el encuentro con “O”
(Gaburri & Ambrosiano, 2003) y la realidad emocional que se desprende de ello.
Para Bion, O es el dominio del “objeto psicoanalítico”, el verdadero norte
hacia el que debe dirigirse la investigación analítica, incluso si nunca puede llegarse a
“conocer” por completo. Esta visión de algo que está ahí pero sólo puede intuirse o
“llegar a ser”, porque no pertenece “a los sentidos”, es una reminiscencia
epistemológica del pensamiento de Platón, Kant y muchos místicos. En la medida en
que los elementos u “ocurrencias” de O en uno mismo nunca pueden llegar a
conocerse o verbalizarse, esa dimensión inefable del ser es, por definición,
“inconsciente”. Sin embargo, la parte incognoscible “inconsciente” de O no es el

191
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inconsciente dinámico freudiano de lo reprimido. Es más parecido a las capas


profundas del ello freudiano, algo que surge, no estructurado, que aún no está
formado. Si se puede hablar de “elementos” en el dominio de O, podría decirse que
estos equivalen a perturbaciones sensoriales o turbulencias que todavía no son
psíquicas (son “prepsíquicas o “protopsíquicas”). Bion nunca designó el contenido
de O, sino que describió los fenómenos prepsíquicos y protomentales, que llamó
elementos Beta, como elementos inadecuados que no pueden ser pensados o
reflexionados, a menos que – o hasta que – sean transformados mediante una especie
de “trabajo psíquico ensoñador”. Atribuyó el nombre de “función alfa” a esta
actividad y afirmó que la función alfa era fundamental para el proceso continuado, de
24 horas, que creaba los “pensamientos de ensoñación” construidos a partir de los
“elementos alfa”. Se da por sentado que estos últimos son los pilares del pensamiento,
la actividad de pensar y la organización psíquica. Una vez creados, los elementos alfa
se emplean para establecer una barrera de contacto que, a su vez, es esencial para el
procesamiento (mentalización) de la experiencia, la delimitación del espacio psíquico,
la creación de un continente para los pensamientos y la división topográfica de los
contenidos de la mente entre los sistemas Icc. y Prcc.-Cc.
Puesto que los elementos beta son estímulos sensoriales que todavía no han
adquirido un significado, son distintos del concepto de “representaciones” de Freud.
Si bien estos últimos pueden ser conscientes o inconscientes, los elementos beta se
ubican más allá de la conciencia – o, mejor dicho, antes de ella – puesto que no son
psíquicos, pero “existen” o se registran en un plano somático o neurobiológico (los
órganos sensoriales y el cerebro son parte de este plano). Esta formulación puede
vincularse con el modelo del arco neuronal de Freud, como describe en su “Proyecto
de una psicología científica”. Es importante advertir que los elementos beta son
inconscientes porque todavía no son psíquicos, no porque hayan sufrido una represión
o alteración defensiva exigida por un conflicto con el superyó o por la angustia
producida por su contenido y significado anhelante o aterrador. Una vez que los
elementos beta se transforman en elementos alfa – es decir, una vez se han hecho
psíquicos – pueden conseguir una saturación de significado, es decir, adquirir una
condición simbólica, conectarse a otros elementos mentales para formar fragmentos
narrativos y cadenas asociativas, etc. Es entonces cuando adquieren la condición de
representaciones y pueden emplearse para formar pensamientos e ideas que pueden
llevarse a la conciencia o reprimirse en el inconsciente por la angustia que despiertan.
Así pues, la teoría de los elementos beta y la función alfa de Bion es una
metapsicología de la formación, estructuración y desarrollo de la mente. “O” contiene
las semillas del futuro desarrollo psíquico que llega a través de procesos que son
inicialmente intersubjetivos (ensoñación materna, continente/contenido) y dependen
de la presencia de un objeto facilitador, el cual entrega su propia función alfa al
paciente o bebé para formar una “pareja pensante” más efectiva. Una vez adquirida la
función alfa, ya sea mediante la ayuda de otra mente o la introyección de la función
alfa materna y la “pareja pensante”, el proceso continuado de transformación de

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elementos beta en elementos alfa produce la “barrera de contacto”, activando aquello


reprimido o el inconsciente dinámico de Freud. Este es un proceso que funciona toda
la vida. De aquí que Bion afirmara que el psicoanálisis es la sonda que expande el
mismo dominio que quiere explorar. Alternativamente, el hecho de que Bion
reconociera que la función alfa puede revertirse con elementos alfa canibalizados,
evacuados como heces mentales para empobrecer la mente, y la barrera de contacto
pueda sustituirse por una rígida pantalla beta, ofrece una visión dinámica y dialéctica
de la mente que lucha por guardar un equilibrio a toda costa. En la declaración
paradójica de Winnicott (1960) de que “no existe tal cosa como un niño” (ibíd., p.
587), uno puede ver reflejado en qué grado la subjetividad y el inconsciente del
individuo necesitan la existencia de otro sujeto y dependen de la relación primitiva
con el entorno. El concepto de lo “sabido no pensado” de Bollas (1987) es una
ampliación del concepto de inconsciente relacional y un punto de convergencia con la
neurociencia. Esto se compone de las huellas silenciosas del inconsciente no
reprimido y de los sedimentos de las primeras interacciones del individuo. Representa
una forma profunda de conocimiento del inconsciente relacional que permea el
“idioma” y todo el ser del individuo.
Mientras que las reflexiones de Klein, Bion y Winnicott han sido muy
influyentes en Europa y América Latina, la recepción de las teorías de Klein,
especialmente en América del Norte, ha sido más gradual e idiosincrática. En general,
hasta mediados de la década de 1970, no se enseñaban los artículos ni las ideas
kleinianas clásicas o contemporáneas en los institutos de América del Norte. Esto fue
debido, en gran medida, a las tensiones no resueltas entre los seguidores de Melanie
Klein y Anna Freud, y porque los principales analistas que escaparon de Europa y se
hicieron un nombre en América del Norte eran seguidores de Anna Freud. Como
resultado, hasta hace relativamente poco, apenas habían formadores kleinianos
capacitados o analistas formadores de esta escuela en los Estados Unidos y Canadá.
(Una de las excepciones más notables es Clifford Scott, un canadiense analizado por
Melanie Klein y formado en la Sociedad Psicoanalítica Británica quien, de hecho,
acabó siendo su presidente antes de regresar a Canadá en 1954. Scott dejó una
importante impronta en Londres y en tres generaciones de analistas de habla inglesa y
francesa de Montreal).
Esta situación ha ido cambiando gradualmente en las últimas cuatro décadas,
puesto que muchos kleinianos capacitados de América Latina han emigrado a los
Estados Unidos y Canadá y han empezado a asumir cargos influyentes en sus
sociedades analíticas locales.
Esta situación ha demostrado ser un obstáculo para la existencia de una
corriente kleiniana plenamente desarrollada en América del Norte, pero también ha
traído ventajas. A falta de una cultura y tradición kleiniana sólidas, los
norteamericanos que estudiaron a Klein para después convertirse en “simpatizantes de
Klein” o “influenciados por Klein”, fueron quizás más libres a la hora de adoptar y
aplicar las ideas de Klein y los neo-kleinianos que sus compañeros más ortodoxos de

193
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otras regiones. James Grotstein, reconocido internacionalmente por ser una autoridad
en Klein y Bion, amplió sus conceptualizaciones sobre la identificación proyectiva
con su concepto de “trans-identificación proyectiva” (Grotstein, 2005, 2008); y
Thomas Ogden (1982, 1986, 1989), quien presentó su propia síntesis de Klein,
Fairnbairn, Bion y Winnicott, al mismo tiempo que exploraba las estructuras
profundas fluidas de la experiencia y el conocimiento (consciente e inconsciente) son
los dos ejemplos más notables de esta libertad adaptativa. De hecho, es gracias a estos
avances teóricos que muchos analistas norteamericanos valoran los conceptos de
identificación proyectiva y/o contención (véase las entradas separadas
IDENTIFICACIÓN PROYECTIVA y CONTENCIÓN), aunque sólo sea como un
proceso interpersonal de inducción inconsciente.
Los kleinianos de América del Norte han intentado emplear la noción de
fantasía inconsciente de Klein entendida como una amalgama de representaciones de
transacciones anheladas, temidas o imaginadas entre el yo mismo y el objeto que
constituye, estructura e informa el mundo interior de cada uno. Se podría calificar
justamente de “punto de vista dramático” y una añadidura a las premisas clásicas –
dinámica, topográfica, económica, genética y estructural – de la metapsicología
freudiana. Entendida así, la fantasía inconsciente juega un papel muy importante en la
comprensión de conductas, sentimientos y carácter del paciente, cosa que puede llevar
a entender la transferencia como una manifestación o externalización de la fantasía
inconsciente y el camino real a su comprensión. Son varios, sin embargo, los que
muestran reservas en torno a la objeción de Klein a esta idea, ya que puede hacer
sentir culpable al paciente de un problema de contratransferencia del analista.
La influencia del pensamiento de Bion en América del Norte deriva, en parte,
del tiempo que vivió en California durante los últimos años su vida. Allí un grupo de
analistas estadounidenses estuvieron directamente expuestos a sus enseñanzas.
Además de Grotstein y Ogden, también Harold Boris (1986, 1989), quien llevó las
reflexiones de Bion a Boston, fue una fuente de influencia bioniana en toda América
del Norte. Se piensa que Bion decidió irse a vivir a América para evadir las tensiones
que conlleva el hecho de pertenecer a un grupo, el grupo de Klein de Londres, del
cual era un miembro destacado. Como indicó en su trabajo posterior, sentía que la
pertenencia a un grupo – y, más aún, la clase de notoriedad que había alcanzado –
desata tensiones inevitables que pueden conducir a la conformidad y la
inmovilización, en lugar de estimular la creación y el descubrimiento de nuevas ideas.
Esta tendencia, así como su debate entre el “místico” (individuo creativo) y el
“establecimiento” (el grupo) fue algo que advirtió y combatió toda la vida.
La influencia de Bion en América del Norte refleja estas opiniones, sobre todo
porque se mostró inflexible ante la idea de crear una escuela “bioniana” o enseñar a la
gente a analizar como él hizo. Esto es característico del “Bion tardío”, como lo es su
énfasis en la autonomía del analista, su búsqueda y necesidad de ser creativo y hacer
frente al cambio, incluso al “cambio catastrófico” que Bion pensaba que se producía
durante el desarrollo.

194
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El “tercer analítico” de Ogden (Ogden, 1994), el “ensueño” de Bion y el


“sueño diurno” (Bion, 1962), así como la “transidentificación proyectiva” de
Grotstein (2005, 2008) pueden verse como ampliaciones del inconsciente formuladas
desde la teoría de las relaciones objetales y como descripciones del posicionamiento
mental del analista derivadas de tales reflexiones sobre el inconsciente. Estos avances
son indispensables para que un encuentro analítico sea un “asunto de dos” (Bion,
1978). En este sentido, la “transidentificación proyectiva” de Grotstein (2005, 2008,
2014) hace referencia al aspecto comunicativo inconsciente de la “inducción mutua”,
conectada al funcionamiento “binario” del inconsciente y entendida como la
compensación recíproca entre procesos simétricos primarios y asimétricos
secundarios. De hecho, puede relacionarse con la conceptualización de la lógica
inconsciente del latinoamericano Ignacio Matte-Blanco (ver más abajo); mientras que
el inconsciente ampliado de Bion y Ogden, puede conectarse con la elaboración
todavía más extensa de dos excelentes teóricos italianos, Antonio Ferro y Giuseppe
Civitarese. Todas estas ampliaciones (Grotstein, Bion, Ogden, Ferro, Civitarese) se
incluyen en el pensamiento sintético latinoamericano sobre la comunicación
inconsciente (ver más abajo).
Ferro y Civitarese emplean esta conceptualización ampliada del inconsciente
para profundizar en la separación con una técnica clásica. Para Ferro (2004, 2009,
2016), quien entiende la sesión psicoanalítica como un campo, la importancia que dan
Bion y Grotstein al desarrollo de la capacidad de pensar mediante la comunicación
inconsciente es primordial: “no es una cuestión de datos históricos ni de rescatar cosas
del pasado; por el contrario, el énfasis radica en desarrollar la capacidad del paciente
– o, mejor aún, del campo – de pensar (soñar), por medio de una transformación
continuada de las comunicaciones del paciente en un sueño” (Ferro & Foresti, 2013,
p. 371, el aspecto de campo añadido en: Ferro & Civitarese, 2016). Por su parte,
Civitarese (2014, 2015; Ferro & Civitarese, 2016), como Bion y Ogden, piensa que el
analista debe olvidar las contradicciones surgidas durante el examen racional y
permanecer en un estado de alucinación. Según esta ilustración del punto de vista
“dramático” antes mencionado, para poder observar lo que el paciente observa,
Civitarese, citando a Ogden, sostiene que el “analista debe prestar atención a todas las
impresiones, sensaciones e ideas que parezcan entrar en conflicto con la realidad
material, porque estas cuentan una historia diferente de la oficial – una historia que
quizás sea más verdadera” (Ogden, 2003, p. 73), puesto que “el inconsciente habla
con una calidad de verdad que es diferente […] y más compleja que la que el
consciente es capaz de percibir y expresar…” (Ogden, 2003, p. 602). Los
“personajes”, el paciente y el analista, se reparten los roles del “texto del análisis” y se
someten a transformaciones constantes para facilitar la expresión de lo que se va
haciendo progresivamente pensable en el aquí y ahora de la sesión (Civitarese &
Ferro, 2013; Ferro & Civitarese, 2016).

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III. C. Perspectivas relacionales y psicología del sí mismo: dos corrientes teóricas


originarias de América del Norte

III. Ca. Modelos relacionales del proceso inconsciente

El psicoanálisis relacional comenzó a funcionar en los años ochenta, en los


Estados Unidos. La teoría relacional ubica su origen, su ADN, en las reflexiones de
Ferenczi (1949) y Balint (1952), en las relaciones objetales y en las provenientes de la
teoría de campo, llevadas a América del Norte por Heinz Racker (1957), así como en
la escuela interpersonal de Harry Stack Sullivan (1953). Este linaje múltiple conlleva
una serie de implicaciones. La experiencia y los fenómenos inconscientes emergen de
un contexto intersubjetivo, un campo bipersonal, y gracias a una interacción entre dos
personas en la que se produce una transmisión inconsciente dentro de la díada
analítica, dentro del sistema en que el individuo se halla sumergido. De forma
inevitable, esto infunde cierta incertidumbre y ambigüedad a la experiencia. El origen
y lugar de las experiencias son, por lo general, imposibles de determinar. El hecho de
pararse a pensar de quién es el inconsciente que está operando en la experiencia de
cada uno de los participantes es una cuestión que debe permanecer abierta durante
todo el proceso clínico. La contratransferencia, en este sentido, siempre es inducida y
provocada ambiguamente: es una experiencia personal y dialógica, intrapsíquica e
intersubjetiva.
La teoría relacional muestra un gran interés por el trauma y sus secuelas en la
experiencia consciente e inconsciente. Asimismo, hace hincapié en la presencia y
poder de las escisiones verticales ante la superposición de planos horizontales de
consciencia. La disociación se presenta de muchas maneras, desde una escisión
tajante, clara y no comunicativa hasta una relativamente porosa. Philip Bromberg
(1994, 1996), quien ha elaborado y profundizado sobre el tema de la disociación,
describe escisiones de la consciencia que niegan o expulsan el contenido tóxico y
traumático, ya sea que emane de adentro o afuera del individuo. Bromberg también
llegó a entender cómo se relaciona la disociación con el apego, que a menudo se
encuentra fuera de la consciencia. El individuo (incluyendo al niño joven) se escinde
y “olvida” las experiencias que conllevarían un apego a una figura potencial y
necesariamente de riesgo. De cierta manera, se sacrifica la integración mental para
poder conservar lazos llevadores con la otra persona.
Además de poseer el potencial para realizar una transmisión bipersonal
inconsciente, el proceso inconsciente adopta una posición determinada en la esfera
intrapsíquica. En este punto se nota la influencia de las relaciones objetales de la
teoría relacional: por la experiencia de mundos interiores, objetos interiores vivos,
moribundos, tóxicos o benignos. El grado de consciencia y la presencia de la escisión
como elemento dominante del funcionamiento mental, depende de una gran variedad
de factores individuales y externos/interpersonales. Por esta razón, para un analista
relacional es útil pensar en términos de fantasías inconscientes, entendidas como

196
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patrones relacionales representativos, con un significado concreto, a menudo


inconsciente. Una de las luchas y, tal vez, tensiones que generan los modelos
relaciones del inconsciente es la de traer a la superficie algo profundo. La dimensión
intersubjetiva de la experiencia (el diálogo, la interacción) incluye registros
bipersonales tanto conscientes como inconscientes de la experiencia. Uno de los
aspectos clave de los modelos relacionales del inconsciente es la elaboración de
fenómenos inconscientes, tanto en las experiencias internas como en las
interpersonales. Esto permite una descripción más dialéctica y menos polarizada de la
interacción entre el interior y el exterior; lo interpersonal y lo intrapsíquico.
Mientras que diversas escuelas analíticas parten del trabajo de Jean Laplanche
para reflexionar sobre el desarrollo y organización del inconsciente, para algunos
teóricos relacionales Laplanche (1999) también ofrece una explicación interesante, de
dos personas, sobre el surgimiento y evolución de la experiencia inconsciente en el
encuentro entre un niño y un adulto como algo universal. El niño capta los efectos del
deseo y el anhelo que emanan de sus padres en forma de mensaje enigmático que lo
invade hasta mezclarse con el estado somático y afectivo de su cuerpo/mente. En
ambos casos, estas experiencias pueden ser mayormente inconscientes o totalmente
inconscientes. Lo que Laplanche llama mensajes enigmáticos infunde en el niño el
deseo del “otro” y este deseo intruso interactúa con el deseo que emerge de su
interior. Un proceso de traducción que se repite gradualmente y acaba constituyendo
la subjetividad y deseo inconscientes, que serán siempre al mismo tiempo
individuales e intersubjetivos. Ruth Stein (2008), entre otros, ha parado especial
atención al impacto que tiene el carácter excesivo de estas “seducciones” enigmáticas
para la experiencia inconsciente.
Sam Gerson (2004) proporciona una descripción concisa del “inconsciente
relacional”:
“El inconsciente no sólo es receptáculo del material reprimido enterrado para
protegerlo a uno de angustias inducidas por el conflicto; también es un área de sostén
cuyos contenidos esperan nacer en un momento receptivo en las contingencias de la
experiencia evolutiva” (p. 69) Algunas páginas más adelante, añade: “El inconsciente
relacional, como un proceso conjuntamente construido mantenido por cada individuo
en la relación, no es simplemente una proyección del sí mismo inconsciente de una
persona, sus representaciones de objeto y sus esquemas interaccionales sobre otra, ni
está constituido por una serie de tales proyecciones e introyecciones recíprocas entre
dos personas. Más bien, tal como se usa aquí, el inconsciente relacional es el lazo no
reconocido que envuelve a toda relación, infundiendo la expresión y constricción de
la subjetividad de cada participante y su inconsciente individual dentro de esa relación
en particular. A este respecto, el inconsciente relacional es un concepto que permite la
unión del pensamiento psicoanalítico sobre los fenómenos intrapsíquicos e
intersubjetivos dentro de un marco teórico que contenga cada perspectiva y elabore su
interconexión inherente” (p. 72).

197
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III. Cb. El procesamiento inconsciente: un enfoque contemporáneo de la


psicología del sí mismo
La psicología del self (o del sí mismo) es otra teoría psicoanalítica americana
moderna que defiende la importancia de la actividad mental inconsciente para el
desarrollo del psicoanálisis, desde la formulación del inconsciente dinámico de Freud
hasta el reciente reconocimiento de un aprendizaje y memoria implícitos
(inconsciente o no consciente). Este reconocimiento ha ampliado el dominio del
procesamiento inconsciente (Grupo de estudio de Boston para el proceso de cambio,
2008; Clyman, 1991; Fosshage, 2005, 2011a; Grigsby & Hartlaub, 1994 y Stern, et al,
1998, entre otros). El procesamiento inconsciente y consciente – que incluye percibir,
categorizar, consolidar la memoria y el aprendizaje, regular las prioridades de la
motivación (intenciones) y el afecto y la resolución de conflictos – siempre tienen
lugar de forma simultánea en la vigilia. El procesamiento inconsciente, sin embargo,
continúa activo durante el sueño, en la fase REM y no-REM (Fosshage, 1997). Tanto
el procesamiento inconsciente como el consciente son incesantemente moldeados por
los campos relacionales de los que emergen.
¿Cómo se accede al procesamiento inconsciente? Freud desarrolló el método
de la asociación libre y acudió a los sueños para encontrar “el camino real hacia el
inconsciente” (1900, p. 668). Los psicólogos de yo han hecho hincapié en los
componentes inconscientes del conflicto y las defensas latentes en las articulaciones
conscientes. Más recientemente, los psicólogos del sí mismo han ampliado el campo
de la escucha para que, además del conflicto, se puedan escuchar las comunicaciones
explícitas e implícitas, así como las verbales y no verbales de las intenciones,
significados y conocimientos procedurales. La escucha empática consiste
“simplemente” en escuchar y entender estas comunicaciones dentro del marco de
referencia del paciente. La “empatía y el juicio” se entrecruzan (Goldberg, 1999). El
objetivo es, pues, ponerse en el lugar del analizado, en la medida que sea posible,
para sacar conclusiones y hacer valoraciones desde su mundo experiencial. El empleo
de este enfoque de escucha y experiencia, “centrado en el otro”, ayuda a sintonizar
con los patrones de interacción, típicamente inconscientes (Fosshage, 2011b).
El empleo de la escucha empática no disminuye la importancia del
procesamiento inconsciente. Por el contrario, la experiencia clínica indica que a través
de la escucha atenta del analista – es decir, gracias al enfoque empático – el paciente
mejora su sensación de seguridad, ya que lucha contra la imposición perturbadora del
punto de vista del analista (aunque, por supuesto, no consigue eliminarlo). La
consiguiente disminución de la necesidad de protección aumenta el espacio de
reflexión del paciente y facilita el surgimiento de intenciones conflictivas y no
conflictivas, recuerdos, significados y procesamientos, incluso de experiencias no
validadas (Stolorow & Atwoon, 1992), experiencias no formuladas (Stern, 1997) y
patrones de organización implícitos (conocimiento implícito). El conocimiento
implícito (relacional) se forma a través de las interacciones con los cuidadores, se
codifica en la memoria procedural y, por lo tanto, no puede verbalizarse (Stern et al,

198
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1998). La experiencia no formulada la conforman experiencias de la infancia que la


conciencia no admite porque los cuidadores no las reconocen (Stern, 1997). El
inconsciente prereflexivo está formado por los principios organizativos de la
experiencia subjetiva, los cuales se originan en la primera díada intersubjetiva, y por
inconscientes no validados que no pueden articularse debido a la falta de validación
del objeto/sí mismo (Stolorow & Atwoon, 1992). Existe un paralelismo entre las
definiciones de experiencias no formuladas y el inconsciente no validado en la
importancia que ambos dan a la respuesta de los cuidadores. El inconsciente de las
dos personas se construye dentro de la propia díada (Lyons-Ruth, 1998, 1999).
En definitiva, la comprensión empática del analista hace que los límites entre
el consciente y el inconsciente, y entre lo explícito y lo implícito, sean más
permeables y fluidos. Asimismo, se extiende el acceso del consciente a sentimientos,
intenciones, pensamientos e interacciones interpersonales.

III. D. El inconsciente en la tradición francesa


La Francia post-freudiana ha sido escenario de una asombrosa energía y
producción teórica. Las ondas expansivas de esta explosión intelectual han llegado a
otras comunidades psicoanalíticas francófonas de Europa y América del Norte.
Traducciones de este trabajo al inglés también han influido en otros sectores de
América del Norte y Gran Bretaña. Con un enfoque un tanto distante de las relaciones
objetales y una visión del inconsciente más cercana a la de Freud; con una marcada
tendencia a entender sus obra como elaboraciones de la de Freud o como diálogos con
ella, los analistas franceses comparten algunos de los postulados generales sobre el
concepto de inconsciente. La mayoría de los analistas se identifica con la perspectiva
topográfica (la primera tópica). Para los franceses, existe una separación absoluta
entre el preconsciente/consciente y el inconsciente. Además, el inconsciente no puede
revelarse a través de la observación, sino sólo deducirse después de un evento, o sea,
a través de una presunción après coup.
El yo (le moi) se define tanto por su “alienación” identificadora – por su deseo
por el Otro – como por su capacidad de adaptación; es, pues, un yo subjetivo, más un
self que una criatura defensiva y orientada a la realidad como la representan los
psicólogos del yo. Para los analistas franceses, todo lo que es yo se entiende como si
estuviera surgiendo del inconsciente. No existe la idea de una esfera libre de
conflictos. El moi también está compuesto por objetos inconscientes y objetos
parciales. Mientras que los psicólogos del yo conciben el analista como aquel que
sabe mantener cierta distancia del paciente, los analistas franceses, especialmente
Bouvet y, más adelante, Green, McDougall y Roussillon, propusieron desde el
principio un acercamiento flexible a los pacientes, prestando atención a su reacción a
la distancia. Además, y debido a la gran influencia de Jacques Lacan, los analistas
franceses se han visto obligados a reflexionar sobre la función del habla y el lenguaje,

199
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no sólo en la situación analítica sino también como principio estructurador del


inconsciente.
La tesis de Jacques Lacan (1993) de que “el inconsciente está estructurado,
tramado, encadenado, tejido de lenguaje” (p. 119) ha influido a muchas generaciones
de analistas, ya sea porque lo han aceptado o porque han rechazado la idea. Un grupo
de analistas de la Sociedad Psicoanalítica de París, incluyendo, entre otros, a Pasche,
Marty, Lebovici, Diatkine, Fain, Braunschweig, McDougall, Green y Neyratt, se
opusieron a la teoría de Lacan negándose a combinar la pulsión con el lenguaje. Para
Lacan, el inconsciente no es algo dado, que espera ser interpretado; más bien, el
inconsciente se revela en un acto, generalmente – pero no exclusivamente – en un
acto del habla. Lacan también señaló que era erróneo entender el inconsciente como
el almacén de los instintos puros y simples. Para Lacan, el término inconsciente hace
referencia a la idea misma de cómo conceptualizar el sujeto. Todo su proyecto es, por
consiguiente, un estudio del sujeto inconsciente. Lacan (2004) reformuló la
terminología freudiana y defendió las representaciones aplicándolas al modelo
sausurriano del lenguaje. Lacan estaba convencido de la importancia de la
combinatoria para los significantes, ya que, según él, ésta determina la expresión de
los impulsos. Algo (una represión) bloquea la expresión de los significantes que
circulan por el inconsciente. Según esta versión, el inconsciente está hecho de
significantes reprimidos que, a su vez, controlan el acceso a los derivados pulsionales.
Este es, pues, un modelo de la psique menos reduccionista en términos biológicos y,
en última instancia, más sensible a la cultura de la psique que el basado en la supuesta
existencia de fuentes de activación erógena.
En los Estados Unidos, cuando Lacan fue a dar su famoso seminario, el interés
psicoanalista estaba más centrado en las fantasías que formaban los contenidos del
inconsciente. Esto fomentó un tipo diferente de escucha clínica: la escucha, a través
de la asociación libre, de los indicios de una fantasía encubierta. El enfoque francés
defendió (de forma freudiana) que el analista debe prestar atención a las palabras
mismas y no a aquello no dicho entre ellos. Por otra parte, el estudio de las defensas
(aparte de la represión), cuya función es necesaria para mantener los significantes en
el inconsciente y, por supuesto, el análisis de las defensas, aparte de la innovadora
“forclusión” de Lacan, fueron menos prominentes en el pensamiento francés. Lacan
ha sido criticado por convertir el psicoanálisis en lingüística estructural. Sin embargo,
el interés de Lacan no fue el lenguaje per se. Por el contrario, se interesó por los
límites donde el lenguaje falla. El inconsciente, según Lacan, no puede ser
identificado. Se muestra a través de las huellas que va dejando, especialmente cuando
se ausenta. Lacan ha defendido su enfoque lingüístico argumentando que sólo
podemos captar el inconsciente cuando éste pasa a las palabras y, lo que es más, el
inconsciente funciona según las figuras lingüísticas de la metonimia y la metáfora.
Finalmente, Lacan insiste en que el inconsciente es un discurso, es decir, el
discurso del Otro. El inconsciente es el efecto del significante en el sujeto. El
significante es lo reprimido y lo que regresa en forma de síntomas, chistes, actos

200
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fallidos y sueños. El concepto de inconsciente lacaniano dio, sin embargo, un giro


importante cuando Lacan se dedicó a reelaborar los tres órdenes: imaginario,
simbólico y real en el “Seminario XX” donde los enlazó con los llamados anillos
borromeos (Lacan, 1999). La conjetura de un conflicto intrapsíquico – al menos para
Lacan – fue reemplazada por la idea de una articulación entre los tres órdenes. Una
consecuencia importante de esta articulación fue la escisión del concepto de
inconsciente en una parte descifrable o accesible al lenguaje convencional y otra parte
denominada “lalangue”, que fue el término que empleó Lacan para referirse al
lenguaje que precede al lenguaje de orden simbólico. De esta manera, tenemos dos
clases de conocimiento: el conocimiento de le langage y el conocimiento de lalangue.
El lalangue inconsciente se sitúa principalmente fuera de lo simbólico, pero nos
afecta de una forma que sobrepasa nuestro conocimiento. Evans define lalangue
como “el sustrato caótico primario de la polisemia a partir de la cual se construye el
lenguaje” (1996, p. 97).
Un grupo de analistas influenciados por Lacan han intentado ampliar el
concepto de significante para abarcar aquellos significantes que se hallan más allá del
lenguaje. A partir de su trabajo con psicóticos, Piera Aulagnier (2001) ha señalado las
insuficiencias del concepto de significante. Ella ha introducido el concepto de
pictograma para referirse a un nivel de “representación” no verbal inconsciente del
encuentro corporal del niño con su cuidador (las zonas erógenas y sus objetos
parciales), cuando éste ignora por completo la dualidad que lo compone. Guy
Rosolato (1969) ha introducido el concepto de significantes de demarcación con la
misma finalidad de señalar los significantes fuera del lenguaje y Didier Anzieu (1995)
ha acuñado el término significantes formales para defender su teoría del yo-piel.
Incluso Jean Laplanche – que se había opuesto rotundamente a la idea de que el
inconsciente estaba estructurado como un lenguaje – introdujo los términos
significantes enigmáticos y significantes designados.
Siempre que los analistas han adoptado el concepto de significante de Lacan,
han transgredido su significado exclusivamente lingüístico y, por consiguiente, han
permanecido más cerca del concepto freudiano de inconsciente. De esta manera,
oponiéndose a Lacan, Laplanche (1999a) sostuvo que el inconsciente no está
estructurado como un lenguaje, ya que en él no existe un código o mensajes. El
inconsciente está hecho de significantes aislados desprovistos de cualquier
“referencialidad”. Para tomar distancia del significante lacaniano, Laplanche cambió
sus significantes enigmáticos por mensajes enigmáticos. Al sustituir la idea de la
represión de Freud por la de “traducción”, Laplanche (1999b, 2011) abrió las puestas
a una explicación intersubjetiva de la constitución del inconsciente. Debido a la
activación de la sexualidad inconsciente en el transcurso del cuidado ordinario del
niño, el adulto le transmite mensajes enigmáticos. El niño traducirá estos mensajes lo
mejor que pueda. Lo que se pierde en la traducción constituye el inconsciente del
niño. Como el inconsciente del adulto es sexual, sexual infantil, esta carga sexual es
lo que se le transmite al niño en forma de enigma.

201
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Apartándose de Laplanche y de otros que han favorecido la primera tópica de


Freud, André Green ha señalado en numerosas publicaciones que la segunda tópica
resulta más útil para trabajar con pacientes no neuróticos. Por consiguiente, su
aproximación al concepto de inconsciente ha tomado un camino ligeramente distinto
al de los analistas franceses antes mencionados. Green (2005) también hace referencia
a Freud cuando sostiene que el inconsciente es un sistema hecho de representaciones
y afectos que “excluyen la esfera de la representación-palabra”. Green entiende que
esto significa “que el inconsciente sólo puede constituirse por una psique que elude la
estructuración del lenguaje” (2005, p. 99, énfasis añadido). La introducción de Freud
de un yo inconsciente modificó la posición del inconsciente; ya no se limitaba al
contenido de aquello reprimido, sino que abarcaba su propia estructura. Este avance
importante de la teoría de Freud ha abierto la puerta a modos de pensar que, según
Green, “son ajenos al sentido común ordinario” y los encontramos en estructuras no
neuróticas (ibíd., 205).
El factor económico de las pulsiones es fundamental para el concepto de
psique que retrata Green: el inconsciente está formado por una red que se ramifica en
derivaciones motrices (como presentaciones de cosas) que buscan una vía de
descarga. Si estos derivados pulsionales son representaciones o presentaciones o si
pueden alcanzar una figurabilidad con la ayuda de la mente del analista es un tema de
debate para los seguidores de la teoría de Freud (Bottella, 2005, 2014; Kahn, 2013,
2014). La naturaleza dinámica de estas representaciones (que representan una forma
primaria de la pulsión) las mueve hacia la acción o la conciencia. El aspecto dinámico
de las pulsiones inconscientes basadas en el cuerpo, que siempre buscan la descarga y
determinar las acciones del individuo, tiene una resonancia clínica importante (Green,
2005). Green (1973) también influyó en el desarrollo de una teoría del afecto, según
la cual, el afecto representa una forma distinta de concebir la presencia del cuerpo en
el habla.
Lacan (1959-60, p.132) especuló que en el psicoanálisis norteamericano la
persecución del afecto condujo a “un impasse”, ya que su significado es un efecto del
significante. Sin embargo, en sus seminarios posteriores (Lacan, 1999), retomando a
Freud, Lacan empezó a hablar de lo que no era Real o no podía ser representado
(porque era traumático). De manera que aquí Lacan concibe el inconsciente como la
ausencia de representación y como lo que no se puede hablar, cosa que ha pasado a
ser un foco importante del estudio francés en los últimos años.
Rene Kaës (1993) es un autor que ha contribuido a conceptualizar esta
dualidad del inconsciente. Escribió sobre los “dos ombligos” del inconsciente, uno
que se abre o desciende hacia el cuerpo y otro conectado al grupo y su red de
significantes. Ambos contribuyen en la formación del sujeto, es decir, el sujeto se
sustenta gracias a la actualización de estos almacenes de sensaciones inconscientes e
ideas acumuladas. Botella y Botella (2005), realizando un seguimiento del trabajo de
Green – a partir de su trabajo con pacientes gravemente traumatizados –, han
identificado la no representación tan característica de estos pacientes. Debido a que

202
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los traumas preverbales están inscritos pero no representados en la psique, creen que
es necesario introducir una técnica nueva para poder incorporarlos en el tratamiento
psicoanalítico. Para abordar estas situaciones de “memoria sin recuerdo”, los Botella
(2005, 2014) presentaron el “trabajo de la figurabilidad psíquica”, el cual incumbe al
analista.
Otro aspecto importante de la investigación francesa contemporánea ha sido el
estudio de la calidad del “trabajo” inconsciente y la calidad de la relación entre el
sistema inconsciente y el consciente (en, por ejemplo, Green, los Botella y Reid). Al
principio, Freud (1900) propuso un indicador importante. Si, como él afirmaba,
anteriormente el sueño se había confundido con su contenido manifiesto, ahora era
importante no confundirlo con su contenido latente. De hecho, la esencia del sueño es
la obra del sueño. Asimismo, se puede argumentar que la característica esencial del
inconsciente es la obra del inconsciente. Aquí el énfasis recae en el inconsciente
entendido como un sistema que, más allá de sus contenidos específicos, posee una
lógica heterogénea ante el sistema Prcc.-Cc. (véase también la LÓGICA
INCONSCIENTE, a continuación). En efecto, el inconsciente carece de un índice de
realidad: “La realidad del pensamiento es asimilada por el impacto del mundo
exterior, el deseo de realizarse” (Freud, 1911). El proceso primario es gobernado por
lo alucinatorio; lo alucinatorio es la primera modalidad de inversión del inconsciente
como sistema. En cambio, el sistema consciente-preconsciente opera protegido por
los procesos secundarios y busca integrar la prueba de realidad. Según Green, los
Botella, Reid y otros, la alucinación entendida como proceso es, pues, la primera
forma de inversión inconsciente. El funcionamiento psíquico descrito en el primer
modelo topográfico freudiano es, en realidad, producto de una larga dependencia e
interacción con las psiques de los cuidadores, un desarrollo que idealmente conduce a
una articulación feliz de los sistemas Icc. y Prcc.-Cc. Esta articulación se caracteriza
por movimientos de oposición/colaboración, facilitados por unos límites flexibles,
semipermeables, que permiten que la represión construya una base sólida pero no
demasiado rígida. Sin embargo, Freud explicó esta relación de oposición/colaboración
sin elaborar ninguna hipótesis sobre el origen o construcción de esta relación.
Se considera Winnicott tomó la batuta en medio de esta coyuntura, con el
descubrimiento de la transicionalidad, cuando revisó el origen de la prueba de
realidad. A partir de entonces, esto último se inscribió en el marco de una relación
paradójica entre la psique y su entorno. Los procesos de transición inducen una nueva
modalidad de inversión inconsciente que reúne el modo alucinatorio con los signos
de realidad. En la transicionalidad, el objeto suficientemente bueno es, al mismo
tiempo, la madre y la no madre. La transicionalidad reúne y separa de forma
simultánea los procesos primarios y los secundarios. Es esta forma transicional de
funcionamiento inconsciente o “trabajo” – la combinación del modo alucinatorio con
la prueba de realidad – lo que abre puertas a explicar la flexibilidad del intercambio
de ideas entre los sistemas Icc. y Prcc.-Cc. En este sentido, la represión se convierte
en la principal operación defensiva, ya que impide o facilita (en el retorno encubierto

203
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de lo reprimido) el viaje de ida y vuelta del contenido psíquico. En caso de que el


primer entorno haya sido inapropiado, en vez de valerse de la represión la psique
generalmente emplea la escisión del yo de forma defensiva, de manera que la
situación es de pura oposición entre el Icc. y el Prcc.-Cc. Este último tipo de
funcionamiento psíquico se encuentra en los registros no neuróticos.
Todo este trabajo da fe de la íntima relación entre el inconsciente y la pulsión
propuesta por la teoría francesa contemporánea. Un tema importante es el examen
minucioso de la “construcción” de la pulsión a partir de los reflejos fisiológicos
básicos. Se considera que la pulsión es mutable, se encuentra en perpetua transición,
prolifera en toda actividad mental y renace a través de ciertas experiencias
intersubjetivas. Se supone que el entorno de cuidado del niño desarrolla un rol crucial
en la formación y evolución tanto del contenido como de los procesos de las
operaciones inconscientes. De esta manera, incluso en sus manifestaciones más
arcaicas, el inconsciente no es nunca una energía instintiva completamente
descontrolada, sino más bien una pulsión marcada por la intimidad, que contiene
huellas de la primera dependencia del ser humano de otros adultos. De esta manera,
Aulagnier (2001) escribió “para que las percepciones y experiencias sensoriales del
niño, así como sus sentimientos de placer y sufrimiento, sean representables
psíquicamente… es esencial que [ellas] sean investidas libidinalmente por la psique
materna” (p. xxi). Añade que su perspectiva guarda semejanzas con el concepto de
ensoñación maternal de Bion. Laplanche (1999) ha presentado el concepto de
“intromisión”, en contraposición a la “implantación”, para explicar la transmisión
violenta, no mitigada por la represión, de la sexualidad inconsciente y la consiguiente
elaboración secundaria del adulto. Otro concepto que tiene en cuenta la calidad de la
presencia parental en la construcción del inconsciente proviene de Christophe Dejours
(2001). Dejours argumenta que cuando el cuidador ataca el proceso de pensamiento
del niño, éste echa a perder su capacidad de represión, cosa que provoca lo que él
llama un inconsciente “amencial” (sin pensamiento), al que le falta la generatividad
asociativa y productora del inconsciente reprimido.
Otro giro reciente en la conceptualización de la conexión entre el inconsciente
y la representación llega a través del analista canadiense Scarfone (2016a en prensa,
2016b en prensa), quien ha señalado que el idioma inglés tiene dos palabras:
consciousness y awareness. La etimología muestra que “ware” en “awareness” está
relacionado con no perder algo de vista. Pero “awareness” es sólo un primer paso
hacia la conciencia, puesto que uno puede captar algo (“aware”) sin por ello entender
del todo de qué se trata ese algo. Para ser plenamente conscientes se requiere
awareness + the meaning (el significado) de aquello que uno capta (“aware”). Según
Wittgenstein, el significado llega con el uso. Por lo tanto, uno puede decir que ser
consciente es utilizar, en forma de palabras o hechos, lo que uno capta (“aware”). Por
el contrario, el “inconsciente” designa aquello que mora dentro o fuera del
“awareness”, lo cual uno no utiliza de forma deliberada ni en forma de pensamiento
ni en forma de acción.

204
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Otro objeto de estudio entre los analistas franceses ha sido la temporalidad


característica del inconsciente. Pontalis (2001) ha descrito el inconsciente como “este
tiempo que no pasa”. De igual modo, Green ha escrito sobre las temporalidades
múltiples que habitan dentro de un mismo sujeto y, en concreto, sobre “los estados en
que la conciencia (y no sólo el inconsciente) parece no tener conocimiento del tiempo
– viviendo en un presente eterno, incapaz de utilizar su experiencia pasada” (2002, p.
64). Otra contribución en este ámbito proviene de Canadá, donde el analista francés
Scarfone (2006) ha argumentado que el psicoanálisis no es un análisis del pasado,
sino más bien del “no pasado” del individuo, un tiempo “real” en que lo ocurrido son
“presentaciones en lugar de re-presentaciones, actos (Agieren) en lugar de
pensamientos” (p. 827, énfasis en el original).

III. E. Desarrollo y conceptualizaciones relacionadas con América Latina


Una fuerte corriente latinoamericana de tradición kleiniana, propiciada por los
estrechos contactos entre analistas latinoamericanos y del grupo kleiniano británico a
principios de los años cuarenta, y un rápido acceso a traducciones españolas de la
obra de Freud en los años veinte (López-Ballesteros, 1923) condujo a la creación de
conceptualizaciones originales y sintéticas del inconsciente, como la lógica
inconsciente y la comunicación inconsciente, cuya influencia se ha sentido en las tres
culturas psicoanalíticas.

III. Ea. La lógica inconsciente


Comprender la lógica del inconsciente es fundamental para el psicoanalista.
Pertenece a la esencia del psicoanálisis. Es una herramienta que, de hecho, es
indispensable para entender cualquier expresión psicótica de los pacientes. El primer
autor que estudió la lógica inconsciente fue Freud (1900) en La interpretación de los
sueños, donde describe que el “proceso primario”, la lógica del inconsciente, se
caracteriza por: 1) la ausencia de contradicción recíproca entre las presentaciones de
varios instintos; 2) el desplazamiento; 3) la condensación; 4) la atemporalidad, y 5) la
sustitución de lo psíquico por el mundo exterior. Freud desarrolló este tema en varios
textos: Los dos principios del funcionamiento mental (1911c); Sobre un caso de
paranoia (1911a); Lo inconsciente (1915c); El yo y el ello (1923a); y Nuevas
conferencias introductorias al psicoanálisis (1933).
La obra de Freud empujó a Matte-Blanco a escribir “El inconsciente como
conjuntos infinitos” (1975): “El descubrimiento más importante de Freud no es el del
inconsciente, ni siquiera en el sentido dinámico (por importante que este sea), sino el
de un mundo – al que desafortunadamente llamó inconsciente – gobernado por leyes
completamente distintas a las que rigen el pensamiento consciente. No fue el primero
en hablar del inconsciente, ya se conocía desde mucho antes que Freud, pero fue el
primero en descubrir este extraño ‘reino de lo ilógico’ que obedece leyes precisas, a

205
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pesar de ser ilógico, y que él encontró gracias a su genialidad.” Al revisar la obra de


Matte-Blanco, Henry Rey (1976, p. 491) observó que: “A Matte-Blanco también le
preocupaba el desarrollo de la noción de inconsciente en la obra de Freud y entre los
psicoanalistas. De hecho, esta parecía ser su principal preocupación; el hecho de que
‘el inconsciente’, descrito como un aspecto de la personalidad con actividades
gobernadas por ciertas leyes, había sido relegado a una mera cualidad, la de ser
inconsciente”.
Combinando las concepciones de Freud con proposiciones matemáticas,
Matte-Blanco desarrolló el concepto de la lógica inconsciente (bilógica), la cual se
rige por dos principios: 1) el principio de generalización, que explica que, a diferencia
de la lógica del sistema consciente, la lógica del inconsciente no considera a los
individuos como unidades, sino como miembros de grupos cada vez más grandes
(clases, conjuntos). El desplazamiento se produce según este principio; 2) y el
principio de simetría, que requiere que el inconsciente siempre trate lo anverso y
reverso de toda relación de la misma manera, como si siempre fuera idéntico a ello.
La intemporalidad es una consecuencia de este segundo principio. Ambos principios
operan a través de la condensación y la falta de contradicción. Matte-Blanco hizo
hincapié en que este “reino del inconsciente” para Freud era la verdadera realidad
psíquica. En este reino, la mente trabaja de forma bilógica, es decir, mediante el
principio de asimetría entre los individuos y sus diferencias, lo que determina la
lógica cotidiana, las funciones del pensamiento científico y la conciencia, el proceso
secundario de Freud y el principio de simetría, que rige el proceso primario de Freud.
Para Matte-Blanco, el desplazamiento se encuentra en la base de la proyección,
sublimación, transferencia, retorno de lo reprimido y escisión de los objetos. Cuando
un individuo desplaza, trata el objeto original y primitivo y el objeto hacia el cual lo
desplaza como elementos de una clase con atributos específicos, que pueden no
resultar aparentes para su pensamiento consciente, pero lo son para el inconsciente.
De esta manera, si alguien siente que su jefe es como un padre peligroso, según la
lógica simbólica podemos decir que su inconsciente trata a su jefe y a su padre como
elementos de una misma clase: inconscientemente son idénticos. Cualquier estructura
o sistema es un conjunto; una clase es un conjunto de todos los individuos que poseen
los atributos o cualidades que definen esa clase. Siempre que un conjunto sea infinito,
en el sentido que el recuento de sus elementos no tenga fin, entonces la parte se
convierte en equivalente del todo: esto es lo que sucede en la lógica simétrica y en el
funcionamiento del inconsciente.
Las estructuras biológicas de Matte-Blanco estratifican toda la vida psíquica
en capas diferenciadas de mayor a menor presencia de procesos de pensamiento
asimétrico-divisible y simétrico-indivisible. Esta conceptualización incluye las obras
posteriores de Freud sobre el inconsciente no reprimido, cuyas “características
primitivas e irracionales” (1933, p. 75) marcan el funcionamiento del ello (1923a,
1926) y tienen los mismos atributos – antes descritos – que el proceso primario y el
inconsciente entendido como sistema.

206
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A partir de la evolución del pensamiento de Freud sobre el inconsciente,


Matte-Blanco procedió a reformular – a través de la lógica matemática – las leyes del
inconsciente y a contrastarlas con las leyes de la lógica científica aristotélica ligadas
al pensamiento consciente (proceso secundario). Llevada al extremo, la lógica
simétrica del estrato más profundo del inconsciente estructural no-reprimido consiste
en una forma de ser simétrica e indivisible, caracterizada por la intemporalidad y la
inespacialidad. Por esta razón, elaboró el problema del espacio psicológico y la
multidimensionalidad, entendido como objeto y mundo interior, pasado, presente y
futuro. Matte-Blanco entendió la realidad psíquica de la intemporalidad y la
inespacialidad y lo que Freud llamó telescopaje como la expresión de la lógica
inconsciente, haciendo que el todo fuera igual que cualesquiera de sus partes y
viceversa. En el análisis de Matte-Blanco del caso de paranoia de Freud (1911a), éste
articuló los contrastes que hizo Freud entre el interior y el exterior y la realidad
psíquica vs la física.
En su reseña del libro “El inconsciente como conjuntos infinitos: un ensayo
sobre la bilógica”, Henry Rey (1976) presentó un ejemplo clínico para demostrar la
utilidad de las ideas de Matte-Blanco y llegar así a una comprensión más profunda de
la construcción del pensamiento psicótico. El ejemplo estaba relacionado con la
descripción de Matte-Blanco de una mujer esquizofrénica. Después de que le sacaran
sangre del brazo, la mujer, que deliraba, se quejaba de que a veces le habían sacado
sangre del brazo y otras veces le habían sacado el brazo. Esta expresión es una forma
de pensamiento esquizofrénico conocido, la identidad/equivalencia y total
reciprocidad y el carácter intercambiable de la parte por el todo.
El segundo libro de Matte-Blanco: “Pensar, sentir y ser” (1988) presenta una
evolución posterior de sus ideas sobre el inconsciente, sus leyes y su aplicación al
trabajo psicoanalítico. La infinidad del inconsciente y la noción de combinaciones del
pensamiento asimétrico con el simétrico reflejan la estratificación por capas del
consciente y los planos más profundos del inconsciente y abren un nuevo camino a la
comprensión de la psique. El inconsciente profundo, que Freud consideraba
insondable, es sólo simetría, donde todo es igual a todo lo demás. Es el “modo
indivisible” absoluto. De esta manera, el instinto de muerte de Freud puede
reformularse como el cese del pensamiento: si todo es igual a todo lo demás, no puede
haber pensamiento. Por el contrario, si en un estado de asimetría absoluta todo es
distinto a todo lo demás no se pueden crear conexiones ni asociaciones y los objetos
se encierran en una categoría indistinguible, y tampoco puede haber pensamiento. La
conclusión de Matte-Blanco fue que los procesos psíquicos sólo pueden ocurrir
cuando están presentes ambos procesos de pensamiento, el asimétrico y el simétrico.
Los conceptos de consciente e inconsciente son reformulados en términos bilógicos y
estructurales. Esto llevó a Matte-Blanco a explorar el concepto de Klein de
identificación proyectiva según la lógica simétrica. Según esta óptica, la
identificación proyectiva es una manifestación bilógicamente estructurada del
pensamiento simétrico y asimétrico.

207
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Las ideas de Matte-Blanco sobre simetrización e infinitización son explicadas


clínicamente por Erick Rayner (1981, 1995a, 1995b), quien fundó el Grupo Bilógico
de Londres. Rayner elucida y desarrolla la teoría de las emociones de Matte-Blanco y
la teoría de la lógica inconsciente y también escribe sobre la simetrización en el reino
del sentimiento, donde el sujeto y el objeto tienden a ser indiferenciados o reversibles
y donde los afectos tienden a “infinitarse”. Como la simetrización no puede consentir
ningún tipo de desarrollo mental, el resultado es un proceso de infinitización, una
repetición sin fin.
Un ejemplo de infinitización de la simetrización podría ser un caso de
impulsos eróticos que se infinitizan debido a una angustia intensa: un hombre se
involucra sucesivamente y/o simultáneamente con un “conjunto” de mujeres
dejándose llevar por un “frenesí mujeriego” y sustituyendo febrilmente previos
encuentros apasionados del “conjunto” por otros nuevos. Tras el éxtasis, cuando
siente una fusión total, se apresura a conocer a la siguiente mujer – a este nivel de
simetrización las mujeres son intercambiables. Él mismo cae en una especie de trance
hipnótico, infinitizado, por la belleza de la mujer, que fortalece su experiencia.
Después de realizar una exploración profunda, se hace evidente que esta estructura
erótica le hace más llevadera una angustia intensa y claustrofóbica proveniente de sus
negocios y vida matrimonial. Pero, tan pronto como se acaba el clímax extático, la
mujer involucrada se percibe como otro objeto claustrofóbico. La investigación
clínica sobre estas infinitizaciones de simetrizaciones pone de relieve la simetría entre
el rol de la presa y el depredador y ayuda al paciente a reemplazar la centralidad de
los frenesís eróticos por relaciones más tranquilas y estados de ánimo más agradables.
La infinitización es también la compulsión de la repetición, pero tiene más relación
con la expresión instintiva, con el reino del no pensamiento.
El concepto de lógica inconsciente de Matte-Blanco hace referencia al estrato
más profundo del inconsciente, la raíz de la psique, el inconsciente estructural no
reprimido y conectado a nivel profundo con las sensaciones somáticas. En este
sentido, a menudo se ha relacionado con los procesos transformadores de Armando
Ferrari (el eclipse del cuerpo) (Lombardi, 2000) y con Bion (1962), ya que ambos
subrayan la dificultad estructural de pensar ante el impulso bipsicológico perturbador
de las emociones. La presión que ejerce el cuerpo sobre el funcionamiento mental
forma los primeros elementos estructurales de la infinitización en forma de huellas
mentales en contacto con el cuerpo. Se recupera la noción de huella mnémica de
Freud de su “Proyecto de una psicología científica” (1895), donde también habla de la
noción de inscripción, repetición y “bahnung”, que puede traducirse como facilitación
o vía. La huella es la primera impresión somática.
Lombardi (2008, p. 713) escribe: “Queremos, por tanto, subrayar una vez más
de qué manera el inconsciente y el infinito tienen sus raíces en la experiencia
primitiva del cuerpo”. Y “la investigación de Matte-Blanco se centra en el
funcionamiento de la lógica que caracteriza el pensamiento y el lenguaje, como
elementos que se remueven en el intercambio analítico, además de ser absolutamente

208
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fundamentales para el tratamiento de los casos graves” (p. 711). A esta lógica
consciente Lombardi (p. 709) ha añadido: la ausencia de relaciones en la estructura
del pensamiento, la coexistencia del pensamiento y del no pensamiento, la presencia
y ausencia del tiempo y la desintegración-confusión del espacio/tiempo.
El trabajo de Matte-Blanco tiene ramificaciones técnicas, concretamente el
reconocimiento de que en los planos profundos del funcionamiento mental un proceso
de ensueño (Bion, 1962) y varias formas de “sostenimiento” (Winnicott, 1971)
pueden anticiparse a los enfoques interpretativos. Esta fase inicial puede ser necesaria
para que el sujeto/analizado experimente interpretaciones, las cuales requieren la
tolerancia de la asimetría y, por lo tanto, un salto lógico (simbólico/metafórico),
emocionalmente significativo y no infinitamente peligroso. Florencia Guignard
(1995) entiende la conceptualización de Matte-Blanco de inconsciente como una
forma de traer “los elementos relacionados con las pulsiones, el desarrollo y la
estructura del ‘niño’ a la relación analítica” (p. 1083).
En resumen, la teoría de la lógica inconsciente (bilógica, lógica simétrica) de
Matte-Blanco explora las capas más profundas del inconsciente a nivel microscópico.
En su teoría, dos lógicas irreconciliables determinan, en varios grados, todos los
procesos psíquicos: uno es asimétrico y característico del sistema consciente y se basa
en el principio de la no contradicción, mientras que el otro parte de la lógica simétrica
infinitamente generalizadora del inconsciente. La lógica asimétrica tiende a
diferenciar objetos dentro de conjuntos cada vez más individualizados y es
característica del pensamiento científico. Las propiedades del sistema inconsciente,
según Freud, (la atemporalidad, el desplazamiento, la sustitución de la realidad
externa por la realidad psíquica, la ausencia de contradicción entre las dos pulsiones y
la condensación) son las propiedades derivadas de estos dos principios que rigen la
lógica del inconsciente.
La relevancia de la teoría bilógica del inconsciente de Matte-Blanco ha sido
ampliamente reconocida por el psicoanálisis contemporáneo (Grotstein, 2000;
Guignard, 1995; Keene, 1998; Newirth, 2003). Cuando se toma como una
lógica/simbolización/discurso en sus propios términos, el inconsciente “primitivo”
puede entenderse como un generador sofisticado de códigos simbólicos que utiliza la
bilógica para crear su mensaje, y hasta convertirla en un recurso potencial de
crecimiento y recuperación.

III. Eb. La comunicación inconsciente


En literatura psicoanalítica, la primera referencia que se hace a este tema se
encuentra en el artículo de Freud (1912b) “Consejos al médico en el tratamiento
psicoanalítico”: “[El analista] debe orientar hacia lo inconsciente emisor del sujeto su
propio inconsciente, como un órgano receptor, comportándose con respecto al
analizado como el receptor del teléfono con respecto al emisor. Como el receptor

209
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transforma de nuevo en ondas sonoras las oscilaciones eléctricas provocadas por las
ondas sonoras emitidas, así también el psiquismo inconsciente del médico está
capacitado para reconstruir, con los productos de lo inconsciente que le son
comunicados, este inconsciente mismo que ha determinado las ocurrencias del sujeto”
(pp. 115-116). Volvió sobre este tema en “Lo inconsciente” (1915c): “Es muy
singular y digno de atención el hecho de que el sistema Icc. de un individuo pueda
reaccionar al de otro, eludiendo absolutamente el sistema Cc. Este hecho merece ser
objeto de una penetrante investigación, encaminada precisamente a comprobar si la
actividad preconsciente queda excluida en tal proceso, pero de todos modos,
descriptivamente el hecho es irrebatible” (p. 194). Freud ya no volvió a abordar este
tema, pero Sándor Ferenczi añadió que la importancia de la personalidad del analista
en esta comunicación inconsciente es fundamental para determinar las características
idiosincráticas de cada proceso psicoanalítico. En su Diario Clínico (1932, pp. 31, 45,
107 y 109), este autor abordó lo que él llamó la “contratransferencia real del analista”,
es decir, la participación emocional del analista en el proceso analítico: “El sueño de
un paciente, que dos días antes predijo una importante revolución alemana, sería, de
hecho, una intuición de mi aversión al sufrimiento” (Ferenczi, 1932, p. 91). Green
(2008) considera que Ferenczi, a partir de sus diarios, es el precursor del psicoanálisis
moderno y Zimerman (2008), en su Vocabulario del Psicoanálisis Contemporáneo,
afirma que Ferenczi entendía la personalidad del analista como un instrumento de
curación analítica. Tanto a Freud como a Ferenczi les fascinaba la idea de la telepatía.
Se produjo un paréntesis en la discusión de estas ideas hasta que Theodor Reik
publicó “Escuchar con el tercer oído” (1948). Reik dio un paso significativo hacia la
comprensión de la comunicación inconsciente cuando escribió: “El analista no sólo
escucha lo que dicen las palabras; también escucha lo que las palabras no dicen.
Escucha con el ‘tercer oído’, oye no sólo lo que dice el paciente sino también sus
propias voces interiores, lo que emerge de las profundidades de su propio
inconsciente… Lo que se dice no es lo más importante. Creemos que lo más
importante reconocer lo que el habla oculta y lo que el silencio revela” (ibíd., pp. 125-
126). Añadió: “…los planos inconscientes no se captan directamente. El medio es el
yo, donde se introyecta el inconsciente de la otra persona. Si queremos comprender al
otro no necesitamos percibir nuestro camino en su mente sino sentirlo de forma
inconsciente en el yo” (ibíd., p. 464) y continuó: “Lo que dije fue que estos impulsos
inconscientes en la mente de uno provocan impulsos del mismo tipo en la del otro –
en este caso la mente del analista” (ibíd., p. 468).
Sin embargo, una gran aportación a la comprensión de la comunicación
inconsciente se produjo con el descubrimiento del mecanismo de identificación
proyectiva descrito por Klein en 1946. Inicialmente era concebido como una fantasía
del paciente, pero con el tiempo, autores como Bion, Heimann y Racker, entre otros,
fueron desarrollando el concepto. En esta fantasía, el paciente deposita algo que no
tolera dentro de sí mismo en la mente del analista y, por lo tanto, se libera
temporalmente de ese aspecto de su personalidad. Aunque el efecto es temporal, el

210
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paciente no sólo puede desembarazarse del contenido sino también de una parte de sí
mismo, con el consiguiente empobrecimiento y vacío de su propia mente.
En “Ataques al vínculo” (1959) Bion desarrolló el aspecto comunicativo del
concepto de inconsciente en el intercambio entre el analista y paciente. Se produce un
proceso de interacción entre las dos psiques por la finalidad del analizado de producir
un efecto en la psique del analista. En “Aprendiendo de la experiencia” (1962), Bion
fue un paso más allá al proponer el concepto de identificación proyectiva realista,
según el cual el analista se ve realmente afectado por la identificación proyectiva del
paciente. Sobre este asunto, Ogden escribe (1980, p. 517): “la identificación
proyectiva es un concepto que aborda la interfaz entre lo intrapsíquico y lo
interpersonal, es decir, las formas en que las fantasías de una persona se comunican y
ejercen presión sobre otra persona.” Vale la pena destacar que, aunque Klein había
elaborado la identificación proyectiva como una fantasía, en su opinión los instintos
iban a la caza de objetos desde el principio. Por esta razón se cree que su teoría
contenía el germen de lo que Bion desarrollaría más tarde en su teoría del aspecto
comunicativo de la identificación proyectiva. Existe un conocimiento instintivo del
objeto, así que es, pues, el instinto mismo el que lo busca. La obra de Bion sobre la
función alfa, el ensueño, el continente-contenido y el trabajo de los sueños esbozó los
mecanismos inconscientes de la mente de la madre, los cuales aportan información
sobre su rol, así como del rol del analista, y facilitan el desarrollo de la capacidad del
bebé/paciente de pensar y aprender de la experiencia. Las ideas de Bion trazaron una
interacción entre las dos mentes.
Gracias a estos avances, el concepto de identificación proyectiva ha
proporcionado una mayor comprensión del acto de contratransferencia, presentándolo
no sólo como una manifestación inconsciente del analista, como postuló Freud, sino
como una herramienta esencial para la comprensión del material analítico. A este
respecto, los artículos de Paula Heimann y Heinrich Racker son hitos importantes
(véase también las entradas independientes CONTRATRANSFERENCIA e
IDENTIFICACIÓN PROYECTIVA). Para Heimann (1950), puesto que la
contratransferencia es el resultado del deseo inconsciente del paciente de transferir al
analista afectos que él mismo es incapaz de reconocer o experimentar como suyos, el
analista puede explorar su contratransferencia para obtener una mejor comprensión
del paciente. Según Racker (1953), la fuente principal de sentimientos del analista
proviene de la mente del paciente, quien transforma el encuadre en un campo
bipersonal. Racker desarrolla el concepto de identificación concordante, según el cual
el analista se introyecta diferentes objetos del mundo interior del paciente para
ponerse su lugar. Esto es esencial para la comprensión empática y, asimismo,
contribuye a que el psicoanalista sienta su propia emoción. Se conserva la distinción
entre ambos protagonistas. Por el contrario, según el concepto de identificación
complementaria de Racker, en que analista y paciente emiten recíprocamente
identificaciones proyectivas, el psicoanalista también proyecta sobre el paciente. El
resultado es que el proceso culmina en un enactment. En 1962, Grinberg presentó el

211
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concepto de contraidentificación proyectiva para describir el impacto de la


identificación proyectiva del analizado sobre la subjetividad del analista. Cuando este
efecto es desmesurado, la reacción del analista vendría determinada por la
identificación proyectiva del paciente y se tomaría como una reacción independiente
de sus propios conflictos. Grinberg examinó la naturaleza de la relación interna del
analista con los objetos internos del paciente proyectados sobre la mente del primero.
Estos avances en el estudio de la comunicación inconsciente a través de la
transferencia y la contratransferencia han llevado a la conceptualización de la
relación analista-paciente como un campo bipersonal, es decir, fundamentalmente
intersubjetivo. Sin embargo, este término se utiliza para hacer referencia a posturas
muy diferentes. Lawrence Brown, en “Los procesos intersubjetivos y el inconsciente”
(2011) escribió, “el término intersubjetividad se suele asociar con la escuela
relacional americana.” De hecho, Green (2008) lo llamó la epidemia de América del
Norte. Sin embargo, Grotstein (1999) y Brown (2011) afirman que la
contratransferencia se ha convertido en la intersubjetividad, y Brown añade:
“Además, la intersubjetividad es un proceso de comunicación inconsciente, receptivo,
que crea sentido entre los miembros de la díada y aporta un significado idiosincrático
al campo emocional compartido interactuando de forma análoga con el compañero.”
(Brown, 2011, p. 7).
El campo analítico empleado aquí por Brown fue sobre todo elaborado por la
pareja Baranger en su obra “La situación analítica como campo dinámico” (1961),
reeditada en español en 1968 y traducida al inglés en 2008. La mayor parte de la
comunidad psicoanalítica, por lo tanto, desconocía esta innovación teórica hasta hace
poco. Los Baranger describieron su proyecto de la siguiente manera: “Este trabajo
trata de sacar las consecuencias de la importancia que atribuyen los trabajos recientes
a la contratransferencia. Si ésta cobra un valor teórico y técnico igual al de la
transferencia, se configura la situación analítica como un campo bipersonal dinámico,
y los fenómenos que en ella ocurren tienen que formularse en términos bipersonales”
(2008, p. 795). Estos autores describen las características de la fantasía inconsciente
de la pareja analítica y ponen de relieve la contribución de los fenómenos de
identificación proyectiva e introyectiva a su estructura. Sobre el concepto de fantasía
inconsciente, argumentaban: “Tampoco, y esto es más importante, puede ser
considerada como la suma de las dos situaciones internas. Es algo que se crea entre
ambos, dentro de la unidad que constituyen en el momento de la sesión, algo
radicalmente distinto de lo que son separadamente cada uno de ellos. […] En este
sentido, definimos la fantasía en el análisis como la estructura dinámica que confiere
en cada momento un significado al campo bipersonal” (ibíd., pp. 806-7).
La idea de campo analítico bipersonal ha dejado una huella profunda en la
obra de Antonino Ferro (1998), quien se refirió a Mom, Pichon-Riviere y a la pareja
Baranger. “Desde la llamada telefónica, e incluso desde antes, que se empiezan a
organizar las comunicaciones inconscientes del paciente, en las fantasías del analista
y en las de la pareja […] su modelo de escucha, si se utiliza a consciencia, estructura

212
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el campo analítico” (Brown, 1998, p. 32). “Lo que yo observo es el nivel emocional
profundo de la pareja: son las emociones profundas que, a través de las
identificaciones proyectivas, establecen la profundidad del estado emocional; en otras
palabras ‘el analista sueña con el material del paciente en la sesión analítica’” (ibíd.,
p. 25). Al psicoanalista se le revela el sueño compartido a través de su propio
ensueño. Según el concepto bioniano elaborado por Ogden, el ensueño expresa el
inconsciente. Durante un sueño compartido habrá, por tanto, ensueños compartidos.
Estos ensueños empiezan por una comunicación inconsciente y luego van
elaborándose por la díada hasta hacerse conscientes.
En otros continentes, e independientemente de los pensadores
latinoamericanos, se desarrolló el concepto del tercero analítico. Green, en 1975, fue
el primero en formular este concepto, describiéndolo en 2008 como “[el] objeto
analítico que no es interno (del analizado o del analista) o externo (del uno o del
otro), pero que está entre ellos.” Esta es una frase de influencia winnicottiana (p. 231,
Avzaradel lo traduce del portugués al inglés). Esta influencia también puede
entreverse en la propuesta del tercero analítico de Thomas Ogden. De ahí que la
famosa frase de Winnicott: “No existe tal cosa como un niño sin la madre” inspirará a
Ogden, para quien no existe tal cosa como un paciente analítico sin el analista.
También utiliza la noción winnicottiana de espacio potencial como precursora de su
visión de espacio intersubjetivo. “[E]l analista intenta reconocer, comprender y
simbolizar verbalmente para sí mismo y para el analizado la naturaleza específica de
la interacción de la experiencia subjetiva del analista, la experiencia subjetiva del
analizado y la experiencia generada intersubjetivamente entre el par analítico (la
experiencia del tercero analítico) […] es justo afirmar que para el pensamiento
psicoanalítico contemporáneo ha llegado un momento en que ya no se puede hablar
simplemente del analista y el analizado como sujetos separados que se tratan unos a
otros como objetos” (Ogden, 1994, p. 3). Partiendo de la idea de Bion, Ogden
propone una transformación de la teoría de los sueños empleando el concepto de
ensoñación como herramienta principal. Ogden (2007) también escribe: “Allí donde
se produce un trabajo del sueño inconsciente, también se produce un trabajo de
comprensión inconsciente (refiriéndose a Sandler)” (p. 40). Se puede escuchar un eco
de este tercero analítico en la obra de Grotstein: “Donde hay un soñador inconsciente
que sueña el sueño, también hay un soñador inconsciente que entiende el sueño”
(Grotstein, 2000, pp. 5-9). Gracias a estos avances muchos autores están llevando a
cabo investigaciones relacionadas con este ámbito del psicoanálisis; entre ellos,
Levine (2013), Grotstein (2000, 2005), Brown (2011), Cassorla (2013) y Ogden
(1994, 1995, 2002, 2005).
Un autor que ha trabajado esta idea a fondo es Civitarese en su libro “El sueño
necesario” (2014). Escribe: “De esta manera, el paradigma de los sueños adquiere un
papel todavía más importante que en la teoría clásica. Entendido como el resultado de
una comunicación entre un inconsciente y otro, es algo que escuchamos como una

213
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producción intersubjetiva. Leemos cada sesión como si fuera un largo sueño


compartido y concebimos todo el análisis como un intercambio de ensueños” (p. xiii).
El conocimiento de la comunicación inconsciente abre un camino hasta ahora
desconocido en la investigación psicoanalítica en todos los continentes, como el
reciente estudio sobre las conceptualizaciones de lo “interpsíquico” definido como
“…un plano funcional, pre-subjetivo, en que dos personas pueden intercambiar
contenidos y experiencias de forma compartida, mediante el empleo de
identificaciones proyectivas comunicativas ‘normales’” (Bolognini, 2016, p. 110).

IV. ESTUDIOS INTERDISCIPLINARES DEL INCONSCIENTE

IV. A. El inconsciente en neurociencia


“La investigación científica ha demostrado irrebatiblemente que la actividad
psíquica está vinculada a la función del cerebro más que a la de ningún otro órgano.
[…] Aquí se nos abre una laguna que por hoy no es posible llenar” (Freud, 1915, p.
174).
Sesenta y cinco años después de la publicación de “Lo inconsciente”, donde
Freud designó los dos pilares del psicoanálisis, la hipótesis de una vida psíquica
inconsciente y la existencia de dos principios de funcionamiento mental, el proceso
primario y secundario, el psicoanalista, psicólogo y neurocientífico Howard Shevrin
publicó una síntesis de toda la investigación subliminal en que argumentaba que el
inconsciente era una hipótesis necesaria para toda la psicología (Shevrin & Dickman,
1980). Las primeras tentativas de la psicología cognitiva experimental y la
neurociencia cognitiva se produjeron dentro de los umbrales de la percepción. En los
años transcurridos desde su establecimiento, numerosos proyectos de investigación
provenientes de muchas áreas – percepción, memoria, emociones, motivación,
prejuicio, adicción, trastornos del ánimo y la ansiedad, Alzheimer, Parkinson,
autismo, negligencia – han podido identificar factores (no descriptivos) del
inconsciente o del no consciente.
Debido a la propagación de la investigación neurocientífica básica y aplicada,
especialmente en América del Norte y Europa, con la aparición de subespecialidades
de neuropsicología dinámica (Luria, 1966, 1973; Kaplan-Solms & Solms, 2000),
neurociencia dinámica del desarrollo (Balbernie, 2001; Schore, 2003; Seigal, 1999,
2007), neurociencia afectiva (Panksepp, 1999; Johnson, 2006) y neurociencia
cognitiva dinámica (Shevrin, 1994, 1999; Vila, Brackel, Shevrin, Bazan, 2008), se
acabó fundado el campo interdisciplinario del neuropsicoanálisis, cuyo objetivo era
“estudiar la naturaleza dinámica de la mente e identificar la organización neural de su
subestructura inconsciente” (Solms & Turnbull, 2011, p. 135). Una voz importante

214
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que defiende la investigación multidisciplinaria de los fenómenos dinámicos


inconscientes es el premio Nobel de fisiología de la memoria, Eric Kandel (1998,
1999). Kandel y Shevrin coincidieron en afirmar que el “inconsciente dinámico” de
las neurociencias, en que predomina el conflicto sobre los impulsos sexuales y
agresivos, no estaba lo suficientemente estudiado. De hecho, se produjo una
confusión conceptual considerable entre neurocientíficos de orientación cognitiva y
psicoanalistas debido a que lo que la mayoría de los primeros llamaba el
“inconsciente” se trataba, en términos psicoanalíticos, de los procesos preconscientes,
sólo considerados inconscientes de forma latente y descriptiva. También se
produjeron otras discrepancias en torno a la definición de palabras como “pulsión”,
“instinto”, “conflicto”, etc., y en torno a las especializaciones metodológicas,
especialmente en áreas que abarcaban sujetos no humanos y estudios derivados de
observaciones conductuales vs. las representaciones internas y la fantasía
inconsciente. Al mismo tiempo, los avances neurocientíficos sobre el desarrollo
inicial del cerebro, la neuroplasticidad y la neuroconectividad parecían proporcionar
pruebas que validaban la teoría psicoanalítica de la personalidad y su metodología
clínica.

IV. Aa. El inconsciente dinámico según el neuroanálisis: el conflicto inconsciente,


la “represión”, la memoria y las primeras etapas del desarrollo
Shevrin et al. (1992, 1996, 1999) presentaron el primer estudio neurocientífico
del inconsciente dinámico a partir de un grupo de pacientes que sufría fobia social. En
este estudio observaron que las respuestas cerebrales en forma de potenciales de
acción proporcionaban marcadores neurofisiológicos para el conflicto inconsciente.
Shevrin y compañía (2002) relacionaron las respuestas a un conjunto de palabras
emitidas de forma subliminal y supraliminal con una medida de “represión”, y
observaron que ese proceso represivo inhibía las respuestas a las palabras que, a juicio
de los analistas, tenían un significado conflictivo personalizado para ciertos pacientes
(Shevrin, 2002, p. 136).
Algunas investigaciones de seguimiento, realizadas por un grupo de
investigadores que llegaron a conocerse como el grupo Shevrin de estudios de la
percepción subliminal, abordaron una serie de fenómenos relacionados con los
procesos primarios y secundarios de pensamiento, incluyendo los marcadores
fisiológicos del conflicto inconsciente, el afecto, las defensas y la naturaleza de las
atribuciones – lo intrapsíquico vs lo relacional – de estos dos modelos de
procesamiento. Este corpus de investigación le hizo ganar a Shevrin el Premio
Sigourney en 2003. Villa, Shevrin, Snodgrass, Bazan y Brakel (2006) se centraron en
la naturaleza del procesamiento del lenguaje en el inconsciente. Los hallazgos
subrayaron la importancia de una concepción conectiva de la “propagación de la
activación (¿neuronal?)” – que vendría a ser el equivalente neurofisiológico de la
noción freudiana de “investidura no vinculada” que caracteriza el proceso primario.

215
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Equiparable a la conceptualización psicoanalítica clásica del proceso primario, el


enfoque conectivo también observó que las investiduras vinculadas y no vinculadas
estaban estrechamente relacionadas con la motivación y las defensas. Cuanto más
instintiva y pulsional era la motivación, más posible era mediar la “activación de su
propagación” o la investidura no vinculada. Cuanto más fallaban las defensas y
cuanto mayor era la angustia, más prevalecían las investiduras no vinculadas.
Otra área de atención tanto en Europa como en América del Norte continúa
siendo la memoria en las fases del desarrollo preedípico y preverbal. La neurociencia
no sólo ha delimitado la existencia de una memoria explícita a largo plazo,
“verbalizable”, sino que también ha identificado una memoria subterránea, implícita,
que no puede recordarse ni verbalizarse de forma consciente. Tal descubrimiento
anticipó la hipótesis de que todas las experiencias infantiles relacionadas con los dos
primeros años de vida se encuentran en este tipo de memoria, gestionada por la
amígdala – que tiene la función de procesar las emociones. El hipocampo, de hecho,
es indispensable para la memoria explícita y no madura antes de que el niño cumpla
los dos años. El estudio de la memoria implícita, después de que Warrington y
Weiskrantz (1974) la tipificaran, amplía el concepto de inconsciente y lo traslada a un
nuevo terreno: pasa del reino de lo reprimido a un terreno “desconocido” determinado
biológicamente (Ginot, 2015), posiblemente relacionado con las referencias de Freud
a la existencia de otros procesos inconscientes distintos de lo reprimido (Freud, 1923,
1930, 1940).
Desde las primeras etapas de la vida intrauterina-prenatal, las experiencias
sensitivas participan en la formación de una memoria emocional y afectiva básica que
es, de hecho, la verdadera piedra angular de las primeras organizaciones de las
representaciones (Mancia, 1980, 1981; Le Doux, 1992). Este podría ser el mecanismo
que conecta la neurofisiología de la memoria con el concepto de inconsciente
freudiano. Además, con la ampliación del concepto original de inconsciente a
dominios “no-conscientes” también se han propuesto otras convergencias
interdisciplinarias con la ciencia cognitiva, la neurobiología y la neurociencia (Bucci,
2001). El gran volumen de proyectos de investigación cerebral sobre procesos y
representaciones inconscientes ha influido en la forma en que se concibe el
inconsciente dentro del psicoanálisis. Por ejemplo, cuando los analistas se ocupan de
una clase de conocimiento que se encuentra fuera de la conciencia, pero no es causado
por la represión, utilizan cada vez más la expresión “conocimiento implícito
procedural”, la cual proviene de estas disciplinas (Clyman, 1991; Fosshage, 2005).
El núcleo de este campo conceptual – que estudia los procedimientos y
representaciones relacionales implícitos o enactivos – lo ocupa un modelo del
desarrollo (y un modelo de cambio terapéutico) que se muestra coherente con los
últimos descubrimientos sobre el apego, la interacción entre padres e hijos y la
neurociencia afectiva y cognitiva (Gabbard & Westen, 2003; Stern et al., 1998). A
ello se suma el modelo de cambio terapéutico, que en algunos sectores podría estar
suplantando su confianza en la traducción de representaciones inconscientes por un

216
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conocimiento reflexivo y simbolizado (o percepción), o la codificación procedural por


la codificación simbólica (proceso primario por proceso secundario; formas
preverbales del pensamiento por formas verbales), en definitiva, por un nuevo énfasis
en el conocimiento presuntamente no conflictivo, no simbolizado, implícito o
procedural (Grupo de estudio de Boston sobre el proceso de cambio, 2007; Lyons-
Ruth, 1998, 1999).
Este inconsciente no reprimido está asociado al legado biológico de la
persona: se desenvuelve en las experiencias de la primera infancia, que todavía no
pueden reprimirse, hasta estructurarse en el yo nuclear y la dominación “sujetal” del
individuo. Las características básicas del sistema de la memoria implícita pueden
conectarse con las suposiciones básicas del trabajo clínico acentuando, por tanto, el
rol principal de la experiencia relacional en psicoanálisis (Barnà, 2007b, 2014).
Asimismo, estos estudios han transformado la concepción de la transferencia y
contratransferencia en lo que respecta a las transformaciones a través de la
simbolización de los sueños, los enactments y la relación con la prosodia del lenguaje
(Mancia, 2006). Estos hallazgos reafirman los aspectos “constructivos” de la relación
analítica (Freud, 1937): especialmente el trabajo relacionado con la verbalización de
las fantasías inconscientes, que se puede deducir de la escucha empática y la
disposición del analista. Esta construcción también puede realizarse a través de un
pacto de significados y el lenguaje utilizado para expresarlos (Barnà, 1990, 2007a).
Partiendo de la investigación de Le Doux sobre la interacción implícita de los
sistemas de memoria múltiple en adultos bajo condiciones traumáticas, varios
estudios longitudinales se dedicaron a ampliar el conocimiento sobre las
consecuencias neurobiológicas de las experiencias relacionadas con el apego
(Balbernie, 2001; Segal, 1999; Schore, 2003, 2006, 2007, 2010) en niños con
antecedentes traumáticos y sin ellos. En general, los hallazgos coincidieron con la
afirmación de Bowlby de que el apego seguro facilita la resistencia al estrés y al
trauma a lo largo de la vida, mientras que el apego inseguro, por el contrario, lo
reduce. Las experiencias nocivas de la primera infancia producen un daño
neurobiológico en el sistema límbico que incluye la corteza orbitofrontal: esto puede
causar que el niño desarrolle una serie de problemas cognitivos, emocionales y
conductuales, complicando su adaptación a la adolescencia y adultez. La corteza
orbitofrontal es fundamental para la estructuración del mapa cognitivo-afectivo y
relacional. Es también en esta área donde se registran las primeras experiencias
relacionadas con el apego y los recuerdos emocionales (Segal, 1999; Balbernie, 2001;
Bettmann et al., 2011). El mensaje clave de los estudios neurocientíficos del
desarrollo cerebral es que “las relaciones humanas dan forma a las relaciones
neuronales de las que surge la mente” (Seigal, 1999, p. 2). Durante los tres primeros
años de vida, se activan tres circuitos cortico-límbicos esenciales para la
autorregulación del afecto. Estos circuitos se configuran gracias a la interacción del
niño con sus cuidadores y proporcionan una plataforma para experimentar y gestionar
emociones futuras significativas. En este sentido, Schore (2003, 2007) también

217
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estudió la correlación neurobiológica de los primeros síntomas de la disociación entre


los lactantes, en quienes observó una coincidencia con la estructura rítmica de los
estados desregulados de la madre por hiperexcitación o por hipoexcitación
disociativa.
Según el lenguaje de la teoría del apego, las transacciones de apego se
imprimen en la memoria implícita-procedural gracias a la amígdala (no al hipocampo,
implicado en la represión y la simbolización inconsciente, inmaduro, durante el
primer año de vida), formando así “modelos de trabajo” duraderos con patrones de
respuesta codificados y conductas adaptativas que regulan el afecto ante el desafío
ambiental (Schore, 2000, p. 35). Cuando se activan, la memoria procedural genera
una anticipación inconsciente del futuro estado mental. Según Seigal, esto resulta
particularmente útil para entender el trauma infantil, puesto que “experiencias
repetidas de pánico y miedo pueden arraigarse dentro de los circuitos del cerebro y
transformarse en estados mentales. Con episodios crónicos, estos estados pueden
activarse más rápidamente (recuperarse) en los rasgos futuros (y así llegar a ser)
característicos del individuo” (Seigal, 1999, p. 33). La sinaptogénesis y la
mielinización axonal continúan operando en la corteza orbitofrontal hasta bien
entrado el segundo año de vida. Después del ápice de la neuroplasticidad del
aprendizaje emocional ligado a la experiencia, los “modelos de trabajo” de las
relaciones tienden a conservar su carácter. Sin embargo, el córtex orbitofrontal tiende
a guardar un grado de neuroplasticidad notable a lo largo de la vida y es posible que
gracias a esta plasticidad la terapia psicoanalítica pueda provocar un impacto
neurobiológico: “La psicoterapia intensiva puede entenderse como una reconstrucción
a largo plazo de los recuerdos y respuestas emocionales que se han arraigado al
sistema límbico” (Andreasen, 2001, p. 331).
El debate sobre la naturaleza dinámica de las primeras impresiones implícitas
no reprimidas sigue siendo un tema controvertido con implicaciones sobre el trabajo
clínico. Otra perspectiva (Clyman, 1991; Fonagy, 1999; BCPSG, 2007) entiende las
primeras impresiones como codificaciones procedurales cognitivas del “yo-con-lo-
otro”, comparadas al andar en bicicleta. En términos estrictamente procedurales, se
produce una reconstrucción de la transferencia, debido a que algún indicio surgido en
la relación analítica guarda un parecido con un modelo de trabajo relacional ya
establecido “procedural”, de modo que el detonador – un proceso automático no
motivado – activa el patrón de relación procedural. El cambio puede lograrse con la
búsqueda de “momentos de encuentro” no necesariamente interpretables, mientras
que para el paradigma dinámico de Shevrin, las intenciones y expectativas
inconscientes, sumadas al contexto y expectativas de la situación actual, ayudan a
determinar cómo y qué se recuperará. “La recuperación nunca es simplemente
automática o desmotivada…” (Shevrin, 2002, p. 137). Shevrin propone que las
“memorias procedurales”, aunque no sean reprimidas ni simbolizadas de forma
inconsciente, no están todavía automatizadas, sino que se hallan sujetas a cambios
transferenciales dinámicos-conflictivos cada vez que se recuperan. Este punto de vista

218
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es compatible con los conceptos dinámicos de temporalidad psíquica y con nociones


freudianas como el Nachträglichkeit y los recuerdos pantalla. También es compatible
con enfoques contemporáneos freudianos y relacionales (Bion, Winnicott) y con la
transferencia de los enactments, por su carácter subsimbólico pero “simbolizable” y,
por tanto, interpretable (Ellman, 2008; Grotstein, 2014, comunicación personal). La
diferencia entre las dos interpretaciones de los hallazgos neurocientíficos parece
radicar en la exclusión o inclusión de la interacción dinámica en los mundos interiores
representacionales – un sello de la perspectiva psicoanalítica. Renunciar a la
perspectiva del inconsciente como un almacén de experiencias no deseadas, implica
naturalmente un cambio de enfoque significativo del rol del analista en la sala de
consulta.
El hecho de entender el apego como la correspondencia conductual entre las
relaciones objetales internalizadas y la influencia de la relación inicial madre-hijo
(Diamond & Blatt, 2007) despertó el interés de otros estudiosos contemporáneos,
quienes también se propusieron entender el mundo representacional del niño. El
estudio de la depresión materna, la seguridad del apego infantil y el desarrollo
representativo de Toth, Cicchetti, Rogosch y Sturge-Apple (2009) desvelaron que
durante el desarrollo se carga con las primeras representaciones negativas de los
padres y de uno mismo, las cuales es posible que se transmitan de generación en
generación. Ellman (2008, citando a Freud, 1915) señala que las primeras
representaciones se codifican como representaciones/cosas sin valor simbólico. Las
actividades primero se asocian con el valor denotativo y no con el connotativo
(Cassirer, 1953; Langer, 1948). Aunque no se simbolicen, estas cosas pueden motivar
respuestas conflictivas complejas. Según esta teoría, estas representaciones eran las
que provocaban, en parte, las repeticiones generalmente arraigadas en formaciones
pactadas. Desde otra perspectiva, Weinstein (2007) entiende que los efectos
prolongados de las relaciones de apego no son debidos a la creación de patrones de
yo-con-el-otro (Fonagy & Target, 2002), sino a la huella que estas relaciones dejaron
en los sistemas de autorregulación neurobiológica del estrés y la atención; la relación
de apego también cambiará la programación de la experiencia del placer y el
displacer. “Si la memoria recupera la relación de apego durante la infancia, dando
lugar a la materia prima sobre la que se construyen las más fantásticas narraciones de
la sexualidad infantil, también se verán de alguna forma alteradas por el aumento de
las capacidades cognitivas y las excitaciones en distintas áreas. Las …narraciones
sobre el sí mismo tendrán un impacto sobre las experiencias del placer/displacer, y
también podrán alterar la experiencia de las figuras de apego originales” (Weinstein,
2008, p. 181).
Estas hipótesis, junto con los estudios de Shevrin (1997) sobre la verificación
de los recuerdos a través de la impresión sensorial, coinciden con el hallazgo clínico
de que las primeras experiencias/acontecimientos pre-simbólicos son simbolizables
mediante un trabajo psicoanalítico (re)constructivo gracias a la prosodia del lenguaje,
los sueños, las fantasías y los enactments transferenciales, especialmente importantes

219
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para los pacientes con sintomatología post-traumática (Mancia, 2006; Papiasvili,


2014, 2015).

IV. Ab. Correlatos biológicos de los trastornos de ansiedad, pánico y fobias; y el


trastorno límite de la personalidad
Los estudios que tratan de integrar la perspectiva psicoanalítica y la
neurobiológica en relación con los trastornos de pánico y las fobias se han dedicado a
cartografiar las vías neuroanatómicas involucradas en el paradigma del aprendizaje (y
desaprendizaje) subliminal, basadas en el condicionamiento clásico, el cual podría
traducirse psicoanalíticamente como “la transformación de la angustia traumática en
una señal de ansiedad”. Los conflictos dinámicos subyacentes en torno a la
separación, el desamparo psíquico, la agresión, el acercamiento/evitación, la
lucha/huida y sus correlatos neurobiológicos (irregularidades en el funcionamiento de
la amígdala y la corteza orbitofrontal/prefrontal) fueron monitoreados en tiempo real
con la ayuda de las técnicas de neuroimagen. Alexander, Feigelson y Gorman (2005)
especularon que la interacción entre la amígdala y el hipocampo estaba involucrada
en “el centro neurálgico de recuerdos de miedo inconscientes que describió Freud…”
(p. 140). Se referían a que la continuidad entre los dos modelos de la angustia de
Freud formaría una superestructura teórica que serviría para conceptualizar estos
problemas.
Kernberg (2015) propuso un modelo de correlatos neurobiológicos de la
teoría de las relaciones objetales partiendo del trastorno de la personalidad límite. A
partir del trabajo de Wright y Panksepp (2014), Krause (2012) y otros, propone que
los afectos primarios pueden integrarse en numerosos sistemas afectivos. Los afectos
primarios más importantes surgen en las primeras semanas y meses de vida. Estos
afectos primarios incluyen la alegría, la rabia, la repugnancia, la sorpresa, el miedo, la
tristeza y la excitación sensual. Los afectos se agrupan en sistemas de erotismo,
juego-vinculación afectiva, lucha-huida, apego, separación-pánico, y la BÚSQUEDA.
La BÚSQUEDA (Wright y Panksepp, 2014) es una motivación básica no específica
que busca la gratificación del estímulo y puede acoplare con cualquiera de los otros
sistemas afectivos. Debido a su falta de especificidad, algunos han considerado que la
BÚSQUEDA es una versión contemporánea de la pulsión freudiana (Johnson, 2008).
Según Panksepp y Kernberg, la BÚSQUEDA proporciona una explicación básica de
por qué, bajo determinadas condiciones, los sistemas afectivos agresivos o de
asociación filial pueden sufrir una activación desmesurada. Desde un punto de vista
psicoanalítico, los afectos entendidos como sistemas motivadores primarios plantean
interrogantes sobre si las pulsiones están constituidas por la integración de los
efectos positivos (“libidinales”) y negativos (“agresivos”) correspondientes o si los
afectos son la expresión correspondiente a estas supuestas pulsiones. Los afectos
inician la interacción entre el sí mismo y el otro y la internalización de estas
interacciones (en forma de memoria afectiva) determina los modelos internalizados

220
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del comportamiento (según la terminología del apego) o las relaciones objetales


internalizadas (según teoría psicoanalítica de las relaciones objetales). Los afectos
positivos y negativos que activan las estructuras del cerebro están separados entre sí.
La integración de los afectos positivos y negativos sólo se produce en un plano
superior de las estructuras límbicas e implica un interacción cortico-límbica. La
integración gradual de estas condiciones emocionalmente opuestas conduce a un
sentido integrado del sí mismo y de los demás, que tiene repercusiones sobre la
“identidad normal del yo” y sobre el paso de la organización de la personalidad límite
a la organización de la personalidad neurótica, marcado por el paso de las operaciones
defensivas primitivas, centradas en la escisión, a las operaciones defensivas
avanzadas, centradas en la represión. Este nivel avanzado del desarrollo de la
personalidad se refleja en la delimitación clara de un inconsciente dinámico
reprimido, o ello, constituido por relaciones diádicas internalizadas inaceptables, las
cuales reflejan agresiones primitivas intolerables y aspectos de la sexualidad infantil.

IV. Ac. Otras áreas de interés neuroanalítico: implicaciones dinámicas de


lesiones neurológicas, estudios del sueño, simbolización, pulsiones y afectos
Mark Solms (2000a, Kaplan-Solms & Solms, 2000) ha establecido un sistema
de observación clínica psicoanalítica a partir de un número de pacientes con lesiones
parietales en el lado derecho. Ha descubierto que, en tales pacientes, lo que antes se
denominaba “déficit cognitivo” puede abarcar importantes factores dinámicos que
hacen que partes de los procesos cognitivos se vuelvan inconscientes. Mediante la
intervención psicoanalítica fue posible revertir este proceso dinámico y recuperar las
cogniciones – excluidas dinámicamente de la conciencia a través de mecanismos de
defensa primitivos – de vuelta al conocimiento consciente. Solms advirtió que tal
autoengaño mediado dinámicamente estaba relacionado con una lesión en el lóbulo
parietal derecho y se podía atribuir a una compleja configuración narcisista regresiva,
una evitación del afecto depresivo y una disminución de la capacidad del individuo de
relacionarse con el “objeto entero”. Sin embargo, el fundamento teórico y la
metodología de este y otros estudios parecidos ha sido puesto en cuestión por Blass y
Carmeli (2007, 2013, 2015), quienes criticaron la validez de las afirmaciones de
Solms.
Wilner y Aubé (2014), Buszaki (1996) y Uhlaas et al. (2009) estudiaron otras
lesiones neurológicas específicas, cuyo resultado eran la regresión y los estados de
conciencia dinámicamente alterados. Otros ámbitos de estudio neuroanalítico del
inconsciente dinámico incluyen los procesos oníricos (Solms, 1997; 2000b), los
parámetros de la simbolización del proceso primario (Shevrin, 1997) y la
neurobiología de las pulsiones y los afectos (Panksepp, 2011; Wright & Panksepp,
2014; Kernberg, 2015; Johnson, 2008).
Definir los límites entre las neurociencias y el psicoanálisis es objeto de
intensos debates. La articulación/traducción entre las dos disciplinas plantea una serie

221
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de interrogantes epistemológicos, ontológicos, metodológicos y clínicos que atañen al


problema cuerpo-mente, mente-cerebro y al discurso interdisciplinario en general. El
modo cómo podría llegar a funcionar tal articulación también repercute en la
concepción que tiene cada analista de lo que es esencial para su trabajo psicoanalítico.
Como con cualquier estudio interdisciplinario, la puesta en práctica de las
investigaciones neurocientíficas ha levantado dudas, debates y controversias.
Históricamente, Freud (1940), Winnicott (1949), Alexander (1936, 1964), McDougall
(1974, 1993), Green (1999), y más recientemente Hinshelwood (2015), Pulver (2003),
Blass y Carmeli (2007, 2013, 2015), Yovell, Solms y Fotopoulou (2015), Albertini
(2015), Scarfone (2015) y muchos otros, debatieron esta cuestión abarcando un
amplio abanico de perspectivas. Muchos analistas creen beneficioso mantenerse al
corriente de los últimos descubrimientos relacionados con áreas específicas de interés
psicoanalítico como, por ejemplo, los correlatos neurobiológicos de historias
traumáticas de la infancia y su reversibilidad parcial gracias al tratamiento
psicoanalítico (Kernberg, 2015; Blum, 2003, 2008, 2010; Mancia, 2006a, b; Busch,
Oquendo, Sullivan y Sandberg, 2010). La propuesta de Canestri (2015) de hablar de
“una intersección entre varias disciplinas en términos de lenguaje, metodología y
epistemología” (p. 1576) facilita que todas las partes puedan seguir escuchándose las
unas a las otras.

IV. B. El grupo del inconsciente

IV. Ba. Contexto teórico


Los procesos inconscientes y los contenidos subyacentes del comportamiento
grupal, cultural y social, fueron abordados por Freud en los más de veinte escritos que
conforman su teoría psicoanalítica. Entre estos escritos destacan Tótem y tabú (Freud,
1913), donde Freud explica la manifestación del complejo de Edipo a nivel grupal y
social; la Psicología de las masas y análisis del yo (Freud, 1921), donde se centra en
la regresión grupal y en los procesos primitivos proyectivos e identificativos, es
decir, en la proyección del (súper)yo ideal de los miembros del grupo sobre un líder,
que los redime de sus restricciones morales a la hora de expresar determinados
impulsos instintivos, especialmente de tipo agresivo, y los procesos identificativos
recíprocos entre los miembros y el líder, los lazos libidinales entre ellos que fomentan
un sentido de pertenencia y un mayor sentido de cohesión; y la obra, El malestar en la
cultura (Freud, 1930), acerca de la afiliación grupal que solía desencadenar impulsos
inconscientes agresivos, sádicos y destructivos contra “otros” grupos, aquí en primer
plano. Aunque las formulaciones o el enfoque de la perspectiva freudiana del grupo
del inconsciente han ido variado a medida que se desarrollaba la teoría, la premisa
básica permaneció inalterable: la fuerza motivadora que empuja los avances históricos
y sociales, el fracaso y el éxito de la civilización, es resultado del antagonismo entre
las exigencias de la naturaleza instintiva y las formaciones reactivas restrictivas,

222
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establecidas por la sociedad, las cuales conducen a una progresiva renuncia de


actuación por parte de los instintos (tanto agresivos como eróticos/sexuales). Según
este punto de vista, los pactos más o menos exitosos, resultantes de la interacción
dinámica entre las motivaciones inconscientes y conscientes impuestas por los grupos,
son responsables de los resultados subliminares y beneficiosos más elevados, así
como de los más malignos y destructivos, es decir, la esclavitud, los genocidios, las
guerras, abusos y victimizaciones que han ocurrido a lo largo de la historia.
Las contribuciones de W. Bion (1961), Rice (1969) y Anzieu (1981), Kaes
(2010, 2014) y Lebovici, Diatkine y Kestenberg (1958) ampliaron las ideas de Freud
sobre las fantasías primitivas activadas por el grupo y los procesos primitivos
proyectivos-introyectivos-identificativos específicos del grupo, además de centrarse
en los modelos de identificación proyectiva y/o “realidad psíquica” y el “espacio
dinámico intersubjetivo”. Bion (1961) propone que los impulsos primitivos alejados
de su origen por la identificación proyectiva, contribuyen a la formación de una
“suposición básica de grupo”, gobernada por mecanismos de “dependencia”,
“lucha/huida” y “emparejamiento”, mientras que la función del “grupo de trabajo”
es una colaboración productiva y orientada a la realidad. Anzieu (1981) da cuenta de
las diversas fantasías grupales, ilusiones e imágenes en torno a las amenazas orales y
los temores de aniquilación como, por ejemplo, el “grupo como una boca”,
“rompiéndose”, o el “grupo-máquina”, que reflejan las estructuras iniciales de la
mente y el nivel psicótico de la personalidad tal y como se manifiesta en el proceso
grupal. Kaes (2010, 2014) describe el modelo de la realidad psíquica inconsciente del
grupo y lo relaciona con procesos de interferencia asociativa, espacios ensoñadores
compartidos y alianzas inconscientes. Dentro de este complejo sistema
metapsicológico e intersubjetivo, la triple alianza de naturaleza narcisista es entre la
Idea, el Ideal y el Ídolo. Esta alianza refleja la tiranía de la imagen materna
omnipotente e idealizada y el uso de varios mecanismos de defensa primitivos, como
la escisión y la negación contra las ansiedades arcaicas. Estos y otros conceptos
podrían aplicarse a terapias analíticas de grupos y también en grupos organizativos e
institucionales.

IV. Bb. Terapias analíticas de grupo


Las terapias analíticas de grupo han estado empleado nociones freudianas y
bionianas de procesos y contenidos inconscientes desde que se fundaron al terminar
la Segunda Guerra Mundial, especialmente las orientaciones inspiradas en Slavson
(1947), para quien los factores inconscientes de la dinámica de grupo impedían el
desarrollo del individuo y se interpretaban según este patrón, y/o Foulkes (1948),
quien utilizaba factores dinámicos inconscientes de grupo e interacciones multinivel
para promover el desarrollo del individuo. Existe un consenso en torno a la terapia
analítica de grupo tal y como se practica hoy en día y, de hecho, esta terapia se
considera más apta para tratar problemas caracterológicos porque en grupos

223
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pequeños las transferencias, tanto de proyección como de desplazamiento, sobre el


terapeuta y sobre el grupo y los miembros del grupo, se activan con más rapidez
haciendo más detectables las resistencias caracterológicas y, por tanto, más fáciles
de interpretar (Slavson, 1947; Glatzer, 1953; McKenzie, 1992; Kauff, 2011). La
función de un analista de grupo es proporcionar un sentimiento seguridad ante la
puesta en acto de los impulsos inconscientes y proteger los límites y el marco
mediante la interpretación de conflictos y batallas inconscientes cuando éstas impiden
el progreso individual y/o grupal. Desde el punto de vista bioniano de la dinámica
(inconsciente) de grupo, esto equivale a que el analista de grupos contiene, escucha e
interpreta las “suposiciones básicas” de las tendencias regresivas e inconscientes del
grupo. En general, las terapias analíticas de grupo, que evolucionaron a partir del
trabajo grupal con niños (Slavson, 1947) y con los veteranos de la Segunda Guerra
Mundial (Foulkes, 1948), se han convertido en un ámbito con coherencia interna, en
desarrollo, que aplica varias perspectivas ampliadas del inconsciente, la mayoría de
ellas relacionadas con orientaciones psicoanalíticas, incluyendo la winnicottiana, la
mahleriana, la relacional, la psicología del sí mismo, la intersubjetivista y los modelos
de teoría de campo del inconsciente. El concepto básico de inconsciente continúa
proponiendo que el grupo asume la función transferencial, así como la del desarrollo
y, como tal, proporciona un almacén dinámico inmejorable para la interacción de
procesos inconscientes, los cuales de otra manera serían imposibles de observar. Una
modalidad híbrida clínica de las organizaciones orientada al psicoanálisis son los
“GRUPOS EXPERIENCIALES” para profesionales, directores empresariales,
estudiantes o profesores que han estado empleando los conceptos de dinámica grupal
inconsciente, transferencia múltiple y resistencia y las interacciones inconscientes
para optimizar el funcionamiento de los grupos de trabajo y estudio, así como el de
sus miembros en empresas, hospitales, instituciones, organizaciones sin ánimo de
lucro e instituciones académicas de América del Norte (Papiasvili, 2011).
Una modalidad de grupo específica que empezó trabajando con niños y
adolescentes, pero que después extendió su práctica a todas las edades, fue el
psicodrama psicoanalítico de Lebovici y Diatkine (Lebovici, Diatkine y Kesternberg,
1958). Su terapia era de tipo individual y empleaba la dramatización, a diferencia del
psicodrama grupal expresivo de Jacob Moreno desarrollado en décadas anteriores. En
todas sus modalidades el paciente se encuentra en el centro de la “escena”, diseñada a
partir de sus recuerdos y fantasías; el analista dirige la participación de los terapeutas
auxiliares en la “obra”/intercambio con el paciente. Esto ha demostrado tener un
efecto positivo para la aparición de contenidos y procesos inconscientes que, de lo
contrario, continuarían estando defendidos enérgicamente, y conduce a una
comprensión de los mismos.

224
Volver a la tabla de contenido

IV. Bc. Violencia social y terrorismo


El libro Violencia social sancionada de Kernberg (2003) describe una serie de
mecanismos regresivos, malignos, narcisistas-paranoicos que componen una matriz
común (inconsciente) para el análisis de los aspectos de la psicología social que
sanciona la violencia. Kernberg va más allá de Freud porque suma la dimensión del
temor a las consecuencias de la agresión que moviliza las defensas de tipo narcisista y
paranoico. En estos procesos de regresión grupal, las facultades normales y las
operaciones defensivas son reemplazadas por un abanico de operaciones defensivas
primitivas típicas de los mecanismos paranoide-esquizoide, descritas originalmente
por Klein. Según Kernberg y Green (Kernberg, 2003), este poder incontrolado
muestra un potencial regresivo ante las operaciones defensivas primitivas centradas
en la escisión porque se dedica a hacer frente a la agresión primitiva. Esta ser la
prueba más importante del sistema motivacional básico que Freud definió como
pulsión de muerte, el contrapunto de la libido. Rice (1969), Green (1969), Glass
(2008) y Kernberg (1994, 2003) entienden que estos contenidos y procesos
inconscientes operan dentro del individuo, los grupos pequeños y grandes,
instituciones y en la sociedad en general.

IV. Bd. El trauma histórico, el inconsciente étnico y la crisis social e


internacional
Herron (1995) entendió el “inconsciente étnico” como el material reprimido
heredado de generación en generación y compartido por la mayoría de las personas de
un grupo étnico. El trauma histórico vincula a los miembros de un grupo social, raza,
religión o nación y los predispone a una regresión a un tipo de ideología paranoide, un
movimiento de masas paranoico, al fanatismo, ostracismo y a ataques violentos contra
otro subgrupo político, nacional o racial. Volkan (1988, 1999) ha proporcionado una
explicación de las relaciones entre el trauma histórico, la formación de la identidad y
el conflicto intergrupal. Los “otros grupos” se convierten en objetos de escisión
infantil, de regresión narcisista y paranoica y de defensas en su contra. Se identificó la
falta de un proceso de luto como uno de los factores etiológicos (Volkan, 1999). El
potencial inconsciente para la agresión primitiva disponible en distintos grados según
el individuo puede activarse rápidamente en los procesos grupales regresivos. A lo
largo de la historia, la agresión activada por un grupo puede amplificarse según sea la
combinación de la internalización colectiva del trauma histórico (Papiasvili &
Mayers, 2013) y crear una crisis social que desmantele las estructuras sociales
ordinarias. En tales condiciones, puede que surja una ideología dominante de
polaridad paranoica y caiga en suelo fértil.

225
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IV. Be. Dinámica de las organizaciones y social; la psicohistoria


Campos de aplicación de la dinámica de las organizaciones y social, y del
ámbito interdisciplinario de la psicohistoria utilizan los conceptos antes mencionados
en sus investigaciones y elaboraciones dedicadas a averiguar el funcionamiento de
grandes grupos, en el trascurso del tiempo y en distintas geografías. Un ejemplo
proveniente de la dinámica social es el concepto de “antigrupo” de Morris Nitsun
(1996), una confluencia de elementos inconscientes destructivos que amenazan el
funcionamiento del grupo, ya sea un grupo de terapia, un grupo organizativo o
institucional, o en el contexto de un macro grupo social. El campo de la psicohistoria,
en particular, tiene una larga tradición en América del Norte, ya que allí los conceptos
psicoanalíticos se han aplicado a macro eventos sociales en distintas épocas. Los
primeros artículos publicados en torno a la psicohistoria aparecieron en el primer
número de la Revista de psicología anormal en 1909. Otros trabajos exhaustivos
fueron iniciados por Robert J. Lifton (1993); La revista de psicohistoria, fundada por
Lloyd deMause y por La psique de Clío, editada por Paul Elovitz, entre otros. Un
ejemplo contemporáneo de psicohistoria psicoanalítica es la “configuración
transcendental” de Eva Papiasvili y Linda Mayers, en que el acceso y la
transformación de lo infantil-irracional-mágico proporcionó un recurso necesario
para superar traumas de proporciones épicas durante la Edad Media (2013, 2014,
2016). Nitsun (1996), como Papiasvili y Mayers (2013), hace hincapié en el potencial
destructivo y creativo de los contenidos y procesos inconscientes del grupo, los cuales
a pesar de ser irracionales y regresivos son estimulantes y regeneradores.

V. CONCLUSIÓN

A principios de siglo XXI son muchas las maneras de conceptualizar el


inconsciente en cada uno de los tres continentes psicoanalíticos. Dentro de esta
pluralidad conceptual, existen importantes tendencias regionales.
En Europa, los analistas franceses iniciaron la tendencia de “volver a Freud”,
revisando, deconstruyendo y poniendo en práctica los conceptos clásicos. Dentro de la
tradición francesa existe una separación absoluta (irreductible) entre el
preconsciente/consciente y el inconsciente y una conexión inconsciente con la pulsión
sexual (distinta de la noción de instinto). Una vertiente de esta tendencia consiste en
pensar que el inconsciente no puede identificarse a través de la observación, sino que
sólo puede ser deducido por movimientos psíquicos “après coup”, después del
acontecimiento.
Otra tendencia de la teoría europea sobre el inconsciente la representa un
grupo de analistas que defienden la ciencia cognitiva, la neurobiología y la

226
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neurociencia para explorar el conocimiento procedural implícito y la memoria


implícita, donde se considera que se ubican todas las experiencias infantiles de los
primeros dos años de vida. En el núcleo de este territorio conceptual, que estudia los
procedimientos y representaciones relacionales, implícitas y enactivas, hay un modelo
de desarrollo que coincide con los últimos hallazgos en teorías del apego, la
interacción entre padres e hijos y la neurociencia afectiva y cognitiva.
Una tercera tendencia importante en la conceptualización europea del
inconsciente proviene de la teoría relacional-objetal, la cual se centra en el rol que
tiene el objeto en la formación del inconsciente, y concibe al inconsciente como un
producto de la internalización de las experiencias relacionales. Conjeturan que la
creación de las pulsiones innatas del niño se forman a través de su interacción con el
medio; esta interacción es a la vez enriquecida y remodelada por procesos psíquicos
inconscientes. El inconsciente, según esta tradición, se estructura mediante la
transformación mental de las experiencias sensoriales y emocionales en las relaciones
primarias. Nociones innovadoras como la existencia de un área intermedia entre el sí
mismo y el otro y la de un objeto de transición allanaron el camino para repensar el
papel de la díada en las relaciones objetales con ramificaciones en “terceras” áreas.
Conceptos teóricos como el tercero analítico, la ensoñación y lo no pensado pero
conocido apuntan a formas de conocimiento inconsciente que van más allá de la
díada, impregnando el lenguaje y la totalidad del individuo.
En América del Norte, entre las múltiples voces que dialogan acerca del
funcionamiento del yo inconsciente, el proceso y el procesar inconscientes, el
conflicto y el compromiso intrapsíquico, el rol del objeto, del sujeto y del “otro” en el
desarrollo del individuo y en la situación psicoanalítica, la internalización, la
representación, la simbolización, los enactments, los planos horizontales y las
divisiones verticales, la “intersubjetividad”, el neuropsicoanálisis y la verificación de
la memoria, se pueden discernir un gran número de tendencias.
Las que se centran en el proceso, separan el estudio de los procesos
inconscientes, el procesamiento y las estructuras del contenido inconsciente, pero
entienden que el proceso en sí tiene a la vez una dimensión fluida y estructurada.
Se reconoce el rol del objeto en la formación y modulación de los contenidos
y procesos inconscientes. Esta nueva dirección tiene una perspectiva menos biológica
del “instinto/pulsión”. Al mismo tiempo, sin embargo, la neurociencia dinámica y el
neuroanálisis contemporáneo han estimulado una revisión de los postulados
metateóricos de Freud, ya que vuelven a centrarse en la fisiología del cerebro y del
cuerpo en relación con los procesos y contenidos inconscientes.
En el panorama psicoanalítico americano contemporánea la alternativa a la
conceptualización clásica ha reunido un grupo de enfoques que se conocen por el
nombre de psicoanálisis relacional. Todos estos enfoques subrayan de diversas
maneras la naturaleza diádica, social, interactiva e interpersonal de la mente. De ahí el
apelativo alternativo del “inconsciente de dos personas”, el inconsciente coproducido

227
Volver a la tabla de contenido

en el campo intersubjetivo. Tradicionalmente asociada a la investigación infantil y la


neurociencia, esta tendencia parece moverse hacia la inclusión de la interacción
dinámica en el mundo interior representacional.
Fuera del psicoanálisis relacional, el debate no se centra tanto en la
contribución de factores intrapsíquicos vs relacionales, sino en la articulación y
compleja interacción entre la calidad inicial del objeto (y en la situación analítica la
calidad presente) de vincular-soñar-simbolizar-facilitar y la “respuesta” inconsciente
intrapsíquica del sujeto y su representación.
En todas las orientaciones psicoanalíticas ha aumentado la importancia del
inconsciente “no representado” y “subsimbólico”, y de una reevaluación
concomitante de la participación interpretativa y no interpretativa del analista, que
incluye los enactments de contratransferencia, el sostenimiento, la contención y la
facilitación. En la medida en que la atención recae en los modos no interpretativos del
funcionamiento del analista, se produce una desviación teórica de los enfoques
tradicionales de la teoría del conflicto en torno al inconsciente. En la medida en que la
atención recae en traer lo no representado y subsimbólico al discurso interpretativo, se
produce una expansión del reino intrapsíquico de los procesos inconscientes definidos
y estratificados de varias maneras.
Muchas escuelas de pensamiento subrayan las ventajas de la existencia de
unos límites permeables entre las diferentes partes de la psique.
En América Latina, las tendencias hacia sintetizar el pensamiento
metapsicológico y clínico dieron lugar a estudios exhaustivos en torno la lógica
inconsciente y la comunicación inconsciente.
Al combinar las concepciones de Freud del proceso primario con
proposiciones matemáticas, se conjeturó que la lógica inconsciente está regida por dos
principios: el principio de generalización, según el cual, a diferencia de la lógica del
sistema consciente, la lógica del inconsciente no entiende a los individuos como
unidades diferenciadas, sino como miembros de grupos infinitamente grandes; y el
principio de la simetría, el cual identifica de qué manera el inconsciente trata de igual
forma anverso y reverso de toda relación. Se supone que la psique funciona
bilógicamente gracias al la actuación simultánea de la lógica consciente e
inconsciente.
Históricamente enraizados en el pensamiento de Freud, e incorporando nuevos
avances en las conceptualizaciones de la transferencia, contratransferencia e
identificación proyectiva, los analistas latinoamericanos también introdujeron la
conceptualización de la situación analítica como un campo dinámico. Convencidos de
la profunda intersubjetividad de la situación analítica, los autores han forjado una
transformación de la teoría del sueño a partir del concepto de ensueño. En
presentaciones contemporáneas acerca de la comunicación inconsciente, soñar –
entendido como una función psíquica continuada – asume un papel todavía más

228
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importante que en la teoría clásica. Entendida como el resultado de la interacción


entre un inconsciente y otro, toda sesión se concibe como un largo sueño compartido.
De esta manera, todo el análisis se convierte en un intercambio de ensueños.
En definitiva, dejando a un lado las divergencias entre las tendencias
regionales y las de dentro de cada región, las cuales exhiben una pluralidad
conceptual que estudia las múltiples dimensiones del inconsciente y sus procesos,
contenidos y estructuras, incluyendo el contexto de su formación y cambio, también
existen temas convergentes entre ellas:
La necesidad del concepto: la mayoría de los psicoanalistas están de acuerdo
en señalar que el concepto de inconsciente es una herramienta esencial para
aprehender una realidad fundamental para la mente humana: el carácter transversal de
sus modos de “representación”, los cuales operan totalmente aparte de las normas
cognitivas del proceso secundario. El inconsciente se interpreta generalmente como el
subproducto inevitable – único y universal – de las “incompatibilidades” psíquicas
entre la experiencia individual y la vida colectiva. Mientras que se presume que el
núcleo del inconsciente surge o se “almacena” durante la infancia, el adulto que se
sienta abrumado por una situación traumática puede extrudir nuevas regiones de su
funcionamiento. El inconsciente sigue siendo la piedra angular de muchas escuelas de
pensamiento, aunque nunca acabe de concretarse y los contextos varíen.
El proceso: se considera que el estudio de los procesos inconscientes, el
“procesamiento” y las estructuras es tan importante desde el punto de vista teórico y
clínico como los análisis tradicionales del contenido inconsciente. La tendencia actual
parece ser la de investigar los procesos inconscientes con su dimensión fluida y
estructurada y deconstruir los diferentes planos del funcionamiento inconsciente, los
cuales solían considerarse relativamente “ilógicos” y “no comunicativos”, pero hoy en
día se les confiere una lógica y modos de comunicación propios. La confianza en un
plano de funcionamiento inconsciente puede ser un factor decisivo para que un
individuo responda a la técnica analítica tradicional.
El prominente rol del objeto, las relaciones objetales y la interacción
conceptualizada de varias maneras: las teorías de las relaciones objetales han
desarrollado un concepto de inconsciente basado en modelos relacionales de la mente,
los cuales dan un rol prominente al objeto en formación (y cambio) del inconsciente.
Entre los diversos modelos de internalización de las experiencias relacionales en
interacción recíproca con la pulsión innata/afectiva del recién nacido, existe un
amplio consenso de que además del reconocimiento y satisfacción de las necesidades
corporales, las habilidades de mentalización, simbolización y comunicación de los
cuidadores primarios, así como sus propias vidas inconscientes son cruciales para la
creación y modulación del contenido inconsciente, su estructura y proceso, y para la
articulación de todo ello con las áreas más racionales de la mente. Mientras que el
enfoque de los teóricos del sí mismo y los teóricos del apego acerca del papel del
adulto en la creación de la estructura psíquica ha alcanzado un amplio

229
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reconocimiento, también hay una discusión abierta sobre el acercamiento de algunos


defensores de estos enfoques a las realidades “psicológicas” cognitivas, subjetivas e
intersubjetivas y su alejamiento de la perspectiva dinámica del inconsciente entendido
como un conflicto, infundido de sexualidad infantil e irreductiblemente “otro”.
Muchos autores contemporáneos de esta escuela contemplan teorías de “dos vías” del
inconsciente, según las cuales el concepto de “inconsciente relacional” facilita una
alianza con el pensamiento psicoanalítico en el campo de los fenómenos
dinámicos/intrapsíquicos e intersubjetivos.
La participación del analista: desde que se reconoció el rol del objeto en la
vida inconsciente que las manifestaciones de contratransferencia son entendidas como
otro camino real hacia la intuición y representación de las cuestiones inconscientes en
juego durante el tratamiento.
La articulación y la interacción: el debate no gira tanto en torno a la
contribución respectiva de factores intrapsíquicos, externos y relacionales, sino en
torno a la articulación y compleja interacción entre la capacidad de vincular-soñar-
simbolizar-facilitar del objeto temprano (y el presente, en la situación analítica) y las
“respuestas” intrapsíquicas inconscientes del sujeto y su representación.
El área del inconsciente no representado, no simbolizado: los caprichos de
la experiencia corporal durante el desarrollo y como resultado de una enfermedad o
trauma se entienden como una activación importante de la metabolización y
desarrollo psíquicos, así como una limitación de los mismos. El interés por el
inconsciente no reprimido ha llegado a consolidarse gracias a un grupo de analistas
que observan afinidades interdisciplinarias entre los últimos estudios de
neurobiología, neurociencias del desarrollo y afectivas sobre el procesamiento no
consciente y el neuropsicoanálisis. La naturaleza dinámica de las primeras
impresiones implícitas no reprimidas sigue siendo un tema de controversia. La
diferencia entre las interpretaciones dinámicas y no dinámicas de los hallazgos
neurocientíficos parece estar relacionada con la inclusión o exclusión de la interacción
dinámica en el mundo interior representacional, lo que es un sello distintivo de la
perspectiva psicoanalítica. La pregunta planteada inicialmente por Freud sobre por
qué la interpretación desencadena comprensión y cambio en algunos pacientes y en
otros no, y por qué las distintas respuestas a la situación clásica no coinciden
necesariamente con las clasificaciones diagnósticas de la psiquiatría tradicional o
incluso contemporánea, ha continuado incentivando la investigación teórica en todas
las regiones. Desde la primera formulación en clave de “déficit” de abastecimiento
temprano de las necesidades básicas, el interés por un estudio exhaustivo de las fases
del desarrollo de las facultades de representar y simbolizar, recuperar y expandir el
funcionamiento simbólico inconsciente y, por tanto, de trasladar la exuberancia
personal e idiosincrática del material inconsciente sin desatar la angustia se ha
ramificado y extendido por todas las regiones psicoanalíticas.

230
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La reversibilidad y la permeabilidad: hoy muchas escuelas de pensamiento


enfatizan el enriquecimiento creativo que proporciona la permeabilidad entre las
distintas partes de la mente. La salud psíquica parece estar asociada a la posibilidad de
acceder a los múltiples niveles que coexisten en la organización y procesamiento
psíquico inconscientes. Varios modelos han presentado una comprensión parecida
sobre la necesidad de fluidez psíquica y la capacidad de regresión del analista,
entendidas como herramientas para el trabajo psicoanalítico.
Los enfoques de campo: la intersubjetividad e interdependencia del
desarrollo humano han llevado a muchos analistas a ocuparse del campo “bipersonal
dinámico” entre el analista y el paciente; un encuentro en que la presencia y mente del
analista puede contribuir significativamente a las elaboraciones y extensiones de los
problemas inconscientes, y no sólo limitarse a repetir los problemas. Este enfoque
enlaza con las experiencias clínicas y la creencia de muchos de que nunca desaparece
el potencial de recrear y reinventar un contenido psíquico previamente excluido o no
integrado.
Los problemas narcisistas y de identidad en el equilibro psíquico: muchos
autores han fomentado el estudio de los aspectos sanos y patológicos del narcicismo,
el desarrollo psíquico y la separación intrapsíquica de los objetos internos, pero
también de los procesos de individuación y la lucha para mantener un equilibrio
coherente.
El grupo del inconsciente: como se puede observar en el ámbito clínico,
institucional y macrosocial, tanto el potencial destructivo como creativo de los
contenidos y procesos inconscientes del grupo, los cuales se consideran irracionales y
regresivos, al mismo tiempo que estimulantes y regeneradores, es inagotable.
Los analistas contemporáneos continúan ampliando la teoría de los procesos
inconscientes iniciada por Freud, a través del estudio del sujeto individual,
entendiéndolo como parte de sus interacciones sociales y afiliaciones grupales
diádicas y triádicas. El florecimiento de múltiples concepciones superpuestas, que
interactúan y coexisten, con sus discrepancias y contradicciones, dentro de (y entre)
las teorías individuales y las tres regiones psicoanalíticas, refleja las tremendas
ambigüedades y paradojas de la esencia del objeto, el inconsciente, en sí mismo.

Ver también:
CONFLICTO
CONTENCIÓN: CONTINENTE-CONTENIDO
CONTRATRANSFERENCIA
IDENTIFICACIÓN PROYECTIVA (próximamente)
TEORÍAS DE LAS RELACIONES OBJETALES

231
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Consultores regionales y colaboradores:

Europa:
Cono Aldo Barnà, MD; Judy Gammelgaard, Professor, Dr. Phil; Maria Ponsi, MD

América Latina:
Dr. Jose Renato Avzaradel, Training Analyst

Norte América:
Fred Busch, PhD; Allannah Furlong, PhD; Daniel Traub-Werner, MD; (Consultores)
G. Abelin-Sas, MD; M. Anderson, MD; J.L. Bachant, PhD; F. Baudry, PhD; L.
Brown, PhD; I. Cairo, MD; D. Carveth, PhD; E. Debbane, MD; J. Fernando, PhD;
J.L. Fosshage, PhD; A. Harris, PhD; L. Kirshner, MD; H.B. Levine, MD; C. Lovett,
PhD; A.A. Lynch, PhD; M. Meloche, MSW; R. Oelsner, PhD; E.D. Papiasvili, PhD;
G.S. Reed, PhD; W. Reid, MD; A. Reiner, PhD; A.D. Richards, MD; A.K. Richards,
CSW; D. Scarfone, MD; R. Sosnik, MD; A. Wilner, MD (Escritores, Asesores)

Copresidenta de coordinación interregional: Eva D. Papiasvili, PhD, ABPP

El Diccionario enciclopédico interregional de psicoanálisis de la API tiene una Licencia Creative


Commons CC-BY-NC-ND. Los derechos básicos siguen siendo propiedad de los autores (de la API y
los miembros contribuyentes de la API); sin embargo, el material puede ser utilizado por otros
beneficiarios, puesto que está sujeto al uso no comercial, siempre y cuando se atribuya a la API (y se
incluya una referencia a esta URL: www.ipa.world/IPA/Diccionario_enciclopédico_de_psicoánalisis )
y la reproducción sea literal, no derivada, editada o remezclada. Por favor, haga clic aquí para leer las
condiciones.

Traducción: Jèssica Pujol Duran

254
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INTERSUBJETIVIDAD

Entrada tri-regional

Consultores interregionales: Adrienne Harris (América del Norte), Abel


Fainstein (América Latina) y Christian Seulin (Europa)
Copresidenta y coordinadora interregional:
Eva D. Papiasvili (América del Norte)

I. INTRODUCCIÓN

En general, la intersubjetividad como una orientación psicoanalítica proviene


de los Estados Unidos e implica un cambio teórico paradigmático, así como una
recontextualización del proceso clínico. Se remite a numerosas fuentes, que incluyen,
entre otras: la filosofía de la fenomenología y el estructuralismo, la psicología
académica profunda (“personology”), la investigación dentro de la psicología del
desarrollo y el psicoanálisis infantil, los autores psicoanalíticos británicos (y
húngaros, originalmente), así como teorías interpersonales y socioculturales dentro
del psicoanálisis y la psiquiatría y la psicología dinámica y diversas teorías de campo.

Una visión distinta de la intersubjetividad se ha desarrollado en el


psicoanálisis francés –influyente en Francia y Bélgica, pero también en partes de
Canadá y Estados Unidos–, así como más recientemente en partes de América Latina.
Esta visión, aunque se haya formado de forma paralela en distintas tradiciones
psicoanalíticas, guarda ciertos puntos de conexión. Se basa en una relectura específica
del original alemán de la obra de Freud y una traducción directa de Freud al francés,
junto con una historia y un contexto sociocultural marcado por la importancia del
lenguaje, incluso para aquellos analistas que no siguen la interpretación dinámica
específica de Lacan de la lingüística estructural, y una interpretación diferente de las
teorías de campo de los Estados Unidos, así como de los autores británicos.
En opinión de algunos autores franceses contemporáneos (Green 2000), las
teorías de la intersubjetividad provenientes de los Estados Unidos y del pensamiento
psicoanalítico francés, más que una revisión, muestran un movimiento que corrige un
aspecto poco teorizado de la teoría psicoanalítica preexistente.
Una definición amplia de intersubjetividad en los recientes diccionarios
psicoanalíticos de América del Norte y Europa (Akhtar 2009; Auchincloss y Samberg
2012; Skelton 2006) pone de relieve la interacción dinámica, recíproca y multifacética
entre las personas. El concepto se basa en las experiencias subjetivas (conscientes,

255
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preconscientes y/o inconscientes) y en una variedad de aspectos influyentes y


mutuamente transformadores de los compromisos en el desarrollo temprano, así como
durante el diálogo psicoanalítico.
Si bien no existe una definición de intersubjetividad en el último diccionario
psicoanalítico de América Latina (Borensztejn 2014), las entradas relacionadas con el
campo psicoanalítico, la comunicación inconsciente y la teoría de la comunicación
reflejan aspectos similares de la interactividad intersubjetiva. Las definiciones
contemporáneas del pensamiento intersubjetivo francés (Tessier 2014a, b) enfatizan el
“sujeto inconsciente” y su formación en relación con “el otro real”, sujeto y objeto.
La presente entrada incluye el planteamiento de la intersubjetividad como una
orientación psicoanalítica dominante, que ocupa un lugar cada vez más prominente
dentro del pensamiento y el trabajo psicoanalítico, presente de varias formas en todo
el espectro de las orientaciones psicoanalíticas.

II. CONTEXTO FILOSÓFICO, SOCIOHISTÓRICO, TEÓRICO Y CLÍNICO

II. A. La intersubjetividad en la filosofía


Las ideas sobre la intersubjetividad se han ido formando gradualmente a través
de distintas disciplinas y autores. Inicialmente, en la filosofía de hace cuatro siglos,
surgió como una reacción a la subjetividad autosuficiente de Descartes. Dos siglos
más tarde, la fenomenología de la mente de Hegel planteaba el surgimiento de una
autoconsciencia de la intersubjetividad más rudimentaria. En la fenomenología de
Edmund Husserl, contemporáneo de Freud, la intersubjetividad se convirtió en el
núcleo de su indagación filosófica.
Desde el dualismo mente-cuerpo de René Descartes (1596-1660), la cuestión
de la subjetividad ha sido una de las principales preocupaciones de la filosofía
occidental. La subjetividad cartesiana parte de la existencia de una mente aislada, que
solo puede estar segura de su propia existencia, su propio pensamiento y
autoconciencia. Descartes inventó el concepto de sujeto como una mónada
autosuficiente, fuera de la cual todo lo demás es cuestionable. Pasaron doscientos
años antes de que Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) presentara una
alternativa factible a esta noción. Para Hegel, el principal requerimiento para la
subjetividad o la autoconciencia es el encuentro con el otro. En su dialéctica del amo
y el esclavo, la autoconciencia surge de la lucha entre dos individuos que se dan
cuenta de que dependen el uno del otro: sin este reconocimiento mutuo, ninguno de
los dos puede adquirir una autoconciencia satisfactoria. Este planteamiento da un
vuelco al solipsismo cartesiano: se pasa del modelo de una persona a la díada
hegeliana de dos personas. Edmund Husserl (1859-1938), fundador de la

256
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“fenomenología trascendental”, abordó la pregunta clave de la intersubjetividad:


¿cómo logra el individuo adquirir conciencia de otras subjetividades? La reciprocidad
intersubjetiva, que reemplaza la relación sujeto-objeto por la relación sujeto-sujeto,
proviene del idealismo alemán de Hegel y Husserl, y parte del supuesto de que no
existe un sujeto aislado sin un mundo. Para Husserl, la conciencia individual siempre
está relacionada con el otro: el yo individual se ve arrastrado por un proceso dialógico
de individuación y solo puede reconocerse a sí mismo a través del otro. En el
psicoanálisis alemán, los precursores del intersubjetivismo se reconocen por el
concepto del encuentro: durante el tratamiento, además de la transferencia, se
desarrolla un encuentro existencial en que el paciente deja de tomarse como un objeto
del conocimiento, para transformarse en un compañero de diálogo que trasciende la
dinámica de la transferencia y la contratransferencia (Bohleber 2013, pp.807-809).
Con reminiscencias de Platón, Husserl pretendía encontrar una conciencia del
mundo tal y como es realmente. Postuló que la conciencia de otros sujetos surge de la
empatía. Paradójicamente, como mucho más tarde señaló Stolorow sobre Husserl,
pero también sobre Heinz Kohut, esta intersubjetividad no deja de ser un asunto
unilateral que ocurre en la mente de una sola persona: la que tiene empatía. No
obstante, ya plantea la presencia de otros como entidades subjetivas como la propia, y
con ello logra el conocimiento de otros como entidades subjetivas a través de la
empatía, sin la lucha de Hegel por el reconocimiento. Para Martin Heidegger (1889-
1976), la intersubjetividad es la condición básica del ser humano. Su concepto Dasein
es un “ser en el mundo” imposible de concebirse independientemente del otro. El
Dasein se define por el cuestionamiento de su existencia, cuya verdad es imposible de
conocer y depende de una conciencia del fin de su ser, es decir, de la muerte y la
temporalidad. Una corriente de estas ideas deriva al análisis existencial de Ludwig
Binswanger, la otra a Jacques Lacan, y aún otra a Hans Loewald, quien a menudo
es citado por los intersubjetivistas de Estados Unidos como un importante precursor.
Para ambos, Heidegger y Lacan, el lenguaje es el medio de lo incognoscible, que
estructura el pensamiento y lo hace visible.
La filosofía estructuralista del siglo XX, como los estudios de Paul Ricoeur
(1913-2005) de la estructura metapsicológica de la obra de Freud y la exploración de
las sutilezas de la comunicación intersubjetiva de Hans Georg Gadamer (1900-
2002), también fueron relevantes para el encuentro clínico en psicoanálisis.
Merleau Ponty (1918-1961), influenciado por la psicología de la Gestalt de
Kurt Lewin (como la escuela de la “personology” de Henry Murray, que causó una
impresión profunda en Stolorow), basó su filosofía en la unidad del sujeto y el objeto.
Su concepto de inconsciente, ubicado entre el sujeto y el objeto, se encuentra en el
centro de la vida del individuo en el mundo. Su hermenéutica post-heideggeriana,
según la cual el autoconocimiento se deriva del proceso de participación en el mundo,
influyó en Madeleine y Willy Baranger y en la conceptualización psicoanalítica de
George Klein, relacionada con la intersubjetividad. La noción de Merleau-Ponty del
sujeto-encarnado, proporciona un medio específico para la relación intersubjetiva: el

257
Volver a la tabla de contenido

cuerpo es el sitio donde el ser y el mundo se manifiestan como una unidad. Trae al
ámbito de la intersubjetividad la noción poco teorizada de Freud de que el “yo es, ante
todo, un yo corporal” (Freud 1923).

II. B. Contexto sociohistórico en América del Norte

II. Ba. Terminología


Si bien algunos creen que la intersubjetividad (Schwartz 2012; Kirshner 2009)
subyace al modelo del tratamiento freudiano (Freud 1915, 1923), el concepto estaba
“poco teorizado” y no entró a formar parte de la terminología psicoanalítica hasta que
Jacques Lacan lo introdujo en 1953. Puede resultar paradójico que el primer autor
norteamericano que mencionara el término en clave psicoanalítica fuera el psicólogo
del Yo Heinz Hartmann en 1956, cuando señaló las validaciones intersubjetivas en
un contexto científico, en su artículo “Notas sobre el principio de realidad”. En
Estados Unidos, los primeros autores que mencionaron el término en un contexto
similar a su uso actual procedían de la tradición clásica y, en ese momento, sus
ensayos se hicieron más conocidos en el extranjero que en los Estados Unidos.
Familiarizado con Lacan y Ricoeur debido a sus estudios sobre el lenguaje de la
interpretación, Stanley Leavy, un estudiante de Roy Schafer contrario a la posición
clásica dominante de la época, escribió (Leavy 1973) que la base de las operaciones
entre el paciente y el analista es la intersubjetividad y el modelo de trabajo es la
relación. Su argumento es sutil y requiere la inmersión del analista y el paciente en el
lenguaje y las interpretaciones mutuas y continuadas. Otra publicación de la corriente
psicoanalítica más prominente de América del Norte en ese momento fue
“Psicoanálisis en un nuevo contexto”, de Arnold Modell (1984). Inspirado en el
trabajo de André Green y Donald Winnicott, Modell destaca que el psicoanálisis es
primordialmente una cuestión de subjetividades, originadas en la matriz relacional
madre-hijo. Más tarde, Modell trabajó en la interpretación de la vida psíquica,
centrándose en el proceso de “metaforización”: una traducción de las experiencias
corporales a metáforas que, según él, es la función simbólica que subyace a toda
subjetividad.
Sin embargo, el empleo del término como piedra angular de una teoría que
marca un cambio de paradigma no empieza hasta el “Tratamiento psicoanalítico: un
enfoque intersubjetivo” (1987) de Robert D. Stolorow, Bernard Brandchaft y
George E. Atwood. Estos autores describen el psicoanálisis como “una ciencia de lo
intersubjetivo, centrada en la interacción del observador y el observado, cada uno con
su propio mundo subjetivo. La posición de observación está siempre dentro de … el
campo intersubjetivo …” (ibid, pp.41-42). Desde este punto de vista, todo el marco
psicoanalítico se centra en el concepto de campo intersubjetivo. Este campo se ubica
en el punto de intersección entre las dos subjetividades y se genera por la interacción

258
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transferencial y contratransferencial. Además, en palabras de Stolorow: “La realidad


(intersubjetiva) que se cristaliza en el curso del tratamiento psicoanalítico no se
‘recupera’ o ‘descubre’, como se indica en Freud (1913); tampoco se ‘crea’ o
‘construye’ como señalaron otros (Hartmann 1939; Schafer 1980; Spence 1982). Se
articula a través de un proceso de empatía resonante. El enfoque intersubjetivo puede
integrar… percepciones de experiencia-próxima obtenidas desde puntos de vista tan
divergentes como la psicología del conflicto clásica o la psicología del sí mismo de
Kohut…” (Stolorow 1988, p.337).
La indagación fenomenológica llevó a Stolorow y Atwood a la
contextualización de toda experiencia emocional. Este paso de la fenomenología al
contextualismo fenomenológico reproduce el paso que tomó la fenomenología
cartesiana de Husserl cuando fue reemplazada por el contextualismo fenomenológico
de Heidegger (Atwood, Stolorow y Orange 2011).

II. Bb. Algunos desarrollos en teoría y práctica clínica que llevaron a la


aparición de la intersubjetividad como orientación psicoanalítica en el complejo
tejido social, histórico y político del psicoanálisis estadounidense
En el psicoanálisis estadounidense, la intersubjetividad se considera como el
cambio de paradigma más importante de al menos tres perspectivas interconectadas:
a. desde la perspectiva de la metapsicología psicoanalítica, la dinámica inconsciente y
el concepto de pulsión sufren un declive relativo y, en su lugar, se favorece la
intersubjetividad o la orientación intersubjetiva como una fuerza irreductible dentro
de la mente humana; b. desde la perspectiva clínica, la intersubjetividad presenta un
nuevo modelo de dos personas que entiende el campo intersubjetivo como una
intersección de dos subjetividades: la del paciente y la del analista; y c. desde una
perspectiva sociopolítica, ligada al elitismo de las altas esferas del psicoanálisis
estadounidense, no solo se empezaron a aceptar analistas que no eran médicos –
anteriormente excluidos–, sino que éstos pasaron a ocupar el centro de estos cambios
polifacéticos.
A continuación, se describen algunos de estos casos que condujeron a los
cambios paradigmáticos señalados anteriormente:
En los Estados Unidos, el psicoanálisis clásico, con su énfasis teórico en el
inconsciente dinámico, la represión/resistencia y la sexualidad infantil, tal como lo
definió Freud (primero en la traducción al inglés de Brill), se consolidó entre las
décadas de 1920 y 1930 y se convirtió en una influencia dominante para la formación
de psiquiatras de todo el país en las décadas subsiguientes. La mayoría de los
institutos psicoanalíticos de la época solo habían formado a médicos, cosa que, junto
con la traducción científica al inglés de Stratchey, en ocasiones contribuía a la
aplicación automática de la técnica clínica. Esta técnica acentuaba la asimetría de un
modelo médico/quirúrgico en que el médico era la autoridad/experto y el paciente la

259
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víctima inconsciente. Asimismo, conducía al estricto cumplimiento impersonal de los


requisitos técnicos de neutralidad “saneada”, así como a la atención constante y la
estrecha vigilancia de las asociaciones libres del paciente, seguidas de largos
silencios, hasta que las asociaciones proporcionasen material suficiente para realizar
una interpretación, a menudo impersonal y distante, de los determinantes
inconscientes del paciente.
Desde finales de la década de 1930, Hartmann, Kris, Loewenstein y otros
(Hartmann 1939; Hartmann, Kris y Loewenstein 1946) llevaron a cabo una
ampliación sustancial de la metapsicología freudiana –recogida en la psicología del
Yo– y fueron agregando progresivamente consideraciones genéticas, del desarrollo y
adaptativas a las teorías dinámicas, estructurales y económicas existentes (Rapaport y
Gill 1959; Freud, A. 1936/1965). Según su teoría del desarrollo, el inconsciente surge
de una matriz indiferenciada que brinda el potencial para el desarrollo del yo y sus
funciones futuras. En su teoría de la adaptación, donde plantean un “entorno de
expectativa promedio”, el desarrollo del yo está mediado por las relaciones, mientras
que las identificaciones se convierten en las funciones principales del yo. En el
trabajo analítico, ponen más énfasis en los procesos inconscientes del yo, como por
ejemplo las defensas.
Llegados a este punto, las experiencias con personas del entorno del niño
toman más protagonismo. Gracias a este desarrollo teórico, se consigue prestar más
atención a las aportaciones inconscientes a la actividad transferencial (y
contratransferencial). Teniendo en cuenta la creciente influencia de Budapest
(Sándor Ferenczi, Michael Balint) y, más tarde, de los analistas de la British
Middle School (Donald Winnicott) y los primeros kleinianos (Melanie Klein,
Paula Heimann), los contemporáneos de Hartmann continuaron la discusión de las
relaciones objetales dando mayor profundidad a los aspectos conscientes e
inconscientes de los períodos tempranos del desarrollo. Edith Jacobson (1964)
investigó el yo mismo y los mundos de la representación objetal y Margater Mahler
(1963; Mahler et al. 1975) proporcionó las formulaciones clásicas de separación-
individuación, revisadas posteriormente por Daniel N. Stern (1985). También se
prestó atención al impacto del período preedípico en el desarrollo posterior, así como
a los modos de internalización de los controles externos, derivados en parte de las
transacciones del niño con los padres.
A pesar de que la psicología del Yo contara con una relativa homogeneidad en
el período posterior a la Segunda Guerra Mundial –la llamada “era Hartmann”–, esta
corriente dejó de ocupar el primer lugar en los años setenta. Tras la muerte de
Hartmann, las relaciones objetales adquirieron mayor importancia y se afianzó el
pluralismo teórico. La efervescencia de los Estados Unidos en un momento en que la
filosofía postmoderna cuestionaba la “autoridad” y la crítica feminista los estereotipos
inherentes al sexo y género del “falocentrismo” freudiano, también contribuyó a la
crítica de la homogeneidad de la psicología clásica del Yo. Algunos de los factores
adicionales que contribuyeron a este declive fueron los siguientes: la importancia

260
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excesiva del complejo de Edipo, entendido como un lecho procrustino; el hecho de


que, en la práctica, la psicología del Yo a menudo partiese de interpretaciones de la
experiencia-distante; la forma estricta e impersonal en que a menudo se llevaba a cabo
el análisis; que a pesar del creciente volumen de estudios sobre el desarrollo, el
trauma no parecía tomarse en cuenta o que los estudios de psicología clásica y del Yo,
especialmente los de Hartmann, se enseñaban de forma idealizada (ver la entrada
PSICOLOGÍA DEL YO).
La psicología del Yo dio un vuelco significativo cuando los teóricos
empezaron a utilizar resultados clínicos para defender las conjeturas
metapsicológicas. Este desarrollo incluyó a algunos miembros del grupo inicial (como
Mahler y Jacobson), pero también a las nuevas generaciones de pensadores (como,
por ejemplo, Beres 1962; Arlow y Brenner 1964; Kanzer 1971). Arlow y Brenner
(1964) señalaron esta nueva era en un monográfico donde también describían el
hundimiento de la perspectiva metapsicológica bajo el peso del estructuralismo. Este
cambio facilitó la entrada de nuevas formas de pensar el desarrollo y la situación
clínica, entre las cuales se incluían los esfuerzos integradores de Otto Kernberg
(1966), que incorporó ciertos elementos de las teorías de las relaciones objetales
británicas a la psicología del Yo para acabar desarrollando la “teoría americana de las
relaciones objetales”, y de Heinz Kohut (1971), que empezó por ampliar la teoría de
Freud sobre el narcisismo y acabó creando su propio sistema psicológico, la llamada
psicología del sí mismo, a través de la cual definía el psicoanálisis como un
tratamiento en que el analista debía escuchar empáticamente al paciente para
identificar la necesidad de respuesta al objeto-self (del analista) y vigilar de cerca los
fallos del analista para satisfacer las necesidades reales del objeto-self del paciente.
(Ver las entradas TEORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES, SELF (SÍ
MISMO)).
Uno de los cambios más importantes en el zeitgeist de este pensamiento fue la
reacción contra la orientación metapsicológica. Impregnado por la metodología del
“operacionalismo” (el enfoque en operaciones concretas), el afán antimetapsicológico
fue desarrollado primero por los teóricos interpersonales/culturales Harry Stack
Sullivan (1953), Karen Horney (1941) y Erich Fromm (1941), quienes a menudo
empleaban el concepto del inconsciente solo como un término descriptivo secundario,
en lugar de como un aspecto principal de la vida psíquica. Sin embargo, incluso en
sus formulaciones, las partes “alienadas” o “no-yo” de uno mismo tenían que
mantenerse fuera de la conciencia y ser empujadas hacia el inconsciente
“inmutablemente privado”. Este enfoque ha contribuido directa e indirectamente a las
conceptualizaciones psicoanalíticas y al trabajo dinámico con patologías serias, así
como a las conceptualizaciones del desarrollo temprano y la profundización de la
comprensión de las transacciones inconscientes dentro del campo de transferencia-
contratransferencia. Junto con Harold Searles (1979), que amplió el alcance de la
comprensión de la contratransferencia, Sullivan, Horney y Fromm serían
posteriormente considerados los precursores de la intersubjetividad. Con la intención

261
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inicial de rebatir las ideas de Kraepelin sobre la esquizofrenia, Sullivan identificó una
base interpersonal en el sufrimiento emocional durante las interacciones patogénicas
tempranas y la infancia del individuo. Etiológicamente relevantes, tales interacciones
conducen a dificultades en la vida y podrían ser tratadas más eficazmente con un
enfoque interpersonal. Según este enfoque, el analista corregiría la anticipación del
paciente sobre sí mismo, es decir, sobre su actuación como una de esas figuras
dañinas de la vida anterior del paciente. Finalmente, se fundó un instituto
sullivaniano, el Instituto William Alanson White, en la ciudad de Nueva York, y
desde allí se empezó a practicar y desarrollar el psicoanálisis interpersonal, que acabó
formando la llamada escuela relacional.
El Instituto William Alanson White también fue pionero en la formación
psicoanalítica de psicólogos desde 1943, seguido de cerca por el Centro de Posgrado
para la Salud Mental de Nueva York, en 1949, donde se formaron Lachmann y
Stolorow, cuyo cuerpo docente estaba a cargo de Lewis Wolberg, anterior miembro
del Instituto Psicoanalítico de Nueva York, la acrópolis del psicoanálisis clásico. Sin
embargo, más tarde, crearon un espacio de tratamiento no institucionalizado con
pacientes externos y fueron pioneros en la formación psicoanalítica grupal, con una
relativa apertura hacia la pluralidad de orientaciones teóricas (inicialmente dirigidos
por Asya Kadis, un analista emigrado de Hungría). Ambos institutos contaban con
departamentos de psicoanálisis infantil en contacto directo con varios centros
formativos de la Sociedad Psicoanalítica Británica. Otro instituto que contribuyó a la
diversificación de las perspectivas fue el Instituto Posdoctoral de la Universidad de
Nueva York, fundado en 1961, con una oferta de carreras de formación freudiana,
relacional e interpersonal para psicólogos. De ello se desprende que allí se formaran
muchas celebridades del pensamiento relacional. Desde finales de la década de 1980,
los institutos de la Asociación Psicoanalítica Americana abrieron sus puertas a los
profesionales clínicos no médicos y, gracias a ello, con una membresía médica y no
médica inclusiva, lograron crear un buen número de institutos y sociedades
independientes de la API en todo el país.
Gracias al trabajo clínico, que contaba con una amplia variedad de pacientes
de distintas edades y patologías, y la llegada de psicólogos y otros profesionales
clínicos no médicos a la escena estadounidense, se logró alterar el statu quo y se
pudieron ampliar los límites conceptuales del psicoanálisis clásico.
Los siguientes desafíos a la metapsicología provienen del mismo punto de
vista metapsicológico. Algunos de los protagonistas de este desafío fueron Merton
Gill y George Klein (1976), quienes con el tiempo acabaron trazando dos teorías
psicoanalíticas: (1) una teoría clínica basada en la observación empírica irrefutable; y,
(2) una teoría abstracta especulativa. Roy Schafer (1976) propuso un lenguaje de
acción, que intentara explicar los fenómenos psicológicos en formulaciones dinámicas
empleando verbos y adverbios, en lugar de sustantivos o adjetivos. Además, Schafer
abogó por un uso del lenguaje que incluyera las fuerzas motivacionales y sus
consecuencias, como secuencias de acción. Este fue otro paso importante hacia la

262
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intersubjetividad. Entre los antimetapsicólogos posteriores figuran Heinz Kohut


(1977) y John Gedo (1979). Empezaron a crearse nuevos grupos y aumentar el
número de profesionales del enfoque interpersonal, relacional y psicólogos del sí
mismo (Gerson 2004) cuyo centro de atención clínica era interpersonal (ver más
abajo).
Otra revisión sustancial de la metapsicología freudiana durante los años
sesenta y ochenta proviene de Hans Loewald, autodenominado psicólogo del Yo. Su
influencia como figura de transición, relacionada con Winnicott y Jacobson, pero
también con Heidegger, fue ampliamente reconocida por contribuir a que el análisis
clásico de los Estados Unidos se mostrara receptivo a la intersubjetividad en sus
múltiples variantes. Loewald destacó el papel esencial de las relaciones objetales,
tanto en la formación psíquica como en el cambio producido a través del análisis.
Posteriormente, Stolorow expresaría su aceptación de la concepción clínica de
Loewald (1960/80) de “el analista como un objeto transformador que invita a
sintetizar nuevos modos de experimentar las relaciones objetales” (Storolow 1978,
p.317). En su revisión metodológica de la teoría del desarrollo de la psicología del
Yo, Loewald consideraba que la estructura psíquica de los instintos se originaba en la
interacción del niño con su entorno humano (madre) (Loewald, 1978a, b/80). Al
concebir los instintos/pulsiones como el producto de la interacción, Loewald amplió
la tesis de Jacobson de que los instintos eran un vínculo entre el sí mismo del bebé y
sus objetos. Loewald incluso llegó a identificar la interacción como el aspecto crítico
en la internalización de la representación subjetiva del sí mismo y el otro, destacando
la interacción como un componente básico de la mente. Como Winnicott en el Reino
Unido, Loewald y Jacobson pueden considerarse los precursores del movimiento
intersubjetivo en los Estados Unidos.
Algunos autores (Schwartz 2012) consideran que la explosión de la
intersubjetividad en la década de 1980 fue debida a una serie de acontecimientos que
ya estaban en marcha en el psicoanálisis desde al menos la década de los 1950,
cuando Heimann y otros kleinianos, Racker y, a su manera, Ferenczi y Balint
polarizaron la atención hacia la contratransferencia como un elemento central del
psicoanálisis clínico. En este contexto, el enfoque intersubjetivo sería solo uno de los
múltiples resultados de ese desarrollo. Esta línea es especialmente relevante para la
intersubjetividad de las teorías relacionales contemporáneas y, de otro modo, para las
teorías de la comunicación inconsciente en las orientaciones poskleinianas y
posbionianas de América del Norte (ver más abajo). Sin embargo, si bien el estudio
de Klein sobre las fantasías generadas internamente que dominan la mente de todos
los individuos –tanto pacientes como analistas– durante toda la vida era
conceptualmente enriquecedor, fue recibido inicialmente por algunos psicólogos del
Yo y por muchos intersubjetivistas estadounidenses como una corriente desprovista
de la importancia del medio externo.
La apreciación y la influencia de los conceptos relevantes para la
intersubjetividad provenientes del psicoanálisis francés se retrasó debido a una

263
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demora en la traducción. Sin embargo, incluso cuando se tradujeron, los


intersubjetivistas de Estados Unidos recibieron el pensamiento francés de forma
controvertida, ya que ampliaba la “reificación” del inconsciente. No obstante, existe
una aceptación cualificada del pensamiento francés en la comunidad psicoanalítica de
los Estados Unidos, que comprende mejor la construcción intersubjetiva de las
pulsiones. A partir de la década de los 1990, las conceptualizaciones
intersubjetivamente relevantes de Wilfred Bion sobre la “identificación proyectiva” y
la “contención” (ver las entradas CONTENCIÓN e IDENTIFICACIÓN
PROYECTIVA), así como el “tercero” analítico de Ogden, fueron absorbidas por los
analistas estadounidenses, especialmente en la costa oeste (Los Ángeles, San
Francisco, Seattle), donde trabajó, escribió y enseñó Bion en los últimos años de su
vida. Las conceptualizaciones de Bion tuvieron una influencia profunda en la
corriente de pensamiento intersubjetivo contemporáneo sobre la comunicación
inconsciente (ver más abajo).
Entre los teóricos psicoanalíticos más influyentes que conformaron su
pensamiento, Stolorow (1994) reconoce a Freud (“sin el cual no habría una teoría
psicoanalítica sobre la que dialogar”), Winnicott (por “sus ideas del sí mismo y la
intersubjetividad humana… en forma de imaginario poético”), George Klein (por su
“teorectomía” radical) y Kohut y Gill (quienes “inicialmente se sumergieron en la
metapsicología clásica, y ambos acabaron proponiendo alternativas radicales a la
teoría tradicional”). En uno de sus primeros artículos, Storolow pone de manifiesto su
inclinación hacia la recontextualización de la experiencia-próxima de la
metapsicología de Freud (Storolow, 1978). En este estudio afirma que las
formulaciones estructurales de Freud contienen y ocultan sus ideas clínicas sobre la
experiencia subjetiva del conflicto y propone que el ello, el yo y el superyó se
entienden mejor como “una representación simbólica de una estructuración tripartita
del mundo experiencial subjetivo en estados de conflicto emocional” (ibid, p.314). A
esto le siguen una serie de escritos, donde Stolorow insiste en que la teoría de la
intersubjetividad no busca reemplazar la de Freud, ya que “existe en un nivel de
abstracción y generalidad distinto al de Freud y otras teorías psicoanalíticas, en el
sentido de que no postula ningún contenido psicológico en concreto… Es una teoría
de procesos… También proporciona un marco para integrar diferentes teorías
psicoanalíticas al contextualizarlas” (Stolorow 1998, p.424). La reflexión
intersubjetiva sobre el conflicto es un ejemplo de dicha contextualización: “Cuando el
conflicto se libera de la doctrina de la primacía del instinto pulsional, el conflicto
específico se convierte en una cuestión empírica que puede explorarse
psicoanalíticamente. El énfasis… en las supuestas vicisitudes de la pulsión se
desplaza hacia los contextos intersubjetivos en que se cristalizan los estados del
conflicto” (Stolorow 1994, p.224). Stolorow (1998) también enfatiza que la
perspectiva intersubjetiva no excluye el enfoque tradicional del psicoanálisis
intrapsíquico. Lo contextualiza. Stolorow creyó que el problema de la teoría clásica
no era la centralidad de lo intrapsíquico, sino su incapacidad para reconocer que el
mundo intrapsíquico depende de un contexto. Este aspecto del pensamiento

264
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intersubjetivo de Stolorow se volvería especialmente relevante para las escuelas


relacionales (ver más abajo).
Si bien, en general, es posible considerar conceptos clínicos como la
contratransferencia, el enactment, la identificación proyectiva, la contención (ver las
entradas ENACTMENT, CONTRATRANSFERENCIA, CONTENCIÓN e
IDENTIFICACIÓN PROYECTIVA), la escucha clínica descentrada, el ensueño y
otros como propulsores de la corriente de la intersubjetividad, su relevancia clínica
se hace evidente cuando, en el proceso psicoanalítico, se pone de manifiesto el
contraste entre el enfoque de una persona y el enfoque de dos personas. Los
intersubjetivistas de los Estados Unidos lo entienden de la siguiente manera:
Para el enfoque de una persona, el inconsciente (del analizado) es el objetivo
del proceso, puesto que quieren “hacer consciente lo inconsciente”, según el
paradigma de la teoría topográfica y/o el “donde ello era, yo debo advenir”, según el
paradigma de la teoría estructural. Se considera que analista tiene la autoridad, él o
ella conoce los parámetros básicos del inconsciente y su capacidad para dominar los
procesos psicológicos del individuo. Algunos psicólogos contemporáneos del Yo
elaboraron una exposición más detallada de este enfoque desde el contexto interactivo
del proceso psicoanalítico (ver más abajo).
El enfoque de dos personas considera que el analista tiene una autoridad
menos consciente, ya que cuestiona la primacía de las pulsiones y fantasías
inconscientes. El analista no es quien conoce el contenido y funcionamiento de la
mente inconsciente del paciente. A lo sumo, el analista comparte con el paciente una
mente que tiene aspectos inconscientes, pero ambos están sujetos a su cualidad ignota.
El analista más equitativo está dispuesto a considerar las atribuciones que el paciente
hace a su persona no como meras transferencias, sino como puntos de vista del
paciente dignos de atención. El analista reconoce que él está influenciado por el
paciente y que el paciente está influenciado por él, y que puede que incluso esté
respondiendo a su sugestión, en lugar de a una verdadera percepción de sí mismo.
Dado que el analista trabaja dentro del paradigma de la intersubjetividad, no
está convencido de que el paciente esté siempre lidiando con experiencias que puedan
explicarse mediante conceptualizaciones metapsicológicas preconcebidas, sino que
tiene la franqueza de aceptar que él mismo no está libre de su propia subjetividad.
Como afirmó Owen Renik (1993), el analista tiene que lidiar con su propia
subjetividad irreductible. Según Renik, el analista siempre está interpretando desde la
perspectiva de sus propias creencias generadas por la experiencia, y no desde las del
paciente. La fusión de dos subjetividades, la del paciente y del analista, se convierte
en la definición funcional de intersubjetividad. La influencia, la interacción y el
surgimiento de algo que es una amalgama de ambos, es la marca distintiva de este
enfoque.
Por tanto, centrarse en la intersubjetividad requiere que el analista reconozca
que está participando en un “campo” de dos subjetividades individuales. El giro

265
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relacional intersubjetivo se puede considerar que tiene varias ramificaciones. La idea


de la mezcla de dos mentes inconscientes puede resultar más atrayente para los
analistas tradicionales. Por otro lado, para cualquier variante psicoanalítica que se
base en el pensamiento interactivo-relacional en un contexto de dos personas, el uso
del enfoque intersubjetivo, aunque no sea ahistórico, se basa en la fenomenología
clínica dinámica y, por tanto, destaca la importancia del aquí y ahora de la experiencia
de la relación entre el analista y el paciente con una reserva considerable hacia la
metapsicología de un inconsciente omnipotente y omnipresente.
Muchos psicoanalistas freudianos y kleinianos contemporáneos han ido
incorporando las dimensiones intersubjetivas y relacionales de la situación
psicoanalítica y su proceso (por ejemplo, Theodore Jacobs, Nancy Chodorow,
Steve Ellman, James Grotstein, Lawrence Brown y muchos otros) de varias
maneras, dando lugar a un tipo de conceptualizaciones y orientaciones híbridas,
algunas de las cuales se detallarán a continuación.

II. Bc. El contexto sociohistórico en el pensamiento intersubjetivo francés


canadiense
El psicoanálisis de habla francesa incluye el análisis de habla francesa de
América del Norte (Quebec). Dadas las estrechas conexiones entre el psicoanálisis
francés norteamericano y el psicoanálisis francés europeo, por un lado, y entre el
psicoanálisis británico y el americano de habla inglesa, por otro, la recepción de la
intersubjetividad en el psicoanálisis francés norteamericano está generalmente
mediada por las afiliaciones psicoanalíticas de los analistas francófonos
norteamericanos. Asimismo, es probable que los que estén más influenciados por las
orientaciones psicoanalíticas estadounidenses o angloamericanas se muestren más
receptivos con el paradigma relacional/intersubjetivista. Por el contrario, los que se
posicionan más cerca de la cultura psicoanalítica francesa están más estimulados por
la literatura psicoanalítica francesa. Por otra parte, el hecho de estar expuestos a estas
tres tradiciones psicoanalíticas también puede conducir a una síntesis original de la
intersubjetividad. Algunos ejemplos de estas síntesis son: la ampliación
intersubjetivamente relevante de “La Troisième Topique” (la tercera topografía o
tercer modelo, ver más abajo) de Brusset (2006) y los escritos comparativos sintéticos
de Lewis Kirshner (2005) y Hélène Tessier (2005, 2014a, b). Los defensores del
“tercer” modelo metapsicológico señalan cuán profundamente interrelacionadas están
las pulsiones y las relaciones objetales. Entre los autores cuyas contribuciones a este
campo de reflexión han sido especialmente influyentes en América del Norte se
encuentran Lacan, Aulagnier, Winnicott, Green, Laplanche, Reid y (añadido
recientemente) Loewald (ver la entrada TEORÍA DE LAS RELACIONES
OBJETALES). En su teorización, las pulsiones se consideran esencialmente
constituidas de forma interactiva (intersubjetiva).

266
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En el apartado “Intersubjetividad en el psicoanálisis francés” se amplía la


información sobre el pensamiento intersubjetivo francés.

II. C. La llegada de la intersubjetividad y el giro relacional en Europa

La palabra intersubjetividad ha comenzado a emplearse en la literatura


psicoanalítica europea de los últimos años, no tanto para designar un nuevo concepto
o una nueva dimensión de las relaciones humanas, como para referirse a la interacción
recíproca entre dos seres humanos, concretamente entre el niño y el cuidador, o entre
el paciente y el analista. El empleo de este término se hizo más frecuente cuando los
analistas empezaron a centrarse en los intercambios que se producían en la díada
analítica. Esto fue acompañado de una creciente indiferencia hacia los aspectos de las
pulsiones y las dinámicas intrapsíquicas.
Lo que se ha denominado el “giro relacional” en la cultura psicoanalítica es el
paso de la “psicología de una persona” a la “psicología de dos personas”. Este paso se
ha dado tanto en el psicoanálisis europeo como en el norteamericano; sin embargo,
mientras que el modelo relacional norteamericano creció enfrentado al modelo
tradicional de la psicología del Yo, en Europa se desarrolló a partir de características
relacionales nativas, es decir, desde un tipo de conciencia relacional que ya se
encontraba en sus tradiciones, aunque no completamente desarrollado.
La presencia de la perspectiva relacional en el psicoanálisis europeo se
remonta a una serie de corrientes de pensamiento, como el enfoque de Ferenczi sobre
el trauma, los estudios sobre el apego de Bowlby o la concepción de la relación
madre-hijo de Winnicott.
La Francia posfreudiana ha sido escenario de importantes producciones
teóricas y clínicas sobre este tema. Las ondas expansivas de esta explosión intelectual
han causado un profundo impacto en otras comunidades psicoanalíticas de habla
francesa en Europa y América del Norte (ver la entrada EL INCONSCIENTE). En el
sentido de la gran importancia histórico-cultural del idioma y las traducciones, los
analistas franceses iniciaron la tendencia de “volver a Freud”: de “retornar”, releer,
deconstruir y reelaborar los conceptos clásicos para que vuelvan a funcionar, incluso
antes de las “Oeuvres complètes de Freud – Psychanalyse (‘OCFP´)” de Laplanche
(1989a) –cuyo trabajo consiste en una elaboración y un diálogo con la obra freudiana.
Debido a este carácter distintivo de la intersubjetividad en el psicoanálisis
francés, tanto en Europa como en América del Norte (Canadá), la intersubjetividad en
el psicoanálisis francés se trata en un capítulo aparte (ver más abajo).

267
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II. D. El contexto sociohistórico de la teoría y práctica clínica en América Latina


El psicoanálisis latinoamericano se nutrió de las fuentes originales,
principalmente europeas. De esta manera, Freud, Klein, Winnicott (y más tarde
Lacan) “fundaron” el psicoanálisis en América Latina en los años cuarenta. Sin
embargo, dos décadas más tarde, fuimos testigos de la influencia de los puntos de
vista avanzados por la escuela británica primero y por la escuela francesa más tarde.
Las ideas de Freud, Klein, Winnicott y Lacan, después de haber sido
estudiadas e implementadas en las Américas durante más de cincuenta años, no son
las mismas. Las condiciones culturales establecen patrones que difieren de los
patrones de los países donde se originaron estas ideas. La historia de nuestra profesión
comienza en un centro (Viena, Londres, París). Cuando se mueve hacia la periferia, se
producen nuevos fenómenos, y más cuando cruza los océanos. En estos casos, la
expansión del psicoanálisis se entrelaza con una variedad de factores.
Aunque Europa sea una fuente de inspiración, América Latina no es una copia
del Viejo Continente. El psicoanálisis latinoamericano se desarrolló dentro de las
expresiones culturales locales, y se fue transformando y fusionando gradualmente con
ellas. Se esforzó por integrarse en el mundo académico y hospitalario y se
interrelacionó con expresiones políticas y movimientos sociales.
Trabajar en un hospital o en un consultorio en América Latina no es lo mismo
que hacerlo en Europa. Los analistas latinoamericanos abarcan una amplia gama
socioeconómica, desde profesionales independientes hasta compañeros muy mal
pagados por entidades aseguradoras que a menudo deben recurrir a otras fuentes de
ingresos. La “irrupción” (a veces violenta) de la vida social en nuestros consultorios
es inevitable. Por esta razón, muchos analistas, por cómo abordaban su práctica
clínica, fueron intersubjetivistas antes de tiempo. Tomaban mucho en cuenta el
contexto, como si se tratase de un campo psicoanalítico ampliado. Por su manera de
trabajar con los pacientes, hoy serían considerados intersubjetivistas, incluso sin haber
estudiado a los autores de referencia en este campo. Actualmente, muchos analistas
que se identifican con una variedad de marcos teóricos (lacanianos, neokleinianos,
meltzerianos o freudianos) reciben a sus pacientes sin hacer mucho caso a su supuesto
punto de vista teórico; su actitud clínica es, por tanto, más cercana a la de los analistas
intersubjetivos.

268
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III. DESARROLLO DE PERSPECTIVAS ESPECÍFICAS

III. A. Perspectivas específicas de América del Norte, principalmente en los


Estados Unidos

En los Estados Unidos, la intersubjetividad como orientación psicoanalítica se


entiende como una teoría que explica las influencias que afectan las relaciones entre
las personas. El término se ha aplicado al desarrollo infantil (Trevarthen, Stern) para
explicar la empatía y la capacidad de respuesta recíprocamente coordinada en la
interacción entre el cuidador y el bebé que propicia el desarrollo infantil (Beebe y
Lachmann). El término también se ha utilizado para explicar la interacción entre las
subjetividades del analista y el analizado. Según este uso, la intersubjetividad
establece nuevas prioridades: deja de centrarse en la tradicional transferencia y
contratransferencia y se preocupa por una expresión ampliada de la experiencia
subjetiva del analista. El término también se ha utilizado para explicar la aparición en
las relaciones psicoanalíticas (Benjamin) o cualquier díada o grupo íntimo
(Lichtenberg) de un “tercero”, es decir, un ambiente y una forma de hacer y
comportarse distinta a la subjetividad de los individuos involucrados.
Inspirado en la filosofía de Husserl, Robert D. Stolorow introdujo la
intersubjetividad en la psicología del sí mismo. El uso de Stolorow contraviene
directamente lo que él llama “el mito cartesiano de la mente aislada.” La
intersubjetividad como perspectiva dominante reemplaza la importancia de los
procesos intrapsíquicos de la teoría del conflicto dual de las pulsiones de Freud y su
posterior interpretación por la psicología del Yo. Se han incorporado diferentes usos
de la intersubjetividad a las teorías relacionales derivadas de las relaciones
interpersonales de Sullivan y las teorías de campo. En la teoría relacional, la
intersubjetividad se considera la matriz a partir de la cual se desarrollan todas la
comunicaciones e intercambios en díadas, familias, grupos y culturas. Además, se
considera que la intersubjetividad está involucrada de manera importante en la
capacidad de un individuo de hacer una entrada empática (Kohut) y mentalizar
(Fonagy) a otros.
En su aplicación dentro de las teorías relacionales, del sí mismo y de campo,
las explicaciones intersubjetivas suelen proceder de la experiencia-próxima y
mantienen un parecido con los conceptos de los filósofos de la fenomenología.
Cuando se utilizan dentro de los marcos teóricos contemporáneos de la psicología del
Yo y las orientaciones posbionianas, tienden a incluir la contextualización
intersubjetiva del nivel metapsicológico del discurso teórico.

269
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III. Aa. Perspectivas de la psicología del sí mismo


La psicología del sí mismo empezó por transmitir el énfasis de la psicología
del Yo en lo intrapsíquico. A este enfoque Kohut (1971) añadió la concepción de una
relación especial entre el sí mismo y el objeto del self. Según este concepto, un déficit
en el sí mismo, como la regulación de la ansiedad, se repararía a través de la
interiorización transmutativa de la función del objeto al sí mismo. Esta relación entre
un sí mismo que se vuelve cohesivo a través de la actividad del objeto del self se ha
denominado psicología de una persona y media. Se hicieron dos revisiones
importantes de esta idea. Una consistió en el cambio del lenguaje y las concepciones
de la hipótesis estructural por una teoría de la experiencia-próxima (Lichtenberg,
1975, 1979, 1992). El hecho de abordar un sentido del sí mismo, un sentido del objeto
y una experiencia de animación y cohesión del objeto del self conectó la psicología
del sí mismo con la subjetividad de la intersubjetividad. Una segunda revisión más
ambiciosa fue la propuesta sobre intersubjetividad de Stolorow (1997).
Inspirado en la filosofía de Husserl, Stolorow introdujo la intersubjetividad
como un principio amplio y necesario, inherente a las relaciones humanas. Para
Stolorow, todos los avances se dan dentro de un campo intersubjetivo: una
intersección de subjetividades individuales.
En su concepción más amplia, “la intersubjetividad no denota ni un modo de
experiencia ni una experiencia compartida, sino la condición previa contextual para
tener cualquier tipo de experiencia” (Stolorow 2013, p.385, original en cursiva). La
investigación infantil (Beebe y Lachmann 2002) y las teorías del desarrollo validan la
afirmación de que las interacciones intersubjetivas entre el cuidador y el niño marcan
la pauta de la relación. A pequeña escala, la intersubjetividad se usa para explicar la
alteración de los afectos, las intenciones y los objetivos de cada momento en una
relación diádica, triádica o grupal.
En terapia analítica, la intersubjetividad entendida como la interacción de las
subjetividades del analista y el analizado reemplaza la importancia que han recibido
tradicionalmente la transferencia y la contratransferencia por una expresión ampliada
de la experiencia subjetiva del analista. Esta redefinición del papel del analista en la
relación diádica crea una “intimidad de sujeto a sujeto más recíproca (aunque todavía
asimétrica)” (Lichtenberg, Lachmann y Fosshage 2016, pp.86-87). La subjetividad de
la intersubjetividad hace referencia a la conciencia del individuo de los afectos,
intenciones, metas, perspectivas y reflexiones sobre uno mismo. Además, como se
pone de relieve en la psicología del sí mismo y en la teoría del apego, la intimidad de
sujeto a sujeto se basa en que una persona sienta el estado de ánimo, la perspectiva y
los esfuerzos del otro (empatía [Kohut, 1971] y mentalización [Fonagy, Gergely,
Jurist y Target 2002]). Además de contribuir a evidenciar la percepción empática, la
intersubjetividad ayuda a explicar otros tres conceptos fundamentales para la
psicología del sí mismo: los esfuerzos adaptativos, las secuencias de interrupción-
restablecimiento y el ambiente que se crea en el campo. En cuanto a los desarrollos en

270
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el campo analítico intersubjetivo, la psicología del sí mismo tiende a dar prioridad a


las interferencias en los esfuerzos positivos de un paciente (vanguardia), mientras que
muchas otras teorías relacionales dan prioridad a la interpretación de los esfuerzos
conflictivos inadaptados (retaguardia). La intersubjetividad ha sido instrumental para
el reconocimiento de la importancia del ambiente y el estado afectivo general, que es
más que la suma de subjetividades individuales de cualquier díada íntima. El
ambiente que se forma en el campo intersubjetivo de un análisis tiene un efecto
profundo tanto en el analista como en el analizado y en el resultado del tratamiento.

II. Ab. Perspectivas relacionales


Según la perspectiva relacional, la intersubjetividad, a menudo entendida
como una sustituta o un sinónimo de lo interpersonal, relacional o bipersonal,
pretende abarcar experiencias psíquicas que surgen, se constituyen y experimentan en
un sistema diádico o de varios elementos.
Una forma útil de concebir la intersubjetividad es en contraposición a las
dimensiones intrapsíquicas de la experiencia. Lo intrapsíquico ha hecho referencia
históricamente a un sistema de una sola persona, describiendo la experiencia
consciente e inconsciente interna de un individuo. Lo interpersonal o relacional,
configurado de forma antifonal a lo intrapsíquico, es un concepto que se emplea en
los siguientes casos:

Elementos conceptuales (de la intersubjetividad):


a) La dimensión social de la experiencia individual;

b) El campo bipersonal imaginado como inconsciente, preconsciente y


consciente;
c) La experiencia compartida interpersonal o colectivamente;
d) Experiencias individuales o diádicas/múltiples que emergen con las
características excepcionales de un encuadre combinado y contextualizado;
e) El efecto constitutivo de la intrusión de la “otredad” en el individuo, un
“otro” tan grande como el estado y tan microscópico como un cambio de estado
compartido;
f) Las implicaciones clínicas de la intersubjetividad, por ejemplo, los
enactments.

271
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III. Aba. Orígenes históricos


Diferentes escuelas analíticas trazan sus propias genealogías de la
intersubjetividad. En la perspectiva relacional, Sullivan es una figura central, así
como el trabajo de Racker y de los analistas británicos independientes y kleinianos
pasados por el filtro de la escuela interpersonal. Ferenczi también es una figura clave
para el desarrollo de esta tradición, ya que despertó un interés por el impacto de las
relaciones externas, que entendía como complementos del desarrollo del mundo
interior y constitutivo –y que ya se habían puesto de relieve en la tradición clásica de
la que surgió su trabajo. La preocupación de Ferenczi por el trauma, su base de
realidad y las secuelas psíquicas hizo que se renovara el interés por el campo
intersubjetivo como lugar de trabajo psíquico y transformativo.

Sándor Ferenczi
La obra de Ferenczi (Ferenczi 1949; Dupont 1988) ha influenciado el
desarrollo de teorías que ponen de relieve las dimensiones intersubjetivas del trabajo
psicoanalítico, sobre todo por su énfasis en la reciprocidad, el enactment y la
bidireccionalidad de los procesos psíquicos (Bass 2015, 2009; Aron y Harris 2010).
Su breve experimento en análisis mutuos, tal y como lo describe en su diario clínico
(1988), es el ejemplo más radical de terapia intersubjetiva de nuestra historia.
Ferenczi ha sido un antepasado común para dos grupos: el grupo independiente
británico (Parsons 2009) y el grupo relacional americano (Bass 2009), que han
desempeñado un papel importante en la aplicación de ideas intersubjetivas en el
psicoanálisis. La lectura de su diario clínico (Dupont 1988) y su correspondencia con
Freud reveló una sensibilidad común, profundamente arraigada en la historia de las
ideas psicoanalíticas. Las ideas de Ferenczi sobre la relación analítica –el analista
como persona real (un sujeto) en una relación real, así como un objeto en una relación
de transferencia– ofrecieron la posibilidad de forjar un nuevo comienzo con el
paciente, explotando potenciales de crecimiento y cambio todavía inexplorados en ese
momento.
La escuela interpersonal americana, así como la escuela relacional que la
sucedió, desarrolló una perspectiva clínica acorde con los descubrimientos de
Ferenczi. Se centró en su reconocimiento de que el analista era un participante del
proceso junto con el paciente, con quien creaba una experiencia analítica compartida,
como un encuentro singular entre sus dos subjetividades y su experiencia consciente e
inconsciente. Asimismo, subrayaron la complementariedad de la transferencia y la
contratransferencia, ya que una engendraba a la otra como una cinta de Moebius
formada de influencias y transformaciones mutuas que podían ser estudiadas y
exploradas en la relación psicoanalítica para sacarle el máximo provecho al análisis.
El analista era un observador participante y, por tanto, su personalidad y su forma
idiosincrática de ser y relacionarse con el paciente constituían dimensiones

272
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importantes de la experiencia analítica; dimensiones que un punto de vista


intersubjetivo considera centrales.
Estas ideas también fueron anticipadas por Ferenczi, quien había señalado la
importancia de la contratransferencia como un complemento que se formaba
recíprocamente con la transferencia. Ferenczi discernió el papel de la influencia
recíproca en la relación analítica, así como la importancia crucial del reconocimiento
por parte del analista de su propio impacto en el paciente, un factor que, según él,
ayudaría a mejorar los riesgos iatrogénicos de la retraumatización. Ferenczi señaló las
implicaciones que tenía para el tratamiento analítico el hecho de reconocer al analista
como una persona real (ideas que sacó de la escuela británica de Fairbairn, Guntrip y
Balint, y de la escuela americana de Thompson, Wolstein, Singer, Levenson y
muchos otros).
Ferenczi comprobó que el paciente entendía y reaccionaba ante los matices
más sutiles del comportamiento del analista. El paciente, según la entrada del diario
de Ferenczi de 1932 (en: Dupont 1988), “detecta desde los pequeños gestos (forma de
saludar, apretón de manos, tono de voz, grado de animación, etc.) la presencia de los
afectos” (ibid., p.11). Esto puede revelar al paciente más información sobre el analista
de lo que el propio analista sabe. Las observaciones de Ferenczi hicieron que la
metáfora del espejo (ver más abajo) quedara obsoleta para muchos analistas.
Asimismo, su trabajo fue imprescindible para muchos psicoanalistas interpersonales
de la década de 1950 en adelante y para los teóricos relacionales que les sucedieron,
cuando la intersubjetividad fue tomando un papel más central.
Según la metáfora telefónica de Freud (1912): “El analista debe volver su
propio inconsciente como un órgano receptivo hacia el inconsciente transmisor del
paciente. Debe ajustarse al paciente como un receptor telefónico se ajusta al
micrófono transmisor. Así como el receptor vuelve a convertir en ondas sonoras las
oscilaciones eléctricas de la línea telefónica, así el inconsciente del médico puede, a
partir de los derivados inconscientes que le son comunicados, reconstruir dicho
inconsciente, que ha determinado las asociaciones libres del paciente” (ibid. pp.115-
116). El inconsciente del analista se tenía que utilizar como un instrumento auditivo
muy sensible guiado por los principios de neutralidad, anonimato y la pantalla en
blanco o la función de espejo.
Esto significaba que la función transmisora del analista debía permanecer
disciplinada, no fuera que su recepción a través del aparato de escucha del paciente
pusiera en peligro el proceso de transferencia, el cual debía desarrollarse sin
obstáculos. Considerado desde la perspectiva relacional-intersubjetiva, era como si
Freud hubiese incorporado proféticamente un botón de silencio en su metáfora
telefónica. Presentada de esta manera, no se trataba de una teoría intersubjetiva. Si
bien el analista empleaba su inconsciente como instrumento de escucha, no se
entendía que el inconsciente del paciente tuviera la misma capacidad. La subjetividad
del paciente con respecto al analista no recibía su debida atención. Freud se acercó al

273
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modo recíproco de escuchar en su artículo de 1915 sobre “El inconsciente”, donde


dice: “El inconsciente de un ser humano puede reaccionar al de otro…” (Freud 1915,
p. 194). Sin embargo, este punto permaneció poco teorizado en su obra.
Ferenczi advirtió haberse topado con experiencias personalmente
transformadoras con sus pacientes, que lo habían obligado a ampliar su horizonte
psicoanalítico y lo habían llevado a plantearse seriamente las dimensiones
bipersonales y recíprocas y, por tanto, intersubjetivas de la experiencia y
transformación psíquica. Como escribió Ferenczi (en: Dupont 1988, p. 84): “Cuando
dos personas se encuentran por primera vez, se produce un intercambio de impulsos
tanto conscientes como inconscientes.” Ferenczi acuñó el término “diálogo de
inconscientes” para señalar que siempre se está produciendo un diálogo inconsciente
entre el paciente y analista que va en las dos direcciones.
Esta dimensión de la obra de Ferenczi encontró un terreno fértil para su
expansión en los Estados Unidos. Las ideas relacionales y sus aplicaciones prácticas
prefieren la técnica organizada en torno a una teoría que enfatice el proceso
intersubjetivo como un “diálogo de inconscientes”. Esto dirige la atención del analista
hacia los efectos y reflexiones de su propia participación, así como la del paciente.
Esta orientación de escucha, centrada en la intersubjetividad y su utilización en el
compromiso analítico, tiende a ser característica de los analistas relacionales.

III. Abb. La intersubjetividad y la teoría de campo en el pensamiento relacional y el


trabajo clínico
En general, las teorías de campo relevantes para la intersubjetividad están
arraigadas en la teoría interpersonal de la psiquiatría de mediados del siglo veinte de
Harry Stack Sullivan, la teoría de campo de la psicología social de Kurt Lewin y las
conceptualizaciones de Merleau-Ponty que propiciaron las teorías de campo
latinoamericanas de Madeleine y Willy Baranger (2008), Enrique Pichon Riviere
(2017) y José Bleger (1967). En los Estados Unidos, el concepto de campo en la
teoría interpersonal comenzó en el trabajo de Harry Stack Sullivan, Erich Fromm,
Frieda Fromm-Reichmann y Clara Thompson. El trabajo de Sullivan fue
determinante. Según él, el campo era la arena de lo que llamaba “relaciones
interpersonales”, y las relaciones interpersonales eran, a su vez, las que formaban el
núcleo de todo su sistema de pensamiento, así como su comprensión de la diferencia
entre su pensamiento y el psicoanálisis de su tiempo. Desde entonces, el concepto de
campo ha evolucionado gracias al trabajo de muchos autores interpersonalistas y
relacionales, incluido Stephen Mitchell (1988), que se refirió a la matriz relacional.
Las teorías psicoanalíticas como las de Bion y sus seguidores también
integraron sus ideas sobre la mente y el afecto en un contexto relacional. El
conocimiento (K) surge siempre en una matriz interpersonal afectiva y cognitiva
(xKy).

274
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Además, la intersubjetividad es inherente al trabajo de teóricos políticos como


Louis Althusser o Theodor W. Adorno, y eruditos posmodernos como Slavoj Žižek y
Christopher Butler.
El psicoanálisis interpersonal y relacional se centra en el concepto de campo,
como una teoría de campo ampliamente definida. En la mayoría de los artículos
interpersonales y relacionales queda implícito que la situación analítica se define en
términos de su relacionalidad. El analista y el paciente están continua e
inevitablemente, de manera consciente e inconsciente, interactuando el uno con el
otro. Esta interacción tiene que ver con lo que experimentan en presencia del otro y
cómo se comportan. El campo también determina lo que cada participante puede
experimentar en presencia del otro, especialmente en lo relativo a los aspectos
afectivos de la experiencia. El campo es, por un lado, la suma total de todas las
influencias, conscientes e inconscientes, que cada uno de los participantes analíticos
ejerce sobre el otro. Por otro lado, es el resultado de todas esas influencias, es decir, la
relación y experiencia que se crea entre dos personas como resultado de la forma en
que lidian entre ellos.
Tan pronto como el campo produce un resultado, o tan pronto como cambia
para adaptarse a las influencias provistas por sus participantes, este resultado pasa a
formar parte de la influencia en el siguiente instante de la relación. Así como las
influencias pasan de un lado a otro, los resultados en el campo tampoco son
necesariamente conscientes. Por tanto, la secuencia continúa: cada instante de
influencia en el campo interactúa con las personalidades de quienes están
influenciados para crear los subsiguientes instantes de relación, y esos instantes de
relación, a su vez, son parte de las influencias conscientes e inconscientes de las
experiencias de los participantes posteriores a ese instante.
Para la mayoría de los teóricos del campo interpersonal, incluso cuando el
proceso de formulación de la experiencia consciente se desarrolla sin inhibiciones,
interrupciones o desvíos defensivos, el curso de esa formulación se traza en el mismo
momento en que tiene lugar y, por tanto, su forma final solo entra en acción cuando
llega a nuestras mentes. Antes de ese momento, para muchos analistas interpersonales
y relacionales, lo que se convertirá en experiencia formulada es solo una posibilidad.
La experiencia consciente no existe antes de su formulación, es decir, no está
predeterminada, sino que surge; no es la revelación de algo que ya está “ahí” en la
mente, sino un proceso, una actividad. Llegados a este punto, se puede alcanzar la
dimensión interpersonal, relacional o intersubjetiva de la experiencia: la experiencia
que puede formularse dentro de la díada analítica es una función de la naturaleza de la
relación entre las dos personas. Las posibilidades de los contenidos variables de la
conciencia están determinadas por la naturaleza igualmente mercurial del campo
interpersonal.
El campo es una configuración de afinidad creada de manera conjunta, un
medio social que resulta de la participación e intersección consciente e inconsciente

275
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de dos subjetividades, incluida la interacción de lo que se llama objetos internos en


otras tradiciones. Los participantes pueden ser o no conscientes de las influencias que
el campo ejerce sobre ellos, dependiendo, al menos en parte, de las consecuencias que
se derivarían de esa consciencia. El campo se parece más a los conceptos del tercero
analítico o intersubjetivo (Ogden 1994; Benjamin, 2004), o lo que Samuel Gerson
(2004) llama el inconsciente relacional, que a un mero contexto o entorno. El campo
es la configuración de influencias que continuamente le da al proceso clínico su
particular naturaleza y forma variable.
Sin embargo, el hecho de que el campo vincule dos subjetividades no significa
que se trate de una combinación de influencias aditiva. Por el contrario, es una
creación única, una Gestalt nueva que cambia de forma ininterrumpida y expresa y
representa el presente, los estados variables de la relación entre el paciente y el
analista. El campo no es sinónimo de transferencia-contratransferencia. Si la idea de
transferencia-contratransferencia sigue siendo significativa (es decir, si no se ha
diluido tanto como para referirse a toda la relación analítica), debe hacer referencia a
patrones de relación basados en la naturaleza de la experiencia con personas
significativas del pasado. El campo interpersonal es más amplio que eso. Incluye las
influencias por parte de todos los participantes del nexo de afectos, motivos e
intenciones, pensamientos, protopensamientos, comportamientos significativos,
metáforas y fantasías que surgen cuando dos personas están involucradas entre sí.
La forma que toma el campo en un momento dado estimula algunas
articulaciones espontáneas de la experiencia y disuade otras. A su vez, podemos decir
que la composición del campo se crea gracias a la interacción de los estados del sí
mismo de los participantes y, por lo tanto, está en continuo movimiento. A medida
que los estados del sí mismo cambian en la mente de cada participante, como hacen
habitualmente, en una reciprocidad receptiva con los estados del sí mismo del otro
participante (Bromberg 1998, 2006, 2011), el campo también cambia.
El campo interpersonal sigue siendo un concepto, no una experiencia. En
términos más cercanos a la experiencia-próxima, los cambios en el campo son
cambios en las posibilidades de relación, es decir, cambios en los tipos de relación
que son facilitados e inhibidos. Rara vez “conocemos” el campo. Por lo general, el
campo llama nuestra atención solo a través de lo que percibimos o sentimos como sus
influencias. Reflexionar explícitamente sobre el significado del campo requiere un
esfuerzo consciente que pocas personas, aparte de psicoterapeutas y psicoanalistas
debido a sus intereses profesionales, tienen motivos para llevar a cabo. De hecho, hay
muchas circunstancias, o aspectos del campo, que ni siquiera admiten la posibilidad
de tal reflexión. A nivel fenomenológico, a medida que cambia la naturaleza del
campo –generalmente sin atraer nuestra atención consciente–, los diferentes tipos de
relación se sienten más obvios o naturales para los participantes. El paciente y el
analista se colocan más fácilmente dentro o fuera de ciertos patrones relacionales.
Estos eventos pasan desapercibidos, no se les da mayor importancia: son, en una
palabra, “naturales.” A medida que un tipo de relación se vuelve natural (por ejemplo,

276
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la simpatía), otros tipos de relación (la irritabilidad) caen en un segundo plano y se


hacen menos cómodas, fáciles o naturales de crear en ese entorno, o incluso se evitan
activamente, a veces con un propósito dinámico inconsciente (es decir, un propósito
defensivo inconsciente).
De esta perspectiva surgen otras dos observaciones: primero, si tomamos en
cuenta las influencias facilitadoras e inhibidoras del campo en los contenidos de las
mentes individuales, también debemos entender que la libertad para facilitar el
máximo rango de experiencias espontáneas descanse en el grado de flexibilidad y
libertad del campo. Segundo, el grado de flexibilidad del campo se define por el rango
de afinidad disponible a los participantes.

III. Abc. La intersubjetividad como una dimensión central del psicoanálisis relacional
La perspectiva relacional en psicoanálisis empezó a surgir en los años ochenta,
en los Estados Unidos, a raíz de la publicación “Las relaciones objetales en la teoría
psicoanalítica” de Jay Greenberg y Stephen Mitchell (1983), que planteaba un
modelo relacional/conflictivo de la mente, en contraposición al modelo
pulsional/conflictivo. A medida que se desarrollaba la teoría relacional, a través de
una síntesis de una serie de perspectivas compatibles con el modelo
relacional/conflictivo (psicoanálisis interpersonal americano, teorías de las relaciones
objetales en sus variantes independientes kleinianas y británicas, psicologías del sí
mismo poskohutianas con énfasis intersubjetivista y otras), el avance y la aplicación
de teorías que ponían de relieve la dimensión intersubjetiva desempeñó un papel
crucial en el psicoanálisis y la psicología del desarrollo. Debido a que el psicoanálisis
relacional es una perspectiva heterogénea que representa una variedad de síntesis
complementarias e integraciones dentro de su perspectiva, se pueden encontrar
diversas formas de entender y aplicar la teoría de la intersubjetividad entre los
analistas que se identifican como “relacionales”. Los teóricos del apego, el Grupo de
Estudio de los Procesos de Cambio de Boston (BCPG) y Jessica Benjamin (2004),
siguiendo a Winnicott, han hecho hincapié en los aspectos del desarrollo de la
intersubjetividad. Benjamin en particular destaca el reconocimiento mutuo, la ruptura
y la reparación, y pone especial énfasis en “el tercero” en su teorización (Benjamin
1988, 1995, 2004, 2013). Los teóricos arraigados en la tradición interpersonal
(Stephen Mitchell, Anthony Bass, Phillip Bromberg, Donnel Stern y otros) han
destacado el tipo de subjetividades únicas e irreductibles que se establecen en cada
díada, con sus pertinentes campos de transferencia/contratranferencia de la
experiencia y capacidades para explorar y discernir sus contribuciones relativas a los
enactments y otras formas de intrincación psicoterapéutica. Los analistas relacionales,
en particular, enfatizan la calidad de la bidireccionalidad en el campo de
transferencia/contratransferencia, incluso en los enactments. Desde un punto de vista
relacional e intersubjetivo, no se puede dar por sentado, por ejemplo, que comience
un enactment o una identificación proyectiva con el terapeuta o el paciente sin una

277
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indagación conjunta y abierta de las corrientes de la experiencia que se establecen en


el campo intersubjetivo de la experiencia que ellos generan. El paciente y el analista,
cada uno con su propia subjetividad y experiencia consciente e inconsciente, se
comprometen a experimentar todo el abanico de recursos y limitaciones, puntos
ciegos e ideas que puedan aportar algún valor a la terapia.
La teoría relacional, desde su enfoque fundamentalmente intersubjetivista,
trata de comprender las implicaciones que tiene esta perspectiva para el trabajo
analítico. La teoría y técnica relacionales han destacado especialmente la subjetividad
de ambos participantes del proceso. Las terapias analíticas relacionales se han
ocupado de la contribución de la subjetividad del analista al proceso y de cómo el
paciente experimenta esa contribución. También ponen atención en cómo el analista
se involucra en los enactments que revelan al paciente y al analista partes disociadas
de su experiencia que no habían sido accesibles antes del reconocimiento y
elaboración de dichos enactments (Bromberg 1998, 2006; Aron 1996; Bass 2003;
Benjamin 2004, 2013). El psicoanálisis relacional ha puesto de relieve las
dimensiones mutuas del proceso psicoanalítico. A medida que ha ido distinguiendo
los aspectos de la mutualidad como aspectos fundamentales del proceso (Dupont
1988) y las asimetrías inherentes al proceso psicoanalítico (Lewis Aron, Irwin
Hoffman), otros autores (Bass 2001, 2007) han enfatizado las complementariedades
que se obtienen de las contribuciones psíquicas de los analistas y los pacientes al
proceso, más allá de las identificaciones de roles conscientes y las responsabilidades
que guían a los analistas y a los pacientes en diferentes sentidos.
Los psicoanalistas modernos que recurren a los conceptos intersubjetivos de la
subjetividad y el proceso analítico hacen combinaciones y crean muchas entidades
teóricas variables y comparables. A algunos les interesa más la fuerza de lo
sociopolítico; otros elaboran las implicaciones que tiene lo intersubjetivo para la
técnica, otros para la metapsicología. Si bien existen diferencias y superposiciones
entre estos enfoques, la intersubjetividad es quizás única en la elaboración de
conceptos psicoanalíticos cuyos términos y significados cambian y evolucionan con
mucha intensidad. Recientemente, ha aparecido el término intrasubjetivo, un término
destinado a capturar la doble experiencia del entre y el adentro.

III. Ac. Ejemplos de perspectivas híbridas e integrativas en los Estados Unidos

III. Aca. Psicología intersubjetiva del yo en América del Norte


Nancy Chodorow (2004) describe una “tradición independiente”
norteamericana/estadounidense de la psicología del Yo intersubjetiva, que sostiene en
tensión dos enfoques psicoanalíticos contradictorios a la vez que los concilia: la
psicología del Yo y el psicoanálisis interpersonal, establecidos por los teóricos
americanos Hartmann y Sullivan. La psicología del Yo intersubjetiva contemporánea

278
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incorpora ambos enfoques: por un lado, pone el foco en el conflicto intrapsíquico, la


formación de compromiso, el mundo interno y la fantasía intrapsíquica –aunque la
psique (tanto del paciente, como del analista) también se crea de forma interpersonal
y cultural– y, por otro, en la transferencia como una repetición determinada por la
historia que el analista interpreta para el paciente –aunque no todo lo que sucede entre
el paciente y el analista proviene del paciente; de hecho, el paciente también puede ser
el intérprete de la experiencia del analista o afectar la contratransferencia del analista,
y ambos participantes pueden crear conjuntamente el campo analítico, que es, en
cierto sentido, más que la suma de las dos partes. Los psicólogos del Yo
intersubjetivo sostienen ambas perspectivas al mismo tiempo y, por lo tanto,
modifican las dos.
Actualmente, el psicólogo del Yo intersubjetivo, Warren Poland (1996),
expresa esta integración híbrida de la siguiente manera: “¿Cómo puede ser que ningún
hombre sea una isla y que al mismo tiempo todos los hombres sean una isla? … Es
engañoso hablar de la psicología de una persona versus la psicología de dos personas.
Ninguna persona individual existe fuera de un campo humano, conectado con los
objetos; el espacio analítico influye en cómo una persona individual puede llegar a
comprender a través del otro. Al mismo tiempo, la mente de cualquier individuo
puede hacer partícipe al otro, pero siempre se encuentra crucialmente separada, en un
universo privado de experiencia interna” [Poland 1996, p.33].
Chodorow (2004), en este doble sentido de la profundidad de la experiencia
individual y el reconocimiento del profundo impacto del entorno sociocultural,
considera que la actual psicología intersubjetiva del Yo es descendiente directa de
Hans Loewald y Erik H. Erikson, ambos emigrados de la Europa ocupada por los
nazis. Chodorow estudia los casos de Erikson en que retrata las tragedias de la vida
interior, así como los accidentes de su familia y su historia. También destaca su
concepto de desarrollo psicosocial (Erikson 1964) y su interés social, político y
cultural, como lo demuestran sus escritos sobre la pobreza, el maltrato a los pueblos
nativos americanos y la depresión y la autoinculpación que puede fomentar la
inmigración o la vida en una comunidad con prejuicios raciales (Erikson 1964). En su
capítulo sobre la identidad americana en la infancia y en sociedad, Erikson (1950)
elogia la individualidad americana, pero, al mismo tiempo, condena el racismo, el
capitalismo, la explotación y la sociedad de masas. También aborda el enfoque social
e individual de Loewald, y señala su declaración sobre lo que él llama la gran traición
de Heidegger durante el periodo nazi, así como su enfoque evolutivo en el asesinato
inevitable de los padres y la expiación edípica y su reconocimiento de la intratabilidad
de ciertas reacciones terapéuticas negativas basadas, en parte, en el instinto de muerte.
Entre los revisionistas freudianos de los años sesenta, setenta y ochenta, Hans
Loewald fue quien forjó una conexión entre la psicología del Yo freudiana y la teoría
de las relaciones objetales para crear una teoría psicoanalítica que fuera más cercana a
la experiencia de las personas. Sus principales preocupaciones abordaron las

279
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conjeturas más fundamentales del desarrollo de la teoría psicoanalítica y las ideas


preconcebidas sobre la naturaleza de la mente, la realidad y el proceso analítico.
Loewald creía que Freud había postulado dos formas de entender las
pulsiones. La primera de antes de 1920, relativa a las pulsiones que buscan la
descarga. La segunda llegó con su introducción del concepto de eros en 1920, en Más
allá del principio del placer, donde Freud alteró radicalmente su definición de
pulsión: ya no la entendía como una descarga sino como una conexión que “no utiliza
objetos para la gratificación, sino para construir experiencias mentales más complejas
y para reestablecer la unidad original perdida entre el sí mismo y los demás.”
(Mitchell y Black 1995, p.190). La revisión de la teoría de las pulsiones de Freud de
Loewald hizo necesaria una reformulación radical de los conceptos psicoanalíticos
tradicionales. Mientras que para Freud el ello es una fuerza biológica inmutable que
choca con la realidad social, para Loewald el ello es un producto interactivo de la
adaptación, en lugar de una fuerza biológica constante. La mente no es interactiva de
forma secundaria, sino por naturaleza.
Loewald teorizó que al principio no existe una distinción ente el sí mismo y el
otro, el yo y la realidad externa, o los instintos y los objetos; más bien hay un todo
unitario original compuesto por el bebé y los cuidadores. Su influencia
transformadora durante los sesenta, setenta y ochenta sobre la metapsicología
psicoanalítica y la emergencia de nuevas formas de conceptualizar el material
analítico queda expuesta en la siguiente afirmación: “Los instintos entendidos como
fuerzas psíquicas y motivacionales se organizan como tales a través de las
interacciones dentro de un campo psíquico, el cual consiste originalmente en la
unidad (psíquica) madre-hijo.” (Loewald 1971, p.118). Es debido a afirmaciones
como esta que Loewald, que se identificaba como un psicólogo del Yo, fuera más
tarde considerado como el paradigma del “tercer modelo” descrito a continuación (ver
también la entrada TEORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES).
Al vincular la teoría del instinto de Freud con la psicología del Yo, el trabajo
de Loewald logró crear un puente vital entre una “psicología de una persona” y una
“psicología de las relaciones objetales de dos personas” (ver también las entradas
PSICOLOGÍA DEL YO y TEORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES).
En respuesta a los críticos de ambos lados: aquellos que consideran que esta
orientación híbrida e integradora está demasiado centrada en el inconsciente y las
pulsiones y los que creen que lo está demasiado poco, Chodorow (2004) explica cómo
los psicólogos intersubjetivos del Yo siguen preocupados, como Loewald, por el
inconsciente del analista y sus efectos en el proceso clínico; pero también se topan
con el inconsciente en la atención que presta Erikson a las ansiedades y defensas, así
como en sus procesos elaborados y descritos empáticamente sobre la formación de
síntomas en niños. En su opinión, es precisamente debido a que el psicoanálisis parte
de un reconocimiento de la subjetividad única en cada individuo, formada por afectos
inconscientes, pulsiones, fantasías, conflictos, formaciones de compromiso y una

280
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historia dinámica personal, junto con el reconocimiento de que dos sujetos aportan su
singularidad al campo analítico transferencial-contratransferencial creando un entorno
cultural y analítico dado, que la psicología intersubjetiva del Yo, es decir, la fusión
americana de la psicología del Yo y el psicoanálisis relacional, continúa en fase
expansiva.
En este contexto, Elliot Adler y Janet Bachant (1996) reexaminan un
fundamento esencial de la técnica clásica: la situación psicoanalítica, que definen
como un elemento básico del psicoanálisis relacional que hace posible la exploración
profunda de la motivación humana. Consideran la situación psicoanalítica como una
“disposición interpersonal extraordinaria, anclada entre dos formas de relacionarse
claramente diferenciada, pero complementaria: la asociación libre y la neutralidad
analítica” (Adler y Bachant 1996, p.1021). Descrita como una necesidad de “roles
recíprocos”, la asociación libre se entiende como un requisito previo a la libertad
expresiva, necesaria para que se produzca un encuentro introspectivo con
movimientos emocionales profundos en el contexto de una interacción con otra
persona (ibid, p.1025; original en cursiva). Como herramienta interpretativa, se
considera que supera incluso los recursos del conocimiento teórico. El papel analítico
se concibe como complementario al del paciente. Tiene la función de proteger la
libertad expresiva del paciente. De esta manera, la situación y la técnica psicoanalítica
se presentan como un proceso de exploración analítica de dos personas de la neurosis
de una persona: “neurosis de una persona, no un modelo de tratamiento analítico de
una persona” (ibid, p. 1038).
Entre las áreas de interés de los psicoanalistas freudianos contemporáneos
relevantes para la intersubjetividad, se encuentra: el intercambio inconsciente de
“estados de conciencia” (Libbey 2011), las influencias bidireccionales inconscientes y
el reino de lo interpsíquico (McLaughlin 2005), estudios de campo posteriores
creados por el paciente y el analista, basados en Ogden (1994) y W. Baranger y M.
Baranger (2008), el enactment (Ellman y Moskowitz 1998, 2008) y la “enacción”
(Reis, 2009), entre otros.

III. Acb. La intersubjetividad en el pensamiento poskleiniano y posbioniano en


América del Norte
James Grotstein (1985, 1999, 2005), con el afán de ampliar y reinterpretar el
trabajo de Bion, además de absorber las ideas de algunos autores latinoamericanos e
italianos, ha desarrollado una versión integradora de la intersubjetividad basada en la
comunicación inconsciente y el desarrollo de un doble sentido que se manifiesta en el
discurso psicoanalítico. Sus conceptualizaciones intrasubjetivas, intersubjetivas y
transubjetivas están metapsicológicamente arraigadas en la alteridad de “el otro”
sujeto –así como en el proceso primario e inconsciente– y también están
fenomenológica y clínicamente observadas, presentes y experimentadas. Ejemplo de
ello es su concepto de “transidentificación proyectiva”. Partiendo de las declaraciones

281
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de Freud: “El inconsciente de un ser humano puede reaccionar al de otro sin pasar por
el consciente” (Freud, 1915, p. 194) y reinterpretando las conceptualizaciones de Bion
y Klein, Grotstein plantea la hipótesis de que “la identificación proyectiva
intersubjetiva constituye no solo la operación de una fantasía inconsciente,
omnipotente e intrapsíquica, sino también otros dos procesos: en primer lugar, los
modos sensoriomotrices (mentales, psíquicos, verbales, posturales) conscientes y/o
preconscientes del sujeto proyectante (para inducir respuestas o influenciar sobre el
objeto), seguidos de simulaciones espontáneas y empáticas sobre el objeto receptor,
que ya está inherentemente “equipado” para ser empático.” (Grotstein 1995, p. 2051).
En general, igual que Bion, que amplía la identificación proyectiva patológica
de Klein al ámbito de la identificación proyectiva comunicativa, Grotstein extiende
las conceptualizaciones de Bion, como la identificación proyectiva comunicativa, al
ámbito de lo intersubjetivo.
Otro teórico que se ocupa de la dimensión intersubjetiva de la comunicación
inconsciente es Lawrence Brown (2011). Brown integra las contribuciones históricas
de Freud, Klein y Bion para explorar cómo el paciente y el analista crean narraciones
conjuntas de configuraciones inconscientes y las utilizan como herramientas para
analizar la historia traumática y psíquica del paciente. En su sistema, los sueños
diurnos y nocturnos son de vital importancia.
Tanto Grotstein (1999) como Brown (2011) afirman que, afortunadamente, la
contratransferencia se ha transformado en intersubjetividad. Brown añade: “Además,
la intersubjetividad es un proceso de comunicación inconsciente, receptividad y
creación de sentido para cada miembro de la díada, para llevar la significación
idiosincrática al campo emocional compartido que interactúa con una función análoga
en la pareja” (Brown 2011, p. 7). El concepto de campo analítico de Brown se nutre
del trabajo de la pareja Baranger: “La situación analítica como campo dinámico”
(1961/2008). Debido al retraso en la traducción, la mayor parte de la comunidad
psicoanalítica desconocía esta innovación teórica hasta hace poco. Los Barangers
describieron la fantasía inconsciente de la pareja analítica y enfatizaron la
contribución de los fenómenos de identificación proyectiva e introyectiva en su
estructura. Sobre el concepto de tal fantasía inconsciente creada conjuntamente,
argumentaron: “Es algo creado entre los dos, dentro de la unidad que forman en el
momento de la sesión, algo radicalmente distinto de lo que cada uno de ellos es por
separado… Definimos la fantasía en el análisis como la estructura dinámica que a
cada momento da sentido al campo bipersonal” (ibid, p. 806-7).

282
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III. B. Desarrollos específicos en Europa

III. Ba. La intersubjetividad en la contratransferencia y la identificación


proyectiva

Se puede identificar una corriente relacional más específica en la amplitud de


los conceptos de contratransferencia e identificación proyectiva de las últimas
décadas.
Desde la ponencia seminal de Paula Heimann (Heimann 1950), la
contratransferencia dejó de concebirse como un obstáculo para el proceso analítico –
debido a los conflictos inconscientes del analista– y se convirtió en una herramienta
para comprender los procesos mentales del paciente. En cuanto a la identificación
proyectiva, originalmente se concibió como una acción agresiva para deshacerse de
experiencias no deseadas proyectadas sobre un objeto con el fin de controlarlo desde
dentro (Klein, 1946). Bion desarrolló el concepto de identificación proyectiva,
poniendo énfasis en su calidad comunicativa. Él hace una distinción entre la
identificación proyectiva “normal” y “excesiva.” “Voy a suponer … que existe un
grado normal de identificación proyectiva que, junto con la identificación
introyectiva, constituye el fundamento para el desarrollo normal.” (Bion, 1959/1967,
p. 103). Este círculo benigno de identificaciones proyectivas e introyectivas puede
verse alterado, ya sea por la incapacidad de la madre de recibir y comprender las
identificaciones proyectivas del infante o por la intolerancia de la frustración o la
envidia del infante. Ambos podrían desencadenar identificaciones proyectivas
desesperadas o “excesivas” por parte del infante. (Ver la entrada CONTENCIÓN:
CONTENEDOR/CONTENIDO).
Posteriormente, se ha utilizado para hacer referencia a un evento clínico
particular de tipo interpersonal, en que el paciente expulsa y proyecta partes de sí
mismo sobre el analista, de manera que lo induce a participar del proceso proyectivo:
es precisamente este acontecimiento –la participación del analista con su
subjetividad– lo que se sitúa en un primer plano. En otras palabras, mientras que al
principio el concepto de identificación proyectiva era concebido dentro de un marco
psicológico de “una persona”, con el tiempo su significado fue adentrándose en un
marco de “dos personas”. Es por esta razón que este concepto ha tenido tanto éxito
también fuera del entorno kleiniano en el que se originó.
El concepto de respuesta de rol, formulado en 1976 por Joseph Sandler, una
figura distinguida de la tradición de Anna Freud (Malberg y Raphael-Leff, 2012), es
muy cercano a la forma poskleiniana de concebir la identificación proyectiva. Con
este concepto Sandler quería señalar un tipo de comportamiento del analista que
puede “[…] entenderse mejor entre sus propias tendencias o preferencias y la relación
de rol que el paciente busca establecer inconscientemente” (Sandler, 1976, p.47).

283
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Además del amplio significado adquirido por la contratransferencia y la


identificación proyectiva, el giro relacional en el psicoanálisis europeo ha sido
influenciado por el psicoanálisis relacional de América del Norte, donde una
combinación de elementos provenientes de la psicología del Yo, la psicología del sí
mismo y el interpersonalismo han dado lugar a varias escuelas de pensamiento de
naturaleza relacional, con una variedad de nombres como “constructivismo”,
“intersubjetivismo”, “perspectiva posmoderna”, etc. En la encrucijada de estos
caminos conceptuales y clínicos relacionales se encuentra el concepto del enactment
(ver la entrada ENACTMENT), que se extiende a ambos lados del océano Atlántico,
desde Estados Unidos hasta Europa (Bohleber et al. 2013).
Lo que dio un significado más específico al término intersubjetividad fue el
creciente valor otorgado a la noción de sujeto en el encuentro clínico: el analista
empezó a considerarse menos como un observador neutral y objetivo de los
acontecimientos analíticos y un objeto neutral de los fenómenos de la transferencia, y
más como una persona que participa en los eventos interactivos con sus propias
características, utilizando su postura subjetiva para comprender la dinámica
inconsciente del paciente (Ponsi, 1997). La visión clásica unilateral del analista
neutral, ocasionalmente afectado por reacciones contratransferenciales no deseadas,
fue reemplazada por una visión multifacética de la experiencia del analista, que
incluye una comprensión de sus contratransferencias, así como la fuerza originaria y
configuradora de su subjetividad. Términos como subjetividad o intersubjetividad
subrayan la novedad y singularidad del encuentro analítico: al dejar en un segundo
plano lo que está predeterminado por los patrones de transferencia-
contratransferencia, se enfatiza la potencialidad creativa de la experiencia analítica
(Turillazzi Manfredi y Ponsi 1999).

III. Bb Intersubjetividad e investigación infantil


Los estudios desarrollados en el campo de la investigación infantil y la teoría
del apego que apoyan la visión de la personalidad organizada como una matriz
intersubjetiva del “sí mismo-con-otro” –que incorpora tanto el mundo interno como el
externo (Ammaniti y Trentini 2009; Cortina y Liotti 2010; Fonagy y Targer 2007;
Stern 1985)–, contribuyeron a reforzar el marco conceptual donde la interacción entre
dos sujetos es imprescindible para el desarrollo psíquico y la cura psicológica: se
necesita otra persona, un cuidador o un analista, para experimentarse a sí mismo y
avanzar, o, dicho en otras palabras, para convertirse en un sujeto.

III. Bc. Intersubjetividad – Teoría de campo


Antonio Ferro, uno de los principales representantes de la teoría de campo en
Europa, ha integrado la teoría de campo en un marco conceptual bioniano. En el
trabajo de Ferro con Roberto Basile (Ferro y Basile, 2008), el campo se entiende

284
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como un punto de encuentro de los múltiples caracteres del paciente y el analista con
una vida propia, como en un escenario. Se considera que las transformaciones de los
caracteres en las narrativas de la sesión representan las transformaciones en el campo
analítico. Ferro (2009) y Giuseppe Civitarese (Civitarese 2008; Ferro y Civitarese
2013) destacan el uso de la mente y el cuerpo del analista en un estado de
ensimismamiento, como guía de los procesos inconscientes en el paciente y entre el
analista y el analizado.
El concepto de “campo bipersonal” de Ferro (Ferro 1999), una estructura que
resulta de la convergencia de los campos subjetivos del analista y el paciente,
representa una forma radical de concebir la intersubjetividad. La entidad engendrada
por la interacción de las dos subjetividades es algo nuevo, más que la suma de los dos
campos individuales, que de alguna manera son asumidos por esta nueva estructura.
En la medida en que el campo bipersonal pertenece al presente, al “aquí y ahora”
creado por los dos sujetos involucrados en el viaje psicoanalítico, la dimensión
temporal de los individuos se pasa por alto y se esboza una especia de “modelos
horizontales de intersubjetividad” (Bohleber 2013, p.812), una especie de concepción
horizontal del inconsciente.

III. Bd. Intersubjetividad – Subjetivación, intersubjetivación


En otro marco, la intersubjetividad se concibe como un proceso que acontece
con el paso del tiempo. La dimensión temporal queda fijada en el concepto de
“subjetivación”, un término introducido en 1991 por Raymond Cahn para abordar el
proceso de convertirse en sujeto: este proceso es de naturaleza intersubjetiva debido al
papel crucial que desempeña el objeto-entorno desde el principio (Cahn 1991, 1997,
2006). En los últimos años, esta terminología, es decir, convertirse en sujeto,
subjetivación o intersubjetivación, ha reemplazado la expresión precedente más
común del desarrollo del sí mismo en los grupos psicoanalíticos franceses (Wainrib
2012) e italianos (Bastianini 2014; Ruggiero 2015).

III. Be. Intersubjetividad – el sujeto y la persona


Estos diferentes usos de los términos compuestos con la palabra “sujeto”, o
construidos a su alrededor, exigen una aclaración más detallada de su significado.
Esto es lo que Stefano Bolognini propone cuando destaca los diferentes sentidos de
“interpsíquico”, “intersubjetivo” e “interpersonal”.
Bolognini (2008; 2014a; 2014b; 2015a; 2015b; 2016) diferencia lo
“interpsíquico” de lo “intersubjetivo” y lo “interpersonal”: estos tres conceptos se
superponen y en algunos casos son intercambiables, pero en su opinión normalmente
difieren entre sí.

285
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Describe el “sujeto” como un ser humano en contacto consigo mismo, con un


núcleo lo suficientemente coherente como para experimentar sus emociones con un
buen sentido de la continuidad.
La percepción cohesiva del sí mismo puede funcionar y ser lo suficientemente
intensiva, incluso cuando el proceso de separación no se ha completado y los límites
personales todavía están poco definidos (por ejemplo, muchos artistas son muy
subjetivos a pesar de tener una definición vaga –al menos parcialmente– de sus
límites como personas).
Una “persona” es un ser humano con una identidad bien definida, con límites
corporales y psíquicos muy claros en su representación de sí mismo y con una
distinción psíquica suficientemente clara del otro.
Una parte relevante de su actividad mental diferenciada puede desarrollarse a
un nivel consciente, por supuesto, con todos los problemas y defensas que el
psicoanálisis ha explorado; sin embargo, una persona puede definirse como tal incluso
si tiene un contacto tenue con su subjetividad, como se describe en muchos casos
patológicos. Debido a eso, “ser un sujeto” no siempre equivale a “ser una persona”, y
viceversa: una condición no excluye la otra, pero tampoco la garantiza.
Según Bolognini, lo intrapsíquico es una forma ocasional y natural de co-
experiencia y trabajo conjunto que conecta a dos individuos, y no una condición
estructural estable. No implica necesariamente que allí haya una persona o un sujeto.
Un prototipo de esto vendría a ser una madre que amamanta a un bebé, al
principio no hay un “estatus” personal establecido: hay una cooperación natural entre
la boca y el pezón que permite a la madre y al bebé “trabajar juntos” (Segal, 1994), en
un régimen de cooperación fusionada. Los dos son capaces de intercambiar
contenidos internos (tanto corporales como emocionales) a través de sus órganos
específicos que entran y salen del mundo interno (Bolognini 2008): estas relaciones
corporales, inicialmente experimentadas con un bajo nivel de mentalización, pero con
un alto grado de impresión, funcionarán como equivalentes intrapsíquicos,
principalmente a nivel preconsciente (como sucede, por ejemplo, en la mayoría de los
casos en los procesos creativos); incluso quizás también se hagan conscientes y
encuentren una representación mental plena, pero no es necesario que esto suceda.
En el intercambio interpsíquico no hay confusión: se puede compartir un área
de sensaciones, sentimientos y pensamientos pre-subjetivos y co-subjetivos, mientras
que se mantienen, al mismo tiempo y a otros niveles, en una continuidad no disociada,
formas individuales del funcionamiento psíquico, caracterizadas por una condición de
separación suficientemente buena que no necesita ser constantemente evaluada (Guss
Teicholz 1999).

286
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III. C. La intersubjetividad en el psicoanálisis francés: Europa y América del


Norte

III. Ca. Introducción

La tradición psicoanalítica francesa no es una tradición monolítica. Sin


embargo, aunque los psicoanalistas franceses tengan diferentes afiliaciones
psicoanalíticas, se pueden identificar algunos factores que han otorgado una calidad
específica al psicoanálisis francés posfreudiano. La relación con la obra de Freud, la
traducción de Freud al francés, la influencia de Lacan, la relación entre el
psicoanálisis y la psicología y el énfasis en el lenguaje parecen ser especialmente
importantes para entender las reacciones del psicoanálisis francés ante la orientación
intersubjetiva estadounidense. Estos factores están interrelacionados y se refuerzan
mutuamente. Además, como en cualquier otro país, están determinados por
condiciones sociológicas y culturales. Las tradiciones políticas, el derecho –incluido
el derecho de familia–, los modos de crianza de los hijos, los roles de género y las
relaciones de género, el estatus económico y social de los pacientes y profesionales
psicoanalíticos, así como la educación y los campos de formación de los
psicoanalistas, también son decisivos para poner de relieve algunos de los conceptos y
elementos que se vuelven centrales en una cultura psicoanalítica dada. En definitiva,
estos factores pueden haber jugado un papel significativo en la recepción francesa de
la orientación intersubjetiva americana.
Las influencias filosóficas, las condiciones culturales y las diferentes
traducciones de la obra de Freud fueron modelando el psicoanálisis en los países de
habla francesa. Estas condiciones son distintas a las que se vivieron en el psicoanálisis
de los países de habla inglesa. En opinión de muchos psicoanalistas franceses, la
traducción de la obra de Freud al inglés acercó el psicoanálisis a la psicología y las
ciencias cognitivas (Tessier 2005). Las traducciones al francés fueron bastante
uniformes hasta que Laplanche publicó el OCFP en la década de 1980 (Laplanche
1989a). Igualmente, el OCFP contribuyó a adoptar direcciones específicas a través de
elecciones léxicas y semánticas. Por ejemplo, la palabra alemana Seele se tradujo
como “Mind” (mente) en inglés y como “Psychè” (psique) en francés –a lo que se
opuso Laplanche, proponiendo la palabra âme (alma) que cambió el contexto
filosófico de la lectura. La palabra “Vorstellung” se traduce al inglés por “idea”, esta
es su traducción habitual, pero en francés es muy diferente: “représentation”
(representación). Otro ejemplo sería Verdrangung, en inglés “repression” (represión)
y en francés “refoulement” (inhibición). Se puede observar la connotación social,
incluso penal, de la palabra represión, y la metáfora hidráulica de la traducción
francesa. De acuerdo con lo anterior, el francés también observa que, en el
psicoanálisis de habla inglesa, con excepción de la psicología del Yo, la escisión
(splitting) ha reemplazado a la represión en la descripción del funcionamiento
psíquico (Tessier 2005), cosa que no ha ocurrido en el psicoanálisis francés.

287
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En cuanto a las diferencias con los escritos de Freud, el psicoanálisis francés


pone de relieve la importancia del lenguaje, la representación y la representabilidad, y
lo que ello comporta para la comprensión de la sexualidad, las pulsiones y el
inconsciente. A través de elaboración de la metapsicología freudiana del inconsciente
dinámico, la sexualidad infantil y la teoría de las pulsiones (Freud 1900, 1905, 1914,
1915), el psicoanálisis intersubjetivista francés explora las dimensiones de la otredad
interna y externa, lo que constituye el núcleo de la existencia, y expande el concepto
de nachträglichkeit o après-coup. Si bien en general, la teorización psicoanalítica
francesa actual postula un vínculo entre el inconsciente y la pulsión, también es
importante el examen de la “construcción” de la pulsión a partir de los reflejos
psicológicos básicos. La pulsión se considera mutable, en transición permanente; algo
que prolifera durante la mentación y se crea de nuevo en ciertas experiencias
intersubjetivas.
En general, el psicoanálisis francés posee las siguientes características: 1. Un
reconocimiento de la utilidad de la teoría topográfica (Lacan 1966) y una lectura
específica de la teoría estructural (Green 2002); 2. La implementación de cambios
técnicos en el tratamiento de pacientes no neuróticos, especialmente en el manejo de
la transferencia (l’autre semblable/el otro similiar de Green, en: Green 2002) y la
contratransferencia (Fainberg 2005); 3. El estudio de la forma en que se inscriben los
traumas preverbales que no se representan en la psique y la implementación de nuevas
técnicas para incorporarlos en el tratamiento psicoanalítico (Green 2002, 2004); 4.
Una preferencia por el trabajo con la representación, la simbolización y el paso de los
registros de la acción a los registros del pensamiento; 5. Una definición distinta del yo
(le moi) que es subjetiva, más un yo mismo que la criatura defensiva de la psicología
del Yo. En este contexto, todo lo que es yo se escucha como surgiendo del
inconsciente. No existe la idea de una esfera libre de conflicto. El moi también se
compone de objetos inconscientes y objetos parciales; 6. Una posición del analista
que comporta prestar atención a la reacción del paciente a la distancia. Existe una
conciencia del analista como objeto vinculado inconscientemente al sujeto. La
asimetría es imperturbable; 7. El reconocimiento de una conexión íntima entre la
pulsión y el objeto, por lo que se considera que el objeto es el revelador de la pulsión
(Green 2002). En la encrucijada del objeto y la pulsión, el análisis incluye la
recuperación del Eros (vida, amor) y la sexualidad como su función.

III. Cb. La relevancia intersubjetiva de la “tercera topografía” / el “tercer


modelo”
Los franceses (Brusset 2005, 2006) han adoptado el término “La Troisième
Topique”/“la tercera topografía”, también conocido como “el tercer modelo” (ver la
entrada TEORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES) para reunir de forma
retrospectiva, bajo una categoría metapsicológica, el trabajo de un número de autores
posfreudianos que consideraron que la relación con los cuidadores tempranos era

288
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imprescindible para la obtención de un aparato psíquico capaz de operar según


cualquiera de los dos modelos freudianos del aparato psíquico. [El primer modelo
(Freud 1900) es el topográfico, que consiste en la división entre el consciente, el
inconsciente y el preconsciente, cada uno con sus normas de funcionamiento; y el
segundo (Freud 1923, 1926) es el modelo estructural, que divide el aparato psíquico
en el ello, el yo y el superyó.] Los analistas franceses de América del Norte también
incluyen en este grupo a dos autores de habla inglesa: Winnicott y Loewald.
La “tercera topografía” / “tercer modelo” propone que, en el desarrollo
humano, la mente de dos personas precede a la autonomía psíquica de una persona
constituida por las pulsiones, las defensas y las fantasías intrapsíquicas descritas por
Freud. Si bien el primer y el segundo modelo se han utilizado para describir la
enfermedad neurótica como una mente en guerra consigo mismo, el “tercer modelo”
describe un estado de la prehistoria del individuo en que la mente no siempre es capaz
de funcionar dentro de su propio ciclo de representaciones, ni tampoco es capaz de
juzgarlas como tales. Para empezar, depende del nebenmensch (Freud 1895), el
prójimo, que la psique no se vea abrumada por excitaciones internas y externas. La
modulación de la estimulación por parte del cuidador, quien asume la función de
barrera de estímulos, permite que el bebé reconozca eventualmente los impulsos
libidinales y agresivos como partes no traumáticas de sí mismo. De esta manera, el
tercer modelo describe un tiempo en la vida del individuo que precede al desarrollo de
los otros dos. El tercer modelo fue el último en ser descubierto, pero describe una
situación previa en la vida del individuo.
Desde el punto de vista del sujeto inconsciente, se considera que las personas
que se encuentran dentro del rango neurótico-normal tienen una vida “interna”,
mientras que las personalidades límite y los psicóticos no experimentan ni sus
pulsiones ni sus fantasías como “internas.” Para pasar del pensamiento de proceso
primario, en que los deseos se perciben como satisfechos, a uno en que los deseos se
puedan experimentar en un espacio transitorio de verdad o falsedad, se necesita la
intervención de un progenitor lo suficientemente bueno que actúe como prótesis y
contenedor temporal. Según este modelo, todo ser humano comienza la vida en una
situación de procesamiento psíquico de dos personas. En esta situación, el bebé y su
entorno son una unidad operativa, y es solo con el tiempo y gracias a un trabajo
psíquico considerable (generalmente inconsciente) por ambas partes que se establece
una relativa autonomía intrapsíquica de una sola persona. Esta autonomía es un ideal
universal del desarrollo que no todas las personas logran alcanzar, generalmente
debido a deficiencias en el encuentro primario de dos personas. Para estos pensadores,
retrospectivamente denominados del “tercer modelo”, la mente de una persona es un
logro fluctuante, que puede perderse debido al estrés interno o externo.
De forma independiente y casi simultánea, Jacques Lacan y Donald
Winnicott formularon el principal dilema humano: con tal de convertirse en alguien,
cada sujeto tiene que pasar a través de otro; otro real y conflictivo. Ambos autores
escribieron acerca de la función espejo del objeto, en el caso de Winnicott (1967),

289
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como una oportunidad de encontrar un yo “verdadero” reflejado, mientras que para


Lacan (1949/1977; 1966), este espejo es el comienzo de una vida enajenada, en que el
yo, anhelando ser el objeto del deseo del otro, toma otras formas para ser él mismo.
Una antigua discípula de Lacan, Piera Aulagnier (2002 [1975]), profundizó
en la comprensión del papel íntimo del cuidador temprano en la actividad de
representación infantil. Señaló que para los infans existe una “violencia de
anticipación” inevitable en la “sombra hablada” del discurso materno. Ella escribe:
“Por lo tanto, el discurso de la madre es el agente responsable del efecto de
anticipación, impuesto sobre el niño, de quien se espera una respuesta que no está en
su poder dar. También es este discurso el que ilustra… el concepto de ‘violencia
primaria’” (2001/1975, p.11). Además, destacó la función central de la acción
diferida de nombrar el afecto (diferida porque ocurre después de que la madre haya
observado la respuesta del niño y antes de que el niño sepa cómo hablar de ello), que
al designar la relación del niño con otros catectizados por él “identifican y
constituyen el yo” (ibid., p.97).
Para Winnicott, el objeto (un sujeto en conflicto) también desempeña un
papel esencial en el nacimiento de un aparato psíquico en buen funcionamiento, uno
capaz de distinguir la fantasía de la percepción. El objeto gestiona esta transformación
y construcción a través de dos tipos de interacciones con el niño. En primer lugar, está
lo “creado-encontrado” de la ofrenda maternal regulada empáticamente, que aparece
justo cuando el bebé lo necesita. Después, está la “supervivencia del objeto” para ser
“usado” como el objeto de las pulsiones, que ayuda al bebé a distinguir sus deseos de
la realidad externa. Winnicott (1960b, p.141) afirma que para el niño los impulsos y
los afectos instintivos son tan extraños para el yo como un trueno. Es a través de una
negociación exitosa entre las dos categorías de la interacción: entre lo “creado-
encontrado” y el “uso del objeto” (1953, 1969) que el niño subjetiviza la pulsión y la
distingue de las fuerzas ambientales. Por tanto, se puede decir que el carácter
particular del “encuentro” entre el impulso espontáneo del niño dirigido a un objeto y
la “respuesta” de los padres moldea la experiencia intrapsíquica del sujeto. Antes de
poder sentir la pulsión del otro como parte de uno mismo, debe atravesar la respuesta
del otro externo. De esta manera, en lugar de ser simplemente “innata”, para
Winnicott la pulsión está esencialmente “construida” en la relación con el otro.
En opinión de André Green (1997), la pulsión es la matriz del sujeto, puesto
que en la teoría freudiana el yo surge de la interacción/choque entre las pulsiones y el
mundo externo. Green añadió al concepto winnicottiano de la “presencia (materna)
óptima” su conceptualización de la “ausencia óptima” como un avance en el proceso
de simbolización y representación. (Más abajo se describe la dialéctica de lo
intrapsíquico y lo intersubjetivo de Green).
La ambiciosa reformulación de los “fundamentos del psicoanálisis” (1989b)
de Jean Laplanche ofrece otra visión de la relación entre el objeto y la pulsión.
Laplanche (1999a) critica el carácter “ptolemaico” de la visión freudiana, que colocó

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la psique individual en el centro de su destino. Por el contrario, Laplanche explica que


la “situación antropológica” fundamental de la primera infancia está completamente
descentrada por la “prioridad del otro”, lo que hace que la pequeña persona sea
“copernicana” en su revolución en torno al adulto. Laplanche plantea una asimetría
drástica entre el adulto y el niño. Esta asimetría tiene una gran repercusión para la
estructura psíquica del bebé, puesto que el adulto es un ser sexual y habla con un
inconsciente, mientras que el bebé no es ni sexual ni capaz de hablar, es decir, todavía
no está dividido internamente. El adulto apenas intuye que es él quien activa la
sexualidad infantil e inconsciente del bebé en la intimidad primaria que mantiene con
su cuerpo. Esta sexualidad inconsciente “contamina” los intercambios íntimos con el
bebé en forma de “mensajes enigmáticos” que el bebé no tiene los recursos
cognitivos, emocionales o corporales para decodificar. Por ello, el bebé crea pulsiones
y fantasías inconscientes en forma de “presiones internas para traducir.” Para
Laplanche, esta sexualidad infantil, de naturaleza enigmática, no es innata, sino que se
trata de una implantación del otro real, aunque la realidad que de verdad cuenta –a
partir de una reelaboración sumamente crítica de Lacan– es la realidad del “mensaje”,
una tercera realidad que Laplanche añade a las realidades psíquicas y materiales
freudianas. Por tanto, para Laplanche la sexualidad humana, es decir, la sexualidad
mediada por la fantasía proviene del otro y es “otra”, alienada y ajena al yo. (Más
abajo se describirá el enfoque metapsicológico de Laplanche con relación a la
intersubjetividad).
Loewald, en los Estados Unidos, es una incorporación reciente del grupo de
analistas francófonos canadienses y se ha transformado, junto con Winnicott, en su
único teórico analítico no francés (ver la entrada TEORÍA DE LAS RELACIONES
OBJETALES). Loewald también rechazó la independencia de las relaciones objetales
y las pulsiones en una “revisión del concepto de instinto” (1972/1980). Él sugiere que
las pulsiones instintivas deben conceptualizarse como fuerzas psíquicas organizadas a
través de interacciones dentro del campo psíquico unitario y primitivo de la madre y
el niño, en lugar de como elementos constitutivos o innatos. En su estudio del
concepto freudiano de “ligazón”, Loewald señaló las implicaciones relacionales que
no son evidentes en Freud, donde la fusión y la defusión, la ligazón y la desligazón,
pueden darse en un vacío objetal. Loewald entendió que la ligazón de los instintos
requiere una “mediación” del objeto, tanto en el sentido de “domarlo” como en el
sentido de su representación. Aunque utiliza la traducción de Strachey de “Trieb”
como “instinto”, los analistas franceses contemporáneos de América de Norte
consideran que el pensamiento de Loewald coincide con las contribuciones a la
tercera topografía/tercer modelo, como ilustra la siguiente cita:
“Lo que podemos llamar pulsiones instintivas, como fuerzas psíquicas, surgen
y se organizan primeramente dentro de la matriz del campo psíquico unitario madre-
hijo, donde la psique infantil, a través de múltiples procesos de interacción, va
separándose y transformándose en un centro relativamente autónomo de actividad
psíquica. Desde esta perspectiva, las pulsiones instintivas originales no constituyen

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fuerzas inmanentes de la psique primitiva autónoma y separada, sino que son


resultantes de tensiones dentro de la matriz psíquica madre-hijo y, más tarde, entre la
psique infantil inmadura y la madre. Los instintos, en otras palabras, deben entenderse
como fenómenos relacionales desde el principio, y no como fuerzas autónomas que
buscan la descarga, y por descarga entiéndase una especie de vaciado del potencial
energético en un sistema cerrado o fuera de él.” (Loewald 1972/80, p.242).

III. Cc. Consideraciones del Canadá francés: enfoques intersubjetivos franceses


relacionados con la recepción de la orientación intersubjetiva estadounidense
La recepción de la orientación intersubjetiva de los Estados Unidos por parte
del psicoanálisis francés es inseparable de los debates entre el psicoanálisis
norteamericano (Estados Unidos) –y, en menor medida, el análisis anglófono en todo
el mundo– y el psicoanálisis francófono. Los analistas franceses consideran que la
escuela psicoanalítica británica es un puente entre el psicoanálisis de los Estados
Unidos y el francés. Esto se hizo más patente cuando Winnicott y Bion se
convirtieron en referentes significativos para el trabajo de destacados analistas
franceses.
En general, existen tres enfoques intersubjetivos que reflejan las diferentes
tendencias en la recepción de las orientaciones intersubjetivas (principalmente de la
psicología del sí mismo y relacional) de los Estados Unidos por parte del psicoanálisis
francés: 1) un rechazo general del paradigma interpersonal/relacional basado
principalmente en Lacan; 2) un enfoque metapsicológico de la situación psicoanalítica
basado en la afirmación de la naturaleza interpersonal de la formación del
inconsciente sexual, según la teoría de la seducción generalizada de Laplanche; y 3)
una aceptación competente de la mente en la dialéctica entre las dimensiones
intersubjetiva e intrapsíquica de Green, Roussillon y otros “integracionistas”.
Las críticas varían según la orientación psicoanalítica del autor. Se ocupan de
cuestiones relacionadas tanto con el método psicoanalítico como con la
metapsicología. Aquellos que provienen de orientaciones más cercanas al
psicoanálisis francés clásico, tienden a enfatizar que los enfoques relacionales han
dejado de lado el contenido primario del inconsciente, más exactamente, las fantasías
primarias como la castración y el Edipo. Al hacerlo, han pasado por alto el papel
estructurante de las diferencias de sexos y las diferencias generacionales en la
formación de la vida psíquica. En la orientación intersubjetiva, la contratransferencia
adquiere un papel revelador y su análisis pasa por que el analista comparta su
experiencia afectiva de la sesión con el paciente. Por tanto, la simetría entre analistas
y analizados inducida por la técnica intersubjetivista y la reciprocidad de la relación
que ésta fomenta, impide que se manifieste la función de simbolización del complejo
de Edipo y se ponga en marcha un proceso analítico genuino. Por el contrario, en el
análisis clásico, el marco psicoanalítico está diseñado para apuntar la situación
edípica, especialmente a través de la asimetría de la relación, que está diseñada para

292
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evocar la diferencia de generación. Estos elementos son esenciales para que puedan
expresarse los procesos inconscientes. Según los críticos vinculados al enfoque
clásico, las orientaciones relacionales han sorteado las complejidades de los procesos
inconscientes y se han olvidado de la resistencia de estos procesos a la evolución y a
los métodos educativos (Anzieu-Premmereur, en: Durieux et Fine 2000).
Otros críticos, provenientes de diversas orientaciones analíticas, plantean un
cuestionamiento más general del giro tomado por el psicoanálisis norteamericano
(Estados Unidos), incluidos sus enfoques hermenéuticos, socio-constructivistas y
narrativos (Kahn 2014). Estos críticos se oponen al cambio de rumbo tomado por las
escuelas relacionales, que substituyeron las pulsiones por los afectos en el
psicoanálisis clínico, así como al olvido de la metapsicología que esto comportó
(Anzieu-Premmereur, en: Durieux et Fine 2000). También expresan serias dudas
sobre el papel que llegó a desempeñar el compromiso emocional del analista en el
psicoanálisis norteamericano. La empatía, tal y como la entienden y practican los
intersubjetivistas, es muy distinta del concepto Einfühlung de Freud tomado de
Theodor Lipps y es incompatible con el concepto Versagung (rechazo), vinculado a la
neutralidad benévola del analista, un ingrediente esencial del método psicoanalítico
(Kahn 2014). Más exactamente, el compromiso emocional del analista, así como su
empatía, desvía la atención hacia la calidad y el contenido del afecto, más que hacia
sus manifestaciones cuantitativas. Asimismo, la conjunción de ambos elementos
tiende a proporcionar un entorno más reconfortante que el que proporciona el marco
analítico clásico, controlando así, obviamente con buenas intenciones, la acumulación
de intensidad en las manifestaciones afectivas. Tal regulación impide el análisis de la
búsqueda de excitación característica de los procesos libidinales. En consecuencia,
desde esta perspectiva, los enfoques relacionales no proporcionan las condiciones
necesarias para tomar en consideración el punto de vista económico, un elemento
esencial de la metapsicología freudiana y un signo discriminatorio de los procesos
inconscientes (Widlöcher 2004; Kahn 2014).
Siguiendo el mismo criterio, otros críticos enfatizan la insistencia en el
significado y la construcción conjunta de significado que presenta el paradigma
relacional. Subrayan que esta posición no tiene en cuenta las características de los
derivados inconscientes, que, por definición, son resistentes al significado y
contribuyen a la asimilación del psicoanálisis por parte de la terapia cognitiva.
También se oponen al papel contingente y secundario otorgado a la metapsicología, y
a lo que ellos consideran el pluralismo y eclecticismo de las teorías relacionales
(Kahn 2014; Tessier 2014a).

III. Cca. Lagache y Lacan: el rechazo del paradigma interpersonal/relacional


Lagache y Lacan se nombran generalmente entre los primeros que se
refirieron al concepto de intersubjetividad en el psicoanálisis francés (Roussillon
2004), aunque ambos lo utilizaron de distintas maneras.

293
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Daniel Lagache sostenía que el psicoanálisis tenía un lugar dentro de la


psicología, que él concebía como un campo unitario. Aunque reconoció que la
subjetividad y la intersubjetividad no eran conceptos psicoanalíticos, subrayó los
aspectos intersubjetivos de la situación clínica y consideró la subjetividad y la
intersubjetividad como nociones básicas sobre las cuales era necesaria una reflexión
preliminar dentro de la psicología para que los psicólogos pudiesen contribuir a su
desarrollo ulterior (Lagache 1961).
Jacques Lacan tenía una opinión muy distinta de la relación entre el
psicoanálisis y la psicología: consideraba que las dos disciplinas eran irreconciliables.
Se opuso a un enfoque fenomenológico de la intersubjetividad, argumentando que tal
perspectiva simplemente describía una relación con un otro semejante. Por el
contrario, se mantuvo en el orden de lo imaginario y neutralizó la otredad radical del
inconsciente. Para Lacan, la noción clave era el sujeto, no la subjetividad: el “sujeto
del inconsciente” está precedido por el lenguaje. El sujeto está regido por el orden
simbólico, un orden del cual el individuo intenta escapar a través de formaciones
imaginarias del yo, entre las que se encuentra la subjetividad misma. Para Lacan, el
término inconsciente está relacionado con la idea misma de cómo conceptualizar el
sujeto. Todo su proyecto es, por tanto, un estudio del sujeto inconsciente.
Si bien la definición de sujeto de Lacan puede que no sea la base del rechazo
contemporáneo de los enfoques relacionales de la intersubjetividad, la mayor parte de
los argumentos en contra giran en torno a que el descubrimiento del inconsciente
freudiano trajo consigo una alteración general de la noción de subjetividad. Tal
enfoque expone una sospecha hacia la perspectiva fenomenológica en el psicoanálisis.

III. Ccb. El relato metapsicológico de la intersubjetividad: la teoría de la seducción


generalizada de Laplanche
Jean Laplanche desplazó la idea del “real traumático” de Lacan al terreno
intersubjetivo al enfatizar los mensajes enigmáticos, que en parte se originan más allá
del lenguaje y se transmiten de madre a hijo antes de que éste tenga la capacidad de
comprenderlos. El núcleo enigmático desafía la explicación lógica y solo se puede
traducir y volver a traducir durante toda la vida. En este punto, la relación analista-
paciente es fundamentalmente asimétrica y similar a la asimetría primaria que
experimentó el paciente en la infancia. Al sustituir la idea de represión de Freud por la
de traducción, Laplanche (Laplanche 1999b, 2011) sentó las bases para una
explicación intersubjetiva de la constitución del inconsciente. En la comunicación
normal entre un adulto y un niño, el adulto transmite mensajes enigmáticos debido a
su inconsciente. El niño traducirá estos mensajes lo mejor que pueda. Lo que se
pierde en la traducción constituye el inconsciente el niño.
Laplanche propone una idea original sobre la fuente “interhumana” de la vida
psíquica. Para Laplanche, la metapsicología no es solo una concepción del alma: debe

294
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explicar la acción terapéutica del psicoanálisis clínico. La teoría de Laplanche se basa


en la primacía del otro, los adultos históricos y concretos, o los niños mayores que
cuidan al bebé, en la formación del inconsciente sexual y también del yo (Laplanche y
Fletcher 1993; Laplanche 1999c; Laplanche 2011). La primacía del otro es también
una característica de la situación analítica. Aunque pueda parecer similar a la
concepción relacional, la teoría de Laplanche difiere sustancialmente del paradigma
intersubjetivista/interpersonal en los siguientes aspectos:
1) La centralidad de la sexualidad infantil en la formación del alma humana y,
por consiguiente, en la formación del inconsciente y también del yo (Laplanche define
la sexualidad infantil de una forma muy distinta a la del enfoque clásico francés y
también del lacaniano. Esta sexualidad, en la medida en que involucra al inconsciente
sexual, no solo es perversa y polimorfa, sino que es autoerótica y principalmente
masoquista; está conectada a la fantasía y no es procreativa: se presenta antes de las
diferencias de los sexos, incluso de las diferencias de géneros.)
2) El papel del mensaje comprometido por las fantasías inconscientes de los
adultos como medio para la seducción, en lugar de los acontecimientos que tienen
lugar en las relaciones entre adultos y niños. El mensaje actúa como un mediador
entre la realidad y la realidad psíquica;
3) Una definición específica de seducción;
4) La asimetría entre el adulto y el niño, que se refleja en la situación analítica;
5) El realismo del inconsciente que, aunque se formó con las sobras de un
mensaje proveniente de otra persona –la parte comprometida y no traducible de este
mensaje–, adquiere una cualidad como de objeto al ser separado del significado y la
significación (Laplanche 1987; Tessier 2014a; Tessier 2014b).
Como otros autores estadounidenses que critican el empleo del concepto de
intersubjetividad en el psicoanálisis, Laplanche se resiste a nociones como sujeto,
subjetividad e intersubjetividad; según él, el psicoanálisis nació con el descubrimiento
del inconsciente sexual, que se manifiesta como una fuerza que parece extraña al
individuo, es inaccesible a la educación o a la buena voluntad y es irreductible a una
psicología de las necesidades y la motivación. El debate de Laplanche con los
enfoques relacionales y constructivistas en el psicoanálisis americano también gira en
torno a la cuestión de la alienación: desde su punto de vista, al rechazar el carácter
“ajeno” del inconsciente y de la forma en que se dan a conocer las fantasías
inconscientes, las escuelas relacionales se han privado de la posibilidad de pensar en
términos de desalienación. En opinión de Laplanche, por ello han perdido la
oportunidad de explicar la acción emancipadora del psicoanálisis (Laplanche 1999b,
c).

295
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III. Ccc. Green y Roussillon: la aceptación calificada de la intersubjetividad dentro


de la dialéctica intrapsíquica/intersubjetiva
Aunque la orientación intersubjetiva de los Estados Unidos se recibe de forma
muy reservada en el psicoanálisis francés, la teoría de las relaciones objetales
británicas y la British Middle School ganaron una influencia considerable en los
círculos psicoanalíticos franceses. Esta aceptación llevó a la integración del concepto
de intersubjetividad a través de lo que generalmente se conoce como la dialéctica
entre lo intrapsíquico y lo intersubjetivo (Green 2002), o lo intrapsíquico y lo
interpersonal (Roussillon 2004).
André Green (2002) no suele referirse a la intersubjetividad como tal, sino a
“lo intersubjetivo” (transforma un adjetivo en un sustantivo mediante el uso de un
artículo definido y nominaliza el concepto, haciéndolo más abstracto y filosófico. Es
una tendencia del psicoanálisis francés, como “le sexuel”, “l’infantile”, “l’actuel”, “le
négatif”, “le pulsionnel”).
Contrario a Laplanche y otros que han favorecido la (primera) topografía de
Freud, Green ha señalado en sus numerosos ensayos que la segunda teoría
topográfica/estructural es más útil en el trabajo con pacientes no neuróticos.
Green sostiene que la dinámica entre lo intrapsíquico y lo intersubjetivo ya
estaba presente en la teoría de Freud a través de la referencia al objeto. Se une a las
críticas contra el paradigma relacional americano en el psicoanálisis, insistiendo en
que reduce el psicoanálisis a la mera mutualidad de las relaciones y, por tanto, lo
transforma en una terapia de “comportamiento cognitivo” dotada de un estatus de
ciencia experimental, otorgado sobre la base de estudios con resultados discutibles.
Pero, al mismo tiempo, apoyándose en el trabajo de Winnicott y Bion, Green subraya
la necesidad de explicar lo intersubjetivo en el psicoanálisis a través de una
“dialéctica de apertura” basada en la relación entre la pulsión y el objeto. Esta
dialéctica asegura una base adecuada para la exploración de las pulsiones; es como el
subsuelo de la vida psíquica.
En su artículo, “Intrapsíquico-Intersubjetivo” del 2000, Green afirma: “Es en
el cruce entre los mundos internos de los dos miembros de la pareja analítica que la
intersubjetividad adquiere sentido” (Green 2000, p.2). Se definieron así dos campos:
el intrapsíquico en el interior, que resulta de las relaciones entre las partes que lo
componen, y el intersubjetivo, entre el interior y el exterior, cuyo desarrollo implica
una relación con el otro. En cuanto a la estructuración psíquica, lo externo no es solo
realidad, sino que simboliza el objeto que, de hecho, hace referencia a otro sujeto. “El
objeto se sitúa así en dos lugares: pertenece tanto al espacio interno, a los dos niveles
del consciente y el inconsciente, como al espacio externo como objeto, como otro,
como otro sujeto” (ibid, p. 3). La relación intersubjetiva conecta, en este punto, dos
sujetos intrapsíquicos. La fuerza y el significado están interconectados y combinan
sus efectos.

296
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Durante su visita a Nueva York en 2004, Green señaló que cuando trabajamos
con pacientes, trabajamos para crear representaciones. Las representaciones no son
los elementos primitivos del ello, son sus transformaciones encontradas en el yo… el
primer paso es la transformación del impulso instintivo en la representación
inconsciente… la transformación no es espontánea. Opera gracias a la reunión del
impulso instintivo con el objeto. Es el objeto que favorece la creación de una
representación inconsciente, una presentación de una “cosa” que se transformará en
una presentación de una palabra y dará al estado inicial del impulso una forma
comunicable a través del lenguaje.
Green retrató un esquema económico de la psique en que el inconsciente era
una red de derivados de la pulsión (como representaciones de cosas) que buscan un
camino hacia la descarga. La naturaleza dinámica de estas representaciones que
representan una forma primaria de la pulsión las mueve hacia la acción o la
conciencia. El aspecto dinámico y en movimiento de las pulsiones del inconsciente
basadas en el cuerpo siempre buscan descargarse y determinar las acciones del
individuo y tienen una relevancia clínica en el día a día (Green 2002).
Al referirse al inconsciente como lo “no simbolizado” se incluye lo que nunca
fue simbolizado (es decir, los llamados “estados primitivos” o el contenido de la
“represión primaria”) o lo que se “des-simbolizó”, es decir, los vínculos que se
rompieron del resto de la red simbólica (lo que fue reprimido secundariamente). En
ambos casos, lo que no puede ponerse en uso (es decir, volverse consciente) se abrirá
paso hacia otros canales de expresión, con el enactment y la somatización como sus
dos tipologías principales.
René Roussillon (2004a, b) es partidario de la integración del concepto de
intersubjetividad en el psicoanálisis. Si bien considera que la forma en que se emplea
en la escuela intersubjetiva norteamericana (Estados Unidos) es simplista. Afirma que
esta noción puede convertirse en un concepto psicoanalítico a través de un enfoque
metapsicológico basado en una comprensión psicoanalítica sólida del sujeto, es decir,
una concepción del sujeto que incluya la dimensión inconsciente de la subjetividad.
Basándose en el trabajo de Winnicott, así como en los estudios de Trevarthen sobre la
intersubjetividad primaria, Roussillon define la intersubjetividad como la reunión
entre un sujeto movido por pulsiones y dotado de una vida inconsciente con un objeto
que también es otro sujeto dotado de pulsiones y vida inconsciente. Destaca la
necesidad de abordar el papel de las pulsiones y la sexualidad en la intersubjetividad:
según él, la pulsión sirve como mensaje (la pulsion messagère) en la medida en que
busca el reconocimiento de un objeto. Para Roussillon, la intersubjetividad
eventualmente coincide con la inter-intencionalidad (Roussillon 2014).
Otros autores también expresaron una aceptación calificada del concepto de
intersubjetividad en el psicoanálisis francés. Bernard Brusset (2005), en su informe
del Congrès des psychanalystes de langue française, hace hincapié en la necesidad de
abstenerse a contraponer la teoría de las relaciones objetales a la teoría de la pulsión.

297
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Subraya que la integración de los dos paradigmas pone de manifiesto nuevas


posibilidades de simbolización y “subjetivación.” En el campo del análisis infantil,
Bernard Golse (Golse y Roussillon 2010) también emplea el concepto de
intersubjetividad como herramienta para comprender la articulación entre dos
espacios psíquicos heterogéneos y su reconocimiento resultante. Daniel Widlöcher
(2004) se muestra más reservado sobre el empleo de los términos “sujeto” y
“subjetividad” en el psicoanálisis. Aunque reitera que la intersubjetividad en el
psicoanálisis no debería conducir a la “banalización” de la relación analítica entre el
analista y el paciente y a su conceptualización como una mera interacción entre dos
personas, insiste en la necesidad de alejarse de la posición de observador neutral y
reconocer que, en el campo, el conocimiento se obtiene a través del acceso a la
experiencia subjetiva del otro. Esta situación implica una interactividad psíquica; un
concepto que él resume con la expresión “co-thinking” (“pensamiento conjunto”)
(2004, 2014a, 2014b).

III. Cd. Consideraciones desde Francia: la intersubjetividad en el psicoanálisis


francés europeo
El empleo específico del término intersubjetividad en el psicoanálisis francés
es relativamente reciente y, con frecuencia, está vinculado a la cuestión del
tratamiento de pacientes límite, narcisistas y psicóticos. La intersubjetividad fue
utilizada en el pasado como una palabra descriptiva, sobre todo en psicología, y el
psicoanálisis no la reconocía de pleno. La concepción francesa de intersubjetividad es
bastante distinta de las concepciones americanas en lo que atañe a la psicología del
Yo (H. Hartmann, E. Kris, R. Loewenstein) o la teoría del sí mismo (escuela de H.
Kohut) o la teoría de las relaciones objetales (Edith Jacobson, O. Kernberg). Muchos
autores franceses prefieren la palabra interpsíquico en lugar de intersubjetividad. Para
ellos la concepción de intersubjetividad proviene del estudio de la situación de
transferencia y contratransferencia durante la sesión. Su gran interés por la
metapsicología dio pie a que la mayoría de los psicoanalistas franceses mantuvieran el
concepto de pulsiones y reflexionaran sobre la articulación de la pulsión con el objeto.
Sus intereses todavía están dominados por el trabajo de Freud y la reflexión sobre las
dos metapsicologías que propuso. Aunque desde hace mucho tiempo, en el
psicoanálisis francés, se reconoce el papel del objeto en la estructuración psíquica de
un sujeto, el empleo actual del término intersubjetividad en Francia se refiere al
encuentro entre dos sujetos, paciente y analista, durante el tratamiento.

III. Cda. El yo, el yo mismo, el sujeto y el objeto

La introducción de la intersubjetividad se remonta a los años cincuenta, a


través de D. Lagache, quien utilizó el término en la situación analítica como una
descripción psicológica, pero no lo desarrolló. J. Lacan, que argumentó la necesidad

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de leer y regresar a Freud, estaba más interesado en la cuestión del sujeto que en la
intersubjetividad. Consideraba que la subjetividad y la intersubjetividad no eran
psicoanalíticas. Su principal concepto fue el “sujeto del inconsciente”.
Se debe tener en cuenta la dificultad de leer a Freud en su traducción al
francés. Es importante un apunte en lo que respecta a su modo de pensar:
Primero, el problema fue y sigue siendo cómo traducir “Ich”. En francés, el
término elegido fue “moi”, que es el “ego” en inglés, pero no es completamente
satisfactorio. “Ich” también significa “je” (es decir, “yo” o “I” en inglés) o “le sujet”,
el sujeto.
Por otro lado, Freud no habla en ningún momento de un objeto interno o
externo, algo que introdujeron M. Klein y sus seguidores. Freud solo habla del objeto
y cubre muchos aspectos, desde el objeto del mundo exterior hasta el objeto de las
fantasías, sin hacer distinciones entre todos los significados de un objeto. Debido a la
influencia de leer a Freud, pocos psicoanalistas franceses siguieron la concepción de
Klein de un yo y sus fantasías y objetos internos. La mayoría de los psicoanalistas
franceses prefieren emplear el concepto de representación al de objetos internos y
mantener la ambigüedad de la noción de objeto, entre el objeto de la pulsión y el
objeto externo.
Lacan introdujo la idea de que el yo está alienado y el único interés del
psicoanálisis era “el sujeto del inconsciente”, que no es el yo, pues éste surge en el
“estadio del espejo” solo para alienarse a través de las identificaciones (1966). Para
Lacan existía una escisión entre el yo y el sujeto. También fue una forma de
enfrentarse a las concepciones de la psicología del Yo y autores como R.
Loewenstein, quien, antes de su partida a los Estados Unidos, fue uno de los
fundadores y miembro eminente de la Sociedad de París. En otra línea de
investigación personal, P. Aulagnier había descrito el nacimiento del “je”, el “yo”
(1975).
Mientras que, en Gran Bretaña, autores como W. Bion y D. W. Winnicott
describían el papel de la madre en el nacimiento de la psique de un bebé, el trabajo
francés sobre la representación metapsicológica fue el siguiente: Jean Laplanche
describió un objeto cuyos mensajes enigmáticos eran la fuente de la pulsión dentro del
sujeto (1987). Al otro lado estaba André Green, que abogaba por una pulsión
arraigada en el cuerpo biológico, que tenía que buscar el objeto para ser representada
(1997).
En el psicoanálisis francés, pocos autores habían empleado la noción del yo
mismo, incluso cuando todos se mostraban cautelosos con respecto a la parte
adaptativa del yo y ninguno podía adherirse a la idea de la psicología del Yo de un yo
sin pulsiones relacionadas con acciones y conflictos. La idea de un yo mismo
verdadero y otro falso (D. W. Winnicott) fue aceptada, pero no del todo, porque la
idea del sí mismo como algo muy diferente del yo no fue bien recibida. Algunos

299
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autores se refieren al sí mismo de diferentes maneras, sin que sea exactamente el sí


mismo de Jacobson o el de Kohut. La dificultad de emplear la noción del sí mismo en
un sentido más definido fue probablemente una de las razones por lo que el concepto
no tuvo mucho éxito en Francia (ver la entrada SÍ MISMO (SELF)).
Tales dificultades llevaron a los analistas a emplear el concepto de sujeto con
un sentido distinto al de Lacan, cuya teoría y práctica no siguieron los psicoanalistas
franceses de la API. La idea era que había una parte del yo que integraba los impulsos
de las pulsiones a través del vínculo con los objetos, es decir, el sujeto. Este fue el
trabajo de Raymond Cahn (1991), que puso más el acento en el proceso de
“apropiación subjetiva” que en el sujeto mismo. Este trabajo fue seguido por una
reflexión sobre el proceso de subjetivación, con las principales contribuciones de
Bernard Golse y René Roussillon, en un libro editado por François Richard y Steven
Wainrib (2006). Green (2002), ante esta complejidad, propuso una “lignée
subjectale” (un “linaje subjetal”).

III. Cdb. Relaciones objetales, interacciones y lo interpsíquico


Un importante autor francés, Maurice Bouvet, trabajó en la teoría de las
relaciones objetales al mismo tiempo que E. Jacobson, pero de otra forma. Esta
corriente de pensamiento condujo a investigaciones sobre la dinámica de la
transferencia-contratransferencia dentro de la sesión. Michel De M’Uzan
(1978/1994) describió la “quimera” y el “pensamiento paradójico” como algo creado
por el analista durante la sesión, proveniente del paciente y el analista y representado
en la mente del analista, es decir, una comunicación de inconsciente a inconsciente.
Era la descripción de un ser intersubjetivo, parte de los dos protagonistas de la sesión.
Por otra parte, otros autores estudiaron las interacciones entre paciente y analista,
siempre atentos a la preocupación del inconsciente y de las pulsiones. René Kaës
(1976) estudió el funcionamiento grupal, enfatizando el juego de intersubjetividades y
la creación de una nueva entidad dentro de un grupo, el “aparato psíquico grupal”
(“l’appareil psychique groupal”). Paul-Claude Racamier (1992) investigó
principalmente la psicosis y la esquizofrenia desde principios de los años sesenta y
describió los vínculos, las interacciones y los roles dentro de una familia psicótica y
dentro de las instituciones. Serge Lebovici (1994) introdujo en Francia la noción de
enactment, para él “mise en jeu”, que era la repetición de la actuación interpersonal
dentro de la sesión entre el analista y la pareja madre e hijo, proveniente de la
interacción transferencial y contra-transferencial. El trabajo de los analistas belgas
francófonos Nicole Carels, Marie-France Dispaux, Jacqueline Godfrind-Haber,
Maurice Haber (2002) fue sobre el papel del espacio interpsíquico, el cual recibía
movimientos transferenciales y contratransferenciales sobre los cambios
intrapsíquicos del paciente. Tomaron en cuenta la “experiencia actuada compartida”
(“l’expérience agie partagée”) y trabajaron en los límites entre lo intrapsíquico y lo
interpsíquico. Bernard Brusset (2006), que prefiere hablar de lo interpsíquico en

300
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lugar de intersubjetividad –un término demasiado fenomenológica para él–, introdujo,


en relación con el terreno de lo interpsíquico, la idea de “la tercera topografía” (ver
más arriba), que consiste en una metapsicología de las vinculaciones, donde tienen
lugar las proyecciones y la escisión y se subraya la cuestión de los límites.
Esta corriente de pensamiento y esta terminología se extienden más allá del
análisis francés, aunque a veces se empleen con algunas modificaciones. En el trabajo
reciente de Stefano Bolognini (2016), lo “interpsíquico” se considera como un “nivel
pre-subjetivo funcional donde dos personas pueden intercambiar contenidos internos a
través de la utilización de identificaciones proyectivas comunicativas ‘normales’”
(Bolognini 2016, p.110). Como si se tratara de una dimensión psíquica extendida,
refleja la influencia recíproca de dos mentes que se experimenta desde dentro,
obteniendo una nueva efectividad, primero en la contención y luego en la
simbolización (Bolognini 2004).

III. Cdc. Intersubjetividad: considerar las dos psiques, los dos sujetos y la dimensión
relacional
André Green (2002) aportó un marco a la concepción francesa de
intersubjetividad, teniendo en cuenta la pareja constituida por la pulsión y el objeto.
El objeto revela la pulsión: “La construcción del objeto conduce, con un efecto
retroactivo, a la construcción de la pulsión que construye el objeto” (2002, p.54). El
trabajo intrapsíquico y el trabajo intersubjetivo parecen ser dos caras del mismo
fenómeno: por un lado, la pulsión empuja hacia la representación y, por otro, el objeto
desempeña un papel transformador en este trabajo de representación. De modo que la
intersubjetividad es entendida como el doble encuentro de dos personas y dos
aparatos psíquicos, que incluye el inconsciente y las agencias investidas por las
pulsiones.
René Roussillon (2008) propuso una definición de intersubjetividad inspirada
en el trabajo de D. W. Winnicott: “[…] la palabra intersubjetivo nos permite pensar
en el encuentro de un sujeto –movido por las pulsiones y con una vida psíquica
inconsciente– con un objeto, que también es otro sujeto, también movido por una
pulsión de vida en parte inconsciente” (p.2). R. Roussillon quiso ir un poco más lejos
que A. Green cuando propuso la función mensajera de la pulsión: si la pulsión es
significativa para el aparato psíquico de un sujeto, ésta también es una presentación o
una representante que se refiere significativamente al objeto a través de afectos,
conversaciones, acciones y comportamientos. De hecho, esto hace que la respuesta
del objeto al mensaje de la pulsión del sujeto sea fundamental para el trabajo
psicoanalítico. R. Roussillon propone en “Intersubjectivité et inter-intentionnalité”
(2014) [Intersubjetividad e inter-intencionalidad] la idea de que lo que está en el
centro de la intersubjetividad es la exploración de la intencionalidad inconsciente de
cada miembro de la pareja durante la sesión.

301
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III. D. Desarrollos en América Latina

III. Da. Introducción


En América Latina, el término intersubjetividad debe ir sujeto a
especificaciones para saber a qué perspectiva teórica se refiere y las formas en que se
aplica. Esta aclaración es importante porque, particularmente en Argentina, este
concepto lo emplean dos escuelas distintas: la perspectiva vincular y la perspectiva
relacional.
a) La perspectiva vincular se basa en el modelo británico de las relaciones
objetales desarrollado por Bion y sus seguidores, así como el psicoanálisis francés
poslacaniano, especialmente de René Kaës. Este enfoque ha sido bien recibido por las
sociedades psicoanalíticas. Se aplica a grupos, familias y parejas.
b) La perspectiva relacional ha sido muy bien recibida en Chile y Perú y se
está extendiendo por Uruguay, Brasil, Argentina y México. Esta perspectiva se basa
en las ideas de Ferenczi, Balint, Fairbairn, Bowlby, Winnicott, Kohut y, más
contemporáneamente, S. Mitchell, J. Greenberg, D. Stern, R. Stolorow, O. Renik, J.
Benjamin, J. Lichtenberg, L. Fosshage, D. Orange y muchos autores de las escuelas
relacionales e intersubjetivas de América del Norte. En Chile, hace unos años, se
estableció una división muy activa de la Asociación Internacional para el
Psicoanálisis y la Psicoterapia Relacional (IARPP) que organizó, en el 2013, un
congreso que tuvo muy buena acogida. También se estableció una pequeña división
de la IARPP en Perú, en el 2017. Algunos de los miembros de ambos países también
son miembros de la API, mientras que otros han recibido otro tipo de formación,
como la jungiana, la cognitiva, la sistémica o el mindfulness.
Entre el psicoanálisis vincular y el relacional hay convergencias y
divergencias. Entre las convergencias se encuentra el concepto de la transferencia, no
solo como un evento repetitivo, sino también como un evento genuino. Ambos
enfoques, además, valoran el “azar” y el “evento” como motivadores psíquicos. Las
principales divergencias se encuentran en las siguientes áreas:
1) Las motivaciones que impulsan la actividad psíquica: el enfoque vincular
no se aparta de los postulados freudianos sobre el deseo sexual infantil, como la
motivación esencial. En cambio, el enfoque relacional toma en cuenta el deseo
edípico e incluye otras motivaciones, como las que pueden satisfacerse con acciones
específicas llevadas a cabo por otros seres humanos (apego, reconocimiento, etc.).
Incorpora la regulación psíquica, la exploración, el juego, y se refiere a Winnicott,
Kohut, Lichtenberg y H. Bleichmar, entre otros.
2) La base empírica: la perspectiva vincular, aplicada a grupos, parejas y
familias, no incluye un cambio paradigmático. El enfoque relacional está arraigado en
el cambio paradigmático del trabajo del analista. En este caso, el analista ya no se

302
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considera un intérprete de las pulsiones y las defensas, sino más bien un facilitador de
la relación analista/paciente. En consecuencia, esta relación dará lugar a la
“reedición” de las transferencias que generan el conflicto y la edición de nuevas
experiencias desarrolladas en el campo relacional (“edición” y “reedición” se
traducen como edition y re-edition al inglés, a pesar de la diferencia de uso entre el
español y el inglés, con el fin de subrayar la novedad del concepto, por C.
Nemirovsky).
En América Latina, especialmente en Argentina, es necesario distinguir entre
los diferentes significados del término intersubjetividad. Felipe Muller (2009, p.331)
se refiere a estas diferencias de la siguiente manera: “En América Latina, y
especialmente en Argentina, debemos distinguir entre los diferentes significados de la
palabra intersubjetividad. En el psicoanálisis de El Río de la Plata, hasta hace unos
años, la palabra intersubjetividad era utilizada principalmente por grupos lacanianos
centrados en los primeros seminarios de Lacan o por grupos orientados al
psicoanálisis grupal, familiar o de parejas.”
Los psicoanalistas vinculares se adhieren a las ideas que Isidoro Berenstein y
Janine Puget han desarrollado en Argentina desde los años noventa. Su concepción
podría llamarse intervínculo entre seres que desean. Colaboradores importantes de
esta corriente de pensamiento, como Rodolfo Moguillansky, Julio Moreno y Miguel
Spivacow sostienen que la idea de lo vincular ya está presente en la obra de Bion en la
noción de ensueño, que se basa en el fracaso de la psique temprana en el
procesamiento de las emociones. Tal insuficiencia requiere que la madre metabolice
las emociones del bebé para hacer posible el crecimiento psíquico. Estos autores
destacan que la presencia del otro es necesaria para metabolizar y, por tanto,
modificar las experiencias de una psique inmadura para que puedan transformarse en
pensamientos. Parten de la idea de lo vincular. Consideran que cada vínculo
intersubjetivo estable se establece sobre la base de una experiencia de fusión; sobre la
creencia ilusoria de un encuentro con alguien idéntico o complementario: el Uno. Su
naturaleza ilusoria no impide que el Uno contribuya al proceso de estructuración. La
consistencia narcisista del Uno es lo que establece el nuevo grupo, y su efectividad
lleva a los miembros del grupo a convertirse en sujetos del vínculo. El grupo creado
por sujetos, a su vez, apuntala y crea lugares inconscientes que también son una
fuente de significado. Generan significaciones inconscientes que los determinan y,
por tanto, producen nuevas subjetividades (Moguillansky, citado en Benhaim, 2012).

III. Db. Aspectos históricos de las ideas intersubjetivas en América Latina


Enrique Pichon-Rivière fue un pionero en la incorporación de otras
motivaciones a la concepción de cómo se constituye y desarrolla la psique. Uno de los
fundadores de la Asociación Psicoanalítica Argentina en 1942, Pichon-Rivière
siempre estuvo interesado en los aspectos sociales de la mente. En 1953 creó la
Escuela de Psicología Social. Sus contribuciones se basan en una concepción social

303
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de los seres humanos y se reflejan en sus ideas sobre la importancia de la pareja


analítica como una relación. “El vínculo es la unidad de observación mínima,” les
decía repetidamente a sus alumnos. Las vicisitudes de las pulsiones y las defensas
pueden apreciarse desde otros ángulos cuando se sitúan dentro de un contexto en que
el vínculo analítico es la unidad operativa. Desde este punto de vista, podemos
observar los fenómenos que se desarrollan en nuestros consultorios. La perspectiva
simplista de la pulsión/defensa cambia radicalmente cuando se incorpora la
perspectiva vincular (con sus variables familiares, microgrupales y culturales).
Estos cambios modifican el trabajo del analista durante la sesión. Pichon-
Rivière describe algunas motivaciones que llevaron al establecimiento de vínculos
con otros seres humanos. Estas son la necesidad de autoconservación, la seguridad, la
dependencia, la protección y la comunicación. Este autor incorporó en su teoría ideas
de pensadores que se habían mantenido al margen del psicoanálisis, desde Adler hasta
los culturalistas norteamericanos (Fromm, Horney, Sullivan), así como teóricos de
otros campos, como Kurt Lewin, que introdujo la teoría de campo que los Baranger
desarrollarían más adelante. Desde estas perspectivas, la formación de las
manifestaciones inconscientes y defensivas se considera dentro de un contexto
intersubjetivo. Alejandro Ávila Espada (2013) señala que una de las contribuciones
clave de Pichon-Rivière a la intersubjetividad es el concepto de marco conceptual,
referencial y operacional (ECRO). Este marco integra una teoría descriptiva y la
dimensión operacional en el marco social de un contexto determinado. Cada agente,
cada sujeto se posiciona desde su ECRO, que necesita ser identificado. Sobre la base
de su ECRO, los terapeutas tienen que detectar al portavoz del grupo (es decir, la
persona enferma identificada, que es el portavoz de la enfermedad del grupo o la
familia) y analizar los roles, las ideologías y los malentendidos básicos que se dan en
el vinculo. Al mismo tiempo, tienen que descubrir secretos familiares, mecanismos
divisorios, fantasías de impotencia o omnipotencia y situaciones triangulares básicas.
Además, Ávila Espada (2013) afirma que Pichon-Rivière no tuvo ningún
contacto directo con los interpersonalistas (Sullivan) o culturalistas (Fromm)
norteamericanos. Sin embargo, desarrolló una teoría social que interpreta a los
individuos como productos de su relación tanto con objetos internos como externos.
De este modo, converge, en gran medida, con Sullivan en lo que respecta a la cuestión
de las necesidades como un concepto alternativo a las pulsiones y el deseo. Habla de
tres tipos de necesidades: las necesidades de autoconservación y seguridad, las
necesidades emocionales y la necesidad de desarrollo y realización personal y social.
Según Espada, Pichon-Rivière concibe el inconsciente como un campo intrapsíquico
de naturaleza interpersonal y grupal, como una cualidad de la psique constituida por
una serie de patrones de comportamiento acumulados por los sujetos en relación con
los vínculos en que participan y los roles que desempeñan en estos vínculos.
Ana Pampliega de Quiroga (1977) afirma que Pichon-Rivière define un
grupo como:

304
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“un conjunto restringido de personas, conectadas por las constantes de tiempo


y espacio y articuladas por su mutua representación interna, que implícita o
explícitamente participan en una tarea que constituye su objetivo y que
interactúan a través de complejos mecanismos de adopción y asignación de
roles. Esta asociación de necesidades y su satisfacción, la base de toda tarea y
toda experiencia de aprendizaje, define a los sujetos como sujetos de la acción,
como actores, y los sitúa, según su tarea específica, en su dimensión histórica,
en su vida cotidiana y en su temporalidad” (Comunicado oral con
Nemirovsky).

Si bien las ideas de Pichon-Rivière fueron eclipsadas por la expansión


simultánea de la teoría kleiniana y, más tarde, por la prevalencia de la teoría
lacaniana, inspiraron el trabajo de muchos analistas latinoamericanos distinguidos
como J. Bleger, D. Liberman, T. Gioia, E. Rolla, H. Racker, S. Resnik, E. Rodrigué,
M. y W. Baranger, S. Bleichmar, F. Ulloa, H. Kesselman, N. Caparrós, H. Bleichmar
y H. Fiorini, así como otros profesionales de la salud mental de fuera del campo del
psicoanálisis. Entre ellos se encontraba Mauricio Goldenberg, psiquiatra y pionero
en salud mental, que concebió la enfermedad mental como el producto de
interacciones complejas con el entorno social. Goldenberg creó la primera sala de
psiquiatría en un hospital general de la provincia de Buenos Aires, Argentina. Allí
convocó a médicos, psicólogos, trabajadores sociales, enfermeras, musicoterapeutas y
terapeutas ocupacionales, formando un equipo interdisciplinario que era consistente
con su concepción de la salud mental.
Heinrich Racker (1957), por su parte, llama a que los analistas, siguiendo a
Ferenczi, observen su propia participación en el campo analítico. Aunque utiliza un
vocabulario kleiniano, Racker no considera que la agresión sea un producto de las
pulsiones, sino un reactivo. Además, citando a Mitchell (1997), señala el poder
curativo del amor del analista (Ávila Espada 2013). Para Mitchell, quien llevó las
ideas de Racker al contexto relacional, la transferencia y la contratransferencia son
dos componentes de la unidad: se retroalimentan y crean la relación interpersonal de
la situación analítica.
José Bleger (1967), un eminente discípulo de Pichon-Rivière, desarrolló una
teoría del comportamiento basada en ideas estructuralistas y marxistas. Bleger
propone tres niveles de expresión del comportamiento: la mente, el cuerpo y el mundo
exterior. Estos tres niveles interactúan de forma dinámica.
Madeleine y Willy Baranger eran analistas de origen francés que se mudaron
a Argentina en 1946 y allí entraron a formar parte de la Asociación Psicoanalítica
Argentina (de León de Bernardi 2000). Según W. Baranger (1959, p.81),
“basado en su práctica, el psicoanálisis debe desentrañar sus propios principios
de objetivación y aceptar su rol de ciencia (en algunos casos excepcional) del

305
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género humano. Debe aceptar su naturaleza como una ciencia del diálogo (es
decir, una psicología bipersonal) y su naturaleza como una ciencia
interpretativa (…) con leyes originales y técnicas de validación distintas de las
que rigen las ciencias naturales. El primer objetivo de la investigación
epistemológica es formular las condiciones que asegurarán la validez de
nuestras interpretaciones.”

La visión de los Barangers, sin embargo, se distancia de una posición subjetivista o


interpretativa extrema, centrada en el punto de vista del analista como creador de la
interpretación. Según estos autores,
“el estudio sistemático de lo que sucede en la situación analítica bipersonal es
el único camino de acceso a un ideal de validación del conocimiento que es
verdaderamente específico para el psicoanálisis. Este ideal concebible se lleva
a cabo (sin formularse) en varios ensayos que proporcionan una descripción
minuciosa de la situación analítica con interpretaciones y cambios que se dan
en franjas temporales limitadas.” (W. Baranger 1959, p.81).
También afirman que, dado que la observación de los analistas implica tanto la
observación del paciente como una autoobservación correlativa, solo se puede definir
como la observación del campo (M. y W. Baranger 2008). Más tarde, cuando
desarrollan la noción de bastión, sugieren que los analistas pueden establecer una
“segunda mirada” sobre la totalidad del campo analítico, especialmente sobre los
obstáculos del proceso, que son planteados tanto por el paciente como por el analista.
En sus propias palabras,
“esto nos ha llevado a proponer la introducción de varios términos: ‘campo’,
‘bastión’, ‘segunda mirada’. Cuando el proceso tropieza o se detiene, el
analista solo puede cuestionarse a sí mismo sobre el obstáculo, englobándose a
sí mismo y a su analizado, al Edipo y la Esfinge, en una segunda mirada, en
una visión total: esto es el campo” (M. Baranger, W. Baranger y J. Mom 1983,
p.1).

III. Dc. La perspectiva relacional en América Latina, especialmente en


Argentina
Álvarez de Toledo (1954) declara, en un lenguaje parecido al de Pichon, que,
durante el análisis, la asociación y la interpretación implican una relación entre actos,
imágenes y objetos que se actualiza en el acto de hablar y escuchar al analista. El
acto, la sensación, la imagen, el cuerpo y la mente recuperan su unidad cuando los
pacientes pueden integrar las primeras experiencias orales con sus sensaciones,
sentimientos e imágenes correspondientes.

306
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David Liberman (1963, 1970, 1976, 1982) también estudió con Pichon-
Rivière y desarrolló sus ideas basadas en la teoría de la comunicación. Este autor
entiende la enfermedad como una alteración del proceso de aprendizaje y
comunicación que conduce a un déficit de adaptación de los sujetos a la realidad. Sus
lecturas de Roman Jakobson, Jürgen Ruesch y Gregory Bateson, sumadas a su
conocimiento de la teoría kleiniana, le permitieron categorizar la prevalencia de
distintos estilos de comunicación en distintos tipos de pacientes. Liberman utiliza
instrumentos semióticos y lingüísticos para estudiar las sesiones analíticas. Él cree
que el psicoanálisis es una ciencia con una base empírica que puede ser examinada a)
durante la sesión, conducida por el terapeuta sobre el paciente, y b) a través del
paciente, el terapeuta o el vínculo. Liberman concebía la relación analista-paciente
como una combinación de estilos expresivos verbales y no verbales que podían o no
favorecer el trabajo clínico.
Silvia Bleichmar (1985, 1993, 2000, 2002, 2005, 2006a, b, 2007, 2008,
2009a, b, c, 2010, 2011, 2014, 2016) considera que la ética y la relación entre lo
biológico y lo social son temas relevantes de investigación. Bleichmar señala que la
producción de subjetividad no es un concepto psicoanalítico sino sociológico. Está
ligado a las formas en que las sociedades determinan los modos de constitución de los
sujetos, que pueden integrarse en sistemas que les otorguen un espacio. Es
constitutivo, o “institutivo”, como podría llamarlo Castoriadis-Aulagnier (1975). Esto
significa que la producción de subjetividad está relacionada con un conjunto de
elementos que producirán un sujeto histórico socialmente aceptable. Todavía existe
una psique que se articula con defensas y represión. El psicoanálisis no puede dejar de
lado las nociones de defensa y represión. Es algo que supera la producción de la
subjetividad histórica y tiene que ver son las formas en que se constituyen los sujetos
(S. Bleichmar 2003).
Terencio Gioia (1996) se centró en la teoría de los instintos y sus
correlaciones etiológicas. Negó enfáticamente la presencia del instinto de muerte en
los seres vivos. Basó sus conclusiones clínicas en las teorías de Bowlby y Peterfreund,
y argumentó que el miedo genera odio y agresión, y no al revés.
Hugo Bleichmar (1997, 2000), autor argentino afincado en Madrid, avanzó el
enfoque modular-transformacional en los años noventa. Este es un modelo modular-
transformacional del funcionamiento psíquico basado en la coexistencia de varios
sistemas motivacionales, como el narcisismo, la autoconservación/heteropreservación,
el apego y la sensualidad/sexualidad. Este autor sostiene que el inconsciente “es una
estructura compleja, con módulos que se rigen por diferentes reglas de operación y
tienen distintos orígenes y contenidos cuyas inscripciones gozan de múltiples grados
de representatividad e intensidad o fuerza (catexis)” (H. Bleichmar 1997, p.14).
Bleichmar no considera que el inconsciente funcione de forma homogénea.
Por el contrario, los diferentes módulos o sistemas, generados mediante una
inscripción secundaria, una inscripción primaria o no inscripción, son responsables de

307
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diferentes modos de operación. Según este autor, hay cinco tipos de inconscientes:
uno que genera interacciones, uno que genera identificaciones, uno donde prevalece la
represión (reprimido), uno donde prevalecen otros modos de operación y un
inconsciente desactivado.
Bleichmar sostiene que el modelo modular va en contra del principio de
homogeneidad en la teoría psicoanalítica. Describe dos concepciones en el trabajo de
Freud: la idea de lo modular y la homogeneidad, que prevalecen alternativamente. El
principio de homogeneidad aparece en la concepción evolutiva del desarrollo
psicosexual, que se ve marcada por la satisfacción libidinal de zonas corporales cuyas
vicisitudes determinan no solo la forma que toman los vínculos con los objetos, sino
también los síndromes psicopatológicos. El principio organizador, que caracteriza la
homogeneidad, se aplica a las etapas del desarrollo de la libido, de las cuales se
derivan las formaciones de carácter (anal, oral, etc.) y sus conjuntos de síntomas
correspondientes. El principio de homogeneidad también domina en el campo de la
terapia.
Freud centra su técnica en hacer consciente lo inconsciente (en expandir la
conciencia). Argumenta que si algo se restaura en la conciencia deja de tener un
efecto desde el inconsciente. Bleichmar, a su vez, enfatiza el significado de la
heterogeneidad basado en su teoría modular-transformacional y las características del
objeto.
Otra contribución original de este autor relevante para la intersubjetividad es
la noción de “creencias originales apasionadas”. Estas creencias se corresponden con
los efectos que tienen sobre el sujeto los juicios emitidos por otros durante toda su
vida. Sin embargo, no solo aluden a los juicios sobre el sujeto que se transforman en
autorepresentaciones, sino que también incluyen reglas transmitidas por otros
significativos que gobiernan la construcción de estas representaciones mentales. No
son simples estructuras cognitivas. Por el contrario, se crean en una articulación
continua con afectividad en un proceso bidireccional.
Miguel Hoffmann (2013) ha contribuido durante muchos años al desarrollo
del pensamiento intersubjetivo. Su libro “Más allá del Yo. El Ser, la Persona” refleja
esta contribución. En su último libro, este autor insiste en que los seres humanos
necesitan preservar su capacidad de ser seres reflexivos, seres en busca de una
identidad, sin pasar por alto los cambios sociales que los impregnan y dan forma.
Hoffmann nos insta a dedicarnos tiempo a nosotros mismos para poder preguntarnos
sobre nuestros deseos, gustos y preferencias, sobre el sí mismo, sobre las fuerzas que
nos ayudan a cambiar.
Héctor Fiorini (2007) lleva muchos años trabajando en el campo de las
terapias y prácticas dirigidas, un psicoanálisis que él califica de “abierto”. El
psicoanálisis abierto, para este autor, es el desarrollo continuo de la teoría
psicoanalítica y la práctica clínica, además de las innovaciones técnicas introducidas
después de Freud. Su núcleo organizador es la concepción de los procesos

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terapéuticos como un trabajo sistemático que activa las capacidades creativas de


pacientes y analistas. Fiorini profundiza en temas tratados por las escuelas jungiana,
psicodramática, gestáltica, transpersonal y bioenergética. Se basa en aspectos del
trabajo de Freud que van en esta dirección e introduce categorías que no fueron
abordadas por la metapsicología freudiana.
Pensar en situaciones específicas, es decir, en la investigación de una psique
que está enclavada en lugar de ser abstracta, conlleva un enfoque que mira a la
experiencia psíquica en situaciones de la vida real. Rubén Zukerfeld (2004, 2009),
en su propio trabajo y en sus colaboraciones con Zonis de Zukerfeld, a menudo se ha
referido a una versión de la “tercera topografía” que él define como una
“representación gráfica y metafórica de la heterogeneidad y la coexistencia de modos
de funcionamiento inconscientes con una estructura representativa y no
representativa, que constituye la perspectiva metapsicológica de múltiples sistemas de
memoria que operan simultáneamente.” Este autor revisa ideas psicoanalíticas sobre
la psique temprana que se han desarrollado en las últimas décadas (Zukerfeld 2009) y
plantea el concepto de procesos terciarios. A este respecto afirma que desde el
principio está presente una “heterogeneidad inconsciente radical”; casi todos los
pensadores posfreudianos, sostiene Zukerfeld, hablan sobre los diferentes modos de
procesamiento inconsciente. Bion alude a los elementos beta y a una pantalla beta
“como una aglomeración no integrada y un terror sin nombre.” Winnicott se refiere al
miedo al colapso “como un rastro de signos que no puede ser simbolizado.” Lacan
señala que “lo Real está fuera del lenguaje y es inaccesible a la simbolización.”
Zukerfeld también incluye en esta categoría las nociones de “lo originario” y el
“pictograma” de Piera Castoriadis-Aulagnier (1975); el “teatro de lo imposible” y la
histeria arcaica de Joyce McDougall (1991); la “escisión esencial” de M’Uzan
(1978/1994); los “dinamismos paralelos” de Pierre Marty (1990); el concepto de
André Missenard (1990) de lo “irrepresentable”; la noción de Guy Rosolato (1978) de
“lo desconocido y lo incognoscible”; la idea de Kaës (1976) de lo arcaico y de la
“negatividad radical”; el concepto de “inconsciente previo a la represión” de
Roussillon (2004a, b); la delegación de Césare Botella (2005) de lo “no figurable” y
de lo “psíquico más allá del país”; las ideas de Green (1998) de “lo pre-psíquico”, “el
trabajo de lo negativo” y la escisión; la noción de “el doble inmortal” de Julio
Aragonés (1999); las “huellas ingobernables” de Norberto Marucco (2007); el
“inconsciente primario” de Christophe Dejours (1991) y el “inconsciente originario”
de H. Bleichmar (1997).
Carlos Nemirovsky (1993, 2007, 2008, 2011, 2018) tiene como objetivo
combinar las teorías de pulsión/defensa (especialmente los desarrollos freudianos y
kleinianos) con los principios de la teoría relacional basada en Mitchell. Nemirovsky
(2017, 2018) desarrolló el concepto de edición en psicoanálisis como el mecanismo
que hace posible crear una psique basada en el encuentro entre dos sujetos, uno que
está dispuesto a confiar y otro que está disponible para responder con una acción
específica. Este encuentro puede generar una (neo)formación de la psique hasta

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entonces inexistente. Esta noción difiere de la de Jaime Lutenberg (1995), quien,


basándose en las ideas de Bion, define la edición como el nacimiento mental de
facetas de la personalidad del analizado que no eran conscientes ni inconscientes
porque se encontraban fuera de la región dinámica de la mente –sectores de la
personalidad que, debido a la escisión del yo y una defensa secundaria, permanecían
sepultados bajo vínculos simbióticos o incrustados dentro de la personalidad.
Para Nemirovsky (2018), la estructura generada por el encuentro no se
encontraba previamente en la psique. Carecía de existencia, ya que el sujeto no había
tenido la experiencia que ahora experimentaba por primera vez. Los fallos del entorno
deficiente impidieron que se produjera este encuentro en las primeras etapas de la
subjetivación. Nemirovsky compara la edición con la creación del objeto subjetivo de
Winnicott. A partir de un encuentro con un objeto, se crea un nuevo objeto que no
existía en la psique del sujeto hasta entonces. El objeto creado es distinto al objeto
provisto por el entorno. El término edición hace referencia a las situaciones que
aparecen por primera vez, que no tienen precedente, son nuevas (no se repiten en el
tratamiento, sino que ocurren allí por primera vez). Puede distinguirse claramente de
la reedición o la repetición (que Freud utiliza para describir la repetición de la historia
de la infancia en las neurosis o en las neurosis de transferencia).
En varios artículos, y especialmente en su último libro, “Lo disruptivo y lo
traumático. Vivencias y experiencias”, Moty Benyakar (2016) describe
“interpretaciones basadas en vivencias,” cuyo objetivo es abordar la capacidad única
de cada paciente de procesar internamente sus experiencias. De esta forma, podríamos
evitar recurrir a las “interpretaciones causales” generales, que pueden resultar
ineficaces con ciertos tipos de pacientes. Existen tres tipos de interpretaciones basadas
en vivencias: las “interpretaciones figurativas”, las “interpretaciones relacionales” y
las “interpretaciones de significado”.
Gustavo Lanza Castelli (2015) debate el concepto de mentalización y lo
define como una actividad predominantemente preconsciente, a menudo intuitiva y
emocional. Esta actividad nos permite comprender nuestro comportamiento y el de
los demás desde el punto de vista de los estados y los procesos mentales.
Guillermo Lancelle (1984, 1999) presentó el trabajo de Kohut a los
terapeutas argentinos, lo que resultó en la adopción de conceptos de Kohut por parte
de muchos autores intersubjetivistas latinoamericanos. Painceria (1997, 2002),
Pelento (1992) y Valeros (1977), a su vez, introducirían y examinarían a fondo el
pensamiento winnicottiano en América Latina con resultados parecidos.
Abel Fainstein ha escrito mucho desde un punto de vista compatible con la
perspectiva intersubjetiva. En “Lo repetido y lo nuevo: las intervenciones del
analista”, Fainstein (2007) plantea preguntas interesantes relacionadas con la práctica
psicoanalítica contemporánea: propone que se consienta la satisfacción ocasional
durante el tratamiento de pacientes resistentes por medio de fluctuaciones calculadas

310
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en la neutralidad analítica, puesto que esta satisfacción puede tener un valor a veces
mayor que una interpretación brillante (Fainstein 2007).
También en Argentina, fuera de las instituciones psicoanalíticas tradicionales,
Ricardo Rodulfo (2010-2012, comunicado oral con Nemirovsky) ha hecho
contribuciones significativas a la teoría de la intersubjetividad y la práctica clínica. Su
perspectiva integra las proposiciones teóricas y clínicas de Freud, Klein, Winnicott y
sus seguidores, así como de los teóricos franceses. Tiene un blog
(http://www.ricardorodulfo.com), que está especialmente dedicado al psicoanálisis
infantil.
Jeanette Dryzun (2017), a partir de Hugo Bleichmar, Daniel Stern, Bjon
Killingmo y Jessica Benjamin, entre otros, debate la noción de intimidad dentro del
campo conceptual del psicoanálisis contemporáneo. Entiende la intimidad como una
experiencia relacional que expande los límites del sí mismo y crea una mutualidad
emocional y mental entre los participantes. Dryzun ilustra diferentes aspectos del
hecho de compartir dentro de un espacio relacional circunscrito. Subraya los
fenómenos del encuentro de las mentes de dos sujetos que están dispuestos a
conectarse y compartir sus estados subjetivos. Este intercambio desemboca en el
reconocimiento y la afirmación mutuas en el contexto de una perspectiva centrada en
la encrucijada de los mundos intrapsíquicos e intersubjetivos.
Además, muchos analistas activos en universidades e institutos de varias
provincias argentinas han llevado a cabo las síntesis intersubjetivamente relevantes de
Freud, Winnicott, Piera Aulagnier y Lacan, aplicadas a las conceptualizaciones de
narcisismo, autoestima, culpa y depresión. Entre ellos se encuentran Luis Hornstein,
Roberto Arendar (2014), Jorge Rodríguez, Daniel Ripesi y Eduardo Smalinsky,
Alberto Samperisi y Elena Toranzo, y otros. Los seguidores de la teoría del apego de
Bowlby también están creciendo. Mario Marrone, Elsa Wolfberg, Eliana Montuori,
Ines di Bártolo, Constanza Duhalde, Maria P. Allona y Juan R. Aguilar, están
escribiendo desde esta perspectiva y pertenecen a la división argentina de la Red
Internacional de Apego (IAN), referenciada, entre otras, en el artículo de Lorena
Muñoz-Muñoz (2017) “La autorregulación y su relación con el apego en la niñez”.
En Chile, Juan F. Jordán-Moore (2008), uno de los fundadores de la
Asociación Internacional para el Psicoanálisis y la Psicoterapia Relacional (IARPP)
en Chile, basó su enfoque en las perspectivas contextuales de Humberto Maturana
(1978) y José Antonio Infante (1968). A partir de la crítica fenomenológica al intento
positivista de eliminar la subjetividad del observador, este autor enfatiza el papel de la
fenomenología en nuestra comprensión del otro de una forma no mediada por
representaciones conscientes. Este enfoque, sostiene Jordán, sugiere la existencia de
un sujeto corpóreo y una intersubjetividad primaria básica en la empatía
fenomenológica.
El enfoque intersubjetivo en el psicoanálisis chileno (de Rojas Jerez,
Fernández Depetris y otros) incorpora las ideas de Jung y de la escuela de la Gestalt,

311
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así como de las filosofías orientales (especialmente el budismo en relación con el


mindfulness) y el psicodrama. Este enfoque sintético se ejemplifica en la exhaustiva
discusión de André Sassenfend (2012) sobre el pensamiento relacional. En 2017,
Sassenfeld publicó El espacio hermenéutico, una exploración sintética de las
intersecciones entre la filosofía y el psicoanálisis relacional, con un prólogo escrito
por Donna Orange, quien subraya que su síntesis está arraigada en su conocimiento de
la historia y la filosofía, especialmente del existencialismo, la fenomenología y la
hermenéutica, y en su fluidez con la filosofía y el psicoanálisis alemanes y
norteamericanos en sus idiomas originales.
En Brasil, las contribuciones de Eizirik (2002) y Belmont (2016) ponen de
relieve la práctica de teorías relacionales y enfoques intersubjetivos que enriquecen el
material clínico.
En México, donde Erik Fromm vivió y formó a toda una generación de
analistas entre 1950 y 1974, Juan Tubert-Oklander y R. Hernández de Tubert (2003)
crearon otra versión sintética de una escuela intersubjetiva con la reformulación de las
ideas de Pichon-Rivière y Searles, combindas con las de Winnicott y Kohut (Tubert-
Oklander, J. 2006). Se puede acceder a sus numerosos artículos teóricos y clínicos en
las páginas de Aperturas Psicoanalíticas. Su artículo, “La teoría del vínculo y la
perspectiva relacional en psicoanálisis” (Tubert 2016), se encuentra publicado en su
blog.
En Uruguay, Colombia, Panamá, Honduras y Guatemala, están empezando a
difundirse los desarrollos intersubjetivos basados en las ideas de Winnicott.
En general, los psicoanalistas latinoamericanos se han alejado de las
tradiciones freudianas y kleinianas que dominaban el psicoanálisis de hace unas
décadas. El pensamiento lacaniano es en cierta medida el más predominante,
especialmente en la academia. Sin embargo, muchos psicoanalistas que se identifican
con otras corrientes de pensamiento tienen una actitud con sus pacientes muy cercana
a la práctica de un analista relacional/intersubjetivo. Los analistas locales, en general,
no citan la bibliografía de los autores más destacados del campo
relacional/intersubjetivo, pero establecen una relación con el paciente que, debido a
sus características, puede considerarse intersubjetiva. La empatía como herramienta y
la actitud de apreciación del diálogo participativo prevalecen en la práctica clínica de
la región. Este método de trabajo implica un gran compromiso por parte del
profesional en el proceso analítico, que prioriza la experiencia subjetiva. Además, se
destaca la necesidad de relacionar esta experiencia con los contextos culturales en los
que se hallan inmersos los miembros de la pareja terapéutica. Gradualmente, en
América Latina, se está desarrollando la idea de una construcción compartida de la
experiencia. Esto avanza otro de los conceptos centrales del pensamiento
relacional/intersubjetivo aplicado al encuentro clínico. Se pueden encontrar muchas
contribuciones latinoamericanas a la intersubjetividad en artículos publicados en

312
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Psicoterapiarelacional y Aperturas Psicoanalíticas, ambas revistas digitales


publicadas en España.

IV. ESTUDIOS INTERDISCIPLINARIOS:


BASES NEUROBIOLÓGICAS DE LA INTERSUBJETIVIDAD

En la literatura neurobiológica de los últimos 30 años, se ha descubierto que el


hemisferio derecho es dominante en las experiencias emocionales subjetivas
(Amanniti 1996, 2009; Wittling 1997; Schore 1999, 2003, 2010). En este contexto, la
“transferencia interactiva del afecto entre los hemisferios derechos” de los miembros
de la díada madre-hijo y de la díada terapéutica se denomina “intersubjetividad”
(Schore 2010).
En lo que respecta a la intersubjetividad psicobiológica, son especialmente
relevantes los estudios sobre la relación padre/madre-hijo de Ruth Feldman (2007)
en el área de la sincronía de los ritmos biológicos; como, por ejemplo, la
sincronización del latido del corazón o una percepción del tiempo compartida, así
como sus estudios sobre la sincronización de los niveles de cortisol en los bebés de
madres deprimidas o emocionalmente lábiles.
Se hace una distinción entre dos modos de “conexiones intersubjetivas”: un
modo más inmediato conectado al sistema espejo neuronal, que se activa cuando una
persona se encuentra con otra persona y la mira a la cara, al observar su expresión
emocional. Este modo se hace eco de lo que Vittorio Gallese (2001, 2003, 2006)
define como simulación corporeizada. Y un segundo modo basado en la
mentalización (Frith y Frith 2005; Kernberg 2015), que es la capacidad de
comprender y predecir el comportamiento de otras personas al atribuirles estados
mentales independientes. Esta capacidad no está conectada al sistema espejo, sino a la
corteza paracingulada anterior (Amaniti 2008).
Los estudios de Delia Lenzi, Claudia Trentini y otros (2008) sobre madres
que detectan la expresión de angustia o alegría de sus hijos muestran una activación
intensa del sistema espejo, mientras que si observan la cara de los niños con una
expresión más neutral y ambigua se activan las áreas fronto-parietales del hemisferio
izquierdo.
Alan Schore (1999, 2011) utiliza la perspectiva interdisciplinaria de la
neurociencia del desarrollo afectivo (neuropsicoanálisis) para señalar la consistencia
de sus hallazgos y los de muchos otros en torno a las diferencias entre los dos
hemisferios del cerebro. Se da cuenta de que éstos utilizan diferentes patrones para
realizar conexiones cortical-subcorticales y diferentes roles en diversos aspectos de la

313
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supervivencia y el aprendizaje sobre uno mismo en el mundo. Centró sus estudios en


la maduración temprana del hemisferio derecho –el hemisferio dominante durante los
tres primeros años de vida en el contexto de la neurobiología del desarrollo del
apego– y esto le llevó a proponer que “la autoorganización del cerebro en desarrollo
se produce en el contexto de una relación con otro sí mismo, otro cerebro” (Schore
1996, p.60). Las transacciones de apego representan transacciones afectivas del
hemisferio derecho entre la madre y el bebé (Schore 1994). En los estudios
neurobiológicos actuales, el hemisferio derecho es el dominante en “las experiencias
emocionales subjetivas” (Wittling y Roschmann 1993). “La ‘transferencia de afecto’
interactiva entre el hemisferio derecho de la madre y el niño y la díada terapéutica …
se describe mejor como ‘intersubjetividad’ … Los estudios actuales del hemisferio
derecho están aportando, por tanto, más información sobre la neurobiología de la
neurosubjetividad” (Schore 1999, p.52). Schore propone que, así como el cerebro
izquierdo comunica sus estados a otros hemisferios izquierdos a través de conductas
lingüísticas conscientes, el cerebro derecho también comunica a través de la prosodia,
los movimientos faciales sutiles, los movimientos rápidos de los ojos, la
gesticulación, etc. sus estados inconscientes a los cerebros derechos que se prestan a
recibirlas. El hemisferio visoespacial derecho se describe como no lineal y está mejor
equipado para reflejar y comunicar los estados emocionales de los flujos de energía
no lineal entre los componentes de un sistema mente-cuerpo dinámico,
autoorganizado y lateralizado hacia la derecha. En este contexto, Schore (1994) y
Shevrin (2010) sostienen que los modelos económicos de Freud, considerados
obsoletos, deben modernizarse y reintegrarse al psicoanálisis. A diferencia del análisis
“lineal” y consecutivo de la información del hemisferio izquierdo, el hemisferio
derecho demuestra una gran sensibilidad ante las condiciones iniciales y la
perturbación, una propiedad de los sistemas caóticos (Ramachandran et al. 1996). El
hemisferio derecho utiliza el pensamiento por imágenes, una estrategia sintética y
holística, que se adapta cuando la información es “compleja, internamente
contradictoria y básicamente irreducible a un contexto no ambiguo” (Rotenberg 1994,
p.489). Estas características también se aplican a la mentación del proceso primario,
una función del hemisferio derecho (Galin 1974; Joseph 1996) de la mente
inconsciente.
Efrat Ginot (2007) examinó cómo los estilos de apego implícitos y
codificados neurológicamente se expresan inconscientemente y de forma repetida a lo
largo de la vida y se manifiestan en los enactments. Ella plantea que los enactments
son manifestaciones intersubjetivas de patrones de apego codificados
neurológicamente y adquiridos dentro del contexto de las relaciones primarias. Esto
es un ejemplo de cómo áreas que en principio parecen estar desconectadas, en este
caso la intersubjetividad, el apego y la neurociencia, se cruzan de forma inevitable y
se iluminan recíprocamente.
Otto Kernberg (2015) reunió los estudios del desarrollo neurobiológico y los
del desarrollo psicoanalítico para poner de relieve la complejidad dinámica de las

314
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primeras semanas y meses de vida. En esta etapa, los afectos y las pulsiones
“afiliativas” relacionadas con el apego, la vinculación del juego y la estimulación
erótica avivan una atención intensa hacia el otro. Uno de los posibles hallazgos apunta
a esfuerzos bidireccionales y no lineales, tanto para la unidad simbiótica (dual) como
para la diferenciación del sí mismo del otro, que empiezan en las primeras semanas de
vida.
Parece que las investigaciones neurobiológicas corroboran una visión
potencialmente inclusiva: el hemisferio derecho sería el centro dinámico del sistema
mente-cuerpo lateralizado, inconsciente y cargado afectivamente, cuya
autoorganización, crecimiento y desarrollo se desplegaría en el contexto
intersubjetivo de esfuerzos bidireccionales, tanto para conseguir una unidad como una
diferenciación respecto al otro. Una de las áreas donde esto se manifiesta en la
situación psicoanalítica es el área de los enactments preverbales, donde las
conexiones de hemisferio derecho a hemisferio derecho pueden facilitar la
comunicación preverbal inconsciente, una condición previa para el trabajo de
simbolización y representación.
Específicamente en Europa, un punto de contacto entre la relevancia de la
intersubjetividad en los estudios clínicos y los del desarrollo provino de la
investigación neurocientífica llevada a cabo por el grupo de Giacomo Rizzolatti, en
Parma (Italia), sobre las neuronas espejo (Rizzolatti et al. 1996, Rizzolatti y Craighero
2004). El descubrimiento de los mecanismos espejo ha abierto un nuevo escenario
para comprender de qué manera no solo las acciones, sino también las sensaciones y
las emociones crecen en una dimensión centrada en un nosotros: cuando observamos
a alguien realizando una acción, experimentando una sensación o una emoción lo
entendemos porque reutilizamos los mismos circuitos neuronales que fundamentan
nuestra experiencia en primera persona con esa acción, sensación o emoción. Este
mecanismo funcional común –la “simulación corporeizada” (Ammaniti y Gallese
2014, Gallese 2015)– proporciona una base neurobiológica para encajar el sí mismo
en el cuerpo de acuerdo con la afirmación de Freud: “El Yo es antes que todo un Yo
corporal” (Freud 1923, p.26).

V. CONCLUSIÓN

En América del Norte, el énfasis en la importancia de los procesos y las


configuraciones intersubjetivas en el contexto del desarrollo y la patogénesis, la
situación psicoanalítica y la capacidad de representación, así como el énfasis clínico
contemporáneo en el enactment se encuentran entre los elementos que conectan todos
los enfoques, incluso si se entienden, interpretan y teorizan de formas dispares por las
diferentes escuelas de pensamiento.

315
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En la práctica norteamericana, los relatos intersubjetivos de muchas teorías de


campo relacionales, del sí mismo e intersubjetivas tienden a la experiencia-próxima y
a los conceptos de la filosofía fenomenológica. En el uso norteamericano de la
psicología intersubjetiva del Yo y las perspectivas poskleinianas y posbionianas, así
como en muchas perspectivas francesas, las conceptualizaciones de los procesos y las
configuraciones intersubjetivas conservan la importancia de la pulsión, el
inconsciente y la metapsicología psicoanalítica.
Existen algunas coincidencias, sobre todo entre la psicología intersubjetiva del
Yo de América del Norte, las perspectivas posbionianas y las perspectivas francesas.
En América del Norte, las diferencias son más significativas entre las
conceptualizaciones francesas de la intersubjetividad y las líneas dominantes del
pensamiento intersubjetivo que se desprenden de la psicología del sí mismo y el
movimiento relacional. En particular, existe una brecha entre las condiciones bajo las
cuales se construyen las teorías en estos dos enfoques, especialmente en lo que
respecta a la implicación para la metapsicología psicoanalítica.
En América Latina existe una relación comparable de convergencias y
divergencias entre la perspectiva vincular y la perspectiva relacional sobre la
intersubjetividad. Basada en las relaciones objetales británicas posbionianas y el
pensamiento psicoanalítico francés poslacaniano, la perspectiva vincular, practicada
en el contexto clínico grupal y familiar, se adhiere a la noción de la sexualidad infantil
freudiana como la motivación esencial y esto no implica un cambio de paradigma. Sin
embargo, la perspectiva relacional, heredera de Ferenczi, Balint, Fairbairn, Bowlby,
Winnicott y Kohut, desarrolla aún más las ideas de los pensadores del sí mismo,
relacionales e intersubjetivos contemporáneos de América del Norte, como
Litchtenberg, Mitchell, Stern, Stolorow, Renik, Benjamin y otros. Esta perspectiva sí
contiene un giro paradigmático, puesto que el analista se convierte en un “facilitador”
de la relación analista-paciente. El enfoque relacional también amplía la visión de la
motivación primaria más allá de los deseos edípicos, enfatizando el juego, el apego y
el reconocimiento, entre otros.
Entre las convergencias de los enfoques vinculares y relacionales se
encuentran las conceptualizaciones de la transferencia, no solo como un evento
repetitivo, sino también como un evento novedoso. Ambos enfoques valoran el “azar”
y el “evento” como motivadores psíquicos.
En Europa, varios orígenes de la concepción de intersubjetividad incluyen
una combinación entre el desarrollo del análisis infantil, la concepción de la
identificación proyectiva, la extensión de la noción de contratransferencia y la
reflexión teórica sobre el sujeto, el proceso de subjetivación (Cahn) y el objeto. La
teoría de campo y la noción de enactment, procedentes de las Américas, también han
sido influyentes. Una de las características específicas de Europa es la importancia
imperturbable de la metapsicología de Freud y, clínicamente, la exploración profunda
de las dificultades encontradas en el trabajo analítico con adolescentes, patologías

316
Volver a la tabla de contenido

límite, grupos y psicosis. La corriente principal en Europa considera que la


intersubjetividad toma en cuenta, durante el tratamiento psicoanalítico, la presencia de
dos sujetos, el paciente y el analista, con sus pulsiones e inconscientes actuando el
uno sobre el otro y ejerciendo un poder de transformación a través de lo compartido,
que evoca el rol del objeto en el desarrollo de un sujeto. Además, los analistas
europeos definen un espectro matizado entre la interacción, lo interpsíquico
(Bolognini, Brusset), lo interpersonal (Bolognini) y la intersubjetividad (Green,
Roussillon).
En líneas generales, a partir de la exposición completa de los distintos
enfoques psicoanalíticos sobre la intersubjetividad, cada uno con sus propias
terminologías “ligadas a su contexto cultural”, surge una descripción detallada,
multidimensional y polifacética de la intersubjetividad, gracias a la cual se consigue
un mayor intercambio de ideas, así como una mayor coexistencia y comunicación. En
definitiva, es posible y deseable comparar las conclusiones logradas por todos y cada
uno de estos enfoques, no solo con respecto a su concepción del funcionamiento
mental y las disfunciones que generan los síntomas y las patologías de la
personalidad, sino también con respecto a las propuestas terapéuticas que se derivan
de estos. Ese tipo de comparación sistemática permite explorar una imagen más
completa de las divergencias y convergencias.
Si bien la relación entre el cerebro y las actividades psíquicas nunca es directa,
los hallazgos recientes que provienen de la neurociencia del desarrollo afectivo y de
los estudios neuroanalíticos parecen confirmar el valor de varias conexiones
intersubjetivas descriptivamente no conscientes y dinámicamente inconscientes en el
contexto del desarrollo temprano y, potencialmente, en situaciones dialógicas no
verbales. La forma en que estos hallazgos se interpretan y aplican al diálogo y al
encuadre psicoanalítico depende del interés y del punto de vista psicoanalítico.
Visto de forma inclusiva, se puede considerar que el cambio de paradigma
intersubjetivo y su contextualización comportan una reconceptualización del estado
del sujeto en que todos los fenómenos subjetivos, incluidas las organizaciones
intrapsíquicas y relacionales, se estructuran en y a través de sus contextos
intersubjetivos.
En todos los continentes y a en toda la pluralidad de conceptualizaciones, la
intersubjetividad es considerada una perspectiva psicoanalítica importante que no
había sido suficientemente teorizada. Esta perspectiva pone de relieve las sutilezas de
la relación analítica y la dimensión de dos personas en el proceso analítico. Por otro
lado, se protege contra cualquier absolutismo, convicción, dogmatismo o rigidez
autocrática, incluidas las nuevas y viejas ortodoxias. En la medida en que enfatiza la
comunicación bilateral consciente, preconsciente e inconsciente, también sensibiliza
al analista respecto a la probabilidad de un conocimiento matizado, o “no
conocimiento”, por parte de ambos miembros de la consulta analítica.

317
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Ver también:

CONTENCIÓN: CONTINENTE-CONTENIDO
CONTRATRANSFERENCIA

ENACTMENT
EL INCONSCIENTE
IDENTIFICATIÓN PROYECTIVA (próximamente)
PSICOLOGÍA DEL SELF

PSICOLOGÍA DEL YO

TEORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES

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Consultores regionales y colaboradores:

Norte América:
Henry Friedman, MD; Adrienne Harris, PhD; Joseph Lichtenberg, MD; Anthony
Bass, PhD; Donnel Stern; PhD; Hélène Tessier, PhD; Eva D. Papiasvili, PhD, ABPP

Europa:
Maria Ponsi, MD; Christian Seulin, MD; Arne Jemstedt, MD; Stefano Bolognini, MD

América Latina:
Carlos Nemirovsky, MD – writer; Abel Fainstein, MD – reviewer

Copresidenta de coordinación interregional: Eva D. Papiasvili, PhD, ABPP

338
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El Diccionario enciclopédico interregional de psicoanálisis de la API tiene una Licencia Creative


Commons CC-BY-NC-ND. Los derechos básicos siguen siendo propiedad de los autores (de la API y
los miembros contribuyentes de la API); sin embargo, el material puede ser utilizado por otros
beneficiarios, puesto que está sujeto al uso no comercial, siempre y cuando se atribuya a la API (y se
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y la reproducción sea literal, no derivada, editada o remezclada. Por favor, haga clic aquí para leer las
condiciones.

Traducción: Jèssica Pujol Duran

339
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SÍ MISMO (SELF)
Entrada tri-regional
Consultores interregionales: Gary Schlesinger (América del Norte),
Rafael Groisman (América Latina) y Sandra Maestro (Europa)
Copresidenta y coordinadora interregional:
Eva D. Papiasvili (América del Norte)

I. INTRODUCCIÓN Y DEFINICIÓN INTRODUCTORIA

Según el filósofo Charles Taylor, el “sí mismo” es un fenómeno moderno


introducido por la cultura occidental (Taylor, 1989, p. 304). Taylor reivindicó el uso
del sí mismo para referirse a la persona y sus esfuerzos autónomos y relacionales,
puesto que pone de manifiesto la centralidad de la propia subjetividad, con su
dimensión “interior” y “comunitaria”. El sí mismo es un concepto importante para el
psicoanálisis, en tanto que es una disciplina que estudia la subjetividad humana en
profundidad, pero también es escurridizo, ambiguo y controvertido.
Los recientes diccionarios psicoanalíticos y las definiciones del sí mismo en
los tres continentes psicoanalíticos demuestran la heterodoxia del concepto.
En América del Norte, Auchincloss y Samberg (2012) señalan que los
psicoanalistas han empleado el término “sí mismo” para describir fenómenos tan
variados como: 1) la persona entera en el mundo externo, incluido el cuerpo y la
mente; 2) una experiencia subjetiva, organizada en torno al “yo”; 3) una
representación o conjunto de representaciones dentro del yo; 4) una fantasía del sí
mismo, que presenta al sujeto que imagina en un papel protagonista de sus diversos
aspectos emocionales e interactivos; y 5) desde la perspectiva de la psicología del sí
mismo, como un núcleo psíquico personal que gobierna la experiencia y la acción.
Respecto al sí mismo, en Europa, Skelton (2006) destaca su función de base
para la integridad psicológica, ya que evita que la psique se desmorone, abarcando la
totalidad del sistema inconsciente y consiente de la perspectiva junguiana. Asimismo,
destaca el aspecto del sí mismo como “sujeto”, “objeto” y “proyecto del ser” de la
perspectiva metapsicológica existencial.
En América Latina, donde los diccionarios regionales no tienen una entrada
para el “sí mismo”, surgieron varias categorizaciones de modelos existentes, tales
como el sí mismo como un subsistema del “yo”, el sí mismo como estructura, la
persona/sí mismo o el modelo del sí mismo basado en la experiencia subjetiva
(Montero, 2005). Además, las conceptualizaciones originales del “vínculo del sí

340
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mismo” (o “vínculo del self”) y el “sí mismo vinculado” (o “self vinculado”), que
representan aspectos relacionales de unión o vinculación del sí mismo con las
representaciones objetales y que en su versión ampliada también incluyen la
formación de grupos internos inconscientes, han sido muy significativas para la
identidad psicoanalítica latinoamericana (Pichon Rivière, 1971; Arbiser, 2013; Losso,
Setton y Scharff, 2017).

Por cuestiones de estilo, el “sí mismo” (“self”) a veces aparece como “Sí mismo” (“Self”) y, a veces,
como “sí mismo” (“self”), según el contexto, con el fin de respetar la terminología regional de cada
autor.

II. TERMINOLOGÍA, TRADUCCIÓN Y FUNDAMENTOS


SOCIOCULTURALES Y FILOSÓFICOS

A menudo, las divergencias entre las conceptualizaciones del “sí mismo”


evidencian diferentes marcos de referencia, niveles del discurso o traducciones entre
idiomas y sus respectivas herencias socioculturales.
En el lenguaje coloquial, el sí mismo, en muchos casos no directamente
traducible, se usa para hablar de la autorreflexión, la autoconciencia o la autocrítica de
forma fenomenológica. Además, muchos idiomas también tienen palabras compuestas
o formas “reflexivas” específicas para referirse al cuidado personal, la asertividad, el
crecimiento personal y la singularidad de la propia voz subjetiva, la voluntad y la
intención.
En alemán “Selbst” y en inglés “Self” insinúan una sustantividad ilusoria que
no tiene equivalente exacto en las lenguas romances (francés, italiano, español y
portugués). Sin embargo, todas las lenguas indoeuropeas emplean otros medios para
expresar la reflexividad, la reflexión y la semejanza, es decir, las partes esenciales del
vocabulario de la individualidad, el ser esencial de una persona que la distingue de
los demás, especialmente considerado como el objeto de introspección o reflexivo y/o
de la acción reflexiva. Por ejemplo, el “meme” francés, el “stesso” italiano o el
“mismo” español forman compuestos de individualidad: moi-meme, toi-meme, soi-
meme (myself, yourself, him/herself, en inglés); me stesso, se stesso (myself,
him/herself, en inglés); yo mismo (myself, en inglés), etc. Además, todos los idiomas
expresan la reflexividad en la estructura gramatical de la oración, que asigna
voluntad, voz o intención al sujeto hablante.
Por otro lado, se encuentran los constructos abstractos de la filosofía, de las
disciplinas humanísticas, la literatura, la psicología académica y del desarrollo y la
neurociencia.

341
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En el área del psicoanálisis, la gama abarca desde las conceptualizaciones


fenomenológicas de la experiencia-próxima hasta los constructos metapsicológicos
abstractos de los diferentes marcos psicoanalíticos.
Quizás antes que cualquier otro concepto psicoanalítico, el “sí mismo” refleja
las ambigüedades y dilemas de la historia del pensamiento humano, articulados tanto
en forma de indagaciones filosóficas y científicas, como de literatura, cultura popular
y lenguaje.
El patrimonio filosófico y cultural que designa, de modos distintos, a menudo
contradictorios, que el sí mismo de una persona existe en las diferentes relaciones de
su entorno social, lingüístico y cultural, incluye a Platón y Sócrates, Aristóteles,
Sófocles, Agustín, Dante, Shakespeare, Montaigne, Descartes, Locke, Hume, Leibniz,
Spinoza, Hegel, Husserl, Heidegger, Marx, James, Sartre, Dickinson, Saussure,
Brentano, Bakhtin, Foucault, Adorno y Taylor, por nombrar algunos.

II. A. Fundamentos filosóficos


Las principales orientaciones psicoanalíticas, con sus posturas contradictorias
sobre el concepto del sí mismo, revelan problemas filosóficos tradicionales, en
especial sobre un “sí mismo homuncular” interno a la conciencia, sobre el aislamiento
del sujeto de otros sí mismos o sobre los orígenes intersubjetivos del sí mismo.
Un ejemplo es la corriente conceptual del “sí mismo” que empieza en los
“Diálogos” de Platón (y Sócrates), los Tratados de Aristóteles de psicología, política y
poética, las “Confesiones” de Agustín con su tesis neoplatónica sobre la dependencia
infantil de los seres humanos de un Dios/Ser omnipotente trascendental, el “Amo y el
esclavo” de Hegel, que constituye la base de la filosofía empirista escocesa-inglesa de
Bacon, Hume, Locke y otros del sí mismo-persona que existe en varias relaciones
dentro de un contexto cultural y natural más amplio, hasta la primacía de las
relaciones objetales en el desarrollo y la patología de Fairbairn, el uso objetal del sí
mismo de Winnicott y las raíces intersubjetivas de la formación de estructuras,
vinculadas al “silencio en el encuentro” de Lacan, y, de otro modo, a la
conceptualización del “objeto del sí mismo” y la transferencia objetal del sí mismo de
Kohut y toda una gama de teorías psicoanalíticas intersubjetivas y relacionales en los
diferentes continentes psicoanalíticos (ver la entrada INTERSUBJETIVIDAD). Estos
enfoques son compatibles con los filósofos modernos Marcuse, Foucault, Heidegger y
MacIntyre, que se basan en teorías de la relatividad y las relaciones interpersonales.
El intento de Bakhtin (1929/1984) de conciliar el sí mismo autónomo “inacabado” e
“inacabable” con el sí mismo en relación con otro(s) mediante su “polifonía” y
“carnaval”, resultando en un diálogo interno y externo genuino; las fases del sí mismo
de Ricoeur (1986/1990/1992) en “Si mismo como otro” y la proyección de la
alteridad estereotípica de una cultura (nosotros mismos) sobre el otro (ellos) en el

342
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“Orientalismo” de Said pertenecen a esta corriente fructífera de pensamiento


filosófico, aplicable a la literatura, las artes y contextos socioculturales más amplios.
Otro ejemplo es la alegoría de la caverna de Platón, donde se plantea la razón
objetiva versus la imperfección del conocimiento a través de los sentidos. Esta
corriente continúa con el Racionalismo de Descartes sobre el núcleo autorreflexivo de
un sí mismo unificado, “una sustancia … este ‘yo’ … el alma por la cual yo soy lo
que soy” (Cottingham, 1986, p. 115), la metafísica del principio interno de unidad de
Berkeley, “impuesto por la mente sobre los sentidos” (Kirshner, 1991, p. 162), la
teoría correspondiente de Kant sobre la verdad y su teoría subjetivista del
conocimiento, que explica que no puede conocerse directamente la realidad de las
cosas en sí mismas, sino solo la forma en que están constituidas, correcta o
incorrectamente, en nuestra mente (volviendo a la teoría de las formas de Platón), a lo
que se refirió Freud en el contexto de la incapacidad de la mente consciente de
conocer su propia realidad, extendido a las teorías del sí mismo y del mundo
representativo de los objetos de la psicología del yo.
El reconocimiento de la función crucial de la memoria en la constitución de la
identidad del “sí mismo” empieza en Aristóteles y continúa con Hume, anticipando,
en un modo distinto, tanto las teorías de Freud como las de Kohut. Hume, incapaz de
encontrar una única concepción del sí mismo, señala en cambio el “flujo y
movimiento perpetuo” emocional, sensorial y perceptivo (Hume, 1787, p. 252) y
postula a un sí mismo que descansa en una unificación ilusoria aplicada a la
experiencia interna. El Descartes racionalista y el Hume empirista, como más tarde
Heinz Hartmann, pueden parecer mecanicistas y no escapar al problema homuncular
del sí mismo. Si bien en la formulación del inconsciente de Freud (Freud, 1915), con
sus divisiones intrincadas del sujeto en los modelos topográficos y estructurales,
algunos vieron una solución a la disputa de los filósofos sobre la identidad del sí
mismo, otros como Winnicott, Sartre y Lacan prefirieron buscar otras soluciones.
Para Hegel, “la experiencia de tener un sí-mismo requiere un compromiso con
otro sujeto” (Kirshner, 1991, p. 168). Su representación de la alienación del sujeto en
tal encuentro tiene descendientes directos en el existencialismo de Sartre y Heidegger,
Lacan, y, de otro modo, en Winnicott.
La filosofía francesa del siglo XX, en busca del sujeto humano
contemporáneo, ha mantenido en una conversación directa y dilatada con el
psicoanálisis. El trabajo de Michel Foucault sobre el “cuidado del sí mismo”, la
“hermenéutica del sujeto” y el “gobierno del sí mismo y de los otros” introduce una
concepción ética de la relación del sí mismo consigo mismo en lo que atañe su
voluntad moral, que en sí mismo es un producto de la actividad formadora del sí
mismo llamada “subjetivación”, un término que más tarde retomaron los
psicoanalistas franceses. En este contexto, el cuidado del sí mismo equivale a la
transformación del sí mismo en una existencia fructífera. En “Psicoanálisis del
fuego”, Gaston Bachelard (1938/64) presenta una exploración poética de varios

343
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complejos primarios que giran en torno a la mitología del fuego basada en los sueños,
la ensoñación y el imaginario poético, donde el “no yo” mantiene un diálogo lúdico,
parecido a la ensoñación, con el “yo” del soñante. En este caso, la ensoñación
substituye a la inhibición y la censura. En “El Ser y la Nada”, Jean-Paul Sartre
(1943/1992) propone que lo que define al sujeto no es una estructura, sino un
proyecto fundamental de existencia, es decir, el proyecto reemplaza al complejo.
Los filósofos franceses, en particular, consideraron que la formulación
psicoanalítica de Freud de una metapsicología del inconsciente era una proposición
radical sobre el sujeto. Con la idea del inconsciente dinámico llega la noción del
sujeto humano que es mucho más que conciencia (contiene la conciencia, pero no se
limita a ella) y concentra fuerzas creativas descentradas dentro de sí mismo. Sin
embargo, estos objetivos comunes se abarcan de varias formas: el intenso diálogo
entre la filosofía y el psicoanálisis no solo está marcado por la complicidad y la
admiración, sino también por la rivalidad y la competencia.
Este tipo de diálogos multifacéticos y heterogéneos proliferan en muchas
orientaciones psicoanalíticas en todos los continentes y culturas psicoanalíticas. La
forma que toman a menudo está determinada por los problemas que rodean la
traducibilidad del término y el significado.

II. B. Terminología original de Freud y traducción del “Sí mismo”: Perspectiva


de América del Norte y Europa
Desde una pluralidad de perspectivas se ha observado (Gammelgaard, 2003;
Kelen, 1990; Kernberg, 1982; Laplanche y Pontalis, 1973; Kohut, 1971; Winnicott,
1960; Grinberg, 1966) que la introducción y posterior elaboración del concepto del sí
mismo en el psicoanálisis se remonta al desarrollo conceptual del “yo”/”ego”, así
como a la ambigüedad y complejidad terminológica que lo rodea.
Si bien una larga tradición filosófica y psiquiátrica ha traducido el alemán
“Ich” por el inglés “Ego” (Meynert, 1885; Solms, 2019), algunos autores
psicoanalíticos han cuestionado la utilidad de esta práctica seguida por la Edición
Estándar de Strachey y el Comité del Glosario (James y Alex Strachey, Anna Freud,
Ernest Jones y Joan Riviere), especialmente porque suma complejidad y ambigüedad
al Ich freudiano.
Freud empleó el “Ich” –el “yo” que Strachey traduce como “ego”– tanto para
la estructura mental como para la agencia psíquica, así como para la experiencia más
personal y subjetiva del “sí mismo”. Es decir, nunca separó el “yo” metapsicológico
del “sí mismo” experiencial.
Algunos autores contemporáneos que compararon el original alemán y la
traducción de Strachey (Kernberg, 1982; Laplanche y Pontalis, 1973; Gammelgaard,
2003) consideran que la ambigüedad es un punto a favor en lugar de una debilidad del

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concepto “Ich”/”yo” de Freud. Esta ambigüedad transmite la riqueza de la tensión


interna entre las propiedades subjetivo-experienciales y objetivo-autoreflexivas del
concepto Ich/yo. En su opinión, la modificación de Strachey del “Ich” por el “ego” se
esfuerza por ser consistente, pero lo hace a expensas de la terminología de Freud, por
lo que se pierde el aspecto dual del yo.
En ciertos casos, Freud (1930a, b) equipara el sí mismo con el yo. En “El
malestar en la cultura”, emplea los términos “Selbst” (Sí mismo) y “Ich” (yo) en una
misma oración. En el original alemán: “Normalerweise ist uns nichts gesicherter als
das Gefühl unseres Selbst, unseres eigenen Ichs” (Freud 1930b, p. 423). La traducción
al inglés de Stratchey dice: “Normally, there is nothing of which we are more certain
than the feeling of our self, of our own ego” (Freud, 1930a, p. 65). En la traducción de
José L. Etcheverry al español leemos: “Normalmente no tenemos más certeza que el
sentimiento de nuestro sí mismo, de nuestro yo propio” (Obras completas vol.21,
1927-31, p. 66).
En otras ocasiones, Freud equipara el sí mismo con la persona completa.
Cuando habla sobre “el yo enfermo” (Freud 1940a, b), escribe: “Das kranke Ich
verspricht uns vollste Aufrichtigkeit, …, wir sichern ihm strengste Diskretion…”
(Freud 1940a, p. 98). En la versión inglesa de Starchey leemos: “The sick ego
promises us the most complete candor … we assure the patient of the strictest
discretion …”(Freud 1940b, p. 173). En la española de Etcheverry: “El yo enfermo
nos promete la más cabal sinceridad … y nosotros le aseguramos la más estricta
discreción …” (Obras completas vol.23, 1937-39, p. 66).
En otra página de “Esquema del psicoanálisis y otras obras” describe el sí
mismo como un aspecto del yo, cuando afirma: “… wenn das Ich einer Versuchung
erfolgreich widerstanden hat, etwas zu tun, was dem Überich anstössig ware, fühlt es
sich in seinem Selbstgefühl gehoben…” (Freud 1940a, p.137). En la traducción de
Strachey: “…if the ego has successfully resisted a temptation to do something which
would be objectionable to the superego, it feels raised in its self-esteem …” (Freud
1940b, p. 206). Y en la española de Etcheverry: “… cuando el yo ha sustituido con
éxito una tentación de hacer algo que sería chocante para el superyó, se siente elevado
en su sentimiento de sí …” (Obras completas vol.23, 1937-39, p. 208).
En el mismo texto (Freud 1940a, b), cuando resume las ideas de sus trabajos
anteriores (Freud 1914), Freud contrasta “Ichliebe” con “Objektliebe” (Freud 1940a,
p.71), es decir, el amor yoico con el amor objetal. En su traducción, Strachey escribe:
“the contrast between ego-love and object-love” (Freud 1940b, p. 148), y, en español,
Etcheverry escribe: “la oposición entre amor yoico y amor de objeto” (Obras
completas vol.23, 1937-39, p. 146).
Estas traducciones, que trasladan la ambigüedad, pueden haber contribuido a
la necesidad de Heinz Hartmann (1950) de corregir la confusión por medio de una
separación conceptual progresiva del yo del sí mismo, y del sí mismo de las
representaciones del sí mismo. Estas separaciones, si bien han sido instrumentales

345
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para otras elaboraciones conceptuales, al mismo tiempo han complicado la


conceptualización de las relaciones entre las funciones impersonales del yo, por un
lado, y la subjetividad, por otro. En opinión de Otto Kernberg (1982, p. 898), esta
delineación tan estricta puede haber contribuido a la eliminación del sí mismo de la
metapsicología, empobreciéndolo y transformándolo casi en un “concepto de sentido
común” (Moore y Fine 1968, p. 88). A pesar de esta tendencia, algunos autores
norteamericanos posfreudianos se esforzaron en elaborar el carácter dual del “Ich”
(“yo”)/“Ego” (Jacobson, 1964; Mahler, 1979; Kernberg, 1982).
De modo parecido, Jean Laplanche (Laplache y Pontalis, 1973, p. 131)
lamenta la pérdida de la “verdadera contribución de Freud” con respecto a la
ambigüedad y complejidad del Ich, que Freud usa para señalar la interacción que se
efectúa a muchos niveles yuxtapuestos entre el organismo y el ambiente, el sujeto y el
objeto, lo interno y lo externo, etc.
Desde una perspectiva un tanto diferente, pero conexa, Bruno Bettelheim
(1984) critica la traducción de Strachey por emplear una terminología abstracta,
científica y latinizada que reemplaza la connotación conmovedora, humanista y
metafórica del “psychische Behandlung (Seelenbehandlung)” o “tratamiento de la
psique (alma)” de Freud, por el “tratamiento psíquico (o mental)” (Freud, 1980a, p.
289; Freud, 1890b, p. 283). Por lo general, Bettleheim lamenta que la palabra “alma”
(Seele), con sus nociones espirituales y humanas, parece haber desaparecido de la
obra de Freud en la traducción, a menudo reemplazada por “mind” (“mente”, Geist)
(Bettleheim, 1984, pp. 70-71).
Si bien la traducción al francés de la obra de Freud, “Ouvres Complètes de
Freud/Psychanalyse – OCF/P” (1989-2015) conserva la ambigüedad del “Ich”, que
traduce como “le moi” (forma tónica del “yo”), es decir, una forma subjetiva más
parecida al sí mismo que al yo defensivo de la psicología del Yo, también tiene sus
problemas a la hora de traducir el “self”. Por ejemplo, sin sacar a colación el “Je”
(“I”/“yo”), el traductor de Winnicott afirmó que “self” era esencialmente intraducible
al francés.
En general, de algún modo, ni el “yo” ni el “le moi” son equiparables al “Ich”
alemán. Mientras que en el psicoanálisis de habla inglesa existe una mayor necesidad
de elaborar el concepto del “self” para explicar, y teorizar, la subjetividad ausente en
el “ego”, en el psicoanálisis francés no hay tanta necesidad de llevar a cabo una
elaboración comparable del sí mismo, puesto que “le moi” ya está “autosaturado”.

II. C. Consideraciones etimológicas, terminológicas y traslativas: la perspectiva


latinoamericana
Como el término inglés “Self” (en su substantivación ilusoria) es básicamente
intraducible al español o portugués con una sola palabra, a menudo el término “Self”
se traduce como “Sí mismo” (N. de la T. como hemos hecho en esta traducción). Por

346
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ejemplo, las referencias a la psicología del Self de Heinz Kohut a veces se traducen
como “Psicología del Sí mismo” o directamente como Self Psychology.
Según el diccionario Collins (2018), “self” se traduce al español como “uno
mismo” (masculino) o “una misma” (femenino), pero también como “el yo”
(equiparable al “I” inglés).
Otras traducciones del “self” como “mismo” (“same”) resaltan la relación de
este concepto con el concepto de identidad.
El adjetivo español “mismidad” designa “sameness” (“similitud”). Según el
Diccionario de filosofía abreviado (Mora, 2008), “Mismidad” es: 1. La condición de
ser uno mismo; 2. Aquello por lo que uno es uno mismo; 3. La identidad personal.
Además, “Self” como “Yo”, también es “I” y, por tanto, el Ich (Ego)
freudiano. De hecho, el término “Yo” tiene una etimología manifiestamente latina, ya
que se trata de una variación del latín vulgar “Eo”, que a su vez es una simplificación
de la palabra clásica latina “Ego”. En portugués, el término “Eu” (“I”/”yo”) tiene el
mismo origen etimológico.
Según el Diccionario de la Real Academia Española (2018), “Yo”, en su
función de pronombre personal: 1. Designa a la persona que habla o escribe
(equiparable al “I” inglés); 2. Desde una perspectiva filosófica, se refiere al sujeto
humano en cuanto persona; 3. Desde una perspectiva psicológica, se refiere a la parte
consciente del individuo, mediante la cual cada persona se hace cargo de su propia
identidad y de sus relaciones con el medio.
En español “Yo” significa selfhood (individualidad), sameness/likeness
(similitud/semejanza), es decir, lo opuesto a otherness (alteridad/otredad), y también
se emplea para referirse a la persona total.
Según el diccionario Sensagent (2018), “Yo”, desde una perspectiva
psicológica, es la parte consciente de la personalidad; sede de la percepción y centro
subjetivo de la experiencia afectiva e intelectual. Constituye, para el individuo, la
representación de su propia identidad: la distinción entre el mundo exterior y el yo.
Según el diccionario de Cambridge (2018) en español, “Yo” también podría
traducirse como “I” o “me”.
En portugués se presenta una situación similar (Diccionario Priberam 2008-
2013), puesto que “Eu” (“I” en inglés y “Yo” en español) como pronombre personal
corresponde a: 1. “Mi persona” (formal e informal) y 2. El ser consciente, la
consciencia.
De lo anterior se desprende que los términos “Yo” y “Sí mismo” tienen
significados intercambiables, como sucede en inglés entre “I” y “Self”. Además, la
estrecha relación entre el Yo español o el Eu portugués, por un lado, y la propia
subjetividad, por otro, podría, al menos en parte, explicar la menor necesidad de usar

347
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el término “sí mismo” en los estudios relacionados con la propia subjetividad en la


región latinoamericana. De hecho, una amplia búsqueda bibliográfica de
publicaciones psicoanalíticas argentinas realizada recientemente en la base de datos
de la Asociación Argentina de Psicoanálisis, certifica que el empleo del término “Yo”
triplica las referencias que el término “Sí mismo”. En la sección sobre las
elaboraciones latinoamericanas del concepto, a continuación, se presenta una
perspectiva psicoanalítica exhaustiva sobre la etimología y la semántica del Sí mismo
llevada a cabo por León Grinberg et al. (1966).

III. EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO

III. A. Orígenes preanalíticos: William James


En “Principios de psicología”, William James (1890/1992) emprendió un
estudio exhaustivo del sí mismo desde la joven disciplina de la psicología
experimental fenomenológica. Postuló la existencia de tres “Sí mismos empíricos” (El
Sí mismo material/corporal; El Sí mismo social; El Sí mismo espiritual) y el
constructo teórico de “El Yo puro”. Cada uno de estos sí mismos empíricos es capaz
de instigar sentimientos y emociones, que él llama “auto-sentimientos” “auto-
indagación” o “autoconservación”. James también reconoce un conflicto entre los
distintos Sí mismos de la experiencia, puesto que reflejan necesidades conflictivas. El
Yo puro es un constructo teórico que abarca la identidad personal y un Sí mismo puro
de unidad personal.

III. B. Orígenes psicoanalíticos


Los primeros indicios del concepto del Sí mismo los encontramos en Freud,
Ferenczi y Klein.

III. Ba. Sigmund Freud


Para Freud, el “das Ich” (traducido por Strachey como “the ego” en lugar de
“the I”, “el yo” en español) se refiere tanto a la agencia mental como a la experiencia
subjetiva. Mientras que en el original alemán este aspecto dual parece indicar una
característica importante del “Ich”, en la traducción al inglés de Strachey el giro
terminológico de “I” a “the ego” creó la necesidad de distinguir las propensiones del
yo como estructura mental, del yo como agencia psíquica del sí mismo experiencial y
fenomenológico. Freud siempre mantuvo esta dualidad del “Ich”, en ocasiones

348
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equiparándolo con el sí mismo, en otras ocasiones con la persona entera, e incluso en


otras, con un aspecto del “Ich”.
De forma indirecta, el sí mismo (Selbst) aparece por primera vez en la teoría
temprana de Freud estableciendo una antítesis entre las pulsiones autoconservadoras y
las sexuales: “… unterscheiden wir auch in der Psychoanalyse die Selbsterhaltungs-
oder Ich-Triebe von den Sexualtrieben …” , en español: “… nosotros distinguimos
también en el psicoanálisis entre las pulsiones de autoconservación o yoicas y las
pulsiones sexuales …” (Freud, 1917a. p. 4; Freud, Obras completas vol.17, 1917-19,
p. 129).
Si bien Freud señaló una mente (originalmente “Seele”/“soul”/psyche [alma])
dividida y en gran medida influenciada por las pulsiones inconscientes, su objetivo
nunca fue crear una distinción entre el sí mismo y el yo. Una de las vías que tomó
Freud para abordar lo que los psicoanalistas hoy podrían considerar como la
experiencia del sí mismo fue su teoría del narcisismo. En su ensayo “Introducción del
narcisismo” (1914), Freud empleó este concepto para explicar fenómenos como la
omnipotencia, la grandiosidad, la idealización y la elección objetal narcisista. Si bien
Freud consideraba que el amor por los objetos era una meta del desarrollo, tendía a
considerar el narcisismo como algo que el niño necesitaba superar. De hehco, Freud
presagió algunos de los hallazgos posteriores en psicología del sí mismo, como que el
poder del narcisismo infantil está relacionado con la preservación de la autoestima,
que se consigue mediante la realización de los ideales del yo, amando a otro que
posee las cualidades encontradas en ese ideal, o mediante el hecho de ser amado. En
el ensayo “Introducción al narcisismo”, Freud indica que, entre las elecciones de
objeto “según el tipo narcisista … la persona que fue [en el pasado] una parte del sí
mismo propio” (Obras completas vol.14, 1914-16, p. 87) es una de las formas que
empujan al ser humano hacia la elección del objeto. La esperanza y la expectativa del
tratamiento analítico por parte del paciente se convierte en la esperanza de “la cura
por amor” (ibid., p. 101). En la década de 1930, se introduce de nuevo el Sí mismo
como un término equiparable al Yo, cuando Freud, como se señaló anteriormente,
constata: “Normalmente no tenemos más certeza que el sentimiento de nuestro sí
mismo, de nuestro yo propio” (Obras completas vol.21, 1927-31, p. 66).
Al afirmar que en la “elección del objeto en el yo”, mediante la introyección,
la incorporación y la identificación, “el carácter del yo es una sedimentación de las
investiduras del objeto resignadas”, Freud (Obras completas vol.19, 1923-25, p. 31)
parecía indicar que lo que los teóricos más tarde llamarían “el sí mismo”, se desarrolla
mediante una sustitución gradual de las fuerzas libidinales del niño por los padres a
partir de las identificaciones. Esto concuerda con los ensayos anteriores:
“Introducción del narcisismo” (Freud 1914) y “Duelo y Melancolía” (Freud 1917).
Por tanto, el concepto de identificación proporciona un vínculo entre el mundo
intrapsíquico y el interpersonal del niño. La identificación también hizo posible que la
“realidad” desempeñara un mayor protagonismo en el desarrollo del sí mismo,
sentando las bases de las escuelas posfreudianas y las conceptualizaciones del Sí

349
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mismo y su desarrollo dentro de la psicología del yo, las relaciones objetales


británicas y norteamericanas, la psicología del Sí mismo y las perspectivas
interpersonales y relacionales.

III. Bb. Sándor Ferenczi


Un antepasado del psicoanálisis relacional e interpersonal, Sándor Ferenczi
(1913; 1929; 1932/1949) se alejó de Freud debido a sus diferencias en cuanto al papel
que desempeña la realidad traumatizante en la creación de la psicopatología. Ferenczi
consideraba que, generalmente, la experiencia traumática era perpetrada sobre el niño
por otro malevolente y, por tanto, entendía que la patología que se desprendía de ello
era causada por una división en el sí mismo (disociación) que sirve para proteger al
niño de pensamientos y sentimientos insoportables. Esta visión del trauma como
generador de disociación psicopatológica, que para algunos consistía en una
elaboración de la “hipótesis de seducción” propuesta por Freud en 1896, se encuentra
muy cerca de las teorías relacionales contemporáneas de Philip M. Bromberg y
Donnell Stern. A Ferenczi también se lo reconoce por presagiar la psicología del sí
mismo, con un énfasis en el papel fundamental del cuidador empático para el
desarrollo de un sentido saludable del sí mismo. Por lo general, Ferenczi consideraba
que las patologías del sí mismo eran el resultado de fallas empáticas, la más extrema
de las cuales constituía el trauma.

III. Bc. Melanie Klein


Cuando Klein se dio cuenta de que las pulsiones primitivas, constitutivas de
los esfuerzos preedípicos y edípicos, eran cruciales para el desarrollo temprano y
formativo, prefirió el término “yo” al “sí mismo”. Consideró la evolución el “yo” en
relación con su función mediadora, en gran medida inconsciente, de las agresiones
potencialmente aniquiladoras. Como su “yo/sí mismo” es primordialmente
inconsciente y está en gran medida involucrado en la regulación de la pulsión, tiene
poca relación con la noción de un sí mismo organizado en torno a la experiencia
subjetiva. Mientras que, en sus trabajos anteriores, Klein tendía a emplear los
términos yo y sí mismo de forma intercambiable, más tarde sostuvo que el sí mismo
“cubre a la personalidad total, que incluye no sólo el yo, sino también la vida
instintiva, que Freud denominó el ello …” (Klein, 1959/1984, p. 249, énfasis en el
original). Esto delimita al yo a ser la parte organizada del sí-mismo.
Klein hace referencia al ensayo de Freud sobre el masoquismo (Freud, 1924)
cuando describe los fundamentos del miedo a la aniquilación como “[l]a amenaza al
yo proveniente del instinto de muerte operando interiormente … ligada a los peligros
que se siente provenir de la madre y padre devoradores internalizados …” (Klein
1948, p. 117). La posición esquizo-paranoide y la posición depresiva de Klein
“describen las formas fundamentales en que el amor y el odio, junto con el sí mismo y

350
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el objeto, se gestionan en el desarrollo de un mundo interno” (Auchincloss y Samberg


2012, p. 232). Klein (1940) consideraba que la posición depresiva estaba dominada
por las ansiedades de objeto, mientras que la posición precedente esquizo-paranoide
estaba dominada por ansiedades sobre el sí mismo. Para Klein, la formación de un
sentido estable y resistente del sí mismo depende de la capacidad de regular el afecto
por medio del logro de la posición depresiva (Klein, 1946). La posición depresiva, por
tanto, afianza la “capacidad de elegir”, que se convertirá en una característica esencial
de la maduración de “el sí mismo”.
Por lo general, Klein suele usar el término de manera intercambiable con el
yo. Sin embargo, podría discernirse un matiz entre el yo y el sí mismo con relación al
hecho de que a menudo el término “yo” designa un papel activo en el desarrollo del
niño, como se ilustra en “Nuestro mundo adulto”: “A la luz de mi labor analítica con
niños, llegué a la conclusión de que la introyección y la proyección funcionan desde
el comienzo de la vida postnatal como dos de las primeras actividades del yo, el cual,
según mi criterio, actúa a partir del nacimiento” (Klein, 1959/1984, p. 250). El
término “Sí mismo”, por otro lado, lo emplea con más frecuencia para describir las
relaciones de objeto, como por ejemplo, en la descripción de las posiciones
esquizoides paranoides y depresivas y, más comúnmente, cuando Klein aborda el
papel de las relaciones tempranas en el desarrollo de la psique del bebé.
Por otra parte, el Sí mismo también se gana un lugar en su teoría de la
identificación proyectiva, concretamente durante la posición esquizo-paranoide
dominada por las ansiedades del sí mismo. En “Envidia y gratitud”, mientras explora
los procesos de escisión que apuntalan a la posición esquizo-paranoide, Klein
distingue un yo fuerte capaz de identificarse con un único objeto, y un yo débil sujeto
a una identificación indiscriminada con muchos objetos. Ella afirma, “… la plena
identificación con un objeto bueno es acompañada por el sentimiento de poseer
bondad propia. Cuando los sucesos son adversos, la excesiva identificación
proyectiva, mediante la cual son proyectadas en el objeto las partes disociadas del
individuo, lleva a una fuerte confusión ente individuo y objeto en la que este último
también viene a representar al individuo” (Klein, 1975, p. 192).

IV. REPERCUSIONES GLOBALES DEL CONCEPTO: LA MIDDLE


SCHOOL BRITÁNICA DE LAS RELACIONES OBJETALES Y LA TEORÍA
ESTRUCTURAL POSFREUDIANA

Por lo general, el concepto del Sí mismo cobra una articulación más explícita
en el psicoanálisis posfreudiano. En Europa, se considera que el concepto del Sí
mismo se origina en la conceptualización de las teorías de relaciones objetales de la
Middle School británica. En América del Norte, donde las diferentes

351
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conceptualizaciones del sí mismo y las relaciones objetales se consideran aspectos de


las conceptualizaciones psicoanalíticas, el siguiente paso en la elaboración del
concepto del Sí mismo se dio en los desarrollos posfreudianos de la teoría
estructural/psicología del yo.
Otras elaboraciones concomitantes relacionadas con los estudios de
observación, investigación y psicoanálisis infantil y adolescente se consideran
relevantes en ambos continentes, así como el trabajo dinámico con patologías graves.
Estas elaboraciones se concretan a continuación, puesto que pertenecen a autores
específicos (Jacobson, Mahler y otros), en el apartado sobre psicoanálisis infantil y
adolescente, donde se materializa su influencia en el contexto de las elaboraciones
contemporáneas en Europa.

IV. A. El sí mismo en las relaciones objetales de la “Middle School” británica


Teóricos posteriores de las relaciones objetales, como Fairbain (1952, 1954,
1963) y Winnicott (1960, 1965), restaron importancia a la centralidad de las
pulsiones, haciendo posible que surgiera un concepto más cohesivo y completo del sí
mismo a partir de la multitud de experiencias interpersonales en las que participa el
bebé. De esta manera, el psicoanálisis fue capaz de explicar la formación de varias
formas del sí mismo que otros emplean para darle forma y fomentar su desarrollo
posterior.

Ronald Fairbairn
Fairbairn (1952, 1963), no utiliza directamente la palabra sícmismo en su
teoría psicoanalítica, pero emplea el “yo”, de la misma forma que Freud empleó “das
Ich” en sus escritos preestructurales para designar el sí mismo. John Sutherland
(1994) confirma que: “Fairbairn aceptó que el ‘sí mismo’ es un término más
apropiado para la mayoría de sus consideraciones, ya que se refiere al conjunto del
que se desprenden los sí mismos secundarios. El yo es útil para el sí mismo central, es
decir, para la parte dominante del sí mismo que incorpora los propósitos y los
principales objetivos del individuo en sus relaciones con el mundo exterior y con el
que generalmente se asocia la conciencia” (p. 21).
Las principales características del sí mismo de la teoría estructural de
Fairbairn son las siguientes:
Las personas están relacionadas con los objetos, por lo tanto, el sí mismo se
define desde el punto de vista de la relación personal. El niño/individuo busca objetos
en lugar de placer. El sí mismo existe desde el principio y no es el resultado de la
experiencia. Es un requisito previo y, al mismo tiempo, es el requisito previo para
nuevas experiencias y un mayor desarrollo. El sí mismo proporciona continuidad y
matices al desarrollo posterior.

352
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“El sí mismo en la teoría de Fairbairn es un centro vivo, que crece y se


autodefine. Él lo consideraba el punto de partida del proceso psíquico humano. De
estos principios básicos se desprende que es posible que el sí mismo tenga relaciones
con otros seres humanos, a pesar de que todavía no los haya diferenciado
representacionalmente como objetos separados del sí mismo. Inicialmente, este sí
mismo se relaciona con el mundo con poca base experiencial para diferenciar el sí
mismo del objeto” (Rubens, 1994, p. 432).
Durante el desarrollo, se forman subsistemas dentro del sí mismo que forman
parte de la estructura endopsíquica de Fairbairn. Fairbairn (1963) lo define de la
siguiente manera: “…el yo [sí mismo] original se divide en tres yos: un yo central
(conciencia) unido al objeto ideal (yo ideal), un yo libidinal reprimido [sí mismo]
unido al objeto excitante (o libidinal) y un yo antilibidinal reprimido [sí mismo] unido
al objeto rechazador (o antilibidinal). […] Esta situación interna representa una
posición esquizoide básica, más fundamental que la posición depresiva descrita por
Melanie Klein. […] El yo [sí mismo] antibidinal, en virtud de su apego con el objeto
rechazador (antilibidinal), adopta una actitud hostil e intransigente hacia el yo [sí
mismo] libidinal y, en consecuencia, tiene el efecto de reforzar poderosamente la
represión del yo libidinal por parte del yo central” (p. 35).
En este sentido, según Robbins (1994), algunas ideas de la teoría relacional
objetal de Fairbairn anticipan las elaboraciones que culminan en la psicología del Sí
mismo de Kohut (Grotstein y Rinsley, 1994). (Ver la entrada TEORÍAS DE LAS
RELACIONES OBJETALES)

Donald Winnicott
Donald Winnicott, figura central de la “Middle School” británica, ejerce una
influencia histórica y contemporánea en la evolución del concepto del Sí mismo que
va mucho más allá de su Inglaterra natal. Si bien es más influyente en Europa, su
influencia prolifera en gran parte del pensamiento contemporáneo de América del
Norte y América Latina.
Winnicott (1965) sitúa la relación madre-hijo en el centro del desarrollo del sí
mismo. En su modelo, el bebé busca instintivamente el reconocimiento y el apoyo de
la madre. Considera que el “sí mismo” naciente del bebé es capaz de tener “gestos
espontáneos” e “ideas personales” (Winnicott, 1960, p. 148). Pero el “sí mismo” solo
puede desarrollarse en el contexto de una serie de interacciones con un cuidador que
lo ame. Valiéndose de sus años de experiencia en pediatría, Winnicott destacó el
impacto de la “relación real” entre madre e hijo. En su opinión, la omnipotencia del
bebé estriba en el “ambiente facilitador” materno, pero las fallas inevitables de los
padres, en el contexto de una “maternidad suficientemente buena” (Winnicott, 1953),
hacen posible que el niño desarrolle un sí mismo resistente y saludable (“el verdadero
sí mismo”). En el mejor de los casos, el bebé es capaz de utilizar el objeto (madre)

353
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“despiadadamente”, sin tener en cuenta la subjetividad del objeto (madre). El


desarrollo saludable depende de que la madre-objeto sea capaz de “sobrevivir”, es
decir, satisfacer las necesidades de su bebé de forma “suficientemente buena”
mientras mantiene su propia subjetividad. De esta manera, el niño puede darse cuenta
de que hay un “otro” que sobrevive a su agresión y existe fuera de su control
omnipotente. Esto facilita el desarrollo de un sí mismo capaz de relacionarse con
objetos de forma verdadera y de tener empatía. Si la subjetividad de la madre
interfiere con su capacidad de hacer frente a las agresiones del niño y satisfacer sus
necesidades, se desprende una sensación de frustración y fragmentación que da lugar
a un “falso sí mismo” construido a la defensiva. En este escenario, el bebé aprende a
adaptarse prematuramente a las necesidades de su madre para sobrevivir.
Por lo tanto, para Winnicott, el comienzo es la unidad madre-hijo. “Al
principio, el individuo no constituye una unidad” (1952, p. 221). Desde la perspectiva
del bebé, inicialmente no hay una diferenciación entre el sí mismo y el objeto. El bebé
se encuentra en un estado de no integración: “Nosotros postulamos una no integración
primaria” (1945, p. 149) que depende completamente del sotén sensible de la madre,
un sostén que es tanto físico como psíquico. A partir de lo que Winnicott llama
“preocupación materna primaria” (1956), la “madre devota ordinaria” se halla en un
estado de mayor sensibilidad hacia su bebé, lo que le “permite adaptarse delicada y
sensiblemente a las necesidades del pequeño desde el principio” (1956, p. 302). Este
sostén maternal crea para el bebé las condiciones para lo que Winnicott describe
como el “going-on-being” [“estar siendo”] (1960a), es decir, el comienzo de una
continuidad personal que sienta las bases para el comienzo de un sentido de sí mismo.
Este sentido de sí mismo se basa principalmente en experiencias y funciones
corporales. Si el sostén materno es deficiente, ya sea por ausencias prolongadas o por
transgresiones intrusivas, el sentido de continuidad del sí mismo del bebé se rompe y
éste se ve abocado a un estado de ansiedad impensable (como cayendo para siempre,
despedazándose y perdiendo la orientación) contra la que el niño reacciona
instintivamente con un “autocontrol” rígido y prematuro (1962, p. 58). Este es un
aspecto del “sí mismo falso” (o “falso self”, ver más abajo), que “oculta y protege el
núcleo del sí mismo” (ibid.).
El paso gradual de la no integración a la integración comienza temprano
gracias a los procesos innatos y naturales del bebé, el sostén materno y las
experiencias satisfactorias de las pulsiones.
Winnicott hace una distinción entre la “relación con el yo” y la “relación con
el ello”. La primera está relacionada con la función sostenedora de la madre, la
segunda con la madre como objeto de los impulsos pulsionales del bebé. El sí mismo
primitivo es despiadado. “Tenemos que postular una relación objetal que al principio
es cruel o despiadada” (1945, p. 154). El cambio de la “pre-ruth” [“pre-compasión”] a
la “ruth” [“compasión”] viene más tarde y pertenece al desarrollo de la capacidad de
preocupación en la posición depresiva. En “Desarrollo emocional primitivo” (1945),
Winnicott escribe:

354
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“Procuraré describir con los términos más sencillos este fenómeno tal como yo
lo veo. En términos del bebé y del pecho de la madre (no pretendo decir que el
pecho sea esencial en tanto que vehículo del amor materno), el bebé siente
unas necesidades instintivas y apremiantes acompañadas de ideas predatorias.
La madre posee el pecho y la facultad de producir leche, y la idea de que le
gustaría verse atacada por un bebé hambriento. Estos dos fenómenos no
establecen una relación mutua hasta que la madre y el niño vivan y sientan
juntos. … Veo los procesos como dos líneas que proceden de distintas
direcciones y son susceptibles de acercarse la una a la otra. Si coinciden se
produce un momento de ilusión …” (Winnicott, 1945, p. 152).
Siempre que la adaptación de la madre sea suficientemente buena, que se
presente de una manera y en un momento que “se corresponda con la capacidad del
bebé para crear” (Winnicott, 1953, p. 12), el bebé tiene la fantasía de crear el seno. El
seno es un “objeto subjetivo”, creado omnipotentemente por el bebé. Sin esta ilusión,
escribe Winnicott, “no hay contacto posible entre la psique y el ambiente” (Winnicott,
1952, p. 223). La experiencia de la omnipotencia, de la ilusión, es la base del sentido
rudimentario del sí mismo y de una relación personal y creativa con el mundo. La
alternativa es una relación reactiva, basada en la adaptación, en que el impulso
personal está ausente y la vitalidad está ausente. En esta situación, el niño se relaciona
con el mundo desde una posición falsa de sí mismo, que lo lleva una sensación de
inutilidad y a un desarrollo frustrado de la capacidad para formar símbolos y del uso
de objetos de transición.
La cuestión del desencanto, es decir, la pérdida de la omnipotencia y la
entrada del principio de realidad llega más tarde. Sin la ilusión primaria, el proceso de
desencanto pierde significado. “La tarea final de la madre,” escribe Winnicott,
“consiste en desilusionar al bebé de forma gradual, pero no lo logrará si al principio
no le ofreció suficientes oportunidades de ilusión” (1953, p. 11).
Se puede observar que en la teoría de Winnicott de los orígenes de la vida
mental hay una especie de modelo dual. Los estados del bebé de no separación se
alternan con los estados en que experimenta un sentido de separación incipiente, una
vaga comprensión de algo que no soy yo, especialmente cuando no se satisfacen las
necesidades y cuando la actividad muscular (que Winnicott asocia con la agresión)
encuentra una resistencia. “En este sentido,” escribe, “el niño puede satisfacer el
principio de realidad aquí y allí, en un momento y otro, pero no en todas partes a la
vez; es decir que conserva áreas de objetos subjetivos, junto con otras áreas en las
cuales hay una relación con objetos percibidos objetivamente, u objetos ‘no yo’”
(1962, p. 57). Por lo tanto, el bebé oscila entre estos dos estados, pero de nuevo, lo
importante aquí es que le dan oportunidades para la ilusión de crear el objeto, que es
la base original para el desarrollo de un sentido del sí mismo personal.
La función del sí mismo falso es proteger al sí mismo verdadero de ser
explotado y así poder manejar la relación con el ambiente. Winnicott describe grados

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de organizaciones falsas: “En un extremo, el sí mismo falso se establece como real y


es lo que los observadores tienden a pensar que es la persona real. Pero en las
relaciones de vida … el sí mismo falso empieza a fallar … el sí mismo verdadero está
oculto … Extremo inferior: el sí mismo falso defiende al sí mismo verdadero … [el
cual] es reconocido como potencial y se le permite una vida secreta … Más hacia la
salud: el sí mismo falso tiene como interés principal la búsqueda de condiciones que
le posibilitan al sí mismo verdadero hacer valer sus méritos. Cuando esas condiciones
no pueden encontrarse, hay que organizar una nueva defensa contra la explotación del
sí-mismo verdadero … En la salud: el sí mismo falso está representado por la
organización total de la actitud social cortés y bien educada, un ‘no decir las cosas
con franqueza y sinceridad’” (1960b, pp. 142-143).
Un aspecto del sí mismo falso y su función posibilitadora prematura que
señala Winnicott (1949), es cuando “el pensamiento del individuo empieza a asumir
el control y a organizar el cuidado del psiquesoma, mientras que en condiciones
saludables esto es función del medio … la psique del individuo es ‘seducida’ a entrar
en la mente y alejarse de la íntima relación que originariamente sostenía con el soma”
(pp. 246-47). Existe entonces una disociación entre la capacidad intelectual y la
existencia psicosomática, en que “el individuo [intenta] resolver el problema personal
mediante el empleo de un intelecto afinado. [Esto] resulta un cuadro clínico peculiar
por la facilidad con que engaña” (1960b, p 144). En esta situación, el individuo
experimenta una pérdida profunda del sentido de sí mismo, para el que es esencial un
vínculo estrecho entre la psique y el soma.
Winnicott es intencionalmente vago cuando habla del sí mismo verdadero. “La
idea del sí mismo verdadero se justifica principalmente para tratar de comprender al sí
mismo falso, porque no hace más que reunir los detalles de la experiencia de estar
vivo” (1960b, p. 148). El sí mismo verdadero es un potencial innato y único para cada
individuo, que depende fundamentalmente de un ambiente facilitador para poder
articularse y experimentarse. Es la fuente de la creatividad y del sentimiento de
realidad y de estar vivo “[e]n las etapas más tempranas, el sí mismo verdadero es la
posición teórica de la que proviene el gesto espontáneo y la idea personal … El sí
mismo verdadero surge de los tejidos y las funciones corporales … Está
estrechamente vinculado con la idea del proceso primario” (ibid.), es decir, tiene una
conexión profunda con el inconsciente y los sueños. En uno de los ensayos de
“Realidad y juego”, Winnicott escribe sobre “los sueños profundos que residen en el
núcleo de la personalidad” (1971, p 109). Es decir, el sí mismo verdadero es primario
y “el concepto de una realidad interna individual de los objetos corresponde a una
etapa que es posterior a la del concepto de lo que denominamos sí mismo verdadero”
(1960b, p. 149).
En el rico y complejo ensayo, “El comunicarse y el no comunicarse que
conducen a un estudio de ciertos opuestos” (1963), Winnicot revisa sus pensamientos
sobre el sí mismo verdadero y le otorga una calidad más enigmática. Sugiere que “en
la salud hay un núcleo de la personalidad que corresponde al sí mismo verdadero de la

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personalidad escindida; sugiero que este núcleo nunca se comunica con el mundo de
los objetos percibidos y que la persona individual sabe que nunca tiene que
comunicarse con la realidad externa ni ser influida por ella … En el centro de cada
persona hay un elemento incomunicado, sagrado y merecedor en grado sumo de que
se lo preserve” (1963, p. 187). Este centro interno es “eternamente inmune al
principio de realidad, y por siempre silencioso” (ibid, p. 192). Es silencioso en tanto
que no se comunica con el mundo exterior, y también en el sentido de que existe una
comunicación silenciosa, interna y onírica con los objetos y fenómenos subjetivos,
“que da la sensación de ser real” (ibid, p. 184). Real en tanto que conlleva una
conexión con el elemento central y personal del individuo.
El acceso a este centro interno no comunicativo es inherente a la capacidad del
individuo saludable de estar solo, puesto que es a partir de esta posición que surge el
contacto espontáneo con los demás. Winnicott llama a la comunicación central
silenciosa “directa” y la comunicación con objetos externos “indirecta”. Es indirecta
en el sentido de que solo tiene una conexión derivada con respecto al centro de la
personalidad y, al mismo tiempo, activa la comunicación con los demás.
El pensamiento de Winnicott fue directa e indirectamente influyente en
muchas elaboraciones sucesivas de las teorías del Sí mismo en los tres continentes
psicoanalíticos, incluidas las de Mahler, Bollas, Gaddini, Gammelgaard, Badaracco,
Bleichmar y muchos otros.

IV. B. El sí mismo en la psicología del yo y la teoría estructural posfreudiana


Los psicólogos del yo, con su interés por las complejidades del
funcionamiento yoico, la adaptación y el desarrollo temprano (Hartmann, 1939/1958,
1964; Freud A., 1936/1992; Spitz, 1950) intentaron combinar sus hallazgos clínicos
con la metapsicología de Freud. Sus teorías psicológicas/estructurales del yo
enfatizaban los vínculos entre el funcionamiento yoico y el desarrollo de las
relaciones de objeto y el sí mismo.
Heinz Hartmann (1939, 1950), tratando de minimizar las ambigüedades
inherentes al “Ich” de Freud y la controvertida traducción de Starchey por “Ego”,
definió el sí mismo como una persona total, una personalidad u organización que
comprende la psique y el soma, desde el yo, como un sistema o estructura psíquica:
“… al usar el término narcisismo, parecen fundirse en uno dos series de
opuestos. Una se refiere al sí mismo (a nuestra propia persona), en contraste
con el objeto, y la segunda al yo (como sistema psíquico), contraponiéndolo a
otras subestructuras de la personalidad. No obstante, lo opuesto a la catexia de
objeto no es la catexia del yo, sino la catexia de la propia persona, es decir, la
catexia del sí mismo. Al hablar de la catexia del sí mismo no damos a entender
si esa catexia está situada en el ello, el yo o el superyó … en realidad
encontramos ‘narcisismo’ en los tres sistemas psíquicos, pero en todos los

357
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casos existe una oposición a la catexia objetual (y una reciprocidad con ella).
Por eso debe ponerse en claro si definimos el narcisismo como la catexia
libidinal no del yo, sino del sí mismo. (Puede ser también útil aplicar el
término representación del sí mismo como opuesto a la representación de
objeto)” (Hartmann, 1950, p. 84f).
En el dominio del Sí mismo, Hartmann trató de distinguir el sí mismo,
la autoimagen y la autorrepresentación, que contrastó, en oposición y reciprocidad,
con las representaciones de objeto. Para su definición económica del narcisismo como
un investimento libidinal del sí mismo, Hartmann se valió del ensayo de Freud,
“Introducción del narcisismo” (Freud 1914), anterior a la teoría de las pulsiones de
1920 y a la teoría estructural de 1923, pero no abordó la agresión ni los problemas con
los conceptos relacionados con el narcisismo, el yo y el sí mismo, ni su relación con
el aparato psíquico, su estructura o su función (Blum, 1982). Todas estas cuestiones
las exploraron las siguientes generaciones de pensadores freudianos (Jacobson, 1964;
Blum, 1982; Rangell, 1982; Kernberg, 1982), quienes también formularon nuevas
teorías del sí mismo (abajo).
Sin embargo, la distinción incipiente de Hartmann entre el sí mismo como
persona y la representación intrapsíquica de la persona o la autorrepresentación sigue
siendo válida hoy en día. De hecho, en las elaboraciones influyentes de Jacobson y
Mahler (a continuación), recupera algunos de los aspectos duales del “Ich” freudiano.
Erik H. Erikson (1950, 1956, 1959) amplió el modelo del conflicto de Freud
y lo situó en un contexto social y cultural donde tiene lugar el desarrollo. En contraste
con el enfoque intrapsíquico y psicosexual de Freud, Erikson enfatizó el papel
determinante de los factores sociales y ambientales en el desarrollo. Entendía el
desarrollo como un proceso que duraba toda la vida y lo dividió en ocho estadios,
cada uno organizado en torno a un conflicto psicosocial (por ejemplo, Primer estadio:
Confianza vs Desconfianza). Si bien consideraba que las identificaciones, empezando
por las de la infancia y la niñez, eran el modo principal de desarrollo del sí mismo,
pensaba que la adolescencia, a medio camino entre la niñez y la adultez, era un
periodo crítico para la consolidación de la identidad. Según Erikson, la identidad
generalmente se forma después de tener cierta experiencia con la confusión de roles y
la experimentación social. Acuñó el término “crisis de identidad” para describir las
turbulencias que a menudo acompañan al desarrollo de un sentido del sí mismo. Para
Erikson, este punto de inflexión en el desarrollo humano parece comportar la
reconciliación entre la persona que uno ha llegado a ser con la persona que la
sociedad espera que sea. Este sentido emergente del sí mismo comprende el proceso
de forjar experiencias pasadas con anticipaciones de las futuras.
Edith Jacobson (1964), siguiendo tanto a Freud como a Hartmann y
valiéndose de su experiencia clínica con pacientes psicóticos, aclaró aún más la
diferenciación entre las representaciones del sí mismo y las de objeto de las
introyecciones tempranas y el desarrollo de estas estructuras. Jacobson trató de

358
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conciliar el énfasis de Freud en los procesos internos vinculados a las pulsiones con la
importancia de la experiencia real, mediante un modelo de desarrollo que explicara
sus interacciones e influencias mutuas y constantes. Jacobson hizo hincapié en que el
yo y el superyó se desarrollaban en tándem con el sí mismo y las representaciones
objetales, y destacó el papel central del afecto en este proceso. Introdujo la
conceptualización de las “imágenes”, especificando que la génesis de las
representaciones del sí mismo y del otro eran determinantes clave para el
funcionamiento mental (Fonagy, 2001).
Jacobson (1954) se dio cuenta de que antes de la formación de los límites del
sí-mismo-otro, la percepción que tiene el bebé sobre el otro modela directamente la
experiencia del sí mismo. Por lo tanto, la crucial interacción entre la experiencia real
y la pulsión (libido y agresión) desemboca en un sentimiento de las experiencias
anteriores y sienta las bases para las imágenes del sí mismo y los objetos que pueden
determinar cómo podemos sentirnos sobre nosotros mismos y sobre los demás. Por
ejemplo, las experiencias traumáticas pueden conducir a la internalización de las
imágenes de un objeto frustrante y retentivo y de un sí mismo enojado y frustrado,
mientras que una preponderancia de interacciones satisfactorias puede conducir a la
internalización de imágenes positivas del sí mismo y de los demás.
En su conceptualización de la separación-individuación, Jacobson se valió de
las descripciones de Freud (1940) de la libido y la agresión como fuerzas de
formación y ruptura de conexiones. Consideraba que la libido era esencial para que el
niño integrara imágenes opuestas de objetos buenos y malos y del sí mismo bueno y
malo, así como la agresión proporcional que causaba la separación y la diferenciación
entre las imágenes del sí mismo y de los demás en el desarrollo. Sin embargo, un
exceso de agresión puede hacer descarrilar este proceso. Jacobson señaló que la
integración de imágenes buenas y malas (es decir, la madre “buena” o la “frustrante”)
facilitaba la capacidad de tolerar estados de ánimo conflictivos que, a su vez, hacían
posibles las experiencias emocionales e interpersonales complejas.
En su trabajo seminal, “El Sí mismo y el mundo objetal” (1964), Jacobson
combinó la teoría metapsicológica clásica con la fenomenología de la experiencia y
propuso que las pulsiones instintivas no vienen “dadas”, sino que son “potenciales
innatos” moldeados por procesos de maduración internos, así como por factores
ambientales. Por lo tanto, el “mundo representacional” del niño (Sandler y Rosenblatt,
1962) se construye a partir de la experiencia consigo mismo y el ambiente sobre su
sustrato psicobiológico innato.
Según Jacobson, el bebé adquiere representaciones de sí mismo y objetales
con valencias amorosas o agresivas, según sus experiencias gratificantes o frustrantes
con la madre. Su término “representación” hace referencia al impacto experiencial del
mundo interno y externo. Jacobson consideraba que las autorrepresentaciones eran
estructuras complejas que comprendían “la representación intrapsíquica inconsciente,

359
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preconsciente y consciente del sí mismo corporal y mental en el sistema del yo”


(Jacobson 1964, p. 19).
Las formulaciones de Jacobson aportan un trasfondo teórico a la investigación
de Margaret Mahler (1979) sobre el autismo y la psicosis simbiótica de la niñez, y a
los estadios de separación-individuación normales y anormales.

Margaret Mahler: El sí mismo en la teoría de la separación-individuación


Mahler proporciona datos de observación directa y psicoanalíticos que hacen
posible identificar los estadios que postula Jacobson. El interés original de Mahler en
el desarrollo temprano del niño deriva de su estudio sobre las patologías severas en
niños (el autismo y la psicosis simbiótica), en las que identificó una incapacidad
extrema para formar una relación enriquecedora con los cuidadores (Mahler, Ross y
DeFries, 1949; Mahler, 1952; Mahler y Gosliner, 1955). Esto llevó al planteamiento
de una teoría normativa sobre el desarrollo del niño en que las relaciones objetales y
del sí-mismo se consideraban consecuencia de las vicisitudes instintivas (ver también
la entrada TEORÍAS DE LAS RELACIONES OBJETALES). Aunque los principios
organizativos de Mahler se basaban en las relaciones entre un sí mismo y los objetos,
con énfasis en los aspectos transaccionales del crecimiento y el desarrollo, éstos
derivaban de la teoría clásica de las pulsiones. El establecimiento de un sentido de
“separación de” y de “relación con” concierne, por encima de todo, a la experiencia
del propio cuerpo y la relación con el objeto de amor primario.
Para Mahler, la clave del desarrollo exitoso era el paso de la relación
simbiótica madre-niño a la consolidación de una identidad individual estable dentro
de un mundo de otros predecibles y percibidos de forma realista. Este proceso se
denominó “Separación-Individuación”, o el “nacimiento psicológico” del niño. Estos
son procesos de desarrollo complementarios, pero diferenciados: la Separación se
define como el surgimiento del niño de una fusión simbiótica con la madre, mientras
que la Individuación consiste en aquellos logros que conducen al niño a asumir sus
propias características individuales (Mahler et al, 1975, p. 4).
Al principio, Mahler suponía que el niño supera el “autismo normal” a través
de un período de simbiosis, y que las cuatro subfases se desarrollan secuencialmente
durante el proceso de Separación-Individuación (Mahler, Pine y Bergman, 1975).
Posteriormente, al darse cuenta de que desde que nacen, los niños muestran signos de
una conciencia de su entorno y los objetos que contiene que va en aumento, renunció
al concepto de los dos primeros meses de vida del recién nacido, inicialmente
considerados como la Fase Autística Normal, basada en el narcisismo primario y en
una barrera de estímulos. En su trabajo posterior, la barrera de estímulos se convierte
en un “filtro de estímulos”, un término sugerido por Blum (Blum, 2004b).
Sin embargo, aunque Mahler más tarde abandonara la Fase Autística y
modificara sus resultados sobre la fase Simbiótica, muchos analistas europeos siguen

360
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utilizando su descripción inicial de las dos fases, como precursoras arcaicas


(“prehistoria”) del surgimiento del Sí mismo, cuyos elementos se manifiestan
potencialmente en diversas patologías graves del Sí mismo, distintamente
conceptualizadas en niños y adultos.
En la descripción original de Mahler, en la fase Autística Normal hay una
relativa ausencia de investimento de estímulos externos y prevalecen los procesos
fisiológicos en lugar de los psicológicos. En este estado de narcisismo primario
absoluto, el objetivo es lograr un equilibrio homeostático del organismo con el
entorno externo. El estado autístico es un estado de indiferenciación o fusión con la
madre en que el yo todavía no se ha diferenciado del no yo, y la realidad interna y
externa comienzan a percibirse de forma separada.
A partir del segundo mes –la Fase Simbiótica–, el bebé supuestamente apenas
se da cuenta de los objetos y se encuentra en un estado de fusión “somatopsíquica
delirante” (Mahler et al, 1975, p. 45): un estado de relación positiva, en un contexto
intrapsíquico que no tiene límites entre el sí mismo y los otros (Fonagy, 2001).
Durante esta fase, la madre sensible establece y mantiene un diálogo afectomotor
apropiado con el bebé a través del contacto visual, la expresión facial, el tacto, el
agarre, etc. que contribuye a la integración de la modulación y la regulación del afecto
(Blum, 2004).
En la descripción original, la fase Simbiótica comienza en el momento en que
la barrera de estímulos, o el caparazón autístico que mantiene alejados a los estímulos
externos, empieza a romperse. El bebé comienza a tener una vaga conciencia del
objeto que satisface sus necesidades, el cual, sin embargo, abarca una unidad dual, en
la que el sí mismo todavía no tiene los límites definidos. Poco a poco, el niño adopta
una nueva actitud de tenacidad e intencionalidad que indica que está “emergiendo”, y,
entorno a los 4-6 meses, comienza el intento de experimentar la separación-
individuación, estructurando las representaciones internalizadas del Sí mismo, las
cuales son distintas de las representaciones internas de los objetos.
La Fase de Separación-Individuación, de 4-6 meses a los 36 meses, consta de
varias subfases:
La primera es la “Diferenciación/Eclosión”, de 4-6 meses a los 9 meses,
cuando el niño comienza a diferenciar la representación del sí mismo de la madre/otro
(Mahler et al., 1975), al pasar de la tendencia a amoldarse al cuerpo de la madre a
preferir una exploración más activa y autodeterminada.
Durante la segunda subfase de “Ejercitación”, de 10 a 15-16 meses, el niño
practica la locomoción para aumentar la separación física de la madre y continuar el
proceso de diferenciación. Este es el período en que Mahler sitúa el “nacimiento
psicológico” real del niño. Con la locomoción vertical se expanden los horizontes del
niño y éste se emociona porque “el mundo está a sus pies”. En palabras de Greenacre
(1957), es la culminación de su “historia de amor con el mundo”. Este es el momento,

361
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como conceptualiza Mahler, en que culminan tanto el narcicismo (secundario) como


el amor objetal (Mahler et al., 1975). En este punto, además, el niño alcanza “la
cumbre de su ‘omnipotencia mágica’ proveniente de su sentido de compartir los
poderes mágicos de su madre” (Fonagy, 2001, p. 66). En la subfase de “ejercitación”,
gracias a la adquisición de la marcha autónoma, el niño establece un aparato del yo
autónomo muy cerca de la madre. Este pasaje representa la línea de desarrollo que
hace posible que el interés del niño pase de la madre a los objetos inanimados, lo que
significa que el investimento libidinal se pone al servicio del funcionamiento yoico
autónomo.
La subfase de “Acercamiento”, de 15-18 a 24 meses, se caracteriza por una
conciencia de separación, ansiedad de separación y una mayor necesidad de estar con
la madre (Mahler et al., 1975). El niño que se estaba volviendo cada vez más
independiente, ahora comienza a darse cuenta de lo pequeño que es en el mundo, lo
que conlleva una pérdida del sentido ideal del sí mismo y la reaparición de una
especie de ansiedad de separación. El niño se da cuenta de que la madre es en realidad
una persona separada que no siempre puede estar disponible, dando lugar a la “crisis
de acercamiento”. Durante la “crisis de acercamiento”, la actitud afectiva del niño es
ambivalente y oscila entre una necesidad de aferrarse a la madre y una poderosa
necesidad de separarse de ella. En este período la escisión se encuentra en su apogeo
(Greenberg y Mitchell, 1983). También es el período durante el cual se acelera el
desarrollo de algunas funciones yoicas autónomas, marcadas por la rápida adquisición
del lenguaje y por la aparición de pruebas de realidad. Se está tomando conciencia de
las diferencias de género y de la identidad de género, que interactúan con el proceso
de diferenciación.
La disponibilidad emocional óptima de la madre, incluida su aceptación de la
ambivalencia del niño, le permite al niño investir la representación del Sí mismo con
energía libidinal. El miedo de perder el amor objetal se hace más evidente, en lugar
del miedo a perder el objeto de amor. Durante la “crisis de acercamiento”, a medida
que el niño abandona la ilusión de su propia grandeza, a menudo a través de peleas
dramáticas con la madre, puede utilizar a la madre como una extensión del Sí mismo,
un proceso que le permite negar temporalmente la dolorosa conciencia de estar
separado de ella. Finalmente, el declive de la omnipotencia infantil se compensa con
identificaciones selectivas con la madre competente, tolerante y cariñosa (Blum,
2004).
El logro de la “Constancia de Objeto”, durante los 24-36 meses, y la
constancia del Sí mismo, es la subfase final del proceso de Separación-Individuación
y un hito importante del desarrollo. Las dos tareas principales de este período son el
desarrollo de un concepto estable del sí mismo y un concepto estable del otro, y se
organizan en torno a los copartícipes de todas las relaciones objetales del niño
(Greenberg y Mitchell, 1983). Óptimamente, el niño podrá mantener un sentido de su
propia individualidad, así como un sentido del otro como una presencia interna,
positivamente catectizada. Puede funcionar por sí solo, en ausencia de la madre/otro,

362
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y ser capaz de comprender más plenamente la experiencia separada del sí mismo y la


madre, su mente separada y los intereses e intenciones del otro. A medida que el niño
interioriza la benevolencia y las funciones regulatorias de su madre, puede tolerar más
fácilmente las separaciones, frustraciones y decepciones. A los 36 meses, la
maduración de las funciones yoicas y la constancia libidinal del objeto harán posible
la consolidación de la identidad del Sí mismo y la posibilidad de separación.
Mahler creó una conexión entre la teoría clásica de las pulsiones y la teoría
evolutiva de las relaciones objetales mediante el concepto de simbiosis para referirse
tanto a la relación real como a la fantasía interna determinada libidinalmente
(Greenberg y Mitchell, 1983). El uso de Mahler del concepto del ambiente constante
y predecible de Hartmann (Hartmann, 1927/1964) y su idea de la adaptación
(Hartmann, 1939) “condujo el modelo de las pulsiones en una dirección que
implícitamente otorgaba un papel más importante a la relación con otros…”
(Greenberg y Mitchell, 1983, p. 282). Para precisar en qué consistía este “ambiente
constante y predecible”, Mahler también empleó el concepto de Winnicott (1960) de
la “madre suficientemente buena/devota ordinaria” (Mahler, 1961; Mahler y Furer,
1968). De esta manera, equiparó el ambiente temprano del niño con la figura
específica de la madre.
La teoría contemporánea de Separación-Individuación incluye a la madre y al
bebé reales, así como los conceptos de internalización y representación interna. La
teoría de Mahler correlaciona la observación analítica con las transformaciones del
desarrollo intrapsíquico: “Los cambios intrapsíquicos pueden implicar un cambio en
los límites del yo, la diferenciación entre las representaciones del sí mismo y del
objeto, la cohesión o la escisión de estas representaciones y la conquista de la
constancia del objeto del sí mismo. Ambos miembros diádicos deben ser
considerados” (Blum, 2004b, p. 551). En su modificación y reformulación
contemporánea, Harold Blum (2004) incluye los últimos hallazgos en materia de
desarrollo (Stern, 1985; Pine, 1986; Bergman, 1999; Gegerly, 2000; Fonagy, 2000).
Su modificación concierne a la fase simbiótica, así como a la separación-
individuación, y presta especial atención a la diferenciación y el acercamiento.
Destaca que la diferenciación neonatal “precede al surgimiento de la representación
intrapsíquica yoica y objetal” (Blum, 2004, p. 541).
Desde otro punto de vista, la teoría estructural, desarrollada por Jacobson y
Mahler (1979), “contiene un concepto del desarrollo rico y sofisticado del sí mismo,
una elaboración contemporánea de los aspectos duales del Ich de Freud” (Kernberg,
1982, p. 900).
En el contexto del trabajo clínico, el enfoque de Jacobson y Mahler sobre las
representaciones del sí mismo y objetales contribuyó a las futuras elaboraciones en el
área de los procesos de representación y la “representabilidad” de los enactments
todavía no representados (ver entrada ENACTMENT).

363
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Hans Loewald fue uno de los revisionistas freudianos de los años 1960, 1970
y 1980, que forjó una conexión entre la psicología freudiana del yo y la teoría de las
relaciones objetales, en un intento de crear un modelo psicoanalítico que reflejara
mejor la experiencia real de la persona en el mundo. En este proceso, examinó
críticamente los supuestos más fundamentales de la construcción de la teoría
psicoanalítica y abordó las ideas preconcebidas sobre la naturaleza de la mente, la
realidad y el proceso analítico.
Loewald (1960) creía que Freud había postulado dos interpretaciones distintas
de las pulsiones. Antes de 1920, Freud consideraba que las pulsiones eran una
búsqueda de descarga. Con su introducción del concepto de Eros en 1920, en Más
allá del principio del placer, Freud introdujo la idea de que las pulsiones buscaban
una conexión “sin utilizar objetos para su gratificación, sino para construir
experiencias mentales más complejas y para restablecer la pulsión original perdida
entre el sí mismo y los demás” (Mitchell y Black, 1995, p. 190). La revisión posterior
de Loewald de la teoría de las pulsiones de Freud (1971, 1972, 1976, 1978, 1988)
requirió una reformulación radical de los conceptos psicoanalíticos tradicionales de
Freud. Mientras que para Freud el ello es una fuerza biológica que se topa con la
realidad social, para Loewald el ello es un producto interactivo de la adaptación.
Loewald considera que la mente es interactiva por naturaleza, no solo de forma
secundaria en respuesta a la necesidad de gratificación de los otros.
Loewald teorizó que al principio no hay una distinción entre el sí mismo y el
otro, el yo y la realidad externa, o los instintos y los objetos, sino un todo unitario
original compuesto por el bebé y su cuidador. Propuso que “los instintos entendidos
como fuerzas psíquicas y motivacionales se organizan a través de interacciones dentro
de un campo psíquico, que consiste originalmente en la unidad (psíquica) madre-hijo”
(Loewald, 1971, p. 118). Al considerar los instintos/pulsiones como productos de la
interacción, Loewald amplía la tesis de Jacobson de que los instintos eran un vínculo
entre el sí mismo del bebé y sus objetos. Yendo más lejos, Loewald identifica la
interacción como un elemento básico de la mente y el aspecto crítico en la
internalización de la representación subjetiva del sí mismo y del otro.
El trabajo de Loewald transformó la metapsicología psicoanalítica y abrió las
puertas a nuevas maneras de conceptualizar el material clínico. Su influencia, directa
e indirecta, puede considerarse parte de una gran variedad de escuelas de pensamiento
psicoanalítico (como las Relaciones Objetales, la Psicología del Sí mismo, la
Relacional/Intersubjetiva), y por tanto, puede considerarse como un puente entre la
llamada perspectiva de “una persona” y la de “dos personas” sobre el proceso
psicoanalítico clínico. En términos generales, como fue el caso de Winnicott en Reino
Unido, Loewald y Jacobson en los Estados Unidos pueden considerarse los
precursores del movimiento intersubjetivo.
En la década de 1980, las revisiones y ampliaciones de la conceptualización
del sí mismo en los trabajos de Leo Rangell (1982) y Harold Blum (1982), reflejan

364
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un pensamiento freudiano cada vez más complejo e inclusivo. Rangell modifica la


definición de Hartmann de narcisismo como una investidura libidinal no del sí mismo,
sino de las autorrepresentaciones, alegando que: “Todo lo que el yo sabe de su sí
mismo, el ‘yo’ que lo rodea y del cual forma parte, es el estado actual de las
autorrepresentaciones en cada etapa del desarrollo y en cualquier momento de la
existencia” (Rangell, 1982, p. 879). Blum, centrándose en las complejidades del
desarrollo temprano como las describe Mahler (Mahler et al., 1975), sostiene: “No es
posible un concepto del sí mismo antes de que el niño salga de la órbita simbiótica
con el inicio gradual del proceso de separación-individuación” (Blum, 1982, p. 971).
La suya es una síntesis del desarrollo que incluye el “diálogo recíproco” de Rene
Spitz (1965), el “objeto de transición” de Winnicott (1965) y la “permanencia de
objeto” de Piaget (1951), entretejidos con el modelo de “separación-individuación” de
Mahler. Se trata, por tanto, de un esquema complejo de los cambios progresivos-
regresivos, dentro de la matriz de relaciones objetales y conflictos subyacentes, que
conducen al surgimiento de una autorrepresentación cohesiva y un sentido
relativamente ininterrumpido del sí mismo, solo después del avance de la constancia
del sí mismo y del objeto en el tercer año de vida.

V. DESARROLLOS ADICIONALES Y CONTEMPORÁNEOS EN


AMÉRICA DEL NORTE

V. A. Modelos integradores

Otto F. Kernberg
Desde la década de 1970, Otto F. Kernberg ha ido desarrollando una versión
de la teoría de las relaciones objetales dentro de la teoría estructural/psicología del yo.
En su enfoque, las “unidades del sí-mismo-objeto-afecto” (Kernberg, 1977) son los
determinantes primarios del conjunto de estructuras de la mente (es decir, el ello, el
yo y el superyó). En el modelo de Kernberg (1982, 2004, 2012, 2013, 2014, 2015), un
sí mismo “supraordinario” es la suma total de las autorrepresentaciones parciales y
gradualmente más completas. Su teoría psicoanalítica de las relaciones objetales
integra la activación neurobiológica de los sistemas afectivos, la diferenciación del sí
mismo de los demás, la elaboración de una teoría de la mente y de la empatía, la
evolución de la estructura del sí mismo y el desarrollo de los procesos de
mentalización.
En su ensayo, “Sí mismo, Yo, Afectos y Pulsiones” (Kernberg 1982),
Kernberg clarifica sus puntos de vista sobre el desarrollo y la formación de estructuras
a partir de una modificación de la teoría dual de las pulsiones. En este punto propone

365
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reservar el término “sí mismo” para la suma total de autorrepresentaciones en


conexión íntima con la suma total de las representaciones de objeto. Al definir el sí
mismo como una estructura intrapsíquica que se origina en el yo (“Ich”/“I”) y está
incrustado en él, Kernberg se mantiene cerca de la insistencia implícita de Freud de
que el sí mismo y el yo (“Ich”/“I”) están indisolublemente unidos. Este modelo
concibe que el sí mismo está investido con pulsiones derivadas libidinales y agresivas
integradas en el contexto de sus autorrepresentaciones componentes. Al volver a
examinar el uso de Freud de “Trieb” (pulsión) y “Instinkt” (instinto), concluye que
“Freud prefería Trieb, mejor traducido como ‘drive’ [‘pulsión’], precisamente porque
concebía las pulsiones como sistemas de motivación psíquica relativamente continuos
en la frontera entre lo físico y lo mental, en contraste con los instintos, que él veía
como disposiciones conductuales innatas, discontinuas y rígidas” (Kernberg, 1982, p.
909, énfasis en el original). La Edición Estándar, sin embargo, Strachey traduce
“Trieb” (pulsión) consistentemente como instinto. Al abordar el desarrollo de las
primeras representaciones del sí mismo y de objeto relevantes para el desarrollo del sí
mismo, Kernberg integra los hallazgos de la neurobiología contemporánea y los
estudios del desarrollo infantil con su reformulación de la teoría dual de las pulsiones
(en el original alemán de Freud) a la luz de la relación entre los afectos y las
pulsiones. El sistema motivacional primario está formado por afectos que vinculan las
representaciones del sí mismo y de objeto, gradualmente diferenciadas e integradas,
con los afectos que se consolidan gradualmente en pulsiones libidinales o agresivas.
En este modelo, los afectos se consideran los componentes básicos o constituyentes
de las pulsiones. Kernberg siguió actualizando y perfilando su trabajo integrador
durante los próximos 30 años.
Kernberg (2015) enfatiza la complejidad dinámica de las primeras semanas y
meses de vida. Afirma que ya durante la “fase simbiótica” ausente de límites (Mahler,
Pine y Bergman 1975), cuando el bebé y la madre son una “unidad operativa”, los
esfuerzos tempranos para la diferenciación del sí mismo y los rudimentos de la
empatía están surgiendo como prerrequisitos para una “teoría de la mente” (Gergely y
Unoka, 2011; Kernberg, 2015).
La versión de Kernberg de la teoría psicoanalítica de las relaciones objetales
(1982, 2004, 2015) relaciona los niveles del desarrollo de la estructura psíquica con la
organización de la personalidad y la psicopatología. Reconoce dos niveles básicos de
organización de la personalidad (límite y neurótico), que implican dos niveles básicos
de desarrollo, siguiendo el nivel inicial en que no hay diferenciación de los límites
entre el sí mismo y los objetos (psicosis):
Las consideraciones de Kernberg sobre el niño preverbal son elaboraciones de
las ideas de Jacobson y Mahler y de aspectos selectivos del pensamiento kleiniano.
Según él, el niño preverbal construye una estructura psíquica dual dominada por los
estados de máximo afecto. Las autorrepresentaciones idealizadas, relacionadas con un
objeto idealizado y dominadas por los afectos positivos, se oponen a las
representaciones negativas del sí mismo y del objeto donde dominan los afectos

366
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agresivos y frustrados. En estas condiciones, no existe una visión integrada del sí


mismo o del objeto. Por el contrario, el sí mismo y el objeto están divididos o
disociados en una representación idealizada y/o persecutoria del objeto parcial. Si las
interacciones madre-hijo están dominadas por un afecto agresivo, se previene la
integración requerida para la identidad del yo, lo que desemboca en un trastorno
límite de la personalidad. Específicamente, en lo que respecta al narcisismo, la
investidura se realiza en una “estructura del sí mismo patológica” (“sí mismo
grandioso”), que contiene el “sí mismo real”, el sí mismo ideal y las representaciones
de objeto ideales.
Si embargo, si en los tres primeros años de vida, las condiciones de desarrollo
facilitan la tolerancia a la ambivalencia de las relaciones emocionales positivas y
negativas combinadas con los mismos objetos externos, el niño puede desarrollar un
sentido integrado del sí mismo (el “sí mismo normal”, un concepto realista del sí
mismo) y una visión integrada de otras personas significativas. En este punto, el logro
de la constancia del sí mismo y del objeto facilita la formación de la identidad del yo.
La estructuración interna resultante delimita el ello y genera un yo capaz de tener
funciones sublimatorias que posibilitan la expresión adaptativa de las necesidades
emocionales que atañen a la sexualidad, la dependencia, la autonomía y la
autoafirmación agresiva/asertiva. Las relaciones objetales internalizadas, que incluyen
demandas y prohibiciones derivadas éticamente y transmitidas en las interacciones
tempranas del bebé con su ambiente psicosocial, se integran en el superyó. Este nivel
más integrado (neurótico, “normal”) de organización de la personalidad hace posible
los conflictos intrapsíquicos intersistémicos entre las tres agencias: el ello, el yo y el
superyó (conflictos de pulsión-defensa). En este caso, el modo predominante de
defensa es la represión.
La reciente elaboración integradora de la teoría de las relaciones objetales de
Kernberg tiene muchas implicaciones para lidiar con las complejidades del desarrollo
temprano y las consecuentes patologías del sí mismo. Plantea un “proto-self”
homeostático que puede convertirse en un “núcleo del self” capaz de ubicarse en el
espacio y el tiempo. Este concepto más maduro, continuo y estable del sí mismo,
puede incluir la memoria autobiográfica, la anticipación, el “sí mismo lingüístico”, el
“sí mismo mental” y el “sí mismo social” (Kernberg, 2015). En sus recientes
esfuerzos por correlacionar la teoría psicoanalítica de las relaciones objetales con la
neurociencia afectiva (2015), Kernberg confirma que las investigaciones actuales en
materia de estructuras cerebrales, circuitos y neurotransmisores provenientes de la
neurociencia afectiva del desarrollo (Gergely y Unoka 2011), respaldan las hipótesis
psicoanalíticas de la internalización gradual de las representaciones por separado
(objetos del sí mismo “buenos” y “malos”), con una integración plena solo posible en
los niveles corticales superiores.
En la exposición contemporánea de Kernberg (2013, 1015), se diferencian dos
fases en el proceso de mentalización: una fase temprana de mentalización, en la que
se desarrolla la comprensión de un estado del afecto en términos de una relación

367
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inmediata con el objeto; y una posterior, relacionada con el pasado de la experiencia


del sí mismo y el pasado de la experiencia de los otros, que contextualizan el presente
inmediato a la luz del pasado (del sí mismo) especular.

Arnold Modell
Durante los últimos 50 años, Arnold Modell (1968, 1984, 1990, 1993, 2003,
2007) se esforzó por definir la naturaleza paradójica del sí mismo como un producto
contingente evolutivo y un núcleo duradero. Esta búsqueda lo ha llevado de la teoría
freudiana a las relaciones objetales de Winnicott y, finalmente, a la intersubjetividad y
la neurociencia.
Modell fue uno de los primeros analistas estadounidenses que quiso incorporar
el pensamiento y el enfoque clínico de Winnicott sobre el nacimiento del sí mismo a
través de la respuesta especular y el uso objetal. El énfasis en la creación de
significado a través del establecimiento de un espacio transicional entre el bebé y la
madre se convirtió en la base de la teoría inicial del sí mismo de Modell (Modell,
1968).
Aunque “Amor de Objeto y Realidad” (Modell, 1968) es básicamente una
elaboración de los conceptos winnicotianos, Modell introdujo dos temas: el aspecto
intersubjetivo de la transferencia y el imperativo del sí mismo para dar sentido a su
experiencia como un aspecto fundamental de la motivación humana (Kirshner, 2010).
Al entablar este pensamiento intersubjetivo como un complemento de la teoría de las
pulsiones freudiana, en “Psicoanálisis en un nuevo contexto” (Modell 1984), Modell
argumentó que el sí mismo no solo se construye de abajo a arriba gracias a las
pulsiones biológicas, sino también de afuera hacia dentro, a través del intercambio
diádico. En este intercambio entre dos psicologías, la versión de adentro hacia afuera
–la psicología de una persona– aborda fenómenos como el sueño, la formación de
síntomas y la inviolabilidad del sí mismo privado o nuclear; y la versión de afuera
hacia adentro –el modelo intersubjetivo de dos personas y sí mismos enredados–
aborda la calidad racional de toda actividad psíquica. Ambos están activos en el
proceso psicoanalítico. En este sentido, más cercano a Loewald y Green, Modell
sostuvo que el psicoanálisis no proporciona tanto una nueva relación restauradora,
como una nueva relación con los objetos ya existentes.
En el “Sí mismo privado” (Modell 1993), vuelve a primer plano el énfasis en
el sí mismo interno y oculto, basado en la memoria afectiva, pero esta vez respaldado
por la investigación neurocientífica de Gerald Edelman. Edelman planteó la hipótesis
de que la capacidad del cerebro de volver a categorizar y transcribir la memoria en
nuevos contextos proporcionados por la experiencia vital tiene un valor evolutivo:
mantener la continuidad del sí mismo. Para Modell, esto proporcionó una base
neurobiológica para el Nachträglichkeit freudiano (el après coup, o acción diferida),
así como para resolver la paradoja –el sí mismo efímero pero duradero– ahora

368
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entendida como válida en contextos específicos. Más allá de Edelman, en su trabajo


reciente (Modell 2003, 2007), Modell añade la dimensión creativa y afectiva a la
retranscripción. Esta es su principal contribución. En “Imaginación y el cerebro
significativo” (Modell 2003), elabora aún más el proceso de retranscripción al
vincularlo con la creatividad metafórica. En “El sentido de la agencia y la ilusión del
sí mismo” (Modell 2007), el sí mismo necesita ser continuamente contextualizado a
través de la experiencia emocional.
En este ensayo, otro ejemplo del pensamiento interdisciplinario donde
emprende el fenómeno del miembro fantasma, postula que la continuidad del sí
mismo, una creación transicional “…puede ser una ilusión generada
inconscientemente” (Modell, 2007, p. 8), sin la cual no podemos vivir (Kirshner
2010). Sin embargo, fiel a su pensamiento dialéctico, en “El inconsciente como centro
de procesamiento del conocimiento” (Modell 2008), el sí mismo resurge como un
proceso y una retranscripción dinámica de la experiencia, suplantando la
ilusión/ficción de un núcleo continuo del sí mismo.

Thomas Ogden
En una síntesis entre las ideas de Klein y Bion y una ampliación de Bick,
Meltzer y Tustin, Ogden (1989) reconoce una posición “autista-contigua” primitiva,
presimbólica y dominada por los sentidos, como un elemento decisivo para generar
experiencias rudimentarias del sí mismo en el desarrollo temprano y trastornos
psicóticos autistas:
“Esta posición es una organización psicológica primitiva operativa desde el
nacimiento … Está dominada por los sentidos, y el sentido más rudimentario
del sí mismo se construye al ritmo de las sensaciones, especialmente las de la
superficie de la piel … Las secuencias, las simetrías, la periodicidad y el
‘amoldamiento’ piel con piel son ejemplos de contigüidades, que son los
ingredientes gracias a los cuales surge el comienzo rudimentario de la
experiencia del sí mismo …” (Ogden 1989, pp. 30-31).
Ogden escribió sobre la ensoñación y la metáfora como ingredientes
esenciales del trabajo psicoanalítico (Ogden, 1997). Por otro lado, planteó una
dualidad dentro del sí mismo: “el sí mismo como objeto” y “el sí mismo como
sujeto”:
“…lo que ocurre en el proceso de formar una metáfora es que la creación de
los símbolos verbales que dan forma y sustancia emocional al sí mismo como
objeto (‘me’/‘yo’), crean símbolos que cumplen la función especular en que el
sí mismo sujeto (‘I’/’yo’) se reconoce o crea a sí mismo” (Ogden 1997, p.
729).

369
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La dualidad del sí mismo de Ogden en la ensoñación y la metáfora, saturada


con procesos primarios de mentación, recuerda la contribución previa de James
Grotstein sobre los sí mismos múltiples del soñante (Grotstein, 1979).

V. B. Perspectivas de la psicología del Sí mismo

Heinz Kohut
La psicología del Sí mismo fue elaborada por Heinz Kohut (1971, 1977,
1984), quien se mostraba cada vez más insatisfecho con el modelo freudiano de
pulsión-defensa para comprender sus propias experiencias clínicas con pacientes que
sufrían trastornos de la personalidad. Si bien el psicoanálisis clásico se centró en la
psicopatología, comprendida como un resultado de las reacciones defensivas del
paciente a los impulsos y deseos inconscientes, Kohut observó que tratar de
interpretar estos conflictos inconscientes era en gran medida ineficaz para llegar a sus
pacientes “donde ellos realmente vivían (y sufrían)” (Kohut, 1971, 1977). Sus
pacientes no parecían encajar en el modelo del ser dominado por la culpa generada
por impulsos inconscientes, sino que parecían carecer de un sentido de sí mismos
resistente y vigoroso. En lugar de “el hombre culpable” de Freud, Kohut se encontró
con “el hombre trágico” (1977) que sufría de una sensación de vacío y desesperación.
Kohut empezó a fijarse en lo que tenía que suceder en el desarrollo entre los niños y
los padres para que se desarrollara un sentido adecuado del sí mismo. En la psicología
del Sí mismo de Kohut, el sí mismo no está presente al nacer, sino que emerge al
comienzo de la infancia a través de las relaciones con un cuidador (Galatzer-Levy y
Cohler, 1990). Kohut llegó a considerar el sí mismo como una unidad funcional,
determinada por la experiencia y no por las pulsiones internas.
En consonancia con sus ideas sobre el desarrollo del sí mismo, presentó una
reevaluación del concepto de narcisismo, sin considerarlo una patología o algo
indeseable, sino parte de la experiencia humana (Kohut, 1966). Terminó por entender
el narcisismo como un fenómeno normal del desarrollo, que puede proporcionar un
fuerte sentido de identidad, valor, significado y permanencia. Las transformaciones
del narcisismo, según Kohut, “… son la creatividad del hombre, su capacidad por ser
empático, su capacidad de contemplar su propia impermanencia, su sentido del humor
y su sabiduría” (Kohut, 1966, p. 257). La línea narcisista de desarrollo se activa al
principio de la vida y es una condición previa para el funcionamiento adecuado de la
personalidad. La integración del narcisismo en la personalidad sana representó una
desviación radical de la cosmovisión psicoanalítica que consideraba el narcisismo en
términos peyorativos (Siegel, 1999).
El corazón de la psicología del Sí mismo es el sí mismo, el núcleo de la
personalidad, que se conceptualiza como un sistema mental que organiza la
experiencia subjetiva de una persona en relación con un conjunto de necesidades del

370
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desarrollo (Wolf, 1988). Incluye las habilidades, los talentos, los déficits y el
temperamento innatos de la persona. El sí mismo es la esencia del ser psicológico de
una persona y consiste en sensaciones, sentimientos, pensamientos y actitudes hacia
uno mismo y hacia el mundo (Banai, Mikulincer y Shaver, 2005).
El sentido del sí mismo de una persona se desarrolla y se prolonga a través de
sus experiencias con el objeto del sí mismo (Kohut, 1984). El concepto de un objeto
del sí mismo lo introdujo Kohut para describir un aspecto de una función en la
relación entre el sí mismo y los demás. Desde el nacimiento, Kohut sostiene que
estamos íntimamente conectados a los demás y necesitamos sentir que están
disponibles de manera confiable para proporcionar los nutrientes emocionales
necesarios para un desarrollo óptimo (Wolf, 1988). Lo que necesitamos de los demás
y cómo necesitamos que otros nos respondan, cambia en el transcurso de la vida
(Kohut, 1984).
Estas funciones son la función especular, la de idealización y la gemelar
(Kohut, 1977). La respuesta especular de los padres al niño es parte del desarrollo del
sí mismo, puesto que desarrolla la autoestima y refuerza el sentido del sí mismo del
niño (Kohut, 1971). La idealización se caracteriza por el deseo por un objeto
omnipotente al que uno se puede unir en un esfuerzo por sentirse íntegro, seguro y
firme (Siegel, 1999). La función gemelar es la necesidad de otro que nos inspire un
sentimiento de similitud (Kohut, 1971).
Según Kohut, las necesidades de objeto del sí mismo son fundamentales para
la experiencia humana y son esenciales para una cohesión del sí mismo (1971). El
desarrollo de un sí mismo cohesionado tiene lugar en tres grandes ejes:
(a) El eje de grandiosidad, (b) el eje de idealización y (c) el eje de
conectividad del alter ego:
El sí mismo grandioso o el objeto del sí mismo especular: Las funciones
asociadas al sí mismo grandioso incluyen las experiencias de ser afirmado y
reconocido por otro que refleja nuestro estado interno. El resultado es una sensación
de ser valorado, una autoimagen positiva y experiencias de ser respetado y sentirse
aprobado por un “otro” que nos alaba y elogia de forma auténtica. Algunas de estas
experiencias pueden llevar a la persona a sentir dignidad y respeto propio. Las
experiencias de admiración y de sentirse amado pueden dar lugar a una sensación de
equilibrio, confianza en sí mismo y seguridad. Las experiencias de ser “animado” a
perseguir nuevas experiencias y alentado para dominar los desafíos al alcance de uno,
conduce a una sensación de firmeza en el sentido del sí mismo que realza un sentido
vigoroso de voluntad personal (Kohut, 1968, 1971, 1972, 1975, 1978).
El imago parental idealizado o idealización: Las funciones asociadas al imago
idealizado de los padres incluyen las experiencias de seguridad que resultan de la fe
en la fuerza y omnipotencia de alguien que actúa como protector. Compartir la fuerza
de la persona y la experiencia de estar protegido deriva en la función de sentirse

371
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empoderado y efectivo como ser humano. La experiencia de tener la emoción o los


sentimientos excesivamente estimulantes reguladas por otro da como resultado el
desarrollo del autocontrol, la autodisciplina y la autorregulación. Las experiencias de
ser tranquilizado, consolado y calmado por otro, que brinda consuelo y apoyo, así
como una vitalidad alegre, dan como resultado la capacidad de entusiasmo y
ecuanimidad. Finalmente, la experiencia de aprender las reglas de conducta que
representan el contenido de los valores e ideales de la cultura forma un sistema de
valores consolidado y un conjunto de ideales que sirven de guía en la vida de la
persona. Estos aportan un sentido de propósito en la persecución de los objetivos
vitales (Kohut, 1968, 1971, 1978).
El alter ego o conectividad: En un primer momento, las funciones objetales
del sí mismo del alter ego estaban asociadas con las transferencias especulares, ya que
se consideraban una forma arcaica de esas transferencias, pero más tarde se les otorgó
un estatus diferenciado (Kohut, 1984). Estas funciones asociadas con el alter ego
incluyen la experiencia de un vínculo común con los demás que puede conducir a un
sentimiento de camaradería para que nada humano parezca extraño. La experiencia de
la integridad del sí mismo proporciona una sensación de bienestar y salud sin la cual
nos sentimos deshumanizados.
“En el desarrollo normal, la capacidad de los padres de servir como objetos
efectivos del sí mismo proporciona las condiciones que posibilitan que el bebé
internalice gradualmente las funciones que realizan. Estas condiciones, que incluyen
la capacidad de respuesta empática atenuada por la frustración óptima, le
proporcionan tiempo y recursos suficientes al bebé para forjar un sentido cohesivo de
sí mismo capaz de dominar la individuación” (Glassman, 1998, p. 26).
Las funciones de objeto del sí mismo no son funciones psicológicas innatas.
La conciencia del sí mismo crea el deseo de que los demás funcionen de forma que
satisfagan sus necesidades. Los objetos del sí mismo que funcionan correctamente,
proporcionan un conjunto de experiencias que conducen a la cohesión y la estabilidad.
Generalmente, no existe una conciencia de los objetos del sí mismo. Sin embargo, la
herida narcisista no mitigada por las funciones de objeto del sí mismo se experimenta
como una lesión en el sí mismo. Cuando los objetos del sí mismo dejan de funcionar
de esta manera, pueden provocar alteraciones y fragmentación.
En la teoría del sí mismo de Kohut (1982), la empatía es un modo de
observación y el medio a través del cual se proporcionan las funciones especulares, de
idealización y gemelares del objeto del sí mismo. Con la experiencia de la empatía,
uno desarrolla un sentido de autocohesión. Estas ideas representan una mayor
elaboración de su pensamiento anterior:
“La empatía, el reconocimiento de un sí mismo en el otro, es una herramienta
de observación indispensable, sin la cual grandes áreas de la vida humana,
incluida la conducta del hombre en el campo social, serían ininteligibles. La
empatía, la expansión del sí mismo para incluir al otro, constituye un vínculo

372
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psicológico poderoso entre los individuos. Y la empatía es un nutriente


psicosocial sin el cual la vida humana tal como la conocemos y apreciamos no
podría sostenerse” (Kohut, 1975, p. 335).
El cuidador sensible y empático proporciona funciones de objeto del sí mismo
que satisfacen la necesidad del niño de aserción, admiración y conexión con los
demás.
Kohut considera que la patología narcisista se debe a fallas empáticas en la
función especular y la idealización, que privan al sí mismo de fuentes confiables y
coherentes de narcisismo. Esto provoca una incapacidad para mantener y regular la
autoestima a niveles normales y provoca déficits, distorsiones o debilidades en el
sentido del sí mismo (Kohut, 1977; Goldberg, 1978).
Por lo general, el trabajo de Kohut representa un hito en la teoría del
narcisismo y el concepto del sí mismo. Tras de su muerte, la psicología del Sí mismo
ha tomado varias direcciones. Dentro de la psicología kohutiana “tradicional” del sí
mismo, Paul Ornstein (1990, 1993) y Anna Ornstein (Ornstein y Ornstein, 1980,
1985) ampliaron la descripción del papel de la empatía, las transferencias de objeto
del sí mismo, la ira narcisista en el proceso interpretativo con respecto a la acción
terapéutica y el pavor del paciente de repetir las decepciones traumáticas del objeto
del sí mismo y la esperanza de un nuevo comienzo en el tratamiento. Arnold
Goldberg (1995, 1999) empleó el concepto de la división vertical, efectuada por la
negación, en el estudio de perversiones, trastornos narcisistas y comportamientos
separados de la experiencia manifiesta, como los atracones, el travestismo y la
infidelidad.

Joseph Lichtenberg
Sobre la base de la psicología del Sí mismo de Kohut y la intersubjetividad de
Stolorow (Stolorow y Atwood, 1992), Joseph Lichtenberg desarrolló una teoría de
sistemas de motivación en la que el “sí mismo” se conceptualiza como un sí mismo
experiencial o un sentido de sí mismo. Este sentido de sí mismo existe en un contexto
complejo de sensaciones e información sobre el cuerpo del individuo y su relación
con otros individuos, grupos y culturas, a partir de su capacidad de respuesta y
adaptación a los objetos inanimados y otros animados no humanos. En la matriz de la
experiencia del apego, el sentido de sí mismo del bebé se origina en la acción, es
decir, en ser una persona dinámica: en el hacer, el actuar e internalizar, emprender y
responder. Según Lichtenberg (Lichtenberg, Lachmann y Fosshage, 2011), las
intenciones y objetivos centrales del sí mismo son: buscar una base segura en
momentos de peligro y pérdida (Bolwlby, 1988), a la que los cuidadores responden
con aserción especular, estableciendo un sentido de comunidad (gemelar) con los
demás y de admiración (idealización) y ser admirado por otros (Kohut, 1984). La
regulación mutua exitosa de estas relaciones de apego con individuos y afiliaciones

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grupales (la familia, los compañeros, etc.) conduce a cambios equivalentes en el


sentido de sí-mismo y en el otro, que crea un ambiente positivo que influye en las
expectativas y adaptaciones futuras. Si bien se puede hablar de un sentido central o
nuclear del sí mismo, la identidad y la persona, la experiencia del sí mismo difiere
debido a la multiplicidad de intenciones y objetivos. En general, Lichtenberg (1989)
ha descrito cinco sistemas motivacionales en el desarrollo del sí mismo que
comprenden las necesidades de: 1. regulación psíquica de los requisitos corporales; 2.
apego y afiliación; 3. exploración y asertividad; 4. reactividad aversiva y 5.
necesidades sexuales y sensuales.
En situaciones adaptativas normales, la sensación de sí mismo cambia con el
dominio fluctuante y la presencia o ausencia de intenciones para regular los requisitos
fisiológicos, formar vínculos con individuos y afiliaciones con grupos, dar y recibir
cuidado, explorar el entorno y afirmar las preferencias, expresar aversión a través del
antagonismo y el abandono y/o buscar el placer sensual y la excitación sexual
(Lichtenberg, 2008). En respuesta al estrés crónico y/o traumático, se puede
fragmentar el sentido de sí mismo en estados desasociados y restringidos mediante las
adaptaciones patológicas y, de este modo, deteriorarse y debilitarse hasta llegar a los
estados regresivos y depresivos. Los asaltos al sentido de agencia, autoestima y valor
propio, especialmente en un individuo vulnerable a la vergüenza, la culpa y la pérdida
de orgullo y confianza, afectan el sentido del sí mismom y a menudo desembocan en
ira, sospecha y preocupación por fantasías de venganza. En términos generales, el
sentido de sí mismo como una persona dinámica se sustenta en experiencias de
empatía o se hace vulnerable a la pérdida de un sentido de cohesión si no existe la
conexión empática o ésta se ve interrumpida (Kohut, 1977).
A partir de un enriquecimiento mutuo entre la psicología del Sí mismo y las
perspectivas relacionales, Howard Bacal (1985, 1998a, b) identifica la “psicología
del Sí mismo relacional”, cuyo interés radica en el contexto de la relación subjetiva,
más que en la relación como tal. Al cuestionar el papel de la “frustración óptima” en
el desarrollo y en la terapia, defiende una “capacidad de respuesta óptima” como una
mejor descripción de lo que necesita el sí mismo.

V. C. Perspectivas interpersonales y relacionales


Natural de América del Norte, Harry Stack Sullivan (1953, 1964)
consideraba que la psiquiatría consistía en el estudio de las relaciones interpersonales.
Desarrolló una concepción del sí mismo y de su desarrollo muy distinta a la de sus
compañeros psicoanalíticos clásicos. Sullivan, muy influenciado por George Herbert
Mead (1934), creía que solo podíamos conocernos a nosotros mismos en relación con
el otro y, por tanto, lanzó la idea innovadora de que el sí mismo era en realidad una
colección de estimaciones especulares de aquellos con los que estábamos en contacto,
consistente en un conjunto de lo que él llamó patrones “yo-tú” (Sullivan, 1953). Para
Sullivan, no había forma de entender al sí mismo individual fuera de la compleja red

374
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de relaciones interpersonales en que la persona se encuentra inevitablemente


enredada. Una consecuencia de esta “teoría de campo” fue su firme creencia de que el
sentimiento de un núcleo interno del sí mismo era una ficción investida de forma
narcisista. De hecho, Sullivan consideraba que los seres humanos tenían “tantas
personalidades como relaciones interpersonales” (1950, p. 221). Para él, nuestros sí
mismos estaban divididos en el “yo bueno”, es decir, aquello que me gusta de mí
mismo; el “yo malo”, o aquello que me desagrada, y el “no yo”, que son los aspectos
del sí mismo que provocan ansiedad y necesitan ser negados por medio de la
disociación. La visión de Sullivan de un sí mismo múltiple, junto con su invocación
de los procesos disociativos autoconservadores, constituye la vanguardia de los
enfoques relacionales contemporáneos del sí mismo, mejor ejemplificados en el
trabajo de Philip Bromberg (1998, 2006, 2011) y Donell Stern (1997, 2010).
Sullivan desarrolló el concepto del “autosistema” para dilucidar la configuración de
los rasgos de personalidad y las operaciones de seguridad diseñadas para mantener un
sentido relativo de seguridad y estabilidad en el individuo. Este “autosistema” está
diseñado para proteger a la persona de desatar su vergüenza y ansiedad por medio del
uso de mecanismos como la disociación y la falta de atención selectiva. El énfasis de
Sullivan en el “otro” como una fuente de peligro concuerda con los enfoques
interpersonales contemporáneos de la psicología de dos personas.
Bromberg (1998) sigue la tradición sullivaniana de la teoría de campo, que
considera la mente como “una configuración de estados cambiantes, no lineales de
conciencia en una dialéctica continua con la ilusión necesaria de un sí mismo
unitario” (p. 7). Influenciado por Sullivan, Bromberg (1998, 2006, 2011) considera
que las experiencias “no yo” son omnipresentes e inevitables y afirma que los
procesos disociativos pueden ser una función saludable y adaptativa de la mente
humana que cumple una función de autoprotección primaria similar a la represión de
Freud o al autosistema de Sullivan. De manera que, para Bromberg, “el sí mismo” es,
por definición, una colección de estados de “yo” y “no yo” negados. Como es
inevitable cierto grado de disociación, Bromberg enfatiza que se trata del grado de
disociación entre los estados del sí mismo lo que determina el nivel de psicopatología.
Los casos más extremos de esta disociación constituyen experiencias psicóticas.
La visión contemporánea del sí mismo de la teoría de campo relacional
influencia la manera en que pensamos las interacciones. Para Bromberg y otros
pensadores relaciones contemporáneos (como D. B. Stern y E. Levenson), una
interacción entre dos sí mismos comporta un entretejido complejo y fluctuante de
elementos consientes e inconscientes que afectan y se afectan entre sí. Para
Bromberg, el tratamiento exitoso comporta el reconocimiento de estos estados
disociados del sí a medida que se presentan en la relación analítica, de manera que el
paciente pueda reorganizarlos. Bromberg (1998) considera que la salud es la
capacidad de nuestros múltiples estados del sí mismo de accederse unos a otros, sin
verse obstaculizados por procesos de disociación determinados por las defensas. Esta
capacidad, que representa un ideal, es la capacidad de “posicionarse en los espacios”

375
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entre los estados del sí mismo o, como él lo expresa: “la capacidad de sentirse como
uno mismo mientras que se es muchos” (p. 274).
Stephen Mitchell (1991) también considera que el sí mismo es “múltiple y
discontinuo” y consiste en una colección de estados del sí mismo similares a las
relaciones objetales internalizadas. Sin embargo, también enfatiza que las personas
tienen un sentido de un sí mismo privado con un límite claro entre los sí mismos y los
demás. Explica esta aparente contradicción señalando que cada definición se refiere a
un aspecto diferente del sí mismo. Para Mitchell, los “multiple selfs” (“sí mismos
múltiples”) son el sí mismo en acción, es decir, “las múltiples configuraciones de la
variedad del patrón del sí mismo dentro de diferentes contextos relacionales” (p. 139),
mientras que el sí mismo privado y unitario es: “la experiencia subjetiva del patrón
que se hace a sí mismo; una actividad que se experimenta en el tiempo y en los
diferentes esquemas organizacionales [y] se reconoce como ‘mía, mi forma de
procesar y dar forma a la experiencia’” (p. 139). Si bien los enfoques más
tradicionales del sí mismo (como los de Freud, Klein y Winnicott) podría decirse que
están organizados verticalmente, con las partes más defensivas y socialmente
adaptadas en la superficie y las partes menos aceptables, a veces inconscientes,
debajo, los teóricos relacionales/interpersonales contemporáneos prefieren un modelo
horizontal. Como dice Donell Stern (2010): “La mente no es una organización
vertical que va de lo consciente a lo inconsciente, sino una colección horizontalmente
organizada de estados del sí mismo, cada uno en relación dinámica con los demás” (p.
139).
Tal vez la expresión más radical de un enfoque interpersonal contemporáneo
del sí mismo se encuentre en el trabajo de Edgar A. Levenson (1972, 1991), quien
concede una gran importancia a la absoluta inextricabilidad del sí mismo y del otro y,
por lo tanto, considera que el analista y el paciente están inevitable e
inconscientemente comprometidos el uno con el otro de formas muy cargadas
afectivamente. Levenson es definitivamente posmoderno en su convicción de que
cualquier intento de definir o explicar algo acerca de una persona es solo un punto de
vista (de una persona, una interacción, una experiencia) y, como tal, es posible que se
organice defensivamente para excluir otros puntos de vista que puedan contener otros
aspectos esenciales de una persona y su experiencia. Por lo tanto, él considera que
conceptos psicoanalíticos como el “sí mismo” son cosificaciones de algo
inevitablemente fluido que solo puede considerarse en “proceso” o en “contexto”. El
sí mismo de Levenson, como el autosistema de Sullivan, consiste en una variedad de
estrategias que empleamos para negociar los peligros de nuestro mundo interpersonal.
Por lo tanto, en un intento de darle sentido al mundo, las personas desarrollan
esquemas que, si funcionan, tienden a reutilizar. Para Levenson, la relativa rigidez o
flexibilidad de estos esquemas puede ser una forma de describir la psicopatología. Él
cree que la necesidad de adaptarse continuamente a un conjunto de circunstancias
siempre cambiantes ha resultado en el desarrollo de una mente que funciona como un
sistema autoorganizativo (Levenson, Hirsch e Iannuzzi, 2005, p. 612). Levenson

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reconoce que “…hay algo autónomo dentro de la persona que organiza, experimenta,
lo utiliza y lo arrebata, y lo reorganiza.” (p. 613). Por consiguiente, Levenson piensa
en el sí mismo como un proceso más que como una estructura.

VI. OTRAS ELABORACIONES CONTEMPORÁNEAS DEL CONCEPTO


DEL SÍ MISMO ESPECÍFICAS DE EUROPA

VI. A. Contribución contemporánea de las relaciones objetales británicas


Christopher Bollas ha escrito dilatadamente sobre el concepto del sí mismo,
su origen, su articulación y su sentido. Influenciado por el “sí mismo verdadero” de
Winnicott, ha elaborado el concepto de manera única. En sus escritos sobre este
campo, a menudo se refiere a la literatura, la poesía y las artes.
En Fuerzas de destino (1989), Bollas escribe:
Cuando Winnicott introdujo el término del “sí mismo verdadero” para
representar un potencial heredado que encontró su expresión en la acción
espontánea, creo que conceptualizó una característica de la relación analítica
(y de la vida) que hasta ahora no había sido teorizada … la teoría de Winnicott
del sí mismo verdadero es, en mi opinión, un concepto mediante el cual
podemos describir algo que sabemos sobre el análisis, pero hasta ahora no
hemos sido capaces de pensar (p. 8).
En sus escritos, Bollas elabora y refina sus propios pensamientos sobre el sí
mismo verdadero, el cual gradualmente substituye por el término “idioma”. Lo hace,
en parte, porque siente que “el uso excesivo de un término … [conduce a la pérdida
de] sentido a través de un uso embrujador que devalúa el potencial no pensado de
cualquier palabra” (1992, p. 64), pero también porque desea encontrar su propio
camino en esta área esquiva.
En el capítulo, “La función múltiple del psicoanalista” (Fuerzas de destino
1989), escribe:
“El sí mismo verdadero no puede describirse en su totalidad. No es tanto una
articulación del significado mediante palabras que le permitan a uno aislar una
unidad de significado como en la ubicación de un significante, sino más bien
un movimiento de música sinfónica … Cada individuo es único y el sí mismo
verdadero es un idioma de organización que busca su mundo personal
mediante el empleo de un objeto … la fabricación de la vida es como una
estética: una forma revelada a través de la forma de pensar del sujeto” (1989,
pp. 109-10).

377
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En el capítulo, “El objeto transformacional”, en “La sombra del objeto:


psicoanálisis de lo sabido no pensado” (1987), Bollas explora los comienzos de la
elaboración de la estética individual por parte del niño, algo que está intrínsecamente
relacionado con un ambiente temprano facilitador. Si la madre no responde con
sensibilidad al gesto espontáneo del bebé, se bloquearán sus expresiones idiomáticas
tempranas y se reemplazarán por adaptaciones falsas. Pero si ella es sensible al sí
mismo emergente del bebé, tendrá la capacidad, a través de interacciones sutiles
conscientes e inconscientes con su bebé, de responder a la comunicación del sí mismo
verdadero del bebé.
En “La sombra del objeto” se mantiene cercano a la formulación de Winnicott
cuando describe al sí mismo verdadero como “el núcleo histórico de las disposiciones
instintivas y yoicas del infante” (Bollas, 1987, p. 51; La sombra del objeto, p. 74), “el
núcleo del sí mismo” (p. 208; p. 185) o cuando vincula el sí mismo verdadero al
concepto de represión primaria de Freud, como “esa disposición heredada que
constituye el núcleo de la personalidad, que se ha transmitido genéticamente y existe
como un potencial en el espacio psíquico,” y sitúa el sí mismo verdadero en “el
núcleo de lo sabido no pensado” (p. 278; p. 332-33).
En “Fuerzas de destino”, Bollas (1989) formula una diferencia crucial ente el
“hado” y el “destino”. Vincula el hado al concepto de sí mismo falso y la vida
reactiva, y el destino a la realización del potencial interno de la persona. En “La
pulsión de destino”, el capítulo 4, articula su creencia de que este sentido de destino
es el curso natural del sí mismo verdadero a través de los múltiples tipos de relaciones
objetales, y que la pulsión de destino surge, si lo hace, de la experiencia de los bebés
en la facilitación del sí mismo verdadero de la madre.
En el transcurso de nuestra vida, nuestro idioma continúa articulándose
mediante nuestra elección y uso de los objetos. En “Ser un personaje: Psicoanálisis y
experiencia del sí mismo” (1992), Bollas elabora su imagen del idioma como una
“inteligencia de la forma”, así como sus ideas del uso idiomático objetal, que empezó
a elaborar en “Fuerzas de destino”. “El idioma”, escribe, “que da forma a cualquier
carácter humano no es un contenido latente de significado, sino una estética en la
personalidad” (pp. 64-65). Nuestro idioma es “nuestro misterio” (1992, p. 51). No
puede conocerse o alcanzarse por medio de la introspección. Nunca nos
encontraremos con el sí mismo verdadero, nunca sabremos qué es, ni el nuestro ni el
del otro, pero podemos sentir sus derivados intuitivamente, igual que solo podemos
sentir el inconsciente a través de sus derivados.
Bollas considera que el idioma de la persona se articula a través de la elección
y el uso de los objetos, tanto en el sentido transicional (donde la realidad interna y
externa se encuentran y donde la cuestión de lo que viene del interior y del exterior se
mantiene suspendida) como en el sentido “objetivo”, donde la persona encuentra la
cualidad del objeto de ser fundamentalmente sí mismo, fuera de la esfera de los
mecanismos proyectivos: lo que Bollas llama la integridad del objeto.

378
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Bollas escribe:
“Si el idioma es el ello con el que nacemos y su placer es elaborarse a través
de la elección de objetos, que es una inteligencia de la forma en lugar de una
expresión del contenido interno, su trabajo colisiona con la estructura de los
objetos que lo transforman, a través de los cuales obtiene sus contenidos
internos. Esta colisión dialéctica entre la forma humana y la estructura del
objeto es, en el mejor de los casos, una alegría de vivir, puesto que se nutre del
encuentro” (Bollas, 1992, pp. 59-60).
En muchos casos, Bollas discute el profundo “sentido de sí mismo”. En el
capítulo “¿Qué es esta cosa llamada sí mismo?”, en “Cracking up: the Work of
Unconscious Experience” (Bollas, 1995) lo llama “un sentido separado. Un sentido
que es solo un potencial en cada persona, que nace con su capacidad sensorial y que
desarrollará en mayor o menor medida” (ibid., p. 154). Este sentido del sí mismo
puede bloquearse y frustrarse cuando, en la vida del individuo, ha habido muy pocas
respuestas sensibles a sus expresiones idiomáticas, dejándolo con un sentimiento de
vacío y falta de contacto con el interior. En el sentido del sí mismo, Bollas escribe:
“Hay un sentimiento de ser, de que hay algo ahí, pero no algo que podamos tocar o
saber, sino solo sentir, y es el fenómeno sentido más importante de nuestra vida”
(ibid., 172).

VI. B. Colaboradores italianos


Si bien el psicoanálisis británico ha desarrollado las teorías del sí mismo
dentro de la tradición de las relaciones objetales, en el psicoanálisis italiano, el
concepto del sí mismo lo desarrollaron autores que teorizaron su génesis desde la
mente primitiva en la relación con la madre (Eugenio Gaddini); la “matriz grupal”
(Giovanni Hautmann); la dimensión transgeneracional (Diego Napolitani) o como un
dispositivo para analizar la dinámica de la relación analista-paciente (Stefano
Bolognini).
Eugenio Gaddini (en: Mascadini, Gaddini, De Benedetti, 1989), gracias a su
profundo conocimiento y colaboración con Winnicott, fue uno de los psicoanalistas
que importó y desarrolló teorías del sí mismo en el psicoanálisis italiano. Al referirse
al sí mismo, emplea el término “organizador”, con respecto al término “estructura”,
para indicar su función catalizadora en el desarrollo de la organización psíquica. En
las fases iniciales de la estructura del sí mismo, prevalece su anclaje en los estímulos
sensoriales y sensaciones corporales que carecen de sentido del tiempo o de un
espacio definido. Estas primeras sensaciones proporcionan al bebé una primera forma
de “autoexperiencia”, que se experimenta como proveniente del sí mismo, desprovista
de límites e indiferenciada del no sí mismo. La psique, entonces, emerge de las
sensaciones y las organiza gradualmente mediante un mecanismo muy primitivo que
Gaddini define como “imitación primitiva”, o “imitar para ser”. Esta imitación

379
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primitiva continúa utilizándose en la vida adulta, normalmente en sueños y en la


patología del sentido de sí mismo, y en la adolescencia frente a la angustia causada
por la relación con el objeto (Mascadini, Gaddini, De Benedetti, 1989, p. 563).
A partir del tercer mes, gracias a la percepción, la psique del niño empieza a
encontrarse con algo que Gaddini define como un “sentido oscuro del no sí mismo”
que lo llevará a reconocer por primera vez el objeto como algo separado de sí mismo.
El autor destaca especialmente la vulnerabilidad psíquica del niño en esa fase, más
extrema que la biológica, puesto qye genera una forma de angustia primitiva: la
ansiedad por la pérdida del sí mismo (p. 566). Más tarde, Gaddini definirá: 1. La
angustia de la no integración, cuando el sí mismo separado no logra mantener la
cohesión y se fragmenta; 2. La angustia de la integración, cuando el sí mismo, a
través de la maduración biológica y la adaptación del entorno a sus necesidades
emocionales, adquiere una sensación de estabilidad, pero constantemente teme
perderla. Es interesante señalar que Winnicott habla sobre la angustia de la
integración relacionada con un tipo de ansiedad paranoica. La separación del sí
mismo del objeto del no sí mismo coincide con el nacimiento psicológico (Mahler et
al., 1975) y se da mediante una oscilación entre la angustia de la no integración y la
angustia de la integración. Los impulsos libidinales no buscan principalmente el
objeto, sino que se vuelven hacia adentro para mantener unidos los fragmentos del sí
mismo. Esta etapa se puede definir como la consolidación del sí mismo constituido y
unitario. Esta etapa puede durar un tiempo considerable y es un tiempo precioso
porque el sí mismo es capaz de tener experiencias autónomas y las ansiedades de
pérdida del sí mismo desaparecen gradualmente. Esta última etapa consiste en la
formación del objeto y coincide con la renuncia del sí mismo a las defensas anteriores
para investir en una relación de amor auténtica. Gaddini apunta que todas estas etapas
también pueden identificarse en el proceso analítico individual.
Giovanni Hautmann (1990, 2002) desarrolló los vínculos entre la formación
temprana del sí mismo (su nacimiento), los comienzos de las habilidades simbólicas y
el nacimiento de la capacidad de pensar. Hautmann enfatiza que la mente primitiva
está gobernada por una matriz asimbólica, en la cual se imponen las estimulaciones
sensoriales, las percepciones, las sensaciones y las emociones primitivas. El
desarrollo del sí mismo ocurre a través del surgimiento progresivo de esta matriz
original, con una oscilación entre la condición asimbólica, dispersa y disgregada, y un
impulso inicial hacia la integración, hacia grados progresivos de un posible
surgimiento de la identificación y expresión simbólica. Hautmann sigue las teorías de
Bion sobre el aparato protomental para definir la matriz asimbólica como el “magma
protomental” o “sí mismo grupal primitivo”. En esta matriz protosimbólica, los
elementos, ya sean dispersos o agregados, pueden pertenecer tanto al estatus psíquico
como al físico y, por lo tanto, son susceptibles de enfoque analítico, y, quizás
también, de enfoque biológico. Las oscilaciones de la mente primitiva también
pueden ser interceptadas en la sesión analítica, contenidas y comprendidas por la
ensoñación del analista y resignificadas a través de su actividad interpretativa.

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Diego Napolitani (1987, 1991, 2005) propone un modelo de formación del sí


mismo individual, entendido como una fuerte identidad nuclear/central, que empieza
en la matriz grupal (matriz grupal/colectiva), estratificada en sus dimensiones
culturales, sociales y familiares. Napolitani modeló su constructo del sí mismo con la
ayuda de una representación gráfica que definió como el “mapa de la mente bipolar”,
en el que indica que los componentes “masculinos” y “femeninos” son dos formas
diferentes de abordar el conocimiento y la visión del mundo. En el mapa de la “Mente
Bipolar”, el autor identifica tres dimensiones: 1. El IDEM (“parecido o igualdad”, del
latín), el cual está estrechamente relacionado con el ambiente original (el pasado del
individuo, desde sus orígenes más remotos hasta sus más experiencias relacionales
más recientes), es decir, el núcleo de las raíces de la identidad. Es el complejo de
experiencias en la historia de cada ser humano, desde el nacimiento hasta el momento
presente, el mundo de las tradiciones, el conjunto de experiencias relacionales,
afectivas e intelectuales acumuladas en la historia de cada individuo. El Idem es “mi
tradición y mi cultura”, y como tal, también “una forma de conocimiento perjudicial”.
La formación del sí mismo en el mapa bipolar coincide con el IPSE (“él mismo/ella
misma”, del latín) e indica la dimensión reflexiva, es decir, la autoconciencia a través
del surgimiento del Idem. El Ipse coincide con el sí mismo consciente y se desarrolla
a partir de códigos lingüísticos, gestuales y éticos, internalizados como
identificaciones del entorno original. Finalmente, el autor identifica un tercer lugar en
el mapa bipolar, el AUTOS (“Él”, del griego), el dispositivo autoorganizador que se
pone al descubierto en la producción de símbolos. Es la habilidad poético-simbólica
que representa la fuente de todos estos procedimientos complejos que conectan al
individuo con sus propias matrices originales, por un lado, y con su propio devenir en
el otro, por otro lado. Autos mantiene el sí mismo en un estado de equilibrio
permanentemente e inestable entre la dimensión conservadora y la dimensión
transformadora, pasando así de la heteronomía (obediencia a la ley del otro) a la
autonomía (la construcción del símbolo en torno al cual articula su propia ley).
Stefano Bolognini (1991) ha desarrollado una teoría del sí mismo centrada en
la díada paciente-analista en acción. Bolognini subraya las diferencias entre los
términos “Yo” y “Sí mismo”. Define el “Yo” según Laplanche y Pontalis (1967)
como: (1) el núcleo de la conciencia y el conjunto de funciones mentales activas; (2)
el organizador de las defensas; (3) el mediador entre la realidad externa, el ello y el
superyó. El “sí mismo” es el conjunto de representaciones que atañen a la persona
misma cuando es un objeto (potencial o real) de su propia experiencia subjetiva. A
diferencia del yo, el ello y el superyó, que son componentes dinámicos del aparato
psíquico, el sí mismo es un contenido del aparato, de la misma forma que las
representaciones objetales. Al tratarse de una unidad con continuidad en el tiempo, el
sí mismo está configurado como una estructura interna de la psique que, sin embargo,
tiene una ubicación compleja: varias representaciones del sí mismo, a menudo
conflictivas, se distribuyen en el yo, en el ello y en el superyó (Kohut, 1971). Por
consiguiente, el sí mismo parece ser en parte consciente, en parte inconsciente.

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Bolognini propone un modelo de interacción del Yo y el Sí mismo en la díada


paciente/analista, donde explora cuatro combinaciones: 1. El contacto del Yo del
analista con el Yo del paciente, mediante el cual se comunican porciones de la vida
psíquica del paciente a nivel consciente. El objetivo de la relación es proporcionar el
equivalente de un mapa geográfico para hacer posible que el paciente tenga nuevos
ideas y puntos de vista sobre sí mismo. La pareja no ingresa en el mundo interior, sino
que explora el espacio superficial, ya que éste podría ser una forma informativa y
explicativa de trabajar en el análisis. 2. El contacto entre el Yo del analista y el sí
mismo del paciente. En este caso, el analista puede organizarse en una condición
bastante estabilizada de receptividad preconsciente, mientras mantiene su propio
centro de gravedad experiencial en el yo consciente, en situaciones en que el paciente
está preparado para un intercambio más profundo y completo. El analista también es
capaz de notar intrusiones proyectivas del paciente, que identifica como elementos del
no sí mismo, y de volver, formulando hipótesis dinámicas, a los procesos internos del
paciente, incluidos los escenarios de la vida onírica de su paciente. 3. El contacto
entre el sí-mismo-Yo del analista y el Yo del paciente. En este caso, el analista utiliza
la resonancia de su propio sí mismo para identificar, comparativamente, las áreas
subdesarrolladas o inaccesibles del sí mismo del paciente, pero también experimenta,
en su propio sí mismo, las formas, los niveles y la fuerza con que el Yo defensivo e
inconsciente del paciente suspende, sofoca o generalmente cancela el contacto
subjetivo del paciente con su propio sí mismo (Bollas, 1987). Un contacto amplio y
profundo con su propio sí mismo le permite al analista recibir, experimentar y
discernir las partes de la vida mental del paciente (objeto y funciones) que se han
dividido y proyectado sobre él. 4. El contacto entre el sí-mismo-Yo del analista y el
sí-mismo-Yo del paciente. En esta configuración, el contacto con el paciente es más
profundo: se amplían los canales preconscientes y las funciones exploratorias del yo
observador del analista, que pueden iluminar, profundizar y conseguir ponerse en
contacto con partes del paciente y de sí mismo. En este caso, el analista no deduce,
pero ve más: prevalecen los procesos introyectivos sobre los proyectivos, y los
procesos proyectivos del paciente, experimentados por el analista, no solo son objetos
de comunicación verbal, sino que a menudo se tratan a través de la identificación y un
juego creativo.
Por lo general, Bolognini (1991) aboga por una definición más amplia del
concepto del sí mismo. Según esta definición, el sí mismo correspondería a la realidad
interna (incluidas las representaciones objetales) que resulta ser una parte duradera,
caracterológica y constituyente del mundo mental de una persona, y que puede ser el
objeto de su experiencia subjetiva. Visto de esta manera, la parte nuclear del sí mismo
es la parte en la que los elementos que han sido objeto de identificación proyectiva
forman, de manera más profunda y auténtica, un núcleo orgánico con la constitución
somatopsíquica hereditaria de la persona. En este nivel, cualquier trabajo
psicoanalítico que implique la desidentificación será inevitablemente inapropiado y
destructivo. Este sí mismo nuclear se relaciona con una identidad profunda (el
equivalente del “sí mismo verdadero” de Winnicott). La imagen general formada por

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los objetos internos, el sí mismo nuclear y sus relaciones pueden transmitir una
atmósfera emocional básica del sí mismo cuyas fluctuaciones ocasionales se pueden
percibir en el estado mental del paciente, en el contenido de sus sueños y en la
atmósfera de la sesión. El analista puede optar por observar este teatro de ensueño o
participar activamente en él. En el primer caso, trabaja principalmente por el yo; en el
segundo caso, pone en juego su propio sí mismo. Diversas combinaciones y
permutaciones del trabajo analítico que abarcan los contactos entre el yo y el sí
mismo del analista y del paciente van de la mano y conducen a procesos que
comprenden el crecimiento y las emancipaciones del yo (del ello y el superyó), por un
lado, y la expansión y el enriquecimiento del sí mismo, por otro lado: “La experiencia
nos enseña que, en un buen análisis, estos dos procesos de desarrollo están destinados
a reunirse y combinarse armoniosamente, a pesar de lo que digan los teóricos
prominentes de la técnica: el resultado es una persona con un yo válido y un sí mismo
rico…” (Bolognini 1991, pp. 348-349).

VI. C. El sí mismo en francés y en la tradición relacionada con el francés


Jean-Bertrand Pontalis
Pontalis (1977/1983) describió áreas intermedias entre el sueño y el dolor
psíquico, en las que, en su opinión, se produce el nacimiento y reconocimiento del sí
mismo. Según este punto de vista, no es tanto el placer, sino el sufrimiento, un
aspecto intensamente subjetivo del dolor, lo que contribuye a la estructuración
psíquica y la “subjetivización”, puesto que influye y pone al descubierto la condición
del sujeto/sí mismo.
El ensayo seminal de Pontalis, “Naissance et reconnaissance du soi”
[“Nacimiento y reconocimiento del sí”, en su traducción española], constituye un
capítulo fundamental de su libro, “Entre le rêve et la douleur” [“Entre el sueño y el
dolor”] (Pontalis 1977/1983). Este capítulo
se considera uno de sus primeros textos en francés sobre las “personalidades como si”
de Helene Deutsch (1942) y el “sí mismo verdadero” y “falso” de Winnicott,
poniendo en perspectiva la psicología del Yo y del Sí mismo.
Pontalis (1977/1983) examina a fondo la génesis del concepto del sí mismo y
sus implicaciones con respecto a la teoría freudiana. Critica la unidad ilusoria del
concepto del sí mismo, en la que ve el riesgo de evitar la irreductibilidad del conflicto,
la alteridad del inconsciente, la incompatibilidad de las representaciones, las múltiples
transformaciones de las pulsiones y la multiplicidad de las identificaciones. Por lo
tanto, enfatiza que la unidad del sí mismo podría contradecir la compleja articulación
de la realidad psíquica, sobre la base de la teoría estructural/ segunda topografía de
Freud, la formación y diferenciación de las agencias psíquicas y su conflicto
irreducible, en beneficio de un modelo de crecimiento unitario, muy cercano al
modelo orgánico. A pesar de esto, Pontalis aporta algunos ejemplos relacionados con

383
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la investigación clínica que hacen que sea útil la introducción del concepto del sí
mismo. El primero hace referencia a una comparación entre dos tipos de pacientes
presentados por Helene Deutsch y Edith Jacobson, para cuya descripción ambas
autoras han utilizado la noción del sí mismo. La descripción de las personalidades
“como si” de Helene Deutsch (1942) se refiere a pacientes cuya realidad interior se
caracteriza por la ausencia del sí mismo. Esta ausencia puede representarse con un
sobre vacío, cuyos límites externos se encuentran investidos para evitar los objetos,
las representaciones y los afectos. Edith Jacobson describe la personalidad del
psicótico, que, por el contrario, sufre una fragmentación de su propio sí mismo dentro
de una realidad psíquica interior “demasiado llena”, cuyos límites se encuentran
constantemente amenazados por la irrupción de la realidad externa. Además, aunque
no está de acuerdo con la distinción entre el Yo y el sí mismo de Hartmann, que
desafiaría la contradicción intrínseca del “Ich” freudiano, Pontalis reconoce el mérito
de Hartmann, y también de Kohut, de haber incluido en el campo de la investigación
psicoanalítica los trastornos del espectro narcisista mediante una elaboración de sus
respectivas teorías del sí mismo. A partir de esta aparente contradicción entre el
marco teórico y las experiencias que surge en la profundidad del trabajo clínico,
Pontalis sugiere que la noción del sí mismo puede ayudar a resaltar el componente
subjetivo del paciente y el analista en el trabajo analítico. Finalmente, Pontalis
propone un examen cuidadoso de algunos puntos centrales de las ideas de Winnicott
(el espacio transicional, la creación del objeto transicional, la distinción en el sí
mismo verdadero y el sí mismo falso). Este examen lo lleva a proponer su propia
conceptualización del sí mismo:
“Para que sea posible una conciencia y una experiencia del sí mismo, existe la
necesidad de que se constituya un yo, aunque sea rudimentario. El yo es el
representante del organismo como una forma, frágil en su vulnerabilidad y
reconfortante en su fijación, como la imagen en el espejo: el yo está en un
espacio cerrado e incrustado entre el espacio del ello, siempre listo para
invadirlo, y el espacio exterior, siempre marcado por el superyó, que el yo
debe enfrentar: el sí mismo no es el impulso vital, sino un espacio psíquico
que representa la vida. El sí mismo está en un espacio abierto por los dos
lados, por decirlo de alguna manera: al entorno que primero lo alimenta, y
que, a su vez, crea” (Pontalis, 1977/1980, p. 178).
Retomando la idea de Winnicott de que el sí mismo es el guardián del
sentimiento de existir, Pontalis concluye: “Ser alguien que vive es una tarea que ya
realizada, programada para el organismo animal, pero siempre inventada por el
hombre” (Pontalis 1977/1980, p. 178). Enfatiza, por tanto, la propiedad de
autoinvención del sí mismo.

384
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Judith Gammelgaard
En su artículo sobre el tema, “Yo, Sí mismo y Alteridad” (Gammelgaard,
2003), Gammelgaard sintetiza la filosofía francesa de Ricouer (1992) con la tradición
psicoanalítica francesa de Laplanche (1992), Green (2000) y Piera Aulagnier (1975),
junto con la noción del espacio transicional de Winnicott (1971), con el fin de
actualizar la conceptualización contradictoria y ambigua de Freud del “yo”
descentrado, que comprende el yo, el sí mismo y la alteridad. Sitúa al sí mismo en el
área intermedia de la experiencia, siguiendo el énfasis de Winnicott en la diferencia
que hay entre relacionarse con el objeto y usar el objeto. Winnicott (1971) explica que
pasar de relacionarse con el objeto a usar el objeto conlleva que: (a) el sujeto destruya
fantasmáticamente el objeto, y (b) que el objeto sobreviva la destrucción fantasmática
con el fin de adquirir su propia autonomía. Si sobrevive, según Gammelgaard, el
objeto podrá percibirse y concebirse como el otro, lo que conduce a la aparición de
una percepción rudimentaria del “I”, “me” (del inglés), que es, a su vez, la primera
representación de la idea del “I”, con el “me” adentro.
Estas primeras representaciones corresponden al pictograma de Aulagnier
(1975), que puede preceder a la formación de la fantasía primaria, pero que no se
encuentra fuera de la esfera de representación. El pictograma es la primera
representación que produce la primera actividad psíquica, que refleja tanto la
actividad como la activación y, lo más importante, abarca el otro. Aquí Gammelgaard
vuelve a situarse en el terreno del psicoanálisis francés: el pictograma como una
ilusión que pertenece al “I” o al “me” y que existe en la psique como un “mensaje
enigmático” nunca entendido del otro (Laplanche, 1997; Gammelgaard, 2003, p. 107).

VI. D. El Sí mismo en el psicoanálisis infantil y adolescente


Si bien muchas contribuciones de autores norteamericanos y europeos están
explícita o implícitamente relacionadas con el desarrollo, en Europa, en particular, el
psicoanálisis infantil y adolescente, basado en algunos aspectos de la investigación y
las teorías de Margaret Mahler y Daniel Stern, se considera con frecuencia como algo
especial, una categoría que proporciona una mayor elaboración de las teorías del sí
mismo. Recíprocamente, la teoría y el trabajo clínico de los analistas de niños y
adolescentes también estimula la evolución de este concepto. Esto conlleva una
mayor presentación de estudios empíricos e investigaciones interdisciplinarias, que
pueden ser relevantes para las conceptualizaciones clínicas aplicables a todas las
categorías de edad.

VI. Da. Antecedentes en los estudios infantiles de América del Norte y Europa
Los estudios de René Spitz (1945, 1965, 1972) sobre la separación materna a
largo plazo en bebés institucionalizados influyó mucho en la teoría de Mahler de la

385
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separación-individuación. Es importante destacar que también fue el primero en


enfatizar la importancia vital del “sostén” afectivo del bebé por parte de los
cuidadores, puesto que promueve una rica comunicación táctil, afectiva y no verbal
entre los bebés y sus cuidadores.
Esta tradición continuó con Mahler (Mahler, Pine, Bergman, 1975), dentro del
marco de la psicología del yo y la teoría estructural; con la investigación infantil sobre
la autorregulación y la regulación interactiva de Beebe (Beebe y Lachman 2002;
Beebe 2004a, b) y con el grupo de estudio de los procesos de cambio de Boston
(Stern, Sander, Nahum et al., 1998), dentro del marco de las teorías del sí mismo y
relacionales.
Influenciado por Bowlby (1969), en Inglaterra, Ainsworth (Ainsworth, Blehar,
Waters y Wall, 1978), en los Estados Unidos, elaboró una teoría contemporánea del
apego, en que el apego se define como un vínculo afectivo entre el bebé y un cuidador
(Blum, 2004) y como la correspondencia conductual de las relaciones objetales
internalizadas bajo la influencia de la relación madre-bebé temprana (Diamond y
Blatt, 2007).
Estos estudios y otros comparables en el campo de la investigación infantil y
el apego en Europa (D. N. Stern, 1985; Trevarthen, 2001; Fonagy, Gergely, Jurist y
Target, 2002; Ammaniti y Trentini, 2009; Cortina y Liotti, 2010) defienden
sistemáticamente el enfoque de la personalidad organizada en términos del “sí-
mismo-con-otro”, en que la interacción entre dos sujetos es condición necesaria para
el desarrollo psíquico, así como para la cura psicológica (ver también las entradas
TEORÍAS DE LAS RELACIONES OBJETALES e INTERSUBJETIVIDAD).
Los neurocientíficos del desarrollo han sugerido que puede haber un “otro
virtual” en el cerebro cuyos contornos se llenan de experiencia (Bråten, 2011). Los
sistemas de neuronas espejo (Gallese, Eagle y Migone, 2007) se consideran un
elemento posible de esta “interpersonalidad” innata. A este respecto, también son
relevantes los estudios neuroanalíticos de las estructuras y actividades del cerebro
derecho implicadas en los procesos inconscientes del “sí mismo implícito” de Allan
Schore (2011).

VI. Db. Mahler y Stern: síntesis de la investigación y la teoría


Margaret Mahler
Emigrante de su Viena natal a Nueva York, donde vivió y trabajó la mayor
parte de su vida adulta, la influencia de Margaret Mahler se siente con fuerza en
ambos continentes, tanto en América del Norte como en Europa. Su teoría de la
separación e individuación se desarrolló a partir de su extenso trabajo y estudio de
niños con patologías severas de autismo y “psicosis simbiótica”.

386
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Claramente relevante para el trabajo analítico infantil, su noción de los


orígenes simbióticos de la existencia humana, con el surgimiento del sí mismo gracias
a los procesos complementarios de separación e individuación que estructuran las
representaciones internalizadas del sí mismo, se distingue de las representaciones
objetales internas.
Las fases y subfases del proceso de Separación-Individuación incluyen el
autismo y la simbiosis pre-separación, y la Separación-Individuación propiamente
dicha con las subfases de Diferenciación/“Eclosión”; Ejercitación, Acercamiento, y
“Hacia la Constancia Objetal” (Para más información, consultar el capítulo IV.B. de
esta entrada).

Daniel N. Stern
Un analista formado en América del Norte, activo tanto en América del Norte
como en Europa, Stern (1985) ha elaborado un modelo del desarrollo del sí mismo a
partir de la integración de los conocimientos sobre investigación infantil con la teoría
psicoanalítica.
Al nacer, el bebé experimenta el mundo como un torrente de estímulos
sensoriales aparentemente no relacionados, que él/ella gradualmente aprende a “unir”
usando señales como el “tono hedónico” (calidad emocional) y patrones temporales e
intensos compartidos entre los estímulos. Este proceso de integración y organización
de la experiencia, llamado el sentido emergente del sí mismo, continua hasta
aproximadamente los dos meses. Sirve de base para la capacidad del niño de aprender
y crear.
En torno a los dos meses, la organización de la experiencia sensorial del bebé
llega a un punto en que él/ella es capaz de organizar la experiencia lo suficiente bien
como para tener recuerdos episódicos integrados. Esto comporta un mayor nivel de
sofisticación para organizar experiencias futuras, ya que el bebé es capaz de discernir
objetos discretos e invariantes de estímulos sensoriales intermodales y utilizarlos para
llegar a generalizaciones sobre lo que él/ella puede esperar en el futuro de su entorno.
En este proceso, el bebé también se da cuenta de sus propias características
(“invariantes del sí mismo”), que le dan su sentido nuclear del sí mismo como una
entidad distinta de los objetos de su entorno. El bebé también desarrolla
representaciones generalizadas de sus interacciones con su cuidador principal durante
este tiempo, un concepto relacionado e informado por la teoría del apego. Un papel
importante del cuidador en esta etapa es ayudar al bebé a regular sus afectos.
Finalmente, si todo va bien, el bebé internalizará estas experiencias con la figura
principal del apego, lo que le permitirá ayudarse a sí mismo en la autorregulación de
los afectos.
En torno a los siete meses, el bebé empieza a darse cuenta de que sus
pensamientos y experiencias son distintos de los de otras personas, es decir, que existe

387
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una brecha entre su realidad subjetiva y la de otras personas. Sin embargo, si la figura
principal del apego demuestra una sensibilidad adecuada, el bebé también se da
cuenta de que esta brecha se puede cerrar con las experiencias intersubjetivas, como
compartir el afecto y el foco de atención, mientras se desarrolla el sentido del sí
mismo subjetivo. Una falta de sensibilidad, como podría suceder, por ejemplo, si la
madre sufre de depresión, puede privar al bebé de tener suficientes experiencias
intersubjetivas, dejándolo incapaz de conectarse con otras personas de manera
significativa. Stern cree que esto puede ser la base del trastorno de personalidad
narcisista y del trastorno de personalidad antisocial. Alrededor de los 15 meses, el
bebé desarrolla la capacidad de representación simbólica y lenguaje, por lo que se
vuelve capaz de crear representaciones mentales abstractas complejas de experiencias.
Esto facilita la intersubjetividad, pero cambia el enfoque del niño hacia aquellas cosas
que pueden representarse y comunicarse con lenguaje. Este proceso facilita el
desarrollo verbal del sí mismo. Cada sentido del sí mismo corresponde a un dominio
distinto de la experiencia interpersonal: el dominio de la relación emergente, el
dominio de la relación nuclear, y así sucesivamente. Los sentidos del sí mismo y los
dominios relacionales no son fases o estadios sucesivos que se reemplacen o
subsuman entre sí. Siguen creciendo y coexistiendo durante toda la vida.
En su trabajo, Harold Blum integró los hallazgos de Mahler y Stern con la
investigación posterior sobre el desarrollo (Stern 1985; Pine, 1986; Bergman, 1999;
Gergely, 2000; Fonagy, 2000) desde la perspectiva freudiana contemporánea sintética
e inclusiva. Blum destacó principalmente los procesos multidimensionales de
diferenciación como condición previa al surgimiento del sí mismo intrapsíquico y la
representación objetal. A esto le siguieron más integraciones clínicas y teóricas de
conceptualizaciones del sí mismo desde el psicoanálisis de niños y adolescentes.

VI. Dc. El Sí mismo en el psicoanálisis infantil


Frances Tustin (1981), en su estudio de los estadios primitivos del desarrollo,
retoma el concepto de la fase autística normal en la primera infancia, el cual define
como un estado centrado en el cuerpo, dominado por las sensaciones, que constituye
el núcleo del sí mismo y está asociado a una autosensualidad relativamente
indiferenciada. Describe que, en este estadio, el cuerpo del niño y sus sensaciones
sientan las bases para la constitución de un sí-mismo corporal fundamental para el
desarrollo posterior de la identidad. En esta fase, los objetos de la realidad externa,
incluida la madre, se incorporan en forma de objetos de sensación pertenecientes al
cuerpo, precursores de la relación futura del bebé con objetos no yo, experimentados
de forma separada del cuerpo al que el niño debe adaptarse.
Tustin también enfatiza que el niño debe haber desarrollado primero un
sentido del sí mismo que sea distinto y separado de los demás para poder desarrollar
una conciencia social de los demás. La manera en que el bebé desarrolla este tipo de
conciencia es esencial para la adquisición del sentido de identidad individual. La

388
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sensualidad del bebé en el estado de autismo primario normal se combina con la


adaptabilidad de la madre proveniente de su preocupación materna, que protege a su
hijo desde las experiencias del “no sí mismo”, en una especia de “útero posnatal”.
Tustin teoriza un constructo autosensual para describir la forma en que el niño
experimenta a la madre como parte de su cuerpo. Las capacidades que adquiere el
bebé en este estadio, mediante los “objetos de sensación”, entran en juego en el uso
posterior de objetos reconocidos como no sí mismo. La adquisición de estas
capacidades ayuda al niño a soportar las adaptaciones necesarias para hacer frente a la
realidad externa separada del sí mismo. Más tarde, Tustin propuso una clasificación
clínica del autismo patológico basada en los mecanismos de defensa que el niño pone
en práctica para protegerse de las fallas en la elaboración de la separación del sí
mismo del no sí mismo.
En niños “encapsulados”, el desarrollo psicológico está bloqueado, el “sí
mismo corporal” mantiene una separación de las sensaciones y el no sí mismo se
encuentra encapsulado en el sí mismo. Dichos niños mantienen una condición
fusionada al separarse de sus propias sensaciones e incluir el “no sí mismo”
(sensaciones derivadas del cuerpo del otro: sus gestos, acciones, emociones, etc.) en
su propio sí mismo. Estos niños se aferran a objetos duros que son fuente de
sensaciones frías y metálicas. Estas sensaciones ayudan al niño a construir una
representación somatopsíquica del caparazón en el que están encapsulados.
En los niños “confundidos”, por el contrario, el sí mismo se encuentra
fragmentado y confundido con el no sí mismo y el desarrollo psicológico está
sumamente desorganizado. El no sí mismo está envuelto por el sí mismo y encerrado
en él por medio de sensaciones corporales excitantes. Tanto en niños encapsulados
como confundidos, el núcleo central consiste en el intento de mantener una condición
fusionada entre el sí mismo y el no sí mismo.
Por lo general, el niño encapsulado produce una especie de escisión o
alienación de las sensaciones de su propio cuerpo. Por otro lado, el niño confundido o
confuso es como si hubiera sido engullido por sus sensaciones corporales.

Según Renata Gaddini (1977, 2004), la palabra “sí mismo” se emplea dentro
de un contexto de maduración basado en una teoría del desarrollo. En este contexto, el
“sí mismo” es el resultado de la experiencia corporal total del bebé en los primeros
meses de vida. Estas son sensaciones que, en el curso del crecimiento, se elaboran
gradualmente en un proceso de mentalización. Los estudios longitudinales sobre el
desarrollo de los niños han demostrado que, en el proceso de crecimiento, el niño pasa
de las sensaciones a las percepciones y sentimientos y símbolos, y, finalmente, a los
pensamientos. El objeto transicional es el primer paso observable en la simbolización
temprana, una base para el desarrollo de procesos secundarios de pensamiento. En
base a estos estudios longitudinales, Gaddini ha podido mostrar que la calidad de la
interacción madre-hijo hace posible el desarrollo de un sí mismo corporal. El sí

389
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mismo, de hecho, es la primera organización del individuo recién nacido, mientras


trata de adaptarse a la nueva homeostasis. El bebé trabaja en su formación en los
primeros meses. En la organización del sí mismo hay una contribución de la madre
que toca a su bebé y, al hacerlo, delimita las fronteras físicas del bebé y de la
contribución innata del bebé. El sí mismo del bebé se origina mediante la
convergencia de estas dos contribuciones. La totalidad de estas sensaciones
periféricas de contacto piel con piel y del impacto de su cuerpo en el espacio son
cruciales para que el bebé desarrolle su sentido del sí mismo. El funcionamiento del
cuerpo (la función de los órganos) es el lenguaje del sí mismo. Gaddini afirma que
“[c]ada vez que nos referimos al sí mismo, nos encontramos inmediatamente lidiando
con una actividad mental que de alguna manera está relacionada (tiene que ver con) el
cuerpo … Entre las funciones del sí mismo, vemos el control de las reacciones
orgánicas del cuerpo” (Gaddini 1977, p. 264). La actividad mental surge de la
experiencia corporal y ayuda al niño a dominar las ansiedades y miedos de
desintegración y su fantasía le ayuda a salvarlo de la desintegración.

Anne Alvarez
Formada en Canadá, Estados Unidos y Gran Bretaña, Alvarez es miembro de
numerosas sociedades psicoanalíticas infantiles y de la academia en América del
Norte y Europa.
Analista de niños y adolescentes de la tradición poskleiniana, cuyas ideas han
sido informadas por su extenso estudio y trabajo clínico con niños autistas y afectados
por el desarrollo, Alvarez teoriza: “es casi imposible pensar en el sí mismo, excepto
en relación con los objetos” (Bach, Mayes, Alvarez, Fonagy, 2000, p. 11). Menciona
tres factores que la fuerzan a atender el tema de la individualidad:
“El primero es el trabajo con niños autistas y desfavorecidos, donde un sí
mismo es apenas visible o casi inexistente. A veces esto se debe a que el
objeto es demasiado dominante, y otras veces a que el objeto apenas existe, en
cuyo caso el niño puede parecer apenas humano. El segundo es el estudio del
neonato, y el tercero es el estudio de niveles extremadamente tempranos de
funcionamiento infantil en niños con retrasos severos del desarrollo” (ibid., p.
12).
Al estudiar el sí mismo y sus orígenes más tempranos, amplía la noción
kleiniana de las ansiedades que afectan el sí mismo, dominado por la posición
esquizo-paranoide, y sostiene (Alvarez 1992, 1999) que las ansiedades de las personas
que funcionan a en la posición esquizo-paranoide, merecen más atención de la que
han recibido.
Con el sí mismo y los objetos, y sus respectivas partes entremezcladas, la
cuestión de dónde termina el sí mismo y donde empiezan los objetos internos tiene
importantes implicaciones clínicas y técnicas. Asumiendo el consenso general de que

390
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los objetos internos no son réplicas o representaciones exactas de los objetos externos,
sino más bien una amalgama de figuras externas y proyecciones de partes del sí
mismo, y de que el sí mismo se compone de un núcleo interno amalgamado con capas
y capas de identificaciones y respuestas internalizadas, aun así, es necesario hacer una
distinción teórica y técnica entre sus componentes. En ciertas circunstancias, la
decisión clínica de ir por el carácter objetual de la figura o por la sí-mismidad puede
ser decisivo para el paciente. La autora ofrece ejemplos (Bach, Mayes, Alvarez,
Fonagy, 2000) de tales decisiones clínicas en su trabajo con una serie de sueños en
que, a primera vista, las figuras autoritarias críticas y rechazadoras parecen estar
llenas de alteridad y, aunque uno podría descubrir más tarde que las figuras contenían
algunos aspectos del sí mismo del paciente, ella se preguntaría primero sobre la
naturaleza del objeto maternal interno. Alvarez explica que su preferencia por ver
primero la figura autoritaria como un objeto interno (en lugar de un aspecto del sí
mismo) depende del grado de alteridad que contenga la figura. Más tarde, cuando la
figura autoritaria evoluciona y adquiere características más benignas, también podría
considerarse y explorarse como parte del sí mismo, pero si al principio parece estar
llena de alteridad (crítica, rechazo), la autora empezaría por explorar las motivaciones
de la figura.
Alvarez sigue la imagen kleiniana de la mente contenedora de un mundo
interno con aspectos (más o menos integrados) del sí mismo y varios objetos internos
(Alvarez, 1999). Algunos ejemplos pertinentes se encuentran en niños con aparentes
dificultades de aprendizaje debido a la omnipotencia, la vergüenza o la desesperación
motivadas por un objeto interno que consideran estúpido u obstaculizado. Esto hace
que los niños se hagan pasar por estúpidos para “hacer compañía al objeto”. A medida
que el objeto interno se hace más robusto, viable y más inteligente, los niños pueden
empezar a manifestar y utilizar su inteligencia.
Según esta autora (Alvarez, 2010; Alvarez y Lee, 2004), ningún sentimiento o
función puede verse desde el punto de vista de la psicología de una persona. La
cuestión es hacia qué tipo de objeto se dirigen los sentimientos, y esto depende de
varios procesos de introyección, internalización e identificación, a la vez que los
afecta. A medida que el paciente envejece, tales figuras pueden ser aceptadas como
ego-sintonizadas, es decir, más como una parte del sí mismo del paciente. Sin
embargo, la autora se mantiene firme en el criterio de la alteridad, que puede aplicarse
incluso en las personalidades más integradas.

VI. Dd. El sí mismo en el psicoanálisis adolescente


Las exploraciones relacionadas con la función del sí mismo como una entidad
distinguida respecto al yo, derivan de la influencia del modelo de Peter Blos (1967)
en algunos de los autores que han tratado el psicoanálisis adolescente.

391
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Según Blos, la adolescencia puede modelarse como un “segundo proceso de


individuación” con respecto al primer proceso de separación e individuación descrito
por Margaret Mahler. A medida que el niño se separa de la madre a través de un
proceso de internalización de su imagen, de forma similar, el adolescente debe
separarse de sus propios objetos internalizados de su infancia para poder recurrir a
objetos fuera de la familia. Blos considera el cambio adolescente como una
transformación que conduce a la definición de la estructura del carácter. Este proceso
se basa en el establecimiento de representaciones realistas del sí mismo y el objeto,
una disminución de la rigidez del superyó edipal, un incremento de la influencia del
ideal del yo y en el logro de una identidad sexual adecuada. Blos describe la
adolescencia por medio de diferentes subfases:
- Pre-adolescencia: en la que presenciamos el momento de mayor aumento
de la presión instintiva y la reactivación de las pulsiones pregenitales;
- La adolescencia temprana: caracterizada por la primacía genital y el
rechazo de los objetos internos de crianza;
- La adolescencia tardía: la fase de consolidación de las funciones e
intereses del yo y de la estructuración de la representación del sí mismo;
- La post-adolescencia: en que debe terminarse y completarse la tarea de
remodelar la personalidad.
Aunque Blos no estudia en profundidad la distinción entre el sí mismo y el yo,
su modelo se ha utilizado como puerta de entrada por autores que, a partir del tema de
la individuación, han querido profundizar en la distinción entre yo y sí mismo en el
desarrollo del adolescente.
Arnaldo Novelletto (2009) exploró el concepto del sí mismo con particular
referencia a sus implicaciones para la comprensión del desarrollo adolescente. Dentro
del “sistema Yo-Sí-mismo”, Novelletto distingue dos áreas funcionales distintas: el
propio Yo y el Sí mismo. El Yo sigue siendo la instancia para la función de la
percepción, juicio la realidad, pensamiento y acceso a la función/dimensión psíquica
de la voluntad, los mecanismos de defensa y el control de la angustia. El Sí mismo,
por otro lado, proporciona el almacenamiento y la actualización de las
representaciones físicas y psíquicas del sí mismo, la conciencia de los procesos de
cambio, la elaboración del duelo vinculado a las separaciones, internas y externas, la
formación del carácter, la autoconservación, el reequilibrio de las cargas narcisistas
hacia las realidades objetales y la homeostasis del estado de ánimo. En la
adolescencia, el sistema Yo-Sí-mismo está lidiando con las otras dos instancias
constituyentes del aparato psíquico, el ello y el superyó, en un proceso transformativo
complejo que conducirá a una reelaboración profunda de la representación que tiene
el sujeto de su propia identidad, las relaciones objetales internas, la integración de sus
instintos y la orientación de sus pulsiones. Novelletto atribuye al sí mismo una
función observadora de otras instancias psíquicas que hace posible que individuo
desarrolle la autorreflexión. Esto es importante para el investimento en algunos
objetos que realizan una función similar a los objetos transicionales de la primera

392
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infancia, como los diarios personales: espacios privados superpuestos con espacios
públicos. Estos diarios personales confirman la naciente intimidad del sí mismo, pero
al mismo tiempo evidencian la necesidad del adolescente de prolongar la comunidad
simbiótica con los padres. Otro tema central es la integración de los cambios físicos
de la pubertad en la imagen corporal y la remodelación de la imagen del sí mismo.
Existe una división particularmente evidente entre la parte del sí mismo que tiende a
evolucionar y crecer, especialmente mediante la acción, y la que tiende a la regresión
principalmente a través de la fantasía. Esta división dentro del sistema es inevitable.
Otro tema es la reelaboración y la reconstitución del ideal del yo y el uso del grupo de
compañeros como fuente de recarga narcisista y de identidad.
Según Tommaso Senise (1980, 1985, 1986), el sí mismo representa un objeto
del Yo: “El sí mismo es el yo experimentado como objeto por el sujeto Yo” (Senise
1980, p. 1), y la identidad personal deriva de la adquisición de un sentimiento de la
imagen global y unitaria del sí mismo. Senise define los procesos de individuación –
aquellos procesos endopsíquicos que facilitan la constitución subjetiva de la propia
identidad– como una imagen de la persona en su totalidad. Los procesos de
individuación hacen posible la constitución, la permanencia y la continuidad del sí
mismo como entidad interior, incluso en su cambio continuo con respecto a su
representación espaciotemporal en función de los desarrollos dialécticos de las
relaciones del yo, tanto las intrasistémicas (yo, superyó, ello) como las
“intersistémicas” (las relaciones con objetos externos, a diferencia del uso que hace
Hartmann del término “intersistémico” para referirse al conflicto dentro del yo: ver la
entrada CONFLICTO). La noción del sí mismo viene dada por nuestra experiencia
concreta (sentimiento del sí mismo) y por las funciones yoicas. El sí mismo se
constituye en función del yo y se desarrolla como un esquema continuo, una
referencia permanente, como una imagen especular de las emociones y el
pensamiento, agente del yo corporal y en relación con la realidad. Las modificaciones
estructurales de la organización psíquica que conducen a una remodelación del yo y el
superyó siguen caminos desiguales, tortuosos y contradictorios, que inducen episodios
de ansiedad, tensión, confusión y desorganización, de los que se derivan cambios
concomitantes en las experiencias de la imagen del Sí mismo y, por tanto, de la
identidad personal. En el adulto maduro y normal, una oscilación permanente y
continua y una modificación recíproca entre el yo y el sí mismo hacen posible que el
sujeto viva como un objeto en las relaciones: dentro de sí mismo, en la realidad
intrapsíquica y con la realidad externa. La experiencia de la autoimagen no refleja la
situación real del yo. De ahí las perturbaciones de identidad, los errores de evaluación
de las propias habilidades, la dificultad para proyectarse correctamente hacia el
futuro, formular proyectos y definir perspectivas realistas. Senise también distingue al
sí mismo de la autoimagen y afirma que una coincidencia mayor o menor entre el sí
mismo y la autoimagen es el índice del buen o mal funcionamiento de los procesos
descritos. En el análisis con el adolescente, es importante buscar una comprensión de
la imagen que tiene de sí mismo/a para que el adolescente permanezca lo
suficientemente atento al estado del sí mismo para, posiblemente, poder actuar sobre

393
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el yo y que el adolescente haga un uso más frecuente, correcto y adecuado de esta


conciencia.

VII. ELABORACIÓN DEL CONCEPTO EN AMÉRICA LATINA

En general, el psicoanálisis latinoamericano se desarrolló a partir del cruce


entre una fuerte tradición freudiana y de relaciones objetales, en sus diversas
elaboraciones en el trabajo de teóricos posfreudianos y poskleinianos de América del
Norte y Europa, incluidos los autores psicoanalíticos franceses, con las ideas
originales de los autores de la región latinoamericana. Muchas conceptualizaciones
originales y sintéticas surgieron de esa variedad panorámica de “Escuelas de
psicoanálisis” (Belchior Melícias 2015; ver también las entradas
INTERSUBJETIVIDAD, TEORÍAS DE LAS RELACIONES OBJETALES,
CONTRATRANSFERENCIA). Es notable la bipolaridad entre las influencias
francesas y anglosajonas en el desarrollo del psicoanálisis en América Latina en
general (Roudinesco 2000), que posteriormente influyó en la recepción y evolución
del concepto del sí mismo en la región.
A pesar de las dificultades derivadas de las diferencias terminológicas y de la
oposición teórica (Lacan, 1969; Hamburgo, 1991; Roudinesco, 2000; Vegh, 2010), es
posible observar un desarrollo y una aplicación significativa del concepto del sí
mismo en América Latina.

VII. A. Primeras referencias del uso y la aplicación del sí-mismo


Las primeras referencias latinoamericanas al sí mismo se remontan a los años
60 y 70. Los psicoanalistas de la región latinoamericana, no solo estaban informados
sobre las elaboraciones relacionadas con el yo y el sí mismo norteamericanas y
europeas, sino que, paralelamente, empezaron a realizar sus propias investigaciones y
estudios de esos conceptos.

León y Rebeca Grinberg


En su publicación pionera, hoy considerada un clásico, “Yo y Self: Su
delimitación conceptual”, León Grinberg et al. (1966) abordan las dificultades tanto
conceptuales como semánticas del uso habitual del Yo y el Sí mismo y proponen su
propia manera de resolverlas.
En la parte etimológica del ensayo, Grinberg se remonta a los orígenes del
término “self” (“ipse”, en latín) empleado como prefijo de una palabra compuesta, así

394
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como pronombre y adjetivo en sus raíces clásicas latinas y en el inglés antiguo. De


trece palabras compuestas originales en inglés antiguo que contienen “self” (“ipse”,
en latín) como prefijo con un significado reflexivo, el “self will” (la voluntad del sí
mismo) es la única que sigue utilizándose en la actualidad. Empleado como
pronombre y pronombre adjetivo, indica que la referencia se hace a la persona o cosa
nombrada. Además, si bien las formas no desechadas siguen siendo utilizadas desde
el siglo XII, el uso literario precede el uso común: formas no desechadas ya se pueden
encontrar en el poema “Christus” de Cynewulf, alrededor del año 900 d. C. Con el
significado de “same” (“mismo”, en español), el término “Self” ya había aparecido en
Beda, en la “Historia ecclesiastica gentis Anglorum” (Historia de la Iglesia del pueblo
británico) entre 673 y 735 d. C.
Grinberg aborda estos problemas conceptuales y afirma que “[a]bordar el
problema que envuelve la conceptualización psicoanalítica del Self empieza
explícitamente con Hartmann, cuando hace la distinción entre un ‘Yo’ como un
sistema psíquico y un ‘Self’ como un concepto que se refiere a ‘uno mismo’”
(Grinberg et al. 1966, p. 239), aunque también menciona un antecedente importante
en una contribución anterior de Federn (1928), quien estudió el Yo como un sujeto de
las funciones yoicas y también como un objeto de las experiencias internas. Según
Grinberg, la contribución de Hartmann consiste en abrir la puerta a la articulación de
la autorrepresentación de Jacobson. Después de revisar las ideas de Freud sobre el
sujeto y los modelos del sí mismo que proponen Klein-Segal, Hartmann-Jacobson y
Wisdom, basándose en el modelo de Wisdom de las introyecciones y proyecciones
nucleares y orbitales, junto al sí mismo y las representaciones objetales de Jacobson y
los procesos introyectivos e internalizadores, Grinberg y sus colaboradores
propusieron su propio “intento de sistematización” (ibid., p. 239):
Yo: Es la estructura psíquica descrita por Freud, que incluye la fantasía
inconsciente del sí mismo en el yo. Corresponde al núcleo del modelo de Wisdom y
contiene la autorrepresentación de Jacobson.
No Yo: Está dentro del sí mismo y comprende los elementos orbitales de Wis-
dom (objetos internos, el superyó y las representaciones objetales de Jacobson).
Self (o sí-mismo): Incluye el yo y el no yo. Es la totalidad de la persona.
Incluye también el cuerpo con todas sus partes, la estructura psíquica con todas sus
partes, el vínculo con los objetos externos e internos y el sujeto en oposición al
mundo de los objetos.
En los apuntes conclusivos sobre el aspecto semántico del sujeto, Grinberg et
al. revisan la multitud de términos para la palabra “Self” en la literatura psicoanalítica
española, especialmente en lo que respeta a las traducciones: Self se llama “Yo”,
“personalidad”, “persona”, “sí mismo” (N. de la T. el término que empleamos en esta
traducción), “uno mismo”, “ser”. El problema es que conceptos que eran claros en un
primer momento, se vuelven confusos y ambiguos. Por lo tanto, Grinberg recomienda
la incorporación definitiva al español de la palabra “Self”, de la misma manera que se

395
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ha hecho con otros conceptos psicoanalíticos como el “insight”, el “acting out”, etc.
Además, los Grinberg recomiendan el uso correcto de “Yo” (Ego), cuando se hace
referencia a la estructura psicoanalítica clásica descrita por Freud, y “Self”, cuando se
hace referencia a la persona total. (Grinberg et al., 1966, pp. 242-243).
En su publicación posterior, “Identidad y Cambio” (Grinberg L. y Grinberg R.
1971), basándose en Hartmann, Wisdom y Erikson, los Grinberg proponen el
concepto de “sentimiento de identidad” como el resultado de la interrelación de tres
tipos de “vínculos integrativos”: el “espacial” (integración de diferentes partes del sí
mismo), el “temporal” (continuidad entre las diferentes representaciones del sí mismo
en el tiempo) y el “social” (relación de los diferentes aspectos del sí mismo con los
objetos). La experiencia emocional de la identidad se define como la capacidad del
sujeto para sentirse a sí mismo a pesar de la sucesión de cambios internos y externos.

Salomón Resnik
En “El yo, el self y la relación de objeto narcisista”, Resnik (1971-1972)
revisa los diferentes significados de la noción del sí mismo cuando traduce el “Selbst”
alemán, incluido sus usos teóricos por otras disciplinas, al inglés, como lo demuestra
el empleo de William James del término “Self” en sus “Principios de psicología”
(1890). Resnik revisa la descripción de Freud del Yo como una estructura con
funciones (pensamiento, coordinación, funcionamiento sintético e integrador,
mecanismos de defensa), pero “el Selbst siguió siendo una idea ambigua que, por otra
parte, los psicoanalistas anglosajones han dado un significado específico en la
experiencia clínica” (Resnik, 1971-1972, p. 267). Cuando Resnik considera el peso
cultural de la noción del sí mismo, destaca la importancia de hablar de los distintos
usos que hacen del sí mismo los autores, especialmente en lo que se refiere al discurso
clínico específico de una persona en el análisis. Sin embargo, como experiencia
vivida, “la noción del self del Selbst supera los límites de una cultura particular,
puesto que no existe un equivalente exacto en otros idiomas … Este problema abre
posibilidades de exploración en el dominio de las relaciones entre filología,
lingüística y psicoanálisis” (Resnik, 1971-1972, p. 267, énfasis añadido). Resnik
ilustra cómo, en el proceso clínico, varios aspectos de la experiencia del sí mismo se
relacionan entre sí, y cómo aparecen como la relación del sí mismo con la
dependencia y el descubrimiento de la propia identidad o una imagen global de uno
mismo observada mediante la elaboración de una relación con un objeto narcisista. El
autor sostiene que, en el discurso clínico, el “Self descubre su verdadero self” a través
de la alteridad o la presencia del otro, y la relación diádica se abre sincrónicamente a
la relación triangular, y, por lo tanto, a la multiplicidad.

396
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Enrique Pichon Rivière


Enrique Pichon Rivière, sin ser reconocido como un autor clásico del Sí
mismo, escribió “Del psicoanálisis a la psicología social” (1971), un ensayo que
inspiró una importante corriente de identidad psicoanalítica continental que vincula el
psicoanálisis y la psicología social, con importantes implicaciones para las
conceptualizaciones teóricas y clínicas de la interconectividad (“vínculo”) entre el
dominio psíquico interior y el exterior de la sociedad. En el volumen editado, “El Self
vincular en el psicoanálisis: la obra pionera de Enrique Pichon Rivière” (Losso,
Setton y Scharff, 2017), sobre la vital contribución de Pichon Rivière, Leticia Fiorini
afirma: “Pichon Rivière propuso una psicología social para el psicoanálisis, haciendo
hincapié en los vínculos necesarios entre el mundo interno y el externo”. Además, en
el mismo volumen editado, Kernberg afirma que “[e]l concepto de ‘vínculo’ original
de Pichon Rivière, explica los vínculos relacionales entre las representaciones del self
y objetales, ampliando el concepto del vínculo a la descripción de formaciones
grupales intrapsíquicas inconscientes.”
Según Pichon Rivière (1971), el proceso terapéutico empieza con “un
existente” (lo que se manifiesta explícitamente) que da lugar a las interpretaciones del
terapeuta. La interpretación emergente es la unidad de trabajo que constituye la
espiral dialéctica. Esta última muestra el desarrollo del proceso analítico, con sus
progresiones y regresiones alternas.
Las ideas de Pichon Rivière sobre el “grupo interno” fueron elaboradas por
Samuel Arbiser (2013), quien explica que estas estructuras vinculares internas,
incorporadas en el transcurso del desarrollo evolutivo, reproducen el mundo
sociocultural en el mundo interno y están en constante intercambio con las estructuras
vinculares del mundo externo, presente y circundante. Estos puentes entre el mundo
interno y el externo hacen posible que el psicoanálisis se alimente de los mitos que
forman parte de la identidad latinoamericana, un tema que ha sido abordado tanto
desde el psicoanálisis (Santamaría Fernández, 2000) como desde la sociología
(Tünnermann Bernheim, 2007).
Alberto Cabral (2017) establece una diferencia entre aquellos autores con los
que uno simplemente comparte una proximidad temporal, y aquellos que, tanto por su
capacidad de percibir la subjetividad de su tiempo, como sus sombras, merecen ser
considerados contemporáneos. En todo caso, la capacidad de Pichon Rivière de
vislumbrar la utilidad conceptual del “Self vincular” y desarrollar un puente entre el
psicoanálisis y la psicología social lo transforma en un verdadero contemporáneo.

VII. B. Los 80, los 90 y el comienzo del siglo XXI


Roberto Doria Medina Eguía, uno de los primeros en estudiar el Yo y la
psicología del sí mismo en Argentina, analizó la relación entre la psicopatología de

397
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las perversiones, el trastorno de personalidad límite, el acting out y el sí mismo falso


en la homosexualidad femenina (Doria Medina Eguía y Reggi de Leonetti, 1980).
Jorge García Badaracco (1986) presentó la ponencia “La identificación y sus
vicisitudes en la psicosis: la importancia del concepto de ‘objeto enloquecedor’” en el
Congreso de la API de 1985, parte de la cual consiste en una articulación de la
relación entre su propia contribución original del “Objeto enloquecedor” (ver la
entrada TEORÍAS DE LAS RELACIONES OBJETALES) y las conceptualizaciones
del sí mismo de Winnicott y Kohut.
Después de publicar “La psicología psicoanalítica del self” en 1979, donde
revisaba las ideas de Kohut sobre el desarrollo del sí mismo, la patología y las
manifestaciones clínicas en los trastornos narcisistas de la personalidad, Juan Miguel
Hoffman (1989), en “La teoría del self como posible nexo entre investigación
empírica y clínica psicoanalítica” inició la investigación psicoanalítica empírica del
concepto del sí mismo.
A principios de la década de 1990, un grupo de psicoanalistas argentinos,
coordinado por Ethel Cayssials de Casarino y Marcelo Casarino, estudiosos de la
obra de Kohut, organizó seminarios sobre la investigación y el estudio del sí mismo y
publicó cuatro anuarios a partir de 1995. Entre ellos se cuentan “¿Por qué una
psicología del sí mismo?”, de Marcelo Casarino (1995) y “El sí mismo y la persona
en el pensamiento de Heinz Kohut”, de Ethel Cayssials de Casarino (1996). En 1997,
Paul y Anna Ornstein visitaron Buenos Aires y dieron conferencias cuyas
transcripciones también se incluyen en uno de los anuarios mencionados (Ornstein,
P., 1998; Ornstein, A., 1998). En esta elaboración siguiron de cerca la aplicación ya
publicada de la psicología del sí mismo de Kohut en el tratamiento de patologías
severas (Raggio, 1992).

En 1999, Guillermo Lancelle editó el libro “El self en la teoría y en la


práctica”, que trata, entre otras cosas, la contratransferencia, la empatía, el narcisismo,
la interpretación y la ansiedad, la adolescencia y la reacción terapéutica negativa. La
publicación incluyó a autores argentinos (Arendar, R.; Cayssials de Casarino, E.;
Hoffman, J.; Ortiz Frágola, A.; Paz, M. A.) y norteamericanos (Brandschaft, B.;
Goldberg, A.; Tolpin, P.; Wallerstein, R. y Wolf, E.) y el artículo de Lacelle “El Self,
hallazgos clínicos y necesidad conceptual” (Lancelle, 1999).
Guillermo Montero (2005) describió en detalle quince modelos del sí mismo.
Según este autor, los modelos más detallados del sí mismo comportan un
funcionamiento psíquico en que los procesos evolutivos están íntimamente
contactados. En este sentido, varios modelos del sí mismo son modelos
“psicoevolutivos”. Montero propone clasificar estos modelos en cuatro grupos:

1) Un modelo del sí mismo como subsistema del “yo”. La línea de


elaboración teórica que empieza con Hartmann, continúa con Erikson,

398
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Lichenstein, Mahler y Jacobson, hasta que se consolida en el pensamiento


de Kernberg.
2) Un modelo del sí mismo como persona. Una línea de elaboración teórica
que comporta una subdivisión en dos corrientes: la primera es la corriente
que empieza en Fairbairn y llega a Winnicott y Guntrip. La segunda es la
síntesis de Kernberg, Kohut y Winnicott llevada a cabo por Masterson y
Rinsley. Estos modelos clasifican el logro de una integración personal que
supera la organización estructural como un modelo de salud.
3) Un modelo del sí mismo como estructura. Esta elaboración teórica incluye
el modelo del sistema del sí mismo de Sullivan y el modelo del sí mismo
de Kohut, incluidas sus elaboraciones posteriores. Estos modelos hacen
hincapié en el papel de la función regulatoria de la autoestima y el control
de la angustia como un modelo de salud.
4) Un modelo del sí mismo centrado en la experiencia subjetiva. Los
ejemplos, en este caso, son los modelos de Stern y Tyson, y todos aquellos
que explican el desarrollo de la adquisición de un sentimiento subjetivo del
sí mismo. Estos modelos parecerían jerarquizar el mantenimiento de una
experiencia subjetiva continua y en constante desarrollo como un modelo
de salud.
Desde mediados de la década de 1990, tal vez como reacción al modelo y
técnica clásica kleiniana, experimentada como rígida, surgió un creciente interés en
Donald Winnicott a partir del Encuentro Latinoamericano sobre el Pensamiento de
Donald Winnicott. Sonia Abadi (1994, 1996) escribió sobre los fenómenos
transicionales, el desarrollo emocional y la integración del sí mismo. Por otro lado,
Casas de Pereda (1999) estudió el posible equivalente del sí mismo falso en Freud y
las obras de Klein.
Los autores brasileños Megaço Leal Silva (1999), Salésio da Silva (1994), A.
Naffah Neto (2007) y otros trabajaron diferentes aspectos del sí mismo falso.
Algunos de los temas fueron: el sí mismo falso en los políticos, la psicosomática, la
metapsicología, las organizaciones perversas, el sí mismo y la imagen en el espejo, el
sí mismo y la sexualidad, la violencia y el sí mismo falso desde una perspectiva
intersubjetiva, la relación con el ambiente, el desarrollo temprano, las alteraciones del
sí mismo en pacientes límite y esquizoides. Ricardo Rodulfo (2009) estudió la
relación entre los aspectos destructivos y creativos en el pensamiento de Winnicott.

VII. C. Elaboraciones latinoamericanas contemporáneas, usos y aplicaciones del


concepto del sí mismo
La enorme influencia de los escritos de Winnicott, el trabajo crítico de Lacan
sobre la devaluación del papel del yo y algunas elaboraciones interesantes en el área
de la investigación, acompañado por los avances en neurociencia, condujeron a

399
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nuevas perspectivas y aplicaciones del concepto del sí mismo en la teoría y la


práctica.
Hugo Bleichmar (2000) subrayó la importancia de reconocer los niveles de
excitación del paciente para poder elegir el mejor momento de intervenir en la sesión
y aplicó los sistemas motivacionales de Lichtenberg dentro de una nueva perspectiva
sobre la depresión (Bleichmar, 2001).
Adolfo Canovi (2001) estudió las necesidades del sí mismo dentro del
contexto de la terapia de pareja.
Felipe Muller (2005) destacó la perspectiva dialógica. Debido a que el
psicoanálisis se desarrolló en muchas direcciones y, por ello, cuenta con
elaboraciones teóricas dispares, esta perspectiva consiste en debatir si es posible
organizar el conjunto de teorías que lo comprenden. Sostiene que una forma de
organizar las teorías es separando las teorías psicoanalíticas basadas en la psicología
de una persona de las basadas en la psicología de dos personas (Balint, 1950;
Spezzano, 1996), y, respecto a las elaboraciones más contemporáneas, separando los
sistemas monádicos de los sitemas diádicos (Liberman, 1976), lo intrapsíquico de lo
intersubjetivo (Dunn, 1995) o el modelo estructural de las pulsiones del modelo
estructural relacional (Greenberg y Mitchell, 1983). Muller trata de explicar que la
presencia de la concepción dialógica del sí mismo en el psicoanálisis contemporáneo
está substituyendo a la concepción monológica del sí mismo. El “sí mismo
monológico” se define por destacar el dominio representacional y el límite entre el
mundo-cuerpo-mente externo que enfatiza la función descriptiva-referencial del
lenguaje. La concepción dialógica enfatiza la permeabilidad de la relación entre los
sujetos y la función constitutiva del lenguaje. El autor describe cuatro corrientes que,
según él, hicieron posible que el psicoanálisis incluyera la concepción del sí mismo
dialógico: la primera corriente pasa de considerar los espacios internos y externos a
enfatizar los espacios “intermedios”. La segunda prioriza la relación sujeto-sujeto por
encima de la relación sujeto-objeto. La tercera enfatiza la acción y las prácticas
relacionales por encima del insight. La cuarta va de las perspectivas fundacionales,
realistas o positivistas a las perspectivas hermenéuticas y constructivistas.
Por lo general, los autores que tienen en cuenta el concepto del sí mismo
destacan la importancia de la relación, las emociones y la empatía, lo que resulta en
un enfoque mucho más amplio y completo que el enfoque centrado exclusivamente en
la producción discursiva y el intercambio entre analista y analizado por medio del
discurso verbal.
En el campo clínico, una perspectiva contemporánea sobre los diferentes tipos
de sufrimiento encontró en el concepto del sí mismo una herramienta teórico-clínica
útil (Lerner, 2013).
En el campo de la investigación, el “Modelo de los tres niveles de observación
de las transformaciones del paciente (3-LM)” de Ricardo Bernardi (2015) incluye,

400
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en el nivel 2, la percepción de uno mismo y de los demás y la evaluación, en relación


con la identidad, de si el paciente es capaz de percibir adecuadamente sus propios
estados internos y los de los demás, incluidas las habilidades para empatizar, tolerar y
comprender diferentes puntos de vista. El modelo se guía por el Diagnóstico
Psicodinámico Operacional (OPD 2) y tiene en cuenta tres áreas: a) la percepción de
uno mismo y los demás; la mentalización; la identidad; b) la regulación de los afectos,
los impulsos y la autoestima; c) la comunicación interna y externa; la elaboración; la
simbolización y d) los vínculos con objetos internos y externos.
El concepto del sí mismo también ha hecho posible la elaboración de
reflexiones que atañen a la formación analítica, tal como lo presentó Cecilia
Rodríguez (2016) en México, quien abordó el riesgo de desarrollar un “sí mismo
analítico falso”. El concepto del sí mismo también se utilizó para conceptualizar los
significados interdisciplinarios de la salud mental, en la publicación “Psicoanálisis
relacional, Espacios intersubjetivos e interdisciplinarios de creación de significados
para la salud mental”, editado por Elena Toranzo y Alejandra Taborda (2017) en
Argentina.
En general, estos enfoques concuerdan con el énfasis de Nemirovsky (2007,
2018) en la importancia de desarrollar instrumentos teóricos adecuados para abordar
los problemas clínicos de nuestros tiempos. Entre otras cosas, destaca la importancia
de que los psicoanalistas se reinventen en un contexto que puede ser efímero y difícil
de abarcar.

VIII. CONCLUSIÓN

La tensión, la ambigüedad y la dualidad inherentes al “Ich” de Freud, que


abarca tanto el “yo” como la estructura mental y la agencia psíquica, así como el “sí
mismo” más personal como generador de la experiencia subjetiva, ha llevado a la
creación de numerosos enfoques psicoanalíticos sobre el viejo problema de lo que
constituye “el sí mismo” en relación con “el yo”, en relación con el desarrollo de la
estructura psíquica y en relación con las formulaciones del narcisismo. La ampliación
del interés psicoanalítico en las condiciones clínicas, que incluyen la psicopatología
no orgánica grave de todos los grupos de edad, ha colocado en primera línea las
diversas elaboraciones y conceptualizaciones clínicas del “sí mismo”.
Si bien todas las teorías psicoanalíticas contemporáneas del desarrollo
temprano y la formación de estructuras consideran que el sí mismo se forma en
relación con los demás, también difieren en muchos puntos, algunos de los cuales son:
la relación de la teoría de la pulsión en sus diversas formulaciones contemporáneas; la
relativa centralidad del “otro”; el peso dado a la interacción real versus la fantasía

401
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inconsciente; si el sí mismo está conceptualizado como unitario o múltiple o ambos,


con características predominantemente estructurales o procedurales; su relativa
permanencia, su continuidad y/o fluidez y variabilidad.
A menudo, las divergencias en las conceptualizaciones del sí mismo reflejan
diferentes marcos de referencia, diferentes niveles de discurso y traducciones
divergentes entre idiomas debido a sus respectivas herencias socioculturales.
En América del Norte, donde las relaciones objetales siempre han formado
parte de las teorías posfreudianas, las psicólogas del yo, Edith Jacobson y Margaret
Mahler, siguiendo la reformulación del narcisismo de Hartmann como un
investimento libidinal del sí mismo, en lugar del yo. Jacobson y Mahler elaboraron un
enfoque del desarrollo del sí mismo que podría explicar la formación de un conjunto
complejo de representaciones del sí mismo y objetales, al tiempo que conservaron un
enfoque que situaba las pulsiones sexuales y agresivas en la base de la experiencia
humana. Asimismo, en un marco de referencia freudiano, Rangell reelaboró la
reformulación del narcisismo de Hartmann como un investimento de las
autorrepresentaciones más que del sí mismo. Blum ha integrado aún más la teoría de
separación-individuación de Mahler con la investigación contemporánea del
desarrollo y ha subrayado la diferenciación del objeto del sí mismo como el requisito
crucial para la formación del sí mismo. En este sentido, Otto Kernberg ha
desarrollado un modelo estadounidense integral de las relaciones objetales que integra
la teoría estructural freudiana, las relaciones objetales y la neurociencia. Kernberg
describe las “unidades sí-mismo-objeto-afecto” como los componentes básicos de un
sí mismo superior; como la suma total de las representaciones del sí mismo.
Otro enfoque del desarrollo del sí mismo sigue el trabajo de Winnicott en la
síntesis de Arnold Modell de la teoría pulsional freudiana, la intersubjetividad y la
neurociencia. En este contexto, el sí mismo es a la vez un producto contingente en
evolución y un núcleo duradero; un proceso y una recontextualización y
retranscripción de una experiencia.
Un hito importante en la teoría del narcisismo y el concepto del “sí mismo” es
la escuela de psicología del Sí mismo de Kohut, que sitúa el desarrollo del sí mismo y
la autoestima en el centro de la indagación psicoanalítica, para articular cómo se
forma el sí mismo a través de la internalización de las experiencias con los
cuidadores. Kohut explicó de qué manera las experiencias empáticas dan lugar a
“objetos del sí mismo” internos que ayudan a conservar un sentido estable y robusto
del sí mismo para tolerar las decepciones de la vida. Asimismo, describió de qué
manera las fallas empáticas del cuidador podrían dar lugar a una psicopatología
narcisista. En su revisión radical de la práctica clínica psicoanalítica, sugirió que el
analista necesitaba proporcionar las experiencias del objeto del sí mismo que el
paciente que no había recibido en la infancia.
Según Harry Stack Sullivan, autor de la teoría interpersonal en psiquiatría y
fundador del psicoanálisis interpersonal, el “sí mismo” es una colección de múltiples

402
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evaluaciones especulares de los demás. Su concepto del sí mismo es esencialmente


múltiple, ya que existe un sí mismo diferente para cada relación. Para Sullivan, es la
vergüenza, y no la culpa, lo que está en el centro de la experiencia humana, ya que el
peligro proviene del encuentro con el otro. Siguiendo a Sullivan, los interpersonalistas
y teóricos relacionales contemporáneos como Bromberg, Stern, Mitchell y Levenson
consideran que el sí mismo surge en el campo interpersonal. Como el sí mismo
responde al conjunto cambiante de experiencias relacionales, es necesariamente
múltiple. Bromberg considera que la mente es una colección de “estados del sí
mismo” y que el “sí mismo unitario es una ilusión necesaria”. En su opinión, los
estados del sí mismo especialmente amenazadores se consideran experiencias “no yo”
sujetas a la disociación. La psicopatología se determina por el grado de disociación y
los ejemplos más extremos constituyen experiencias psicóticas. Mitchell describe los
múltiples estados del sí mismo como algo similar a las relaciones internalizadas del
objeto del sí mismo. Sin embargo, Mitchell postula un sentido distinto y válido del “sí
mismo privado” que sirve para constituir un límite entre uno mismo y los demás.
Levenson considera que el sí mismo y el otro son esencialmente inextricables. Para él,
el “sí mismo” es un proceso de desarrollo continuo de las adaptaciones de una
persona a los desafíos que presenta el mundo interpersonal, y la psicopatología surge
en las fallas para enfrentar tales desafíos. En la práctica clínica, es probable que
cualquier narración sobre el sí mismo o el otro sea una construcción organizada
defensivamente y diseñada para excluir otras perspectivas más inquietantes.
En Europa, la exploración psicoanalítica del concepto del sí mismo se origina
principalmente en el psicoanálisis posfreudiano, en concreto en la conceptualización
de las relaciones objetales, con elaboraciones teóricas también relacionadas con el
psicoanálisis de niños y adolescentes. Algunos precursores de este concepto pueden
identificarse tanto en Freud como en Melanie Klein, aunque no mediante la
formulación de una teoría explícita. Winnicott es el primer autor que desarrolló una
teoría del sí mismo completa y constantemente actualizada, que incluye sus
conceptualizaciones del sí mismo verdadero y el sí mismo falso. Los vestigios de su
pensamiento han influido en la expansión de las teorías del sí mismo en diferentes
corrientes del psicoanálisis europeo: los autores ingleses han favorecido la
exploración del sí mismo dentro de las teorías de las relaciones objetales. Bollas
desarrolló las ideas de Winnicott sobre el sí mismo verdadero. Poco a poco fue
prefiriendo el término “idioma”, que describe no como un contenido de significado
latente, sino como una estética en la personalidad. Para Fairbairn, el sí mismo existe
desde el principio y es el resultado de la experiencia. Es un centro de crecimiento vivo
que él vió como el punto de origen del proceso psíquico humano. En el psicoanálisis
italiano, el concepto del sí mismo fue desarrollado por autores que habían teorizado
su génesis desde la mente primitiva en la relación con la madre (Eugenio Gaddini), o
desde la “matriz grupal” (Giovanni Hautmann), o desde la dimensión
transgeneracional (Diego Napolitani), o como un dispositivo para analizar la dinámica
en la relación analista-paciente (Stefano Bolognini). En la tradición francesa, Pontalis
exploró los límites del concepto del sí mismo y reconoció su utilidad para comprender

403
Volver a la tabla de contenido

más a fondo sus relaciones con las agencias del yo, el ello y el superyó. Otra
contribución adicional a la elaboración de las teorías sobre el sí mismo proviene del
psicoanálisis de niños a través de algunos aspectos de los pensamientos de Frances
Tustin, Renata Gaddini, Margaret Mahler y Daniel Stern y del psicoanálisis de
adolescentes a través de la influencia de la teoría de Peter Blos sobre el pensamiento
de autores como Novelletto, Senise y otros.
En América Latina, ya sea para salir de un atolladero conceptual (Freud,
Hartmann) como para describir una entidad teórica o clínica poco teorizada y
reconocida, el concepto del sí mismo a menudo se ha asociado con una posible
alternativa a una técnica dogmática que hace posible abordar las patologías actuales
en la práctica clínica. El concepto del sí mismo, haciéndose eco del énfasis de
Nemirovsky en la importancia de desarrollar instrumentos teóricos adecuados para
abordar los problemas clínicos de la práctica psicoanalítica actual, hace que los
psicoanalistas puedan avanzar hacia una mejor asistencia de los pacientes que sufren
graves trastornos de la personalidad.
En general, el estudio y la aplicación del concepto del sí mismo en América
Latina se llevó a cabo en tres etapas. En la primera etapa, que comprende las décadas
de los años 60 y 70, los esfuerzos se dirigieron a definir el sí mismo y diferenciarlo
del yo. La segunda etapa consistió en la diseminación de las ideas de Winnicott y
Kohut y en su consiguiente aplicación en la práctica clínica. Esta etapa se acompañó
de una elaboración teórica que tendía a discernir la novedad de estas
conceptualizaciones con respecto a los marcos referenciales clásicos freudianos y
kleinianos. También en esta etapa, gracias a la reinterpretación de André Green de las
ideas de Winnicott, el estudio del sí mismo recibió un nuevo estímulo. En el siglo
XXI, renovadas críticas relacionadas con el dogmatismo en la técnica y la necesidad
de abordar los trastornos en los que predomina el aislamiento y la apatía, provocaron
a un énfasis en los aspectos relacionales, que, a su vez, acompañaron el interés y el
desarrollo del psicoanálisis interpersonal y relacional en la región. Esto proporcionó
otro estímulo para los desarrollos teóricos que tienen el sí mismo como concepto
principal.
En estrecha consonancia con la identidad cultural latinoamericana, pero
aplicable a todo el mundo, la conceptualización psicoanalítica de Pichon Rivière de
los vínculos y puentes entre el mundo interno y externo, además de su “espiral
dialéctica” que vincula movimientos contrarios de regresión y progresión, se extendió
a movimientos contradictorios de cualquier tipo y se contempla como aplicable
también a un contexto más amplio de elaboraciones de los conceptos del sí mismo en
diferentes regiones y entre diversas escuelas psicoanalíticas.
En todas las culturas y orientaciones psicoanalíticas, el espectro plural de las
conceptualizaciones teóricas del sí mismo con implicaciones en la práctica clínica
psicoanalítica contemporánea, es sensible a la amplia gama de condiciones clínicas

404
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graves y proporciona una protección “incorporada” contra las ortodoxias y la rigidez


de lo antiguo y lo moderno.

Ver también:

CONFLICTO
CONTRATRANSFERENCIA
ENACTMENT
TEORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES
INTERSUBJETIVIDAD

REFERENCIAS

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3º Encuentro Latinoamericano sobre el pensamiento de Winnicott / Encuentro
Winnicottiano de Latinoamérica, 3. Gramado: Grupo de Estudos Psicanalíticos de
Pelotas,. p. 335-344.
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del self. En: Transiciones: el modelo terapéutico de D. W. Winnicott / Sonia Abadi.
Buenos Aires : Lumen. p. 65-118.

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Consultores regionales y colaboradores:

Norte América:
Henry Friedman, M.D., Arnold Goldberg, M.D., Joseph Lichtenberg, M.D., and Gary
Schlesinger, Ph.D. (Borrador original)

América Latina:
Rafael Groisman, M.D. (Borrador de respuesta)

Europa:
Sandra Maestro, Dr.ssa.; Lesley Caldwell, Prof. Univ.; Arne Jemstedt, MD, and
Michael Sebek, PhD; Anne Alvarez, PhD (Borrador de respuesta)

Copresidenta de coordinación interregional: Eva D. Papiasvili, PhD, ABPP

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y la reproducción sea literal, no derivada, editada o remezclada. Por favor, haga clic aquí para leer las
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Traducción: Jèssica Pujol Duran

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NACHTRÄGLICHKEIT
Entrada tri-regional

Consultores interregionales: Maurice Apprey y Eva Papiasvili


(América del Norte), Bernard Chervet (Europa)
y Victoria Korin (América Latina)
Copresidente y coordinador interregional: Arne Jemstedt (Europa)

I. INTRODUCCIÓN Y DEFINICIÓN INTRODUCTORIA

El sustantivo Nachträglichkeit es uno de los conceptos más complejos y no


lineales de Freud. Prolifera en los corpus teóricos de la metapsicología y en las teorías
clínicas de la memoria, la causalidad y temporalidad psíquicas, la sexualidad, el
trauma y el desarrollo. Por ello es necesaria una elaboración sustancial del concepto
para abarcar toda su relevancia.
Existen muchas definiciones de Nachträglichkeit en el pensamiento europeo,
norteamericano y latinoamericano debido a la complicada evolución del concepto en
la obra Freud y las diferentes traducciones e interpretaciones que ha experimentado a
lo largo de su historia.
En Europa, desde la recuperación del concepto que llevaron a cabo Jacques
Lacan (1956, 1966, 1971) y sus seguidores franceses, los estudios se basan en la
lógica de la regresión temporal que va de una escena reciente a una escena pasada por
el camino regresivo de la reminiscencia. En el camino progresivo solo encontramos la
expresión manifiesta del síntoma.
En las sesiones psicoanalíticas, por tanto, son las reminiscencias que
comportan efectos diferidos las que constituyen el accionar de la acción terapéutica.
En la operación de “après-coup” (“l’après-coup” es la traducción francesa de
Nachträglichkeit. La traducción literal de “après-coup” sería “después del golpe” o
“después del impacto”), el proceso revela una estructura temporal de orden superior a
la retroacción. En este contexto, el “después” espera que el “antes” ocupe su lugar en
un proceso circular y no recíproco.
Desde el “retorno a Freud” de Lacan, muchos autores franceses enfatizan,
además del trabajo psíquico regresivo y una causalidad doble (del presente al pasado
y del pasado al presente), el principio de sobredeterminación (sobredeterminismo), la
transposición de material inconsciente a la realidad de la percepción y su
internalización en la realidad psíquica por medio de la identificación, con la atención

424
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puesta en el trabajo psíquico de representación y representatividad. Entienden el


après-coup como un proceso que transforma la economía regresiva de las pulsiones y
hace posible el manejo psíquico de los efectos traumáticos y el empuje del deseo.
Jean Laplanche también sigue a Lacan y amplía la lógica de la regresión
temporal en su teoría generalizada de la seducción y los mensajes maternos
implantados. En la elaboración de Laplanche, la secuencia circular no recíproca del
après-coup de Lacan se convierte en una operación espiral en que el yo temprano e
incipiente del niño recibe y “re-subjetiviza” la implantación de mensajes maternos en
sucesivas traducciones. En el tratamiento psicoanalítico, la transferencia se convierte
en una “transferencia de transferencia” sin fin.
En cuanto a los diccionarios europeos contemporáneos, Laplanche y Pontalis
(1973) presentan la Nachträglichkeit como el término empleado por con frecuencia en
relación con sus ideas de temporalidad y causalidad psíquicas. Para Freud, las
experiencias, impresiones y huellas de la memoria pueden revisarse con posterioridad
para adaptarse a las nuevas experiencias o a la consolidación de una nueva etapa del
desarrollo. En este último caso, no solo estarían dotadas de un nuevo significado, sino
también de efectividad psíquica o fuerza patógena.
En la Enciclopedia de Psicoanálisis de Edimburgo (Skelton, 2006), una nota
explica que Helmut Thomä y Neil Cheshire (1991) no encuentran satisfactoria la
traducción de Strachey de Nachträglichkeit por “deferred action” [“acción diferida”],
porque no capta el doble sentido que quiso darle Freud al término: de efecto retardado
y de reconstrucción retrospectiva del significado psicológico del trauma.
Por el contrario, durante el resurgimiento norteamericano de fines de los años
ochenta y de la década de los noventa se enfatizó la retranscripción y
recontextualización del recuerdo desde una perspectiva transformadora del desarrollo.
En el diccionario de la Asociación Psicoanalítica Americana más reciente, en que se
utiliza la debatida traducción de Strachey de “acción diferida” (Auchincloss y
Samberg, 2012, pp. 53-54), el proceso de la Nachträglichkeit se define como la
reactivación o reinterpretación de una experiencia o recuerdo anterior que no pudo
asimilarse en el momento de su ocurrencia, generalmente debido a un déficit o
aberración en la función del desarrollo o maduración. El aplazamiento se hace
particularmente relevante en el ámbito de la psicosexualidad, porque los significados
de las experiencias sexualmente cargadas de la niñez no se pueden integrar hasta que
se hayan producido los efectos madurativos de la pubertad.
Desde un punto de vista latinoamericano (Aslan, 2006; Masotta, 1982), el
concepto de Nachträglichkeit engloba los términos de temporalidad, causalidad y
eficacia psicoanalítica. Existe una red compleja de interacciones en la que cada uno
de estos términos se ve a su vez afectado por la Nachträglichkeit. El primer
movimiento que produce la operación Nachträglichkeit es un desarrollo temporal
desplegado, desenfocado. Este desarrollo provoca un desplazamiento en el orden

425
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establecido, subvierte las reglas de la causalidad y hace posible la acción analítica


durante la sesión.
Definir el concepto de Nachträglichkeit es complejo. Para reflexionar sobre su
complejidad es necesario precisar cómo se entrelaza con otros conceptos como la
represión, la repetición, la sexualidad, la significación y el trauma, todos estos
conceptos implican dos períodos de tiempo. Asimismo, es necesario extraer el
concepto de Nachträglichkeit del marco en el que aparece para no perder de vista su
singularidad (Masotta, 1982).

II. LA EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO DE FREUD

II. A. La palabra Nachträglichkeit y sus traducciones


Como era su costumbre, Freud formó el sustantivo Nachträglichkeit (un
neologismo) a partir de un adjetivo y un adverbio tomados del alemán coloquial:
nachträglich. La palabra Nachträglich y sus derivados aparecen unas 160 veces en las
obras de Freud, pero solo en seis ocasiones hacen referencia explícita al sustantivo
Nachträglichkeit; las demás pertenecen al adjetivo o al adverbio (Thomä y Cheshire,
1991). Se pueden encontrar cinco usos adicionales del sustantivo en la carta a Fließ
del 14 de noviembre de 1897 (Freud, 1892-1899, p. 268), y aún otra mención en la
carta del 9 de junio de 1898 (Masson, 1985, p. 544).
En alemán, el término Nachträglichkeit se forma a partir de nach (después) y
tragen (arrastrar, tirar, cargar). Desde un punto de vista semiótico, por tanto, significa
arrastrar hacia un después. El sufijo “keit” le confiere el género femenino.
Freud también emplea términos equivalentes, que pueden traducirse al inglés
por “post-effect” [“efecto posterior”], “post-action” [“acción posterior”] o “ex-post”,
es decir, “a partir de lo que viene después”, o expresiones que utilizan el adverbio
nachträglich en el sentido de “después del suceso”. Es posible encontrar:
comprensión, elaboración, compulsión, obediencia, acción o efecto adicional, es
decir, “después del suceso”, o el “après-coup” francés (Chervet, 2009).
En francés, Nachträglichkeit se traduce por el término après-coup. En
ocasiones se usa directamente el término francés en los estudios psicoanalíticos en
inglés, tal vez porque no existe una traducción satisfactoria, pero en gran medida
porque este concepto ha adquirido sus significados específicos y más profundos en el
psicoanálisis francés.
En inglés, la traducción oficial es deferred action (acción diferida)
(Auchincloss y Samberg, 2012), pero algunos autores ingleses también emplean after-

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effect o afterwardsness (efecto posterior o posterioridad), como propuso Laplanche


(1989-90), o subsequent effect (efecto subsiguiente).
En los Estados Unidos, Arnold Modell (1989) primero propuso otra traducción
al inglés de Nachträglichkeit, a saber, subsequentiality (subsecuencialidad) y el latín a
posteriori, pero finalmente volvió al término original alemán de Freud.
Si se repasa el uso del concepto en la obra de autores en español se descubre
que se ha traducido de varias formas: como “efecto diferido (o retardado)”, “après-
coup”, “acción retroactiva”, “resignificación”, “a posteriori”, etc. En América Latina,
los términos utilizados con mayor frecuencia son “a posteriori”, “acción retroactiva”,
“après-coup” y la palabra alemana Nachträglichkeit (que se utiliza en esta entrada
junto a “après-coup”).

II. B. El proceso de las dos etapas


En los escritos de Freud el sustantivo Nachtraglichkeit se refiere a un proceso
psíquico inconsciente y sus repercusiones manifiestas iniciado por un suceso de
carácter traumatico , un shock , que se convierte en suceso shockeante, impactante.
Más precisamente, se refiere a un proceso dinámico que vincula un suceso traumático
inicial, su represión durante un período de tiempo indeterminado, el trabajo psíquico
regresivo que transforma la economía libidinal del suceso reprimido y el fomento de
un “retorno póstumo” del suceso reprimido con formas manifiestas variables, que son
los productos psíquicos sustitutivos.
El adjetivo y el adverbio, nachträglich, enfatizan la organización diacrónica
del proceso de pensamiento en dos etapas y el vínculo causal y determinante que
existe entre ellas.
El concepto del après-coup es, por tanto, un proceso (Proceβ) que consta de
dos etapas manifiestas y una latente que involucra los procesos psíquicos
inconscientes (Vorgang).
Vale la pena señalar que Freud en sus escritos menciona con más frecuencia
este proceso de dos etapas que el sustantivo Nachträglichkeit en sí.

II. C. El nacimiento del concepto


En el “Proyecto” ((1895a,b) solo aparece el adverbio en relación con el caso
Emma cuando Freud desarrolla la problemática de la precocidad del despertar sexual
y sus repercusiones posteriores. Más tarde, en 1896, habla del posterior efecto en el
futuro de un trauma infantil. En 1897, acuña el sustantivo en sus cartas a Flieβ.
En “La interpretación de los sueños” (1900), estos movimientos
bidireccionales (del presente al pasado y del pasado de vuelta al futuro/presente) se

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hacen patentes en el relato humorístico de un paciente (un admirador de la belleza


femenina) que lamenta no haber sacado más partido a de su amamantamiento con su
nodriza tras observar, de adulto, como otra nodriza atractiva amamantaba a un bebé.
Con este suceso, el fenómeno pierde su especificidad en el ámbito de la patogénesis
de las psiconeurosis y pasa a formar parte del pensamiento cotidiano, asociado al
humor y el ingenio.
En “El pequeño Hans” (1909b), sus interpretaciones siguen la lógica del
efecto-posterior sin mencionarlo de esa manera. Sin embargo, no ocurre lo mismo con
El hombre de los lobos (1918c), donde concede mayor complejidad al concepto, ya
que pasa a considerar las propias sesiones y la transferencia como el tercer efecto a
posteriori necesario para alcanzar en el tratamiento. El famoso sueño de los lobos y la
fobia a las avispas fueron el primer y el segundo après-coups de la escena primordial
que había sucedido anteriormente pero no había sido asimilada en su momento. En
este texto, la noción de tiempo toma mucha importancia para Freud, quien trata de
fechar cada uno de estos sucesos.
Sorprendentemente, a partir de 1917, salvo algunas excepciones, el término
Nachträglichkeit desaparece de sus escritos, aunque la implicación de la existencia de
procesos de dos etapas se hace más frecuente. Asi en 1925 el articula los aspectos de
lo visto y de lo oido del complejo de castración sin usar el termino Nachträglichkeit.
Freud creó este concepto en un momento en que su investigación estaba
dominada por sus preocupaciones etiológicas. Estas últimas se volvieron isomórficas
con la tendencia, ya observada por Breuer, de recordar siguiendo un camino temporal
hacia atrás. Breuer había descrito una retrogresión (es decir, el hecho de retomar la
historia desde un punto preciso del pasado y repetirla con el objetivo de reconstruirla
y liberarse de ella) que le había permitido concebir el método catártico (Freud y
Breuer, 1895a). Freud siguió el camino de esta regresión temporal y añadió la
obligación de expresarla por medio de la verbalización, es decir, de la producción de
efectos verbales diferidos. Hizo uso de esta tendencia a la regresión, asociada a la
restricción de mantener un vínculo verbal con la consciencia, para llevar a cabo su
objetivo terapéutico. Impulsó, por tanto, un nuevo método: el tratamiento
psicoanalítico definido por su protocolo, su regla fundamental, que consiste en la
asociación libre y el trabajo psíquico específico, el trabajo del efecto diferido.
En su observación de Emma, en la segunda parte del “Proyecto una Psicología
para neurologos”, capítulo 4: “La `proton pseudos` histérica” (1895b, p. 352), Freud
brinda una descripción específica de la “acción diferida” (Nachträglichkeit) cuando se
centra en la regresión temporal durante las sesiones. Separa el primer estadio, el del
suceso, en dos escenas regresivas: una reciente y reconstituida (escena I), en que dos
dependientes se burlan del vestido de Emma cuando tiene 12 años y otra anterior e
inconsciente (escena II) que constituye el recuerdo reprimido, cuando Emma sufrió el
acoso sexual de un pastelero, al ser tocada a través de su vestido cuando tenia 8 años,
esta es mas temprana e inconsciente.

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Freud basa sus ideas en la teoría del trauma de Charcot, que ya había expuesto
en “Estudios de histeria” (Freud y Breuer, 1893-1895), y añade la creación diacrónica
de síntomas en dos etapas y el método catártico de la retrogresión y la elaboración
asociativa de Breuer, pero se distancia de este último por su minuciosa investigación
etiológica.
Enfatiza la direccion retrograda de la memoria catártica que toma lugar en el
interior de la sesion y el contenido sexual de lo que ha sido reprimido. Asi, se invierte
el curso y el tiempo de los sucesos.
Freud llama escena l, a la escena reciente, “el recuerdo de Emma de la risa de
los dependientes de la tienda a sus 12 años”, y escena ll, a la mas antigua, “el
recuerdo reprimido de haber sido sexualmente molestada en otra tienda por el
pastelero cuando ella tenia ocho años”. La segunda escena es sintomatica,
desencadena la agorafobia vinculada a entrar sola en el negocio. Las dos escenas
estan separadas por el periodo de latencia.
El caso Emma, quien sufre una agorafobia cuando va sola de compras, plasma
una primera definición de Nachträglichkeit de Freud (posteriormente conocido como
“el modelo Nachträglichkeit de Emma” en las teorías europeas y norteamericanas
posfreudianas; y como un paradigma por parte de las teorías latinoamericanas), así
como constituyen sus primeros acercamientos a la función del trauma, la
temporalidad y la memoria, la sexualidad, el desarrollo y la defensa en la
neurogénesis y el trabajo clínico, como resume su afirmacion: “Aquí se da el caso de
que un recuerdo despierta un afecto que no había despertado como vivencia , porque
entretanto la alteración de la pubertad ha posibilitado otra compresión de lo
recordado. … Dondequiera se descubre que es reprimido un recuerdo que solo con
efecto retardado [Nachträglichkeit] ha devenido trauma” (Freud, 1895b, p. 356;
cursiva agregada). En este enunciado, la Nachträglichkeit se encuentra en la relación
entre los términos recuerdo-represión-trauma. La cita completa constituye la
definición del concepto, cuya dinámica consiste en la interacción entre los tres
términos y el orden determinante entre ellos: en relación con lo que se reprime, cómo
se reprime, cómo se transforma en trauma y cómo cobra importancia el recuerdo.
Anteriormente, Jean-Martin Charcot había dividido la organización
cronológica de los síntomas de la histeria en dos etapas con un tercer período,
llamado el período de incubación psíquica o elaboración psíquica, ubicado entre el
suceso traumático (el shock) y el efecto secundario manifiesto (el síntoma).
Como discípulo de Charcot (Freud era su traductor al alemán), preocupado por
liberar los síntomas psíquicos del impasse etiológico de la teoría de la degeneración,
Freud tomó muy en serio las referencias cronológicas del Maestro del Hospital
Salpétrière. A raíz de esto, centró su atencioin en la etapa intermedia y en el trabajo
psíquico no visible que allí se desarrolla.

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II. D. El período de latencia y el trabajo psíquico regresivo


“La interpretación de los sueños” (1900a,b) fue producto de la atención que
Freud prestó al trabajo psíquico que se lleva a cabo durante el período intermedio, lo
que Charcot llama período de incubación psíquica o elaboración psíquica, que Freud
rebautizó como período de latencia. Esto le permitió a Freud tomar en cuenta una
operación psíquica nueva: el acto de latencia.
El período de latencia puede observarse fácilmente entre las dos fases del
desarrollo de la sexualidad, pero también se observa en el funcionamiento mental
ordinario. El acto de poner algo en latencia es una operación comprendida en la teoría
de los sueños: en la oscilación entre el día y la noche, particularmente observable por
sus efectos posteriores en las sesiones de hipnosis y análisis. Los sucesos intermedios,
es decir, la noche y la sesión de análisis, constituyen períodos de latencia ocupados
por un trabajo psíquico inconsciente específico. El trabajo onírico y sus resultados: la
regeneración libidinal al despertar, el recuerdo y la narrativa onírica, se convierten en
prototipos de actividades psíquicas regresivas que se consiguen en la pasividad de la
latencia (Chervet, 2009).
La lógica de la regresión asociativa, de la escena I (reciente) a la escena II (del
pasado), es parte del proceso de rememoración que sigue el camino regresivo. Para
Freud, solo la expresión manifiesta del síntoma se encuentra en el camino progresivo.
El acto de recordar es lo que vincula la adolescencia con la infancia, que
comienza con la adolescencia. Es la precocidad sexual del suceso traumático (escena
II) lo que se reactiva en la escena I durante el resurgimiento de los impulsos de las
pulsiones en la pubertad. La dimensión sexual que comparten las escenas (II) y (I) es
evidente.
Por ello, lo que se conoce como efecto retardado y shock inicial varía según si
se mira desde el punto de vista de la génesis del síntoma o del discurso de las
sesiones. Según la lógica del shock, la aparición del síntoma es el efecto diferido;
según la lógica de buscar un efecto catártico, son los recuerdos sucesivos los que,
empezando por el síntoma, constituyen los efectos diferidos. De hecho, según la
lógica psicoanalítica, todo recuerdo es un efecto diferido de un recuerdo inconsciente
que ha adquirido, tras su represión, el valor de suceso traumático (Freud, 1895b). En
el primer modelo, el efecto está vinculado a un suceso traumático; en el segundo, al
recuerdo; y en el tercero, a la transferencia al análisis y la necesidad de verbalización
de la atracción regresiva
Más adelante, Freud generalizó este modelo en general a los recuerdos y al
retorno de lo reprimido. La idea del retorno se convierte en el corolario del efecto
retardado. En “El hombre de los lobos” (1918c), la sesión no solo es la impulsora de
los efectos diferidos, sino que ella misma se convierte, junto con la transferencia, en
un efecto diferido.

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II. E. Las sesiones como reminiscencias y efectos diferidos


Sin embargo, la situación analítica superpone y entremezcla los efectos
diferidos de cada protagonista, de ahí la creación de una neoproducción: el efecto
analítico diferido, el yo/no-yo específico de la sesión, una neorrealidad llena de
reminiscencias cruzadas.
El efecto analítico diferido constituye el motor de la acción terapéutica. Tiene
su lugar en cada sesión dentro de las secuencias y la totalidad del tratamiento. La
precedencia (es decir, “la anterioridad, o prioridad de tiempo” –Diccionario de la
Real Academia Española) de la contratransferencia del analista (Neyraut, 1997) lo
compromete en el tratamiento con en una mezcla de formas emocionales, figurativas
y teóricas.
Durante la sesión, la atracción regresiva (Freud, 1925) promueve la re
actualización del efecto traumático a través del recuerdo, la repetición y la
construcción. Los resultados del efecto diferido son los llamados recuerdos
sobredeterminados. La concepción de la reminiscencia generalizada (Freud, 1937)
engloba las nociones de realidad histórica, huellas ontogenéticas y filogenéticas y,
mediante la función de Nachträglichkeit, la verdad histórica creada por la psique.

II. F. La última teoría de la pulsión (dual) y el proceso de acción diferida


La elaboración en 1920 de un atributo fundamental para todas las pulsiones: la
tendencia a volver a un estado anterior y, en última instancia, a un estado inorgánico,
fue lo que acabó causando que Freud dejara de utilizar el concepto de
Nachträglichkeit (Chervet, 2009). Esta última teoría de las pulsiones, la teoría del
dualismo pulsional, incorpora la pulsión de muerte, es decir, el dualismo Eros y
Tánatos.
La palabra Nachträglichkeit confiere demasiada importancia al sentido
progresivo y no tiene suficientemente en cuenta el otro aspecto del proceso, la
importante función del trabajo psíquico regresivo producido por la “acción diferida”
sobre la atracción traumática y regresiva; un aspecto esencial que se satisface
diariamente con la función onírica con respecto a los numerosos incidentes
traumáticos del día anterior al sueño.
Aunque inicialmente solo se vinculaba a la génesis de los síntomas histéricos,
el proceso de “acción diferida” acabó por convertirse en la esencia de la característica
en dos fases de la sexualidad humana que conecta el período edípico con la pubertad,
solo interrumpido por un período de latencia. Más tarde, este proceso se extendió para
abarcar el funcionamiento mental ordinario y la oscilación entre la noche y el día, que
incluye los caminos regresivos y progresivos. Por tanto, el término dejó de utilizarse
al mismo tiempo que salió fortalecido gracias a su generalización.

431
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II. G. La evolución de la teoría de la regresión y el trauma


El devenir de este concepto, con su aparición y desaparición seguida por la
realidad en dos fases de los procesos, puede explicarse por la internalización de la
noción de traumatismo dentro de la metapsicología.
En sus primeras obras, Freud vinculó el trauma con una seducción temprana
(Freud, 1893-1895) que involucra a otra persona real, el seductor. El suceso de la
seducción traumática precipita la temporalidad del desarrollo de la sexualidad o del
yo, que se despierta demasiado temprano, lo que lleva a la precocidad de la
sexualidad o a la prematuridad del yo.
Más adelante, Freud desarrolló la definición del suceso traumático. Teorizó
que el efecto traumático proviene de las fantasías inconscientes, que se vuelven
eficientes después de ser reprimidas. De esta manera, aparece el traumatismo psíquico
Nachträglich.
Según su teoría del narcisismo, el trauma es causado por un conflicto que
comporta la resexualización del narcisismo bajo las exigencias de las pulsiones
instintivas: el conflicto entre los impulsos sexuales y los impulsos del yo. Este
conflicto es un efecto de la atracción negativa de la represión primaria. Esta
concepción se vincula con la que aparece en los “Estudios de histeria” de 1893-1895,
a saber, una atracción que proviene del núcleo traumático sujeto a la represión. En
1915, Freud (1915a) añade que esta represión se da bajo los efectos de la atracción
negativa de la represión primaria, que es el acto inconsciente original.
A partir de 1917, este efecto negativo del suceso traumático continuó ganando
terreno en el estudio de las neurosis de la guerra. Esto desembocó en el
reconocimiento de una neurosis traumática fuera del dominio del principio del placer.
Esta situación puso a prueba hasta cierto punto la teoría de los sueños. De ahora en
adelante, no siempre consistirían en el cumplimiento de deseos.
En 1920, Freud (1920) vinculó la noción de trauma a una cualidad inherente a
la naturaleza de las pulsiones mismas: su tendencia genérica a volver a un estadio
previo y, en última instancia, al estado inorgánico. La dimensión traumática se
internaliza. El suceso se vuelve endopsíquico. Puede ser provocado por un evento
externo, un trauma, pero también puede tener un origen endógeno.
Esta atracción negativa busca, transforma e incorpora, incluso a veces crea, un
suceso externo que facilita la elaboración de una conexión falsa, una teoría causal
falsa, con el objetivo de modificar el poder negativo de la economía regresiva.

432
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III. DESARROLLOS POSFREUDIANOS

III. A. La Nachträglichkeit en el psicoanálisis francés


El desarrollo de este concepto no termina aquí, sino que sigue una trayectoria
que completa el enactment de lo que designa. Tras un primer período de aparición
manifiesta, y desaparición desapercibida, el concepto resurgió en Francia de la mano
de Jacques Lacan. En este punto pasó a convertirse en un concepto fundamental del
psicoanálisis freudiano, que volvía a vincularse con sus orígenes franceses (Charcot)
y su carácter difásico.

Siguiendo el mismo método que Freud usó, Lacan formó el sustantivo l’après-
coup (un neologismo) a partir del adverbio y el adjetivo après coup. Pero había dos
maneras de escribirlo, con o sin guión. Más adelante, para marcar la diferencia entre
el sustantivo y el adjetivo o adverbio, algunos autores como Jean Laplanche acuñaron
dos términos en francés, “après-coup” y “effet d’après-coup”, o sugirieron (Chervet
2006) que el guión se reservara para el sustantivo, de manera que el sustantivo sería
“l’après-coup” y el adjetivo y el adverbio “après coup”.
Gracias a esta acentuación de la Nachträglichkeit, Lacan pudo expresar su
preocupación acerca del menoscabo del psicoanálisis en los años de posguerra,
marcados por un “geneticismus” psicologizante y del desarrollo, una teoría de la
temporalidad lineal y cronológica y por la psicología del yo. A su manera, Lacan trató
de apoderarse del proceso de après-coup (Chervet, 2010). Abogó por un retorno a
Freud y sostuvo que la operación de après-coup “nunca se termina” (1971); “el
síntoma siempre se reconstruye con retardo (nachträglich)” (1956); “este discurso
está obligado no solamente a ir a remolque, sino a recomenzar siempre desde el
principio, como la nachträglich, après-coup” (1969, pp. 295-307, original en cursiva);
“la nachträglich (recordemos que fuimos los primeros en extraerla del texto de
Freud), la nachträglich o après-coup, según la cual el trauma se implica en el
síntoma, muestra una estructura temporal de un orden más elevado (que la
retroacción)” (1966, p. 839/2006, p. 711, originales en cursiva). Y cuando hace
referencia a las dos etapas y al acto de poner en latencia, escribe: “Un después se dejó
esperando [faisait antichambre] para que un antes pudiera ocupar su lugar” (Lacan,
1966, p. 197/2006, p. 161).
Lacan vio claramente que el concepto de après-coup sufre un menoscabo
cuando se lo reduce a un adverbio temporal y una determinación lineal entre dos
eventos sucesivos. Sin embargo, elude las implicaciones económicas del proceso de
après-coup, con respecto a la naturaleza real del suceso traumático, que se logran
gracias al trabajo regresivo; y solamente insiste en la función de la
sobredeterminación en la cadena verbal “por la acción diferida [après coup] de su
secuencia” (1966 [1958], p. 532/2006, p. 446). En el centro de la causalidad

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lacaniana, por tanto, volvemos a encontrar un predominio de la temporalidad


progresiva.
La operación de après-coup es una reconstrucción de sucesos pasados; una
resubjetivización de un pasado inconsciente que se transcribe en una materialización
del inconsciente. Más tarde, Lacan presentó la figura topológica del toro para
representar el proceso de après-coup. El habla de las sesiones se convierte en una
digresión verbal que se vuelve necesaria por la presencia en este toro de un
rompimiento, una brecha, la división del sujeto mismo. Estas digresiones verbales
hacen posible que el toro se convierta en la figura topológica de la banda de Moebius
y en un mensaje expresable. La operación de après-coup está representada por las
contorsiones, reversiones e inversiones de estas digresiones temporales.
Lacan describió la causalidad psíquica de la operación de après-coup “como
circular y no recíproca”, al percibir la disparidad que existe entre las escenas II y I, así
como entre los dos protagonistas de las sesiones.
Jean Laplanche retomó esta concepción y la integró en su teoría personal de
una seducción generalizada, según la cual los mensajes maternos implantados en el
inconsciente del niño continúan produciendo efectos retardados o traducciones
sucesivas debido a su valencia enigmática vinculada a su naturaleza sexual. La
transferencia se convierte en una infinita “transferencia de transferencia”.
Todo el psicoanálisis francés de segunda mitad del siglo XX han tomado este
estímulo proporcionado por Lacan. Son muchos los autores franceses que han seguido
explorando la noción de après-coup (Le Guen, 1982; Laplanche, 1989-90; Chervet,
2006, 2009, 2010; André, 2009) o han utilizado este concepto en su trabajo sobre el
funcionamiento psíquico, la causalidad, la temporalidad, etc. (Fain y Braunschweig,
1975; Fain, 1982; Green, 1982; Guillaumin, 1982; Faimberg, 1993, 1998; Neyraut,
1997). Varios congresos y ediciones de la revista psicoanalítica francesa “Revue
française de psychanalyse” han tomado “l’après-coup” como tema principal (ver
Revue Française de Psychanalyse 2006, 70, 3, “L’après-coup revisité”). El
psicoanálisis francés en general no tiene problemas para referirse a este concepto, que
a menudo reserva para las definiciones temporales.

III. B. La Nachträglichkeit en el psicoanálisis británico y europeo


Siguiendo la dinámica de aparición-desaparición-retorno del concepto vale la
pena enfatizar que el fenómeno de après-coup se ha convertido en un concepto
shibboleth entre el psicoanálisis francés, británico y estadounidense.
Hay que reconocer que Melanie Klein y sus sucesores se interesaron más por
la primera fase del suceso traumático y por las experiencias de temor y terror que lo
acompañan, es decir, por una situación de neurosis traumática en la que el proceso de
après-coup ya no tiene ningún efecto.

434
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Si para el psicoanálisis francés el elemento arcaico se construye a posteriori


(A. Green, 1982), para las escuelas angloamericanas ya está allí y el aparato psíquico
tiene que luchar contra los sentimientos primitivos y desorganizadores de la ansiedad.
El modelo de una relación comensal (un tipo de relación en la que dos objetos
comparten un tercero en beneficio de los tres) (Bion, 1970) y de una necesidad de
favorecer el desarrollo y la realización (mediante una relación simbiótica), desempeña
un papel más dominante que el que requiere la elaboración del camino regresivo y la
interpretación de esta atracción negativa. Como en el modelo kleiniano, es necesario
luchar contra esta destructividad regresiva. Esta lucha se lleva a cabo gracias a la
creatividad (Winnicott, (1989 [1963]), contra una experiencia interna y traumática
básica, el “miedo al derrumbe” (Winnicott, 1970) o el “terror sin nombre” (la relación
parasitaria) (Bion, 1962).
La relación con el dolor y el funcionamiento masoquista, el duelo y el objeto
perdido, está dominada por la regresión a la dependencia y por la transformación de
las respuestas del entorno familiar. Se presta atención a la experiencia emocional
entre el analista y el analizado, que puede considerarse en función del efecto analítico
diferido. Bion (1962) sitúa el proceso de transformación que establecen la función
alfa y los elementos alfa en el ensueño materno. El trabajo psíquico de la etapa
intermedia primero se lleva a cabo fuera de la mente del niño, en la mente de la
madre. Las ideas de socorro, de un objeto salvador, de una identificación proyectiva
positiva y negativa, encuentran su razón de ser en este enfoque.

III. C. El panorama europeo contemporáneo: una complejidad creciente


La dinámica de una acción diferida que incluye a los dos protagonistas del
análisis ha sido objeto de innumerables estudios, entre ellos el espacio y el objeto
transicional de Winnicott, la quimera de M’Uzan, el objeto analítico de André Green
y el tercero analítico de Thomas Ogden. Estudios sobre la transición y el juego
(Winnicott, 1971) y sobre el animismo compartido y el trabajo en dobles (César y
Sara Botella, 2005) apuntan a los resultados de la acción diferida.
Jean-Luc Donnet (2006) hace referencia al “sitio analítico” para enfatizar la
dimensión aleatoria de la realización de la acción diferida. Esto entra en conflicto con
el determinismo que pesa sobre este proceso. De modo que el sujeto busca encontrar y
crear (o no) las percepciones y las huellas perceptivas que este proceso necesita para
superarlo.
Bernard Chervet ha señalado que, en la última teoría (dual) de las pulsiones, la
atracción regresiva ya no está sujeta a límites o controles. La regresión ya no se
detiene en el recuerdo de la escena de la seducción (Freud, 1895) o en el regreso al
narcisismo absoluto del pecho materno (Freud, 1914c). Se manifiesta una
regresividad extintiva (Chervet, 2006) que exige a cambio la intervención de un
imperativo de inscripción (Chervet, 2009) y elaboración psíquica bajo los auspicios

435
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del superyó. Este es el trabajo que lleva a cabo el proceso de “après-coup”, con su
función difásica compuesta por dos etapas manifiestas y una fase intermedia latente.
“Après-coup” es el método que utiliza el aparato psíquico para lidiar con esta cualidad
primitiva de las pulsiones que entra en juego debido a los múltiples traumas de la
existencia diaria y para establecer el principio del placer.
Para lograr este objetivo, el proceso se divide en tres etapas con tres
operaciones. Inicialmente, sigue el camino regresivo, luego transforma la economía
libidinal regresiva y, finalmente, la dirige por el camino progresivo. Esto último se
inscribe dentro de la mente en forma de impulsos pulsionales repetidos por el deseo y
sus vicisitudes. Está animado por una atracción regresiva y una necesidad de
producir material progresivo. En la práctica resulta ser el modelo de un
funcionamiento mental ideal y, por tanto, una referencia para la evaluación del
material psíquico.
En realidad, Chervet entiende el après-coup como el proceso de realización y
plenitud de todos los pensamientos y todas las producciones psíquicas: es el proceso
del pensamiento mismo. Por tanto, es el proceso básico del tratamiento psicoanalítico
que hace posible la curación.
A ambos lados del Canal de la Mancha, autores desconcertados por esta
diferencia entre las dos corrientes del pensamiento psicoanalítico, la que incluye el
efecto secundario y la que prescinde de él, han intentado resumirlas e interpretarlas.
Haydee Faimberg (2005a,b; 2006) también vinculó el après-coup a los conceptos
multidireccionales de temporalidad y causalidad psíquica (Faimberg, 2006, 2013) y
amplió esta noción para que abarcara el futuro anticipado “todavía desconocido” y el
“miedo al derrumbe” de Winnicott (1963) sobre un trauma que había sucedido en el
pasado pero se anticipa en el futuro. Faimberg empleó el après-coup ampliado a la
situación analítica de “escucha de la escucha”, donde se vuelven a significar los
conflictos a través de la creación de un vínculo entre tres generaciones (1998;
2005a,b; 2013). Algunos analistas británicos (Birksted-Breen, 2003; Sodré, 2007,
2005; Perelberg, 2007) han enfatizado la complementariedad de lo que consideran el
“lapso largo” (LTS) de la Nachträglichkeit original de Freud, por un período de
tiempo más largo; con el après-coup o “lapso corto” (STS), los “micro cambios” que
se dan de un momento a otro en la transferencia dentro de cada sesión.
Finalmente, todos estos autores intentaron establecer vínculos entre la noción
del miedo al derrumbe de Winnicott y la noción de après-coup del psicoanálisis
francés. Esto demuestra que este miedo acompaña al movimiento regresivo inaugural
del proceso de après-coup.
También en Italia, por ejemplo, Paola Marion (2011) apunta que la
Nachträglichkeit es un mecanismo que describe cómo procede la psique, al mismo
tiempo que regula el tratamiento del psicoanálisis.

436
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Intercambios, debates y estudios contemporáneos sobre el tema demuestran


que existe un vínculo entre las corrientes y que, de hecho, su incompatibilidad es solo
producto de la simplificación. Se tienen en cuenta dos factores: por un lado, y esto es
así desde Freud, el fenómeno après-coup es un fenómeno activo, y desde luego
reconocido, sin que haga falta nombrarlo y, por otro lado, actualmente los analistas
utilizan con más frecuencia la versión simplificada del término après-coup, entendido
como un desplazamiento temporal de reflexividad anterógrada, sin involucrar las
atracciones del inconsciente y el trabajo que esto requiere en la misma medida que el
concepto mismo.
Finalmente, todos los estudios psicoanalíticos también pueden considerarse
como efectos retardados de lo que motivó el trabajo de Freud. Sin duda, al seguirlo de
cerca desarrollan, refinan y aportan nuevo significado a sus proposiciones. Además, al
contrastar aspectos de la realidad que no fueron explorados en el trabajo de Freud, lo
enriquecen y modifican en sus fundamentos. Se hace, por tanto, necesario un retorno
a las concepciones del orígen traumático para que pueda surgir una nueva área de
pensamiento que integre y reorganice el trabajo realizado hasta la fecha.

III. D. La Nachträglichkeit en el psicoanálisis latinoamericano


Desde una perspectiva latinoamericana, Freud describe que la
Nachträglichkeit comporta una temporalidad no lineal y retroactiva, es decir, una
interacción entre un “antes” y un “después”. Hay un acuerdo en que el concepto de
Nachträglichkeit está asociado con lo que se conoce como el retorno a Freud. A pesar
del predominio del pensamiento kleiniano en el psicoanálisis de la región del Río de
la Plata hasta fines de los años sesenta no dejó de transmitirse una concepción no
lineal de la temporalidad psíquica en Freud (Pontalis, 1968).
La operación de Nachträglichkeit comprende dos escenas: el “después” que
construye-constituye el “antes”. Estas escenas tienen una materialidad distinta y son
asimétricas: en la escena del “después” hay un sujeto que se hace presente y participa
en la creación de la escena del “antes”, donde lo que está presente es el objeto.
Es solo en este “después”, con el advenimiento del sujeto, que es posible
construir como trauma la escena “anterior” en la que hay/había solo “objeto”.
Esto se lleva a cabo gracias a un movimiento circular y no recíproco entre las dos
escenas que nos brinda una comprensión de la causalidad en psicoanálisis de forma no
determinista.
De esta manera, es posible ver cómo la Nachträglichkeit entrelaza la
significación y la temporalidad al mismo tiempo que revela la diferencia entre los
mecanismos de acción retroactiva y regresión. Si cada escena se significara a sí
misma (si la escena “anterior” fuera traumática en sí misma), la acción retroactiva se
transformaría en una regresión.

437
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La acción retroactiva no implica una regresión a algo que ya está constituido;


por el contrario, el movimiento de la acción retroactiva comporta las consecuencias de
la escena anterior y su formación de significado. Es la constitución del sujeto lo que
permite la significación de algo que anteriormente no podía ser significado.
Generalmente se considera que los casos de Emma y del Hombre de los Lobos
(en las obras de Freud “Proyecto de una Psicología para Neurologos y el Hombre de
los lobos respectivamente) constituyen los paradigmas del problema de la
Nachträglichkeit.
En el caso de Emma, el síntoma que describe en su análisis con Freud (la
compulsión de no poder entrar sola en una tienda) no depende de la huella que dejó la
escena con el pastelero (escena II, cuando tenía siete años), sino de las múltiples
transformaciones que ésta experimentó tras vivir la escena con los empleados de la
tienda (lo que Freud llama escena I, cuando Emma tenía doce años), que es la escena
con la que la paciente asocia durante la sesión. Las dos escenas están conectadas por
hilos superficiales (las risas, los vestidos). De esta manera, la huella adquiere
significado y se hace traumática cuando se constituye el síntoma. La agresión sexual
per se no explica el síntoma.
Al enfocar el tema desde esta perspectiva, surge el problema de las
implicancias que tiene si se ubica a la agresión sexual misma como causa que explica
el síntoma. Este sería un desarrollo mas cercano a lo que Freud plantea en “Tres
ensayos” (Freud 1905) y que contradice el núcleo central del concepto. Lo que puede
llevar al lector a preguntarse si la teoría se actualiza o se construye.
La presencia continua (Pontalis, 1968) del concepto de la Nachträglichkeit no
se vio alterada por el descubrimiento de la sexualidad infantil, que se constituye
gracias a esta acción retroactiva. El término tampoco desapareció con la formulación
de la pulsión de muerte, ya que en este caso no se trata de volver a un estado anterior:
no es el reverso del accionar pulsiónal, sino más bien una huella mnemónica que se ve
“corregida” por nuevas experiencias. Lejos de excluir la Nachträglichkeit, estos dos
conceptos refuerzan el término.
En cuanto al Hombre de los lobos, desde una perspectiva latinoamericana se
podría decir que lo que está en juego es la relación entre la visualización de la escena
primaria y el sueño de los lobos. Cuando el paciente sueña, se dan las condiciones
para que a través de la acción retroactiva se produzca una nueva significación de las
huellas de la escena primaria. No habría escena primaria sin el sueño.
Esto pone en duda la noción de determinismo según la cual es posible saber
qué será traumático de antemano. Las escenas que pertenecen a la primera infancia no
se reproducen como recuerdos, sino que se constituyen a posteriori. Es en este
contexto que surge la controversia entre la definición de una escena traumática y una
fantasía regresiva.

438
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III. E. Contribuciones específicas de analistas latinoamericanos


En la obra psicoanalítica de estudiosos latinoamericanos, la Nachträglichkeit
recibe varias modulaciones. Gracias a la selección de pasajes incluidos a continuación
se pueden ver qué aspectos del concepto enfatiza cada autor, así como la
multiplicidad de campos temáticos que origina esta pluralidad de enfoques.
Cuando se habla del tema de la temporalidad en psicoanálisis, algunos autores
relacionan la Nachträglichkeit con otras formas de temporalidad con las que coexiste,
a pesar de que entre ellas haya contradicciones. Otros autores cuestionan la
centralidad y permanencia del concepto en la obra de Freud. Leen la Nachträglichkeit
como un concepto que fue progresivamente sustituido, o que sufrió transformaciones
debido a la aparición de otros conceptos como la sexualidad infantil o la pulsión de
muerte.
En otros análisis, la Nachträglichkeit recibe una posición central y se establece
una jerarquía entre los términos con los que está en consonancia: la curación, la
eficacia terapéutica, la causalidad y la significación. A partir de estas lecturas, la
Nachträglichkeit adquiere mayor densidad y complejidad y se demuestra que tiene
conexiones con aquellos conceptos que propagan las características del proceso
primario.
Leticia Glocer Fiorini (2006) destaca la coexistencia de dos temporalidades
distintas en el trabajo de Freud, la temporalidad progresiva y la temporalidad
retroactiva:
“En la obra de Freud, las temporalidades evolutivas de los movimientos
progresivos como, por ejemplo, el desarrollo psicosexual de una niña o un
niño con respecto a sus objetivos deseables (Freud, 1925), convive con el
concepto de temporalidad retroactiva, que proporciona significado a un
‘incidente traumático anterior’ a posteriori. La cronología lineal queda así
desarticulada y debe darse otro significado al incidente material (Freud,
1918)” (L. Glocer Fiorini 2006, p. 18).
Ricardo Bernardi (1994) describe los distintos modos que adquieren las
relaciones temporales en la obra de Freud; modos que Freud no considera exclusivos:
A) Un modelo en el que el antes determina el después.
B) El modelo de la Nachträglichkeit [que Bernardi traduce como a posteriori]
en el que un suceso anterior adquiere posteriormente un nuevo significado
y eficacia psíquica gracias a su modificación cuando pasa a formar parte
de un nuevo contexto.
C) El fenómeno de la fantasía retrospectiva, Zuruckphanthasieren, que
consiste en atribuir algo a un momento anterior que ocurre después del
suceso.

439
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Bernardi (1994) argumenta que es posible encontrar modificaciones del


concepto Nachträglichkeit desde que Freud descubre la sexualidad infantil.
Carlos M. Aslan (2006) subraya que la Nachträglichkeit es un modo de
funcionamiento del aparato psíquico. Para Aslan, el término es relevante para las
experiencias cotidianas y no debería reservarse a las situaciones traumáticas:
“Uno solo tiene que recordar el concepto freudiano de un mecanismo a
posteriori que, como ha señalado Blum, no es excepcional sino más bien
habitual, y no solo en situaciones traumáticas; [puede darse en] las
experiencias cotidianas cuando un efecto modificador se relaciona con el
significado de una huella mnemónica [sucesos estructurados anteriores]. No
acontece en la realidad material, sino en la realidad psíquica histórica del
sujeto. Una vez estructurada, [la realidad psíquica histórica] influirá en la
percepción e interpretación de nuevas experiencias, y esto seguirá ocurriendo
en forma sucesiva. De este modo, no solo se producen nuevas estructuras, sino
que se modifican las estructuras anteriores” (Aslan 2006, p. 71).
En la misma línea que Aslan, Madeleine Baranger, Willy Baranger y Jorge
Mom (1987) sostienen que los lectores de Freud no han concebido al concepto de “a
posteriori” la importancia que merece. Enfatizan la participación del concepto en la
constitución de la fantasía, limitando el aspecto económico del trauma. La huella de
un suceso permanece en la psique sin que constituya un trauma en sí misma hasta que
sucesos posteriores la convierten en trauma de forma retrospectiva, y asimilan este
primer período mudo a la pulsión de muerte.
“No se trata simplemente de una acción diferida, ni de una causa que
permanece latente hasta que surge la oportunidad de manifestarse, sino más
bien de una causalidad de acción retroactiva que va del presente al pasado”
(M. Baranger, W. Baranger, J. Mom, 1987, p. 750). Los autores enfatizan que
“la temporalidad y la acción retroactiva es lo que hace posible llevar a cabo la
intervención terapéutica específica del psicoanálisis, que se vería
obstaculizada si permaneciéramos dentro de las categorías de causalidad y
temporalidad entendidas en forma cronológica” (M. Baranger, W. Baranger, J.
Mom, 1987, p. 750). De este modo, articulan la Nachträglichkeit con lo que
permanece inasimilable en el proceso analítico.
Hacen hincapié en que el primer período, que es mudo, innombrable e
irrepresentable como la pulsión de muerte, necesita el permiso de la Nachträglichkeit
para constituirse como trauma.
Haydee Faimberg, formada en Argentina, residente en Francia durante
muchos años, analiza el concepto de temporalidad en la obra freudiana y reformula el
concepto de la Nachträglichkeit (Faimberg, 1981, 1993, 1995, 1998, 2005, 2012) con
una conceptualización más amplia del término, pero congruente con el pensamiento
freudiano. Esta conceptualización más amplia también se vio influida por su trabajo

440
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clínico y sus lecturas de las narraciones clínicas de Winnicott y sus conceptos


implicitos.
Faimberg afirma (Faimberg, 2007) que una conceptualización más amplia es
esencial tanto en la asignación retroactiva de nuevo significado, por medio de la
interpretación, como en la asignación de significado por primera vez, por medio de la
construcción.
Distingue dos momentos: una etapa anticipatoria, como ya presente, y una
etapa de asignación de significado retroactivo que da existencia psíquica a la fase de
anticipación.
Faimberg (Faimberg, 2012) también señala la presencia implícita del concepto
de Nachträglichkeit en los escritos de Winnicott y define un tipo de presencia
intersticial del concepto en su trabajo: una presencia que funciona incluso cuando no
se nombra.
Su lectura de la obra de Winnicott “Fragmentos de un análisis” (1955) y
“Miedo al derrumbe” (1971) la llevan a formular la articulación entre la temporalidad
psíquica y la experiencia de la cura.
De hecho, ella realiza un movimiento mas en la formulación de la
temporalización y la significación, (Faimberg, 2013) puesto que las articula no solo
con la compulsión de la repetición, sino también con la función paterna.
La autora formula que Winnicott crea las condiciones que facilitan el
advenimiento de lo que nunca tuvo lugar. En la situación que todavía no ha advenido,
Faimberg señala la posibilidad del advenimiento de la función paterna en el
funcionamiento psíquico.
La creación de algo que no existe está implícitamente asociada con la
operación Nachträglichkeit. Estas son operaciones que se llevan a cabo y que
constituyen lugares psíquicos que hacen posible el advenimiento del sujeto.
Estas formulaciones de la Nachträglichkeit muestran de qué manera el
psicoanálisis produce cambio psíquico.
Jaime Szpilka, psicoanalista argentino residente en España, abre su ensayo
(Szpilka, 2009) con una afirmacion sobre la cuestión de la Nachträglichkeit.
Considera que se trata de un concepto esencial para la teoría y la dirección
psicoanalítica del tratamiento.
Interroga los motivos por los que el concepto fuerelegado a un segundo plano , algo
que piensa no solo ocurrió con los autores posfreudianos sino con el mismo Freud-
Szpilka (2009) descubre que Freud mantiene el concepto de Nachträglichkeit
y lo utiliza de diferentes maneras a medida que incorpora otros conceptos en su obra.
El autor plantea la idea de que la Nachträglichkeit no debe discutirse en términos
cronológicos, sino más bien en términos lógicos, evitando cualquier vínculo con el

441
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empirismo. El “antes” no es un producto que precede, sino que se trata de una


formulación inherente del “después”. Desglosa los modos en que la operación
Nachträglichkeit está presente y es decisiva para el desarrollo de diferentes conceptos
como la historia, los recuerdos, las fantasías, la represión primaria y el problema del
significado.
Szpilka (2009) considera que la Nachträglichkeit es un concepto articulador
entre el Edipo y el narcisismo. Describe como mudo y vacio las formas que toman el
Narcisismo sin Edipo y Edipo sin Narcisismo.
Luis Kancyper (1985) destaca el papel que desempeña en el concepto
freudiano del “a posteriori”, en relación con los fenómenos que caracterizan la
adolescencia: un momento privilegiado de resignificación retroactiva del “a
posteriori”, ya que constituye una etapa libidinal nueva en que se consigue por
primera vez la identidad sexual genital (un fenómeno psicológico y social).
Relacionado con este tema, distingue dos conceptos que pueden combinarse
fácilmente en la teoría y práctica analíticas: el concepto del desarrollo y el concepto
de “lo histórico”.
Zelig Liberman (2015) habla de una temporalidad heterogénea presente en
diferentes expresiones de la psique.
El concepto de après-coup transformó las nociones de causalidad y
temporalidad psíquicas. Hace referencia a un fenómeno que tiene dos períodos: las
marcas mnemónicas se remodelan según los incidentes posteriores que, debido a su
relación simbólica con los incidentes del pasado, les confieren significado y eficacia
psíquica.
Liberman enfatiza la especificidad del fenómeno del après-coup, destacando
sus aspectos traumáticos y transformadores; un punto de vista que se distancia de la
perspectiva predominante en el psicoanálisis de comprensión tardía o retrospectiva.
Ubica la operacion de N como Marcas nemicas remodeladas a partir de hechos
posteriores que por su relación simbólica con hechos pasados les conferirá sentido y
eficacia psíquica

III. F. Desarrollos en América del Norte


III. Fa. El renacimiento del concepto de Arnold Modell: la recontextualización
del recuerdo y el tiempo y la expansión de la realidad psíquica
Para la mayoría de los psicoanalistas norteamericanos de habla inglesa, el
concepto de Nachträglichkeit permaneció latente por mucho tiempo, hasta que Arnold
Modell lo revitalizó en una serie de publicaciones (1989, 1990, 1992, 1994, 1995,
1997, 2008). Su publicación de 1990, “Other Times, Other Realities” [“Otros
tiempos, otras realidades”], sigue siendo la elaboración más completa y representativa

442
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del concepto de Nachträglichkeit en América del Norte. Modell considera que la


traducción de Strachey crea malentendidos, por lo que prefiere emplear el término
original Nachträglichkeit. Por otra parte, sigue vinculando el concepto a los
recuerdos, por su función retranscriptora (o interventora, por sus incontables
retranscripciones y recontextualizaciones) a posteriori, dentro de un contexto distinto
de desarrollo, motivacional, emocional y existencial.
El renacimiento de la Nachträglichkeit de Modell se produce tras el
descubrimiento independiente que hizo su amigo y premio Nobel, Gerald Edelman, de
un mecanismo biológico similar en el cerebro que recontextualiza o reconfigura
constantemente los mapas neuronales, dentro de la teoría de selección de grupos
neuronales (TSNG) de Edelman, que evoca el modelo de Freud descrito en el
“Esquema G”, en diciembre de 1894. De hecho, el vínculo analógico entre los dos
campos es evidente.
El concepto, según Modell, tiene una fuerte conexión con la memoria y se
remonta a los principios de la formulación de la teoría de la “seducción”. “Freud y
Breuer (1893-95) observaron”, escribe Modell (1994), “que el recuerdo afectivo del
trauma estaba alojado en la psique como un cuerpo extraño que seguía interviniendo
mucho después del suceso traumático” (Modell, 1994, p. 92). Fue en este ensayo que
Freud y Breuer escribieron: “Los histéricos padecerían principalmente de
reminiscencias” (Freud y Breuer, 1893-95, p. 7). Freud, tres años después, desarrolló
una teoría más sofisticada de la recontextualización de los recuerdos (Modell, 1990).
Modell, que ofrece una traducción más acertada de Nachträglichkeit al inglés,
“subsecuencialidad”, reconoce su incomodidad y continúa utilizando el término
alemán de Freud, Nachträglichkeit. Señala que Freud mantuvo su convencimiento
sobre la primacía de los recuerdos en el proceso terapéutico aún mucho después de
haber abandonado su teoría de seducción de la histeria, y hace referencia al ensayo de
Freud de 1914, “Recordar, repetir, elaborar”, en que éste vuelve a exponer que uno de
los objetivos del psicoanálisis es “llenar los vacíos de la memoria…” (Modell, 1994,
p. 92).
Al conectar la Nachträglichkeit con el desarrollo y la psicopatología, Modell
(1994), en su ensayo “Memory and Psychoanalytic cure” [“Memoria y cura
psicoanalítica”], se remonta al uso original del concepto de Freud; es decir, cuando
éste consideraba que la psicopatología era el resultado de una interferencia en el
proceso de retranscripción de la memoria. Freud lo describió como la traducción
fallida de un recuerdo, que era como entendía el mecanismo de represión (y la
etiología de la histeria). En cuanto al desarrollo, Modell cree que Freud, después de
formular el complejo de Edipo y las etapas del desarrollo psicosexual, consideró que
las etapas del desarrollo psicológico eran análogas en distintas lenguas y que las
experiencias almacenadas en la memoria se volvían a transcribir, traducir y
contextualizar repetidamente en cada etapa del desarrollo. Modell entendía la
Nachträglichkeit como el recuerdo de un suceso traumático de la infancia que ocurre a
los X años, se modifica cuando el niño entra a la edad Y, se vuelve a modificar a la

443
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edad Z, y así sucesivamente. La visión atemporal de Freud comprende que los


recuerdos se modifican continuamente con la experiencia posterior, porque “el pasado
cambia el presente y el presente también puede modificar el pasado y cambiar
nuestras expectativas con respecto al futuro” (Modell, 1994, p.92).
Modell (1994) relacionó la recategorización de los recuerdos cargados
afectivamente, activados dentro de la transferencia, con la ampliación de significados
resultante. Dentro de este contexto, el resultado patológico de la experiencia
traumática puede entenderse como una falta de capacidad para generar nuevos
significados. La expansión del significado, a su vez, depende del libre acceso a viejos
recuerdos que pueden volver a categorizarse por medio de percepciones actuales. La
paradoja implícita en la Nachträglichkeit también comprende la noción de múltiples
procesos psíquicos y realidades subjetivas, inherentes a los desarrollos tempranos y
tardíos, en regresiones y progresiones recíprocas; y también inherentes a la dialéctica
de la fantasía, actual y real en el encuadre analítico y el proceso clínico, mediante la
participación en la creación de la transferencia, contratransferencia y los enactments
verbales y no verbales. En esta definición de Nachträglichkeit se incluye la visión de
las múltiples realidades de las transferencias y el encuadre clínico: es real e ilusorio,
una repetición y una creación, el pasado está activo en el presente y el presente altera
lo que fue pasado. El trauma no asimilado se puede volver a transcribir y, por tanto, a
elaborarse. En “Psychoanalytic Setting as Container of Multiple Levels of Reality”
[“El encuadre psicoanalítico como contenedor de múltiples niveles de realidad”],
Modell concluye (1989): “Es curativo experimentar traumas del pasado en el nuevo
contexto de confianza con el objeto actual vinculado al analista. Pero la paradoja es
que el analista también representa simultáneamente varios niveles de realidad: los
peligros del pasado, así como la seguridad del presente…” (p. 85).
El concepto de Nachträglichkeit comporta una visión cíclica del tiempo y la
memoria, así como una recontextualización afectiva de los recuerdos y el tiempo. El
tiempo traumáticamente congelado se puede vincular a la función de simbolización
metafórica congelada, ambos vinculados al significado afectivo (Modell, 1995, 1997).
Las recontextualizaciones afectivas de los recuerdos pueden accionar el proceso
metafórico anticipado previamente y así ampliar los límites de los ajustes creativos
(Modell, 2008).

III. Fb. Transformación del trauma en el desarrollo


Harold Blum (1996) estudió el trauma en el desarrollo desde la perspectiva del
trauma por seducción, la complementariedad del recuerdo y la fantasía, la
representación y el desarrollo patogénico, la modificación de los recuerdos a partir de
las experiencias vitales y la experiencia analítica. Escribe: “debido a su relación con
problemas temporales y causales, propongo la Nachträglichkeit … como un precursor
no reconocido del concepto contemporáneo de transformación del desarrollo” (p.
1155). Blum extiende la perspectiva del desarrollo a toda la vida y el aspecto del

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trauma a todo el continuum experiencial, subrayando las influencias recíprocas del


pasado y el presente y de los recuerdos y la fantasía. Escribe: “La alteración del
desarrollo … puede ser perjudicial o beneficiosa, regresiva o progresiva. Todas las
fases del desarrollo tienen sus transformaciones y las recapitulaciones son nuevas
versiones en lugar de réplicas” (Blum, 1996, p. 1156; también Novick y Novick,
1994). Al abordar la conceptualización de la Nachträglichkeit en el Hombre de los
Lobos, Blum (2011) escribe: “El concepto de Freud (1918) de ‘la acción diferida’ o
‘après coup’ podría entenderse mejor no como una experiencia que se vuelve
traumática en una etapa posterior del desarrollo, sino como una transformación de la
confluencia, influencia y significado del trauma pasado y presente (Blum, 2008,
2009). El trauma preedípico del Hombre de los Lobos puede haber tenido tanta o más
influencia en la estructura psíquica y el conflicto que el trauma edípico posterior
formulado en la reconstrucción pionera, y sin embargo fantasiosa, de Freud…”
(Blum, 2011, p. 609). Blum (1996) también contempla una interacción de la fantasía
edípica determinada por el desarrollo y el trauma preedípico: “Sin embargo, se
suponía que la fantasía soñada del Hombre Lobo transformaba un recuerdo preedípico
no traumático anterior en un nuevo trauma. El desarrollo aquí tiene lugar en gran
medida en un mundo de fantasía, separado de la vida del niño. La realidad psíquica
perdurable del sueño se volvió más importante que las experiencias pasadas reales o
su recuerdo, los constantes cambios del desarrollo o la experiencia patógena actual”
(p. 1154). Estudios clínicos longitudinales en niños que volvieron a ser analizados en
la adolescencia y la juventud investigaron y elaboraron la interacción entre el trauma
y la fantasía inconsciente desde el desarrollo temprano hasta la edad adulta (Papiasvili
y Blum, 2014, 2015). En muchas ocasiones, los sucesos traumáticos narrados por uno
de los padres del niño no eran recordados sino representados (“enacted”) en la terapia
de juego con títeres, más tarde con dibujos y, posteriormente, simbolizado en
pesadillas y sueños y enacted en la transferencia a la edad de 19-21 años. Cuando se
analizaba la pesadilla-sueño y el enactment transferencial, se abría la puerta a una
segunda significación del suceso y su historización, aunque el suceso en sí mismo no
fuera recordado. En el trabajo clínico se hizo evidente la complejidad de la mediación
de la Nachträglichkeit entre los sucesos y las experiencias, que acabó ilustrando cómo
los sucesos se convierten en experiencias y adquieren un significado traumático, no
tanto en el momento en que suceden, sino en los recuerdos y en su reconstrucción
después de cierto retraso. Los referentes principales de las reconstrucciones se
encontraron en las huellas prehistóricas dejadas en ausencia de un representante
psíquico propiamente dicho. Psíquicamente, estas huellas no tenían un significado;
para adquirir un significado, tenían que situarse en el contexto de una narración que
siempre llegaba después del hecho. Los hallazgos coincidieron con la declaración de
Gerhard Dahl: “La Nachträglichkeit implica manifiestamente la acción de una fuerza,
similar a la compulsión de repetir, que busca simbolizar la extrañeza y confusión de la
experiencia original, ya sea como un suceso real que no se entendió o como una
escena difusa del proceso primario, para que posteriormente [la nachträglichkeit], de

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acuerdo con el principio de realidad, pueda estructurarse, pensarse, entenderse y


quizás también dominarse” (Dahl, 2010, p. 740).
En una revisión exhaustiva de los estudios transculturales, Joann K. Turo
(2013) destacó dos vectores temporales de la Nachträglichkeit freudiana: la revisión
retroactiva y el aplazamiento. En su opinión, la acción terapéutica del psicoanálisis, a
diferencia de las psicoterapias, radica “en el proceso psicoanalítico de convertir, en la
repetición de la transferencia, los recuerdos traumáticos no asimilados en recuerdos
asimilados a través de la interpretación. El resultado de la revisión retroactiva es un
nuevo enfoque, una nueva experiencia y un nuevo significado, especialmente
importante en la etapa de elaboración del proceso” (Turo 2013, p. 2).

III. Fc. Enfoques intersubjetivos y relacionales: la no linealidad y lo inesperado


Los enfoques intersubjetivistas y relacionales destacan la fluidez y el carácter
no lineal e inesperado del diálogo clínico, así como los diálogos a través de la historia
en su elaboración de la Nachträglichkeit. A menudo entendida como el concepto
menos lineal de Freud, la Nachträglichkeit, según el enfoque intersubjetivo, anticipa
la valoración actual de las múltiples subjetividades y temporalidades involucradas en
el proceso analítico.
Adrienne Harris (2007) señala la función de la Nachträglichkeit en la
configuración de la narrativa clínica, ya que evoca posibles diálogos inconscientes
durante la historia y el tiempo que se crea en el trabajo clínico. Escribe: “El pasado no
solamente se recupera, sino que se rehace o se hace por primera vez…” (Harris, 2007,
p. 660).
Jay Greenberg (2015, intercambio personal con Eva Papiasvili) emplea el
término francés après-coup porque no existe una traducción adecuada al inglés. En su
opinión, el après-coup nos recuerda que pase lo que pase, tanto en la consulta como
en la vida en general, no existe un significado fijo y no puede entenderse en su
totalidad. Por el contrario, los significados evolucionan y cambian a medida que
cambia el contexto dentro del que se experimentan los sucesos. Conecta el après-coup
con la idea de Madeleine Baranger de que todo es, al mismo tiempo, algo mas;
aunque añade la dimensión temporal: todo es, ha sido, y será otra cosa. Trabajar con
esta concepción afecta profundamente la comprensión del proceso clínico, puesto que
nos recuerda que no debemos celebrar las intervenciones “exitosas” ni venirnos abajo
por los “errores”, porque todo evolucionará por caminos que iluminan lo que ha
sucedido de manera inesperada.

446
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II. Fd. La Nachträglichkeit como una característica esencial del funcionamiento


inconsciente en general
En esta revisión de las corrientes del pensamiento norteamericano sobre la
Nachträglichkeit existe la tendencia a entenderla como una característica del
funcionamiento psíquico inconsciente. Sin embargo, diferentes autores han
desarrollado aspectos específicos de este fenómeno complejo. Una manera de
entender los múltiples usos del término es considerar el “modelo de Emma” (más
arriba). Según este modelo, una experiencia sexual inicial en la infancia acaba
tomando un significado traumático tras la pubertad gracias a una mayor capacidad
psíquica para reinterpretar los recuerdos. Esto sin perder de vista que no se trata de un
recuerdo concreto que se modifica en un momento posterior, sino más bien que su
significado se altera por una nueva interpretación. Durante el “período de incubación”
entre los dos “sucesos”, parece que se produce una elaboración inconsciente y pasiva
que proporciona un nuevo significado, ya sea bloqueando o favoreciendo su
desarrollo. Si bien el propio Freud recurrió a la metáfora “traslativa” de la
reinscripción, a veces esta referencia lingüística no hace justicia a la posición
intersubjetiva radicalmente modificada que acompaña a ciertas “recategorizaciones”
del recuerdo (como puede ocurrir después de descubrir una traición, transgresión o
suicidio). Los analistas francocanadienses de América del Norte también incluyen el
papel del otro en la teoría del après-coup, conscientes de que las herramientas
tradicionales para la retranscripción se toman prestadas de los primeros cuidadores:
“los verdaderos otros”. Por consiguiente, la calidad de la interacción interpsíquica del
entorno infantil puede ser una parte importante, y oculta, de la realidad histórica de la
experiencia original del trauma y de la posibilidad de su retranscripción.

III. Fe. La Nachträglichkeit y los estudios interdisciplinarios contemporáneos


(principalmente norteamericanos)
Si se reconocen y no se confunden las diferencias entre las metodologías de
los distintos campos de investigación, las conexiones interdisciplinares, prácticas e
intercambios entre el psicoanálisis y otros campos de investigación pueden
proporcionar analogías fructíferas y nuevas hipótesis. De hecho, este fue el método
que utilizó Freud para elaborar sus teorías: recurrió a la ciencia, la antropología, la
lingüística, la arqueología, el arte o la literatura y se basó en sus correspondencias
analógicas sin confundir las líneas divisorias entre los distintos campos.

III. Fea. La Nachträglichkeit y la neurociencia


El concepto de Nachträglichkeit, básico para la teoría psicoanalítica de la
memoria y la temporalidad, y relacionado con la teoría de la libido y el instinto,
anticipó algunos de los hallazgos neurobiológicos contemporáneos. Este pensamiento
interdisciplinario sobre las conexiones dinámicas entre la neurociencia

447
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contemporánea y varios aspectos de la Nachträglichkeit se ha desarrollado


especialmente en los Estados Unidos, Canadá e Italia.
La Nachträglichkeit, entendida como la retranscripción de la memoria,
coincide con una teoría neurobiológica actual que entiende la memoria como una
recategorización de los recuerdos (Edelman, 1987, 1989; 1992; Freeman, 1995).
Según la Teoría Global del Funcionamiento del Cerebro (GTBF) de Edelman, lo que
se almacena es la potencialidad o, dicho de otra manera, las categorías que esperan ser
activadas. Por otro lado, Freud enfatizó en numerosas ocasiones que las huellas
afectivas de las primeras escenas no representadas y no simbolizadas de sucesos que
ocurrieron antes de cumplir un año (su “cuota de afecto”), están inscritas en el sistema
mnemónico. Estaba convencido de que la cuota de afecto no “descargada”
permanecía fija, como representante de la pulsión, por lo que su huella mnemónica se
almacenaba en la memoria. La prueba neurocientífica más reciente de esta
proposición ha sido celebrada por Mark Solms como un “triunfo del psicoanálisis”
(Solms, 2006, p. 849).
Dominique Scarfone (2006, 2015) revisó los distintos tipos de memoria según
lo formulado por la neurociencia contemporánea del desarrollo, cognitiva y afectiva,
en relación con el concepto psicoanalítico de la Nachträglichkeit:
a) Una forma de memoria relativamente estable y organizada, que Freud
describió en su Proyecto de 1895, es la de una red de neuronas
“facilitadoras” reconocibles como las precursoras del Yo o Sí mismo: una
constelación de rasgos, hábitos y tendencias que inducen un sentido de
continuidad durante el crecimiento y la evolución personal. Este Sí mismo
o Yo es el recuerdo objetivo de las huellas dejadas por las experiencias y
encuentros más importantes de la vida de una persona. Esta forma de
memoria a veces se conoce como el carácter o la organización de la
personalidad, con los mecanismos de defensa característicos de cada
individuo, sus relaciones objetales, etc.
b) Una forma relativamente estable, pero no tan bien organizada, es la
memoria no declarativa que se manifiesta en las distintas modalidades
clínicas de compulsión de repetición. Éstas pueden abarcar desde
expresiones muy sutiles de transferencia hasta formas de enactment más
espectaculares; en ambos casos acompañadas de una tonalidad afectiva.
Aquí la repetición actúa en todos los planos, aunque generalmente se
atribuye a los engramas más arraigados que no se transforman fácilmente
en pensamiento simbólico. Este tipo de memoria se manifiesta a través de
formas de acción que requieren el método de investigación psicoanalítico
para integrarse en una forma de memoria más “utilizable”. El recuerdo,
que se manifiesta principalmente de forma encarnada, o a través de una
acción, se encuentra en el núcleo del trabajo sobre el trauma (Van der
Kolk, 1996) y el conocimiento implícito (Reis, 2009; Boston Change
Process Study Group, 2007). Puede verse sin ninguna representación que

448
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lo acompañe, como suele encontrarse este término. El trabajo analítico


sobre los recuerdos encarnados o enacted comprende la retranscripción de
dicha experiencia en forma representativa (Mancia, 2006). Ver también la
entrada ENACTMENT.
c) La memoria puede tomar una forma alucinatoria, que se manifiesta a
través de sueños, ensoñaciones y otras formas de experiencia
principalmente sensoriales o pseudosensoriales. Estas experiencias
también requieren una investigación psicoanalítica exhaustiva para que se
hagan susceptibles de ser pensadas (Mancia, 2006; Papiasvili, 2016).
d) Finalmente, la memoria puede manifestarse en forma de recuerdos, es
decir, narraciones colmadas de palabras y afectos que describen una
experiencia pasada. Entre estos, se puede distinguir entre los “recuerdos
pantalla” espontáneos, formados por un desplazamiento del afecto, y las
“construcciones” o “reconstrucciones” posteriores a los hechos que
inducen una fuerte convicción sobre la veracidad de su contenido, aunque
nunca haya una “versión final” definitiva.
El concepto de Nachträglichkeit es relevante para todas las formas de
memoria. La memoria es un sistema vivo que se reconfigura constantemente a través
de un proceso dialéctico que preserva lo viejo e integra lo nuevo. Desde un punto de
vista neurobiológico y psicoanalítico, esta reconfiguración periódica hace evidente el
carácter dinámico de la memoria, pero también que se trata de un centro neurálgico de
la lucha dentro de la psique humana. Esto sucede siempre que las “impresiones” o
“engramas” activos de la memoria amenazan con alterar la estructura estable del
recuerdo del Yo o Sí mismo, o cuando esta estructura sufrió tanto daño o distorsión
durante su crecimiento que no puede integrar nuevas experiencias fácilmente y es
condenada a repetir viejos patrones en lugar de introyectar o integrar nuevas
experiencias. En este sentido, todas las psicopatologías pueden atribuirse a una
dificultad para la reconfiguración necesaria de la memoria.
Clínicamente, los psicoanalistas están trabajando constantemente con los
recuerdos, ya sea en forma de remembranzas o repeticiones, sin darse cuenta de que
estas son otras formas de “recordar” (Freud, 1914b). Un estudio profundo de este
tema desde la perspectiva del tiempo llevó a Scarfone (2006, 2015) a sugerir que lo
que en psicoanálisis se conoce como el “pasado” del paciente en realidad nunca es
realmente “pasado”. Las formas no declarativas de la memoria presionan al paciente a
la repetición; de modo que, mientras que desde el punto de vista de la tercera persona
pertenecen a un tiempo pasado, en la experiencia de la primera persona la “presión”
se da en el “ahora” (de aquí el concepto del “unpast” o “no pasado”). Lo que se repite
en la transferencia es una forma de recuerdo que aún no había sido capturada y fijada
en la categoría de pasado. A partir de estos hallazgos clínicos, Scarfone (2015)
propuso un suplemento para los tipos de memoria cognitiva: si bien la psicología
cognitiva distingue entre la memoria declarativa (o memoria explícita) y la no
declarativa (o memoria procedimental), la memoria declarativa engloba los recuerdos

449
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semánticos, episódicos y autobiográficos, mientras que la memoria no declarativa


tiene componentes procedimentales y afectivos. El psicoanálisis, por su parte, necesita
abordar cualquiera de estas formas de memoria según hagan referencia a la
experiencia “pasada” o “no pasada”. Si bien la memoria procedimental es un buen
lugar para las experiencias “no pasadas”, es importante tener en cuenta que
cualquiera de estas formas de recuerdo puede ser cautiva del “no pasado” (desde
olvidar temporalmente un nombre hasta experimentar recuerdos episódicos intrusivos
de sucesos traumáticos). La naturaleza “situada” de la investigación psicoanalítica
implica que dentro de la relación de transferencia se puede convocar cualquier tipo de
memoria y, por tanto, entrar en una dinámica más compleja de Nachträglichkeit que la
que puede observarse en los experimentos de laboratorio.

III. Feb. La Nachträglichkeit y el contexto histórico-social: la transmisión


transgeneracional de la agresión destructiva
En los Estados Unidos, Maurice Apprey (1993, 2014) acuñó los términos
“sueños de tareas urgentes voluntarias”, “latencia pluscuamperfecta” y “tareas
pluscuamperfectas” para capturar los retornos enigmáticos y extraños en su trabajo
sobre transmisiones transgeneracionales de agresión destructiva, tanto en individuos
traumatizados como en comunidades que han sufrido sucesos catastróficos (Apprey,
2003).
“Tareas”, en este contexto, hace referencia a la idea de que existe una
intencionalidad de alguien que será recordada o que ya se ha convertido en propia. El
uso psicológico de la palabra “errand” (“tarea”, en español) denota que hay un
“error” potencial, un “deambular”, una “equivocación” y un “mandato” que debe
llevar a cabo el sujeto para un objeto interno.
Apprey (2014) hace referencia al retorno a uno mismo de Claude Romano
(2009); al fantasma de Nicholas Abraham (1988); al telescopaje de las generaciones
de Faimberg (2005) y a los traumas y las glorias elegidas de Vamik Volkan, que
capturan las representaciones mentales de los recuerdos colectivos, para construir una
metasíntesis mnémica de diez funciones. Estas funciones englobarían todas las
contribuciones mencionadas respecto a la transferencia de la memoria de los sucesos
destructivos de la historia a su sentido “resubjetivizado” y recontextualizado: 1. Algo
se inyecta desde una fuente anterior. 2. Ese pro-yecto inyectado hasta ahora se
encontraba en un lugar acogedor donde se almacenó por un tiempo indeterminado. 3.
Ese mismo algo ahora se halla suspendido y su transferencia se aplaza. 4. Ese algo
se convierte en un proyecto que lleva un mandato para que se obedezca una tarea. 5.
El mandato se acomoda con una recepción voluntaria urgente. Lo urgente es el
mandato ancestral inyectado en el yo temprano e incipiente. Lo que es voluntario es
la resubjetivización del mandato por parte del sujeto. 6. El sujeto espera un nuevo
objeto adecuado para volver a despertar el proyecto de modo que el mismo proyecto
o un proyecto derivado pueda regresar al espacio público. 7. Llegados a este punto, el

450
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sujeto habrá perdido de vista quién mandó primero a quién. 8. Lo activo y lo pasivo
se han vuelto intercambiables. 9. Una voz intermediaria que no es completamente
activa ni completamente pasiva habla de forma invisible e inaudible. 10. A través de
esta voz intermediaria el sujeto regresa a sí mismo o a alguna representación de inicio
que toma la forma de una reproducción en espiral de transferencia(s) sin fin.
Esta taxonomía circular sugiere que las sedimentaciones de la historia
(Husserl, 1977/1948) se reactivan y reconfiguran a través de los deseos de
transferencia que tienen la intencionalidad de anular una tarea mortal, mandada o
recibida en el entorno actual más seguro de la situación clínica a través de una
conexión recíproca y de correcciones recíprocas dentro del continuum transferencia-
contratransferencia (Apprey, 2006). Al superar las conexiones recíprocas por un
predominio espiral de análisis interminables de transferencias y campos de referencia
externos psicológicamente cargados a su regreso al mundo interno, el pliegue entre el
adentro y el afuera no desaparece (Deleuze, 1986/1988).

III. Fec. La Nachträglichkeit y el arte


El proceso circular y bidireccional de la Nachträglichkeit también se presenta
de forma condensada (Marion, 2011) o extendida por un período de tiempo (Wilson,
2003) en el trabajo de los artistas.
Paola Marion (2011) descibe una escena onírica condensada en la pintura
“Alegoría sagrada” de Giovanni Bellini (1430-1514) que, según ella, representa “la
multidimensionalidad del tiempo y, en particular, una forma especial de temporalidad
que los psicoanalistas llamamos Nachträglichkeit” (p. 24). En su interpretación, la
pintura de Bellini da “forma y visibilidad a la presencia contemporánea, en un solo
espacio, de las múltiples líneas temporales que cruzan el espacio” (p. 24).
Laurie Wilson (2003) estudió un momento après-coup transformador en la
vida y obra de Alberto Giacometti (1901-1966). Tras una prolongada inhibición
laboral y una miniaturización compulsiva de sus figuras esculpidas, muchas de las
cuales acabó destruyendo, el célebre artista nacido en Suiza experimentó
“repentinamente” una liberación en 1946 y empezó a hacer figuras de tamaño normal.
Fue así como se lanzó a su nuevo estilo “filiforme” de posguerra con mujeres de pie y
hombres andantes. De niño, Giacometti había visto como su madre, con quien
mantenía una relación ambivalente, salía de un estado comatoso después de haber
pasado meses convaleciente por la fiebre tifoidea. Estaba esquelética y con el pelo
emblanquecido. La experiencia traumática no asimilada de la infancia del artista se
reactivó en 1946 cuando volvió a París y vio a los sobrevivientes de los campos de
concentración en su vecindario. El artista puedo experimentar el nuevo trauma de ver
personas casi muertas de fiebre tifoidea y liberarse así de las defensas obsesivas
contra su propia agresión, que lo habían paralizado desde antes de la guerra.
Giacometti pudo reconocer la diferencia entre el sadismo real de los nazis y sus

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propios deseos y fantasías hostiles. La comparación entre los recuerdos aterradores de


su madre moribunda treinta y seis años atrás, con la visión real de personas casi
muertas en el París de la posguerra le ayudó a asimilar esos recuerdos traumáticos
anteriores. Esta revisión retroactiva hizo que los deseos hostiles hacia miembros de su
familia pudieran transformarse en símbolos esculpidos de supervivencia.

IV. CONCLUSIÓN

Freud observó que ciertos recuerdos tenían un mayor poder traumático cuando
volvían a la memoria que cuando fueron registrados. Esto le llevó a formular una de
sus conceptualizaciones más complejas y no cronológicas del Nachträglichkeit. Los
puntos de vista reunidos en esta entrada ilustran la evolución de la concepción del
trauma, desde un suceso desorganizador de la sexualidad infantil relacionado con una
cualidad regresiva y elemental de las pulsiones que permanece en silencio por mucho
tiempo, hasta su expresión en una segunda etapa posterior. Si la segunda etapa se
califica como traumática, más tarde se revela que la primera, la silenciosa, fue cuando
se dio el suceso traumático real. La misma historia del concepto sigue un proceso
similar en dos etapas.
En Europa, el psicoanálisis francés se situó a la vanguardia del renacimiento
del concepto. Lacan acuñó el término après-coup para enfatizar que la operación
après-coup nunca termina; que se arrastra hacia un efecto posterior. Revela una
estructura temporal de un orden superior que la “retroacción” y, lo que es más
importante, el “después” espera hasta que el “antes” haya asumido el lugar que le
corresponde. Los autores franceses contemporáneos conservan y perfilan esta
dinámica espiral de aparición-desaparición-retorno. Para ellos se trata de la
formulación dinámica más importante de los aspectos constructivos de los procesos
psicoanalíticos. La mayoría de ellos prestó especial atención al trabajo realizado por
el proceso de après-coup sobre la economía regresiva traumática de las pulsiones y a
su objetivo respecto a la elaboración del deseo, el pensamiento y el funcionamiento
mental en general. En realidad, este concepto hace referencia al proceso
comprometido en todas las modalidades de la elaboración psíquica, ya que participa
en todo el establecimiento de la vida erótica y el pensamiento mismo.
A diferencia del psicoanálisis francés, donde los elementos arcaicos y la
represión primaria se construyen contra la atracción regresiva, para los teóricos
británicos de las relaciones objetales seguidores de Klein y Bion la angustia primitiva
ya está allí. En el contexto de los autores británicos contemporáneos, el trabajo del
psicoanálisis es combatir y transformar tales sentimientos fragmentarios y
desorganizadores.

452
Volver a la tabla de contenido

En general, en Europa, existe la noción de que los estudios psicoanalíticos


también pueden considerarse como efectos-tardíos de lo que motivó el propio trabajo
de Freud, puesto que aportan un nuevo significado a sus proposiciones y desarrollan
aspectos de la teoría psicoanalítica que Freud no había teorizado suficientemente,
enriqueciendo y modificando así sus fundamentos.
Según una perspectiva latinoamericana, sin perder de vista la relevancia de los
dos casos generalmente considerados como paradigmas a la hora de trabajar el tema
de la Nachträglichkeit, el Proyecto de psicología y el Hombre de los Lobos , el
concepto se presenta en los escritos freudianos en forma reiterada, continua y en
ocasiones subrepticia. La persistencia de la Nachträglichkeit no debe pasarse por alto,
puesto que el concepto es una clave para acceder a la temporalidad única del
inconsciente.
La noción de Nachträglichkeit es un elemento central en la construcción
conceptual freudiana; una marca relacionada con la temporalidad asociada con las
leyes del proceso primario, la causalidad, la lógica del inconsciente, la sexualidad, la
represión y la repetición. Como operación de temporalidad, y como medio para
construir significado, la Nachträglichkeit puede no aparecer de forma explícita y, sin
embargo, estar presente donde ocurre la represión y aportar significado a un recuerdo
cuando éste se convierte en trauma.
En América del Norte, muchos consideran que la Nachträglichkeit da origen al
modelo del desarrollo en el psicoanálisis que, de forma compleja, incluye la no
linealidad de los contenidos y procesos inconscientes y es, además, una precursora del
concepto de transformación del desarrollo, que, dentro de la interacción entre las
varias ediciones del trauma y la fantasía inconsciente, incluye la bidireccionalidad de
la regresión y la progresión, la dialéctica de la fuerza subyacente que busca la
simbolización y la represión y la repetición.
Por otro lado, según el pensamiento norteamericano, el psicoanálisis puede
considerarse como el estudio de la Nachträglichkeit de los primeros acontecimientos
de la vida, a través de múltiples realidades inherentes al encuadre psicoanalítico que
(re)construyen puentes simbólicos entre los sucesos traumáticos no asimilados y su
resignificación y transformación en experiencias representables; un proceso que
puede facilitar la creación de subjetividades nuevas y la expansión de significados,
abarcando generaciones.
En general, en la exposición norteamericana contemporánea, los dos vectores
temporales de la Nachträglichkeit de aplazamiento y retranscripción/resignificación
retroactiva se consideran complementarios y correspondientes a la dialéctica de los
procesos psicoanalíticos constructivos y reconstructivos (multi)deterministas y
hermenéuticos.
Entre las referencias interdisciplinarias contemporáneas, la neurociencia
entiende la memoria, en todas sus formas, como un sistema vivo que se reconfigura a

453
Volver a la tabla de contenido

través del diálogo psicoanalítico. En esta operación de reconfiguración, tanto la


neurobiología como el psicoanálisis defienden el dinamismo activo y el carácter vivo
de los recuerdos. En este contexto, relevante para la Nachträglichkeit, la
psicopatología se convierte en una alteración de la reconfiguración de los recuerdos y
el psicoanálisis ayuda a construir e integrar nuevas experiencias para derogar el
impulso de repetir impresiones rígidas y perturbadas que comprometen la estructura
misma de la memoria, la integridad del yo y la fluidez dinámica de la estructura
psíquica en general.
En todo el mundo, muchos autores han demostrado y enfatizado la
importancia del concepto de Nachträglichkeit en el conjunto de las obras de Freud
(Eickhoff, 2006). B. Chervet destacó que Freud dejó de utilizar las palabras
Nachträglichkeit y nachträglich en 1917, con algunas excepciones, y las substituyó
por el proceso de las dos etapas y por el trabajo psíquico en el terreno de la vía
regresiva y progresiva. A ambos lados del Atlántico, tras un período de “latencia
conceptual” y de su posterior recuperación por parte de Lacan, la Nachträglichkeit
freudiana se vio sometida a una mayor elaboración teórica de complejidad creciente.
Se ha convertido en uno de los conceptos básicos de una teoría del pensamiento que
incluye la temporalidad, la causalidad, los recuerdos, el trauma, las representaciones,
los afectos, la sexualidad y la sensualidad erotógena.

Ver también:
ENACTMENT

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Consultores regionales y colaboradores:

Norte América: Maurice Apprey, Ph.D., Adrienne Harris, Ph.D., Eva Papiasvili,
Ph.D., Dominique Scarfone, M.D. and Laurie Wilson, Ph.D.

América Latina: Victoria Korin, Dra.

Europa: Bernard Chervet, Dr. Dipl.Psych.

Copresidenta de coordinación interregional: Arne Jemstedt, M.D.

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Traducción: Jèssica Pujol Duran

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PSICOLOGÍA DEL YO
Entrada trirregional
Consejo editorial interregional: Harold P. Blum (América del Norte),
Marco Conci (Europa) y Olga Santa Maria (América Latina)
Copresidenta y coordinadora interregional:
Eva D. Papiasvili (América del Norte)

I. INTRODUCCIÓN Y DEFINICIÓN INTRODUCTORIA

“La historia del psicoanálisis hizo que nos familiarizáramos con el inconsciente antes
que el consciente, y con lo reprimido antes que el yo. Hoy en día la psicología del yo
está en el centro de nuestras indagaciones”
(Fenichel 1935, p. 348)

“…una persona sana debe ser capaz de sufrir y de sentirse deprimida… Sabemos
cómo la adaptación afortunada puede llevar a la inadaptación… Pero, inversamente,
la inadaptación puede llegar a ser una adaptación exitosa… aquí la salud incluye
claramente reacciones patológicas como medio para alcanzarla”
(Hartmann 1939, p. 311)

La psicología del yo expande, elabora y perfecciona el modelo estructural (y la


correspondiente segunda teoría de la angustia) de Sigmund Freud de 1923 y 1926. Si
bien reconoce el funcionamiento innato del yo (preconflictivo), la psicología del yo
centra su atención en las operaciones inconscientes en un contexto dinámico y
evolutivo que incluye las transformaciones del desarrollo y los múltiples roles del yo
en el conflicto psíquico: el yo como iniciador de las defensas, tomador de decisiones,
ejecutor de acciones, sintetizador de elementos conflictivos de la vida mental y
evaluador y negociador de las condiciones del entorno interno y externo. La continua
elaboración genética, evolutiva y adaptativa de este modelo estructural posfreudiano,
o psicología del yo, ha influenciado tanto en la teoría como en la técnica clínica de la
metapsicología freudiana (Hartmann 1939/1958; Rapaport y Gill 1959; Freud A.
1965).
Los últimos avances han beneficiado temas que tradicionalmente se
consideraban más allá de los intereses de la psicología del yo, como la construcción

463
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de la estructura psíquica a través del proceso interpretativo, la transferencia y la


contratransferencia (Busch 2013, 2015); el cuerpo femenino, la sexualidad y el
desarrollo (Balsam 2012, 2013, 2015); el trauma (Blum 2003; Fernando 2009, 2012a),
y la reformulación del funcionamiento yoico, basado en la idea de que el yo se
encarga del procesamiento, integración y transformación de la psique y es responsable
de nuestros “resultados finales” experienciales (Erlich 2003, 2013).
---
Concebir la psicología del yo como una fase en la historia del psicoanálisis no
solo confirma la naturaleza “de investigación en curso” del discurso analítico, sino
que también nos descubre una gran variedad de aproximaciones desarrolladas a partir
de las sucesivas generaciones de autores del mundo psicoanalítico.
Aunque en 1926 se estableció que el conflicto tenía dos dimensiones, una de
contenido defendido y otra de procesos de defensa, Freud se concentró más en el
contenido defendido, mientras que Anna Freud (1936/1946) elevó al mismo nivel los
procesos defensivos en la génesis del conflicto. Más tarde, Heinz Hartmann
(1939/1958), Ernst Kris (1955), David Rapaport (1951, 1958), Rudolph Loewenstein
(1963) y Erik Erikson (1950, 1956) ampliaron las funciones yoicas. El detallado
estudio del ello (y del inconsciente dinámico) que Freud había realizado se
complementó con un detallado estudio del yo.
Se considera que Hartmann es uno de los arquitectos de la primera generación
del modelo estructural/psicología posfreudiana “clásica” del yo, ya que se dedicó a
sistematizar, revisar y ampliar muchas nociones de la psicología del yo. Sin embargo,
además de Anna Freud, Kris, Rapaport y Erikson, muchos otros realizaron
contribuciones importantes con impacto técnico y repercusión en la teoría posterior.
Entre estos se incluyen Otto Fenichel, Wilhelm Reich, Theodor Reik, René Spitz,
Edith Jacobson, Margaret Mahler, Paul Federn, Hermann Nunberg, Elizabeth Zetzel,
Ralph Greenson, Leo Rangell, Robert Waelder, Joseph Sandler y Edoardo Weiss, que
abrieron las puertas al pensamiento integrador y transicional de Hans Loewald, Otto
Kernberg y Nancy Chodorow, así como a la psicología del yo contemporánea de Paul
Gray, Fred Busch, Cecilio Paniagua y Joseph Fernando, y al pensamiento freudiano
inclusivo de Harold Blum, Rosemary Balsam, Shmuel Erlich y otros.
Hartmann, con su conceptualización de la esfera relativamente libre de
conflictos y autonomía yoica, no pretendía indicar que el yo fuera independiente de
otras agencias psíquicas, ni minimizar la importancia del conflicto psíquico. El yo
siguió siendo visto como un aspecto superior de la mente, que se esfuerza por
negociar un equilibrio entre todas las fuerzas (potencialmente antitéticas) que emanan
de la mente humana e inciden en ella.

Clínicamente, esto se tradujo en una nueva posición para el analista. Mediante


una alianza con el yo del paciente, el analista debía mantenerse a una distancia
equidistante de las tres agencias psíquicas y del mundo externo, y debía prestar más

464
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atención a la superficie psíquica y a los mecanismos y patrones de defensa (y


resistencia). Se entendió que la superficie era un indicador del conflicto inconsciente
más profundo. Desde el punto de vista técnico, este enfoque de “superficie” evita una
interpretación prematura de las fuerzas y contenidos inconscientes defendidos
(deseos, impulsos y recuerdos traumáticos), al mismo tiempo que favorece la
exploración de las resistencias y facilita el desarrollo de la autoobservación y la
autorreflexión en el paciente. Esto trajo un interés renovado por el preconsciente y por
el contenido manifiesto de las fantasías, los sueños y recuerdos encubridores en el
proceso intrapsíquico, con especial atención a la interacción constante entre pulsiones
inconscientes y defensas conscientes (Blum 1998; Rangell 1963; Skelton 2006;
Paniagua 2008).
Los diccionarios psicoanalíticos norteamericanos y europeos contemporáneos
que no siguen una determinada corriente teórica, describen la psicología del yo como
“una rama del psicoanálisis que incluye todas las áreas de estudio, investigación y
aplicación clínica centradas en el concepto del yo y su rol en el funcionamiento
psicológico, el desarrollo, la psicopatología y el tratamiento” (Moore y Fine 1990;
Auchincloss y Samberg 2012), o como “un enfoque psicológico profundo que aborda
varios fenómenos mentales desde el punto de vista del yo” (Akhtar 2009), que incluye
en su estudio los conflictos, las defensas, las adaptaciones y, sobre todo, las
resistencias (Skelton 2006).
Si bien en el diccionario psicoanalítico latinoamericano más reciente
(Borensztejn 2014) no existe una entrada para la psicología del yo, la publicación de
Ramón Parres (1977), “El psicoanálisis como ciencia”, ofrece una visión sintética y
única de la metodología psicoanalítica que incluye los mecanismos de defensa, la
transferencia y la influencia de los procesos inconscientes en la mentalización
consciente desde una perspectiva psicológica del yo. En América Latina, aunque los
historiales clínicos dedicados a evaluar las capacidades y funciones yoicas incluyan el
establecimiento y mantenimiento de la alianza terapéutica, las resistencias y los
mecanismos de defensa, es decir, una parte esencial del arsenal psicoanalítico de la
psicología del yo, la influencia de esta corriente en el trabajo clínico no goza de
mucho reconocimiento.
Por otro lado, los diccionarios de la tradición francesa y de las relaciones
objetales británicas (Laplanche y Pontalis 1973; Hinshelwood 1989), tienden a definir
la psicología del yo de forma bastante limitada, como la “escuela de la psicología del
yo de Hartmann”, que engloba tanto las relaciones objetales británicas como el
pensamiento psicoanalítico de tradición francesa.
---
Esta entrada abarca la definición más amplia de la psicología del yo, entendida
como una fase abierta y una rama de la teoría psicoanalítica. Incluye “la psicología
del yo clásica de la era Hartmann”, internacionalmente reconocida como la
“psicología del yo estadounidense”, los avances de la “psicología del yo

465
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contemporánea”, la “teoría moderna del conflicto” y el “pensamiento freudiano


contemporáneo” con ejemplos de reformulaciones, elaboraciones, transiciones e
integraciones que han ido surgiendo a través de los intercambios que se han dado con
otros modelos teóricos en y entre América del Norte, Europa y América Latina.
También se incluyen varios ejemplos de otras contribuciones pertinentes, tanto
establecidas como emergentes.

II. RECEPCIÓN DE LA PSICOLOGÍA DEL YO EN EL MUNDO

América del Norte es donde la psicología del yo ha tenido un mayor impacto,


importada por los analistas europeos que huían de la Alemania nazi y del inminente
Holocausto. Allí cayó en suelo fértil y fue elaborada hasta consolidarse y
sistematizarse como teoría.
La compleja recepción de la psicología del yo en Europa y América Latina
estuvo condicionada por una serie de factores, uno de ellos las divergencias en las
traducciones, pero también en las conceptualizaciones del yo, que reflejan distintos
marcos de referencia (el yo de la teoría topográfica frente al del modelo estructural; la
definición amplia de la psicología del yo frente a la limitada) y discursos (niveles de
abstracción, teoría y técnica), además de las herencias socioculturales que proliferan
en la cultura y geografía psicoanalíticas. A continuación, se describen algunas de
estas recepciones y se aporta más información sobre los avances y las contribuciones
específicas de América del Norte, Europa y América Latina.

El “Ich” freudiano
Para Freud, “das Ich” (traducido por Strachey como “the ego”, en lugar de
“the I”) se refiere tanto a una agencia mental como a una experiencia subjetiva.
Mientras que esta característica dual parece ser un elemento importante del “Ich”
alemán, la traducción al inglés de Strachey, es decir, el cambio terminológico de “I” a
“the ego” despertó la necesidad de establecer una distinción más clara entre las
propiedades del “ego” (el “yo”, en español) –como estructura mental y agencia
psíquica– y de las del sí mismo experiencial y fenomenológico.
La progresiva separación conceptual entre el yo y el sí mismo, y el sí mismo y
las autorrepresentaciones de Heinz Hartmann (1959), si bien resultó fundamental para
las elaboraciones conceptuales, también complicó la conceptualización de las
relaciones entre las funciones abstractas e impersonales del yo, por un lado, y la
subjetividad, por otro lado. Esta tendencia desató una oposición rotunda entre los
psicoanalistas franceses (Laplanche y Pontalis 1973, p. 131) y algunos psicólogos del

466
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yo y autores posfreudianos de América del Norte, que se esforzaron por mantener y


elaborar el carácter dual del “Ich” (“I”/“Ego”) (Jacobson 1964, Mahler 1979,
Kernberg 1982).
El autor latinoamericano Leon Grinberg se encuentra al otro lado de esta
controversia. Grinberg reconoce los méritos de Hartmann por sentar las bases para
abordar los problemas del “Ich” freudiano y por “hacer la distinción entre el ‘yo’
como un sistema psíquico y el ‘sí mismo’ como un concepto que hace referencia a
‘uno mismo’” (Grinberg et al. 1966, p. 239). También menciona un antecedente
importante: Paul Federn (1928), quien estudió el yo como sujeto de las funciones
yoicas y como objeto de las experiencias internas. Según Grinberg, la contribución de
Hartmann hace posible que se articule el concepto de autorrepresentación de Edith
Jacobson, un elemento importante de su propio sistema teórico.

Diferencias y similitudes conceptuales entre las distintas traducciones: “Ich”,


“I”, “Ego”, “Le Moi”, “Yo” y “Eu”
Si bien la traducción francesa de la obra de Freud, Oeuvres complètes de
Freud / Psychanalyse (OCF/P) (Laplanche et al. 1989-2015), conserva la ambigüedad
del “Ich/I”, traduce “Ich” principalmente como “le moi”, como una forma del “I”
mejorada y subjetiva, es decir, más como un “self” (sí mismo) que como el “ego”
defensivo y orientado a la realidad de la psicología del yo. Esto provoca que no se
dedique tanto espacio (por falta de necesidad) a desarrollar las defensas, siendo la
única excepción la defensa de Lacan (1966) vinculada a la psicosis de la forclusión.
Teóricamente, “le moi” se define tanto por su “alienación” identificadora en el deseo
del Otro, como por su capacidad de adaptación. Para los analistas franceses, todo lo
que es “ego” se entiende como salido del inconsciente. No existe la idea de una esfera
libre de conflictos. Clínicamente, la propuesta de la psicología del yo de mantener una
postura analítica equidistante entre las tres agencias psíquicas y el mundo externo (A.
Freud 1936/1946) se interpretó como una manera de “mantener una distancia
constante del paciente” (Tessier 2004, 2005), lo que sería incompatible con la
propuesta de los autores franceses (Bouvet, Green, McDougall y Roussillon), que
defienden una relación flexible con los pacientes y prestan especial atención a su
reacción a la distancia (véanse también las entradas EL INCONSCIENTE,
INTERSUBJETIVIDAD y SÍ MISMO).
De hecho, ni el “ego” ni “le moi” son equiparables al “Ich” alemán. Mientras
que en el psicoanálisis de habla inglesa existe una mayor necesidad de elaborar el
concepto de “self”, para explicar la subjetividad ausente en el “ego”, en el
psicoanálisis francés no existe una necesidad comparable, ya que “le moi” ya está
“autosaturado”.
Curiosamente, como pasa con “le moi” francés, existe una estrecha relación
entre el “yo” español o el “eu” portugués y la subjetividad, lo que debería traducirse

467
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en una menor necesidad de utilizar el término “sí mismo” en los estudios relacionados
con la subjetividad en la región de América Latina; pero la realidad es otra, existe una
diferencia teórica entre el “yo” como estructura mental abstracta con funciones del “sí
mismo” unidos en la persona total (Resnik 1971-1972), y la incorporación del
pensamiento de Hartmann-Jacobson de los modelos sintéticos de la mente, donde el
“yo” es una estructura psíquica que contiene las representaciones del “sí mismo”
(Grinberg 1966, pp. 242-243).

La crítica basada en la definición limitada de la psicología del yo


Durante la llamada “era Hartmann” (Segunda Guerra Mundial–1970),
particularmente en la América del Norte de habla inglesa, las ideas de Hartmann, Kris
y Loewenstein (y las de Anna Freud) dominaron el discurso psicoanalítico
“freudiano”, creando una impresión de hegemonía.
“En ese momento no se apreció que esos autores también eran autores
individuales… En el grupo de Anna Freud en Inglaterra se ponía mucho más énfasis
en los temas de las defensas y el desarrollo, que en el discurso abstracto sobre las
funciones yoicas, las transformaciones de la energía o la psicología general de la
adaptación…” (Blum 1998, p. 32).
En la definición francesa de Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis, se
define el “Ich”/“ego” freudiano como: (1) núcleo de la conciencia y conjunto de
funciones mentales activas; (2) organizador de las defensas; y (3) agencia que media
entre la realidad externa, el ello y el superyó. Reconocen la escuela de la psicología
del yo de Hartmann, Kris, Loewenstein y Rapaport como uno de los enfoques que
trata de representar una “expresión más consistente de la teoría freudiana del aparato
psíquico”. Se muestran muy críticos con la psicología del yo entendida como una
“escuela que se ha propuesto como objetivo relacionar las adquisiciones
psicoanalíticas con las de otras disciplinas (psicofisiología, psicología del aprendizaje,
psicología infantil, psicología social) con vistas a construir una verdadera psicología
general del yo”, y con las nociones derivadas: como la “energía desexualizada y
neutralizada”, la “función sintética” del yo y “la esfera no conflictiva del yo”, en que
el yo se entiende “como un aparato que regula y se adapta a la realidad”. Laplanche y
Pontalis también reconocen “la extrema dificultad de integrar en una misma teoría el
conjunto de las aportaciones psicoanalíticas al concepto del yo” para contrarrestar
“esta tendencia de la psicología del yo” (Laplanche y Pontalis 1967/1973, p. 139).
De la lectura del libro de Hélène Tessier (2005), La psychanalyse américan,
puede desprenderse la correspondiente ausencia de la psicología del yo “clásica” en el
mundo analítico francófono. Tessier juzga la psicología del yo no en base a sus
objetivos (de desarrollar el psicoanálisis como una ciencia natural), sino en base a sus
resultados (como el funcionamiento autónomo del yo preconflictivo y la esfera libre

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de conflicto). La autora concluye que “tal perspectiva está considerablemente alejada


de la perspectiva de Freud” (Tessier 2005, p. 39).
Sin embargo, los analistas canadienses franceses han añadido a uno de los
principales psicólogos del yo, Hans Loewald, a la “tercera topografía” (Brusset 2006).
Se trata de un grupo de pensadores posfreudianos, en su mayoría franceses, que creen
que, en el desarrollo, la psicología bipersonal precede a la psicología unipersonal del
sujeto internamente estructurado y conflictivo de los modelos topográficos y
estructurales de Freud (véanse las entradas EL INCONSCIENTE, TEORÍAS DE LAS
RELACIONES OBJETALES e INTERSUBJETIVIDAD).
En su Diccionario del pensamiento kleiniano, Hinshelwood (1989) describe la
psicología del yo como “la escuela de psicoanálisis predominante” durante las
décadas de 1940 y 1960. Apunta que se trata de un estudio especial del yo y una
continuación del psicoanálisis clásico como se había desarrollado hasta la muerte de
Freud en 1939. También señala que esta orientación la encabeza el libro de Anna
Freud, El yo y los mecanismos de defensa (1936/1946), que logró establecer una
escuela de pensamiento y práctica psicoanalíticas con el enfoque adaptativo de
Hartmann en su Psicología del yo y el problema de la adaptación (Hartmann
1939/1958). En cuanto a las supuestas “desviaciones radicales” (p. 282) del tema de la
reducción de las pulsiones de la tradición freudiana, la psicología del yo se presenta
como un corriente que considera que “el psicoanálisis se ocupa del proceso normativo
por el cual un individuo socialmente adaptado es favorecido por su sociedad” (p.
284): “Los temas de los que se ocupaban los psicólogos del yo eran: (i). los orígenes
del yo desde un narcisismo primario simbiótico; (ii). las funciones yoicas, incluso las
que se encuentran en las esferas libres de conflicto (motilidad, percepción, memoria,
etc.); (iii). los mecanismos de adaptación y defensa del yo; (iv). el desarrollo de una
técnica de interpretación del preconsciente (en oposición al inconsciente); y (v). una
lealtad al espíritu de las primeras indagaciones de Freud sobre una psicología
científica (determinista) (Freud 1895)” (p. 285). Hinshelwood considera que la
psiquiatría interpersonal/cultural de Sullivan, la tradición conductista, la fuerte
tradición de la psicología del aprendizaje y la psicología del desarrollo fomentaron el
aspecto adaptativo y la concepción mecanicista de la psicología del yo, la cual
defiende una visión del yo y su desarrollo que quedaría fuera de la teoría
psicoanalítica más centrada en las pulsiones y los mecanismos de defensa como la
proyección y la identificación introyectiva.

En América del Norte, la crítica interna de la psicología del yo de la “era


Hartmann” (Blum 1998, 2010, 2015; Busch 2000; Balsam 2012) incluyó ataques al
“falocentrismo” y otros estereotipos de género, así como a la centralidad excesiva del
complejo de Edipo, las interpretaciones impersonales y distantes de la experiencia, las
defensas enfrentadas –en lugar de ser analizadas–, el no tomar en consideración el
trauma o la visión del psicoanálisis como psicología general –según ellos, la

469
Volver a la tabla de contenido

adaptación no puede dilucidarse desde un punto de vista puramente psicoanalítico,


sino que implica saberes prestados de otras disciplinas.
El estilo de Hartmann es extremadamente complejo, difícil de leer y fácil de
malinterpretar. Según Nancy Chodorow (2004), los críticos de las relaciones objetales
británicos, los franceses y otros que afirman que los psicólogos del yo dejaron de
creer en el inconsciente o las pulsiones “(mal)interpretaron la psicología del yo y el
problema de la adaptación de Hartmann (1939/1958): lo entendieron como el ajuste
de una persona a una sociedad enferma, en lugar de como un intento de repensar
‘Sobre los dos principios del funcionamiento mental’ a través del modelo
estructural…” (Chodorow 2004, p. 214).
En la “era Hartmann” (Bergmann 2000) la psicología del yo no era
generalmente aceptada fuera de los Estados Unidos. Otras razones más complejas
pueden tener que ver con la recepción de las ideas más que con las ideas mismas,
como dice André Green (2000): “…el éxito de Hartmann fue vinculado… a que los
estadounidenses están convencidos de su superioridad” (p. 106).

La perspectiva europea:
Muchas personalidades psicoanalíticas formadas en los institutos de Viena y
Berlín se vieron obligadas a partir hacia los Estados Unidos y esto marcó un relativo
declive de la “vanguardia” del psicoanálisis entre las décadas de 1940 y 1960, que se
extendió a las décadas subsiguientes. Sin embargo, esta deficiencia contribuyó al
florecimiento de otras orientaciones y direcciones psicoanalíticas en Europa, sobre
todo las relaciones objetales de Melanie Klein y las dimensiones experienciales del sí
mismo y el otro de Donald Winnicott. Una excepción importante es el trabajo de
Anna Freud en Londres, elaborado por Joseph y Anne-Marie Sandler, entre otros
(Hoffer 1949, 1950a, 1950b).
Tras la muerte de Freud en 1939, el desarrollo del psicoanálisis en general, y
de la psicología del yo en particular, estuvo determinado por núcleos geográficos y
corrientes políticas demarcadas, como el fenómeno de la inmigración, los viajes para
el análisis personal, el advenimiento del telón de acero en Europa, etc.
Otto Fenichel responde al enfoque histórico de Sigmund Freud de “Dos
artículos de enciclopedia” (Freud 1923a), cuando afirma que: “La historia del
psicoanálisis hizo que nos familiarizáramos con el inconsciente antes que el
consciente, y con lo reprimido antes que el yo. Hoy en día la psicología del yo está en
el centro de nuestras indagaciones” (Fenichel 1935, p. 348). Fenichel, por tanto,
retrata la psicología del yo como una fase dentro del desarrollo de la teoría
psicoanalítica general.
Esta fase sería fundamental para entender el trabajo realizado por Freud en su
intento de definir las formas del funcionamiento del inconsciente. La psicología del

470
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yo satisfaría, entonces, la necesidad de explicar aspectos inconscientes de fenómenos


clínicos como la resistencia y la angustia, dado que no cuentan con una decripción
satisfactoria en su modelo topográfico de la mente, formulado originalmente en “La
interpretación de los sueños” (Freud 1900).
Adicionalmente, la definición de la psicología del yo como una fase del
desarrollo del psicoanálisis confirma la naturaleza “de investigación en curso” del
discurso analítico, y pone de relieve la variedad de formas de abordaje de esta nueva
fase en Europa y América del Norte.
Se pueden entrever los comienzos de la psicología del yo en una de las
primeras publicaciones de Hartmann, “Die Grundlagen der Psychoanalyse” [Los
fundamentos del psicoanálisis] (Hartmann 1927), que nunca se tradujo enteramente al
inglés. En el primer capítulo, Hartmann presenta el psicoanálisis como una “ciencia
natural” e insiste en la importancia de redefinirlo para que sea una disciplina capaz de
colaborar con la psicología general y las ciencias sociales. Esta perspectiva se
convirtió en el paradigma psicoanalítico predominante entre 1950 y 1970 en los
Estados Unidos.
No se puede decir lo mismo de Europa, donde la agenda hegemónica y el
carácter monolítico de lo que también se llamó “psicología del yo estadounidense”
acabaron por limitar la recepción de la psicología del yo. Paul Parin, en su artículo de
1990, “Die Beschädigung der Psychoanalyse in der angelsächsischen Emigration und
ihre Rückkehr nach Europa” [El deterioro del psicoanálisis en su emigración
anglosajona y su regreso a Europa], aborda la unilateralidad con la que se reimportó la
psicología del yo desde los Estados Unidos, liderada casi exclusivamente por Heinz
Hartmann y sus colaboradores.
En el diccionario italiano contemporáneo publicado por Einaudi (Barale,
Bertani, Gallese, Mistura, Zamperini, eds., 2007), la “psicología del yo” se identifica
con esta definición limitada, y sus autores, Fornaro, M. y Mignone, P. (Fornaro y
Mignone 2007), omiten cualquier mención al desarrollo europeo de la posguerra.
Asimismo, un diccionario alemán (Hartkamp 2008), cuando define el concepto “Ich-
Psychologie” (psicología del yo), menciona solo a dos autores alemanes, Peter
Fürstenau y Annelise Heigl-Evers.
No deja de ser paradójico que, mientras Heinz Hartmann cita a Fenichel como
gran pilar de la teoría y técnica de la psicología del yo, Martin Bergmann, en su
aclamada publicación The Hartmann Era (2000) [La era Hartmann], conecta la
primera generación de la psicología del yo casi exclusivamente con el trabajo de
Heinz Hartmann y sus colaboradores más cercanos, y a Fenichel solo lo reconoce
marginalmente, omitiendo cualquier contribución significativa a la psicología del yo
proveniente de Europa.
Por otro lado, aunque Hartmann cita las contribuciones de Sandor Ferenczi y
Paul Federn, la revisión selectiva de David Rapaport (1958a), A Historical Review of

471
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Psychoanalytic Ego Psychology [Una revisión histórica de la psicología del yo


psicoanalítica], muy influyente en Europa, las omite. Según Rapaport, la primera fase
terminó en 1897, con la renuncia de Freud a la teoría de la seducción; la segunda fase
finalizó en 1923, con la publicación de El yo y el ello; la tercera fase se asoció con el
desarrollo de la psicología del yo, y continuó hasta 1937; y la cuarta fase coincidió
con las influyentes publicaciones de Anna Freud (1936), Erik Erikson (1937), Karen
Horney (1937), Heinz Hartmann (1939/1958), Abram Kardiner (1939) y H. S.
Sullivan (1940), y representó la versión de la psicología del yo formulada por
Hartmann, con sus conceptos sobre el funcionamiento innato (pre-conflictivo) del yo
y la autonomía del yo.
En conclusión, si bien es cierto que los principales textos de la psicología del
yo (norteamericana) fueron traducidos y publicados en Francia, Italia y Alemania,
también es cierto que la psicología del yo sobrevivió en Europa, no solo bajo la
conceptualización de Hartmann y sus colaboradores, sino principalmente mediante
una serie de aportaciones autónomas que se concretarán en el apartado europeo.

La perspectiva latinoamericana:
América Latina, por lo general, no ha concedido el valor que le corresponde a
la psicología del yo. México es el único país donde los institutos psicoanalíticos
incluyen la psicología del yo en su plan de estudios. En otros países como Colombia,
Argentina, Chile, Venezuela, Perú y Brasil, no existe un seminario específico sobre
psicología del yo en la formación psicoanalítica. Especialmente en Argentina y
Uruguay, probablemente por la influencia de Melanie Klein, y también de Jacques
Lacan, se cree que la psicología del yo es demasiado cercana a la teoría cognitivo-
conductual, desprovista de los aspectos libidinales y la subjetividad.
Cecilio Paniagua (2014) afirma que muchos de sus colegas en América Latina
desconocen la evolución de la psicología del yo de Hartmann, así como los modelos
contemporáneos que se han extendido en América del Norte. Este desconocimiento,
según él, engendró una crítica prejuiciosa sobre la psicología del yo, vista como teoría
superflua y superficial por su minimización de las pulsiones y la fantasía inconsciente.
Pereira y colaboradores (2007) y Arbiser (2003) también especulan sobre la posible
influencia sociocultural y política, así como una marcada preferencia teórica por los
autores europeos por encima de sus homólogos norteamericanos.
Sin embargo, Hartmann, Kris, Loewenstein, Jacobson y Anna Freud son una
parte importante de los planes de estudio en los institutos psicoanalíticos de México,
donde se espera que los candidatos conozcan los estadios del modelo epigenético de
Erikson y El yo y los mecanismos de defensa de Anna Freud al salir de sus estudios
universitarios. Tal vez la proximidad geográfica entre México y Estados Unidos juega
un papel importante, además de la facilidad de acceso a sus estudios de grado y
posgrado. Un ejemplo es Ramón Parres, uno de los fundadores de la sociedad

472
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psicoanalítica mexicana (Asociación Psicoanalítica Mexicana, APM), quien estudió


psiquiatría y luego psicoanálisis en Estados Unidos. En su libro, El psicoanálisis
como ciencia (Parres 1977), describe varios mecanismos de defensa, así como la
transferencia y la influencia de los procesos inconscientes sobre los conscientes desde
el punto de vista de la psicología del yo.
Si bien la psicología del yo no se enseña en el resto de los institutos
psicoanalíticos latinoamericanos, conceptos de la psicología del yo como la historia
clínica, la evaluación psicodinámica del desarrollo, los mecanismos de defensa, las
resistencias, la alianza terapéutica o el encuadre analítico son muy utilizados en la
práctica clínica, aunque no se atribuya o reconozca el mérito de esta corriente.

III. HISTORIA Y EVOLUCIÓN DE LA PSICOLOGÍA DEL YO

III. A. LOS ORÍGENES: SIGMUND FREUD

Los orígenes de la psicología del yo ya se entreven en los primeros escritos de


Freud (1895, 1900, 1911, 1914, 1915a, 1915b, 1915c, 1917a, 1917b, 1921), pero las
contribuciones más relevantes a la formación de esta corriente se encuentran en las
obras El yo y el ello (1923) e Inhibición, síntoma y angustia (1926).
Antes de 1923, el modelo topográfico se había centrado en la relación de los
contenidos mentales con los sistemas conscientes e inconscientes. Gradualmente,
Freud fue reconociendo la disparidad entre el trabajo clínico y la teoría: en el trabajo
clínico, los elementos del yo podían ser inconscientes (funcionamiento defensivo y
culpa) y los derivados inconscientes podían encontrarse en la consciencia; sin
embargo, en el modelo topográfico ubicó el contenido (y los procesos) en el mismo
sistema Inconsciente (Ics) o en el sistema Preconsciente (Pcs) y Consciente (Cs) (Gill
1963; Waelder 1960). Estas observaciones clínicas subrayaron la necesidad de
implementar algunos cambios teóricos, que Freud dilucidó cuando introdujo su
modelo estructural, según el cual la mente se estructura en tres agencias: el ello, el yo
y el superyó, diferenciadas no por el acceso a la conciencia sino por conjuntos
estables de funciones y motivos. En la teoría estructural el yo se definió como una
organización de procesos coherente, que incluía el de control de la descarga, la
censura y las defensas, así como el pensamiento o prueba de realidad, desde el límite
permeable del Preconsciente hasta el límite permeable del Inconsciente. Resulta
interesante que Freud ya presagiara esto en su artículo sobre “El inconsciente” (1915),
donde “concibió provisionalmente que el pensamiento preconsciente complejo con
infusiones de elementos inconscientes”, se extendía “desde el límite permeable del
sistema Ics hasta el límite permeable del sistema Cs” (Busch 2015, S. 557).

473
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El paso de Freud de su primera a su segunda teoría de la angustia fue muy


importante para el desarrollo de la psicología del yo. Para él, el yo activo genera una
señal de angustia que responde a los peligros anticipados por las pulsiones sexuales o
agresivas. La señal de angustia es una angustia traumática, arcaica y rudimentaria que
ha sido transformada y reacciona ante los peligros relacionados con la pérdida de
objeto, la pérdida del amor de objeto, la castración y la pérdida de la aceptación
interna o el “amor por parte del superyó”. La señal de angustia desencadena defensas
que nos alejan de los peligros que nos obstaculizan: “Para la concepción anterior era
natural considerar a la libido de la moción pulsional reprimida como la fuente de la
angustia; de acuerdo con la nueva, en cambio, más bien debía de ser el yo el
responsable de esa angustia.” (Freud, 1926, p. 161; Freud, Obras completas vol. 20,
1925-1926, p. 151). El yo asumió su rol de agencia ejecutiva de la mente: como
mediador de los conflictos y negociador de acuerdos. En sus últimos ensayos sobre
este tema, Freud (1940) postuló el desarrollo autónomo del yo.
El modelo estructural no apareció de la noche a la mañana, ni llegó a
reemplazar por completo el modelo topográfico. Los elementos de la teoría estructural
fueron formándose con el tiempo, ya desde antes de 1923. Sin embargo, Freud a
menudo regresaba a la concepción topográfica de los fenómenos, y dejó en manos de
sus sucesores el desarrollo de una teoría que estableciera conexiones específicas entre
las dos teorías de la angustia –como fue el caso de la “teoría unitaria de la angustia”
(Rangell 1969a, b)– y la aplicación de los principios psicológicos del yo en la práctica
psicoanalítica –como fue el caso del “análisis de las defensas”, en lugar de su
confrontación o “superación” (Gray 1982, 1994; Busch 1992, 1993, 1999; Paniagua
2008, 2014).

III Aa. Un recorrido por los primeros estudios de la psicología del yo


La concepción de Freud del yo como una agencia ejecutiva y activa de la
mente desembocó en la aparición de muchos estudios polifacéticos sobre el rol del yo
en el funcionamiento psíquico, el desarrollo, la psicopatología y el tratamiento, que
marcaron el variado recorrido de la “psicología del yo”:

Paul Federn (1926), en Viena, conceptualizó el límite del yo entre el yo y la


representación de objeto, conservando la subjetividad del yo/“Ich” freudiano que
denominó el “sentimiento del yo”. Dejando a un lado las diferencias terminológicas y
conceptuales con la “psicología del yo clásica”, en Nueva York, donde inmigró
Federn, sus contribuciones giraron en torno a la psicosis –desrealización y
despersonalización–, la cual provoca una pérdida gradual de los sentimientos del yo,
es decir, una reducción de cierta investidura narcisista en el yo. Esto no solo ocurre
cuando la alienación se relaciona con los propios sentimientos del sujeto, sino
también cuando hace referencia al mundo de los objetos (Jacobson 1954).

474
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Hermann Nunberg (1931), en Viena, describió la función sintética del yo, y


en Nueva York siguió con su exploración de los conceptos de fuerza y debilidad
yoicas (1941). En colaboración con Ernst Federn, hijo menor de Paul Federn,
compilaron las Actas de la sociedad psicoanalítica de Viena de 1906a 1918 (Nunberg
y Federn 1962-1975). Sus conferencias en el Instituto Psicoanalítico de Viena fueron
publicadas con un prefacio de Freud (Nunberg 1932/1955).
Wilhelm Reich (1925; 1933/1945) estudió las consecuencias de las
alteraciones crónicas del yo en el desarrollo del carácter.
Anna Freud (1936/1946), de Viena, sistematizó las actividades defensivas del
yo en El yo y los mecanismos de defensa. Más tarde, en Londres, dedicó gran parte de
su carrera a la exploración del desarrollo normal y patológico del yo (1965), siempre
en estrecho contacto con los avances psicoanalíticos que se producían en América del
Norte.
Robert Waelder (1936a), trabajó el rol del yo en el conflicto, trayendo el
principio de sobredeterminación de Freud al ámbito del modelo estructural/psicología
del yo como el principio de la función múltiple. Según Waelder, cada acto psíquico es
un acuerdo creado por el yo en respuesta a las exigencias conflictivas del ello, el
superyó, la realidad y la compulsión de repetición.
Edward Glover (1943), en Inglaterra, introdujo el concepto de “núcleos del
yo” construidos a parir de las huellas de la experiencia en un todo coherente.
Franz Alexander (1933), graduado en el Instituto de Berlín, personalidad
destacada de la llamada “Escuela de Chicago” y de la medicina psicosomática,
escribió sobre la relación polifacética de los conflictos estructurales e instintivos y sus
influencias recíprocas.
Otto Fenichel (1938, 1941 c, 1945) trascendió los límites de Viena, Praga,
Chicago, Los Ángeles y Nueva York. Fue un enciclopedista internacionalmente
reconocido de la teoría y técnica psicoanalíticas. En un “intercambio controvertido”
con Alexander, señaló que “Un conflicto instintivo … es también siempre un
conflicto estructural; uno de los instintos en conflicto representa el yo … [o se]
fortalece con la finalidad de defender el yo” (Fenichel 1945, p. 130). Fue Fenichel
quien elaboró la idea de Anna Freud de que el yo beneficia el trabajo analítico y, en
este proceso, acuñó la expresión del “yo observador”.

III. B. AVANCES POSFREUDIANOS EN PSICOLOGÍA DEL YO/TEORÍA


ESTRUCTURAL EN AMÉRICA DEL NORTE

En América del Norte, Anna Freud (1936/1946) potenció la psicología del yo


reuniendo y ampliando las funciones defensivas clave del yo y enunciando la posición

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técnica en que debía situarse el analista para mantener una relación equidistante con
respecto a los derivados de las tres macroestructuras. Los “psicólogos del yo
estadounidenses”, es decir, Hartmann (1939/1958), Kris y Loewenstein (Hartmann,
Kris y Loewenstein 1964) y Rapaport (1959/1960) desarrollaron aun más esta
corriente sistematizando la metateoría del psicoanálisis como una psicología general.
Fenichel, Nunberg, Waelder, Jacobson, Mahler, Rangell, Loewald, Bergmann, Arlow
y muchos otros realizaron aportaciones imprescindibles a la disciplina, algunas de las
cuales se destacan a continuación.

III Ba. Heinz Hartmann, sus colaboradores y sus contemporáneos


“Hartmann, con respecto a quienes colocaron ‘el inconsciente por delante de
Freud’ (Whyte 1960), recordó que fue Freud quien lo sistematizó; de manera que
podemos afirmar que fue Hartmann, quien, más que nadie, sistematizó los fragmentos
existentes de la psicología del yo en un todo compuesto” (Rangell 1965, p. 7).
A partir de la publicación de su monografía de 1939, Heinz Hartmann se
embarcó en una serie de elaboraciones de la teoría psicoanalítica, centradas
principalmente en el área de la psicología del yo. Llevó el funcionamiento yoico más
allá de las defensas, sobre todo la adaptación, y propuso que las estructuras psíquicas
innatas, pre-conflictivas, relativamente autónomas (y relativamente libres de
conflicto) y pre-formadas surgen de la base biológica y van encajando unas con otras
en un entorno conocido y familiar, que complejizó en conjunción con los factores del
desarrollo. Como afirmó, “…esto no quiere decir que el yo, como sistema psíquico
definido, sea innato; más bien destaca que el desarrollo de este sistema no puede
atribuirse solamente al impacto de la realidad y las pulsiones instintivas, sino que
también responde a un conjunto de factores que no pueden identificarse con ninguno
de esos impactos” (1950, p. 79). En colaboración con Kris y Loewenstein, Hartmann
(1964) detalló las implicaciones y aplicaciones de la teoría psicoanalítica del yo.
Definieron cada uno de los tres centros de actividad psíquica según sus funciones y
relaciones intersistémicas e intrasistémicas entre los tres centros de funcionamiento
psíquico.
Hartmann también subrayó la importancia de describir todas las características
de las funciones yoicas y su interrelación con las pulsiones y el superyó (Bellak,
Hurvich y Gediman, 1973). Una forma de agruparlas fue según si sus funciones eran
autónomas, defensivas o sintéticas/integradoras. También introdujo que las funciones
yoicas eran puestas en peligro en caso de debilidad yoica –cosa que despunta las
diferencias individuales. A continuación, se describe la evolución conceptual de las
funciones yoicas, ejemplificada por la prueba de realidad que ya había identificado
Freud en 1895.
Además, Hartmann caracterizó las funciones yoicas como un reflejo de la
autonomía primaria y/o secundaria. Las funciones basadas en la autonomía primaria

476
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incluían, entre otras, la atención, la concentración, la memoria, el aprendizaje, la


percepción, la función motora y la intención. De forma secundaria, las funciones
autónomas, que según él a menudo se presentaban de forma considerablemente
defensiva (y, por lo tanto, relacionadas con el conflicto) y mediante un cambio de
función adquirían otros propósitos y significados de naturaleza adaptativa, consistían
en hábitos, habilidades aprendidas, rutinas de trabajo, aficiones e intereses. También
señaló que esta autonomía y libertad de conflicto intrapsíquico era relativa, y que las
mismas tendencias más tarde podrían reconfigurarse en conflictos intersistémicos
mediante la re-instintualización. En los conflictos intrasistémicos pueden enfrentarse
varias funciones yoicas, que varían según sean sus direcciones u objetivos, o pueden
darse conflictos intrasistémicos entre operaciones defensivas y no defensivas del yo.
El concepto de autonomía secundaria de Hartmann se entendió como resultado de un
cambio de función. Así como la progresiva neutralización de las pulsiones (la
sublimación, des-libidinización y des-agresivización) posibilita el crecimiento del yo
mediante la autonomía secundaria, la des-neutralización regresiva conduce a la re-
instintualización (libidinización, sexualización, agresivización) de las funciones
yoicas y a la pérdida de autonomía, adaptación a la realidad y constricción de la
creatividad.
Sin embargo, Hartmann no solo hizo aportaciones significativas y originales al
campo de la estructura del yo. Su trabajo abarca toda la disciplina del psicoanálisis.
De hecho, muchas ideas nuevas provinieron del área de las mismas pulsiones
(Hartmann 1948/1964).
La fase indiferenciada del desarrollo mental pronto se divide entre el yo y el
ello debido a la indefensión prolongada de los pequeños. Hartmann sugiere que las
diferencias entre el comportamiento instintivo de los animales y el de los seres
humanos se debe a este mismo proceso de diferenciación estructural. Muchas
funciones reservadas a los instintos en los animales se convierten en funciones yoicas
en el ser humano. Aunque exista una continuidad genética entre los instintos animales
y las pulsiones humanas, no se puede subestimar la relación y continuidad entre el
instinto animal y la función humana del yo.
Hartmann expande el concepto del desarrollo autónomo del yo de Freud
(1940) y propone que, una vez se han diferenciado los tres sistemas psíquicos, cada
uno dispensa (su propia) energía psíquica.
A modo de ejemplo de esta diferenciación cada vez más depurada, Hartmann
condujo una indagación en el ámbito de las condiciones “intrasistémicas” dentro del
sistema del yo. Dirigió su atención hacia las contiendas que se dan en los intereses del
yo, así como entre sus diferentes funciones. Los definió como conflictos
intrasistémicos, para distinguirlos de los intersistémicos. Debido a los contrastes que
se dan dentro del yo, señaló que estas correlaciones y conflictos intrasistémicos deben
tomarse en especial consideración cuando se evalúa la fuerza o control del yo, puesto
que la fuerza en un área puede comportar debilidad en otras esferas, como pasa con la

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adaptación en una dirección, que puede causar perturbaciones y desequilibrio en otras.


En opinión de Hartmann, todas las definiciones de la fuerza yoica son insatisfactorias
si solo tienen en cuenta las relaciones con otros sistemas mentales y dejan de lado los
factores intrasistémicos y las interrelaciones entre las distintas áreas de las funciones
yoicas. Este campo ha sido decisivo para las investigaciones de la siguiente
generación de pensadores freudianos, como el trabajo de Leo Rangell (1963, 1969a,
b) sobre el conflicto intrapsíquico.
Además de las aportaciones y consolidaciones que hizo dentro de la misma
estructura del yo (como la actividad y elasticidad del yo), Hartmann, cuando describe
otras funciones aparte de las defensas, y otros procesos como la neutralización, o
cuando indaga sobre los aspectos adaptativos dinámicos, evolutivos y funcionales de
las defensas y la mutabilidad de las pulsiones instintivas de los seres humanos en
comparación con la rigidez de los instintos animales, clarifica conceptos como la
sublimación, la identificación, la internalización y la introyección, el grado de
flexibilidad de la metodología psicoanalítica, la técnica y el cambio (el “principio de
atracción múltiple” de Hartmann 1951) o la concepción del psicoanálisis como
ciencia. También trabaja en ampliar la disciplina del psicoanálisis como campo de
estudio, con aportaciones de la psicología general; o la observación infantil directa, la
definición de crecimiento no lineal (regresivo-progresivo), la salud y la enfermedad,
así como la adaptación y la inadaptación:
“…una persona sana debe ser capaz de sufrir y de sentirse deprimida. Nuestra
experiencia clínica nos ha enseñado las consecuencias de negar la enfermedad y el
sufrimiento, de no ser capaz de admitir que uno también puede enfermarse y sufrir.
Hasta es posible que una dosis limitada de sufrimientos y enfermedades sea parte
integrante del esquema de la salud, digámoslo así, o, más bien, que la salud es
alcanzable solo por caminos indirectos. Sabemos cómo la adaptación afortunada
puede llevar a la inadaptación; podría citarse el desarrollo del superyó, como un
excelente ejemplo, e igualmente otros muchos. Pero, inversamente, la inadaptación
puede llegar a ser una adaptación exitosa… Hemos hallado un estado de cosas
semejante con relación al proceso terapéutico del análisis. Aquí la salud incluye
claramente reacciones patológicas como medio para alcanzarla.” (Hartmann 1939, p.
311)
Además, Hartmann construye puentes dinámicos con otras disciplinas vecinas,
desde las ciencias sociales hasta la psicología académica, la psicología evolutiva, las
teorías del aprendizaje y de campo, el arte y la filosofía (Rangell 1965).
Ernst Kris (1936, 1952, 1956) amplió el rol de los procesos inconscientes y
preconscientes del yo en el mantenimiento del equilibrio interno; estudió el rol del yo
en la sublimación y la creatividad, y acuñó el término “regresión al servicio del yo”,
aplicable al desarrollo y la situación clínica, así como ajustes creativos e indagadores.
Peter Blos, Sr. (1954, 1967, 1971, 1978, 1979), teórico importante de la psicología
del yo en la adolescencia, elaboró la idea de Kris sobre los cambios rápidos entre los

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diversos niveles de funcionamiento psíquico (regresión, progresión, integración) en el


ámbito de la función integradora del yo; un estudio clave para entender la creatividad
en el campo del arte y la ciencia que llamó “regresión al servicio del desarrollo”.
Asimismo, estas conceptualizaciones abrieron paso a que futuras generaciones de
pensadores posfreudianos se interesaran por las áreas del desarrollo y los procesos de
asociación libre (Bellak 1961, 1989), así como las artes y la creatividad (Rose 1963,
1964, 1999, 2004).
David Rapaport (1951a, b; 1953, 1958b) profundizó en los temas del
desarrollo y la organización del pensamiento, así como las vicisitudes evolutivas de
los afectos y la relación entre las dos autonomías del yo: del entorno y de las
pulsiones. Demostró de qué manera se garantizaba la relativa autonomía del ello en la
relación de la persona con el entorno y viceversa. Para Rapaport, el desarrollo
consiste en un proceso interactivo cuya organización va complejizándose con el paso
del tiempo. En este sentido, describió el proceso de desarrollo jerárquico, que se
complejiza en la formación de las pulsiones motivacionales derivadas a medida que
incrementa su organización de las defensas del yo.
Rudolph Loewenstein (1938, 1945, 1957, 1967) estudió las complejidades de
la participación del yo, el sí mismo, el superyó y las pulsiones en relación con los
primeros vínculos libidinales y agresivos de objeto en la formación del masoquismo.
Tras “resucitar” la noción de “instintos vitales” (1940), postuló que la “libidinización
del sufrimiento” inconsciente causada por la agresión desde adentro y/o desde afuera
subyace al mecanismo de “seducción del agresor” –un precursor del masoquismo y un
arma del niño indefenso para asegurar la existencia del amor parental, el cual es
necesario para el desarrollo de la sexualidad y para su supervivencia (Loewenstein
1957a, p. 231). En “La pasividad fálica del hombre” (Loewenstein 1935),
Loewenstein apunta al significado dinámico de las subfases pasivo-activas del
desarrollo psicosexual. Retoma y amplia las descripciones de Freud (1909), Anna
Freud (1936/1946) y Fenichel (1945) sobre la escucha psicoanalítica de los varios
niveles de la pulsión y derivados inconscientes del yo y el superyó en el proceso de
asociación libre, e incluye “…escuchar lo que se dice, cómo se dice, cuándo y en qué
contexto se dice, así como lo que no se dice, sino que se omite deliberada o
involuntariamente, y, finalmente, la ausencia de comunicación: escuchar el silencio”
(Loewenstein 1963, p. 453).
Erik H. Erikson (1950, 1956), estudioso de la psicología del yo con un
enfoque biosocial, desarrolló los conceptos de “identidad del yo” e “integridad del
yo” dentro de su epigénesis psicosocial del ciclo de la vida (confianza vs.
desconfianza en la infancia; autonomía vs. vergüenza en los niños; iniciativa vs. culpa
del niño en edad preescolar; laboriosidad vs. inferioridad en la edad escolar; identidad
del yo vs. confusión de roles en la adolescencia; intimidad vs. aislamiento en el adulto
joven; generatividad vs. estancamiento en la edad adulta; integridad del yo vs.
desesperanza en la tercera edad), proporcionando así un puente entre la psicología
individual y la social. Esta teoría de los ocho estadios del desarrollo psicosocial, que a

479
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veces se malinterpretó como una proposición lineal, se basa en una serie de


“conflictos centrales”, como “confianza vs. desconfianza” al comienzo de la vida,
“identidad del yo vs. confusión de roles” durante la adolescencia, “integridad del yo
vs. desesperación” al final de la vida, que establecen “crisis de desarrollo” de gran
vulnerabilidad y potencial, cada una marcada por la secuencia de “desorganización-
reorganización-consolidación”, en que la regresión del yo juega un papel
importante. Especialmente durante la adolescencia, no se puede consolidar una
identidad con las identificaciones precedentes sin contar con un espacio para el
movimiento regresivo transitorio en el que se contemplan diferentes identidades.
Erikson emplea la “regresión al servicio del yo” de Ernst Kris y la “regresión al
servicio del desarrollo” de Peter Blos, para presentar la regresión como parte de los
ritmos oscilantes de los procesos de crecimiento.
Se describe a sí mismo como un “psicoanalista atraído por un nuevo concepto
[la identidad yoica], no por sus preocupaciones teóricas, sino por la necesidad de
expandir la conciencia clínica hacia otros campos (antropología social y educación
comparada), y por la expectativa de que tal expansión, a su vez, beneficiaría el trabajo
clínico” (Erikson 1956, p.56). En ocasiones, se creyó que su trabajo no era lo
“suficientemente psicoanalítico”. En la actualidad, sin embargo, se ha revalorado,
equiparándose a los intereses psicoanalíticos del siglo XXI, que toman muy en cuenta
la influencia de la cultura. El pensamiento de Erikson acerca de las oscilaciones
psíquicas en la formación de la identidad sigue siendo muy relevante para el
pensamiento psicoanalítico contemporáneo.
A pesar del obscurecimiento de los conceptos de autonomía primaria y
secundaria, su planteamiento impulsó la creación de nuevos estudios sobre la
interacción entre factores constitucionales y ambientales del desarrollo. La psicología
del yo estimuló directa o indirectamente, al mismo tiempo que enriqueció, los
estudios analíticos y observacionales del niño de Winnicott (1953), Spitz (1965),
Jacobson (1958, 1964) y Mahler (Mahler, Pine y Bergman 1975), lo que dio paso a
una mayor comprensión del dominio preedípico.
Las formulaciones de Erikson y Rapaport, así como el “cambio de medios” y
el “cambio de función” de Hartmann alentaron el estudio de las transformaciones del
desarrollo: desde el desarrollo más temprano hasta el más tardío, y despertaron
indirectamente un interés renovado por el trauma, que había sido descuidado por los
psicólogos del yo (Blum 1987). La transformación del desarrollo que se logra con la
autonomía secundaria es comparable a la transformación de la angustia traumática en
la señal de angustia (Blum 1998).
En contraposición a la hegemonía relativa de la que gozó la psicología del yo
durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial (la llamada “era
Hartmann”), se desplazó a un segundo plano en la década de los 1970 (Bergmann
2000). Tras la muerte de Hartmann, la teoría de las relaciones objetales cobró más
importancia y se inició la era del pluralismo teórico (Blum 1998). La efervescencia

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social que se vivía en los EE. UU., el cuestionamiento filosófico sobre la “autoridad”
en la era posmoderna y la crítica feminista al sexo biológico y a los prejuicios de
género también contribuyeron a la crítica sobre la homogeneidad de la psicología del
yo (Balsam 2012).
Entre otras cuestiones que participaron de este cambio se incluyen las
siguientes:
1. Un excesivo énfasis en el complejo de Edipo como lecho de Procusto (Blum
2010; Balsam 2015);
2. La falta de un método acordado basado en los principios psicológicos del yo.
El análisis enfocado a la resistencia, tan fundamental para la psicología del yo,
se solía practicar mediante una confrontación de las defensas, en lugar de su
análisis (Busch 1999).
3. Tal como se practicaba, la psicología del yo con frecuencia se basaba en
interpretaciones profundas distantes a la experiencia (Busch 1999).
4. El análisis a menudo se llevaba a cabo de forma estricta e impersonal.
5. A pesar del creciente númereo de estudios sobre el desarrollo, el trauma
parecía no tomarse en consideración.
6. Era importante estudiar a Hartmann, pero resultaba difícil de leer. Es posible
que muchos cursos se impartieran de manera que resultara dificultosa la
apreciación de sus contribuciones, salvo de forma idealizada.
Por lo general, la psicología del yo de la “era Hartmann” (Bergmann 2000) no
tuvo un gran reconocimiento fuera de los Estados Unidos. Las razones son complejas,
como puede deducirse de la declaración de André Green: “…podemos argumentar
que el gran éxito de Hartmann estuvo vinculado a… la superioridad que sienten los
estadounidenses” (Green 2000, p. 106). Incluso algunos autores internacionales
contemporáneos (Sapisochin 2015) se hacen eco del resentimiento histórico sobre la
opinión de que Hartmann fue el único relevo de Freud.
Según Nancy Chodorow (2004), los críticos de las relaciones objetales británicos,
así como los franceses y norteamericanos que afirman que los psicólogos
norteamericanos del yo dejaron de creer en el inconsciente o las pulsiones, “(mal)
interpretaron la ‘psicología del yo y el problema de la adaptación’ de Hartmann
(1939/1958), entendiéndola como una defensa de los ajustes de la persona a una
sociedad enferma, más que como un intento de repensar ‘Los dos principios del
funcionamiento mental’ mediante la teoría estructural…” (Chodorow 2004, p. 214).

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III Bb. El desarrollo posterior a Hartmann: El surgimiento de la teoría moderna


del conflicto, la psicología del yo contemporánea y el comienzo de los modelos
integradores
Si bien Anna Freud, Hartmann y sus colaboradores destacaron en la
elaboración de la psicología del yo, con el tiempo la relación que establecen las
funciones yoicas con el ello y el superyó fue tomando ventaja en los estudios de los
teóricos analíticos norteamericanos (Bergmann 2000).
De hecho, es por esta razón que el enfoque acabó centrándose en el conflicto
intrapsíquico, con los componentes de la pulsión, la señal de angustia, las defensas y
el compromiso desarrollados por Arlow y Brenner (1964), que subrayaron las
ventajas de las explicaciones basadas en la teoría estructural por encima de las
basadas en la teoría topográfica. En opinión de algunos (Busch 1995), el trabajo de
Arlow y Brenner supuso un alejamiento significativo del trabajo de Hartmann y
compañía. Arlow y Brenner creían que se había creado una distinción demasiado
rotunda entre las esferas conflictivas y no conflictivas del yo (Busch 1992, 1993).
Arnold Richards (Richards y Willick 1986) planteó que era concebible que, con el
tiempo, al ampliar los conceptos de formación de compromiso y señal-afecto, y al
enfatizar que cualquier forma de funcionamiento mental puede emplearse con fines
defensivos, Brenner llegara a articular un modelo de la mente en conflicto en que los
conceptos tradicionales del yo, ello y superyó resultaran superfluos para la
interpretación de los elementos del conflicto. Este desarrollo del pensamiento de
Brenner fue correctamente vaticinado, y se encuentra elaborado en La mente en
conflicto (Brenner 1994). Estos avances presentan una ampliación determinada de la
teoría estructural de 1960-1990 que con el tiempo marcó el comienzo de la teoría
moderna del conflicto (ver también la entrada CONFLICTO).
Sin embargo, otros pensadores sintéticos posfreudianos como Leo Rangell y
Harold Blum, que avanzaron en la conceptualización de las defensas, las funciones
yoicas y el funcionamiento, conflicto y desarrollo yoico, tenían otros puntos de vista.
No creían que todo tuviera que pasar necesariamente por la formación de
compromiso. En su opinión, las represiones y otras defensas no son formaciones de
compromiso (Blum 1985) y el yo no sólo efectua compromisos, sino que también
puede decidir entre distintas alternativas (Rangell 1963).
Paul Gray y Fred Busch, importantes contribuyentes al enfoque psicológico
del yo contemporáneo (Skelton 2006), desarrollaron una descripción matizada del
análisis de la resistencia y otorgaron un rol más más generoso al funcionamiento
yoico inconsciente y preconsciente. Gray (1994) desarrolló una técnica para que el
paciente parara atención a las resistencias inconscientes. Busch, por su parte, (1995)
se centró en la capacidad de escucha del paciente. Según él, hay tres superficies que
siempre están en funcionamiento en el proceso analítico: la superficie del paciente,
que consiste en lo que el paciente cree que está diciendo; la superficie del analista,
que es lo que el analista cree que está diciendo el paciente, y la superficie trabajable,

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que es esa intersección entre la superficie del paciente y la del analista que hace
posible una intervención significativa. El enfoque psicológico del yo de Busch intenta
trabajar con las tres superficies. Desde el punto de vista de la teoría clínica, Cecilio
Paniagua (1991) ya había diferenciado el concepto de superficie del paciente como
perteneciente al ámbito de la subjetividad, del concepto de superficie clínica, el cual
pertenecería al ámbito de la conducta observable, y la superficie trabajable, definida
como aquellos aspectos de la superficie clínica que se prestan a la exploración de la
dinámica o génesis inconsciente.
Hans Loewald (1961, 1978), un pensador transicional que se identificó como
psicólogo del yo, integró magistralmente la psicología del yo freudiana con las
influencias de la teoría interpersonal de Harry S. Sullivan, la perspectiva de Margaret
Mahler sobre la separación-individuación y elementos de la psicología del yo de
Melanie Klein, Otto Kernberg (otro integracionista), Donald Winnicott, Heinz Kohut
y la psicología del sí mismo. Loewald desarrolló una psicología del yo que reunía la
teoría instintiva con las relaciones objetales, surgida del centro del yo incipiente del
niño en la evolución de su reciprocidad con la madre. Jonathan Lear (2003), el
filósofo psicoanalista, se ha referido a esta fusión como la teoría “big bang” del
psicoanálisis. El trabajo de Loewald se considera un puente vital entre la “psicología
unipersonal” (una teoría motivacional e instintiva como la topográfica de Freud) y la
psicología “bipersonal de las relaciones objetales”, puesto que también se inició en las
elaboraciones de la psicología del yo. Por otro lado, su trabajo también se considera
fundacional para la teoría relacional, que se desarrolló en la década de 1980 en los
Estados Unidos (Greenberg y Mitchell, 1983). Su obra integradora y transformadora
también lo convierte en el padre de la “tradición independiente estadounidense”
contemporánea (Chodorow 2004). Además, sus ideas son muy valiosas en las
conceptualizaciones del “tercer modelo” (ver las entradas EL INCONSCIENTE,
TEORÍAS DE LAS RELACIONES OBJETALES y CONFLICTO).

III Bba. Ejemplos de integraciones y elaboraciones desde los años 1960 a los 2000
Charles Brenner (1981, 1982b, 1991; Arlow y Brenner 1964) y Jacob Arlow
(1980, 1987; Arlow y Brenner 1964) ampliaron la noción de Freud sobre la formación
psíquica que surge del conflicto entre las estructuras de la mente: ello, yo y superyó.
Propusieron que prácticamente todos los resultados psíquicos, como los sueños, el
carácter, las fantasías, las asociaciones libres, eran producto de estos conflictos. Cada
comportamiento observable se convierte en un derivado de un conflicto subyacente.
Según Brenner, incluso el superyó es una formación de compromiso, o un grupo de
formaciones de compromiso nacidas del conflicto. Según la concepción de Brenner
(1981, 1982b, 1991, 1994), todo en la vida psíquica es una formación de
compromiso: una combinación entre la gratificación de los derivados pulsionales (un
deseo instintivo que se origina en la infancia); el displacer en forma de angustia y el
afecto depresivo asociado al derivado pulsional; las defensas que funcionan para

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minimizar el displacer, y el funcionamiento del superyó (culpa, autocastigo,


expiación, etc.). Ningún pensamiento, acción, plan, fantasía, sueño o síntoma es
simplemente uno u otro. Cada comportamiento, sentimiento o pensamiento está
determinado por todos ellos de forma distinta (Papiasvili 1995). Esta ampliación se
convirtió en lo que hoy se conoce como “teoría moderna del conflicto” (ver las
entradas CONFLICTO y EL INCONSCIENTE).
Jacob Arlow (1980, 1987) emplaza la fantasía inconsciente y la función de la
fantasía inconsciente en el centro de la investigación del conflicto intrapsíquico.
Mientras que Freud entendía la fantasía inconsciente como un derivado del deseo
inconsciente, Arlow la ve como una formación de compromiso que contiene todos los
componentes del conflicto estructural. Arlow destaca la influencia persistente de las
fantasías inconscientes en todos los aspectos del funcionamiento de un individuo:
incluidas las esferas relativamente libres de conflicto. En opinión de Arlow, la
fantasía inconsciente proporciona un espacio mental que organiza la percepción y el
funcionamiento cognitivo en general. La fantasía inconsciente determina cómo
percibimos el mundo externo e interno, cómo interpretamos lo que percibimos, qué y
cómo lo recordamos, y cómo respondemos ante ello. Las fantasías inconscientes
conforman nuestro carácter, determinan nuestro comportamiento, nuestras actitudes,
producen nuestros síntomas y constituyen la esencia de nuestros intereses
profesionales y relaciones amorosas. Durante el desarrollo las narrativas esenciales de
las fantasías inconscientes no desaparecen, aunque sus manifestaciones sufren
interminables transformaciones que dan como resultado varias “ediciones” (Papiasvili
1995).
Leo Rangell (1969a, 1969b) postuló la teoría unitaria de la angustia y revisó
el tema de la señal de angustia vs. el afecto como desencadenante de la defensa en una
secuencia de conflicto intrapsíquico. Estudió los procesos intrapsíquicos ubicuos y
microscópicos antes, durante y después de que se activara la defensa –antes de
cualquier resultado psíquico– y concluyó que no importa cuál sea la naturaleza de un
afecto desagradable del conflicto, la señal inmediata para la activación de la defensa
es la angustia. Posteriormente, Rangell describió una secuencia cognitivo-afectiva
inconsciente consistente en: impulso-angustia-defensa-resultado psíquico, mientras
que seguía creyendo que la angustia era la desencadenante de la defensa y se hallaba
detrás de todos los estados del displacer. En este contexto, la angustia es el displacer
que abruma al yo. Rangell (1969a; 1969b) identificó una función de toma de
decisiones inconsciente dentro del funcionamiento ejecutivo inconsciente del yo que
acaba por dar forma a un resultado psíquico específico. A través de la interacción con
el sí mismo y las representaciones de objeto, se producen pruebas intrapsíquicas,
representativas de un conflicto de elección intrasistémica dentro del yo. Los objetos
se evalúan para su prevista descarga. El sí mismo es evaluado por un sentimiento de
angustia que indica peligro, o seguridad y dominio, un equivalente inconsciente de la
pregunta: “¿qué tan seguro o qué riesgo significaría para mí hacer…?”.

484
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Harold Blum (1980, 1985) abordó temas como la continuidad de la


personalidad y los aspectos creativos e integradores del análisis de la defensa.
Escribe: “…Los medios de las defensas pueden sufrir un cambio de función… Lo que
se defiende pueden ser… las pulsiones, el superyó, [u]…otras áreas de las funciones
yoicas que… tienen que ser recuperadas y reintegradas. Tanto los conflictos
intersistémicos como los intrasistémicos requieren [el] análisis de la defensa y el
contenido defendido… [para restaurar] la continuidad de la personalidad… [El
análisis tiene como objetivo] la restauración de antiguas conexiones y el
establecimiento de nuevos vínculos entre las diferentes facetas de la personalidad,
entre pasado y presente, realidad y fantasía…” (1985, p. 12). Blum (1985) y Murray
(1995) abordaron la controversia del conflicto vs. déficit, y llegaron a la conclusión
que durante el desarrollo el yo utiliza los mecanismos de defensa como armas
poderosas, protectoras y adaptativas para hacer frente a los peligros externos,
internos, reales o imaginarios. El uso excesivo de las defensas puede dañar las
funciones no defensivas de la personalidad. Entonces, las defensas pueden interferir
en el desarrollo de la personalidad, conducir a la opresión o la alteración psicológica
del yo (Papiasvili 1995). Como los déficits yoicos, las debilidades yoicas y las
alteraciones yoicas pueden formarse durante el desarrollo anterior al conflicto.
Algunos autores (Gedo 1979) defendieron una alteración de la técnica con el fin de ir
“más allá de la interpretación”. Otros (Arlow 1980, 1987) comprobaron que los
déficits yoicos no ocurren fuera del conflicto (inter- o intrasistémico), por lo que
podían beneficiarse de un enfoque interpretativo sensible, que se adaptara a cada
individuo.
Dentro de lo que terminó por llamarse psicología del yo contemporánea, Paul
Gray (1994, 2005), Fred Busch (1992, 1993, 1995), Cecilio Paniagua (2008) y
Alan Sugarman (1994) ampliaron aún más la contribución de Anna Freud a la
función de las defensas yoicas, especialmente en la aplicación de los principios
provenientes de la “señal de angustia” de Freud, para auxiliar el análisis de las
defensas dentro del método analítico de la asociación libre. Al principio subrayaron
la participación consciente del paciente en el análisis, así como el análisis del superyó
y la idealización para fomentar la autonomía en la acción terapéutica. Tanto Busch
como Paniagua, cada uno a su manera, ampliaron y elaboraron el enfoque
“microestructural” de Gray sobre la superficie psíquica. Paniagua (1991, 2008, 2014)
demostró que el aumento de la atención sobre la superficie psíquica capta mejor las
interacciones entre el yo y el ello. Busch (2006) señaló la importancia de llevar lo que
es inconsciente al preconsciente, siguiendo el trabajo de Green (1974), Joseph (1985)
y Madeleine Baranger (1993). Recientemente, se han establecido puntos de conexión
con el psicoanálisis francés, como la importancia de trabajar en el aquí y ahora o la
manera que tiene la psicología del yo de trabajar dentro de la transferencia y la
contratransferencia y resaltar la importancia de construir representaciones y
estructuras (Busch 2013).

485
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Paul Gray (1973, 1982, 1986, 1987, 1990, 1994, 1996) encabezó este enfoque
psicológico del yo contemporáneo. Desarrolló una técnica para atraer las resistencias
inconscientes a la atención del paciente mediante el método de la asociación libre.
Siguiendo de cerca las asociaciones de los pacientes, Gray pudo demostrar, identificar
y analizar las resistencias inconscientes en acción (cambio de afecto, tema, silencios).
Gray (1973) postuló que “el objetivo principal del analista es siempre el
análisis de la psique del paciente, no la vida del paciente” (p. 477), por lo que
mantuvo su atención puesta en la realidad psicológica “dentro” del análisis. Se
entendió que todo lo demás constituía una posible “evasión defensiva de la realidad”.
El analista debía centrarse en el flujo de las asociaciones para no interferir en el
desarrollo de la neurosis de transferencia. El foco analítico debía permanecer
exclusivamente centrado en las vicisitudes del momento (“estrecho seguimiento del
proceso”) provocadas por las asociaciones libres del paciente.
Gray (1982, 1994) señaló que, aunque ya existía una teoría sobre las
resistencias mediadas por el yo inconsciente, a menudo no se implementaba en la
práctica. En su difundido ensayo sobre el “retraso en el desarrollo” de la evolución de
la técnica psicoanalítica, Gray abordó el fracaso del psicoanálisis contemporáneo en
la aplicación del conocimiento teórico sobre el yo inconsciente a la vida intrapsíquica.
Planteó el problema de la siguiente manera: “Por algún tiempo he tenido el
convencimiento, correcto o incorrecto, de que la forma en que el analista escucha y
percibe el material, de alguna manera no ha evolucionado como creo que lo hubiera
hecho si conceptos históricos importantes relacionados con las funciones defensivas
del yo ocupasen un lugar en la práctica de la técnica psicoanalítica” (Gray 1982, p.
622).
El “seguimiento estrecho del proceso” (Gray 1994, 1996) de funcionamiento
defensivo del flujo verbal en las sesiones, se centra en el análisis de la transferencia
que gira en torno a las preocupaciones por las posibles reacciones del analista, dentro
del paradigma del conflicto estructural. Dentro de este paradigma, Gray se mostró
firme en la priorización de las microinterpretaciones de las resistencias durante
cualquier fase del tratamiento analítico por encima del “requerimiento” de que el
paciente estuviera asociando ideas continuamente. “El seguimiento estrecho del
proceso de defensa” es un análisis específico que pertenece a un enfoque
individualizado e intensamente interpretativo de la actitud desplazada y/o proyectada
por el paciente sobre el analista. De acuerdo con los principios psicológicos del yo, un
análisis eficaz de la resistencia implica una exploración y elaboración de la naturaleza
de lo que está amenazando al yo, en lugar de los contenidos de la resistencia.
Entre los críticos de Gray, los hay que argumentan que su método no fue del
todo suficiente para deshacerse de la “atracción” hacia el descubrimiento –
topográfico/arqueológico– de los contenidos inconscientes (Paniagua 2001). También
los hay que opinan que fue demasiado lejos (Phillips 2006), en el sentido de que
exageró el rol de la agresión en la vida mental, privilegió la resistencia del yo por

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sobre de la resistencia del ello, y, si bien su método era adecuado para analizar la
represión, no era aplicable a otras formas de defensa como la escisión, la disociación
o la negación. A pesar de las críticas, el “modelo microestructural” de Gray y el
empleo de la asociación libre para capturar y analizar los procesos defensivos del yo
sigue practicándose hoy en día.

III Bbb. Ejemplos de modelos integrativos


Cuando las relaciones objetales pasaron a ocupar el centro de los estudios
psicoanalíticos, surgieron ideas genuinas para integrar la psicología del yo y las
teorías de las relaciones objetales que afectaron la teoría de la técnica psicoanalítica.
Hans Loewald (1960, 1962, 1978), que se identificaba como psicólogo del
yo, desarrolló una psicología del yo que reunía la teoría instintiva con las relaciones
de objeto surgidas del centro del yo incipiente del niño en la evolución de su
reciprocidad con la madre. No presentó el yo como una organización solamente
relacionada con la realidad y los objetos, sino también con el ello. Desde este punto
de vista, las pulsiones están estrechamente relacionadas y se organizan dentro de las
relaciones de objeto, organizando la realidad y viceversa; el nuevo objeto encontrado
en el análisis es también un objeto instintivo, infantil. Al abordar la analogía entre el
proceso terapéutico y la interacción madre-hijo, Loewald emplea la metáfora de una
organización superior (el analista) en interacción con una organización inferior (el
paciente) para caracterizar el proceso terapéutico, con una “tensión” entre ellos a
través de la cual se comunica el paciente. A partir de la elaboración de la noción de
desorganización y reorganización en el análisis se llega a una integración de nivel
superior, originada con el concepto de regresión al servicio del yo de Kris, que
acompaña a un análisis que toma dos direcciones: se dirige a la profundidad original
mediante la regresión y la deconstrucción, y a un nivel superior mediante la
interpretación y la reconstrucción. Para Loewald, la transferencia era el resultado
intrapsíquico de lo interpersonal, y gracias a ella se recuperan las profundidades
perdidas y se puede transformar a los “fantasmas” (complejos inconscientes) en
ancestros (estructuras psíquicas bien integradas) mediante una etapa de transición que
llama “demonio” (o transferencia regresiva). En su opinión, la transferencia no es
meramente patológica, sino que es algo crucial para la salud. Finalmente, se formula
la “anhelada experiencia integradora”, una tendencia evolutiva y clínica necesaria
para una mayor integración. La actividad organizadora de la internalización,
entendida como una tendencia clínica del desarrollo, es un tema central en el trabajo
de Loewald. Dentro de este marco, recontextualiza muchos conceptos de la psicología
pulsional como actividades organizadoras. Loewald insiste en la centralidad del
complejo de Edipo para todo el trabajo clínico, y ofrece una nueva definición de la
etapa edípica que destaca el surgimiento de la capacidad autorreflexiva, la
responsabilidad personal y la individualidad, es decir, la capacidad de ser un
individuo. El objeto, las relaciones de objeto y el sí mismo, en el sentido analítico e

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intrapsíquico, no se dan hasta la etapa edípica. Además, mediante una compleja


discusión sobre el parricidio y el incesto, traslada lo narcisista y preedípico al núcleo
edípico. Hay parecidos con la posición depresiva de Melanie Klein, en tanto que
ambos ponen énfasis en la culpa y la reparación, y con Kohut y Winnicott, por el
carácter simbiótico y transicional de la experiencia edípica tal y como la define
Loewald.
La versión de Otto Kernberg de la teoría de las relaciones objetales dentro
del modelo estructural de Freud y la psicología del yo de Hartmann, se ha ido
desarrollando desde la década de 1970. Según su formulación, las representaciones
del sí mismo y las representaciones objetales entraban en contacto gracias a las
disposiciones afectivas. El foco se ponía en los conflictos tempranos de los individuos
con patologías limítrofes. En su teoría, las relaciones objetales se entienden como “un
organizador esencial del yo” (Kernberg 1977, p. 38), y las “unidades del sí mismo-
objeto-afecto” como los determinantes primarios de las estructuras generales de la
mente (ello, yo, superyó).
En su artículo, “El sí mismo, el yo, los afectos, y las pulsiones”, Kernberg
(1982) esclarece sus puntos de vista sobre el desarrollo y formación de estructuras,
cuando plantea una modificación de la teoría dual de las pulsiones. Al definir el sí
mismo como una estructura intrapsíquica que se origina en el yo (“Ich”/“I”) y se
incrusta en él, Kernberg se mantiene cerca de la insistencia implícita de Freud de que
el sí mismo y el yo (“Ich”/“I”) están indisolublemente unidos. Cuando aborda el
desarrollo de las primeras representaciones del sí mismo y de objeto, Kernberg integra
los hallazgos de la neurobiología contemporánea y los estudios del desarrollo infantil
con su reformulación de la teoría dual de las pulsiones por la relación entre los afectos
y las pulsiones. En este escenario, son muchos los afectos que actúan como sistemas
motivacionales primarios, enlazando las representaciones de objeto y del sí mismo en
su proceso de diferenciación e integración, con afectos que se van consolidando en
pulsiones libidinales o agresivas. En este modelo, los afectos constituyen los
componentes básicos de las pulsiones. Kernberg continuó actualizando y
perfeccionando su trabajo integrador durante los próximos treinta años.
La versión de Kernberg de la teoría psicoanalítica de las relaciones objetales
(1982, 2004, 2015) relaciona los niveles del desarrollo de la estructura psíquica con la
organización de la personalidad y la psicopatología. Reconoce dos niveles básicos de
organización de la personalidad (límite y neurótico), que a su vez implican dos
niveles de desarrollo, siguiendo el nivel inicial de indiferenciación y disolución de los
límites del sí mismo y de objeto (psicosis).
Kernberg amplía las teorías de Jacobson y Mahler, a partir de una integración
selectiva de ciertos aspectos del pensamiento kleiniano, y observa que el infante
preverbal construye una estructura psíquica dual, dominada por los estados afectivos.
En estas condiciones, el sí mismo y el objeto se dividen o disocian en
representaciones de objeto parciales e idealizadas y/o persecutorias. Si el afecto

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agresivo domina las interacciones madre-hijo, se ve obstaculizado por la integración


necesaria para la identidad del yo, lo que causa un trastorno límite de la
personalidad. Concretamente, en lo que respecta al narcisismo, la investidura se
encuentra en una “estructura patológica del sí mismo” (“el yo grandioso”) que
contiene el “sí mismo real”, el “sí mismo ideal” y las “representaciones de objeto
ideal”.
Sin embargo, si en los tres primeros años de vida las condiciones del
desarrollo hacen posible la tolerancia a la ambivalencia de las relaciones emocionales
positivas y negativas combinadas con los mismos objetos externos, el niño es capaz
de desarrollar un sentido integrado del sí mismo (el “sí mismo normal”, el concepto
del sí mismo realista) y de contar con una visión integrada de los seres queridos. En
este caso, el logro del sí mismo y de la constancia de objeto da lugar a la formación
de la identidad del yo. La estructuración interna resultante delimita el ello y crea un
yo con funciones sublimadoras que posibilitan la expresión adaptativa de las
necesidades emocionales en lo que respecta a la sexualidad, la dependencia, la
autonomía y la autoafirmación agresiva/asertiva. Las relaciones objetales
internalizadas que contemplan exigencias y prohibiciones éticas transmitidas durante
las interacciones tempranas del infante con su entorno psicosocial se integran al
superyó. Este nivel más integrado (neurótico, “normal”) de organización de la
personalidad tolera los conflictos intersistémicos e intrapsíquicos de las tres agencias:
el ello, el yo y el superó (conflictos de pulsión-defensa). En este caso, la represión
constituye la modalidad defensiva predominante.
En su última integración teórica, Kernberg (2004, 2015) propuso un marco
evolutivo general que integra la teoría psicoanalítica/estructural del desarrollo,
arraigada en la teoría de las relaciones objetales, con aspectos de la neurobiología
evolutiva. Su conclusión está relacionada con el desarrollo de los sistemas
neurobiológicos afectivos y cognitivos, controlados en última instancia por
determinantes genéticos, y los sistemas psicodinámicos, correspondientes tanto a la
realidad como a las distorsiones motivadas por las relaciones internas y externas con
otros significativos. (Ver también las entradas RELACIONES OBJETALES,
CONFLICTO y SÍ MISMO).
Nancy Chodorow presenta otra integración, que ella llama psicología
intersubjetiva del yo, en donde reconcilia dos enfoques psicoanalíticos (generalmente
considerados) contradictorios: la psicología del yo estadounidense y el psicoanálisis
interpersonal, establecidos por los teóricos fundadores norteamericanos Heinz
Hartmann y Harry Stack Sullivan. Chodorow considera que Loewald y Erikson,
ambos identificados con la psicología del yo, son los primeros partidarios de esta
orientación híbrida. Según su planteamiento contemporáneo, la psicología
intersubjetiva del yo presenta “…un punto intermedio entre, por un lado, la psicología
estructural clásica y del yo contemporánea y, por otro lado, el psicoanálisis
interpersonal clásico y relacional contemporáneo, de la misma forma que el grupo
británico independiente o Middle Group… se ubicó entre Klein y Anna Freud”

489
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(Chodorow 2004, p. 210). Clínicamente, la psicología intersubjetiva del yo se


esfuerza por integrar una perspectiva intrapsíquica y “unipersonal” centrada en la
fantasía inconsciente, los derivados pulsionales, las resistencias, las defensas, los
conflictos inconscientes y las formaciones de compromiso, con un proceso analítico
“bipersonal” de madre-niño, y por extensión el campo sociocultural. Esta psicología
combina el lenguaje de la interpretación y la intuición con el lenguaje del enactment,
la transferencia-contratransferencia y la contribución de la subjetividad del analista.
La orientación incluye varias atribuciones de Boesky (1989), Chused (1997), Jacobs
(1999), McLaughlin (1996), Poland (2000) y Renik (1996).

III Bc. Otras escuelas y conceptualizaciones

III Bca. Psicología del yo evolutiva


Desde la perspectiva estructural, el desarrollo psicosexual, así como el
desarrollo de la organización de la personalidad y las relaciones objetales nunca se
consideraron teorías separadas. El “encaje” de las teorías de las relaciones objetales
dentro de la teoría estructural de 1923, ya había sido vaticinada por Freud en su
artículo “Consideraciones generales sobre el narcisismo” (1914), y especialmente en
“Duelo y melancolía” (1971b), donde dilucidaba los procesos de introyección e
internalización. En 1926, Sigmund Freud propuso que el yo evolucionaba gracias a
las identificaciones. Heinz Hartmann (1950) localizó representaciones diferenciadas
del sí mismo y de objeto dentro del sistema del yo. Además de la formulación de
Anna Freud sobre las “líneas de desarrollo”, que vinculan el desarrollo psicosexual
con angustias, defensas y relaciones de objeto específicas, y el planteamiento
evolutivo de Hartmann sobre una matriz indiferenciada del yo-ello que se forma con
su propio potencial innato en relación con un “entorno conocido y familiar”, Erik
Erikson (1950) proporcionó una narrativa evolutiva psicosocial que enfatizaba el
impacto de las relaciones y la cultura en el desarrollo del yo. Influenciada por las
formulaciones de Freud y Hartmann, Edith Jacobson (1964) esbozó una conexión
íntima entre las microestructuras del mundo representacional interno, investido de
afectos, y las macroestructuras del yo y el superyó. Siguiendo el pensamiento de
Margaret Mahler (Mahler, Pine y Bergman, 1975), se centró en la progresiva
separación-individuación “de camino a la constancia de objeto” o las representaciones
de objeto estables. Ambas teorías dialogaron entre sí.
Peter Blos, Sr., uno de los principales investigadores psicoanalíticos de la
adolescencia, operó dentro del mismo marco conceptual que Hartmann, Kris y
Loewenstein, al mismo tiempo que aportó su propia perspectiva del desarrollo,
centrada en el importante papel de la regresión en la adolescencia. Anna Freud
(1963) ya había entendido la regresión como una parte esencial, y a menudo positiva,
del desarrollo, y Hartmann (1939/1958) y Ernst Kris (1952) como una parte

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importante del funcionamiento adaptativo del adulto. Sin embargo, Blos afirmó que
“el desarrollo del adolescente depende y, de hecho, está determinado por la regresión,
por su tolerancia y utilidad en la reestructuración psíquica” (Blos 1971, p. 27). Más
tarde (1978), señaló que tal vez la fase de acercamiento de Mahler (Mahler, Pine y
Bergman, 1975) era la única otra que requería una regresión previa al desarrollo
progresivo. Blos subrayó que, si bien la regresión podía ser parte del desarrollo y
darse en varios momentos, durante la adolescencia era absolutamente necesaria para
la progresión hacia la separación psicológica de los padres y la formación del carácter
del adulto.
Blos (1967, 1979) se refirió a la regresión en la adolescencia, con sus
características específicas, como la “regresión al servicio del desarrollo”, haciéndose
eco de la “regresión al servicio del yo” de Kris (1952). Blos (1967) observó que: “La
cualidad más profunda y singular de la adolescencia reside en su capacidad para
moverse entre la conciencia regresiva y progresiva con una facilidad incomparable a
cualquier otro período de la vida humana. Esto podría explicar los importantes logros
creativos de esta época en particular” (p. 178).
Blos (1967) afirma que, a través de la pulsión y la regresión del yo, el
adolescente vuelve a experimentar los conflictos y traumas del pasado, pero ahora los
afronta con más recursos yoicos, aunque sin el apoyo del yo de los padres. La mayoría
está de acuerdo en que los recursos yoicos facilitan una regresión profunda, al mismo
tiempo que protegen contra una regresión fatal a la etapa indiferenciada de la psicosis.
Esta regresión necesaria trae a colación los traumas tempranos y el acting out
de los primeros conflictos preedípicos y edípicos no resueltos, además de los enredos
narcisistas que los acompañan (Blos 1972).

Una mejor comprensión de las relaciones objetales tempranas, observada en


el trabajo de Hartmann (1939/1958) y René Spitz (1945, 1946), y sobre todo una
mejor comprensión del rol de la madre en el desarrollo del yo (Mahler, Pine y
Bergman 1975; Jacobson 1964), también fueron decisivas para la elaboración de los
temas de la psicología del yo relacionados con la adaptación. Fue en Estados Unidos
donde se exploraron, explicaron y elaboraron las particularidades del funcionamiento
del yo. Además, estos estudios abrieron el camino para comprender las interferencias
evolutivas en el desarrollo del yo, que más adelante tuvieron un gran impacto en la
comprensión de la patología y el tratamiento de los trastornos graves del carácter. En
un campo tan amplio, los esfuerzos integradores de Hans Loewald (1960, 1962,
1974) y Otto Kernberg (1982, 2007, 2014) son los más relevantes.
Una continuación contemporánea de la conexión que estableció Erikson entre
los aspectos individuales y socioculturales del desarrollo son la teoría feminista y de
género y las cuestiones raciales, que siguen centradas en el rol que tiene la cultura en

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el desarrollo del yo (Chodorow 2004, 1992; Leary 2000; Fogel 2006; Kulish y
Holtzman 2003; Balsam 2013).

La elaboración freudiana contemporánea del concepto de transformación


evolutiva también puede verse como una conceptualización específica de la
psicología del yo. Históricamente, se basa en estudios de desarrollo psicosexual
(Freud 1905) y psicosocial (Erikson 1950), que incluyen la transformación de Freud
del yo-placer en yo-realidad (1911), la reescritura de los recuerdos y la
transformación del significado en el Nachträglichkeit (1895, 1918), así como la
transformación de la angustia traumática en señal de angustia (1926), las crisis
específicas a cada edad de Erikson (1950, 1956, 1984) –entendidas como una
extensión del concepto embriológico de la epigénesis (formación sucesiva de
estructuras completamente nuevas) en la vida de las relaciones del sí mismo con el
otro–, las ideas sobre el desarrollo de Anna Freud (1963) y otros.
La transformación de la angustia traumática en señal de angustia es un
ejemplo de la segunda generación de estudios sobre las transformaciones evolutivas
de la pulsión y la afectividad. Este enfoque, iniciado por Max Schur (1955) y seguido
por varios estudiosos (Schmaele 1964; Krystal 1974, 1985), propone que los
precursores del afecto experimentan una transformación evolutiva y epigenética que
incluye la des-somatización, la diferenciación y la verbalización. Como resultado, los
afectos se transforman en señales útiles.
Hacia fines del siglo pasado, Jack Novick (1999) y Kerry K. Novick y Jack
Novick (1991, 1992, 1994, 2001) examinaron la relación multifacética entre trauma,
recuerdo, nachträglichkeit/acción diferida en la evolución posedípica de la latencia y
adolescencia, en que cada estadio aporta algo único a la mezcla: compensando las
dificultades anteriores o incrementando los problemas latentes hacia una intensidad
traumática (J. Novick y K. Novick 2001). Según estos autores, la finalidad del
concepto de transformación evolutiva es servir de contrapunto estratificado ante una
visión de los recuerdos adultos de latencia y adolescencia como pantalla defensiva
(Novick y Novick 1994).
De modo parecido, Harold Blum (1994, 2008) revisó y actualizó el trabajo de
Freud sobre el trauma, la memoria, los procesos de representación y la patogénesis en
el contexto de la reconstrucción analítica. Teniendo en cuenta todos los problemas
temporales y causales involucrados en la transformación del significado y la función
durante el desarrollo, propone el concepto de Nachträglichkeit como un precursor no
reconocido del concepto de transformación evolutiva.
Parar atención a las discontinuidades de las organizaciones y
reorganizaciones progresivas, que producen transformaciones en el desarrollo de la
pulsión y la afectividad, la memoria, las relaciones objetales, el yo y el sí mismo (A.
Freud 1936/1946, Neubauer 1996, 2003), y provocan múltiples reorganizaciones

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internas de conflictos, formaciones de compromiso y fantasías inconscientes (Brenner


1982, A. Kris 1988), tiene implicaciones clínicas para un tipo de práctica analítica que
trabaja con un abanico más amplio de pacientes, donde existe una conciencia entre los
diferentes caminos que se pueden tomar para facilitar la transformación evolutiva. Las
intervenciones clínicas que pueden facilitar esta capacidad transformadora latente
(Lament 2003, Olesker y Lament 2008), actúan como una nueva base para un mayor
crecimiento (Olesker 2011) y pueden involucrar la construcción analítica (Freud
1937) y la reconstrucción del significado de los recuerdos: algo que conduce a una
reorganización que abarca múltiples representaciones del sí mismo y de objeto (Blum
1994, 2019). En la sesión, este trabajo constructivo y reconstructivo puede necesitar
traducciones-transformaciones interpretativas y metafóricas “constantes” entre los
diferentes dominios experienciales: desde los modos (de acción, somato-sensoriales o
viscerales) pre-psíquicos y pre-simbólicos de la experiencia, hasta el simbolismo
inconsciente de los sueños y el simbolismo preconsciente del lenguaje (Papiasvili
2016). De hecho, esto puede constituir un punto de encuentro con algunas de las
conceptualizaciones sobre la transformación de Wilfred Bion y André Green
(Grotstein 2014, Green 2006).

III Bcb. El concepto del yo central: el yo corporal y otros conceptos relacionados


Freud declaró: “El yo es sobre todo una esencia-cuerpo; no es solo una
esencia-superficie, sino, él mismo, la proyección de una superficie” (Freud 1923a, p.
26). Creía que las raíces primordiales de las estructuras mentales se encuentran en las
sensaciones y sentimientos corporales del bebé, sobre todo en los registrados
internamente, así como externamente.
Antes de la década de los sesenta y principios de los setenta, se exploró
clínicamente esta “esencia-cuerpo” o “yo corporal” en relación con el dolor, el
orgasmo, la angustia de castración o síntomas como la despersonalización. Wilhelm
Reich (1933) escribió sobre las defensas yoicas como una “armadura corporal”
modelada por el carácter. Los estudios psicosomáticos de Franz Alexander (1965) y
otros exploraron los efectos de las emociones en las enfermedades corporales.
Jacobson (1964) perfeccionó el estudio sobre las representaciones mentales de las
partes del cuerpo, imágenes, fantasías y sensaciones en relación con el yo, el sí mismo
y los objetos.
Las conceptualizaciones que surgieron de la investigación psicoanalítica del
desarrollo y los estudios materno-infantiles de las décadas de 1970 y 2000 (como, por
ejemplo, Mahler, Pine y Bergman 1975; Stern 1985; Beebe y Lachman 2002; Tronick
2002) que siguieron desarrollando las exploraciones del yo temprano afectado por
diversas condiciones ambientales (Spitz 1950; Bowlby 1958; Winnicott 1971)
defendieron los intereses corporales.

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En América del Norte se realizó un estudio psicoanalítico sobre el tacto que


sirve de ejemplo para ilustrar el desarrollo del concepto de yo corporal desde el
pensamiento freudiano contemporáneo –la corriente evolutiva más amplia dentro de
la teoría estructural/psicología del yo contemporánea, que sintetiza aportes
provenientes de varias culturas psicoanalíticas con hallazgos interdisciplinarios.
El tacto es una capacidad primordial, uno de los dos sistemas sensomotores
evidentes ya desde el útero. La piel del feto está en contacto con el líquido
circundante; el feto se chupa el dedo, y, durante el último trimestre, se toca el cuerpo
con las manos desde la cabeza hasta los pies. El tacto es esencial para el desarrollo
temprano de las relaciones objetales y para diferenciar el sí mismo del mundo exterior
y de otros individuos. El sí mismo vs. el no sí mismo también constituye un aspecto
importante de la prueba de la realidad y el sentido o sentimiento de lo que es real.
La importancia del tacto y su relación tanto con la cognición como con el
afecto se encuentra representada en metáforas “táctiles” que indican emoción –
“sentir”, “sentimientos” y “captar” (en el sentido de “agarrar”)– e implican
comprensión, es decir, una operación cognitiva. Individuos de cualquier edad se
encuentran afectivamente comprometidos y conmovidos por las bellas artes, la
literatura, la música, etc. Se “sienten” tristes o felices, bailan con sentimientos
románticos, sienten tristeza en una marcha fúnebre. Tienen la “piel fina” si se sienten
heridos con facilidad, o son de “piel dura” si se muestran insensibles.
La literatura psicoanalítica que aborda la importancia del tacto es
relativamente limitada. El tacto, sin embargo, es presente en las formulaciones de
Freud sobre los sueños, el principio de placer-displacer, las pulsiones instintivas y los
instintos yoicos (posteriormente las funciones yoicas). Freud (1923) solo se refirió
implícitamente al tacto en una afirmación: “El yo es sobre todo una esencia-cuerpo;
no es solo una esencia-superficie, sino, él mismo, la proyección de una superficie”
(Freud 1923a, p. 26). Merleau-Ponty (1945), filósofo y psicólogo infantil, escribió
sobre el sentido del tacto. En sus notas póstumas, “El entrelazo—El quiasmo” (1945),
describió la dualidad perceptiva del hecho de unir las propias manos, ya que el
registro es doble: se toca y se es tocado a la vez. Tocarse a uno mismo es distinto de
tocar a otro. La percepción del tacto es vital para conocer el mundo. La importancia
del tacto está implícita en los trabajos sobre el objeto transicional de Donald
Winnicott (1953), y sobre el apego del bebé a la madre de John Bowlby (1969).
También es relevante para Jean Piaget (1954) en “La construcción de la realidad en
el niño”. Al observar que el reflejo de sujeción ya se presenta al nacer, afirmó que la
sujeción de los objetos incluye partes del cuerpo que se coordinan con la visión,
haciendo posible el desarrollo de la permanencia de objeto y el conocimiento de la
realidad externa. El experimento del mono de Harry Harlow y Margaret Harlow
(1965) destacó la importancia del contacto suave a través del tacto y la sujeción en el
desarrollo de los primates.

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René Spitz (1965) afirmó que no solo es esencial recibir alimento, sino que
también es necesario ser tocado, sujetado y acariciado para el desarrollo del bebé. El
bebé y la madre establecen un diálogo primordial. Esther Bick (1968) defendió la
importancia del tacto al describir el contacto de la piel del bebé con el pecho o la cara
de los padres, puesto que fomenta las relaciones de objeto emergentes. Didier Anzieu
(1985) formuló el concepto “yo-piel”, que se desarrolla en la díada como un
contenedor o “envoltura psíquica”, por el impacto del contacto piel con piel del bebé
y la madre, y por el impacto del sonido de la voz y la respiración de la madre, como
una base narcisista del bienestar. El yo-piel forma una envoltura del sí mismo,
conectada con la función yoica, el sí mismo, la identidad, las relaciones objetales, y
un límite o membrana defensiva protectora (Anzieu 1989).
Harold Blum (2019) señaló la importancia del tacto y la sujeción para el
desarrollo de la constancia del sí mismo y de objeto. El registro sensorial y
propioceptivo del tacto es necesario para el yo corporal emergente con su superficie,
especialmente la piel (Chinn, et al. 2019).
El tacto es esencial para diferenciar el interior del exterior de la superficie
corporal, así como el sí mismo del no sí mismo. La superficie del cuerpo es la piel, y
el tacto está relacionado con los afectos y las emociones. En la vida emocional el
tacto se plasma en el narcisismo y las relaciones objetales. Los aspectos emocionales
del tacto se experimentan a través del masaje, el frío-calor, la compresión o la
distención. La piel también registra estímulos disfóricos, como el calor o frío
excesivos, la compresión, la abrasión, el corte o el picor. El tacto disfórico puede
tener funciones de autoconservación, como la de evitar quemaduras. Tocar o acariciar
las zonas erógenas está relacionado con la fantasía y excitación eróticas, la
masturbación y la cópula. Cada aspecto de la vida de un sujeto tiene el potencial de
tocar consciente o inconscientemente a todos los demás, y las primeras caricias
maternas son indelebles en la formación de la estructura psíquica, el carácter y la
personalidad.
Mientras que la influencia posmoderna de las décadas de 1980 y 1990 en
Estados Unidos, siguiendo a Foucault, rechazó las ideas biológicas de Freud por
varias razones, entre ellas el esencialismo biológico y el falocentrismo del
psicoanálisis anterior a la década de 1970, el feminismo y los estudios de género
contemporáneos están recuperando el interés por el yo corporal. Algunos ejemplos de
esta tendencia son los escritores que desafían el monismo fálico de los suplementos
femeninos de la revista American Journal of Psychoanalysis de 1976 y 1996; la
llegada de la revista Studies in Gender and Sexuality en 2000, y un creciente número
de publicaciones sobre el significado dinámico del cuerpo (Raphael-Leff 2001, 2014;
Balsam 2012, 2013, 2015; Lemma 2014; Diamond 2013).
El estudio de Rosemary Balsam, Women’s Bodies in Psychoanalysis (2012)
[Cuerpos de mujer en el psicoanálisis], explora en profundidad por qué el cuerpo
femenino ha sido marginado en el psicoanálisis. Balsam se centra en los problemas y

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dolores femeninos, y en cómo pueden los psicoanalistas repensar el cuerpo femenino


desde el placer, el poder, la rivalidad y la agresión. Rastrea el desarrollo mental hasta
el cuerpo biológico femenino (a través de las variantes de género y las preferencias
sexuales, incluido el “cuerpo desaparecido de la embarazada”), y demuestra que las
imágenes del cuerpo, entretejidas en la vida cotidiana, desvelan respuestas sobre los
patrones de género. Este enfoque libera a los estudios posmodernos de género de
seguir perpetuando la división entre lo físico y lo mental.
Por otras vías, los defensores de la escuela relacional (Harris 2000) volvieron a
centrar su atención en el dilema cuerpo/mente con las nociones de “género como
ensamblaje blando” y “embodiment” [encarnación].
La neurociencia contemporánea (Emde 1991; Solms 2003; Damasio 2010)
ha impulsado una revisión de los postulados metateóricos de Freud, y se ha vuelto a
centrar en el cuerpo en relación con el yo.
La imagen corporal es otro concepto relacionado con el yo corporal y la
representación mental del cuerpo. El término se emplea de forma descriptiva
clínicamente, especialmente en la dismorfia corporal asociada a los trastornos
alimentarios de la adolescencia, que denota la subjetividad de los cambios somáticos
y la experiencia de crecimiento, puesto que hace referencia a las subjetividades de
género, embarazo, condición física, enfermedad, fragilidad, envejecimiento y otras
condiciones físicas.

III Bd. Clasificaciones y otros estudios sobre las operaciones yoicas:


Actualmente, las operaciones mentales enumeradas bajo la rúbrica del “yo”
incluyen funciones mentales básicas (el yo autónomo), capacidades de control y
retraso (fuerza yoica) y defensas. Todos estos mecanismos suelen operar fuera de la
conciencia consciente, ya sea de forma “dinámica-inconsciente” (Shulman y Reiser
2004) o descriptiva-latente inconsciente- “preconsciente” (Kubie 1974). Sin embargo,
como la respiración, a veces el automatismo (inconsciente) de estas operaciones
puede verse interrumpido por un esfuerzo consciente, o viceversa, pueden participar,
y verse influenciadas por configuraciones conflictivas inconscientes y dinámicas.
Las operaciones yoicas generalmente funcionan de forma inconsciente,
excepto en situaciones de emergencia o necesidad vital. Ilustraciones de esta mejora
consciente de la prueba de realidad, el intelecto y la autoconservación (funciones
yoicas) serían el estudio nocturno para un examen, el control consciente de los
impulsos (fuerza yoica) en el caso de la abstinencia de los alcohólicos o la supresión
consciente del pensamiento (defensa) en un cirujano afligido que debe realizar un
procedimiento quirúrgico. Además, la “mentalización” entendida como una
eflorescencia consciente de la mente psicoanalítica (Busch 2013), puede ser crucial
para obtener un buen resultado en el tratamiento psicoanalítico.

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III Bda. Funciones autónomas del yo


Las funciones autónomas del yo fueron identificadas por Freud (1911a,
1917a), Hartmann (1964) y otros, y más tarde clasificadas por Bellak, Hurvich y
Gediman (1973) en doce categorías descritas según el nivel de integridad o déficit.
Jerome Blackman (2003, 2010) ha elaborado una de las listas más recientes de
funciones autónomas del yo. Esta lista consta de veintiséis funciones agrupadas y
resumidas con fines de diagnóstico, para identificar los déficits y/o inhibiciones, e
incluye, entre otras:

• La prueba de realidad (Freud, 1895, 1911a), el sentido de la realidad del


mundo y del sí mismo como “relación con la realidad” (Frosch, 1966) y el
funcionamiento yoico relacionado;
• El ciclo del sueño-vigilia, la conciencia y el sensorium;
• La percepción (los cinco sentidos) y la memoria (Freud 1900, 1911a;
Hartmann 1939/1958);
• La integración, síntesis y organización (Freud 1911a; Nunberg 1931;
Hartmann 1939/1958; Rose 1991);
• El pensamiento del proceso primario caracterizado por la simbolización, la
condensación y el desplazamiento (Freud 1900; Arlow y Brenner 1964);
• El pensamiento de proceso secundario (la lógica y el sentido del tiempo
[Freud 1900]);
• El control psicomotor (Mahler, Pine y Bergman 1975);
• La inteligencia (Hartmann 1939/1958; Piaget 1952) y el habla, el lenguaje, la
función simbólica (Blum 1978; Leavy 1983);
• El juicio sobre el peligro (Hoch y Polatin 1949) y la anticipación a las
consecuencias;
• La concentración y la atención (Freud 1900);
• La orientación (en el espacio, lugar, tiempo y contexto general) (Kernberg
2015);
• El cuidado personal (A. Freud 1965);
• El funcionamiento social-interpersonal (Slavson 1969), la adaptación
autoplástica y la adaptación aloplástica (Ferenczi 1934; Hartmann 1939/1958);
• El paso del juego al trabajo (A. Freud 1965; Blackman 2016);
• La capacidad de abstracción (Blos 1979);
• La observación del yo; la autoobservación (Freud 1920, 1923; Fenichel 1938b;
J. Sandler y A. Freud 1981) o mentalización (Kohut 1959; Fonagy et al.
2002);
• Los intereses yoicos (aficiones y carreras profesionales [Hartmann
1939/1958]);
• La autoconservación (Freud 1911) y los instintos vitales (Loewenstein 1940);
• Las funciones ejecutivas (toma de decisiones sobre deseos orales, sexuales y
violentos; la función electiva en la toma de decisiones dentro del proceso

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intrapsíquico (Rangell 1969a, b) y el funcionamiento integrador del yo (Rose


1991);

Con el desarrollo del conocimiento acerca de las complejidades del


funcionamiento yoico inconsciente, varios autores propusieron nuevas
conceptualizaciones, como Leo Rangell (1969a; 1969b), que identificó una función
de toma de decisiones inconsciente dentro del funcionamiento ejecutivo inconsciente
del yo expandido. Otro ejemplo es el de Gilbert Rose (1964, 1987, 1991), que puso la
función integradora del yo en relación con las fluctuaciones de los “límites yoicos” y
el sentido de identidad, muy útil para distinguir la diferencia entre la persona creativa
relativamente sana y la que tiene una estructura subyacente de carácter psicótico o
limítrofe. Escribe: “No se puede recomendar una ‘rendición creativa’ a la imaginación
a menos que la función integradora del yo, el sentido de identidad y la prueba de la
realidad estén esencialmente intactas” (Rose 1991, p. 131). Dan H. Buie (1981)
también incluye la capacidad de empatía. Leopold Bellak (1961) estudió los
aspectos estructurales del proceso de asociación libre, anteriormente caracterizados
por un tipo de función yoica que Hartmann denominó autoexclusión o suspensión del
yo (Hartmann 1939, pp. 94 y 108), estrechamente relacionada con la “regresión al
servicio del yo” de Kris (1939). Bellak ha identificado esta función yoica como la
“función oscilante del yo”. En las asociaciones libres pasa como en el acto creativo,
que se produce “un giro de la regresión hacia la vigilancia de las funciones cognitivas,
adaptativas y sintéticas. Esto genera unas cualidades emergentes que conocemos
como proceso creativo” (ibid, p. 13). Bellak concluye que el proceso de asociación se
basa en la función oscilante del yo: la capacidad de oscilar de la regresión al servicio
del yo (como lo describe Kris) a la intensidad de la autoobservación y el
funcionamiento sintético.
Además, desde el punto de vista de la psicología del yo, las relaciones
objetales a veces se han considerado como parte del funcionamiento yoico (por
ejemplo, Bellak 1989) y a veces como supraordinadas (Boesky 1983), pero basadas
en las funciones autónomas del yo (la percepción, la memoria y la integración del sí
mismo y los demás), constituidas de forma dinámica por las pulsiones (experiencias
placenteras de satisfacción con los objetos) y los procesos defensivos (la
internalización/introyección que alivian los afectos dolorosos).
Si bien muchas de las funciones yoicas se investigan y cuantifican dentro de la
esfera de los exámenes psicológicos (Rapaport, Gill y Schafer 1945; Wollman 1965),
la psicología del yo las sitúa en el contexto psicoanalítico como parte de la teoría
estructural de la organización y desarrollo de la personalidad.

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III Bdaa. Ejemplo de una función yoica superior: La prueba de realidad, el sentido
de realidad y otras conceptualizaciones
Históricamente, Sigmund Freud (1895, 1911a) designó la prueba de realidad
como una función yoica superior (Freud 1917) y como un elemento esencial para
distinguir la psicosis de la no psicosis. Definida como “…el intento constante de
reconciliar las discrepancias entre la experiencia interna y externa” (Moore y Fine
1990, p. 162), la prueba de realidad es fundamental para la adaptación (Hartmann
1939) e incluye los procesos de anticipación, atención, concentración, recuerdo,
sentimiento, así como los conceptos evolutivos (Schafer 1968).
El trabajo de Freud sobre los componentes de la prueba de realidad puede
resumirse en: 1. La capacidad de distinguir entre percepciones e ideas (exteriores-
interiores, percepciones-alucinaciones) (Freud 1895, 1915a); 2. La precisión de la
percepción (Freud 1925), y 3. La autoobservación (Freud 1933). La conciencia
reflexiva de David Rapaport (1951) se complementa y relaciona con la adición de la
prueba de realidad interna de Hartmann (1947, 1953, 1956).
En “Pulsiones y destinos de pulsión”, Freud (1915a) sostiene que el principio
para diferenciar lo interno de lo externo es el resultado de la experiencia repetida que
algunos estímulos evitan gracias a la acción motora (externa), mientras que otros
(internos) no. Más tarde, David Rapaport (1950) sugirió que proteger la prueba de
realidad más allá de la diferenciación motora depende de los marcos de referencia
conceptuales, espaciales y temporales.
Freud (1911b) formuló que la psicosis se desarrolla cuando se pierde la prueba
de realidad, como resultado de una retirada total de las catexias libidinales de la
representación de objeto. En una reformulación posterior basada en el modelo
estructural, asumió una reducción regresiva/defensiva en la prueba de realidad para
defenderse de la angustia y otros afectos disfóricos (Arlow y Brenner 1964). La
distorsión de la prueba de realidad entre los psicóticos también se atribuye a la
negación de la percepción dolorosa de los estados emocionales de los demás (Modell
1968). Deficiencias en la prueba de realidad pueden ser causadas por defectos de
autoobservación. Sobre este punto, Freud (1923a, p. 28) llegó a distinguir la prueba de
realidad y la autoobservación como funciones yoicas, mientras que consideraba el
remordimiento como una función de la conciencia (Freud 1914, p. 95; 1918) que más
tarde denominó “función del superyó” (Freud 1921). La integridad del superyó es
necesaria para prueba de realidad (Waelder 1936b), y en el desarrollo favorable, la
autoobservación y autoevaluación actúan más como funciones yoicas que del superyó
(Hartmann 1956; Stein 1966). A grandes rasgos, el pensamiento fantasioso e
inconsciente podría ser un factor distorsionante de la percepción y prueba de realidad
(Arlow 1969).
En sus artículos, Heinz Hartmann (1964) discute muchas cuestiones
relacionadas con la realidad, incluida la realidad externa (en su propuesta sobre el
entorno esperado, 1939); y con respecto a los factores culturales (1944), los valores

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morales (1956) y las “pruebas de realidad interna” (1947, 1953, 1956). Estas últimas
se pueden “…resumir como una percepción, mentalidad psicológica o conciencia de
los estados internos. La prueba de realidad interna, por tanto, incluiría la conciencia
de estos estados internos y su rigurosa evaluación” (Hurvich 1970, p. 307).
Hartmann (1939/1958, 1953) también señaló que la relación con la realidad y
otros procesos asociados se originan en la autonomía del yo primario. Otros avances
en psicología del yo tuvieron como objetivo integrar la concepción de los orígenes de
la autonomía primaria y el desarrollo psicológico en dos vertientes: como componente
de la autonomía primaria y como un aspecto del sí mismo interno/externo y de la
diferenciación de objetos (Jacobson 1964) auxiliado por los procesos de separación-
individuación (Mahler, Pine y Bergman 1975). Los analistas franceses Laplanche y
Pontalis, en su relectura del concepto de prueba de realidad de Freud, establecieron
que la discriminación entre la excitación generada interna y externamente era
demasiado compleja y “su significado es aún indeterminado y confuso” (Laplanche y
Pontalis 1967/1973, p. 384).
David Rapaport (1950) abordó esta complejidad, añadiendo que la
conciencia reflexiva (conciencia de que uno es consciente) es un componente de la
prueba de realidad interna. Asimismo, enfatizó que facilitaba las distinciones entre los
estados de conciencia, como la ideación con y sin conciencia. También incluyó
variedades sutiles de la experiencia consciente en relación con preceptos, recuerdos,
suposiciones, y la evaluación de si algo es verdadero o falso, cierto o incierto. Desde
un punto de vista psicoanalítico, las influencias inconscientes que actúan sobre la
percepción y la memoria provocan una inter-penetración a los terrenos externos e
internos a varios niveles (Loewald 1960), de modo que la percepción del mundo
externo y de los demás incluye elementos de “transferencia” (Grubrich-Simitis 2010).
En el caso de los traumas psíquicos graves, llegados a un cierto estadio del trabajo
analítico, se ha recomendado que se priorice el apoyo a la realidad de algunas
percepciones y experiencias negadas por encima de la interpretación del significado
psíquico de la experiencia (Grubrich-Simitis 2010).
Peter Fonagy ha expandido la conciencia reflexiva, transformándola en un
aspecto de la mentalización y en una función reflexiva, que incluye tanto la conciencia
de los estados yoicos y del sí mismo como aspectos de los estados mentales de los
demás (Fonagy, Gergely, Jurist y Target 2002).
Otras nociones relacionadas con la constancia de realidad (Frosch 1966) se
conceptualizan como resultado de un cierto grado de organización, continuidad y
estabilidad de los componentes de las relaciones de realidad, que opera en paralelo a
la constancia de objeto. La descripción de una línea de desarrollo denominada
procesamiento de realidad (Robbins y Sadow 1974) subraya la adquisición de
aspectos más complejos de realidad interna y externa, resultantes de la interacción
entre ambas.

500
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Otro concepto estrechamente asociado es el sentido de realidad. Paul Federn


(1926) describió una sensación basada en la conciencia de los límites del yo, que hace
que el sujeto pueda “sentir” la distinción entre el interior y el exterior, en lugar de una
función de prueba de realidad evaluativa y contrastante. Los límites del yo
relativamente intactos son necesarios para una prueba de realidad rigurosa (Federn
1926; Kernberg 1967). La prueba de realidad es intelectual, racional y conceptual;
mientras que el sentido de realidad es más emocional, intuitivo y perceptivo. “La
prueba de realidad halla su materia prima en las condiciones de la experiencia,
mientras que el sentido de realidad opera según la experiencia misma” (Weisman
1958, p. 246).

III Bdb. Fortaleza(s) del yo


Las fortalezas del yo, algo diferentes de las funciones básicas, se definen por su
capacidad de retraso y control. Incluyen:

• El control de los impulsos, es decir, el retraso en la satisfacción de los deseos


orales, sexuales y hostiles o destructivos;
• La regulación de los afectos: la capacidad de tolerar los afectos intensos sin
recurrir a las defensas;
• Contiene los mecanismos del proceso primario, manteniéndolos fuera de la
conciencia (Bellak et al. 1973; Kernberg 1975);
• La tolerancia a la tensión (del conflicto interno); la tolerancia a la frustración
(la espera de satisfacciones externas) y la tolerancia al dolor (emocional y
físico) (Blackman 2010);
• El desarrollo de canales sublimatorios (Kernberg 1975) para los deseos
pulsionales;
• El empleo de la fantasía como acción de prueba (Hartmann 1964);
• La regresión adaptativa al servicio del yo (Kris 1952, ARISE – Bellak 1989) y
del desarrollo (Blos, Sr.), lo que permite el acceso de algunos procesos
primarios a la conciencia para relacionarse con los niños pequeños, contar un
chiste, crear una obra de arte o participar en el tratamiento psicoanalítico;
• La barrera o pantalla de estímulos (Esman 1983): hace posible el pensamiento
enfocado, la concentración y el trabajo.

III Bdc. La relación de las defensas con las funciones yoicas y la fortaleza yoica
Hubo un momento en que las medidas defensivas se limitaron a la represión y
censura de los pensamientos sexuales (Freud 1900). Más tarde, las defensas se
conceptualizaron como “instintos del yo” (Freud 1915a; Young-Bruehl y Bethelard
1999). Actualmente, la “defensa” hace referencia a cualquier operación mental que
excluya de la conciencia algún aspecto del funcionamiento mental (A. Freud 1936;

501
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Blackman 2003). Cuando los afectos se consideran una combinación de sensaciones y


pensamientos (Brenner 2006), las operaciones defensivas pueden verse como
mecanismos que excluyen sensaciones o pensamientos fuera de la conciencia (el
aislamiento del afecto o la represión, respectivamente), aunque la mente puede
intentar aliviar los afectos excluyendo de la conciencia un deseo, culpa, vergüenza,
percepción, representación de objeto o la actividad de una función yoica (“inhibición”
[Freud 1926; Blackman 2003]). La protección mental que ofrecen las defensas puede
distinguirse de las actividades propulsoras o adaptativas de las funciones autónomas
del yo y las fortalezas yoicas. De hecho, las defensas a menudo se activan cuando las
fortalezas del yo se ven abrumadas y el yo autónomo se ve amenazado (“angustia
traumática”) o se imagina amenazado (“señal de angustia”). Una de las aportaciones
de Hartmann “que se dan por sentado” es la noción de que las defensas pueden haber
tenido originalmente un propósito en el desarrollo dinámico-adaptativo (Hartmann
1939).
Hoy en día la sublimación, elaborada a partir de los primeros constructos de
Freud (1905) sobre los cambios en las catexis y las ideas de Hartmann y Kris
(1955) sobre la neutralización de la “energía” pulsional, se puede considerar que
ocurre cuando se reprime, proyecta o simboliza un deseo irrealizable (pulsión), para
más tarde integrarse en el desarrollo de las funciones autónomas del yo (Blackman
2010). Por ejemplo, cuando un niño se da cuenta de que no puede tener hijos, su
deseo de tener un hijo puede desplazarse y simbolizarse en el deseo de tener un perro.
A medida que aprende y se le enseña sobre la crianza de perros (uso del intelecto), su
amor por el perro y las actividades que desarrolla con él se integran en una actividad
sublimatoria. Más tarde, puede convertirse en psicólogo o médico, puesto que la
sublimación original se vuelve más compleja, alcanzando el rango de “interés yoico”
(Hartmann 1939). Debido a que la actividad envuelve al intelecto, la integración, la
capacidad de abstracción, el funcionamiento del superyó (ética) y la empatía hacia los
pacientes, esta elección profesional ya no puede reducirse tan fácilmente a las
simbolizaciones originales o la integración con el funcionamiento autónomo del yo.
Es solo en situaciones en que la elección de carrera profesional se vuelve conflictiva y
problemática, que puede necesitarse una deconstrucción del simbolismo de la
sublimación original durante el tratamiento analítico.
Los fracasos en la sublimación (de Mijolla-Mellor 2005) pueden conducir a
una psicopatología severa durante el desarrollo infantil y adolescente, especialmente
en formaciones de compromiso irregulares que comprometen el sexo y la violencia. A
diferencia de estas alteraciones del desarrollo, las “neurosis del éxito” (Freud 1916) y
las alteraciones repentinas en las aficiones de los adultos (Cath et al. 1977) pueden
reflejar la inhibición secundaria de un interés yoico ya desarrollado, donde la
actividad se ha vuelto a instintualizar. Cath pone el ejemplo de una jugadora de tenis
exitosa que perdió el control motor de forma repentina (inhibición de la función
yoica), por una reacción de culpa después de que alguien le comentara que el tenis era
una “buena manera de librarse de su agresividad”.

502
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En la exploración de las artes y la creatividad, se dio un giro teórico


importante: se pasó de entender la sublimación como otra defensa yoica –aunque con
valor redentor– a emplearla como un medio significativo de promover la fortaleza
yoica (y, por tanto, un medio de expansión del sí mismo y del rango representativo y
simbólico de objeto), que Gilbert Rose (1990) combina con las conceptualizaciones
de Hartmann, Kris y Arlow, y que se especifica a continuación, en la sección sobre
estudios interdisciplinarios.

III Be. El empleo de la psicología del yo en el diagnóstico, la selección de


modalidades de tratamiento y la técnica

III Bea. Diagnóstico


Los manuales de diagnóstico y estadística DSM-III, IV y V de la Asociación
Estadounidense de Psiquiatría (1980, 1994 y 2013), así como los libros de texto que
describen algunas evaluaciones, hacen referencia a los conceptos psicológicos del yo,
aunque a menudo sin atribuírselos a esta corriente (como en Sadock et al. 2009). El
“examen del estado mental” generalmente incluye una evaluación de las funciones
yoicas y los hallazgos sobre las fortalezas yoicas: como la regulación de los deseos,
los afectos y el proceso primario, con una función protectora y reguladora
inconsciente de las funciones autónomas del yo. Se cree que las fortalezas yoicas
provienen de varias fuentes: herencia, internalizaciones del alivio y establecimiento
de límites durante el desarrollo, vínculos adecuados y organizados de forma segura,
individuación exitosa de la niñez y formación de la identidad adolescente, y el
“endurecimiento” del adulto a través de la experiencia.
Aunque el diagnóstico fenomenológico normalmente pase por alto los
conceptos “psicoanalíticos”, sus descripciones –sin saberlo– derivan de la psicología
del yo. Por ejemplo, la esquizofrenia puede considerarse un síndrome definido por
una serie de déficits: en la integración (asociaciones sueltas); la abstracción
(concreción); la prueba de realidad (pensamiento dereísta y paralógico), y la
prevalencia del proceso primario (alucinaciones y delirios).
La reformulación del principio de sobredeterminación de Freud de Robert
Waelder (1900, 1918) como el principio de función múltiple (Waelder 1936),
validado por los estudios contemporáneos como la intercambiabilidad de los
elementos psíquicos (Rangell 1983; Papiasvili 1995), también es aplicable a la
patogénesis clínica y multifactorial moderna: las últimas evidencias estadísticas
apuntan a que existen bases congénitas o hereditarias en las disfunciones cerebrales
que son responsables de algunos de los déficits del yo observados en personas que
padecen un síndrome esquizofrénico (Willick 2001). Sin embargo, en algunas formas
de psicosis, por el contrario, las fuerzas externas que se muestran persistentes y
abrumadoras (golpes, abuso sexual, guerra, barrios plagados de violencia) durante el

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desarrollo temprano, pueden desencadenar una etiología “traumática” (Volkan 2015)


–aunque una teoría unitaria de la psicosis basada en estas formulaciones puede
resultar engañosa (Willick 1994).
En el extremo opuesto se encuentra la integridad de la función yoica. Algunos
pacientes, aunque se quejen de problemas graves, muestran poco o ningún deterioro
de las funciones autónomas del yo o fortalezas yoicas. Pueden sufrir ansiedad,
depresión, conversión, obsesiones, fobias y una gran variedad de trastornos de la
personalidad, que se explican casi exclusivamente mediante la teoría del conflicto
(Papiasvili 1995; Brenner 2006). En el caso de estas perturbaciones, la
“analizabilidad” es favorable. Esto significa que las funciones de abstracción,
integración, realidad y autoconservación del individuo se encuentran más o menos
intactas; demuestran tener control sobre los impulsos, tolerancia a los afectos y
contención del proceso primario; poseen cierta capacidad de empatía, confianza y
cercanía emocional (relaciones objetales/de apego), y un funcionamiento del superyó
suficiente (capacidad de vergüenza y/o culpa). Tales individuos podrían considerarse
“neuróticos”, porque sus funciones yoicas se encuentran relativamente intactas y sus
quejas provienen principalmente de formaciones de compromiso inadaptadas, como
intentos “sobredeterminados” de encontrar soluciones (Waelder 1936a) a los
conflictos intersistémicos y subyacentes, que se dan entre los deseos libidinales y
agresivos, el superyó, la realidad, los afectos resultantes y las operaciones defensivas
(no deficitarias). En cada etapa del desarrollo surgen varias formaciones de
compromiso (Blackman 2013). A veces, el material de una etapa de desarrollo
anterior protege al individuo de la conciencia de conflictos posteriores (“regresión
libidinal” [Freud, S. 1905]); en otras ocasiones, conflictos del desarrollo posteriores
defienden al individuo de conflictos inconscientes provenientes de una etapa anterior
(de los que se encarga la “reconstrucción hacia arriba” [Loewenstein 1957b]; también
llamada “reaching up” [Volkan 2014]).

III Beb. Selección de tratamiento y técnica


Para evaluar la analizabilidad pueden ser útiles los conceptos de alianza
terapéutica de Elizabeth Zetzel (1956) y alianza de trabajo de Ralph Greeson
(1965), ya que disponen de cualidades de intención compartida, confianza y ética
(Meissner 1992). Estos conceptos clínicos y técnicos, en consonancia con la
conceptualización de Hartmann (1939/1958) sobre el “funcionamiento yoico
relativamente libre de conflictos”, parecen haber evolucionado a partir de la idea de
Freud de que el analista y el paciente “forman un pacto entre sí” (Freud 1940 [1938],
p. 173) –una transferencia positiva inobjetable (Freud 1912, 1915d)– y, en lo que
respecta a la alianza de trabajo de Greenson, de la transferencia “racional” de
Fenichel (1941c). Greenson (1965) enumera una lista de funciones yoicas que
desempeñan un papel importante, además de las relaciones objetales que se necesitan
para “hacer el trabajo analítico”. Entre estas funciones se encuentra la capacidad de

504
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“comunicarse de varias maneras: en palabras, con sentimientos, y aun así contener las
acciones” (p. 174); la regresión parcial y la asociación libre; el acto de escuchar al
analista, la comprensión, reflexión e introspección, así como la memoria,
autoobservación y fantasía; la capacidad de desarrollar la transferencia y mantener un
contacto con la realidad de la situación analítica. La oscilación entre estas dos
posiciones es primordial para el trabajo analítico.

Cuando los psicoanalistas comenzaron a modificar la técnica para tratar las


neurosis atípicas, los pacientes de “alcance ampliado”, Leo Stone (1961), Jacobson
(1964), Kernberg (2008, 2016) y otros describieron su enfoque con pacientes con
patologías preedípicas.
Aunque las fortalezas yoicas y las relaciones objetales demuestran
experimentar un deterioro tanto en la psicosis como en la “casi psicosis” (E. Marcus
2012), se ha recomendado –además de la medicación psicotrópica– una intervención
fortalecedora del yo informadas a través del análisis (Frosch 1988), además de la
construcción de defensas más adaptativas (Blackman 2003) y la creación de unas
relaciones objetales seguras y estables (Fromm-Reichmann 1947; Alpert 1959;
Kernberg 2008, 2015, 2016).
El daño grave a las funciones yoicas y/o al superyó representa un extremo del
espectro del diagnóstico (Willick 2001). Algunos pacientes, cuyas funciones están
algo menos dañadas, pueden recibir ayuda a través de los enfoques relacionales de
base analítica (Mitchell 2000), los enfoques del sí mismo e intersubjetivos (Atwood,
Orange y Stolorow 2002) que utilizan conceptos de prueba de realidad, deseo y
actividad defensiva en al abordaje de la patología y el tratamiento de pacientes con
alteraciones de autoimagen. Algunos pacientes gravemente enfermos con funciones
integradoras o prueba de realidad algo menos perturbada –los llamados “casi
psicóticos” (Doidge 2007)– pueden beneficiarse de la “reconstrucción ascendente”
(Loewenstein 1957) o la “psicoterapia centrada en la transferencia” (Kernberg 2008),
puesto que ambas emplean un enfoque interpretativo dinámico adaptado a las
circunstancias. Otros, que entienden la psicosis como el resultado de mecanismos
patógenos proyectivos-introyectivos, tratan a los pacientes psicóticos con
psicoterapias analíticas (Garfield 2011), con el objetivo de mejorar el funcionamiento
autónomo del yo, incluyendo la prueba de realidad y la adaptación.
Cuando los individuos manifiestan un daño o retraso poco severo del
funcionamiento yoico, el método preferido es la técnica psicoanalítica interpretativa.
Actualmente, esta técnica no solo incluye la interpretación de la actividad
inconsciente conflictiva y la construcción de compromiso, sino también la
comunicación sensible y la interpretación del espectro de la actividad yoica
inconsciente y matizada. Asimismo, participa en la construcción de múltiples
configuraciones transferenciales pertenecientes a distintas épocas de la vida del

505
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paciente (Rangell 1969b) a medida que van apareciendo en el encuadre psicoanalítico,


así como en las actividades del paciente fuera del tratamiento (Blum 1983a).
Esta evaluación matizada del funcionamiento del yo inconsciente y de la
fortaleza yoica hace posible que la técnica se adapte al individuo, sobre todo a
aquellos que demuestran alguna interferencia con una o más capacidades del yo:
como un control deficiente de los impulsos (p.ej. beber en exceso) que provoca
errores de juicio (trastornos de la función yoica). La evaluación etiológica de este tipo
de interferencias en las operaciones yoicas ayuda a determinar la modificación de la
técnica. El tratamiento de los déficits en el control de los impulsos y la toma de
decisiones es distinto al tratamiento de las defensas inadaptativas y las formaciones de
compromiso, aunque el problema sea casi idéntico.
Una técnica para distinguir entre las diferentes causas que alteran la función
yoica es la conocida “interpretación de prueba”, la cual actúa sobre la inhibición
defensiva que provocó el problema –posiblemente asociada a las defensas de
provocación de castigo y negación de una realidad. Para la mayoría de los individuos
neuróticos, el abordaje de estos elementos defensivos debería conducir a un acuerdo
con el analista; la revelación de material nuevo; el recuerdo de un sueño, o un cambio
en la configuración de la defensa –que puede ser más o menos adaptativa (Waelder
1960; Brenner, Reporter 1975; Schlesinger 1995). Por lo general, tales respuestas no
provienen de personas que tienen una alteración del funcionamiento yoico no
defensiva, sino que más bien son causadas por un déficit: (el yo y el superyó) suelen
requerir varias medidas de apoyo, como la reflexión sobre las alternativas y sus
consecuencias, el establecimiento de límites de protección, etc.
Para elaborar una intervención, puede resultar crucial el “principio del
llamado múltiple” de Hartmann (1951). Tras descubrir el conflicto inconsciente
(Blackman 2003), el analista esclarece los elementos específicos de las formaciones
de compromiso patológicas del paciente, para luego dilucidar las inhibiciones de la
función y las defensas que manejan los afectos generados por los conflictos entre los
deseos pulsionales, la realidad y las tendencias auto-punitivas. La idea es que cuando
las funciones autónomas del yo de una persona –especialmente la abstracción, la
integración, la prueba de realidad y la autoconservación– se encuentren relativamente
intactas, se produzca un entendimiento de los elementos inconscientes de una
formación de compromiso cualquiera que conduzca al “efecto de resonancia” a partir
de estructuras y procesos psíquicos adyacentes, así como a una reordenación del
medio conflictivo interno, un reajuste de las investiduras instintivas y de las
relaciones objetales que alivien los síntomas.
Las intervenciones basadas en la psicología del yo buscan resolver “conflictos
intersistémicos” (entre los sistemas yoicos, el superyó y el ello), como la timidez y la
sobrealimentación, para aliviar la vergüenza de las fantasías masturbadoras; o los
déficits o conflictos “intrasistémicos”, como verse obligado a cometer transgresiones
o ejercer un juicio deficiente a pesar de “conocer” la opción adaptativa. El analista

506
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intentará comprender la perturbación “dentro” del superyó, así como los orígenes de
las identificaciones en conflicto. El superyó puede desintegrarse (Ticho 1972) o puede
predominar la perdición –una defensa que trata de borrar la culpa mediante un
compromiso rebelde. En tales casos, la técnica para destacar las defensas contra el
funcionamiento severo del superyó, es decir, la “confrontación” (Compton, Reporter
1975), puede ayudar a comprender la perdición (el ir en contra de los propios
valores), la inhibición del juicio y/o la provocación del castigo en algunos pacientes
(Freud 1916). Por otro lado, los pacientes con déficits del superyó (“personalidades
antisociales”) con una capacidad mínima para experimentar culpa, pueden ser
intratables (Blackman & Dring 2016) o solo tratables con medidas especiales
(Kernberg 1992, 2007).
La psicología del yo contemporánea aborda los conflictos o déficits del
desarrollo de las funciones yoicas y del superyó, cosa que posibilita la
individualización del diagnóstico y el tratamiento mediante la incorporación de
múltiples ciclos de retroalimentación en el encuadre clínico.

III Bf. Descubrimientos recientes

III Bfa. La creación de una mente psicoanalítica


Fred Busch, en su libro Creando una mente psicoanalítica (2013), considera
que para el proceso curativo se requiere un cambio en la relación del paciente con su
propia mente. Con la creación de una mente psicoanalítica, el paciente adquiere la
capacidad de sustituir la inevitabilidad de la acción por la posibilidad de la reflexión.
Es un gran logro psíquico visualizar la propia mente como un patio de recreo de las
motivaciones, en lugar de solo una representación de la realidad. Además, lo más
importante es que puede liberar al individuo de su esclavitud a la compulsión a la
repetición.
Desde esta perspectiva, la mente psicoanalítica consistiría en una mayor
comprensión de uno mismo mediante la propia mente –la esencia del psicoanálisis.
Busch presenta un método específico que explica cómo funciona todo esto y los
caminos para lograrlo. A grandes pinceladas, el cambio de paradigma en el método
psicoanalítico giraría en torno a lo que Ogden llamó “pensar sobre pensar”. Esto ha
hecho posible comprender mejor la comunicación propia de cada paciente o sus
intenciones de no comunicarse.
Los principales cambios en el método clásico consisten en: 1. Trabajar con la
experiencia siguiendo las estadísticas; 2. Ayudar al paciente para que aprenda que
conocer su propia mente es tan importante como lo que llegue a descubrir:
“conocimiento del proceso” por encima del “conocimiento del estado”; 3. Énfasis en
la construcción de estructuras y representaciones internas; 4. Centrarse en la

507
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comunicación inconsciente durante la consulta; 5. Priorizar la comprensión de lo que


está sucediendo dentro de la sesión, en lugar de solo buscar el pasado en el presente;
6. La importancia de comprender la diferencia entre el lenguaje del paciente que trata
de hacer algo y el que trata de comunicar algo; 7. Trabajar dentro de la transferencia
y contratransferencia; 8. Analizar de manera que se produzca un autoanálisis, en
lugar de confiar en la identificación mediante la función analítica del analista; 9. Si
bien la experiencia del analista es crucial para el proceso, la postura del analista
consiste en ayudar al paciente a encontrar su propia mente, en lugar de presentarse
como un experto sobre el contenido de la mente del paciente.
La tesis subyacente para la creación de una mente psicoanalítica es que lo que
se logra en el análisis relativamente exitoso es una forma de saber, y no un simple
saber. Trabajar en el área del preconsciente toca distintas corrientes teóricas; es
más, se trata un elemento crucial para la creación de una mente psicoanalítica. La
transformación de las palabras en pensamiento simbólico y representacional forma
parte de ayudar al paciente a desarrollar una mente psicoanalítica, entendida como
una extensión de la capacidad de jugar con los pensamientos, siempre que éstos sean
representables. Es decir, en lugar de indagar entre los recuerdos enterrados, tratamos
de transformar aquellos insuficientemente representados en ideas representables. Se
trata de superar la represión y entrar en un paradigma de transformación, de lo
preconceptual (concreto) y preoperacional, a lo representado simbólicamente. Por lo
tanto, antes de que se pueda interpretar un significado, deberá representarse el
mecanismo psíquico y su contenido (es decir, el conflicto, la defensa, la
autorreparación, los objetos internalizados, etc.) verbalmente, de forma que
conduzcan a la simbolización. Las palabras y los pensamientos funcionan como
signos eficientes y estructuradores de lo que se significa.
Entre los principios de trabajar con la transferencia, Busch menciona la
disposición del paciente de comprender la interpretación de forma emocionalmente
significativa: aceptar y dejar entrar la transferencia a la sesión y aclararla antes de
intentar hacer algo con ella. Si bien la transferencia enacted [representada o recreada]
es con mayor frecuencia sobre repeticiones de fantasías y recuerdos asociados con
relaciones de objeto internalizadas, esto no significa que pueda o deba interpretarse
siempre como tal. Desde 1912, Freud (1912a) mantuvo dos visiones de la
transferencia. La visión estrecha, que se usa más habitualmente, y una más amplia,
que incluía visualizar la relación analítica representando el escenario en el que el
paciente re-crea sus síntomas, recuerdos, sueños y experiencias actuales. Según esta
definición, la transferencia puede ser un estado de la mente en el análisis, no solo una
representación de relaciones de objeto pasadas. Los analistas contemporáneos
llegaron a la conclusión de que defender un estado frágil del yo puede conducir a una
transferencia agresiva, o el miedo al amor conducir a la distancia. Sin embargo, la
idea de Freud sobre la transferencia como repetición de una relación de objeto pasada
parece que todavía domina nuestra comprensión actual. La transferencia entendida
como resultado de un estado mental parece haberse desvanecido como factor casual.

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La expresión de la transferencia primero debe ser capturada empáticamente y


aclarada por el analista. Será mediante esta aclaración que el analista podrá ver si la
defensa es gruesa o delgada. La aclaración de las resistencias delgadas en la
transferencia representada conduce a más asociaciones y a una expansión de las
capacidades yoicas.
El surgimiento de esta perspectiva acerca la psicología del yo al trabajo de
André Green, Betty Joseph y Nino Ferro, entre otros.

III Bfb. El trauma y la mente postraumática: el “proceso cero”

De forma gradual, la psicología del yo fue otorgando un lugar privilegiado al


estudio del trauma. Históricamente, fueron tres las causas que contribuyeron a esta
necesidad: los traumas a gran escala de la Segunda Guerra Mundial; los traumas
masivos del Holocausto, y la nueva evidencia sobre el abuso infantil (en Bergmann,
Jucovy eds. 1982; Blum 1986; Bohleber 2007; Kempe, Silverman, Steele et al. 1962;
Shengold 2000). En un volumen editado por la editorial IPA Classic Books,
“Reconstruction of Trauma” [La reconstrucción del trauma], Harold Blum (1986)
escribe: “El trauma extremo difiere del concepto común de trauma, es decir, el de una
conmoción que incapacita al yo por un período corto de tiempo. Los traumatismos
extremos en la vida adulta, con el desmoronamiento de una estructura ya formada,
pueden compararse al trauma infantil que conduce al daño o paralización de la
formación de la estructura. Cuanto mayor sea la vulnerabilidad y más extremo el
trauma, más profundas y generalizadas serán las deficiencias estructurales. Desde el
punto de vista del desarrollo, se es más vulnerable en el periodo de diferenciación
estructural preedípica, que durante la consolidación estructural posedípica” (p. 26).
En un libro editado por Sidney Furst (1967a), varios psicólogos del yo
explicaron lo que entendían por conceptualización del trauma. Destacaron su
especificad y la necesidad de crear una definición más estrecha (A. Freud 1967) que
incluyera la sensación abrumadora y extrema del yo, así como la regresión
incontrolada, para distinguirlo de otras situaciones de conflicto o trastorno emocional.
Furst (1967b, 1978) señaló que el proceso traumático partía de un “punto de
inflexión”, más allá del cual el yo parecía deslizarse de forma incontrolada hacia una
regresión cada vez más profunda, que conllevaba la pérdida de muchas funciones
básicas.
Anna Freud (1967) señaló que la situación y el proceso traumático deben
distinguirse de las secuelas del trauma. De acuerdo con las diferenciaciones hechas
por Anna Freud y compañía, varios psicólogos del yo destacaron la importancia de
comprender el trauma como un factor independiente que interactúa con otras
dificultades, como el duelo y los conflictos pulsionales (Blum 2003), además de
enfatizar la importancia del trauma en todos los estadios y niveles del desarrollo,
incluido el trauma del adulto (Phillips 1991).

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Joseph Fernando (2009) tomó la conceptualización psicológica del yo sobre


el proceso traumático como un factor independiente de la dinámica mental. Empleó
esta diferenciación para explicar una serie de cuestiones: en primer lugar, reiteró un
punto que ya habían elaborado otros (Yorke y Wiseberg 1976) sobre el trauma, que, si
bien Freud lo había conectado al motivo de la represión primaria, en el trauma el yo
se encuentra tan fuera de lugar que no es capaz ni de activar defensas complejas y
coordinadas como la represión. Es un afecto poderoso y penetrante: el motor de las
defensas primarias. Freud (1926) había afirmado que tanto la saturación del yo desde
“dentro” –por las pulsiones– como desde “fuera”, era similar y conducía a la situación
traumática que motivaba la represión primaria. Pero las observaciones clínicas refutan
este punto: las secuelas que produce el romper la barrera contra las fuentes internas y
abrumadoras (como en los terrores nocturnos o las rabietas) no son lo mismo que las
derivadas de romper la barrera de los estímulos externos. Freud (1920, 1939) había
descrito las secuelas de la segunda situación como una compulsión a repetir el trauma
y al mismo tiempo evitar cualquier cosa relacionada con él; por lo que sabía muy bien
que existía esta diferencia, pero no mantuvo este enfoque en su teoría general.
Fernando (2009, 2012a, b) empleó la distinción de la psicología del yo de
varias funciones yoicas para obtener una comprensión más profunda de la naturaleza
del funcionamiento mental postraumático. Se había dicho que los recuerdos
postraumáticos son concretos y no simbolizados, pero Fernando descubrió que para
tener una experiencia constante debía llevarse a cabo un procesamiento considerable,
en que se comparara la experiencia sensorial con las expectativas, así como una
construcción de la experiencia. Esto ocurre antes de cualquier simbolización o apego
a la experiencia del lenguaje. Probablemente sea esta construcción de primer orden
del momento presente la que se aborta en el trauma, o por lo menos se detiene en
algún momento antes de completarse. Estos recuerdos postraumáticos tienen la misma
capacidad de los recuerdos de ser retenidos por mucho tiempo, pero también se
comportan como una experiencia futura o presente, siempre a punto de suceder y, en
ocasiones, se dan en flashbacks, pero nunca se quedan en el pasado como un recuerdo
verdadero. Fernando acuñó el término “proceso cero” para este funcionamiento
mental, porque necesitaba distinguirlo del proceso primario y secundario. Por
ejemplo, la “atemporalidad” del proceso cero es mucho más congelada, en el sentido
de que se enciende y apaga, que el movimiento incesante de los contenidos del
proceso primario, pero no se desgasta con el tiempo. Cuando Richard Kluft (1993)
afirma que el trastorno de identidad disociativo (TID) es un “trastorno de realidad
múltiple”, está describiendo una situación en la que el proceso cero domina el cuadro
clínico. Los contenidos del proceso cero todavía no se han convertido en recuerdos,
sino que existen como un presente perpetuo. Las ideas sobre el proceso cero no solo
ayudan a comprender el TID, sino también otros aspectos del trauma. Por ejemplo, el
poder de transmisión intergeneracional parece mucho menos misterioso si
entendemos que la persona traumatizada vive una serie de realidades y su hijo
simplemente responde a esas realidades a nivel emocional e inconsciente. Lo que se
transmite no son recuerdos, sino realidades. A nivel clínico, ciertas innovaciones

510
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técnicas parecen obvias. Por ejemplo, cuando una paciente traumatizada dice que
todavía no puede convencerse de que el trauma realmente sucedió, su analista puede
observar que tal vez esto se deba a que “su trauma aún no ha sucedido”. Todavía vive
en su futuro, esperando que suceda. El papel del analista es ayudar, con cura, a hacer
que suceda este terrible futuro, para luego convertirse en parte del pasado.

III Bg. Estudios interdisciplinarios: Ejemplo de psicología del yo, arte y


creatividad y neurociencia
Existe un amplio consenso dentro del discurso freudiano contemporáneo (no
solo en Norteamérica) sobre los beneficios que aportan las conexiones
interdisciplinarias, aplicaciones y cruces entre el psicoanálisis y otros campos de
investigación, siempre que se reconozcan y no se confundan las diferencias entre los
campos de investigación –con sus respectivas metodologías. Este fue el método que
siguió Freud en su proceso de teorización. Para avanzar en sus teorías, Freud recurrió
a otros campos, como las ciencias biológicas, la antropología, la lingüística, la
arqueología, el arte, la literatura, etc. y se estudió su vínculo analógico sin confundir
los campos.
Entre los muchos analistas que siguieron a Freud (Erikson, Hartmann, Kris y
Bellak) en la exploración del complejo rol de la regresión, la destrucción, la
transgresión y el conflicto en relación con el crecimiento, la expansión y la
creatividad, en el campo de las artes, las ciencias y la cultura en general (Blum 2011,
Chessick 2001, Wilson 2003, Baudry 1984, Papiasvili 2020), Gilbert J. Rose (1964,
1987, 1990, 1991, 2004) ofrece una particular elaboración de las formulaciones de
Hartmann (1939/1958, 1946) sobre la fase indiferenciada, la autonomía primaria y
secundaria y la neutralización como un proceso continuo en el yo, entendido éste
como un sistema abierto y un órgano de adaptación (creativa).
Rose se centró en la forma más que el contenido, por esta razón partió del
supuesto de que las diferentes funciones yoicas operan a distintos niveles de
proximidad respecto al proceso primario y hay transiciones de sombreado entre los
procesos primarios y secundarios. Rose destacó el continuo entre el proceso primario
y secundario, los cuales interactúan a todos los niveles –no de forma claramente
distinguible– y tienen cualidades tanto de pasión y espontaneidad como de control.
Mientras que “el proceso secundario separa, discrimina, enfoca y dice ‘no’ para
proteger al organismo de la estimulación excesiva, el proceso primario hace un
examen de amplio alcance sin un objetivo específico, sincroniza elementos dispares
para aumentar la receptividad hacia los estímulos y dice ‘sí’” (Rose 1990, p. 73). No
se trata tanto de una cuestión conflictiva entre pulsiones antitéticas, como del
funcionamiento y equilibrio del yo ante la naturaleza dual de la percepción.
Una consecuencia importante de este giro teórico es que la sublimación podría
dejar de tener el enfoque limitado de ser una defensa más del yo –aunque con un

511
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valor social redentor– para convertirse en un medio importante para reforzar la


fortaleza yoica y expandir la apreciación de la realidad. El punto de vista de Rose
coincide con el analista israelí Pincas Noy, quien también enfatiza que la sublimación
facilita la interacción entre los procesos imaginativos primarios y el proceso
secundario de conocimiento de la realidad; en este punto, la tendencia a la descarga
inmediata del proceso primario se posterga, mientras que los modos de organización
del proceso primario quedan expuestos a la objetivación y retroalimentación des del
proceso secundario (Noy 1969; Rose 1990). De esta manera, la sublimación hace
posible que la ambigüedad del proceso primario quede contenida dentro del marco de
resolución de problemas del proceso secundario.
En otro trabajo, Rose (1963, p. 783) se basa en las formulaciones de Andrew
Peto (1958) sobre la fusión regresiva y profunda de sensaciones térmicas, táctiles,
vestibulares y cenestésicas como las primeras representaciones presimbólicas de la
imagen corporal indiferenciada. Rose cree que evolucionan hacia esferas autónomas
del yo; por esta razón, plantea la hipótesis de que el pensamiento arcaico no solo se
basa en una proyección de la imagen corporal, sino que es una imagen corporal
oscilante desde donde el yo arcaico opera para entender el mundo. Al principio, como
reflejo de los altibajos de la relación madre-hijo, estos protomodelos de sensaciones
de imagen corporal se convierten en símbolos de pensamiento ricos en matices
afectivos. Gracias a la estructuración del yo y una creciente neutralización, este
desarrollo termina en la formulación de conceptos desprovistos de revestimiento
emocional. Más tarde, amplía estas ideas al trabajo creativo de un artista: “La mano
del artista puede continuar la vieja integración boca-mano y cuerpo-yo, llevando la
energía sexual y agresiva al lienzo como en la infancia, cuando la sacó de la boca a la
piel. El lienzo a veces puede representar la piel” (Rose 1963, pp. 787-788).
La experiencia creativa puede servir de puente entre el “núcleo del yo” y los
“límites del yo” que se deben atravesar, comenzando en cualquier punto y
moviéndose en cualquier dirección, como una interpretación analítica (Rose 1964).
En su trabajo posterior, Rose (2004) vincula la ambigüedad del acceso a la
metáfora del proceso primario (Kris 1952) con los afectos estimulantes de la fantasía
inconsciente (Arlow 1969), los estudios del procesamiento visual central y los
“patrones de mapeo” neuronales (primarios y secundarios) (Zeki 2001; Damasio
2003) para proponer que las formas estéticas contienen el impacto sensorial de la
ambigüedad perceptiva que conduce directamente a los afectos, elaborados de forma
secundaria por la fantasía inconsciente. Concretamente, en lo que respecta a las artes
no verbales, plantea la existencia de un vínculo entre las artes y el desarrollo
preverbal, cuando los datos sensoriales son intrínsecamente ambiguos y se prestan a
múltiples interpretaciones: “Esto tiene lugar en la regulación del entorno seguro de la
forma estética, junto con los afectos que acompañan este redescubrimiento. Por lo
tanto, se podría decir que el arte no verbal continúa desarrollando la regulación del
afecto comenzada en la etapa preverbal” (Rose 2004, p. 427).

512
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III C. LOS AVANCES DE LA PSICOLOGÍA DEL YO EN EUROPA

La forma en que los analistas europeos documentan y reconstruyen los


enfoques de la psicología del yo en Europa es recurriendo a Otto Fenichel. En su
artículo de 1941, “Psicoanálisis del carácter”, describe “tres razones por las que el
psicoanálisis no podía dejar de extenderse a la psicología del yo” (Fenichel
1941a/1954, p. 200), y presenta la primera razón como el fenómeno clínico de la
resistencia del paciente: “Tal fue la necesidad de analizar la resistencia que en la
práctica se originó la psicología del yo psicoanalítica” (Fenichel ibid, p. 201).
Entre las primeras aportaciones de la era anterior a la Segunda Guerra
Mundial, se cuenta el enfoque de Anna Freud sobre la psicología del desarrollo, con
la investigación conceptual y de diagnóstico. Para Paul Federn, la psicología del yo
fue la única forma de comprender cómo formular y tratar los problemas clínicos de
los pacientes con un yo herido, campo en el que fue pionero, como lo fue Anna Freud
en el suyo. Asimismo, entre los autores europeos del período anterior a la guerra, no
se puede pasar por alto el trabajo de Sándor Ferenczi con pacientes gravemente
traumatizados.
La psicología del yo fue la principal inspiración del variado trabajo que llevó a
cabo Alexander Mitscherlich en Alemania occidental hasta su muerte en 1982, a los
73 años. No solo le sirvió para ayudar a su pueblo a superar el increíble desastre
provocado por los doce años de régimen nazi, sino también para devolver a su país un
psicoanálisis ilustrado y crítico con la sociedad. El principal objetivo de su trabajo fue
contestar a la súplica de Freud de 1927 sobre la construcción de un yo más fuerte que
sea capaz de escuchar y seguir die Stimme des Intellekts (la voz de la razón) (Freud
1927).
Otra contribución importante a la psicología del yo procedente de la Europa de
la posguerra es la agenda integradora de Joseph Sandler, que permitió acercar la
psicología del yo a las teorías de las relaciones objetales y a la escuela de Melanie
Klein.
Aunque la sociedad psicoanalítica italiana recibió la psicología del yo
(norteamericana) a regañadientes, deben destacarse las prioridades clínicas de
Stefano Bolognini por su atención en la interacción entre el yo y el sí mismo basada
en los preceptos de la psicología del yo.
Además, la diversificación actual se enriquece con el resurgimiento de la
psicología del yo contemporánea en Madrid de la mano de Cecilio Paniagua, quien
ha elaborado aun más el “análisis microestructural” de la superficie psíquica de Paul
Gray, hasta demostrar una captura efectiva de las interacciones ello-yo y su evolución
dentro del proceso psicoanalítico.
Algunas de las contribuciones mencionadas se especifican a continuación.

513
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III Ca. Psicología del yo en Europa antes de la Segunda Guerra Mundial


De este apartado cabe destacar la revisión de Carlo Bonomi (2010) de
“Ferenczi y la psicología del yo”. Solo un año después de su primer encuentro con
Freud, Sandor Ferenczi acuñó el término “introyección” (ver Ferenczi 1909), que
conceptualizó como “una extensión del yo” (Ferenczi 1912, p. 317). En 1913 publicó
dos contribuciones al estudio psicoanalítico del yo: “El desarrollo del sentido de
realidad y sus estadios” y “Fe, incredulidad y convicción”. En el segundo artículo,
Ferenczi define el sentido de realidad como un sentido no alcanzable por medio de la
autoridad –un factor que explicaría su posterior rechazo a la psicología del yo basada
en el modelo estructural. De hecho, según este factor, en contra de su pensamiento
habitual, se considera que el sentido de realidad del paciente mejora gracias a la
introyección del analista a modo de superyó auxiliar.
Según Bonomi, debido a los problemas técnicos encontrados por el analista en
el trabajo clínico con los pacientes, se fue forjando un distanciamiento entre la línea
del pensamiento de Ferenczi y los conceptos de la psicología del yo conectados con el
modelo estructural. Mientras que el desarrollo de la llamada “técnica estándar”
subrayó la abstinencia del analista ante cualquier forma de participación en relación
con el paciente, Ferenczi desarrolló una actitud de participación reflexiva en el
encuentro psicoanalítico.
En 1927, Ferenczi dejó de adherirse a un modelo de terapia preconcebido y
adoptó, en consecuencia, la idea de la “elasticidad” de la técnica (Ferenczi 1928).
Gracias a su trabajo con un amplio abanico de pacientes traumatizados y disociados,
Ferenczi llegó a ver el problema del yo no como algo independiente de las presiones
instintivas –como plantea la psicología del yo–, sino como el intento de preservación
de los límites y sentimiento de uno mismo.

Dos artículos de Franz Alexander ayudan a entender la recepción del modelo


estructural de Freud y la elaboración de sus repercusiones en la técnica psicoanalítica:
su artículo de 1925, escrito mientras aún se encontraba en Berlín, “Una descripción
metapsicológica del proceso de la cura”, y el artículo de 1935, ya en Chicago, “El
problema de la técnica psicoanalítica”. En el primer artículo, descrito como “una de
las primeras respuestas de la técnica psicoanalítica a la teoría estructural” (Bergmann
y Hartmann 1976, p. 99), Alexander defiende la idea de que “la técnica psicoanalítica
debe centrar sus energías en mejorar el superyó” (Bergmann y Hartmann 1976, p. 99).
En el segundo artículo, se descubre un punto de vista bastante distinto: “En la terapia
analítica nuestros principales aliados son el esfuerzo de las fuerzas inconscientes por
expresarse y la tendencia integradora del yo consciente… La tesis de Nunberg de que
el tratamiento psicoanalítico no es solo un proceso analítico, sino también un proceso
sintético, es totalmente válida. […] Gracias a nuestras interpretaciones, sin darnos
cuenta del todo, contribuimos a que se produzca la síntesis en el yo” (Alexander 1935,
pp. 610-611; original en cursiva).

514
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Otto Fenichel, tanto o más influyente en Europa que en América del Norte,
acogió la psicología del yo como una perspectiva a través de la cual podría explicarse
mejor el fenómeno clínico de la resistencia inconsciente, y al mismo tiempo formular
una descripción más exacta de los principios de la técnica analítica.
Un gran número de artículos de Fenichel sobre la psicología del yo, partiendo
de su artículo de 1926 sobre la “identificación”, respaldan el hecho de que “la
psicología del yo sea anterior a la era de Hartmann”, así como que “el principal
psicólogo del yo sea Otto Fenichel” (Bergmann 2000, pp. 4 y 67). Entre 1935 y
1941, Fenichel escribió una serie de artículos influyentes sobre la psicología del yo y
la técnica psicoanalítica (1935/1953; 1941/1954); los estadios tempranos del
desarrollo del yo (1937/1954); la fortaleza yoica, la debilidad yoica y las diversas
alteraciones yoicas (1938/1954); los mecanismos de defensa (1940/1954), el carácter
(1941a/1954) y los afectos (1941b/1954), siempre teniendo en cuenta las
correspondientes implicaciones técnicas.
En su artículo, “Problemas de técnica psicoanalítica”, Fenichel escribe: “Hoy
en día, la psicología del yo ocupa un lugar central en nuestras investigaciones”
(Fenichel 1935/1953, p. 348). En su artículo, “Aspecto estructural de la
interpretación”, expone cómo “el analista trabaja exclusivamente sobre el yo”
(Fenichel 1941c/1954, p. 54; original en cursiva) y llega a la formulación final: “Que
el analista continúe desarrollando su trabajo interpretativo desde una posición
equidistante entre el yo, el ello y el superyó, es un principio sugerido por Anna Freud
(1936) que viene a significar que el analista debe parar atención a los tres aspectos de
los fenómenos psíquicos y permanecer neutral ante la lucha entre ellos. Primeramente,
sin embargo, comienza siempre a trabajar con el yo, y es solo a través del yo que
puede llegar al ello y al superyó; en este sentido siempre está más cerca del yo que de
los otros dos” (Fenichel 1941c/1954, p. 70).
El enfoque psicológico del yo de naturaleza fenomenológica desarrollado por
Paul Federn es igual de relevante para el trabajo clínico contemporáneo. Federn
conceptualizó la psicosis, especialmente la esquizofrenia, no como un conflicto
psíquico, sino como una deficiencia psicológica relacionada con el entorno familiar
del paciente. En términos psicoanalíticos, una psicosis es para Federn una
“enfermedad del yo” caracterizada por una “investidura yoica insuficiente”,
acompañada de un “sentimiento patológico o insuficiente del yo” (Federn 1952).
En 1952, Edoardo Weiss reunió los artículos de Federn y vinculó su trabajo
clínico con pacientes psicóticos con el estudio de sus yos en la antología La
psicología del yo y las psicosis (Federn 1952).
Si se analiza el desarrollo conceptual de Federn, se hace patente el conflicto
entre una necesidad de permanecer cerca de Freud (a quien, junto con Anna Freud,
representó de manera oficial en Viena después de 1923) y su orientación teórica y
clínica, que revela la necesidad de perseguir un interés clínico sobre los pacientes más

515
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enfermos y desarrollar su propio punto de vista teórico, es decir, su propia psicología


del yo.

III Cb. Tres autores de antes y después de la Segunda Guerra Mundial

No solo Edoardo Weiss (1889-1970) y Anna Freud (1895-1982), sino


también Gustav Bally (1893-1966) practicaron la psicología del yo antes y después
de la Segunda Guerra Mundial. Heinz Hartmann, en su monografía La psicología del
yo y el problema de la adaptación, mencionó dos veces la contribución de Bally a la
psicología del yo, con su artículo de 1932, “Früe Entwicklungsstadien des Ichs.
Primäre Objektliebe” [Los primeros estadios del desarrollo del yo. El amor al objeto
primario].
En 1925, Weiss cofundó la Sociedad Psicoanalítica Italiana y fundó la Rivista
italiana di psicoanalisi. En esta revista publicó varios artículos sobre psicología del
yo, como, por ejemplo, “Il Super-io” [El superyó] (1933) y “La parte inconscia
dell’Io” [La parte inconsciente del yo] (1934). Su tolerancia y pluralismo son un
ingrediente importante del psicoanálisis italiano después de la Segunda Guerra
Mundial (ver David 1990, y Conci 2019).
El libro de Anna Freud de 1936, El yo y los mecanismos de defensa, fue la
aportación más importante a la psicología del yo después de Inhibición, síntoma y
angustia de Freud (1926), tres años antes de La psicología del yo y el problema de la
adaptación de Hartmann. Paul Gray (1982) destacó las resistencias que el libro de
Anna Freud provocaba entre los analistas, sin excluir a Freud, que solo se refirió a su
trabajo en una ocasión. Anna Freud no dejó de admitir la importancia de la
perspectiva de Hartmann en su homenaje a Hartmann en el Festschrift:
“El pensamiento del analista infantil, gobernado como está por los aspectos
del desarrollo de la personalidad humana, no prospera únicamente sobre la base de la
psicología de las pulsiones, sino que debe extenderse libremente a todo el campo
teórico del psicoanálisis, otorgando igual importancia al ello, yo y superyó, a la
profundidad y la superficie, como hace Hartmann. Esto crea los vínculos específicos
entre su trabajo y el pensamiento del analista infantil” (A. Freud 1966, p. 17).
La Clínica de Terapia Infantil de Hampstead, fundada por Anna Freud en
1947, se convirtió en una institución líder a nivel mundial en la formación de
psicoanalistas y psicoterapeutas infantiles. A mediados de la década de 1950, se
emprendió un importante proyecto de investigación dirigido por Joseph Sandler,
llamado Hampstead Index Project (véase Bolland y Sandler 1985). Como resultado,
Sandler y sus colaboradores publicaron varios artículos, la mayoría de ellos en
Psychoanalytic Study of the Child, más tarde reimpresos en Sandler (1987).

516
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El libro de Anna Freud de 1965, Normalidad y patología en la niñez, se


considera “uno de los libros más importantes de la era Hartmann” (Bergmann 2000, p.
49).

III Cc. Psicología del yo en Europa después de la Segunda Guerra Mundial


En 1947, Alexander Mitscherlich fundó la revista alemana Psyche, la cual
contribuyó a la difusión de la psicología del yo en América del Norte. En Alemania,
la psicología del yo también jugó un papel importante, similar al que jugó en los
Estados Unidos, en la recepción tardía del psicoanálisis kleiniano (ver Bergmann
2000). La brillantez intelectual y la habilidad política de Mitscherlich lo ayudaron a
inaugurar en 1960 en Frankfurt el Instituto Sigmund Freud, financiado por el estado,
que desempeñó un papel especialmente relevante en la promoción del psicoanálisis en
los años venideros.
El libro más famoso de Mitscherlich y su esposa Margarete Mitscherlich-
Nielsen, Fundamentos del comportamiento colectivo: La incapacidad de sentir duelo
(1975; original alemán de 1967), consiste en definir un diagnóstico y una terapia
específicas para tratar los problemas psicológicos relacionados y causados por el
régimen nazi.
Mitscherlich no solo participó en la reconexión del psicoanálisis alemán con la
comunidad psicoanalítica internacional, sino que su trabajo también fue clave para
inspirar y capacitar a varias generaciones de destacados analistas alemanes: Horst-
Eberhard Richter, Johannes Cremerius, Hermann Argelander, Wolfgang Loch y
Helmut Thomae. Johannes Cremerius jugó un papel importante tanto en Alemania
como en Italia en la promoción del trabajo analítico orientado a la psicología del yo,
tanto a través de su trabajo como formador analista como a través de sus numerosos
artículos sobre técnica recopilados en la antología de 1990, Vom Handwerk des
Psychoanalytikers: Das Werkzeug der psychoanaltischen Technik [El oficio del
psicoanalista: las herramientas de la técnica psicoanalítica]. Estos artículos analizan
los mecanismos de defensa de un amplio abanico de pacientes: están, por ejemplo, los
que hablan demasiado, o los que hablan demasiado poco, o pacientes con problemas
del superyó, y también describe cómo tratarlos. Más adelante, Cremerius se convirtió
en un pionero en la recepción alemana de la obra de Balint y Ferenczi, pero nunca
abandonó los fundamentos psicológicos del yo en su forma de trabajar (Conci 2019,
cap. 10).
Hermann Argelander (1920-2004) fundó el importante concepto szenisches
Verstehen, el cual se remonta a lo que puede llamarse una szenische Funktion des
Ichs, es decir, una “función escénica del yo” (Argelander 1970, 2013; Conci 2017).
En una serie de artículos, Argelander presentó el trabajo psicoanalítico como un
diálogo que incluye y/o requiere la participación del analista en la vida emocional del
paciente y la relación resultante de dicha interacción. Esta relación hace posible que el

517
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paciente pueda expresar los conflictos inconscientes que lo llevaron a pedir ayuda al
analista en forma de conductas inconscientes concretas y/o escenas estructuradas, a
las que el analista sumará su propio aporte más o menos conscientemente.
Dado el trabajo de Paul Parin (1916-2009) dentro y fuera de las instituciones
psicoanalíticas, su compañero de Zúrich, Thomas Kurz (2017), lo clasificó como
perteneciente a la llamada “izquierda freudiana” –junto con Alexander Mitscherlich y
Johannes Cremerius – fundada por Otto Fenichel (Jacoby 1983). Para todos ellos, la
psicología del yo era la perspectiva más útil para estudiar la relación entre el
individuo y su sociedad.
Una forma instructiva de caracterizar el trabajo y legado de Joseph Sandler es
citar las palabras que empleó Otto Kernberg para introducir el número monográfico
de la revista norteamericana Psychoanalytic Inquiry, dedicada a él en 2005. Kernberg
escribe: “Creo que es acertado decir que Joseph Sandler ha contribuido más que nadie
a la integración de la psicología del yo clásica con la teoría contemporánea de las
relaciones objetales, tanto a nivel teórico como clínico” (Kernberg 2005, p. 174).
Peter Fonagy y Mary Target proporcionan un resumen y descripción de los
conceptos principales de Joseph Sandler en su manual de 2003, Psychoanalytic
Theories: Perspectives from Developmental Psychopathology [Teorías
psicoanalíticas: enfoques de psicopatología evolutiva], en que siguen la discusión
sobre los modelos evolutivos de Anna Freud y Margaret Mahler. Las publicaciones de
Sandler que incluyeron Fonagy y Target son, entre otras: “The Background of Safety”
[El trasfondo de la seguridad] (1960a; también en Sandler 1987), “The Concept of
Superego” [El concepto del superyó] (1960b; también en Sandler 1987),
“Countertransference and role-responsiveness” [La contratransferencia y la capacidad
de respuesta] (1976), “On the Development of Object Relationships and Affects”
[Sobre el desarrollo de las relaciones de objeto y los afectos] (con Anne-Marie
Sandler 1984) y “On the Structure of Internal Objects and Internal Objects
Relationships” [Sobre la estructura de los objetos internos y las relaciones entre los
objetos internos] (1990).
Aunque la obra de Joseph Sandler ha sido bien recibida y asimilada en toda
Europa, sobre todo en Italia y Alemania, es posible que muchos psicoanalistas
trabajen psicológicamente el yo sin darse cuenta.
Puede que la “psicología del yo de Hartmann” nunca haya ocupado un lugar
central en los enfoques analíticos que caracterizaron al psicoanálisis italiano de las
décadas de 1950 y 1980 (Conci 2019). Sin embargo, desde la década de 1990,
Stefano Bolognini (2004, 2011) ha ido desarrollando una serie de
conceptualizaciones teóricas y clínicas derivadas de la psicología del yo y la
psicología del sí mismo norteamericanas (Conci 2019).
Bolognini desarrolló el concepto de la relación entre el yo y el sí mismo en un
individuo como un equivalente funcional intrapsíquico y condensado de la relación

518
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primaria madre-hijo: “El yo tiende a tratar al sí mismo más o menos de la misma


manera que la madre trató (en un sentido muy general, pero sobre todo psíquico) a su
propio hijo” (Bolognini 2019, p. 115).
Por esta razón, prestó especial atención a las situaciones de sufrimiento
extremo que puede experimentar el sí mismo, en que a menudo el yo se ve alterado:
“en regresión, intoxicado, distorsionando la realidad proyectivamente, oscurecido y
despojado de esperanza, asediado por la persecución”, etc. (Bolognini 2019, p. 118).
En general, en los escritos de Bolognini, tanto el yo como el sí mismo se
condicionan recíprocamente, de modo que en el análisis ambas instancias –tanto del
analista como del paciente– no dejan de interactuar, con alternaciones omnipresentes
e inconscientes entre lo que prevalece en el “análisis con el yo” o el “análisis con el sí
mismo” (Bolognini 2004).
Otro autor que ha contribuido al resurgimiento de la psicología del yo
contemporánea a nivel mundial ha sido Cecilio Paniagua (1991, 2008, 2014).
Paniagua se graduó de médico en España, y actualmente vive y ejerce en Madrid,
pero se formó en psiquiatría y psicoanálisis en los Estados Unidos. Debido a sus
publicaciones en inglés y español, su influencia no solo se aprecia en partes de
América del Norte y Europa, sino especialmente en América Latina. En sus
numerosos escritos presenta un desarrollo del enfoque “microestructral” de Paul Gray
sobre el conflicto estructural, en el que presta mucha atención a las resistencias que
surgen en la transferencia durante el proceso analítico. Asimismo, demuestra cómo la
técnica clínica –consistente con la teoría estructural de Freud– habilita un enfoque
más naturalista y específico sobre el conflicto inconsciente, lo que (paradójicamente)
facilita el “análisis del ello”. Llegados a este punto, si se minimiza la influencia de la
sugestión, se invita a los pacientes a participar en la observación de sus propias
microinterferencias con respecto a los vínculos asociativos de sus pensamientos,
emociones y sensaciones, para así convertirse en compañeros activos en la
exploración de sus propios derivados pulsionales.

III Cd. Psicología del yo en Israel


Las vicisitudes de la psicología del yo en Israel son, en muchos sentidos,
consecuencia del destino y transformación de la psicología del yo en Europa. La
Sociedad Psicoanalítica de Israel, durante el período comprendido entre la Segunda
Guerra Mundial y las décadas de 1960 y 1970, estaba compuesta principalmente por
inmigrantes europeos y, por lo tanto, reflejaba la situación en muchas sociedades
psicoanalíticas europeas. Visto así, el panorama es bastante diverso. Aquellos que se
habían formado, en parte, o totalmente, en Estados Unidos se identificaron como
psicólogos del yo, mientras que los de origen latinoamericano estaban muy
influenciados por el psicoanálisis kleiniano. Estas orientaciones se tradujeron en
prácticas contrastadas: por un lado, la preferencia por el diagnóstico, la estructura

519
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psíquica, la formación del carácter y las constelaciones defensivas, y, por otro, la


centralidad de las relaciones objetales y las pulsiones, así como sus defensas
asociadas, principalmente la envidia, la agresión, la proyección y la identificación
proyectiva.
A partir de la década de 1980, la Sociedad Psicoanalítica de Israel se vio
inmersa en una “rebelión” contra la psicología del yo, marcada por la creencia de que
el acercamiento era remoto, demasiado cerebral y alejado de la experiencia, puesto
que no se preocupaba lo suficiente por el paciente. En consecuencia, ganaron terreno
los desarrollos de las relaciones objetales, la autopsicología, el psicoanálisis
winnicottiano, las orientaciones relacionales e intersubjetivas y, más recientemente, el
resurgimiento del psicoanálisis kleiniano y bioniano. Actualmente, todas estas
orientaciones perviven de forma simultánea, representadas y defendidas por una gran
variedad de grupos organizados. De hecho, lo que todos tienen en común es evitar la
psicología del yo. Frente a lo que puede parecer un reduccionismo, esta situación
parece reflejar la recepción europea (que no abandona el psicoanálisis lacaniano).
Aunque esta descripción refleje a grandes rasgos el estado actual, hay puntos
importantes que deben mencionarse para completar este cuadro. En cierto modo, estos
puntos pueden representar el “retorno de lo reprimido”, es decir, el resurgimiento de
la psicología del yo o su influencia, aunque de forma muy distorsionada. Tres
contribuciones, y sus vicisitudes, ilustrarían este argumento: la influencia de la
psicología del yo en los tests o pruebas psicológicas, las contribuciones de Bion y una
elaboración teórica de los factores experienciales en las relaciones entre el yo y el
objeto.

III Ce. Psicología del yo y pruebas psicológicas


En Israel, la influencia de la psicología del yo se manifestó a partir de las
pruebas psicológicas. Las aportaciones de David Rapaport y colaboradores son
fundamentales en esta área (Rapaport, Gill y Schafer 1945). Este esfuerzo pionero
tuvo muchas repercusiones tanto en la práctica clínica como en la investigación
psicológica. El enfoque adoptado en el trabajo de Rapaport, Gill y Schafer sigue de
cerca las funciones yoicas descritas por Freud (1911) y elaboradas por numerosos
autores posteriores (como Bellak et al. 1973; Bellak 1989; Beres 1956, 1971;
Rapaport 1958). El manual de pruebas de Rapaport, Gill y Schafer, que describe,
analiza y codifica el funcionamiento mental, se convirtió en la piedra angular de las
pruebas psicológicas con fines diagnósticos y se utilizó durante décadas como base
para la formación de psicólogos clínicos y su interrelación y participación en casos
psiquiátricos.

En efecto, estas pruebas e informes escritos a partir de ellas representan el


análisis y la integración diagnóstica de las funciones yoicas del sujeto. Se centran en
funciones yoicas como la atención y la concentración, las decisiones sociales y

520
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adaptativas, los niveles de pensamiento de lo concreto a lo abstracto, la gestión de los


afectos, la autoimagen y la identidad, etc., así como las fluctuaciones, lagunas e
impedimentos detectados en estas funciones. El cuadro integrador resultante sirve
para señalar la categoría de diagnóstico que mejor describe al paciente según las
funciones de su yo, así como cierta dinámica psicológica profunda revelada por las
pruebas. Durante mucho tiempo, estas pruebas diagnósticas se tomaron como unos
rayos X de la psicología del paciente. Esta concepción corroboraba, complementaba,
y en ocasiones hasta desafiaba o contradecía el diagnóstico clínico psiquiátrico.
Además, dado que las pruebas eran de dominio exclusivo del psicólogo, éstas
ayudaron a definir y establecer la identidad profesional del psicólogo clínico y a
enriquecer su comprensión de la profundidad y complejidad de la mente, la
personalidad y el funcionamiento del ser humano.
Como disciplina profesional, la psicología clínica supo establecerse y definirse
mediante este recurso. Sin embargo, esto fue cambiando a medida que lo psicólogos
clínicos ganaron más independencia y autonomía profesionales, puesto que se fueron
dedicando cada vez más a la psicoterapia y psicoanálisis. Quizás este declive de la
psicología del yo en Israel coincide con el abandono relativo de las pruebas
diagnósticas de la personalidad como único aspecto definitorio de la identidad
profesional de los psicólogos clínicos, actualmente substituidas por la actividad
psicoterapéutica.

III Cf. Bion y la psicología del yo


Es habitual concebir a Wilfred R. Bion (al menos inicialmente) como un
analista kleiniano, aunque él mismo rechazó tales atribuciones. Es mucho menos
habitual pensar en Bion como freudiano. Sin embargo, sus contribuciones teóricas,
especialmente las primeras, se basaron clara y abiertamente en el pensamiento de
Freud. Esto se hace particularmente patente en sus primeros artículos, como
“Diferenciación de las personalidades psicóticas y no psicóticas” (1957), en que su
pensamiento sobre la relación con la realidad entra en diálogo con las nociones de
Freud en términos de funciones yoicas (Freud 1911). Precisamente sobre este artículo
de Freud, “Los dos principios del funcionamiento mental”, basó su artículo Lawrence
Brown: “The ego psychology of Wilfred Bion: implications for an intersubjective
view of psychic structure” [La psicología del yo de Wilfred Bion: las consecuencias
de una visión intersubjetiva de la estructura psíquica] (Brown 2009), el primer
artículo que trata sobre este tema.
Características posteriores de la obra de Bion también reflejan esta deuda –
quizás no reconocida– con las nociones de las funciones yoicas. Esta deuda, sin ir más
lejos, se encuentra implícita en la teoría dinámica grupal de Bion (1961), en que el
“grupo de trabajo” equivale al yo adaptativo del individuo, mientras que los grupos de
“asunción básica” se corresponden con el ello (Rioch 1975). Por otro lado, su
preocupación constante por las transformaciones mentales, como la elaboración y

521
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procesamiento de los elementos beta en elementos alfa; los procesos psíquicos que
crean sueños y ensoñaciones a partir de elementos sensoriales cercanos y
prepsíquicos, o el pensar, los pensamientos y el lenguaje, pueden verse como
funciones yoicas reformuladas según sus principios conceptuales. Su conocido
“modelo de grilla” representa la culminación de este esfuerzo de reconceptualización,
y puede considerarse como una forma novedosa de deconstruir las funciones yoicas y
comprobar si ayudan o no a alcanzar niveles psíquicos más avanzados de abstracción,
realización y autenticidad de forma que combinen e integren el yo con el sí mismo.
Evidentemente, es improbable que Bion se considerara un psicólogo del yo (al menos
en el sentido de la definición reduccionista de la psicología del yo estadounidense), y
no debería categorizarse como tal. Pero no deja de ser instructivo leer sus
planteamientos como el equivalente europeo de esta corriente; como un intento de
replantear lo que la psicología estadounidense quiso lograr, aunque por caminos
conceptuales muy distintos.

III Cg. La psicología del yo y la experiencia


La creación, formación e integración de lo que constituye nuestra experiencia
subjetiva consciente e inconsciente, es el mayor atributo del funcionamiento normal
del yo. La descripción de la experiencia subjetiva es una cuestión filosófica muy
antigua. El psicoanálisis, sin embargo, pretende dilucidar las fuerzas internas y
dinámicas, así como los mecanismos que dan forma y producen nuestra experiencia.
En cierto modo, la “experiencia” como tal, si bien juega un papel determinante en el
discurso clínico, se “explica” como el “resultado final” de tales fuerzas, o el
significante narrado de estas dinámicas internas. Aun así, los pacientes describen
experiencias y los psicoanalistas y psicoterapeutas responden en términos
experienciales. Puede que esto haya sido decisivo para la psicología del yo de la era
Hartman, a menudo criticada por mantenerse “distante de la experiencia” (Kohut
1971). El lenguaje del “sí mismo” y de la “relación” parece más adecuado para captar
estos aspectos experienciales; sin embargo, al mismo tiempo se ignora que tales
factores observables y comunicables dependen en última instancia de las funciones
yoicas subyacentes que los producen y sustentan (Grossman 1982). En concreto, fue
Erikson quien se enfrentó a este problema cuando intentó introducir el concepto de
identidad en el psicoanálisis. Trató de sortear la dificultad introduciéndolo como el
concepto de identidad yoica, puesto que la identidad es una construcción estructural;
pero también es un fenómeno experiencial (Erikson 1956). Esta fue la objeción
planteada por algunos psicólogos del yo ante el concepto de identidad: lo criticaron
por carecer de rigor metapsicológico y claridad de definición intrapsíquica (Abend
1974).
El trabajo de Shmuel Erlich sobre las modalidades experienciales (Erlich y
Blatt 1985; Erlich 1998, 2003) constituye un intento reciente de abordar estos
problemas e integrarlos con los modelos psicoanalíticos existentes. Erlich concibe que

522
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el procesamiento de datos internos y externos (perceptuales, cognitivos y afectivos) se


desarrolla en dos dimensiones paralelas, contiguas y continuas de la experiencia del sí
mismo y el otro. En una modalidad, la experiencia es de separación y diferenciación;
en la otra, de fusión, unión e incorporación del sí mismo y el otro.
La modalidad de la separación da lugar a experiencias de causalidad, dirección
de objetivos e intencionalidad, lógica y objetividad (pensamiento científico); la
experiencia del tiempo como lineal, y reflexiones de causa-efecto de la realidad. Las
experiencias relacionadas con las pulsiones (como el hecho de experimentar deseo)
también se dan en esta modalidad, ya que el anhelo y el deseo se dirigen a un objeto
que se experimenta como separado del sí mismo, pero debe alcanzarse para satisfacer
las pulsiones.
En la segunda modalidad, el sí mismo y el otro, conectados y fusionados, se
experimentan como uno. El tiempo se experimenta de forma circular o atemporal; el
pensamiento no es causal y está gobernado por sentimientos de unidad y existencia
continua. En esta modalidad no hay lugar para el deseo, ya que el objeto y el sí mismo
se experimentan como una sola unidad. En cuanto a los pensamientos, las
descripciones de estas modalidades recuerdan los procesos primarios y secundarios
(Freud 1900). Sin embargo, la experiencia generada por cada modalidad es
claramente diferenciada. En la modalidad de separación, la experiencia se dirige a la
realidad externa de manera adaptativa (experimentada objetivamente) y puede
originar sentimientos y experiencias de dominio, éxito o fracaso, logro o ausencia de
satisfacción. La segunda modalidad, de unidad, produce experiencias de existencia
continua, como el ser continuo de Winnicott (1960), y de conexión del sí mismo con
el otro (que puede ser una persona o una causa, idea, identidad interior u ocupación y
rol social). Muchas publicaciones elaboran los aspectos del funcionamiento de estas
modalidades experienciales (en especial, Erlich 2003, 2013).
Erlich adoptó los términos “Doing” [hacer] para la primera modalidad y
“Being” [ser] para la segunda, términos que había empleado Winnicott (1971) con
connotaciones parecidas. Sin embargo, existen diferencias fundamentales entre los
conceptos de Erlich y Winnicott. Mientras que Winnicott se refiere a los contenidos o
estados finales de la experiencia, Erlich concibe estas modalidades como aquello que
procesa la experiencia de camino a unos estados finales bastante distintos. No basa
sus conceptos en lo que se percibe (p.ej. los niveles de actividad observada), sino en
los modos inferidos de procesamiento subyacente. Para ello describe dos modos en
los que el yo opera de forma continua y simultánea. Su teoría es, por tanto, un
apéndice contemporáneo o una reformulación del funcionamiento yoico, basada en la
concepción de que el yo es el agente que procesa e integra la psique y el responsable
de los estados finales de la experiencia.
Las aportaciones de Elrich van en la misma línea que las de Bion cuando
describe los elementos de la función psíquica. Bion introdujo la noción de una
función alfa, cuyo trabajo es “convertir los datos de los sentidos en elementos alfa y

523
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… proporcionar material onírico a la psique … la capacidad de despertarse o irse a


dormir, estar consciente o inconsciente …” (Bion 1962, p. 308). Como se sugirió
anteriormente, estas contribuciones teóricas pueden considerarse representaciones
indirectas de las funciones o actividades yoicas transformadoras.

III D. ACONTECIMIENTOS CON REPERCUSIÓN EN AMÉRICA LATINA

Por lo general, el psicoanálisis latinoamericano se desarrolló a partir del cruce


de la tradición de las relaciones objetales freudianas y británicas con sus diversas
elaboraciones posteriores por teóricos norteamericanos y europeos, entre los que
destacan los franceses.
En cuanto al psicoanálisis latinoamericano posterior a la Segunda Guerra
Mundial, el movimiento migratorio de Europa a Estados Unidos, así como de Europa
a América del Sur dividió la esfera de influencia de la psicología del yo y las teorías
de las relaciones objetales británicas.
Más concretamente, la “Psicología del yo estadounidense” procedente de los
Estados Unidos (a diferencia de la europea), se yuxtapuso con las teorías de las
relaciones objetales británicas. Además, existen ciertas bipolaridades entre la
influencia francesa y la anglosajona en el desarrollo del psicoanálisis en América
Latina (Roudinesco 2000), que más tarde tuvieron repercusiones en la recepción y
evolución de la psicología del yo en la región.
Debido al desfase en la traducción y a la crítica proveniente de las tradiciones
psicoanalíticas kleiniana y francesa, se malinterpretaron los intereses teóricos de la
psicología del yo por la superficie psíquica y los fenómenos preconscientes,
confundiéndose con la teoría cognitivo-conductual, la cual anularía los aspectos
libidinales, la fantasía inconsciente y la subjetividad.
Por esta razón, a pesar de las controversias teóricas y culturales, a veces el
problema radica más en el uso del término “psicología del yo” –no muy popular en
América Latina– que en el marco conceptual o enfoque clínico reales.

III Da. Influencias y primeros aportes:


En América Latina, el inicio de la teoría de la psicología del yo se remonta a
los estudios de Freud sobre el yo, la sexualidad infantil, el narcisismo, la psicología
grupal, la teoría estructural de El yo y el ello (1923) e Inhibición, síntoma y angustia
(1926). El nivel de conocimiento de los Mecanismos de defensa (1936) de Anna
Freud, la Psicología del yo y el problema de la adaptación de Heinz Hartmann
(1939/1958) y la “Organization and psychopathology of thought” [Organización y
psicopatología del pensamiento] de David Rapaport (1951), los cuales establecen

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una organización sistemática y jerárquica de los conceptos de la psicología del yo,


difiere en las distintas culturas psicoanalíticas de América Latina.

III Daa. Ramón Parres y la “psicología del yo clásica” en México

Ramón Parres, uno de los fundadores de la sociedad psicoanalítica mexicana


(Asociación Psicoanalítica Mexicana, APM) en 1956, estudió psiquiatría, se formó
como psicoanalista en la Universidad de Columbia en Nueva York, y se vio muy
influenciado por la perspectiva de la psicología del yo.
El instituto de la APM en Ciudad de México, que lleva su nombre, incluye un
curso y seminarios integrales sobre psicología del yo como parte de su plan de
estudios, al igual que todos los institutos psicoanalíticos de México. No solo
Hartmann, Kris, Loewenstein, Jacobson y Anna Freud son una parte importante del
plan de estudios de los institutos, sino que se espera que un candidato haya aprendido
los estadios del desarrollo psicosocial de Erikson y El yo y los mecanismos de defensa
de Anna Freud en sus estudios universitarios.
En su libro El psicoanálisis como ciencia (Parres 1977), Parres presenta una
integración única entre teoría, metodología y técnica clínica propia de la psicología
del yo, en la que incluye los mecanismos de defensa, la transferencia y la influencia
predominante de los procesos inconscientes en la mentalización consciente. Esta
publicación tuvo repercusiones en toda América Latina, puesto que elementos de la
psicología del yo, como la elaboración de una historia clínica detallada que incluyera
la evaluación de las capacidades y el funcionamiento yoicos, así como el
establecimiento y mantenimiento de la alianza terapéutica, la exploración de las
resistencias y los mecanismos de defensa, se convirtieron en una parte esencial del
arsenal psicoanalítico, aunque a menudo no se atribuyeran a la psicología del yo.

III Dab. El yo y el sí mismo, la psicología del yo y la psicología del sí mismo. Los


primeros esfuerzos por integrar la psicología del yo con las relaciones objetales
Las diferencias entre la psicología del yo y la psicología del sí mismo son muy
claras en México, pero tal vez no tanto en el resto de América Latina. Cuando se
menciona la psicología del yo se cita a Heinz Kohut. El sí mismo verdadero y falso de
Winnicott también incluye el concepto del sí mismo, pero se lo conoce como un
teórico de las relaciones objetales, representante de la escuela británica “Middle”, no
como representante de la psicología del sí mismo o la psicología del yo. Winnicott y
Bion son muy conocidos en América Latina, especialmente en Argentina, y
posteriormente también en Chile, Brasil, Perú, Colombia, e incluso en México un
poco más tarde. En América Latina, quienes anticiparon la psicología del yo, como
Ferenczi, Balint, Fairbairn, Bion y Winnicott, son considerados teóricos de las
relaciones objetales.

525
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Según la concepción latinoamericana, la psicología del yo se centra en las


funciones y dinámicas del aparato psíquico, mientras que el sí mismo incluye otras
estructuras, como el superyó y el ello.
Leon y Rebeca Grinberg (1971), de Argentina, en su libro Identidad y
cambio estudiaron la historia y evolución de los términos relacionados con los
conceptos de identidad, yo y sí mismo de Erikson, con el fin de conceptualizar el “no-
yo”, el “no-sí mismo” y las varias transformaciones de la fantasía inconsciente del sí
mismo en el yo, con el objetivo de sistematizar su relación coherente. Los Grinberg
señalan que, en la actualidad, el concepto de identidad de Erikson es tan estratégico
como el estudio de la sexualidad en la época de Freud. Lo que constituye la
“identidad primaria” conduce a la diferenciación entre el yo y el sí mismo. Los
conceptos del yo y el sí mismo están claramente diferenciados y deben entenderse
como conceptos separados. Según los Grinberg, las investigaciones de los problemas
del sí mismo comienzan con la distinción de Hartmann entre el yo como sistema
psíquico y el sí mismo como referencia a uno mismo. Los Grinberg no entienden que
el concepto del yo de Hartmann sea sinónimo de personalidad, ni de sujeto, es decir,
de algo opuesto al objeto de la experiencia, sino que se basa más en la conciencia del
sentido de uno mismo. Para él, el yo es una subestructura de la personalidad y se
define por sus funciones. Estas funciones se refieren al primer yo de Freud: el yo
corporal, es decir, la influencia que tiene la imagen corporal en la diferenciación entre
el sí mismo y el mundo de los objetos; pero también, de qué manera las funciones de
los órganos del cuerpo establecen contacto con el mundo exterior y van cayendo al
control del yo. Este postulado ayuda a Hartmann a evitar la confusión que existe entre
el sí mismo como objeto y el yo como organización. La palabra yo se utiliza para
incluir procesos y funciones psicológicas como pensar, percibir, recordar, sentir, y
tiene una función organizativa y autorreguladora en relación con el sí mismo. Las
funciones yoicas se responsabilizan del desarrollo y ejecución de la satisfacción de las
pulsiones internas, por un lado, y de las demandas del mundo exterior, por el otro. El
sí mismo es un concepto intermedio entre los fenómenos intrapsíquicos y lo que
concierne a la experiencia interpersonal.
Leon y Rebeca Grinberg consideran que las ideas de Hartmann proporcionan a
Edith Jacobson el impulso para desarrollar el concepto del sí mismo, que abarca a la
persona total, es decir, tanto el cuerpo como sus partes –o el sí mismo psicofisiológico
primario–, con pulsiones libidinales y agresivas que dan a luz al narcisismo y
masoquismo primario. A medida que el yo evoluciona, va incorporando su
representación mnémica de los objetos, y a medida que crece el individuo, éste va a ir
diferenciando lo interno de lo externo, el yo del sí mismo y de los objetos, y también
podrá ir diferenciando las representaciones del yo de las autorrepresentaciones. De
esta forma, el narcisismo y el masoquismo secundarios corresponden al impacto de
las pulsiones agresivas y libidinales sobre estas representaciones del sí mismo y de
objeto contenidas en el yo, ahora diferenciado. La identidad tiene dos aspectos, uno
que se refiere al sí mismo y otro al yo vinculado a la función sintética. En opinión de

526
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los Grinberg, siguiendo a Jacobson, el sí mismo tiene una dimensión temporal que
incluye los estadios de la niñez, adolescencia y edad adulta. En la organización
psicótica se desarrolla un sí mismo falso; un sí mismo que protege al sí mismo real
hasta que un medio más facilitador posibilita la emergencia del sí mismo genuino,
recuperado por el yo. Según los Grinberg, así es como transitan los conceptos de
Freud (el yo corporal) hasta Erik Erikson (la constitución de la identidad), Jacobson
(la temporalidad del sí mismo en la formación del yo), Otto Kernberg (aclaración del
significado de temperamento, carácter y personalidad) y Melanie Klein (el sí mismo
como identificación introyectiva, como resultado de la introyección del objeto por
parte del yo y la identificación proyectiva como resultado de la proyección de las
partes del sí mismo sobre el objeto) y, finalmente, J. O. Wisdom (objetos de órbita y
orbitales, relaciones objetales internas y objetos nucleares introyectados).
Los Grinberg describieron cinco conceptos:
- El yo: la estructura psíquica descrita por Freud, que incluye la fantasía
inconsciente del sí mismo sobre o alrededor del yo (corresponde al núcleo del
diagrama de los Grinberg e incluye el concepto de autorrepresentación de Jacobson).
- El no-yo: se refiere al sí mismo e incluye las representaciones orbitales (los
objetos internos más el superyó) y objetales según la descripción de Jacobson. El no-
yo está en el sí mismo, y cuando se expande sobre las fronteras del sí mismo se
convierte en el no-sí mismo.
- El sí mismo: engloba al yo y al no-yo como persona total, además del cuerpo,
la estructura psíquica y el enlace con los objetos internos y externos, donde el
individuo se opone al mundo de los objetos.
- El no-sí mismo: el mundo externo y de los objetos.
- La fantasía inconsciente del sí mismo en el yo: Jacobson no incluye las
fantasías inconscientes, y esto vincula la psicología del yo con la teoría de las
relaciones objetales. Esto último confirma la dificultad de la entrada del sí mismo en
América Latina, ya que el empleo del sí mismo, como explica Montero (2005), sigue
siendo una estructura basada en la experiencia subjetiva.

527
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Este diagrama de los Grinberg ilustra claramente las fronteras entre el yo y el sí


mismo.
En “El problema de la identidad y el proceso psicoanalítico”, los Grinberg
(1974) se basan en la teoría de la formación de la identidad de Erik Erikson (1956) a
partir de fragmentos procedentes de varias identificaciones; la teoría de la regresión
de Ernst Kris (1952), que propicia la actividad creativa, y los estudios de Mahler
(1958) sobre las alteraciones de la identidad en casos de autismo y simbiosis, para
formular su propia teoría sobre el sentido de la identidad como “el resultado de un
proceso de interacción continua entre tres vínculos integrativos, a saber, el espacial, el
temporal y el social” (Grinberg y Grinberg 1974, p. 506).
Otro autor que exploró la relación entre el yo y el sí mismo según la
“psicología del yo estadounidense” fue el argentino Salomón Resnik. En su “El yo, el
self y la relación de objeto narcisista”, Resnik (1971-1972) repasa los significados de
las nociones de yo y sí mismo, incluyendo sus raíces teóricas y etimológicas en
alemán, inglés y español, tanto en el psicoanálisis, como en la psicología académica y
la filosofía. Entrelaza los Principios de psicología de William James (1890), la
descripción del yo de Freud como una estructura con funciones (pensamiento,
coordinación, funcionamiento sintético e integrador, mecanismos de defensa) y las
formulaciones de Hartmann y Jacobson para centrarse en la “ambigüedad y
especificidad del sí mismo”: “el Selbst quedó como una idea ambigua, a la que los

528
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psicoanalistas anglosajones dieron un significado en la experiencia clínica” (Resnik


1971-1972, p. 267).
En el diccionario de Mijolla (2002), muy influyente en América Latina, Agnes
Oppenheimer describe el surgimiento de la psicología del sí mismo desde una
perspectiva de la psicología del yo, haciendo hincapié en cómo la estructura del yo
dotada de funciones difiere de las autorrepresentaciones, las cuales están investidas
narcisísticamente. El sí mismo se convertirá entonces en una estructura per se del
aparato psíquico.
Como concepto fundamental de la psicología del sí mismo, la empatía es clave
para comprender el sí mismo y las relaciones del sí mismo con los objetos. Kohut la
definió como “la capacidad de pensarse y sentirse en la vida interior de otra persona.
Es nuestra capacidad de experimentar lo que experimenta otra persona” (Kohut 1984,
p. 82) y está diseñada para comprender el proceso interactivo entre dos personas,
ocupándose principalmente de la patología narcisista. En cuanto a los aspectos
económicos, es necesaria la diferenciación entre la investidura libidinal del yo y la
del sí mismo, esta última reservada principalmente al narcisismo.
En la psicología del yo, basada en la teoría estructural de Freud (segunda
topografía) y el aparato psíquico del yo, el ello y el superyó, el yo es “lo que uno es”;
el yo negocia entre las necesidades básicas de la persona y las exigencias de su
entorno, en parte consciente y en parte inconscientemente, y busca la adaptación y la
reducción de la angustia, a diferencia del sí mismo y los objetos del sí mismo.
Para la perspectiva de la psicología del yo clásica (Hartmann 1939/1958,
1950; Hartmann, Kris y Loewenstein 1946), el yo existe desde el momento del
nacimiento y lo representan funciones que no están inmersas en el conflicto de
realidad interna y externa. Muchas de estas funciones son relativamente autónomas y
corresponden a una esfera relativamente libre de conflictos. Según este modelo, no
toda la energía del yo proviene de la libido y las pulsiones. El yo es una organización;
tiene una estructura, así como otras subestructuras complejas involucradas en las
funciones jerárquicas. Algunas de estas funciones están libres de los efectos del
conflicto –las funciones autónomas primarias de Hartmann–, mientras que otras se
vuelven autónomas de forma secundaria, tras la resolución de los conflictos. En este
proceso, todos los aspectos están mediados por las relaciones, mientras que las
identificaciones se van convirtiendo en la principal función yoica que hace posible
esta “neutralización” de la energía.
El argentino Roberto Doria (1997), que contribuyó a elaborar el pensamiento
integrador temprano en Divergencias en la unidad, incluye un capítulo, “Psicología
del yo”, en que describe la aportación histórica de Hartmann. Se centra en las
continuidades entre Freud y Hartmann, la riqueza de la obra abarcadora de Hartmann
y su propósito de expandir los horizontes hacia una psicología más general. Por su
parte, Doria destacó la importancia de la función organizativa de Hartmann, la cual
tiene mayor alcance que la función sintética. Según la concepción de Doria, la

529
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capacidad funcional del yo y las estructuras de la personalidad, depende y se


autorregula mediante esta función organizativa, mientras que la función sintética se
limita a las funciones yoicas y no llega a la realidad externa. Doria subraya, además,
el desacuerdo teórico de Hartmann con respecto al instinto de muerte; su propuesta,
en cambio, consiste en la existencia de una pulsión agresiva arraigada en una matriz
constitucional indiferenciada. La intervención para la neutralización de estas
pulsiones agresivas conduce a una integración de energías que nutre las estructuras
funcionales del yo y el superyó. En opinión de Doria, esto demuestra una suerte de
paralelismo con el mecanismo de sublimación mencionado por Freud. Es con estas
ideas hartmanianas en mente, que Doria apela a la necesidad urgente de integrar la
teoría y técnica de la psicología del yo de Hartmann con las de las relaciones
objetales para beneficiar el tratamiento de las patologías graves.
Siguiendo con esta corriente integrativa, en América Latina Edith Jacobson y
Margaret Mahler pasaron a considerarse las “creadoras de la teoría de las relaciones
objetales en la teoría de la psicología del yo”. Se las considera participantes en el
establecimiento de una conexión dialéctica para el desarrollo de los afectos y las
pulsiones, vinculados a la representación mental del sí mismo y del mundo de los
objetos. Si bien existe una superposición entre la psicología del yo y las teorías de las
relaciones objetales en dos de sus contribuciones, a Jacobson (analista de Mahler) se
la considera más cercana a la psicología del yo porque se centró en el papel de la
integración progresiva de las representaciones del sí mismo y de objeto en la
formación de las estructuras psíquicas; mientras que la teoría de la separación-
individuación de Mahler, desde la simbiosis hasta la constancia de objeto, tan esencial
para el pensamiento y trabajo psicoanalítico latinoamericano, es para muchos más
cercana a las teorías de las relaciones objetales.

III Db. Acontecimientos recientes en América Latina


El Comprehensive Dictionary of Psychoanalysis [Diccionario comprensivo del
psicoanálisis] de Salman Akhtar (2009) es muy reconocido en México y norte de
América Latina. Akhtar, en su definición de psicología del yo, explica muy
claramente que se trata de un cambio “de la pulsión a la defensa, de la descarga a la
sublimación, del impulso a la contrainvestidura, de la revelación a la resistencia y del
caldero de los instintos a las operaciones ejecutivas del yo.” América Latina está
reconociendo gradualmente los esfuerzos integradores de crear puentes entre la
psicología del yo, la teoría kleiniana y los teóricos británicos independientes
balintianos y winnicottianos, como Sandler y F. Pine, quienes escriben sobre las
cuatro psicologías del psicoanálisis (Pine 1988) y a quienes también hace referencia
Akhtar. Las definiciones del yo de Akhtar abarcan aportaciones de muchos psicólogos
del yo y sus conceptualizaciones sobre las funciones autónomas del yo, los límites del
yo, la investidura libidinal del yo (o catexis del yo), los defectos del yo, las defensas
del yo, las desviaciones del yo, las distorsiones del yo, la función yoica de la

530
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metaforización, las funciones yoicas, el ideal yoico, la identidad yoica, la regresión al


servició del yo, los instintos yoicos, la integridad yoica vs la desesperación, la libido
yoica, la modificación del yo, las necesidades del yo, los núcleos del yo, el pasaje del
yo, la regresión del yo, la relación del yo, la fuerza o debilidad yoica y el sentido del
yo de su propia desaparición. Este abanico conceptual presenta una exposición teórica
y técnica muy extensa de la psicología del yo.
En un primer momento, la forma en que se transmitieron y tradujeron las
etapas del desarrollo psicosocial de Erik H. Erikson a los analistas latinoamericanos
carecía de la riqueza y complejidad interactiva y regresivo-progresiva de su
planteamiento. De hecho, la atención se centró en gran medida en la progresión
secuencial y lineal. Presentado de esta forma, se creyó que sus ideas eran contrarias a
otras propuestas más dinámicas, rizomáticas e interactivas que progresan y retroceden
a partir de una interacción compleja, menos epigenéticamente (pre-)determinadas por
el desarrollo. Sin embargo, tal vez gracias al anterior trabajo de los Grinberg (1971,
1974) en español (y su traducción al inglés), se fue comprendiendo cada vez mejor
que Erikson enfatiza los aspectos culturales y sociales que participan en la formación
de la “identidad del yo” a partir de muchas identificaciones parciales a través de
procesos de introyección, internalización e integración. En este sentido, se entiende
que el yo tiene aspectos subjetivos del sí mismo y se responsabiliza de la integración
de las diferentes representaciones mentales del sí mismo.
América Latina tenía originalmente una concepción algo limitada de la teoría
de la psicología del yo, puesto que se creía que se limitaba al tratamiento de la
psicopatología neurótica. En este contexto, fue muy significativa la integración de
Otto F. Kernberg entre la psicología del yo y las teorías de las relaciones objetales,
puesto que aportó indicaciones técnicas específicas y una metodología que extiende
los tratamientos analíticos a pacientes con organizaciones de personalidad límite, en
su integración teórica entre la psicología del yo y el enfoque de las relaciones
objetales. En América Latina, algunos empezaron a considerar que la contribución de
Kernberg era un enfoque integrador de la “psicología del yo contemporánea”,
especialmente relevante para el tratamiento de pacientes con dificultades en el área de
la simbolización y con un cuadro límite de la personalidad.
Debido a este reconocimiento de las superposiciones entre la teoría de la
psicología del yo y la teoría de las relaciones objetales, se dejó de identificar a Otto
Kernberg como un teórico de las relaciones objetales y se pasó a ver como un
representante del acercamiento entre la psicología del yo y las relaciones objetales,
puesto que su teoría también incorporaba la división de Klein perteneciente a la
posición esquizoparanoide. La técnica de Kernberg (Kernberg, O. F., F.E. Yeomans,
J. F. Clarkin et al. 2008) en el trabajo con pacientes límite, la “psicoterapia centrada
en la transferencia” (TFP), se tiene muy presente en México. A su llegada de Austria
se instaló en Chile, y allí cursó estudios médicos. Por esta razón se lo considera, en
cierto sentido, un teórico latinoamericano. Su conocimiento del idioma español, sus
viajes por el continente latinoamericano dando conferencias, además de que se trata

531
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de un autor prolífico que escribió muchos libros en español o traducidos al español,


hacen que su teoría sea accesible (con sus elementos de la psicología del yo y de las
relaciones objetales). Chile, de hecho, fue el segundo país latinoamericano, después
de México, que se relacionó con aspectos de la teoría psicológica del yo,
principalmente en el trabajo con patologías límite.
Los dos conceptos clínicos desarrollados de forma independiente: la alianza
terapéutica de Elizabeth Zetzel y la alianza de trabajo de Ralph Greenson son
importantes para la práctica clínica psicoanalítica latinoamericana, puesto que se
centran en la cualidad y naturaleza de la relación psicoanalítica.
El trabajo psicoanalítico con niños y adolescentes de Erikson, basado en la
“confianza básica”, la “industria” y el trabajo hacia la “autonomía” también se toma
muy en cuenta, aunque, paradójicamente, se considere una excepción de la teoría de
la psicología del yo, más centrada en el desarrollo y, por tanto, más útil como técnica
para trabajar con niños y adolescentes. Debido a estos malentendidos y al “estigma
estadounidense”, que confunde la psicología del yo con la psicología cognitiva,
actualmente se ha ido creando un “entretejido” de conceptos psicológicos del yo
como las resistencias y la ampliación de la atención sobre las defensas y su
interpretación, que convergen en un versión sintética de la psicología del yo
evolutiva, la cual incluye una versión actualizada de la separación-individuación de
Mahler en las conceptualizaciones de Daniel Stern (1985) –como la “sintonía
afectiva”–, pero deja de lado a Hartmann, Loewenstein y otros. La idea de que el
psicoanálisis pertenece exclusivamente al mundo interior puede estar dando paso a un
psicoanálisis más integrado o contemporáneo, que abarque un abanico más amplio de
patologías.
Si bien la inmigración es un gran problema a escala mundial, es un fenómeno
que ha afectado especialmente a América Latina. Por esta razón, el trabajo con los
inmigrantes se basa principalmente en conceptos psicológicos y socioculturales del
yo. Los conceptos evolutivos como la angustia de separación de Mahler durante la
subfase de acercamiento en su teoría de la separación-individuación, la necesidad de
exigir la constancia de objeto y la “confianza básica vs desconfianza” y la (re-
)formación de la “identidad yoica” de Erikson se vuelven esenciales, además de la
sintonía afectiva de Stern.
La aclaración de Glen Gabbard (2009) sobre los tres paradigmas
psicoanalíticos principales: la psicología del yo, las teorías de las relaciones objetales
y la psicología del sí mismo, así como su evolución desde la teoría analítica clásica,
está ganando terreno en todo el continente, al igual que el artículo de Robert S.
Wallerstein (2002), “El crecimiento y la transformación de la psicología del yo
estadounidense”, que introdujo a los analistas latinoamericanos la historia de la
evolución de la psicología del yo desde Hartmann hasta el pluralismo teórico actual
del pensamiento posfreudiano en América del Norte, mediante una integración de la
psicología del yo contemporánea/teoría estructural con las relaciones de objeto y

532
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elementos de la psicología del sí mismo. Esta perspectiva, entendida como un puente


entre los procesos yoicos que incluye desde el principio de realidad hasta la vida
social, se ve reflejada en importantes corrientes de pensamiento y prácticas
psicoanalíticas latinoamericanas.
El trabajo de Cecilio Paniagua, Técnica psicoanalítica: Aportaciones a la
psicología del yo (2014), ha sido adoptado en América Latina, especialmente entre los
psicoanalistas jóvenes, como una versión novedosa que antepone la técnica a la teoría.
Como psicoanalista español que escribe en español e inglés, Paniagua amplió las
intervenciones de proceso cerrado de Gray y reconoció que necesitan ser “adaptadas a
los diferentes entornos culturales” (Paniagua 2008, p. 2019).
Más que en el trabajo asociativo, el enfoque de Paniagua consiste en explorar
las resistencias teniendo en cuenta la importancia de la alianza terapéutica, con el fin
de privilegiar el yo que se observa a sí mismo como camino hacia la comprensión del
conflicto inconsciente y la exploración del ello que contribuye a la formación de los
rasgos del carácter. Menciona que el trabajo analítico se centra en la exploración de
los obstáculos que se oponen a la manifestación verbal, como una resistencia al
surgimiento de las pulsiones instintivas. Las interpretaciones del material analítico se
privilegian cuando el paciente se encuentra en un estado regresivo del yo, listo para la
introspección. Entonces, la superficie se vuelve importante porque se presta especial
atención al flujo de la secuencia, los cambios en el tono de voz, las pausas y
omisiones que insinúan la naturaleza de las defensas que protegen los derivados del
ello. A esto el autor lo llama escucha microanalítica.
Históricamente, Paniagua vincula su enfoque psicológico del yo
contemporáneo con conceptos que atraen a los analistas latinoamericanos: la postura
del analista no es de superioridad, sino de sana ignorancia; es decir, más que una
atención flotante se emplea una actitud consciente. Esto se basa en el concepto de
Theodore Reik (1948) del “tercer oído intuitivo”, el cual se apoya en la observación
más que en lo que está sintiendo el analista. De esta forma, el trabajo analítico
impulsará el yo observador y el paciente no solo será un proveedor de material
biográfico, sino que tendrá un papel activo en la sesión. Más que interpretaciones se
hacen aclaraciones (Bibring 1954) en las que se otorga un gran valor al esfuerzo del
paciente, en lugar de lo que parece haber sido entendido como intervenciones
interpretativas clásicas, autoritarias y unilaterales. La función del yo sintético
conducirá así el proceso analítico hacia los derivados pulsionales que fueron
reprimidos y encontrará soluciones más adaptativas.

533
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IV. CONCLUSIÓN

En América del Norte, la psicología del yo contemporánea sostiene que gran


parte de los aspectos de la psique operan de forma inconsciente, incluidas las
interacciones conflictivas entre el ello-yo-superyó y el mundo exterior con sus objetos
y sus representaciones internas, las cuales producen una amplia gama de formaciones
de compromiso implicadas tanto en la salud psíquica y la creatividad como en la
enfermedad. Los psicólogos del yo contemporáneos convienen que el significado,
profundidad e intensidad de la experiencia proviene de la integración de lo consciente
y lo inconsciente a través de la fantasía, la transferencia y la comprensión de la
integración de la densidad afectiva del proceso primario consciente e inconsciente con
el lenguaje del proceso secundario, que brota de lo más profundo de la existencia.
Bajo este enfoque, la psicología del yo estudia los múltiples roles del yo en el
conflicto psíquico y las complejidades del funcionamiento intrayoico, que abarcan las
funciones yoicas tanto defensivas como autónomas, así como la fuerza yoica. La
interacción entre los procesos intrapsíquicos e interpsíquicos responde a diversas
condiciones internas y externas, entre las que se incluye el trauma, tanto en la vida
como en la situación analítica. El desarrollo evolutivo y las transformaciones de las
pulsiones, defensas y valores culturales y éticos internalizados afectan y se ven
afectados por el funcionamiento autónomo del yo y la fuerza y resistencia yoicas.
Gracias a la integración de los hallazgos de otras escuelas de pensamiento, los
psicólogos del yo se han dado cuenta de que una multitud de fenómenos clínicos y del
desarrollo ocurren simultáneamente.
No es una coincidencia que la psicología del yo clínica y teórica actual
entienda que la interpretación opera en los límites de la disposición del paciente para
la comprensión, y que esto comporta matices afectivos, o que el proceso clínico
comporta formaciones de compromiso tanto para el analista como para el paciente. La
transferencia y la contratransferencia se reconocen como experiencias complejas y
sobredeterminadas. Esta concepción multifacética de los procesos transferenciales
intrapsíquicos e interpsíquicos de ambos participantes, los cuales operan desde
“dentro de la transferencia”, puede mejorar la mentalización dedicada a “crear una
mente psicoanalítica”, un prerrequisito del éxito de la técnica interpretativa. Las
funciones yoicas contribuyen a las percepciones del yo corporal, su significado
dinámico y sus representaciones mentales. Se pueden comprender las respuestas al
trauma analizando los mecanismos del yo inconsciente que dominan el “proceso
cero”, donde el trauma que surge específicamente de esos traumas está siempre
“esperando que suceda”.
Los conceptos psicológicos del yo ayudan a describir y delimitar las técnicas
relacionadas con la reconstrucción de eventos patógenos (pasados y presentes) y
promover procesos de internalización mediante la construcción de estructuras y
representaciones psíquicas. Finalmente, los conceptos de la psicología del yo

534
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subrayan la experiencia psíquica individual en toda su complejidad. Asimismo,


pueden ofrecer pautas matizadas para personalizar y afinar la evaluación dinámica y
la intervención psicoanalíticamente orientada, es decir, para expandir y articular la
interacción de todos los aspectos del proceso psíquico y la vida mental.
En Europa, la psicología del yo puede definirse como una fase del
psicoanálisis, como una escuela, y como una perspectiva analítica que toma varios
caminos según la personalidad del psicoanalista que la utiliza y formula, muy
influyente antes y después de la Segunda Guerra Mundial en las corrientes de
pensamiento y prácticas psicoanalíticas europeas.
En este contexto, al articular los intereses de los protagonistas de estas
prácticas, se hace evidente que muchas facetas de la psicología del yo –con sus
dimensiones teóricas y clínicas– todavía representan una corriente importante, aunque
a menudo olvidada, del psicoanálisis. Desde este punto de vista, es cierto que los
psicoanalistas orientan su trabajo –como solía decir Otto Fenichel– hacia el yo de sus
pacientes, pero lo hacen de forma tan automática que a veces no logran integrar este
trabajo en su teoría.
En América Latina, la teoría de la psicología del yo contemporánea no está
muy difundida; sin embargo, por contradictorio que parezca, es muy empleada en la
práctica psicoanalítica cotidiana. La influencia de la psicología del yo se manifiesta en
el hecho de: a. prestar atención inmediata y constante al flujo de palabras, secuencia
de asociaciones, inflexión y tono de voz, así como otras expresiones afectivas para
poder detectar los derivados instintivos que se encuentran de camino a la conciencia;
b. hacer un seguimiento sensible de los obstáculos e interferencias del yo que
consideran estas expresiones peligrosas, así como del superyó, que las juzgará
inaceptables. Si bien la psicología del yo (norteamericana) no descarta las pulsiones y
fantasías inconscientes, éstas apenas se aprecian en América Latina. En la práctica se
entiende (en consonancia con la técnica clínica de la psicología del yo) que las señales
sutiles y disfrazadas de la angustia son, de hecho, la punta del iceberg de los
elementos del ello que han creado la necesidad de una defensa yoica. Se entiende que
se necesita una alianza sólida de trabajo dentro del encuadre psicoanalítico clínico,
que fomente la función autoobservadora del yo en el aquí y ahora, lo que, a su vez,
aumenta la disposición del paciente para utilizar la interpretación que hace el analista
de sus fantasías y pulsiones subyacentes.
Si bien los analistas latinoamericanos emplean distintos métodos, según los
preceptos de teorías diversas, para explorar la motivación inconsciente (interna y
externa), no desaparecen los métodos básicos de asociación libre, encuadre,
interpretación de resistencias y defensas, análisis de transferencia y
contratransferencia. La teoría de la psicología del yo se manifiesta de muchas maneras
en la práctica clínica diaria. En el trabajo con el paciente, se exploran las patologías
primitivas del yo, la falta de simbolización y el acting-out como parte de la
metodología básica del psicoanálisis contemporáneo que contribuye a vencer las

535
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resistencias y defensas que se interponen entre las funciones yoicas de los procesos
simbólicos y el lenguaje.
Existe una necesidad de contar con elementos de la teoría clínica
psicoanalítica, y los paradigmas teóricos (y sus modificaciones) tienen una
repercusión en la práctica clínica (Tuckett 2011). En América Latina, los esfuerzos
por integrar la psicología del yo y el pensamiento objetal coinciden en que todas las
orientaciones analíticas comparten el denominador común de que nuestra vida está
guiada por motivaciones inconscientes, aunque a la hora de la verdad empleen
distintos métodos para explorar esas motivaciones. De ello se desprende que la
psicología del yo contemporánea esté tan viva en América Latina, aunque su
reconocimiento se haya descuidado; de hecho, aunque resulte paradójico, la teoría
está mal vista, pero la técnica es fundamental para la clínica, ya que, en la práctica,
trabajar con defensas y resistencias abre el camino a los conflictos subyacentes,
derivados pulsionales, fantasías inconscientes y pulsiones.
---
La mayoría de los autores de América del Norte, Europa y América Latina que
trabajan con conceptos psicológicos del yo en su práctica clínica entienden que el
desarrollo del yo se produce en el contexto de las relaciones de objeto y las
interacciones recíprocas entre el yo y el ello. En este sentido, la división teórica entre
las pulsiones y sus derivados, por un lado, y el yo inconsciente en acción, por otro,
traducida clínicamente como “el análisis del ello vs el análisis del yo”, presenta falsas
dicotomías. La exploración de las complejidades del funcionamiento adaptativo, no
adaptativo, defensivo o creativo del yo hace posible el surgimiento espontáneo del
material pulsional a la superficie clínica, y esto, a su vez, hace posible un análisis más
completo del ello.

Actualmente, el florecimiento en el campo integrativo-conceptual incluye


variaciones y elementos de la psicología del yo que arrojan luz sobre el ámbito
dinámico del funcionamiento yoico. Esto significa que se tienen en cuenta las
interacciones multidireccionales de los contenidos y procesos conscientes e
inconscientes, el mundo representacional interno vinculado a los afectos y pulsiones
en relación con la formación de la estructura psíquica, así como el “procesamiento
transformador” de los dominios experienciales, incluyendo la subjetividad, la
alteridad, la alienación y la comunicación presimbólica/prepsíquica simbolizada de
forma inconsciente, en el contexto de las continuas relaciones evolutivas entre el yo y
el sí mismo, tanto en la vida como en el proceso analítico de la práctica clínica.

536
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Ver también:
CONFLICTO
INTERSUBJETIVIDAD

TEORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES


SÍ MISMO

EL INCONSCIENTE

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Consultores regionales y colaboradores:

Norte América:
Rosemary Balsam, MD; Jerome Blackman, MD; Harold Blum, MD; Fred Bush, PhD;
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PhD

Europa:
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América Latina:
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Copresidenta de coordinación interregional:


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Traducción: Jèssica Pujol Duran

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TEORÍA DE LA COMUNICACIÓN
David Liberman
Entrada tri-regional
Consultores interregionales: Samuel Arbiser (América Latina),
Arne Jemstedt (Europa), Eva D. Papiasvili (América del Norte)
Copresidente y coordinador interregional: Victoria Korin (América Latina),
Elias Rocha Barros (América Latina)

I. INTRODUCCIÓN Y DEFINICIÓN INTRODUCTORIA

En un sentido amplio, David Liberman, basando su trabajo en los aportes de


la Teoría de Comunicación contemporánea a su época, presenta, a través de una
compleja objetivación, una reformulación sistemática de la psicopatología. Está
basada, empíricamente, en una evaluación multidimensional de los aspectos
comunicativos ,interactivos, de la práctica psicoanalítica clínica. Específicamente, el
diálogo entre el paciente y el clínico provee la base empírica para la investigación
psicoanalítica, así como la herramienta de diagnóstico.
En este complejo sistema, la psicopatología es replanteada en términos de la
interrupción del proceso comunicativo produciendo un déficit en la adaptación.
David Liberman, fue uno de los autores más originales de la “corriente
psicosocial” del psicoanálisis argentino, encabezada por Enrique Pichon Rivière
(Arbiser, 2017). Esta corriente de pensadores adoptó un enfoque especialmente
multidisciplinario y plural. En este contexto, Liberman propuso una metodología
innovadora: tomar como base empírica y como punto de partida para estudiar y
evaluar la evolución de la sesión psicoanalítica y su proceso, el diálogo analítico .
Sus aportaciones pueden considerarse un estudio sistemático de la práctica
clínica. Liberman tenía el propósito de dotar al psicoanálisis de un mayor carácter
científico, como él mismo lo explicita en el primer capítulo de su libro, La
comunicación en terapéutica psicoanalítica (1962), titulado “Ciencia, investigación y
teorías en psicoanálisis”. Esto lo llevó a desarrollar sistemas de formulaciones
descriptivas y explicativas a partir de la indagación sistemática de un campo de
altísima complejidad como es el de la conducta humana.
Como puede observarse en las tablas que se muestran mas adelante , empleó
para ello las formulaciones de Jurgen Ruesch (Ruesch y Bateson, 1951) que se
habían dado a conocer en esa época, articulándolas con premisas básicas del
psicoanálisis de la América Latina de los 60: las “fantasías inconscientes”, las

562
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“ansiedades básicas” y las “defensas” (Klein, 1952) que se manifiestan en la situación


analítica en el contexto de la relación transferencial-contratransferencial.

II. EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO

Debe tenerse en cuenta que, anteriormente, el autor ya había mostrado interés


por estas preocupaciones teóricas en su tesis doctoral, que se convirtió en su primer
libro, titulado Semiología psicosomática, publicado en 1947.
La utilización que Liberman hace de la teoría de la comunicación fue otra
manera de dotar a la clínica psicoanalítica de una sistematización que pudiera dar
cuenta –en la forma más objetiva posible– de la realidad concreta de los consultorios,
sin descuidar la singularidad de cada miembro de la pareja psicoanalítica. En sus
indagaciones, la teoría de la comunicación fue sustituida por una de sus ramas, la
semiótica. La semiótica es la ciencia que estudia los principios generales que rigen el
funcionamiento de los sistemas de signos o códigos y establece su tipología (Prieto,
1973). Esta disciplina (también influenciada por Morris, 1946) le proporcionó las
herramientas conceptuales para concluir que la comunicación humana no se transmite
única y exclusivamente por el canal verbal (el “área sintáctica”), sino que también
debe prestarse atención a los posibles “malentendidos” de la comunicación, atinentes
al “área semántica” y al “área pragmática” para decodificar los mensajes que transitan
mayormente por el canal conductual. Por consiguiente, el “área sintáctica” hace
referencia a la relación sintagmática entre los signos; el “área semántica” a la relación
entre significante y significado; y el “área pragmática” a la relación entre el usuario y
el código (Watzlawick et al, 1967). En otras palabras, la información transita en
“paquetes” que contienen varias combinaciones de las tres áreas semióticas. Según los
elementos dominantes y las distorsiones observables en cada una de estas áreas,
Liberman agrupa a los pacientes en tres categorías: 1) “pacientes con distorsión de
predominio sintáctico”, que se corresponden con los pacientes “neuróticos” de la
psicopatología clásica; 2) “pacientes con distorsión de predominio semántico”, que
comprenden una amplia gama de los llamados pacientes “narcisistas” en la
nomenclatura psicopatológica clásica; y 3) “pacientes con distorsión de predominio
pragmático”, que incluye los trastornos psicopáticos, las perversiones y las adicciones
de las clasificaciones clásicas. En esta sistematización la palabra clave es predominio.
Finalmente, Liberman culminó su secuencia de sistematizaciones clínicas con
el estudio de los “factores y funciones de la comunicación” de Roman Jakobson
(Jakobson, 1960). Los correlacionó con su propia adaptación del modelo del aparato
psíquico de la primera tópica de Freud para crear su teoría de “estilos”, de
“complementariedad estilística” y del “yo idealmente plástico”. En los últimos años
de su vida, que se vio truncada prematuramente, Liberman volvió a su interés inicial

563
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en el estudio de los efectos psicosomáticos con la caracterización del “paciente


sobreadaptado” que comporta una adaptación pasiva a la realidad según las
enseñanzas de E. Pichon Rivière sobre la “adaptación a la realidad” (Arbiser, 2017).

II. A. Los estilos


David Maldavsky (1986), estrecho colaborador del autor, señaló las
dificultades de encontrar una definición precisa del concepto de estilos en los textos
de Liberman, y por esta razón propuso maneras de seleccionar y combinar palabras y
secuencias específicas de historias, para entender el tiempo, el espacio, el objeto y la
causalidad en la clínica psicoanalítica.
Teniendo en cuenta que el código lengua – por su doble articulación de
significante/significado y signo/signo de Luis J. Prieto (1973) – admite infinitas
posibilidades combinatorias para construir la señal portadora del mensaje, Liberman
perfila distintas tipologías estilísticas según las elecciones espontáneas que hacen los
usuarios.
A la representación gráfica tridimensional del Yo y el Ello (Freud, 1923) la
atraviesa con una “cinta” que parte del polo perceptual con su catexis de atención para
desembocar en el polo motor donde se regula la acción por la percepción anticipada
de la respuesta. Entre estos polos propone seis funciones yoicas parciales, que
correlaciona con seis formas de recibir (decodificar), evaluar (discernir diferentes
sentidos y significados) y emitir (codificar) señales portadoras de mensajes.
A su vez, estas seis funciones se ordenan en una sucesión de cuadros de estilos
que, siguiendo ese mismo orden, se hacen crecientemente inclusivas.
A continuación, a modo ilustrativo, se presenta una enumeración sintética de
los estilos:
Cuadro 1: Estilo reflexivo. Hace referencia al factor fuente y a la función
metalingüística o reflexiva de Roman Jakobson. El discurso se centra en el emisor
(“yo pienso”). La función yoica en juego implica la capacidad de disociarse y
observar sin participar por la escisión de los afectos, lo cual permite percibir la
totalidad y prestar atención a los detalles. La conexión con los objetos es
exclusivamente perceptiva a expensas de los afectos propios y ajenos. Estos pacientes
corresponden, aproximadamente, a los esquizoides de la mencionada terminología
clásica. En su nomenclatura de 1962, del libro La comunicación en la terapéutica
psicoanalítica, Liberman los define como “personas observadoras y no participantes”.
Cuadro 2: Estilo lírico. Como en el caso anterior, entra en juego el factor fuente, en
tanto que también se centra en el emisor, pero ahora se trata de la función expresiva
(“yo siento”). La escisión en estos pacientes es a expensas de la percepción y a favor
de la participación de los afectos. La percepción se vuelve restringida y tendenciosa
por la amenaza del desborde afectivo. Se reduce la distancia entre el yo y el objeto de

564
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manera que el sujeto se incluye y compromete, dejando fuera del campo perceptivo la
relación del objeto con el contexto. Esto equivale a las personas depresivas, en las
sistematizaciones anteriores del autor (1962), y a los individuos que padecen
depresión neurótica o psicótica, en la clasificación clásica.
Cuadro 3: Estilo épico. Hace referencia al factor del receptor y abarca la función
conativa. El yo desarrolla la capacidad de captar los deseos propios y detectar las
vulnerabilidades del medio humano circundante para poder llevarlos a la práctica.
Para ello debe tomar una decisión tras haber calibrado el equilibrio entre la necesidad
y la posibilidad. Con respecto a la terminología anterior del autor (1962), es la
persona que actúa, o en términos clásicos las psicopatías, que incluyen acting-out,
adicciones y perversiones.
Cuadro 4: Estilo narrativo. Aquí nos referimos al factor contextual y a la función
referencial. Para el yo, esto implica la capacidad de adaptarse a las circunstancias, al
tipo de vínculo, ya sea horizontal (con iguales, en distintos grados de intimidad) o
vertical (padres-hijos, autoridades-subordinados). A diferencia del caso anterior
(Cuadro 3), el pensamiento como ensayo reemplaza la acción o la posterga
indefinidamente. En el discurso, dado la preeminencia del contexto, se hace muy
difícil distinguir la idea principal de las ideas secundarias: persona lógica (1962).
Neurosis obsesivas y carácter anal en la descripción clásica.
Cuadro 5: Estilo dramático: busca incógnitas y crea suspenso. El factor en juego es el
canal y la función fática. Esta función alude a la capacidad del yo de obtener un
contacto con el objeto con un mínimo de transmisión de información y un máximo de
seguridad en la conexión. Por ejemplo, en la vida cotidiana moderna, pueden servir de
modelo las comunicaciones telefónicas interminables, donde los interlocutores no
intercambian información, sino que solo mantienen abierto el canal. Lo que aquí está
en juego es la capacidad de mantener un nivel de ansiedad útil y preparatoria para
llevar a cabo una acción una vez establecido el vínculo, tomada la decisión y
observadas las circunstancias (Cuadros 1, 2, 3 y 4). Está vinculado al momento
evolutivo del yo cuando aprende a utilizar la señal de angustia (Freud, 1926) para
liberarse de la tiranía de la angustia traumática o de la necesidad de la posesión
incondicional del objeto acompañante: persona temerosa y huidiza (1962). Histeria de
angustia y carácter fóbico en el sistema clásico.
Cuadro 6: Estilo dramático con impacto estético. El factor en juego es el mensaje y la
función poética de Jakobson. En éste se ve involucrada la capacidad yoica de registrar
en un solo mensaje la mayor adecuación combinatoria entre acción, afecto y
pensamiento en el uso del lenguaje verbal y del simbolismo. Esto puede observarse en
los mensajes publicitarios exitosos - personas demostrativas (1962), clásicamente el
carácter histérico y la neurosis histérica de conversión.
Esta clasificación puede emplearse para definir al yo idealmente plástico.

565
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Consiste en una combinatoria de funciones yoicas ajustadas en todo momento


a las circunstancias que brinda el campo social en el que el sujeto interactúa, y se
corresponde con la ausencia relativa de psicopatología, es decir, con la normalidad .
Desde esta concepción del proceso analítico como interacción terapéutica, se
puede aceptar la idea de estilos complementarios siempre y cuando el analista, como
usuario de diversos códigos de comunicación, también opte por las infinitas
posibilidades de construir señales portadoras de su mensaje para dar sus respuestas
interpretativas. El desideratum de la complementariedad estilística es que el resultado
de una intervención sea, en forma y contenido, la respuesta interpretativa más
ajustada en cuanto al punto de urgencia, la ansiedad prevaleciente y las defensas
involucradas en cada momento.

II. B. El “paciente sobreadaptado”


Este concepto representa una extensión y posterior elaboración del interés
inicial de Liberman por la incidencia psicosomática manifestada en su tesis doctoral
sobre Semiología psicosomática (1947). Cuando retomó este tema, en vez de los
rasgos orgánicos (Liberman 1982) , ubicó la adaptación excesiva al medio y los
valores culturales dominantes e incuestionables en el centro de la caracterización
psicosomática.
La persona “sobreadaptada” se adapta a la realidad de forma pasiva y no
crítica. La consecuencia más sustancial de esta “sobreadaptación” ambiental es el
aplazamiento o la suspensión y la subestimación del yo corporal y emocional. De ahí
la conocida fórmula de Liberman del “yo sobreadaptado al ambiente” versus el “yo
corporal repudiado y subyugado”. Las señales provenientes del mundo emocional y
del cuerpo son ignoradas por una falla en la construcción de los símbolos por parte de
un aparato simbólico deficitario. Cuando los estímulos del cuerpo no se integran al
proceso psíquico, la mente sufre un déficit cuyo resultado es la preeminencia de la
exterioridad sobre la interioridad.
Se pueden distinguir las conexiones conceptuales con el “bebé traumatizado”
de Sándor Ferenczi (1931, 1949) y el “yo falso” de Donald Winnicott (1955), que se
desarrolla en una “maternidad no suficientemente buena”.
Como ya se mencionó al principio, la necesidad de recurrir a las llamadas
disciplinas auxiliares fue producto de una decisión metodológica en consonancia con
su proyecto de dotar al psicoanálisis de una mayor base científica. Por consiguiente,
fue necesario que Liberman estableciera una base empírica específica para el
psicoanálisis.
El hecho de entender la sesión analítica como un diálogo dentro del marco de
la interacción humana, hizo que fuera necesario distinguir la investigación del
inconsciente en la sesión, del estudio de la sesión desde fuera, en cuyo caso se debe

566
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evaluar (de la forma más imparcial posible) la actuación de ambos miembros de la


díada, así como sus respectivas responsabilidades en los resultados del proceso
terapéutico o iatrogénico. Dentro de la sesión es imposible, además de
desaconsejable, despojarse de la subjetividad, ya que ambos miembros del diálogo
están necesariamente inmersos en la atmósfera emocional del campo transferencial-
contratransferencial. La situación cambia cuando la sesión se examina desde el
exterior. Para lograr tal objetividad, Liberman insistió en la necesidad de contar con
las llamadas “disciplinas auxiliares”.
Conviene insistir que Liberman no remplaza la psicopatología psicoanalítica
clásica por una nueva psicopatología, sino que su aportación defiende una
“sistematización del trabajo clínico psicoanalítico” desde la especificidad misma de
su método. Y ese fue, por consiguiente, el resultado de la decisión metodológica
mencionada anteriormente.
El hecho de entender la terapia psicoanalítica como un diálogo implica dar por
sentada, de entrada, una postura “vincular” enmarcada en la ya repetidamente
mencionada interacción humana, como lo demuestra su siguiente afirmación: “…la
sesión psicoanalítica se toma como un proceso de interacción en el que el
comportamiento de uno de los miembros de la pareja [analítica] determina la
respuesta del otro y viceversa…” (Liberman, 1976, p. 21). El diálogo analítico de
Liberman, atendiendo a los postulados de la teoría de la comunicación, puede
considerarse como una interacción entre tres circuitos comunicativos superpuestos:
dos circuitos intrapsíquicos (el del paciente y el del analista) y el circuito
interpersonal creado entre ellos.
En su libro, Comunicación en terapéutica psicoanalítica (1962), Liberman
utiliza, como ya se dijo, los aportes de Jurgen Ruesch para clasificar los distintos tipos
de “persona” según su forma de comunicarse con el interlocutor. Los enumera y
correlaciona, primero con la nomenclatura clásica de O. Fenichel (1945), y luego con
sus propias sistematizaciones posteriores, como se indica en las siguientes tablas:

Nomeclatura de Ruesch Nomenclaura de O. Fenichel

Persona demostrativa Histeria de conversión (carácter histérico)

Persona temerosa y huidiza Histeria de angustia (carácter fóbico)

Persona lógica Neurosis obsesiva (carácter obsesivo)

Persona de acción Personalidades psicopáticas (perversiones y


compulsiones)

567
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Persona depresiva Trastorno ciclotímico, depresión neurótica y psicosis


cíclica

Persona observadora y no participante Trastorno esquizoide, esquizofrenia

Persona infantil Neurosis de órgano (enfermedades psicosomáticas)

Liberman procede, además, a combinar los aportes de Ruesch y Fenichel con


las fases de desarrollo de la libido (Freud, 1905, 1933; Abraham, 1924) y las
ansiedades paranoicas y depresivas (M. Klein, 1952). De este modo traza el siguiente
cuadro esquemático, donde se señalan los afectos dominantes en cada estructura
clínica (Liberman, D. 1962, p. 130):

Cualidades del objeto Emoción o sentimiento Emoción o sentimiento


superyoico proyectado sobre correspondiente a la correspondiente a la posición
el terapeuta según la zona posición depresiva. esquizoparanoide.
erógena de donde proviene el
estímulo.

Pecho que priva (modalidad Tristeza. Nostalgia. Avaricia. Envidia.


oral receptiva 01) Aflicción.

Pecho que devora (modalidad Resignación. Impaciencia.


oral caníbal 02)

Pecho que despoja (modalidad Humillación. Vergüenza.


anal expulsiva A1)

Pecho que sofoca (modalidad Desesperación. Inutilidad. Desprecio.


anal retentiva A2)

Pecho que envenena Pesimismo. Desconfianza.


(modalidad fálico-uretral FU)

Pecho que despedaza Despersonalización. Extrañamiento. Desrealización.


(modalidad genital G)

568
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III. RAMIFICACIONES CONTEMPORÁNEAS Y USOS CLÍNICOS DEL


CONCEPTO

En su conjunto, la contribución de la teoría de la comunicación de David


Liberman al psicoanálisis contemporáneo puede sintetizarse de dos maneras que, en
su momento, ampliaron el concepto:
En primer lugar, la teoría despliega un sistema moderno de evaluación e
indagación basado en datos empíricos, sistema que Liberman elaboró en gran detalle
en sus publicaciones (especialmente en Liberman, 1970), y que más adelante fue
ampliado y perfeccionado por la vasta y laboriosa obra de David Maldavsky (2004,
2007 y 2013) a partir de lo que este autor ha denominado el DLA (Algoritmo de
David Liberman).
En segundo lugar, otro factor innovador de la obra de Liberman es su
relevancia para la práctica contemporánea en la evaluación y las implicaciones
clínicas del trabajo psicoanalítico, ya que proporciona herramientas innovadoras para
abordar la psicopatología en toda su complejidad y heterogeneidad. Un ejemplo
específico de avances posteriores en esta área es la reformulación de Samuel Arbiser
(1994) del proceso asociativo libre, las intervenciones interpretativas y el conjunto del
encuadre clínico, con resultados clínicos favorables con respecto a pacientes con
estructuras fóbico-obsesivas y perversas: “…[El hecho de que] su formulación no
conservara los métodos de la interpretación clásica y se decantara muy claramente por
la advertencia concordaba con el lenguaje de la acción, que era el único lenguaje
utilizado y entendido por el paciente (distorsión pragmática, Liberman, 1971-2)…”
(Arbiser 1994, p. 741; énfasis original).

IV. CONCLUSIÓN: COMPLEJIDAD METODOLÓGICA

Las etapas del desarrollo conceptual de la teoría de Liberman están marcadas


por una sucesiva correlación de conceptos psicoanalíticos tradicionales –que se
supone que subyacen al diálogo clínicamente observable– con una terminología de la
teoría de la comunicación, la semiótica y la lingüística. Sin embargo, la
sistematización resultante de un diagnóstico multidimensional y altamente
individualizado, plantea un conjunto de interrogantes metodológicos y controversias
que tienen repercusiones en el proceso clínico y la técnica. Algunas de estas
controversias son relevantes para muchas otras áreas de la indagación psicoanalítica,
siempre que se empleen con precisión empírica, categorización e intercambio de
conocimientos con los campos auxiliares.

569
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Liberman tuvo el firme propósito de desmitificar el psicoanálisis y sustraerlo


de la tendencia al cliché y el adoctrinamiento; riesgos a los que se expone por la
peculiaridad de su práctica, la diversidad teórica que abarca y su relativo aislamiento
de la comunidad científico-académica. En contraste, y para solventar estos problemas,
la obra de David Liberman busca resguardar la singularidad de cada persona con un
respeto irrestricto por la diversidad de la condición humana.
Con este fin, su esfuerzo estuvo encaminado a buscar respuestas a los
siguientes interrogantes epistemológicos y metodológicos:
¿Cómo conciliar los objetivos contrapuestos de un método que privilegia la
singularidad de cada paciente con la necesidad de todas las ciencias de sistematizar y
construir conceptos abarcadores?
¿Cómo lograr que una práctica como el psicoanálisis, que se presta tanto a la
subjetividad y la singularidad, se haga cargo de verificar con instrumentos objetivos
más confiables las propias impresiones subjetivas de aquellos que la practican?
¿Cómo compatibilizar la diversidad de las teorías psicoanalíticas –una
verdadera torre de Babel– con un lenguaje común e inteligible, sin menoscabar la
eficacia y la riqueza de todas y cada una de las culturas psicoanalíticas? (Arbiser,
2014)
Tales cuestiones y controversias epistemológicas y metodológicas son
observables en las distintas regiones psicoanalíticas y en las diferentes orientaciones
teóricas y áreas de investigación. Son pertinentes para la investigación de:
- “situaciones extrañas” de apego infantil, de Mary Ainsworth et al. (Ainsworth,
Blehar, Waters y Wall, 1978);
- la teoría de la interacción de Beatrice Beebe (Beebe 2000), basada en los
modelos ecológicos de Bateson (1972), en tanto que construye un método de
videovigilancia cercana de las díadas o tríadas entre madres y niños y
terapeutas;
- los estudios neuropsicoanalíticos (Balbernie, 2001; Shevrin et al. 2013);
- el estudio de Otto Kernberg (2015) sobre los correlatos neurológicos de la
teoría de las relaciones de objeto;
- la función de toma de decisiones inconsciente de Leo Rangell (1971), que
hace una síntesis de las teorías de la información y los estudios psicoanalíticos
del funcionamiento del yo inconsciente;
- las conceptualizaciones de Matte Blanco (1959) sobre la “lógica inconsciente”
y la “bi-lógica”, que combinan teoremas lógico-matemáticos para enriquecer
las formulaciones de Freud sobre los procesos inconscientes y primarios, y
demás.

570
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Por otro lado, el desarrollo actual de sus aportes inspira y refleja una tendencia del
psicoanálisis contemporáneo que estudia el “inconsciente comunicativo” ,
intersubjetivo e interpsíquico, además de lo intrapsíquico.
El fundador del psicoanálisis tuvo la ambición y la intención de desmitificar la
psique humana y abarcar desde una base científica la comprensión de su
funcionamiento inconsciente. Las contribuciones de David Liberman constituyen un
aporte original, vital y ampliamente aplicable a esta búsqueda interminable.

REFERENCIAS
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de los trastornos mentales, Psicoanálisis Clínico, Ediciones Hormé, Buenos Aires.
Arbiser, S. (2001). David Liberman. Capítulo del libro Grandes Psicoanalistas
Argentinos, Compilador: Roberto Doria Medina Eguía, Editorial Lumen, 2001.
Buenos Aires
Arbiser, S. (2008). El legado de David Liberman. Psicoanálisis, Apdeba, Vol. XXX,
nro. 1, Buenos Aires.
Arbiser, S. (2013). David Liberman 1920-1983. Actualidad Psicológica. Noviembre
2013. Buenos Aires.
Arbiser, S. (2014). David Liberman's legacy. International Journal of Psychoanalysis.
Volume 95, August, 2014.
Arbiser, S. (2017). Enrique Pichon Rivière's Conception of Reality. International
Journal of Psychoanalysis, Volume 98, Number 1, February 2017.
Arbiser, S. (2017). Le versant psychosocial de la psychanalyse argentine. Revue
Francaise de Psycanalise,t, LXXXI, n° 4,
Freud, S. (1905). Tres ensayos de Teoría Sexual. Obras Completas, A.E. Tomo VII.
Buenos Aires 1976.
Freud, S. (1932/3). Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis, Obras
Completas, Tomo XXII, A.E. 1976
Jakobson, R. (1960). Lingüistique et poétique. Essai de Lingüistique Général, Paris,
Minuit, 1963.
Klein, M. (1947).- Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del lactante,
en Desarrollos en Psicoanálisis, Buenos Aires, Ediciones Hormé.
Liberman, D. (1947).- Semiología Psicosomática, Ed. López Etchegoyen, Buenos
Aires.

571
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Liberman, D.(1962). La Comunicación en Terapéutica Psicoanalítica, Buenos Aires,


Eudeba. Buenos Aires
Liberman, D. (1970). Lingüística, Interacción comunicativa y Proceso Psicoanalítico,
3 tomos, Buenos Aires, Galerna-Nueva Visión. Buenos Aires
Liberman, D. (1976 a). Comunicación y Psicoanálisis, Buenos Aires, Alex Editor,
Buenos Aires.
Liberman, D. (1976 b). Lenguaje y Técnica Psicoanalítica, E. Kargieman. Buenos
Aires.
Maldavsky, D. (1986).- Los estilos y el problema de la estructura del preconsciente.
Revista, Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para graduados. Buenos
Aires.
Maldavsky, D. (2004). La investigación psicoanalítica del lenguaje: Algoritmo David
Liberman, Buenos Aires, Lugar Editorial.
Maldavsky, D. (2007). La intersubjetividad en la clínica psicoanalítica. Investigación
sistemática con el algoritmo David Liberman (ADL), Editorial Lugar, Buenos Aires.
Maldavsky, D. (2013). ADL Algoritmo David Liberman, un instrumento para la
evaluación de los deseos y las defensas en el discurso, Paidós, Buenos Aires.
Morris, Ch. (1946). Signs, Language and Behaviour, New York, Prentice Hall.
Prieto, L. J. (1973). La Semiología, en El lenguaje y la comunicación, Tratado del
Lenguaje dirigido por André Martinet, Ed. Nueva Visión, Buenos Aires.
Rusch, J., Bateson, G. (1951). Communication. The Social Matriz of Psychiatry. Norton,
New York.
Watzlawick, P. & others (1967). Pragmatics of Human Communication. A Study of
Interactional patterns, pathologies and paradoxes, W. W. Norton & Company, Inc.

572
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Consultores regionales y autores:

América Latina:
Samuel Arbiser MD, autor principal.

Europa:
Arne Jemstedt MD.

Norte América:
Eva Papiasvili PhD, ABPP.

Coordinador interregional copresidente por América Latina:

Elias M. da Rocha Barros Dipl. Psychoanalysis, Victoria Korin MD.

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Traducción: Jèssica Pujol Duran

573
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TEORÍA DE LAS RELACIONES OBJETALES


Entrada tri-regional

Consultores interregionales: Steven Groarke (Europa),


Leigh Tobias (América del Norte) y Abel Fainstein (América Latina)

Copresidenta y coordinadora interregional:


Eva D. Papiasvili (América del Norte)

I. INTRODUCCIÓN Y DEFINICIÓN INTRODUCTORIA

Históricamente, el término “teoría de las relaciones objetales” fue acuñado por


W. R. D. Fairbairn (1943, 1944). A grandes rasgos, hace referencia a un conjunto de
hipótesis sobre el desarrollo psicoanalítico y estructural que emplazan la necesidad
del niño de relacionarse con los demás en el centro de la motivación humana. Más
concretamente, es una teoría psicoanalítica, o conjunto de teorías afines, que establece
que la motivación está siempre enfocada a la necesidad de crear contactos y formar
relaciones, en lugar de meramente satisfacer impulsos con el fin de descargar energía.
Se otorga prioridad a la interacción comunicativa con los demás, los llamados
“objetos”, ya sean estos internos o externos, para comprender la vida humana,
empezando por la construcción de vínculos emocionales primitivos entre los bebés y
sus cuidadores reales. La interacción emocional y corporal primitiva, según esta
teoría, explicaría la forma en que el sujeto percibe y experimenta tanto los “objetos”
externos como los internos.

Las definiciones y teorías de las relaciones objetales varían en la literatura


contemporánea y los diccionarios regionales de los tres continentes psicoanalíticos
(Moore y Fine, 1990; Auchincloss y Samberg, 2012; Skelton, 2006; de Mijolla, 2013;
Borensztejn, 2014), como puede observarse en la siguiente selección de frases
definitorias. Las teorías psicoanalíticas de las relaciones objetales presentan “Un
sistema de explicaciones psicológicas basado en la premisa de que la mente se
compone de elementos tomados del exterior, principalmente aspectos del
funcionamiento de otras personas. Esto ocurre por medio de los procesos de
internalización. Este modelo de la mente explica las funciones mentales en términos
de relaciones entre los diversos elementos internalizados” (Moore y Fine, 1990). Así
mismo, Skelton (2006) propone que la teoría de las relaciones objetales se ocupa
principalmente de las “fantasías más íntimas sobre las relaciones”; mientras que
Hinshelwood (1991) aporta una definición más amplia de la noción de relaciones
objetales, kleinianas y no kleinianas, que se centra esencialmente en “el estado y el
carácter de los objetos.” La definición de Kernberg en el Diccionario Internacional de
Psicoanálisis de De Mijolla (2013, p. 1175) es un ejemplo actual que mezcla varías
culturas psicoanalíticas: “Las teorías de las relaciones objetales en psicoanálisis,

574
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pueden definirse como aquellas que emplazan la internalización, estructuración y


reactivación clínica (en la transferencia y contratransferencia) de las primeras
relaciones objetales diádicas en el centro de sus formulaciones motivacionales
(estructurales, clínicas, genéticas y del desarrollo).”

Estas diferencias pueden ordenarse según la amplitud que abarcan las


definiciones:

1. En el sentido más amplio, la teoría de las relaciones objetales hace


referencia al estudio psicoanalítico de las relaciones interpersonales, así como al
desarrollo de estructuras intrapsíquicas derivadas de las relaciones internalizadas en el
contexto de las relaciones interpersonales actuales y la organización y el
funcionamiento general de la personalidad. En este sentido, la teoría psicoanalítica de
las relaciones objetales incluiría todas las vicisitudes surgidas de la relación entre el
campo intrapsíquico y el campo interpersonal. Desde este punto de vista, el
psicoanálisis como teoría general es, de hecho, una teoría de las relaciones objetales.
Tanto es así que se ha llegado a considerar que la teoría psicoanalítica de las
relaciones objetales representa un terreno intermedio: un lenguaje “intermedio” entre
el “lenguaje” metapsicológico y el clínico (Mayman, 1963; Rapaport y Gill, 1959). En
América del Norte, la psicología del Yo de Schafer (1968) y Modell (1968) utilizó e
integró esta conceptualización más amplia.

2. Una definición “media” y más restringida de la teoría de las relaciones


objetales hace referencia a la constitución gradual de “representaciones intrapsíquicas
diádicas o bipolares (imágenes del sí-mismo e imágenes objetales) como reflejos de la
relación primitiva madre-hijo y su ulterior desarrollo en relaciones externas
interpersonales diádicas, triangulares y múltiples” (Kernberg, 1977, p. 57). Lo que
comparten todas las combinaciones es la naturaleza diádica esencialmente diádica, de
la internalización dentro de cada unidad de imagen de sí-mismo y objetal, establecida
en un contexto afectivo determinado. Este enfoque se basa en el trabajo de la escuela
británica de Melanie Klein (1934, 1940, 1946), Fairbairn (1952), Winnicott (1955,
1958, 1960a, b, 1963) y Bowlby (1969); en los enfoques psicológicos del Yo de
Erikson (1956), Jacobson (1964) y Mahler (1968; Mahler, Pine, Bergman, 1975); y
también, a su manera, en el trabajo de las escuelas culturales e interpersonales
(Sullivan, 1953). Actualmente, esta definición también incluye varios enfoques
psicoanalíticos relacionales (S. Mitchell, 2000; Greenberg y Mitchell, 1983; Harris,
2011). Así entendida, y salvando las distancias, la teoría de las relaciones objetales
coincide, a nivel metapsicológico, clínico y sociológico, con muchas de las ideas de
Loewald (1978, 1988), Lichtenstein (1970), Green (1985, 2002), Rosenfeld (1983),
Segal (1991), Volkan (2006) y el “tercer modelo” de algunos psicoanalistas franceses
y francocanadienses.

575
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Esta definición proporciona un “marco integrador importante que puede


vincular el enfoque psicosocial a… la naturaleza subjetiva y experiencial de la vida
humana… con las estructuras intrapíquicas… de la metapsicología general…”
(Kernberg, 1977, p. 58). S. Mitchell también defiende este papel de “marco
integrador” desde una perspectiva histórica cuando en su tributo a John Bowlby
afirma (1998): “los principales autores relacionales han contribuido a nuestra
comprensión clínica de las distintas facetas e implicaciones de las interrelaciones
humanas y el apego. Fairbairn exploró la psicodinámica del apego con figuras
parentales física o emocionalmente ausentes. Winnicott iluminó las formas sutiles en
que el apego seguro facilita el desarrollo de un sentido personal de sí-mismo y las
formas en que la ausencia de tales funciones parentales descarta ese desarrollo de
forma adaptativa. La teoría innovadora de Loewald sugiere que la supuesta separación
entre el sujeto que se apega y el objeto del apego reviste un proceso primario de
organización donde el sí-mismo y el otro coexisten en varios grados de
indiferenciación. Loewald (1988) sugiere que las relaciones objetales sanas no
consisten tanto en realizar una separación tajante entre el sí-mismo y los demás, sino
más bien en la capacidad de contener la tensión dialéctica entre las diferentes formas
de relación. Y, finalmente, Sullivan y los interpersonalistas contemporáneos han
contribuido a nuestra comprensión de las formas en que las vicisitudes de las primeras
experiencias de apego se reproducen en las relaciones actuales, incluida la relación de
transferencia-contratransferencia con el analista. En este punto de la evolución de las
ideas psicológicas, la teoría del apego y la teoría psicoanalítica [de las relaciones
objetales] presentan la posibilidad de crear una convergencia que enriquezca a
ambas.” (Mitchell, 1998, p. 193).

El interés pos freudiano francés por la función que desempeña el objeto en el


desarrollo del aparato psíquico es intenso y variado. En el trabajo proveniente de
Francia y Montreal, los analistas contemporáneos hablan del “tercer modelo”: un
modelo del aparato psíquico que propone una primera fase en que la mente del bebé
debe considerarse dentro del contexto del cuidado de los demás (modelo de dos
personas) antes de diferenciarse en uno u otro (una persona) de los modelos
freudianos, el topográfico y el estructural. En el desarrollo humano, la mente de dos
personas precede a la autonomía psíquica de la pulsión, defensa y fantasía
intrapsíquica de una persona descrita por Freud. Green entendió a Winnicott de esta
manera, y Brusset (2005b, 2006), Reid (2008a, 2008b) y otros siguieron el ejemplo.
Esto puede constituir otro campo de investigación psicoanalítica internacional, que se
sume a los de la transferencia y la contratransferencia sugeridos por Gabbard en 1995.
La afirmación de Loewald (1960): “las pulsiones instintivas están tan relacionadas
con los ‘objetos’ y el ‘mundo externo’ como lo está el yo. En otras palabras, las
pulsiones instintivas organizan el entorno y están organizadas por este, lo mismo que
el yo y su realidad… Es la mutualidad de la organización, en el sentido de organizarse
entre sí, lo que constituye la interrelación inextricable entre el ‘mundo interno y el

576
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externo’…” (ibíd., p. 23) coincide con los intereses de los analistas franceses
contemporáneos de ambos lados del Atlántico.

Muchas escuelas de relaciones objetales europeas y norteamericanas también


incluyen las conceptualizaciones de Sándor Ferenczi y Michael Balint sobre el “amor
primario”, y la “falla básica” de Balint, para desarrollar el pensamiento y la técnica de
las relaciones objetales.

3. La definición más estrecha de la teoría psicoanalítica de las relaciones


objetales limita el término a la “escuela psicoanalítica británica” de Melanie Klein y
Fairbairn y a los enfoques derivados de Guntrip (1961, 1971), Winnicott (1955,
1963), Wisdom (1963, 1971) y Sutherland (1963). Tradicionalmente, este enfoque de
la teoría de las relaciones objetales se ha contrapuesto a la psicología del Yo, tanto en
América del Norte como en Europa.

Las conceptualizaciones de las relaciones objetales en América Latina se


relacionan principalmente con esta definición británica (estrecha) de las relaciones
objetales, por su lectura específica de la teoría kleiniana y sus desarrollos,
principalmente en Bion, Meltzer y Winnicott.

Recientemente, Auchincloss y Samberg (2012) han agrupado las teorías de las


relaciones objetales desde el punto de vista de sus diferencias y similitudes. A
continuación, se muestra la versión actualizada, aunque un tanto modificada, de dicho
enfoque.

Las teorías de las relaciones objetales comparten varias de las características


siguientes:

1. Las relaciones objetales son la unidad básica de la experiencia; 2. Se entiende que


la mente humana realiza una búsqueda de objetos desde el nacimiento; la motivación
básica de esta búsqueda de objetos no puede reducirse a ninguna otra fuerza
motivacional; 3. Las relaciones objetales internalizadas se construyen en el curso del
desarrollo gracias a la interacción de factores innatos (como la predisposición
congénita al afecto y el aparato cognitivo) y la relación con los demás (los
cuidadores); 4. Las relaciones interpersonales reflejan las relaciones objetales
internalizadas; la psicopatología, especialmente las psicopatologías graves como la
psicosis o el trastorno de personalidad límite y narcisista, se conceptualizan como
relaciones objetales. Estas características compartidas conducen a la creación de
corrientes teóricas que emplean los aspectos básicos del modelo psicoanalítico de la
mente, incluida la motivación, la estructura, el desarrollo y la psicopatología. Las
teorías de las relaciones objetales proporcionan un vínculo natural para el estudio de

577
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la dinámica familiar y grupal, así como para el estudio del desarrollo y la psicología
del desarrollo.

Las teorías de las relaciones objetales discrepan en varios puntos:

1. La relación con la teoría de las pulsiones: Klein, Jacobson y Mahler permanecieron


íntimamente ligados a la teoría de las pulsiones. Loewald, Kernberg, Sandler y
Winnicott son ejemplos de teóricos de las relaciones objetales que defendieron una
versión de la teoría de las pulsiones que modifica el concepto de pulsión, puesto que
ponen más énfasis en el afecto y las relaciones objetales como elementos constitutivos
de las pulsiones. Fairbairn, Guntrip y Sullivan generalmente se consideran más
alejados de la teoría de la pulsión freudiana; 2. La importancia de la agresión en la
vida psíquica: si bien puede parecer que el trabajo de Klein está centrado en la
agresión, los analistas kleinianos creen que sería más exacto decir que su teoría se
centra en la escisión, que puede incluir la escisión entre amor y odio, que desempeña
un papel crucial en la vida psíquica; 3. La importancia de la interacción real versus la
fantasiosa: la teoría interpersonal de Sullivan enfatizó la interacción real; la teoría de
Klein entendió la “fantasía” como la representación del instinto y estudió cómo estas
representaciones dan vida al objeto; 4. La cuestión de si la situación clínica está
conformada principalmente por relaciones objetales internalizadas o por la interacción
real, diádica, del paciente-analista: Klein y Kernberg defendieron la primera;
Greenberg y Mitchell la segunda.

II. HISTORIA – LAS BASES: ELEMENTOS CONSTITUTIVOS Y/O


PROBLEMAS TEÓRICOS

El problema teórico de las relaciones objetales, anterior a los aportes de Klein en


los años veinte y a su reformulación británica en los años cuarenta y cincuenta, es
histórico e inherente al psicoanálisis. El concepto de relaciones objetales no forma
parte de la metapsicología de Freud y la teoría de la pulsión clásica tampoco concede
un significado especial a la historia de su desarrollo más allá de la teoría de las fases
libidinales. El problema de las relaciones objetales, sin embargo, es intrínseco a la
teoría clásica, en la medida en que “los instintos se dirigen hacia los objetos y los
objetos solo pueden tener significado si el individuo tiene alguna pulsión para
relacionarse con ellos” (Rycroft, 1995: 83-4).

Si bien las relaciones objetales y las pulsiones no son necesariamente conceptos


opuestos en el sentido formal, surge una distinción cuando se hacen evaluaciones
prácticas y discriminaciones clínicas, especialmente desde el punto de vista de las
relaciones objetales británicas. Por esta razón, históricamente, a menudo los enfoques
psicoanalíticos se han dividido entre teorías del instinto y teorías de las relaciones
objetales.

578
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II. A. El legado de Freud – La perspectiva de los elementos constitutivos: La


importancia de la identificación y la pérdida del objeto en la formación de
estructuras
Freud empleó el término objeto para referirse a distintos aspectos del desarrollo
de su teoría, incluyendo la motivación, la estructura, el desarrollo, la psicopatología,
etc. (Freud, 1905, 1914, 1915, 1917a, 1919, 1920, 1923, 1926). El objeto freudiano
siempre está vinculado a la pulsión, tanto en el desarrollo como en la transformación
patológica (1905, 1938). En su trabajo, Freud exploró las complejidades de los
mecanismos de internalización y externalización, y de los mecanismos identificativos
y proyectivos, tan relevantes para las teorías de las relaciones objetales. Se pueden
encontrar algunos ejemplos de estas exploraciones en su trabajo sobre la melancolía
(Freud, 1917a) y la formación del superyó –un heredero del complejo de Edipo (1923,
1931, 1938). En su artículo sobre el narcisismo (Freud, 1914), normalmente estudiado
junto a Duelo y melancolía (Freud, 1917a), ya que ambos contienen las bases de las
teorías de las relaciones objetales, Freud articula el concepto de elección de objeto,
haciendo una distinción entre el tipo narcisista primitivo del desarrollo y el tipo
anaclítico posterior.

Cuando emplea el término relaciones objetales, primero en Duelo y melancolía


(Freud, 1917a), Freud habla de la identificación como “la fase preliminar de la
elección de objeto”. Concretamente, expresa que es “…la primera forma… utilizada
por el yo para escoger un objeto. Quisiera incorporárselo, y correlativamente a la fase
oral o canibalística del desarrollo de la libido, ingiriéndolo, o sea devorándolo” (pp.
249-250). Lo que más tarde Freud entendió como la característica más relevante de su
artículo fue precisamente su descripción del proceso por el cual, en la melancolía, el
objeto catectizado es reemplazado por la identificación. Años más tarde, en
Psicología de las masas (1921), retoma el tema de la identificación y parece sugerir
una modificación, o tal vez solo una aclaración, a la visión anterior. La identificación,
en este trabajo, es algo que precede y se diferencia del objeto catectizado. Además,
volviendo al tema de la identificación, en Psicología de las masas, Freud utiliza la
palabra “introyección” en varias ocasiones. Escribe: “Primero, la identificación es la
forma original del vínculo afectivo con un objeto; en segundo lugar, en forma
regresiva llega a ser un sustituto de un vínculo objetal libidinal, como lo es por medio
de la introyección del objeto en el yo; y, en tercer lugar, puede surgir con una nueva
percepción de una cualidad común compartida con otra persona que no es un objeto
del deseo sexual (Freud, 1921, pp. 106-107).

Freud retoma esta concepción de la identificación en muchos de sus trabajos


posteriores, como, por ejemplo, en El yo y el ello (1923), donde escribe que la
identificación primaria con los padres “aparentemente, no es en primera instancia la
consecuencia o el resultado de una catexis de objeto; es una identificación directa o
inmediata y tiene lugar más temprano que cualquier catexis de objeto” (p. 31).
Argumenta que este proceso no está restringido a la melancolía, sino que es bastante

579
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recurrente. Estas identificaciones primarias constituyen, en gran medida, la base de lo


que entendemos por “carácter” de una persona. Pero, lo que es más importante, Freud
sugirió que las identificaciones derivadas de la disolución del complejo de Edipo
forman el núcleo del superyó (J. Strachey, 1957, pp. 240-242). (Ver también las
entradas EL INCONSCIENTE, CONFLICTO y PSICOLOGÍA DEL YO).

Modell (1995) escribe sobre lo que conecta a Freud con las teorías relacionales:
“Las teorías posteriores a Freud enfatizaron la importancia de la identificación y la
pérdida del objeto en la formación de estructuras… Freud postuló que lo internalizado
representaba una relación entre las personas. Por ejemplo, en Esquema del
psicoanálisis (Freud, 1940), describió la función del superyó en relación con el yo
como la que desempeña las funciones desarrolladas por las personas en el mundo
exterior. Fairbairn, básicamente, amplió el concepto de Freud de las relaciones
objetales internalizadas. Aunque Freud nunca desarrolló una teoría relacional, ya que
nunca aceptó el concepto del sí-mismo, en mi monografía de 1968, Objeto, Amor y
Realidad, me di cuenta de que existe una teoría freudiana latente de las relaciones
objetales” (Modell, 1995, p. 109). De hecho, en más de una ocasión, Freud (véase
1917b, p. 347 y la nota al pie que la acompaña) evocó la noción de una “serie
complementaria” en cuestiones de etiología, es decir, una complementariedad variable
entre los factores internos y externos, según fuera el caso. En Psicología de las masas
y análisis del Yo, Freud advirtió del peligro de una dicotomía entre los factores
internos y externos: “La psicología individual se concreta, ciertamente, al hombre
aislado e investiga los caminos por los que el mismo intenta alcanzar la satisfacción
de sus instintos, pero solo muy pocas veces y bajo determinadas condiciones
excepcionales, le es dado prescindir de las relaciones del individuo con sus
semejantes” (Freud, 1921, p. 69).

II.B. El legado de Freud – El problema de las relaciones objetales: Las relaciones


objetales como secundarias a las pulsiones
El problema de las relaciones objetales es evidente en todo el trabajo de Freud.
Emerge pronto, por ejemplo, en los Tres ensayos sobre teoría sexual, cuando Freud
escribe: “No sin buen fundamento el hecho de el niño mamar del pecho de su madre
se vuelve paradigmático para todo vínculo de amor. El hallazgo de objeto es
propiamente un reencuentro” (1905: 222). Freud, sin embargo, entiende el objeto
libidinal dentro del marco metapsicológico de la fuente, el objetivo y el objeto
instintivos, como una elección de objeto y una satisfacción/frustración de la pulsión.
En la teoría clásica, el placer señala el camino hacia la elección de objeto (Freud,
1909: 108). De hecho, al destacar lo que satisface o frustra la pulsión, Freud privilegia
una perspectiva biológica de las relaciones objetales que da prioridad a la dimensión
energética y económica de la experiencia humana.
Este énfasis en la base instintiva de las relaciones objetales significa que el objeto
se ve como una consecuencia de la organización genital de los instintos componentes
y las zonas erógenas. Las relaciones objetales siguen siendo una función de la pulsión

580
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para Freud, gracias a las cuales se puede explicar la estimulación sin hacer referencia
al contexto del objeto-relacional. Basta comparar la siguiente declaración con el
pasaje anterior de los Tres ensayos: “Quizás más transparente aún es este otro caso: el
de una persona que no está excitada sexualmente a quien se le estimule una zona
erógena por contacto, como la piel del pecho de una mujer. Este contacto provoca ya
un sentimiento de placer, pero al mismo tiempo es apto, como ninguna otra cosa, para
despertar la excitación sexual que reclama más placer” (1905: 210). Aquí, como en
otros pasajes, Freud explica la excitación sin hacer ninguna referencia al contexto
interpersonal.

El concepto de objeto, si no, la relación de objeto, sufre ciertos cambios en la


segunda topografía o modelo estructural. Al emerger de forma endógena, las
pulsiones biológicamente determinadas siguen constituyendo el principio
motivacional para Freud; sin embargo, al mismo tiempo, pone más énfasis en las
relaciones tempranas, es decir, en las que se organizan para realizar múltiples
encargos a la pulsión. Aquí, el problema de las relaciones objetales está vinculado a
una serie de conceptos que anticipan la formulación del modelo estructural: el
narcisismo (1914); el nuevo dualismo instintivo, introducido en Más allá del
principio del placer (1920); la fusión de instintos; la sublimación instintiva y la
identificación (1921).

La capacidad del objeto de ejercer una influencia sobre la naturaleza de la


estructura psíquica se establece en el trasfondo de este desarrollo conceptual. En
Duelo y melancolía (1917a), Freud escribe: “Hubo una elección de objeto… por obra
de un enfrentamiento real o un desengaño de parte de la persona amada sobrevino un
sacudimiento de ese vínculo de objeto. …pero la libido libre no se desplazó a otro
objeto, sino que se retiró sobre el yo… ahí no encontró un uso cualquiera, sino que
sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado. La sombra del
objeto cayó sobre el yo” (1917: 248-49). El proceso descrito en Duelo y melancolía,
es decir, la alternancia del yo por una relación objetal anterior que sigue a la pérdida
del objeto, se generaliza en Psicología de las masas y el análisis del Yo (1921) como
un fenómeno de la psicología normal. A pesar de estos desarrollos conceptuales, la
noción de relación objetal no tiene un valor explicativo en la segunda teoría del
aparato psíquico, de la misma forma que tampoco lo tuvo en la primera teoría
(topográfica).

En El yo y el ello, se elaboran todavía más las implicaciones del desarrollo de las


relaciones objetales con referencia a “la instalación del objeto dentro del yo” (123:
29). La estructuración del yo y el superyó depende de una serie de pérdidas de
objetos. Así, Freud avanza la suposición de que “el carácter del yo es un precipitado
de abandonadas catexis de objetos y contiene la historia de tales elecciones de
objetos” (123: 29). Las estructuras con una historia de desarrollo, es decir, las
reliquias de las relaciones objetales, se añaden a las pulsiones constitucionalmente

581
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determinadas y a sus vicisitudes o transformaciones. Por consiguiente, los efectos del


complejo de Edipo sobre la estructuración de la psique se entienden como
identificaciones y no como catexis abandonadas.

II. C. El legado de Sándor Ferenci y Otto Rank


Además del problema de las relaciones objetales en la teoría clásica de la pulsión,
donde los objetos son creados por el sujeto a partir de una experiencia de satisfacción
o frustración, Sándor Ferenczi fue uno de los primeros analistas en reconocer que (i)
las relaciones de objeto existen desde el comienzo de la vida, y (ii) las relaciones de
objeto se pueden encontrar en las estructuras más profundas de la mente (Haynal,
1988; Kohon, 1986). Junto con sus contribuciones, fundamentales para la teoría
clínica, basadas en el análisis de pacientes regresivos, el énfasis de Ferenczi en la falla
ambiental temprana y el trauma infantil conforma el trasfondo del desarrollo de la
teoría de las relaciones objetales en la escuela británica de Klein, Fairbairn, Balint y
Winnicott. (Ver también las entradas CONTRATRANSFERENCIA e
INTERSUBJETIVIDAD)

En libro, Grundzuege einer genetischen Psychologie [Esbozo general de una


psicología genética] (1927), Otto Rank introdujo el concepto “preedípico” debajo del
título del capítulo “Génesis de la relación de objeto”, contribuyendo así a la idea de
que existe una fase de desarrollo antes del complejo de Edipo. Esto marca el origen de
la teoría de las relaciones objetales. La contribución de Rank representa una
separación –de entre muchas decisivas– de la interpretación freudiana del desarrollo
psicosexual: “La saga de Edipo constituye por así decir, un duplicado del episodio de
la Esfinge, lo que significa que, psicológicamente, es la repetición del trauma
primario en la etapa sexual (complejo de Edipo), mientras que la Esfinge representa el
trauma primario mismo” (Rank, 1921: p. 144). La identificación de la Esfinge –es
decir, el “estrangulador”– como “el símbolo nuclear de la ansiedad primaria” plantea
el trauma como un fenómeno relacional que se da al comienzo de la vida, sobre todo
en torno a la separación y la individuación.

III. HISTORIA DEL DESARROLLO POSTERIOR:


TEORÍA BRITÁNICA DE LAS RELACIONES OBJETALES

La idea de las relaciones objetales solo pudo elaborarse desde el punto de vista
estructural de la segunda topografía. Freud siguió viendo el impulso como un
derivado de la tensión pulsional, y solo daba importancia a los impulsos dirigidos a
los objetos cuando estos demostraban ser eficaces para reducir la tensión y se
experimentaban de forma gratificante. El desarrollo de la teoría de las relaciones
objetales exigió una revisión más o menos exhaustiva de la teoría del instinto de
Freud. De hecho, algunos autores argumentan que el término “escuela de relaciones
objetales” designa un grupo de analistas específico de la tradición independiente,

582
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especialmente Fairbairn, Winnicott y Michael Balint (véase Kohon, 1986;


Hinshelwood, 1989; Spillius et al., 2011).

Sin embargo, al margen de la noción de “escuela” y del problema de las


relaciones objetales en Freud, la teoría de las relaciones objetales ha tomado dos
caminos distintos dentro del psicoanálisis británico: por un lado, el desarrollo de una
tradición independiente dentro de la Sociedad Británica a partir de 1945 y, por otro
lado, el trabajo de Klein y los kleinianos contemporáneos (Schafer, 1997), para
quienes la importancia de las relaciones objetales inconscientes recae en los procesos
de proyección e introyección. Isaacs (1948), por ejemplo, hizo un gran aporte al
entender el objeto interno como una fantasía inconsciente de la relación entre la
pulsión y el objeto.

III. A. Klein: Los objetos internos y la intencionalidad de las pulsiones


Melanie Klein sentó las bases de la teoría de las relaciones objetales que ha ido
evolucionando desde la década de los setenta, extendiéndose más allá de la escuela
británica. Del marco psicoanalítico general, que sigue siendo válido para el grupo
kleiniano contemporáneo de Gran Bretaña (Schafer, 1997), Klein conservó la idea de
Freud de concebir las pulsiones como un principio motivacional subyacente; mientras
que, al mismo tiempo, redefinió el concepto de “pulsión”.

Klein consideró que su explicación de los orígenes internos de la experiencia


humana era una extensión de la teoría clásica freudiana; de hecho, entendió su trabajo
como una puesta en práctica de las ideas de Freud y, más específicamente, trató de
articular su concepción del mundo interno desde la teoría estructural de la
personalidad de Freud (1923) (véase Caper, 1988). Entiende el superyó, por ejemplo,
como un compuesto de “diversas identificaciones adoptadas en los diferentes niveles
de desarrollo, cuyo sello portan” (1929: 204). Y, sin embargo, contra Freud, Klein
concibe las pulsiones de forma irreductiblemente psicológica o subjetiva y al servicio
de la experiencia; es decir, como componentes inextricables de las emociones y
ansiedades del bebé. Por tanto, el uso que hace Klein del término “relaciones
objetales” se basa en su “afirmación de que el bebé tiene, desde el principio de su vida
posnatal, una relación con su madre (aunque se centralice sobre todo en su pecho),
relación impregnada de los elementos básicos de una relación objetal: amor, odio,
fantasías, angustia y defensas” (1952a: 49).

Las pulsiones se conciben desde el punto de vista de la relación primaria con el


objeto. Para Klein, “no hay necesidad instintiva… que no implique objetos, internos o
externos; en otras palabras, las relaciones de objeto son el centro de la vida
emocional” (1952a: 53). Para Klein son los objetos internos los que proporcionan el
contenido de la fantasía inconsciente, y la fantasía es el componente principal de las
pulsiones. Prueba de ello es la forma en que Klein entendía la relación entre los
objetos y el cuerpo. Mientras que el cuerpo es fundamental para la fenomenología del

583
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mundo interno, Klein puso más énfasis en la expresión corpórea de las pulsiones que
en la tensión corporal aislada, ya que entendía esta expresión como una fuente de
energía instintiva. Esto brindó una alternativa a los principios reguladores de la teoría
clásica de las pulsiones.

El término y concepto “interno” puede referirse a lo “mental”, “imaginario” o


“interior” (Strachey, 1941). Los kleinianos siguen debatiendo esta cuestión. Karin
Stephen, en una primera tentativa de aclarar la naturaleza de los objetos internos,
señala que “la creencia en estos objetos internos fantásticos se origina en experiencias
corporales reales de la primera infancia, conectadas con descargas violentas, a
menudo incontrolables, de tensión emocional” (1934: 321). Paula Heimann, si bien es
fiel al grupo kleiniano, al mismo tiempo subraya que las pulsiones son buscadoras de
objetos desde el punto de vista del cuerpo: “Bajo el dominio del hambre y los deseos
orales, el bebé de algún modo evoca el objeto que va a satisfacer estos impulsos.
Cuando se le ofrece este objeto, el pecho de la madre, él lo acepta y lo incorpora en su
fantasía” (1949: 10). Más recientemente, Robert Hinshelwood ha señalado que la
experiencia primitiva de los objetos internos “crea un mundo animista en el que todo
[lo animado e inanimado] siente y tiene intenciones” (1989: 75; énfasis añadido).

Desde la perspectiva kleiniana, la energía psíquica, ya sea hacia la pulsión de


vida como hacia la pulsión de muerte, tiene intencionalidad desde el comienzo de la
vida: “el amor y el odio, las fantasías, las angustias y las defensas operan desde el
principio y están ab initio indivisiblemente ligadas a las relaciones de objeto” (Klein,
1952a: 53). Desde el comienzo, según Klein, “el yo introyecta objetos ‘buenos’ y
‘malos’, siendo el pecho de la madre el prototipo de ambos” (1935: 262). A diferencia
de Freud, para quien el objeto es siempre el objeto de un propósito instintivo, Klein
propone que la interrelación con el objeto es un factor primario “adicional” de la
acción humana (1952a: 51). Esto vale tanto para el amor como para el odio, ambos
entendidos como relaciones de fuerzas intencionales e inherentes desde el principio.
En el caso del apego libidinal, Klein propone que “los sentimientos de amor y gratitud
surgen directa y espontáneamente en el niño, como respuesta al amor y cuidado de su
madre” (1937: 311). Se entiende que los impulsos destructivos se rigen por el mismo
funcionamiento que la manifestación innata del odio intencional y la envidia del
objeto bueno, todopoderoso (1959: 249). “En los primeros meses de la existencia del
niño, éste tiene impulsos sádicos dirigidos no solo contra el pecho de su madre, sino
también contra el interior de su cuerpo” (1935: 262; énfasis añadido).

Las nociones freudianas de “libido” y “agresión” se reformulan como emociones


direccionales. De esta manera, Klein busca integrar la teoría de la pulsión con la
teoría de las relaciones objetales; de hecho, su descripción de las pulsiones como
fenómenos intencionales es una teoría de los orígenes y de la naturaleza del objeto.
Esto plantea algunas preguntas sobre la constitución de la psique, con respecto al
equilibrio de los factores constitucionales y ambientales. Klein expresa de distintas

584
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maneras en diferentes pasajes de su obra el significado del equilibrio entre los factores
internos y externos, es decir, entre los elementos biológicos y personales y la
naturaleza del ambiente temprano.

Klein, consecuente con sus razonamientos, postula un estado de “percepción


inconsciente innata de la existencia de la madre” (1959: 248); los objetos se
consideran inherentes a las pulsiones y, en este sentido, relativamente autónomos de
los objetos externos, en especial de la madre real del bebé. El conocimiento instintivo,
o preconcepción innata, se entiende como “la base de la relación primaria del niño
con su madre” (1959: 248). La idea de que los primeros objetos de las pulsiones son
en realidad extensiones de las mismas pulsiones, en vez de eventos reales y
relacionales, se defiende en dos puntos: por un lado, Klein presupone que el deseo
libidinal siempre es el deseo de algo (intencionalidad de las pulsiones) y, por otro, que
las relaciones de objeto se establecen mediante los mecanismos intrapsíquicos de
introyección y proyección. “Mediante la proyección, dirigiendo hacia afuera la libido
y la agresión y haciendo de ese modo que el objeto se vea imbuido de ellas, es que se
establece la primera relación de objeto. Este, en mi opinión, es el proceso que subyace
a la catexis de los objetos. A causa de la introyección, simultáneamente, este primer
objeto es introyectado dentro de sí” (1952b: 58).

La naturaleza omnipotente de la fantasía primitiva inconsciente significa que el


objeto externo, en la posición esquizoparanoide temprana, es indisociable del objeto
introyectado, mientras que la proyección produce lo que se experimenta como una
pérdida real de partes del sí-mismo o del mundo interior. Una sensación de
despersonalización o fragmentación puede venir causada por una excesiva
identificación proyectiva, en que se han localizado partes del sí-mismo en objetos
externos. El concepto de “objeto interno” se emplea para referirse a la creencia
primitiva del objeto presente físicamente (Money-Kyrle, 1968) o a la experiencia de
los objetos concretizados y reales. A las personas reales, incluidos los padres reales,
se les asigna un papel o una identidad en el contexto de este mundo interno
imaginado, donde las relaciones objetales están formadas a priori por las imago
universales. En concreto, el superyó del niño, según Klein (1933: 249), “no coincide
con la figura presentada por sus padres reales, pero es creado de figuras imaginarias o
imágenes de ellas que el superyó toma para sí mismo.” Klein pronto llegó a una
conclusión sobre los orígenes intrapsíquicos de los objetos introyectados e internos:
en su análisis de Rita, en 1923, escribe que la prohibición causada por un objeto
persecutorio interno no emanó “de la madre real, sino de una madre introyectada”
(1926: 132).

No obstante, Klein no evita las referencias al mundo real y externo, pero


considera que la proyección y la introyección son procesos de interacción o
“intercambio” continuo de factores ambientales e intrapsíquicos (1936: 292):

585
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“Desde sus comienzos, el análisis ha acentuado siempre la importancia de las


primeras experiencias del niño, pero me parece que solo desde que sabemos más
sobre la naturaleza y contenido de sus primeras ansiedades y el intercambio
constante entre sus experiencias reales y su vida de fantasía, podemos
comprender plenamente por qué el factor externo es tan importante.” (Klein,
1935: p. 285)

Klein afirma que desde “el comienzo mismo del desarrollo psíquico hay una
correlación constante entre los objetos reales y aquellos instalados dentro del yo”
(1935: 266). Las imago de objetos reales se entienden como “dobles” de situaciones
reales (1940: 346). La noción de “dobles” presupone una teoría de la mentalización
psíquica (objetos internos, representaciones y símbolos) basada en la idea de la
correspondencia (en lugar de la verosimilitud), una opinión que se construye sobre la
base de que estas imago internas son “un cuadro fantásticamente distorsionado de los
objetos reales sobre los que se basan” (1935: 262). Más que un mecanismo de
defensa, el proceso de proyección e introyección se entiende como algo normal, una
forma sana de relacionarse con el mundo exterior. Según este presupuesto, la imago
del objeto interno se forma alrededor de un núcleo de experiencia perceptiva real; el
mundo interno está poblado por objetos derivados del entorno real del niño y su
historia interpersonal.

Mientras que los ciclos de proyección e introyección siguen funcionando, se da


un momento (que, según Klein, empieza hacia los 4-6 meses) en que el bebé se da
cuenta de que el objeto odiado, que es expulsado y atacado ferozmente en la fantasía,
es el mismo objeto nutritivo y amado que desea poseer amorosamente. El niño va
tomando conciencia de sus ataques al objeto amado. Si puede soportar esta
confluencia de figuras amadas y odiadas, en lugar de la ansiedad persecutoria y de
supervivencia de la llamada “posición esquizoparanoide” primitiva, en la que
predominan los “objetos parciales” fantásticos, la ansiedad se centra en el bienestar y
la supervivencia del otro, percibido como un “objeto completo” más real y complejo.
Gradualmente, la persecución provoca sentimientos de culpabilidad y tristeza aguda,
vinculados a la profundización del amor. Con la añoranza por lo que se ha perdido o
ha sido dañado por el odio viene la necesidad de reparar. Se expanden, entonces, las
capacidades del yo y el mundo se percibe de más forma más rica y realista. El control
omnipotente del objeto, que ahora se siente más real y separado, disminuye. Estos son
los comienzos de la posición depresiva. La maduración está, por tanto, estrechamente
ligada a la pérdida y el duelo; como señala Roger Money-Kyrle (1955), la teoría de
Klein incorpora una moralidad natural, basada en el amor y la culpa, que no se
enseña, sino que se descubre en el transcurso del desarrollo.

El reconocimiento del otro como algo separado de uno mismo abarca las
relaciones personales del otro, lo que significa que la conciencia de la situación
edípica inevitablemente acompaña a la posición depresiva. Ronald Britton (1989,

586
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1992) desarrolla este punto: muestra detalladamente que la posición depresiva y el


complejo de Edipo no solo concurren en el desarrollo, sino que superar uno implica
necesariamente superar el otro.

En la posición esquizoparanoide, Klein (1932, 1952a) plantea la fantasía de una


“figura parental combinada” temerosa y perseguidora: el cuerpo materno que contiene
el pene del padre y los bebés rivales. Esta versión primitiva de la pareja, fantaseada
como en un coito continuo, exhibe rasgos sádico-orales, uretrales y anales debido a
las proyecciones de la sexualidad infantil y el sadismo. En la posición depresiva, sin
embargo, existe la conciencia de un tercer objeto verdadero, interno y externo, que,
aunque provoca sentimientos de celos y envidia, también proporciona estabilidad a la
situación interna.

“La capacidad del niño para gozar al mismo tiempo la relación con ambos
padres, lo cual constituye un rasgo importante de su vida mental y está en
conflicto con sus deseos (instigados por celos y ansiedad) de separarlos, depende
de lo que sienta como individuos separados. Esta relación más integrada con sus
padres (distinta de la necesidad compulsiva de mantenerlos separados uno del
otro y de impedir el acto sexual) implica una mayor comprensión de sus
relaciones mutuas y es una condición previa de la esperanza del niño de
acercarlos y unirlos de forma feliz” (Klein, 1952c, p. 79, nota al pie).

Si se desarrolla adecuadamente, el objeto bueno y amado va instalándose en su


interior como núcleo estable del yo. Sin embargo, el dolor depresivo puede ser
insoportable, y a menudo es contratacado por defensas maníacas y obsesivas y por
una retirada hacia la disociación y la paranoia de la posición esquizoparanoide. La
posición depresiva no es un logro definitivo, sino que tiene que trabajarse con
insistencia durante toda la vida, pero en condiciones favorables la trayectoria vital
avanza hacia una relación más profunda y tridimensional con el sí-mismo y con los
demás, y hacia una mayor capacidad de reintegración después del colapso
esquizoparanoide.

Klein describe el proceso del aumento de la percepción de la realidad de la


siguiente manera:

“Parece que en esta fase del desarrollo la unificación de los objetos externos e
internos, amados y odiados, reales o imaginarios, se lleva a cabo en tal forma que
cada paso hacia la unificación conduce otra vez a una renovada disociación de las
imagos. Pero como la adaptación al mundo externo aumenta, esta disociación se
realiza en planos cada vez más cercanos a la realidad. Esto continúa hasta que se
afirma bien el amor hacia los objetos reales internalizados y la confianza en
ellos.” (Klein, 1935: p. 288).

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En general, a partir de las teorías de Freud, Klein (1927, 1932, 1937, 1952a,
1952b) propuso que el mundo interno está construido por múltiples internalizaciones,
u objetos internos, que se forman mediante procesos que comienzan en los primeros
días de vida. Desde la perspectiva kleiniana, el objeto interno: 1. Es una fantasía; 2.
Es una parte del cuerpo, por ejemplo “el pecho” o “el pene”; 3. Se ve inundado por
experiencias internas de placer y dolor; 4. Se experimenta como una presencia viva; 5.
Está dividido de forma defensiva en dos extremos, lo “todo bueno” y lo “todo malo”,
para protegerse contra la agresión. Si el desarrollo avanza de forma adecuada, estos
objetos parciales pasan a formar parte de objetos totales. 6. Aunque los objetos
internos pueden ser buenos, el trabajo de Klein se centró (aunque no exclusivamente)
en los objetos internos “malos”; 7. Todas las representaciones del objeto y el sí-mismo
se construyen a través de procesos de proyección e introyección; por lo tanto, estas
representaciones del objeto y el sí-mismo no pueden separarse por completo; 8. El
objeto interno es distinto del objeto externo: el objeto externo se define como una
representación del objeto que no se ha experimentado dentro del cuerpo. El desarrollo
psicológico proviene de la posición esquizoparanoide, dominada por los procesos
defensivos de escisión e identificación proyectiva y caracterizada por los objetos
parciales (y partes del sí-mismo), y avanza hacia la posición depresiva de tolerancia a
la ambivalencia a través de la integración de varios objetos parciales en objetos
totales. La psicopatología refleja la fijación o reactivación de la posición
esquizoparanoide o depresiva.

Según Klein (1929, 1946), todos los procesos de internalización (relacionados


con los objetos internos) están relacionados con el control de la ansiedad frente al
desborde de los objetos buenos del sí-mismo a causa de la agresión. Aunque Klein,
por varios motivos, se sentía más cómoda con la observación y el estudio de la
agresión (punto 6 más arriba), gracias a lo cual pudo ampliar la opinión de Abraham
que había pasado desapercibida hasta entonces, en su punto de vista teórico también
abordó las inclinaciones libidinales innatas y se centró en los factores que contribuyen
a inhibir y preservar la introyección del objeto bueno interno y aspectos del sí-mismo.
Sus preocupaciones teóricas se centraron en los conflictos edípicos tempranos y no
resueltos, dominados por el mecanismo de la escisión:

“[…] uno de los inesperados fenómenos con que me encontré, fue un superyó
muy temprano y cruel. Hallé asimismo que los niños pequeños introyectan a sus
padres… de una manera fantástica, y llegué a tal conclusión mediante la
observación del carácter terrorífico de algunos de sus objetos internalizados…
Estos objetos… bajo el peso de la ansiedad aguda, … son disociados de un modo
diferente de aquel por el cual se forma el superyó y son relegados a estratos más
profundos del inconsciente.” (Klein, 1958: p. 241).

Klein subrayó la necesidad de la escisión temprana para superar las ansiedades


esquizoparanoides (persecutorias), aquellas relacionadas con la preservación del sí-

588
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mismo. Subrayó cómo estas ansiedades tempranas distorsionan la percepción del


objeto, antes de que puedan integrarse en lo que ella llama ansiedades depresivas:
aquellas que se agrupan en torno a la preocupación por el objeto. Este enfoque ofrece
una visión más detallada de cómo el objeto se “conoce” en interacción constante a
través del amor y el odio. El objetivo de esta comprensión facilita que el yo,
debilitado por los impulsos destructivos, recupere la bondad y, por tanto, la fuerza y la
esperanza del objeto.

Mitrani (2007), aunque señala que el papel de las influencias ambientales


tempranas no siempre es evidente en el trabajo de Klein, destaca su artículo “La
importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo”. En este artículo,
Klein (1930) presentó los resultados del análisis de un niño autista de cuatro años a
quien llamó Dick, e introdujo el concepto de “desarrollo prematuro del yo” (p. 227)
para resumir su problema. Klein describió la precocidad de este niño como una
“empatía prematura” (p. 227) y una “identificación prematura y exagerada” (p. 223)
con respecto a la madre. Propuso que Dick sufrió debido a un inicio demasiado
temprano de la posición depresiva. En otras palabras, en la transferencia, Klein
observó y dedujo que la preocupación de Dick cuando era bebé estaba relacionada
con la supervivencia de su madre.

En el trabajo de Klein, hay incontables referencias a la proyección del bebé de los


aspectos libidinales de sí-mismo sobre la madre para dar cuerpo a lo que a ella le
falta, es decir, para repararla (posición depresiva prematura y no tan prematura), y
también insiste en la necesidad de los objetos buenos del bebé que residen en el
núcleo del yo.

La interacción entre los objetos buenos y malos emerge de forma sucinta en su


artículo “Sobre el sentimiento de soledad”. Klein dice que:

“El yo existe y actúa desde el momento del nacimiento. Al principio, acusa una
considerable falta de cohesión y está dominado por mecanismos de escisión. El
peligro de ser destruido por el instinto de muerte dirigido contra el sí-mismo
contribuye a la disociación de los impulsos en buenos y malos y, en virtud de la
proyección de dichos impulsos en el objeto primario, también se disocia a éste en
uno bueno y otro malo. En consecuencia, en las etapas más tempranas la parte
buena del yo y el objeto bueno están, en cierta medida, protegidos, ya que se
evita que la agresión se dirija contra ellos. Estos son los procesos específicos de
escisión que, como he señalado, constituyen la base de una seguridad relativa en
el bebé muy pequeño, hasta donde es factible lograr seguridad en dicho período;
mientras que otros procesos de escisión, como los que conducen a la
fragmentación, son nocivos para el yo y su fortaleza.” (Klein, 1963: p. 300)

589
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La pulsión hacia la integración “va creciendo a medida que el yo se desarrolla.


Este proceso de integración está basado en la introyección del objeto bueno, que
inicialmente es un objeto parcial: el pecho de la madre, si bien otros aspectos de ésta
también entran a formar parte de la relación más temprana. Si el objeto bueno se
establece con relativa firmeza, se convierte en el núcleo del yo en desarrollo.” (Klein,
1963: p. 301)

“…de poder alcanzarla, la integración tendría el efecto de mitigar el odio por


medio del amor, reduciendo así la violencia de los impulsos destructivos. El yo
sentiría entonces una mayor seguridad, no solo con respecto a su propia
supervivencia, sino también a la de su objeto bueno… Sin embargo, cuesta
mucho aceptar la integración. La unión de los impulsos destructivos y amorosos,
y de los aspectos buenos y malos del objeto, despierta el temor de que los
sentimientos destructivos puedan sofocar los sentimientos amorosos y amenazar
al objeto bueno. Así, existe un conflicto entre la búsqueda de la integración como
protección contra los impulsos destructivos, y el miedo a la integración por la
posibilidad de que los impulsos destructivos amenacen al objeto bueno y a las
partes buenas del sí-mismo.” (Klein, 1963: p. 301-2)

El principal foco de su teoría e la preservación del objeto bueno en el interior.


También presta mucha atención al efecto de las fuerzas destructivas sobre el objeto
bueno que se retiene adentro, pero dirige su enfoque terapéutico a ayudar a que
prevalezcan las fuerzas amorosas y constructivas. Según Klein, “Un bebé satisfecho,
que succiona el pecho con fruición, calma la ansiedad de su madre; a su vez, la
felicidad de la madre se trasunta en su forma de manejarlo y alimentarlo, con lo cual
reduce la ansiedad persecutoria de su bebé y estimula su capacidad para internalizar el
pecho bueno.” (1963: p. 312)

La teoría de Klein, como la de Freud, está basada en la pulsión. Sus diferencias


radican en la periodización, el contenido de la última fase del desarrollo (y de la
terapia) y en la importancia relativa de los factores internos vs. los factores externos
(ambientales) en el desarrollo y la etiología de la psicopatología: la teoría de Klein
formula el logro de la posición depresiva (y su resolución de los conflictos edípicos
con un superyó completamente estructurado) en los primeros 18 meses de vida, desde
el punto de vista de la integración de actitudes de amor y odio hacia el objeto. Esto
difiere de la integración de los varios componentes parciales de la pulsión en las fases
psicosexuales postuladas por Freud, que desembocan en una estructuración gradual
interna, que, a su vez, desemboca en la formación del superyó hacia los cinco años.
En el sistema de Klein, teniendo en cuenta la relativa importancia de los factores
internos y externos (ambientales) en el desarrollo y la patogénesis, domina la fantasía,
mientras que el impacto de los factores externos, incluyendo la ansiedad o la
depresión materna, es mínimo. No existe un equivalente al reconocimiento explícito
de una complementariedad compleja, como en las “series complementarias” de Freud,

590
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y solo existen algunos indicios de que la cualidad del procesamiento psíquico parental
podría tener un impacto en el “nivel” de escisión del niño.

Sin embargo, el concepto de “objetos internos inconscientes” es la contribución


más significativa de Klein al psicoanálisis y a la teoría de las relaciones objetales. El
desarrollo kleiniano se centra en este descubrimiento, según el cual las descripciones
de la posición esquizoparanoide (1946) y la posición depresiva (1935, 1940)
proporcionan el marco para abordar la pulsión como un factor determinante de la
motivación, sobre todo desde el punto de vista de los objetos internos.

III. B. Bion
Wilfred Bion amplió la teoría de la proyección-introyección de Klein, sobre todo
con respecto a la función comunicativa de los procesos proyectivos e introyectivos en
el desarrollo normal: “Voy a suponer, sin definir los límites de la normalidad, que
existe un grado normal de identificación proyectiva que, junto con la identificación
introyectiva, constituye el fundamento para el desarrollo normal” (1959: 103). Bion
entiende la identificación proyectiva como el vínculo del bebé con el pecho, lo que le
permite lidiar con “sentimientos demasiado poderosos para ser contenidos dentro de
su personalidad” (1959: 106). Bion señala que este vínculo tan primordial puede ser
perturbado, “atacado,” de dos maneras, ya sea por la negativa de la madre a recibir la
identificación proyectiva del bebé o por la envidia del bebé del pecho bueno, o una
combinación de ambas. En cualquier caso, esto resulta en una “identificación
proyectiva excesiva” en que se destruye la intención comunicativa original de la
identificación proyectiva, lo que comporta un “deterioro de su proceso de
desarrollo… Gracias a la prohibición del principal método que se le ofrece al lactante
para tratar con sus emociones demasiado intensas, la conducción de su vida
emocional, problema grave de todas maneras, se hace intolerable… El resultado es un
objeto [interno] que, una vez instalado en el paciente, ejerce la función de un superyó
severo y destructor del yo” (1959: 107). En sus escritos posteriores, Bion (1962,
1963) desarrolló la teoría del proceso proyectivo-introyectivo desde el punto de vista
del “continente” y el “contenido”, términos que introdujo para describir la interacción
entre las identificaciones proyectivas del bebé y la función receptiva de la madre,
tanto en sus aspectos creativos y vitalistas como destructivos. (Vea también la entrada
CONTENCIÓN: CONTINENTE-CONTENIDO).

III. C. Fairbairn: Relaciones objetales y estructuras dinámicas


Ronald Fairbairn (1952) remodeló el psicoanálisis a mediados del siglo XX para
dar más protagonismo a la interacción humana. Significó un verdadero cambio de
paradigma, puesto que se dio más privilegio a los eventos relacionales reales que a
“una psicología del impulso” (1943: 59). En una serie de artículos escritos en la
década de 1940 (véase 1952, Parte I), que comprenden sin duda la contribución más
original al pensamiento de las relaciones objetales, Fairbairn proporcionó una
alternativa sistemática y coherente a la teoría de la pulsión clásica. El desarrollo

591
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kleiniano fue crucial para Fairbairn, especialmente la idea de que el objeto está
inscrito en la pulsión desde el principio. Según Fairbairn, es solo gracias al concepto
de objetos internos de Klein que “se puede esperar que un estudio de las relaciones
objetales produzca resultados significativos para la psicopatología” (1943: 60).

Tomando como punto de partida la naturaleza intencional de la pulsión, Fairbairn


avanzó dos proposiciones: (i) la libido busca primariamente al objeto (1941: 31 et
passim) y (ii) la energía es inseparable de la estructura (1944: 126). En conjunto,
estas dos proposiciones sustentan “una psicología de relación concebida en una base
de estructura dinámica” (1944: 128), una psicología que no solo reformula los
principios científicos subyacentes de la teoría clásica de la libido, sino que también
encauza el desarrollo kleiniano del psicoanálisis británico en una dirección
completamente relacional. Fairbairn construyó así el primer modelo teórico coherente
de las relaciones objetales a partir de tres ejes interrelacionados: (i) una teoría original
del desarrollo emocional; (ii) una teoría alternativa de la estructuración psíquica; y
(iii) una psicopatología revisada de las psicosis y las psiconeurosis.

1. Fairbairn concibe un proceso de desarrollo caracterizado por el modo y la calidad


de la relación objetal. Basado en el funcionamiento relacional de la madurez, el
esquema evolutivo comprende tres fases: (i) la fase de dependencia infantil (que
equivale a la dependencia oral), caracterizada mayormente por una actitud de
“tomar”, que se subdivide en una fase “oral temprana” pre-ambivalente (de
incorporación, succión o rechazo) y una fase “oral tardía” ambivalente (de
incorporación, succión o mordedura); (ii) una fase de transición que corresponde a las
dos “fases anales” de Abraham (1924) y a la “fase genital (fálica) temprana” y (iii) la
fase de dependencia madura, caracterizada por una actitud de “dar”, en que los
objetos “aceptados” y “rechazados” son exteriorizados (1941: 39).

2. En su artículo de 1944 sobre la “estructura endopsíquica”, Fairbairn elabora una


teoría de la estructuración basada en el esquema evolutivo. La relación del bebé con la
madre real se caracteriza por ser “gratificante” o “no gratificante”. El criterio de
gratificación se basa en la necesidad de contacto, y no en la satisfacción de la pulsión.
Los aspectos gratificantes de la madre se experimentan como tales durante la fase más
temprana de dependencia absoluta por el yo unitario original (el “yo central”). Por
otro lado, parecería que la no gratificación hace referencia a las experiencias
inevitables de frustración, y que la escisión del yo forma parte del dilema existencial
de los seres humanos: “cierto grado de escisión del yo está invariablemente presente
en el plano psíquico más profundo” (1940: 8). Hay una referencia explícita a Klein, al
menos al principio, cuando postula que la posición básica de la psique es la posición
esquizoide. Aunque, como Fairbairn (1944: 81) señala: “La teoría del aparato
psíquico de Freud… se desarrolló en base a la posición depresiva; y es sobre una base
parecida que Melanie Klein ha desarrollado sus teorías. Por el contrario, es la posición

592
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esquizoide la que constituye la base de la teoría de las estructuras psíquicas que voy a
avanzar.”

Por lo tanto, Fairbairn explica que en “una situación de frustración emocional el


niño llega a sentir (a) que su madre no lo ama realmente como persona, y (b) que su
amor hacia la propia madre no es realmente valorado y aceptado por ella” (1940: 17).
La situación es vivida como algo “extremadamente traumático” y termina generando
un “objeto malo” y una transferencia de relaciones humanas íntimas a una “realidad
interna”. Esto último se produce bajo condiciones traumáticas, es decir, por una
“situación externa intolerable” (1944: 111) donde la frustración genera una
internalización de los objetos con fines defensivos. El mecanismo de defensa central
se escinde: el objeto malo internalizado, en condiciones adversas, se divide en un
objeto “necesitado/seductor” o “rechazante” –ambos sujetos a la represión del yo. El
objeto seductor está formado por los aspectos prometedores y atractivos de la madre,
mientras que el objeto rechazante representa los aspectos de privación y retención de
la madre. El primero está unido al “yo libidinoso”, como un depositario de la
esperanza; el segundo al “saboteador interno”, o yo anti-libidinoso, como un agente
del odio.

El resultado se define como “la situación endopsíquica básica”, es decir, un yo


central que emplea varios mecanismos de defensa en relación (i) al yo libidinoso y
objeto seductor y (ii) al yo anti-libidinoso y objeto rechanzante (1946: 147). El yo
central comprende elementos preconscientes y conscientes, así como inconscientes,
mientras que los yos subsidiarios son generalmente inconscientes. A pesar del empleo
de términos freudianos, esta estructura tripartita de la personalidad no se corresponde
al modelo estructural del psicoanálisis clásico. A diferencia de Freud, Fairbain
organiza los eventos relacionales reales en formaciones, o estructuras, de objetos de
sí-mismo separadas, basadas en la represión de los objetos internalizados: el yo
central / el objeto ideal; el yo libidinoso / el objeto necesitado o seductor; y el yo anti-
libidinoso / el objeto rechazante. Según este modelo, la inseparabilidad del yo y el
objeto se presenta en forma de “estructuras intrínsecamente dinámicas resultantes de
la escisión de una estructura del yo dinámica original y única presente en el principio”
(1946: 148). Además, mientras que el yo estructural, en el sentido freudiano clásico,
se aborda como una derivación del ello no estructurado de la segunda topografía,
Fairbairn considera “el yo libidinoso (que corresponde al “ello”) como una porción
escindida del yo original y dinámico” (1946: 148). A pesar de las similitudes
metodológicas, la diferencia radica en los principios teóricos fundamentales, que
hacen que la teoría de la estructura endopsíquica sea incompatible con el modelo
estructural de Freud.

3. Para Fairbairn, a grandes rasgos, “se puede decir que la psicología constituye un
estudio de las relaciones del individuo con sus objetos [externos], mientras que, de
forma parecida, se puede decir que la psicopatología constituye más específicamente

593
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un estudio de las relaciones del yo con sus objetos interiorizados” (1943: 60; véase
también 1941). De nuevo se hace evidente la desviación de la teoría clásica, sobre
todo porque su perspectiva de las relaciones objetales no avanza por la trayectoria de
la pulsión clásica, para llegar a la fantasía, al conflicto y, finalmente, a la represión;
sino que introduce una secuencia alternativa y conflictiva. El proceso de maduración,
por el que la tendencia evolutiva hacia la madurez tropieza con una tendencia
regresiva al apego de la dependencia infantil (1941: 38), constituye el núcleo de este
conflicto. Mientras que el modelo psicopatológico de la teoría clásica se basa en la
idea de la regresión en diferentes momentos del desarrollo libidinoso, a Fairbairn le
preocupan más las maniobras defensivas (“técnicas”) que se despliegan durante el
proceso de maduración.

La teoría de la psicopatología establece desde el principio dos “grandes


tragedias” relacionadas con la escisión del yo: una relacionada con individuos que
sienten que su amor es destructivo para aquellos a quienes aman, y otra relacionada
con individuos que quedan supeditados a la compulsión de odiar y ser odiados en el
proceso de alejar sus objetos libidinosos (1940: 26). En la práctica, se analizan los
estados patológicos y los mecanismos de defensa desde el punto de vista de las
relaciones objetales en diferentes fases del desarrollo, incluidas las fases tempranas y
tardías de la fijación oral: “el conflicto emocional relacionado con las relaciones
objetales durante la fase oral temprana toma la forma de una elección: ‘succionar o no
succionar’, es decir, ‘amar o no amar’… el conflicto que caracteriza la fase oral tardía
se resuelve en la elección: ‘succionar o morder’, es decir ‘amar u odiar’” (1941: 49).
El primer conflicto es el que caracteriza el estado esquizoide; el segundo el estado
depresivo. El problema principal del individuo es cómo amar sin destruir por amor o
por odio, respectivamente. El dilema esquizoide viene marcado por la futilidad; el
niño siente que su amor es culpable. Por el contrario, el depresivo está sujeto a la
ambivalencia y la culpa, y siente que el odio es el culpable.

La psicopatología revisada de 1941 describe una tipología basada en cuatro


“técnicas”, entendidas como formas de manipulación de los objetos “aceptados” y
“rechazados” formados en el curso de la posición esquizoide. La naturaleza de las
relaciones objetales, establecida durante la etapa de dependencia infantil, determina
cuál de las cuatro técnicas se debe emplear, o el grado en que debe emplearse cada
una, durante la fase de transición de la dependencia infantil a la madura. La tipología
comprende: (i) la neurosis obsesiva, en que se internaliza tanto el objeto aceptado
como el objeto rechazado; (ii) la técnica paranoide, en que se internaliza el objeto
aceptado y se externaliza el objeto rechazado; (iii) la defensa histérica, en que se
exterioriza el objeto aceptado y se internaliza el rechazado; y (iv) la posición fóbica,
en que se exterioriza tanto el objeto aceptado como el rechazado (1941: 46).

La escisión del yo es un factor subyacente en cualquier tipo de psicopatología.


Por lo tanto, la distinción etiológica basada en las defensas contra impulsos instintivos

594
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específicos (succionar, morder) da lugar a una teoría muy completa de la


psicopatología de las relaciones objetales. La teoría y la práctica clínica del modelo
psicoanalítico revisado de Fairbairn insiste, sobre todo, en afirmar que los pacientes
que son diagnosticados como “depresivos” a menudo tienen un carácter “esquizoide”;
los fenómenos disociativos de la histeria, por ejemplo, “implican una escisión del yo
fundamentalmente idéntica a la que confiere al término ‘esquizoide’ su significado
etimológico” (1944: 92; énfasis añadido). La generalización diagnóstica se extiende
tanto a lo “normal” como a lo patológico, con el argumento de que “en todos nosotros
se encuentran en los niveles más profundos de la psique objetos malos internalizados”
(1943: 64-5).

Fairbairn (1952) criticó a Klein por no acabar de explicar satisfactoriamente


cómo las fantasías de la incorporación oral de objetos pueden dar lugar al
establecimiento de estructuras endopsíquicas internas. Desde su punto de vista, a
menos que se proporcione tal explicación, no se puede hablar de tales objetos internos
como estructuras, sino que siguen siendo productos de la fantasía. Intentó conectar los
mecanismos de Klein con un modelo estructural. Su análisis de la escisión, observada
en pacientes con tendencias esquizoides, tuvo un valor clínico perdurable, ya que
proporcionó una base sólida para la comprensión futura de los modelos estructurales
de la internalización de las relaciones objetales (Kernberg, 1977). Mientras que
Fairbairn reemplazó la teoría del instinto dual por una teoría radical de las relaciones
objetales al afirmar que “los impulsos deben considerarse… los representantes del
aspecto dinámico de las estructuras del yo… y necesariamente involucran relaciones
objetales…” (Fairbairn, 1951: p. 167), dejó abierto el tema de la falla fundamental y
decisiva proveniente del entorno. Por otro lado, su “objeto seductor del yo
libidinoso”, el “objeto rechazante del yo anti-libidinoso” y el “objeto ideal del yo
central” son estructuras intrapsíquicas importantes que más tarde han sido criticadas
por su excesiva simplificación. Sus estudios clínicos demuestran que la patología del
desarrollo sexual está estrechamente ligada a los patrones evolutivos del desarrollo
intrapsíquico e interpersonal, por lo que siguen siendo ampliamente reconocidos.

III. D. Ferenczi y Balint: El amor objetal primario y la teoría de la técnica clínica


La tradición de las relaciones objetales de la escuela de Budapest; más
concretamente, el trabajo de Ferenczi ingresa en la escuela británica del psicoanálisis
gracias a la contribución de Michael Balint. Consideran que las pulsiones y las
relaciones son igual de significativas al principio, y, aunque Balint nunca se aparte de
la teoría clásica de las pulsiones, como hacen Fairbairn y otros autores de la tradición
independiente, propone una serie de principios relacionales importantes. Estos son: (i)
“la relación con el entorno existe de forma primitiva desde el principio” (1968: 63) y
es una condición necesaria del desarrollo emocional; (ii) las relaciones objetales
primitivas se caracterizan por formas pasivas del amor objetal (1937: 98; véase
Ferenczi, 1924), pero también por una “búsqueda activa de contacto con el entorno”

595
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(1968: 135) y (iii) la experiencia del “amor primario” (1937, 1968, capítulo 12) es la
base de la relación objetal.

1. La teoría del amor primario y el uso concomitante de la regresión como agente


terapéutico forman la base del pensamiento psicoanalítico de Balint. Para Balint
(1937: 101) “se pueden encontrar vestigios y restos de [amor objetal primario] en
todas las [fases de la vida mental] posteriores.” La experiencia del amor primario se
describe como el intento del bebé de recrear la situación libidinosa de la vida fetal,
con la misma catexis intensa que experimentó en ese entorno. Esta experiencia, según
Balint, “probablemente sea indiferenciada; por un lado, todavía no hay objetos en su
entorno; por otro lado, apenas tiene una estructura, es decir, no hay límites definidos
del individuo; el entorno y el individuo se comprenden el uno en el otro, existen
juntos en una ‘confusión armoniosa’” (1968: 66).

Balint sostiene que el nacimiento interrumpe el estado de “equilibrio” y, por


tanto, precipita o anticipa la separación del ser humano de su entorno. Haciendo
referencia directa a Rank (1924), argumenta que el trauma del nacimiento es lo que
ocasiona las relaciones objetales: “Los objetos, incluido el yo, comienzan a emerger
de la confusión de sustancias y de la ruptura de la armonía de la extensión ilimitada”
(1968: 67). La fase más temprana de la vida extrauterina no se considera narcisista,
sino que se orienta hacia los objetos sobre la base de la experiencia prenatal.
Inicialmente, Balint (1937: 98-99) consideró que esta relación objetal temprana era
pasiva y describió la actitud motivacional del bebé de la siguiente manera: “Yo debo
ser amado y satisfecho, sin estar bajo ninguna obligación de dar algo a cambio.”
Para Balint, esto “es la finalidad última de toda lucha erótica” (1937: 99).
El amor objetal primario “no está vinculado con ninguna de las zonas
erotogénicas; no es amor oral, de succión oral, anal, genital, etc., sino independiente”
(1937: 101; énfasis añadido). De esta manera, Balint (1951: 156) trató de extender el
arco experiencial de la vida humana temprana, primitiva, más allá de la “esfera oral”.
Esto, sin embargo, no condujo a una ruptura con la teoría clásica de las pulsiones.
Balint mantuvo contra Fairbairn que la libido busca tanto el placer como los objetos.
Por ello revisa la hipótesis de la “libido buscadora de objetos”: “además de la bien
estudiada calidad de la libido, es decir, su tendencia a la búsqueda de placer, las
observaciones clínicas han demostrado que su tendencia a la búsqueda de objetos no
es menos importante” (1956: 291).

2. El amor objetal maduro y activo, como lo describe Balint, implica una


recapitulación de la satisfacción primordial a lo largo de muchos “caminos”
evolutivos: “Las fases sucesivas del desarrollo… las relaciones objetales sádico-
anales, fálicas y, por último, genitales, no tienen una base biológica sino cultural”
(1935: 63). Por la misma razón, los fenómenos primarios de la teoría de la pulsión
freudiana se entienden como una falla ambiental temprana que desemboca en una
“falla básica”. En concreto, la agresión se ve como una reacción a la frustración más

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que como una finalidad en sí misma; resumidamente, para Balint (1951) el odio es
siempre un fenómeno reactivo, secundario, y una de las pulsiones primarias básicas
del individuo. De forma parecida, el narcisismo primario se reformula como una
investidura libidinosa en el autoerotismo, precisamente allí donde el niño no ha sido
suficientemente provisto, o se le ha dado “demasiado poco”, para empezar.

3. La distinción entre los tipos de regresión “benigna” y “maligna” (1968: 146) puede
entenderse como un “modelo mixto” claramente definido. El primero es el que se
manifiesta en la relación terapéutica debido a las necesidades relacionales primarias;
el segundo, debido al placer instintivo infantil.

Por consiguiente, Balint trabajó los aspectos terapéuticos de la regresión en el


contexto de su psicopatología revisada de las relaciones objetales (ver la entrada
REGRESIÓN). El modelo freudiano clásico, basado en la interpretación de la
resistencia dirigida a la visión interna, supone que los pacientes son capaces de
internalizar o “asimilar” lo que se ofrece en la relación analítica; que las
interpretaciones se experimentan como interpretaciones y no como otra cosa, y que el
yo está preparado para trabajarlas a fondo. El modelo revisado es útil para los casos
de pacientes severamente narcisistas, de personalidad límite o psicóticos, es decir,
cuando no se puede asumir la centralidad del complejo de Edipo, pero también
cuando la interpretación inmediata de los estados preedípicos primitivos corre el
riesgo de generar una reacción terapéutica negativa o de provocar una respuesta
obediente en el paciente. La aportación de Balint, ligada a la tradición de Ferenczi y la
escuela de Budapest, es importante para nuestra comprensión de la relación
terapéutica en el caso de pacientes regresivos. La visión relacional de la naturaleza
humana se combina aquí con una visión basada en la pulsión y el objetivo del placer
de la motivación humana, una combinación que Balint concibe como teórica y
clínicamente irreductible.

III. E. Winnicott: Relaciones interpersonales y procesos emocionales primitivos


Donald Winnicott presentó su contribución al psicoanálisis como parte de la
tradición de Freud y Klein, mientras que, al mismo tiempo, propuso una teoría
radicalmente nueva de las relaciones objetales. Su contribución sigue siendo tema de
debate entre sus lectores: algunos insisten en que las fuentes y fundamentos de los
avances teóricos de Winnicott provienen de Freud (Green, 1999: 199-200; Abram,
2013: 1); mientras que otros están convencidos de que su teoría es completamente
contraria a la teoría clásica (Rycroft, 1995: 197; Fulgencio, 2007; Loparic, 2010).

1. Winnicott revistió la teoría de las relaciones objetales con un modelo de desarrollo


normal según el cual “la salud es la continuidad existencial” (1988: 127). La idea de
que “la salud implica continuidad respecto al… desarrollo evolutivo de la psique y
que la salud significa una madurez acorde con la que corresponde a la edad del
individuo” es una suposición básica del psicoanálisis, según Winnicott (1954: 281).

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Por consiguiente, describe una serie de movimientos ontológicos relacionados con los
logros evolutivos: (i) “de una relación con un objeto concebido subjetivamente a una
relación con un objeto percibido objetivamente” (1960: 45); (ii) de la dependencia
absoluta, a la dependencia relativa y la independencia, lo que implica un entorno
internalizado (1963b) y (iii) del estado primario no integrado de la personalidad a la
personalidad individual organizada, caracterizada por la estructura edípica.

El potencial heredado o creatividad primaria del niño inmaduro alcanza un


“estado de unidad” (1960: 44), es decir, el bebé se convierte en una persona completa
capaz de tener relaciones interpersonales, siempre y cuando la madre satisfaga sus
necesidades relacionales de distintas formas en las diferentes fases del desarrollo
individual. La relación primitiva entre madre e hijo no se ve como “un resultado de la
experiencia instintiva, ni de la relación de objeto que surge de la experiencia
instintiva” (1952: 98). Por el contrario, se considera que la provisión materna es
independiente de la satisfacción de las necesidades instintivas. Es el entorno lo que
hace posible experimentar las pulsiones y facilita que el niño pueda utilizar el instinto:
“No es la satisfacción instintiva lo que hace que un bebé comience a ser… La persona
debe ser anterior a su uso del instinto” (1967: 116).

Winnicott teoriza una experiencia inicial de omnipotencia en que la potencialidad


se realiza como ilusión. La adaptación a la madre, cuando es suficientemente buena,
“ofrece al bebé la oportunidad de crearse la ilusión de que su pecho es parte de él…
de que existe una realidad exterior que corresponde a su propia capacidad de crear…
el bebé crea el pecho una y otra vez a partir de su capacidad de amor, o (podría
decirse) de su necesidad” (1951: 12-4). Esta correspondencia o solapamiento
encarnado en la ilusión (véase Milner, 1952; 1977), la sensación del bebé de que lo
que crea realmente existe “(como un ‘objeto subjetivo’ más que como un ‘objeto
percibido objetivamente’)”, sostiene la continuidad vital del ser y, a su vez, constituye
el campo de experiencia al que pertenecen los “objetos transicionales” y los
“fenómenos transicionales”.

La ilusión es parte de un proceso emocional que incluye la retirada gradual de la


ilusión misma; de ahí el proceso unitario ilusión-desilusión. Una mayor capacidad de
respuesta de la madre (“preocupación materna primaria”) por el deseo inicial del bebé
facilita que el fallo adaptativo se viva como una condición más del desarrollo. En esta
fase, el fallo adaptativo no constituye tanto una falta de confianza como una expresión
de la madre falible que, aunque sea suficientemente buena, hace avanzar el proceso de
desilusión al introducir a su bebé al mundo objetal en dosis pequeñas y asimilables.
Este proceso facilita la separación del mundo objetal del sentido emergente del sí-
mismo en el niño: “Del estado de fusión con la madre el bebé pasa al de separarla de
su persona, y la madre reduce el grado de su adaptación a las necesidades de su hijo”
(1971: 126).

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2. Winnicott, como Balint, trató los aspectos terapéuticos de la regresión con una
psicopatología revisada de las relaciones objetales, haciendo hincapié, en el caso de
Winnicott, en que los bebés enferman. La enfermedad psicológica se entiende como
una expresión de la falla ambiental, que, según Winnicott, “puede ser severamente
mutiladora”. Entre ellas se encuentran las siguientes: la esquizofrenia infantil o
autismo; la esquizofrenia latente; la falsa autodefensa y la personalidad esquizoide
(1962a: 58-59). Como resultado del choque traumático y las fallas de provisión, las
ansiedades psicóticas (o “agonías primitivas” como las describió) precipitan una serie
de maniobras defensivas (“reacciones”), mediante las cuales el niño trata de proteger
a su sí-mismo central. Winnicott (1963c) trabajó estos estados primitivos en su
artículo publicado póstumamente, “El miedo al derrumbe”, de la siguiente manera: un
retorno a un estado de no-integración (defensa: desintegración); caer para siempre
(defensa: autosostén); falla de residencia (defensa: despersonalización); pérdida del
sentido de lo real (defensa: explotación del narcisismo primario); y pérdida de la
capacidad para relacionarse con los objetos (defensa: estados autistas, relación
exclusiva con los fenómenos del sí-mismo). Lo más importante es que postuló que la
enfermedad psicótica es “una organización defensiva relacionada con una agonía
primitiva” (1963c: 90).

3. Winnicott introdujo técnicas terapéuticas que facilitan la regresión durante el


“análisis ordinario, tal como se ha creado para el control de la posición depresiva y
del complejo de Edipo en las relaciones interpersonales” (1954: 294). En términos de
“análisis ordinario”, en su artículo “Los objetivos del tratamiento psicoanalítico”,
Winnicott afirma que “continuamente maniobro para entrar en la posición del análisis
estándar” (1962b: 166). Y por “análisis estándar” entiende la necesidad de
“comunicarse con el paciente desde la posición en que me coloca la neurosis (o
psicosis) de transferencia” (1962b: 166). Desde esta posición o situación, el analista
es simultáneamente un objeto subjetivo para el paciente y un escenario interno de
confianza, basado en la prueba de la realidad.

En cuanto al “análisis modificado”, lo más importante es que el analista se


descubre a sí mismo “trabajando como psicoanalista más bien que haciendo
psicoanálisis estándar” (1962b: 168). Como expresa Winnicott (1962b: 169; énfasis
agregado): “hago psicoanálisis cuando, según el diagnóstico, el individuo, en su
ambiente, quiere psicoanálisis. Incluso puedo tratar de poner en marcha una
cooperación inconsciente cuando no hay un deseo consciente de análisis… Cuando
estoy ante un caso para el que no corresponde el psicoanálisis, me convierto en un
psicoanalista que satisface o trata de satisfacer las necesidades de ese caso especial.”
Además, Winnicott sostuvo que un analista entrenado en la técnica psicoanalítica
estándar está mejor preparado para este tipo de trabajo no analítico.

Winnicott (1962b: 169) señala que su trabajo analítico se basa en el diagnóstico y


que las pautas del diagnóstico hacen posible detectar aquellos pacientes que

599
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experimentan una regresión en el curso del tratamiento como parte de la relación de


transferencia, y aquellos que están en regresión (personalidad límite o esquizoide) y
necesitan un entorno contenedor en la situación analítica. Para estos últimos, la
“gestión” lo puede significar “todo” (1954: 279); además, Winnicott advierte: “En la
persona muy enferma hay poca esperanza de que se produzca una nueva oportunidad.
En el caso extremo el terapeuta necesitaría acercarse al paciente y presentarle
activamente una buena maternalización, experiencia que el paciente no hubiese
podido esperar” (1954: 281-2).

En los casos en que las fallas ambientales tempranas no han sido completamente
desastrosas, Winnicott trata la regresión como una creencia inconsciente, que puede
convertirse en una esperanza consciente: “que puedan revivirse ciertos aspectos del
ambiente que originalmente fallaron, pero revivirlos de un modo tal que en lugar de
fallar en su función de desarrollar y madurar la tendencia heredada, esa vez tengan
éxito” (1959: 128). Sin embargo, para que se realice, se debe tener una fe genuina en
la experiencia revivida; es decir, crear un medio en el que pueda “realizar una
adaptación adecuada” (1954: 281). Lo que hace el analista y cómo se comporta no es
menos importante que su comunicación con el paciente durante la transferencia
mediante la interpretación. La regresión clínica es una regresión organizada,
mediante la cual el analista responde a la necesidad del paciente de disponer de un
medio tanto interno como externo. Esto supone la provisión de un espacio vital o
potencial, donde los pacientes puedan descubrir nuevas formas de encontrarse a sí
mismos; de ahí la “regresión en busca del verdadero sí-mismo” (1954: 280).
En general, junto con Guntrip (1961; 1968), Winnicott (1954; 1960) destacó la
importancia esencial de un fallo del objeto materno (“deficiencia ambiental”) en la
etiología temprana del desarrollo patológico, que posteriormente puede desembocar
en una constelación del falso sí-mismo (o falso yo): superficial, orientado hacia el
exterior y fundamentalmente inauténtico, como algo opuesto al verdadero yo, que
abarca la integración del mundo interno consciente e inconsciente del individuo.
Además, los tratados de Winnicott sobre el valor evolutivo de la agresión (1951), el
uso del objeto (1969) y sus teorías sobre objetos transicionales y fenómenos
transicionales (Winnicott, 1953; 1965), la transferencia-contratransferencia (1949) y
otros temas psicoanalíticos son imprescindibles para los estudios del desarrollo, la
teoría y técnica clínica y los estudios interdisciplinarios de la creatividad y el arte.

III. D. Bowlby
John Bowlby fue supervisado por Melanie Klein y quedó contrariado porque
sentía que a Klein solo le interesaba la vida fantasiosa interior del niño y olvidaba la
relación real del niño con su madre. En su análisis minucioso del desarrollo infantil
temprano, especialmente en lo que respecta a los efectos de la separación traumática
de la madre o la inaccesibilidad emocional de la madre, Bowlby (1969) entendió el
apego a la madre como una pulsión primaria. Bowlby no se centra en la
estructuralización interna, como hace Fairbairn en su estudio de la “pulsión objetal

600
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primaria”; por el contrario, da más importancia a los patrones conductuales e


interpersonales. Diamond y Blatt (2007) descubrieron en su trabajo una explicación
de la expresión del comportamiento de las relaciones objetales internalizadas dentro
de la díada madre e hijo.

III. E. Sandler
En Gran Bretaña, Sandler (1963), y Joffe y Sandler (1965) proponen que el
desarrollo cognitivo, el desarrollo afectivo y el desarrollo de las estructuras que
representan las relaciones objetales internalizadas están íntimamente vinculados. Se
centraron en los estudios evolutivos de las estructuras del sí-mismo y llegaron a una
conclusión parecida a la de Jacobson en América del Norte (1964), a saber, que la
identificación (que implica una modificación de la representación del sí-mismo) bajo
los efectos de la representación objetal varía según el grado de adaptación de una
determinada representación del sí-mismo a la configuración defensiva del individuo.

IV. DESARROLLO TEÓRICO CONTEMPORÁNEO Y ADICIONAL –


PRÁCTICAS CLÍNICAS ASOCIADAS EN EUROPA

IV. A. Desarrollos kleinianos


El trabajo de Bion (1963) consolida un cambio importante en la teoría de Klein,
que pasa de ser una teoría de fases sucesivas de desarrollo a una teoría de
“posiciones”, es decir, de las posiciones esquizoparanoide y depresiva. Por tanto, en
lugar de seguir la fórmula EP →PD, utiliza la ecuación EP↔PD, que indica cómo
oscilan las posiciones durante la vida. John Steiner (1981; 1987), basándose en el
trabajo de Joan Riviere (1936), Herbert Rosenfeld (1964; 1971), Donald Meltzer
(1968), Hanna Segal (1972) y Edna O’Shaughnessy (1981), muestra cómo la llamada
“organización patológica/defensiva” puede originar otra posición: una que ayuda a
defenderse contra la persecución y la culpa depresiva, que estabiliza, pero al mismo
tiempo atormenta y daña la personalidad.

En el análisis, la aparición de la organización patológica/defensiva oscila entre


las dos posiciones y puede describirse esquemáticamente como:

Organización patológica

Posición EP ↔ Posición Depresiva

Se considera que una organización patológica, sujeta a una grave falla ambiental
y/o a un exceso de envidia y destructividad en la personalidad, forma una estructura
defensiva. Los objetos buenos y malos no han podido integrarse correctamente,

601
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porque en lugar de una escisión primaria ordinaria entre el sí-mismo “bueno” y


“malo” y el objeto en la posición esquizoparanoide, se han producido una
fragmentación y confusión excesivas de lo bueno y lo malo. Esta confusión puede
desembocar en un estado psicótico o cuasi-psicótico insoportable, en que el mundo
interno se llena de objetos fragmentados perseguidores y confusos. La organización
patológica ayuda a los pacientes a evitar la angustia abrumadora de la persecución y
la depresión, puesto que les hace evitar el contacto emocional con los demás y con la
realidad interna y externa. Funciona mediante la organización de los objetos parciales
fragmentados y confundidos en una estructura perversa, llena de odio. Una
representación de esta organización es la “pandilla” o “mafia” descrita por Rosenfeld
(1971). Esta organización de la personalidad a menudo se manifiesta en el análisis, en
sueños, o a través de asociaciones sobre bandas criminales que controlan e intimidan
las partes “cuerdas” o saludables de la personalidad, con promesas de refugio y alivio
de la angustia persecutoria o depresiva. Sin embargo, es probable que las partes
aparentemente sanas de estas estructuras complejas participen en relaciones colusorias
y perversas dentro de la estructura patológica. (Vea también la entrada
CONTENCIÓN: CONTINENTE-CONTENIDO).

En su trabajo posterior sobre los “retiros psíquicos”, Steiner (1993) amplía y


desarrolla la idea de estas organizaciones patológicas. Muestra cómo estos retiros son
omnipresentes y pueden tomar muchas formas, pero existen para preservar el
equilibrio psíquico ante la angustia inmanejable.

IV. B. Desarrollos de la tradición independiente

IV. Ba. Bollas: El objeto transformacional


Christopher Bollas (1987, p. 14) introdujo el término “objeto transformacional” a
partir de la noción de la madre “ambiente” de Winnicott, para sugerir que en la
interacción temprana entre madre e hijo “la madre es significante e identificable
menos como un objeto que como un proceso,” antes de que la madre sea
“personalizada por el bebé como un objeto completo.” Bollas (1987, p. 28)
argumenta que “ella ha funcionado como una región o fuente de transformación.” Por
tanto, mientras que “todavía no se identifica completamente como lo otro, la madre se
experimenta como un proceso de transformación, y esta característica de la existencia
temprana sobrevive en ciertas formas de búsqueda del objeto en la vida adulta,
cuando se busca el objeto por su función como un significante de transformación.”
(1987, p. 14)

Bollas amplía el campo psicoanalítico de las relaciones objetales, especialmente


con respecto a lo que él llama “la integridad del objeto”. “Me parece sorprendente”,
escribe Bollas (1992, p. 4, énfasis en el original) “que en una teoría de las relaciones
objetales se preste escasa atención a la nítida estructura del objeto, habitualmente
considerado como un recipiente que contiene las proyecciones del sujeto.

602
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Ciertamente, los objetos nos contienen. Sin embargo, es precisamente porque


contienen nuestras proyecciones que su característica estructural es tan importante,
porque también nos coloca a nosotros mismos en un contenedor que al volverse a
experimentar nos procesará de acuerdo con su integridad natural.”

IV. Bb. Šebek: El objeto totalitario


El concepto de “objetos totalitarios” (internos y externos), formulado por Michael
Šebek (1996; 1998), se basa en su trabajo psicoanalítico realizado bajo el régimen
comunista totalitario de Checoslovaquia. El concepto ayuda a vincular el poder
totalitario externo con las fuerzas totalitarias intrapsíquicas. Estas últimas se
entienden como fuerzas parcialmente internalizadas y como parte de la mente
inconsciente arcaica. Šebek señala que, en la medida en que existen regímenes
totalitarios y tiranos, existe la probabilidad de una transmisión transgeneracional de
los objetos totalitarios. El carácter “omnipotente”, “omnisciente” y “todopoderoso” de
estos objetos, según Šebek (1998, p. 2017), revela un proceso de idealización
primitiva, que incluye la adopción del totemismo, varios dioses, monarcas, dictadores,
líderes carismáticos y autoritarios, ideologías y movimientos políticos extremos. El
carácter destructivo y abusivo del objeto queda oculto o disfrazado por estas formas
de idealización.

Šebek propone que los objetos totalitarios son esencialmente “ambiguos”: nos
salvan, pero también nos penetran (son agresivos); tienen una función posesiva,
inquietante y controladora del espacio psíquico interno, que causa opresión interna y
una existencia privada de libertad. Como tales, los objetos totalitarios bloquean el
desarrollo hasta la madurez, facilitan la formación de ideologías dogmáticas y
bloquean el pensamiento creativo espontáneo. Šebek sostiene, además, que cuando
una persona percibe el mundo a través de la lente de los objetos totalitarios,
localizados principalmente en el yo inconsciente, esta persona no ve los objetos de
forma independiente, sino que los ve como objetos que están en su
posesión/manipulación. Estos objetos funcionan como parte del sí-mismo destructivo
y escindido, o se emplazan en un superyó severo y sádico. También pueden
proyectarse, como ocurre en el pensamiento paranoico. Para Šebek, los objetos
totalitarios en sus múltiples facetas pueden causar una reacción terapéutica negativa o
un tipo de impasse terapéutico. Permanecen mayormente inconscientes y pasan
inadvertidos, existen como dioses, fantasmas, demonios y monstruos; objetos
atemporales del inconsciente que entran en el sueño, la fantasía, la conducta, e incluso
en el espacio mental consciente. En resumen, Šebek propone que estos objetos
representan una estructura inconsciente de la incertidumbre más primordial, que
conduce a la devoción por un salvador externo o por líderes populistas, totalitarios y
fundamentalistas.

603
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V. DESARROLLO CONTEMPORÁNEO Y ADICIONAL EN AMÉRICA DEL


NORTE

V. A. De los años 50 a los 70

V. Aa. Estudios infantiles


René Spitz (1945, 1965, 1972) se dedicó a estudiar a niños que estuvieran al
cuidado de instituciones. Acuñó el término “depresión anaclítica” para referirse al
impacto que tiene la separación de los niños de sus cuidadores. También fue el
primero en percibir la diferencia entre la conducta cariñosa o la mecánica por parte
del cuidador. Desde su punto de vista, la separación premeditada no es la única causa
de la “depresión anaclítica”, sino también el trato mecánico que reciben los niños en
una institución, parecido al de la “madre muerta”. Spitz hizo hincapié en el “sustento”
afectuoso del bebé por parte de los cuidadores, ya que ello fomenta una comunicación
afectiva y táctil, no verbal, más rica entre el bebé y su cuidador.

Siguiendo a Bowlby (1969) en Inglaterra y Ainsworth (Ainsworth, Blehar,


Waters y Wall, 1978) en EE. UU. desarrolló la teoría contemporánea del apego como
una correspondencia conductual de las relaciones objetales internalizadas con la
relación temprana madre-hijo (Diamond y Blatt, 2007). Ainsworth et al. (1978)
definieron el apego como un vínculo afectivo entre el niño y un cuidador (Blum,
2004), y categorizaron varios tipos de apego, dejando lugar a las diferencias
individuales en el transcurso de un apego continuado que pasa de ser seguro a ser
inseguro (elusivo, ambivalente, desorganizado). Bowlby infiere la angustia del infante
de la relación entre madre e hijo, más que de una experiencia traumática específica.

Esta tradición siguió activa dentro de la psicología del Yo con Mahler (Mahler,
Pine, Bergman, 1975) y dentro de otras orientaciones teóricas relacionales de la
investigación infantil, como en el trabajo de Beebe (Beebe y Lachmann, 2005) y el
Grupo de Boston para el Estudio del Proceso de Cambio (Stern et al. 1998).

V. Ab. Mahler
Margaret Mahler incluyó nuevos campos de la psicología evolutiva a su modelo
de las pulsiones, considerado el más influyente después de Hartmann. El interés de
Mahler por las relaciones objetales más primitivas del niño emanó de su estudio de la
patología infantil severa, concretamente del autismo y la psicosis simbiótica. Sus
observaciones la ayudaron a percibir que estos pequeños eran incapaces de crear una
relación de crianza con los cuidadores (Mahler, Ross y DeFries, 1949; Mahler, 1952;
Mahler y Gosliner, 1955). Esto la llevó a crear una teoría de desarrollo infantil
normal, según la cual las relaciones objetales y el sí-mismo son una consecuencia de
las vicisitudes instintivas. Siguiendo a Hartmann, “El problema de la ‘adaptación’ en
su trabajo se considera como un tipo de acuerdo con el entorno humano” (Greenberg
y Mitchell, 1983, p. 272).

604
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Para Mahler, el desarrollo no se basaba en el establecimiento de la primacía


genital tras una resolución edípica exitosa, sino en el paso de una relación simbiótica
madre-hijo a una identidad individual estable en un mundo de otros predecible y
percibido de forma realista. Este proceso se denominó “separación-individuación” o
“nacimiento psicológico” del bebé. La separación y la individuación son procesos de
desarrollo distintos pero complementarios. La separación se define como la
emergencia del bebé de la fusión simbiótica con la madre; la individuación consiste
en la superación de metas que demuestran al bebé sus propias características
individuales (Mahler et al., 1975, p. 4).

Si bien los principios de organización de Mahler se basaban en las relaciones


entre el sí-mismo y los objetos, sobre todo en los aspectos transaccionales del
crecimiento y el desarrollo, estos principios provenían de la teoría clásica de las
pulsiones. El bebé, según Mahler, no era alguien que luchaba contra los deseos
conflictivos, sino alguien que debía reconciliar constantemente su anhelo por una
existencia independiente y autónoma, con un impulso poderoso de volver a
zambullirse en la fusión simbiótica de donde había salido.

El desarrollo evolucionaba según la duración y características específicas de las


subfases. En un primer momento, Mahler describió el proceso de separación-
individuación del bebé como una evolución de la fase de “autismo normal”, a la fase
simbiótica que desemboca en el período de las cuatro subfases secuenciales (Mahler,
Pine y Bergman, 1975).

Más tarde, sin embargo, abandonó el concepto del “autismo normal” de los
primeros dos meses de vida, basado en el narcisismo primario y la barrera de
estímulos, al darse cuenta de que los bebés ya desde el nacimiento muestran signos de
tener una conciencia continua de su entorno y de los objetos que hay en él, y la
barrera de estímulos es más bien un “filtro de estímulos”, termino que le fue sugerido
por Blum (Blum, 2004b).

A partir del segundo mes, durante la fase simbiótica, se supone que el bebé solo
posee una conciencia vaga de los objetos y se encuentra en un estado de fusión
“somato-psíquica delirante” (Mahler et al., 1975, p. 45). Esto se consideró un estado
positivo de interrelación, que se daba en un contexto intrapsíquico en ausencia de
límites entre el sí-mismo y el otro (Fonagy, 2001). También se dio mucha importancia
al reflejo de los afectos durante esta fase. La madre sensibilizada establece y mantiene
un diálogo afectivo-motriz apropiado con el bebé a través del contacto visual, la
expresión facial, el tacto, la sujeción, etc., que contribuye a la adaptación del bebé a la
modulación y regulación del afecto (Blum, 2004). La fase de separación-
individuación, de los 4-5 meses a los 18 meses, consta de varias subfases. La primera
es la que Mahler llama “diferenciación”, cuando el bebé empieza a diferenciar la
representación de sí-mismo de la madre/otro (Mahler et al., 1975), cuando deja de

605
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moldearse a sí mismo en el cuerpo de su madre y prefiere una exploración más activa


e independiente.

“Más que cualquier otro teórico psicoanalítico, Mahler reconoció la importancia


de caminar, una meta de la maduración que se activa en la subfase de ‘ejercitación’ de
la separación individuada” (Blum, 2004b, p. 542). Durante esta segunda subfase, el
bebé practica sus capacidades locomotrices para aumentar la separación física de la
madre y continuar el proceso de diferenciación. Este es el período en que Mahler sitúa
el “nacimiento psicológico” real del bebé. Con la locomoción vertical, los horizontes
del bebé se expanden, y éste se emociona cuando se da cuenta de que el “mundo está
a sus pies”. En palabras de Greenacre (1957), es la culminación de su “historia de
amor con el mundo”. Es, como Mahler conceptualiza, el momento cumbre tanto del
narcicismo (secundario) como del amor objetal (Mahler et al., 1975). En este
momento, además, el bebé alcanza “la cumbre de su ‘omnipotencia mágica’
proveniente de su sentido de compartir los poderes mágicos de su madre” (Fonagy,
2001, p. 66).

La subfase de “acercamiento”, de 15-18 a 24 meses, se caracteriza por la


conciencia y ansiedad de separación, y por una mayor necesidad de estar con la madre
(Mahler et al., 1975). El bebé que se estaba volviendo cada vez más independiente,
ahora comienza a darse cuenta de que es un pez muy pequeño en un mar muy grande,
y esto comporta una pérdida del sentido ideal del sí-mismo y la reaparición de un tipo
de ansiedad de separación. El bebé se da cuenta de que la madre es en realidad una
persona separada que no siempre puede estar disponible para satisfacer sus
necesidades. Esto provoca la “crisis de acercamiento”, que dura aproximadamente de
los 18 a los 24 meses. Según Mahler, la actitud del bebé es ambivalente y oscila entre
una necesidad de aferrarse a la madre y una poderosa necesidad de separarse de ella.
Este es el período durante el cual la escisión está en su apogeo (Greenberg y Mitchell,
1983). También es el período en que algunas funciones autónomas del yo evolucionan
rápidamente, beneficiadas por las rápidas adquisiciones de lenguaje y por la aparición
de la prueba de la realidad. Se está tomando conciencia de las diferencias de género y
de la identidad de género, que interactúan con el proceso de diferenciación. Durante el
“acercamiento”, la disminución de la omnipotencia infantil se contrarresta con
identificaciones selectivas con la madre competente, tolerante y afectuosa (Blum,
2004b).

Mahler dio mucha importancia al logro de la “constancia objetal” (basado en la


tolerancia a la ambivalencia) y la autosuficiencia como la subfase final de la
individuación por separación. Esto ocurre en el tercer año de vida y es un hito
importante del desarrollo. Las dos tareas principales de este período son el desarrollo
de un concepto estable del sí-mismo y un concepto estable del otro, que se organizan
en torno a los copartícipes de las relaciones objetales del bebé (Greenberg y Mitchell,
1983). Gracias a estos desarrollos, el bebé puede adquirir un sentido de su propia

606
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individualidad, así como un sentido del otro como una presencia interna, catectizada
de forma positiva. Puede funcionar de forma autónoma, en ausencia de la madre/otro,
y ser capaz de comprender la experiencia separada del sí-mismo y la madre, su mente
separada y los intereses e intenciones del otro. A medida que el bebé va interiorizando
la benevolencia y las funciones reguladoras de la madre, puede tolerar más fácilmente
las separaciones, frustraciones y desilusiones, y tiene más capacidad para la
autonomía, la individuación, la separación y la independencia.

Mahler fue capaz de crear una interfaz entre la teoría clásica de las pulsiones y la
teoría evolutiva de las relaciones objetales empleando el concepto de simbiosis para
referirse tanto a la relación real como a la fantasía interna determinada de forma
libidinosa (Greenberg y Mitchell, 1983). El hecho de que Mahler empleara el
concepto de ambiente constante y predecible de Hartmann (Hartmann, 1927 [1964]) y
su idea de adaptación (Hartmann, 1939) “llevó el modelo de las pulsiones a otorgar un
papel mucho más importante a la relación con el otro…” (Greenberg y Mitchell,
1983, p. 282). Para precisar en qué consistía el “ambiente constante y predecible”
Mahler empleó el concepto de Winnicott (1960) de la “madre devota ordinaria”
(Mahler, 1961; Mahler y Furer, 1968). De esta manera equiparó el ambiente temprano
del bebé con la figura específica de la madre.

En resumen, la teoría de la separación-individuación incluye a la madre y al bebé


reales, así como los conceptos de internalización y representación interna. La teoría
de Mahler combina la observación analítica con las transformaciones del desarrollo
intrapsíquico: “Los cambios intrapsíquicos pueden implicar un cambio en los límites
del yo, la diferenciación entre sí-mismo y las representaciones objetales, la cohesión o
escisión de estas representaciones y la conquista de la constancia del sí-mismo
objetal. Ambos miembros de la pareja diádica deben ser tenidos en cuenta” (Blum,
2004b, p. 551). En esta propuesta contemporánea modificada y reformulada, Blum
(2004b) incluye los últimos hallazgos en materia de desarrollo (Stern, 1985; Pine,
1986; Bergman, 1999; Gegerly, 2000; Fonagy, 2000). Su modificación incluye la fase
simbiótica, así como la separación-individuación, y presta particular atención a la
diferenciación y el acercamiento. Destaca que la diferenciación neonatal “precede al
surgimiento del yo intrapsíquico y la representación objetal” (Blum, 1004b, p. 541) y
que el niño tiene capacidades de pre-adaptación con respecto a “la comunicación
recíproca, la interacción y la regulación que comienzan con la crianza inicial y
proceden a un diálogo repleto de circuitos de retroalimentación…” (p. 541). Durante
el acercamiento, destaca el papel fundamental del lenguaje (Blum, 2003).

Aunque, actualmente, su teoría se encuentra apartada por la teoría del apego y


otras teorías de las relaciones objetales, el concepto de Mahler de separación-
individuación es una contribución importante a la comprensión del período de
desarrollo preedípico. (Ver también la entrada PSICOLOGÍA DEL YO).

607
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V. Ac. Erikson
Las contribuciones de Erik Erikson (1950, 1956, 1968) al estudio de las
relaciones objetales tempranas y sus influencias en el desarrollo de las estructuras del
yo, también tienden un puente entre la teoría estructural de la psicología del Yo de la
década de los cincuenta y el estudio clínico de las vicisitudes de las relaciones
objetales. Erikson propuso una sucesión de la introyección a la identificación y la
identidad del yo. Esta propuesta es seguida por algunos investigadores influyentes de
la escuela norteamericana de las relaciones objetales (Kernberg, 1977), aunque con
algunas modificaciones. Erikson no diferenció entre las organizaciones del sí-mismo
y las representaciones objetales. Fue Jacobson (1964) quien hizo patente la
diferenciación entre el sí-mismo y las representaciones objetales de las introyecciones
tempranas y el desarrollo de estas estructuras.

V. Ad. Jacobson
Al igual que Mahler, Edith Jacobson (1964) fue capaz de conciliar el énfasis
constitucional de Freud con el énfasis ambiental de los desarrollistas, al señalar sus
influencias mutuas y continuadas en el transcurso del desarrollo. Ella describió el
desarrollo del yo y el superyó junto con las representaciones del sí-mismo y el objeto,
destacando el papel del afecto. Sus contribuciones fueron cruciales para introducir la
conceptualización de “imágenes” o representaciones del sí-mismo y del otro como
factores decisivos del funcionamiento mental (Fonagy, 2001). Jacobson creía que el
bebé adquiere representaciones del sí-mismo y objetales con valencias buenas
(amorosas) o malas (agresivas), según las experiencias de gratificación o frustración
con la madre. “Ella introdujo el término ‘representación’ para enfatizar que este
concepto hace referencia al impacto experiencial de los mundos interno y externo y
que las representaciones están sometidas a la distorsión y modificación
independientemente de la realidad física” (Fonagy, 2001, p. 56). Los conceptos del sí-
mismo eran entendidos como estructuras complejas que incluían “la representación
intrapsíquica inconsciente, preconsciente y consciente del sí-mismo corporal y mental
en el sistema del yo” (Jacobson, 1964, p. 19).

En su trabajo seminal, El sí-mismo y el mundo objetal (1964), Jacobson revisó las


ideas del desarrollo de la libido y la agresión de Freud y amplió el impacto funcional
de las pulsiones. Su propósito fue fusionar la teoría relacional con la metapsicología
clásica, es decir, alinear el punto de vista económico con la fenomenología de la
experiencia humana, porque estaba convencida de que esta experiencia era la que
destacaba el papel de las relaciones con los demás. Jacobson empleó dos estrategias
teóricas complementarias para lograr su objetivo. La primera se centraba en la
experiencia del bebé de sí-mismo en su entorno, lo que Sandler y Rosenblatt (1962)
denominaron el “mundo representativo”. El mundo representativo del bebé provenía
de un sustrato psicobiológico innato. Jacobson propuso que las pulsiones instintivas
no eran “dadas” sino más bien “potenciales innatos” moldeados por factores internos
de maduración y por estímulos externos, especialmente en el contexto de las

608
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relaciones tempranas, que a su vez daban cuerpo al mundo representativo del bebé.
Este enfoque biológico le permitió establecer vínculos con los modelos pulsionales y
estructurales.

Su segunda estrategia teórica consistió en revisar los principios económicos, lo


que la llevó a concluir que “la teoría de la energía debe ponerse en mayor sincronía
con las vicisitudes de las relaciones objetales” (Greenberg y Mitchell, 1983, p. 306).

En opinión de Jacobson, la experiencia de placer o displacer del bebé es el núcleo


de su relación con la madre (modelo pulsional/estructural). Desde el comienzo, el
bebé registra la experiencia según cómo la viva. Jacobson especuló que la intensidad
emocional de las primeras experiencias contribuye a la consolidación de la libido y la
agresión, al mismo tiempo que sienta las bases para la creación de las imágenes del sí-
mismo y objetales que determinarán cómo nos sentimos con nosotros mismos y con
los demás. Experiencias frustrantes o perturbadoras producen imágenes de una madre
frustrante y retentiva y un sí-mismo frustrante y enojado, mientras que experiencias
más positivas conducen a una imagen de una madre amorosa y afectuosa y a un sí-
mismo feliz y contento. La teoría de Jacobson, por tanto, abordó la interacción entre
las experiencias reales y las pulsiones. Jacobson (1954) observó que, en el bebé, antes
de que se formen fronteras entre el sí-mismo y el otro, cuando las primeras imágenes
están fusionadas y no separadas en unidades independientes, la percepción que el niño
tiene del otro moldea directamente la experiencia del sí-mismo en sus
representaciones mentales. En este estado de fusión primitiva, los objetos se
convierten en partes internalizadas de las imágenes del sí-mismo y, de hecho, el
sentido más profundo del sí-mismo es una consecuencia de estas primeras imágenes.

Jacobson observó que la integración de imágenes buenas y malas, es decir, tanto


la madre “buena” como la “frustrante”, facilitaban la capacidad de integrar emociones
conflictivas. En última instancia, las imágenes del sí-mismo y de otros integradas de
forma afectiva mejoran la capacidad del bebé de tener experiencias emocionales
complejas. Las primeras experiencias preedípicas de las restricciones y prohibiciones
maternas producen imágenes tempranas en torno a las cuales más tarde se forma el
superyó.

Freud (1940) describió la libido como una fuerza que une, mientras que la
agresión rompe las conexiones. Jacobson incluyó estas ideas en la teoría de
separación-individuación, puesto que, según ella, la libido actua para integrar
imágenes opuestas de objetos buenos y malos y del sí-mismo bueno y malo, mientras
que la agresión fomenta la separación e imágenes diferenciadas del sí-mismo y el
otro. Con ello apuntaba a una integración de la teoría clásica de la pulsión con la
teoría de las relaciones objetales.

609
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V. Ae. Loewald
Hans Loewald fue uno de los revisionistas freudianos de los años 60, 70 y 80, que
forjó una conexión entre la psicología freudiana del Yo y la teoría de las relaciones
objetales para crear una teoría psicoanalítica que la gente pudiera considerar más
cercana a su experiencia vital. Sus preocupaciones abordaron los principios
fundamentales de la teoría psicoanalítica y las preconcepciones básicas sobre la
naturaleza de la mente, la realidad y el proceso analítico.

Según Loewald, Freud propuso dos interpretaciones diferentes de las pulsiones:


la primera antes de 1920, en que las pulsiones eran vistas como una búsqueda de
descarga, y la segunda llegó con su introducción del concepto de Eros en 1920, en
Más allá del principio del placer, donde Freud alteró radicalmente su definición de la
pulsión, puesto que se dio cuenta de que ésta no buscaba la descarga sino la conexión
“sin utilizar objetos para su gratificación sino para construir más experiencias
mentales complejas y para restablecer la pulsión original perdida entre sí-mismo y los
demás” (Mitchell y Black, 1995, p. 190). La revisión de Loewald de la teoría de las
pulsiones de Freud exigió una reformulación radical de los conceptos psicoanalíticos
tradicionales de Freud. Mientras que para Freud el ello es una fuerza biológica
invariable que choca con la realidad social, para Loewald el ello es un producto
interactivo de la adaptación, y no una fuerza biológica constante. La mente no es
interactiva de forma secundaria, sino por naturaleza propia.

Loewald teorizó que al principio no hay una distinción entre el sí-mismo y el


otro, el yo y la realidad externa, los instintos y los objetos; más bien hay un todo
unitario original formado por bebés y cuidadores. Propuso que “los instintos son
fuerzas psíquicas y motivacionales que como tales se organizan interactuando dentro
de un campo psíquico, formado originalmente por una unidad (psíquica) madre-
hijo.” (Loewald, 1971, p. 118). Debido a declaraciones como esta, los analistas de
habla francesa en Canadá encuentran que Loewald, quien se autoproclamó como un
psicólogo del Yo, es un teórico ejemplar del pensamiento del “tercer modelo” que se
explica a continuación.

Al reunir la teoría del instinto de Freud y la psicología del Yo, el trabajo de


Loewald sirve de puente entre una “psicología de una persona” y una “psicología de
las relaciones objetales de dos personas.” (Véase también la entrada de PSICOLOGÍA
DEL YO).

V. Af. Sullivan
Harry Stack Sullivan (1953, 1964), fundador del psicoanálisis interpersonal
estadounidense, propuso que: “1. La búsqueda de la satisfacción y la seguridad de las
pulsiones son esfuerzos indisolubles; 2. La fuerza de esta búsqueda tiene un impacto
sobre las relaciones interpersonales en evolución y, a su vez, estas se ven afectadas
por sus esfuerzos; 3. Lo que se llama el “sí-mismo” no es más que una colección de

610
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evaluaciones reflexivas de los primeros cuidadores; 4. La ansiedad, una amenaza a la


seguridad, solo puede darse en un contexto interpersonal; 5. El sí-mismo mantiene su
integridad mediante una falta de atención selectiva hacia los aspectos de la conducta
que provocan la ansiedad; 6. La base de los conceptos morales radica en la percepción
del niño de la aprobación o desaprobación de los padres; 7. La sexualidad es
importante pero no la principal fuerza motivacional de la vida; 8. La psicopatología se
deriva de la erupción de los estados del sí-mismo que fueron disociados y cuya
expresión causa ansiedad; 9. El tratamiento debe centrarse en el contexto relacional de
la ansiedad; y 10. Como resultado, la participación activa del terapeuta es más
deseable que su anonimato. La contratransferencia desempeña un papel central
informativo y orientativo en el tratamiento” (Akhtar, 2009, p. 151). En general, se
considera que Sullivan presta poca atención a los procesos del interior psíquico o a las
raíces genéticas de la transferencia.

V. B. Desarrollos contemporáneos

V. Ba. Kernberg
Desde finales de la década del setenta, Otto F. Kernberg empezó a desarrollar una
versión de la teoría de las relaciones objetales dentro del modelo estructural de Freud
y de la psicología del Yo de Hartmann. Desde su enfoque, las relaciones objetales son
entendidas como “un organizador esencial del yo” (Kernberg, 1976, p. 38) y
“unidades del sí-mismo-objeto-afecto” (Kernberg, 1976) que determinan las
principales estructuras de la mente (ello, yo y superyó). Para acabar de consolidar esta
integración teórica, Kernberg (2004, 2015) propuso un marco general que integra la
psicología evolutiva, cimentada en la teoría de las relaciones objetales, con los
aspectos neurobiológicos del desarrollo. Sus estudios hacen referencia al desarrollo
paralelo y mutuamente influyente entre los sistemas afectivos y cognitivos
neurobiológicos, controlados por determinantes genéticos, y los sistemas
psicodinámicos, que se corresponden con la realidad y las distorsiones provocadas de
las relaciones internas y externas con otras personas significativas.

Según este modelo (Kernberg, 2004, 2014, 2015, 2016), los campos relevantes
del desarrollo neurobiológico, a saber, la activación de los sistemas afectivos, la
diferenciación del sí-mismo de los demás, el desarrollo de una teoría de la mente y de
la empatía, la evolución de la estructura del sí-mismo y el desarrollo de los procesos
de mentalización se integran dentro del contexto de la teoría de las relaciones
objetales psicoanalíticas.

Al combinar los estudios neurobiológicos del desarrollo con el psicoanálisis


evolutivo, Kernberg (2015) destaca la complejidad dinámica de las primeras semanas
y meses de vida. Ya durante la “fase simbiótica” de la fusión “somatopsíquica-
delirante” (Mahler et al., 1975, p. 45), marcada por la ausencia de límites entre el sí-
mismo y el otro (Fonagy, 2001), cuando el bebé y la madre son una “unidad

611
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operativa”, empiezan a emerger no solo los afectos primarios, sino también los
primeros esfuerzos por diferenciar el sí-mismo del otro –prerrequisito para una teoría
de la mente– y los rudimentos de la empatía. Durante las primeras 6-8 semanas de
vida (Gegerly y Unoka, 2011; Roth, 2009), los bebés muestran diferentes reacciones
frente a caras animadas y patrones inanimados, son capaces de diferenciar la voz de
su madre de otras voces, responden con una sonrisa a las experiencias interactivas del
“yo no he sido” y son capaces de realizar una transferencia multimodal, para
identificar visualmente un objeto específico por su forma introducida previamente en
la boca del bebé. Estos primeros indicios de la capacidad de diferenciar las
experiencias que se originan en el sí-mismo de la experiencia externa se desarrollan
dramáticamente durante los primeros meses de la era “simbiótica”. La capacidad de
empatía por el otro también emerge durante las primeras semanas de vida. La empatía
parece depender de varias funciones cerebrales: desde las primeras dos semanas de
vida puede observarse un “contagio” de emociones entre los niños, que puede
constituir un sistema subcortical filogenético antiguo. Por otro lado, la “función de
compuerta” también puede desempeñar un papel. A través de esta función los afectos
se relacionan con el apego, el vínculo y la estimulación erótica que fomenta la
atención intensa hacia el otro.

Finalmente, el sistema de neuronas espejo ejerce una gran influencia sobre la


empatía: primeramente, por los sistemas corticales, aunque más tarde las funciones
espejo se distribuyen por varias áreas del cerebro, incluyendo la ínsula, la corteza
temporal y la parietal. Esto contribuye a la formación de un “sistema de
reconocimiento cognitivo-emocional” general (Bråten, 2011; Ritcher, 2012; Roth y
Dicke, 2006; Zikles, 2006; Kernberg, 2015). Inicialmente, las estructuras con
activación afectiva, como el tronco cerebral y las regiones del circuito límbico
subcortical, son las más implicadas en este proceso; pero, gradualmente, las
estructuras de activación cognitiva, como la corteza orbitofrontal, toman más
protagonismo. Parece que estos hallazgos neurológicos sostienen la hipótesis de una
dialéctica no lineal de esfuerzos simultáneos para crear la unidad (dual) simbiótica,
así como para diferenciar el sí-mismo del otro, ambos surgidos durante el desarrollo
más temprano. Esto corrobora las afirmaciones anteriores de Mahler (Stern, 1985;
Blum, 2004b) sobre la diferenciación, pero avanza el inicio de la diferenciación
rudimentaria. Los estudios multidisciplinarios del futuro pueden dedicarse a debatir
hasta qué punto esto podría teorizarse como una base del neurodesarrollo de los
movimientos contradictorios observados en la situación clínica adulta hacia la unión y
fusión inconscientes con los objetos, por una parte, y hacia la separación interna, por
otra.

La teoría de las relaciones objetales psicoanalíticas de Kernberg reconoce dos


niveles básicos de organización de la personalidad (límite y neurótico). Esto supone
dos niveles básicos de desarrollo:

612
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En primer lugar, bajo la influencia de estados de máximo afecto, se construye una


estructura psíquica dual durante los años preverbables. Esta estructura dual está
formada, por un lado, de representaciones idealizadas del sí-mismo relacionadas con
un objeto idealizado (niño y madre) que se encuentra bajo la influencia de estados
afectivos (filiales) extremadamente positivos; y, por otro lado, de un conjunto diádico
de relaciones opuestas que se desarrolla bajo la influencia de afectos extremadamente
negativos (aversivos, dolorosos), constituido por una representación frustrante o
agresiva del objeto conectada a una representación frustrada, enfurecida y/o sufriente
del sí mismo (Kernberg, 2004). La internalización diferenciada de las relaciones
objetales –lo “todo bueno” y lo “todo malo”– conduce a una estructura intrapsíquica
caracterizada por mecanismos primitivos de disociación o escisión, y mecanismos
derivados de la identificación proyectiva, la idealización y devaluación primitivas, la
omnipotencia y el control omnipotente, y la negación.

Al mismo tiempo, bajo la influencia de estados afectivos pobres, el desarrollo


cognitivo temprano se ve arrastrado por impulsos instintivos de “búsqueda” no
específicos (Wright y Panksepp, 2014) para aprender sobre la realidad. Esto conduce
a una formación prematura de conceptos y a la comprensión del mundo externo
animado e inanimado, que se desarrolla simultáneamente con las experiencias
emocionales de los estados de máximo afecto, regulados internamente por los
mecanismos de escisión y disociación.

En estas circunstancias tempranas, se supone que no existe un sentido integrado


del sí-mismo ni una visión integrada de los otros. Las representaciones del sí-mismo y
de los otros se dividirían y/o disociarían en representaciones objetales parciales del sí-
mismo idealizadas y/o persecutorias, según el estado de máximo afecto al que vayan
asociadas. Tal desarrollo coincide aproximadamente con el período preedípico, de
constancia pre-objetal (Mahler et al., 1975) y con la “posición esquizoparanoide”
(Klein, 1952a, b). En este sentido, la psicopatología (entendida como un trastorno
límite de la personalidad) refleja el fracaso de la integración de la identidad del yo,
típico del síndrome de difusión de la identidad. Las operaciones defensivas primitivas
predominantes, centradas en la escisión, y ciertas limitaciones en la prueba de la
realidad que se manifiestan en aspectos sutiles del funcionamiento interpersonal,
caracterizan este nivel de desarrollo, el cual, si queda fijado en este primer nivel,
origina una patología grave del trastorno de la personalidad (límite). Los conflictos
intrapíquicos de esta patología se desenvuelven entre dos conjuntos opuestos de
unidades internalizadas de relaciones objetales, donde cada unidad está formada por
la representación del sí-mismo y los objetos bajo los efectos de una pulsión derivativa
(clínicamente manifestada como una disposición al afecto).

En el segundo nivel de desarrollo, que emerge durante los tres primeros años de
vida, la comprensión realista del mundo circundante y el predominio de las
experiencias buenas (gratificantes) sobre las malas (frustrantes), facilita la integración

613
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gradual de experiencias emocionales contradictorias. Tolerar la ambivalencia, las


relaciones emocionales positivas y negativas con respecto a los mismos objetos
externos, conduce a la adquisición progresiva de un sentido del sí-mismo integrado y
una visión integrada de los otros significantes: dos de los componentes esenciales de
la identidad del yo. Este segundo nivel de desarrollo coincide aproximadamente con
la “posición depresiva” de Klein (sin su calendario truncado) y con el desarrollo
edípico, según la formulación de Freud.

Kernberg señala el logro de la constancia de objeto; es decir, el desarrollo de un


nivel neurótico normal de la organización y la presencia de un mayor número de
defensas centradas en la represión y sus mecanismos relacionados, además de un
mayor nivel de proyección, negación, intelectualización y formación de reacciones.
Este nivel más alto de organización de la personalidad también se refleja en la
estructuralización interna: hay una discriminación más clara del inconsciente
dinámico, reprimido, un “ello” constituido por relaciones diádicas internalizadas
inaceptables que reflejan la agresión primitiva intolerable y aspectos de la sexualidad
infantil. Este “yo” posee un concepto coherente e integrado del sí-mismo y la
representación integrada de otros significativos, además de funciones sublimatorias
reflejadas en la expresión adaptativa de las necesidades emocionales relacionadas con
la sexualidad, la dependencia, la autonomía y la autoafirmación agresiva/asertiva. En
el “superyó” se integran las relaciones objetales internalizadas, que abarcan las
exigencias y prohibiciones éticas transmitidas en las primeras interacciones del bebé y
con su entorno psicosocial, sobre todo en su interacción con los padres. Esta última
estructura está constituida por capas de prohibiciones internalizadas y exigencias
idealizadas, transformadas en una moral personal individualizada y abstracta
(Kernberg, 2004, 2012). En este nivel organizativo de la personalidad los conflictos
inconscientes son intersistémicos; oscilan entre los impulsos y las defensas, y abarcan
las tres agencias: el ello, el yo y el superyó.

Las estructuras intrapsíquicas presentadas por la teoría de las relaciones objetales


constituyen un nivel intrapsíquico secundario de organización del organismo, basado
en la neurobiología más primaria. Se especula que los mecanismos mentales
primitivos de escisión y sus derivados se basan en desarrollos límbicos subcorticales
de sistemas afectivos positivos y negativos (por separado), y que su integración
depende de los niveles corticales de procesamiento de la experiencia emocional
originalmente disociados (Roth, 2009). Los avances en los estudios del desarrollo
neurobiológico sustentan los principios teóricos de la teoría psicoanalítica de las
relaciones objetales y, al mismo tiempo, proporcionan una base neurobiológica para
las teorías del desarrollo de la organización de la personalidad (Gemelli, 2008). El
hecho de que, en los niveles límbicos inferiores, los afectos positivos y negativos
estén estrictamente separados y solo puedan integrarse en la corteza prefrontal y
preorbital y en la corteza del cíngulo anterior de la elaboración de la experiencia

614
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afectivo-cognitiva confirma los principios básicos de la teoría de las relaciones


objetales.

Desde el punto de vista clínico, el marco integrativo de las relaciones objetales


psicoanalíticas del desarrollo aporta una comprensión más profunda de la etiología
multifactorial de los trastornos severos de personalidad (límite), incluida la
interacción recíproca de características neurobiológicas, traumas infantiles graves que
afectan negativamente al apego y la capacidad de simbolización y reflexión. Kernberg
(2015) también presenta el tratamiento analítico modificado para tales afecciones, la
llamada psicoterapia “focalizada en la transferencia” (TFP, por sus siglas en inglés).
La TFP es un tratamiento que se centra en la estructura de la personalidad y tiene por
objetivo la normalización de las consecuencias patológicas de la inseguridad afectiva,
el vínculo afectivo a través del juego y los sistemas erótico-afectivos. La psicoterapia
centrada en la transferencia es imprescindible para interpretar las distorsiones de
transferencia desde la posición del “tercero”. (Ver también las entradas CONFLICTO
y TRANSFERENCIA).

V. Bb. Ogden
Thomas Ogden (1989) ha sido capaz de crear una versión original de la
integración emocional a partir de las contribuciones de Klein y Bion (EP<->D).
Asimismo, ha ampliado el trabajo de Bick, Meltzer y Francis Tustin al reconocer que
existe una posición primitiva y pre-simbólica dominada por los sentidos, que él llama
posición autista-contigua:

“Esta es una posición primitiva de organización psicológica operativa desde el


nacimiento que genera las formas más elementales de la experiencia. En base al
ritmo de las sensaciones, particularmente a través de la superficie de la piel, se
construye el sentido más rudimentario del sí-mismo. Es díficil expresarlo en
palabras. Esta posición refleja la ritmicidad de las relaciones tempranas con
respecto a la experiencia del cuidado, de estar en brazos de la madre. Es una
relación de forma ante la sensación de encierro, de pulsación ante la sensación de
ritmo, de dureza ante las experiencias limítrofes. Las secuencias, simetrías,
periodicidades, el “moldeado” que se produce a través del contacto con la piel
son ejemplos de contigüidad sensorial que con el transcurso del tiempo producen
una experiencia propia rudimentaria” (Ogden, 1989, pp. 30-31).

La contribución más significativa de Ogden es que la experiencia sensorial se


genera a través de la contigüidad de las superficies, en lugar de dos superficies que se
unen, ya sea para delimitar las diferencias o para fusionarse.

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V. Bc. Modelos relacionales


Varios de los modelos relacionales del panorama conceptual de América del
Norte han destacado la subjetividad analítica, las cuestiones de género y sexualidad,
el trauma, el desarrollo temprano y los estados primitivos (Harris, 2011). Al examinar
este panorama, Harris afirma que “si bien hay muchas corrientes, muchas influencias,
y muchos indicios de fracaso, … Mitchell (1988, 1993a y b, 1997, 2000) fue… el
propulsor, el escritor y el pensador… que puso en marcha este movimiento” (p. 704).

V. Bca. Jay Greenberg y Stephen Mitchell


En su publicación, Teoría psicoanalítica de las relaciones objetales (1983),
Greenberg y Mitchell sostienen que el eje central del psicoanálisis clínico siempre ha
sido la relación del paciente con los demás. ¿Cómo se establecen estas relaciones?,
¿cómo funcionan?, ¿cómo se transforman?, ¿cómo se entienden las relaciones con los
demás dentro del marco de la teoría psicoanalítica? Sostienen que han aportado dos
soluciones básicas al problema del papel de las relaciones dentro de la teoría
psicoanalítica: el modelo pulsional, en que las relaciones con los demás se generan y
modelan por la necesidad de la gratificación pulsional; y varios modelos relacionales,
en que las relaciones son entendidas como primarias e irreductibles. Ellos señalan las
divergencias y similitudes entre los dos modelos, así como las estrategias adoptadas
por los principales teóricos para posicionarse con respecto a estos modelos.
Demuestran, además, que muchas de las controversias y tendencias en el diagnóstico
y la técnica psicoanalítica solo pueden entenderse plenamente en el contexto de una
dialéctica entre el modelo de la pulsión y los modelos relacionales. En su publicación
consideraron que lo que une a teóricos tan diversos como Klein, Winnicott, Kernberg
y Kohut, es su compromiso por la primacía de los vínculos objetales y la experiencia
“relacional”.

A partir de 1983, Mitchell (1988, 1993, 1997, 2000) se dedicó a elaborar su


perspectiva relacional, tomando en cuenta cuestiones metapsicológicas, procesos
clínicos, modelos mentales y una gran cantidad de trabajo analítico diádico. En 1993,
en su publicación, Esperanza y pavor, Mitchell resumió la revolución relacional
(revolución con ‘r’ minúscula) de la siguiente manera: según él, fue una revolución
sobre “lo que sabía el analista (ecos de Lacan…) y una revolución sobre lo que quería
el paciente (ecos de Ferenczi)” (Harris, 2011, p. 704). Más tarde, reanudó su interés
por el desarrollo temprano de Loewald y comenzó a prestar atención a aquellos
aspectos de la relacionalidad que surgen en los primeros vínculos afectivos.

V. Bcb. Conceptos básicos del pensamiento relacional


Entre los conceptos básicos de los modelos relaciones cabe destacar:

1. La psicología de dos personas: se basa en la idea de que la mente emerge como


producto de la interacción social; la mente es interpersonal e individualizada. Gracias
al trabajo de Ghent (1990, 2002) y la visión diádica de Winnicott sobre el espacio

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transicional y los objetos transicionales, esta psicología se convirtió en un pilar básico


del pensamiento relacional. Para analistas e investigadores como Beebe (Beebe y
Lachman, 2005), Seligman (2003, 2005) y el Grupo de Boston para el Estudio del
Proceso de Cambio (Stern, Sandler, Nahum et al., 1998), estas ideas provienen de
observaciones de interacciones entre padres e hijos. Los estudios de observación
infantil sentaron las bases para entender la vida relacional temprana. Estos estudios
repercutieron en la teoría clínica y la técnica del psicoanálisis relacional, sobre todo
en el campo de la “regulación mutua”, la “ruptura y reparación”, los “momentos
afectivos intensificados” (Beebe y Lachman, 2005) y las propiedades transformativas
de los momentos “ahora” (Stern et al., 1998), así como en la dimensión temporal de
Hoffman (1998) acerca de lo intersubjetivo y lo intrapsíquico, para quien el pasado se
construye con el futuro en lo que respecta a la construcción social de realidades
compartidas e individuales, en el trabajo de Benjamin (1988, 1995, 1998) sobre la
complementariedad y los distintos tipos de terceridad, para quien la díada está
formada por más de dos personas, y en el “testimonio” clínico de Donnel Stern
(2010), centrado en la fragilidad, la inestabilidad y la incertidumbre de los límites en
el contexto interpersonal y relacional del proceso de “conocerse”. Todos estos
ejemplos ponen de manifiesto la riqueza conceptual de la psicología de dos personas
proveniente de las diversas escuelas relacionales.

2. El constructivismo social: hace referencia a la regulación social


conceptualizada por Fromm (1941) y Levenson (2006), tomada de la tradición
interpersonalista que considera que la cultura ejerce una gran influencia sobre la
psique del individuo. Las ideas de Foucault (1988) y Althusser (1970) han sido muy
influyentes con respecto a los estudios de género y sexualidad. Actualmente, en
América del Norte, Dimen (2003) y Goldner (1991, 2003) trabajan desde esta
tradición, centrándose en el diálogo entre el inconsciente y lo social, el cuerpo y la
cultura, en torno al feminismo psicoanalítico y otros temas culturales
transformadores. Corbett (1993, 2009), por su parte, deconstruye la masculinidad y
sitúa su trabajo dentro de la teoría relacional y queer.

3. Los múltiples estados del yo: se trata de una metapsicología relacional que se
preocupa por los estados identitarios y los procesos disociativos de intensidad
variable. Este interés explica gran parte del trabajo diádico analítico relacional. La
“hibridez”, la “multiplicidad”, los “estados cambiantes del yo”, las “divisiones
verticales” y las “disociaciones” pueden ser indicios de un trauma o bien formar parte
de modelos normativos de la mente (Bromberg, 1998, 2006; Davies y Frawley, 1994).
En este sentido, el trabajo de Ferenczi (1911, 1932) sobre la comunicación
inconsciente de las experiencias traumáticas, así como sus conceptos de identificación
con el agresor y el niño sabio, continúan desarrollándose en la actualidad, sobre todo
en el campo del trauma y su transmisión intergeneracional a través del habla, el
cuerpo, y otras formas de relacionarse. Parte del trabajo relacional contemporáneo se
centra en el embodiment (corporización, o “pensar con el cuerpo”, en un entorno

617
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problemático (Gentile, 2006; Anderson, 2009; Seligman, 2009; Corbett, 2009), o en el


trabajo sobre la vergüenza resultante (Lombardi, 2008).

4. El desarrollo, la motivación y la función emergente: Mitchell, quien al


principio se opuso a la “tendencia evolutiva” de la teoría clásica freudiana, más tarde,
al elaborar la noción de subjetividad de Loewald como un producto de la matriz
relacional, caracterizada “desde el comienzo por ser un lugar de densidad primaria de
donde surgen los estados objetales y la subjetividad” (Harris, 2011, p. 714), fue
inclinándose por los estudios desarrollistas. Stein presentó un caso de sexualidad
incipiente de dos personas, empleando los conceptos de “implantación” y “exceso del
otro” de Laplanche, con el fin de conceptualizar la “sexualidad como exceso”,
derivada de la interacción entre el adulto y el niño (Stein, 2008).

5. El proceso clínico marcado por la ubicuidad de la contratransferencia:


siguiendo los primeros pasos de Ferenczi (1911, 1932), las ideas de Heimann (1960)
sobre la contratransferencia y el trabajo evolutivo de Bion (1959) sobre la
identificación proyectiva, la teoría clínica relacional “funciona como… una teoría de
sistemas radicales” (Harris, 2011) centrada en las influencias bidireccionales de la
pareja analítica. La autenticidad, la honestidad y la posible revelación de los errores
del analista (Davies, 1994; Renik, 2007) pueden manifestarse de distintas maneras,
pero son la base de la práctica clínica relacional, así como los conceptos de
“vulnerabilidad del analista” y el “impasse” (Aaron, 2006; Harris y Sinsheimer,
2008).

Actualmente, dejando a un lado todas estas contribuciones del pensamiento


relacional y los enfoques clínicos, la controversia sigue girando en torno al grado en
que la díada analítica se entiende como una construcción fuera de la historia y, al
mismo tiempo, una réplica de la unidad madre e hijo. (Ver también entradas
CONFLICTO e INTERSUBJETIVIDAD).

V. Bd. Psicología del Self (Psicología del sí-mismo): El objeto del sí-mismo
Los psicólogos del sí-mismo advierten que se debe tener cuidado con el concepto
de “internalización”, ya que es una expresión que no debe tomarse demasiado al pie
de la letra. Según ellos, cuando se dice que la “teoría de las relaciones objetales” es
una construcción progresiva “de representaciones diádicas o bipolares (imágenes del
sí-mismo y objetales) que actúan como reflejos de la relación original madre-hijo”
(Kernberg, 1976, p. 57) no debería entenderse como una transposición de la actividad
del mundo a un escenario dentro de la cabeza donde réplicas en miniatura o
“representaciones” o “imágenes” se dedican a recrear el mundo exterior. La
“internalización” se entiende mejor si se aplica a conceptos que no necesitan tener un
significado físico o geográfico. Arnold Goldberg (1992), editor de la serie anual
“Progress in Self Psychology” [“Avances en psicología del Self (psicología del sí-
mismo).

618
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”], y uno de los principales contribuyentes a la expansión de la teoría de Heinz Kohut,


pone el siguiente ejemplo (2015a, comunicación oral con Eva Papiasvili): “Ponemos
dinero en el banco, estamos enamorados o tenemos problemas y no lo atribuimos a los
dólares que almacenamos físicamente en el edificio donde se realizó la transacción ni
imaginamos que el ‘amor’ o el ‘problema’ son lugares. Esto son figuras retóricas que
se emplean con demasiada facilidad. Esta falta de claridad a menudo ha llevado a
pensar que la mente está de alguna manera situada dentro del cerebro, que a su vez
está emplazado dentro del cráneo; entonces, el proceso de tener algo o alguien en
mente no es más que un acto de translocación, y esto se logra simple y llanamente por
medio de una representación.”

La teoría de la mente extendida contrasta significativamente con la idea de que la


vida es un drama minúsculo en el cerebro (Rowland, 2013). Puesto que es mejor
entender las teorías como herramientas prácticas más que como ilustraciones del
verdadero estado de las cosas, actualmente, la noción de la mente extendida se emplea
para sacudir la manera en que entendemos las relaciones objetales. Aunque la teoría
de la mente extendida surgió como una teoría de la cognición, se puede aplicar con
facilidad en el psicoanálisis, sobre todo en teorías que abarcan el sí-mismo o la
persona. En pocas palabras, esta teoría propone que la mente no es un lugar pequeño
confinado dentro de la cabeza, sino que se extiende para abarcar personas y eventos
del entorno. Una de las maneras más fáciles de entenderlo es por medio del fenómeno
de “mirar fijamente”. Los experimentos demuestran (Sheldrake, 2013) que las
personas son capaces de distinguir cuándo son observadas sin que puedan confirmarlo
visualmente. Por supuesto, hay muchas maneras de pensar cómo la mente tiende un
puente con en el mundo y, de hecho, esta es la manera “normal” en que los niños
piensan el mundo. Sin embargo, desde nuestra práctica psicoanalítica, entendemos la
teoría de la mente extendida como una forma peculiar de configuración transferencial.

Cuando Kohut (1971) comenzó a formular sus ideas sobre la psicología del Self
(psicología del sí-mismo), se dio cuenta de que algunos pacientes hacían
transferencias significativas en las que él se convertía en un componente significativo
de la personalidad de sus pacientes. No era un objeto antiguo que se reactivara por
regresión y, por tanto, disfrutara de una existencia independiente y distinta, sino más
bien una parte reactivada del sí-mismo, que experimentaba al analista como un
constituyente de esa persona o sí-mismo. Estas configuraciones transferenciales se
categorizaron como duplicaciones, idealizaciones o transferencias gemelas, y se las
llegó a considerar fases normales de desarrollo del sí-mismo. En la medida en que
eran componentes o partes del sí-mismo del paciente, se establecieron como “objetos
del sí-mismo”, en lugar de objetos independientes y diferenciados. Demostraron cómo
la mente va más allá del cráneo para capturar a otros como parte de su repertorio
expandido. Todos utilizamos a los otros para unirnos en la construcción de nosotros
mismos; y esto no es una fase, que vivimos y superamos, sino más bien un proceso
continuo por el cual nos regulamos y preservamos.

619
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Ver a los demás como partes necesarias de nosotros mismos exige modificar la
psicología de dos personas, centrada en las relaciones entre los objetos, por una
psicología de una sola persona que examina las relaciones entre el sí-mismo y sus
objetos.

Las implicaciones de los conceptos objetales del sí-mismo van más allá de las
relaciones objetales basadas en la gratificación o la frustración de la pulsión.
Defienden la definición de la teoría de las relaciones objetales de Fairbairn (1944),
que plantea un conjunto de hipótesis psicoanalíticas y estructurales que emplazan las
necesidades del niño de relacionarse con los demás en el centro de la motivación
humana. Sin embargo, estas “relaciones” no son interacciones que se representen o
repliquen en el cerebro, sino que son procesos mentales que están ocurriendo en el
mundo. La división desafortunada entre la mente y el cerebro ha causado esta
confusión. Aunque la mente sea generada por el cerebro, no puede considerarse como
una mera cualidad del cerebro, como muchos defienden (Kandel, 2012) –
presuntamente para economizar el vocabulario. El cerebro, la mente y el sí-mismo son
tres entidades distintas y diferenciadas. El cerebro es un órgano que genera la mente.
La mente es un concepto de pensamiento y emoción que abarca el mundo. El sí-
mismo es la persona que existe en el mundo con otras personas. Estas tres entidades
no deberían reducirse a una sola.

En palabras de Goldberg (2015b, comunicación oral con Eva Papiasvili):


“Imagine, por ejemplo, que una persona se inscribe en la escuela de negocios de
Harvard. Él o ella está en la escuela de negocios, pero raramente se presentará
físicamente en el edificio que alberga la escuela de negocios. Los padres de este
estudiante imaginario vienen de visita para conocer la universidad de su hijo o hija. Se
les muestra el edificio administrativo, la biblioteca y la escuela de negocios, pero una
pregunta inocente parece desconcertar a su guía turístico. La madre de nuestro
estudiante desea saber dónde está la universidad y solo se le puede contestar que la
universidad está en todas partes y más allá. Harvard no es una simple colección de
edificios, ni puede localizarse con exactitud. Es algo parecido a una idea, así como la
mente y el sí-mismo no son entidades fijas ni limitadas. Harvard significa cosas
distintas según las personas, como pasa con las relaciones objetales.” (Ver también las
entradas TRANSFERENCIA y PSICOLOGÍA DEL SELF).

V. Be. El auge de propuestas del “tercer” modelo del funcionamiento psíquico


A ambos lados del Atlántico, los analistas franceses (Brusset, 1988, 2005, 2006,
2013) han adoptado el término “tercer modelo” (“le troisième topique”) para reunir
bajo una sola rúbrica metapsicológica el trabajo de una serie de publicaciones de
autores post-freudianos sobre el papel del objeto en el desarrollo del aparato psíquico.
La designación #3 hace referencia a este modelo elaborado por varios pensadores que
han sentido la necesidad de incluir la relación con los primeros cuidadores al logro de

620
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un aparato psíquico capaz de operar según los dos modelos freudianos del aparato
psíquico: el primero, el topográfico (Freud, 1900), que consiste en una división entre
el consiente, inconsciente y preconsciente cada una con sus propias normas de
funcionamiento; y el segundo modelo freudiano (1923, 1926), el estructural, que
divide el aparato psíquico en tres campos: el ello, el yo y el superyó. En las primeras
obras de Freud, se sobreentiende que el sujeto es consciente, de alguna manera, de
que la pulsión forma parte de sí mismo y que se ha visto obligado a reprimirla para
defenderse contra su naturaleza inaceptable. El segundo modelo propone una
situación mucho más ambigua, ya que incluso si se dan las condiciones ideales para
una diferenciación interna del aparato psíquico, siempre quedan porciones
significativas del yo y del superyó que permanecen inconscientes y, por tanto, el ello
se colma de material que nunca ha sido consciente. En sus últimos escritos, Freud se
disputa las implicaciones teóricas y técnicas de estos descubrimientos. Sin embargo,
se puede afirmar que ambos modelos son modelos de “una persona”.

Ambos modelos de Freud describen la enfermedad neurótica como una mente en


guerra consigo misma y no en guerra con el mundo exterior. Ya en Estudios sobre la
histeria (Freud, 1893-1895), Freud trae a colación casos de mujeres que enfermaron
tras convertirse en objeto de un pensamiento “inaceptable”, en profundo desacuerdo
con sus ideales morales o su orgullo. Antes de recurrir a la ayuda externa, estas
mujeres movilizaron una operación defensiva que les dio una tregua para soportar el
pensamiento inaceptable. Estas mujeres eran capaces de representar el deseo
prohibido y, al mismo tiempo, aunque brevemente, pudieron reconocerlo como una
parte inaceptable de sí mismas. Además, su defensa de la represión no destruyó esta
representación. El caso de Lucy R. es ejemplar: reconoció, durante el cuestionamiento
de Freud, que sabía que estaba enamorada de su jefe, pero que “no lo sabía o, mejor,
no quería saberlo. Quería quitármelo de la cabeza, no pensar nunca más en ello, y aun
creo que en los últimos tiempos lo había conseguido” (p. 117). Cuando Freud le
ofreció sus interpretaciones, Lucy R. pudo aceptarlas como relatos razonables de un
conflicto interno y pudo distinguir la fantasía o realización de sus deseos de la
realidad externa.

El “tercer modelo” hace referencia a una situación muy diferente, que tiene lugar
en la prehistoria del individuo, antes de que su aparato psíquico alcance la
sofisticación de la mente freudiana como se describe en la Interpretación de los
sueños (Freud, 1900). Según el tercer modelo, la mente no siempre es capaz de
funcionar dentro de su propio círculo de representaciones y juzgarlas como tales. Para
empezar, esto depende del nebenmensch (Freud, 1950 [1895]), del otro cercano, para
asegurarse de que la psique no se vea abrumada por excitaciones internas y externas;
además, depende de la fiabilidad, la ensoñación y la respuesta moderada del cuidador
para aprender a distinguir la fantasía de la realidad. La modulación de la estimulación
del cuidador, quien asume la función de barrera del estímulo, facilita que el bebé
pueda reconocer los impulsos libidinosos y agresivos como partes no traumáticas de

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sí mismo. De manera que el tercer modelo hace referencia a un momento de la vida


previo al desarrollo de los otros dos modelos. El tercer modelo fue descubierto de
forma teórica, pero describe una situación que se da antes que cualquier otra cosa en
la vida del individuo. El caso del hombre lobo (Freud, 1918) revela un tipo de
funcionamiento mental bastante distinto de las emociones subjetivas de los “pastelitos
quemados” de Lucy R. Cuando alucina que pierde un dedo, el hombre lobo no
reconoce el impulso como propio y lo proyecta hacia fuera. Su alucinación no está
calificada como “subjetiva”. Su último episodio de psicosis demuestra aún más que
no había alcanzado el nivel de funcionamiento “neurótico” de una-persona. Freud, en
su interpretación en base a la angustia de castración, relacionó cortar un dedo con
talar un árbol, pero no tuvo ningún impacto: el hombre lobo no había alcanzado un
aparato psíquico capaz de apreciar la riqueza de la metáfora cuando hacia referencia a
la pulsión.

Desde el punto de vista del sujeto inconsciente, puede afirmarse que las personas
que se encuentran dentro del espectro neurótico-normal tienen una vida “interna”,
mientras que las personalidades límite y los psicóticos no experimentan sus pulsiones
o sus fantasías como “internas” (aunque desde el punto de vista de un observador
éstas provengan de adentro). Para pasar de un proceso primario de pensamiento,
donde los deseos se perciben como cumplidos, a un pensamiento donde los deseos
pueden experimentarse en un espacio transicional de verdad y falsedad, se necesita la
intervención de un padre o madre suficientemente bueno que actúe como prótesis y
contenedor temporal. Según este modelo, cada ser humano comienza su vida en una
situación de procesamiento psíquico de dos personas, en que el bebé y el entorno son
una unidad operativa, y es solo con el tiempo y gracias a un trabajo psíquico
considerable (por lo general, inconsciente) por parte de ambos sujetos que se
establece una autonomía intrapsíquica relativa de una persona. Esta autonomía es
entendida como un desarrollo universal ideal, que no todas las personas pueden
lograr, normalmente debido a deficiencias en el encuentro primitivo de dos personas.
Para estos pensadores, llamados retrospectivamente del “tercer modelo”, la mente de
una persona es un logro, una fluctuación que puede perderse a causa del estrés interno
o externo.

V. Bea. El objeto, el otro real y la pulsión


La oposición entre la “búsqueda objetal” y la “búsqueda del placer” en la
constitución de la psique originó una revolución post-freudiana en los Estados
Unidos, un corpus considerable de reflexiones que cuestionan esta oposición desde su
planteamiento. Algo similar ocurre con respecto a la controversia sobre la importancia
relativa de las personas/objetos “reales” versus los objetos internos, o la necesidad de
abordar el “déficit” en lugar de la “pulsión”. Ninguna teoría psicoanalítica puede
evitar una confrontación con el doble estatus del objeto (Green, 1975): fantasioso y
real, interno y externo, representado y percibido. Los defensores de añadir un “tercer”
modelo metapsicológico a nuestro arsenal teórico, señalan cuán profundamente

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interrelacionadas están la pulsión y las relaciones objetales, por lo que pueden situarse
cerca de los relacionistas, quienes, como se señaló anteriormente, abogan por una
“dialéctica” entre la pulsión y los modelos relaciones. Sería más apropiado referirse al
tercer modelo en plural, ya que diferentes autores han definido el papel del objeto de
maneras tan dispares que todavía no existe una teoría “unificada” y puede que nunca
llegue a existir. A medida que se vaya tomando conciencia de la convergencia entre
orientaciones y estudios teóricos del papel del objeto en el desarrollo del aparato
psíquico, habrá más oportunidades de intercambio en los debates. A continuación,
para ilustrar la pluralidad de estos puntos de vista, se menciona el trabajo de seis
autores cuyas contribuciones han sido especialmente influyentes en América del
Norte: Lacan, Winnicott, Green, Laplanche y Loewald.

De forma independiente y casi simultánea, Lacan y Winnicott formularon una de


las más cuestiones más fundamentales para el ser humano: para convertirse en
alguien, cada sujeto debe pasar por otro, un individuo real y conflictivo, otro. Ambos
autores escribieron sobre la función espejo del objeto: Winnicott (1967) lo vio como
una oportunidad para encontrar el “verdadero” sí-mismo reflejado; mientras que para
Lacan (1977 [1949]) el reflejo señala el comienzo de una alienación que dura toda la
vida, en que el yo, anhelando ser el objeto de deseo del otro, adopta otras formas para
ser él mismo. La “realidad” de la intrusión del otro que preocupa a Lacan, sin
embargo, no hace referencia a características concretas de la personalidad del otro o
aspectos de su conducta, sino a “los significantes” que parecerían haber sido tragado
con leche materna. Este flechazo o “pinning” [“alfiler”, del inglés] identificativo del
sujeto inconsciente, que combina los discursos del otro “cercano” del primer cuidador
con los del otro “lejano” de la comunidad y la cultura, fue lo que le llevó a tratar de
detectar “significantes” clave en el tratamiento. Aulagnier (2001 [1975]), una antigua
discípula de Lacan, profundizó la comprensión del papel íntimo del cuidador
temprano en la “actividad de representación” del bebé. Señaló que los infans
experimentan una “violencia de anticipación” inevitable en la “sombra hablada” del
discurso materno. Además, destacó el protagonismo de la “acción diferida” de
nombrar el afecto (diferida porque ocurre después de que la madre haya observado la
respuesta del niño y antes de que el niño sepa cómo expresarlo solo) que, al designar
la relación del niño con los demás catectizados por él, “identifica y constituye el yo”
(p. 97).

Para Winnicott, el objeto también toma mucho protagonismo en el nacimiento de


un aparato psíquico funcional, capaz de distinguir la fantasía de la percepción. El
objeto maneja esta transformación y construcción a través de dos tipos de
interacciones con el bebé. En primer lugar, está lo “creado-encontrado” en la oferta
materna programada para ser empática, que aparece justo cuando el bebé lo necesita.
Entonces, la “supervivencia” del objeto al ser “usado” como objeto pulsional ayuda al
bebé a diferenciar sus deseos de la realidad externa. Winnicott (1960b, p. 141) afirma
que, para el bebé, los impulsos y afectos instintivos son tan ajenos al yo como un

623
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trueno. Es gracias a la negociación entre las dos categorías de interacción: “lo creado-
encontrado” y el “uso del objeto” (1953, 1969) que el bebé identifica gradualmente la
pulsión y la distingue de las fuerzas ambientales. Por tanto, se puede decir que este
particular “encuentro” entre el impulso objetal espontáneo del bebé y la “respuesta”
de los padres moldea, literalmente, la experiencia intrapsíquica del sujeto. Antes de
que la pulsión pueda sentirse como parte de uno mismo, debe rebotar en la respuesta
del otro externo; por tanto, en vez de “innata”, la pulsión, para Winnicott, es algo
“construido” en interacción con el otro.

Green (1975, 1985, 2005, 2007, 2011) ha proporcionado otra gran reflexión sobre
el papel del objeto de Winnicott, es decir, sobre la calidad de la presencia psíquica del
cuidador externo (otro). El yo naciente se siente abrumado tanto si la estimulación es
desproporcionada como si es insuficiente; ambos extremos perjudican el potencial
transformador del nebenmensch. Green señaló que la capacidad winnicottiana “de
estar solo en presencia del otro” (1958) requería un padre o madre suficientemente
bueno para mantenerse a una distancia óptima, es decir, óptimamente ausente. Esta
ausencia, según Green, no es una pérdida sino “una presencia potencial, una
condición para que aparezcan no solo los objetos transicionales sino también los
objetos potenciales que son necesarios para la formación del pensamiento” (1975, p.
14). En esta lectura de Winnicott, Green amplía la doble perspectiva lacaniana sobre
el papel de la “ausencia” en la vida psíquica: que el lenguaje se basa en la capacidad
de representar un objeto ausente y/o de abstraerse de su presencia concreta, poniendo
como ejemplo la discriminación entre la plenitud fantasmática diádica de lo
imaginario y la castración triádica de lo simbólico.

Green (2007), finalmente, acuñó el término “objetalización” para referirse a la


capacidad (“en una soledad poblada por el juego”) de generar una nueva categoría de
objetos que invista con pulsiones elementos del mundo exterior y del espacio
transicional de la cultura y las ideas. Green profundizó su apreciación de la ausencia
en el núcleo de la estructura psíquica, y llegó a la noción del “trabajo de lo negativo”
(1999) para describir las distintas formas que tiene el yo de defenderse contra la
eventualidad. Estos son ejemplos de procesos psíquicos que difieren según la
capacidad del sujeto de “ausentar” el objeto dentro de sí mismo, es decir, de
simbolizar el objeto en lugar de necesitar su presencia o sustitución. Por tanto, lo que
está en juego no es la incorporación del objeto sino la creación de una “ausencia” en
el corazón del sí-mismo (Pontalis, 1988). A esto Green lo llama “vacío estructural”,
parecido al espacio dentro de un jarrón. La función del objeto es, por tanto,
paradójica: está allí para estimular y despertar la pulsión, pero, al mismo tiempo, tiene
que contenerla. Un objeto que falta demasiado pronto o es demasiado intrusivo,
provoca una situación de exceso intolerable. La crianza deficiente, en lugar de hacer
tolerable la pulsión, la empeora aún más al exponer al bebé a una sobrecarga
instintiva y pulsional: la excesiva “presencia” del objeto, en lugar de facilitar, impide,
paradójicamente, el despliegue de la potencialidad representacional del bebé.

624
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La ambiciosa reformulación de los “fundamentos del psicoanálisis” de Laplanche


(1989) plantea otra perspectiva sobre la relación entre el objeto y la pulsión.
Laplanche, como Green, ha sido especialmente influyente entre los analistas de habla
francesa de Quebec. Laplanche (1993, 1999) critica el carácter “ptolemaico” de la
perspectiva freudiana que emplaza la psique individual en el centro de su destino.
Para Laplanche la “situación antropológica” de la primera infancia está
completamente descentralizada por la “prioridad” del otro, y esto se traduce en que el
bebé es más bien “copernicano” en su revolución alrededor del adulto. Lacan señala
que la drástica asimetría entre el adulto y el bebé tiene una gran repercusión para su
estructura psíquica. Esto radica en el hecho de que el adulto es un ser sexual que habla
y tiene un inconsciente, mientras que el bebé no es sexual ni capaz de hablar y no está
tan dividido internamente todavía. El adulto apenas intuye el desencadenamiento de la
sexualidad infantil inconsciente en la intimidad primaria del cuerpo del niño. Esta
sexualidad inconsciente “contamina” los intercambios íntimos con el bebé en forma
de “mensajes enigmáticos” que el bebé no tiene medios cognitivos, emocionales o
corporales para decodificar. Tales mensajes enigmáticos de sexualidad inconsciente
del adulto crean la pulsión y la fantasía inconsciente, y adoptan la forma de una
“presión para la traducción” interna del bebé. Para Laplanche, esta sexualidad, de
naturaleza enigmática, es la sexualidad infantil descubierta por Freud y no es innata,
sino que se trata de una implantación del otro real, aunque la realidad que cuenta –
haciendo una referencia muy crítica al trabajo de Lacan– es la realidad del “mensaje”,
una tercera realidad que Laplanche añade a las realidades psíquicas y materiales de
los freudianos. Por tanto, para Laplanche, la sexualidad humana –entendida como una
sexualidad mediada por la fantasía– proviene del otro y es “otra” (ajena al yo).

Otro autor que ha reflexionado profundamente sobre el papel del cuidador real en
la transformación del aparato psíquico es Reid (2008a, 2008b, 2010, 2015). Él y otros
como Botellas (2004, 2007), Brusset (1988, 2005b, 2006, 2013) y Seulin (2015)
defienden que el proceso de pensamiento primario de Freud no solo nos ha
descubierto que el estado mental dominante del bebé es alucinatorio y completamente
inconsciente, sino que también nos ha develado que el establecimiento del principio
del placer en el corazón del aparato psíquico no es innato sino que es producto del
placer compartido por el ambiente y el bebé en torno a la satisfacción de la necesidad.
El “estado mental” freudiano, tal como se expone en Interpretación de los sueños, es
una mente capaz de distinguir la representación de la percepción, el deseo de los
hechos externos. Mientras que, como observó Freud en 1897 con respecto al
inconsciente, un deseo catectizado por el afecto es difícilmente distinguible de una
percepción. El inconsciente siempre opera de forma potencialmente traumática, en
tanto que se espera que el pensamiento se traduzca inmediatamente en acción. La
transformación, o, más exactamente, la adición de un segundo modo de
funcionamiento cognitivo que inhibe el primero –el proceso secundario designado por
Freud–, exige una intervención benevolente del objeto. El sostén, la ensoñación o la
respuesta inadecuada de los primeros cuidadores tiene la consecuencia añadida de

625
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dejar grandes extensiones de procesamiento inconsciente a un nivel mágico e


intrínsecamente traumático. En cambio, cuando el entorno ha sido lo suficientemente
bueno, la “realidad” se vuelve simultáneamente perceptual y alucinatoria, ya que el
niño se encuentra con el mundo externo y es impulsado por la ilusión creativa de sus
propias pulsiones. Desde este punto de vista, la pulsión de muerte es el
desencadenante tóxico del fracaso de la infusión de la representación a través de la
pulsión.

Un contemporáneo de Lacan, Winnicott y Green, Loewald, de los Estados


Unidos, también rechazó la separación entre las relaciones objetales y las pulsiones a
través de una “revisión del propio concepto de instinto” (1972, p. 324). “Se sugiere
que las pulsiones instintivas, entendidas como fuerzas psíquicas, deben
conceptualizarse como organizadas a través de interacciones dentro del campo
psíquico unitario madre-hijo más que como algo constitucional o innato” (p. 324). Al
estudiar el concepto freudiano de “vinculación”, Loewald señaló que las
implicaciones relacionales no son evidentes en Freud, puesto que la fusión y la
difusión, la vinculación y la desvinculación, podrían darse en un vacío sin objeto.
Loewald se dio cuenta de que la vinculación de los instintos exige la “mediación” del
objeto, tanto para su “domesticación” como para su “representación”. De hecho,
parece hacer referencia a la noción de “necesidades del yo” de Winnicott, que
Winnicott lamentaba porque, según él, muchas ideas equivocadas surgieron de “la
lentitud con que algunos han comprendido que las necesidades del infante no se
limitan a [la mera satisfacción de] las tensiones instintivas, por importantes que sean”
(1965, p. 86). Aunque emplea la traducción de Strachey de “Trieb” como “instinto”,
Loewald pertenece a la escuela del tercer modelo, como lo demuestra la siguiente
cita:

“Lo que podemos llamar pulsión instintiva, como fuerza psíquica, surge y se
organiza primeramente dentro de la matriz del campo psíquico unitario madre-
hijo, donde la psique infantil, a través de múltiples procesos de interacción, va
separándose y transformándose en un centro relativamente autónomo de actividad
psíquica. Desde esta perspectiva, las pulsiones instintivas originales no
constituyen fuerzas inmanentes de la psique primitiva autónoma y separada, sino
que son resultantes de tensiones dentro de la matriz psíquica madre-hijo y, más
tarde, entre la psique infantil inmadura y la madre. Los instintos, en otras
palabras, deben entenderse como fenómenos relacionales desde el principio, y no
como fuerzas autóctonas que buscan la descarga, cuando por descarga se entiende
una especie de vaciado del potencial energético, en un sistema cerrado o fuera de
él.” (Loewald, 1972, p. 321f).

Loewald también fue muy explícito respecto al tema de la asimetría necesaria en


los “dos niveles de organización psíquica” que participan en este proceso: madre/hijo
y analista/paciente. El hecho de que Roussillon, en 2013, pueda publicar una ponencia

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titulada “La función del objeto en la vinculación y desvinculación de las pulsiones”,


es un indicador de que estas reflexiones sobre las dos soledades continúan activas,
aunque la publicación no contenga ninguna referencia al trabajo de Loewald. La
asimetría inevitable de la “situación antropológica fundamental” también fue un tema
que interesó mucho a Laplanche (1999), aunque no le preocupaba tanto la
domesticación como el carácter sexual perturbador de la intrusión inconsciente del
cuidador. Deben tenerse en cuenta ambas funciones para abarcar todo el rango de
impacto del objeto sobre el sujeto. En opinión de Seulin (2015), el carácter
“demoníaco” de (algunas) sexualidades tratadas por Laplanche y Freud es más una
consecuencia del fracaso de la calidad enigmática de los “mensajes” del objeto (ver
Stein (2008) para conocer su punto de vista discrepante).

Estos autores, agrupados de forma retrospectiva como los impulsores del “tercer
modelo”, parecen estar de acuerdo en la relativa ineficacia del trabajo interpretativo
clásico cuando se trata de personas que funcionan por debajo del espectro
“neurótico”. El valor terapéutico se desplaza a la función del analista, quien actúa
como contenedor y propiciador de la capacidad del paciente para sentir, verbalizar y
representar. Winnicott escribió sobre “el sostén y el manejo” y la “capacidad de
jugar”; Bion (1962a, 1962b) se refirió a la “ensoñación”; Green (2003/2005) propuso
la “puesta en funcionamiento de la representación”; Aulagnier (1977) enfatizó el
derecho del individuo a tener pensamientos secretos; Reid (2008a, 2008b, 2010,
2015) se refirió al acceso a la transicionalidad y los procesos psíquicos “terciarios”;
Roussillon (1991; Casoni et al., 2009; Daoust, 2003) al “medio maleable” y Loewald
(1960, 1970, 1971, 1972) a las “mediaciones” e “interacciones integradoras” de los
padres y el analista. En estos trabajos se hace evidente otro correlativo que parece
converger con el desarrollo de otras orientaciones psicoanalíticas, y con el cual
incluso Freud habría estado de acuerdo, y es que la salud mental y la resiliencia van
asociadas a la fluidez entre las estructuras intrapsíquicas, así como a la relativa
libertad de identificación en las relaciones. (Ver también las entradas EL
INCONSCIENTE e INTERSUBJETIVIDAD).

VI. CONTRIBUCIÓN LATINOAMERICANA

Las conceptualizaciones relativas a la teoría de las relaciones objetales en


América Latina, especialmente en Argentina, se han relacionado con la teoría
kleiniana y su elaboración principalmente en Bion, Meltzer y Winnicott.

Esta genealogía kleiniana fue producto de su psicoanálisis centrado en el juego de


los niños. Klein observó que el juego personificaba los sentimientos y pensamientos
del niño. Los juguetes representaban personas, situaciones, sentimientos de odio,
enemigos persecutorios, deseos, teorías salvajes de la sexualidad, implosiones
corporales, etc.

627
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Jugar no es solo una forma de que el niño controle lo que al principio le debe
parecer incognoscible y peligroso. Los juguetes son tratados como si tuvieran
sentimientos: ellos viven, se preocupan, mueren y son destructores. En este sentido,
los objetos pueden definirse como fantasías de aprehensiones del mundo externo. Los
objetos internos no son “representaciones”, ya que pueden encontrarse en recuerdos o
fantasías conscientes (sueños diurnos). “Los objetos se experimentan como lo que
forma la sustancia del cuerpo y de la mente” (Hinshelwood, 1991, pp. 71-72).

El concepto de “objetos internos” es inherente a la metapsicología kleiniana e


interactúa con otras hipótesis importantes, tales como: la existencia de pulsiones de
vida y muerte; una teoría del funcionamiento mental temprano que teoriza la
existencia de un yo capaz de percibir la ansiedad; el desarrollo de los mecanismos de
defensa primitivos del yo; la hipótesis de fantasías inconscientes y la teoría de la
posición esquizoparanoide y depresiva (Bianchedi, 1984).

El trabajo sobre el duelo comporta trabajar en la construcción de un mundo


interno en la posición depresiva y a través de ella. El estado de las relaciones externas
se rige por el de las relaciones internas. Klein enfatiza el carácter concreto e incluso
físico de las experiencias relacionadas con este mundo interno. La teoría del mundo
interno organiza las interacciones de los objetos en ese mundo. La sustancia de ese
mundo está formada por fantasías inconscientes, profundas y tempranas, que emergen
en la conciencia a través de emociones o recuerdos de sensaciones, a menudo de
carácter hipocondríaco.

VI. A. Conceptualizaciones originales de América Latina

VI. Aa. Horacio Etchegoyen: La transferencia temprana


Etchegoyen (1982) considera que uno de estos dos principios, el narcisismo
primario o las relaciones objetales primarias, siempre se encuentra en la base de los
marcos conceptuales. Solo hace falta que el teórico escoja entre uno u otro.

Esta diferenciación es cuestionada por Diana Rabinovich (1990). La teoría de la


simbiosis descrita por Bleger (1967) como la fase glischrocarica podría considerarse
como una alternativa intermedia entre el narcisismo y las relaciones de objeto. La
descripción de Bleger parte de una fase narcisista primaria, en la cual el sujeto cree
que el objeto es parte de sí mismo y solo a través de experiencias repetitivas de
frustración reconoce que algo distinto existe fuera de él y que no le pertenece.

Para Etchegoyen, sin embargo, todo el trabajo de Freud se basa en el concepto


del narcisismo primario. El objeto al que se refiere Freud en Tres ensayos sobre teoría
sexual (1905) es el objeto de la pulsión, contingente y sin entidad mientras que la
relación con el objeto no se considere patológica y se defina, entonces, como una

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fijación. Freud solo concibe las relaciones objetales después de que el acto psíquico
inaugure la constitución del Yo (Freud, 1914).

Etchegoyen considera que la teoría de las relaciones objetales es patrimonio de la


Escuela Británica: Jones, Klein, Fairbairn, Winnicott, Balint y Paula Heimann, entre
otros. Su denominador común es el reconocimiento de la importancia de las
relaciones objetales y de un mundo interno que se constituye a través de procesos de
introyección y proyección.

Según Etchegoyen, el artículo de Jones, “El odio y el erotismo anal en la neurosis


obsesiva” (1913), marca un punto de inflexión en la historia de la teoría
psicoanalítica. En este trabajo, por primera vez, el erotismo anal deja de entenderse
como una manifestación autoerótica y pasa a verse como una interacción de amor y
odio con la madre que forma y cuida al bebé. Por otro lado, es posible encontrar
elementos rudimentarios de la teoría de las relaciones objetales en el concepto de
afánisis de Jones, pero el desarrollo más consecuente pertenece a Klein y, años
después, a Fairbairn.

Una contribución importante de Horacio Etchegoyen a la exploración de las


primeras relaciones objetales en el proceso psicoanalítico es la comprensión de la
transferencia temprana como una forma particular de neurosis de transferencia que
exige una interpretación. Las características principales que definen el concepto de
transferencia temprana son: la existencia de la relación de objeto desde el principio de
la vida (Klein, 1955) y la noción de fantasía inconsciente. La existencia de una
transferencia temprana que refleja el desarrollo temprano amplía el campo de
investigación de las fases preverbales, cuando no se tiene un registro preconsciente de
los recuerdos; unas fases que abarcan la fase preedípica descrita por Freud (1931,
1933). Esto invita a contrastar las teorías que intentan explicar las primeras fases del
desarrollo y el conflicto.

VI. Ab. León y Rebeca Grinberg: Modalidades de las relaciones objetales en el


proceso psicoanalítico
Los Grinberg (1981) consideran que las relaciones objetales no pueden
entenderse sin las nociones de “objeto” (es decir, la naturaleza del objeto con el que
se relaciona el sujeto), y el “espacio” y “tiempo” en que se desarrollan. Los autores
consideran que la calidad de funcionamiento de una determinada relación objetal
dependerá del estado psíquico y emocional del sujeto, de la naturaleza del objeto y del
espacio-tiempo en que se desarrolla esta relación. Los grados de funcionamiento de
estas relaciones dependerán del predominio de la personalidad psicótica o neurótica y
de la interacción entre los dos miembros de la pareja analítica.

Entre los diferentes tipos de relaciones objetales que pueden presentarse en el


intercambio clínico, se destacan tres tipos principales: aquellas que tienden a

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establecer un “vínculo de unicidad” con el analista-objeto, las que intentan crear un


“vínculo de dualidad” y aquellas en que predomina la relación triangular (ya sea con
objetos parciales o totales).

“Vínculo de unicidad”: algunos pacientes hacen una regresión a una fase de no


integración; es decir, a un nivel muy primitivo. Se sienten fragmentados y necesitan
que el analista sostenga e integre esos fragmentos. La necesidad de encontrar un
contenedor los lleva a una búsqueda frenética de objeto, hasta que son capaces de
internalizar una función de contención. Hasta entonces solo poseen un espacio interno
muy rudimentario, lleno de confusiones, no solo con respecto a la propia identidad
sino también a la identidad del objeto. En la situación analítica, cuando el paciente
hace una regresión a un estado de no diferenciación y no discriminación, él o ella trata
de establecer una relación con el analista en que predominan las fantasías
omnipotentes y la magia. Los autores distinguen dos modalidades de relación de
unidad: una patológica, que generalmente predomina en los momentos de separación,
cuando el paciente cree que el analista sabe todo sobre su vida, sus fantasías y
sentimientos sin que él/ella tenga que verbalizarlos. La otra es una relación creativa
de unicidad, producto de una regresión benigna que fomenta un estado de fusión con
el objeto, un estado de ilusión de unicidad que reporta confianza y seguridad al
paciente en el desarrollo de un proceso creativo. Si el analista es capaz de distinguir
entre estos dos tipos de relaciones manteniendo una distancia óptima –ni demasiado
cerca para no confundir, ni demasiado lejos que no pueda convertirse en contenedor–
facilitará que el paciente pueda desarrollarse hacia la relación de dualidad.

“Vínculo de dualidad”: tiene su origen en la relación diádica primitiva del bebé


con su madre: continente y contenido. Los autores describen diferentes variedades de
vínculos duales:

• Aquellos que viven en un mundo bidimensional se sentirán pegados a la


superficie del objeto, convirtiéndose en el objeto mismo e imitando su
apariencia y comportamiento.
• Otro tipo se describe como sofocante o simbiótico, puesto que ambos
miembros de la relación experimentan un sometimiento mutuo.
• Sin embargo, otro tipo se materializa en la manifestación por turnos de una
proyección de ansiedades psicóticas.
• Cuando una parte más madura e integrada de la personalidad se ve
involucrada en una relación dual, el vínculo emocional entre la pareja será
más sólido y positivo, puesto que podrán preservar la autonomía de sus
miembros.

“Vínculo triangular”: estos autores defienden una discriminación entre la relación


triangular basada en la interacción simultánea con dos objetos parciales y la relación

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que abarca el conflicto edípico caracterizada por el amor, los celos y la rivalidad con
los objetos totales, sexualmente diferenciados y autónomos. En la transferencia se
proyecta el objeto idealizado o el persecutorio, mientras que el otro se proyecta en una
figura externa. En otros momentos, los dos objetos, el persecutorio y el idealizado,
pueden proyectarse en diferentes aspectos del analista. (Ver también las entradas
ENACTMENT y CONTRATRANSFERENCIA).

VI. Ac. Madeleine y Willy Baranger: La situación analítica como un campo


dinámico
Baranger y Baranger (1961-1962) consideran que la situación analítica es un
campo bipersonal. La situación analítica es un campo de pareja estructurado sobre la
base de una fantasía inconsciente, que no pertenece solo al analizando, sino a ambos
participantes. En este sentido, la teoría del campo dinámico viene a ser una
contribución a la teoría de las relaciones objetales, tal y como se manifiesta en la
situación analítica. La tarea no solo consiste en comprender la fantasía básica del
analizando, sino también en encontrar el acceso a algo que se construye en la relación
de pareja. Esta fantasía bipersonal inconsciente, objeto de la interpretación del
analista, es una estructura constituida por la interacción de los procesos de
identificación proyectiva e introyectiva y la contra-identificación que opera, con sus
limitaciones, funciones y peculiaridades, de distintas maneras sobre el analizando y el
analista.

Los Baranger integran las teorías de la Gestalt con el concepto de fantasía


inconsciente de Susan Isaacs, las dos modalidades de identificación (proyectiva e
introyectiva) de Klein y la teoría de la contra-identificación proyectiva de Grinberg.

VI. Ad. Elizabeth Tabak de Bianchedi: De los objetos a los vínculos,


descubriendo la interrelación
Tabak de Bianchedi (1995) destaca la importancia del vínculo y las funciones de
la vinculación en el trabajo de Bion, puesto que ambos conceptos expresan aspectos
de la interrelación. Tabak Bianchedi señala que, aunque Fairbairn, Balint, Winnicott y
Klein hayan destacado la importancia de los objetos (internos y externos, parciales y
totales, etc.), es Bion quien presta más atención a la relación, más que a los objetos, al
emplear el concepto de vínculo.

Tabak Bianchedi opina que la idea de vínculo o función de vinculación de Bion,


que conecta dos objetos (dos mentes humanas), es una de las principales
contribuciones a la forma analítica de pensar, entender y trabajar.

Una de sus contribuciones a la teoría de las relaciones objetales ha sido clarificar


la propuesta de Bion sobre las introyecciones del bebé en su relación temprana con la
madre. Su explicación se basa en su lectura del trabajo de Bion sobre la idea kleiniana
del objeto parcial bueno (el seno de la madre) como núcleo del yo del bebé, que se

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introyecta en los primeros meses de vida. Tabak Bianchedi señala el giro que Bion da
al concepto del pecho bueno: de un sentido concreto, morfológico o anatómico a uno
más funcional y fisiológico. Define cómo se introyecta este aspecto de la
vinculación/comprensión de la mente de la madre (su función mental contenedora), y
cómo el núcleo del yo del bebé se convertirá, a su vez, en la función comprensiva y
contenedora (función alfa, función psicoanalítica de la personalidad).

Además, especifica la relevancia clínica del modelo continente-contenido de


Bion, con las emociones y creación de diferentes tipos de relaciones que conlleva. En
su descripción minuciosa de los vínculos emocionales básicos sitúa la interrelación en
la cima del pensamiento bioniano. En este contexto, la emoción tiene una función de
vinculación, y los vínculos entre los objetos (humanos) son “experiencias
emocionales”. Una experiencia emocional no puede concebirse aisladamente de una
relación.

V. Ae. Janine Puget e Isidoro Berenstein: Relaciones objetales vs lo vincular


Las relaciones objetales y los vínculos definidos dentro de un marco muy
específico que incluye “lo vincular” han sido objeto de discusiones, controversias y
confrontaciones entre analistas. En algunas culturas analíticas latinoamericanas, las
nociones de vínculo y lo vincular han adquirido una perspectiva propia. Greenberg
(2012) destaca esta singularidad y afirma que lo vincular no puede traducirse al inglés
o al francés porque es específico del Río de la Plata. Como sucede con el narcisismo
vs la interrelación objetal, las relaciones objetales y lo vincular exige tomar una
decisión entre uno u otro, así como una justificación de la elección.

Según Janine Puget (2017), el vínculo, entendido como lo vincular, define una
relación entre dos o más sujetos que lleva a la aparición de prácticas específicas en la
situación actual. Favorece los efectos de las interacciones en el espacio de dos
personas, de actuar de forma inmanente con otro u otros. Es difícil o imposible
“inscribir” los eventos que tienen lugar dentro del vínculo en la lógica que rige la
dinámica de los procesos de identificación.

Por tanto, además de los conflictos propios de cada individuo, uno debe tener en
cuenta el producto de la superposición. En otras palabras, uno debe dejar espacio para
la alteridad de cada uno de los sujetos que habitan la relación, una alteridad que no se
puede reducir a la igualdad.

La singularidad de cada participante pone en funcionamiento un análisis que


parte de la diferencia. Siguiendo a Derrida (1967), la diferencia se entiende como
différance, es decir, como presente diferido. Lo que emerge de la différance no puede
simbolizarse, excede la representación y depende de la presentación. La presentación
no se opone a la representación. Pertenece a la lógica de los efectos del presente, de
una relación entre dos sujetos que no pierden su alteridad en el encuentro.

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VI. Af. La contribución de Pichon Riviere


Enrique Pichon Riviere contribuyó a fundar la Asociación Psicoanalítica
Argentina y fue muy influyente en la formación del desarrollo personal y la
productividad intelectual de importantes pensadores como José Bleger, Willy y
Madeleine Baranger, David Liberman, Heinrich Racker y Horacio Etchegoyen.
Formó parte de la bohemia artística, literaria y periodística de la Argentina de
principios de siglo XX, y a menudo lo identifican como el rostro psicosocial del
psicoanálisis argentino.

Pichon Riviere (1965/1971) defendió la conexión entre la psicología individual y


la social. En su conceptualización de los vínculos destacó la importancia del grupo
social en la constitución y preservación de la identidad personal, así como el
importante papel de lo intrapsíquico –la fantasía inconsciente y la psicología
personal– en la configuración de la cultura y el entorno social.

Sostuvo que la psicología social debería verse como una psicología


psicoanalítica, mientras que el psicoanálisis debería entenderse como una psicología
social. Para este autor, el desarrollo de la personalidad y la identidad, el sí-mismo y el
sentido del sí-mismo, estaba constituido por el mundo de la interacción (la
experiencia interpersonal, intersubjetiva, relacional) más que (simplemente) por los
excesos de pulsiones innatas. Asimismo, para Pichon, los aspectos inconscientes del
vínculo dentro del paciente modifican el significado de todas las interacciones.

Las ideas de Pichon fueron precursoras del campo analítico de los Barengers y de
varios movimientos y teorías de la dimensión intersubjetiva del proceso analítico, así
como de la buena influencia del analista en la contratransferencia, de una teoría
tentativa de la acción en la cura y de muchas otras formulaciones que han dado
personalidad al psicoanálisis latinoamericano contemporáneo.

También amplió la conceptualización del complejo de Edipo al incluir todo tipo


de relaciones triangulares, desde la forma en que una tercera persona en la mente de la
madre modifica el vínculo madre-hijo, hasta el principio de que la presencia de un
tercero siempre modifica el vínculo entre dos personas. De esta manera, el individuo
se forma, desde el principio, en una estructura triádica, de modo que su relación
temprana es bicorporal y tripersonal. Por tanto, si bien la relación temprana es
aparentemente diádica, siempre hay un tercero funcionando en la mente de la madre.

Bernardi piensa que la contribución más importante de Pichon, así como de


Bleger, a la historia de las ideas de América Latina es que el objeto también es un
sujeto y existe una relación dialéctica entre ellos –una idea que no aceptan muchos
otros autores contemporáneos kleinianos. En este sentido, al ampliar el concepto de
las relaciones objetales, Pichon Riviere describió lo que él llamó “vínculo” como una

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estructura compleja en que el sujeto y el objeto siempre interactúan en procesos de


comunicación y aprendizaje.

VI. Ag. Jorge García Badaracco: El objeto enloquecedor


García Badaracco, uno de los seguidores de Pichon, desarrolla la idea de Pichon
de que en el mundo interno de los pacientes psicóticos hay objetos internos (múltiples
“imago”) articulados por un proceso progresivo de internalización, y que en ese
mundo interno es posible reconocer la dinámica de las reconstrucciones de la realidad
externa. Badaracco siguió desarrollando estas ideas junto con su concepto del “objeto
enloquecedor”.

El “objeto enloquecedor”, un concepto presentado por primera vez en el


Congreso de la API de Hamburgo, en 1985, es un objeto que induce
inconscientemente al sujeto a actuar sádicamente y con maldad, y lo hace sentir
malvado y culpable porque los padres, debido a sus deficiencias, en lugar de
amortiguar las pulsiones primitivas del sujeto, las incrementan –especialmente la
envidia y el sadismo. Este tratamiento parental sádico, que no reconoce la impotencia
del niño, hace que el sujeto experimente su propia espontaneidad como amenazante y
peligrosa. Por lo tanto, la búsqueda subyacente de la experiencia de satisfacción,
debido a la falta de recursos yoicos, somete a la persona a la necesidad del otro. Se
configurará así la experiencia traumática repetitiva que se constituirá en fijación al
trauma.

Esta formulación destaca la contribución del objeto estructurador en el desarrollo


psicoemocional, relativo al grado de patología del sujeto. Este concepto, que
representa la “presencia” interna del otro, amplió el campo de la metapsicología
clásica y abrió una nueva perspectiva para comprender enfermedades mentales graves
desde el punto de vista psicoanalítico: “…la enfermedad mental de una persona
aparece como un tipo de funcionamiento mental ‘condicionado en gran parte por otras
personas’ (…). Esas ‘otras’ personas pueden activar los efectos perturbadores desde el
mundo real, o pueden hacerlo desde una ‘presencia’ en el mundo interno del
paciente.” (García Badaracco, 2006a, p. 6).

La teoría y práctica clínica de Badaracco se basa en las “experiencias de


sentimientos vividos” o “vivencias” y presupone que una perturbación emocional
tiene que ver con una presencia de los otros en nosotros mismos, que primeramente es
externa y luego se hace interna. En este contexto, la enfermedad mental grave es el
resultado de las presencias enfermizas y enloquecedoras, que impiden el desarrollo de
los recursos yoicos y colapsan el crecimiento psicoemocional. Esto provoca que el
verdadero sí-mismo se sienta sofocado y descarte la posibilidad de expresarse desde
una “virtualidad sana”.

634
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El cuadro psicótico, generalmente precedido por un cambio interno, presenta una


“oportunidad para hacer un cambio”, no solo desde el punto de vista del paciente, sino
dentro de la dinámica de toda la familia. Al referirse a la teoría estructural del ello, el
yo y el superyó de Freud, Badaracco considera que el superyó, el representante
intrapsíquico de la sociedad, representa a los demás en nosotros. Badaracco amplía el
pensamiento psicoanalítico de la teoría de las pulsiones porque entiende la mente
como parte de un campo de interdependencias recíprocas. Entendida de esta manera,
la existencia de los otros en nosotros es un fenómeno universal del funcionamiento de
la mente humana. La relación de interdependencia de los otros en nosotros que, en su
momento, durante la infancia, fue traumática, permanece en el mundo interno de la
persona, ejerciendo un poder patógeno y produciendo experiencias patológicas.

“…las ‘experiencias constructivas’ son las que condicionan la creación de nuevos


‘recursos yoicos’, mientras que las ‘traumáticas’ condicionan nuevos recursos
yoicos patológicos y patógenos, que desarrollan una tendencia compulsiva a la
repetición, como si siempre estuvieran buscando una nueva oportunidad, lo que
algunos autores han llamado ‘un nuevo comienzo’ (Balint) o un re-desarrollo
(Winnicott). Continuando con nuestra forma de pensar, las experiencias
traumáticas pueden interpretarse como experiencias que dejan identificaciones
patológicas, es decir que condicionan ‘presencias’ de ‘los otros dentro de
nosotros’, con el poder patogénico que tuvieron en el momento de la experiencia
traumática propiamente dicha” (García Badaracco, 2006b, p. 4).

Cuando la necesidad de un niño se frustra o no se reconoce debido a las


deficiencias de los objetos parentales, estos pueden convertirse en objetos
enloquecedores. A diferencia de Melanie Klein, que considera que el objeto bueno es
satisfactorio y el malo solo es frustrante (Klein, M., 1980), García Badaracco afirma
que el objeto bueno es el que proporciona –gracias a su función estructurante– las
condiciones para que las experiencias frustrantes sean más tolerables y para que las
experiencias satisfactorias tengan un límite. Por otro lado, describe el objeto malo
como aquel que, debido a su propia deficiencia, no puede proporcionar esos
elementos necesarios. En definitiva, el objeto malo aumenta las frustraciones, la
envidia y los odios primitivos, lo que también es característico de un objeto
enloquecedor.

Todos los años que estuvo trabajando en hospitales públicos y en su propia


Comunidad Terapéutica de Estructura Multifamiliar, abordando patologías complejas,
hicieron que descubriera la importancia de las interdependencias recíprocas para
comprender la patología mental. Para él, la mente está compuesta de
interdependencias recíprocas sanas, las cuales proporcionan seguridad, y/o de
interdependencias patogénicas enloquecedoras. Gracias a su experiencia clínica con
pacientes con enfermedades mentales graves y sus familiares, formuló esta idea de
que el funcionamiento mental se basa en un intercambio de ida y vuelta entre dos

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mentes: una en desarrollo y en crecimiento, y la otra que ya ha alcanzado un nivel de


desarrollo avanzado.

Asimismo, amplió la comprensión de los mecanismos de defensa del yo para


abarcar aspectos más profundos del funcionamiento de la mente. García Badaracco
pensó la relación como un intercambio sujeto-objeto: dos sujetos con características
distintas en interdependencia recíproca, lo que le llevó a la conceptualización de las
“presencias enloquecedoras”. En este sentido, el concepto de “fijación” se entiende
como la persistencia de un vínculo con un objeto que contiene las características de
un objeto/presencia enloquecedora dentro de la psique. Tal presencia es alimentada
desde el exterior por un objeto parental real, que impone desde el principio la
condición de ser esencial para la vida de la persona. “La experiencia de separarse de
una madre, que además de causar sufrimiento funciona como un ‘veneno necesario’
para neutralizar el dolor psíquico, se vive como una amenaza de muerte tanto para la
madre como para el niño” (Mitre, 2008, p. 6). El hecho de depender de personas sin
recursos deja al paciente expuesto, debido a su posición indefensa ante cualquier
situación traumática.

García Badaracco sostenía que dentro del aparato psíquico de una persona
seriamente enferma se puede formar una simbiosis patológica de maestro y esclavo,
con roles intercambiables pero indispensables. Es debido a la fijación permanente en
el objeto enloquecedor que ninguno de los miembros de esa relación simbiótica puede
alcanzar una verdadera individuación o autonomía. El paciente mentalmente enfermo
está atrapado en una relación de dos. Esta trama enfermiza y enloquecedora solo
puede ser deconstruida por un tercero, que proporciona una función estructuradora al
yo inmaduro e indefenso.

Ser visto como la persona enferma o loca es potencialmente enfermizo. Sin


embargo, siempre hay una virtualidad saludable dentro de la persona, por muy
enferma que esté. Solo cuando el verdadero sí-mismo es rescatado por otros, y
mientras se den las condiciones necesarias, el yo puede desidentificarse gradualmente
de esas presencias hasta que sienta que es “visto” como una persona sana, no enferma
(puesto que eran sus padres los que lo “veían” enfermo). Es solo entonces que esta
persona puede contar con otra persona, u otras personas, y renunciar a la
omnipotencia con la que mantenía los síntomas para defenderse y evitar establecer
una relación interdependiente sana.

Es a través de esta función del tercero que el terapeuta puede percibir, más allá de
las identificaciones patogénicas y patológicas, el potencial de una virtualidad sana
subdesarrollada, refrendada y enmascarada por identificaciones y personajes que la
ocultan –lo que Winnicott describe como un falso yo. “Una organización defensiva en
la que se asumen prematuramente las funciones de cuidado y protección maternas, de
modo que el niño se adapta al ambiente y, simultáneamente, protege y oculta su

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verdadero self [sí-mismo]” (Winnicott, 1989, p. 47). Esta virtualidad potencial oculta
corresponde a aspectos yoicos disociados e interrumpidos en su desarrollo. Se
construye un personaje para mantener “con vida” a la verdadera persona oculta.

Esa presencia tranquilizadora y estructuradora, que fomenta el desarrollo de los


recursos yoicos para defenderse a sí mismo de las acciones psicopáticas impuestas por
otros, sigue el modelo de alteraciones del yo descrito por Freud en Análisis
terminable e interminable (Freud, 1937).

Entonces, emerge lo que Balint llamó el “nuevo comienzo”: “... (a) Remontarse a
algo ‘primitivo’, a un punto anterior a aquel en el que comenzó el desarrollo
defectuoso, movimiento que puede considerarse una regresión; (b) Descubrir, al
mismo tiempo, un nuevo camino que equivale a un progreso” (Balint, 1968, p. 159).
Desde el punto de vista de García Badaracco, este momento está relacionado con la
desidentificación de esas presencias enfermas pero indispensables, desgastadas
gracias a la técnica terapéutica del desarrollo psicoemocional. “Hay un período de
desidentificación de los objetos enloquecedores en que el paciente siente que no
puede regresar a lo que era antes. Las características patógenas con las que solía
identificarse se han vuelto borrosas y se producen una serie de transformaciones
dentro del aparato psíquico. Estas configuraciones son muy nuevas y aún no presentan
una imagen coherente” (García Badaracco, 1980, p. 271). Sin embargo, García
Badaracco advierte que la desidentificación interna de las presencias enloquecedoras
es un proceso largo y gradual, ya que el paciente puede confundir la desidentificación
de una cierta presencia por la misma sensación de vacío o muerte que lo llevó a
enfermarse.

VI. Ah. Willy Baranger: “El objeto muerto-vivo”


Willy Baranger (1961-1962) describió una estructura particular del objeto que
parece darse en todos los procesos de duelo y estados depresivos, aunque no de forma
exclusiva: una estructura en que el objeto se experimenta como medio muerto, medio
vivo.

La experiencia clínica y los productos de la fantasía (mitos, leyendas, novelas,


etc.) revelan una gran variedad de este tipo de estructuras, algunas de las cuales son
persecutorias, mientras que otras están dañadas y deprimidas. En algunos casos, la
génesis de la depresión parece centrarse en el objeto muerto-vivo, que ocupa un lugar
de gran importancia en el mundo del inconsciente. Tiene, como corolario, un cierto
tipo de objeto idealizado, ambos distintos del superyó. Baranger describió la rigidez
de esta estructura del objeto y su difícil asimilación por el yo. Fue capaz de ofrecer
algunas explicaciones sobre la génesis de estas estructuras al fijarse en la existencia
previa de una situación simbiótica importante entre el yo y el objeto.

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Baranger se dio cuenta de que entender la tensión entre el yo empobrecido y el


superyó hipertrofiado y sádico no era suficiente para efectuar el cambio. Solo si
tomaba en cuenta la relación del sí-mismo con su objeto muerto-vivo y su objeto
idealizado, ambos distintos del superyó, podía lograr un cambio. En los cuadros
depresivos prolongados, el sujeto no puede llevar a cabo el proceso de duelo y
permanece, de forma más o menos escondida, vinculado a un objeto que no puede
volver a la vida, ni perecer por completo. La persona en un cuadro deprimido vive
sometida a un objeto muerto-vivo. Solo a través del trabajo analítico este objeto puede
manifestarse claramente, permitiéndonos estudiar su estructura y sus características.

Algunos tipos de objetos muertos-vivos se parecen mucho a los objetos


perseguidores: por un lado, nos encontramos con una serie de estructuras en que hay
objetos moribundos que el sí-mismo debe preservar a cualquier precio y, por otro
lado, se presentan objetos que causan una mezcla de ansiedad depresiva y ansiedad
paranoica en el sí-mismo.

Entre muchos de los objetos muertos-vivos que describe Barenger, la variedad


más importante es el objeto moribundo de los cuadros depresivos. Aquí, el sujeto está
“habitado” por un objeto interno “casi muerto”, que mantiene al sujeto esclavizado y
lo obliga a una actividad de reparación estéril, que siempre permanece incompleta.
Esta situación inconsciente determina las ansiedades depresivas relacionadas con los
objetos externos, como la culpa, las inhibiciones y otras defensas que se encuentran
en los cuadros depresivos.

En estados de aflicción/duelo y depresión, reconoce la existencia de dos objetos


diferentes, pero ambivalentes, que difieren en estructura y función. Ambos se
alimentan del yo/sí-mismo, empobreciéndolo y llevándolo a adoptar una actitud
masoquista. Un objeto muerto-vivo tiene la función de contener fantasías sádicas y
deja que la ansiedad depresiva tome el control. El otro, el objeto idealizado, sirve de
refugio para el yo/sí-mismo, que deposita una parte de su propio potencial y
capacidad de reparación en el objeto idealizado para preservarlo del masoquismo y el
peligro de muerte. El yo/sí-mismo, sintiéndose empobrecido y frágil, busca la
seguridad de un objeto fuerte y vivo. Esto se observa a menudo en las manifestaciones
transferenciales: el analista se convierte en el representante de ese objeto idealizado y
el yo/sí-mismo del analizando participa de forma simbiótica de la vitalidad del
analista.

Esta simbiosis, no suficientemente estudiada hasta entonces, llevó a Barenger a la


conclusión de que una de las bases de la aflicción/duelo patológico es una situación
simbiótica previa al yo/sí-mismo con el objeto perdido. Al mismo tiempo, debe
diferenciarse de su homólogo esquizoparanoide, que funciona esencialmente a partir
de la identificación proyectiva, dedicada a controlar la ansiedad paranoide y eliminar
la ambivalencia. Por el contrario, la simbiosis depresiva trabaja con la identificación

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proyectiva e introyectiva y las partes del yo/sí-mismo y el objeto, proyectado o


introyectado, que han experimentado el proceso de escisión/disociación depresiva. En
otras palabras, el objeto idealizado contiene aspectos frágiles o moribundos del yo/sí-
mismo además de su potencial vital. Esto se observa en la transferencia, donde el
miedo del paciente depresivo a perder el analista o el miedo a su destrucción puede
ser intenso, y el proceso de concluir el análisis plantea problemas graves que causan
recaídas.

VI. Ai. Carlos Mario Aslan: La sombra del objeto


Aslan (1978) relacionó que Freud no volviera a formular Duelo y melancolía,
después de describir su teoría estructural y la pulsión de muerte, con un rechazo al
tema de la aflicción/luto propio de la literatura y cultura psicoanalítica, que, según él,
estaba abandonando los rituales con el fin de negar la propia muerte y la de los seres
queridos.

En sus avances Aslan describía la aflicción/duelo como un combate, un proceso


persecutorio que generalmente se sustituye por la aflicción/duelo, entendido como
dolor o padecimiento. Pensó que la diferencia entre la introyección y la identificación,
entre la identificación primaria y secundaria, entre las identificaciones temporales y
estructurantes, y la importancia de la teoría de los objetos internos, contribuyen a una
mejor comprensión de la aflicción/duelo. También afirmó que ya no podía sostenerse
la idea de Freud de la “introyección patognomónica” del objeto tras su pérdida, puesto
que el objeto tiene una fuerte presencia, una existencia psíquica dentro del sí-
mismo/yo anterior a su pérdida. Por esta razón, prefirió hablar del objeto interno en
lugar de su representación. Suponía que el “objeto interno”, a diferencia de la
“representación”, refleja mejor el carácter vivo, dinámico y relacional con el sí-
mismo. Pensó que la representación, tal como la empleamos, es más fotográfica y
estática que el objeto interno, a diferencia del Vorstellung, que también denota una
representación teatral. En esta línea, Asian argumentó que lo que se internaliza y
puede perderse es una relación objetal, determinada por el sí-mismo, entendida como
un precipitado de investiduras motrices según las relaciones de objeto.

Más tarde, Aslan (2003) describe una sincronía y una diacronía en el proceso de
aflicción/duelo que tendría lugar en la representación psíquica del objeto perdido que
él llamó objeto interno: una estructura compleja del yo/superyó con cualidades ideales
preconscientes e inconscientes. Tras la pérdida, se produciría una retirada inmediata
de la libido del objeto interno, con la desneutralización de la pulsión de muerte
liberada en forma de destructividad contra uno mismo y los demás, durante la etapa
más persecutoria de la aflicción/duelo. Esto llevaría a un rápido deterioro del objeto
en cuestión, potencialmente perjudicial para el sí-mismo, que se identifica
temporalmente con lo muerto, en lo que él llamó identificaciones tanáticas. Entonces
se pondría en marcha un proceso de defensa, cuyo mecanismo central sería la contra-
investidura, una recarga libidinosa del objeto interno para neutralizar la pulsión de

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muerte. A partir de la identificación con lo muerto, la persona pasa a tener miedo a la


muerte y a desarrollar una identificación excesiva con lo muerto.

El trabajo del duelo sustituye las identificaciones tanáticas por otras más eróticas;
rebaja las cualidades persecutorias basadas en el objeto muerto-vivo descrito por
Willy Baranger; sustituye la preocupación por el sujeto del luto por la preocupación
por el objeto perdido y un sí-mismo con más identificaciones positivas. Aslan (1978),
parafraseando a Lagache, lo describió como “matar al muerto sin morir en el intento”;
lo que recupera la idea de Garma (1978) de “dar vida a los muertos”.

VI. Aj. Jorge Mario Mom: Objetos en fobia


Según Taszma de Maladesky (2003), un colaborador de Mom, uno de los
aspectos más destacados de las contribuciones de Jorge Mom es la intercambiabilidad
en lo que respecta a las funciones, relatividad y control de los objetos fóbicos y
acompañantes. Para él, la angustia no solo se encuentra en la raíz del síntoma, sino
que es el síntoma principal.

Mom (1961-1962) amplía la segunda teoría de la angustia de Freud, según la cual


la angustia precede a la represión, provocando un displacer yoico. En la versión
extendida de Mom, la angustia aparece como una función central de la economía
psíquica del sujeto: el sujeto, el “objeto fóbico” y el “objeto acompañante” pueden ir
alternando sus funciones según el contexto situacional. Mom habla de la “situación
fóbica” y la “situación acompañante”, lo cual explica la plasticidad y movilidad del
proceso. Sin embargo, la movilidad también produce una situación confusa y
peligrosamente indiferenciada para el paciente fóbico, que trata de evitarla mediante
un control riguroso. Por tanto, para Mom, la fobia se convierte en la interacción de
toda la situación fóbica: el sujeto que estructura la fobia lo que busca inicialmente es
un objeto para establecer el orden. Cuando se pierde el objeto, se produce la pérdida
de la función de límite.

Esto va seguido del “objeto fobogénico”, que cumple una función diferenciadora,
de discriminación entre el objeto fóbico, el objeto acompañante y el sujeto. Aunque
parezca aterradora, esta diferenciación se busca para solucionar una indiferenciación
catastrófica y todavía más aterradora, típica del individuo fóbico que siente que se
está volviendo loco. La fobia previene tal catástrofe: ayuda a resolver la ausencia, se
instala en lugar de lo que está ausente y oculta la ausencia con su presencia. El objeto
fóbico es necesario para la creación de la situación acompañante. La angustia
acompañante protege al individuo fóbico de una angustia aún mayor: en este caso la
“angustia es señal de no tener angustia”.

El fóbico no evita al objeto fóbico. Lo busca. Por el contrario, la “situación


fóbica” está representada por la pérdida de la relación deseada. Para el fóbico, la
angustia es necesaria y estructuradora, y su retención es rígida. Es la esencia de la

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vida del fóbico, su verdadero “objeto acompañante”. La afirmación de que los objetos
son intercambiables no significa que no sean diferentes entre sí. La intercambiabilidad
va ligada a su función. El recorrido de la fobia es una exhibición de limitación,
mutilación y castración. El verdadero compañero del fóbico es la angustia, y la
angustia es el objeto.

VI. Ak. Uruguay: Desarrollo femenino de la perspectiva de las relaciones


objetales
En Uruguay, un grupo de autoras estrechamente ligadas al trabajo de los
Baranger estudiaron la hipocondría y el desarrollo femenino desde la perspectiva de
las relaciones objetales. Gracias a las observaciones y experiencias psicoanalíticas de
Madeleine y Willy Baranger, Aida Fernández, Mercedes F. de Garbarino, Selika A.
de Mendilaharsu y Marta Nieto (1964) descubrieron que las perturbaciones de tipo
hipocondríaco, sobre todo las relacionadas con las funciones sexuales, eran
recurrentes en mujeres de todo el mundo y específicas del desarrollo femenino. La
fantasía conocida como “cloaca” aparece en el centro de estas perturbaciones y
corresponde a un tipo específico de angustia “confusional”. La “cloaca” se
experimenta como una mezcla de contenidos mezclados e indiferenciados que
pertenecen a todos los niveles del desarrollo instintivo (sustancias corporales, partes
de objetos, etc.). En ciertos casos, el yo reacciona aislando la “cloaca” dentro del
esquema corporal y configurándolo como un núcleo separado, contenido dentro de
una “envoltura”. Esto se expresa mediante fantasías que se centran en tener una
“bolsa” o “quiste”. Una defensa frecuente para evitar la angustia que causa el “quiste
hipocondríaco” consiste en creerse en posesión de un “pene fantasma”, otra alteración
del esquema corporal que pretende negar la angustia hipocondríaca. El “quiste
hipocondríaco” parece estar relacionado con el “masoquismo femenino”, el marcado
erotismo de la piel, el “narcisismo” en las mujeres y a su exhibicionismo.
Normalmente se supera con la experiencia de la maternidad, aunque también puede
contribuir a hacer que la maternidad sea más difícil, y se da en todas las patologías
psicológicas o psicosomáticas de la sexualidad femenina.

Marta Nieto (1960) escribió sobre la relación entre las defensas obsesivas y las
hipocondríacas. En su complejo sistema de hipótesis y conclusiones, incluye el
concepto de hipocondría para abarcar una variedad de fenómenos que tienen en
común la expresión, a través de las experiencias corporales, de la relación con los
objetos internos, localizados en el cuerpo. Sus estudios aportaron una comprensión
más amplia de la neurosis obsesiva basada, en primer lugar, en un concepto ampliado
de las relaciones fantasmáticas de expulsión-retención de cualquier objeto mediante la
intervención de cualquier zona, no solo del ano (“boca sucia”, “aspecto sucio”, etc.),
y, en segundo lugar, en el reconocimiento de la base hipocondríaca en muchos casos
obsesivos, ya que la hipocondría implica la indiscriminación de fantasías, impulsos y
zonas. Nieto plantea la hipótesis de que la presencia de mecanismos obsesivos indica
que el objeto en el que recaen posee experiencias corporales proyectadas, vinculadas a

641
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fantasías sobre relaciones de objetos corporeizados. También formula la existencia de


una relación específica entre la defensa obsesiva y la defensa hipocondríaca
caracterizada por a) un intento del yo de reforzar la escisión hipocondríaca a través
del control obsesivo; b) la intensificación de la obsesión cuando se descomponen las
defensas hipocondríacas; y c) la modalidad concreta y corpórea de las defensas
obsesivas cuando controlan el cuerpo y sus contenidos. Entre varios ejemplos de
hipocondría, incluye la exploración obsesiva del objeto a través del olfato, como una
técnica que emplea el renifleur para controlar la confusión. Nieto también escribe
sobre las implicaciones que esto tiene para la técnica psicoanalítica: dado que los
mecanismos obsesivos funcionan en dos fases, deben reducirse para seguir estos dos
caminos en dirección a la regresión. En la primera fase, el desplazamiento es desde el
objeto hacia el cuerpo (o una parte de él), y en la segunda fase desde el cuerpo hacia
algún pensamiento o sentimiento. La interpretación no es efectiva si no se tiene en
cuenta la corporalidad y se tratan de vincular los fenómenos mentales directamente
con los objetos internos; de lo contrario, no la defensa básica permanece intacta.

VI. Al. Brasil: Ampliación de las teorías de las relaciones objetales de Ruggero
Levy y Raul Hartke – La dimensión intersubjetiva y el trauma
Ruggero Levy (2014) estudió la evolución del concepto de objeto, desde Freud
pasando por Klein, Bion, Winnicott y Meltzer. Llega a la conclusión de que los
cambios conceptuales en torno al objeto y las relaciones objetales son debidos a las
sucesivas expansiones de la metapsicología psicoanalítica más allá de sus
dimensiones clásicas (Meltzer, 1984).

Al principio, según Klein, la expansión de la metapsicología incluía la dimensión


de la geografía de los espacios mentales. Su profundización en la comprensión de los
procesos proyectivos e introyectivos constitutivos del mundo interno del bebé la llevó
a apreciar el protagonismo del objeto en la construcción de la subjetividad del sujeto.
Más tarde, con las contribuciones de los bionianos, se sumó una dimensión
epistemológica a la metapsicología psicoanalítica (Meltzer, 1984). Para comprender el
funcionamiento mental, se hizo necesario comprender si este funcionamiento admite
el aprendizaje a través de la experiencia. Aparece la noción de objeto
contenedor/transformativo que actúa a través de la función alfa de la subjetividad del
sujeto. De esta manera, el sujeto adquiere significado y transforma sus emociones sin
nombre. Según Levy, Bion considera que el conocimiento nuevo, a través de la
expansión de la red simbólica, ocurre en el vínculo-K (conocimiento), al que casi
otorga el estatus de pulsión. Este vínculo lleva a conocer y aprender a través de la
experiencia emocional que, a su vez, fomenta el crecimiento mental.

Si al principio se creía que la construcción del aparato psíquico se centraba en la


pulsión direccional, la experiencia de satisfacción, el recuerdo, el deseo y la
representación psíquica, con el tiempo el interés fue desviándose hacia la relación del
sujeto con el objeto. A partir de Klein, la presencia del otro, del objeto, en la mente

642
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del niño, adquiere prominencia. Los avances de Bion, Winnicott y Meltzer suscitaron
la idea de que la presencia del otro y su mente provocan una experiencia emocional.
La mente del sujeto se ve afectada por las protoemociones, las experiencias
emocionales y sensoriales del encuentro con el objeto y las sensaciones provenientes
de las excitaciones somáticas que tienen que simbolizarse. Este modelo toma en
consideración el objeto fundador/transformador de la subjetividad del sujeto, la cual
cosa tiene profundas implicaciones para la técnica psicoanalítica, que entiende la
situación psicoanalítica como un campo dinámico bi-personal.

Levy destaca que para teóricos contemporáneos de campo como Ferro (1995), la
escucha que proponen Bion y Baranger es solo una forma de escucha, y añade que ya
no es posible escuchar al paciente sin tener en cuenta el impacto que esto tiene en los
objetos y que los objetos tienen en el paciente. Ya no obviarse la experiencia
emocional estructurante que se da entre el sujeto y el objeto, en ambas direcciones de
la relación.

Por su parte, Raul Hartke (2005) articuló el modelo mixto de la teoría de las
relaciones objetales y la intersubjetividad psicoanalítica, basado en las contribuciones
de Bion y los Baranger, con repercusiones en el trabajo analítico con pacientes
traumatizados.

Siguiendo a Bion, para Hartke la función del objeto no es solo la de satisfacer o


frustrar las pulsiones del sujeto, sino que influye en la génesis y desarrollo de la
capacidad de pensar en el niño, o, por el contrario, obstaculiza, inhibe o orienta al
niño erróneamente. Señala que, desde una perspectiva bioniana, la noción de barrera
de estímulo (Reizschutz) freudiana referente a la protección contra la estimulación
potencialmente abrumadora en el nivel de las pulsiones, especialmente relevante para
individuos traumatizados, correspondería a la de un objeto contenedor interno,
resultado de la introyección de un objeto contenedor externo.

VII. CONCLUSIÓN

Las aportaciones de las teorías y enfoques de las relaciones objetales han sido
muy significativas para la teoría psicoanalítica y la práctica clínica. Su repercusión se
extiende por varias orientaciones psicoanalíticas y llega a todos los continentes. El
interés generalizado por la dinámica de las experiencias pre-verbales más tempranas,
las defensas y los estados primitivos y arcaicos, el reconocimiento de un proceso
analítico de dos personas, la intersubjetividad del encuadre analítico, la importancia
de los aspectos no-interpretativos del funcionamiento del analista, y por una
comprensión actualizada de la contratransferencia son solo algunos ejemplos del
impacto de estas aportaciones.

643
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Las corrientes teóricas y clínicas contemporáneas de las relaciones objetales en el


psicoanálisis europeo, es decir, en el contexto de la teoría británica de las relaciones
objetales, han adoptado dos líneas de trabajo: el desarrollo kleiniano contemporáneo,
por una parte, y las contribuciones más recientes de la tradición independiente desde
la escuela británica y Europa, por otra.

Las corrientes kleinianas contemporáneas siguen basándose en (i) el concepto de


“objetos internos inconscientes”; (ii) los mecanismos centrales de proyección-
introyección, y (iii) la teoría revisada de las pulsiones como los principales
determinantes de la motivación en conjunción con los “objetos internos”. El creciente
interés en la oscilación entre las posiciones “esquizoparanoide” y “depresiva”,
continúa generando nuevos hallazgos clínicos. Los hallazgos van desde nuevos
encuentros el campo de la envidia constitucional, los tipos de organización patológica
y las formas primitivas y psicóticas del complejo de Edipo, hasta avances
significativos en la técnica kleiniana, incluida la dinámica del cambio psíquico, el
trabajo sobre la contratransferencia y las interpretaciones “centradas en el paciente” y
las “centradas en el analista”. Todos estos avances kleinianos siguen estando
amparados por las contribuciones del análisis infantil y la psicoterapia infantil,
especialmente por las estructuras no neuróticas. Los desarrollos contemporáneos de la
corriente independiente presentan una serie de preocupaciones teóricas y clínicas
alternativas: la interacción humana, el afecto, el ambiente, el trauma y el apego. Las
corrientes contemporáneas de este enfoque, o conjunto de enfoques, reflejan el
reajuste histórico del modelo freudiano clásico de la mente a partir de una
conceptualización más amplia de las pulsiones (incluida, sobre todo, la pulsión de
vida o de amor implacable), en lugar de simples pulsiones apetitivas y de satisfacción
culminante. Para los analistas independientes, por tanto, la realidad externa sigue
siendo la principal fuente de objetos que se internalizan. Este énfasis, en términos
técnicos, se traduce en un énfasis en el encuentro analítico, sobre todo en la respuesta
afectiva del analista a las comunicaciones conscientes e inconscientes del paciente. La
nueva generación de psicoanalistas de la tradición independiente se dedica a explorar
varias perspectivas de las relaciones objetales relacionadas, por ejemplo, con la
temporalidad, los modos de incorporación y tipos de “objetos invasivos” y de dolor
inexpresivo, la naturaleza de la ilusión, el significado del hogar psíquico, aspectos de
la escucha en la transferencia-contratransferencia, la ociosidad y el trabajo de lo
negativo y el psicoanálisis de la esperanza.

Asimismo, en Latinoamérica, especialmente en Argentina, donde la genealogía


de las relaciones objetales emana del psicoanálisis de Klein sobre el juego infantil, las
elaboraciones regionales de las teorías de las relaciones objetales siguen arraigadas a
la teoría kleiniana y sus avances, principalmente a través del trabajo de Bion, Meltzer
y Winnicott.

644
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En este contexto, Pichon Riviere, “el rostro psicosocial” del psicoanálisis


argentino, puso en marcha una importante corriente regional con su idea de que la
psicología social debe ser entendida desde el psicoanálisis, mientras que el
psicoanálisis debe ser también entendido como una psicología social. Esta idea,
seguida por muchos de sus discípulos, produjo muchas formulaciones teóricas
originales sobre diferentes tipos de objetos: buenos, muertos, medio muertos, medio
vivos, enloquecedores, fóbicos, y sobre los efectos de las sombras de estos objetos,
especialmente en el duelo y la melancolía. Además, las exploraciones clínicas de las
primeras transferencias, las modalidades de las relaciones objetales en el proceso
psicoanalítico, la situación analítica como campo dinámico, el descubrimiento de la
interrelación con los vínculos a través de los objetos y “lo vincular” desafían los
límites clínicos de la teoría contemporánea de las relaciones objetales. Estos avances,
junto con importantes exploraciones teóricas y clínicas de “lo femenino” y la
hipocondría y la investigación de la dimensión intersubjetiva de las relaciones
objetales, especialmente en pacientes traumatizados, constituyen las principales
contribuciones de América Latina a las teorías de las relaciones objetales y prácticas
clínicas relacionadas.

Las corrientes contemporáneas de relaciones objetales en la cultura psicoanalítica


de América del Norte incluyen varias conceptualizaciones integradoras de objetos
intrapsíquicos y representaciones del sí-mismo que evolucionan junto a la pulsión, el
afecto, la memoria y los procesos cognitivos. Diversas perspectivas psicoanalíticas
consideran que la interacción entre la pulsión, el afecto, las relaciones objetales
internalizadas y las externas es fundamental para el desarrollo, continuidad y
transformación de la estructura psíquica. Al revisar las divisiones históricas entre las
relaciones objetales y la teoría de la pulsión, algunos autores señalan la existencia de
una “falsa dicotomía”, ya que ambas perspectivas se complementan en el desarrollo y
en la vida. El mundo representacional intrapsíquico (el sí-mismo y el objeto) se deriva
en parte de las interacciones con el mundo “real” del objeto externo, pero también
está modelado por sus “motores” dinámicos internos. Actualmente, todas las
orientaciones psicoanalíticas norteamericanas coinciden en que las formulaciones
iniciales de la teoría de la pulsión no tenían suficientemente en cuenta los atributos
reales del objeto y la identificación con el objeto real.

Paradójicamente, junto con estas corrientes integradoras de la literatura


psicoanalítica norteamericana, también surgen nuevas controversias que abren
posibles áreas de estudio adicionales, tales como la neurobiología evolutiva y la
dinámica del desarrollo, cuyos esfuerzos por el estudio de la unidad (dual) simbiótica
y la diferenciación del yo del otro, que comienza en las primeras semanas de vida, son
bidireccionales y no lineales. Otro campo polémico es el que rodea la puesta en
práctica de los hallazgos evolutivos en torno a la díada bebé-cuidador en la situación
clínica adulta. Este es un tema de discusión abierto, que requiere investigación

645
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adicional y pide cautela para no eludir las complejidades de las transformaciones del
desarrollo posteriores y las adaptaciones a los acontecimientos de la vida.

Para muchos autores norteamericanos, una verdadera teoría integradora del


desarrollo psíquico exige adoptar nuevos modelos epistemológicos como, por
ejemplo, los sistemas y la teoría de la complejidad, que establecen la existencia de
fenómenos no lineales y emergentes.

La dependencia radical de los demás por parte del sujeto, especialmente en la


primera infancia, pero también, en parte, durante toda la vida, es un hecho innegable
valorado por los psicoanalistas de todas las orientaciones teóricas. Desde Kant,
sabemos que es imposible “tragar un objeto externo” o tener acceso directo a él.
Siempre existe un filtro y un proceso mental del sujeto que va de la percepción a la
representación. Sin embargo, la articulación de los factores/potencialidades
constitucionales y el entorno humano en la configuración de la mente inconsciente y
el resto del aparato psíquico y sus repercusiones técnicas en la sesión analítica
siguen siendo tema de debate y se encuentran, dependiendo del teórico, en las “series
complementarias” propuestas por Freud.

Ver también:
CONFLICTO
CONTENCIÓN: CONTINENTE-CONTENIDO
CONTRATRANSFERENCIA
ENACTMENT
EL INCONSCIENTE
INTERSUBJETIVIDAD
PSICOLOGÍA DEL YO
REGRESIÓN (próximamente)
SÌ MISMO (SELF)
TRANSFERENCENCIA

646
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666
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Consultores regionales y autores :

América Latina:
Abel Fainstein, M.D., Master in Psychoanalysis; Maria Elisa Mitre, Psychologist;
Clara Nemas, MD

Europa:
Steven Groarke, PhD in cooperation with Arne Jemstedt, MD; Jane Milton, MD;
Antonio Peréz-Sanchéz, MD; Michael Šebek, PhD; and Maria Vittoria Costantini,
MD

Norte América:
Otto Kernberg, MD; Harold Blum, MD Allannah Furlong, PhD; Linda A. Mayers,
PhD; Eva D. Papiasvili, PhD, ABPP; Arnold Goldberg, MD; Judith Mitrani, PhD;
Leigh Tobias, PhD, Marcel Hudon, MD; Wilfrid Reid, MD

Copresidenta y coordinadora interregional:


Eva D. Papiasvili, PhD, ABPP

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condiciones.

Traducción: Jèssica Pujol Duran

667
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TRANSFERENCIA

Entrada tri-regional
Consultores interregionales: Marie-France Dispaux (Europa), Richard Gottlieb
y Eva Papiasvili (América del Norte), Adriana Sorrentini (América Latina)

Copresidente y coordinador interregional: Arne Jemstedt (Europa)

I. INTRODUCCIÓN Y DEFINICIONES INTRODUCTORIAS

Hoy en día, la transferencia es un concepto shibboleth que emplean analistas de


todo el mundo. El término alemán Übertragung (transfert, en francés) significa
traspaso (transmisión, delegación) de experiencias de un contexto a otro. No debe
confundirse con los diferentes usos psicológicos de la palabra inglesa “transfer” que
encontramos, por ejemplo, en teorías del aprendizaje experiencial. La palabra que
emplea el psicoanálisis es transferencia. En su acepción más amplia, entendida como
una característica de la vida mental, la transferencia constituye un fenómeno
generalizado que forma parte de cualquier relación humana. Sin embargo, lo que la
hace específica del psicoanálisis es que su elaboración es útil para entender esas
relaciones, puesto que, aunque al principio la transferencia se presente como “el peor
obstáculo que podemos enfrentar” en el tratamiento psicoanalítico (Freud, 1895,
p.301), más tarde puede acabar convirtiéndose en una de las mejores herramientas de
la cura.
Desde su introducción en Estudios sobre la histeria (sobre todo en relación
con la idea de la “falsa conexión”, es decir, con la transferencia de una carga afectiva
de las representaciones patógenas sobre la persona del médico que resulta inaceptable
para la conciencia), la noción de transferencia ha ido creciendo hasta convertirse en
un proceso constitutivo del tratamiento psicoanalítico; un proceso en que los deseos
inconscientes, los conflictos infantiles y las heridas traumáticas se reactualizan en el
aquí y ahora de la relación con el analista – el lugar donde también se activa la
resistencia a recordar. Esta modalidad del funcionamiento psíquico, que corresponde
a una inserción en la vida psíquica de otra persona que opera como objeto
movilizador de fantasías, deseos y conflictos, puede ser lo suficientemente evidente
como para que también pueda visualizarse la transferencia del analista sobre el
paciente, lo que desencadena la noción de contratransferencia (ver entrada
correspondiente a la CONTRATRANSFERENCIA).
En diccionarios y escritos contemporáneos de América del Norte (Auchincloss
& Samberg, 2012), Europa (Laplancha and Pontalis, 1967/1988, Skelton, 2006) y
América Latina (Borensztejn, 2014) encontramos una gran variedad de definiciones

668
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de la transferencia, pero todas coinciden en una tesis: la transferencia es una respuesta


mayormente inconsciente del paciente hacia el analista. Como esta respuesta está
formada por experiencias tempranas de la vida del paciente, entre las que puede haber
un yo interiorizado y representaciones de objeto afectadas por traumas, pasiones,
fantasías y conflictos adyacentes, también puede conceptualizarse como una
expresión de un deseo de revivificar o actualizar fantasías de relaciones de objeto
intrapsíquicas y multi-determinadas. La variedad de formulaciones refleja una
pluralidad de conceptualizaciones teóricas, tanto de los aspectos repetitivos como
interactivos de la transferencia, en relación con el contenido, los mecanismos y la
metodología del compromiso clínico en el contexto del encuadre psicoanalítico. Esta
entrada empieza con la evolución multidimensional del concepto y concluye con un
esbozo de las convergencias que encontramos en esta pluralidad teórica y clínica a
través de los continentes.

II. FREUD Y EL ORIGEN DEL CONCEPTO DE TRANSFERENCIA

Históricamente, la noción de transferencia empezó a desarrollarse cuando el


psicoanálisis se encontraba en su fase expansiva, distanciándose de la hipnosis, la
sugestión y el método catártico – aunque la cuestión de la transmisión psíquica se
retomaría más adelante desde el enfoque de la telepatía. En su traducción alemana del
artículo de Bernheim, “De la suggestion et de ses applications à la thérapeutique”
(1886), Freud prefiere el término Übertragung para referirse a la palabra francesa
“transfert”, empleada en el campo de la hipnosis. Cuando en La interpretación de los
sueños (1900), Freud la introduce en el contexto del significado oculto de los sueños,
la entiende como un desplazamiento de un deseo reprimido, que adopta la apariencia
de una representación trivial formada con los residuos “indiferentes” del día (1900:
563). Por ello, la transferencia consiste, en primer lugar, en un desplazamiento de
energía libidinal de un extremo de catexis al otro. En este proceso se confunden
algunas cosas, y puede llegarse a crear una distinción entre el contenido manifiesto y
el latente. Esta distinción, sin embargo, es otra indicación de que en todas las esferas
de la vida psíquica el deseo es móvil y siempre se encuentra a punto para ser
reformulado.
La hipótesis inicial regresa pues, ya no en forma de significado oculto, sino
centrada en la realización de un deseo inconsciente: ya sea un deseo amoroso, como
ilustra el caso de Anna O. (Freud & Breuer, 1895), o de un deseo de venganza, como
ocurre en el caso de Dora, en que Freud se convierte en el objetivo del retorno de la
decepción y el odio (Freud, 1905).
Dada la decisión de Dora de interrumpir el tratamiento, Freud se ve obligado a
modificar su aproximación al fenómeno transferencial (M. Neyraut, 1974). Mientras

669
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que, hasta entonces, lo entiende como parte de la reproducción de estados psíquicos


anteriores en forma de “copias” o “reimpresiones” – “las transferencias” derivarían de
un tipo de “sublimación” que les permitiría hacerse conscientes –, de ahí en adelante
la transferencia (en singular) hará referencia a ese aspecto de la relación analítica
lleno de reminiscencias que escapan el habla y la subjetividad, pero que se
materializan en un acto. De ahí que Freud, como ya apunta en el caso de Dora, dé
tanta importancia a la interpretación de la transferencia, pues un esclarecimiento de
esta modalidad de autorrealización alucinatoria puede garantizar el acceso a las zonas
más opacas del aparato libidinal (Freud, 1905). En el post scriptum a este caso, Freud
se culpa de no haber sabido reconocer e interpretar la transferencia paternal de Dora
sobre él mismo, ya que ésta fue la causa de la inesperada interrupción del tratamiento.
Más adelante, dirá que Dora utilizó la transferencia como forma de resistencia al
análisis. En todo caso, destacará el papel de la transferencia homoerótica, es decir, el
lugar crucial de la “otra” mujer.

III. A. El desarrollo del concepto de Freud

Según avanza la práctica analítica, la definición de la transferencia va


adquiriendo más complejidad. En los escritos de Freud, el cambio del plural al
singular ilustra la omnipresencia del fenómeno, y lo presenta acompañado de otro
hallazgo (Freud, 1909, 1912, 1914, 1915, 1917a): que las transferencias, al dejar de
ser “copias”, se convierten en “prototipos” de relaciones personales con figuras de la
infancia, es decir, que lo que el paciente revive con el analista son impulsos
conflictivos heredados de los vínculos con las imago parentales. Estas imago son
amadas u odiadas, objeto de demostraciones de ternura y/u hostilidad, en transferencia
positiva o negativa, y se manifiestan como una “neurosis recién creada y recreada”
(Freud, 1917a, p.444) en el lugar donde el paciente coloca al analista, convirtiéndolo
en el espacio mismo de la interpretación (Freud, 1912).
En el “caso Ratman”, Freud (1909) ya había demostrado que la transferencia
puede tener tanto sentimientos positivos como negativos, pero será en “Sobre la
dinámica de la transferencia” (Freud, 1912) donde expondrá la primera definición
teórica exhaustiva del fenómeno, dentro de la (primera) teoría topográfica. En este
artículo, Freud plantea los siguientes puntos: 1. La transferencia emana de una parte
del impulso libidinal que no se expresó y permaneció inconsciente; 2. La transferencia
es omnipresente y no sólo se da en el curso del psicoanálisis, sino también fuera de él.
La diferencia es que el psicoanálisis la convierte en objeto de estudio; 3. La
transferencia es “el arma más poderosa de la resistencia” (ibíd., p.104); 4. La
transferencia puede ser positiva o negativa; 5. La “transferencia positiva” puede
dividirse en dos tipos: la transferencia de sentimientos tiernos, que es un “aliado
inobjetable” del tratamiento, y la de tipo erótico, que requeriría una resolución
interpretativa; 6. Un predominio de transferencias negativas representa un desafío

670
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para el funcionamiento del análisis; 7. Comprender cómo encajan los deseos/anhelos


transferenciales del paciente en “el nexo entre el tratamiento y su historia” (ibíd.,
p.108) lo libera de la tendencia a recrear dichas situaciones. Este reconocimiento es
necesario para disolver las fijaciones tempranas, puesto que “nadie puede ser vencido
in absentia o in effigie” (ibíd., p.108). Aquí el paso de la “resistencia a la
transferencia” a la “interpretación de la transferencia” es un elemento central e
implícito de la técnica psicoanalítica. Pero el concepto se hizo explícito con la
“neurosis de transferencia”, cuya elaboración técnica apareció en “Recuerdo,
repetición y elaboración” (Freud, 1914). Este trabajo también es significativo, porque
explica que “repetir en lugar de recordar” es un recurso potencial para acceder a la
historia infantil, y porque menciona por primera vez la “compulsión de repetición”
transferencial, cuya teoría desarrollaría en profundidad en “Más allá del principio de
placer” (Freud, 1920), un texto transicional entre la primera y la segunda
topografía/teoría topográfica y estructural.
En “Observaciones sobre el amor de transferencia” (Freud, 1915), Freud
presenta un estudio más exhaustivo de las dificultades técnicas que puede
desencadenar la transferencia positiva. No fue hasta el final de su carrera, que Freud
retomó este tema en “Análisis terminable e interminable” (Freud, 1937a).
Si bien el psicoanálisis descubre y señala la transferencia desde el principio,
no la crea, sino que la utiliza para interpretar la configuración del aparato libidinal que
se repite “en el cuerpo” del paciente en el contexto de la relación analítica. Hacia
1917, Freud ya afirma que la transferencia – junto con su manifestación de
“resistencia” en la situación analítica – es el aspecto “más importante” de la terapia
psicoanalítica (Freud, 1917b, p.316). De hecho, haciéndose eco de un artículo suyo
anterior, “Introducción del Narcisismo” (Freud, 1914b), Freud plantea que la
elaboración de la transferencia es una condición del éxito de la terapia analítica
(Freud, 1917a, p.447), como también concluye en su “Conferencia sobre la
transferencia” (ibíd., pp.431-447), ahora en Conferencias sobre psicoanálisis, donde
resume con elocuencia todos sus avances en materia de transferencia hasta 1917.
Durante este período, Freud también señala una paradoja sobre la
transferencia, y es que ésta es una carga para el analista, pero, a la vez, su mejor
herramienta, porque la transferencia es la transportadora de la dimensión más alejada
de la conciencia. La transferencia, en ocasiones, es facilitadora, pero en otras puede
convertirse en un gran obstáculo para poder recordar el material reprimido: el impulso
inconsciente relacionado con la pulsión busca su satisfacción, al mismo tiempo que
bloquea el acceso a cualquier realización o recuerdo durante el tratamiento. En estos
casos, la transferencia se alía con la resistencia. Aquí radica, según Freud, la paradoja
del amor de transferencia: sin ella, el tratamiento no llega a ninguna parte, pero de ella
surge la forma más persistente de resistencia. “La transferencia se convierte entonces
en el campo de batalla en el que están destinadas a encontrarse todas las fuerzas que
se combaten entre sí.” (Freud, 1917a, p.454)

671
Volver a la tabla de contenido

Freud no duda en recurrir al vocabulario bélico para designar un conflicto en


que distintas fuerzas luchan entre sí por un palmo de tierra. La evolución conceptual
de la transferencia está interrelacionada con la evolución de las formulaciones del
conflicto psíquico, y ambas están interrelacionadas con la evolución de una teoría
psicoanalítica cada vez más compleja. Primeramente, en el texto transicional “Más
allá del principio del placer”, Freud (1920) añade la pulsión agresiva de destrucción y
muerte (Thanatos) a la pulsión sexual (Eros), lo que reformula el conflicto de la
(primera) teoría topográfica, que deja de centrarse en las pulsiones/instintos sexuales
previos versus los instintos de defensa, represión y auto-conservación (los instintos
del Yo), para basarse en un modelo de pulsiones versus defensas. La compulsión de
repetición es una manifestación clínica del Thanatos agresivo y destructivo. Por
consiguiente, en “El yo y el ello” (Freud, 1923) y en “Inhibición, síntoma y angustia”
(1926), Freud plantea que el conflicto se desenvuelve entre tres instancias, el ello, el
yo y el superyó y las exigencias del mundo exterior. El conflicto abarca las pulsiones
del ello (completamente inconscientes), las defensas y la represión de una parte
inconsciente del yo, que responde a la ansiedad con señales de peligro, y el superyó,
el heredero del complejo de Edipo, con sus componentes auto-punitivos inconscientes
y el yo-ideal. Mientras que la agresión del ello alimenta el componente auto-punitivo
del superyó, el ello y el superyó presionan al yo por ambos lados. Esto puede
traducirse en una resistencia a la transferencia, vinculada al dominio del yo, pero
también al asalto interno llevado a cabo por el superyó. Este asalto se vincula a lo que
Freud (1923) llama “reacción terapéutica negativa”, es decir, a un empeoramiento del
tratamiento en que la transferencia se convierte en portadora del exceso y la
destructividad, como más adelante exploran autores como André Green, en “El
trabajo de lo negativo” (Green, 1993), y J.-B. Pontalis, en “A partir de la
contratransferencia: lo muerto y lo vivo entrelazado” (Pontalis, 1975) y en “No, dos
veces no” (Pontalis, 1979).
Por esta razón, el foco central, es decir, la repetición de lo reprimido en la
transferencia, no puede limitarse al estudio de las experiencias vividas, ya que lo
reprimido pertenece a la realidad psíquica, con sus deseos y fantasías inconscientes.
De hecho, estas últimas son “indestructibles”, lo que justifica la importancia que tiene
la compulsión de repetición en la transferencia, tal y como lo expone Freud en “Más
allá del principio del placer” (Freud, 1920).

II. B. Edipo y Hamlet, las dos caras de la experiencia humana de la transferencia


Freud cree que el complejo de Edipo está arraigado a la tragedia: es un destino
inevitable y mortal que acecha la experiencia humana. “Edipo rey es una tragedia en
la que el factor principal es el destino. Su efecto trágico reposa en la oposición entre
la poderosa voluntad de los dioses y la vana resistencia del hombre amenazado por la
desgracia” (Freud, 1900, p.262). Los dioses son los padres todopoderosos, ante
quienes el niño reconoce su impotencia.

672
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La tragedia está vinculada a los sentimientos de las personas cuando


experimentan este complejo, lo que ilustra la esencia de su naturaleza. Según Freud,
el complejo de Edipo se remite a las inclinaciones incestuosas y parricidas que tienen
todos los individuos como resultado de su herencia arcaica.
Freud afirma que debe existir una voz dentro de nosotros preparada para
reconocer el convincente poder del destino en el Edipo. “Su destino nos conmueve
únicamente porque podría haber sido el nuestro, porque antes de que naciéramos el
oráculo fulminó sobre nosotros esa misma maldición.” (ibíd.).
La fábula de Edipo es la respuesta de la fantasía a los “sueños típicos” (como
asesinar al padre o casarse con la madre) y, así como los adultos los experimentan con
repugnancia, la saga también debe provocar sentimientos de horror y autocastigo.
En el Edipo rey de Sófocles, se hace pública la fantasía-deseo básica del niño
como éste realiza en sus sueños; mientras que en el Hamlet de Shakespeare
“permanece reprimida, y sólo averiguamos su existencia – las cosas se encadenan
aquí como en una neurosis – por sus consecuencias inhibitorias.” (Freud, 1900, p.264)
Sabemos que Shakespeare escribió Hamlet justo después de la muerte de su
padre (en 1601). Esta inmediatez creativa nos permite aventurar que, mientras el
escritor sufría la ausencia de su padre, volvió a experimentar sentimientos infantiles
hacia él. También se conoce que uno de los hijos de Shakespeare que murió
prematuramente se llamaba Hammet (un nombre casi idéntico al de Hamlet). (Ver
Freud, “Los sueños de la muerte de personas queridas”, en La interpretación de los
sueños, V, 1900).
A Freud, las obras de Edipo y Hamlet le sirven de ejemplo para explicar dos
aspectos presentes en la transferencia: por una parte, el impulso criminal y parricida
de Hamlet quien, como resultado de la represión, lo convierte en un reproche hacia sí
mismo; y, por otra parte, el destino inevitable y mortal de Edipo, quien intenta
consumar el incesto y el parricidio.
Freud, por lo tanto, vincula la tragedia de Hamlet al aspecto reprimido del
complejo de Edipo, mientras que la tragedia de Sófocles hace referencia a otro
aspecto: a lo que se ha disuelto, sepultado (Untergang), pero que, sin embargo, se
manifiesta en el desarrollo de los acontecimientos para el trágico personaje.
En la transferencia se experimentan ambos aspectos con la persona del
analista, a través de síntomas, sueños y vivencias “reales”.
Los sueños típicos de la muerte de personas queridas y los sueños de angustia,
en los que se vence la censura, constituyen ejemplos paradigmáticos de la presencia
de esta tragedia. Las pesadillas, en particular, indican que los mecanismos del sueño
no han cumplido su función de preservar el sueño y, por lo tanto, los contenidos
penosos acceden a la conciencia e interrumpen el sueño. En la resistencia

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transferencial, se aprovecha la presencia de contenidos penosos para interrumpir la


tarea analítica.
Freud considera que los sentimientos reales son el resultado del acceso de los
contenidos penosos a la conciencia y, por lo tanto, cuando nos encontramos con el
asesino incestuoso que todos llevamos dentro, tendemos a experimentar sentimientos
de horror y una conducta auto-punitiva.
Por consiguiente, durante el tratamiento analítico y, concretamente, durante la
transferencia, nos enfrentamos a contenidos derivados del conflicto entre el deseo y la
prohibición, y también a vivencias reales que provienen de aquello que se ha disuelto.
Cuando la fase del complejo de Edipo termina, una parte se reprime y otra
queda sepultada. Sin embargo, en los pacientes neuróticos, estos procesos no acaban
de funcionar correctamente: tienden a aparecer síntomas y otras ocurrencias donde se
manifiestan los aspectos que en principio estaban enterrados (es decir, los impulsos
instintivos incestuosos y parricidas). Cuanto más grave es la condición, mayor
presencia adquieren estos elementos disueltos.
Estos son los dos aspectos de la transferencia: lo reprimido, con síntomas
típicos de la neurosis de transferencia, y la tragedia, que a su vez se presenta por la
compulsión de repetición. En el núcleo del complejo, que todos los individuos han
experimentado con sus dosis de amor y odio y limitado con prohibiciones,
encontramos la tragedia, cuya matriz es parte de la esencia humana y la reviven todos
y cada uno de los niños en su fase de omnipotencia.
Freud establece la relación entre la tragedia edípica y el drama del personaje
de Hamlet, para luego sentar las bases de una teoría que se centraría en la compulsión
de repetición. Freud, de hecho, expone que esta compulsión se basa en la resistencia
del ello y la domina la pulsión de muerte, un concepto cuya introducción representó
un importante giro para la teoría psicoanalítica. Esta compulsión a descargar – pulsión
destructiva – permanece latente durante el tratamiento, y más adelante pasa a ocupar
la escena transferencial con una resistencia máxima. El analista percibe una
resistencia activa del yo inconsciente contra el tratamiento de la resistencia reprimida
que el yo consciente repudia. Lo reprimido está separado del yo por las resistencias de
la represión, pero puede comunicarse con el yo a través del ello.
En El yo y el ello (1923), junto con Más allá del principio del placer (1920),
se contextualiza el yo como el representante (Repräsentanten) de la razón y la
prudencia, mientras que las pasiones (pulsiones) prevalecen en el ello y son capaces
de cruzar sus fronteras.
La descripción que hace Freud de la resistencia al trabajo analítico, enunciada
en escritos metapsicológicos anteriores a 1920, culmina en Más allá del principio del
placer, donde el fenómeno clínico de la compulsión de repetición toma ciertas
características de las pulsiones, así como exigencias para emprender la lucha contra la
necesidad punitiva del yo, sobrevenida por el error trágico originado en las acciones

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edípicas hacia las que se dirige al sujeto martirizado y, al mismo tiempo, por las
exigencias del superyó.
Si el yo se somete a un superyó despiadado, se crea una intensa alegría
masoquista que puede poner en peligro el análisis. Aun cuando el analista vea algún
avance, esta alegría acabará desencadenando una reacción terapéutica negativa,
provocando vivencias transferenciales interpretables de tipo neurótico. Las vivencias
transferenciales trágicas (tragedia edípica, prehistoria personal), tales como la
ansiedad y el letargo, hacen referencia al material enterrado, “real”, y necesitan ser
trabajadas en el acto, en el “ahora” de la sesión. Además, el material trágico enterrado
puede activarse a través de un trauma reciente y producir una descarga somática,
puesto que el yo es sobre todo un yo corpóreo (Freud, 1923).
Entendido a través de estos avances teóricos, sobre todo en Más allá del
principio del placer y El yo y el ello, el castigo que infringe el superyó asesino sobre
el yo, impulsado por la pulsión de muerte del ello, se manifiesta de varias formas en
la tragedia del “destino” de Edipo y en la agonía de Hamlet.

En la segunda teoría topográfica/estructural, Freud señala un cambio importante en la


dinámica de la transferencia. Si hasta entonces se había creído que era impulsada por
la fuerza del deseo, ahora se presenta como vinculada a la compulsión de repetición y
la esfera de la acción, de la descarga. Debe notarse que Freud terminó de escribir sus
artículos sobre la técnica psicoanalítica en 1918, antes de elaborar la segunda
topografía. No es hasta 1937, en “Análisis terminable e interminable” (Freud, 1937a)
y “Construcciones en el análisis” (Freud, 1937b), que Freud recupera los problemas
técnicos que plantea la introducción de la compulsión de repetición y la pulsión de
muerte, especialmente en relación con la noción de transferencia negativa de Ferenczi
(1909).
Con los avances presentados en “Más allá del principio del placer” (1920) y,
sobre todo, con la introducción del concepto de pulsión de muerte, Freud sugiere que,
instado por la compulsión de repetición, algo que se halla más allá de lo reprimido
entra en la escena de la transferencia: algo que ahora se representa a través de
sentimientos y percepciones. Estas representaciones, sin embargo, no han sido
reprimidas porque no han sido articuladas, todavía no se han expresado en palabras.
A partir de estas consideraciones, en “Moisés y la religión monoteísta” (1939
[1934-38]), Freud señala una verdad histórica, la del parricidio. Según él, esta verdad
se halla en la base de la historia de la religión; por ello establece una analogía con la
experiencia analítica, en que la verdad histórica equivaldría a la construcción del
analista (construcción real) basada en sentimientos y experiencias que indican la
existencia de otros escenarios en la escena de la transferencia.
Esta construcción hace referencia a una tragedia, que se presenta en la sesión,
aunque haya sido silenciada hasta el momento. Este fenómeno, impulsado por la

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compulsión de repetición, se manifiesta en el análisis y tiene un destino mortal. De


hecho, según Freud, se trata de una fuerza imparable que puede causar la interrupción
de la tarea analítica. El componente masoquista revela la culpa penosa o la necesidad
punitiva, mientras que la transferencia proporciona el escenario donde se desarrolla la
tragedia.
Esta construcción se conecta a una construcción histórica (donde el analista
llega a través de los síntomas, los recuerdos encubridores y la transferencia), como
describe Freud en Construcciones en el análisis (1937b): “Hasta que tenía usted n
años, se consideraba usted como el único e ilimitado dueño de su madre; entonces
llegó otro bebé […] Sus sentimientos hacia su madre se hicieron ambivalentes […].”
(p.261)
Si el hecho de recordar representa el último objetivo del análisis, porque
conduce a establecer una coherencia, continuidad y abanico de opciones de futuro,
entonces, cuando no se puede alcanzar el recuerdo, éste sólo puede compensarse con
construcciones e intentos de representar lo reprimido y lo traumáticamente disociado,
perdido, “expulsado” o enterrado. La transferencia, de hecho, funciona como una
posibilidad de reanimar un objeto perdido por encontrarse bajo el dominio de la
represión. Esta reanimación se lleva a cabo mediante su representación a partir de
pistas: éste es el trabajo que se desarrolla en el tratamiento. La transferencia en la
neurosis, por tanto, sólo se busca para recordar y no como un fin en sí mismo: éste es
el punto que limita con el posible secuestro manipulativo de la transferencia. Freud
siempre se muestra curioso sobre este punto, y por ello estudia los vínculos entre la
transferencia y la sugestión, así como entre la transferencia y el ocultismo: ¿cómo
puede hacerse que un recuerdo del pasado del paciente se vincule con la situación
terapéutica a través de la persona del analista y, por consiguiente, éste se coloque a la
vanguardia de la escena psíquica? ¿Existe algún tipo de mala alianza en que el afecto
concurrente tiene la misma fuerza e intensidad que el afecto que originó el síntoma?
Estas primeras observaciones, llevadas a cabo por Freud, iniciaron un debate que
sigue activo acerca de la importancia de la realidad psíquica y su impacto en todos los
procesos mentales, incluidas la percepción y la memoria.

III. PRIMEROS AVENCES DESPUÉAS DE FREUD

Definir la transferencia es difícil, no sólo por la rapidez con que Freud desarrolló
el concepto, sino también por la complejidad que éste ha ido adquiriendo gracias a las
aportaciones de otros autores, quienes le han añadido calificativos como “lateral”,
“positiva”, “negativa”, “adhesiva”, “materna”, “paterna”, etc. Sin embargo, la
descripción de Freud sobre la neurosis de transferencia, que, según él, se desarrolla
principalmente en los neuróticos, aunque también puede aparecer en otras estructuras

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psíquicas, sigue siendo el punto de partida para identificar otras formas de


transferencia. Los aportes de algunos autores destacados han contribuido al desarrollo
de la teoría y técnica de la transferencia.
Abraham fue el primero en interesarse por la transferencia en el ámbito de la
psicosis. Ferenczi, por su parte, desarrolla la noción de transferencia narcisista. Él
defiende que la introyección es el fenómeno más importante de la constitución de la
transferencia: el sujeto se apodera del mundo y anexa a éste los objetos externos; por
lo tanto, para Ferenczi, todo objeto-amado, o toda transferencia, es una extensión del
yo o una introyección (“Transferencia e introyección”, 1909). Ferenczi centra su
teoría en la historia individual del niño, y la construye sobre la base de la investidura
autoerótica del niño hacia sus órganos: ahí reside la matriz de lo que se repite en la
transferencia. “El primer ‘amor objetal’, el primer ‘odio objetal’ son pues la raíz y el
modelo de toda transferencias ulterior que no es una característica de la neurosis, sino
la exageración de un proceso mental normal.” (p. 41) En su Diario clínico y escritos
posteriores, Ferenczi decide profundizar sobre la conceptualización de la técnica y
llevar a cabo una reflexión metapsicológica sobre los procesos psíquicos del analista,
abriendo así el camino a futuras contribuciones.

III. A. James Strachey


¿Qué importancia tuvo, entonces, la identificación e “interpretación” de la
transferencia para los resultados de los tratamientos psicoanalíticos? Dejando a un
lado lo que se pueda entender por actividad “interpretativa”, el primer tema de disputa
giró en torno al grado de atención que el analista pudiera prestar a las señales de
transferencia de su paciente. En 1934, Strachey argumentó que, desde su punto de
vista, el “mejor instrumento de la terapia psicoanalítica” (1934, p.142) – el único tipo
de interpretación “mutativa” – es el que se forma con las interpretaciones de la
transferencia (p.154). Por “interpretaciones de la transferencia”, Strachey entendía
aquellos comentarios del analista que facilitan la concienciación de aspectos
inconscientes de la transferencia del paciente. Ningún otro tipo de interpretación
(extra-transferencial) podía tener el mismo efecto mutativo. El efecto mutativo, según
Strachey, consiste en crear una oportunidad para que el analizando pueda corregir su
error al enfrentarse a los contrastes entre su imagen de transferencia inconsciente del
analista y la “verdadera naturaleza del analista” (p.143). De hecho, esta afirmación de
Strachey acerca de la naturaleza “real” del analista acabará siendo reemplazada (en
cierta medida) por enfoques más contemporáneos sobre la contingencia, la realidad y
el poder que tiene el campo analítico para inducir sentimientos “reales” de hostilidad
hacia el paciente, por ejemplo, que pueden coincidir con la imagen de transferencia
del analizando.

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III. B. Ida Macalpine


Ida Macalpine fue la primera en señalar que el psicoanálisis no sólo es ir
“recogiendo” transferencias (“Los desarrollos de la transferencia”, 1950). A través de
la creación de un contexto de frustración infantil, la situación analítica “produce” la
transferencia y, después, el analista recoge lo que ésta sembró. Asimismo, los
principales sucesores de Freud: Melanie Klein, Bion y Winnicott, desarrollan
enfoques sobre la transferencia que contribuyen a la conceptualización actual de los
fenómenos de transferencia en el tratamiento.

IV. LA CONTRIBUCIÓN BRITÁNICA

IV. A. La perspectiva kleiniana


El trabajo de Melanie Klein desarrolla el concepto de “transferencia” desde
tres ángulos: Klein siente que la transferencia sobre el analista se origina en los
mismos procesos que determinan las relaciones de objeto en sus fases iniciales; en
segundo lugar, subraya la importancia de la fantasía inconsciente; y, por último,
teoriza una técnica en que los elementos inconscientes de la transferencia se infieren a
partir de todo el material presentado, lo que ella llama la “situación total”.
Klein plantea que las relaciones de objeto se encuentran en el origen de la
transferencia. Freud entiende la transferencia como una referencia directa al analista
en la sesión analítica, así como un re-enactment (recreación, del inglés) del pasado.
Para Klein, sin embargo, lo que se encuentra en el origen de la transferencia son las
relaciones de objeto primitivas. Por ello, Klein entiende la vida psíquica como un
cambio y remodelación constantes de las imago internas. A través de su trabajo con
niños muy pequeños, llega a la conclusión de que el material que éstos exponen en las
terapias de juego no es una recreación de un pasado distante, sino de un presente
inmediato, ya que los eventos traumáticos parecen estar vivos. Klein estudia con
atención el juego de los niños: su forma de relacionarse entre ellos mismos, con sus
miedos y ansiedades, así como con sus deseos más profundos. El niño expresa su
esfuerzo por asimilar experiencias y fantasías a través de las relaciones establecidas
en la sesión de juego con el analista. De la misma manera, para Klein, la transferencia
en el análisis adulto se convierte en una representación de las fantasías actuales,
compuestas de fantasías inconscientes y conscientes, de objetos internos y de la
interacción de emociones dirigidas hacia ellos, así como de las defensas que los
protegen.
El objeto se encuentra en el centro neurálgico de la vida emocional desde el
principio, y lo mismo ocurre en la situación de transferencia. Los mecanismos de
defensa, por consiguiente, también se encuentran ligados a estas relaciones de objeto

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desde el comienzo. Melanie Klein considera que la búsqueda de objetos es


fundamental y constituye un requisito de la vida psíquica; mientras que, para Freud, la
satisfacción de las pulsiones es independiente de la búsqueda de objetos. Estas
diferencias crean una profunda divergencia entre sus respectivas teorías de
transferencia: mientras que, para Freud, la transferencia se basa en pulsiones que
buscan una descarga y en la reconstrucción del pasado; para Klein, la evolución de la
transferencia es lo que se convierte en el centro de atención. “Estos cambios
fundamentales se producen mediante el análisis consistente de la transferencia; están
ligados con la profunda revisión de las primeras relaciones de objeto y se reflejan
tanto en la vida corriente del paciente como en sus actitudes distorsionadas hacia el
analista” (Klein, 1952, p.438). Klein no está a favor de las interpretaciones del “aquí y
ahora” desconectadas del pasado del paciente, pero reconoce que la transferencia
proyecta un mundo interior determinado por experiencias pasadas sobre el analista, el
cual evoluciona a lo largo del proceso de revivificación transferencial.
El descubrimiento de los mecanismos de escisión, en la década de los veinte,
hizo posible que los psicoanalistas conceptualizaran la transferencia a partir de
pacientes psicóticos: en los primeros años de la infancia predomina la escisión entre
objetos buenos y malos, cosa que influye en la comprensión de la transferencia como
una interconexión entre sentimientos positivos y negativos de amor y odio. La
interacción entre los diferentes aspectos de los objetos hacia los que se dirigen esas
emociones crea un círculo vicioso de agresión, ansiedad y culpa que debe trabajarse
en la transferencia: “De hecho hay muy pocas personas en la vida del bebé, pero las
siente como una multitud de objetos porque se le aparecen bajo aspectos diversos.”
(Klein, 1952, p.46) Klein afirma que el análisis de la transferencia negativa es una
condición para acceder a las regiones más profundas de la mente, aunque las
transferencias positivas y negativas siempre se combinan.
Klein también destaca la noción de fantasía inconsciente en el aquí y ahora de
la sesión. Los eventos “reales” se deben tener en cuenta, según Klein, en su
interacción con la fantasía inconsciente del paciente. La definición de fantasía
inconsciente de Klein (y la de Susan Isaac) fue el tema principal de las discusiones de
principios de los años cuarenta y, según Elizabeth Bott-Spillius y Ron Britton, el
empleo de las mismas palabras para diferentes conceptos no ha hecho más que avivar
la intensidad del debate. Según el enfoque kleiniano, la fantasía inconsciente incluye
cualquier forma de pensamiento infantil, es la principal fuente de la mente
inconsciente y el representante psíquico de las pulsiones, pero también incluye otras
formas de pensamiento que emergen más adelante, durante el desarrollo de las
fantasías originales. Entendida así, la transferencia constituye la experiencia
inconsciente del aquí y ahora, pero trazada sobre los mecanismos infantiles que utilizó
el paciente para gestionar sus conflictos en el pasado. La fantasía inconsciente, por
tanto, influye y enriquece la experiencia de la realidad, y viceversa, la realidad influye
y enriquece la fantasía inconsciente. Melanie Klein defiende la interpretación en
términos de fantasía inconsciente, más que en términos de pulsiones versus defensas.

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Por ello, ella siempre interpreta desde dentro de la transferencia en lugar de


interpretar la transferencia en sí misma. “Uno le puede mostrar al paciente cómo
experimenta una relación que provoca ansiedad o culpa, y de qué forma la altera en la
fantasía para evitar el dolor.” (Segal, 1979)
Así es como Klein trabaja las ansiedades del paciente y sus relaciones con los
objetos en el pasado y en el presente, así como las experiencias que ha vivido entre
medio. Esta es la “situación total” para Klein, e incluye todos los aspectos de las
experiencias y fantasías del paciente – pasadas y presentes – comunicados durante la
sesión analítica: “Por ejemplo, los relatos del paciente acerca de su vida de cada día,
sus amistades, sus actividades, no sólo dan una comprensión del funcionamiento de su
yo, sino que revelan – si exploramos su contenido inconsciente – las defensas contra
las angustias despertadas en la situación transferencial” (Klein 1952, p.437). Ella
considera que todo el material generado a través de la asociación libre ayuda a
entender el conjunto escindido (inconscientemente) de la relación con el analista.
Según Donald Meltzer (1986), la tarea del analista consiste en una “recolección de la
transferencia” en la miríada de formas que ésta puede presentarse en la relación con el
analista. “La transferencia infantil comienza a aparecer en el material ya sea bajo la
forma de ‘acting in’ o ‘acting out’, recuerdos o sueños, su reconocimiento e
investigación pone en marcha el proceso analítico.” Betty Joseph (1985) destaca la
importancia de la “situación total” como una vía para que los pacientes expresen sus
pensamientos y sentimientos conscientes e inconscientes en la relación transferencial.
También demuestra cómo los pacientes usan la transferencia, no sólo para satisfacer
sus impulsos, sino también para no perder sus posiciones defensivas.

IV. B. La influencia kleiniana en América del Norte

En América del Norte, el concepto clásico de análisis de transferencia se ha


desarrollado gracias al concepto del análisis de la “situación total de transferencia”
propuesto por Klein (Joseph, 1985). Este enfoque abarca un análisis sistemático de las
repercusiones transferenciales de las manifestaciones verbales y no verbales totales
del paciente durante las sesiones, los esfuerzos directos e indirectos del paciente para
conducir al analista a un lugar determinado y la exploración de las repercusiones
transferenciales que pueda tener el material externo que el paciente trae a la sesión. La
introducción de una evaluación sistemática del funcionamiento total del paciente en el
momento en que se activa la transferencia, es otra prueba de la importancia de la
interpretación de transferencia. Además, esta evaluación también comporta un análisis
del carácter implícito en la interpretación de la transferencia.

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IV. C. Donald W. Winnicott


En los escritos de D.W. Winnicott no se hace referencia al término
“transferencia” salvo en un artículo de 1955-1956 titulado “Variedades clínicas de la
transferencia”. El término tampoco figura en las entradas del diccionario, The
Language of Winnicott: A Dictionary of Winnicott’s Use of Words (1996), de Jan
Abram. Sin embargo, para Winnicott, el tratamiento de la transferencia merece una
atención especial, puesto que está estrechamente vinculado a las nociones de marco y
contratransferencia.
Winnicott, pediatra de formación, basa su reflexión analítica en la relación
madre-hijo. Se distancia del enfoque kleiniano de la vida intrapsíquica del bebé recién
nacido y, por lo contrario, se dedica a estudiar el entorno más temprano del niño y sus
interacciones con una madre suficientemente buena, en conjunción con otros
fenómenos transitorios conectados a esa relación. Durante el tratamiento, el marco
analítico crea un entorno de contención (retención) parecido; un entorno en el que se
desarrollan la transferencia y la contratransferencia.
Al centrarse en las deficiencias de los entornos más tempranos, es decir, casos
en que la madre no puede conectar con las necesidades del pequeño, Winnicott
desarrolla su noción del yo falso: una organización protectora que alberga al yo
verdadero, pero a la vez dificulta el establecimiento de un yo auténtico. Winnicott
señala una ruptura en la sensación continuada de ser. Aquellos pacientes que, durante
su infancia, no recibieron una atención adecuada y, por ello, su yo no pudo concebirse
como una entidad establecida – es decir, aquellos que experimentan estados límite y
episodios psicóticos de adultos – no pueden explicarse en términos de neurosis de
transferencia o superación de la represión. Por tanto, el concepto de transferencia,
según Winnicott, debería ampliarse para que “el analista se enfrent[e] con el proceso
primario del paciente” (1955-1956, p.298).
En los casos en que el contexto infantil presentó alguna deficiencia, la relación
transferencial sirve para ayudar a superar esa carencia. Una buena sintonía por parte
del analista puede facilitar la implementación de una dependencia en el paciente. A su
vez, esta dependencia puede establecer la confianza y seguridad necesarias para que
se reproduzca la experiencia del trauma original – la agonía primitiva de no dejar de
caer – en la transferencia, en que el yo falso cede el paso al ser auténtico. Como
describe Winnicott (1963), para estos pacientes es imposible recordar algo que aún no
ha sucedido, dado que el yo del niño era demasiado inmaduro para poder
experimentarlo. En este caso, la única manera de que el paciente “recuerde” es que
experimente ese hecho pasado por primera vez, en el presente, es decir, en la
transferencia.
Otra contribución específica de Winnicott a la conceptualización de la
transferencia tiene que ver con la destructividad. En “El uso de un objeto y la relación
por medio de identificaciones” (1968), Winnicott describe el impulso indispensable,
vital y destructivo, que facilita que el sujeto, ya sea un niño o un paciente con

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personalidad límite, acepte la existencia del objeto o analista fuera de la esfera de


control de su omnipotencia, es decir, fuera de la esfera de sus fenómenos subjetivos,
siempre que el objeto sobreviva a los ataques transferenciales. Gracias a esta prueba,
“comienza la fantasía para el individuo. Entonces el sujeto puede utilizar el objeto que
ha sobrevivido” (p.90). Si esta experiencia no ocurre, entonces, para el paciente, el
analista siempre será una mera proyección de una parte de sí mismo.
En “El odio a la contratransferencia” (1947), Winnicott subraya la
ambivalencia experimentada por el analista cuando se enfrenta a pacientes graves. El
paciente evoca una especie de odio, el cual no es específico en sí mismo, pero cuya
intensidad es específica a la situación en cuestión. “Durante el análisis ordinario el
analista no tiene ninguna dificultad en controlar su propio odio […] En el análisis de
los psicóticos, sin embargo, son muy distintos los grados y tipos de tensión que debe
soportar el analista y es precisamente esta diferencia lo que estoy intentando
describir” (p.197). Según Winnicott, esta diferencia de intensidades entre la neurosis
y la psicosis es debida a una importante brecha entre las experiencias de la primera
infancia.
En un trabajo que, en parte, se basa en las nociones de Winnicott, Roussillon
(2011) analiza pacientes que padecen trastornos de identidad narcisista y desarrollan
una forma paradójica de transferencia, “un tipo de transferencia en la que algo ‘se da
la vuelta’: el analizando, separado de cualquier posibilidad de integrar una
experiencia pasada particular, hace que el analista viva esa experiencia” (p.6). “Así es
como el mundo de la transferencia está más dominado por cuestiones de negatividad
que de integración y vinculación. Al mismo tiempo, la destructividad, o ciertas formas
de las pulsiones de muerte, reemplazan la libido; la relación con el objeto se presenta
subordinada a la idea del uso del objeto más que a la idea ‘clásica’ de relaciones de
objeto.” (Id., p.7)

IV. D. Wilfred R. Bion


Bion, por su parte, amplía la teoría de Melanie Klein, al mismo tiempo que
utiliza el corpus freudiano. Cuando examina la formación de pensamientos dentro de
la vida psíquica, Bion introduce el concepto de la función alfa (Aprender de la
experiencia, 1962). Esta función permite que las experiencias sensoriales y emociones
(los elementos beta) se conviertan en elementos alfa, para así poder ser recordados,
simbolizados y utilizados por los pensamientos y los sueños. Esta transformación,
originada en la raíz de la psique, plantea una conceptualización de lo consciente y lo
inconsciente como estados mentales reversibles dentro de la experiencia mental.
En algunos de sus trabajos centrados en el funcionamiento psicótico, Bion
introduce una distinción entre la parte psicótica y la no psicótica de la personalidad.
Desarrolla el concepto de identificación proyectiva descrito por Melanie Klein, con
respecto a la transferencia de componentes destructivos, que fueron escindidos y

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luego proyectados sobre el analista, para darle un significado más comunicativo y


afectivo, relacionado con la relación entre la madre y el bebé. El ensueño materno
recibe los elementos sensoriales y emocionales que se le proyectan y los hace
tolerables y concebibles para el bebé. Gracias a Bion, la identificación proyectiva y la
relación continente-contenido se convierten en elementos indispensables para
entender la transferencia (ver entrada correspondiente a la CONTENCIÓN).
Bion piensa que la clase de transferencia que se da con pacientes
esquizofrénicos refleja el conflicto entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte,
provocando que la relación con el analista sea “prematura” y “precipitada”, en la
medida en que las pulsiones destructivas y el odio a la realidad interna y externa,
pasan a un primer plano (Bion 1967 [1956]). Lo que el analista-arqueólogo descubre
no son los vestigios de una civilización antigua, sino una catástrofe primordial
arraigada a las deficiencias del vínculo temprano con la madre, además del temor sin
nombre que se le deriva, reactivado durante la transferencia por los ataques a la
capacidad reflexiva y por la tolerancia al dolor psíquico.
La persistencia de la transferencia psicótica (ibíd.) contrasta por su falta de
profundidad, su carga y su extrema variabilidad: cualquier cambio se refleja de forma
indiferenciada en la transferencia, el acceso al significado se ve comprometido,
incluso destruido por completo, por los ataques al vínculo que imposibilitan la
concienciación y la vinculación con el objeto. Los aspectos sensoriales de la
interpretación, la entonación de la voz y otras características materiales del marco,
son utilizados por el paciente a expensas de la interpretación misma.
Bion subraya que “los elementos de la transferencia se encuentran en ese
aspecto de la conducta del paciente que traiciona su conciencia de la presencia de un
objeto que no es él mismo. No se puede desestimar ningún aspecto de su conducta”
(Elementos de psicoanálisis, 1963: p.69). Con la “grilla”, Bion elabora un sistema de
“anotación y registro” de la experiencia analítica, definida como una experiencia
emocional. De esta manera, la transferencia puede representarse como una de las
categorías de la grilla y aportar información sobre el vínculo K (conocimiento) entre
el analista y el paciente: un vínculo básico de la vida psíquica, junto con los vínculos
L (amor, del inglés love) y H (odio, del inglés hate).
En el sentido freudiano, la transferencia incluye, según Bion, las
transformaciones “rígidas” relacionadas con “un modelo de movimiento de
sentimientos e ideas de una esfera de aplicabilidad a otra” (Transformaciones, 1965:
p.19). “Los sentimientos e ideas apropiados a la sexualidad infantil y al complejo de
Edipo son transferidos, casi sin distorsión, a la relación con el analista. Esta
transformación no implica una mayor diferenciación” (Ibíd.). Estas transformaciones
son específicas de la parte no-psicótica de la personalidad y hacen referencia a una
“linealidad” que facilita distinguir lo que el paciente transfiere al analista.
Cuando los mecanismos psicóticos vinculados a una catástrofe psíquica
primitiva y a la parte más arcaica de la psique pasan a formar parte del análisis, se

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multiplican los planos de proyección y los ataques contra la función alfa – incluso
contra todo el aparato psíquico, cosa que justifica el contacto con la realidad interna y
externa –, generando perturbaciones y distorsiones de tal magnitud que hacen que se
invalide la utilidad de este modelo lineal para el análisis clínico.
Bion introduce la noción de “transformaciones proyectivas” para explicar
estas formas de transferencia marcadas por estados de perturbación, indiferenciación e
incluso desrealización. En estas transferencias prevalece la escisión y los aspectos
destructivos hacia los contenidos y continentes psíquicos, la arrogancia reemplaza la
búsqueda de la verdad y los objetos bizarros, reducidos a su dimensión concreta, con
sus vestigios del yo, del superyó y de elementos beta originales, hacen referencia a la
identificación proyectiva patológica y a los ataques al vínculo.
En obras posteriores, Bion nos recuerda que cualquier conceptualización,
incluida la teoría de la transferencia, es una respuesta al miedo a lo desconocido, por
lo que se corre el riesgo de que el concepto paralice la creatividad y el crecimiento
psíquico. Bion regresa al significado etimológico de la transferencia, para recordar
que ésta hace referencia a un pasaje, un elemento transitorio en la historia del
encuentro analítico (Bion 2005a, p.5). Las interpretaciones del analista “ocultan [su]
desnudez” (Bion 2005b, p.42), pero hay que identificar la relación transferencial, así
como la posición del analista, si queremos deshacernos de ella.

IV. E. El desarrollo bioniano tardío en los Estados Unidos


Un ejemplo de la influencia bioniana tardía en América del Norte,
especialmente significativo para el análisis con niños y estados mentales primitivos,
es el concepto de Mitrani de “tomar” la transferencia (1999, 2000, 2001, 2014).
Mitrani concibe el hecho de “tomar la transferencia” como una función del analista
relacionada con la función materna de la ensoñación de Bion: un aspecto atento,
activamente receptivo, introyectivo y experiencial del objeto que lo contiene. Esta
función no sólo implica una comprensión cognitiva o una “afinidad empática” con lo
que siente y experimenta el paciente en un momento dado. También hace referencia a
la introyección inconsciente, por parte del analista, de ciertos aspectos del mundo
interno del paciente, y a la afinidad de esos elementos con el mundo interno del
propio analista, hasta el punto que éste es capaz de sentir que él mismo es la parte no
deseada del yo del paciente o ese objeto insoportable con el que había sido
anteriormente identificado de forma introyectiva.
Tomar la transferencia puede llegar a ser la tarea más difícil del trabajo
analítico, ya que no se trata de una cuestión de buena voluntad o buen entrenamiento,
sino de un acto inconsciente gobernado por factores inconscientes.

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V. LA CONTRIBUCIÓN FRANCESA

V. A. Jacques Lacan
Lacan defiende que la transferencia es uno de los cuatro conceptos básicos del
psicoanálisis, junto con las pulsiones, el inconsciente y la repetición. Su aproximación
a la transferencia parte de la idea freudiana de que el vínculo con el analista recoge la
repetición de una experiencia del pasado: una reactualización de significantes, donde
puede presentarse la demanda de amor de la infancia. Pero incluso antes de que se
hagan estas presentaciones, la transferencia aparece en el proceso mismo de demanda
de análisis, puesto que el sujeto se dirige a alguien de quien espera cierto
conocimiento. Para Lacan, la figura del analista como “el sujeto al que se supone
saber” es fundamental para el curso del tratamiento: durante su análisis, el analizando
debe experimentar la ilusión de que se encuentra a sí mismo cuando piensa que el
analista tiene la respuesta que él espera, como paciente, con respecto a su demanda y
su devenir general. En su opinión, cualquier demanda va dirigida a aquello que se
perdió, irremediablemente, en el habla.
Esta es, para Lacan, la dimensión más importante de la experiencia de
transferencia, puesto que evita que el analista – un representante de la figura del Otro
– se preocupe por la contratransferencia: los lacanianos más ortodoxos dan un gran
valor al discurso lingüístico del paciente, mientras que consideran que la atención que
se presta al proceso mental del analista es una distracción del proceso de escucha. El
fin del tratamiento, entendido como la erradicación de la transferencia, coincide con
el momento en que el analizando puede abandonar esa ilusión y liberar al analista de
la posición de “sujeto al que se supone saber”.
En su artículo de 1951 (1966/2007), “Intervención sobre la transferencia”,
Lacan explica su teoría de la transferencia a partir de los aspectos imaginarios y
simbólicos que ésta contiene, y pone especial atención al caso de Dora (1905). La
transferencia imaginaria de Lacan abarca los sentimientos extremos de amor y odio
que surgen durante el tratamiento y pueden actuar como resistencias o, más
concretamente, como obstáculos narcisistas entre el paciente y el analista. En otras
palabras, la transferencia imaginaria se cristaliza como una resistencia cuando se
convierte en la resistencia del analista. “Quedar atrapado en el drama imaginario del
paciente”, afirma Lacan, hace que el analista no pueda escuchar la enunciación
simbólica de la transferencia, lo cual profundizaría el tratamiento y haría avanzar el
análisis. En el caso de Dora, Lacan señala que el estancamiento fue debido a la
insistencia de Freud por el amor que sentía Dora hacia Herr K, una resistencia que a
menudo aparece en los primeros casos de mujeres pacientes de Freud. Por ello, Freud
no puede escuchar en los sueños de Dora, ni en su historia, la complicidad y los
sentimientos eróticos de la paciente por Frau K. – cosa que hubiese facilitado el paso
a la siguiente fase del análisis – que Lacan señala como su principal problema,
vinculado al enigma de su feminidad y su propio deseo (a diferencia de su anterior

685
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preocupación obsesiva por el deseo de los demás – su padre, Herr K.). Lacan toma de
Freud la concepción de la transferencia como resistencia y hace al analista
responsable de su aparición: “Resistencia hay una sola: la resistencia del analista.”
(1978/1988, p.228) El énfasis de Lacan por la “dialéctica intersubjetiva” del reino
simbólico del tercero, El Otro, “en” la transferencia, es más cercano a los postulados
de la psicología interpersonal y relacional que al psicoanálisis clásico.
Otro aspecto importante de las reflexiones de Lacan sobre la transferencia,
hace referencia a la técnica. Para Lacan, no hay una posición “meta” que el analista
pueda ocupar en relación con la transferencia. Cuando el analizando escucha lo que
dice el analista, lo escucha “en” la transferencia al analista, es decir, a través de la
posición subjetiva determinada que él o ella pueda estar ocupando en el desarrollo del
análisis. Esto desafía muchas ideas sobre la interpretación de la transferencia,
especialmente cuando se hace desde una posición externa y privilegiada. También
plantea una duda sobre la “disolución” de la transferencia a través de la
interpretación.
Para Lacan, la transferencia se da siempre que exista un “sujeto al que se
supone saber”, es decir, siempre que aparezcan sentimientos de amor, odio e
ignorancia frente a quienes atribuimos cierto conocimiento. Es por esta razón que
surgen más fácilmente con maestros, figuras religiosas, médicos y psicoanalistas, a
saber, con figuras parentales en posiciones de poder. Lo que distingue a los analistas,
y diferencia la transferencia de la sugestión, es que el analista no abusa de la
transferencia de su paciente. El marco del análisis permite que este supuesto
conocimiento no se vea como una propiedad particular de un individuo, sino más bien
como un conocimiento “en” el inconsciente, en el Otro, que puede descomprimirse y
pasar a formar parte de la evolución del análisis. Lacan describe este movimiento
como el sentimiento del analizando acerca del conocimiento del analista sobre sus
síntomas, lo que pone en marcha el tratamiento y hace que éste cobre fuelle.
Podríamos pensarlo como los aspectos imaginarios y proyectivos de la “transferencia
positiva”: la alianza terapéutica. La neutralidad del analista ayuda a contener las
preocupaciones angustiosas del paciente sobre el deseo del analista: ¿qué quiere de mí
el analista?, ¿el analista me ama?, etc. Finalmente, el análisis transforma este enfoque
sobre el deseo del analista en preguntas que hacen referencia a los deseos y fantasías
del analizando; un trabajo que le preparará para enfrentar una serie de encuentros con
las condiciones del deseo, únicas y singulares, de cada paciente.
Cuando el paciente puede encajar que el analista no ocupa ese lugar elevado
que le otorgó en la transferencia, el análisis puede finalizar. En realidad, el analista se
convierte en el objeto amado y perdido (causa del deseo) y esto facilita que el
paciente pueda separarse e individualizarse. Por lo tanto, la posición de Lacan sobre la
terminación del análisis se aproxima a las nociones clásicas de “identificación” con la
“función analítica”, o del “instrumento de análisis”, como el duelo, la elaboración y la
capacidad de autoanálisis después de que haya finalizado el tratamiento.

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V. B. Lacan en los Estados Unidos


Aunque no exista un grupo coherente de lacanianos estadounidenses, su
trabajo es muy influyente en el mundo académico, donde algunos han señalado que el
“enfoque psicoanalítico” es sinónimo de la aplicación del pensamiento lacaniano.
Además, hay un pequeño grupo de psicoanalistas lacanianos practicantes y teóricos,
cuya influencia no hace más que aumentar. Algunos de ellos representan la posición
lacaniana más “pura” (por ejemplo, Lichtenstein, Fink), mientras que otros de
formación “clásica” y lacaniana (por ejemplo, Webster) se prestan a dialogar con las
otras “escuelas” norteamericanas. A medida que se van traduciendo y leyendo las
obras de Lacan, se va haciendo más evidente que la división entre los analistas
anglosajones no es tan grande como a menudo se ha querido trasmitir – incluso por el
propio Lacan. Lacan presta atención a los afectos que se dan durante la transferencia,
especialmente la ansiedad. Algunas de sus ideas dialécticas e intersubjetivas sobre el
tratamiento se aproximan a la línea más clásica del análisis de transferencia y, por otra
vía, a sus modificaciones intersubjetivas y relacionales.

V. C. Jean Laplanche
Con la teoría del significante enigmático, Jean Laplanche introduce una nueva
manera de entender la transferencia. El impacto intrusivo del Otro y la traducción
imposible del niño de los mensajes del adulto “comprometido”, debido a la
interferencia de fantasías sexuales, constituye, para Laplanche, el marco de la
situación antropológica y la base de la “teoría de la seducción generalizada”
(Laplanche, 1987). Esta situación es la que se repite en la situación transferencial. Por
lo tanto, la transferencia no es una simple repetición de la relación con los objetos
infantiles. Este aspecto corresponde a lo que Laplanche denomina “transferencia
plena (o en pleno)”, es decir, el contenido “positivo” al que pueden referirse analista y
analizando en forma de imago infantiles. El otro aspecto, llamado “transferencia
hueca (o en hueco)” por Laplanche, es la repetición de la relación con el otro como
portador de mensajes enigmáticos (Laplanche, 1992). La “provoca” el analista
mientras se enfrenta al enigma y al “rechazo del saber” del analizando – una posición
que materializa la relación con los enigmas de la infancia del paciente. En el corazón
de la situación transferencial, el proceso de “des-traducción” y “re-traducción” ayuda
a que el analizando pueda “re-apropiarse” de los mensajes excluidos (Laplanche,
1999).
Desde ese enfoque, “el duelo es el paradigma de la simbolización.” La
transferencia como proceso – junto con el sueño – funciona en sentido opuesto al
duelo. Repetir en la transferencia significa tratar de recuperar el objeto perdido (o
relación), en lugar de vivir el duelo y simbolizarlo; por tanto, la transferencia es
similar al sueño: ambos tienden a negar la ausencia y a representar de nuevo lo que no
puede ser simbolizado, por lo que tanto la transferencia como el sueño son contrarios
al duelo. Esto significa que la transferencia y el sueño comparten una cualidad

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“alucinatoria”, ya que tienden a moldear la experiencia con esquemas inconscientes,


en lugar de reconocer la realidad de la ausencia o pérdida.

V. D. Laplanche y Freud en el Canadá francés

Una corriente de pensamiento influyente en el Canadá francés defiende que la


transferencia es la característica más importante y más distintiva del tratamiento
psicoanalítico. Desde este enfoque inspirado, en parte, por los escritos de Jean
Laplanche, se entiende que la transferencia es lo que hace que el tratamiento sea
“psicoanalítico”. Además, ninguna reconstrucción “genética” de la historia del
paciente tendrá tanto peso como lo que se traduce en la transferencia. La transferencia
es entendida como una de las formas más fuertes de resistencia y como el instrumento
más efectivo del trabajo analítico.
Mientras que la transferencia es una forma de resistencia porque, en la
relación con el analista, es un fenómeno que tiende a la repetición en lugar de al acto
de “recordar”, el término “recordar” no debe entenderse como un proceso de
recuperación de recuerdos, sino como una reconstrucción de la propia psique.
(Scarfone, 2011)
Scarfone reconoce dos tipos de transferencia: la primera es una transferencia
básica y positiva hacia el analista, puesto que se trata de un profesional en quien se
puede confiar, que está al servicio de los intereses del paciente. Esto es lo que Freud
llamó transferencia “paternal”, pero no es lo más importante. Lo más importante es
que el análisis no es posible sin esta transferencia básica. (Es la base de la alianza
terapéutica y laboral, en el vocabulario estadounidense). Esta transferencia positiva no
es una resistencia y no debería ser sometida a una interpretación. De esta forma, se
deja actuar para que facilite el trabajo en favor del análisis en curso. El segundo tipo
se denomina “transferencia propiamente dicha”: esta es la transferencia que se
mantiene como resistencia, sin importar que sea negativa (hostil) o “positiva” (por
ejemplo, erótica o apasionada). La transferencia propiamente dicha se divide en dos
subclases que pueden encontrarse en los escritos de Freud: por un lado, los
“prototipos” descritos por Freud en el artículo de 1912 (Freud, 1912) y, por otro, la
que se deriva de la “voz de ‘fuego’ que surge en medio de una representación teatral”,
que Freud describió en el artículo de 1915 (Freud, 1915).
Mientras que la primera clase de transferencia consiste en reproducir algo que
ya estaba formado y listo para proyectarse sobre el analista; la segunda constituye un
hecho sin precedentes: el paciente ya no desea el análisis, ni quiere “saber” nada sobre
su “significado”. La diferencia entre estas dos clases queda más clara si decimos,
como apunta Laplanche, que tenemos una transferencia “plena”, en que el paciente
tiende a repetir lo que ya podía percibirse en sus relaciones previas con figuras
significativas – esta forma se presta a la interpretación (por ejemplo, “usted rechaza
mis interpretaciones como rechazó el consejo de su padre…”), pero no nos lleva a la

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raíz del asunto –, y una segunda clase de transferencia, la más importante, que llama
transferencia “hueca” (o “en hueco”), donde ni el paciente ni el analista son
conscientes de lo que se está repitiendo y el analizando experimenta el ser
confrontado con enigmas que le desconcertaron en el pasado. Lo que aquí se “repite”
nunca antes se había experimentado de forma comprensible. Esto se parece mucho a
lo que propone Winnicott en su famoso artículo “Miedo al derrumbe” (Winnicott,
1974; ver también Clare Winnicott, 1980), cuando describe que algo ocurrió en el
pasado pero el sujeto no tenía un “yo” para registrarlo. Por esta razón, este evento
debe experimentarse por primera vez en el análisis, para luego poder convertirse en
algo del pasado. Esta es, de hecho, la clase de transferencia más importante, la que se
vive y trabaja por primera vez aquello que quedó escondido y mal representado.

VI. ENFOQUES Y AVANCES EN AMÉRICA DEL NORTE

La idea inicial de la “neurosis de transferencia” de Freud, su establecimiento y


su cura a través del trabajo terapéutico, se convirtió en una de las principales ideas del
psicoanálisis norteamericano del período posterior a la hegemonía del “psicoanálisis
clásico” (un término que designa la psicología del Yo americano de las décadas de
1940, 1950 y 1960). Aunque esta idea haya perdido fuerza, durante la era “clásica”
establecer y la resolver una neurosis de transferencia era prácticamente la definición
del tratamiento psicoanalítico. De hecho, incluso se cuestionaba la “autenticidad”
psicoanalítica de aquellos tratamientos que carecían de una clara neurosis de
transferencia y de su “cura”.
Por ese entonces, la teoría de Strachey todavía tenía muchos seguidores y los
analistas norteamericanos (la Asociación Psicoanalítica Americana – “ApsaA”) del
período “clásico” tuvieron que ceñir sus análisis a la interpretación de la transferencia
o, de lo contrario, presentar argumentos de peso por no hacerlo. La técnica analítica
basada en el principio de Strachey fue muy utilizada en la formación de estudiantes de
varios institutos de la APsaA. No obstante, la aceptación de Stratchey no era universal
y algunos siguieron trabajando desde la extra-transferencia, eso sí, de forma más
silenciosa.
Al describir la evolución del concepto de transferencia, es importante estudiar
el desarrollo de su noción hermana: la contratransferencia. Ha sido aceptado (aunque
hace poco se ha reabierto la discusión, ver Holmes, 2014) que, desde los primeros
escritos y correspondencias de Freud sobre el tema y hasta los años cincuenta y
sesenta, la contratransferencia fue entendida como una reacción mayormente
inconsciente del analista, un fenómeno personal, incluso idiosincrático, que impedía
que el analista pudiera evocar su capacidad contratransferencial ante un determinado
paciente. En resumen, la contratransferencia era un problema para el analista de quien

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se esperaba un trabajo analítico (o al menos auto-analítico). A pesar de sus


paralelismos con la transferencia, la contratransferencia fue entendida como algo
discontinuo, que surgía en momentos o fases determinadas del análisis. Tampoco se
consideró, como la transferencia, como un evento interpersonal que despertaba en la
interacción entre dos individuos, sino más bien como la activación de un modelo o
esquema preexistente del analista que respondía al analizando. El estudio sistemático
de la contratransferencia como fenómeno y producto único de la díada en una
situación analítica singular todavía tuvo que esperar unos años.

VI. A. Edith Jacobson y Hans Loewald: pensadores transicionales del


psicoanálisis clásico
Dentro de la tradición “clásica” también había pensadores transicionales, que
comenzaron a cerrar la brecha entre los teóricos del análisis de “una persona” y los
enfoques relacionales de “dos personas”. Los dos estudiosos más prominentes e
influyentes de este movimiento fueron Edith Jacobson y Hans Loewald. Ambos
provenían de la tradición psicológica del yo, pero convenían que el enfoque no
prestaba suficiente atención a la importancia del entorno relacional o a la relación de
objeto en la formación de la estructura psíquica, ni a la naturaleza misma de las
pulsiones instintivas. El libro monumental de Jacobson, El yo y el mundo de los
objetos (1964), representó la integración de la teoría de las relaciones de objeto con la
teoría “clásica” de las pulsiones. Su enfoque, como el de Loewald, tuvo importantes
repercusiones para la comprensión de la transferencia, sobre todo en lo
correspondiente a las experiencias y relaciones del desarrollo temprano y a sus
consecuencias para la técnica psicoanalítica.
Loewald, un psicólogo del yo que escribió en los años setenta y ochenta,
también tendió un puente entre esta división (una relación personal versus la
transferencia del paciente versus las transferencias del paciente y el analista), al
proponer una teoría algo distinta que amalgama la teoría de las pulsiones y la teoría
relacional de objetos.
Para Loewald, la teoría instintiva era definitivamente “psicológica” en lugar
de “biológica”. Loewald, cuya formación filosófica incluía a su maestro Heidegger,
estudió “…la interrelación inextricable entre lo que llamamos sujeto y objeto” (1970,
p.55). En este punto coincidía con la deconstrucción de la objetividad en la ciencia
postmoderna, una tendencia filosófica que acabó influyendo todo el campo del
psicoanálisis, pero especialmente la escuela relacional (ver más abajo). En cuanto al
desarrollo, el enfoque de Loewald consistía en entender que “las relaciones de objeto
[…] no son meramente reguladoras, sino elementos constitutivos de la formación de
estructuras psíquicas […] El proceso psicoanalítico y […] los procesos de desarrollo
tempranos desvelan el origen y naturaleza interactiva de la realidad psíquica…”
(1970, p.67). Cuando escribe sobre “la neurosis de transferencia”, defiende la
importancia de la centralidad de la situación edípica y amplía el sentido del proceso

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analítico a una escena co-creada de “transferencia y contratransferencia” (Loewald,


1971). En definitiva, Loewald también empleó la “transferencia” – en singular – para
referirse a las múltiples figuras de influencia transferencial codificadas en la mente
del niño durante su crianza y crecimiento – incluida su sensación hacia las relaciones
emocionales entre sus cuidadores – que fueron internalizadas para luego re-
externalizarse verbal o no-verbalmente en el análisis. Loewald creó una analogía entre
la situación analítica, con sus transferencias y contratransferencias, y la obra teatral.
Según él, el paciente crea una obra y el analista colabora con el guion, pero, a medida
que el paciente va ganando autonomía, la interpretación de la obra debería acabar en
sus manos. (Loewald, 1975)

VI. B. influencia de Heinrich Racker y la ampliación del concepto en América


del Norte
Aunque en América del Norte predominaba la psicología del yo, la escuela
interpersonal de Harry Stack Sullivan incorporó los estudios sobre la
contratransferencia del argentino Heinrich Racker. Los primeros estudios que publicó
Racker (1953, 1957, 1958b) no sólo destacaban la omnipresencia de la
contratransferencia y su naturaleza continuada, sino también sus aspectos
interpersonales o relacionales. También añadió las dimensiones del desarrolló y la
genética (es decir, las dimensiones histórico-individuales). Para Racker, las
transferencias y las contratransferencias en la situación analítica eran diádicas y
abarcaban sentimientos, fantasías, impulsos y recuerdos interpenetrantes, tanto del
paciente como del analista, así como su influencia e interacción mutuas. Delimitó la
transferencia-contratransferencia a las relaciones de objeto, especialmente a la
repetición de las transferencias infantiles, e introdujo los términos “complementario”
y “concordante” para describir sus patrones de reciprocidad.
El trabajo de Racker y sus ideas sobre la inseparabilidad de la transferencia y
la contratransferencia han ido abriéndose paso en los principales círculos
norteamericanos. De hecho, la influencia de esta inseparabilidad es tan grande que es
difícil encontrar un artículo clínico en el Journal of the American Psychoanalytic
Association que no contenga alguna descripción de la transferencia y/o
contratransferencia del cuadro clínico. La integración de las dos personas en la
transferencia/contratransferencia ha significado una cierta convergencia entre los
enfoques relacionales/escuela interpersonal y la escuela del “conflicto moderno” –
aunque sigan habiendo diferencias básicas entre ellas, como se argumentará más
adelante. Sin embargo, es pertinente mencionar que las décadas de los setenta,
ochenta y noventa han sido descritas como los “años de la contratransferencia”
(Jacobs, 1999, p.575). Jacobs identificó la contratransferencia correctamente, como
un concepto “que hacía demasiado tiempo que se encontraba en la sombra, pero ha
pasado a ser uno de los temas más discutidos y debatidos del psicoanálisis actual.”
Hoy en día es difícil, aunque no imposible, hablar de transferencia sin hacer

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referencia a su complemento hermano, la contratransferencia. De hecho, esto ha


significado una revolución, incluso un cambio de paradigma.
Para los analistas norteamericanos contemporáneos, el núcleo del análisis
continúa siendo la transferencia entendida como una repetición de relaciones pasadas
en el presente y, especialmente, en la relación analítica – aunque la escuela
relacional/interpersonal la haya modificado hasta hacerla irreconocible (ver más
adelante). Kernberg seguramente hablaba en nombre de la gran mayoría de los
analistas norteamericanos contemporáneos cuando dijo que “el análisis de la
transferencia es la principal fuente de cambio en el tratamiento psicoanalítico.” El
análisis de transferencia, visto así, bien puede ser la característica que diferencia el
psicoanálisis de otras terapias.
La “teoría del conflicto moderno” (MCT) (también denominada “teoría del
conflicto” o “análisis clásico”) fue la rama más extendida de la “psicología del Yo”
(Hartmann, 1939) en el psicoanálisis de América del Norte entre 1940 y 1980. La
teoría del conflicto partió de la idea de que la capacidad de activar la transferencia
residía única y exclusivamente en la mente del analizando. Este punto de vista
contrasta con el enfoque de las teorías de “dos personas”, que sostienen que la
transferencia – quizás “la relación” sería un nombre más apropiado para definir este
enfoque – es un producto de novo y único en las interacciones de la díada analítica.
Una variante de esta idea es que la transferencia se construye conjuntamente y, por
tanto, la transferencia de un analizando determinado será diferente según quién sea su
compañero analítico. Incluso el término “transferencia” puede resultar confuso, ya
que algunos analistas de “dos personas” hablan de la transferencia, pero excluyen o
minimizan la importancia de la repetición del pasado. Mientras que el enfoque de la
psicología de “dos personas” entiende que la relación analítica se crea única o
principalmente con elementos de la vida actual del paciente, la perspectiva MCT
defiende la idea de Freud de que la relación analítica se verá muy influenciada por la
transferencia debido a la repetición, por parte del paciente, de sus relaciones pasadas.
Para los analistas de “dos personas” no se transfiere nada de gran importancia y, por
tanto, quizás sería mejor hablar de relación analítica más que de transferencia.

VI. C. Teoría moderna del conflicto


Los descendientes de la psicología norteamericana del Yo (ver entrada
correspondiente al CONFLICTO), entienden la actividad transferencial, con su
carácter repetitivo e interactivo dentro de la díada de la
transferencia/contratransferencia, como una manifestación persistente de la fantasía
inconsciente omnipresente, que puede abarcar formaciones de compromiso
adaptativas o no adaptativas y síntomas neuróticos subyacentes, pero también
provocar resultados creativos. Las nociones clínicas de “transferencias ocultas” y
“ciclos de transferencia” (ver más adelante) son ejemplos de la complejidad de esta
escuela. Abend (1993) amplió la concepción de la omnipresencia de la fantasía

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inconsciente a través de sus manifestaciones y pudo identificar la sutil idiosincrasia de


las transferencias “ocultas” en la situación psicoanalítica. “Mi propia experiencia
clínica,” escribió, “me ha llevado a prestar cada vez más atención a las formas
idiosincrásicas, a veces bastante sutiles, que tienen los pacientes de interpretar la
situación analítica conforme sus propias necesidades emocionales. Éstas a menudo
constituyen experiencias de satisfacción continua de la transferencia y pueden ser
muy difíciles de detectar por parte del analista, y aún más difícil para paciente
rendirse ante ellas. Hay algunos tipos de deseo de transferencia que no están tan
sujetos a la decepción y frustración por los límites de la situación analítica como lo
están otras, es decir, el deseo de ser tomado en serio por un oyente atento. Esto
plantea un problema técnico que requiere un mayor estudio. Creo que es conveniente
identificar caso por caso estas transferencias ocultas, de forma individual, sin emplear
ninguna fórmula potencialmente restrictiva derivada del enfoque preferido por el
analista…” (Abend, 1993, p.644). Ellman y Moskowitz (2008) vincularon el carácter
repetitivo de la transferencia a una comprensión del tratamiento en términos de ciclos
transferenciales y en relación con la confianza analítica, el yo verdadero, los
conflictos y las relaciones de objeto: “…cada nuevo ciclo implica al menos una
renovación parcial de la confianza analítica. La confianza es bidireccional y la
confianza del analista en el paciente implica ayudar o permanecer a un lado mientras
el paciente encuentra su propia voz y construye la realidad a su modo idiosincrático.
Así, la realidad se vive y se construye […] Sin embargo, los conflictos y el yo
verdadero del paciente se consideran principalmente contenidos dentro del paciente.
Cómo se construya la interacción depende del par analítico concreto, pero creemos
que existe un yo verdadero que no es una construcción. […] Cada ciclo de
transferencia comienza un aspecto nuevo de una relación de objeto en la que la
confianza es reforzada desde dos direcciones diferentes. Inicialmente, el analista entra
en el mundo del paciente y cuando se halla y se tolera una separación natural cada
miembro del par comienza a verbalizar sus opiniones acerca de la relación. Ser capaz
de utilizar al otro es, en nuestra mente, un aspecto crucial de los beneficios del insight
en la situación analítica.” (p.825)

VI. D. Enfoque interpretativo: transferencia versus extratransferencia


Como planteamos en la introducción, si el análisis de transferencia es la única
forma efectiva de interpretación, deberíamos cuestionarnos hasta qué punto el analista
tiene que limitar su actividad interpretativa a las intervenciones relativas a la
transferencia. Aunque una minoría de analistas norteamericanos todavía creen que lo
más eficaz para la terapia son las interpretaciones transferenciales, la mayoría sienten
que el analista puede interesarse por una gran variedad de problemas del paciente, ya
que estos problemas son los que dominan las comunicaciones de la sesión y están
vinculados a la transferencia. Por consiguiente, estos analistas sostienen que una
interpretación del conflicto inconsciente centrada en la relación extratransferencial
puede ser beneficiosa para el análisis, porque allí es donde reside el dominio afectivo.

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Tarde o temprano, sin embargo, los principales conflictos inconscientes patogénicos


acaban anclándose en estructuras defensivas caracterológicas, que más tarde actuarán
como resistencias de transferencia. Por ello, se considera que, en la actividad
interpretativa del analista, el análisis sistemático de la transferencia es esencial pero
no exclusivo.
El enfoque kleiniano siempre ha defendido un análisis sistemático de la
transferencia, pero esta tendencia también ha evolucionado, tanto para el enfoque
psicológico del yo como para el relacional. El análisis francés también ha desarrollado
esta línea de trabajo.

VI. E. Teoría de las relaciones de objeto: configuraciones transferenciales


arcaicas y avanzadas
El estudio de la naturaleza de la transferencia de regresión también ha sido
reemplazado por una conceptualización de las transferencias de relaciones de objeto
primitivas, tempranas y arcaicas, que contrastan con las transferencias edípicas tardías
y avanzadas. Los conflictos edípicos y preedípicos se condensan en las transferencias
regresivas, y en ellos predominan los desarrollos agresivos; en cambio, en las
transferencias menos regresivas, cuya fase del desarrollo es más clara y delimitada,
predominan los conflictos sexuales infantiles.
Los teóricos de relaciones de objeto han aclarado y enriquecido la
comprensión de los aspectos identificatorios y proyectivos de los desarrollos de la
transferencia, como lo prueba su tratamiento de trastornos de personalidad graves. En
el caso de una organización neurótica de la personalidad, los enactments que surgen
en la transferencia/contratransferencia durante el tratamiento llevan al paciente a
identificarse con un aspecto de su yo infantil, al mismo tiempo que proyectan la
representación del objeto correspondiente sobre el analista. Las rectificaciones de
estos enactments, en que el paciente se identifica con la representación del objeto, al
mismo tiempo que proyecta una representación de sí mismo sobre el analista, son
menos frecuentes. En cambio, en el caso de la psicopatología severa, tales
rectificaciones son más frecuentes, y predomina la alternancia entre las rectificaciones
del yo y las representaciones de objeto, lo que despierta un sentimiento aparentemente
caótico en el desarrollo de la transferencia (Kernberg, Yeomans, Clarkin et al., 2008).
Además, en estos casos surgen otras complicaciones, como la activación
recíproca del sentido grandioso del paciente y su auto-representación humillada, lo
que equivaldría a una patología de relaciones de objeto en las manifestaciones
transferenciales de patología narcisista; o la regresión a relaciones simbióticas,
cuando el paciente se vuelve incapaz de tolerar otro punto de vista o la relación con el
terapeuta y experimenta todas las triangulaciones como situaciones traumáticas e
intolerables. Una interpretación y tratamiento efectivo de las regresiones de
transferencia primitiva es muy importante para estos casos.

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VI. F. Enfoques relacionales


El enfoque relacional o interpersonal de la transferencia está arraigado a la
psicología de las “dos personas” y, por tanto, entiende que la transferencia y la
contratransferencia son fenómenos inextricables. Es decir, para los relacionalistas, la
transferencia no es simplemente una “transmisión” de modelos internalizados del
paciente hacia el analista, sino una parte de la situación clínica que, según Racker
(1988), surge de la interacción entre dos personalidades: “Cada personalidad tiene sus
dependencias internas y externas, sus ansiedades y sus defensas patológicas; cada una
es también un niño con sus padres internos y cada una de estas personalidades – la del
analizando y la del analista – responden a cada evento analítico.” (p.132) Steven
Mitchell (2000) afirma que el conocimiento psicoanalítico se genera en la mezcla
intersubjetiva entre paciente y analista, mediante el estudio de patrones
transaccionales y su estructura interna se deriva del campo interactivo e interpersonal.
Como este patrón es el objeto de estudio analítico, la transferencia no existe sin la
participación de su objeto (la contratransferencia).
Para los analistas relacionales, la transferencia se basa en un modelo
constructivista y social. Irwin Z. Hoffman (1983) señala que la transferencia no es una
distorsión de la realidad, sino una selección de ciertos aspectos de la participación del
analista, tanto conscientes como inconscientes. Uno de los principales postulados de
este enfoque es que el analista influye en la naturaleza de la transferencia del paciente.
Como observa Ogden (1994), cada paciente recibirá un análisis distinto según las
peculiaridades conscientes e inconscientes de su analista, a medida que ambos co-
crean un “tercero analítico”. El libro de Sullivan, Teoría interpersonal de la
psiquiatría (1953), establece que una persona sólo puede conocerse en el contexto de
una interacción social: lo que constituye un “campo interpersonal” en constante
cambio. Como entiende que el “sistema del yo” está diseñado para reducir la ansiedad
que surge en la interacción con un “otro” importante, la “transferencia” del paciente a
su analista puede ser una forma de adaptación diseñada para reducir el peligro de la
interacción, incluso para proteger al analista. Irwin Hoffman critica la visión clásica
de la transferencia, señalando la imposibilidad del analista de no influir en la reacción
de su paciente.
Como algunos analistas relacionales contemporáneos han señalado,
especialmente Bromberg (1998, 2006, 2011) y D. B. Stern (2011), el yo es una
colección de estados del sí mismo (es decir, de relaciones de objeto internalizadas)
que pueden o no conocerse entre sí. Estos analistas entienden la transferencia como
un estado del yo del paciente que interactúa con un estado del yo del analista.
Bromberg (1998, p.13) escribe: “Al sintonizar con los cambios en sus propios estados
del yo, así como con los del paciente, y al servirse de esta conciencia de forma
relacional, el analista promueve la capacidad del paciente de oír en un único contexto
interpersonal el eco de sus otros yoes expresando realidades alternativas previamente
incompatibles.”

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VI. G. Enfoques de la psicología del yo mismo: Kohut y los contemporáneos


La comprensión de la transferencia por parte de los psicólogos del yo mismo
dista mucho de la de otros teóricos. Ellos se basan en una tendencia narcisista del
desarrollo que no tiene nada que ver con la que señalan los teóricos de las relaciones
de objeto. También postulan una teoría extendida de la mente (Sheldrake, 2012) en
que el “otro”, o el analista, no se ve tan diferente del paciente como en la psicología
de las “dos personas”, sino que más bien se entiende como un componente necesario
del paciente o como un “objeto del sí mismo”. Según este enfoque, el analista, en
tanto que figura de transferencia, no tiene componentes mentales transferidos o
“proyectados” sobre él, sino que más bien participa del análisis y crecimiento de su
propio yo (Kohut, 1971).
Desde que comienza a desarrollarse el yo mismo, con la formación y
reconocimiento de un yo cohesionado (Kohut, 1971), y a lo largo de sus posteriores
cambios, uno puede descubrir los aspectos duales del yo mismo a partir de sus
alteraciones con respecto a la ambición y la idealización (ver entrada correspondiente
al YO MISMO). Por tanto, las transferencias, o realizaciones de objetos del yo, se
dirigen hacia el analista y éste facilita su integración, actuando como un objeto del yo
reflejado, desdoblado o idealizado. Las transferencias desandan ese narcisismo, con
sus elementos normales y patológicos. Las interpretaciones de la transferencia harán
que la patología, al desdoblarse, se convierta en un sentimiento de orgullo, mientras
que las idealizaciones se integrarán en forma de sentimientos de entusiasmo. Es
importante reconocer que la teoría ampliada de la mente nunca funciona en una
persona aislada, sino que es el trabajo de toda una vida en que se utilizan los otros
como objetos del yo mismo para facilitar el desdoblamiento y la idealización. Nadie
es libre de los objetos del yo. Esto coincide con el principio de que todas las
transferencias son omnipresentes y universales.

VII. ESARROLLOS DEL CONCEPTO EN AMÉRICA LATINA

VII. A. Ángel Garma


Ángel Garma fundó un movimiento psicoanalítico importante en Argentina,
que acabó extendiéndose por toda América Latina. Nacido en Bilbao, España, emigró
a Argentina en 1938 durante la Guerra Civil española (1936-1939). En 1942, junto
con otros compañeros, fundó la Asociación Psicoanalítica Argentina, de la que fue
presidente en varios períodos.
En uno de sus primeros trabajos, “La transferencia afectiva en el
psicoanálisis” (1931), destacó la importancia de traer a la conciencia, durante el

696
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tratamiento psicoanalítico, la sumisión masoquista del paciente al superyó que éste ha


transferido al analista.
En ese mismo año, Garma había presentado un trabajo para convertirse en
miembro de la Sociedad Psicoanalítica Alemana, “Die Realität und das Es in der
Schizophrenie” [La realidad y el ello en la esquizofrenia], que fue publicado en el
Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse, Volumen XVIII (1932), 2.
Podemos encontrar vestigios de sus ideas en los autores que se citan a
continuación.

VII. Aa. Heinrich Racker


Nacido en Polonia, H. Racker se vio obligado a emigrar a Buenos Aires, en
1939, huyendo de la persecución nazi. Comenzó su análisis formativo con Ángel
Garma y su trabajo fue muy importante para el desarrollo del pensamiento y la
práctica psicoanalítica en América Latina (Garma, 1931).
Racker se centró en lo que le ocurre al analista en relación con el analizando
durante el análisis. Al mismo tiempo que se iba desarrollando la dinámica de la
transferencia, Racker trabajó lo que denominó la dinámica de la contratransferencia,
cuyo estudio aporta al analista una visión más completa de la transferencia. Racker no
sólo tiene en cuenta los aspectos repetitivos, sino también todo aquello que es nuevo
en el intercambio entre el analista y el analizando.
Racker desarrolló algunos conceptos cuando, según él, no se prestaba
suficiente atención a la resistencia a la transferencia ni a la interpretación de los
sueños. Había una tendencia a interpretar los conflictos, pero parecían ignorarse las
motivaciones profundas, tales como la realización de los deseos en los sueños.
Racker pensó que estas diferencias en la técnica eran debidas a las
oscilaciones del mismo pensamiento freudiano. En Estudios sobre técnica
psicoanalítica, Racker (1958) observó que Freud, por querer ahorrar a sus pacientes la
intensidad y violencia de la repetición, a veces parecía limitar la importancia del papel
que tenía la neurosis de transferencia en el tratamiento.
La principal contribución de Racker a la transferencia, fue señalar que ciertos
procesos inconscientes del analista lo inhiben e impiden que realice una interpretación
adecuada durante el tratamiento: los llamó contra-resistencias a la tarea de la
interpretación. La contratransferencia es, de hecho, la respuesta real a la transferencia.
Por consiguiente, Racker utilizó la metodología freudiana para transformar este
obstáculo (es decir, la contratransferencia) en un instrumento que amplía la
comprensión de “hacer consciente el inconsciente” (ver entrada correspondiente a la
CONTRATRANSFERENCIA).

697
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Las ideas de Racker se distancian de lo que en ese momento empezó a


denominarse “psicoanálisis clásico” – que destacaba las nociones del “analista
espejo” y el “analista cirujano” para lograr una asepsia ideal –, porque se asocian a
una técnica más activa para trabajar la producción clínica del analizando, cosa que
puede atribuírsele a la influencia de Klein y, en especial, de Paula Heimann.
Racker se apropió de un elemento activo de la teoría freudiana porque tuvo en
cuenta los procesos de identificación con el paciente que abarcaban su empatía y una
atención minuciosa de sus asociaciones. Sus estudios tendían tanto al enfoque
microscópico de la actividad del paciente como al macroscópico, en el Siedehitze
(calor hirviente) de la transferencia.
Según Racker, tales temperaturas sólo se logran si el analista proporciona
suficiente calor (suficiente contratransferencia positiva) a la situación analítica. Cierta
asepsia, observó, no debería impedirnos mostrar interés y afecto hacia el analizando,
porque sólo Eros puede generar Eros.
Ciertas defensas del analista contra aspectos de su propio inconsciente pueden
obstaculizar su tarea cuando se enfrenta al inconsciente del analizando. Estas defensas
se manifiestan en forma de distanciamiento excesivo, inflexibilidad, frialdad y
conductas inhibidas en presencia del analizando.
Siguiendo a Freud, Racker consideró que la transferencia debía interpretarse
cuando la empleaba la fuerza de la resistencia. Sin embargo, se distanció de Freud al
señalar que las “resistencias de transferencia”, como pueden ser las ansiedades de
transferencia, aparecen desde el principio del análisis y, por tanto, deben abordarse
desde el comienzo.
Racker afirmó que la transferencia es resistencia, pero también es lo resistido.
Esto lo explicó a partir de una idea freudiana, que se encuentra en Más allá del
principio del placer (1920), y trata de la posición del analista, que se une con el ello y
su tendencia a la repetición, y lucha contra las resistencias del yo que se oponen a la
repetición. Racker sugiere que la resistencia se presenta en la repetición.
Según Racker, la terapia analítica se basa en el análisis de la neurosis de
transferencia. La transferencia es la resistencia, así como lo resistido, es decir, el
analizando repite las defensas infantiles (que forman las resistencias de transferencia)
para no tomar conciencia de ciertas situaciones de ansiedad infantil que está a punto
de volver a experimentar dentro de la transferencia.
Explicó que, además, ciertas resistencias a la consciencia no están conectadas
a hechos reales, sino a algo que nunca ha pasado y que, por consiguiente, se vuelve a
experimentar en el presente. En esta afirmación, Racker parecía estar refiriéndose a
aquello que no ha logrado inscribirse y, por tanto, pervive en un presente constante.
Racker afirma que “todo ‘recordar’ representa al mismo tiempo una
determinada relación transferencial y todo rechazo del recordar representa el rechazo

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de una determinada relación transferencial” (Racker, 1958, p.63). Para probar la


existencia de la resistencia originada en la contratransferencia, Racker toma como
punto de partida la afirmación freudiana de que el analista desea que el paciente
recuerde las cosas como pertenecientes al pasado, en lugar de repetir lo reprimido
como algo presente y en transferencia.
En la teoría de Racker, la transferencia y la contratransferencia son dos
componentes de una unidad que se retroalimenta. En la contratransferencia, Racker
establece una distinción entre una respuesta del analista a la transferencia manifiesta y
otra respuesta a la transferencia que es más latente, en potencia, pero ha sido
reprimida y bloqueada. La contratransferencia es una expresión de la relación del
analizando con sus objetos internos y externos y, además, constituye una experiencia
real; por esta razón, es importante tenerla en cuenta (ver entrada correspondiente a la
CONTRATRANSFERENCIA).
Que el analista responda a la transferencia negativa y sexual con una
contratransferencia negativa y sexual evita que al analizando introyecte al analista
como un “objeto bueno”, exento de ansiedad e ira. Por otro lado, la
contratransferencia positiva facilita que el analista se identifique con el ello del
analizando. Es por esta razón que Racker sugiere que la contratransferencia negativa
siempre debe analizarse y disolverse.
En la contratransferencia, la ansiedad siempre funciona como guía para el
analista. Ésta puede expresarse de muchas maneras, desde un estado de tensión
general hasta irrupciones de ansiedad de contenido paranoide o depresivo. La
ansiedad que provocan en el analista las discrepancias con su analizando y la
frustración que ello conlleva pueden suscitar el avance, dentro de su mente, de su
propio masoquismo o de otro tipo de resistencia, tales como sentimientos sexuales
intensos, inducidos, a su vez, por el material inconsciente del analizando.
Aunque Racker insiste en que la contratransferencia no debe confesarse,
también admite que podría incluirse en la interpretación que se le ofrece al paciente.
Un ejemplo consistiría en representar de forma temporal el papel inducido por el
analizando, para después poder analizar lo sucedido. El analista debe evitar el acting
out, pero en ciertos casos de pacientes que emplean la regla fundamental (que
favorece el uso de las palabras) como resistencia con el fin de paralizar la influencia
de la interpretación, el acting out del analista funciona como una interpretación. Sin
embargo, Racker advierte que esta técnica sólo debe ser utilizada por analistas con
mucha experiencia.
Racker subraya, por encima de todo, la importancia de la interpretación hecha
a través del estudio de la neurosis contratransferencial, cuyo núcleo es el complejo de
Edipo (tanto por sus aspectos positivos como negativos). Señala que el analista es un
objeto de impulsos, lo que podría distorsionar su percepción, pero cuando a estos
impulsos se les suma una reacción neurótica se obstaculiza su capacidad de
interpretar. Además, la contratransferencia neurótica también influye en la

699
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transferencia del analizando. Desde el complejo de Edipo, que se ve involucrado en la


contratransferencia, el analista transfiere sus objetos paternales sobre el analizando y
tiende a repetir tanto los aspectos negativos como los positivos. Por ejemplo, pueden
surgir rivalidades con el cónyuge del analizando, celos e incluso fantasías de
posesión.
Racker presenta estos conceptos teniendo en cuenta la formación de los
analistas. Él basa sus ideas en la siguiente afirmación de Freud (1937) en “Análisis
terminable e interminable”: “[El análisis del analista] no bastará para su instrucción;
pero contamos con que los estímulos que ha recibido en su propio análisis no cesarán
cuando termine y que los procesos de remodelación continuarán espontáneamente en
el sujeto analizado, que hará uso de todas las experiencias subsiguientes en este
sentido recién adquirido. En realidad sucede esto, y en tanto sucede califica al sujeto
analizado para ser, a su vez, psicoanalista.” (Freud, 1937, pp.248-249; los paréntesis
aclaratorios son específicos de esta publicación).
También señala que el hecho de ser incapaz de “dejar ir” al paciente, así como
la falta de voluntad para curarlo o la envidia sexual podría empujar al analista a hacer
un acting out. Todo ello son peligros que ponen en riesgo la evolución del analizando.
Racker enfatiza que sólo mediante un reconocimiento de su “factor personal” el
analista conseguirá disminuir el peligro de inducir, o “reintegrar” (como él dice), su
propia neurosis en el paciente.
El analista que no siente ansiedad y no se enfada constituye un mito de la
situación analítica. Este mito, según Racker, se corresponde con los ideales típicos de
la neurosis obsesiva que podría conducir a un bloqueo mental y a la represión. Por
contrapartida, la verdadera objetividad consiste en que el analista incluya su propia
subjetividad, o contratransferencia, en los objetos de observación y análisis.

Racker describe las identificaciones concordantes del analista con el


analizando: la de su ello con del ello del analizando, la de su yo con el del analizando,
y lo mismo con el superyó de ambos. Sin embargo, él los distingue de las
identificaciones complementarias conectadas a los objetos del analizando. Por
ejemplo, la predisposición del analista a la empatía, que se origina en la
contratransferencia sublimada, permite crear identificaciones concordantes. Cuando
éstas son rechazadas, sin embargo, las identificaciones complementarias son las que
prevalecen.
Para detectar estas identificaciones, Racker subraya la importancia de las
experiencias contratransferenciales involucradas en las ideas y posición de la
contratransferencia. Las ideas contratransferenciales surgen en el analista estimuladas
por el analizando, debido a que su constelación psicológica siente una
correspondencia con la del analizando.
Las ideas contratransferenciales aparecen gracias a la atención flotante
sugerida por Freud, y no representan ningún peligro para la objetividad del

700
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tratamiento, a menos que no se tengan en cuenta. Por el contrario, las posiciones de


contratransferencia no reconocidas (por ejemplo, la ira del analista ante la conducta
frustrante del analizando) sí tienen consecuencias.
Racker también describe los fenómenos de la para-contratransferencia y los
conecta a las transferencias generadas por el analizando durante el tratamiento con
personas cercanas. De la misma manera, también surgen en el analizando
transferencias sobre personas, lugares e instituciones conectadas con su analista (la
para-transferencia).
Racker, por ello, establece una distinción entre la ansiedad
contratransferencial de naturaleza depresiva, que normalmente corresponde a la
defensa masoquista del paciente, quien induce en el analista una tendencia a querer
repararlo y entenderlo como si estuviera dañado; y la ansiedad de naturaleza
paranoide (el analista tiene miedo de ser atacado o dañado por el paciente). Existe una
correspondencia entre la ansiedad paranoide del analista y la identificación del
paciente con objetos persecutorios, de los que el paciente trata de protegerse acosando
al analista. En estos casos el analista puede experimentar una ansiedad paranoide.
Racker señala que se ha hablado y escrito poco sobre este tema e insinúa que
es un tema que parece avergonzar a los analistas. Eso es debido a la base de la
contratransferencia: las experiencias infantiles que despiertan en la tarea analítica.
Las ideas de Racker, especialmente los conceptos de contratransferencia y del
analista que sabe auto-observarse, han sido muy influyentes para la formación de
muchos analistas, no sólo en Argentina, sino en toda América Latina.

VII. Ab. Fidias Cesio


Fidias Cesio, leal al pensamiento freudiano, al que contribuye varios estudios,
examina dos definiciones de transferencia: la que se encuentra en “La interpretación
de los sueños” (1900), en referencia a las ideas inconscientes que se transfieren al
preconsciente, y la presentada en el caso de Dora (1905), que hace referencia a la
persona del analista y que según Freud: “[…] son reediciones o productos ulteriores
de los impulsos y fantasías que han de ser despertados y hechos conscientes durante el
desarrollo del análisis y que entrañan como singularidad característica de su especie,
la sustitución de una personas anterior por la persona del médico. O para decirlo de
otro modo: toda una serie de sucesos psíquicos anteriores cobra de nuevo vida, pero
no ya como pasado, sino como relación actual con la persona del médico.” (Freud
1905, p.116)
La primera versión de la transferencia es la que se identifica en el discurso del
analizando mediante la asociación libre y que, gracias a la escucha del analista, revela
más de lo que parece: en calidad de analistas escuchamos el discurso latente en las
palabras del analizando, de la misma forma que la idea reprimida se transforma y

701
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representa en el sueño mediante imágenes y pensamientos de naturaleza más


primitiva.
Cesio hace hincapié en el fenómeno de la contratransferencia, puesto que
revela la contribución hecha por el analista, que forma un par indisoluble con el
analizando en el desarrollo de la sesión. Ambos miembros se hallan en un encuadre
abstinente, sin el cual no podría desarrollarse la sesión analítica.
Tanto la transferencia como la contratransferencia amenazan con convertirse
en resistencias a la cura – ya que ellas mismas son, de hecho, resistencias – a menos
que se hagan conscientes y, entonces, se conviertan en herramientas esenciales para el
análisis.
Cesio subrayó el concepto de lo “actual” e hizo sus propias aportaciones al
respecto (Cesio, 2010).
Cesio entiende la sesión desde la perspectiva de la teoría de los sueños y, por
tanto, considera que el analista actúa como un residuo de la jornada: al compartir
detalles de lo reciente e insignificante, está preparado para recibir la transferencia de
los objetos internos de sus pacientes. Su forma de escucha aporta significación a las
palabras del paciente mediante la “asociación libre”. Por medio de la transferencia
intrapsíquica, esas palabras revelan la experiencia emocional que se desarrolla en la
sesión.
La abstinencia se desarrolla tácitamente en el análisis e incluye una
prohibición contra cualquier actividad sexual directa: algo que pasa a ser un tabú, es
decir, incestuoso. A medida que avanza el análisis, van apareciendo una serie de
experiencias mentales que se caracterizan por su “actualidad” y su atemporalidad, ya
que constituyen un presente eterno, un “ahora” que exige perentoriamente una
satisfacción imposible. El analista toma el lugar del superyó – la pareja parental – y
las corrientes incestuosas que fueron reprimidas pueden, entonces, ser expresadas en
la relación inconsciente del paciente con el analista, dando forma a las transferencias.
Siguiendo este paralelismo con el trabajo de los sueños, Cesio afirma que, sin
la intervención del analista, la sesión podría acabar transformándose en un sueño de
ansiedad, es decir, en una pesadilla que causaría la interrupción del proceso. La
tragedia edípica, de hecho, termina con la interrupción del proceso analítico; por ello
es importante comprender las estructuras narcisistas, incestuosas y trágicas enterradas
en el ello, puesto que nos ayudarán a establecer una distinción entre los conceptos de
la tragedia edípica y el complejo de Edipo.
En El yo y el ello (1923), Freud afirma que en los cimientos de la psique existe
una estructura edípica primaria, que él llama “protofantasías edípicas”, que conduce a
“una identificación primera y la más importante […] Ésta, aparentemente, no es en
primera instancia la consecuencia o el resultado de una catexis de objeto; es una
identificación directa o inmediata y tiene lugar más temprano que cualquier catexis de
objeto.” Estas identificaciones primarias son la base de las identificaciones que más

702
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tarde formarán el complejo de Edipo; ellas moldean el yo ideal, es decir, el precursor


del ideal del yo. Estas protofantasías contienen los orígenes del complejo de Edipo: el
incesto correspondiente a los impulsos filicidas y parricidas en la lucha por la
posesión de la madre-esposa, como Freud describe en su descripción de un tiempo
mítico original. En el proceso psicoanalítico, encontramos pruebas de ese tiempo
mítico en los casos de incesto, por ejemplo. Su manifestación clínica equivale a la
reacción terapéutica negativa, aunque también puede tomar la forma del amor de
transferencia.
Por esta razón, Cesio (1993, p.137) sostiene que hay dos estructuras edípicas:
una que se corresponde con el incesto, de naturaleza narcisista, apasionada y trágica,
es decir, la tragedia edípica; y otra que surge al trabajar la historia personal del
paciente con sus padres con la primera estructura, es decir, el complejo de Edipo
propiamente dicho, descrito por Freud como un complejo que combina la ternura y la
ambivalencia. En cuanto a sus manifestaciones, esta última estructura busca el
objetivo sexual inhibido y sus síntomas son los de la psiconeurosis. Este material
“actual” es más el resultado de un proceso de entierro que no de represión. El retorno
de lo reprimido da lugar a síntomas psiconeuróticos que pueden interpretarse,
mientras que el material “actual” que ha sido enterrado (Untergang) sólo accede a la
conciencia en forma de tragedia, neurosis actual, letargo y acting out, y, por lo tanto,
requiere una construcción con el analista.
Cuando Freud se enfrenta al acting out de Dora, concluye que “esta faceta de
la labor analítica [la interpretación de la transferencia por el analista] es, con mucho,
la más difícil. La interpretación de los sueños, la extracción de las ideas y los
recuerdos inconscientes integrados en el material de asociaciones espontáneas del
enfermo, y otras artes análogas de traducción son fáciles de aprender, pues el paciente
mismo nos suministra el texto. En cambio, la transferencia [a la persona del analista]
hemos de adivinarla sin auxilio ninguno ajeno, guiándonos tan sólo por levísimos
indicios y evitando incurrir en arbitrariedades. Lo que no puede hacerse es eludirla
[…]” (Freud, 1905, p.116, los paréntesis aclaratorios son específicos de esta
publicación).
Freud subraya lo fácil que le resultaba analizar los sueños de Dora – su
imaginario –, mientras que se le hacía muy difícil analizar la transferencia a su
persona – lo actual, lo real – que condujo a Dora al acting out y a interrumpir el
análisis.
Es importante recordar que el drama del analista consiste en que la técnica, el
encuadre, provoca transferencias sexuales incestuosas y, al mismo tiempo, las frustra.
Estas transferencias no son un mero juego del imaginario, ni tampoco la “realidad”,
sino lo que llamamos “virtual” o “real”. Por imaginario, Cesio entiende un juego de
representaciones; por realidad, un acting out dramático con objetos del mundo; y por
real, aquello que corresponde a la expresión de los fundamentos, los afectos, todo lo

703
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que provoca las manifestaciones “actuales”, esas que no han sido “re-significadas”
(dotadas de un nuevo significado).
Por “real” Cesio entiende el drama que se desarrolla en el encuadre de la
sesión, que despierta en la conciencia en forma de afectos que abarcan tanto
sentimientos de ansiedad como de ternura. Esta es una experiencia original, una
representación más o menos directa del inconsciente. Como tal, también es “actual”
en el sentido de que empleamos este término para definir la neurosis de ansiedad. La
palabra “acto” denota una construcción verbal que describe el drama “actual”, basado
en el análisis de las asociaciones libres. Todo ello conduce a reconstrucciones que
emplazan el acto en la historia y en el tiempo.
Cesio describe el espacio analítico como un espacio “real”, en la medida en
que no es una realidad, pero incluye, además de las imágenes verbales,
manifestaciones afectivas a las que atribuimos una figuración somática,
neurovegetativa, celular-humoral e involuntaria-muscular. El analista las percibe y las
atribuye al paciente como experiencias “actuales” compartidas.
El analista percibe estas alteraciones e infiere las que pertenecen al paciente.
Cuando estas experiencias actuales desbordan los límites del encuadre e invaden el yo
coherente, es cuando finalmente revelan su naturaleza sexual incestuosa.
La transferencia siempre está presente, pero se revela en la situación analítica
y se emplea para interpretar la experiencia: es inevitable. Por otro lado, la
transferencia a la persona del analista surge de los niveles profundos, tiene que
“detectarse casi sin asistencia”, lo que requiere que el analista esté preparado para que
estas “pequeñas pistas continúen actuando”, para así poder interpretarlas y/o construir
lo que está sucediendo hic et nunc, siempre tratando de evitar el riesgo de las
inferencias arbitrarias. Con esto en mente, Freud advierte del peligro de la
incompetencia y de una especie de “delirio autorreferencial” por parte del analista,
puesto que ambas cosas podrían obstaculizar los efectos de las interpretaciones y/o
construcciones.
El concepto de “la persona del analista” corresponde definirlo en función de
su ocupación, es decir, del papel que desempeña con el paciente, quien exterioriza sus
fantasías y, a medida que se desarrolla el análisis, no puede evitar despertar y hacerse
consciente de ellas como algo “actual”. Lo que fue enterrado y se volvió letárgico,
actual, es decir, aquello que nunca constituyó una experiencia personal, gracias al
desarrollo del análisis provoca afectos y palabras en el analista en términos de
experiencia (Erlebnis) y el analista entonces infiere que esto existe en el analizando.
El analizando, por su parte, construye una “representación teatral”, por así decirlo,
que es parte de la tragedia de la que ambos son personajes principales.

Debe señalarse que cuando se dice construcción, se hace referencia a la


construcción del acto – “akt” – que se infirió del afecto, la ansiedad, el silencio o la
letargia que aparecen con la experiencia – Erlebnis – y de las ideas que se le ocurren

704
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al analista, quien más tarde es capaz de describir la escena trágica exhibida en lo


“real” de la sesión. Esto no es lo mismo que la reconstrucción histórica, que puede
hacerse más tarde, a posteriori.
La neurosis de contratransferencia constituye un obstáculo para el analista,
mientras que la contratransferencia, entendida como parte de la pareja transferencia-
contratransferencia, es un elemento de gran valor para el trabajo clínico.
Freud señala la resistencia que acompaña la emergencia de las principales
transferencias de imago parentales, cuyo desarrollo es inevitable en el análisis y que, a
menos que se resuelvan e interpreten satisfactoriamente, se convierten en un “amor de
transferencia”, es decir, una tragedia que puede destruir el tratamiento. Esto es lo que
pasó en el caso emblemático de Anna O., una paciente de Breuer, quien, debido a su
resistencia a reconocer la etiología sexual de la neurosis, terminó su colaboración con
Freud. Esta resistencia, generada por la neurosis de contratransferencia, retrasó el
desarrollo de la terapia analítica en su primera década.
Tener en cuenta las “transferencias sexuales fundamentales” requiere definir la
posición teórica con respecto al complejo de Edipo, el cual tiene dos estructuras
diferentes (como se comentó anteriormente): una que se desarrolla con los padres
grandiosos y originales – la que Cesio llama “tragedia edípica” – que es la del incesto,
con su naturaleza narcisista, pasional y trágica, es decir, una unidad cerrada, formada
por el parricidio, el incesto y la castración, que suele permanecer enterrada y sólo
regresa por medio de una representación trágica. Y otra – el complejo de Edipo
propiamente dicho – que se caracteriza por una relación ambivalente con el padre, una
ternura hacia la madre y un complejo de castración, que surgen como resultado de
trabajar con los padres de la historia personal del paciente a través de la primera
estructura. Su finalidad es la represión y puede regresar como síntomas de tipo
psiconeurótico.
En el capítulo III de El yo y el ello, Freud (1923) menciona una estructura
edípica primaria que, según él, se hallaría en los cimientos de la psique: estas son las
fantasías edípicas, que crean las primeras identificaciones, con efectos universales y
duraderos, y nos llevan de vuelta a la génesis del ideal del Yo a través de una primera
identificación, la más importante para el individuo, que ocurre con los padres, grandes
e indiferenciados, de la prehistoria personal.
Por tanto, la tragedia edípica y las variaciones del complejo positivo y
negativo, junto con su resolución específica, es lo que se revela durante el análisis de
la transferencia.
La naturaleza trágica edípica de la reacción terapéutica negativa y el
surgimiento del afecto conocido como el “amor de transferencia” desborda los límites
del encuadre psicoanalítico (Cesio, 1993).

705
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Este amor sólo busca la posesión absoluta del objeto, lo que pone de
manifiesto la naturaleza de su pulsión, hasta el punto de destruirlo y, al mismo
tiempo, causar autodestrucción.
Cesio afirma que busca la realización del “bebé-falo maravilloso”, para quien
la muerte es su máxima expresión. Lo que ahora se manifiesta en el amor de
transferencia es “lo muerto”, lo que estaba enterrado en el inconsciente y reaparece en
esta forma de expresión narcisista: el “maravilloso bebe-falo” reaparece, en la
transferencia, como la constitución de la maravillosa pareja paciente-analista. El
encuadre analítico, basado en la abstinencia, repite la frustración original para ambos
miembros de la escena trágica que se escenifica: “la necesidad y el anhelo” deben
convertirse en “fuerzas que obligan [al paciente] a hacer el trabajo y a realizar
cambios” (Freud, 1915, pp.164-165).
La teoría psicoanalítica cree en la existencia de un inconsciente, una
formación enterrada, lo “muerto”, el yo ideal. Es una estructura inconsciente que
puede deducirse del letargo y de ciertas manifestaciones “actuales” resultantes del
trauma original: la castración fálica. En su constitución encontramos el trágico
complejo de Edipo enterrado. Es “ideal” porque contiene una parte del ello que no
pudo llegar a ser yo tras haber nacido. Es lo que nunca fue consciente ni reprimido, es
el inconsciente enterrado, atemporal y sin espacio “actual”. Se manifiesta en la
neurosis actual, sin palabras, silencioso, a través de manifestaciones físicas como la
ansiedad, el letargo y otras enfermedades somáticas. Se basa en la protofantasía
edípica que constituye el yo primario. Por otro lado, el concepto de lo “muerto” es
una construcción que hacemos a partir de contenidos enterrados que descubrimos en
el letargo y traemos a la consciencia mediante las representaciones de muerte, entre
las cuales se halla el aborto, además del demonio nocturno, Mare, y también dios,
vampiros, fantasmas, sombras y neurosis actuales.
Previamente, en 1956, Racker presentó un caso clínico sobre la reacción
terapéutica negativa, cuyo elemento central era la presencia de objetos “muertos” y la
quietud del mundo interno del paciente. Al año siguiente, presentó otro caso en que
trató el aburrimiento y la somnolencia del analista (Racker, 1957).
Con respecto a la transferencia y la contratransferencia, Cesio coincide tanto
con Freud como con Racker en un punto, y es que en estos fenómenos no hay lugar
para dilemas morales o éticos, sólo las premisas de una buena técnica.
El analista, mediante su respuesta neurótica, hace suyo el objetivo sexual de su
paciente y, a veces, inconscientemente, busca alcanzarlo seduciendo al paciente en su
indefensión. Los analistas siempre encontrarán a pacientes agradecidos cuando éstos
prolongan su deseo de analizar.

El drama del analista es que la técnica, el encuadre abstinente, provoca


transferencias sexuales incestuosas y, al mismo tiempo, las frustra. Estas son
transferencias “reales”, es decir, no se trata de un juego imaginario, ni de realidad.

706
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El análisis se desarrolla en un equilibrio inestable. Si permanece en lo


imaginario, entonces lo real crece de forma inconsciente hasta que acaba
desbordándose en un acting out: la realidad.
Freud emplea el concepto de lo “actual” cuando indaga sobre las neurosis
actuales que, según él, constituyen la base de todas las psiconeurosis, ya que toda
producción mental se basa en una actual. En opinión de Cesio, esto es lo “real”, y se
halla más allá del tiempo y el espacio. Lo que se presenta como “actual” corresponde
a lo que ha sido enterrado, Untergang.
La experiencia de la transferencia que se desarrolla en la sesión entre el
analista y el analizando es “actual”, su naturaleza sexual es tan genuina como la
experiencia infantil que se repite en lugar de recordarse. La inclusión del analista
como protagonista introduce en la sesión psicoanalítica el análisis de las neurosis
actuales y los trastornos con manifestaciones somáticas.
Las manifestaciones transferenciales “actuales”, como la ansiedad, la
hipocondría, el letargo y los trastornos físicos, facilitan que los analistas construyan
un sentido e identifiquen ciertas sensaciones como la somnolencia, el aburrimiento, el
cansancio y la incomodidad, entre otras, que surgen durante la sesión. Estas son
manifestaciones menores, que Cesio denominó “la enfermedad ocupacional del
analista”. Cesio puso especial atención al fenómeno del letargo – la muerte aparente –
que a veces puede afectar al analista o paciente, rara vez a ambos, y que
eufemísticamente se ha descrito como “somnolencia”. Debido a su etiología trágica,
incestuosa y sexual, y por las manifestaciones neurovegetativas y celular-humorales,
las cuales abarcan trastornos somáticos o físicos tanto en el analista como en el
paciente, este fenómeno constituye una neurosis actual.
La neurosis actual se descubre en la práctica clínica, cuando se analiza el
inconsciente reprimido y, en especial, el narcisismo primordial enterrado y el incesto.
Esta neurosis consigue acceder a la conciencia mediante representaciones de la
muerte y, según Cesio, mediante la presentación del cadáver, en el silencio, la
ansiedad y el letargo, como fin de la tragedia parricida, cuyo destino es repetirse en la
transferencia. Esto es lo que Cesio llama “transferencia actual”: tiene una cualidad
somática y mantiene un extraño parecido con la pesadilla y/o realización de destino.
Estas “transferencias actuales” se pueden analizar mediante la construcción e
interpretación de los contenidos enterrados. De hecho, el concepto del entierro es
básico si queremos entender el enfoque teórico de Cesio.
Su hipótesis es que, cuando la interpretación-construcción se realiza en el
momento oportuno, la conciencia abre las puertas al amor de transferencia y su
análisis resuelve las transferencias mediante la unión de sus componentes
emocionales inconscientes. Por esta razón, el drama actual es de naturaleza repetitiva:
reproduce experiencias infantiles que luego se reintroducen en el tiempo y en la
historia. Entender que estos recuerdos son re-vivencias, sólo que ahora con el analista,
hace que sea posible liberar la libido de las fijaciones trágicas primarias, incestuosas,

707
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y que se puedan canalizar, a través de los significados que van adquiriendo, hacia una
estructura edípica secundaria que pueda ser resuelta.
El concepto de “transferencia actual” es una contribución a la técnica analítica
que amplía el alcance terapéutico del psicoanálisis, con medios que ayudan a tratar los
llamados “trastornos actuales” – otro término para referirse a las neurosis actuales –
como son el letargo y la reacción terapéutica negativa.
El análisis de estas manifestaciones “actuales” presenta serias dificultades
porque, para investigarlas, hace falta ahondar en conceptos como las pulsiones de
muerte, la repetición, el trauma y la transferencia a la persona del analista, que, a
pesar de presentar fuertes resistencias, ofrecen la posibilidad de ampliar el campo del
psicoanálisis para incluir manifestaciones actuales y somáticas. Estas últimas suelen
tratarse con medicamentos, ya que muchos analistas creen que pertenecen al campo
de la práctica clínica o psiquiátrica, no del psicoanálisis.

VII. Ac. R. Horacio Etchegoyen


Siguiendo a Freud, Etchegoyen (2005) define la transferencia como algo
opuesto a la experiencia. Los prototipos están formados por dos clases de impulsos:
los conscientes, que facilitan que el Yo pueda entender las circunstancias del presente
con patrones del pasado y desde el principio de realidad (experiencia), y los
inconscientes, que, sometidos al principio del placer, confunden el presente por el
pasado en busca de satisfacción o descarga (transferencia). Etchegoyen destaca el
aspecto repetitivo de la transferencia conducida por las pulsiones de muerte y la
resistencia a la transferencia movilizada por el principio del placer, por la libido.
Con respecto a la contratransferencia, Etchegoyen recuerda que fue H. Racker,
en Argentina, (y al mismo tiempo, P. Heimann, en Londres) quien llamó la atención
sobre el papel de la contratransferencia como instrumento sensible del análisis.
Etchegoyen sugiere que los sentimientos y las pulsiones contratransferenciales
aparecen en el inconsciente del analista como resultado de la transferencia del
paciente (p.297).
El punto de partida es la transferencia del paciente, mientras que la
contratransferencia es su contrapartida, y ambas se generan dentro de un encuadre. El
encuadre funciona como una referencia contextual, creando una relación asimétrica,
no convencional. “El analista podría responder a la transferencia del paciente en una
forma absolutamente racional, manteniéndose siempre, por así decirlo, a nivel de la
alianza de trabajo; pero los hechos clínicos prueban que el analista responde en
principio con fenómenos irracionales en que se movilizan conflictos infantiles. En
este sentido, se trata claramente de un fenómeno transferencial por parte del analista;
pero este fenómeno, si hemos de preservar la situación analítica, tiene que ser una
respuesta al paciente, si no tendríamos que decir que no estamos dentro del proceso

708
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analítico, sino reproduciendo lo que pasa en la vida corriente entre dos personas en
conflicto” (Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Revisado. Edición inglesa,
1999, pp. 268-269 [pp.245-246 de la edición española]). La transferencia es, al mismo
tiempo, pasado y presente. El inconsciente es atemporal y la cura, afirma Etchegoyen,
consiste en darle temporalidad. Por esta razón la memoria, la transferencia y la
historia son inseparables. El analista debe asistir al paciente para que éste entreteje el
pasado con el presente en su mente, dejando atrás los mecanismos de represión y
escisión que intentan separarlos. Etchegoyen considera que conectar la transferencia
con el pasado no es suficiente; por el contrario, la situación sólo puede solucionarse si
reconocemos el hic et nunc de la transferencia, es decir, también debe tenerse en
cuenta lo que está pasando en el presente. Con respecto a la interpretación de la
contratransferencia, ésta debe hacerse de forma que no se convierta en un mero acto
de “ponerse a la altura” del otro.
Por tanto, para que la transferencia se convierta en un instrumento técnico,
ésta debe mezclarse con la interpretación. De esta manera, el analista recupera la
confianza en sus propias ideas.
Etchegoyen parte del concepto de transferencia presentado en dos textos
freudianos: “La interpretación de los sueños” (1900) y el epílogo al caso de Dora
(1905), para señalar que aunque Freud analice dos ideas diferentes de la transferencia,
éstas están conectadas entre sí: una tiene en cuenta la persona del analista (aparece
esbozada en “Estudios sobre la histeria” de 1895, pero la desarrolla en “Fragmento de
análisis de un caso de histeria” [Dora] de 1905), mientras que la otra (en el capítulo
VII de la “Interpretación de los sueños”) describe el mismo fenómeno desde la
perspectiva del trabajo con los sueños. Como dijimos anteriormente, son dos procesos
psicológicos diferentes, pero de algún modo conectados, arraigados desde la infancia,
que confunden el presente con el pasado.
“La transferencia es una peculiar relación de objeto de raíz infantil, de
naturaleza inconsciente (proceso primario), y por tanto irracional, que confunde el
pasado con el presente, lo que le da su carácter de respuesta inadecuada, desajustada,
inapropiada.” (Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Revisado. Edición
inglesa, 1999, p.83 [pp.98 de la edición española]).
Etchegoyen describe un fenómeno específico que puede encallar el proceso
analítico, como un impase que se perpetua a menos que cambie el encuadre. La
existencia de este fenómeno no es fácil de detectar, puesto que se arraiga en la
psicopatología del paciente y provoca la contratransferencia del analista. Etchegoyen,
entonces, emplea el término “impase” para describir este fenómeno que, por otro lado,
consiste en un grupo de estrategias adoptadas por el paciente para atacar al analista y
obstaculizar el desarrollo de la cura.
Las estrategias del paciente pueden incluyen el acting out, la reacción
terapéutica negativa y la reversión del enfoque. Esto último consiste en una forma de
pensar dirigida a evitar el dolor mental a cualquier precio: el sujeto tiene la habilidad

709
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de “acomodar las cosas” a lo que él piensa. Así es como se estanca la interacción. En


este punto, Etchegoyen parte del concepto de escisión estática de Bion.
Aunque en un plano manifiesto pueda parecer que el paciente está de acuerdo
con el analista, en realidad éste se mantiene firme en sus convicciones que, sin
embargo, no comunica, o incluso hasta puede que no se dé cuenta de ellas porque son
inconscientes. De esta manera, el paciente reinterpreta las interpretaciones del
analista, para que después puedan mezclarse con sus propias convicciones. Debe
tenerse en cuenta que, por lo general, el analista no se percata de este fenómeno hasta
que el proceso ya ha alcanzado un punto muerto. Según Etchegoyen, la reversión del
enfoque, que pone en cuestionamiento el contrato analítico, normalmente aparece
desde el principio. Como señala Bion, en los casos más graves se experimenta un
fenómeno parecido a la alucinosis. Los fenómenos de la percepción y la
mnemotecnia, tales como las interpretaciones delirantes, suelen aparecen cuando la
tarea analítica amenaza con romper la estructura del paciente. Sin embargo, nunca
debe olvidarse que estos pacientes acuden al análisis porque desean curarse.

VII. Ad. Mauricio Abadi


En su publicación, “La transferencia”, Abadi (1982) afirmó lo siguiente: “Si
antes de Freud la psicología era una ciencia que se desarrollaba en una dimensión
temporal, como la música, con Freud la psicología se convirtió en una disciplina que
se desarrolla como la pintura, en las tres dimensiones del espacio virtual.” (p.4)
Todo ser humano es un agente capaz de transportar (una noción conectada con
el término transferencia) cosas hacia un objeto, es decir, un agente de sustituciones.
La transferencia (Übertragung), según Abadi, es la sustitución y el desplazamiento
(Verschiebung) de los afectos de un objeto a otro objeto que actúa como sustituto.
La transferencia no es la única responsable del amor del analizando, sino que
cualquier clase de amor es amor de transferencia. Dentro de la transferencia se
produce un “proceso de presentificación”, una presencia evanescente que actualiza el
pasado, disuelve la ausencia y hace que las cosas ocurran de forma mágica e ilusoria.
Estos son los fantasmas de la infancia que tienen sometido al sujeto.
Abadi emplea un modelo de puesta en escena para explicar que la
transferencia no corresponde a la mera recuperación de experiencias, sino que
constituye una especie de collage gracias al cual se combinan aspectos infantiles con
aspectos pertenecientes al desarrollo posterior del sujeto. Esta conexión aporta un
nuevo significado y da significancia a los anteriores (Nachträglichkeit).
Durante el proceso de transferencia, cambian dos personas: el paciente, que se
“transfiere” a sí mismo la imagen del niño que fue y la relación que tuvo con el
objeto, y el “otro”, el objeto relacional sobre el que el paciente transfiere la imagen.

710
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Por esta razón, Abadi sugiere que existe la transferencia de imágenes y la


transferencia de relaciones personales.
Ese “otro” que aparece en la transferencia será investido de afectos, imago y
partes del Yo, lo que convertirá la interacción en una relación narcisista. Es decir, la
transferencia constituye una relación narcisista con un objeto de soporte (una relación
anaclítica), sin el cual ésta resultaría imposible. Esta relación narcisista consiste en
intentar poseer el objeto que se presenta como otro; en otras palabras, existe una
relación con alguien que, al no ser yo, me puede proteger. Sin embargo, el narcisismo
le incita a transformar ese otro en una parte de sí mismo, cosa que le impide reconocer
su dependencia dolorosa y angustiosa (desautorización). El “otro” es, por tanto,
invadido, penetrado, colonizado e infiltrado por partes de su propio Yo.
Abadi se remonta a los orígenes de la transferencia, cuando el niño
experimenta el abandono, que enfrenta incorporando ese “otro” al mismo tiempo que
desautoriza su propia dependencia. Por tanto, el proceso analítico consiste en que el
paciente pueda reconocer, en algún momento, que el otro es otro y no parte de sí
mismo. Según Abadi, esto separa el psicoanálisis de otros tipos de terapias. Cuando se
disuelve la transferencia, la realidad puede apreciarse como “otredad”.
Aunque hay una tendencia a conocer al otro y la transferencia es una especie
de puente que fomenta este conocimiento, en el mismo proceso el otro no se
reconoce, sino que se “cubre” por la transferencia para preservar la ilusión narcisista.
De una ilusión, de eso se trata la transferencia. Como resultado de la formación de
compromiso, la transferencia es un síntoma y una ensoñación, una de las estructuras
artificiales creadas por el Yo con las que éste intenta trabajar a través del conflicto
subyacente.
Para definir la transferencia, Abadi sugiere reemplazar la noción de
proyección por la de atribución, un mecanismo por el cual el individuo se convierte en
el objeto al que se le atribuye algo.
La transferencia se desarrolla en dos etapas: la primera corresponde a la
desestructuración de algo que puede ser el síntoma y la segunda es la reestructuración
(o estructuración de algo nuevo) que reemplaza el síntoma desestructurado y que
llamamos transferencia.
Abadi (1980) se centra en la primera etapa, que a veces puede ser muy breve y
que no sólo corresponde a la desestructuración de una relación personal, sino también
a la pérdida de realidad. Lo que se transfiere, de hecho, no es real: podríamos llamarlo
falo, omnipotencia, totalidad, inmortalidad; en resumen, la idea de que “todo lo que
existe en el otro es garantía de que algún día me será entregado, será parte de mí.”
(Abadi 1980, Aportación para una teoría de la transferencia, p.698).
Se establece una comparativa entre la transferencia y el proceso psicótico: una
cierta pérdida de realidad que provoca el desconocimiento del objeto real. El hecho de
que la transferencia sea inconsciente no sólo facilita la puesta en marcha del proceso

711
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primario (sustitución o desplazamiento), sino que también es condición para que se


conserve la relación que se ha transferido. Por otro lado, el paciente muestra ciertos
indicios, de naturaleza introspectiva, de que algo extraño le está sucediendo, pero no
puede entender de qué se trata. La convicción delirante, normalmente inducida por la
transferencia, de que esa persona es alguien que, de hecho, no es, se reprime; sin
embargo, las grietas del proceso de represión generan una formación de compromiso
con lo que la convicción suele reprimir.
Por tanto, Abadi establece una distinción entre la transferencia del psicótico –
para quien el otro es sólo un espejo distorsionador donde ve reflejado una parte de su
propio Yo, o un precipitado de la relación libidinal con un objeto – y otro tipo de
transferencia, típica del paciente neurótico, de la que inferimos la transferencia
reprimida, pero sólo podemos ver el producto, un “híbrido”, típica de todas las
estructuras caracterizadas por la formación de compromiso.
Abadi considera que la transferencia propiamente dicha es inconsciente, y que
la transferencia de los neuróticos es una formación de compromiso similar a un
síntoma. La tarea psicoanalítica en los casos de neurosis consistirá en disolver las
falsas conexiones, mientras que con los pacientes psicóticos esa observación resultará
fútil y prescindible, puesto que en estos casos “lo único que se puede hacer es ofrecer
una interpretación directa que destruya la transferencia propiamente dicha” (Abadi,
1980, p.700).

VII. Ae. Willy Baranger y Madeleine Baranger


En 1946, Willy y Madeleine Baranger llegaron desde Francia a Argentina,
donde se unieron al movimiento psicoanalítico que se estaba expandiendo en el país.
Más tarde, cuando se mudaron a Montevideo, ayudaron a constituir el Movimiento
Psicoanalítico Uruguayo, pero en 1966 regresaron a Argentina, donde establecieron
su residencia definitiva.
Los Barangers creen que el proceso analítico es un movimiento dialéctico y
que en él coexisten el proceso y el no proceso. Cuando el proceso analítico se detiene,
el analista es quien debe averiguar cuál podría ser el obstáculo. Ellos proponen una
“segunda mirada” que incluya tanto al analista como al paciente, constituyendo así un
campo dinámico. Este obstáculo no sólo se interpone en la transferencia del
analizando, sino también en la contratransferencia del analista. El analista dirige su
atención a la “segunda mirada” en cuanto abandona la “atención flotante”, y es
entonces que aparecen experiencias corporales, movimientos imaginarios o ciertas
imágenes, entre otras cosas. Todo ello indica que están emergiendo nuevas estructuras
(fantasías inconscientes que son compartidas por ambos y que, además, son el
resultado de la interacción de identificaciones recíprocas) en el encuadre analítico. Se
cree que las dinámicas de campo vienen dadas por las transformaciones de estas

712
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fantasías que, a su vez, despiertan un sentido de ambigüedad espaciotemporal y una


sensación de “como si” en el campo analítico.
Las ideas de Merleau Ponty y K. Lewin influenciaron la teoría de campo de
los Barangers. Para ellos, el sujeto y el objeto se comportan como un campo y se
definen entre sí. Es decir, no estamos frente a dos cuerpos diferentes, o dos personas
diferentes, sino frente a dos sujetos divididos por un proceso de triangulación inicial.
La pareja analítica constituye una tríada en la que falta el cuerpo de uno de sus
miembros, pero no su experiencia. De ahí que los Barangers sustituyan la noción de
campo dinámico por la de campo intersubjetivo. Ellos priorizan los aspectos
corporales y emocionales de la comunicación analítica y, además, establecen una
distinción entre los conceptos de encuadre y proceso.
Como resultado de estas dinámicas, se crea una neo-formación, una estructura
estancada y cristalizada que dificulta el proceso y que ellos llaman “bastión”. Esta
estructura se forma alrededor de una organización “fantasmática”, abarca aspectos
importantes de la historia personal de ambos participantes y a cada uno le asigna un
papel estereotipado e imaginario. El paciente prefiere evitar referirse a este papel, que
podría estar conectado con su ideología, su objeto de amor idealizado, sus fantasías
aristocráticas o el estado de sus finanzas.
Para el analizando, el bastión es un refugio inconsciente de las fantasías
omnipotentes. Además, no está dispuesto a rendirse porque ello significaría entrar en
un estado de vulnerabilidad, impotencia y desesperanza.
La ruptura del bastión comporta la redistribución de los aspectos de los
participantes involucrados (el analista y el analizando): lo que llaman una des-
simbiosis. La forma más extrema de esta simbiosis indica un estado de parasitismo (el
analista se siente como si estuviera “habitado” por el analizando y su preocupación
por él continua más allá de las sesiones) que podría acabar con una ruptura violenta de
la situación analítica o, por el contrario, en la continuación del proceso siempre y
cuando se le devuelvan las identificaciones proyectivas del paciente.
Por esta razón, el proceso analítico parece estar constituido por la producción
de resistencias y por los bastiones. La disolución de estos bastiones mediante la
interpretación crea un insight y, a su vez, este insight abre las puertas a una visión de
futuro marcada por la aparición de nuevos proyectos y sentimientos de esperanza.
Estos autores también señalan que, en ocasiones, ciertos signos positivos
presentados por el paciente esconden un no-proceso con el que se pretende “hacer
feliz al analista”, por así decirlo, pero que en realidad está tratando de evitar peligros
mayores. Estereotipar, por ejemplo, es un peligro intrínseco a todo tratamiento.
Los Barangers incluyen la reacción terapéutica negativa, la resistencia
incoercible y el impase a las resistencias que pueden llegar a presentar una dificultad
para el analista, puesto que todo ello pone en riesgo el tratamiento. A diferencia de
otras clases de resistencia, éstas son obstáculos que se caracterizan por su estabilidad

713
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y durabilidad. El analista se ha involucrado aún más en la terapia y no puede


detenerlas. De hecho, estos obstáculos sólo pueden entenderse como un campo que
subyace al bastión. La dinámica del proceso se cristaliza como resultado de las
resistencias del analizando y del analista, por ello los Barangers sugieren que el
bastión debe ser estudiado y analizado a fondo.
Con respecto al impase, puede ponérsele fin; sin embargo, no ocurre lo mismo
con la reacción terapéutica negativa que, en general, conduce a finales trágicos.
El bastión suele reaparecer de una u otra forma y constituye la expresión de la
compulsión de repetición (la pulsión de muerte).
Los cambios en el discurso del paciente y en la dinámica de los afectos
indican la existencia de un proceso analítico. Los Barangers consideran que el
enfoque kleiniano con respecto a las distintas formas de ansiedad (ansiedad
persecutoria, depresiva y confusional) pueden servir para evaluar la dirección que
sigue el proceso.
Por otra parte, los Baranger siguen oponiéndose a una definición de
transferencia y contratransferencia centrada únicamente en lo que se está
experimentando hic et nunc. Más bien toman en cuenta los matices de la transferencia
y, por consiguiente, establecen una distinción entre las transferencias que no surgen
del mecanismo de identificación proyectiva, caracterizadas por la aparición
simultánea de expresiones de contratransferencia muy específicas que confieren
importantes rasgos patológicos al campo analítico y las transferencias estructuradas y
repetitivas que Freud llamó “neurosis artificiales” (las vicisitudes del complejo de
Edipo). Estas transferencias deben interpretarse, mientras que las otras clases de
transferencia, más transitorias y cambiantes, surgen a medida que va estructurándose
el campo y no requieren una interpretación urgente.
Con respecto a la contratransferencia, los autores también hacen una distinción
entre las transferencias no estereotipadas del analista al paciente, que son parte del
proceso, y aquellas provocadas por la identificación proyectiva del analista, que
pueden llegar a provocar “contratransferencias de micro-engaños”.
W. y M. Baranger consideran que el análisis es un momento privilegiado en
que el sujeto puede reescribir y cambiar su significado y el de su historia. Es cuando
se da un insight que esto puede apreciarse. El insight es ese instante en que se vuelve
a trabajar un aspecto de la historia del individuo y se reflexiona sobre su futuro. Todo
el proceso se desarrolla sin un sentido determinado del tiempo, dentro de un presente
donde no hay prisa, cuya naturaleza a veces es circular, pero que en otros momentos
puede generar algo completamente nuevo.

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VIII. COMENTARIOS CONCLUYENTES

Transferencia es la palabra que Freud empleó para designar un error cometido


por la mente humana. Sin embargo, hemos visto que, a pesar de su humilde comienzo,
la exploración de la transferencia, tanto para la mente creativa de Freud como para
quienes lo siguieron, se ha convertido en uno de los aspectos más definitorios del
pensamiento psicoanalítico y del trabajo clínico.
En el desarrollo de la teoría psicoanalítica se han ido planteando diferentes
conceptualizaciones de las fuerzas que manipulan el carácter repetitivo de la
transferencia y su activación en el contexto interactivo con el analista. Aunque al
principio se pensaba que el desplazamiento y/o la proyección eran los mecanismos
primarios que “reproducían” las pasiones infantiles y los conflictos que rodeaban el
mundo temprano del objeto en la transferencia, con el tiempo este proceso fue
haciéndose más complejo. Algunos enfoques contemporáneos sostienen que, además
de recrear viejas relaciones de objeto, la transferencia corresponde a una búsqueda de
objetos nuevos para el crecimiento, y los fenómenos de la transferencia pueden ser
co-creados dentro de un campo dinámico diversamente conceptualizado o a través de
otras conceptualizaciones “triádicas”, transicionales y/o de dialécticas interactivas
entre el analista y el analizando.
A medida que se ha ido ahondando en la comprensión de las múltiples
conexiones entre los procesos intrapsíquicos e interpsíquicos, las comunicaciones, los
“roles” y las temporalidades dentro del encuadre psicoanalítico, varios autores de
diferentes escuelas de pensamiento han ido presentando importantes estudios para el
trabajo clínico y la teoría de las influencias bidireccionales que fluyen entre el analista
y el analizando. El “par” analítico, la “díada” o “pareja” se ha convertido en una
unidad preeminente para el pensamiento clínico y teórico, al mismo tiempo que la
transferencia y su contraparte, la contratransferencia, han pasado a entenderse como
socios vinculados de forma dinámica. El mecanismo de “identificación proyectiva” es
uno de los muchos intentos de nombrar y explicar estas influencias bidireccionales.
De la misma manera, conceptos como “yo-objeto” y “transferencia del yo-objeto”
ponen de relieve la importancia del vínculo entre el yo y el objeto desde otra
perspectiva teórica.
En el marco de la matriz de la transferencia-contratransferencia, se está
poniendo especial atención a los problemas de “representación” o “representabilidad”
de la experiencia psíquica o bio-psíquica y a la comprensión del análisis como un
proceso en que la participación del analista ayuda al analizando a representar
simbólicamente experiencias que antes eran incipientes o incapaces de ser
representadas.
En América Latina, donde históricamente la tendencia ha sido centrarse en la
transferencia desde el punto de vista del analista, la teorización de la

715
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contratransferencia aglutina diversas teorías. El concepto de experiencia que se exhibe


en un campo intersubjetivo, ha hecho que se amplíe y profundice el estudio de los
obstáculos y “bastiones” que pueden aparecer en el trabajo analítico. Las sensaciones,
percepciones, experiencias (Erlebnis) y ocurrencias que pueda experimentar el
analista durante la sesión, que por otro lado explican lo que no está inscrito y aun así
pervive en un presente constante (experiencia “actual”), se estudia desde diversos
enfoques. Estas situaciones, de hecho, despertaron un gran interés por la reacción
terapéutica negativa, entendida como un exponente de la compulsión de repetición
derivada de la pulsión de muerte y silenciada en los cimientos de la mente.
Para muchos autores, cada proceso analítico representa la significación e
inscripción de una historia distinta.

La transferencia es un pilar de la teoría y práctica clínica que se ha conservado


a lo largo del tiempo hasta convertirse en uno de los conceptos más importantes del
psicoanálisis. Los últimos avances demuestran que la transferencia se halla en la
encrucijada de lo intrapsíquico y lo interpsíquico. El mundo interno del analizando
está poblado de conflictos psíquicos entre las diferentes instancias internas (el
consciente, el preconsciente, el inconsciente y el ello, el yo y el superyó) y los
conflictos originados en la relación intersubjetiva infantil con las imago de
identificación. Todos estos conflictos se vuelven a representar en la escena de la
transferencia, en una relación que abarca dos psiques. En 1937, el fundador del
psicoanálisis hablaba de dos escenas en la encrucijada interpsíquica e intrapsíquica
del movimiento transferencial, cuando dijo que el análisis consistía en dos partes, se
desarrollaba en dos escenas separadas y abarcaba dos personas, cada una con su tarea
correspondiente. En 2017, gracias a la especialización y complejidad del pensamiento
psicoanalítico y a la experiencia clínica acumulada, la transferencia se define como un
movimiento, el movimiento que tiene lugar dentro de la psique, el movimiento entre
uno mismo y el otro y el movimiento entre el pasado y el presente. Esta definición
perdura porque absorbe y trasciende las divisiones de un universo psicoanalítico
plural.

Ver también:
CONFLICTO
CONTENCIÓN: CONTINENTE-CONTENIDO
CONTRATRANSFERENCIA
SÌ MISMO (SELF)

716
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REFERENCIAS

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Playing and Reality, London: Tavistock, 1971.

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Selección amplia de publicaciones acerca de la transferencia como recreación de


las relaciones del objeto infantil:

Stone, L. (1961), The Psychoanalytic Situation, New York, Int. Univ. Press.
Gill, M. (1982). Analysis of Transference: Vol. I, Theory and Technique, New York,
Int. Univ. Press.
Kernberg, O. F. (1984). Severe Personality Disorders: Psychotherapeutic Strategies.
New Haven, CT, Yale Univ. Press.
Kohut, H. (1977). Restoration of the Self, New York: Int. Univ. Press.

Publicaciones selectas acerca de la transferencia que buscan nuevos objetos en


desarrollo y la discusión del fenómeno de la trasferencia tal y como es creado en
la dialéctica de la relación entre analista y paciente:

Mitchell, S. (1988). Relational Concepts in Psychoanalysis: An Integration.


Cambridge, MA, Harvard Univ. Press.
Stolorow, R., Brandshaft, B., and Atwood, G., eds. (1995). Psychoanalytic treatment:
An Inter-Subjective Approach. Northvale, NJ, Analytic Press.
Ogden, T. (1994). Subjects of Analysis. Northvale, NJ: Jason Aronson.

Transferencia (entradas y artículos) en los diccionarios selectos de las tres


regiones API:

“Transfert” in Dictionnaire historique de la langue française, Le Robert édition,


Paris, 2016.
“Transference” in J. Laplanche and J.-B. Pontalis, The Language of Psychoanalysis,
London : Karnac Books, 1988. (French original: Vocabulaire de la Psychanalyse.
Paris: PUF.)
“Transference” by P. Denis in International Dictionary of Psychoanalysis, Macmillan
Library Reference, 2004.
“Transfert” in E. Roudinesco et M. Plon, Dictionnaire de psychanalyse, Paris, Fayard,
2006.
“Transferts”, in Monographies of Psychoanalysis, edited by Danon-Boileau L.,
L’Heureux-Le Beuf D., Pragier G., Paris, PUF (1999).

723
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“Transference” in Auchincloss L.E. and Samberg E, .eds. (2012): Psychoanalytic


Terms and Concepts. American Psychoanalytic Association. New Haven: Yale
University Press.
“Transference” in Akhtar, S. (2009): Comprehensive Dictionary of Pychoanalysis.
London: Karnac.
“Transferencia Narcisista” and “Transferencia Temprana” in Borensztejn, C.L. ed.
(2014). Diccionario de Psicoanálisis Argentino, Buenos Aires: Asociacion
Pscicoanalitica Argentia.

Consultores regionales y colaboradores:

Europa:
Mme Marie-France Dispaux (Belgian Psychoanalytic Society) and Mme Laurence
Kahn (French Psychoanalytic Association)
Dr Christine Franckx, Dr Arlette Lecoq, Mme Diana Messina (Belgian
Psychoanalytic Society) Prof Jacques André, Dr Patrick Merot, Dr Jean-Yves Tamet,
Dr Philippe Valon (French Psychoanalytic Association)

Norte América:

Richard Gottlieb, MD; Rosemary Balsam, M.D.; Arnold D. Goldberg, M.D.; Otto F.
Kernberg, M.D.; Judith Mitrani, Ph.D.; Eva D. Papiasvili, PhD, ABPP; Dominique
Scarfone, M.D.; Gary H. Schlesinger, Ph.D.; Jamieson Webster, Ph.D.

América Latina:
Adriana Sorrentini, MD & Liliana Denicola, PhD APA (Asociación Psicoanalítica
Argentina)

Co-Presidente de coordinación interregional: Arne Jemstedt, MD

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Traducción: Jèssica Pujol Duran

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