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ESTUDIOS

LA DEMOCRACIA COMO MODELO


DE OR,GANIZACION SOCIAL
Y COMO FORMA DE VIDA Por Aonr-e CoRrrNR Conrs

A mediados del presente siglo la filosofía política, según voces autori-


zadas, había dejado de existir. Y, curiosamente, una de las causas de su fa-
llecimiento consistía, para algunos politólogos, en el consenso alcanzado
por las democracias occidentales en torno a la superioridad de esta forma
de gobierno frente a cualquier otra (1). Desde el punto de vista de la refle-
xión, el modelo democrático aparecía comparativamente como justo e
igualitario; desde la praxis, la validez de la democracia frente al totalita-
rismo fascista y frente al llamado "socialismo real» parecía indiscutible.
De ahí que investigar de nuevo sobre la legitimidad de las distintas formas
de gobierno resultara una tarea superflua, encaminada a mostrar la supe-
rioridad de la democracia. El término "democracia", al menos, había deja-
do de ser problema.
Sin embargo, en nuestro momento la filofía política es una de las ra-
mas más boyantes de la filosofía, y precisamente entendida como refle-
xión sobre la democracia, porque la puesta en marcha de semejante forma
de organización ha sacado a la hn un gran número de ambigüedades. La
primera de ellas consiste en recordarnos que no existe un único concepto
de democracia, excepto la abstracta afirmación de que se trata del "go-
bierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo". En cuanto descende-
mos al terreno de 1o concreto, nos percatamos de que no nos las habemos
con una esencia inmutable, que recibe históricamente diversas formas,
sino con una forma de organización sólo caracterizable desde una deter-

(1) Vid., por eiemplo, P. H. Penrnlocr: "Política, filosofía, ideología", en A. QulNroN:


Filosofía política, México, 1,974, págs. 52-83.

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minada teoría; una teoría que tiene a su base una concepción del hombre y
de su realización en la vida social.'En este sentido, las distintas versiones
de la teoría clásica de la democracia, la teoría elitista, Ia participativa, el
neocontractualismo o las teorías económicas bosquejan distintos concep-
tos de democracia, que traducen distintas antropologías (2). Cuál sea hoy
el modelo practicable, moralmente deseable y legítimo; el que un realis-
mo, atractiuo moral y legitimidad es actualmente tarea prioritaria de la
reflexión y va a serlo también de esta ponencia.
Pero no lo será menos el hecho de que la puesta en marcha del modelo
democrático haya revelado algunos caracteres de su estructura, que han
llevado a caracterizarla incluso como «contradictoria". Es decir, que el cé-
lebre desencanto procede en múltiples ocasiones de una defectuosa realiza-
ción de la democracia, pero en otras resulta del desconocimiento de su
propia lógica. Como en algún lugar apunta S. Gnrn, "la democracia es un
sistema de antinomias, de cuya solución constante en el proceso político
depende su viabilidad" (3). Ignorar este carácter antinómico de la demo-
cracia sólo puede conducir, a mi juicio, a frustaciones tal vez mayores que
las que puede causar una realización imperfecta, de la que supongo se
habrá hablado en la ponencia anterior, porque no se trata de problemas
solubles por el momento con buenas voluntades individuales, sino de una
situación estructuralmente aporética, que es menester asumir y resolver
institucionalmente.
De estos dos puntos -concepto y lógica contradictoria de la democra-
cia- inte¡taré tratar en esta charla, que no dejará de defender modesta-
mente algunas tesis. En primer lugar, la ,esis de que, aunque la democracia
se haya convertido de hecbo en ul tflecnnismo para decidir quién debe
ejercer el poder en los diferentes ámbitos sociales -no sólo en el político-,
teniendo en cuenta que tal mecanismo ha venido a reducirse a la ley de las
mayorías, la democracia moralmente deseable y legítitna no se reduce a
un mero mecanismo: consiste en un modelo de organización social basado
en el reconocimiento dela autonomía de los indiuiduos y de cuantos dere'
cbos lleva aparejado el ejercicio de tal capacidad autolegisladora y en el
reconocimiento de que la dirección de la vida comunitaria debe ser el re-
sultado dela igual participación de todos, expresada en una uoluntad co-
mún. El respeto por la autonomía individual y colectiva sólo se adquiere

(2) Para una clara y sugerente exposición de estas teorías, vid. C. B. M.lcps¡nsotl: L¿
democtdcia libaal y su época, Madrid, 1982; W. N. NELsoN: La iustificación de la democra-
cia, Rarcelona, 1986.
(3) S. GtNEt: Ensayos ciuiles, Barcelona, 1987, pág. 235.

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desde una forma de vida participativa, que ayuda a desarrollar el sentido
de Ia justicia.
Esta tesis primera llevará apareiadas dos "subtesi5', al menos, sin las
que carece de sentido: la encarnación de la democracia en la vida social
solo püede tener éxito y ser gratificante si somos caPaces de articular las
antinbmias de la estructura democrática y de institucionalizar tal articula-
ción en la vida cotidiana; y, en segundo lugar, sólo un «ethos» solidario,
una actitud solidaria ante la vida social, puede alumbrar una democracia
sin frwtraciones. Si olvidamos hacer "vivibles» las antinomias democráti-
cas y apostamos por el egoísmo -Por muy ilustrado que sea- frente a la
solidaridad, ftacasará la democracia como forma de vida y quedará en un
mecanismo, que renuncia a los ideales por los que surgió y que le Prestan
-al menos ,..bal*".tte- legitimidad y deseabilidad moral. De estos dos
conceptos enfrentados de democracia -mecanismo y forma de vida- nos
ocupamos a continuación.

1. DEMOCRACIA COMO MECANISMO


Y COMO FORMA DE VIDA

Sabido es que la idea moderna de democracia nació como crítica de la


primitiva burguesía a los privilegios feudales. Sin embargo, es igualmente
sabido que, al hilo del desarrollo del capitalismo y la industrialización, el
pdthos y la autodeterminación con que había nacido se desvaneció y vino
a ser sustituido por la idea de una coffipetencit entre elites, que luchan por
el voto del pueblo, y que está mediada por los partidos.
Dos modelos se dibujan, pues, desde el comienzo, a Pesar de sus diver-
sas encarnaciones: la democracia entendida como el máximo posible de
participación de los ciudadanos en la dirección de la vida pública, y la de-
mocracia entendida como un gobierno de elites, a las que los ciudadanos
otorgan el poder de decidir. El primer modelo hundirá sus raíces en
RoussEAU y J. S. Mrlr-, continuará en los años 70 en los trabaios de P.
BACHRACH y C. PereiraeN, y es defendido en nuestro momento por parfi-
darios de la teoría crítica (4); mientras que la teoría elitista, de algún

(4) Para el origen y desarrollo de la teoría participativa, vid. C. P.rrrue¡¡: Participatiott


and Democratic Tbeory, Carnbridge,1970. Pa¡a la teoría elitista, también en cuanto a su ori-
gen y desarrollo, incluyendo, además, una crítica, vid. F. B.tcun¡cs: Crítica de la teoría eli'
tista de la democracia, Buenos Aires, 1973.

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modo esbozada en las concepciones de J. MIlr- y J. BENTHAM, tiene por
antecedentes a PAR¡to y MoSCA, por «fundador» en los años 40 a J.
ScnuupetER, y es hoy rehabilitada' por esa amplia corriente político-
cultural denominada «neoconservadurismo". A dibujar los fundamentales
trazos de ambas nos dedicaremos en primer lugar.

1.1. Democracia como mecanismo: la teoría elitista

En su célebre obra Capitalismo, socialismo y democracia, de 1943,


propone J. A. ScuuupETER una caracterización de lo que él llama la «teo-
ría clásica de la democracia, en los sigüentes tefminos:
"El método de-
mocrático es aquel sistema institucional de gestación de las decisiones po-
líticas que realiza el bien común, dejando al pueblo decidir por sí mismo
las cuestiones en litigio mediante la elección de los individuós que han de
congregarse para llevar a cabo su voluntad" (5).

A juicio de ScuutvtpETER, una caracterización semejante supone acep-


tar conceptos indefinidos, y tal vez indefinibles, como los de ovoluntad
del pueblo" y
"bien común,. iPuede hablarse verdaderamente de una vo-
luntad del pueblo unificada, de la que el pueblo es consciente? iEs determi-
nable el bien común, si es que existe? iExpresan los gobernantes la volun-
tad popular, o ni siquiera han sido elegidos por todo el pueblo, sino que
han ganado una competición por votos? En realidad, no hay sociedad
alguna a la que corresponda el modelo descrito, con lo cual o no hay de-
mocracias o la democracia no es lo expresado en la cita anterior. Los con-
ceptos de "voluntad del pueblo, o .voluntad general, I
"bien común, son
vacíos.

Si la teoría clásica sobrevive, a pesar de ser constantemente refutada


por los hechos, ello se debe -según Scuul¡p¡rrR- a que sobrevive la fe re-
ligiosa en la que se apoya, porque la voluntad popular es el trasunto de la
voluntad de Dios, el bien común, la traducción del plan divino, y la igual-
dad está tomada del igualitarismo cristiano, contrario a todo análisis em-
pírico. Por offa parte, la conquista de la democracia va entrañada en la
historia de algunos pueblos, como el americano, que es un modelo hábil
para pequeñas comunidades, y, por último, proporciona a los políticos
una jerga demagógica que les permite eiudir las verdaderas responsabilida-
des.

(5) J. A. ScHuMp¡Ten: Capitalismo, socialismo y democracia, Barcelon4 l9M, pág. 327.

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De todo ello concluirá Scsutr¡pr,rER que la mayoría de los politólogos
estará de acuerdo en admitir «otra teoría de la democr¿si¿», qü€ describa
lo que realmente ocurre en los países democráticos y que permita obviar
algunas dificultades: la de creer que el pueblo tiene una opinión definida
sobre cada cuestión y que la exPresa eligiendo rePresentantes, que cuida-
rán de llevarla a la práctica; por tanto, creer que el fin primario del siste-
ma democrático es dar poder al electorado para decidir en las controver-
sias políticas, y el subordinado, elegir los representantes.

Por el contrario, a tenor de la «otra teoría,, el orden de estos fines


quedará invertido: el papel del pueblo consiste en ctectr un otganismo in'
termediario que cree un eiecutiuo nacional. De esta inversión nace la con-
sideración de la democracia como un método, como un mecanismo qlue
tiene por fin mantener el equilibrio social. La Participación, por la que
abogaba la teoría rousseauniana, no es un fin en sí, sino que puede condu-
cir a malos resultados, a resultados injustos. Por ello, es democracia
«aquel sistema institucional para llegar a la decisiones políticas en el que
los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de
competencia por el voto del pueblo" (6). El motor del sistema es la com-
petencia entre los políticos por el voto de los ciudadanos, y este mecanis-
mo produce un equilibrio estable. Obviamente, aunque pensado para la
vida política, este mecanismo podría trasYasarse a otras formas de organi-
zación social.
Una caracterizacií¡ semejante de la democracia presentaría grandes
ventajas frente a la teoría clásica. De entre ellas cabría destacar las siguien-
tes: 1, proporciona un criterio para distinguir una democracia frente a
otros tipos de gobierno y permite, por tanto, realizar investigaciones em-
píricas; 2, tiene en cuenta realmente las voliciones individuales, en cuanto
permite que algún líder las saque a la luz; 3, aclara la relación que existe
entre democ racia y libertad individud, dada la libertad de comPetencia y
discusión; 4, reconoce el pluralismo, representado en la diversidad de eli-
tes; 5, acepta el hecho fehaciente del caudillaje y la necesidad de expertos
en una sociedad de masas, altamente compleja en lo que al saber respecta;
6, cuenta con la tendencia alaapatía, propia de la mayor parte de la po-
blación; 7, permite el castigo del gobierno por medio del voto en contra;
8, interpreta la vida política como trasunto de la económica, tal como se
desarrolla en los países capitalistas. Los ciudadanos se comportan como
consumidores que optan ante unos productos u otros, ante las ofertas de
los empresarios. El homo oeconomicus explica también la organización

(6) J. A. Scuurupr.re¡.: ibíd., pág. 343.

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política; 9, si se pretende que la democracia consista en la realización de la
voluntad del pueblo, surgirán grandes dificultades al percatarse de que es
la mayoría quien decide, porque no puede decirse en serio que se identifi-
quen la voluntad general y la de la mayoría. Realismo, en cuanto conta-
mos con una descripción de lo que sucede en los países democráticos;
aceptación del papel que en las sociedades compleias cabe a las elites y a
Ias masas; soberanía entendida como aceptación o repulsa de los líderes;
posibilidad de utilizar los hallazgos de la economía capitalista, son carac-
teres fundamentales de una teoría que conjuga elementos tan dispares
como elitismo y democracia.
Naturalmente, las críticas frente a tal modo de concebir la democracia
han llovido. Se trata de una concesión que fomenta la desigualdad, frente
a la esencia igualitaria de la democracia; potencia la apatía en el pueblo,
condenándole a asumir el papel de .masa, inveteradamente; no satisface el
ideal de autonomía individual, legitimador de la democracia, en la medida
en que la reduce a competencia electoral; inteipreta la vida social desde un
esquema económico capitalista, que no tiene por qué constituir la esencia
permanente de los hombres; olvida que los líderes no sólo están interesa-
dos en atender a las aspiraciones del pueblo, para mantenerse en el poder,
sino que pueden satisfacer estratégicamente las aspiraciones de clases o
grupos con "demanda solvente" y crear en el resto nuev¿s necesidades; y,
por último, puede decirse que este modo de concebir la democracia no va-
lora la capacidad realizativa de la participación. Como en algún lugar afir-
ma P. B¡cnRACH, el pueblo no puede hacer dejación de su inteligencia y
sentimiento, entregando la capacidad decisoria a un gobierno y retirándo-
se a la vida privada. Un despotismo benévolo sería una contradictio in ter-
minis (7): los hombres no han de desarrollarse sólo en el sector privado.
Frente a semeiante reduccionismo a la vida privada, que sólo protege la
llamada "libertad de" (liberación de determinados ámbitos con resPecto a
toda interferencia ajena), se alzaría la concepción participativa de la de-
mocracia.

1.2. Democracia como forma de üda: la teoría participativa

A favor del concepto participativo de democracia se encontraría un


conjunto de factores que podemos espigar de lo más granado de la tradi-
ción democrática. El primero de ellos consistirá en el hecho de que la par-

(7) P. Becsnecs: o. c.,pá9.23.

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a

ticipación en Ia organización de la vida social sea el modo más fidedigno


de éxpresar la capacidad autolegislador¿ del hombre, cuyo descubrimien-
to obligó a repudiar toda heteronomía, toda legislación externa. Sólo in-
fluyendo realmente en las decisiones que dirigen la vida pública puede sa-
tisiacerse la afirmación, tal vez metafísica, de que el hombre es capaz de
darse a sí mismo sus propias leyes, y que, Por consiguiente, someterlo a
leyes ajenas es inhumano.

Es en este sentido en el que I. BERLIN ha hablado de una "libertad posi-


tiva, o "libertad par^», a diferencia de la "libertad negativa" o "libertad
de". Si con la segunda nos referimos al ámbito en que un hombre puede
actuar sin interferencias ajenas, con la libertad positiva respondemos a la
pregunta "ipor quién estoy gobern¿de)", "iquién dirige mi vida?,, (8).
Pero el ejercicio participativo no sólo satisface una necesidad metafísi-
ca, sino que tiene repercusiones de orden psicológico y educativo. Los de-
fensores de la teoría participativa sénalan la estrecha relación que existe
enrre las cualidades de los individuos, sus características psicológicas y los
tipos de instituciones en que viven.
Por ejemplo: según RoussEAU' un sistema ideal es el que desarrolla la
acción responsable a través del ejercicio participativo. En él el ciudadano
se ve impelido a tener en cuenta algo más que su propio interés inmediato,
a considerar el interés general, y ello le obliga a deliberar de acuerdo con
un sentido de la justicia. Por otra parte, el eiercicio de la participación
permite al individuo convertirse en su propio dueño, en la medida en que
las leyes resultantes son queridas por é1, y, por último, acrecienta entre los
ciudadanos el sentimiento de pertenencia a una comunidad.

A esta función autorrealizadora y educativa añadirá J. S. Mu-t- una fun-


ción felicitante, que es menester considera¡. A juicio de MILL, los hombres
gozan con el ejercicio de sus capacidades, con el desarrollo de su6 Poten-
cialidades, y, por ello, una sociedad logra la mayor felicidad en su conjun-
to cuando consigue el mayor desarrollo posible de las capacidades de los
individuos que la componen. Puesto que el sistema democrático se basa en
la participación de los ciudadanos en la vida pública, la comunidad crece
grácias a él en intelecto, virtud, actividad, práctica y eficacia. Y los indivi-
duos, al interesarse por la vida pública, desarrollan sentimientos altruistas,
que son para los hombres una fuente d.e felicidad.

(8) I. i¡nr-rN, .Dos conceptos de libertad,, en Libmad y necesidad en ld bistoila, }y'ra-


drid,, 1974, págs. 133-182.

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La democracia no se entiende, pues, aquí como una mecanismo, pues-
to al servicio del equilibrio social, sino como forma de uida indiuidual y
comunitariamente ualioso, que respeta y fomenta el carácter autolegisla-
dor de los individuos, les educa en la responsabilidad y el sentido de la
iusticia, y es por ello fuente de felicidad.
A mayor abundamiento, acrecienta en los individuos el sentimiento de
«autoestifio», en la medida en que el ejercicio participativo supone el re-
conocimiento mutuo de la capacidad en la dirección de la vida pública.
Sin un reconocimiento ajeno de la propia capacidad, los fundamentos de
la autoestima quedan socavados, y un hombre no tiene siquiera ánimo y
confianza para llevar adelante sus proyectos. La democracia participativa
no es, pues, un medio para otra cosa, sino una forma de vida en sí valiosa.

Ante las dos concepciones de democracia expuestas: una "realista»r


descriptiva, empíricamente útil, por tanto, y una uidealista», moralmente
atractiya, pero aparentemente no muy practicable, ipor cuál podríamos
optar que fuera a la vez practicable y moralmente deseable? Por el mo-
mento, las espadas parecen seguir en alto, como muy brevemente comen-
tamos a continuación.

1.3. El neoconservadurismo y la teoría elitisa


de la democracia

En los años 70 la confrontación entre una teoría elitista y una partici-


pativa surgió de nuevo, pero con alguna pequeña variante, según advierte
H. DUBIEL. Si Scgutr¡p¡rgn no había pretendido sino describir, la nueva
teoría elitista pretende nortnaÍ y convertirse en el fundamento de progra-
mas autoritarios; con ello vendrá a formar parte de ese complejo fenóme-
no político-cultural al que se ha dado en denominar «neoconservaduris-
mo" (9).
La conexión entre teoría elitista y neconservadurismo no es difícil de
descubrir, si atendemos a los orígenes hodiernos de esta postura reactiva.
Como es sabido, el informe de la Comisión Trilateral sobre los problemas
del desarrollo en USA, Europa Occidental y Japón tiene como conclusión

(9) H. Duslsl-: Was ist Neohonservatismus?, Frankfurt, 1985. Vid. también J. Henrn-
MAS: «Die Kulturkritik der Neokonservativen in den USA und in der Bundesrepublik" , en Die
Neue Unübersichtlichheit, Frankfurt, 1985, págs. 30-56.

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el diagnóstico: <(exceso de democracia" (10). Los mismos pensadores libe-
ral-conservadores, que en los años 40 y 50 habían puesto los fundamentos
de una comprensión antitotalitaria de la democracia, repudian ahora el-
modelo participativo, porque un «exceso de democracia», así entendido,
no conduce sino a la "ingobernabilidad de las sociedades» y, por tanto, a
crisis. Como apunta DUBIEL, los argumentos empíricos se presentan den-
tro del marco de una tesis ya clásica: el mayor peligro para una comuni-
dad democrática es la sobreexcitación anárquica del principio de autode-
terminación (11). Tal sobreexcitación conduce a la ingobernabilidad y,
por tanto, a las crisis actuales,
La solución neoconservadora a las causas de la crisis aglutina tres ele-
mentos coincidentes con la teoría elitista: 1, no hay formación pública de
la voluntad que pueda servir como base de las decisiones públicas; gran
cantidad de decisiones políticas han de arrebatarse a la decisión democrá-
tica; 2, es menester sustituir la democracia como «gobierno del pueblo"
por «sl gobierno querido por el pueblo,; 3, una democracia que funciona
es similar a un equilibrio de mercado, porque los ciudadanos se compor-
tan como consumidores, y los políticos, como empresarios que compiten
por el voto. Se trataría, en suma, de restaurar las condiciones sugeridas
por ScuuutETER para el funcionamiento democrático, y cuyo incumpli-
miento habría dado lugar al fenómeno de la "ingobernabilidad".
Ahora bien, la cuestión que, llegados a este punto, no podemos dejar
de plantearnos es la siguiente: iSe deben las crisis de los años 70 y 80 a
una incorrecta comprensión de la democracia como participación, como
autodeterminación, porque en realidad no es, ni debe ser, sino un meca-
nismo para mantener el equilibrio social? tO más bien sucede que la de-
mocracia legítima es la que maximiza la autodeterminación de los indivi-
duos y que las paupérrimas realizaciones elitistas a las que nos hemos visto
sometidos han generado protestas por frustración? tNo es posible --como
Du¡lel sugiere- que la intranquilidad se deba a una conciencia madura de
autodeterminación y de igualdad, que se siente estafada?
La respuesta positiva a esta última pregunta constituye la tesis que Du-
BIEL mantiene, como representante de la teoría crítica, frente al neocon-
servadurismo. Yo, por mi parte, me veo obligada a dejar el interrogante
abierto y las posiciones -<rítica y neoconservadora- bosquejadas, porque

(10) M. Cnozren, S. HuNrrNcroN, J. WeraNurr: The Crisis of Democracy, Nueva


York, 1975.
(11) H. DUBTEL: o. c., pág. 50.

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carezco de datos sociológicos parq determinar si la conciencia de autode-
terminación ha madurado. Lo que sí intentaré es una respuesta, desde el
punto de vista ético y político, a la pregunta por el concepto de democra-
cia legítimo, moralmente deseable y practicable.

2. LA DEMOCRACIA REAL

Cuando aplicamos el adjetivo «real» a ciertas ideologías' como la so-


cialista, solemos referirnos con ello a las redizaciones de las mismas hasta
el momento. Si aplicáramos este mismo uso a la democracia y quisiéramos
referirnos alas realizaciones de las que ha sido objeto en los países occi-
dentales, yo me atrevería a decir que tiene raz6nla teoría elitista descripti-
va de la democracia (no la normativa): la democracia se ha reducido a un
mecanismo para elegir elites representantes, valiéndose de la regla de las
mayorías. En este sentido, la "democratización" de la vida socid consisti-
ría en una extensión de la regla de las mayorías a los distintos tipos de or-
ganización social, de modo que en cada uno de ellos la masa elija a sus re-
Presentantes.
Ahora bien, una cosa es la realización y otra la realidad; una cosa es lo
que de hecho las cosas han devenido y otra lo que podrían y deberían ser.
En este sentido, no es -a mi juicio- democracia real la hasta ahora realiza-
da, sino las realizaciones contando con los conceptos que, en último tér-
mino, se usan para legitimarlas. La realidad incluye no sólo lo que hay,
sino también los principios que se utilizan para legitimarla; principios que,
alavez, pueden servir siempre de criterios para la crítica.

Desde esta perspectiva, creo poder afirmar que la democracia es una


forma de organización social superior a otras, porque tiene a su base no
exclusivamente la concepción de w homo oeconomicus, sino la de un
hombre, que es también económico, pero fundamentalmente autolegisla-
do¡. El descubrimiento moderno de que cada hombre tiene la capacidad
de darse sus propias leyes y es, por tanto, un sujeto y no un objeto para
los demás hombres, sólo puede encarnarse socialmente en la vida demo-
crática, y es, por ello, el principio que la legitima y le da sentido.
Obviamente, ninguna de las realizaciones de la democracia ha respeta-
do y potenciado el carácter autónomo de todos y cada uno de sus ciuda-
danos, pero eso ho significa que la democracia legítima, la democracia

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real, deje de ser la que se propone semejante meta. Lo que sucede es que
para alcanzarla es menester recorrer un largo camino, en el ir configuran-
do paulatinamente -pero sin perder la orientación- an etbos democrático.
Encarnarlo a través de las dificultades empíricÍrs y estructurales es la tarea
de la democracia real.

2.1. La lógica contradicción de la dcmocracia

En una recopilación de artículos recientemente publicada apunta S. GI-


NER que la estructura democrática adolece de problemas formales que per-
tenecen per se a la forma en que la viven las sociedades complejas y avan-
zadas. Las condiciones históricas pueden suavizarlas o agudizarlas, pero
no eliminarlas. Yo pienso que sólo desde un ethos democrático son asumi-
bles y articulables.
A juicio de GINrn, la estructura lógica de la democracia consiste en el
despliegue de varios .axiomas, similares a los que hemos sugerido (parti-
cipación, igualdad, ciudadanía, comunidad, individualismo), que tratan de
ponerse en práctica a traves de una red de instituciones y procesos, pero
que, además, está constituida por un coniunto de dilemas políticos esen-
ciales (12).
El primero de ellos será la «contradicción entre el uno y los todos,,
expresivo del hecho de que la democracia tenga que ser el gobierno de to-
dos (todos son autolegisladores), pero que sólo puede ejercerse, en socie-
dades de masas, por parte de una minoría. Semejante dilema parecería que
sólo puede resolverse convirtiendo la vida democrática en un mecanismo
de elección de elites, sobre todo teniendo en cuenta que la creciente com-
plejidad del saber aconseja aprovechar a los expertos. Existirían, obvia-
mente, mecanismos rectificadores (delegación de gobierno, participación
popular a traveS de huelga, existencia de multiplicidad de gobiernos, la
presencia de corporaciones y movimientos sociales, los gobernantes pue-
den reclutarse de todos los ámbitos sociales). Sin embargo, tales mecanis-
mos no conducen a una auténtica autolegislación por parte de todos los
individuos.
Tanto más cr¡anto que la segunda de las contradicciones se refiere al
hecho de que la unidad componente básica de la democracia tenga que ser
el individuo, mientras que en la realidad lo son las corporaciones. La ten-

(l2l S. GrN¡n: o. c., págs. 219-255.

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dencia a formar coaliciones'es ineludible. Cuando las personas no pueden
conseguir sus fines individualmente se unen para conseguirlos colectiva-
mente por medio de coaliciones estables (instituciones, gremios, partidos,
sindicatos) o más fluctuantes (movimientos sociales). Sólo la corporación
tiene caiacidad negociadora, con lo cual crece y se desarrolla lo que algu-
nos han llamado "feudalismo democrático" (13): como cada individuo se
siente impotente para defender sus intereses, se alía con otros individuos
que se encuentran en igual situación, presta juramento de vasallaje al gru-
po -recordando procederes feudales- y éste le garantiza la satisfacción de
sus deseos y la defensa contra el enemigo. El individuo, como elemento
básico autolegislador, se disuelve en la corporación, que es la que negocia,
pacta, firma convenios. En esta nconstrucción gremial de la realidad,,
como GINER la ha llamado, y que reproduce el {eudalismo medieval, aun-
que pretendiendo fundamentarse en principios democráticos, ipuede ha-
blarse de que estamos en una sociedad democrática? iQué sucede con los
que quedan fuera?

Otras contradicciones comentaríamos más ampliamente si hubiera es-


pacio para ello, pero me veo obligada, prácticamente, a enumerarlas: la
posibilidad de acceder a una tiranía de las mayorías (14), el peligro de que
se fomente la uenvidia democrática» y triunfe la mediocridad y el espíritu
del mínimo común denominador, el riesgo de que el individuo deje de for-
jarse un pensamiento propio y perezosamente se sume al criterio mayori-
tario, la necesidad de aprovechar el potencial de los expertos, sin que ello
implique convertir en masa al resto de los ciudadanos, etc. Son éstas algu-
nas de las aporías que -a mi juicio- es menester tener muy en cuenta a la
hora de realizar una vida democrática, que pretenda ser fiel al carácter au-
tolegislador del hombre y, por tanto, desde la potenciación del mismo, fe-
licitante. Son éstas algunas de las aporías que debe asumir un etbos demo-
crático.

2.2. El "ethos" democrático

Si uno de los descubrimientos nucleares de la modernidad es el del ca-


rácter autolegislador de los individuos, es tal vez hallazgo de nuestro tiem-
po el de que tal carácter no puede plasmarse en la vida social si no es a

(13) A. Honu¡-: "Cambios en los modelos de legitimación", en varios: Los ualores éti-
cos en la nueua sociedad demoerática, Madrid, 1985, págs.27-33.
(14) J. S. Mtrt: Sobre la libertad, Madrid, 1970,pág.59.

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través de lo que llamamos vn «etbos dialógico", que vendría a coincidir
cor, el ethos democrático (15).

Que todos puedan darse sus propias leyes significa que todos puedan
decidirlas conjuntamente, tras mantener un diálogo a través del cual in-
tentan conciliar el interés individual con el general. Las decisiones que
afectan a un conjunto no pueden ser tomadas por un grupo unilateralmen-
te, monológicamente, sino conjuntamente, tras un diálogo encaminado a
buscar la mejor solución para todos los afectados por la decisión. Lo cual
supone el cultivo de una actitud, de una forma de vida, cuyos rasgos inten-
taremos bosquejar.
En principio, sería actitud dialógica la de cuantos reconocen en los de-
más individuos {omo en ellos mismos- una capacidad legisladora, de
modo que les consideran -{omo a sí mismos- interlocutores facultados a
la hora de dialogar sobre las decisiones que les afectan y de tomar parte en
ellas. Lo que anteriormente hemos llamado «participación» no sería sólo
"derecho al voto"r sino el reconocimiento previo de la necesidad de un
diálogo, en el que todos los afectados deben participar como interlocuto-
res válidos, y en el que debe tenerse realmente en cuenta los intereses de
todos.
Obviamente, una convicción semejante comporta, como condición de
posibilidad, el compromiso de respetar la vida e integridad física y moral
de cuantos deberían pafticipar en el diálogo, así como el de fomentar po-
sitivamente su nivel material y cultural, de modo que puedan acceder real-
mente al nivel de interlocutores válidos. La eliminación física o moral del
interlocutor potencial, el desinterés -{onsciente o inconsciente- porque
alcance un nivel material y cultural digno, son síntomas inequívocos de
que no se acepta el carácter autolegislador de todos y cada uno de los in-
dividuos y, por tanto, que no interesa el proceder democrático.
Tampoco interesa cuando la actitud de los interlocutores es la de de-
fensa a ultranza de los propios intereses e indiferencia hacia los intereses
ajenos o, a lo sumo, la atención a aquellos de los intereses ajenos que coin-
. iden con los propios. Desde una actitud claramente egoísta, o desde una
actitud estratégica, dirigida únicamente al pacto y a la negociación en que
queden satisfechos los propios intereses, pero no orientada hacia un con-
senso, en que se atienda a los intereses de todos los afectados por el pacto,
no hay diálogo posible, sino sólo monólogos cruzados. Por eso apunté

(15) A. ConrrN¡r RaTS¡ ¿6¡¡a¡¡6atiua y responsabilidad solid¿ria, Salamanca, 1985;


Eticd ,nínirnd, Madrid, 1986.

ADELA CORTINA CORTS 53


desde un comienzo que el egoísmo, incluso el ilustrado, no es una ética
adecu¿da -a mi juicio- para potenciar la vida democrática, porque el res-
peto y fomento del carácter autolegislador de todos y de cada uno requie-
re ineludiblemente individuos solidarios, dispuestos a posponer sus intere-
ses individuales en aras de los ajenos, incluso en aras de los intereses de
aquellos interlocutores potenciales que deberían participar en el diálogo y
en la decisiones, aunque no puedan participar de hecho.

En algún lugar he sugerido que el principio de universalización, que


consiste, a nivel moral, en el intento de situarse en el lugar ajeno a Ia hora
de defender intereses y tomar decisiones, es el verdadero motor del pro-
greso. Y lo mantengo. Sólo la actitud, propugnada por la tradición demo-
crática, de atender no sólo a los intereses individudes, sino a los de todos
los afectados por un pacto, actitud que revela un sentido democrático de
la justicia, puede constituir un auténtico motor del progreso.
Trabajar por el progreso -decía en aquella ocasión- no consiste en po-
ner una etiqueta al propio gruPo ), decidir que los demás son de derechas.
Trabajar por el progreso no consiste en alardear de irreligiosidad. Traba-
jar por el progreso no consiste en crear una moral legitimadora de las
propias estrategias y detractora de las ajenas. Trabajar por el progreso, y
no por la reacción, significa hacer del principio de universalización el
principio racional y sentimental de la convivencia.
Quien, a la hora de decidir las normas que han de regir las relaciones
sociales, practica racional y emocionalmente la asunción ideal de rol;
quien fomenta en la vida privada y en la pública la comunicación encami-
nada a conocer los intereses personales sin dejarse engañar por las etique-
tas; quien rehúsa prestar vasallaje, porque ello impide situarse en el lugar
de los que quedan fuera; quien practica la universalidad -la humanidad-
racional y cordialmente, ha puesto los ideales de la modernidad no sólo
sobre la cabeza, sino sobre los pies; no sólo en la razón, sino en el cora-
z6n. Y ése sigue siendo -.creo yo- el único motor del progreso (16).

Sólo un ethos semejarrte sería capaz, a mi juicio, de realizar una demo-


cracia real: una democracia legítima y moralmente deseable.

(16) A. Conrlxa: "I¿ calidad mo¡al del principio ético de universalización", en Siste-
ma, nlúm.77 , 1987 , págs. 179 y 120.

54 ORGANIZACION SOCIAL Y FORMA DE VIDA

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