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No

solo
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hermanos


Verónica Holmes




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© Verónica Holmes, 2018



Cubierta y diseño de portada: Alicia Vivancos






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derechos reservados.

Índice

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Epílogo


Prólogo

E ra una calurosa noche de verano del mes de Julio y el cielo brillaba lleno de
estrellas en pleno centro de Barcelona. Las luces escaseaban por esa zona. Carlos
hubiera preferido dejar el coche en otra parte, pero a veces resultaba imposible
aparcar en el centro de aquella ciudad. Su mujer, Estefanía, él y su hijo de casi
tres años, Enoch, paseaban a oscuras por la zona del Raval. Se la consideraba
una zona llena de delincuencia, por suerte, aquella noche las calles estaban
desiertas y no había nadie paseando por ahí con apariencia sospechosa. Su
vehículo estaba a tan solo unas manzanas de distancia, escondido en una
callejuela cerca del centro y pasearon con Enoch cogido de sus manos.
—¿Te ha gustado la película? —preguntó un sonriente Carlos a su risueño
pequeño.
—Zi, papi. Yo de gande quiero ser como Tarzán y saltar por los árboles como
los monos —balbuceó el pequeño mientras daba saltos cogiendo el impulso con
las manos sus padres.
Estefanía sonrió y con la mano libre le acarició la morena cabellera.
—Seguro que serás un estupendo Tarzán, Enoch —lo apoyó su madre con
una sonrisa.
Era un niño muy pizpireta al que le encantaba soñar. Siempre quería ser
como los personajes de las películas que veía y era feliz viviendo de sus sueños,
incluso le hacían llamarle Simba por el Rey León.
No había nada mejor como la inocencia infantil, y Enoch, era un infante de
lo más inocente con un corazón de oro, que aun siendo tan pequeño, comprendía
muy bien de qué iba la vida.
Mientras pasaban por callejones cada vez más oscuros, Enoch escuchó un
ruido y de inmediato se soltó de sus padres.
—¡Enoch, ven aquí! No puedes ir solo por aquí —gritó Estefanía alarmada y
junto a Carlos, corrieron hasta su posición.
En el fondo del callejón, Enoch estaba agachado mirando algo con inquietud.
Estefanía se acercó con paso temeroso y escuchó lo que había atraído a su hijo.
En un cesto de mimbre de un tamaño considerable, tapada con una mantita
blanca algo llena de roña, se escondía un pequeño bebé.
—Carlos… —gimió la mujer.
Carlos apartó con cuidado a su hijo y cogió a la pequeña entre sus firmes
brazos. Tenía los ojos más verdes que jamás había visto y su pelo era castaño
oscuro. La acarició con sus manos y la pequeña, que no dejaba de llorar, pareció
tranquilizarse un poco con la caricia.
No parecía tener más de dos semanas y a Estefanía se le encogió el corazón
con la escena.
¿Cómo alguien era capaz de abandonar a un hijo a su suerte? ¿Qué habría
pasado si ellos no la hubieran encontrado? Era tan pequeña, que a pesar de que la
temperatura era elevada, podría haber muerto de inanición o deshidratada.
—Hay que llamar a la policía, Estefanía —urgió Carlos.
—Primero hay que llevarla a un hospital. No sabemos cuánto tiempo llevará
aquí. Debe verla un médico.
Le arrebató la pequeña a su marido y la cogió con toda la dulzura que solo
una madre podía tener con un bebé. Le recordó a cuando Enoch era así de
pequeño, tan frágil. Un muñequito al que había que cuidar sin descanso día y
noche.
A pesar de ser algo cansado, y que cuando ella tuvo a Enoch las cosas no le
iban demasiado bien, jamás se le hubía pasado por la cabeza hacer lo que le
habían hecho a esa beldad de bebé.
Con sus ojos verde jade la pequeña encandiló a la pareja, pero no solo a
ellos.
Mientras iban en el coche de camino al hospital, el pequeño Enoch fue
incapaz de dejar de mirarla. Estefanía se sorprendió del cuidado que su hijo
ponía en las caricias a la pequeña. La miraba con devoción y adoración y durante
el largo rato que estuvieron en el hospital, Enoch no dejó de repetir que esa era
su hermanita.
Carlos y Estefanía se miraron con tristeza y esperaron a que los médicos
salieran con los resultados de la pequeña. La policía pronto llegaría y entonces
comenzaría a decidirse el destino de la pequeña.
Capítulo 1


E noch se quedó dormido en los brazos de su madre. La espera se estaba


convirtiendo en algo eterno. La policía hacía unas horas que llegó y tomó
declaración a la pareja. Una patrulla fue al lugar dónde la encontraron y se
llevaron el cesto como prueba para investigar posibles huellas de la persona que
osó abandonar a la pequeña.
En realidad, ya no hacía falta que se quedaran, pero tanto Carlos como
Estefanía, sentían la necesidad de hacerlo. Querían comprobar que la pequeña
estuviera bien, sino, no podrían dormir tranquilos.
—No puedo creer que haya gente tan desalmada. —Se abrazó a Carlos
intentando no molestar a un dormido Enoch, y su marido la abrazó con dulzura,
besando su frente para después soltar un suspiro.
Carlos y Estefanía tenían cada uno veintinueve años. Eran una joven pareja
que llevaba casada la friolera de nueve años. Se conocieron muy jóvenes y
pronto dieron el paso de seguir adelante en su relación. Habían vivido casi en la
pobreza. Durante muchos años apenas tuvieron para vivir y gracias a los padres
de Estefanía salieron adelante sin más contratiempos, hasta que al fin, Carlos
encontró trabajo de lo suyo, electricista en una gran empresa gracias a unas
oposiciones, y Estefanía, como profesora de primaria en un colegio de la ciudad
después de conseguir al fin sacar la carrera.
Cuando se quedó embarazada, prácticamente ya tenían sus vidas bien
encaminadas y Enoch había tenido todo lo que cualquier niño debía tener; amor,
una familia y cariño. Vivían en una casa a las afueras de Barcelona, en una
pequeña ciudad rodeada de playas, Badalona, en un piso de unos ochenta metros
cuadrados.
Tenían todo lo que podían desear y se sentían orgullosos de ellos mismos. Lo
suyo les había costado, pero nunca se dieron por vencidos, por eso, la situación
que se les presentaba en ese instante; un bebé abandonado en plena calle en un
barrio tan peligroso y lleno de delincuencia como el Raval, los dejaba en ese
estado de pesadumbre.
Esa pequeña merecía una buena vida.
Cuando Carlos iba a hablar, el doctor de urgencias del hospital que les
atendió salió con la pequeña en brazos. Estaba dormidita y hacía unos ruidos
muy tiernos.
Enoch se despertó de inmediato. Se desperezó y se acercó al doctor el
primero de todos.
—¿Etá guena mi hermanita, dotor? —preguntó con su dulce voz.
El doctor miró al pequeño Enoch sonriente y se agachó con la pequeña en
brazos, sosteniéndola con fuerza.
—Está perfecta, pequeño. Es una luchadora.
Carlos y Estefanía suspiraron, quitándose un gran peso de encima.
El doctor se incorporó de nuevo y dirigió sus palabras a ellos.
—La pequeña estaba un poco desnutrida. Le hemos aplicado suero por vía
intravenosa y ha reaccionado bien. Está un poco débil, al parecer, llevaba varios
días sin alimento. —Chasqueó la lengua con desagrado. Al doctor se le pasaban
muchos insultos por la cabeza dirigidos a quién había abandonado a la pequeña
—. Debería pasar la noche en un lugar donde poderla cuidar. Sé que ustedes la
encontraron, pero he hablado con los policías que llevan el caso y en un orfanato
no tienen los medios para hacerse cargo de la pequeña. Es demasiado pequeña y
allí suele haber muchos niños que puedan empeorar su estado. Necesita un lugar
tranquilo en el que recuperar fuerzas.
—¿Qué quiere decir, doctor? —preguntó Carlos deduciendo por dónde iban
los tiros.
—Hemos pensado, si no les importa, que ustedes podrían quedársela unas
noches hasta que mejore, mientras tanto, iremos preparando todos los trámites
burocráticos para poderse llevar a cabo la adopción en caso de no dar con la
madre biológica —explicó el médico.
Carlos y Estefanía se miraron y asintieron el uno para el otro.
—De acuerdo, doctor. Nos la llevaremos un par de noches y la cuidaremos lo
mejor que sabemos.
Por suerte ambos estaban de vacaciones y la pequeña podía gozar de todas
las atenciones que necesitara. Debido a su estado, estarían pendientes de ella las
veinticuatro horas del día.
—¡Yupi! Se viene con nosotos —rio el pequeño Enoch, que aunque muchas
de las palabras que dijo el médico no las entendió, sí que supo que su hermanita
iría con ellos.
Tras darle el alta y unas cuantas directrices para su cuidado, la familia Martín
Céspedes volvió a casa en coche con la pequeña en brazos.
—Creo que deberíamos ponerle un nombre. No me gusta llamarla bebé o
pequeña —murmuró Estefanía por el camino.
—Cariño, si le pones un nombre te encariñarás con ella, y en unos días no la
volveremos a ver…
—¿Po qué? No, papi. Es mi hermanita. Ze queda en casa para siempre —
rebatió el pequeño frunciendo el ceño. Se marcaba en su cejo una profunda
arruguita que lo hacía mayor.
Carlos y Estefanía se miraron y miraron a Enoch. La pequeña acababa de
despertar. Estefanía la llevaba en sus brazos y Enoch la cogía de la manita. Los
dos se miraban a los ojos y se notaba que el pequeño estaba embrujado por esos
ojos verdes. La pequeña le sonreía y gorgojeó risueña con las caricias de Enoch,
el cual también rio.
—En vaya lío nos estamos metiendo, Estefi… —suspiró Carlos.

Al llegar a casa ya era casi la hora en que el cielo despertaba y el sol salía
vaticinando un nuevo y caluroso día.
Carlos rescató del trastero comunitario del edificio todas las cosas de cuando
Enoch era bebé y acomodaron a la pequeña en una cuna.
—Sigo creyendo que debería tener un nombre —murmuró Estefanía
mientras le daba el biberón con la ayuda de Enoch—. ¿Tú que nombre le
pondrías, Enoch?
—Nala, como la del Rey León, así yo podría cambiarme el nombe y ser
Simba —dijo con la seguridad característica de un niño que cree que está
diciendo algo verdaderamente importante.
Estefanía rio ante la ocurrencia y oyó como Carlos también lo hacía mientras
terminaba con el montaje de la cuna. En cuanto abrieran las tiendas deberían ir a
por pañales. Suerte que en el hospital les dieron unos cuantos, al igual que el
alimento que la pequeña necesitaría durante los próximos días.
—Nala es nombre para un perrito, cariño. ¿Qué te parece Dafne? —sugirió.
Enoch puso morros y se quedó pensativo. Estefanía llevaba rato pensando en
el nombre. Le encantaban los nombres con motivo y cientos de veces se pasaba
horas frente a enciclopedias, mirando sus significados.
El nombre Dafne provenía de la ninfa hija del río Peneo. En la mitología
griega se decía que dicha ninfa fue acosada por los deseos hacia ella del Dios
Apolo, y su padre para defenderla, la convirtió en laurel para que pasara
desapercibida para el Dios. No encontraba un mejor simbolismo para un nombre
que ese, además, le encantaba.
—Me gusta más Nala… —se cruzó de brazos.
Estefanía lo ignoró y se dirigió a su marido.
—¿Qué te parece, cariño? ¿Te gusta Dafne?
—Es precioso, pero Estefi…
—Sí, lo sé… —lo cortó antes de que le dijera que pronto la pequeña Dafne
ya no estaría con ellos.
Estefanía, aun sin haber decidido su nombre, ya se había encariñado con la
pequeña. Lo cierto era que no quería deshacerse de ella. Se le antojaba difícil y
eso que solo hacía dos horas que la tenía en su casa y entre sus brazos,
cuidándola casi como si fuera suya.
El día en que tuviera que dejarla en una casa de acogida sabía que se le
partiría el corazón. Quería quedársela, pero Enoch era todavía muy pequeño y no
sabía cómo se tomaría que un bebé recibiera más atenciones que él. Los celos en
los niños a veces conllevaban desgracias y no quería que por ello, a su querido
hijo le pasara algo de lo que luego podría arrepentirse.
Quizá a la pequeña Dafne le esperaba una amorosa familia que le daría el
cariño que se merecía, pero todas esas ideas se marchaban de su cabeza al
observar a su hijo.
¿Celos? Lo dudaba… La miraba con una devoción que jamás había visto en
él. Bostezaba cansado por la dura noche, pero aun así, no la perdía de vista y
hasta que Estefanía no la durmió después de que comiera, Enoch no quiso
marcharse a su habitación a descansar.
La cuna ya estaba montada y preparada en el cuarto de la pareja. Tumbaron a
la pequeña, y tras la larga noche, decidieron descansar unas horas.
Carlos abrazó a su mujer y dejó que apoyara la cabeza contra su pecho
desnudo.
—¿Por qué no la adoptamos? —preguntó Estefanía. Llevaba dándole vueltas
al tema prácticamente desde que la encontraron en la calle.
No era un capricho, era una atracción irrevocable. El destino les condujo
hasta la pequeña y no podían dejarla fuera de sus vidas como había hecho su
madre, después de preocuparse por ella como si fueran sus verdaderos padres.
—Cariño…
—Escúchame antes de rebatir mis palabras —lo frenó tapándole la boca con
la palma de su mano—. Enoch la adora. ¡Dice que es su hermana y solo hace
unas horas que la conoce! ¿Has visto cómo la mira? —Carlos asintió—. Siempre
hemos querido tener más hijos…
—Pero ahora no es el momento. Enoch tiene tres años. Es pronto…
—Lo sé. Pero la vida ha puesto a la pequeña Dafne en nuestro camino. ¿No
crees que merezca una familia que la quiera? —miró a su marido a los ojos,
poniendo esa carita de pena que tan bien se le daba y que le ayudaba a
convencerlo cuando debían tomar decisiones.
Esa vez no era tan sencillo, pero en realidad, él también le estaba cogiendo
cariño a esa pequeña. Fue el primero que la cogió, el primero que se prendó de
esos ojos verdes tan diferentes a los de toda la familia y de esa piel olivácea que
la acompañaba junto a su castaño pelo.
Era una preciosidad. Podría convertirse en la niña de sus ojos.
—Si nos la quedáramos, ¿conocería la verdad? ¿Y sí su madre la busca? —
preguntó. Estefanía sonrió sabiéndose ganadora de la batalla. Su marido estaba
aceptando la propuesta, sin embargo, las dudas lo atolondraban.
—No lo sé, todo depende de cuál sea la verdad. ¿No se trata de darle una
vida mejor? —Carlos asintió—. No creo que debamos preocuparnos por eso en
estos momentos, solo de cuidarla, verla crecer y darle una buena vida. Y si su
madre la busca… bueno, ya encontraríamos la solución. Es culpable de
abandonarla, no se merece a una hija.
—A veces pienso que eres demasiado bondadosa. —Volvió a besarla, pero
esa vez en los labios.
Cada día que pasaba su amor era más fuerte. Era un ejemplo a seguir. Una
pareja llena de amor que se quería, se comprendía y se admiraban mutuamente.
Carlos era un hombre fuerte capaz de salir de cualquier pozo profundo sin
ninguna cuerda a la que atarse, y Estefanía era la voz de la esperanza, la que
alegraba los días tristes con su sonrisa y ayudaba a cualquiera de forma
desinteresada.
—Mañana hablaremos con la policía. Debemos hacer esto de forma legal —
declaró Carlos tras unos minutos.
—Enoch se va a poner muy contento. ¡Ya la adora! —sonrió su mujer—. Te
amo, cariño.
—Yo también te amo, Estefanía. Espero que estemos tomando la decisión
correcta.

Enoch fue el primero en despertar. Desde que se echó a dormir, agotado por
la larga noche, no dejó de pensar en la pequeña que no se quitaba de la cabeza.
Se levantó de su cama en silencio y se marchó hasta la habitación de sus
padres, que dormían de forma apacible, abrazados el uno contra el otro sin dejar
un hueco por cubrir.
Se acercó silencioso hasta la pequeña cuna de color marrón situada a un lado
de la habitación, en el lado donde dormía su madre, y poniéndose de puntillas se
asomó para ver como la pequeña Dafne hacía gorgoritos con la garganta.
Estaba despierta.
—Hola Nala. Yo soy tu hermanito y voy a potegerte siempre —le sonrió con
su preciosa carita de niño bueno. Sus ojos castaños brillaban de emoción y
cuando sonreía era idéntico a su padre—. Mamá dice que te llamas Dafne, pero a
mi me guta más Nala. Como la del Rey León, azí que tu pedes llamarme Simba.
Cuando sepas hablar, caro…
Carlos se despertó al escuchar a su hijo hablar y se quedó observando cómo
le hablaba a la pequeña con una sonrisa enorme en su rostro.
—Yo quiedo que te quedes, pero no sé qué dirán papi y mami. Yo quiero ser
tu hermanito para siempre. Jugar contigo, haserte reír. ¿Me dejarás? —La
pequeña soltó una risita que encandiló a Enoch, como si le estuviera
respondiendo y el pequeño no pudo más que reír con ella—. Eres muy bonita,
Nala.
Carlos despertó con suavidad a Estefanía, y juntos, se pusieron a observar el
espectáculo.
Enoch seguía hablando con Dafne. Le contaba a lo que jugarían cuando papá
y mamá se despertaran y la cogía de la manita a través de los barrotes de la cuna.
Dafne se la apretaba con fuerza y en una ocasión se llevó un dedo de Enoch a la
boca como si fuera un chupete, haciendo estallar al niño en carcajadas.
—¡Me ases cosquillas! —rio.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Estefanía con una sonrisa, colocándose al
lado de su hijo y la pequeña.
—Nala me está chupando el dedo —siguió riendo el pequeño.
—Eso es por que tiene hambre. ¿Me ayudas a darle el biberón?
—¡Síííí! —gritó emocionado y salió al salón a esperar a su madre.
Mientras Estefanía le daba de comer a la pequeña, Carlos comenzó a hacer
las llamadas pertinentes para llevar a cabo la adopción.
El primer paso era ponerse en contacto con el policía que llevaba el caso. Por
suerte, al haberse quedado ellos con la niña durante toda la noche, tenía el
contacto a mano y le cogió el teléfono al instante.
Lo encontró con voz adormecida, pero aun así el agente respondió de
inmediato y se comportó con amabilidad durante toda la conversación.
—Señor Martín, es un placer hablar con usted —contestó el agente cuando
Carlos se identificó.
—Me preguntaba si ya han comenzado con los trámites para poder adoptar a
Dafne, digo, la pequeña —espetó.
—Mi equipo está trabajando en ello, no creo que tardemos demasiado en
tenerlo todo listo. ¿Hay algún problema?
—En absoluto. Simplemente quería hacerle una petición personal.
—Le escucho.
Carlos tomó aire y se preparó para hacer la petición.
Había sido fácil que su mujer lo convenciera, no obstante, sabía que la
cuestión de las adopciones no era tan sencilla como parecía. Normalmente se
llevaban a cabo estudios sobre la nueva familia y había largas listas de espera
para gente que quería adoptar. Muchos de ellos, incapaces de tener hijos por los
medios convencionales.
Le sabía un poco mal quitarle esa oportunidad de tener un bebé de tan solo
dos semanas a otra persona, pero la realidad era, que ya casi se sentía padre de la
pequeña Dafne. Había sido amor a primera vista, y si le decían que no podía,
tanto su mujer como él se llevarían un tremendo chasco.
—Mi mujer y yo hemos estado hablando de la posibilidad de adoptar a la
pequeña. Nos hemos enamorado de ella, y al tenerla aquí, el cariño crece cada
vez más deprisa.
Se hizo un silencio al otro lado de la línea. El policía no se esperaba cómo se
estaba desarrollando la situación.
—Déjeme que haga unas cuantas llamadas, señor Martín. No le puedo
asegurar que os den la adopción de la pequeña, sin embargo, ayer me fijé en
cómo la miraban y creo que ustedes serían una elección brillante.
—Se lo agradezco, señor agente. No sabe cuánto.
Al colgar la llamada los nervios no desaparecieron. El agente haría todo lo
posible para que ellos fueran los elegidos, pero por el momento, no podían
cantar victoria.
Dafne estaba en brazos de Estefanía, que la tenía apoyada contra su hombro
para que eructara. Enoch, al escuchar la ventosidad de la pequeña, soltó una
carcajada y Carlos rezó internamente para que le concedieran la adopción.
Enoch siempre fue un niño feliz. Desde que nació, se convirtió en la alegría
de la casa, pero con Dafne allí, parecía que esa alegría hubiera ido en aumento.


Pasó una semana hasta que al fin el policía y los servicios sociales se
pusieron en contacto con ellos. Carlos temía que le denegaran la petición, ya no
había forma de deshacerse del cariño que sentía por Dafne.
Su mujer y Enoch se pasaban el día con ella en brazos, jugando, haciéndola
sonreír y gorgojear de forma graciosa. Habían revelado ya dos carretes de fotos
desde que la pequeña llegó y cada día le hacían una nueva sesión junto a Enoch.
Los dos pequeños se lo pasaban bien juntos y Enoch sabía que debía tener
mucho cuidado con su hermana.
Al tercer día de tenerla, la llevaron de nuevo al hospital y había mejorado. El
estado de desnutrición había quedado en el olvido y comenzaba a engordar.
Comía muy bien y apenas lloraba. Solo se despertaba para comer y volver a
dormir, a excepción de cuando Enoch estaba delante y se ponían a juguetear
entre risas que llenaban la casa de un sonido celestial.
—Señor Martín, soy el agente Garrido.
Carlos se acercó a la entrada de su casa al escuchar la voz del agente y le
abrió la puerta con una sonrisa.
Estaba nervioso, y más cuando vio aparecer a la asistente social tras el
policía. Temía que vinieran a llevarse a la pequeña.
Se secó las manos sudorosas en el pantalón y le tendió la mano al policía.
El agente, al entrar en la casa junto a la asistente, hizo un examen visual de la
situación. El lugar estaba muy bien para vivir, todo limpio y aseado y el
ambiente se le antojaba familiar y acogedor. Él no tenía dudas de que aquella
familia sería buena para la pequeña, y más al observar como la mujer se desvivía
por hacerla sonreír junto a su hijo pequeño.
Parecía que ella fuera su madre, y el niño pequeño no dejaba de estar
pendiente de sus movimientos. La cuidaba y vigilaba que no se le fuera la
cabecita, ni se diera golpes. Observó el panorama durante unos minutos y miró a
la asistente.
—Le dije que este es el hogar perfecto para la pequeña. —La asistente
asintió y comenzó a garabatear en los papeles que llevaba encima.
Estefanía cogió a Dafne y a Enoch de la mano y se acercó a los visitantes.
Los invitó a sentarse en el salón, y con rostros serios y nerviosos, escucharon
todo lo que la asistente social les tenía que decir.
—Normalmente no damos bebés tan pequeños a parejas que ya tienen un
hijo y que además pueden seguir teniéndolos —comenzó—. Sin embargo,
durante esta semana la pequeña ha estado aquí como excepción, y observando el
panorama, sería una crueldad llevármela para darla a otra pareja.
Una sonrisa comenzaba a formarse en el rostro de la pareja, pero ninguno se
atrevió a mostrarla por completo. Podía ser que la asistente cambiara de opinión.
Tenían las esperanzas puestas en podérsela quedar, pero primero querían oírlo,
hacerlo oficial y firmar todos los papeles que hiciera falta para hacerlo efectivo.
—¿Entonces…? —preguntó Estefanía ante el silencio de la asistente.
—Entonces, pueden quedarse con la pequeña…
—Dafne, se llama Dafne —sonrió y le acarició la naricita. Dafne sonreía
como si entendiera que se quedaba allí para siempre y le agarró un dedo a su
nueva madre con su pequeña manita.
—No sabe cuánto se lo agradecemos —dijo Carlos emocionado—. Dafne
será la niña de nuestros ojos. ¡Has oído Enoch, Dafne será tu hermanita!
—¡Bieeeeeeeeeeen! —canturreó el pequeño—. ¿Haz visto, Nala? Puedes
quedarte y ver como yo voy a ser El Rey León.
Los adultos rieron ante la ocurrencia del pequeño y comprobaron en sus
propias carnes lo que era el amor desinteresado.
El amor que los niños profesan, es puro, dulce e inconscientemente lo hacen,
sin pedir nada a cambio. El pequeño era feliz con solo saber que tenía una
hermana y cada día iba a demostrar cuanto la quería.
Después de la alegría tocaba la parte tediosa de firmar el papeleo. Dafne se
quedó dormida y la dejaron en la cuna con su guardaespaldas Enoch, mientras
Carlos y Estefanía firmaban su nuevo futuro.
Capítulo 2



3 años después…

Septiembre de 1997

—Vamos niños, al colegio —llamó Estefanía a sus dos hijos.
Un nuevo curso escolar comenzaba y los nervios previos aparecían en los
infantes. Sobre todo en Dafne. Con tres años cumplidos dos meses atrás, iba a
comenzar el colegio. Sería su primera clase; la primera vez en tres años que se
separaba durante mucho tiempo del lado de su madre o de su padre.
Aunque ambos trabajaban, habían hecho cambios de turnos en sus
respectivos trabajos para que o uno u otro cuidara de los niños. A partir de ese
día, cada uno retomaba su verdadero horario, ese en el que coincidían para así
tener la tarde libre para estar con ellos y disfrutar entre risas de las trastadas de
los hermanos.
—No quiedo ir... —lloriqueó la pequeña Dafne haciendo un puchero.
Enoch, hecho todo un hombrecito de seis años, se colocó a su lado y la
reconfortó colocando una mano en su hombro.
—Será divertido, Nala. Allí podrás pasarte todo el día jugando —la animó
con una sonrisa.
Enoch, aun sabiendo que su hermana se llamaba Dafne, siempre la llamaba
como la leona de El Rey León. Nala fue el apodo cariñoso que le puso el día en
que la encontraron, y desde entonces, no había nadie que fuera capaz de decirle
al niño que no se lo dijera. Para él, su hermana era una pequeña leona que había
sobrevivido sola en la calle. Cuanto más crecía el pequeño, más orgulloso estaba
de ella y se le notaba en lo buen hermano que era. Nunca habían tenido malas
palabras, solo algún que otro roce por algún juguete, pero Enoch siempre se
empeñaba en protegerla contra todo y todos.
Se adoraban.
La cogió de la mano antes de entrar al coche que los llevaría hasta el colegio,
y durante todo el camino, mientras Dafne lloraba, Enoch la intentaba hacer reír
con sus juegos de niño.
Estefanía los miraba desde el retrovisor, sonriente. Cada día se sentía más
orgullosa de la decisión tomada con la pequeña. Durante los primeros meses
temieron que la madre apareciera para reclamarla, pero por suerte, no fue así.
Tras tres años en los que ni Carlos ni ella fueron capaces de investigar por miedo
a lo que se encontrarían, lo hicieron.
La verdadera madre de Dafne se llamaba Isabel. Carlos decidió contactar con
el policía que tanto hizo por ellos para preguntar si tras la adopción habían
seguido con el caso. La respuesta del agente fue un sí rotundo y Carlos pidió
algo de información. Tras dejar a los niños en el colegio, Estefanía se reuniría
con su marido en la comisaría de policía. Allí el agente Sergio Garrido les
esperaba con los informes. Ahora que Dafne ya tenía tres años, estaban
preparados para saber qué podrían encontrarse en un futuro y si la pequeña algún
día descubriría la verdad.
La puerta del colegio Arrels Esperanza de Badalona se alzaba delante de los
ojos de la pequeña. El edificio de tantos metros de altura albergaba la educación
infantil, la primaria y hasta la secundaria. Dafne lo conocía de las veces que con
su madre iba a buscar a Enoch, pero ella no quería entrar, prefería quedarse en
casa, jugar con su madre, las muñecas y coches de carreras y pasar las tardes en
el parque junto a su hermano haciendo competiciones.
—Quiedo ir a casa. —Puso un tierno puchero y miró a su madre.
Estefanía se agachó poniéndose a su altura y le dio un tierno beso en la
frente.
—Te lo vas a pasar muy bien, mi niña. Tu hermano estará contigo a la hora
del patio, conocerás a nuevos niños y te olvidarás de que quieres volver a casa.
Ya lo verás. ¡Mira a tu hermano que feliz está!
La pequeña se giró para mirar el rostro sonriente de Enoch que saludaba con
la manita a sus compañeros y retiró el puchero para intentar sonreír. Seguía sin
hacerle demasiada gracia la idea de meterse en un centro con más gente y tener
que pasar allí seis horas sin ver a sus padres, no le convencía, no obstante, tenía
cerca a su hermano. Por supuesto, no irían a la misma clase, pero a la hora del
recreo no dudaba que Enoch se acercara a ella y rieran de las tonterías que juntos
se les ocurrían.
Un poco más animada cogió a Enoch de la mano, le dio un beso a su madre,
y juntos desaparecieron por la puerta del colegio acompañados de la espléndida
sonrisa de Estefanía.
Enoch, como el gran hermano que era, la acompañó hasta la que sería su
clase, en la que el símbolo de un delfín adornaba la puerta de entrada y al entrar,
una treintena de niños, unos más sonrientes que otros, se colocaban tímidos en
los escasos sitios que ya quedaban libres.
—Luego nos vemos, pequeña Nala, y recuerda, El Rey León siempre estará
cerca de ti —le dio un beso en la frente a su hermana y se marchó a su clase un
poco preocupado por cómo estaría.
Era un hermano ejemplar. Jamás tuvo celos, al contrario, se desvivía por ella
y cualquier cosa que hacía la estudiaba para comprobar que no le afectara de
forma negativa. Con solo seis años era muy maduro. Sabía que Dafne no era su
hermana y que ella no debía saberlo, pero para él, lo era. Aunque no fuera de su
propia sangre, sentía algo muy especial por esa niña.
Normalmente los niños, con tres años, apenas recordaban cómo eran, pero
Enoch, recordaba como si hubiera pasado el día anterior el momento en el que
sus ojos y los de Dafne se cruzaron. El bebé que encontró junto a sus padres en
la calle, con ojos verde jade, grandes y llenos de vida, había crecido para
convertirse en una niña sana de tres años que mantenía esa vivaracha mirada y
con un pelo largo castaño oscuro ondulado. Era toda una preciosidad que
enorgullecía a sus padres y su hermano, y que sin duda, cambiaría toda su vida
por completo.

Estefanía aparcó el coche frente a la comisaría. Carlos la esperaba dentro,


junto al agente Garrido en un pequeño despacho de paredes blancas y sin nada
que lo hiciera acogedor. Allí se retenían a criminales, pero ellos iban para una
cuestión totalmente distinta.
Los invitó a sentarse a ambos frente a su mesa y de un cajón sacó una carpeta
llena de papeles.
—Normalmente no damos este tipo de información, pero creo que deben
saber cómo está el asunto de Isabel Reyes. —Carlos asintió convencido de que
ese era el nombre de la madre de Dafne.
Habían discutido mucho sobre si investigar o no, pero el tiempo pasaba
demasiado deprisa y Dafne crecía tan rápido como su pequeño Enoch. Los años
pasarían y sabían que el mundo estaba lleno de complicaciones. No podían
quedarse sentados a esperar sobre qué podría pasar sin estar informados desde un
principio, así que tras meditarlo durante horas, decidieron conocer más sobre la
mujer que abandonó a la niña de sus ojos. Lo necesitaban, tanto por ellos
mismos, como por la pequeña.
—Dígame, señor Garrido, la tal Isabel, ¿sigue por aquí?
—Durante una larga temporada, no —contestó el agente.
No hizo falta que ninguno de los dos preguntara a qué se refería. El policía
contestó de inmediato.
—Lleva dos años en la cárcel. Cuando ustedes adoptaron a la pequeña Dafne
nosotros continuamos con la investigación y logramos hallarla en un local de
alterne de la ciudad —explicó.
—¿Quiere decir que era prostituta?
—Exacto, y politoxicómana. Al dar con ella hicimos las pruebas de ADN
correspondientes y la denunciamos por intento de homicidio y abandono de un
menor y a los pocos meses ingresó en prisión.
—¿Para cuántos años?
Por desgracia, las leyes de España eran demasiado benevolentes con algunos
delincuentes. Estefanía temía que en cualquier momento esa mujer saliera y
quisiera dar con su abandonada hija.
Era un asunto peliagudo para el que debían estar preparados.
—La pena máxima para estos casos es de dos a cuatro años. Ha cumplido la
mitad, y sintiéndolo mucho, no les puedo asegurar que la vaya a cumplir
completa —explicó con pesadumbre—. Su abogado de oficio sigue intentando
sacarla, por suerte, no puede costearse uno mejor, pero su grado de adicción a las
drogas la catalogan como enferma mental, y eso, en distintas ocasiones provoca
que la pena descienda. Sin embargo, si en algún momento sale, irá directa a un
centro de desintoxicación y bajo ningún concepto puede acercarse a vuestra hija.
Tiene impuesta una orden de alejamiento. Ella no es nadie para vuestra pequeña
y les aseguro que no puede interceder.
Tanto Carlos como Estefanía soltaron todo el aire que habían retenido. En el
peor de los casos, si Isabel salía, acabaría en un centro de desintoxicación y lo
que les daba esperanza, era saber que no podría acercarse a su pequeña. No
obstante el policía no les podía asegurar que buscara alguna forma de llegar
hasta ella. Por otro lado, si fue capaz de abandonarla, quizá tampoco querría
saber nada de ella. Eso solo el tiempo podría decirlo. Por ahora, debían tomar
ciertas decisiones para el futuro de la pequeña.
Salieron de comisaría cogidos de la mano, pensando en todo lo que acababan
de descubrir. Al fin y al cabo podrían considerarse buenas noticias. Durante un
tiempo, la que trajo al mundo a la pequeña, se mantendría lejos, e incluso quizá,
nunca volvería.
—¿Crees que cuando crezca se lo diremos? —preguntó Estefanía mientras
conducía de camino a casa. Habían pedido ambos el día libre para hacer
gestiones y tenían todo el día para pensar.
Carlos se quedó durante unos segundos absorto, pensando en los beneficios
que podrían conllevarle a la pequeña, pero no encontró ninguno.
—Creo que no. Será más feliz… No quiero que cuando se haga mayor piense
en una madre que no la quiso, que se drogaba y prostituía y que la abandonó a su
suerte en plena calle.
—Tienes razón… pero temo que algún día pregunte o que a Enoch se le
escape. No creí que esto fuera a ser tan difícil —suspiró.
—No es difícil, cariño. Simplemente es la cruda realidad. Dafne es adoptada,
pero no tiene por qué saberlo. No merece conocer una verdad que lo único que le
ocasionará son más daños. Dejemos que el tiempo pase, que crezca y viva su
vida junto a nosotros. Tú y yo somos sus padres —declaró. Estefanía paró el
coche en el parking del edificio y miró a su marido—. Padre no es aquel que te
trae al mundo, Estefanía. Sabes que mis padres nunca se comportaron como tal
conmigo. Mis verdaderos padres fueron mis abuelos, y para Dafne, lo somos
nosotros aunque no la hayas gestado en tu vientre durante nueve meses.
Carlos tenía razón. Él lo sabía mejor que nadie. Sus padres lo dejaban
siempre a cargo de sus abuelos y ellos no hacían más que desentenderse de sus
cuidados. Si no hubiera sido por sus ya fallecidos abuelos, él no conocería lo que
era el cariño de unos padres.
Ellos le dieron el cariño que sus padres no querían darle, lo castigaron
cuando hizo falta y lo educaron para convertirlo en el gran hombre en que se
había transformado. Un hombre que Estefanía admiraba, por su entereza, su
fortaleza y su buena voluntad en todo momento.
Cada día que pasaba estaba más enamorada de él y no veía un futuro en el
que no lo tuviera cerca. Junto a su pequeño Enoch y Dafne eran una familia
completa, llena de amor y cariño. No había nada que juntos no pudieran superar,
y se encontraran con lo que se encontrasen, estarían dispuestos a superarlo.
Les quedaba mucha vida por delante, muchos buenos y malos momentos.
Solamente debían gestionarlos de la manera más coherente, saltar los obstáculos,
e incluso, destruirlos.

Parecía que el botón de adelantar estuviera puesto en sus vidas. Los días
pasaban, los meses y los años también. Los dos pequeños crecían a una
velocidad vertiginosa. Tres años después de su primer día de colegio, Dafne
estaba a punto de comenzar la primaria y su hermano a punto de empezar cuarto.
Todavía les quedaban unos cuantos días de vacaciones y la familia pasaba un
caluroso día en la playa de Montgat.
—¡Mami, Enoch no para! —se quejó Dafne cansada de que su hermano le
metiera tierra por el bañador.
Con los años seguían siendo inseparables, pero Enoch ya tenía nueve años y
era un poco más travieso. Dafne tampoco se quedaba corta en travesuras, era una
niña muy movida que no paraba quieta, y a veces, era Enoch quien conseguía
calmarla, pero cuando al pequeño moreno de ojos castaños le daba por molestar,
era un demonio capaz de sacar de quicio a cualquiera. Seguía teniendo adoración
por su hermana, pero también le encantaba verla enfurruñada. Se le ponía una
tierna arruguita en el entrecejo, se cruzaba de brazos y ponía morros que daban
ganas de acariciar con los dedos.
—¡Enoch, estate quieto! —murmuró Estefanía escondiendo una carcajada.
Era tan divertido verlos jugar y pelear que no se cansaba.
Eran dos enanos que acaban con las energías de su marido y ella, pero no
cambiaría sus peleas tontas por nada. Después, cuando llegaran a casa, volverían
a ser los hermanos amorosos que se pasaban parte del día abrazados y viendo
películas en el salón.
Lo compartían todo, Enoch siempre se encargaba de que a Dafne no le
faltara de nada.
Los últimos dos años, Carlos y Estefanía habían estado escondiendo sus
miedos más profundos. Una noche de invierno en la que una tormenta cubría las
calles de lluvia y un frío casi tenebroso, el agente Garrido se puso en contacto
con ellos para decirles que Isabel había salido del centro de desintoxicación en el
que ingresó tras salir de la cárcel unos meses antes de que se cumpliera su
condena. Durante los días siguientes, tenían miedo de que apareciera, pero Isabel
no conocía nada de la nueva familia en la que estaba su hija y no había forma de
que diera con ellos. No tenía medios para hacerlo, y al parecer, tampoco ganas.
Comenzaron a calmarse pasados un par de meses. No había habido nada
extraño y sus miedos remitieron poco a poco. Consiguieron seguir disfrutando de
sus hijos y volvieron a la normalidad. Después del colegio, todos los días iban al
parque y la pareja disfrutaba de la alegría de sus hijos mientras comentaban a la
velocidad que crecían.
Parecía que solo hubieran pasado días desde que Enoch nació del vientre de
Estefanía y horas desde que Dafne apareció para alegrar todavía más sus vidas.
Ser padres era algo que la pareja siempre quiso, y el camino que se le presentó
ante sus ojos, brillaba como la luz del sol en ese estupendo día de playa del
último mes de verano.
—Venga, Nala, no te enfades —sonrió el pequeño de forma socarrona.
Dafne correteó en su dirección y Enoch se marchó corriendo a la playa para
escapar de los ataques de su hermana.
—¡Cuidado! —gritó Carlos cuando se metían en el agua.
Los dos trastos estaban en la orilla. Dafne cogía la tierra mojada y se la tiraba
a su hermano con fuerza mientras este reía con descontrol mojándola con la fría
agua. Ella chillaba y reía a partes iguales y al final, los dos, acabaron
zambullidos en el agua, empapados y haciéndose ahogadillas hasta que Carlos
los paró para marchar de vuelta a casa.
Capítulo 3


E l tiempo pasaba y con ello aquellos dos niños dejaron de serlo más rápido de
lo que debían.
—Vamos Dafne, papá y mamá nos esperan —ordenó Enoch por enésima
vez.
Dafne soltó un fuerte resoplido y gruñó por lo bajo mirando a su mejor
amiga, Sara, que le quitó el cigarrillo de las manos antes de que su hermano la
pillara.
Desde que entró en el instituto, su hermano de dieciocho años, no la dejaba
tranquila. Lo que de niños era un amor tan puro que era difícil de describir, ahora
que Dafne ya tenía quince y estaba en plena edad del pavo, se había convertido
en un profundo odio por su hermano mayor.
El instituto era un periodo crítico para el ser humano, y Dafne, no se libró de
lo que conllevaba ser una adolescente. Sus padres siempre le echaban en cara
que su hermano había sido un chico modelo cuando entró en el instituto, nunca
daba problemas, estudiaba día y noche y sacaba las mejores notas de su clase
aun saliendo de fiesta de vez en cuando con sus amigos. Era un empollón, pero
no de esos que pasaban desapercibidos en las clases, o aquellos que los crueles
adolescentes insultaban por ser unos marginados. Enoch era popular, de lo más
popular del instituto y tras haberlo abandonado después de sacarse la titulación
de la E.S.O para hacer el bachillerato, aún seguía siéndolo y por los pasillos que
Dafne pisaba casi todos los días, alguien le recordaba lo bueno que era su
hermano.
—Tira tú, macho. ¡Conozco el camino! —le respondió con rebeldía.
Enoch chasqueó los dientes frustrado y desapareció de la vista de su
hermana.
Sara miró a Dafne y parecía enfadada. A veces tenía la sensación de que era
demasiado cruel con Enoch y ella, como buena amiga, no tenía reparos en
decírselo.
—Te pasas un montón con él, Daf.
—Es un pesado. ¡Es peor que mis padres! Está todo el día detrás de mí, me
sigue como un maldito acosador y no me deja hacer mi vida. —Volvió a
arrebatarle el cigarrillo a su amiga y le dio una calada.
Enoch sabía que fumaba, pero no lo aprobaba. Él era el chico perfecto, el
hermano que quería ser profesor de gimnasia y entrenador personal, y que por
supuesto, era completamente sano. Sin embargo, Dafne sabía que se metía sus
buenas fiestas. Lo había visto llegar medio contento en muchas ocasiones, pero
era especialista en fingir delante de sus padres, poniendo buena cara y como
siempre, haciéndola quedar a ella como la chica rebelde incapaz de mostrar un
mínimo de responsabilidad.
Él sacaba buenas notas, ella no. Y no era por que fuese idiota, sino porque no
le daba la gana ponerse a estudiar. Prefería salir por ahí con los amigos, pasarse
el día callejeando por Badalona y pasear en las tardes por la playa con su novio,
Adrián. Hacía dos meses que salían y estaba emocionada con la idea de tenerlo
cerca, pero siempre, llegaba su hermano para fastidiar y hacerla volver a casa.
Aparecía allá dónde fuera, ordenando, exigiendo y con cara de amargado.
¡Lo odiaba!
—Será un pesado, pero tu hermano está buenísimo —declaró la pelirroja
Sara soltando una carcajada.
Iba a contestar que eso era mentira, pero por desgracia, tenía toda la razón
del mundo. Enoch se había convertido en un hombre atractivo, de esos a los que
a las adolescentes como ella les gusta pegar en sus carpetas. Era alto, cabello
corto castaño y ojos del mismo color, con un cuerpo que comenzaba a estar cada
vez más atlético. Desde pequeño hacía ejercicio y quería convertir esa pasión en
su profesión, pero él no era el único que había cambiado.
Dafne también había crecido, ya no quedaba ni rastro de la niña que era. Su
cuerpo de mujer comenzó a florecer a los trece años y cada día estaba más
guapa. Era una chica llamativa en la que los chicos de su edad se fijaban, e
incluso algunos más mayores.
—¡Me voy! Luego te llamo. A ver si consigo escaparme esta noche un rato y
nos vemos en la playa. —Le dio dos besos a su mejor amiga y le dio la última
calada al cigarrillo antes de tirarlo.
El camino hasta su casa apenas era de cinco minutos. Abrió un chicle de
menta y se lo metió en la boca para que sus padres no olieran el tabaco. En la
puerta del edificio, Enoch la esperaba cruzado de brazos.
Soltó un suspiro.
—Te he dicho que venía en cinco minutos, no hace falta que me persigas.
—Has fumado —contestó ignorando su queja y frunciendo el ceño.
Se ponía de lo más atractivo cuando se enfadaba, pero para Dafne era odioso.
Enoch era para ella como un grano en el culo, feo y doloroso.
Entró en casa sin dirigirle la palabra y Estefanía y Carlos la esperaban
sentados frente a la mesa del comedor con rostros serios.
¡Oh, oh! Eso significaba otra interminable charla.
—Dafne, ven aquí —ordenó su padre.
Separó la silla con gesto cansado y se sentó cruzada de brazos. Le esperaba
otra charla sobre responsabilidad que le entraría por un oído y le saldría por el
otro. No tenía ganas de escucharlos.
¿Por qué todos se ponían en su contra?
—Nos han llamado del instituto. Llevas dos días sin ir. ¿Se puede saber
dónde te metes? —preguntó Estefanía con seriedad.
«Mierda. ¡Pillada!» pensó.
Enoch observaba la escena sentado en el sofá, disimulando ver la televisión.
Él sabía a la perfección dónde se metía su hermana. Con su maldito novio.
—Una amiga estaba mala y me quedé con ella en casa —se inventó
agachando la cabeza para no enfrentar sus miradas.
—No te lo crees ni tú, hija mía —respondió su padre. Carlos intentaba
contenerse, pero estaba muy cabreado. Ni él ni su mujer sabían qué hacer para
encaminar a Dafne. Desde que entró en el instituto la cosa iba de mal en peor y
no solo eran sus notas lo que les preocupaba.
Las compañías con las que iba no eran de fiar. La mitad de su grupo era un
par de años mayor que ella y no eran precisamente chicos brillantes. Algunos ni
siquiera habían terminado sus estudios y otros habían repetido tantas veces que
seguro que el día que aprobaran ya tendrían hasta canas. Enoch también iba con
ellos, pero no se dejaba influenciar.
—Vale, no he ido. Pero joder…
—Esa boquita —la riñó su madre—. Me da igual lo que digas. No debes
saltarte las clases. Te queda un año para sacarte el graduado y no puedes repetir
por vaguear. Tú hermano…
—¡Deja a mi hermano aparte! —gritó—. Siempre lo mismo. Ya sé que él es
el hijo perfecto, no hace falta que me lo repitas.
—¡Nadie a dicho que sea perfecto!
—Siempre me echas en cara lo bien que hace él las cosas y lo mal que yo las
hago. ¡Estoy harta!
Se levantó de la silla y dio un fuerte golpe en la mesa antes de encerrarse en
su habitación.
Estefanía suspiró y Carlos la consoló colocando su brazo alrededor.
Su hija estaba creciendo muy deprisa. Con Enoch todo había sido sencillo. Él
fue responsable desde pequeño y supo ver las cosas con una madurez extraña en
un chico de su edad. Nunca le faltaron amigos, tuvo una infancia y adolescencia
feliz junto a su hermana, pero cuando esta entró en el instituto las cosas
comenzaron a torcerse.
Dafne fue diferente. Cambió. Pasó de ser una niña dulce, risueña y cariñosa,
a una adolescente irascible, con cambios de humor bruscos y que no hacia caso
de nadie. Se alejó de Enoch y su relación se había enfriado hasta el punto de no
soportarse. Él intentaba acercarse, pero no era fácil. Su adolescente hermana lo
apartaba de malos modos y comenzaba a cansarse.
—No te preocupes, mamá, es la edad —la abrazó Enoch.
Estefanía parecía que envejecía con cada discusión con su hija. Los años
habían pasado, pero seguía siendo una mujer preciosa, con el pelo castaño del
mismo color de su hijo y una tez perfecta. A su padre se le notaba un poco más
la edad. Su pelo ya comenzaba a verse blanco por las canas y trabajar como
electricista era cansado y agotador. Sus huesos ya no eran los de antes, pero
sacaba las fuerzas para salir adelante y no se rendía. A él le afectaba mucho la
situación con Dafne, pero se mantenía fuerte para ayuda a Estefanía, quien lo
sufría de forma más visible.
—Tú no eras así con quince años. Ni siquiera creo que hayas pasado por la
edad del pavo —respondió con ojos brillantes.
—Tienes razón, pero no creo que debas recordárselo a cada segundo. Así lo
empeoras. —Se encogió de hombros. Lo dijo con suavidad, pero su madre no se
lo tomó demasiado bien, no obstante, debía darle la razón.
Machacaban demasiado a Dafne con su actitud y le reprochaban sus actos.
Los tiempos habían cambiado y los adolescentes también. Aunque solo se
llevaran tres años, Enoch tenía una personalidad más fuerte que la de Dafne. Ella
se había dejado llevar mucho por las influencias, y con tal de ser el centro de
atención de los chicos, se había convertido en una rebelde sin causa. Podría
decirse que no tenía una personalidad propia, aún no se había encontrado a sí
misma.
—Tengo miedo de en lo que pueda convertirse —admitió.
Enoch se sentó junto a sus padres en la mesa y miró a su madre mientras su
padre hablaba.
—¿Piensas que puede acabar como, como su madre? —murmuró bajando el
tono de voz en la última palabra. Podía ser que estuviera escuchando.
—Sí —volvió a admitir—. Puede que tenga su carácter y yo no sé cómo
domarla.
—Quizá no tienes que domarla, solo comprenderla —añadió Enoch.
Sí, pero no sería fácil. Se dejaba llevar demasiado por sus amigos, sin hacer
caso a su familia y ella misma debía ser quién se diera cuenta de lo que estaba
haciendo.
Enoch intentaba por todos los medios redirigirla. Dafne era su mayor
preocupación. A sus quince años se había transformado en una chica muy
atractiva, con curvas. Tenía cuerpo de mujer y atraía a los hombres equivocados.
Él ya no la veía como su hermana. Sentía que debía protegerla de todos los
peligros, pero saber la verdad de su origen cada día lo confundía más.
Sus ojos no la miraban como un hermano miraría a una hermana, la admiraba
como mujer. Sus ojos verde jade eran capaces de embrujar a quién ella quisiera y
a él lo tenía embrujado desde hacía más tiempo del que quería reconocer. Dafne
no lo soportaba porque la seguía a todas partes, asegurándose de que se
encontrara bien. Enoch luchaba por alejar de ella a los moscones, pero la muy
tonta los atraía queriendo.
Un sentimiento extraño se formaba cuando la veía besándose con algún
chico, encima chicos mayores que ella, como él.
No tenía claro si eran celos o un sentimiento fraternal, lo que sí tenía claro
era que no le gustaba, le hacía daño.
—¿Algún día le diréis la verdad? —preguntó saliendo de sus pensamientos.
—Por ahora no. Lo único que conseguiremos es que vaya a peor —contestó
su padre.
Era cierto. Soltarle esa bomba de relojería en pleno acto de rebeldía era una
pésima idea.
Enoch conocía todos lo que sus padres habían hecho para mantenerla alejada
de la verdad. Desde hacía unos años tenían conocimiento de que la madre
biológica de Dafne estaba cerca. Vivía en una ciudad cercana a Badalona y había
encontrado un trabajo honrado. El policía que les llevó el caso cuando la
encontraron, a sus cincuenta años aún seguía de servicio y les contaba las
novedades sobre Isabel.
Si en los doce años que habían pasado desde que salió de la cárcel y el centro
de rehabilitación no habían tenido noticias de ella, no creían que le importara
demasiado su hija. Eso al final del día seguía siendo un alivio, pero estaba claro
que el carácter de Dafne lo había heredado de ella y no sabían cómo manejarlo
de forma pacífica.
Carlos y Estefanía echaban de menos a la hija cariñosa, a la niña que se
pasaba las horas junto a ellos, hablando de cosas sin importancia, de sus avances
en el colegio y divirtiéndose con Enoch. Todo eso ya no existía.
Estefanía no sabía nada de lo que hacía su hija, solo sospechas. Sospechaba
que fumaba a sus quince años y también sospechaba que con su novio la cosa
había pasado a más.
Desearía poder decirle que no tenía edad para esas cosas, pero tenía miedo de
perderla si seguía prohibiéndole hacerlas.
Dafne salió a hurtadillas de la habitación. Hacía una hora su madre la llamó
para cenar y no quiso bajar. Sabía que ya estarían a punto de acostarse y al
escuchar el traqueteo en la cocina, decidió salir al salón y coger el teléfono para
llamar a Sara.
Enoch estaba espatarrado en el sofá viendo un programa del canal MTV, en
el que apenas daban ya videoclips de música y substituían la programación por
programas basura. Pasó por delante de él ignorándolo y cogió el teléfono.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Llamar —respondió escueta y volvió a la habitación, cerrándola de un
golpe.
Marcó el número de Sara y le respondió al segundo toque.
—Tía, ¿qué haces llamando desde el fijo? —le preguntó.
—Mi padre me quitó el móvil hace unos días, ¿recuerdas? —contestó con un
gruñido.
Había llegado una factura desorbitada de su teléfono y su padre, en vez de
ponérselo de prepago como hacían los padres normales, decidió quitárselo como
castigo.
—¿Vas a salir? —preguntó Dafne. Eran casi las diez de la noche de un
martes de mayo y al día siguiente tenía instituto, pero los chicos estarían en el
parque de unas calles más arriba y le apetecía ver a Adrián.
—No. Mis padres me han dicho que si salgo durante toda la semana, no me
dejarán salir el viernes por la noche —contestó—. Soy una hija responsable, así
que les haré caso —bromeó.
—¡Sí, claro! Tú responsable y yo virgen. —Ambas estallaron en carcajadas
—. Pues yo saldré un rato. Quiero ver a Adri.
—Vas a tener todo el finde para estar con él. ¡No seas plasta! No te la
juegues con tus padres, Dafne. Ya bastante los haces sufrir…
Cuando Sara se ponía en plan defensora de sus padres le entraban ganas de
colgarle.
Ambas eran muy distintas. A veces se preguntaba por qué eran mejores
amigas. No tenían nada en común. Sara era responsable aun yendo con la gente
con la que iba. Era sin duda, mucho más fuerte de personalidad que Dafne y no
se dejaba llevar por los demás. Era resultona, pero no tanto como ella que con su
personalidad más abierta atraía a los chicos, a Sara, por el momento no le
interesaban esas cosas, prefería seguir como estaba, controlando su vida y
saliendo a divertirse sin preocupar a sus padres. Lo peor que hacía era fumar
algún cigarrillo de vez en cuando, pero en el resto, era buena alumna y
responsable.
—A veces te odio mucho.
—Lo sé, pero solo porque te digo la verdad. Y déjame decirte una cosa,
amiga mía, las verdades duelen.
—Deja de leer, ratita de biblioteca. Te dejo, que me piro al parque. Hasta
mañana empollona, te quiero.
—Te quiero, gorda. No hagas trastadas.
Cuando colgó el teléfono, Enoch asomó la cabeza por su cuarto con el ceño
fruncido.
—No irás a salir, ¿verdad?
—Pues sí. Voy a hacerlo —respondió mientras abría su armario para sacar
algo que ponerse.
Ya comenzaba a hacer calor y escogió una camiseta de palabra de honor roja
que enmarcaba demasiado sus pechos. Los tenía rellenos para su edad y utilizaba
camisetas muy provocativas que conseguía cuando iba a robar al centro
comercial porque su madre jamás le dejaba dinero para ropa. Para las piernas se
quedó con los pantalones tejanos de pitillo que llevaba y se puso unas bailarinas
con un poco de tacón. Se maquilló un poco los ojos con la raya negra y aplicó
gloss trasparente en sus labios.
Enoch la miró reprobando su vestimenta tan poco adecuada y le bloqueó la
salida de la habitación.
—Mañana tienes instituto.
—Y tú también, así que vete a dormir, Enoch —contestó.
—Mamá, ¡voy a acompañar a Dafne al parque que están unos amigos! ¡No
llegaremos tarde! —gritó Enoch y cuando Estefanía respondió un «Vale» a voz
de grito, sonrió socarrón a su hermana que gruñía como un perro rabioso.
Salieron juntos por la puerta y Dafne se adelantó a paso ligero, enfadada.
—¿Por qué tienes que venir?
—¿Tengo que recordarte que esos con los que sales son también mis amigos?
Eres tú la que no pintas nada, enana.
Sabía que odiaba que la llamara así. Lo hacía para cabrearla e intentar que se
arrepintiera de ir con él, pero sus ganas de ver a Adrián conseguían aplacar esa
ira que iba dirigida a su hermano.
Llegaron en silencio y un grupo de trece chicos y seis chicas se reunían en
los pequeños bancos del parque en el que los hermanos jugaban de pequeños.
Por las noches se transformaba en el lugar de reunión de las pandillas, y los
vecinos a veces acababan hartos de sus ruidos.
Enoch se paró a saludar a todos sus amigos con una sonrisa, y Dafne, tras
decir un hola común, se lanzó en brazos de Adrián y le dio un profundo beso en
los labios, jugueteando con su lengua y provocando una ovación por parte del
resto de hombres a excepción de Enoch, que miraba la escena con una mueca de
rabia.
—Hola, preciosa. Esa camiseta te queda de miedo —la alabó sin dejar de
mirar su escote. Dafne le dio un puñetazo en el hombro con una sonrisa y lo
abrazó dejando que Adrián colocara las manos en su trasero.
—Esas manos… —gruñó Enoch.
—¡Cállate! —contestó Dafne—. Ven, vamos a ese banco.
Guió a Adrián a un banco que estaba alejado del resto —sobre todo de su
hermano— y se sentó a horcajadas sobre él.
Adrián le ofreció un cigarrillo y ella lo aceptó gustosa.
—Tu hermano está un poco mosca. A ver si se relaja.
Dafne acarició los rizos del corto pelo negro de Adrián y lo miró a los ojos.
Eran azules.
Era el chico más guapo del instituto, o eso creía ella. Estaba cegada por algo
que creía que era amor. Tenía dos años más que ella e iba a su misma clase.
Había repetido dos veces tercero de la ESO e iba en camino de hacerlo una
tercera. No era un gran estudiante, tampoco parecía que fuera a ser un chico con
demasiado futuro, pero con las chicas tenía un éxito increíble. Dafne apenas se
creía que ella fuera la afortunada de estar entre sus brazos, y tras dos meses de
relación, cada día ansiaba más estar con él.
De complexión fuerte y cuerpo trabajado en un gimnasio que sus padres le
pagaban, lo único positivo que podía sacarse de Adrián era que estaba bueno. Le
faltaba algo de inteligencia y perspicacia, pero Dafne estaba tan encaprichada
que no veía sus defectos. Creía que era un chico perfecto, guapo y que quería
estar con ella. No pedía más. Además, se divertía mucho con él y cada día que
pasaba su relación iba un paso más allá.
—¿Has conseguido los carnets para este fin de semana? —preguntó tras dar
una calada a su cigarrillo. De reojo vio como Enoch no dejaba de mirarla y le
hizo una peineta con el dedo.
—Por supuesto. El viernes te llamarás Débora Hombres Gutiérrez —bromeó
ganándose un nuevo puñetazo por parte de una risueña Dafne.
—Serás, cabrito. Al único que pienso devorar es a ti, cariño —coqueteó.
—¿De verdad? Hay muchos chicos en la discoteca. A lo mejor pasas de mí y
te lías con otro. —Intentó poner un tierno puchero, pero no le salía.
—No creo que haya ninguno que esté más bueno que tú. Así que me quedo
contigo —le dio una calada al cigarro y lo besó pasándole el humo.
Enoch los observaba desde la distancia. Su amigo David le estaba diciendo
algo sobre los exámenes de la prueba de selectividad, pero estaba demasiado
ocupado mirando lo que Dafne hacía con ese capullo de Adrián.
En el instituto, antes de que comenzara a repetir, Adrián iba con él. Al
principio eran muy amigos, pero comenzó a hacer cosas de niñato que no iban
para nada con él y se distanciaron. Cuando se enteró que el muy capullo estaba
saliendo con Dafne la rabia lo consumió. En realidad estaba esperando que
jodiera a su hermana para darle la paliza que tantas ganas tenía. Verlos así
coqueteando y tan acaramelados, le revolvía las tripas.
Nadie tocaba a su Dafne. Ella era su hermana en todos los términos y quería
quitarle a moscones como ese que no le convenían para nada.
Él había hecho que Dafne fumara y sabía que tabaco no era lo único que
tomaba. Tenía miedo de que su hermana probara algo peor y acabara drogada
por los rincones. No quería que sus padres tuvieran también esa preocupación,
así que intentaba ocultarles todas las cosas que a él le hacían tener pesadillas por
las noches.
—Tío, ¡qué te estoy hablando! —urgió César, otro de sus compañeros de
clase de Bachillerato.
—¿Qué? Lo siento, me he quedado empanado —se disculpó con una sonrisa.
—Te decía que si estás preparado para la selectividad. En dos semanas se
decidirá si podemos cursar la carrera y yo estoy que me cago patas abajo.
Enoch soltó una fuerte carcajada y le dio un puñetazo amistoso a César. El
pobre era un manojo de nervios. No se le daba demasiado bien estudiar y se
pasaba el día hincando los codos para nada, siempre acababa suspendiendo. Era
todo un milagro que hubiera llegado a segundo de bachillerato sin repetir
ninguna asignatura. En el fondo, tenía mucha suerte.
César, David, él y Cova, una chica que también estaba allí con ellos sentada
con su novio Alex, eran los únicos que habían seguido con los estudios deseosos
de entrar en la universidad, el resto, o lo habían dejado todo, o se habían
decantado por módulos de formación profesional.
Eran un grupo de lo más variopinto en el que había de todo. Desde el amigo
borracho que se pasaba el día con el botellín de cerveza, hasta el empollón. Al
menos ninguno se metía con nadie, aunque no todos se soportaran. La más joven
del grupo era Dafne en ese instante. Había muchos más de su curso uniéndose a
ellos, todos comenzando a echar a perder sus estudios por intentar ser popular en
el difícil mundo de los adolescentes.
—Lo llevo bastante bien. Espero obtener la puntuación necesaria para mi
carrera. ¡Creo que podré!
—Seguro que puedes, hermanito. Eres perfecto —añadió Dafne cínica dando
la última calada de su cigarro y tirándole el humo en la cara mientras se acercaba
al resto del grupo.
—Enana, no tientes a la suerte porque te mando para casa —le respondió.
Llamarla por ese apodo delante de todos era peor que decirle idiota. Era su
forma de dejarla en ridículo y la mirada de odio que se ganó por parte de Dafne
le dolió un poco.
Se había pasado, pero estaba buscando que le respondiera.
—¡No empecéis, chicos! —los calmó Cova dejando de besuquear unos
segundos a Alex.
—Ha empezado él. Encima que digo que puede conseguirlo, me insulta. Eres
un capullo.
—Y tú una niñata —continuó Enoch—. Y ahora por lista, te largas a casa.
—¡Y una mierda!
Cogió a Adrián de la mano y se sentaron juntos en un hueco libre del extenso
banco en el que todos se reunían. Enoch fue hasta allí levantando la arena del
parque con sus fuertes pasos y se plantó delante de la pareja.
Dafne para ignorarlo, besaba a Adrián con los ojos cerrados y él se dejaba
hacer.
—¿Estás sorda?
—¿Qué es eso que oigo? ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡Ah, no! Es un
hermano muy pesado que quiere joderme la vida día y noche.
Enoch bufó. No había nada que hacer.
Volvió con sus amigos dejando que su hermana hiciera lo que se le antojara,
pero ya no pudo mantener ninguna conversación amena con ninguno.
Estaba cabreado. Cabreado con Dafne y consigo mismo por estar haciendo el
imbécil de esa forma delante de todos.
No era su estilo decirle a Dafne ese tipo de cosas delante de todo el mundo.
Prefería hacerlo en casa, a solas y sin faltarle al respeto. Llamarla niñata no era
muy maduro por su parte, así solo conseguiría que siguiera comportándose como
tal.
Cuando dieron las doce de la noche la pandilla fue escampando. Solo
quedaban Adrián, Enoch y Dafne por marcharse.
—Es hora de irnos.
—Cinco minutos más —pidió. Volvía a estar subida sobre Adrián y Enoch se
estaba poniendo de muy mal humor con sus flirteos.
El muy descarado tenía sus manos metidas por dentro de su pantalón,
agarrándole las nalgas y no hacía falta verlo para saber que el niñato estaba bien
erecto con los seductores movimientos de Dafne. Ambos estaban con la
temperatura por las nubes y Enoch no era la excepción. Solo había una pequeña
diferencia, él quería darle una paliza al que estaba tocando a su hermana de esa
forma tan fresca, mientras que Adrián solo pensaba en metérsela.
—He dicho nos vamos.
—¡Joder!—gruñó—. Nos vemos mañana, gordo, te quiero.
Le dio un último beso que a Enoch se le hizo eterno y tras echarle una
mirada matadora a Adrián, se marcharon juntos hasta casa.
Capítulo 4

L levaba unos tres días intentando comportarse. La semana comenzó con muy
al pie para ella, sus padres la pillaron haciendo campana y le habían quitado el
teléfono móvil, pero por suerte no le habían prohibido salir. El fin de semana
estaba a la vuelta de la esquina y no quería que nadie se lo fastidiara.
—Mamá, esta noche duermo en casa de Sara. Voy a prepararme las cosas —
murmuró nada más llegar a casa después del instituto.
Estefanía hacía diez minutos que había llegado de su trabajo como profesora
de primaria y aún no había tenido tiempo de acomodarse. Por un momento pensó
en decirle a Dafne que estaba castigada, pero lo cierto era que ni Carlos ni ella le
impusieron castigo alguno al inicio de la semana.
—¿Lo sabe su madre?
—Claro que lo sabe. ¡Llámala si quieres! —gritó desde su habitación
preparando la mochila.
La madre de Sara le diría que se quedaba allí a dormir, cosa que era cierta,
sin embargo, no del todo.
Los padres de Sara se marchaban de fin de semana romántico y la dejaban
con su hermana Bea, por lo que marcharse por la noche a la discoteca era una
misión sencilla de llevar a cabo. Estefanía no se enteraría y dormiría tranquila
creyendo que su hija estaría haciendo una fiesta de pijamas con su amiga.
Metió el vestido que se iba a poner para la discoteca, su arsenal de
maquillaje —el cual la mitad le había robado a su madre—, y sus únicos zapatos
de tacón alto que solo le dejaban ponerse para fin de año. La hermana de Sara
estaba estudiando peluquería, así que encima iban a peinarla gratis.
Salió a toda prisa y fue a darle un beso de despedida a su madre antes de
marcharse.
—¿Ya te vas?
—Sí. Sara quiere que veamos una peli de esas pastelosas que tanto le gustan.
Te quiero, mami.
Desapareció por la puerta a los pocos segundos.
Estefanía negó con la cabeza. Ese «mami» era de lo más sospechoso, pero
llamó a la madre de Sara y al menos se aseguró de que era cierto de que dormían
allí. Durante toda la semana Dafne se había comportado demasiado bien para lo
que les tenía acostumbrados, seguramente solo para poder salir durante el fin de
semana, no obstante, se agradecían esos días de paz, sin gritos ni discusiones
tontas.

Enoch llegó a casa después de ir unas horas al gimnasio. Estaba algo


cansado, pero había quedado con algunos de sus amigos para salir por la noche y
todavía tenía que arreglarse. No eran los de la pandilla con la que iba también su
hermana, por suerte. No le apetecía pasarse la noche vigilándola sin poder
divertirse. Irían a las Carpas del Titus, una discoteca que estaba justo al lado de
la playa, en Badalona, en la que ponían una música que él odiaba, pero en la que
al menos se divertiría echando unas copas con los amigos.
—¡Ya estoy aquí! —gritó a modo de saludo.
Su padre lo saludó tumbado en el sofá, descansando tras un largo día de
trabajo y se sentó junto a él dejando la mochila del gimnasio a un lado.
—¿Y Dafne? —preguntó.
—Tu madre me ha dicho que se quedaba en casa de Sara a dormir. Han
planeado una noche de chicas de esas —respondió.
Bien. Al menos así no tendría que preocuparse de ella durante toda la noche.
Si estaba con Sara, seguro que no dejarían de ver películas de chicas y de
pintarse las uñas o haciendo a saber qué cosas que a él no le importaban en lo
más mínimo.
—Guay. Yo me voy esta noche con los chicos. Vamos a cenar al McDonals
de la playa y después a las Carpas.
—¿Has oído, cariño? ¡Tenemos la casa para nosotros solos! —gritó Carlos
con una sonrisa haciendo reír a Enoch.
—Prefiero no saber qué vas a hacer.
—Pues puede que lo mismo que tú, hijo. Qué crees, ¿que no sé qué estás
hecho todo un don Juan?
—Por dios, papá. Eso ya no se dice. Estás hecho un abuelo —se burló.
Se marchó a su habitación y rebuscó en el armario algo que ponerse.
Además de que la música del local al que iban no le gustaba especialmente,
eran bastante quisquillosos con la ropa que debía llevar. Eligió una camisa negra
de botones y unos tejanos rectos con unas bambas a conjunto con la camisa para
hacerlo un poco más elegante. Dejó dos botones desabrochados, dejando a la
vista parte de su pecho cada vez más formado gracias al gimnasio, y se peinó
poniendo gomina en las puntas de sus cabellos, el peinado de moda.
Él odiaba todo lo que estaba de moda. Prefería encerrarse es su habitación y
poner Metallica, Queen o System of a Down a toda castaña. A él le gustaba el
rock, no la música comercial y el reguetón que ponían en esa discoteca, pero se
había prometido a sí mismo no quejarse nada más llegar. Iba a pasárselo bien y a
conocer chicas. Por una noche aguantaría estoicamente esa música hecha por el
mismísimo diablo.
Su amigo Esteban lo esperaba afuera con el coche. Tenía diecinueve años e
iba a su curso tras repetir un año. Enoch aún se estaba sacando el carné de
conducir, pero en breve comenzaría con las prácticas y esperaba poder
comprarse un coche más temprano que tarde.
Aparcaron el coche en plena calle, justo al lado del McDonald’s de la calle
del Mar de Badalona y se reunieron con el resto del grupo. Eran todo chicos
dispuestos a pasar una noche masculina. Se cebaron de comida basura, y cuando
dieron las doce, fueron paseando tranquilamente hasta la discoteca. Todavía no
estaba muy llena y Enoch se fijó que en la cola la mayoría eran menores.
Ahí dejaban entrar a todo el mundo. Los adolescentes iban con carnets falsos
y colaba de cara a los porteros. Mientras fueras con la ropa y el peinado
adecuado, el resto parecía darles igual. Ellos ayudaban a que jóvenes menores
acabaran borrachos, pero ¿quién era él para juzgarlos? Él hacía exactamente lo
mismo a esa edad. ¿Y quién no?
—Enoch, ¿qué quieres? —preguntó Esteban desde la barra de madera en la
que dos camareras que estaban de rechupete servían las copas siempre con una
sonrisa a sus clientes.
—Ballantines con coca cola —respondió.
Observó a su alrededor y la fiesta de verdad aún no había comenzado.
Sonaba la canción S.O.S de Rihanna y la gente bailaba con ritmo. Se notaba que
todavía nadie estaba a tono con el alcohol porque aún eran capaces de hacerlo
sin parecer demasiado ridículos. Los chicos hacían el baile de la losa y las chicas
movían las caderas de forma exagerada, dando la sensación de que en cualquier
momento podrían romperse la cadera, o una pierna…

—Espero que nos dejen entrar, tía. Vas borracha y aún no hemos ni entrado
—espetó Sara preocupada por su amiga.
—Cállate. Ya verás cómo nos dejan —balbuceó Dafne con un poco de
dificultad.
Antes de entrar en las Carpas del Titus, fueron a un local de la esquina
llamado Àtic en el que vendían cubalitros a diez euros. Dafne se bebió uno
entero ella sola tras hacer una apuesta con Adrián y al hacerlo tan deprisa iba
con el subidón. No paraba de tambalearse en la cola para entrar a la discoteca y
Adrián, también algo tocado, la sostenía para que no se cayera desde la altura
que le proporcionaban los tacones.
Aun con quince años, Dafne parecía que tuviera incluso más de dieciocho.
La hermana de Sara, Bea, había hecho un gran trabajo con su pelo,
ondulándoselo como a las famosas, creando fantásticos bucles perfectos que le
daban a su larga cabellera castaña un volumen descomunal. Sus ojos verdes
quedaban perfectamente enmarcados con un maquillaje oscuro de sombra negra
y brillos en la parte alta de las cejas y el hueco de la cuenca del ojo. Sus labios
eran de un rojo matador. Parecía la adulta que no era, y el vestido azul eléctrico
entallado de palabra de honor que llevaba, enmarcaba sus prominentes curvas
haciendo las delicias de aquellos que la observaban.
Apenas quedaban cuatro personas para entrar. Adrián advirtió a Dafne que se
comportara. Y fingiendo estar completamente serena, enseñó su carnet de
identidad falso y pasaron sin ningún contratiempo.
Ninguno de los ocho que iban se quedó fuera.
Una vez dentro el grupo comenzó a separarse. Dafne fue a la barra junto a
Adrián y pidieron un par de copas más.
—¿No crees que ya vas demasiado borracha? —preguntó Adrián con una
sonrisa. Sacó un cigarrillo de su cajetilla y lo encendió mientras esperaban las
copas.
—La noche solo acaba de comenzar, cariño. Esto es solo el principio. Creo
que te tocará llevarme a cuestas a casa de Sara —soltó una carcajada—. Vamos a
bailar, ¡me encanta está canción!
Arrastró a Adrián al centro de la pista al ritmo de Temperature de Sean Paul.
La gente saltaba, se movía y reía en medio de la ancha carpa exterior de la
discoteca. Constaba de dos salas, en la del interior, la sala House, hacía
demasiado calor para el día que hacía. Además afuera se podía fumar con
tranquilidad.
Dafne comenzó a moverse de forma sensual contra Adrián, aumentando la
temperatura de sus cuerpos. Él quería ir más allá con ella. Era una chica con un
cuerpo espectacular para su edad y le ponía demasiado, por desgracia, en dos
meses no habían podido llegar a mucho más que unos cuantos besos subidos de
tono y unas cuantas caricias prohibidas, siempre estaba en medio Enoch para
cortarles el royo.
Comenzaba a hartarse de tanta espera, si no fuera porque Dafne estaba tan
buena, haría tiempo que la habría dejado.
La cogió de las caderas y masajeó sus glúteos por debajo del estrecho vestido
que le quedaba de vicio y ella lo agarró del cuello para atraer sus labios y
juguetear con sus lenguas. Ni siquiera seguían el ritmo de la música, habían
dejado de escucharla. Adrián tenía pensado llevársela a los lavabos, pero se
olvidó de la idea en cuanto Sergio apareció con un porro en sus manos.
—¿Te vienes a fumar? —le sonrió. Adrián asintió y Dafne lo acompañó
hasta la salida.
Les pusieron a los tres el sello de la discoteca para poder volver a entrar y
cruzaron la estrecha carretera para llegar hasta las vías del tren y cruzarlas. Al
otro lado estaba la playa. Allí podrían fumar tranquilos sin que los echaran de la
discoteca. Dafne se quitó los zapatos para no hundirse en la arena. No le gustaba
mucho la idea de mancharse el vestido, pero iba tan perjudicada que ni siquiera
le importó.
Adrián se encendió el cigarrillo condimentado y le dio la primera calada
mientras Sergio sacaba otro de su cajetilla.
¿Cuántos habrían llevado? Se preguntó Dafne.
—Eh, que yo también quiero —murmuró cruzada de brazos. Los dos amigos
hablaban entre ellos y ella parecía que no estuviera.
—Has bebido mucho. No sé si deberías —aconsejó Sergio.
—No seas como su hermano, Sergio. Déjala que fume. Ten. —Adrián se lo
tendió con una sonrisa.
Dafne lo cogió y fumó dando fuertes caladas. Estaba un poco fuerte y al
principio tosió, pero tras varias caladas más, su garganta se acostumbró a la
quemazón.
Sabía que estaba actuando como la niñata que se empeñaba en no ser, pero
no podía quedar como una idiota delante de Adrián. Sí quería estar con él debía
imitar sus pasos y si para ello tenía que fumar, beber y hacer la imbécil, lo hacía
sin remordimientos.
Sergio se terminó su porro y se marchó de nuevo a la discoteca y Dafne
aprovechó para tumbar a Adrián en la arena y subirse a horcajadas sobre él.
Los psicotrópicos la tenían desinhibida por completo y Adrián se aprovechó
de ello. Se besaron como si no hubiera un mañana y ella comenzó a juguetear
con la cinturilla de su pantalón.
—¿Estás juguetona? —le preguntó con una sonrisa picarona. Sus ojos azules
brillaban a la luz de la luna y Dafne era incapaz de dejar de mirarlos.
—¿Yo? ¿Por qué iba a estarlo? —coqueteó.
Adrián la acercó más a él y colocó sus tiernos pechos en su cara. La
oscuridad le daba la libertad de sacar uno y jugar con él.
Estaban llegando más lejos que nunca. Dafne era virgen, pero en ese instante
podría haber hecho lo que fuera con él. No era dueña de sí misma y lo que
Adrián provocaba en ella le quitaba importancia a todo lo demás.
No era el sitio más idílico para una primera vez, pero la sangre adolescente
hervía con fuerza y el alcohol ayudaba a que los nervios desaparecieran. Adrián
estaba ansioso por probarla, desde que comenzaron no pensaba en otra cosa. En
realidad, era lo que siempre había querido de ella y había aguantado de forma
estoica durante dos meses. Las hormonas alteradas de ambos los llevaron a
quedarse casi desnudos en medio de la playa.
No hubo preliminares, ni palabras bonitas. No fue un acto de amor para
Adrián, pero para Dafne fue un momento maravilloso.
Había dejado que su amor adolescente acabara de una vez por todas con su
niñez en una playa que las noches de los viernes y los sábados se transformaba
en un picadero.
Él había conseguido su reto, y ella, cada vez se encaprichaba más del chico
que acababa de quitarle su inocencia.

La noche estaba siendo de lo más aburrida. La mitad de sus amigos habían


encontrado una chica con la que pasar el rato, Enoch no lo consiguió. Y no era
porque ninguna se le acercara, sino porque él no quería. No le gustaban las
mujeres facilonas. En ese aspecto era un poquito chapado a la antigua. Prefería
tener la amistad de la chica, conocerla, y si después la cosa iba a más, seguir
adelante. Los rollos de una noche no eran lo suyo, aunque de vez en cuando se
permitía darse una alegría en el cuerpo.
Llevaba encima unas cuantas copas, pero ni con esas conseguía pasar una
noche amena. Esa discoteca era lo más aburrido del mundo.
Tras dos horas paseando de un lado a otro, se quedó junto a Esteban cerca de
la barra. Al menos, tendrían las bebidas a su alcance.
—Mira ahí tío. ¡Vaya filetazo se están dando esos dos! —señaló Esteban.
Enoch miró a la pareja que le señalaba y entrecerró los ojos.
El tipo le sonaba. Ese pelo castaño peinado de punta con algún que otro rizo
le recordó a alguien, y si no se equivocaba era el novio de su hermana, Adrián.
Sin duda lo era. La chica que lo besaba con pasión lo tenía agarrado de la
nuca y al descender su mano unos centímetros, vio la pequeña calavera que este
llevaba tatuada en la zona.
—Es el novio de mi hermana. Ahora vengo —murmuró con el ceño fruncido
a Esteban, que a su vez lo miró un tanto preocupado. No quería que la liaran.
Caminó con paso lento hasta el lugar sin quitarle el ojo de encima a ese mal
nacido. Su hermana era una inconsciente por salir con él, pero tampoco se
merecía ser una cornuda por parte de un idiota redomado. Ella estaría en casa de
Sara haciendo cosas de chicas y comportándose como una chica normal sin saber
que su novio le estaba poniendo los cuernos, pero Enoch estaba muy
equivocado.
Cuando estaba solo a un metro de la pareja, Adrián se separó unos
centímetros para coger aire después del beso y entonces Enoch reconoció a la
chica.
—¡Dafne! —gritó.
Dafne se giró al escuchar su nombre y se quedó a cuadros al ver a su
hermano frente a ella, enfadado como nunca.
—¡Hombre cuñado! ¡Qué alegría verte! —balbuceó Adrián sonriente
agarrando a Dafne con posesión.
Enoch frunció todavía más el ceño. Adrián iba borracho y a saber que más,
sin embargo eso le importaba un bledo. Dafne se sostenía a duras penas en
brazos de Adrián y tenía una pinta horrible. Parecía que se había bebido hasta la
taza del váter y sus pupilas estaban dilatadas.
La cogió con fuerza del brazo, apartándola de Adrián y se la llevó unos
metros de allí.
—¿Qué has tomado? —le preguntó cabreado.
—Déjame en paz. No he tomado nada.
No se lo creía ni ella. Apestaba a alcohol, humo de tabaco y algo más. Enoch
lo olía entre toda aquella gente que lo rodeaba porque su atención estaba única y
exclusivamente centrada en Dafne.
—A casa, ¡ahora!
—Ni hablar. Yo me voy a casa de Sara, y hasta que ella no diga de irnos, aquí
que me quedo, chaval —lo vaciló.
—Vas a ir a casa inmediatamente si no quieres que sean mamá y papá
quienes vengan a buscarte, y te aseguro que en el estado en que te encuentras te
van a castigar para toda la vida —la amenazó.
Dafne gruñó y le dio un puñetazo a su hermano en el estómago. Salió
caminando de la discoteca para tomar un poco el aire y tuvo que aguantarse en la
pared para no caer.
Con lo bien que estaba yendo la noche y había tenido que llegar él para
fastidiársela. Una vez más…
Encendió un cigarrillo y Enoch se lo quitó de las manos para romperlo.
—¡Lárgate! —le gritó.
Enoch la vio con intención de volver a entrar a la discoteca para distraerlo y
no lo podía permitir. Cuanto más la miraba, más cuenta se daba de que iba muy
pasada. No coordinaba bien sus pasos y tropezaba con sus propios pies. Adrián y
el resto de sus amigos menores, incluida Sara, miraban la escena desde la
entrada de la discoteca y esperaban a que Dafne volviera entrar.
Enoch se acercó al portero de la discoteca con seriedad. Dafne no le iba a
perdonar lo que estaba a punto de hacer, pero era por su bien.
—Hola. Esos chicos de allí no tienen la edad para entrar. Van con carnets
falsos —confesó.
—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó el serio portero.
—Porque la borracha de ahí es mi hermana de quince años, y si no quiere
que llame a la policía y os denuncie por dejar entrar a menores y venderles
alcohol, sáquelos de ahí ahora mismo.
Capítulo 5

D afne no se podía creer cómo había terminado la noche.


—¡Te odio! ¿Cómo se te ocurre dejarme en ridículo de esa forma? Nos han
echado a todos por tu puta culpa. ¡Eres imbécil! —gritó Dafne a las puertas de la
discoteca poseída por la rabia.
Enoch la cogió en volandas sin darle opción a huir y pataleó durante todo el
camino hasta el coche de Esteban.
Su amigo le estaba haciendo el favor de llevar a su hermana y a él a casa
porque también se aburría. Decía que lo más divertido de la noche había sido ver
cómo los echaban a casi todos por ir con carnets falsos. Del grupo de Dafne solo
dos de los ocho se quedaron dentro por ser mayores de edad y uno de ellos era
Adrián.
Dafne ni siquiera pudo despedirse de él y no parecía demasiado contento
cuando los echaron. Tampoco tenía un móvil con el que llamarle y pedirle
perdón. Estaba preocupada por él.
Apenas tardaron diez minutos en llegar a casa y Dafne seguía gritando a su
hermano por el camino, consiguiendo así despertar a Estefanía y Carlos.
—¿Qué demonios pasa aquí? —preguntó Carlos saliendo al salón y miró a su
hija. Llevaba pintas de furcia y sin duda iba muy borracha.
Dafne intentó mantenerse erguida, pero la cabeza comenzaba a darle vueltas.
Creyó que con el cabreo el alcohol y el porro que se había fumado habrían
perdido efecto, pero al contrario, se encontraba mucho peor. Puede que fuera de
los nervios, del cabreo o de que su padre la miraba amenazador.
—Me largo a dormir —murmuró intentando huir del problema.
—Quieta ahí —ordenó Carlos. Se acercó a ella olisqueando el ambiente
como los perros y gruñó—. Estás borracha —afirmó—. ¿Dónde has estado?
Bueno, no hace falta que respondas, ni siquiera me importa. Estás castigada.
—Pero…
—¡Pero nada! —gritó—. Métete en tu puñetera habitación y no salgas hasta
que me dé a mí la gana. ¡Largo!
Dafne jamás había visto a su padre tan enfadado. Era la primera vez que
llegaba tan borracha a casa y había visto la decepción en sus ojos. Quizá se había
pasado bebiendo, pero no había hecho nada malo. Era una adolescente que
quería divertirse. ¿Es que él nunca lo había hecho? Seguro que sí.
Los adultos se creían que por haber crecido podían prohibir cualquier cosa.
Dafne no creía que eso tuviera que ser así. Cada uno debía aprender de sus
propios errores y ella no había hecho nada malo para estar ahí castigada en su
habitación, bueno, además de emborracharse teniendo quince años y entrar con
un carnet falso en una discoteca para dieciocho.
Se quitó el vestido malhumorada y salió de la habitación para ir al baño.
—¡Te he dicho que no salgas! —gritó su padre al oír la puerta.
—¡Tengo que mear, joder!
Ignoró los gruñidos de su padre y se metió en el baño para desmaquillarse.
Le apetecía darse una ducha, pero comenzaba a estar cada vez más mareada y lo
que necesitaba era dormir la mona. Al salir, cogió a escondidas el teléfono y
llamó a Sara al móvil.
—¿Mucha bronca? —le preguntó nada más descolgar.
—Castigada de por vida, creo… —murmuró Dafne y se tiró en la cama—.
La mejor noche de mi vida fastidiada por el capullo de Enoch. Estoy harta,
Sara…
—Ha sido una faena que estuviera allí justo esta noche. Creo que hasta que
no cumplamos la edad no nos volverán a dejar entrar —se quejó—. Por cierto,
¿has hablado con Adri?
—No. ¿Estaba muy enfadado? —preguntó temerosa. Odiaba no haber
podido hablar con él antes de marcharse. Enoch no le dio ninguna oportunidad
de disculparse por su absurda actuación.
—Muchísimo. La verdad es que parecía hablar su borrachera más que él.
Ibais los dos bien puestos, ¿por qué fumaste de eso? —la riñó.
¿Cómo se había enterado? Sara no estuvo con ellos en la playa. Sergio debió
irles con el cuento a todos. Era lo malo de ser un grupo tan unido, todos sabían
todo.
—Me apetecía, pero ahora me arrepiento. La cabeza me da vueltas —rio.
—Estás loca.
—Sí, mucho. Por eso voy a coger la mochila, mi borrachera y me voy a ir a
tu casa ahora mismito.

Esperó alrededor de una hora hasta que solo escuchó el ruido de las
respiraciones acompasadas de sus padres. Enoch también roncaba en su
habitación y tenía la oportunidad de escapar. No hacía falta que cogiera nada,
como en realidad se iba a quedar en casa de Sara, ya lo tenía todo allí.
Abrió la puerta sigilosa y cerró con todo el cuidado que le fue posible. Eran
casi las cinco de la madrugada y faltaba poco para que amaneciera. No vivía en
una zona peligrosa, pero Badalona a ciertas horas se llenaba de gentuza y más
los viernes por la noche.
Sara vivía a unas cuatro calles, en una casa unifamiliar de dos pisos con un
jardín precioso en el que a Dafne le encantaba pasar el rato. Su amiga la
esperaba sentada en el porche y le abrió la puerta con una sonrisa.
—Por dios, si aún estás borracha —rio.
—Un poquito.
Entraron en casa y bajaron hasta el sótano. Bea dormía en el tercer piso y allí
no la molestarían. Abajo tenían una pequeña sala de estar con una televisión de
plasma y un enorme y cómodo sofá, en el que las amigas pasarían la noche en
vela, no obstante, Sara cayó rendida demasiado pronto y Dafne aprovechó para
robarle el teléfono a su amiga y llamar a Adrián.
Eran las nueve de la mañana, un poco pronto para él, pero Dafne necesitaba
escuchar su voz.
—Hola cariño, soy yo —murmuró cuando descolgó.
—Ah, hola —dijo un tanto seco.
—Estás enfadado… —afirmó Dafne. No hacía falta que él se lo dijera. Se
notaba en el tono de su voz, tan distante.
—Mira, Dafne, no quiero decirte esto por teléfono, pero no me dejas de otra.
Estoy harto de las intervenciones de tu hermano y paso de salir con una tía a la
que tratan como a una cría.
Dafne sé quedó muda durante unos segundos. Desentrañando el significado
de lo que Adrián le estaba diciendo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó con voz temblorosa. No quería llorar, pero
las lágrimas estaban amenazando con salir.
Esa noche lo habían hecho por primera vez. Dafne se había entregado a él
por completo y ahora quería dejarla tirada como si fuera una basura.
—Qué se acabó. No quiero salir con una niña mimada por su hermano. Sigue
tu camino y yo seguiré el mío.
—¡Eres un cabrón! —le gritó. Sara se despertó dando un brinco en el sofá y
observó como su amiga comenzaba a llorar de forma desconsolada con el
teléfono pegado a su oreja.
—Lo siento, nena.
—¡Vete a la mierda!
Colgó el teléfono y a punto estuvo de estamparlo contra el suelo, pero
recordó que era de Sara y su teléfono no merecía acabar destrozado por su
ataque de ira.
Sin tener que explicar nada, Sara la abrazó para darle consuelo y Dafne lloró
durante horas sin pronunciar palabra. Solo cuando comenzó a quedarse sin
lágrimas fue capaz de darle explicaciones a su mejor amiga.
—Me ha dejado… Me ha dejado justo después de follarme…
—¿Qué, qué? —gritó Sara sorprendida. Dafne se había olvidado de contarle
esa parte y las mejores amigas debían contarse todo con pelos y señales—. ¿Te
acostaste con él y no me lo dijiste?
—Ha sido en la playa, después de fumarnos el porro. Estaba borracha,
excitada y me dejé llevar como una imbécil… —sollozó.
Sara estaba pensando en que sí, Dafne era una imbécil. Desde el principio le
advirtió que Adrián iba a lo que iba, pero Dafne la intentaba convencer de que si
estaba esperando era porque ella se lo pedía. Sí, Adrián había aguantado, pero
una vez metido entre sus piernas había aprovechado la intromisión de Enoch
para mandarla a paseo.
Los tíos eran unos cerdos, y Dafne una tonta por creer en palabras vacías de
amor.
—Dime que utilizasteis preservativo…
Dafne intentó recordar el momento, pero se le antojaba un tanto borroso. Iba
tan pasada que ni siquiera sabía si le gustó. Salió contenta, pero no tenía ni idea
ni de cómo había sido. Sin embargo, sospechaba que no. No se habían protegido.
—No lo sé… —susurró.
—¡Ay dios! Tía, se te va la puñetera pinza.
—Mi madre me mata…
Se estaba dando cuenta de la gravedad de la situación. No solo había bebido,
fumado y colado en una discoteca, también había perdido la virginidad con un
chico que acababa de dejarla y encima sin haberse protegido de forma adecuada.
¿Y sí Adrián tenía algo? ¿Y si se quedaba embarazada?
Tenía quince puñeteros años. ¿Un bebé? Ni hablar…
—Pues tendrás que decírselo. Ya no dan la pastilla del día después a
menores. De una forma u otra se enterará.
—Gracias por los ánimos… Me parece que me voy a casa a cavar mi propia
tumba. Cuando pueda te llamo, si sigo viva.

La noche había sido de lo más movida. Sobre las cinco de la madrugada,


Enoch escuchó ruidos en el salón e incluso le pareció escuchar la puerta de
entrada cerrarse con mucho cuidado. Esperó una media hora por si volvía a oírla
y al no hacerlo, se levantó para ir a la habitación de su hermana.
No se sorprendió al no encontrarla en su cama. Obviamente había huido
después del castigo.
Sabía que lo que debía hacer era decírselo a sus padres, pero tenía la
esperanza de que volviera antes de que se enteraran. No quería que lo odiara
todavía más de lo que ya lo hacía.
Se levantó antes que sus padres y revisó que estuviera allí, pero todavía no
había llegado.
—¿Dónde coño estará? —se preguntó. Sus padres no tardarían en asomar la
cabeza, eran pasadas las once de la mañana y si no la encontraban la guerra
estaría servida.
A los pocos minutos por fin apareció por la puerta. Su cara, libre de
maquillaje, no tenía mucho mejor aspecto que el día anterior. Se notaba que
apenas había dormido y tenía pinta de haberse pasado la noche entera llorando.
—Ve rápido a tu habitación. Papá y mamá están a punto de levantarse y
como no te encuentren, te matan.
Dafne asintió extrañada porque su hermano la encubriera y entró a su
habitación, se puso el pijama lo más rápido posible y se metió en la cama para
aparentar que dormía.
Sara le aconsejó que le contara la verdad a su madre, pero tenía miedo de lo
que le diría. La juzgaría por haberse dejado la virginidad en una noche de
borrachera y encima sin protección con un chico que en realidad no le convenía.
Debería haberlo sabido desde el principio.
Pensándolo fríamente sabía que Adrián jamás la había querido. Ella lo dio
todo por la relación, bueno, todo lo que se podía dar con quince años. Desde que
al inicio de curso se topó con él en su clase ella cambió. Hacía lo posible por
llamar su atención, sabía por su hermano que no era una excelente compañía,
aun así lo ignoró y quiso tener algo con él. Lo sedujo y él la esperó, pero en
cuanto la tuvo, le dio la patada con la pésima excusa de su hermano.
¿Tan mal lo había hecho?
Tenía lagunas mentales de lo ocurrido en la noche. El estómago se le
revolvió de tanto pensar y tuvo que ir corriendo al baño a vomitar.
—¿Estás bien? —preguntó Estefanía. Se acababa de levantar y había
escuchado como su hija corría en busca del baño.
—Sí —contestó avergonzada.
Fue hasta la cocina y Estefanía le preparó un vaso de leche caliente. La
noche anterior fue Carlos quién se encargó de echarle toda la bronca. Ella no
tuvo oportunidad de hablar y Dafne se temía que le echaría la charla.
No lo hizo.
El desayuno fue de lo más incómodo y silencioso. Sus padres no le hablaban
y Enoch también estaba en silencio. La tensión se podía cortar con un cuchillo y
en cuanto terminó, huyó de nuevo a su habitación.
Al caer la tarde sus padres se marcharon a comer juntos. Dafne tenía
prohibido salir y Enoch se quedaría estudiando para sus exámenes.
Prácticamente estaba sola en casa.
Se puso un programa malo de la tele e hizo como que lo miraba.
Volvía a darle vueltas a la noche. No dejaba de pensar en lo inconsciente que
había sido haciéndolo sin condón en su primera vez. Debía hacer algo, pero su
madre no estaba y no quería cabrearla más por su insensatez.
Optando por el último recurso, se levantó del sofá e irrumpió en la habitación
de su hermano. Estudiaba con música de fondo. Sweet Child of Mine de Guns
and Roses sonaba a todo trapo y Dafne se acercó para bajar el volumen.
—Tengo un problema…
Enoch dejó de escribir apuntes en su libreta y giró la silla de ruedas para
mirarla directamente. Dafne parecía afectada, arrepentida y atisbó también algo
de vergüenza en sus ojos verdes.
Debía ser algo importante para que fuera a explicárselo a él.
—¿Qué ha pasado? —preguntó calmado.
Dafne no sabía por dónde comenzar. Le daba vergüenza decirle a su hermano
lo que había hecho. Era algo normal en el ser humano, pero no de la forma en
qué ella había llevado a cabo la situación.
—Ayer con la borrachera, salí con Adrián a la playa y…
—¿Y qué? —preguntó al ver que no se lanzaba a continuar. Por desgracia, se
imaginaba lo que iba a decir.
—Me acosté con él… —Hizo otra pausa al ver la reprobación en el rostro de
su hermano—. Sin condón…
Enoch soltó un gruñido rabioso, medio enfadado con Adrián por
aprovecharse de su hermana, y enfadado consigo mismo por sentir celos de él.
—¿Estás loca? ¿Cómo se te ha ocurrido? Sois un par de inconscientes, en
cuanto lo pille le voy a cortar los cojones —gruñó enfadado.
—¡Lo sé, lo sé! —lo frenó antes de que continuara avergonzándola. Bastante
difícil se le estaba haciendo—. Fui una imbécil, pero por favor, te necesito. No
quiero decírselo a mamá. Acompáñame a por la píldora del día después. Tú eres
mayor de edad, a ti te la darán.
Enoch miró sus ojos verdes suplicándole ayuda y soltó un fuerte suspiro. No
podía negarle su ayuda a pesar de que le daban ganas de dejarla tirada para que
se diera contra el muro que ella misma había construido. Su irresponsabilidad
debía hacerle aprender que no todo era un camino de rosas. Hacía mucho que
Dafne no se acercaba a él y aunque le jodiera que fuera justo para eso, quería
ayudarla.
Era un idiota…
—¿Dónde hay que ir para eso?
Dafne sonrió más tranquila y le dijo que en las farmacias la vendían.
También había los centros de planificación familiar, pero si iba con un adulto, en
la farmacia podía conseguirla.
Se vistió con lo primero que encontró y Enoch la acompañó. Suspiró
tranquila una vez la tuvo en sus manos y al llegar a casa se la tomó de inmediato.
—Espero que la próxima vez sepas lo que te haces —la volvió a reñir
mientras se la tomaba.
—No habrá próxima vez. Me ha dejado —contestó con ojos llorosos.
Temía que llegara el lunes. Volvería a verlo en el instituto y no quería ni
mirarlo a la cara. Sabía que acabaría llorando por los rincones y no quería quedar
como una idiota delante de todos. Tenía una reputación que mantener, la de chica
dura. Una reputación que sabía que se iría al traste cuando transcendiera la
noticia por los pasillos.
—Mejor. No te convenía.
—¿Y tú que sabrás lo que me conviene? —le reprochó—. Me ha dejado por
tu culpa. Por ser mi perrito faldero. ¡Me hiciste quedar en ridículo!
—Tú sola hiciste el ridículo yendo tan borracha.
—¡Me estaba divirtiendo!
—Hay formas mejores de divertirse. No solo te puedes divertir bajándote las
bragas en una playa borracha como una cuba con un tío que lo único que quería
era follarte. Tienes quince años, Dafne. No quieras crecer tan deprisa. Por tu
estupidez has perdido la oportunidad de haberte entregado a alguien que te
importa de verdad. No me eches a mí las culpas de algo que tú sola te has
buscado.
—¡Te odio! —Se metió una vez más en su habitación, enfurruñada como una
niña pequeña y cerró de un portazo dejando a Enoch con la palabra en la boca.
Capítulo 6

H abía pasado una semana desde el día de la discoteca. Volvía a ser viernes y
la semana había sido de lo más dura para Dafne. Todos en el instituto la miraban
con cara de pena. Adrián en clase la ignoraba por completo. En las horas de
recreo seguían juntándose todos, pero él hacía como si ella no existiera y parecía
que empequeñecía por momentos.
Estaba triste, se sentía sola y su único apoyo era Sara, quien se metía con
Adrián cada vez que veía a Dafne triste tan solo para hacerla sonreír.
—Si no te acuerdas del polvazo, será por algo querida amiga. Seguro que la
tiene tan pequeña que no fue capaz ni de darte un mínimo de gustirrinín.
Eso era lo único que conseguía animarla un poco: Sara.
Por el Instituto habían comenzado a aparecer los rumores de su ruptura.
Incluso ya había visto a Adrián tontear con otra chica de tercero que iba a otra
clase. ¡Qué le dieran! No pensaba dedicarle más lágrimas de las que había
echado en los últimos días.
No lo merecía.
Sin embargo, sí que merecía una buena paliza por imbécil. Todo el colegio
estaba enterado de lo que hicieron en la playa. Para hacerse el machito lo había
ido contando a todos. Era el héroe entre los chicos, aquel que cuando conseguía
lo que quería se iba a por la siguiente víctima a la que joder.
Desde el principio hubo apuestas de a ver cuánto duraba la pareja. Nadie
creía que pasaran del mes y lo consiguieron, pero claro, no se habían acostado y
ya después de haberlo hecho, no había nada más que hacer para Adrián. Dafne
era un estorbo y a otra cosa mariposa.
También le llegaban rumores de que durante esos dos meses él había estado
con otras chicas. Lo cierto era que no le sorprendía. Tras descubrir su verdadera
cara, no le extrañaría haber estado siendo una cornuda.
Ya qué más daba…
Volvió a casa al terminar las clases. Junio había llegado y pronto llegarían los
exámenes finales. Durante todo el curso había estado vagueando y los dos
primeros trimestres había suspendido hasta alternativa a la religión. Le quedaba
un último empujón para demostrar que podía aprobar. No era tonta, al contrario,
era muy inteligente y tenía mucha memoria. Estudiar durante las dos semanas de
curso que quedaban le daba la oportunidad de aprobar y no repetir. De algo debía
servir su castigo. No le dejaban salir por las tardes, ni por las noches. Su vida
social había quedado reducida a la nada y solo le permitían que Sara fuera a su
casa para estudiar porque sabían que con ella sí que lo haría.
Aprovechó que sus padres todavía no habían vuelto de trabajar y que Enoch
estaba en el gimnasio para quedarse un rato en el salón. Intentaba cruzarse lo
menos posible con todos. Su padre aún estaba enfadado y no soportaba su
reprobatoria mirada cada vez que pasaba por su lado. Su madre intentaba hablar
con ella, pero Dafne pasaba y se escondía en su habitación hasta que la llamaban
para cenar.
Enoch era otro caso.
Aún lo culpaba porque Adrián la hubiera dejado y sus padres la hubieran
castigado, sin embargo, no podría mantener su enfado durante mucho tiempo
más porque le había hecho abrir los ojos en esa relación destinada al fracaso. En
el fondo lo había hecho con buena intención.
Recordó entonces los buenos momentos que pasaba con su hermano. Él la
llamaba Nala y para Dafne, él era su Simba. Eran inseparables desde que ella era
bebé y siempre estaban acurrucados el uno junto al otro en el sofá en sus ratos
libres. Se preguntó cuándo había cambiado todo.
¿Quién tuvo la culpa? No tenía ni idea.
Cuando comenzó a convertirse en una joven mujer al año siguiente de entrar
en el instituto, la actitud de Enoch con ella cambió de forma radical. Apenas
pasaban tiempo juntos, siempre estaba fuera con sus amigos y no le hacía ningún
caso. A veces salía por la calle y lo veía con alguna chica coqueteando e incluso
besándose y eso la ponía de muy mal humor. Sabía que su hermano era muy
atractivo, ella tenía ojos en la cara y si no fuera de su familia, sin duda sería en el
chico en el que se fijaría.
A pesar de los celos que Dafne sentía de sus relaciones, al principio seguían
hablando de vez en cuando, pero cuando ella comenzó a ir con chicos más
mayores, que encima eran del grupo de su hermano, Enoch se convirtió en su
pesadilla.
Empezó a controlar todo lo que hacía. La vigilaba a hurtadillas entre clase y
clase, y cuando terminó la ESO no fue diferente. Seguía apareciendo por el
instituto a buscarla y cuando se reunía con sus amigos en el parque, también
estaba allí para controlar lo que hiciera.
Lo que en un principio parecía preocupación, se convirtió en un grano en el
culo y su relación tan estrecha fue cayendo en el olvido. Dafne le cogió odio a su
fiel hermano. Se peleaban una y otra vez, y ella comenzó a rebelarse contra
todos. Se juntó con la gente equivocada y no supo cuidar lo que de verdad
merecía la pena.
En el fondo lo echaba de menos.
Enoch había sido su mejor amigo, no solo su hermano y por seguir a las
hormonas antes que al corazón, lo estaba perdiendo.
Encendió el ordenador de sobremesa y puso su CD favorito de Melendi, Sin
noticias de Holanda. Ella tenía unos gustos musicales un tanto variopintos. Le
gustaba todo menos el flamenco y el reguetón, sin embargo, Melendi, aun
teniendo esos toques flamencos era todo un poeta con sus canciones. Su primer
CD no era del todo educativo, prácticamente todas las canciones hablaban sobre
la Marihuana, pero a Dafne le animaba eso mucho más que Alex Ubago. Sí se
ponía música para auto compadecerse acabaría llorando una vez más y no le
apetecía derramar más lágrimas.
En realidad solo quería llorar por todo lo que tenía que estudiar.

—Vamos Enoch, una más —ordenó el entrenador.


Enoch sudaba la gota gorda levantando pesas. Su entrenador personal le
estaba dando una buena paliza, pero le servía para aprender mucho antes de
comenzar a cursar la carrera.
Quedaban cuatro días para los exámenes de selectividad. Llevaba todo el
curso hincando los codos y no creía que fuera a tener ningún problema para
aprobar. Le esperaban cuatro años en la Universidad de Valencia para licenciarse
en Actividades físicas y del deporte.
Cuatro años en los que estaría alejado de su familia, de sus amigos y de su
casa. Su vida cambiaría en el próximo trimestre y lo estaba deseando. Por lo que
más le costaba marcharse era por Dafne.
Ella todavía no sabía a dónde iría, jamás le preguntó qué iba a hacer después
del Bachillerato y solo sus padres conocían lo que le deparaba el futuro.
En el fondo tenía miedo de decírselo. Dafne decía odiarlo, pero podía ser que
incluso lo echara de menos. Él la echaría muchísimo de menos, demasiado.
Aun siendo una rebelde sin causa, la admiraba. Admiraba cada día en la
mujer en que se había convertido a pesar de sus defectos. Su adolescencia no
estaba siendo fácil, su personalidad había dado un giro brusco, y pensando,
Enoch se había dado cuenta que en realidad él pudo ser causante de su cambio.
Su alejamiento fue mutuo, pero sin duda, fue él quien lo comenzó cuando un
día, estando abrazada en el sofá junto a ella, sintió algo que lo confundió. En ese
instante quiso poner distancias. Era su hermana aunque en realidad no lo fuera.
Cada día se le hacía más duro fingir que eran de la misma sangre, cuando su
sangre comenzaba a aumentar de temperatura cuándo la tenía cerca. Sentía que
su corazón palpitaba con fuerza, sus manos sudaban nerviosas y se le encogía el
pecho cada vez que la miraba saliendo de casa vestida como una señorita, tan
guapa que dolía incluso mirar.
Se odiaba a sí mismo por sentirse atraído por ella. ¡Joder! Era su hermana a
todos los efectos y llevaba años callando lo que sentía. Poner distancias no era
una decisión fácil, pero era lo que necesitaba para olvidar y hacer de su vida algo
distinto. Sus padres nunca le dirían a Dafne que era adoptada, así que esa
mentira de que eran hermanos debía mantenerla hasta el final de sus días.
—Vamos Enoch, no bajes el ritmo.
Apenas sentía los brazos. Santiago no le dejaba ni respirar. Le quedaban dos
series por delante para marcharse y apenas era capaz de levantar la pesa.
Hizo un último esfuerzo. Solo le quedaban cinco y cuando lo consiguió, soltó
el peso de un golpe y respiró con fuerza cogiendo aire.
Oyó los aplausos de un grupo de chicas que se congregaba a su alrededor
admirándolo. Era consciente de lo que provocaba en el sexo femenino.
En el vestuario se dio una corta ducha y recogió sus cosas para marcharse a
casa. Tenía suerte de que estaba cerca, porque estaba agotado y solo deseaba
coger la cama de una vez y descansar.
Estefanía estaba haciendo la cena y Carlos bebía una cerveza mientras veía el
fútbol. El Barcelona iba ganando y estaba eufórico por la victoria.
—¡Goooooool! —gritó dando un bote en el sofá, volcando parte de la
cerveza—. ¿Has visto, hijo? Pujol es una máquina. ¡Menudo cabezazo!
Enoch se sentó con él un rato y se quedó viendo el partido. Como buen
deportista le encantaba el fútbol. Los dos hombres de la casa lo vivían como si
ellos mismos estuvieran jugando y no prestaban atención a nadie a su alrededor.
Estefanía los llamó a cenar, pero ninguno estaba en este mundo. Dafne fue la
única en aparecer, hambrienta tras pasarse la tarde estudiando sumergida en su
habitación transformada en cueva de reclusión.
—¿Qué hay para cenar? —preguntó sentándose en la mesa. Su madre trajo
una pizza casera cuatro quesos y olisqueó el ambiente deseosa de probarla. Tenía
más hambre que el perro de un ciego y acababan de darle su plato favorito—.
Cómo tarden mucho no la van a probar.
—Déjalos, ellos mismos. ¡Ni qué el Barça les fuera a dar de comer! —
resopló Estefanía acompañando a su hija.
Aprovechó que estaban a solas en la mesa, y que los hombres no les hacían
ni puñetero caso, para hablar con ella. Los ánimos parecían haberse aplacado un
poco y Dafne estaba más tranquila y centrada.
Quizás el último castigo estaba sirviéndole de algo.
—¿Cómo van los estudios?
—Bien, creo que seré capaz de aprobar todo este trimestre. No pienso repetir
—murmuró con la mirada perdida, dándole un bocado al tercer trozo de pizza.
—Eso está muy bien, cariño —sonrió con sinceridad.
Se quedaron unos minutos en silencio. Los chicos volvieron a gritar con
fuerza cuando golpearon al jugador Xavi y Dafne miró cómo su madre
jugueteaba más que comía.
—Lo siento —se disculpó.
—¿Por qué, hija? —preguntó sorprendida.
—Por todo…
Estefanía dejó la pizza a un lado y cogió la mano de Dafne, dándole tiernas
caricias mientras la miraba a los ojos. Tenía la cabeza agachada, colocó la mano
libre en su mentón y le levantó el rostro para que la mirara.
—Sé que estás en una época difícil. Puede que tener novio sea lo más
importante para ti en este momento, pero ya tendrás tiempo. Es tu vida y al final
eres tú quién elige lo que hacer, pero intenta seguir un camino correcto y no te
desvíes por dónde no te conviene. No quiero ver cómo te echas a perder por un
chico que no merece la pena.
—Ya no estoy con Adrián, me… me dejó —confesó.
Estefanía se quedó sorprendida y un tanto afectada. Era su madre y apenas
conocía nada de su vida. Dafne ya no le contaba sus cosas y debía aprovechar
ese momento sincero para sonsacarle sus miedos e inquietudes.
—¿Quieres hablar de ello?
—No lo sé. Fui una idiota. Creí que me quería, pero al final lo único que
quería de mí era lo que todos los tíos buscan —suspiró.
—Quieres decir que él y tú… ¡Oh dios, Dafne! Tienes quince años…
Estefanía pensaba que su hija había ido demasiado deprisa. Debería haber
esperado unos años más… por lo menos hasta los dieciocho. Y no por qué fuera
una madre chapada a la antigua, simplemente creía que un acto así debía hacerse
con una persona por la que se sintiera un mínimo de afecto y el sentimiento fuera
recíproco. Adrián no quería a Dafne y su hija, tonta de ella, había caído en sus
redes como un juguete más de un adolescente que se creía muy adulto para ir de
flor en flor.
—Lo sé, mamá. Pero en mi defensa tengo que decir que ni siquiera me
acuerdo.
A pesar de estar hablando de algo serio, el tono en el que Dafne dijo la
última frase hizo que las dos estallaran en carcajadas.
—Sé que lo dices porque estabas borracha, pero hija, aun habiendo bebido, si
hubiera sido algo especial te aseguro que lo recordarías. Cuando sea con la
persona adecuada recordarás todas y cada una de las veces.
Dafne asintió absorbiendo las sabias palabras de su madre. Hacía tanto que
no hablaba de forma seria con ella que ya no recordaba la inteligencia que tenía
cada vez que hablaban de algo. Aunque no le pareciera bien lo que había hecho,
no la juzgaba, estaba orgullosa porque se hubiera dado cuenta de que había sido
un error. Dafne estuvo a punto de decirle que además lo habían hecho sin
protección, pero no quería tentar a la suerte y estropear esa estupenda charla.
—Era un idiota. Pero lo peor no ha sido eso, mamá. Me importa un bledo
que me haya dejado después de conseguir su objetivo, eso es lo de menos. Lo
que de verdad me fastidia es que todo el instituto me mira con pena y encima me
llaman cornuda. El muy capullo ha estado con otras mientras estaba conmigo…
—suspiró—. He sido una tonta de las grandes…
—Esas cosas pasan —murmuró dando un largo trago a su vaso de coca cola.
Los hombres seguían con el fútbol, ajenos a la conversación—. Cuando yo era
joven las cosas eran muy diferentes. Yo fui a un colegio solo de chicas y nunca
tuve esos problemas, hasta que comencé la universidad. Allí ya nos mezclamos
hombres y mujeres y había muchos como ese tonto de Adrián. Yo salí con uno.
—¿De verdad? Yo creí que papá había sido tu único novio.
—No. Tuve un par más antes que él, pero ninguno que me provocara
mariposas en el estómago y me enamorara como tu padre hace cada día —
respondió con la mirada iluminada al mencionar a Carlos—. También tuve mis
desengaños y sé cómo te sientes. Ahora lo ves todo con negatividad, pero
cuando crezcas te reirás de ello y aprenderás de verdad a disfrutar de la vida.
Chicos hay muchos, solo tienes que esperar a encontrar el correcto.
—¿De qué habláis? —Carlos y Enoch se sentaron al fin en la mesa. El
partido había terminado y los dos estaban contentos porque el Barcelona había
ganado tres a uno.
—Cosas de mujeres.
Dafne sonrió a su madre y gesticuló un gracias con los labios.
Fue una cena distinta a otras. Los ánimos ya no estaban tan caldeados como
días atrás e incluso rieron en familia.
Enoch se quedó sorprendido al mirar a Dafne sonreír con las bromas de su
padre. Parecía más relajada y alegre. Sus ojos verdes brillaban. Al parecer la
charla con Estefanía le había levantado el ánimo y estaba contento por ello. En la
última semana parecía un alma en pena, pero ya tocaba que comenzara a resurgir
de sus cenizas y que cambiara para volver a ser la chica alegre que se escondía
bajo esas capas de chica rebelde.
Capítulo 7

E noch contaba los minutos que faltaban para recibir los resultados a sus
exámenes. Había estudiado para ir a por el diez, pero no las tenía todas consigo.
Podía permitirse algún fallo, pero la nota debía ser lo suficientemente alta para
que le concedieran la beca en la universidad que quería. Según los resultados,
esa noche les comunicaría a todos su decisión de marcharse.
La secretaria entró en la clase en la que esperaban los alumnos y les
comunicó que los resultados ya estaban en el tablón de anuncios de recepción.
Los alumnos salieron en estampida por la puerta, ansiosos. Enoch esperó el
último. Estaba tan nervioso que reaccionaba a cámara lenta.
No debía estar preocupado.
Había estudiado y se había esforzado al máximo para cumplir su objetivo.
La pared blanca de la recepción estaba cubierta por un enorme corcho en el
que se iban colgando los anuncios importantes. A la izquierda, todo el grupo de
alumnos se reunía y buscaba su nombre en el blanco papel. Algunos ya lo habían
localizado y gritaban efusivos tras su aprobado, mientras que otros, gruñían por
no haber superado la prueba. Enoch se fijó en que su amigo Esteban saltó de la
alegría, y antes de dejarle mirar su propia puntuación, lo abrazó.
—Tío, ¡nos vamos a Valencia!
Enoch se acercó de una vez a mirar su nombre y sonrió junto a su amigo al
ver su nota.
9,6 de puntuación total. De sobras para poder ir a Valencia.
Lo había conseguido. Estaba a un paso de comenzarse a labrar un futuro.
No le esperaba un camino fácil, pero por suerte estaría acompañado de su
mejor amigo en la aventura. Ambos tenían claro que además de ir a la
universidad, tendrían que buscar un trabajo a media jornada para pagar el lugar
en el que vivirían. No iba a ser fácil, trabajarían, estudiarían, e incluso
intentarían tener algo de vida social.
—Comienza la aventura —murmuró Esteban haciendo sonreír a Enoch.
Se marcharon juntos a celebrar su aprobado. Irían a un bar que estaba al lado
a tomar unas cervezas y luego volverían a casa para dar la noticia.
Estaban entusiasmados. Enoch cada vez estaba más cerca de cumplir su
sueño de ser entrenador profesional. El deporte era su mayor pasión y no había
nada mejor en la vida que intentar trabajar en lo que de verdad te gusta. Durante
unos meses le tocaría tener un trabajo basura, pero no le importaba si eso le
conllevaba a poder conseguir su reto.
Al llegar a casa sus padres todavía no habían llegado. Dafne seguiría en el
instituto haciendo los últimos exámenes antes de recibir la nota final y tardaría
un poco en llegar.
Aprovechó para darse una larga ducha relajante y después comenzar a
rellenar el papeleo que necesitaba para entrar en la universidad.
Lo más difícil estaba hecho, con su nota estaba seguro de que lo cogerían en
la carrera, pero no podía quitarse de la cabeza a Dafne. En realidad, separarse de
ella era lo que menos le apetecía, no obstante, era necesario. Además de estudiar,
debía aclarar su mente. Olvidar lo que comenzaba a sentir por ella y hacerse a la
idea de que era su hermana. No quería más disgustos para sus padres y si se
enteraban de sus sentimientos, el fuego ardería en casa.

—¿Cómo ha ido? —le preguntó Sara al salir del último examen.


Llevaban todo el día encerradas en clase, pasando de una asignatura a otra.
Examen tras examen se reunían para comentar cómo les había ido. Durante las
tres primeras horas, Dafne salió bastante contenta, pero en éste último, sentía
que había fallado.
—No lo sé. Historia se me da como el culo. Creo que suspenderé —suspiró.
Había estudiado horas y horas todos los temarios, pero era lo que peor se le
daba y durante todo el curso había pasado de prestar atención. Obrar el milagro
de aprendérselo todo en solo dos semanas no era fácil, y aun teniendo mucha
memoria, no creía haberlo conseguido. No obstante, Matemáticas, Catalán y
Castellano, estaba segura de que los aprobaba y si en alguna fallaba todavía le
quedaban los exámenes de recuperación de los últimos días del mes.
Tenía posibilidades de no repetir curso.
Los profesores la habían felicitado por su esfuerzo. Tras un año pasando de
todo y comportándose como una niñata, se había puesto las pilas dispuesta a
darles a todos con sus aprobados en la cara. Por suerte, aunque las notas finales
hacían media con la de los anteriores trimestres, si sacaba sobresalientes lo
conseguiría. Los otros trimestres los suspendió con cuatros y tres, a excepción de
historia, que era con la que lo tenía más crudo.
—Ya veras cómo lo consigues. ¡Lo estás haciendo muy bien! —la animó
Sara con una sonrisa.
Su amiga estaba siendo su mayor apoyo en los últimos días. Ahora se daba
cuenta de que debería haberle hecho caso desde el principio. Admiraba su forma
de ser, ella a pesar de ir con la misma gente que Dafne, no se había dejado
influenciar de lo malo que tenía cada uno. Había seguido a su royo, estudiando,
aprobando y siendo quién era sin importarle lo que le dijeran los demás. Dafne
había sido algo que no era por intentar atraer al chico equivocado. Su escasez de
personalidad la perjudicaba muchísimo. Debía comenzar a sincerarse consigo
misma para sacar su verdadero yo.
Adrián se cruzó por su camino en los pasillos del instituto y le sonrió de
forma socarrona frenando el paso al pasar por su lado.
—¿Qué tal te ha ido? —preguntó fingiendo interés.
—Seguro que mejor que a ti —le respondió con sarcasmo dispuesta a seguir
adelante, pero Adrián no se lo quería poner fácil, la agarró del brazo y la frenó.
Sara quiso interceder, pero se quedó a un lado observando la situación.
—¿Por qué me hablas así? Aunque ya no estemos juntos podemos ser
amigos. Al fin y al cabo nos movemos con la misma gente —dijo intentando
hacerse el chico bueno.
Dafne se cruzó de brazos y le lanzó una mirada que dejaba bien claro que
jamás serían amigos. Después de todo había aprendido la lección, y aunque era
bien cierto que aún sentía algo por él, el odio que le profesaba era mucho mayor.
—Es cierto, podríamos serlo, pero ¿sabes? No me da la gana —murmuró con
tranquilidad—. Ve a reírte de otra, Adri. Conmigo ya no vas a conseguir nada.
—¿Crees que quiero algo más de ti? —Su rostro se tiñó de frialdad antes de
continuar—. Todo lo que quería ya lo he conseguido, cariño, meterme entre tus
piernas. Tengo que agradecerle al alcohol haberlo conseguido, porque estando
serena eras una estrecha.
Dafne lo taladró con sus ojos verdes. Mantenía una pose altiva, sin dejarse
amedrentar por las dolientes palabras. Adrián quería humillarla un poco más,
pero no pensaba dejarse pisotear.
—Sí, te metiste entre mis piernas, pero, cariño… —dijo afilando a su tono
más sarcástico— dejas mucho que desear. Ni siquiera me acuerdo de que me la
hayas metido. La tienes demasiado pequeña y creo que eso va a dañar tu
reputación de mujeriego. No sentí nada. Tú te correrías, ¿pero yo? Creo que
todavía tengo el himen intacto.
Se alejó unos pasos sonriendo de forma maligna y cogió a Sara de la mano
que reía en silencio. Al llegar al fondo del pasillo, Dafne se paró y mirando una
última vez a Adrián antes de desaparecer por las escaleras del abarrotado pasillo,
murmuró:
—¡Escuchad panda de cotillas! Sí, me acosté con Adrián, pero chicas que lo
adoráis por lo precioso que es, ¡no os hagáis ilusiones, eso que tiene entre las
piernas no sirve para nada! ¡Nuestro polvo fue un espejismo!
Sara comenzó a reír de forma descontrolada y juntas desaparecieron por la
puerta del instituto sin mirar atrás.
El machito de clase se había llevado su merecido, y aunque Dafne también
había salido perjudicada, a partir de ese momento Adrián quedaría como lo que
era, un niñato inmaduro.

Llegó a casa con una gran sonrisa en el rostro. Se había entretenido un rato
con Sara y le había dado tiempo a sus padres de llegar.
—¿Por qué estás tan contenta? —preguntó Estefanía.
—Los exámenes me han ido bien y encima le he dado su merecido a Adrián.
Tendrías que haberle visto la cara, mamá. Ha sido divertidísimo humillarle —rio.
—¿Qué has hecho, hija? —Frunció un poco el ceño, sin embargo no podía
esconder la sonrisa que comenzaba a asomar de sus labios. Dafne no dejaba de
sonreír y hacía demasiado tiempo que la veía de mal humor como para cortarle
la ilusión con una reprimenda.
Estaba preciosa cuando los ojos le brillaban alegres. Era su niña, tan guapa y
perfecta como cuando la encontraron.
—Pues me dijo que quería que fuéramos amigos, le dije que no y tras
echarme en cara que ya había conseguido lo que quería de mí, lo dejé en ridículo
delante de todo el mundo.
—¿Qué hiciste? —se interesó Enoch apareciendo por la puerta del salón.
Carlos también escuchaba y se preguntaba qué era lo que Adrián había querido
de su hija.
Aunque intentara creer otra cosa, creía saber a lo que se refería y preferiría
taparse los oídos y olvidar que su niña ya no era tan niña.
—Pues después de que él me dijera todo eso, le dije que dejaba mucho que
desear y que ni siquiera me acordaba de que me la había metido, que había sido
como un espejismo…
—¡Pero hija! —se alarmó su padre cortando su discurso e hizo reír a todos.
—No te preocupes, papá —le restó importancia. La verdad era que no había
pensado que él también estaba delante y que se enterara de lo que había hecho le
daba un poco de vergüenza—. Entonces me marché sonriendo como una villana,
me paré en frente de las escaleras del pasillo principal del instituto y vociferé a
los cuatro vientos que la tenía pequeña.
Incluso Carlos estalló en carcajadas. Enoch era quién más reía, orgulloso de
Dafne por haber dejado en ridículo a ese capullo.
—Tendríais que haber visto la cara que se le quedó. Era para hacerle una
foto. La gente comenzó a reírse de él y salí de allí triunfante. ¡Hoy ha sido un
gran día!
—Bien hecho, cariño. ¡Con mi niña no se mete nadie! —La besó en la frente
con dulzura y le dio un abrazo—. Bueno, ahora que has llegado tenemos que
hablar. Enoch tiene algo que decirnos.
El ambiente segundos antes divertido y distendido, iba a convertirse en otro
momento tenso. Su madre ya sabía que Enoch había aprobado, pero había
esperado a que Dafne llegara para decirlo también a su padre.
Se reunieron en el sofá grande y Enoch se sentó en el sillón colocado en un
rincón.
—Como sabéis hoy nos daban los resultados de la selectividad y… —Hizo
una pausa para mantener a todos en vilo. Su padre le dio un codazo para que
hablara de una vez y su madre rio porque ella ya lo sabía—. ¡He aprobado!
Todos aplaudieron.
—Sabía que lo lograrías, hijo.
—Gracias, papá. —Carraspeó antes de continuar y se armó de valor para
contar su decisión—. He sacado una nota casi de diez y puedo ir a la universidad
que quería. Ya he echado las solicitudes para ir a Valencia.
—¿Qué? —Dafne se levantó de su sitio con el ceño fruncido y miró a su
hermano—. ¿Cómo que Valencia? ¿Te vas?
—Sí, enana, pero volveré —sonrió escondiendo lo que le dolía observar su
mirada triste.
Su mueca desencajada le sentó como un jarrón de agua congelada. La
sorpresa se reflejaba en sus ojos verdes que lo miraban con intensidad, brillaban.
La arruguita de su entrecejo fruncido estaba de lo más pronunciada. Solo le
faltaba ponerse a hacer pucheros.
No pensaba que fuera a reaccionar así.
Enoch se iba.
—¿Por qué no puedes estudiar aquí? —preguntó levantando un poco la voz.
—Allí ofrecen cosas mejores, hermanita. Pero tranquila que solo me voy a
cuatro horas en coche —contestó en tono tranquilo.
Dafne se disculpó ante todos y se marchó a su habitación.
¿Por qué se marchaba? Entendía que su hermano fuera un cerebrito que
quería pasarse la vida haciendo deporte, pero para ello no tenía porque irse tan
lejos durante cuatro años. Había muy buenas universidades en Barcelona y su
carrera se cursaba en un par de ellas.
Estaba cabreada. Mucho. Pero no con él. También consigo misma por querer
que se quedara.
No se llevaban tan bien como para quererlo cerca toda la vida, pero no se
hacía a la idea de tenerlo lejos. Comenzaba a hartarse de ser una adolescente con
los nervios a flor de piel y actitud bipolar. Cualquier cosa le afectaba de forma
más fuerte que la habitual.
Enoch era un chivato, pero era su protector. No hacía más que mirar por ella
y por su bien.
¿Qué haría sin él? Todavía le quedaba un año en el instituto y bastante difícil
estaba siendo como para pasar su etapa final sin él.
Definitivamente no quería que se fuera.
Se tumbó en la cama y hundió la cara en la almohada. Iba un poco
maquillada y sabía que dejaría la marca de rimel en las sábanas. Quería gritar y
soltar su frustración.
—Nala, ¿estás bien?
Enoch apareció por la puerta llamándola por el cariñoso apodo que le asignó
de bebé y que tanto tiempo hacía que no le escuchaba pronunciar. Él se sentó a
un lado de la cama y la obligó a levantarse para mirarlo.
—No quiero que te vayas.
Enoch suspiró soltando todo el aire que contenían sus pulmones y le levantó
el rostro con una suave caricia.
Era tan bonita…
—No me voy para siempre, enana, volveré para seguir fastidiándote hasta el
fin de mis días —bromeó intentándola hacer sonreír y escondiendo lo que de
verdad le provocaba su pena.
Él tampoco quería dejarla, sin embargo era por cuestiones totalmente
distintas. Su mirada del color de la esmeraldas se clavaba en lo más hondo de su
alma, e incluso dolía. Su corazón palpitaba con fuerza cuando la tenía cerca.
Era un idiota al que le gustaba su hermana. Su propia hermana…
No podía ser, era una completa locura, y por eso, lo mejor era marcharse.
Se decía que la distancia hacía el olvido y él estaba dispuesto a olvidar que
comenzaba a tener sentimientos por Dafne y recordar que aún sin haber nacido
de los mismos padres, eran hermanos a todos los efectos.
—Míralo por el lado bueno, podrás escaparte sin que yo se lo diga a papá y
mamá y salir de fiesta sin que te echen de la discoteca por mi culpa.
—Eres idiota —sonrió—. He aprendido esa lección, no lo volveré a hacer.
—¡Sí, claro! No te lo crees ni tú. —Acarició su nariz y sonrió—. No voy a
decirte qué debes y qué no debes hacer porque tú misma debes encontrar tu sitio.
Solo te aconsejo una cosa; sé tú misma y encuentra tu camino antes de que sea
tarde.
—Lo sé. Después de estos años locos me he dado cuenta de lo que debo
hacer, Enoch. Ya no soy una cría.
No, no lo era. Y eso era lo que más lo asustaba.

La estación de Sants estaba abarrotada. Era un día cualquiera de trabajo en el


mundo real, pero la familia Céspedes Martín se despedía de su hijo. Esteban y
sus padres también estaban en la misma situación.
—Llámame todos los días. ¡Y come, por dios! —Estefanía lo besó por
enésima vez.
—Mamá, no me voy al fin del mundo. Estoy a solo cuatro horas en tren, no
te preocupes más. Sobreviviré —murmuró con una sonrisa cariñosa instalada en
su rostro.
Estefanía agarraba el clínex con fuerza, secándose las lágrimas que intentaba
retener. Su pequeño se marchaba y ya no había vuelta atrás. Dos semanas atrás
ya había pagado el primer mes de alquiler de su nuevo piso junto a Esteban y ya
tenían plaza reservada en la universidad.
Estaban en agosto, a solo tres semanas de que comenzaran los cursos y
debían comenzar a buscar trabajo antes de tener más gastos. Por suerte ambos
contaban con la ayuda de sus padres para los primeros meses y era un gran alivio
para sus bolsillos.
—Cuídate, hijo. Y llama todos los días a tu madre para que no se vuelva loca
—lo abrazó Carlos.
Dafne se mantenía alejada unos centímetros. Su rostro estaba teñido por la
tristeza que la embargaba al ver partir a su hermano. El tiempo estaba pasando
demasiado deprisa.
En las últimas semanas habían vuelto a tener una estrecha relación. Habían
pasado de odiarse, a estar juntos de nuevo durante todo el día. Gracias a él,
Dafne podía volver a salir bajo su supervisión y juntos iban al parque junto a
todos sus amigos. Por el camino también se peleaban, porque Dafne fumaba y
Enoch lo desaprobaba, pero por el resto volvían a tener confianza y a pasar
largas noches juntos hablando tumbados en la cama.
Enoch se marchaba con todos esos recuerdos grabados en su memoria. Se
dormía acariciando suavemente el pelo de Dafne y su olor se clavaba en lo más
hondo de sus fosas nasales.
Qué duro iba a ser…
—Enana, ven aquí —la llamó intentando sonreír, pero la alegría no llegó a
sus ojos.
Dafne se acercó con la cabeza gacha y se lanzó a los brazos abiertos de
Enoch para unirse en un fuerte abrazo.
—Te echaré de menos, idiota —susurró en su oído.
—Y yo a ti, pequeña Nala. Recuerda, «Hakuna Matata», vive y sé feliz —
canturreó la canción del Rey León. Se le había quedado clavada en lo más
hondo.
—¡Qué tonto eres! —Lo golpeó esbozando una sonrisa—. Venga, lárgate o al
final perderás el tren.
Volvieron a abrazarse con fuerza y a Dafne se le escaparon algunas lágrimas.
El tiempo pasaba muy deprisa, pero sin él a ella se le haría eterno.
¿Con quién se pelearía ahora? Echaría de menos pasar las noches viendo
películas de superhéroes que tanto le gustaban a él y las románticas que hacían
que se burlara de las lágrimas que Dafne soltaba. Quedaban tantos momentos
pendientes por vivir que no se hacía a la idea de no hacerlo hasta pasado tanto
tiempo.
Con el recuerdo de un abrazo grupal, Enoch se marchó por las escaleras
mecánicas y desapareció hasta llegar al andén.
Comenzaba una nueva etapa en su vida. Lejos de su familia. Lejos de la
chica de la que se estaba enamorando…
Capítulo 8



4 años después

L a situación le resultó como un dejavú solo que del revés.


—No me puedo creer que te vuelvas a Barcelona —murmuró Esteban
mientras se despedía de Enoch en la estación.
—He encontrado el trabajo que quería allí, amigo. Estoy deseando ver a mi
familia y aunque te echaré mucho de menos, ya es hora de regresar a mis
orígenes —dijo de forma dramática y lo acompañó con una sonrisa.
Esteban había encontrado un trabajo como entrenador personal en un
gimnasio de Valencia. Cuando llegaron, cuatro años atrás, su amigo se enamoró
de la ciudad y además había encontrado el amor, por lo tanto, no tenía intención
de volver a Barcelona con su adorada familia aunque los echara de menos. Allí
tenía ya su vida construida, todo lo que necesitaba. Enoch sin embargo, quería
marcharse.
La ciudad de las artes y las ciencias era preciosa, pero en Badalona estaba
todo lo que quería. Durante esos cuatros años había cambiado mucho. Ahora ya
no estaba tan flacucho como entonces. Había ganado unos cuantos kilos en
músculo y estaba hecho todo un adonis. Si antes el género femenino se lanzaba a
por él, ahora se lo comían con los ojos hasta el punto de dejar un rastro de babas
en el suelo.
Con veintitrés años, medía un metro noventa y su envergadura había
aumentado al menos un tercio desde los dieciocho años. Los músculos de su
cuerpo estaban bien enmarcados gracias a las horas que había pasado en el
gimnasio entrenando. Sus abdominales eran firmes, con un sexteto de
cuadraditos en los que podías incluso lavar la ropa. Pero lo mejor eran los
oblicuos que se escondían bajo la cinturilla del pantalón.
Sin duda, era todo un hombre, y no solo era atractivo, tenía la suerte de tener
un rostro bonito. El sol le había dado mucho en los últimos días y su piel lucía
un tono moreno muy sensual. Sus ojos castaños brillaban emocionados ante el
inminente reencuentro con su familia. Su pelo había crecido un poco, pero
seguía llevándolo de punta.
Dejó las maletas en el lugar correspondiente del tren y encendió su Ipod con
un poco de música de Helloween para hacerle el camino más ameno.
Ni su padre, ni su madre, ni Dafne, sabía que volvía. Iba a ser una sorpresa
que ninguno se esperaba.
Estaba entusiasmado.
Cogió su teléfono móvil y le envió un Whatsapp a su hermana como hacía
todas las mañanas.
«Buenos días, enana».
Estaba ansioso por verla. Hacía dos años que no la veía porque cuando sus
padres fueron a visitarle ella trabajaba.
¿Cómo estaría? Por lo que había podido ver en sus fotos de Facebook, seguro
que guapísima. Faltaban dos semanas para que cumpliera veinte años y ya era
toda una adulta. Sabía por lo que ella le contaba que al final había optado por
hacer un curso de Auxiliar veterinaria. Los animales le encantaban y al fin había
encontrado a lo que dedicarse. Además había tenido la suerte de encontrar
trabajo de lo suyo aun con la crisis que asolaba España en una clínica veterinaria
muy cercana a su casa.
En esos cuatro años Enoch creía que había conseguido su objetivo de
olvidarla de la forma amorosa. Había tenido relaciones esporádicas con varias
chicas en Valencia, pero ninguna le hizo sentirse especial. Algún día llegaría la
mujer perfecta en su vida y prefería esperar antes de atarse en una relación.
Volvía con energías renovadas y ganas de triunfar en la vida. Tenía pensado
buscar en breve un piso e independizarse de sus padres. Ahora que tanto Dafne
como él eran adultos, sus padres merecían la intimidad que durante tantos años
les robaron.
Su móvil le dio la alerta de que Dafne había contestado.
«Buenos días, Simba. No me llames enana, capullo. Ya no lo soy».
El emoticono de la carita enfadada le hizo sonreír, podía imaginársela
poniendo morritos de niña y se moría de ganas por observarlos en directo.
«Seguro que lo sigues siendo. La edad es solo una cifra, nena».
«¿Ahora citas a Jacob Black? ¿Quién eres tú y que has hecho con mi
hermano? La de las películas románticas soy yo, no tú».
Volvió a reír llamando la atención de algunas personas del tren. Un hombre
le mandó a bajar la voz porque intentaba dormir. Eran las tres de la tarde y
parecía ser la hora de la siesta para muchos. Él no iba a dormir, solo hacía que
contar los minutos para llegar.
«Ya sabes que Esteban está hecho un romántico. Quiso verlas, no fui yo».
«Claro, claro… por eso te sabes las frases. ¡Te pillé, Enoch! ¡Te han
gustado! Un día te tragaras las cinco películas conmigo, que lo sepas».
Dafne se despidió alegando que debía prepararse para marchar del trabajo y
Enoch aprovechó para leer un libro por el camino.
Estaba a punto de llegar. Había cogido el AVE y el trayecto duraba poco más
de una hora. La próxima parada ya era la estación de Sants.
Preparó sus maletas y se dirigió a la salida del tren con ansiedad. Todavía le
quedaban unas cuantas paradas de metro hasta llegar a su casa, el coche debían
traerlo desde Valencia, pero el camino era corto y sin darse cuenta ya había
llegado.
El olor de las calles de Badalona le hizo sonreír. Al vivir cerca de la playa
olía a mar. No siempre era capaz de sentir ese olor, las calles a veces olían
bastante mal, pero aun habiendo sido así, en ese instante habría sonreído. Cuánto
lo había echado de menos.
Nada había cambiado, solo unos cuantos edificios más en la zona. La
humedad del ambiente ya comenzaba a hacer sudar su cuerpo y la ropa se
pegaba en sus músculos. La puerta del edificio de sus padres se presentó ante sus
ojos y subió cargando las maletas a pulso por las escaleras, casi brincando de las
ganas que tenía de entrar.
No sabía si estarían en casa. Lo más seguro era que Dafne estuviera en su
propio hogar descansando después de un día de trabajo. Hacía apenas media
hora que su jornada había finalizado, pero la suerte se puso de su parte y al
llamar a la puerta fue ella quien abrió.
Parecía que la boca se le iba a desencajar de la mandíbula. Miraba a quién
había picado a la puerta de arriba abajo, una y otra vez.
Dafne pensó que era el chico más atractivo que había visto en su vida. Sus
músculos estaban enmarcados bajo la sudorosa camiseta y era un pecado para la
vista. Todavía no había sido capaz de mirar su cara tras quedarse embobada con
su cuerpo, pero al levantar la vista y mirar los ojos castaños y esa sonrisa
socarrona, por poco no le da un infarto.
—¿Enoch? —preguntó aún dudándolo.
—Claro, enana. ¿Quién creías qué era? ¿Dios?
—Idiota.
Enoch soltó las maletas cuando Dafne se lanzó a darle un fuerte abrazo. En
los escasos segundos que había tenido para observarla, un nudo se atravesó en su
garganta.
Las fotos de ella por Facebook no le hacían competencia. Estaba realmente
preciosa. Su cuerpo había terminado de formarse y era una belleza para
cualquiera que la observara. Sus ojos seguían brillando con ese verde intenso
que embrujaba, y su piel olivácea y el oscuro tono de su largo cabello, le daban
un toque muy exótico. Sus pronunciadas caderas le conferían una figura esbelta,
ni demasiado ancha, ni demasiado delgada. Tenía unas curvas de escándalo y se
había convertido en una mujer de lo más atractiva que cortaba el aliento.
Enoch olió su perfume afrutado e intentó sacar esos pensamientos de la
cabeza.
Lo que creía erradicado volvía con solo tenerla cerca.
¡Mierda!
¿Por qué tenía que atraerle de esa forma su hermana?
—Estás… estás increíble. ¡Joder, hermanito! Menudo bombón —lo alabó sin
poder contenerse.
Era cierto. ¡Estaba buenísimo! Siempre había sido un chico guapo, pero las
horas que le había dedicado a su cuerpo en el gimnasio lo habían mejorado con
creces.
No se lo podía creer.
—Tú sí que estás hecha un bombón —respondió.
Continuaron varios segundos más sin separarse, cada uno impregnándose del
olor del otro. Los fuertes brazos de Enoch envolvían a la pequeña Dafne por
completo. Era enorme, pero reconfortaba. Un buen lugar en el que permanecer
durante mucho tiempo.
Estefanía y Carlos aparecieron segundos después al ver que su hija no volvía
tras abrir la puerta y gritaron de alegría al ver allí a su hijo.
Los cuatro se abrazaron con fuerza y también se unieron a ellos, dos
pequeños inquilinos. Uno ladraba y el otro maullaba.
Un perro y un gato también lo recibían con mimos aun sin conocerlo.
—¿Pero qué haces aquí? ¿Cómo no has dicho que venías? —preguntó su
madre besando cada rincón de su cara.
—¡Para, mamá! —rio intentando deshacerse de su agarre—. Quería daros
una sorpresa.
—Pero te quedas, ¿no? —preguntó Dafne.
—Por supuesto, Nala. He encontrado trabajo como entrenador personal en el
gimnasio al que iba. Santiago se ha marchado de España y su puesto está libre.
—Eso es estupendo, hijo —lo alabó su padre.
—Khalessi, ¿adónde te crees que vas? —Dafne salió corriendo por las
escaleras en busca de su gatita y la cogió antes de llegar a la entrada del edificio.
Era una gata escapista, le gustaba largarse en cuanto tenía la oportunidad,
pero Dafne no le dejaba salir de casa por miedo a que pudiera pasarle algo.
—¿Khalessi? —preguntó Enoch al entrar en casa—. No sabía que fueras tan
friki.
—Pues espera a escuchar el nombre del perro —añadió Carlos.
El precioso ejemplar de American Staffordshire de color grisáceo le lamía la
pierna y Enoch se agachó para acariciarlo.
Era un trozo de pan que se dejaba hacer de todo y se preguntaba cómo la
sociedad podía temer a esa raza y tenerla como una de las peligrosas. Ese perro
era incapaz de matar una mosca.
—¿Y tú cómo te llamas grandullón?
—Frodo —respondió Dafne.
Sin duda su hermana se había vuelto un tanto friki.
Entraron dentro de casa y se reunieron todos juntos en el salón. Estefanía
trajo unas bebidas y le ofreció a su hijo algo de comer tras el viaje.
La familia Martín Céspedes todavía no se podía creer que Enoch estuviera
allí. Hacía tan solo un par de meses que había terminado la carrera y no
esperaban que volviera tan pronto a Barcelona.
Conversaron hasta ponerse al día de sus hazañas. En realidad lo sabían todo
porque hablaban a diario, pero les gustaba escuchar como su hijo había
conseguido sacarse la carrera en cuatro años, con matrícula de honor, tras haber
estado trabajando en un McDonald’s para sacar dinero y pagar el piso que
compartía con Esteban.
—¿Vivirás con nosotros? —preguntó Estefanía.
—No, mamá. Me buscaré un piso. Ya va siendo hora de que os independicéis
—bromeó.
—Ven a mi casa estos días —ofreció Dafne—. Mi piso está en la calle del
Mar y el gimnasio está solo a una calle. ¿Cuándo empiezas a trabajar?
—En dos semanas, pero ¿no seré una molestia para ti?
—No digas tonterías. Vivo sola con Frodo y Khalessi y hay espacio de sobra
para todos. Aunque te advierto que estos dos se meterán en tu cama —murmuró
acariciando a Frodo en el cogote mientras jugaba con Khalessi.
—¿En serio no te importa? —Dafne negó.
Al contrario, estaría encantada. Lo había echado tanto de menos que quería
tenerlo cerca y recuperar el tiempo perdido. No era que ella tuviera mucho
tiempo libre, trabajaba ocho horas al día y a veces incluso más cuando había
urgencias en el centro veterinario, pero nunca le importaba tener que salir
corriendo de casa para ayudar a los animales. Se desvivía por ellos.
Había encontrado su vocación. A mitad de curso de cuarto de la ESO
encontró un grupo de gatitos recién nacidos abandonados. Sin saber cómo
reaccionarían sus padres, los llevó a casa y cuidó hasta que pudieron valerse por
sí mismos. Fueron cinco gatitos los que cuidó durante un par de meses y uno de
ellos llevaba con ella desde entonces. Khalessi era la más pizpireta de la pequeña
manada, la que con su maullido la enamoró y quién hizo que su pasión por
cuidar de ella se convirtiera en el trabajo que deseaba para su futuro. Los otros
cuatro fueron adoptados por familias del barrio. De vez en cuando se encontraba
a los dueños y preguntaba qué tal estaban los pequeños. Ahora todos tenían casi
cuatro años y ya eran adultos, aunque Khalessi era una reina traviesa a la que le
gustaba demasiado hacer escapismo.
—Ya va siendo hora de marcharse, Rey León, que mañana me toca
madrugar.
Enoch cogió sus maletas mientras Dafne metía a Khalessi en un trasportín y
le ponía la correa a Frodo. Quiso ayudar a su hermano con las maletas, pero él
quería hacerse el fuerte marcando los músculos al hacer fuerza y por poco no se
le cayó la baba.
¿Qué demonios le pasaba?
Era su hermano, ¡por el amor de Dios! Además tenía novio desde hacía seis
meses y debía controlar sus pensamientos obscenos con alguien de su propia
familia.
Pero era extremadamente difícil. Sería capaz de mantener los ojos puestos en
Enoch las veinticuatro horas del día.
Aparcado en la calle, un Seat Ibiza de color rojo sangre los esperaba. Hacía
solo tres meses que Dafne se había sacado el carnet de conducir y no se le daba
nada mal. Enoch cargó las maletas y ayudó a Dafne a amarrar a Frodo y atar con
el cinturón a Khalessi.
—Tú conduciendo, menudo peligro… —susurró con sorna.
—Cállate… Lo hago a la perfección. Yo al menos tengo coche.
—Calla tú, listilla. El mío está en camino. En el tren era un poco difícil
meterlo.
Tardaron solo cinco minutos en llegar. Dafne vivía en una planta baja de un
edificio con solo seis vecinos. La zona no era de las más tranquilas de Badalona,
ya que la calle del mar normalmente estaba abarrotada de gente que salía de
fiesta y más en verano. En la playa se hacían noches de monólogos de cómicos y
los chiringuitos abrían hasta altas horas de la madrugada, generando bastante
escándalo por las calles. Por suerte Dafne dormía como un tronco y no le
molestaba nada.
Desde afuera el edifico no parecía gran cosa. Era del casco antiguo de la
ciudad y podría tener más de cien años, pero por dentro todo estaba decorado
con gusto y muy moderno. La puerta de entrada a su casa era blindada. Soltó al
perro y al gato y juntos entraron en la casa.
—Bienvenido a mi humilde morada.
Enoch había visto algunas fotos de la casa de su hermana, pero verla con sus
propios ojos era mejor. Era amplia y espaciosa, un poco más grande que la de
sus padres y nada más entrar te encontrabas con un pasillo que dirigía hacía el
salón. Decorado todo en tonos oscuros, el color claro de las paredes contrastaba
dándole un toque de luminosidad. El sofá rojo pasión era de dos plazas y
quedaba muy bien con el oscuro del mueble donde tenía la tele. Había varios
cuadros de las ilustraciones vampíricas de Victoria Francés y figuras de
coleccionista de series y películas esparcidas por el mueble, además de una
estantería repleta de libros de varios géneros al lado del enorme televisor de
pantalla plana.
—¡Vaya! ¿Eres rica y no me lo has dicho? —preguntó Enoch ante el buen
gusto de su hermana.
—Papá y mamá me han ayudado mucho, pero no cobro nada mal, la verdad
—sonrió—. Además el alquiler de este piso me ha salido casi regalado. No sé
me da nada mal mantenerme yo sola.
Cualquiera lo diría. Enoch todavía recordaba como era años atrás.
Descuidada, pasota… parecía que iba a pasarse media vida en casa de sus
padres, y con solo diecinueve años había conseguido independizarse.
Al final su esfuerzo había merecido la pena y estaba recogiendo lo sembrado
tiempo atrás.
Lo acompañó hasta la que sería su habitación provisional mientras visitaban
el resto de la casa. El estilo de todo era idéntico al del salón, contrastes de tonos
claros y oscuros con un toque muy femenino y a la vez infantil. A Dafne le
gustaban muchas cosas que se decía que era de chicos, pero que encajaban a la
perfección con la decoración. En la habitación dónde Enoch se iba a instalar
había una cama individual que parecía demasiado pequeña para él, pero debía
conformarse. Al fin y al cabo estaría ahí hasta encontrar un piso propio. Al
menos la habitación era más grande que la de casa de sus padres. Tenía incluso
sitio para ejercitarse por las noches antes de ir a dormir.
Se instaló deprisa y ayudó a su hermana a hacer la cena. Ambos tenían
mucho de lo que hablar y él estaba encantado escuchándola hablar de su trabajo.
Notaba pasión en cada palabra. Era tan distinta a cómo la recordaba que apenas
la reconocía en esa bella mujer que tenía delante.

El timbre sonó interrumpiendo sus anécdotas y Dafne se levantó para abrir la
puerta.
Enoch observó desde la distancia al visitante y frunció el ceño al ver cómo su
hermana se lanzaba a darle un largo beso en los labios.
Ese debía ser Manu… El novio con el que llevaba seis meses.
—Manu, te presento a mí hermano, Enoch. Se va a quedar aquí unos días
hasta que encuentre piso —los presentó Dafne con una sonrisa.
Los dos hombres se miraron de arriba debajo de forma seria. De esa forma
que solo dos machos alfas sabían hacer. Enoch miró al chico que ocupaba los
pensamientos de su hermana y pensó que tampoco era para tanto. Era un tipo
bastante normal, alto, fornido con unos músculos poco trabajados. Iba lleno de
tatuajes y tenía un poco pinta de macarra.
Dafne seguía fijándose en los malotes, de eso no había duda. Sus ojos eran
azules y lucían unas oscuras ojeras bajo ellos. Sin pedir permiso a nadie se
encendió un cigarrillo y comenzó a fumar.
—Encantado. —Enoch correspondió al saludo agarrando la mano que le
tendía y el tal Manu se hizo un hueco en la mesa demandando algo para cenar.
Ya solo con eso, Enoch comprendió que era un auténtico capullo.
—Cariño, ¿me traes una cerveza? —pidió sonriendo. Dafne se marchó a la
cocina y trajo una para cada uno.
—Gracias, enana.
Dafne le arrebató el cigarrillo a Manu y se ganó una mirada rápida de su
hermano.
Seguía fumando. Algunas cosas no cambiaban.
—Espero que solo fumes tabaco, hermanita.
—No te preocupes, hermanito. Soy adulta —le sonrió con sorna.
Había echado mucho de menos esas miradas, las que de adolescente la
hacían cabrear. En ese instante le provocaban mucha ternura.
La noche cayó y se fueron a dormir. A Enoch no le hizo mucha gracia que
Manu se quedara con ellos, pero la casa era de su hermana y estaba en todo su
derecho de invitar a su novio a dormir.
Tenía pinta de gorrón. No le gustaba ni un pelo.
¿Eran celos?
No.
Simplemente le parecía poca cosa para una mujer como ella. Dafne merecía
un hombre de verdad, no alguien que parecía no dar un palo al agua y vivía la
vida como si fuera todavía un adolescente.
Se tumbó en la cama individual después de quitarse la ropa y ponerse unos
cómodos shorts dejando su torso al desnudo, e intentó dormir. Sin embargo, oía
todo lo que pasaba en la habitación de su hermana y ojalá se hubiera quedado
sordo por unas horas.
—Para Manu, mañana trabajo —reía su hermana.
—Oh, vamos princesa. Un poquito… —contestaba él.
Los gemidos no tardaron en llegar a sus oídos. Se tapó la cabeza con la
almohada, pero Dafne era muy escandalosa.
Se estaba poniendo malo, no sabía si en el buen, o el mal sentido.
Menuda tortura…
Dafne gemía descontrolada ante las caricias de Manu y Enoch sufría en
silencio el dolor que aquello le provocaba.
—Otra vez no… —dijo en voz alta para escucharse con claridad.
No era ético pensar en la que era su hermana de esa forma, pero por
desgracia, solo tenía en mente ser él quién le diera placer. Quería estar en el
lugar de Manu y mirar esos ojos verdes brillando del placer que él podría
provocarle. Acariciar su cuerpo desnudo y penetrarla sin descanso hasta hacerla
llegar al orgasmo. Juntos disfrutarían de una larga noche de pasión.
Estaba enfermo…
Como no podía dormir decidió levantarse a darse una ducha de agua fría. El
baño estaba justo al lado de la habitación de Dafne y los sonidos eran mucho
más agudos a cada segundo que pasaba. Ni el agua escondía el placer de su
hermana.
Ya llevaban más de media hora así. Dormir no era la opción más inteligente
porque no lo conseguiría, así que fue a la cocina y se hizo un café.
A los pocos minutos los ruidos cesaron y Dafne saló semidesnuda de la
habitación.
—¡Dios, que susto! —gimió al encontrar a Enoch en medio de la cocina, a
oscuras—. Lo siento, ¿te hemos despertado? —dijo avergonzada.
—No había llegado a dormirme. No te preocupes —dijo un poco tenso.
Dafne sacó una botella de agua fría y se sirvió un vaso. El ambiente estaba
un poco tenso en la cocina. A Enoch le pasaba algo. Parecía que el buen rollo
inicial hubiera desaparecido y un muro se hubiera instalado entre ambos.
—¿Qué te pasa? —preguntó.
—Nada.
—Esa es una respuesta típica de mujeres. ¿Te has cambiado de sexo y no me
lo has dicho? —bromeó haciéndolo sonreír—. Algo te preocupa, te conozco. Esa
es la cara de no me fío del tío con el que sales.
Qué lista era…
—Tienes razón. No me fío. ¿A qué se dedica? No tiene pinta de ser
universitario. ¿Y cuántos años tiene?
Dafne no pudo evitar soltar una carcajada. Enoch fruncía el ceño y estaba
cruzado de brazos mirándola con atención. Fue una mala idea. Ver a su hermana
tan solo vestida con un conjunto de braguita negra de encaje y un sujetador que
elevaba sus pechos de forma descomunal, hizo que la garganta se le secara de
inmediato.
Le quitó el vaso de agua. Necesitaba recuperar la compostura.
—Tiene veinticinco años, dos más que tú y bueno… trabajar lo que se dice
trabajar, no trabaja.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó cada vez más intrigado. Dafne
había agachado la cabeza y se temía que lo que iba a decir no le gustaría.
—Pues…vende Marihuana… —contestó—. Me vas a matar, ¿verdad?
De todas las cosas que podría haberle dicho esa era la última que se esperaba
escuchar.
Había acertado con eso de pinta de macarra, lo era, y encima ayudaba a los
jóvenes a drogarse vendiendo Marihuana.
«Muy bien, Dafne, otra perlita para tu colección», pensó malhumorado.
—Ganas no me faltan, Nala. ¿Cómo se te ocurre estar con un tío así? —
susurró para que el mencionado no se enterara—. Puedes meterte en un buen lío
como lo pillen. Podrían acusarte de ser su cómplice. Es una puñetera locura.
Sí él supiera hasta que punto era su cómplice… prefería guardárselo para sí
misma ya que tras tantos años sin ver a su hermano, no estaba dispuesta a
perderlo.
—No te comas la cabeza, Enoch. Yo no tengo nada que ver, te lo aseguro. Es
su vida y no voy a decirle lo que tiene que hacer. Ya es mayorcito.
Sí, casi seis años más que ella.
Definitivamente no le gustaba.
—Yo solo quiero que tengas cuidado. No me gustaría verte detenida.
—Eres un exagerado —rio. Le dio un abrazo fuerte antes de marcharse y
Enoch se quedó con ganas de más.
Su piel había entrado en contacto con la de ella y el roce le provocó un
respingo.
Menuda noche iba a pasar.
Ahora sí que no sería capaz de dormir.
Capítulo 9

E l despertador sonó a las siete de la mañana. Manu se movía mucho y Dafne


apenas había pegado ojo, pero debía ir a trabajar. Lo despertó a él y con un
gruñido se levantó a regañadientes.
Aunque fueran novios no le dejaba dentro de su casa cuando ella se
marchaba. Además, Enoch rondaba por ahí y su hermano seguro que haría algo
para incomodarlo. Manu era mayor que él, sin embargo Enoch tenía un porte
más imponente y no dudaba que el ganador en una pelea de machos sería él.
Manu era bastante tirillas y muy inmaduro para su edad.
—Venga, cariño. Me tengo que ir.
—Finge que estás enferma… —murmuró levantándose con cara de perro
enfadado. No era muy madrugador, se pasaba el día durmiendo y su horario era
más bien nocturno.
—No voy a hacerlo, así que arriba campeón.
Lo dejó remoloneando en la cama y fue al baño a darse una ducha
interrumpiendo el aseo matutino de su hermano.
—¡Ups! Perdón.
—Tranquila, solo me estoy cepillando los dientes. Ahora mismo salgo.
—No te preocupes, yo me voy a la ducha.
Enoch abrió los ojos de golpe cuando Dafne comenzó a desnudarse delante
de él. Si la noche ya había sido dura al intentar aguantar el calentón que lo
inundaba, verla desnuda no ayudaba a bajar la permanente erección que se
adivina bajo los anchos pantalones.
Intentó desviar la mirada, pero los ojos le traicionaban mientras observaba la
sensualidad con la que Dafne se quitaba la ropa interior.
Estaba en el maldito infierno e iba a salir ardiendo como no huyera
despavorido.
Escupió la pasta de dientes en el lavabo y se enjuagó la boca con lentitud.
Con suerte, cuando levantara la vista Dafne ya estaría metida dentro de la ducha,
cosa que fue así, no obstante, veía su silueta tras la mampara y su boca volvió a
secarse por la sensualidad que demostraban todos y cada uno de sus
movimientos mientras se enjabonaba.
—Me cago en todo… —gruñó y se golpeó la cabeza con la mano.
—¿Me decías algo? —preguntó Dafne asomando la cabeza desde la bañera.
—No, que ya estoy.
Salió del baño, cerró la puerta a sus espaldas y fue a hacerse el desayuno. La
pequeña Khalessi estaba sobre el mármol de la cocina y maullaba mirando en
dirección al mueble color blanco que había sobre su cabeza.
—¿Qué quieres, pequeña? —La gata continuó maullando y como
obviamente no la entendía, abrió el armario que señalaba y encontró unos
platitos de Whiskas—. Mírala que lista ella. Cómo sabes que ahí está tu comida
—rio Enoch asombrado por la agudeza del animal.
También había premios para Frodo, así que sacó el platito para Khalessi y
llamó a Frodo para darle unos corazoncitos que al parecer lo volvían loco.
Tanto el uno como el otro eran dos mascotas de lo más cariñosas. Desayunó
con ellos, intentando que Frodo no le quitara el Sándwich que se acababa de
hacer y a los pocos minutos Dafne apareció ya vestida con la ropa de trabajo.
La bata azul de auxiliar veterinaria le quedaba demasiado bien, y eso que era
una ropa de lo más anti erótica.
—¿A qué hora empiezas? —preguntó para distraerse.
—A las… —miró la hora—. ¡Mierda! Llego tarde. Manu, me voy. ¡Lárgate
ya! —gritó a su novio—. Llegaré a eso de las tres de la tarde. Te he dejado unas
llaves en la entrada por si quieres salir. Te quiero, hermanito.
Le dio un rápido beso y salió pitando de casa al mismo tiempo que Manu.

El camino hasta la clínica era muy corto, de tan solo cinco minutos en coche
y allí tenía su propia plaza de aparcamiento. Dafne se despidió rápido de Manu y
quedó en llamarlo para salir el fin de semana.
No podía decir que estuviera enamorada de él, porque sabía que no era así.
Pero le tenía cierto cariño y se lo pasaba bien. Enoch se preocupaba por el
supuesto trabajo que él tenía y no debía hacerlo. Sin embargo, ella estaba más
metida de lo que él creía en el tema. Toda la marihuana que vendía la tenía
Dafne bajo el colchón de su cama.
Se fumó un cigarrillo en el coche antes de llegar y aparcó a toda prisa. Eran
las ocho y diez de la mañana y ya se estaba retrasando.
—¡Lo siento! —se disculpó con la veterinaria jefa, Esperanza, tras entrar por
la puerta.
—¿Qué ha sido esta vez, Dafne? —rio su compañera. Por suerte tenía una
jefa muy enrollada a la que adoraba y le perdonaba el llegar diez minutos tarde.
Dafne lo daba todo en el trabajo. Dejó sus cosas en la taquilla habilitada para
ello y entró en la parte de la clínica dónde se quedaban los animales ingresados.
Revisó a un gatito que estaba allí porque se había tragado algo que no debía y
estaba mucho mejor que el día anterior. Maullaba y también se bufaba cuando
alguien desconocido se le acercaba.
Debajo de él, un perro de la raza Yorksire estaba con una vía intravenosa que
le proporcionaba suero. El pobre tenía la laringe inflamada y no podía comer y
era la única forma de alimentarlo. Revisó la medicación que le tocaba y le puso
el antibiótico.
En realidad como auxiliar había aprendido muchísimo. Había asistido y
ayudado en distintas operaciones y le encantaba su trabajo. Sobre todo disfrutaba
cuando veía como los pequeños animalitos salían adelante después de pasarlo
tan mal. No había nada más gratificante para ella que ver cómo poco a poco se
iban recuperando y trasmitían vitalidad por cada poro de su peluda piel. Por otro
lado, también había momentos que ojalá no tuviera que presenciar. Cuando se
perdía la vida de alguno de sus pacientes, lo pasaba muy mal.
Era muy duro ver como la vida se escapaba de repente en seres tan pequeños
e indefensos como los animales. Todos los que allí trabajaban lamentaban mucho
las pérdidas. Se desvivían por cada uno de los animales que entraban y cuando
fracasaban, más de uno acababa llorando de tristeza por no haberlo conseguido.
Las horas se le pasaban volando. Casi sin darse cuenta llegaba la hora de
comer y salía junto a sus compañeras a un bar cercano.
Su vida había cambiado mucho en los últimos cuatro años. De todas las
amistades del instituto seguía conservando la que tenía con su mejor amiga,
Sara. Ella había seguido estudiando y ya iba por el tercer año de la carrera de
Historia del Arte. No se veían tanto como antes porque ella vivía en el centro de
Barcelona, pero casi todos los fines de semana se los reservaba para ir a dar una
vuelta con ella. Muchas noches seguía reuniéndose con el resto en el parque de
al lado de su casa. David, Cova, Alex e incluso Adrián, quien por desgracia era
muy amigo de Manu. No eran sus mejores amigos, pero se divertía con ellos y le
gustaba mantener el contacto. En realidad cada uno ya tenía su vida.
Salió por la puerta de la clínica una vez terminó su turno y se encontró con
Enoch y Frodo en la puerta.
Su querido perro se lanzó a por ella, saltando con todo su peso para lamerle
la cara, haciéndola reír.
—¿Qué hacéis aquí?
—Pensé que te gustaría un buen recibimiento para finalizar tu dura jornada
de trabajo. ¿Te apetece una de playa?
—Pero si no tengo bik…
No terminó la frase, Enoch le enseñó su bikini en la mano y no pudo negarse.
Hacía un día soleado. A una semana de mediados de Julio el calor era
sofocante en Barcelona. La humedad les hacía sudar y la ropa se les pegaba en el
cuerpo.
La playa estaba muy cerca, a solo trescientos metros caminando. Dafne dejó
que su hermano llevara a Frodo ya que parecía disfrutar mucho con aquel
distendido paseo.
La playa a esas horas estaba bastante llena, pero fueron a una zona rocosa en
la que poca gente se colocaba aparte de jóvenes adolescentes que aprovechaban
la zona para saltar y hacer peligrosas piruetas en un agua poco profunda. La
gente gritaba, reía y se bañaba en un agua que no estaba del todo limpia, pero era
lo que había. Se sentaron cerca de la orilla y Dafne dejó que soltara a Frodo para
chapotear con el agua a pesar de que era algo prohibido.
—Echaba de menos esto… —susurró Enoch mirando al horizonte, abrazado
a sus rodillas e impregnándose del aroma salino de la playa.
—¿De verdad? ¿No prefieres las limpias playas de las costas Valencianas?
Aquí cada vez te encuentras más sorpresas dentro del agua. Este año incluso se
han avistado tiburones.
—Sí, en cuanto a eso las prefiero. Pero esta es mi casa y creo que me gusta
hasta la suciedad de nuestras paradisíacas playas —bromeó.
—Cuéntame cosas. ¿Qué tal por allí? ¿Alguna chica que te robara el
corazón? —preguntó curiosa.
Aunque hablaban prácticamente todos los días, desconocía detalles como
esos. Sus conversaciones eran de lo más banales, un «cómo estás» y «qué te
cuentas», de lo íntimo apenas hablaban y no sabía qué había sido de Enoch por
tierras valencianas.
—Ninguna. Si no, habría hecho como Esteban, quedarme allí —contestó sin
desviar su mirada del mar. Las olas eran muy pequeñas y rompían muy cerca de
la orilla sin levantar demasiada marea—. Ha habido rollos, pero nada
importante. Tampoco tenía mucho tiempo entre el trabajo y los estudios. Me he
aburrido bastante.
Le contó algunas cosas más sobre las experiencias vividas allí y no era
demasiado entretenido. Tenía razón cuando decía que había sido bastante
aburrido. Las únicas anécdotas divertidas eran las fiestas universitarias en las
que todos acababan con una gran cogorza y haciendo el ridículo. Le contó que
una noche casi lo detuvieron por culpa de Esteban, que se pasó con las copas y
discutió a voz de grito con un policía. Fue vergonzoso, pero cuando se acordaba
era incapaz de no reír.
—¿Y tú qué?
—Manu es la relación más seria desde el instituto. He tenido algún rollo
esporádico, pero ninguno me gustó. Mi experiencia con los hombres es pésima
—explicó resoplando.
—¿Y a Marihuaneitor le quieres?
—¿La verdad? —Enoch asintió—. No lo sé. No estoy enamorada, ni por
asomo. No veo en él al hombre de mi vida, pero me entretiene y paso buenos
ratos con él. Por ahora eso me basta.
—Daf… eso no es una relación. No creo que merezca la pena estar con una
persona a la que no quieres. ¿Y si él te quiere a ti, lo dejáis y le entra la vena de
acosador obsesivo compulsivo?
Ya salía su vena de superhéroe. No podía evitarlo.
—No está enamorado —rio—. Tenemos una relación… abierta. Llevamos
seis meses juntos y él se acuesta con quién le da la gana, al igual que hago yo.
Yo no lo retengo ni nada por el estilo. Ambos somos libres.
No entendía nada. Enoch estaba patidifuso escuchándola. ¿Cómo dejaba que
su supuesta pareja se acostara con otras? Necesitaba un manual de instrucciones
para entenderla, porque escuchándola era imposible.
—Después de mi primera experiencia con Adrián cambió mi forma de
pensar, ¿te acuerdas? —Asintió. Cómo para no acordarse. Su hermana había
estado tan borracha y fumada que no se acordaba ni de lo que hizo—. Pues
quedé un poco traumada y hasta los dieciocho no volví a acostarme con nadie.
Cuando lo hice no sentí nada. Y así con un par de chicos más. Hasta que conocí
a Manu. Por primera vez en mi vida supe lo que era un orgasmo con un hombre.
Mi vibrador ya no me satisfacía como antes.
—¿Tienes un vibrador? ¿Qué ha sido de la pequeña, Nala? Dios… me voy a
traumatizar —dramatizó haciendo que Dafne soltara una carcajada.
—He crecido, cariño. Soy mujer y tengo mis necesidades. Y bueno, lo que
decía. Manu sabe lo que tiene que hacer, así que por eso estoy con él.
—Así que tu relación se basa en el sexo —afirmó. Dafne asintió con una
sonrisa—. Creo que estás más loca de lo que pensaba.
—¿Por qué? No tengo pensado atarme. El trabajo me quita muchas horas y
me desvivo por él, no quiero complicaciones y esta relación no me las da. Si se
acaba pues se acabó.
Sabía que su hermano pensaba que era una locura. No lo sabía a ciencia
cierta, pero Enoch era más romántico que todos los chicos con los que había
estado. No lo sabía de primera mano, obviamente, pero conocía su forma de ser
bastante bien y sabía que era un soñador que buscaba una bonita historia de
amor. Que ella supiera nunca se había enamorado. Ambos compartían eso. Eran
dos almas solitarias que seguían distintos caminos; él ansiaba aquello que no
podía ser y ella creía que nunca sería capaz de querer a nadie de forma que se
convirtiera en todo su mundo.
—He llegado a la conclusión de que los príncipes azules no existen y que yo
estoy defectuosa y no sé querer —confesó. Hundió la mano en la arena e hizo un
hueco que desapareció en cuanto una ola rozó la arena.
Enoch sospechaba que seguía faltándole un poco de personalidad.
—Las películas Disney han hecho mucho daño, hermanita. Puede que sí
exista el amor a primera vista y todo eso, pero no cómo te lo pintan cuando eres
pequeño. Lo principal es conocerse, forjar una unión sólida, consistente y
observar cómo van las cosas. Amar sin ser amado es una auténtica mierda —
murmuró mirando en la misma dirección que ella.
—Parece que hables desde la experiencia. ¿Has amado a alguien que no te
ama?
—Sí —admitió. Por muy retorcido que pareciera el destino, era su realidad y
a pesar de haber intentado cambiarla, no lo había conseguido.
El tiempo se suponía que curaba las heridas, pero los reencuentros volvían a
abrirlas, y en un solo día todos esos sentimientos que había creído un juego de
niños, volvían con intensidad al presenciar el gran cambio de Dafne.
Ya no era la adolescente rebelde de antaño, era toda una mujer, bastante
responsable, con el punto de locura justo y una gran belleza.
—Pues esa chica es tonta del bote. ¿Tú te has visto? Si no fueras mi hermano
no te dejaría escapar, Enoch.
—Eso lo dices porque te gusta mi físico, cabrona —sonrió, pero no pudo
evitar notar un pinchazo en su corazón.
Realmente no eran hermanos.
—No lo voy a negar. Tú físico pondría como una moto hasta a un eunuco,
pero no es eso todo lo que puedes aportar. Eres inteligente, leal, agradable.
Tienes muchas cualidades que cualquier mujer con dos dedos de frente
apreciaría.
No lo decía para regalarle los oídos, lo decía porque de verdad era lo que
sentía. No mentía al decir que si no fuera su hermano estaría con él. Cualquiera
podía caer rendida a sus pies y ella no sería menos. Su apariencia solo era el
súmmum de una serie de características que lo convertían en el hombre ideal. Un
verdadero príncipe azul.
Que puñetero era el destino… Ojalá el hombre que le robara alguna vez el
corazón fuera como Enoch.
—Ay, hermanita, qué mayor te has hecho —bromeó lanzándole arena en la
ropa.
—¡Oye!
Dafne le devolvió el golpe y comenzó la guerra. Se levantaron y comenzaron
a correr por la orilla de la playa, seguidos por Frodo, que ladraba divertido
persiguiendo a la pareja.
Aun habiendo traído el bikini, Dafne no se había cambiado. Seguía vestida
con unos pantalones negros y una camiseta de tirantes muy veraniega, pero no
fue obstáculo alguno para que Enoch la echara al agua.
Dafne rio y salió para ir a por él, y con la ayuda de Frodo, que se metió entre
sus piernas, Enoch cayó al agua levantando una pequeña oleada.
—¡Vamos Frodo, a por él! —ordenó Dafne sin dejar de sonreír.
Comenzaron a hacerse ahogadillas el uno al otro sin dejar de reír. Había
gente a su alrededor mirándolos con ternura. Enoch cogió a Dafne por las
piernas y volvió a hundirla en el agua. Al salir, ella se agarró a su cuello y por
unos segundos el tiempo pareció pararse para ambos.
Sus miradas se encontraron. El agua caía por sus rostros metiéndose las gotas
en los ojos y tenían instaladas grandes sonrisas dedicadas exclusivamente para el
otro.
¡Cuánto la había echado de menos! Aquel era el único pensamiento de
Enoch. Esos pequeños momentos, esas peleas en la playa. Siempre lo hacían
cuando eran niños, y ahora, vestidos con ropa de calle, volvían a hacerlo sin
importarles las miradas indiscretas de los bañistas.
—Mira cariño, ¡qué parejita tan entrañable!
Dafne y Enoch desviaron sus miradas por la interrupción de una mujer
mayor que paseaba en bañador con su marido por la orilla de la playa. Los
miraba sonriente, confundiéndolos con una pareja.
Dafne se abrazó más a Enoch.
—Se equivoca, señora. Somos hermanos —corrigió Enoch sonriendo y
aprovechó para darle un fuerte beso a Dafne, muy cerca de la comisura de sus
labios.
—¡Por el amor de dios! ¡Depravados! ¡Incesto, incesto! —La mujer se
marchó escandalizada de allí, provocando que los dos comenzaran a carcajearse
sin control.
Volvieron al lugar de trabajo de Dafne para recoger el coche tras varias horas
en la playa y juntos visitaron a sus padres. Ya casi era la hora de cenar y
Estefanía llamó minutos antes para invitarlos a casa.
Aparcó el coche en el parking del edificio y junto a Frodo subieron
empapados hasta casa.
—¿Pero dónde demonios os habéis metido? —preguntó Estefanía con los
brazos en jarras, riñéndoles como a dos niños pequeños.
—Dafne quería darse un baño. Quise impedirlo, pero no fue posible.
—Idiota —sonrió.
Estefanía los dejó pasar tras hacerles secar con una toalla y los hermanos
entraron entre empujones a casa.
Carlos estaba en el salón, hablando por teléfono con alguien.
—No, inspector. Ella sigue sin saberlo, no puedo hacerle eso y lo sabe.
Daf…
—¡Cariño! Los niños están aquí —gritó Estefanía para hacerse oír.
—Luego le llamo, tengo que colgar.
Dafne se percató del nerviosismo que invadía a sus padres.
¿Con quién hablaba su progenitor?
Apenas pudo escuchar nada de la conversación, sin embargo, sospechaba que
su nombre había salido de por medio. Frunció el ceño sin abrir la boca, pensando
en todo y nada a la vez, y tras soltar a Frodo, dejar sus cosas sobre el sofá y
sentarse, murmuró:
—¿Con quién hablabas? Me ha parecido escuchar mi nombre —soltó como
quién no quiere la cosa, mirando sus uñas de forma distraída para intentar
aparentar una indiferencia que no sentía.
—Nada importante, cariño. El banco y sus cosas —contestó.
Dafne supo que mentía. Se había tocado la oreja mientras hablaba y no le
mantenía la mirada. Optó por asentir y callar, porque quizás era algo que no le
incumbía y que estuviera relacionado con ella podrían solo ser sus propias
paranoias.
Enoch, por otro lado no se contentó.
Acompañó a su madre a la cocina con la excusa de ayudarla a preparar la
cena y la interrogó.
—¿Qué está pasando? ¿Con quién hablaba papá? —susurró para que Dafne
no escuchara.
Estefanía dejó un plato con ensalada sobre la encimera y se giró para mirar a
su hijo, lanzando un cansado suspiro.
—La está buscando…
Esas únicas palabras le hicieron comprender la preocupación de sus padres.
Isabel Reyes estaba buscando a su hija y lo más seguro era que Carlos hubiera
estado hablando minutos antes con el policía que les llevó el caso.
—En comisaría tenían prohibido dar el nombre de Dafne. Bajo ningún
concepto podía salir a la luz, pero un idiota se lo dio a Isabel. Ahora sabe cómo
se llama y tenemos miedo de que la encuentre.
Se sentó en una de las sillas de la mesa de cocina y Enoch la acompañó.
Estefanía hundió la cara entre sus manos, aguantando de forma estoica las ganas
de llorar.
Parecía que cuando mejor iban las cosas, más ganas tenía el destino de
complicarlas. Las malas noticias nunca venían solas y por supuesto, que Isabel
estuviera buscando a Dafne no sería lo único.
Enoch consoló a su madre apoyando una mano en su espalda, dándole suaves
caricias. Él temía que aquello ocurriera. La verdad debía salir tarde o temprano
por mucho que esta se hubiera escondido.
—¿No crees que es mejor decírselo?
—No puedo… Nos odiará —sollozó.
Era una decisión muy difícil de tomar. Veinte años engañándola eran
demasiados años. Eran sus padres aunque los análisis de paternidad dijeran lo
contrario. Estefanía la había criado igual que si hubiera pasado nueve meses en
su vientre, sin embargo, las mentiras podían destruir todo lo construido durante
años y eso quedaría en el olvido.
Quizá Dafne debería haber conocido la verdad desde el principio, pero los
miedos le impidieron hacerlo y era demasiado tarde para retroceder y rectificar
lo obrado.
Enoch entendía los miedos de su madre, pero tarde o temprano se descubriría
y Dafne sería la única perjudicada.
Capítulo 10


E n las dos últimas semanas Enoch había recuperado las viejas amistades.
David todavía seguía viviendo en la misma casa, junto a sus padres, los cuales
deseaban que se marchara de una vez por todas, pero aún no tenía trabajo como
informático ni dinero para costearse un piso. Estaba soltero y picando de flor en
flor, como cuando eran niños. Su amigo Alex, quien tenía una relación con Cova
terminó poco después de que él se marchara, pero ella también seguía en el
grupo. Ellos dos, junto a Esteban, eran sus mejores amigos. Toda la
adolescencia, incluidas las travesuras de la época, las había hecho con ellos y le
hizo mucha ilusión saber que todavía seguían yendo al parque de al lado de casa
de sus padres a tomar el aire de vez en cuando.
Volvió a ver también a Adrián, el ex de Dafne y quién le robó la virginidad
en una noche de borrachera. Lo saludó por pura educación, pero no le tenía
aprecio alguno y ojalá se hubiera ido muy lejos de Badalona. No obstante,
debido a su inexistente inteligencia, no se había ni siquiera graduado y era una
bala perdida. Seguro que también vendía marihuana como Manu. Cuando Dafne
llegó con él, ambos se pusieron a hablar apartados de todo y dedujo que era
sobre negocios.
—Definitivamente no me gusta —murmuró en su oído cuando se sentó.
—Dios, hermanito. Eres muy pesado —frunció el ceño.
Volvió a ojear lo que hacían aquellos dos y le dio tiempo a ver como
intercambiaban algo. Lo más seguro era que fuera mercancía.
—Solo me preocupo por ti —respondió.
Dafne lo ignoró y se lió un cigarrillo. Cuando Enoch la vio liar volvió a
poner la cara de superhéroe y defensor de la justicia.
—Es tabaco.
No hubo respuesta. Dafne soltó un bufido y continuó a lo suyo.
Rondaban las ocho de la tarde y todavía el día estaba claro. Frodo corría
junto al perro de Alex en busca de la pelota que David le lanzó. Pasar allí las
horas muertas ya no era tan divertido como cuando era adolescente, se aburría y
no aguantaba mucho rato.
Terminó su cigarro y se despidió de todos. Enoch se quedó allí un rato más.
—Te espero en casa.
Al llegar, Dafne puso una lavadora con la ropa del trabajo y llenó los
cuencos de comida de sus pequeños. Khalessi estaba apoyada en el alfeizar de la
ventana, tumbada boca arriba tomando las últimas horas de sol del día.
Ese fin de semana celebraba su cumpleaños. Los veinte años llegaban y tenía
pensado hacerlo por todo lo alto. Gracias a Sara había conseguido reservar una
sala en su restaurante favorito y después irían de fiesta a la playa y adónde les
llevara el destino.
Lo estaba deseando.
Fue a su habitación y levantó el colchón para abrir el canapé donde guardaba
varias cosas. El alijo de Marihuana de Manu apestaba toda la habitación. Ahí
había por lo menos medio kilo. Sabía que se la jugaba, como la pillaran no se
libraría de un buen multazo. A veces seguía siendo un poco idiota.
Sara se empeñaba en decirle que no tenía personalidad, y al final le daría la
razón. Cedía ante las constantes peticiones que Manu le decía aunque en su
interior pensara que eran una locura.
Cogió un poco de una bolsa y se lió uno aprovechando que estaba sola en
casa y salió a la terraza a fumar.
Su teléfono móvil sonó.
—Gordita mía, ¿qué haces? —Saludó una muy efusiva Sara al otro lado de la
línea. Dafne sonrió.
—Hola caracola. Pues nada, en la terraza, fumando un poco.
—Drogadicta… —la riñó.
—¡Serás idiota! Es uno de vez en cuando. Además, muchos médicos lo
recomiendan para algunas enfermedades. Si ellos lo dicen, ¿por qué iba a ser
malo? —se preguntó con una lógica aplastante.
—Los médicos también recomiendan no comer hidratos de carbono por la
noche y tú te hinchas a pizza. ¿Por qué no les haces caso también en eso? —
respondió con una sonrisa. Sara tenía la manía de comportarse como una madre.
Suerte que no lo era y con ella hacía lo que le daba la gana. Desde siempre con
ella se comportaba cómo era en realidad. Era quien más libertad le
proporcionaba.
—Porque eso no es divertido. La pizza provoca orgasmos en mi organismo y
a falta de pan, buenas son las pizzas —se inventó.
—Te voy a dar una que lo vas a flipar… Capulla —se burló soltando una
carcajada—. Por cierto, estoy de camino a tu casa. ¡Mañana tengo el día libre de
todo y hay que planear tu cumpleaños!
Se separó un poco el móvil de la oreja con los gritos de su amiga. Sara estaba
entusiasmada con la fiesta. La pobre se pasaba el día estudiando y trabajando y
su vida social escaseaba.
Ni siquiera le dio tiempo a colgarle el teléfono, Sara ya estaba picando a la
puerta.
Estaba loca…
—Podrías haber dicho que ya estabas aquí.
—¡Dios, que peste! Ese olor me revuelve el estómago. ¡Satanás, aquí no
vuelvas más! —Le hizo la cruz con cara de asco al cigarrillo de Dafne y esta
estalló en carcajadas.
Juntas volvieron a salir a la terraza para que su amiga no se comiera la
humareda.
—¡Mierda! —gruñó Dafne cuando escuchó la puerta abrirse. Todavía le
quedaba la mitad del porro y no quería que su hermano la pillara con él en la
mano—. Toma, aguántalo
—Ni hablar, muñequita. No quiero que tu hermano me odie a mí. Ya te
sostuve demasiados cigarrillos de jovenzuelas.
—Zorra.
Lo apagó rápido en el cenicero y lo escondió detrás de la silla.
Enoch saludó nada más entrar por la puerta y apareció en la terraza sonriente
con Frodo subido a sus pies para que lo acariciara.
Sara por poco se queda sin aliento.
—¡Virgencita santa! ¡Madre de dios, de Jesucristo y de Gandalf el Gris!
¿Enoch? —preguntó tras soltar lo primero que se le cruzó por la cabeza.
—Vaya, Sarita. ¡Qué alegría verte! —La saludó con un efusivo abrazo.
—Alegría la que tú me has dado, macizorro. Dios, gorda, ¿cómo no me
dijiste que tu hermano se había convertido en uno de esos modelos de calendario
guarro?
Enoch estalló en carcajadas. La amiga de su hermana seguía siendo un show.
Aunque años atrás apenas se trataban porque Dafne acaparaba toda su
atención, Sara tenía un sentido del humor de lo más extrovertido. Con su metro
sesenta y cinco de altura se había convertido en una chica resultona. No era
delgada, tenía curvas pronunciadas que le daban una sensualidad muy femenina
y un busto en el que perder la cabeza. Ya no tenía el pelo castaño, ahora iba
teñida con un tono anaranjado que hacía que sus ojos azules cobraran más
intensidad. Estaba muy guapa.
Sara se levantó de la silla y se acercó contoneando las caderas hasta Enoch,
dándole un provocativo beso en la mejilla que hizo carcajearse a Dafne y
enrojecer al pobre chico.
—Hermanito, ten cuidado con esta lagarta. Creo que me va a tocar a mí
apartarte a las busconas.
—¡Oye, serás perra!
Sara ya no era tan tímida como antaño, ahora se dejaba llevar por sus
hormonas y la mirada que le echaba a Enoch prometía todo tipo de cosas
obscenas, sin embargo, su hermano no estaba por la labor.
Se sentó junto a Dafne en la estrecha silla y estuvieron un rato animados
conversando y poniéndose al día. Sabía que su hermana seguía teniendo a esa
loca por mejor amiga porque hablaban de ella por teléfono. Siempre le pareció
un acierto por su parte, era una gran chica, responsable aunque algo alocada,
pero para Dafne era una muy buena influencia.
—¿Qué tal por Valencia? —preguntó Sara.
—Ha sido una experiencia maravillosa. No he hecho mucho turismo porque
me he pasado estos cuatro años trabajando y estudiando, pero me llevo un grato
recuerdo. Tenía ganas de volver.
Dafne sacó unos refrescos mientras continuaban ahí fuera y al final la noche
les cayó encima.
—¿Te quedas a cenar? —preguntó a su amiga.
—Por supuesto, leona. Hoy seré tu ocupa hasta que se te cierren los ojos.
Mientras preparaba la cena, que constaba de tres pizzas precocinadas,
alguien llamó a la puerta. Enoch salió de la terraza para abrir tras el aviso de
Dafne y no se le quedó muy buena cara al ver a Manu y a otro tipo allí.
—¿Esta Daf? —preguntó sin saludar y Enoch asintió.
Manu entró en el interior de la casa y fue en busca de su chica a la cocina.
Dafne frunció el ceño al verlo llegar con uno de sus colegas.
Le había dicho cientos de veces que no hiciera eso.
—¿Qué hacéis aquí? Te he dicho…
—Lo sé, lo sé —la cortó—. Pablo tenía prisa por conseguir algo de material.
Si hubiera tenido tiempo habría venido yo solo, cariño. No te cabrees, anda.
Dafne bufó frustrada. Eso ya era abusar demasiado de su confianza.
—Os quiero fuera en cinco minutos —ordenó.
Los dos hombres fueron en dirección a la habitación de Dafne seguidos por
la mirada reprobatoria de Enoch. No le gustaba mucho la situación, sospechaba
que ahí no se cocía nada bueno y más sabiendo a qué se dedicaba ese despojo de
ser humano.
Sin que su hermana se diera cuenta se metió en el baño contiguo a su
habitación y escuchó la conversación de aquellos dos perroflautas que invadían
la propiedad de Dafne.
—¿Cuánto quieres? —preguntaba Manu.
—Con cincuenta tengo suficiente.
Hubo una pausa en los sonidos. El chirrido de lo que parecía ser el canapé de
la cama se escuchó incluso desde el baño, y después, sonido como de plástico
rasgándose.
—Aquí tienes.
—Vaya, tío. Menudo arsenal —aplaudió el otro.
Los dos salieron veloces de la habitación mientras Enoch continuaba
escondido. Cuando oyó la puerta de entrada cerrarse, revisó que Dafne no
estuviera cerca e invadió su habitación.
Había un aroma extraño, a hierba. El presentimiento de algo que no le
gustaba se instaló en su pecho y no pudo más que investigar. Se estaba metiendo
donde no le llamaban y aquello auguraba una pelea con su hermana, pero no le
importó. Prefería pelearse a tener que verla entre rejas.
Levantó el canapé del colchón y lo vio.
—¡Será hijo de puta! —gruñó levantando un poco la voz.
Ahí había un buen paquete de Marihuana. Una cantidad que podría suponerle
una buena multa a su hermana y estar un tiempo entre rejas.
¿En qué demonios estaba pensando?
—¡Dafne! —la llamó gritando.

—¿Qué pasa? —preguntó Sara entrando de súbito en la cocina en busca de
su amiga tras oír el grito de Enoch.
—¡Mierda! Creo que me ha pillado… —murmuró nerviosa.
Le dijo a Sara que esperara en el salón y Dafne se dirigió al lugar de donde
venían los gritos. Enoch estaba sentado en su cama, con rostro muy serio y
parecía echar humo por las orejas.
Definitivamente había visto lo que se escondía debajo de su colchón.
¡Maldito Manu!
—¿Se te ha ido la puta cabeza? ¿Cómo guardas eso debajo de tu colchón?
¡Podrías ir a la cárcel, joder! —la riñó como un padre cuando su hijo comete una
travesura, no obstante, esa travesura se pasaba de lo normal.
—Me lo pidió, nada más —contestó con toda la calma que lograba aparentar,
que era más bien poca.
—¿Y si te pide que te tires por un puente también lo harás? —bufó frustrado
—. Tienes menos personalidad que Sam Sagaz, hermanita. ¿Sabes que por esa
cantidad podrías ir seis años a la cárcel?
Agachó la cabeza aguantando la larga perorata que le estaba echando, sin
embargo cuando mencionó su escasa personalidad, la furia fue comenzando a
emerger de lo más profundo de su alma y contestó:
—Sé lo que hago, Enoch. ¿Crees que no sé lo que me depararía que me
pillaran? El lo venderá en poco tiempo. Pronto no tendré nada que ver.
—Pero ahora lo tienes, ¡joder! Entiendo que tu relación con ese chico sea
solo meramente sexual, pero guardarle la hierba en tu propia cama, ¡en tu casa!
Es una jodida locura, Dafne.
—Llevo meses guardándola y nunca ha pasado nada. ¡Déjame en paz!
Salió de la habitación dispuesta a dejar de escucharlo, pero él la siguió hasta
la cocina, donde Dafne maniobraba con el horno para sacar las pizzas de la cena.
—No huyas como si tuvieras quince años, Dafne. Ya no los tienes y estás
actuando como una niña pequeña.
Sara los observaba sentada en el sofá, sin abrir la boca. No obstante debía
darle toda la razón a Enoch en ese instante. Dafne se estaba arriesgando de
forma innecesaria por una persona que apenas le importaba. De lo buena era
tonta, y en esa situación en concreto, gilipollas.
Cuando le comentó que tenía todo eso bajo su colchón por poco no le mete
una paliza por idiota, pero su amiga siempre alegaba que no pasaba nada. Manu
se encargaba de venderla y ella simplemente la guardaba. Sin embargo, si algún
día pillaban a Manu ella sería la primera en ser investigada y caería culpable de
tráfico de drogas.
—¡Te odio! —le gritó cansada de escuchar sus reproches. Estaba realmente
enfadado.
Fue de nuevo a la habitación y Enoch volvió con todo el género en sus
manos.
—Vas a deshacerte de esto ahora mismo si no quieres que yo mismo llame a
la policía.
—¿No te atreverás?
—Rétame a ello.
—¡Largo! ¡Fuera de mi casa! No te quiero ver aquí nunca más.
—Ya vuelves a comportarte como la niña que aún sigues siendo. —Negó con
la cabeza con lástima.
—¡Qué te pires!
Enoch abrió la puerta de entrada y salió dando un fuerte portazo cumpliendo
los deseos de su hermana.
Dafne comenzó a llorar de la rabia y la frustración provocada por la
discusión.
Sara se acercó a ella para consolarla y dejó que llorara durante unos minutos
antes de dar su opinión.
—Gorda, tu hermano tiene razón. Tienes que deshacerte de esto, ya.
—Manu no tiene dónde guardarlo. Vive con sus padres y ellos no saben nada
de esto —explicó.
—Ese es su problema, cariño. Tú vives sola y te estás arriesgando por una
persona que no lo merece, y lo sabes. Llámalo y díselo.
—No lo entenderá. —Hundió la cabeza entre sus manos y suspiró fuerte.
Sara tenía razón, al igual que su hermano. Una vez más actuaba de forma
inconsciente con algo más serio incluso que cuando se acostó con Adrián sin
condón con quince años. Su poca fuerza a la hora de imponerse ante algo la
hacía débil.
Nunca cambiaría…
Era débil, se dejaba llevar por los demás como una marioneta sin vida
propia. Su afán por complacer al resto la dejaba a ella en un segundo plano, y ser
bonita y resultona no le servía para que la tomaran más en serio, al contrario, la
trataban como a una idiota capaz de hacer lo que fuera por complacer a los que
la rodeaban. Una lastra que la perseguía desde la adolescencia.
¿Por qué no podía actuar cómo quería?
No se conocía a sí misma. Había un vacío en su interior que solo ella podía
encontrar, pero no se esforzaba lo suficiente para conseguirlo llenar. Mantenía
una postura lineal en su vida, dejándose llevar por la monotonía y la comodidad,
sin disfrutar de los días.
Soltó un suspiro más y fue a por su teléfono móvil. La llamada no le sentó
demasiado bien a Manu, lógicamente, y tras una larga discusión en las que
ambos se faltaron al respeto, ya iba de camino a por su mercancía para
esconderla donde fuera. Encontraría a alguien a quién encasquetársela, de eso no
tenía duda.
Cuando llegó, Dafne la tenía preparada encima de la mesa del salón metida
en una bolsa y una pequeña mochila.
Manu ni siquiera la miró, lo cogió y se marchó de allí sin abrir la boca.
—Me parece que vuelvo a estar soltera… —susurró a Sara después de oír el
portazo.
—Pues déjame que te diga que es lo mejor que te podía pasar, gorda. No te
convenía.
—Cada día te pareces más a Enoch. Ya es la segunda relación que me jode…
—bufó.
En solo tres días que hacía que había vuelto había conseguido que su novio
la dejara. Parecía tener un radar para capullos y su afán por desenmascararlos
rompía sus relaciones dejándola sola una vez más.
No le gustaba la soledad. Después de mucho tiempo con Manu había
encontrado alguien que la complaciera, y ahora, ya no le quedaba más que su
inseparable vibrador.
Que triste…
Capítulo 11


N o se podía creer que lo hubiera echado de su casa de aquella forma. Él


simplemente había intentado hacerla entrar en razón sobre algo que podría
llevarla a la cárcel.
Estaba asqueado, cabreado y furioso consigo mismo por no ser capaz de
hacerle ver a la loca de su hermanita que estaba cometiendo una locura detrás de
otra.
Guardarle las drogas a su novio ya era el colmo de la inconsciencia. No se
equivocaba cuando decía que no tenía personalidad. Con tal de agradar se dejaba
llevar como una idiota y después le pasaba lo de siempre, quedaba mal parada.
Con Adrián le pasó. Ese cabrón le hizo creer que la quería y resultó que solo
para una cosa, y cuando la consiguió, todas las palabras vacías de amor se las
llevó el viento y ella quedó como la cornuda, la niñata y la zorra que se dejaba
desvirgar en la playa.
Nunca aprendería.
Abrió la puerta de casa enfurecido y pegó un portazo. Encima se había
atrevido a echarlo. ¡Qué le dieran!
Fue hasta la cocina en busca de algo para beber y conseguir calmarse y se
encontró a su madre sentada en la silla, llorando.
Cualquier enfado que tuviera con la inconsciente de Dafne se esfumó en un
santiamén.
—Mamá, ¿qué te pasa? —le preguntó apoyando una mano en su hombro. No
dejaba de mecerse arriba y abajo con los hipidos.
Estefanía cogió una servilleta mientras sorbía por la nariz y se secó las
lágrimas para levantar la vista y mirar a su hijo.
Era incapaz de hablar, cada vez que lo pensaba, temblaba de la impotencia.
—Está muy cerca… —sollozó sin poder dar más explicaciones.
No hizo falta que le dijera mucho más para descubrir a qué se refería.
Después de varios minutos consolándola, Estefanía consiguió frenar un poco
las lágrimas para hablar con su hijo sobre lo que llevaba todo el día
atormentándola.
—Esta mañana he ido al colegio para preparar las cosas del próximo curso
antes de empezar las vacaciones definitivas y alguien llamó a mi despacho —
comenzó—. Se supone que el colegio está cerrado y nadie tiene acceso, pero sin
que el portero se diera cuenta, ella se coló. Creo que lleva días siguiéndome.
—Por ella ¿te refieres a Isabel Reyes? —preguntó aun sabiendo la respuesta.
Su madre asintió.
Enoch tragó saliva con fuerza. No podía decir que estuviera sorprendido,
porque en realidad se esperaba que en cualquier momento ocurriera. A su padre
se lo dijo miles de veces, pero tanto él como su madre, decidieron ignorarlo y
vivir engañados durante toda la vida creyendo que nunca llegaría a dar con ella.
La mentira se les estaba echando encima, y pronto, serían incapaces de
pararla.
—Me acorraló en mi despacho. Quise llamar a la policía, pero me rompió el
teléfono antes de que lo lograra. Quiere encontrarla. Dice que es suya y que
merece saber quién es su verdadera madre.
—¡Será perra! —gruñó Enoch—. Ella la abandonó, mamá. No merece nada.
—Eso mismo le dije yo. Comenzamos a discutir y suerte que llegó el idiota
del conserje y la sacó a patadas. Casi nos peleamos, pero te aseguro, hijo, que
está dispuesta a encontrar a Dafne. Ya me ha encontrado a mí, está muy cerca…
Suspiró abatida y las lágrimas volvieron a aparecer descontroladas. Al poco
tiempo llegó Carlos de trabajar y se unió a ellos en la charla. Tampoco pudo
evitar soltar algunas lágrimas con la noticia.
Cuando todo parecía ir bien, siempre había algo que lo fastidiaba.
Eran una pareja que no hacía daño a nadie. Adoptaron a Dafne con toda su
buena fe, la querían como una hija y ahora luchaban como dos padres de sangre
para que nadie se la arrebatara, y todo ello, sin que la implicada se enterara de
nada.
—Creo que debéis decírselo. No podéis esconderlo durante más tiempo.
—Siempre dices lo mismo, hijo —suspiró su padre. Hasta cuando tenía diez
años preguntaba si podía decirle la verdad a su hermana.
Al final iba a resultar que era el más sensato de todos, y si hubieran seguido
su consejo de niño, quizás ahora no tendrían ese problema.
—No queremos que nos rechace. Nos odiará…
—Sí se entera porque esa loca la encuentra, te aseguro que os odiará más,
mamá. No puedes esconderle algo que cada vez está más cerca de descubrir por
sí misma. Ella no es tonta.
«Aunque se comporte como tal», pensó recordando su última discusión.
—Tiene razón, Estefi. Hay que decírselo.
Durante unos minutos sus padres discutieron los pros y los contras y Enoch
dejó que expusieran sus dudas sin abrir la boca.
Pronto sería su cumpleaños y no querían fastidiárselo con la noticia. Cuando
pasara, se sentarían los cuatro a hablar y le explicarían la verdad a Dafne.
Lo merecía. Merecía saber quién era de verdad y no solo porque estuviera a
punto de descubrirlo si Isabel la encontraba, sino porque a nadie le gustaría vivir
engañado durante toda la vida.

Sara se marchó una hora más tarde. Se había desahogado con ella como
siempre. A pesar de que la juzgaba, nunca llegaba a reprocharle sus actos. Se
empeñaba en apoyarla y le dejaba que cometiera sus propios errores. Era la voz
de la conciencia. La persona que siempre conseguía sacarla de los apuros y con
sus consejos seguía adelante.
Se había comportado como una completa imbécil.
Frodo y Khalessi la acompañaban tumbados junto a ella en el sofá. Su perro
no había dejado de lamerle la mano desde que había comenzado a llorar. Y
Khalessi maullaba cada vez que se movía del sitio.
—No sé qué haría sin vosotros —les musitó en voz alta.
Khalessi se levantó de la comodidad de estar entre sus piernas, y como si
entendiera a su dueña, lamió su mejilla con su rugosa lengua haciéndola sonreír.
—¿Creéis que me he pasado con Enoch? —les preguntó. No iba a obtener
una respuesta esclarecedora, pero el ladrido de Frodo le dio a entender que
obviamente se había extralimitado—. Tienes razón. Él solo quería ayudarme.
¿Por qué sigo comportándome como una adolescente?
Siempre intentaba hacerse la madura. Parecer una adulta de verdad. Tener un
trabajo y estar independizada no servía para conseguirlo, en su cabecita
continuaba ese carácter visceral que la hacía actuar de forma irracional. Y esa
vez se había extralimitado.
¿Cómo había podido permitir que Manu utilizara su casa como almacén de
droga?
Ni ella misma se lo explicaba. Quizá fuera que el día en que le dio permiso
para ello había tenido una noche loca. Ella había fumado un poco y tenía una risa
tonta en el rostro que no desaprecia. Después de eso olvidó la conversación
porque él se encargó de seducirla. Y lo siguiente que ocurrió fue que bajo su
cama se escondía una buena bolsa llena de Marihuana.
Después de eso no fue capaz de decir que se la llevara. Simplemente impuso
unas normas que él no cumplía, pero como una idiota que buscaba complacer, se
limitaba a repetírselo para que él no hiciera nada al respecto.
—Le debo una gran disculpa. Lo he tratado fatal.
Hablar en voz alta era habitual. Sus animales no le contestaban con palabras,
pero sus miradas le conferían la confianza necesaria para hacer ciertas cosas. A
ese paso sería como la Loca de los gatos de Los Simpson, solo que ella sería
capaz de tener un zoo entero en su propia casa.
Apartó a un lado a la pequeña Khalessi y se levantó para ir a su habitación.
Su móvil estaba cargando. Revisó si tenía algún mensaje y se encontró con uno
de Manu.
«Por tu culpa casi me pillan, tía. Lo nuestro se ha terminado. No vuelvas a
llamarme para echar un polvo».
Dafne soltó una sardónica carcajada al leerlo.
«El único culpable eres tú, y no te preocupes, contaba con ello».
Borró la conversación y fue en busca de la que compartía con su hermano.
Lo último que se había enviado con él fue el día en que volvió por sorpresa.
Se tumbó en la comodidad de su cama y se armó de valor para escribir. Eran
pasadas las diez de la noche y su conexión citaba «En línea».
Soltó un fuerte suspiro.
«Lo siento mucho».
Le dio a enviar esperando ver aparecer el mensaje de «Escribiendo...» por
parte de su hermano.
Pero no lo hizo, así que se aventuró a ser ella la que volviera a escribir.
«Tenías razón en todo. He vuelto a comportarme como una niñata y casi me
meto en un lío del que tú me has librado. Si quieres, puedes volver».
Esperó de nuevo una respuesta y suspiró de alivio al ver que le respondía.
Con esa disculpa esperaba haber ablandado el corazón de su hermano.
«Te perdono, enana. Y sí, te has comportado como una verdadera niñata».
«Lo sé. Entonces... ¿vendrás?».
Le preguntó esperanzada. Hablar con Frodo y Khalessi era divertido, pero
más lo era hacerlo con alguien de carne y hueso.
«No creo. Hoy me quedaré aquí con papá y mamá. Mañana estaré ahí».
«Jo. No quiero dormir sola :(».
Esperaba que el emoticono de la carita triste le diera pena.
«Pues tendrás que soportarlo, hermanita. Mamá quiere arroparme como
cuando era niño. Ya te comentaré si sobrevivo o me ahoga con el edredón».
Sonrío ante su último comentario y decidió despedirse de él y darle las
buenas noches.
Había pasado toda la noche sin dormir, preocupado por lo último que le
había contado a su madre y que les preocupaba a todos. Enoch intentó
convencerles de que lo mejor era decirle la verdad, pero ninguno sabía cómo
abordar el tema.
Dafne podría tomárselo fatal. El tiempo había pasado más deprisa de lo que
sus padres imaginaron y se les avecinaba tomar una decisión que podría
acarrearles el odio de su hija.
—¿Cómo estás? —preguntó a su madre cuando se despertó. Estefanía estaba
en la cocina con un café entre sus manos que ya se había quedado frío.
—Preocupada. No sé cómo afrontarlo. —Puso las manos en su cabeza y
suspiró cansada. Enoch la reconfortó con una mano en su hombro y se sentó
junto a ella.
—Habéis dejado pasar mucho tiempo...
—Lo sabemos. Debimos haber hecho caso a ese niño de diez años que nos
preguntó si podía contarle la verdad. Quizá todo hubiera sido más sencillo —
admitió. Sin embargo la idea de revelarle a una niña de siete años que ellos no
eran sus padres y que su verdadera madre se prostituía y drogaba, no había
entrado nunca en sus planes.
Iba a ser muy duro si se enteraba y no solo por el hecho de descubrir que su
familia en realidad no lo era. Debía ser un golpe muy fuerte descubrir que era
adoptada.
—Bueno, me marcho a trabajar. Si te marchas con tu hermana cierra bien la
puerta.
—De acuerdo mamá. Ten cuidado y ante cualquier intrusión inesperada,
llámame.
Estefanía le lanzó una tierna sonrisa a su hijo y le agradeció con la mirada su
apoyo.
Se fue a dar una ducha que desentumeciera sus músculos y decidió ir a casa
de su hermana. Era viernes y al día siguiente era el día de su cumpleaños. No
había hablado con ella sobre qué iban a hacer y tampoco sabía si estaría invitado
tras la discusión.
Sin embargo ella le había pedido perdón. Al menos había reaccionado y se
había dado cuenta de en qué lío podía haberse metido si no se hubiera desecho
de la droga.
Llegó a los diez minutos y al abrir la puerta Frodo y Khalessi lo recibieron
de forma efusiva. Tuvo que cerrar rápido porque la gata quería escaparse.
—No te escaparás, pilluela —la riñó con una sonrisa mientras la llevaba
entre sus brazos.
Quedaban unas horas para que llegara su hermana, así que lo primero que
hizo —como si fuera un agente de policía—, fue entrar en su habitación e
investigó el canapé de debajo de su colchón.
La bolsa ya no estaba.
—Al menos me ha hecho caso —musitó en voz alta.
Se dedicó a ver la tele durante toda la mañana. Tenía ganas de comenzar a
trabajar, pero aprovechó que no comenzaba hasta el lunes para procrastinar
durante toda la mañana. A la una del mediodía se puso a hacer la comida. Le
envío un mensaje a Dafne para que fuese a comer con él y su hermana aceptó la
invitación.
Preparó lo que mejor se le daba: pasta a la carbonara y esperó hasta que
Dafne llegara.
Cuando Dafne entró por la puerta de su casa lo hizo con algo de nervios.
Enoch estaba allí y tras la discusión no lo había vuelto a ver. Se habían pedido
perdón, pero aun así la culpabilidad la consumía y no tenía ni idea de cómo
reaccionar.
Se paró frente a él en la puerta de la cocina y la disculpa se adivinaba en su
rostro.
—Ven aquí, enana. —Enoch abrió sus brazos y Dafne los aceptó gustosa.
Enoch inhaló su dulce aroma y suspiró en su cabello. Dafne se sentía cómoda
entre sus fuertes brazos y agradeció a lo que fuera que hubiera en el universo el
tenerlo en su vida.
Desde que había vuelto no dejaba de pensar en él. Había sido siempre su
abrigo en los días de frío, su pañuelo en los peores momentos y también el que la
conseguía enfurecer. Pero aun así, el amor que sentía por Enoch no se
desvanecía.
—Lo siento —repitió.
—Ya ha pasado, así que no le des más vueltas —la consoló.
Se separó y Enoch le indicó que se sentara en la mesa. Sirvió los platos y con
la intromisión de Frodo y Khalessi consiguieron comer entre cómplices sonrisas.
—Lo he dejado con Manu —admitió Dafne.
—¿Lo siento? —El gesto desconcertante de Enoch la hizo reír.
—Ha sido lo mejor. No le quería y él a mí tampoco. Creo que voy a seguir tu
consejo de guiarme por el corazón y no por lo que tengan entre las piernas.
—Dios, estamos comiendo. ¡No quiero saber eso! —dramatizó y juntos
estallaron en carcajadas—. Ahora en serio, ¿estás bien?
—Sí. Debo empezar a tomar decisiones correctas, y aunque de nuevo por tu
culpa me he quedado soltera y con lo puesto, ha sido lo mejor.
—Eso es lo más maduro que te he escuchado decir nunca. —Enoch abrió los
ojos de forma exagerada y Dafne le lanzó un trozo de pan en la cabeza—. ¡Au!
Está duro.
Frodo se lanzó a por el pan en cuanto tuvo la oportunidad y se lo comió de
un solo bocado. Khalessi había intentado alcanzarlo, pero el perro se lo arrebató
de inmediato y ofendida se marchó a por la comida de su comedero.
—Cambiemos de tema. ¿Estoy invitado a tu cumpleaños? —preguntó y puso
morritos de forma infantil.
—Por supuesto. Mañana cenaremos en un restaurante que hemos reservado
Sara y yo y luego nos iremos de fiesta al primer lugar en el que dejen entrar a
nuestra pandilla de frikis.
—Me parece perfecto —sonrió animado por la idea de salir a despejarse un
rato.
Sin embargo acababa de acordarse de algo, no le había comprado regalo a su
hermana y se le echaba el tiempo encima.
Terminaron de comer y alegando que debía comprar cosas antes de comenzar
en su trabajo se marchó a por el regalo.
Quería que fuera algo especial, tan especial como era para él Dafne. Su
hermana, esa de la que llevaba enamorado desde que tenía uso de razón.
Capítulo 12


E l cumpleaños de Dafne había llegado. Después de pasar a ver a sus padres y


que la llenarán de besos y felicitaciones, volvió a su piso junto a su hermano
para prepararse para la cena. Enoch llevaba todo el día tratando de evitar
preguntas sobre su regalo, a pesar de que era el día de su cumpleaños había
decidido dárselo en casa de sus padres.
—¡Dámelo ya! —repitió. Puso un tierno puchero, pero ni aquella adorable
mueca iba a conseguir ablandarlo.
—No, no, no. Te va a tocar esperar, Nala —musitó divertido.
—¡Joder! Pues ya no te invito a la cena. —Se cruzó de brazos y se marchó a
su habitación para vestirse.
—¡Cómo si fuera a perdérmelo! —gritó mientras se marchaba y recibió una
peineta por parte de Dafne.
Una vez en su habitación, rebuscó en su armario algo que ponerse. Tenía un
sin fin de vestidos y buscó uno que le dijera que esa era su noche. Se decantó por
uno de color negro de tirantes gruesos y escote en uve que se ceñía por completo
a todas las curvas de su cuerpo y quedaba por encima de las rodillas. De zapatos
escogió unos del mismo color con un tacón de infarto y antes de ponérselo todo
fue al baño a maquillarse.
—Lo siento, lo siento —se disculpó al entrar sin llamar.
Estaba acostumbrada a estar sola en casa y que nadie interrumpiera lo que
hacía y encontrar a Enoch, completamente desnudo a punto de entrar a darse una
ducha, había sido una sorpresa.
Enoch se tapó de inmediato sus partes nobles y esperó a que Dafne se
decidiera a salir del baño. Sin embargo no lo hizo. Hubo un momento incómodo
que le hizo tragar saliva. Dafne lo miraba de arriba abajo, embobada con sus
músculos de infarto.
Era la primera vez que podía ver de verdad como era Enoch sin ropa. Y por
el amor de Dios. Su cuerpo era perfecto y no podía más que tener pensamientos
incestuosos con él.
¿Por qué tenía que estar tan bueno?
—Hermanita, creo que ya me he exhibido lo suficiente por hoy —musitó con
voz ronca. No se había perdido ninguno de los movimientos de los ojos de su
hermana. Lo había escrutado entero, solo le había faltado la parte que tapaba con
sus manos.
—¿Eh? Sí. Ya me voy —carraspeó—. No tardes, que tengo que maquillarme.
Salió volando del baño y cerró la puerta de un golpe. Cogió el aire que había
retenido en sus pulmones y movió la cabeza para sacar aquellos pensamientos de
su cabeza.
Frodo se acercó a ella moviendo su cola y le acarició el cogote.
—Creo que me estoy volviendo loca —murmuró al perro y este ladró—.
¿Cómo puede ser que esté tan bueno?
Sus pensamientos debían quedar en un segundo plano. Era su hermano.
Alguien de su propia sangre. Sí, era el hombre más atractivo y con más valores
que jamás había conocido, pero formaba parte de su familia y a aquello se le
llamaba incesto y aunque no era creyente, era un pecado mortal. Debía apartar
aquellos pensamientos para que sus hormonas se apaciguaran. Últimamente no
dejaba de tener ese tipo de pensamientos y se castigaba sin parar por solo
imaginarlo.
Esperó sentada en el sofá fumando un cigarrillo a que saliera, y sin cruzar
palabra se metió en el baño. Sacó su arsenal de maquillaje y se quedó pensativa.
No sabía qué hacerse. Con ese vestido tan seductor quería que su mirada quedara
bien enmarcada.
Comenzó a dar sombra en el párpado con un tono amarronado para dar
profundidad y después usó una de color negro para el párpado móvil. Lo
difuminó para que no se vieran cortes y repasó la línea superior con eyeliner para
convertir sus ojos en ojos de gata. La línea inferior también la pintó de negro. Se
puso rímel en las pestañas y en los labios un color rojo pasión.
El verde de sus ojos parecía todavía más claro en comparación con lo oscuro
del maquillaje. Estaba rompedora. Se atusó el pelo dejando sus rizos naturales a
su libre albedrío y salió directa a su habitación a ponerse el vestido.
Quedaba media hora para ir al restaurante y estaba deseosa de pasárselo bien.
Enoch la esperaba en el salón. Vestido más elegante de lo que solía ir.
Llevaba una camisa de manga corta de color azul oscuro y unos pantalones
tejanos ajustados. El pelo se lo había peinado moderno, dándole un toque en
punta y desenfadado.
Escuchó el traqueteo de unos zapatos de tacón y boqueó impresionado al ver
aparecer a Dafne.
El vestido se pegaba a sus curvas como una segunda piel. Sus pechos se
alzaban y se dejaban entrever con aquel pronunciado escote. Estaba sexy a rabiar
y el maquillaje le hacía parecer toda una pantera con su cabello negro azabache
danzando de forma desenfada.
La boca se le secó durante un instante y Dafne al sentirse observada se
sonrojó.
Enoch la miraba con la boca abierta.
—Hermanito, ¿qué tal estoy? —preguntó con falsa modestia a sabiendas de
que lo había dejado impresionado. Su cara de tonto lo decía todo.
—¡Wow! Estás impresionante. No sé si me hace mucha gracia que vayas tan
provocadora —bromeó. Dafne se acercó contoneando sus caderas y sonrío.
—Venga vámonos. Sara está esperándonos abajo con su coche.
Se fueron juntos. Al encontrarse con Sara está silbó a su amiga y le dijo lo
rompedora que estaba. Sin embargo tampoco se quedó callada al ver a su
hermano.
—Enoch, como sigas provocándome así no respondo de mis actos —bromeó
en cuanto entró en el coche.
—Sarita, Sarita. Cada día más descarada —contestó entre risas.
—Tengo poca vida social y en mi universidad hay poco que ver. Tú estás que
rompes.
—Calla ya, pesada. Que al fin lo vas a espantar —adujo Dafne divertida.
Ojalá ella pudiera ser igual de franca con su hermano.
—No te preocupes, enana. Es bueno que alguien me infle el ego de vez en
cuando.
—Arrogante —rio.
Llegaron al restaurante La Tagliatella del centro comercial La Maquinista.
Cova, Alex, David, Adrián e incluso Manu, les esperaban en el interior.
—No sabía que tu ex novio iba a venir —musitó Enoch con el ceño fruncido.
—Yo tampoco —gruñó por lo bajo.
No solo uno, sino los dos. A pesar de que lo de Adrián había pasado hacía
cinco años, no había dejado de verlo en todo ese tiempo y nunca había intentado
volver con ella. Por lo que cuando Manu se unió a su grupo y empezó con
Dafne, no hubo ningún problema. Al contrario, se hicieron compañeros de
trapicheos y desde entonces parecían uña y carne.
Nada más entrar, sus amigos la llenaron de abrazos y felicitaciones. Dafne se
sentó junto a su hermano y por desgracia al otro lado tenía a Manu.
—Estas cañón —le susurró al oído. Dafne lo taladró con la mirada. No había
vuelto a hablar con él desde el día en que fue a su casa a recoger la Marihuana y
la dejara con un mensaje en el móvil.
—¿Qué demonios haces tú aquí?
—Me invitaste, ¿recuerdas?
—Creía que el no quiero saber nada de ti era una forma de anular tu
invitación —contestó ella.
Enoch estaba atento a la contestación.
—Vamos Daf, no seas así. Esto no tiene por qué acabar así. Nos lo pasamos
muy bien juntos —añadió Manu. Dafne estaba muy atractiva y se acababa de dar
cuenta que prescindir de sus encantos no era algo que le hiciera especial ilusión.
—Pues yo creo que sí. No quiero estar con una persona como tú a la que ni
siquiera quiero. Alguien me ha abierto los ojos. Es lo mejor, no me lo tengas en
cuenta —contestó zanjando la conversación con un guiño y se centró en el resto
de sus amigos.
Manu terminó por darse por vencido y la velada fue genial. Charlaron y se
contaron anécdotas de cuando eran más jóvenes. Todos recordaron los momentos
de los hermanos con más relevancia, cuando Enoch se empeñaba en fastidiar a
su hermana y esta decía odiarlo. Menos mal que habían pasado esa etapa, sin
embargo días atrás había vuelto durante un breve lapso de tiempo.
Al finalizar la cena fueron hasta las playas de Badalona a las Carpas del
Titus. No les dejaron pasar por culpa de Adrián y Manu que iban colocados hasta
arriba y el primero se encaró con el portero. Estaban en la puerta sin saber qué
hacer.
La noche se había complicado por culpa de un imbécil.
—Oh vamos. Este sitio es una mierda, no me miréis así —dijo Adrián sin
apenas poder sostenerse. Manu no estaba mejor que él.
Antes de llegar a la discoteca, se habían parado a tomar unas copas y
aquellos dos habían aprovechado para fumarse un par de cigarrillos
condimentados con varias copas de alcohol.
—Será mejor que Manu y tú os larguéis. No me apetece ni veros —dijo una
muy enfada Dafne. Quería pasar una noche divertida y por culpa de aquellos dos
se había quedado sin poder bailar y lucir su vestido frente a algún tío que
quisiera pasar un rato divertido.
—Vamos Daf. No te enfades. —Adrián se acercó a ella en un intento por
abrazarla, pero Dafne fue rápida y lo apartó.
—Olvídame Adrián.
—Tengo una idea —adujo Enoch. Dafne le prestó atención, todavía de
brazos cruzados—. ¿Por qué no vamos a casa y seguimos la fiesta ahí?
—Es una gran idea —lo animó Sara. Veía como Dafne había cambiado de
humor por culpa de aquellos dos. Aunque no sería la fiesta que había esperado,
todavía podían pasarlo bien en su casa.
—Vale.
—Genial. Todos a casa de Daf —gritó Manu como si nadie estuviera molesto
con él.
—Vosotros dos no. Id donde queráis, pero no vais a fastidiarle la fiesta a mi
hermana —añadió Enoch con seriedad. Los dos chicos lo miraron con recelo
pero Enoch no se amilanó.
Dafne apretó la mano de su hermano y le agradeció mucho que la defendiera
en aquella ocasión. Lo que menos quería era tener a sus dos ex novios colocados
en su casa. Solo harían que echar por tierra su fiesta y quería pasarlo bien. La
noche todavía no había terminado y aún tenía aquella posibilidad.
Tras unos minutos de indecisión, ambos balbucearon que aquello era una
mierda y se largaron de la misma forma que habían llegado.
Más animada, Dafne pensó que no era tan mala idea.
Antes de llegar a su casa, pasaron por un supermercado que abría las
veinticuatro horas y compraron un buen arsenal de alcohol. Podía ser que sus
vecinos se cabrearan con ella, pero pensaba divertirse y por una noche
aguantarían. Además, en la zona que estaba situada había siempre mucho ruido,
porque ellos se desmadraran durante un rato, no iba a pasar nada.

—Vale hermanita, creo que ya has bebido suficiente.


Dafne bailaba sobre el sofá de su casa acompañada por Frodo que estaba más
pesado que de costumbre. El vodka, el whisky y todo tipo de bebidas había
volado con aquella panda. Dafne iba perjudicada, pero se divertía. Bailaba al
ritmo de Arctic Monkeys y su canción Are U Mine bajo las miradas de todos sus
amigos. Todos habían bebido más de la cuenta y reían sin parar.
—Baila conmigo —le dijo a su hermano.
—Ni hablar —contestó de inmediato. Si se levantaba en ese mismo instante
sus amigos notarían el incipiente bulto de su pantalón.
Dafne se movía de forma seductora y no ayudaba que aquel vestido mostrara
todas y cada una de sus curvas de forma candorosa. Ella no debía ser consciente
hasta qué punto, sin embargo Enoch se había fijado en que tanto David como
Alex, de vez en cuando la miraban con la boca medio abierta y el deseo grabado
en su mirada.
No podía evitar sentirse como ellos. Sus movimientos lo seducían.
—Ya que queremos recordar viejos tiempos, ¿por qué no jugamos a la
botella? —murmuró Sara con una sonrisa.
—¡Sí, sí, sí, sí! —contestó Dafne con emoción. Ninguno se negó.
Dafne dejó su bailoteo y fue a la cocina a por una botella de agua que había
en su nevera para el juego. El resto se sirvió más copas y se sentaron todos en el
suelo para comenzar el juego.
—Os recuerdo las normas —comenzó Sara y dio un trago a su copa—. La
botella será la encargada de elegir a las dos personas que se besarán. Quien se
eche para atrás, tendrá que hacer una prueba y no creo que los aquí presentes
seamos demasiado benevolentes —rio—. Así que ¿preparados?
—Vamos, yo primero que para algo me he hecho un año más vieja —
balbuceó Dafne a duras penas.
Puso la botella en el centro y con un poco de dificultad la hizo girar.
—Alex y... —La hizo girar de nuevo—. ¡David!
Todos corearon un «que se besen» entre carcajadas.
—Ni hablar, no —espetó Alex negando con vehemencia.
—¿Prefieres la prueba, amigo mío? —añadió Enoch divertido.
—Si lo prefieres te aseguro que te arrepentirás —añadió Dafne quien ya
tenía pensado qué hacer.
—Vamos Alex, dame un besito —añadió David poniendo morritos. A él no
le importaba. Simplemente se divertían y no sería la primera vez que jugando a
ese juego le tocaba besar a un hombre y no había ocurrido el fin del mundo.
Alex al final claudicó y se levantó para ponerse junto a David.
—Que esto no salga nunca de aquí.
—¡Bésale ya! —dijo Cova entre risas.
Alex se acercó con lentitud a David y le dio un piquito que apenas rozó sus
labios.
—Eso no vale. ¡Morreo! —gritó Dafne.
—¡Y una polla en vinagre que te comas!
Su comentario quedó ahogado por los gritos del resto que animaban a que el
morreo llegara. Alex volvió a acercarse a David y se fundieron en un morreo que
duró un segundo.
Había superado la prueba.
—¡Bien hecho! ¡La noche se pone caliente! —musitó Sara entre risas
mientras Alex pasaba el dorso de su mano por su boca para retirar posibles
babas.
Le robó la botella a Dafne y dio un profundo trago.
—¡Siguiente!
Había llegado un punto que prácticamente todos se habían besado con todos.
Chicos con chicos, chicas con chicas. Reían sin parar y disfrutaban de una
divertida noche que todos deseaban que no terminara nunca a pesar de que
pronto el amanecer se les echaría encima.
—Enoch y... —musitó Alex encargado de girar la botella—. ¡Dafne!
Un aullido de «uuuuuh» se hizo eco en las paredes.
Enoch dejó a un lado su bebida y reaccionó al instante tras escuchar el
nombre de Dafne. Había temido ese momento y había tenido suerte hasta ese
instante de que no le hubiera tocado besarla.
—Creo que no sería correcto —musitó.
—¡No seas cobarde! Es tu hermana, no el monstruo del lago Ness —se burló
Alex y Dafne le dio una colleja.
Vio la indecisión en la mirada de su hermano. Ella tampoco sabía cómo
reaccionar ante la prueba que le había puesto la maldita botella.
Enoch se levantó de su sitio y fue en su dirección. Prefería arriesgarse a
besarla antes de hacer cualquier prueba loca que los cabrones de sus amigos
propusieran. Dafne no sabía por qué, pero un nudo se formó en su estómago
lleno de nervios. Él cada vez estaba más cerca. Enoch notaba su aliento y los
gritos de ánimo de sus amigos habían desaparecido dejándolos a solas. Miró a
Dafne a los ojos y ella tampoco le quitaba la vista de encima.
Fue como si el tiempo se parara. Unieron sus labios y ambos los movieron al
unísono sin llegar a profundizar con sus lenguas. Dafne sintió su aliento como
algo cálido y reconfortante que removía cosas en su interior que era incapaz de
descifrar. Para Enoch fue algo distinto. Los sentimientos se despertaron más
fuertes que nunca. Sus labios eran suaves, cálidos y no le importó que el hedor
de ambos a alcohol se entremezclara. Era algo que había querido hacer desde
hacía mucho y se repetía una y otra vez que no estaba bien.
¡Era su jodida hermana!
El beso duró más de lo que pretendían y cuando se separaron ninguno supo
qué decir.
—¡Eso sí que es amor de hermanos! —bromeó David. Todos se habían
percatado de que era el beso que más había durado de todos los que se habían
dado a lo largo de la noche.
Ambos intentaron sonreír, sin embargo Enoch se decantó por beber un largo
trago directamente de la botella de tequila y Dafne se encendió un cigarrillo para
dejar de pensar en todo lo que cruzaba por su cabeza de forma inconsciente.
Acababa de besar a su hermano. Pero lo peor no era eso, sino el hecho de que
le había encantado y removido todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo.
Definitivamente, beber la había afectado.

La noche llegaba a su fin. Eran pasadas las cinco de la madrugada y la
mayoría comenzaba a dejarse vencer por el sueño. Alex y Cova fueron los
primeros en marcharse y poco a poco el resto hizo lo mismo.
—Muchas gracias, lo he pasado genial. —Dafne abrazó a Sara que se
tambaleaba de un lado a otro y la dejó marchar.
—Gracias a ti por emborracharme, ahora no puedo conducir.
—Coge un taxi, Sarita, no vayamos a tener un drama —inquirió Enoch.
Estaba tumbado en el sofá con los ojos a punto de cerrarse y una borrachera
considerable.
Dafne volvió a abrazar a su amiga y la dejó marchar. Se tiró al sofá junto a su
hermano y se espatarró y colocó sus piernas sobre la mesita de centro. Khalessi y
Frodo dormían en sus correspondientes camas, por fin tranquilos tras el
escándalo que habían montado la pandilla.
—¿Te lo has pasado bien? —preguntó Enoch. La cabeza le daba un poquito
de vueltas, pero sin duda a Dafne le daban más.
—Ha sido el mejor cumpleaños de mi vida —sonrió y comenzó a carcajearse
como poseída—. Papá y mamá nos van a matar. Vamos a ir a casa con un
resacón de tres pares de narices.
—Sí. Será mejor que vayamos a dormir.
Dafne aceptó aquella proposición. Estaba agotada, mareada y le molestaba el
vestido tan sexy que había utilizado aquella noche.
Se despidió de su hermano a las puertas de su habitación y se tiró en la cama.
Había sido una noche para recordar, sin embargo, lo único que ocupaba su
mente era aquel beso.
Además de todo lo bueno que tenía su hermano, besaba de escándalo.
Envidiaba a cualquier mujer que fuera capaz de alcanzar su corazón.
Se puso un fino camisón de verano de color morado y se metió bajo las finas
sábanas. Sus ojos se cerraban, y finalmente, se dejó vencer entre los brazos de
Morfeo.
Capítulo 13

E noch se levantó pasadas las once de la mañana. Su sueño se vio


interrumpido por el molesto sonido de su teléfono móvil. Era su madre.
—Hola cariño, ¿qué tal la noche?
—¿Mamá? —preguntó. No había sido capaz de leer el nombre en la pantalla.
Le dolía bastante la cabeza y su boca estaba completamente seca.
La resaca lo atacaba de forma vil y tan solo deseaba seguir durmiendo por lo
menos, diez años más.
—¿Quién iba a ser sino? —preguntó Estefanía divertida por la pregunta.
Comenzaba a imaginarse en qué estado habían acabado sus hijos durante la
fiesta—. He llamado a tu hermana, pero no me coge el teléfono. Debisteis
pasarlo bien para tardar tanto en contestar.
—Sí, lo pasamos de lujo —contestó al recordar la noche. Tenía lagunas, pero
lo que no iba a olvidar jamás sería el momento en que sintió los labios de Dafne
contra los suyos. Todavía era capaz de sentir la suavidad y una borrachera no
conseguiría hacérselo olvidar—. Supongo que llegaremos a la hora de comer.
Nala no creo ni que se haya levantado.
—¡Juventud, divino tesoro!
—Pareces una vieja —se burló ante el comentario de su madre.
—¡Oye! —lo riñó—. Está bien, te perdono el comentario. Pero no lleguéis
tarde.
—Perfecto mamá. Adiós.
Colgó el teléfono y se levantó con esfuerzo de la cama. Khalessi estaba a sus
pies enroscada sobre su propio cuerpo y ronroneó cuando la acarició.
Llamó a la puerta de Dafne y al no obtener respuesta entró.
Seguía completamente dormida, destapada y el camisón se le había subido
por encima de las caderas, dejando a la vista unas preciosas braguitas de encaje.
—¿Por qué destino, por qué? —se preguntó en voz alta.
—¿Enoch?
Dafne había escuchado voces y a pesar de que solía tener un sueño muy
profundo, se despertó. La cabeza le martilleaba y sentía como si todavía
estuviera borracha.
Lo cierto era que no había parado de beber en toda la noche. Entre los
bailoteos y después el juego, su cuerpo había absorbido demasiada cantidad de
alcohol y ahora notaba los efectos. Llevaba varios días con el estómago un tanto
rebelde y definitivamente el alcohol no había ayudado a mejorar ese estado.
—Ha llamado mamá, dice que debemos estar a la hora de comer.
—No tengo ganas —se quejó y se tapó la cara con la almohada. Enoch se la
quitó y vio su bonita cara.
La noche anterior no se había desmaquillado y tenía todo el maquillaje
esparcido por su cara. La almohada estaba manchada de pintalabios rojo
—Tienes cara de zombi —se burló.
Dafne alzó la mirada y miró la de él. Se notaba el cansancio en su rostro. Su
pelo estaba despeinado de una forma un tanto cómica, chafado como si se
hubiera puesto gomina, pero aún así seguía siendo bello.
Tenía un hermano que hasta de resaca estaba atractivo. Ella se podía
imaginar lo que parecía, se sentía como si una apisonadora la intentara aplastar
continuamente.
—A ti parece que te ha lamido el pelo una vaca —contraatacó.
—Vamos levanta, enana y date una ducha de agua fría. Apestas a alcohol.
Se levantó a regañadientes con la ayuda de Enoch y se tambaleó un poco.
Definitivamente el alcohol continuaba en su organismo.
—Tú también apestas, guarro —se burló.
La ayudó a ir hasta el baño y Dafne llenó la bañera. Se pasó allí una media
hora, destensando los músculos de su cuerpo. Se relajó lo suficiente como para
sentir que el alcohol desaparecía. Estaba más lúcida, pero no se había librado de
un fuerte dolor de cabeza. Al salir se encontró con el desayuno y dos
Ibuprofenos.
—Estás en todo.
—Siempre dispuesto a complacerte. —Enoch hizo una cómica reverencia y
Dafne rió.
La hora de comer se les echaba encima. Dafne se vistió con una camiseta
holgada, pero a la vez seductora que dejaba un hombro al descubierto y unos
jeans de pitillo junto a sus zapatos de tacón. Al salir al salón para avisar a su
hermano de que era hora de marcharse, se fijó en que llevaba una bolsa en sus
manos.
—¿Es mi regalo? —preguntó con emoción.
La noche anterior había recibido uno común por parte de sus amigos. Se
trataba de una pulsera de plata con distintos charms y cada uno tenía su
significado. Sabía que era una pulsera muy cara, hacía mucho tiempo que la
quería y le henchía de orgullo que sus amigos hubieran juntado tanto dinero por
ella.
—Sí, pero deberás esperar.
—¡Joder! Ya me has hecho esperar suficiente —puso un puchero.
Enoch abrió la puerta ignorando su súplica y descendieron en silencio
seguidos por Frodo. Dafne nunca se marchaba sin llevarlo con ella.
Al llegar a casa de sus padres los recibieron con abrazos y el pequeño Frodo
se lanzó a lamer a sus «abuelos». Habían llegado un poco más tarde de lo
prometido y la comida ya estaba servida. Antes de terminar, Dafne imploró para
que le dieran sus regalos como una niña caprichosa.
—Eres peor ahora que de pequeña —musitó Carlos divertido.
—Es que quiero mis regalos —contestó de forma infantil.
Sus padres fueron los primeros. Rompió el papel que envolvía aquello y rio
divertida al descubrir lo que era.
Sus padres habían acertado de pleno.
Era un cuadro con una foto que le tomaron un día en el parque de al lado de
su casa en la que estaba revolcada por el suelo junto a Frodo y en su cara se
podía ver la felicidad que sentía con él. Su padre la había acompañado y no pudo
evitar retratar la escena y en ese instante supo que a su hija le gustaría tener
aquella imagen enmarcada.
Frodo era bastante más pequeño y ella hacía poco que había comenzado a
trabajar en la clínica veterinaria donde demostraba su pasión por los animales día
a día.
—¡Muchas gracias! ¡Me encanta! —exclamó.
—Ahora yo.
—¡Por fin se va a desvelar el misterio! —exclamó y Enoch sonrió.
Le dio la pesada bolsa y Dafne sacó varios paquetes de su interior. Primero
fue a por los dos pequeños y dejó el más grande sobre la mesa.
Los abrió con la emoción grabada en su rostro y comenzó a reír tras ver
aquellos pequeños muñecos Funko de Nala y Simba tan graciosos.
—¡Son preciosos!
—Vamos, abre el siguiente —dijo Enoch agradecido porque le hubiera
gustado.
Hizo caso a su hermano y dejando a un lado las preciosas figuritas, abrió el
grande. Era un álbum de fotos con muchísimas páginas. Al abrirlo, sin
pretenderlo comenzó a llorar.
Eran fotos de cuando era pequeña y en todas ellas salía junto a él. En todas
se veía felicidad. No había ninguna en que ninguno de los dos no estuviera
riendo.
Enoch había estado mucho tiempo preparándolo, en realidad lo tenía desde
hacía más de un año. Fue algo que se hizo para él mismo en Valencia para
recordar a su familia, pero quería que lo tuviera ella para que viera que estaba en
una familia que la quería desde siempre.
—¡Muchísimas gracias, es precioso! —Lo abrazó con fuerza y Enoch la
respondió. Olió su cabello y lo acarició.
Soltó un pequeño suspiro. Tenerla entre sus brazos era la sensación más
maravillosa de todas. Si por él fuera, se pasaría el resto del día en aquella misma
posición.
—Ha llegado la hora de la tarta. —Estefanía interrumpió el abrazo y Enoch
carraspeó antes de sentarse.
Se le había quedado la boca seca.
Dafne se sentó a esperar a que llegara el momento en que le cantaran la
dichosa cancioncita. Siempre era un momento incómodo, nunca sabía qué cara
poner y lo más probable era que ese fuera el mismo sentimiento que cruzaba por
la cabeza de toda la población.
Esa canción debería estar prohibida.
Cuando sopló las velas todos aplaudieron y Estefanía se encargó de cortar la
tarta y servirla. Dafne se fijó en todo lo que había sobrado y sin pensárselo dos
veces, la cogió y se la estampó a Enoch en toda la cara.
Su hermano se quedó sin saber qué hacer. El golpe bajo lo había pillado por
sorpresa y la risa de Dafne no ayudaba a que reaccionara.
—¡Te vas a enterar! —musitó dispuesto a ir a por ella una vez reaccionó.
Dafne reía descontrolada mientras correteaba por casa perseguida por un
sucio Enoch. Estefanía y Carlos los miraban negando con la cabeza, viendo en
sus mentes a los dos niños pequeños que se encargaron de criar. Después de
veinte años con la pequeña en casa, todo seguía igual. Ambos habían crecido y
cada uno tenía su propia forma de obrar en el día a día. Eran distintos, pero
compartían el amor que se profesaban.
Enoch la atrapó por la cadera y cayeron juntos en el sofá entre risas.
—Ni se te ocurra mancharme, Simba. —Lo señaló con el dedo. Tenía todas
las de perder. Enoch estaba sobre ella, impidiendo cualquier intento de huida por
su parte.
Dafne no pudo esconder la carcajada al observarlo. Tenía la cara blanca y
marrón por la nata y apenas se veían sus rasgos. Solo los ojos marrones se
apreciaban a través de todo el mejunje y era incapaz de esconder la gracia que le
hacía verlo así de ridículo.
—No estás en posición de mandar, Nalita. Estás a mi merced. —Bajo todas
esas capas de dulce, pudo atisbar su sonrisa socarrona que no prometía nada
bueno.
De un rápido movimiento, sus rostros quedaron a escasos centímetros. Dafne
olía el delicioso pastel que no había tenido tiempo a probar y Enoch se encargó
de que lo hiciera, restregándole todo por la cara con su propio rostro.
—¡Serás cabrito! —musitó entre risas relamiéndose los labios impregnados
del dulce. Estaba buena, pero se le ocurrió una mejor forma de saborearla.
Comenzó a dar lengüetazos por su cara y Enoch la imitó sin dejar de reír. Sus
padres decidieron retirarse a recoger el desastre que habían montado en la cocina
y se quedó la pareja a solas ensuciando el resto de la casa.
—¡Argh, creo que te he lamido un moco! —gimió Enoch de broma.
—Era una viruta de chocolate, idiota —rio y de un empujón lo tiró al suelo.
Se subió a horcajadas sobre él y tuvo su turno de restregar su cara contra la
suya. Oía como Frodo ladraba a su alrededor y sabía que demasiado estaba
tardando en enzarzarse a lamer sus caras. La distracción del pastel que había en
el suelo dejó de existir cuando lamió hasta la última brizna.
—Ahora ya no eres tan valiente, ¿eh? —lo retó con una sonrisa.
Enoch no podía evitar contagiarse de su buen humor, sin embargo, debía
admitir que comenzaba a sentirse un tanto incómodo en esa posición. Dafne
estaba encajada en sus caderas y los roces provocaban espasmos en su miembro.
Si continuaba moviéndose de aquella forma, el levantamiento de la tienda de
campaña sería inminente.
Dafne tampoco era inmune a sus encantos. Aun tratándolo de esconder
riendo, comenzaba a hacer mucho calor ahí. Era su hermano y tener esos
pensamientos era de lo más indecoroso, no obstante, inevitable.
Había intentado no pensar en el beso apasionado que se dieron la noche
anterior celebrando su cumpleaños con el juego de la botella. Ambos se dejaron
llevar por el calor y convirtieron el juego en un beso prohibido que los dejó a
ambos sin aliento.
El tiempo parecía haberse parado y solo el timbre sacó a la pareja de su
ensoñación.
—Voy a lavarme la cara —carraspeó Dafne apartándose de encima de su
hermano.
Su no hubiera sido por el timbre, habría caído en la absurda tentación de
besarlo.
¿Qué demonios le pasaba?
Era su hermano. Era incesto y solo le faltaba eso en su patética vida amorosa.
Enoch besaba mejor que ninguno de los chicos que la había besado, quizá
por eso estaba confusa. Aun siendo hermanos, Enoch era el tipo más atractivo
que jamás se había encontrado en su camino, y si no despertara nada en su
interior, sería porque estaría ciega.
Enoch suspiró todavía tumbado en el suelo. Se levantó recolocando su
dolorosa erección en el pantalón.
Cada vez era peor. Desde el día anterior no podía quitarse sus labios de la
cabeza, tan dulces y suaves.
Negó con la cabeza para sacarse esos pensamientos y reaccionó cuando el
timbre volvió a sonar de forma insistente.
—¿Piensa abrir alguien? —gritó su madre desde la cocina.
—Ya voy yo.
Dafne salió del baño adecentada con las mejillas sonrosadas del sofocón y
fue a abrir la puerta.
—Hola Dafne.
La persona que había al otro lado de la puerta no le resultaba conocida, sin
embargo, y a pesar de las pintas, había algo en ella que le resultaba familiar.
Su pelo negro era idéntico al de Dafne, solo que algo más corto y bastante
estropeado. Tenía las facciones muy marcadas debido a un estado de extrema
delgadez que le daba una apariencia enfermiza. Antaño debió ser una mujer muy
guapa, pero solo le quedaba el verde jade de sus ojos como algo bonito.
—¿Quién coño eres tú? —preguntó sin poder evitar la mueca de asco que se
adivinó en su rostro.
—Soy Isabel. Tu verdadera madre.

Estefanía y Carlos salieron curiosos de la cocina y se encontraron con Enoch


adecentándose por el camino. Cuando llegaron a la puerta, se quedaron
congelados en el sitio.
Sus peores pesadillas cobraban forma delante de sus narices. Isabel miraba a
Dafne con la emoción grabada en sus ojos, orgullosa de haber encontrado al fin a
su hija, quien a su vez, la miraba sin entender nada, demasiado paralizada como
para lanzar una pregunta.
Se giró para buscar en sus padres las respuestas y los ojos lacrimosos de su
madre se la dieron.
—Mamá, ¿quién es esta mujer? —preguntó con voz débil. No parecía la
suya.
—Ya te lo he dicho, soy tu madre.
—La abandonaste. No eres nada para ella —gruñó Carlos acercándose a su
hija y apartándola unos centímetros de Isabel—. Lárgate si no quieres que
llamemos a la policía. No puedes estar aquí.
—Tengo derecho a verla, ¡soy su madre! —gritó adentrándose unos pasos en
el interior de la vivienda.
Dafne se fijó un poco más en ella. Estaba demacrada y pudo deducir que la
culpa la tenían las drogas. Esa mujer que decía ser su madre no estaba bien, pero
no sintió ningún atisbo de lástima por su intento desesperado de conocerla, le
resultaba indiferente. Al fin y al cabo, la había abandonado a su suerte.
—Lárgate si no quieres que sea yo misma la que llame a la policía —
murmuró Dafne con voz oscura, sin conseguir reaccionar todavía.
—Hija, todo tiene una…
—Yo no soy tu hija, señora. Así que lárgate y no vuelvas más.
Isabel resistió el impulso de lanzarse a por su hija de forma furiosa, y
seguida por la mirada de todos, se marchó. Tras tantos años buscándola, la había
encontrado y lo cierto era que esperaba otro recibimiento. Solo quería que
supiera la verdad. Su búsqueda no tenía nada que ver con un instinto maternal
recién descubierto. Esa pareja que la adoptó le arruinó la vida y desde entonces
no hacía más que entrar y salir de la cárcel y del centro de desintoxicación.
No había superado sus vicios, como tampoco tenía pensado dejarlos, sin
embargo como no era feliz, quiso aparecer en la vida de su hija y sacarla de la
mentira que esa pareja había creado a su alrededor.
Esa familia se merecía pasar por un poco del sufrimiento que ella había
pasado en los últimos años.
Metida en su coche lista para irse, se hizo una raya de cocaína y esnifó,
marchándose sonriendo complacida por lo que acababa de hacer.


Carlos tenía a Dafne abrazada contra su pecho y ella se separó con el rostro
compungido y lleno de dolor.
—Dafne…
—Ni se os ocurra decir nada —ordenó con voz seria. Miró a la que creía que
era su madre hasta hacía cinco minutos y observó como lloraba en silencio.
—Me habéis mentido.
—Cariño, todo tiene una explicación. Por favor, siéntate y hablemos —
inquirió Carlos para apaciguar el ambiente.
Enoch observaba la escena consolando a su madre. Dafne reflejaba en su
rostro la decepción que sentía. Había sido traicionada y la comprendía. Ese
momento iba a llegar en algún momento, pero ninguno se esperó que fuera de
esa forma.
Frodo fue el único que se atrevió a acercarse a ella. Dafne lo acarició y lloró
abrazada a él. Su perro era el único que podía darle cariño en aquellos instantes,
ninguno de los que la rodeaban eran de fiar. Carlos volvió a repetirle que se
sentara para aclarar las cosas, sin embargo en ese momento solo tenía ganas de
huir.
—Por favor, hija —suplicó Estefanía y Dafne se apartó cuando intentó
tocarla.
—Me habéis mentido. No sois mis padres —dijo en voz alta para intentar
convencerse a sí misma.
Estaba en estado de shock.
—Sí que lo somos. Lo fuimos desde el día en que te encontramos. Esto no
cambia absolutamente nada. Te queremos, Dafne. —Carlos intentaba hacerle ver
la realidad, pero Dafne no escuchaba.
—¡Lo cambia absolutamente todo! —gritó—. No pertenezco a esta familia.
¡No tengo vuestra sangre!
—Pero nosotros te hemos criado y dado todo. Perteneces a esta familia desde
el principio —añadió Estefanía entre lágrimas. Dafne hacía rato que no podía
parar de llorar.
Enoch se mantenía apartado de todo. Miraba a Dafne y podía incluso sentir
por sí mismo todo el dolor que albergaba. La noticia la estaba destrozando.
Lo comprendía a la perfección. Habían aguantado demasiado tiempo con la
mentira y a pesar de que sus padres estaban dispuestos a decirle la verdad en
algún momento, nunca imaginó que fuera a ser así. Isabel la había encontrado y
se había presentado sin pensar en las consecuencias.
Esa mujer acababa de destrozar a una familia al completo.
—No quiero escuchar nada más —musitó sin prestar atención a las súplicas
de Carlos y Estefanía—. Tengo mucho en que pensar, será mejor que me marche.
—Pero hija...
—Mama, déjala que se marche —añadió Enoch.
Dafne le echó un vistazo y vio que la situación lo superaba. Él también lo
sabía y se sentía traicionada por que nunca se lo hubiera mencionado.
Ató a Frodo con la correa y cogió los regalos y su chaqueta.
Deseaba marcharse de ahí cuanto antes. No podía mirar a su supuesta familia
a la cara sin echarse a llorar. Cogió la bolsa con sus últimos regalos y se marchó.
Necesitaba tiempo a solas para reflexionar.
Capítulo 14


E l ambiente en casa de la familia Martín Céspedes era turbio. Estefanía no


dejaba de llorar, Carlos no dejaba de suspirar y Enoch miraba a sus padres sin
saber qué hacer ante aquella situación.
Tenía las llaves de casa de Dafne, sin embargo no era buena idea aparecer
por allí durante una temporada. No lo querría ni ver y lo comprendía a la
perfección.
En parte culpaba a sus padres, pero no quería que recayera toda la culpa en
ellos. Él podría haberle contado la verdad hacía mucho y no lo hizo por
ellos. Había sido un secreto que jamás había compartido con nadie, al igual que
los sentimientos que cada día se afianzaban más en su corazón.
—Se le pasará —musitó no muy convencido como intento de animar.
—No creo que lo haga. ¿Has visto su cara? —murmuró Estefanía secándose
las lágrimas con el dorso de la mano—. Lo hemos hecho todo mal.
—No, cariño —la consoló Carlos—. Nosotros le hemos dado todo el cariño.
Es nuestra hija aunque la sangre sea diferente. Quien hizo mal fue su asquerosa
madre. Ha aparecido para destrozarnos, pero lograremos salir adelante.
—Espero que tengas razón. No quiero perderla.
Carlos abrazó a su mujer con fuerza. Había sido el golpe más duro que la
vida les había deparado. Enoch decidió marcharse a su antiguo cuarto a
reflexionar. Quería dejar a sus padres a solas, él no tenía más que añadir a la
conversación.
Pensó en lo bien que lo estaban pasando momentos antes y como en solo un
segundo todo había cambiado. Se tumbó en su cama y dio un fuerte suspiro.
No se le iba de la cabeza la mueca de dolor de Dafne al descubrir la
aplastante verdad. Él mismo se había culpado durante toda la vida por no
decírselo. Miles de veces había caído en aquella tentación, pero la resistió
estoicamente y no había servido para impedir que se enterara de la peor forma.
Apenas había visto a la tal Isabel, pero lo poco que logró ver de ella le causó
repulsión. Sus pintas eran de vagabunda, parecía incluso que iba colocada. No
era alguien que tuviera la capacidad de criar a alguien y que se presentara de
aquella forma le resultaba de lo más sospechoso.
Enoch cogió su teléfono móvil y abrió una conversación con Dafne.
No sabía qué demonios decirle, pero quería hablarle.
«Nala, no sabes cuánto lo siento».
Le dio a enviar y esperó unos minutos para ver si recibía respuesta. Dafne
estaba conectada y había leído el mensaje, sin embargo no le contestó.
«Esto no debería haber ocurrido de esta forma. Papá y mamá están
destrozados. Ellos darían la vida por ti».
De nuevo esperó y solo le aparecía como leído.
Se dio por vencido. Dafne no tenía ganas de contestarle, y aunque le doliera
en lo más profundo del corazón, la entendió.
«Solo quiero decirte una última cosa. Siempre has formado parte de la
familia. Desde el día en que llegaste nos alumbraste a todos con tu sonrisa.
Mentirte no ha sido la mejor forma de protegerte, sin embargo fue la que se les
ocurrió. Ven a casa, nuestros padres te contarán toda la verdad. Te necesitan. Yo
te necesito, mi Nala».

El mundo se le había caído encima. Cuando llegó a su casa se lanzó a llorar


de forma desconsolada en el sofá durante horas. Cuando Enoch le escribió varios
mensajes sintió rabia y pesar. Quería contestarle, pero no tenía el valor
suficiente.
Se sentía traicionada por el que creía que era su hermano. Él lo había sabido
y jamás se lo había dicho. Estaba más dolida con él que incluso con sus padres.
Durante años la había protegido y molestado a partes iguales. Se habían peleado
incontables veces y se tenían un cariño fuera del habitual. Tan distinto a como se
llevaban otros hermanos, que incluso a veces se había sentido intimidada por su
cercanía.
Pero todo era mentira. No tenían la misma sangre.
Era una completa decepción y la destrozaba por dentro.
Salió al balcón de su casa y se encendió un cigarrillo detrás de otro. Estaba
de los nervios y se sentía más sola que nunca. Deseaba llamar a Sara, pero no se
encontraba con el valor suficiente como para contarle la noticia. Ni ella misma
era capaz de procesarla.
Se centró en el momento en que vio aparecer a su supuesta madre. Aquella
mujer parecía salida de la cárcel. Estaba demacrada y ni siquiera debía aparentar
su edad. Se preguntó cómo alguien era capaz de abandonar a un bebé recién
nacido, alguien que había llevado en sus entrañas durante nueve meses para
después tirarlo como si fuera una bolsa de basura.
Deseaba conocer la historia al completo. Carlos y Estefanía debían saberlo,
ya que para Dafne no pasó desapercibido el reconocimiento al ver a aquella
mujer. No obstante no estaba preparada en ese momento.
Volvió al interior de su casa y fue a la cocina. La noche anterior habían
acabado con el alcohol de toda la casa y deseó en ese instante tener algo con lo
que emborracharse. Si todavía siguiera con Manu, la marihuana estaría bajo su
cama, pero ni siquiera tenía eso para utilizarlo como desahogo.
Khalessi se acercó a ella y se restregó para darle consuelo. Frodo la
perseguía de un lado a otro, preocupado por el estado de ánimo de su dueña. Los
animales eran seres capaces de adivinar el estado de ánimo de los humanos, y
aunque no hablaran, hacían lo posible por intentar animarlos.
La noche llegó y decidió marcharse a dormir. Al día siguiente debía ir a
trabajar. Sería la mejor forma para dejar a un lado ese fatídico episodio de su
vida.
Lo mantendría en secreto por el momento. Nadie se enteraría.
En el fondo deseaba despertar y que todo hubiera sido una pesadilla.

—Buenos días Daf. Hoy has llegado pronto —la saludó Esperanza—. ¿Qué
te pasa? —le preguntó al observar su rostro.
Siempre solía ir maquillada y en ese día lo único que adornaba su rostro eran
las ojeras.
—Nada. Resaca después de mi cumpleaños —contestó con una sonrisa
fingida.
Si Esperanza lo notó, no dijo nada al respecto.
Dafne se puso de inmediato a trabajar. Revisó todas las carpetas de sus
pacientes de cuatro patas y medicó y dio de comer a todos durante la primera
hora.
Se quedó más rato del habitual acariciando a los animales para que se
relajaran. A la mayoría no les gustaba estar ahí encerrados y ladraban. Los gatos
eran más valientes, mientras tuvieran un lugar en el que dormir a gusto, se
conformaban. Dafne también se encargaba de sacarlos un rato para que hicieran
sus necesidades.
La mañana se le estaba pasando volando. Adoraba su trabajo y si por ella
fuera se quedaría allí todo el día. Para ella los animales eran mucho mejor que la
mayoría de humanos.
Nunca decepcionaban, daban cariño de forma desinteresada y tenían más
sentimientos que mucha de la gente que la rodeaba a diario.
—Cariño, ya es la una —dijo Esperanza. Miró la hora y confirmó su
afirmación. Era su hora de volver a casa.
—¿Necesitas algo antes de que me vaya? —preguntó. No deseaba meterse en
su casa, se le caería encima si se ponía a pensar de nuevo.
—No te preocupes, hoy has hecho todo a la perfección —la alabó. Lo cierto
era que Dafne era su mejor empleada. Siempre dejaba todo listo antes de tiempo
y parecía que nunca se cansaba de ir de un lugar a otro durante su jornada de
trabajo.
Dafne puso una mueca que intentó ser una sonrisa. Pero no le salía.
—Estás rara. ¿Todo bien?
—Sí, no te preocupes. Un fin de semana movidito.
Se despidió de su jefa y se marchó directa a su casa, obviando el rostro
confuso de Esperanza.
Esa mañana había decidido ir andando. Necesitaba que le diera el aire.
Estaba muy cerca de la playa y escuchaba desde ahí los gritos de los bañistas que
pasaban un caluroso día de verano, divertidos.
El día era soleado y el calor a esa hora en especial era sofocante. La ropa se
le pegaba en el cuerpo.
En quince minutos llegó a su casa. Ató a Frodo y se fue de paseo con él. Ni
siquiera tenía ganas de comer. Solo necesitaba distracciones. Se fue a un parque
cerca de su casa habilitado para perros y lo dejó suelto para que jugara con otros.
Se encendió un cigarro y sonrió a Frodo cuando le trajo la pelota que le
acababa de tirar.
—Cómo me gustaría ser como tú, mi pequeñín. Tú eres lo más leal que hay
en mi vida —le musitó con tristeza y lo acarició.
Le dio una calada a su cigarrillo y volvió a tirar la pelota.
Estaba bastante cansada, desde el día anterior notaba frío a pesar de hacer un
calor apabullante. Estaba vacía. Sola y agotada después de una larga noche en
vela.
Jugó durante un rato más con el perro y después de recoger sus necesidades
se marcharon de nuevo. Al llegar, Khalessi esperaba su comida y Dafne se
preparó un Sándwich. No tenía apetito, pero si no quería acabar desmayada
debía comer.
La vida continuaba y a pesar de los obstáculos debía encontrar la fuerza para
levantar la cabeza y seguir adelante.
Eso era lo único que le quedaba.

Los días pasaban y no tenía ninguna noticia sobre su hermana. Podría haber
llamado a Sara, pero dedujo que ni siquiera habría hablado con ella porque
conocía el orgullo del que gozaba Dafne y no quería meter la pata todavía más.
Todos los días le escribía y nunca recibía respuesta. Intentaba convencerla de
que tenía a gente que la quería y que aquello no cambiaba absolutamente nada.
Llevaba dos semanas alejada de ellos y sus padres cada vez estaban más
tristes. La llamaban pero nunca les cogía el teléfono.
—No quiere saber nada de nosotros. —Cuando llegó a casa Estefanía
hablaba con Carlos. Enoch acababa de salir de trabajar. Ya era su segunda
semana en el gimnasio y dar clases y entrenar a los socios le había servido para
olvidar durante unos instantes todo lo que estaba pasando.
Una mañana antes de que llegara Dafne del trabajo, fue a su casa para
recoger sus cosas. Le dejó una nota con la esperanza de que respondiera, sin
embargo no lo hizo.
Cada tarde iba al parque donde se reunían sus amigos y ni siquiera allí la
encontró. Ellos también se preguntaban dónde estaba Dafne y Enoch tenía que
mentirles sobre su paradero.
Le apenaba mucho la situación, sufría por sus padres y por ella. No debía
estar pasando por aquello ella sola. Lo más probable era que necesitara a alguien
con quien hablar. Pero él no era el más indicado. Había ayudado a mantener
oculta la mentira y era tan culpable como sus padres.
—Voy a ir a su casa, necesito verla —musitó Estefanía.
—Mamá, no creo que sea buena idea. Debes darle tiempo.
—Lleva dos semanas sin dar señales de vida. Estoy preocupada. Necesito
darle un abrazo —sollozó.
Su madre pasaba todo el día en casa. Las vacaciones en el colegio habían
comenzado y tenía demasiado tiempo para pensar. No paraba de darle vueltas.
Carlos se metía de lleno en el trabajo, pero no podía impedirle a su mente que se
desviara hacia ese tema.
Llevaba dos semanas de llamadas a la policía para pedirles encarecidamente
que vigilaran a Isabel. No sabían si pretendía volver a acercarse a su hija, pero si
lo hacía quedaría detenida una vez más. La orden de alejamiento era el único
chaleco salvavidas que tenían en ese momento. Debían confiar en el trabajo de
los agente a ciegas. No obstante, que hubiera aparecido de aquella forma por
culpa de un agente que había hablado más de la cuenta, no les alentaba
demasiado para confiar en ellos.
—Iré yo. Intentaré hablar con ella —decidió Enoch con calma.
Su madre le lanzó una mirada agradecida y se marchó a su habitación. La
noche había caído y esperaría al día siguiente para hacerlo. Él también debía
armarse de valor.
¿Qué le diría?
No podía decir que no tenía miedo porque el terror le atenazaba. Enfrentarse
a esos ojos verdes que lo tenían embrujado desde que era un niño no iba a ser
tarea sencilla. Dafne era su talón de Aquiles. Realmente era la única persona que
de verdad podría destruirlo sin dejar nada de él. Y la confianza que antes tenían,
había desaparecido dejando un enorme vacío en su corazón roto que quizá jamás
lograría repararse.

Llevaba dos semanas sin apenas salir de casa. Iba de casa al trabajo y del
trabajo a casa.
Sus amigos no dejaban de escribirle mensajes que ella no respondía. Sara la
llamaba a todas horas, si no hubiera sido porque los exámenes de recuperación
acaparaban toda su atención, estaba segura de que se habría presentado en su
casa. Siempre le respondía con escuetos mensajes. Estaba metida en su propio
mundo, dejando al margen a todos aquellos que la rodeaban.
¿Qué iba a decir? Temía reconocer en voz alta y delante de las personas que
quería que era adoptada. Que Enoch no era su hermano y que junto a sus padres
la habían mentido durante veinte años.
No era sencillo.
A ella misma le costaba mucho hacerse a la idea. En esas dos semanas
todavía no sabía qué hacer al respecto. Ni siquiera era capaz de describir cómo
se sentía en realidad.
Muchas tardes, al salir del trabajo, estuvo a punto de caer en la tentación de
acercarse a casa de sus padres, pero en el último momento siempre se
acobardaba. Debía armarse de valor y presentarse allí para saber toda la verdad.
¿Por qué la había abandonado su madre? ¿Cómo había llegado a ellos?
Tenía cientos de preguntas para hacerles, pero tenía pavor a conocer la
verdad.
Se tiró en el sofá y soltó un suspiro. Encendió un cigarrillo y Khalessi
decidió tumbarse sobre su regazo.
—Ojalá todo esto fuera un sueño —le dijo a su gata. Le respondió frotando
su cabecita en la mano.
El sonido de su teléfono móvil cortó las caricias a su gata. Apagó el
cigarrillo y miró la pantalla.
Volvía a ser Sara.
Con un largo suspiro decidió descolgarlo. En realidad necesitaba escuchar
una voz que no fuera la suya propia al hablar sola.
—Hola cariño —dijo Sara con voz animada—. ¿Quieres quedar?
—Hola gorda. Pues… —se quedó unos segundos en silencio. Necesitaba
airearse, pero no tenía demasiadas ganas de salir. Llevaba dos semanas en las
que se encontraba fatal y no sabía si era por el pesar que sentía en su pecho o
porque realmente se estaba poniendo enferma—. No tengo demasiadas ganas.
—¡Oh, vamos! ¿No te apetece una noche de bares cerca de la playa?
—La verdad es que no.
De nuevo se hizo el silencio.
—Vale, Daf. Me estás preocupando mucho. Llevas días distante. ¿Se puede
saber qué te pasa? —le preguntó una vez más.
—Es muy largo de explicar —suspiró al pensar en ello—. No quiero hacerlo
por teléfono.
—Pues entonces quedamos esta noche en el Antillana, ¿te parece? —musitó
con voz alegre en un intento de levantarle el ánimo a su amiga.
—Está bien. Te llamo. Primero debo solucionar un tema. Te quiero, gorda.
—Yo también. Y sea lo que sea, no olvides que yo siempre estaré a tu lado.
Colgó la llamada y volvió a suspirar. Agradecía de todo corazón las palabras
de su amiga. Era en la que más podía confiar y sabía que ella jamás fallaría a su
palabra.
Debía desahogarse con alguien y no había nadie mejor que ella, que siempre
la había apoyado y reñido cuando creía que iba a cometer una locura.
Eran las seis de la tarde. Sus padres ya habían regresado de trabajar al igual
que Enoch. Tras esas dos semanas de tanto pensar no podía continuar ni un día
más sin obtener respuestas.
Se fue en busca de su bolso y las llaves y salió por la puerta, decidida a
conocer la verdad sobre su vida.
Capítulo 15


E l sonido de la puerta interrumpió su interminable silencio.


Carlos fue quien se levantó del sofá para abrir. No esperaban a nadie.
Durante un instante pensó que se trataba de la policía, sin embargo, al abrir
la puerta y encontrarse con aquellos ojos verdes más oscuros de lo habitual, su
alma se rompió un poco más.
—Hija... —susurró.
Estefanía alzó la vista y vio a Dafne al otro lado de la puerta. Parecía más
delgada. Podía notar el dolor que la embargaba y aquello la rompía por dentro.
No llevaba maquillaje y bajo sus ojos se veían unas profundas ojeras.
—Hola —saludó con cortesía. No aguantaba las muestras de cariño.
No era capaz de levantar la vista para mirar a los ojos al que había creído que
era su padre. El miedo la consumía por dentro, ir allí le esclarecería las cosas, sin
embargo no sabía si sería capaz de soportar la verdad.
Estefanía se puso junto a su marido. Sentía el impulso de abrazarla, pero no
veía que fuera a ser correspondida. Carlos la invitó a entrar y Dafne se sentó en
una silla y se encendió un cigarro.
Normalmente no fumaba en casa de sus padres, pero en esos últimos días era
lo único que conseguía aplacarla.
Carlos y Estefanía se sentaron frente a ella.
—Quiero saber toda la verdad —dijo con seriedad y alzó la vista. La
decisión en sus palabras hizo temblar a sus padres.
Enoch apareció por la puerta tras haber escuchado a hurtadillas y se unió en
el filo de la mesa.
—Hola Nala —la saludó. Pero Dafne ni siquiera lo miró.
Tenía la mirada puesta en sus supuestos padres.
—Primero de todo queremos que sepas que te queremos, Dafne. Eres nuestra
hija legalmente y en nuestra alma —dijo Carlos como portavoz de la familia.
Dafne asintió con mirada indiferente.
A Estefanía le dolía en el alma aquella mirada.
—Perfecto, pero dime cómo ocurrió todo.
—Te encontramos en una cesta en medio de un callejón en el barrio del
Raval —comenzó—. Enoch tenía tres años y se soltó de nuestra mano. Él fue
quien te encontró en realidad —recordó como si aquello hubiera ocurrido el día
anterior.
Jamás había dejado de pensar en el momento en que su hijo se fijó en la
mirada de aquel bebé.
Dafne echó una mirada a Enoch, no dejaba de observarla. No era capaz de
describir lo que veía en sus ojos, pero la culpa y el dolor imperaban en su mueca.
Estaba totalmente callado, atento a la historia que explicaban Carlos y
Estefanía.
—Te llevamos al hospital. Estabas desnutrida. Solo tenías dos semanas —
continuó—. Iban a llevarte a un orfanato, pero eras demasiado pequeña y
nosotros nos hicimos cargo de ti. En un principio iban a buscarte una casa, pero
tras pasar un día con nosotros nos embrujaste con tu mirada —recordó y sonrió.
Dafne continuaba impasible.
Le dio una calada a lo que quedaba de su cigarro y antes de tirarlo encendió
otro.
—¿Y mi madre biológica? —preguntó. Su padre temía explicarle la verdad
sobre Isabel. Sin embargo, tras toparse con ella tenía claro que no era una mujer
de buena vida.
—No supimos sobre ella hasta pasados los años. Teníamos miedo de saber la
verdad —reconoció Estefanía—. El policía que llevó el caso nos contó quién
era.
Se quedó unos segundos en silencio y le apretó la mano a Carlos para que
fuera él quien continuara. Ella no tenía valor para hacerlo.
—Isabel era prostituta y drogadicta —musitó Carlos. No había forma de
decirlo de modo más suave. Era la realidad y Dafne quería saberlo.
Dafne respiró hondo en un intento de procesar la información.
—La metieron en la cárcel por abandonarte y se le puso una orden de
alejamiento de por vida. Se suponía que jamás sabría dónde te encontrabas, sin
embargo algún policía inútil le filtró la información y durante días persiguió a tu
madre hasta que dio contigo aquí, en nuestra casa.
—¿Y solo por ese suponer me lo escondisteis todo? —preguntó en tono
cínico.
—No queríamos hacerte sufrir.
—Pues déjame que te diga, Estefanía, de esta forma es mucho más duro. —
Que la llamara por su nombre de pila fue quizá lo más doloroso—. Por conocer
mis orígenes no creo que os hubiera mandado a la mierda, pero tal y como
habéis hecho las cosas… Eso es lo que verdaderamente me duele —finalizó
antes de decir algo de lo que probablemente se arrepentiría más tarde.
—Cariño, esto no cambia nada. Te queremos y te hemos dado todo. Mentirte
nunca fue de nuestro agrado, solo queríamos protegerte.
—¿Protegerme de qué? ¿De una drogadicta que ha venido a decirme la
verdad? ¿De una vida sabiendo que soy adoptada? —preguntó con rabia. Ni
siquiera quería preguntar por su padre biológico, estaba prácticamente segura de
que ni ellos conocían la respuesta. Isabel debió quedarse embarazada con alguno
de sus clientes. Su vida era patética—. He vivido engañada durante veinte años.
Siempre he sido comparada con Enoch. Él era el hijo perfecto, debió ser muy
difícil aceptar que vuestra hija adoptada no era tan recta como él, que yo era la
rebelde, la que se metía en líos y la que os defraudaba siempre que tenía la
oportunidad.
Enoch no había abierto la boca en ningún momento. Sabía que esas palabras
que acababa de soltar eran puñaladas directas al corazón de sus padres. Muchas
veces, cuando la castigaban en su etapa adolescente y le soltaban aquellos
comentarios donde lo mencionaban a él, le había dicho aquellas mismas palabras
a sus padres. Compararla continuamente con él no les había servido más que
para alejarla. Y ahora en ese instante el cajón de mierda estaba abierto y todos
aquellos reproches salían de boca de Dafne al recordar su adolescencia.
—Me lo disteis todo, es cierto. Pero también es cierto que muchas veces me
hicisteis sentir inferior. Yo nunca fui la hija perfecta, sé que os di problemas.
—Y aun así no nos rendimos. —La cortó Carlos alzando la voz—. Tú eres
nuestra hija, diga lo que diga el ADN. Siempre lo serás.
—¡Merecía la verdad! —gritó. Había aguantado las ganas de llorar durante
toda la charla, pero la cascada se había abierto.
—Temíamos tu reacción... No es fácil.
—¿El qué? ¿Saber qué mi verdadera madre es un maldito despojo social?
Por supuesto que no me hace especial ilusión, pero que me lo contarais antes
hubiera demostrado confianza en mí. Esto... esto me supera.
—Cariño…
Se levantó de la mesa y recogió sus cosas. Quería marcharse de allí. No
necesitaba más explicaciones. Solo alejarse de ellos.
En esos instantes no quería saber nada de ellos.
Carlos y Estefanía no se movieron de su sitio. Compungidos por la reacción
de su hija.
Enoch sí se levantó y fue directo a la puerta. Cuando Dafne pretendía salir la
cogió del brazo.
—Daf, no te vayas así. Te necesitamos —suplicó.
La mirada que le echó no era nada amigable.
—Me sorprende que seas tú quién intenta pararme. Tú, mi querido hermano
—dijo con sarcasmo—. Tú sabías la verdad y nunca me lo dijiste.
—No podía.
—¿Por qué ellos te lo prohibieron? —Asintió—. Aun así no es excusa. Creía
que teníamos confianza. Ahora toda esa confianza se ha ido por el retrete. No
vuelvas a pedirme que confíe en ti, porque ya no creo que nunca pueda hacerlo.
Se soltó del agarre y se marchó con los ojos anegados en lágrimas.
Cuando la puerta se cerró, Enoch sintió un enorme vacío en su pecho.
Acababan de romperle el corazón a pedazos.

No quería volver a su casa todavía. Cogió un autobús que la llevó al paseo


marítimo de Badalona y se sentó en la terraza del bar Antillana.
Comenzaba a anochecer y todavía había mucha gente por la playa. El verano
estaba en su mejor momento y las terrazas siempre se llenaban. Era viernes por
la noche. El día perfecto para irse de fiesta. Pidió una jarra de agua de Valencia y
mientras comenzaba a beber con desesperación, le envió un mensaje a Sara.
«Estoy en el Antillana. Te necesito».
Le dio a enviar y al momento recibió la respuesta.
«En 20 minutos estoy allí. Ahora mismo nos vemos».
Se encendió un cigarrillo mientras bebía de su copa. Sin darse cuenta en
menos de diez minutos se había bebido la mitad.
No sabía cómo sentirse en aquellos instantes. La duda de que su vida había
sido una completa farsa la destrozaba. Era cierto que había recibido incontables
muestras de amor por aquella que creía que era su familia real, sin embargo
pesaba más el hecho de aquella mentira.
No podía perdonar con tanta facilidad. Era rencorosa y tardaría mucho
tiempo en deshacerse de todo el rencor.
Cuando se terminó la jarra llamó al camarero para que trajera otra.
Comenzaba a notar los efectos del alcohol y dado su estado de ánimo no parecía
sentarle demasiado bien.
Llevaba las últimas dos semanas con dolor en su vientre y náuseas a todas
horas del día que intentaba evitar para no acabar vomitando.
Sara llegó al poco tiempo y se sentó junto a ella. Al mirarle a la cara y ver su
estado se preocupó.
—¿Cariño, por qué lloras? —preguntó con la preocupación reflejada en su
rostro.
Dafne no se había percatado de que estaba llorando mientras bebía.
—Me han estado mintiendo durante toda mi vida —dijo mirándola a los
ojos. Las preguntas se arremolinaban en la mente de Sara.
—¿Qué quieres decir?
—Soy adoptada.
Se instaló un incómodo silencio entre ambas. Sara intentaba procesar la
información.
—¿Qué?
—Mi verdadera madre era una prostituta enganchada a las drogas. Me
encontraron en la calle con solo dos semanas de vida. —Decirlo en voz alta lo
convertía todavía en más real. Sollozó con fuerza y Sara se acercó a darle un
abrazo.
Estaba destrozada.
Bebió otro largo trago de su bebida y se encendió otro cigarro.
—No deberías beber tanto, cariño. No solucionará nada —habló Sara.
—Necesito olvidar.
—El alcohol no te ayudará. Sé que no es sencillo por lo que estás pasando, ni
siquiera me lo imagino, pero debes tener presente que has tenido un buen final.
La traspasó con sus dulces ojos azules. Sara sentía como suyo el dolor de su
amiga, pero destrozarse el cuerpo con el alcohol no era la solución. No tenía ni
idea de cuánto habría bebido, pero había a su lado una jarra vacía y otra segunda
a la mitad.
No sabía qué era lo que necesitaba escuchar porque la noticia la había dejado
sin ideas.
—Esto no es un buen final. Mi verdadera madre se presentó y rompió mi
vida en solo unos segundos. Deberías haberla visto, Sara. Parecía una yonki —
habló con los ojos abiertos.
Comenzaba a tener calor y a sentirse mareada. Con una goma del pelo
recogió su largo cabello negro en un moño desenfadado. Con las pintas de
cansada debía estar horrible, pero en ese instante su apariencia era lo que menos
le importaba.
—Carlos y Estefanía te han dado la vida que todo niño se merece. ¿No crees
que eso sea suficiente? —preguntó. Sabía que tardaría tiempo en asimilarlo, pero
debía pensar en todo lo bueno y dejar apartado lo malo.
—En estos momentos no lo sé.
—Piensa en los buenos momentos. En el cariño. Todo eso debería primar en
tu cabeza —le dijo—. Quizás es mejor que haya ocurrido así, solo debes darte
cuenta que quien te quiere en realidad son ellos, no una madre que decidió
dejarte abandonada en medio de la calle con solo dos semanas. Piensa que si
ellos no te hubieran encontrado, ahora no estaríamos aquí, en este momento y
jamás habrías conocido a esta belleza que tienes por amiga.
Dafne hizo un amago de sonrisa. Le dio otro fuerte abrazo a su amiga y se
deshizo en lágrimas de nuevo.
Debía darle la razón en prácticamente todo. No podía quejarse de la vida que
había llevado hasta ese momento. Era feliz, quería a sus padres y la habían
mimado igual que a Enoch. Sin hacer distinciones. Solo cuando llegó a la
adolescencia recibió castigos que verdaderamente se merecía. No fue una
adolescente fácil, pero ellos no habían tenido la culpa de que se juntara con
gente que no debía. Si no hubiera sido por Sara, e incluso por Enoch con su
insistencia en protegerla, ¿qué habría sido de ella?
No creía que pudiera acabar como su madre biológica, pero quizás esos
genes también se compartían y ella no tenía ni la más mínimas ganas de ser un
desecho.
—Tienes razón. Ellos me dieron una vida llena de cariño.
—Y un hermano que está cañón —bromeó de nuevo para apaciguar el
ambiente.
—Me he comportado fatal. Les he despreciado a los tres. Debías haber visto
la cara de Enoch cuando le dije que no confiaría más en él. Estaba destrozado.
Tenía la imagen del que siempre había creído su hermano grabada en su
retina. El dolor, la decepción... parecía como si se le hubiera roto el corazón a
pedazos con solo sus palabras y ella hubiera podido oír el sonido al
resquebrajarse.
—Pues ya sabes lo que hacer. Reflexiona durante unos días y ármate de valor
para enfrentarte a ellos.
—Después de todo lo que he dicho, puede que me rechacen. Y realmente no
tengo claro que pueda superar esto. Cada vez que los mire, recordaré la verdad.
Necesito distancias. Puede que sea duro, pero sí lo mejor —dijo abatida.
—¿De verdad lo crees? —Asintió—. Yo creo que te van a recibir con los
brazos abiertos de par en par. Te quieren. Como no van a querer a la chica más
guapa de toda Badalona.
—Zalamera —contestó con un amago de sonrisa.
—No te hagas la modesta, que todos sabemos cómo te las traes. Y ahora
venga, arriba esa cara, sonríe y embruja a todos con esos ojos tan bonitos que
Dios te ha dado.
—Gracias, Sara. Eres la mejor.
Juntas bebieron lo que quedaba de la bebida alcohólica y decidieron dejar
apartado el tema. Dafne sabía que debería haber llamado a su mejor amiga
semanas antes, justo cuando lo descubrió. Desahogarse le había servido para ver
la verdad e intentar ser imparcial sobre las decisiones que sus padres habían
tomado para esconder la verdad sobre su nacimiento.
En el fondo era un alivio. Su vida habría sido totalmente distinta si Isabel se
hubiera encargado de ella. Lo milagroso, dado a su consumo de drogas, era que
hubiera nacido sin ninguna deficiencia.
La noche cada vez era más cerrada. A pesar de las continuas advertencias de
Sara para que dejara de beber, continuó hasta que llegó una cuarta jarra de Agua
de Valencia y se pidió además un vodka con limón.
Hacía rato que comenzaba a encontrarse mal. De nuevo las nauseas
aparecían y de lo que menos ganas tenía era de vomitar en público.
Se levantó para ir directa al baño, pero nunca llegó.
Su visión se volvió oscura y un golpe resonó cuando cayó al suelo,
inconsciente.
Capítulo 16


E l sonido de un constante pitido encargado de medir sus constantes vitales la


despertó. Se encontraba tumbada en una habitación blanca con solo la compañía
de Sara, que la miraba con los ojos llenos de preocupación.
No tenía ni idea de lo que había pasado. Lo último que recordaba era sentirse
mareada y levantarse para llegar al baño más cercano. Luego su visión se
desvaneció.
—¿Qué ha pasado? —Intentó incorporarse, pero notó un pequeño pinchazo
en su brazo. Tenía puesta una vía por la que entraba algún tipo de medicamento.
—Estabas en el bar y te desmayaste. Me asusté mucho porque no
reaccionabas —le dijo todavía asustada por la escena. Había visto a su amiga
desplomarse sobre el suelo de repente—. Llamé a una ambulancia y dijeron que
habías sufrido una intoxicación etílica.
Quería decirle que había intentado advertirla de que parara, pero hacerlo no
iba a deshacer lo ocurrido.
—Estamos a la espera de los análisis.
—¿Cuánto rato llevo aquí?
—Un par de horas. Te han puesto suero glucosado y vitaminas para combatir
el alcohol. Has estado vomitando sin parar.
Dafne se llevó las manos a la cabeza, avergonzada por cómo había acabado
su noche.
Definitivamente había sido uno de los peores días de su vida.
—No habrás llamado…
—No, tranquila. Nadie sabe que estás aquí —la tranquilizó.
—Mejor. Lo único que me falta para adornar el día es recibir una reprimenda
por emborracharme sin control.
A los pocos minutos entró el doctor en su improvisada habitación con unos
papeles en sus manos. Estaba serio. Su pelo encanecido y las facciones arrugadas
por la presión de su trabajo, parecían envejecerlo.
—Veo que se ha despertado señorita Martín. ¿Cómo se encuentra? —
preguntó con voz tensa. Su actitud le hizo pensar a Dafne que había algo que no
estaba bien.
—Un poco mareada.
—Es normal debido a su estado. Entró con una tasa de alcohol en sangre
muy alta. Si su amiga no la hubiera traído a tiempo la cosa podría haber
empeorado. Sin embargo no le quedarán secuelas. —Aquello era una buena
noticia. Sara y Dafne respiraron aliviadas, pero solo duró un segundo. El doctor
continuó con su diagnóstico—. Deberá guardar reposo al menos una semana, por
suerte el bebé creemos que está bien.
—¿Bebé? ¿Qué bebé? —dijo confundida. El doctor debía haberse
equivocado.
Quizá se había traspapelado su informe. Era imposible que de por medio
hubiera un bebé. Hacía aproximadamente un mes que no se acostaba con nadie.
Su última relación fue con Manu.
—Señorta Martin, está usted embarazada.
—E... ¿está usted seguro? —preguntó. El miedo acababa de invadirla por
completo.
—Los análisis lo afirman, sin embargo vamos a proceder a hacerle una
ecografía para comprobar las constantes vitales del bebé. De esa forma
comprobaremos que todo esté bien.
Se marchó sin dar más explicaciones.
Sara estaba tan alucinada como ella. Sus ojos no dejaban de mirarla
haciéndose cientos de preguntas.
—No puede ser... —musitó al borde de caer de nuevo presa de las lágrimas.
Definitivamente su día sí que podía ir a peor.
—Tranquilízate, no caigas presa de los nervios —musitó Sara en un intento
de calmarla, pero ella misma en esos instantes estaba de los nervios.
—¿Cómo quieres que me tranquilice? Estoy embarazada. ¡Y de Manu! No
me he acostado con nadie más desde hace meses. —Aquella sin duda era la peor
parte.
Tomaba las píldoras anticonceptivas desde hacía varios años y aun así solía
hacerlo con preservativo. Sin embargo hubo veces que lo hicieron sin dicha
protección. A pesar de su efectividad, había riesgo de fallo sobre todo si
habituaba a beber alcohol.
Ningún método anticonceptivo era cien por cien efectivo.
¿Por qué le pasaba aquello a ella? ¿Tan mal lo estaba haciendo todo como
para merecerse ese castigo?

El doctor volvió pasada una media hora con el ecógrafo y en silencio
comenzó con su examen.
—Definitivamente sí, está usted embarazada —confirmó con cierto pesar al
ver la cara de su paciente—. Esta de unas cinco semanas.
La noticia le cayó como un jarrón de agua fría. El doctor recogió sus cosas y
tras darle indicaciones de lo que debía hacer durante las próximas semanas, se
marchó dejándola a solas con Sara.
Inmediatamente se echó a llorar y su amiga la abrazó con fuerza.
—No... no puedo tenerlo —sollozó contra el hombro de su amiga—. Yo no
puedo ser madre... esto... esto no debería estar pasando.
Sara intentaba consolarla, pero no sabía cómo. Saber que era adoptada y
enterarse de forma repentina que estaba embarazada, era un duro golpe del que
le costaría reponerse.
Dafne aparentaba una fortaleza que no tenía. Todo lo que se veía de forma
exterior era una máscara, pero desde siempre la habían podido manejar porque
carecía de una fuerte personalidad para acompañarla. Solo Sara sabía de verdad
cómo era, una muñeca frágil que con cada golpe se desmoronaba. Sus
sentimientos los intentaba mantener ocultos, pero solía explotar. Y ese día lo
había hecho por completo, dejándola desvalida ante una situación que no sabía
cómo afrontar.
—Ahora no te preocupes por eso. Piensa en ponerte bien. Nada más. El resto
puede esperar unos días.
—¿Cómo voy a esperar? Pronto crecerá la barriga. No podré esconderlo.
—Cariño, esto es duro, pero no vas a estar sola. Me tienes a mí, siempre.
Agradecía las palabras de Sara, pero no la ayudaban demasiado. En su
interior crecía una vida a la que inconscientemente había puesto en peligro. Se
había emborrachado de forma descontrolada. El bebé estaba bien, pero su
irresponsabilidad podría haberlo matado y no quería sentir también esa
culpabilidad en su mente.
No sabía qué hacer.
Sara la dejó a solas con la excusa de ir a por un café y a pesar que debía
dormir para recuperarse y que desapareciera el dolor taladrante de su cabeza, se
puso a pensar.
Inconscientemente acarició su vientre. Tenía solo veinte años y ni siquiera se
había planteado ser algún día madre. Nunca se planteó ni siquiera tener una
relación seria por completo, así que lo de los hijos todavía menos.
Manu no era la persona indicada para ella y sabía que mucho menos lo sería
para criar a un bebé. Era un inmaduro, un niñato de veintiséis años que vivía en
el lado de la delincuencia y las drogas.
Sin darse cuenta pensó en la vida que creía que había tenido Isabel, rodeada
de drogas. Si decidía seguir adelante con el embarazo, no quería eso para su
bebé.
Su bebé.
Era incapaz de asimilarlo.
Sara volvió con un café que olía de vicio y se sentó de nuevo en la incómoda
silla.
—Si quieres márchate a casa. No quiero molestarte más.
—Ni hablar. Estaré contigo todo el rato. No te resultará fácil deshacerte de
mí —sonrió.
—Eres la mejor.
Soltó un fuerte suspiro y su amiga se vio obligada a preguntar.
—¿Se lo dirás a Manu?
—No. Si tengo a este bebé no quiero que él sepa que es suyo.
Sara no le dio ninguna contestación, pero sabía que esconderlo era una muy
mala idea. Ella mejor que nadie sabía que los secretos, tarde o temprano, salían a
la luz y las consecuencias solían ser mucho peores.
—¿Y tus padres?
No había pensado en ello. Desde el momento en que se había enterado de
que estaba embarazada solo le había dado vueltas a tenerlo o no. Abortar no
sería posible, la ley había cambiado y normalmente solo se podía en caso de ser
menor de edad, por una agresión sexual o si el bebé tenía alguna deficiencia. No
cumplía ninguno de los requisitos a excepción de que no estaba de doce
semanas, el máximo recomendado para que el aborto fuera seguro.
Los pensó detenidamente y tal y como estaban las cosas no era algo que
entrara en sus planes. Había decidido intentar perdonarlos, pero hacerlo y soltar
la bomba de un embarazo que para nada era deseado, solo haría que defraudarlos
porque era algo que la defraudaba a sí misma.
—No puedo. Los decepcionará —contestó pasados los segundos. Sara no
compartía aquello, pero era la única capaz de tomar la decisión—. Hasta yo me
siento decepcionada conmigo misma.
—Pues no lo estés. A veces los anticonceptivos fallan. Esto no es tu culpa.
Ahora descansa y deja de pensar por unas horas. Mañana será otro día.

Enoch paseaba inquieto por su habitación. Estaba desolado y roto al oír los
sollozos de su madre. Dafne los había destrozado con sus palabras. Oía como su
padre intentaba apaciguarla con palabras que decían que debía darle tiempo.
Él pensaba lo mismo, aun así no podía evitar sentir cierto enfado por las
formas que Dafne había utilizado para apartarlos de su vida. Sobre todo por
cómo le había echado en cara a él que no hubiera confiado en ella para contarle
la verdad.
Él no tenía ese poder. Sus padres tenían la última decisión. Sin embargo que
la verdad se hubiera desatado le había provocado cierto alivio. Ya solo quedaba
un secreto que llevaba encerrado en su pecho demasiados años y que jamás
había revelado a nadie.
Era el único que no podía desvelar.
Estar enamorado de su casi hermana no era algo de lo que se enorgullecía.
Sin embargo en las cosas del corazón lo racional desaparecía por completo. Él
había mantenido ese secreto en un lugar recóndito de su corazón. Se marchó a
Valencia también para olvidarla, pero al volver todos los sentimientos habían
regresado con todavía más fuerza.
No sabía qué sería de la relación que habían tenido hasta el momento, ni
siquiera sabía si lo perdonaría. Era una orgullosa y con tanta mentira de por
medio tardaría mucho en darse cuenta de que necesitaba a su familia.
Se tumbó en la cama. Sin darse cuenta ya era de madrugada. David le había
escrito para salir, pero le respondió que estaba cansado por el trabajo. Se
preguntaba qué estaría haciendo Dafne en ese momento y si estaría bien. No
quería que pasara aquellos momentos a solas, pero su compañía solo haría que
empeorar las cosas.
Sin dejar de pensar, en algún momento de la noche se quedó dormido.
Al despertar el ambiente no era mucho mejor.
—Hola hijo, ¿cómo has dormido? —preguntó su padre en un intento de
sonreír. Pero la alegría no llegó a sus ojos.
—No muy bien. Pero hay que seguir para adelante. —Le dio un golpecito en
la espalda a su padre y se marchó a la cocina a hacerse el desayuno.
Su madre estaba allí. Tenía unas profundas ojeras bajo sus ojos. A Enoch le
dolía verla así.
—Mama, deja de pensar. No puedes hacer otra cosa que esperar a que lo
asimile. Ha sido mucha información en poco tiempo.
—Tienes razón, pero eso no lo hace más sencillo. Me gustaría retroceder en
el tiempo.
En eso la entendía. A él también. Le gustaría ser capaz de llegar al día en el
que comenzó a enamorarse de ella para poder ponerle remedio antes de que
llegara a más.
—Intenta continuar con tu vida. No puedes flagelarte continuamente —
propuso con un amago de sonrisa.
Estefanía le dio un abrazo a su hijo.
—Gracias cariño. A veces me impresiona que solo tengas veintitrés años.
—Lo dices por lo bueno que estoy —bromeó y su madre le dio un codazo
cariñoso.
—Lo digo por lo maduro que eres. Y sí, la verdad es que tu padre y yo
hicimos un buen trabajo.
—He tenido los mejores genes —contestó adoptando una actitud arrogante.
Era sábado y la idea de quedarse encerrado todo el día en casa no se le hacía
para nada atractiva. Llamo a David y tras conseguir que le cogiera el teléfono le
dijo de quedar. Necesitaba hablar con alguien, y a parte de Esteban, consideraba
a David su mejor amigo. Podía confiar en él.
Quedaron a orillas de la playa de Mongat, en uno de los múltiples
chiringuitos. Su amigo bebía una cerveza mientras lo esperaba y chocaron las
manos cuando llegó.
—No tienes muy buena cara, tío —le dijo nada más verlo—. ¿Qué es lo que
te pasa? Llevas dos semanas raro, tu hermana no aparece... sé que hay gato
encerrado.
A pesar de ser un chico que tenía pinta de ser bastante dejado, era muy buen
observador.
Enoch soltó un suspiro preparado para darle la chapa a su amigo.
—Voy a contarte algo que llevo escondiendo desde que tenía tres años, pero
prométeme que no se lo dirás a nadie. —David asintió y Enoch se acarició su
cabello castaño en un gesto nervioso—. Dafne es adoptada. —Su amigo abrió
los ojos—. Y se lo escondimos. Hasta que el día que celebramos su cumpleaños
en casa, se presentó su madre.
—Entonces, ¿Dafne no es tu hermana? —Negó a pesar de que en parte lo
había sido. Siempre había estado unido a él.
Enoch le explicó toda la historia mientras bebía una fría cerveza y se
desahogó por fin de casi todo lo que guardaba en su interior desde hacía tanto
tiempo. David se quedó sorprendido con la fortaleza de su amigo al haber
aguantado tanto. La noticia le había pillado por sorpresa y saber que Dafne
estaba dolida por aquello, no le sorprendía. No obstante, tenía ciertas preguntas
al mirar a su amigo.
El dolor que se veía reflejado no parecía ser solo porque su casi hermana no
quisiera saber nada de su familia. Tenía pinta de haber algo más.
—Me da la sensación de que te guardas algo.
—No se te escapa una —contestó Enoch con ironía.
—Te conozco desde que éramos unos críos —dijo como si eso ya le diera la
clave de la inmortalidad.
Enoch se quedó unos minutos en silencio. Le dio otro trago a su cerveza y
pensó en si debía decirle lo que sentía por Dafne a su amigo. Llevaba tanto
tiempo escondiéndolo que se había acostumbrado a ello. Había habido tantas
veces que había querido contarlo, que creía que al fin había llegado el momento.
Además, ya sabía que no era su hermana de verdad, tampoco era un escándalo
tan grande.
—Estoy enamorado de Dafne desde hace años.
Su amigo asintió.
—Sabes, se te notaba. —Enoch lo miró atento—. No soy un experto en esos
temas, pero la forma en que la tratabas, las miradas… y no creas que no fui
consciente de cómo te pusiste el día de su cumpleaños. Tío, te empalmaste con el
morreo —se burló y Enoch no pudo evitar soltar una carcajada.
—Siempre he intentado verla como mi hermana, pero nunca he podido. Me
fui para olvidarla y al volver todo se ha acrecentado. ¡Estoy perdidamente
enamorado de mi hermana! —dijo demasiado alto y algunos cotillas que le
rodeaban comenzaron a murmurar.
—Amigo mío, estás bien jodido. Pero puede que tengas posibilidades. Al fin
y al cabo, no sois hermanos de sangre —contestó y se encogió de hombros. No
había nada imposible en el mundo.
—Ahora mismo me odia.
—¿De verdad lo crees? —preguntó.
No sabía si de verdad lo creía, pero sí sabía que estaba muy enfadada.
—La conozco bien, David. Es orgullosa, rencorosa y no olvida nada. Estuvo
casi un año sin apenas hablarme cuando era una adolescente, con esto pueden
pasar décadas hasta que vuelva a confiar en mí.
—¡No seas exagerado! —exclamó—. No creo que quiera pasar tanto tiempo
sola. Aunque ahora no lo vea, os necesita. Ya verás cómo es algo pasajero.
—Ojalá tengas razón, tío, porque no sé si voy a aguantar mucho tiempo sin
tenerla cerca.
El tiempo debía pasar y esperaba que las cosas volvieran un poco a la
normalidad. Tenía muchas decisiones que tomar, aclarar su cabeza e intentar
reconocer la verdad ante todos, pero sobre todo, dejar de mentirse a sí mismo.
Capítulo 17


S alió pasados tres días del hospital, siempre acompañada por Sara, que solo la
dejó a solas cuando debía ir a trabajar. Incluso había ido a por sus libros para
estudiar. Le quedaba un último examen para terminar el curso y poder al fin
trabajar a tiempo completo hasta que comenzara de nuevo el año lectivo.
El médico le había mandado reposo. Tuvo que llamar a su jefa y decirle que
debía coger la baja por obligación médica, ocultándole la noticia de su
embarazo. No quería decírselo a nadie por el momento, pero sabía que llegaría
un punto en que debería hacerlo. No quería jugarse el trabajo por ello.
Necesitaba mucho tiempo para pensar, permanecer en Badalona era quizá lo
más arriesgado si quería esconder el embarazo, pero no sabía qué hacer ni a
dónde ir. Parte de su vida estaba ahí y tenía miedo a los cambios.
Tenía miedo a permanecer en su casa y que alguien de su familia apareciera.
Enoch todavía tenía sus llaves y podría presentarse en cualquier momento a
pesar de que se había llevado todas sus cosas.
Se acomodó en el sofá junto a Frodo y Khalessi también se unió. Durante los
días ingresada Sara se había encargado de ir un rato con ellos, sacar a Frodo y
limpiar el arenero de Khalessi. Ahora que ella no podría hacerlo por riesgo a la
toxoplasmosis, tendría que abusar bastante de su amiga.
Se puso a ver la televisión para distraerse, pero su cabeza solo pensaba en
una cosa. El segundo día en el hospital ya había decidido qué hacer. Iba a tener
al bebé, no podía borrar de esa forma una vida. Ella había sido lo
suficientemente adulta como para acostarse con Manu y debía apechugar con el
bebé costara lo que costase. No le diría nada, sería madre soltera. No pensaba
meter a un inmaduro como él en medio y ya haría lo que fuera posible para salir
adelante.
Por el momento, lo primero que debía hacer era formatear el disco duro de su
cerebro y comenzar de cero, alejarse una temporada de todo y reflexionar sobre
cómo iba a continuar su vida a partir de ese instante.
—¿De verdad quieres hacer eso? —preguntó Sara al otro lado de la línea.
Por fin había terminado sus estudios y trabajaba a tiempo completo porque su
antigua compañera de piso se había marchado y tenía más gastos que antes.
—Creo que será lo mejor. Necesito un cambio de aires —contestó Dafne
decidida a hacerlo—. Además, necesitas una compañera de piso.
—Sí, la necesito —contestó al pensar en los gastos que suponía vivir en
pleno centro de Barcelona. Pero Daf, ¿y tú trabajo? ¿Vas a ir todos los días hasta
Badalona cuando dónde estás ahora lo tienes a cinco minutos?
—He hablado con Esperanza. Le he dicho lo del embarazo y que quería
marcharme y ha llamado a una veterinaria amiga suya. La clínica está en
Barcelona, muy cerca de tu piso nuevo. Así que seguiría trabajando en lo que me
gusta, pero unos kilómetros a distancia de mi familia.
—¿Y que estés embarazada no será un impedimento? —preguntó.
Había pensado en el tema. En España rehuían esas cosas y tuvo miedo
durante unos instantes. Por ello le contó la verdad a Esperanza y por suerte la
que ya era su antigua jefa le había dicho que aquello no sería impedimento.
Hacía su trabajo a la perfección y un embarazo no era barrera para mantener a
una buena profesional.
Sara aceptó su explicación pero todavía tenía dudas.
—¿Y tus padres? ¿No vas a decírselo? —Llevaba desde que había salido del
hospital cuatro días atrás presionándola con el tema. Entendía que su amiga le
daba sus mejores consejos y debería seguirlos. Pero era una cobarde que no se
atrevía a dar ciertos pasos.
—No, por el momento —contestó.
—¿Y cuándo será? ¿Cuando tengas un bombo que no quepas ni por la puerta
o cuando lleves a tu bebé en brazos? —preguntó con sorna. Pero lo más probable
era lo segundo.
Sería más sencillo presentarse con un bebé que con una barriga enorme.
¿No?
—No me estreses más, por favor. No me apetece pensar en ello, necesito
poner distancias cuanto antes. —Acarició a Frodo en el cogote y el perro lamió
su mano—. Entonces, ¿me aceptas como compañera de piso junto a mi pequeño
zoo?
Oyó un suspiro al otro lado de la línea que le daba una ligera idea de cuál era
la decisión.
—Sabes que sí. Ojalá no fueras mi mejor amiga, me ahorraría muchos
problemas. Todos problemas en los que tú siempre me metes, cabrona.
Dafne sonrió de verdad por primera vez en varios días.
—Sabes que tenerme como tu amiga es lo mejor que te ha pasado en la vida,
no mientas.
—No sabría decirte. Pero deberías hablar con tu familia —le pidió.
—No puedo —negó de inmediato.
—No te digo que les digas que estás preñada, solo te digo que al menos te
presentes y les des la oportunidad.
—Cariño, me marcho para poner distancias. No creo que eso sea buena idea
—rebatió.
Sara intentó buscar algo con lo que contradecirla, pero no lo encontró.
—Está bien. Haz lo que quieras. ¿Cuándo vendrás?
—El jueves tengo que ir a la clínica, así que si te apetece, mañana mismo
comienzo con la mudanza.
—Estupendo. ¿Y qué vas a hacer con tu piso?
Eso tampoco lo tenía demasiado claro.
Por suerte el alquiler no era muy elevado y tenía bastante dinero ahorrado.
Sin embargo se le ocurría una idea mejor, pero la cual no tenía ni idea de cómo
llevar a cabo.
—Creo que eso puedo resolverlo fácilmente, no te preocupes —contestó
comenzando a darle vueltas al asunto.
Inmediatamente después de la llamada se puso a hacer maletas y al día
siguiente ya comenzó a trasladarlo todo. Lo último que metió fueron los regalos
de Enoch, los muñecos y el precioso álbum de fotos. Al abrirlo por una de las
últimas páginas, se vio con él en el sofá de casa, los dos abrazados viendo una
película. Algo que hacían de forma habitual antes de que él se marchara a
Valencia. Enoch estaba con una sonrisa en sus labios y ella tenía los ojos
entrecerrados, a gusto.
Soltó un suspiro y lo guardó junto al resto de cosas antes de ponerse a llorar
y arrepentirse de marcharse.
Tenía bastante ropa e iba a tener que hacer un par de viajes para llevarlo todo
además de alquilar un camión de mudanzas para llevar su colchón. Iba a echar
de menos vivir en esa casa. Las peleas nocturnas, el olor a salitre por estar al
lado del mar. Pero sin duda era lo mejor que podía hacer si quería mantener
oculto su secreto que pronto se convertiría en uno a voces.
—Ya está todo. Cuando quieras nos vamos —le dijo Sara al otro lado de la
puerta.
Se había pasado la mañana ayudándola a cargar las cosas. Frodo y Khalessi
ya estaban en su nueva casa. Le sabía mal hacerle cargar a su amiga también con
sus mascotas, pero les tenía mucho cariño y le había repetido mil veces que no le
importaba. Sara adoraba a esos pequeñajos y a su casa le faltaba ese toque de
alegría que las mascotas daban.
—Voy, solo me queda una cosa.
Sara le dijo que la esperaba en el coche. Dafne cogió un trozo de papel y un
bolígrafo. Se sentó una última vez en su sofá y comenzó a escribir una nota para
Enoch.
Esperaba que la encontrara.
Lo dejó todo a la vista ante posibles visitas y cogió su móvil para poner un
último mensaje antes de apagarlo por una larga temporada. Iba a cambiar de
número, no quería que la localizaran por el momento y ese era el primer paso
para comenzar una nueva vida.
«En mi casa encontrarás algo. Nos volveremos a ver».
Con ese mensaje solo haría que Enoch comenzara a pensar cosas extrañas sin
parar. No quería darle más información. Tenía la que necesitaba para encontrar la
nota que debería servirle a todos como una despedida temporal. No mentía al
decir que se volverían a ver, sin embargo no sabía cuándo.
Le dio a enviar y cerró la puerta con llave.
—Adiós, casa. Te echaré de menos.

Sus días parecían cortados siempre por el mismo patrón. Se levantaba, iba al
gimnasio a trabajar, volvía a casa, intentaba animar a sus padres y salía con sus
amigos para intentar mantener a un lado toda la negatividad que últimamente lo
rodeaba. David lo miraba con compasión.
De nuevo estaban en el parque. El resto se había marchado ya que solo
estaban a martes y la mayoría trabajaba al día siguiente.
—Sigues sin saber nada de ella —afirmó. No le hacía falta preguntar. La cara
de perro rabioso y sus pocas ganas de hablar se lo conformaban.
—Sí. Sé que tampoco ha ido a trabajar y su jefa ni siquiera me ha dado pistas
de su paradero. Ni siquiera tengo valor para escribirle. No sé qué me pasa,
David. Estoy acojonado.
—Espera a que sea ella la que se lance a hablarte —contestó David.
Enoch arqueó una ceja. Su amigo sabía tan bien como él que Dafne era una
orgullosa, cabezota y rencorosa.
Le dijo que dejaran de hablar del tema. No le apetecía pensar más en ello,
pero el destino quería ponerle a prueba. Su móvil vibró avisando de que le había
llegado un mensaje.
—Cómo sea ella, vas a tener que llamarme Sandro Rey —musitó David y
Enoch cogió el móvil con una sonrisa.
No sabía si su amigo era cómo el supuesto vidente que salía por televisión,
pero al ver su teléfono móvil y ver un whatsapp de Dafne estuvo a punto de
boquear.
Sin embargo, la sorpresa dio paso a la curiosidad.
—Lee esto. —Le tendió el teléfono a su amigo y leyó las escuetas palabras
con atención.
—¿Qué crees que querrá decir?
—No lo sé, pero sea lo que sea, sé que no me va a hacer gracia.
—Ve a su casa y compruébalo —dijo su amigo. Era lo más lógico además de
lo que le pedía. No obstante sentía cierto temor. Fuera lo que fuese iba a
significar un punto de inflexión en los ya de por sí complicados acontecimientos.
Se despidió de su amigo bien entrada la noche. Paseó por las calles hasta
llegar a la puerta de su casa, sin embargo antes de entrar decidió dar media
vuelta e ir a casa de Dafne.
Todavía guardaba las llaves. Había tenido la oportunidad de devolvérselas,
pero había tenido la esperanza de no acabar así. Se plantó frente a la puerta y
llamó. Le extraño no escuchar nada, ni siquiera a Frodo ladrar o Khalessi rasgar
la puerta con sus uñas.
—Qué raro —dijo en voz alta. Comenzaba a hacer conjeturas con lo que se
iba a encontrar.
Abrió la puerta y miró a su alrededor. Todo parecía igual que la última vez
que fue, pero vacío. Llamó en voz alta a Dafne, pero la casa estaba vacía. Fue a
su habitación como último recurso y lo que vio le hizo confirmar sus sospechas.
Dafne a se había marchado.
Su colchón y el canapé ya no estaban.
Salió de allí confuso y se sentó en el sofá. Sobre la mesa de centro había un
papel.
Era la letra de Dafne.
«Siento de verdad cómo han ocurrido las cosas, pero necesito tiempo.
Necesito cambiar de aires, lejos de vosotros. Levantarme cada mañana y saber
la verdad no es ningún alivio para mí.
Quiero que desaparezca el rencor que todavía siento. Vosotros sois mi
familia, lo sé en mi corazón. Sin embargo necesito pensar, a solas. Necesito la
distancia.
No me busquéis. Cuando esté preparada volveré.
Te quiero, Enoch. Os quiero.

P.D: puedes quedarte en mi casa. Mi casero está enterado de que me voy, te
he dejado su teléfono para que hables con él.

Dafne».
—No me lo puedo creer. Se ha ido.
No sabía cómo sentirse, si enfadado, defraudado o triste. Ni siquiera había
tenido el valor para despedirse en persona. En menos de una semana había
recogido su ropa y marchado a un lugar que ni siquiera le había dicho.
Inmediatamente cogió su teléfono móvil y se dispuso a llamarla.
Pero el mensaje de apagado fue quién le respondió.
Dafne se había marchado y no tenía ni idea de adónde.
Se marchó hasta su casa con la mente embotada. La noche comenzaba a caer
y el calor seguía siendo sofocante. Pero él sentía frío. Su corazón estaba helado
tras la noticia.
No sabía si decírselo a sus padres sería una buena idea. Él todavía estaba
incrédulo. Nada más entrar, dejó la nota sobre la mesa de comedor y Carlos fue
el primero en leerla.
—¿Cómo que se ha ido? No puede ser —exclamó Carlos. No dejaba de dar
vueltas de un lado a otro del salón. Estefanía había dejado la nota sobre la mesa
después de leerla.
Inmediatamente Estefanía había intentado llamarla, pero al igual que le pasó
a Enoch, nadie respondió.
—¿Qué demonios le pasa a esta niña? —gruñó su padre—. ¿Para qué quiere
distancias?
—No lo sé, papa. Pero se ha ido.
—Hay que encontrarla.
—Me parece que no quiere que lo hagamos. Solo pide tiempo —contestó
Enoch con una calma que no sentía—. Quizás es lo mejor, papá. Ella es la que
debe encontrarse.
No se hacía a la idea de no verla, de tener lejos aquellos ojos verdes que
tanto la embrujaban. Él una vez intentó poner distancias para olvidarla y no lo
consiguió y ahora que era ella la que se alejaba, su mente no dejaba de
recordarla.
¿Qué le habría pasado para tomar tan repentina decisión?
A la mañana siguiente se levantó sin ganas de ir a trabajar, pero tenía a gente
que entrenar, y por mucha desolación que sintiera, la vida continuaba. Cogió su
mochila, su coche que por fin había llegado y se marchó en dirección al
gimnasio. Le pareció más vacío de lo normal, como su corazón se había quedado
el día anterior.
—Vamos chicos, comenzaremos por el calentamiento —espetó nada más
entrar en la clase. Todos empezaron a imitar sus gestos.
Tras cinco minutos les indicó que comenzaran con varias series de
abdominales y seguidamente con flexiones, para después tomarse un pequeño
descanso para beber agua y continuar con el duro entrenamiento.
Era un entrenador exigente que buscaba llevar al límite a todos. Las caras
cansadas de sus alumnos indicaban que no podían más, pero todavía les
quedaban diez minutos.
Tras terminar tenía dos horas libres hasta la próxima clase que dedicó a
entrenar. Se fue a la zona de pesas y comenzó a levantarlas como si apenas
pesaran. Los músculos de su pecho se marcaban bajo la fina camiseta de deporte,
sus abdominales se apretaban. Había mujeres a su alrededor que lo miraban con
la boca semi abierta, pero no prestó atención a nadie. Su mente iba por otros
derroteros.
Cuando saliera del gimnasio iría a la que era la casa de su hermana. A pesar
de que sus padres estuvieran tristes con su huida y necesitaran apoyo, él
necesitaba un lugar en el que poder pasar tiempo a solas y desde que había
vuelto iba en busca de una casa en la que vivir. Se le había presentado la
oportunidad perfecta, sin embargo tenía clara una cosa.
Notaría la presencia de Dafne en cada esquina.
Capítulo 18


I nstalarse en casa de Sara fue duro, pero lo mejor. La compañía de su amiga


había conseguido animarla poco a poco y estaba con la única persona en la que
podía confiar al cien por cien. Ya llevaba tres meses instalada y había
comenzado en la nueva clínica veterinaria. María era tan amable como
Esperanza y había hecho que se adaptara muy bien a su nuevo trabajo. Esperanza
le había recomendado a una gran profesional, apenas había tenido que enseñarle
nada. En solo dos días consiguió ponerse al día y su proactividad la hizo meterse
de lleno en la forma de trabajo del lugar. María sabía que estaba embarazada,
pero no le molestó. Al contrario, impedía que hiciera ciertas cosas como
acercarse al lugar de las radiografías y a las heces de los animales.
Por otro lado también había cambiado de número de teléfono. Lo apagó en el
mismo instante en que salió de su casa para que no la localizaran. Le dolía
imaginar cómo estarían sus padres y Enoch en aquellos instantes, pero tenía
demasiadas cosas en las que pensar.
Al llegar a casa, Sara estaba con el portátil sentada en el sofá junto a una
cerveza que a Dafne se le hizo de lo más apetecible. Pero no podía beber, ni
fumar. Se había acabado el poner al bebé en peligro. Por su temeridad estuvo a
punto de perderlo cuando no sabía ni que existía, pero ahora que cada día se
hacía más a la idea de lo que ocurría y que su barriga ya era bastante prominente,
no podía evitar sentirse responsable ante todos los actos que llevaba a cabo.
—Mira lo que he encontrado. ¿A que es precioso? —Giró el portátil para que
Dafne lo viera y su amiga miraba una web de bebés. En la pantalla había una
preciosa cuna de color morado.
—La verdad es que sí —contestó con una sonrisa—. ¿Pero no es demasiado
pronto?
—Nunca es pronto. Estás embarazada de cuatro meses. Tienes la próxima
ecografía en dos semanas y espero que te digan el sexo del bebé para llenarlo de
regalos mucho antes de que nazca. Además, ¿sabes lo que cuesta mantener un
bebé?
—Mucho, no me lo recuerdes —suspiró. En esos meses había ojeado de todo
lo necesario y los cálculos a veces no le salían—. Por cierto, esta tarde voy a
hablar con la policía.
—¿Para qué? —preguntó su amiga, confusa.
Llevaba días pensando en aquello, quería ir y saber sobre los pasos de su
madre biológica. Quería hablar con ella, saber cuáles eran sus intenciones.
Conocer más detalles del caso que sus padres le habían ocultado durante tanto
tiempo.
Llevaba un par de meses contactando con ellos y habían admitido que habían
vuelto a encarcelarla por tráfico de drogas. No tenía especial interés en saber de
esa mujer para que ejerciera de su madre, solo lo quería saber para hacer todo lo
que estuviera en su mano para alejarla de su vida para siempre.
No le convenía alguien así y no le perdonaba que se hubiera desecho de ella
en un callejón de un barrio considerado peligroso por ser una jodida yonki.
Quizá tuviera alguna explicación, pero no la quería. Solo quería ir porque
creía necesitarlo. Se había vuelto una obsesiva de saber la verdad, a pesar de que
ella misma tejía una mentira a su alrededor para que nadie supiera sobre su
embarazo.
Incluso a Sara le costaba escondérselo al grupo de amigos que compartían, y
sobre todo a Enoch.
—Me acompañarán a la prisión a ver a Isabel.
—¿Y tu barriga? ¿Y si los policías se lo cuentan a tus padres?
—Tampoco abulta tanto. Me pondré una de esas camisas anchas que tan de
moda están y tan poco hacen que luzca mi cuerpo —bromeó.
Sara cada día admiraba más a Dafne. En esos meses junto a ella había visto
un gran cambio en su forma de ser. Había madurado en dos meses todo lo que no
lo había hecho en veinte años. Saber que pronto se convertiría en madre la hacía
pensar en el futuro y pensar en el pasado, en todos los errores, en la falta de
personalidad a la hora de decidirse sobre algo para repararlo.
Había encontrado al fin su forma de ser, se había convertido en una
luchadora y a pesar de tener varios frentes pendientes que pronto requerirían de
su atención, había encontrado la fuerza que durante mucho tiempo le había
faltado.
—Suerte que ya es otoño y puedes taparte un poco más —añadió Sara como
respuesta.
Dafne se acarició el vientre con cariño y se sentó junto a su amiga a mirar
cosas de bebés. Hacía uña semanas, Sara le había regalado chupetes y algún
body unisex que cada vez que miraba la hacía sonreír. Se había tomado de forma
positiva todo aquello, en su interior sentía como comenzaba a querer a esa
personita que crecía día a día en su vientre.
Tenía cita con la policía a las seis y todavía le quedaban un par de horas que
aprovechó para echar una siesta. Estaba cansada a todas horas y no ayudaba el
dolor de espalda que tenía a diario.
Al despertar fue a su habitación y se vistió con la camisa más ancha que
encontró. Llevaba su largo cabello suelto y maquillaje natural para esconder las
ojeras que se formaban en su rostro. La ropa era de la sección premamá, pero
gracias a que tenía un cuerpo más bien esbelto, su barriga no abultaba demasiado
y todavía era capaz de disimularla.
—Me voy Sara.
—Llámame si necesitas algo —dijo con seriedad.
Cogió las llaves de su coche, le dio un abrazo a su amiga y fue hacia la cárcel
en la que tenían encerrada a su madre.
Era un lugar deprimente, la registraron nada más entrar y el policía que había
llevado su caso desde el principio, el agente Garrido, la acompañó al interior.
Una de las reglas era no dejarla a solas con ella. Al fin y al cabo todavía reinaba
la orden de alejamiento.
La llevaron a una habitación de lo más espartana. No había decoración, solo
una mesa con dos sillas. Le hacía falta una buena capa de pintura. Parecía más
sucio de lo que estaba en realidad.
Estaba nerviosa. Iba a ser la segunda vez que se iba a topar con su madre. La
situación era completamente distinta, pero no por ello dejaba de ser dolorosa.
Esperó paciente hasta que la mujer que la trajo al mundo apareció por la
puerta. Sus pintas eran peores que las de la primera vez. Estaba raquítica, su
rostro parecía el de un esqueleto. Sus ojos, iguales a los de ella, estaban
apagados. Fue capaz de deducir que no llevaba demasiado bien la abstinencia.
—Vaya, mi hija ha venido a verme —dijo con cierta sorpresa. Cuando el
alguacil le dijo que tenía visita, creyó que sería su camello o alguno de sus
clientes.
—Yo no soy tu hija, Isabel. Y esto no es una visita de cortesía —contestó con
seriedad. Dafne la taladraba con la mirada. Por mucho que lo intentaba, no podía
ser amable con aquella mujer que lo único que le provocaba era asco—. ¿Por
qué te presentaste de esa forma en mi casa?
—Solo quería conocerte —le dijo con inocencia. Pero la mueca de su rostro
le demostraba que no decía la verdad.
—Di algo que me crea. No te veo una mujer muy maternal. Si lo fueras
jamás me habrías abandonado en medio de la calle con intención de que muriera
a la intemperie.
Sus palabras consiguieron hacerla reaccionar. Isabel sintió algo en su interior
muy parecido a la rabia. Quedarse embarazada había sido el inicio de su fin
prematuro.
—Tú me arruinaste la vida —susurró.
Su afirmación no provocó ni un solo sentimiento en Dafne, solo impotencia.
Lo único que echó de menos en aquel instante, era fumarse un cigarrillo para
calmar la rabia que sentía ante el desprecio de aquella mujer.
—Hiciste que me arruinara —continuó echándole las culpas—. Nadie quería
nada conmigo y estaba sola, sin un puto duro y sin poder drogarme. Te abandoné
no solo porque no quería mantenerte, sino porque si te viera todos los días me
recordarías lo desgraciada que soy.
—¿Y por qué no abortaste?
—¿Crees que no lo intenté? —admitió con el ceño fruncido—. Pero no me
dejaron. Tuve que soportarte en mi vientre durante meses, sin clientes, sin nada
con que sobrevivir.
Dafne no pudo más que soltar una carcajada forzada. Esa mujer era peor de
lo que esperaba. No había un ápice de arrepentimiento en sus palabras. Para ella,
Dafne siempre había sido esa cosa que le había impedido seguir prostituyéndose
y drogándose.
—¿Te hace gracia?
—Mucha. Ahora entiendo por qué mis padres quisieron esconder tu
existencia. Me das pena. ¿Qué pretendías al aparecer en mi casa? ¿No dices que
no te importo?
—Y no me importas —dijo como si diera el parte del tiempo—. Solo quería
que la familia feliz pagara un poco por el daño que me hicieron. Me acusaron de
intento de asesinato. Me arruinaron, solo quería que probaran un poco la
medicina del sufrimiento.
—Pues al principio lo conseguiste, Isabel. Ha sido difícil, pero sé quién es mi
verdadera familia y por mucho que intentes aparecer, no la vas a destrozar más.
Vas a morir sola y ojalá llegue el día en que tu conciencia te vuelva loca —deseó
con rabia.
Decían que no debía desear el mal a nadie, pero a Dafne le resultó imposible
contener la verborrea.
—Si no lo he conseguido, ¿cómo es que estás tú aquí? ¿Y sola? —inquirió
con maldad. Dafne apretó los puños.
—Esto es algo que debía de hacer yo sola, Isabel. Al fin y al cabo, por
mucho asco que me dé, de alguna forma tú formas parte de mi vida.
Se levantó del sitio y avisó al policía para que le abriera la puerta. Se había
mantenido durante toda la conversación atento a los movimientos de la
delincuente. Isabel no se había inmutado con sus palabras. Parecía ida, pero
dudaba que fuera por alguna de las palabras que le había dicho.
Esa mujer no podía ni cuidarse a sí misma. Abandonarla había sido ruin, sin
embargo al saber más de ella, su circunstancia había sido lo mejor. Prefería mil
veces ser adoptada y haber tenido una vida buena, a vivir con esa mujer que no
merecía el amor de nadie.
—Gracias por hacerme este favor, agente —agradeció al policía que la había
acompañado en todo momento.
—No debe dármelas —contestó con una sonrisa. Caminaron unos pasos en
silencio hasta que se decidió a volver a hablar—. No creo que deba meterme,
pero hace mucho que conozco a tus padres y ellos lo han dado todo por ti. —
Dafne asintió conforme con su afirmación. Era totalmente cierto—. Te quieren,
Dafne, no les dejes de lado por intentar mantenerte al margen de esta historia.
Le dio las gracias al agente de nuevo y volvió a su casa del centro de
Barcelona pensativa.
Había descubierto al fin de primera mano algo que ya sospechaba desde el
día de su cumpleaños. Isabel no quería nada de ella, solo se había presentado
para intentar romper la paz de la familia Martín Céspedes. Y aunque Dafne
quisiera negarlo, lo había conseguido. Tras aquello ella se había marchado y su
familia no se lo merecía. En esos meses estuvo a punto de caer en la tentación e
ir a casa, pero no lo hizo.
Estaba aterrada. Los había apartado de mala manera y lo más probable era
que estuvieran enfadados con ella de la misma forma que ella lo había estado
durante mucho. Era comprensible. Había sido una niñata cobarde, y huir, aunque
le había servido para madurar en poco tiempo, no la había hecho más valiente.
Sara era la única que tenía contacto con el grupo de amigos, a veces iba a
Badalona a reunirse con ellos. Un mes atrás fue el cumpleaños de Cova y cuando
Sara volvió le contó como todos habían preguntado por ella. Incluido Enoch,
quien se la llevó a un lado y le preguntó dónde estaba.
No se lo reveló, al igual que tampoco le había revelado cómo se encontraba
Enoch después de tantos meses sin verla, sin recibir llamadas. Solo le había
dejado una mísera nota.
Se sentía muy mal cuando lo pensaba.
—¿Qué tal ha ido? —preguntó Sara cuando cruzó la puerta. Saludó a Frodo
y Khalessi y se sentó en el sofá junto a su amiga.
—Bien. Esa mujer solo quería joder a mi familia. Se salió con la suya, pero
no quiere nada de mí y ciertamente eso me tranquiliza.
Sara le dio un fuerte abrazo a Dafne y acarició su prominente vientre.
—Ella quiso que muriera en la calle. En ningún momento le importó mi vida.
Solo le preocupaba haber perdido clientes —dijo con cierto toque de
incredulidad—. Tendrías que haberla visto, daba asco. Se merece estar en la
cárcel. Esa persona no merece ningún tipo de bondad y al menos sé que no
quiere nada de mí.
—Lo que quería lo ha conseguido —añadió Sara. Dafne se recogió el pelo en
un moño desenfadado y no tuvo más que darle la razón—. Ahora que has
aclarado esta parte de tu vida, deberías plantearte hablar con tus padres y Enoch.
—Lo sé, pero todavía no estoy preparada.
Sara no la presionó más y se levantó a hacer algo para cenar. Se sentaron a
comer juntas en la mesita de centro del comedor, con el televisor de fondo.
—Por cierto, ¿a que no adivinas quién preguntó por ti en el cumpleaños de
Cova? —Sara levantó las cejas dejando a Dafne con la curiosidad.
Durante un instante pensó en Enoch, pero su amiga evitaba por todos los
medios hablarle de él. Lo echaba mucho de menos.
Tardó más de un minuto en darle la respuesta y cuando lo hizo, gruñó. Era
Manu.
—Sería todo mucho más sencillo si se marchara de Barcelona —añadió al
pensar en él—. Si apareciera por Badalona y me lo encontrara, sabría que estoy
embarazada de él.
—No creo. Tenías una relación un tanto liberal. Es tan imbécil que antes de
acarrear con esa responsabilidad le echaría el muerto encima a uno de tus ligues
esporádicos. Además, cada vez se echa a perder más. Se rumorea que ya no solo
está trapicheando con Marihuana, se ha pasado a drogas más fuertes y sus pintas
cada vez son peores. —Dafne comió un bocado de su tortilla a la Francesa y
pensó en lo que decía.
No le sorprendía que Manu hubiera acabado de aquella forma. En el fondo se
lo vio venir mucho tiempo atrás. Solo se arrepentía de no haber terminado
aquella relación un mes antes de lo que lo hizo, quizá si hubiera sido así, no
estaría embarazada y en ese lío, alejada de su familia por propia voluntad.
—Los echo de menos.
—Lo sé. Pero eres una orgullosa que no va a aparecer por mucho que quiera.
¡Ah, y cobarde! —Dafne le dio un codazo.
Pero debía darle toda la razón. Estaba acobardada a la hora de pensar en la
reacción de su familia ante el embarazo. Sabía que su silencio les resultaba
doloroso, pero no tenía valor para enfrentarse a ellos. Había hecho muchas cosas
mal.
Sin embargo, todavía le costaba hacerse a la idea de que no era su familia de
sangre y eso ni los meses conseguían arreglarlo. Esa espina todavía la tenía
clavada profundamente en su corazón, y a pesar de que se decía que los había
perdonado, en el fondo no lo había hecho del todo.
Su maldito orgullo y rencor siempre salía a flote. Su personalidad era escasa,
pero era capaz de recordar todas y cada una de las veces en las que no se había
sentido aceptada por su rebelde forma de ser.
Era una idiota.
—Algún día seré capaz.
—Me parece bien. Solo espero que no sea cuando tu hijo o hija cumpla
dieciocho años.
Capítulo 19


H abían pasado siete interminables meses en los que no sabía nada de Dafne.
Decían que el tiempo todo lo curaba, pero para Enoch, cuanto más tiempo
pasaba se sentía más enfermo. Durante ese tiempo había hecho muchas
conjeturas sobre su paradero. Había visitado su lugar de trabajo y se había
enterado que ya no trabajaba ahí. Le sorprendía mucho que hubiera dejado un
trabajo que tanto la había llenado. Sabía que la única que conocía su escondrijo
era Sara. Su mejor amiga debía haberla visto en todo ese tiempo. Había incluso
llegado a sospechar que vivían juntas, pero ninguno conocía la nueva dirección
de Sara porque nunca los había invitado y no había podido presentarse por
sorpresa para salir de dudas.
Tampoco había tenido valor para preguntárselo él mismo.
Dafne había cambiado su teléfono, no actualizaba sus redes sociales y las
opciones para saber sobre ella se habían evaporado.
Sus padres no estaban mucho mejor. La alegría en casa aparecía en contadas
ocasiones y las risas habían quedado apartadas. No aguantaba mucho tiempo con
ellos. A pesar de que ya no hablaban sobre Dafne a todas horas, seguían muy
tristes y esa sensación que le recorría cada vez que pisaba su casa, lo
incomodaba.
Había encontrado refugio en el trabajo y por las noches en pasar un rato con
sus amigos de toda la vida. Seguían sobrando Manu y Adrián, pero todos habían
tomado por costumbre ignorarlos. Algún día llegaría el momento en que
desaparecieran o los metieran en la cárcel por sus trapicheos que cada vez eran
más sonados. Sobre todo Manu, había sufrido un cambio de actitud que no le
gustaba un pelo.
Su teléfono móvil sonó y lo cogió de inmediato.
—Hola mamá —saludó al descolgar.
Era viernes por la noche y había tenido un día duro en el trabajo. Se había
exigido incluso más que de costumbre y lo único que quería era tumbarse en el
sofá. Además al día siguiente tenía planes que le hacían verdaderamente feliz.
Esteban iba a visitarle y saldrían a tomar algo por Barcelona hasta que él se
reuniera con sus padres al llegar la noche.
—Hola hijo. ¿Vas a venir? —preguntó. Odiaba escuchar el tono triste de su
voz.
—Estoy agotado, puede que el domingo.
—Vale, cariño. —Su madre se quedó en silencio. Enoch buscó algún tema de
conversación, pero no lo encontró.
Llevaba una temporada muy parco en palabras y sabía que sus padres
notaban lo distante que estaba. No habían querido presionarle con el tema. El
ambiente no mejoraba con los meses, solo se hacía más soportable.
Tras hablar unos minutos de temas banales colgó y se tumbó en el sofá.
Debía reconocer que los últimos meses había conseguido soportarlos gracias
a la compañía de David. Había sido su muro en todo momento y le había
guardado todos los secretos. El rumor de que algo había ocurrido en su familia
era muy sonado entre sus amigos, pero nadie se metía en esas cosas, preferían
actuar con normalidad.
Se sentó frente al ordenador e hizo lo que todos los días. Abrió Facebook y
buscó el perfil de Dafne. Llevaba sin actualizar desde el día de su cumpleaños.
Se puso a ojear todas las fotos que hicieron en la fiesta de su casa y no pudo
evitar sonreír al verse a sí mismo y a ella riendo como antaño. En esa foto él la
miraba con ojos brillantes por la alegría. Al observarla con atención entendía a la
perfección la observación de su amigo David de que se le notaba.
Era cierto. Desprendía un brillo especial que solo aparecía en las personas
que de verdad sentían algo, y aunque intentaba pensar que era imposible, Dafne
tenía exactamente aquella misma mirada.
Era un sueño efímero que deseaba que se hiciera realidad. Le encantaría
despertarse una mañana y recibir la visita de Dafne y que lo mirara con el amor
que cada día aumentaba en él.
Era un idiota soñador.
—Enoch, no tienes remedio —se dijo en voz alta.
Estuvo un rato más mirando todas sus fotos. En todas salía perfecta. Tenía un
don para aparecer delante de la cámara. Sus ojos destacaban sobre lo demás. Ese
verde jade embrujaba a cualquiera y él había sido el primero en caer hacía
muchos años.
Apagó el ordenador, se hizo arroz y pollo para cenar y se marchó a
descansar.

Esperaba a Esteban en la salida de la vía once en la estación de Sants. El tren


ya había llegado y poco a poco la gente comenzó a salir.
Su amigo lo saludó desde la escalera mecánica y al juntarse le dio un fuerte
abrazo.
—Madre mía tío, cada día tienes más músculo. —Enoch sonrío a su mejor
amigo.
—Tú has cogido unos kilos. Silvia te consiente demasiado —se burló y le
dio un codazo. Era mentira. Al igual que Enoch, Esteban tenía un cuerpo bien
trabajando y esculpido que durante años había mantenido con los entrenamientos
junto a Enoch.
—Tan capullo como siempre. —Rodó los ojos y emprendieron el camino.
Salieron de la estación y fueron directos al coche. El camino hasta Badalona
lo aprovecharon para recordar sus tiempos en Valencia y conocer cómo le iba a
su amigo conviviendo con Silvia.
—Nos va muy bien. Estoy pensando en pedirle matrimonio —confesó
Esteban y Enoch lo miró con una sonrisa traviesa.
—Vaya, vaya. Al final va a resultar que eres el más maduro de todos mis
amigos.
—Por supuesto. Tú todavía sigues reuniéndote en un parque infantil.
Los dos comenzaron a reír. Esteban se había convertido en su gran amigo en
bachillerato y pocas veces había salido con él y el resto. Era otro tipo de amigos.
Le gustaba irse de fiesta con él porque no tenía que aguantar a Adrián y era
mucho más responsable. Se tomaba la vida con alegría y a su lado se sentía muy
a gusto.
Llegaron a Badalona y Enoch aparcó en el parking de su edificio. Al entrar
su amigo admiró la casa y entonces fue cuando le contó que ahí vivía Dafne.
Él no tenía ni idea de lo que había ocurrido en aquellos meses y no era
porque no hubieran hablado, simplemente Enoch le había escondido sus
preocupaciones.
Sacó dos cervezas de la nevera y se pusieron al día de sus vidas.
—Joder tío. ¿Por qué cojones no me lo has contado nunca? Creía que
confiabas en mí —le reprochó tras escuchar toda la historia.
Le había impactado saber que Dafne era adoptada y que la encontraron en la
calle y años después había aparecido su madre para romper la paz de la familia.
Pero sin duda lo que más le impresionaba era saber que su amigo estaba
enamorado de ella. Debía haber sido muy duro esconderlo durante tantos años.
Guardar un secreto así, debía ser no solo doloroso, sino agónico.
—Y confió en ti. En el fondo deseaba que ella lo descubriera. Llevo años con
ganas de contarle la verdad. Pero no debería haber ocurrido de la forma en que lo
hizo. Llevamos siete meses sin saber de ella y no hay día en que no la eche de
menos. Sé que está bien, porque si le hubiera pasado algo, Sara nos lo habría
contado aunque Dafne no lo hubiera querido —se sinceró.
Los dos le dieron un trago a su cerveza y se quedaron en silencio, pensativos.
—La verdad es que no sé qué decirte, tío.
—Qué tal, ¿nos vamos a Barcelona? —dijo para cambiar drásticamente de
tema. No quería seguir lamentándose por algo que no podía controlar.
—Por supuesto, como en los viejos tiempos. Además Silvia me ha pedido
que le lleve una taza hortera de esas de la Sagrada Familia.
Hacía bastante tiempo que no pisaba el centro de la ciudad. Normalmente
paseaba por Badalona y alrededores y la falta de tiempo le impedía desplazarse
hasta el lugar de mayor bullicio de toda Barcelona.
Las calles siempre estaban llenas de gente. Daba igual la época del año, los
turistas abundaban y la magia que envolvía las calles se contagiaba a todo el que
paseara por allí. A Enoch le encantaba la zona de plaza Cataluña. Él no era
mucho de ir de tiendas, pero sí de la calle Tallers. Ahí había una mezcla de tribus
urbanas para observar durante horas. Sus tiendas favoritas eran las de música.
Era de los pocos lugares en los que todavía había tiendas donde vendían discos
de vinilo, CD y conciertos exclusivos de diversos cantantes. Él siempre paraba
en la sección Heavy.
—¿Has escuchado lo nuevo de Bullet for my valentine? —le preguntó
Esteban enseñándole el Cd.
—Alguna canción. Siguen dando guerra —sonrió.
Ese grupo le gustaba mucho.
Esteban salió de la tienda con varios DVD de Nirvana y Enoch con el nuevo
Cd de Bullet. En la era que corría poca gente se gastaba el dinero en discos,
optaban más por descargarlos de forma ilegal o directamente escuchaban música
por una aplicación llamada Spotify que era del todo legal. Él prefería tenerlos en
una estantería, aunque no los usara, le gustaba coleccionarlos. Todo el mundo
debía tener un hobby y el suyo era ese.
La noche cayó y pararon en el Subway de la rambla Catalunya. El invierno
no estaba siendo demasiado frío. Los cambios bruscos de temperatura
conseguían que nadie fuera capaz de adivinar la estación en la que se estaba.
—Estás haciendo que me salte la dieta, que lo sepas —lo regañó de broma
Enoch mientras pedían sus bocadillos. Él no seguía ninguna dieta estricta. Comía
lo que le daba la verdadera gana, pero controlaba la ingesta de comida basura.
—La vida no está hecha para contar calorías, señor solo tomo proteína para
estar todo buenorro.
—Yo no las cuento, solo observo lo que como —contestó divertido.
A pesar de que la comida basura no era algo que le enorgulleciera, el
bocadillo estaba buenísimo. Él no juzgaba a la gente que se pasaba la vida
comiendo en sitios como aquel, si por él fuera y no tuviera que mantenerse en
forma por su trabajo, jamás dejaría de comerla. A veces la vida era muy dura,
pero nunca se privaba de un buen capricho. Tenía tiempo para quemar las grasas
en el gimnasio.
Salieron de allí y continuaron con su paseo. Había dejado el coche en el
Triángle y probablemente le iba a costar una millonada. Una de las peores cosas
de Barcelona era la escasez de aparcamiento gratuito. Entre la zona azul y los
parkings de pago, el gobierno se hacía de oro.
—Entonces, ¿sigues saliendo con los mismos chicos del instituto? —
preguntó. Habían hablado de todo un poco, pero el tema de las amistades había
quedado a un lado puesto que era más divertido contarse anécdotas del pasado.
—Sí. El único que ya no vive aquí es César. Él se marchó a Madrid y apenas
sabemos nada de él. Ya no es tan divertido como antes, pero siempre es bueno
estar con viejos amigos.
Y no mentía, pero faltaba la persona más importante para él en ese grupo. Se
quedó unos minutos absorto en sus propios pensamientos. Ya era más de las diez
de la noche y la confluencia de personas cada vez era menor.
De forma distraída miró hacia al horizonte. Se quedó embobado al observar a
dos chicas que paseaban junto a un enorme perro de la raza American
Staffordshire.
—¿Frodo? —dijo sin pensar.
—¿Estás viendo Hobbits? —preguntó Esteban con el ceño fruncido. Enoch
no se había percatado de que lo había dicho en voz alta.
—¿Eh? No. Así se llama el perro de Dafne —contestó distraído.
Esteban miró en la dirección que recorrían sus ojos y observó a las dos
chicas que llevaban el perro. No era que tuviera vista de lince, pero ese pelo de
color negro azabache le recordaba a alguien. Y su sospecha se confirmó al ver a
su acompañante.
—¿Esas de ahí no son Sara y Dafne? —preguntó. Enoch levantó la vista y se
fijó más atentamente en las chicas.
Estaban a bastantes metros de distancia, pero al ver el cabello le resultó
imposible no pensar que era ella. Sin embargo, al descender la mirada estuvo a
punto de caerse al suelo.
Esa chica estaba muy embarazada.
—No. No creo que sea Dafne. Esa chica tiene un bombo enorme —añadió
con cierto toque de nerviosismo.
Aun así se quedó mirándola un rato más. Se aproximaban a ellos, cuanto más
cerca las tenía, más le parecía que era Dafne.
—Tío, es Dafne —afirmó Esteban con total seguridad.
No la veía desde que era una cría, pero era imposible olvidar aquellos ojos.
Incluso de noche se percibía el verde.
Enoch fijó todavía más su vista. El perro lo había visto a él y tiraba con
fuerza hacia adelante. Cuando oyó como Dafne lo llamaba por su nombre para
que se calmara, ya no tuvo dudas. Era ella.
Frodo se tiró encima de Enoch y lo acarició tiernamente sin dejar de mirar
hacia delante. No se podía creer que fuera ella.
Dafne lo miraba a él con rostro indescifrable.
—¿Dafne?
—¿Enoch?
Capítulo 20


D espués de la cena Sara la acompañó a sacar a Frodo a pasear. Su embarazo


ya era muy avanzado. Hasta el sexto mes no había sabido el sexo y se alegró
muchísimo cuando le dijeron que esperaba a una niña. En realidad le daba igual
lo que fuera, solo deseaba que estuviera sano. Con ocho meses apenas podía
moverse y su perro a veces era demasiado fuerte para la poca agilidad que tenía
en los últimos días. Lo cierto era que no había sido un embarazo muy duro. Tras
el primer trimestre las nauseas desaparecieron y el peor síntoma que tenía era el
dolor de espalda y el cansancio que parecía no querer marcharse por mucho que
durmiera. Ya llevaba un mes de baja y todavía le quedaban al menos otros cinco
meses para volver a su puesto de trabajo.
Como siempre paseó por las transitadas calles de plaza Catalunya
disfrutando del ambiente nocturno. Barcelona nunca dormía.
—¿Frodo, qué haces? —le preguntó a su perro cuando comenzó a tirar con
fuerza. Normalmente era muy tranquilo.
Estaban llegando a la zona del centro comercial el Triángle e iban absortas
hablando sobre cosméticos y los maquillajes de los personajes femeninos de las
series a las que estaban enganchadas. Una conversación un tanto cliché en
mujeres, pero que a ambas las mantenía entretenidas durante horas.
—¿Dafne?
Esa voz le hizo alzar la vista de inmediato y se quedó helada con rostro
indescifrable. No tenía ni idea de cómo reaccionar.
—¿Enoch?
Frodo lamía su mano y se tiraba encima de él para que le hiciera caso. Desde
que sus miradas se habían encontrado había dejado de acariciarlo.
Dafne se quedó bloqueada. No sabía qué hacer. Enoch la miraba de arriba
abajo y era obvio dónde se perdían sus ojos. Su barriga era enorme, solo quedaba
un mes para que naciera su pequeña.
Sara le dio un codazo para que reaccionara y Esteban hizo lo mismo con
Enoch.
—Dame a Frodo. Ya lo paseo yo.
Con una mirada le indicó a Esteban que la siguiera. Conocía muy poco al
amigo de Enoch, pero ambos sabían que ese momento debía ser algo íntimo.
Ninguno daba el paso de decir la primera palabra. El tiempo había pasado
demasiado lento y les daba la sensación de que llevaban décadas sin verse y no
solo siete meses.
Enoch tampoco sabía cómo reaccionar. Quería lanzarse y darle un fuerte
abrazo, pero continuaba aturdido al mirar la enorme barriga que tenía. Algo en
su interior hizo click y el dolor se hizo presa de su cuerpo al pensar que estaba
enamorada de alguien e iban a tener un hijo.
—Creo que te debo una explicación —habló Dafne con los nervios a flor de
piel.
Jamás habría imaginado encontrarse al que un día fue su hermano en pleno
centro de Barcelona. Siempre había creído que sería más probable que se lo
encontrará en Badalona. Pero el jodido destino la ponía una vez más a prueba.
Esperaba que fuera la definitiva.
Enoch asintió en silencio y Dafne le indicó que la siguiera. Su casa estaba a
tan solo cinco minutos a pie que los hicieron en un silencio profundo. Ninguno
de los dos se atrevía a hablar. Al llegar al portal de su casa, subieron hasta su
piso y lo invitó a sentarse en el sofá mientras sacaba una cerveza y un refresco
para ella.
Enoch observó lo que le rodeaba. Esa casa era más o menos como la suya,
pero un poco más pequeña y con la de cosas de bebé que parecía haber
amontonadas, se quedaba el espacio reducido. Khalessi se acercó a él y la
acarició con una sonrisa. La gata se restregó y maulló contenta con las
atenciones.
Alzó la mirada todavía aturdido y miró a Dafne. Estaba preciosa con esa
barriga y en ese instante, aparte de saber su versión, ansiaba abrazarla y llenarla
de besos.
Sin duda sus sentimientos no habían desaparecido en los meses
transcurridos.
—¿Por qué desapareciste de esa forma? —preguntó con seriedad cuando
Dafne volvió de la cocina.
Se sentó al otro lado del sofá y se giró para poder mirarle.
Estaba igual de atractivo que la última vez que lo vio. Debía pensar en él
como su hermano, sin embargo en los últimos meses había tenido otro tipo de
pensamientos con él que venían de más atrás de lo que pensaba. Había
descubierto sentimientos que la tenían desconcertada y con las hormonas
alteradas debía medir todavía más sus gestos. Muchas veces recordaba ese
profundo beso que se dieron el día de su cumpleaños. Era el último recuerdo
realmente feliz que tenía con él desde que se marchara.
Ese hombre era puro pecado.
—Tenía miedo, estaba dolida. Fue un cúmulo de cosas —comenzó nerviosa.
—No te haces una idea de lo preocupados que nos tenías. Nos apartaste, solo
dejaste una nota...
—Lo sé. Pero después de descubrir que soy adoptada no sabía cómo manejar
la situación —admitió—. No es del agrado de nadie enterarse de que has vivido
engañada siempre. —Intentó evitarlo, pero su última frase tenía cierto toque de
resquemor.
Todavía no había sido capaz de olvidar.
—¿Y solo por eso decidiste desaparecer del mapa? —Su tono tenía cierto
matiz de reproche que a Dafne le hizo fruncir el ceño. Ambos estaban tensos. El
ambiente no era del todo agradable para ninguno, pero en el fondo ambos
deseaban obtener cariño.
Sin duda ninguno había esperado un reencuentro en aquellas circunstancias.
—Si vas a echarme en cara las cosas que he hecho mal, será mejor que te
largues. —Lo fulminó con la mirada y Enoch se centró para no dejar al
descubierto la rabia que había acumulado en aquellos meses—. No lo hice solo
por eso. La noche en que fui a descubrir la verdad, me emborraché y me dio una
intoxicación etílica. —No le hacía gracia explicar esa parte, pero ya que estaba
quería darle todos los datos—. Ahí me enteré de que estaba embarazada.
—De eso no cabe duda —dijo con cierto toque de ironía. Dafne volvió a
taladrarlo con la mirada—. Lo siento. Es que... no me entra en la cabeza ¿por
qué no confiaste en nosotros? ¿Una intoxicación etílica?
Había estado en el hospital y la muy cabezota ni siquiera había tenido el
valor de llamarlos. Eso era un golpe bajo.
—Porque tenía miedo de decepcionaros. Desde que apreció Isabel todo me
resultó un jodido infierno y cuando al fin me di cuenta de que vosotros sois mi
familia, me enteré de que estaba embarazada. Tengo veinte años, para papá y
mamá hubiera sido una decepción y no quería complicar más las cosas. Además,
seguía enfadada. Tuve que pensar qué hacer en muy poco tiempo y solo se me
ocurrió huir hasta estar preparada para dar la cara. No me enorgullezco de ser
una cobarde.
Agachó la cabeza y miró con atención su bebida.
Enoch soltó un suspiro y estudió todas sus palabras. No la culpaba por no
decirlo, él sabía cómo eran sus padres con algunas cosas, pero en eso no creía
que la hubieran despreciado. Al contrario, la apoyarían. Aprovechó el momento
y se acercó más a ella.
Podía oler el aroma de su colonia, desde que era adolescente usaba la misma
y se sintió como en casa, a su lado. Alargó la mano y le alzó el rostro por el
mentón para que lo mirara. Sus ojos verdes estaban brillantes por las lágrimas
que quería retener.
—No te culpo, Nala. Pero debes entender que tarde o temprano lo habríamos
descubierto —le sonrió y echó un vistazo de nuevo a su barriga—. ¿Quién es el
padre?
Se hacía una ligera idea, pero prefería que fuera ella quien se lo confirmara.
—Manu. Y no, no lo sabe, ni quiero que lo sepa —añadió cuando vio sus
intenciones de preguntar. Enoch frunció el ceño—. Solo haría que complicar las
cosas.
—Y cuándo te vea con el bebé, ¿cómo piensas escondérselo?
—Le conoces, sé que pasas las tardes con todos ellos, nunca se
responsabilizaría de un bebé y lo primero que haría sería desentenderse.
En aquello debía darle la razón. Era mayor que Enoch, pero seguía teniendo
mentalidad de adolescente. Esconderle que iba a tener un hijo era lo mejor a
pesar de que ambos sabían que tarde o temprano la mentira se echaría sobre sus
hombros.
Dafne observó con atención a Enoch. Su estado pensativo hacía que se le
hiciera una tierna arruguita en el entrecejo. La miraba a ella distraído, con ganas
de hablar, pero con miedo. No se le pasaba por alto ninguna de sus muecas. Pero
lo más extraño era que ya no lo veía como a un hermano. Saber que no eran de la
misma sangre hacía que lo viera como el chico de veinticuatro años en que se
había convertido. Maduro, atractivo... una elección correcta para cualquier mujer
que fuera capaz de pillarlo.
Quizás en esos siete meses había encontrado a alguien que de verdad le
hiciera feliz. Y sin saber por qué, pensar en ello la molestó.
—Debes contárselo a papá y mamá. Merecen saberlo, Daf. —Su cara
mostraba terror por enfrentarse a la realidad—. No va a pasar nada. No te puedes
llegar a imaginar las ganas que tienen de verte. Las ganas que yo mismo tenía de
hacerlo.
Sus palabras eran sinceras. Dafne sopesó su petición y a pesar de que los
nervios se la comían viva, tenía razón. No obstante tenía miedo a enfrentarse ella
sola. Después de tantos meses no sabía si él estaría dispuesto a ayudarla. Enoch
siempre le había sacado las castañas del fuego aunque no estuviera de acuerdo
con lo que hacía. Solo deseaba que esa vez también estuviera ahí, con ella.
—Está bien. Pero no quiero hacerlo sola. Te necesito a mi lado.
Enoch sonrió y se acercó del todo para al fin darle un fuerte abrazo. Aspiró
su aroma y suspiró al sentir como ella le correspondía al abrazo.
—Por supuesto Nala, siempre estaré a tu lado.
Tenía los nervios a flor de piel. Tras la charla con Enoch habían quedado a
las once de la mañana en la puerta de su antigua casa, en la que ahora vivía él.
Esperó a que saliera y lo invitó a subirse al coche.
—¿Puedes conducir en tu estado? —le preguntó con curiosidad. La barriga
casi le tocaba el volante.
—Sí, pero pronto dejaré de poder hacerlo. Salgo de cuentas en menos de un
mes. —Intentó sonreír, pero estaba tan nerviosa que le salió una mueca rara.
Enoch puso una mano en su hombro y le dijo que se tranquilizara, que no pasaría
nada.
Llegaron más rápido de lo que Dafne pretendía. Las paredes del edificio en
el que había vivido de pequeña se le antojaban gigantes. El terror la consumía y
no ayudaba que su hija no dejará de dar patadas en su vientre. Sentía el
nerviosismo de su madre.
—Tranquila, no pasa nada. —Enoch le lanzó una de aquellas sonrisas
ladeadas que tanto lo caracterizaban y apretó su mano para animarla. Con la otra
mano sacó las llaves y abrió la puerta.
—Mamá, papá ¡os traigo una sorpresa! —gritó para hacerse oír.
Dafne escuchó los pasos acelerados de sus padres y aparecieron por el pasillo
de la entrada con prisas. Ambos se quedaron con la boca muy abierta. Una
sonrisa comenzaba a formarse en sus rostros y Dafne no pudo más que imitarlos.
Se lanzó a darles un enorme abrazo y las lágrimas de su madre y ella
comenzaron a salir sin remedio.
Eran lágrimas de alegría.
—Hija mía —sollozó Estefanía.
—Mamá.
—Te hemos echado mucho de menos —dijo Carlos.
Enoch miraba la escena desde la distancia con una amplia sonrisa. Después
de mucho tiempo, veía a sus padres sonreír con sinceridad. Llenaban a Dafne de
besos y ella se dejaba. Se notaba que también los había añorado mucho.
Los meses separados habían sido duros para todos.
—Pero estás... estás... —Estefanía se separó unos centímetros y en ese
instante fue consciente de la enorme barriga de su hija. Carlos también la
observó.
Dafne agachó la cabeza, avergonzada.
—Estoy embarazada... Yo... Lo siento.
Entraron todos juntos al salón y se sentaron en el sofá. Sus padres seguían
sorprendidos por aquella inesperada noticia.
Estefanía no podía salir del asombro. Las preguntas no tardaron en llegar y
estaba preparada para darles las respuestas.
—Estoy embarazada de ocho meses —contestó a la primera. Cuando se
marchó ya hacía un mes que su hija gestaba en su interior—. Es de Manu, pero
él no lo sabe. Con todo lo que pasó, enterarme de la verdad... decidí huir —
explicó. Sus padres la escuchaban sin abrir la boca.
Le dijo exactamente las mismas palabras que a Enoch la noche anterior. No
alzaba la cabeza por miedo a ver decepción en los ojos de sus padres. Habían
sido unos meses duros que había pasado sin su familia. Si no hubiera sido por el
enorme apoyo de Sara, no sabía qué hubiera sido de ella. Le debía la vida a su
amiga.
—¿Creías que nos decepcionarías por haberte quedado embarazada? —
preguntó Carlos con el ceño fruncido. Dafne alzó la vista y lo miró asintiendo.
—Cariño, somos una familia. —Estefanía la cogió de la mano y se la apretó
—. Es cierto que hubiera sido un poco violento, solo tienes veinte años y el
padre es un imbécil, pero te habríamos apoyado. Siempre estaremos para ti.
Enoch y tú sois lo más importante que tenemos.
—Además, a tu madre le pega ser abuela —añadió Carlos con una sonrisa y
Estefanía le dio un bofetón en el hombro. — ¡Auch!
Dafne rio. Había echado de menos las pullas de sus padres.
—¿Ya le has puesto nombre? —Negó.
—He pensado en unos cuantos, pero ninguno acaba de convencerme.
—En eso creo que voy a poder ayudarte.
Su madre era una loca de los nombres. Desde que era muy pequeña sabía que
podía pasarse horas buscando nombres y sus significados. Con la compañía de
sus padres Dafne fue diciendo los que tenía pensados y su madre se encargó de
buscar el significado en Google.
Enoch observaba la escena apartado, sin dejar de sonreír. Las cosas
comenzaban a arreglarse, pero él todavía no podía sentirse a gusto en aquella
situación.
Los secretos siempre lo acompañarían. Ahora que Dafne había vuelto,
volvería a tener que fingir que la quería como a una hermana delante de sus
padres. Pero ya no podía.
En los siete meses sin ella, de nuevo había intentado apartarla, y una vez más
le había resultado imposible. Su corazón hablaba por sí mismo por mucho que
intentara meterse en la cabeza que no debía ser así. Si Dafne pensaba que la
noticia de su embarazo sería una decepción para sus padres, no quería ni
imaginar lo que provocaría que supieran que no la quería como a una hermana,
sino que la quería como el amor de su vida.
Al ver que estaban entretenidos charlando, decidió marcharse a su antigua
habitación. Necesitaba un momento a solas.
Tras el encuentro de la noche anterior apenas había dormido. Cuando le dijo
que estaría con ella en el momento de enfrentarse a sus padres, se fundieron en
un abrazo que le hizo suspirar. Todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo se
activaron con la cercanía e incluso estuvo a punto de soltar una lágrima.
Los sentimientos le golpeaban con tanta fuerza que se sentía débil. Dafne era
su talón de Aquiles, la persona que de verdad podría destruirle.
Y lo sabía porque el día en que se marchó y le dijo que jamás volvería a
confiar en él, sintió como su corazón se rompía en pedazos.
Capítulo 21


L a charla se alargaba cada vez más. Dafne ya tenía medio decidido el


nombre. Uno de los que tenía pensados era Atenea, como la diosa Griega y a su
madre le encantó y lo relacionó con que el suyo también era griego. Además era
un nombro poco común en la actualidad y quería que hasta el nombre de su hija
sonara especial. Estefanía había elegido el nombre de Dafne ya no solo por su
significado, sino porque le encantaba la mitología griega.
—¿Te quedas a comer? —preguntó esperanzada. Dafne asintió y le dio un
abrazo antes que de que se marchara a la cocina. Su padre fue a ayudarla.
Miró a su alrededor y se sintió en casa después de mucho tiempo.
Ese era su hogar. Quizás aquellas dos personas que cocinaban en esos
instantes no la hubieran traído al mundo de forma convencional, pero le habían
dado la oportunidad de vivir y tener todas las comodidades necesarias para
crecer con felicidad.
Se levantó de su sitio y paseó por la casa que tanto había echado de menos en
aquellos meses. Todo continuaba tal y como lo recordaba, nada había cambiado.
En el mueble del comedor había fotos de cuando Enoch y ella eran pequeños,
fotos en la playa, fotos de familia que cada vez que las miraba la hacían sonreír.
Enoch se había marchado hacía un rato a su habitación y llamó para estar
también un rato con él. La noche anterior, con la sorpresa del reencuentro,
tampoco habían tenido la oportunidad de hablar con tranquilidad. Habían
mantenido una conversación bastante tensa y Dafne añoraba su compañía más
que ninguna.
—Pasa —la invitó.
Tenía la música puesta y estaba tumbado en la cama mirando al techo.
Parecía distraído y algo preocupado. Dafne se preguntó qué era lo que le ocurría.
No recordaba que Enoch fuera tan callado, pero desde el día anterior se percató
de ello.
—¿Estás bien?
—Sí. —La miró con una sonrisa, pero no le pasó desapercibido que la
alegría no llegó a sus ojos.
Se hizo un hueco a su lado en la cama y lo cogió de la mano.
A parte del abrazo del día anterior, Dafne había notado que Enoch no se
había entusiasmado de la misma forma que sus padres al verla. Era más
comedido, como si la idea de volver a tenerla cerca hiciera algo en su interior
que ella no lograba comprender.
—Pues no lo parece. Siento que haber vuelto a tu vida no te es del todo
agradable —le dijo y se encogió de hombros.
Enoch la miró con atención. Dafne nunca había sido demasiado observadora,
había estado tan pendiente de sus propios sentimientos que no se había percatado
en los cambios visibles en ella. Parecía más centrada y atenta a lo que la
rodeaba. Había madurado en esos meses.
—No digas tonterías, enana. Me alegra mucho que estés aquí. Yo también te
he echado mucho de menos —admitió.
—¿De verdad? —Lo miró a los ojos y se quedó unos segundos sin desviar su
mirada. Los ojos castaños de Enoch eran preciosos al igual que las facciones
masculinas tan marcadas que lo hacían tan atractivo. Le había crecido bastante el
pelo y ya le costaba ponérselo de punta, pero tal y como lo llevaba, echado para
atrás, le daba un toque todavía más seductor.
—Claro que sí —contestó con un hilo de voz. Sus ojos lo mantenían
embrujado—. No ha habido día en que no me acordara de ti.
—Ni yo. No ha habido día que no me arrepintiera de decirte que ya no
confiaba en ti —admitió—. Estuve dolida mucho tiempo, ya sabes que soy una
rencorosa —sonrió avergonzada—. Pero me pasé, y han sido muchas las veces
que he querido decírtelo y no me he atrevido.
—No pasa nada. Entiendo que me lo dijeras —contestó. Le hizo un lado y
Dafne se tumbó en la cama con las manos en su vientre—. Yo quise decírtelo,
pero...
—No podías y lo entiendo. Entiendo que no quisierais decírmelo. —Ella
misma había escondido el embarazo por su absurda idea de que iba a
defraudarlos y ahora que ya lo sabían, se arrepentía. Con ello lo único que había
conseguido era hacérselo pasar mal—. Fui a visitar a Isabel a la cárcel —
admitió. Esa parte solo se la había contado a sus padres—. Solo quería hacernos
sufrir. No quería nada de mí. Me dijo a la cara que no me quería y que yo le
había arruinado la vida. Si por ella hubiera sido, yo ni siquiera hubiera nacido,
pero no lo consiguió.
—Menuda hija de puta —gruñó Enoch y Dafne lo miró encogiéndose de
hombros.
—Es mejor así. Si vosotros no me hubierais encontrado sería como ella. Iba
por el mismo camino —reconoció. Quien la había dejado embarazada era un
camello y fue cuando comenzó aquella relación que comenzó a jugar con los
porros. Si hubiera continuado por ahí no dudaba que habría acabado muy mal—.
A ella no le importa lo que me pase y a mí tampoco lo que le pase a ella. No es
mi familia.
—Has cambiado... —murmuró Enoch sorprendido por sus palabras tan
crudas y maduras.
—Desde el día en que me enteré que soy adoptada algo cambió en mí. Y
cuando por mi irresponsabilidad casi pierdo al bebé, me di cuenta que no podía
continuar por ese camino. Me he encontrado a mí misma durante estos meses y
he comprendido las cosas que he hecho mal. Creo que no soy la misma.
—¿Eso quiere decir que ya no te dejas manejar por una cara bonita? —Dafne
sonrió y negó.
—Si esa cara bonita guarda un alijo de droga bajo mi colchón, no. Tendría
que ser alguien maduro y con el que poder hablar de todo.
—Vaya, vaya, gracias por el halago, pero sigo siendo tu hermano —bromeó.
—¿Lo eres? —Dafne arqueó una ceja. Le lanzaba un reto y no sabía la razón.
—¿Sí? —Su respuesta pareció más una pregunta. Porque decir sí era
mentirse a sí mismo.
—En realidad no compartimos la misma sangre.
—Pero nos hemos criado como hermanos —contestó Enoch confuso porque
no sabía hasta dónde quería llegar ella.
—Sí, tienes razón, hermanito —contestó con un poco de decepción.
Dafne no sabía por qué había sacado aquel tema. Era algo que la había
atormentado en todos aquellos meses. Cuando vivía bajo el influjo de la
ignorancia jamás había pensado en Enoch como algo más que su hermano a
pesar de que siempre lo definía con halagos en todos los aspectos. Era el hombre
perfecto físicamente y el más maduro que había conocido. No obstante, al
descubrir la verdad y ojear fotos juntos, no podía verlo como un hermano. No se
le había pasado por alto las miradas que inconscientemente le echaba en todas
las fotografías. Ambos se miraban con adoración y sin duda el día del beso algo
se había desatado en su interior que no conseguía parar.
La pequeña comenzó a dar patadas en su vientre y Dafne sonrió cambiando
de rumbo sus pensamientos.
—¿Qué pasa? —preguntó Enoch.
—Dame tu mano.
La cogió ella misma y la apoyó en su barriga. La pequeña dio una nueva
patada y Enoch abrió la boca y sonrió.
—Espero que no dé tanta guerra como su madre —bromeó y Dafne le dio un
golpe en su pecho—. ¡Auch!
—Idiota —rio—. Yo no doy guerra, soy muy buena. —Miró a Enoch con
ojitos de corderito degollado y puso morritos infantiles.
—Puede que en tus sueños. Siempre has sido una gamberra —continuó.
—Y tú un corta rollos —le recordó—. Aunque debo reconocer que si
hubieras insistido más, ahora no sería un kínder sorpresa.
—Puede —contestó a pesar de que sabía que tenía razón—. ¿En serio no vas
a decírselo a Manu? —Asintió—. Aunque sea un imbécil, debería saberlo.
Dafne suspiró.
—No quiero involucrarlo. Este bebé es mío.
—Pero las fechas le cuadrarán, Nala. No creo que sea tan tonto.
—Pues me inventaré el nombre del padre —contestó decidida—. ¿Por qué
no digo que eres tú?
La miró como si le hubiera salido un tercer ojo en medio de la frente.
—¿Se te ha pirado la pinza? —preguntó con asombro—. La mayoría todavía
no sabe ni siquiera que eres adoptada.
—Pues que lo sepan, ya me da igual. Lo he aceptado.
—Daf, no puedes hacerles creer que ese hijo es mío. Te aseguro que es
mucho peor que decir que es de Manu.
—¿Por qué? En realidad no tenemos la misma sangre. Visto de ese modo no
sería incesto.
—Estás como una cabra —continuó haciendo negaciones.
Lo que le pedía era una completa locura. Esparcir un rumor era muy sencillo,
¿pero ese? Estaba muy loca. Parecía que le hubieran cambiado el cerebro. Era
una idea totalmente descabellada, pero si lo pensaba fríamente era una forma
sencilla para que pudiera deshacerse de cualquier intento por parte de Manu de
saber si el bebé era suyo.
—Pero si tú me lo pides, lo haré —sentenció mirándola a los ojos. Vio
sorpresa en su mirada.
—Era una broma —contestó ella todavía boquiabierta—. ¿En serio serías
capaz de hacer eso por mí?
—Por ti sería capaz de todo, Daf —contestó con total sinceridad. De nuevo
sus ojos se encontraron y ninguno fue capaz de evitar la mirada del otro.
Continuaban tumbados en la cama, a escasos centímetros. Sin que ninguno
pusiera medios para impedirlo, sus rostros cada vez estaban más cerca. Dafne
notaba el cálido aliento de Enoch. Sus labios estaban entreabiertos y parecía una
clara invitación a probarlos. La tentación estaba delante, y no sabía si era por sus
hormonas, pero quería caer en ella sin pensar en las consecuencias.
—¡Niños a comer! —Estefanía abrió la puerta de golpe y eso los hizo
separarse de inmediato—. Echaba de menos veros juntos —dijo con una sonrisa
y se marchó. Sin percatarse que había estado a punto de interrumpir algo que
Enoch no podría haber evitado porque lo deseaba desde siempre.

Las molestias en su vientre la hicieron levantarse de golpe. Sara ya estaba en


la puerta, se había alertado con el grito de Dafne.
—¿Qué pasa? —preguntó al verla sentada al borde de la cama con rostro
desencajado y sudor en su frente. Las sábanas parecían estar mojadas.
—Creo que he roto aguas. —Volvió a gritar cuando notó otra fuerte
contracción.
—Voy a por el coche.
—No, mañana trabajas. Llamaré a mis padres.
—Ya lo hago yo. Pero me da igual la hora que sea, llámame cuando nazca.
—Dafne asintió demasiado dolorida para hablar, así que Sara fue la que llamó a
sus padres.
Llegaron en menos de media hora. Eran las tres de la madrugada de una fría
noche de primeros de marzo y la ayudaron a moverse hasta la salida. Enoch era
quien se encargaba de cogerla para que no cayera y la ayudó a subir al coche.
En realidad todavía no le tocaba, quedaban dos semanas para que saliera de
cuentas y al parecer la pequeña quería salir antes. Por suerte hacía menos de una
semana se había hecho una ecografía que indicaba que la pequeña ya se había
formado por completo y estaba colocada para salir en cualquier momento.
—¡Llamadme cuando nazca! —gritó Sara cuando entraron en el coche.
Dafne no dejaba de gemir de dolor. Enoch estaba en la parte trasera junto a
ella y le daba la mano. La apretaba con tanta fuerza que incluso quiso gritar con
ella. Las contracciones eran cada pocos minutos y respiraba de forma
entrecortada.
—Respira lentamente. Así, inspira, expira...
—¡Joder Enoch! Todavía no se me ha olvidado cómo respirar.
Enoch cerró la boca y sonrió divertido por la exagerada reacción. Sus padres
también reían.
—Menos mal que no eres su marido, hijo mío, a mí tu madre me metió tal
bofetón que me giró la cara.
—Eso, vosotros burlaos, pero esto duele un cojón —gruñó la parturienta.
—Doy fe —añadió Estefanía recordando el día en que Enoch nació.
En cinco minutos se plantaron en el hospital. La llevaron directamente en
una silla de ruedas y la metieron en uno de los boxes. El médico pasó a los diez
minutos y la examinó para ver cuánto había dilatado.
—Efectivamente estás de parto.
—¿No me diga, Doctor? Pensaba que mis gritos eran fruto de mi
imaginación —espetó con sarcasmo.
El médico le sonrió comprensivo. Le habían dicho cosas peores.
—¡Sáquemela ya!
—Has dilatado tres centímetros. Aún te queda un rato —le contestó y se
encogió de hombros. Antes de marcharse le comunicó que pronto le pondría la
epidural. Pero por el momento debía aguantar.
Eran casi las siete de la mañana. Carlos no dejaba de bostezar. Era ya sábado,
pero había pasado el viernes trabajando hasta las doce de la noche. Solo había
dormido una hora antes de recibir la llamada de Sara avisando de que Dafne se
había puesto de parto.
Estefanía no dejaba de hablarle y Enoch se mantenía al otro lado sin perderla
de vista.
Hacía dos semanas que ella había vuelto a su vida. Dos semanas tensas para
ambos. Ninguno de los dos había tenido valor para hablar de lo que casi ocurrió
en su habitación. Ese beso que nunca llegó por la interrupción de su madre. La
tensión desde entonces entre ambos había aumentado, y no era una tensión
negativa.
Aunque le resultará increíble, era una tensión sexual no resuelta de manual.
La miró tras oírla gritar otra vez y ni con cara de agotada y sudorosa, perdía un
ápice de belleza.
Tenía un serio problema para esconder sus sentimientos. Y cada día que
pasaba, tenía la absurda sensación de que poco a poco Dafne parecía
corresponderle.

No sabía cuántas horas llevaba sintiendo tanto dolor. Sabía que el parto no
iba a ser un camino de rosas, pero no se había preocupado por hacer clases de
preparación al parto. Solo vio algunos ejercicios en YouTube que nunca llevó a
cabo y en aquellos momentos se arrepentía. El médico entró por enésima vez y
por fin le dio la noticia que deseaba escuchar desde hacía horas.
—Ya has dilatado suficiente.
Entraron los camilleros y se la llevaron por los pasillos hasta el paritorio.
Estaba tan agotada que no sabía si sería capaz de empujar.
—Vamos, ya queda poco. —Enoch la acompañaba por el pasillo cogiendo su
mano.
—Tome, póngase esto —le dijo la enfermera cuando ya llegaban.
—¿Yo? —preguntó confuso. Sus padres estaban tras de él.
—Claro —sonrío la enfermera a ver el nerviosismo.
—Ve, hijo —dijo Carlos con una sonrisa.
Enoch entró en el paritorio. La enfermera lo había confundido con el padre.
Entró en el interior y comenzaron a ponerse todos manos a la obra. El
ginecólogo ya estaba en posición y Dafne gritaba de dolor cada vez que una
contracción la atacaba.
—Cuando venga la próxima, empuje —le pidió.
Dafne apretaba la mano de Enoch. Estaba agotada pero él la animó a
continuar. Ya quedaba poco. Empujó con todas sus fuerzas y paró cuando el
médico se lo ordenó, para seguidamente volver a empujar. No supo cuántas
veces había repetido la misma acción, lo próximo que oyó fueron unos tiernos
sollozos de bebé que la hicieron llorar al instante.
—Aquí tiene a su hija. —Enoch cogió a la pequeña en brazos sin sacar al
médico de su error y se acercó a una agotada Dafne para apoyarla en su pecho.
Ver nacer a la que era su sobrina, había sido una experiencia que jamás olvidaría
y sonrió mientras la acariciaba con dulzura.
—Es preciosa —sollozó con ella en sus brazos.
—Como su madre —sonrió Enoch con ternura.
Dafne la miró detenidamente. Acababa de descubrir en solo unos segundos
lo que era el verdadero amor. Estaba agotada y solo pensaba en descansar, pero
tampoco quería dejar de mirar a esa pequeña con los ojitos cerrados que
gorgojaba en sus brazos.
—Bienvenida al mundo, Atenea.
Capítulo 22


L as primeras semanas habían sido agotadoras. Ser madre no era tan sencillo
como te lo pintaban en los cuentos. Desde que había salido del hospital, apenas
dormía. Su sueño se veía interrumpido cada pocas horas por los sollozos de
Atenea y a veces tenía ganas de que se la tragara la tierra. Sara aguantaba como
una campeona, pero Dafne era consciente de que el cansancio también la
afectaba a ella y no quería ser un impedimento para que rindiera en el trabajo.
Había hecho ya mucho por ella cuando era una cobarde que no quería decirle la
verdad a su familia. Ya le tocaba vivir su vida sin cargas de animales y un bebé
de por medio. Era el momento de que empezara su propia vida.
Estefanía la visitaba cada dos por tres para ayudarla, pero aun así veía que la
situación le quedaba grande. Ni siquiera tenía espacio en aquella casa que
compartía con Sara para tener todo lo necesario para su bebé. Así que, tras
mucho pensarlo y sin importarle que después de los meses de baja por
maternidad tuviera que volver al trabajo e ir hasta Barcelona a diario, volvía a
mudarse.
Enoch le había propuesto que volviera a su antigua casa y se había encargado
de acomodar una de las tres habitaciones para la niña. Parecía incluso
entusiasmado con la idea. A Dafne le resultaba un tanto incómodo y no porque
pensara que lo iba a molestar, la tensión sexual con su hermano crecía de forma
exponencial. Parecía que al haberse descubierto toda la verdad sobre su
parentesco, la barrera de su mente con la que luchaba para evitar pensamientos
obscenos, hubiera caído. Y le incomodaba mucho aquella sensación. No podía
tener esos pensamientos con alguien con el que se había criado.
—Ya está todo preparado —la llamó a Enoch. Todavía estaba en casa de Sara
terminando de recoger sus cosas. Su amiga le dio un fuerte abrazo antes de que
saliera por la puerta junto a la pequeña, Khalessi y Frodo.
—Te echaré de menos —puso un puchero infantil. Sin embargo Dafne sabía
que en el fondo ahora podría descansar.
—Y yo a ti. Muchas gracias por todo lo que has hecho por mí en estos meses
—le agradeció.
—Para eso están las amigas.
—Sí, aunque sea una locura lo que nos habéis escondido —añadió Enoch
con una sonrisa y Dafne se sonrojó.
—Me declaro inocente. —Sara alzó las manos y se echaron a reír.
Atenea comenzó a sollozar y Dafne la cogió en brazos. Era una glotona que
no dejaba de llorar para comer sin parar. En un mes había crecido tanto que
parecía que el tiempo transcurriera a toda velocidad. No se arrepentía de haber
dado el paso de tenerla. Su vida había cambiado por completo, las cosas que
antes tenía en la cabeza habían desaparecido para dar paso a un mundo alejado
de pensamientos adolescentes.
—Mi niña bonita que no deja de berrear —canturreó Sara—. En el fondo los
echaré de menos.
—Pero podrás descansar.
—Sí. Pero no olvides que mi casa siempre estará disponible para ti —le
recordó.
Jamás podría llegar a agradecerle todo lo que había hecho por ella en ese
tiempo. Su amiga valía su peso en oro y había encontrado una persona en la que
confiar durante toda la vida.
Se despidió de ella con otro abrazo y se marchó para vivir, una vez más,
cerca de su familia.
—Gracias por entrar conmigo el día de su nacimiento —susurró de camino a
casa. En ese mes no había tenido tiempo de agradecérselo. Ambos habían estado
distantes por lo que sus mentes inquietas pensaban al estar cerca.
—No tienes que dármelas —le sonrió y le dio un beso en la frente antes de
arrancar el coche.
La noticia de que Dafne volvía se había hecho eco entre sus amigos. Ya
todos conocían la verdad. Enoch había sido el encargado de desvelarlo y a pesar
de la sorpresa inicial, todos se lo habían tomado bien y la mayoría habían ido a
visitarla a casa de Sara para conocer a Atenea.
Nada más llegar, Dafne soltó a Frodo y abrió el trasportín de Khalessi y
siguió a Enoch hasta la habitación que había decorado para Atenea. No le había
enseñado nada, quería que fuera una sorpresa.
Al entrar se topó con una habitación pintada en tonos morados decorados con
dibujos de Disney por las paredes. En la que estaba la cuna, se veía una
impresionante calcomanía de Nala y Simba de El rey León.
—¡Wow! —exclamó con la boca abierta.
—¿Te gusta? —le preguntó con una sonrisa.
—Es precioso.
Siempre que veía cosas sobre el Rey León, no podía evitar recordar su
infancia junto a él. Era su símbolo, una película que para ellos era muy real.
Dejó a Atenea en la preciosa cuna con sábanas a conjunto con el color de las
paredes y se fijó en el mobiliario. Tenía un cambiador, un armario donde guardar
toda la ropa y una estantería junto a la puerta para colocar cremas, pañales y el
resto de utensilios necesarios para su cuidado.
Enoch sonrió al verla tan emocionada. Antes incluso de que ella aceptara su
propuesta de vivir juntos, ya había comenzado a montarlo todo y esperaba
ansioso el día en que al fin Dafne y su sobrina se trasladarán con él.
Era una locura que había pensado desde el reencuentro. Sin embargo no tenía
muy claro cómo acabaría la idea para su cordura.
Ayudó a Dafne a acomodarlo todo y dejaron a una muy dormida Atenea
tapada en la cuna. Pronto se despertaría aclamando su comida.
—Me alegro de estar aquí —murmuró a las puertas de su habitación. Estaba
tal y como la dejó ahora que la cama volvía a estar en su sitio. Solo quedaba
decorar y volver a llenar los armarios con la ropa que deseaba ponerse en cuanto
su cuerpo volviera a la normalidad. Ya había bajado mucho el volumen de su
barriga y poco a poco comenzaba a recuperar su figura.
—Y yo me alegro de que estés aquí —le sonrió.
Dafne se giró y lo miró. Ambos sabían que debían hablar largo y tendido.
Las cosas mantenían un rumbo descontrolado que dejaba demasiadas dudas en el
aire.
—Enoch, lo que pasó en casa hace ya casi dos meses... —comenzó. Había
querido hablar del casi beso en casi todas las ocasiones que se habían encontrado
a lo largo de ese tiempo.
—¿El qué? —preguntó Enoch intentando no sonar nervioso. Sabía a la
perfección a qué se refería.
—Nada. Serían imaginaciones mías.
Salió de la habitación y fue a la cocina para servirles la comida a sus
mascotas y dejar a mano los polvos para preparar el biberón.
Enoch bufó frustrado y la siguió hasta la cocina. Deseaba darse cabezazos
contra la pared por ser tan imbécil y no decir de una vez por todas lo que sentía.
Todo se ponía en su contra y era un tema casi tan frágil como el haber sabido
sobre sus orígenes.
Necesitaba airearse.
—Está noche voy a salir —le dijo para cambiar de tema—. Hemos quedado
para ir a las carpas.
—Muy bien. Pásatelo bien —contestó con indiferencia.
De nuevo volvía a instalarse el muro de tensión entre ellos.
Los sollozos de Atenea la hicieron ir enseguida con el biberón en la mano.
La observó mientras comía y se quedó pensativa.
Enoch evitaba hablar de aquello, pero ¿por qué? Era cierto que no había
ocurrido nada, pero podía haber pasado y tenía la certeza de que él también lo
habría querido.
Estaba confusa. Aturdida. Quizá meterse en la misma casa con una persona
que le atraía y le mandaba señales confusas, había sido una soberana idiotez. Y
más cuando se trataba de su hermano.
¿Cómo se tomarían Estefanía y Carlos que sintieran atracción el uno por el
otro?
Probablemente muy mal. No necesitaban más noticias que alteraran el
ambiente de la familia.
—Tu madre se está volviendo loca —le dijo a la pequeña que seguía
sorbiendo del biberón con frenesí.
La hora de cenar estaba a punto de llegar y no tenía ganas de cocinar. Le
preguntó a Enoch si quería pedir una pizza, pero su respuesta fue que se
marchaba a cenar con el resto. Asintió y se pidió una para ella sola. Era sábado y
era normal que él lo empleara en pasárselo bien.
¿Cuánto hacía que no salía ella a tomar algo? Tanto que ya ni recordaba las
fiestas que se metía antes de quedarse embarazada.
Lo echaba de menos, no iba a negarlo, pero tenía una responsabilidad que no
podía eludir por mucho que su mente veinteañera quisiera.

—¡Vamos Enoch! Mira cómo te mira esa. —Alex le señalaba a una morena
que no dejaba de contonear sus caderas y lo miraba de forma descarada
prácticamente desde que se habían instalado en la barra a beber—. Ve a por ella.
—No —negó con una sonrisa socarrona. La verdad era que llevaba unas
cuantas copas de más y estaba más parlanchín que de costumbre, tanto que había
confesado que estaba tan deprimido que solo quería olvidar, sin ahondar
demasiado en el asunto. Solo David conocía los entresijos de su imposible
historia de amor—. Sabes que no soy de los que me tire en brazos de nadie.
—Primero tienes que conocerla, pedirle matrimonio y conservar el mito de la
virginidad —se burló David.
—Correcto —contestó alzando la copa con una carcajada.
—Si yo fuera tú, no me resistiría —añadió Alex. David asintió.
—Su corazón ya está pillado. El amor no le deja ser un hombre.
—Calla, cabrón. —David le sacó la lengua.
—Ser tío te ha ablandado, colega.
Ignoró a sus amigos y continuó con su copa. Ya pasaban de las cinco de la
madrugada y la gente comenzaba a marcharse de la discoteca. Habían decidido ir
en autobús porque todos tenían pensado beber. Normalmente Enoch se privaba y
se encargaba de conducir, pero esa noche necesitaba desinhibirse con intención
de dejar de pensar.
Algo que no había conseguido. Ni por asomo.
Al llegar a casa le costó bastante abrir la puerta y al cruzarla se encontró con
Dafne en la cocina. Limpiaba el biberón de la pequeña y miró a Enoch con el
ceño fruncido.
—Hueles a destilería —murmuró con una sonrisa a pesar de estar bastante
agotada. Solo había dormido dos horas desde la última vez que fue a cubrir las
necesidades de Atenea.
—¡Qué va! —Se quitó los zapatos y se tumbó en el sofá de golpe. Dafne
terminó de recoger las cosas y lo acompañó.
—Veo que te lo has pasado bien —ironizó.
—La verdad es que no. No hay nada que me interese en las discotecas. Ha
sido absurdamente aburrido.
—O sea que no te has comido una rosca —se burló. La idea de saber que no
se había liado con nadie la satisfacía sin saber por qué. Realmente no había
habido ninguna vez en la que lo viera enrollarse con alguien saliendo de fiesta.
—Podría, pero solo hay una persona en el mundo que me interese y está
fuera de mi alcance.
Su respuesta, con voz totalmente inteligible, hizo que lo mirara. Parecía a
punto de quedarse dormido, tenía los brazos colgando por el sofá. Sin duda era
de las pocas veces que lo había visto tan borracho.
—¿Quién? —La idea de que hubiera alguien en la vida de Enoch por la que
estuviera interesada, no le hacía ni pizca de gracia.
Le daba... celos. Un intenso sentimiento de posesión se apoderaba de ella sin
poderlo controlar.
—Tú, siempre has sido tú.
Dafne abrió mucho los ojos por su respuesta. Intentó conseguir otra
explicación por su parte, pero Enoch se había dormido.
Repitió en su cabeza aquellas palabras una y otra vez intentando sacar su
significado real.
¿Enoch sentía algo por ella?
No.
Solo era tensión. Simplemente sentiría atracción, para él siempre había sido
su hermana a pesar de saber la verdad. Dafne no creía que su sentimiento fuera a
más que un cariño fraternal a pesar de que los indicios estaban ahí.
Los vellos se le ponían de punta al tenerlo cerca, sus ojos se dilataban al
mirarla. Cuando la besó en su cumpleaños lo hizo con pasión a pesar de ser
escaneado por las miradas de sus amigos, y desde aquel momento, Dafne no
había podido sacárselo de la cabeza, hasta que al día siguiente se enteró de la
verdad. No obstante, esa verdad no había hecho más que confundir sus
pensamientos hacia él.
Todo había cambiado, y si las palabras que había dicho abducido por la
borrachera eran ciertas, ambos estaban completamente perdidos.
Capítulo 23


S e despertó al escuchar los sollozos de Atenea. Estaba prácticamente en el


suelo después de quedarse frito en el sofá. Ni siquiera recordaba en las
condiciones que había llegado a casa, solo sabía que el alcohol le había ganado
la batalla durante la noche. Se levantó con la cabeza retumbando y fue a la
habitación de la pequeña. Sonrió al cogerla en brazos y la acunó para que se
calmara.
—Ya está, no llores más —la consoló y parecía calmarse, pero Enoch supo
que había que cambiarla al llegar cierto olor a sus fosas nasales—. Creo que
alguien necesita una limpieza —canturreó.
La tumbó sobre el cambiador y sacó lo necesario para cambiarle el pañal. Al
otro lado de la puerta Dafne observaba la escena medió adormilada. Había
escuchado los sollozos de su pequeña por el walkie-talkie durante varios
segundos hasta que la voz de Enoch llegó a sus oídos.
Parecía algo confuso al limpiarla, dubitativo. Era la primera vez en el mes de
vida de la pequeña que intentaba algo así y definitivamente no sabía exactamente
los pasos a seguir. No se había percatado de que ella estaba a sus espaldas con
rostro divertido sin quitarle de encima la vista con cada uno de sus movimientos.
Cuando llegó la hora de ponerle el pañal se acercó unos pasos y esperó a que
terminara.
—Joder, esto no pega —gruñó y la pequeña gorgojó. Movía las manos y
miraba a su madre con su tierna sonrisa de bebé que todavía no comprende nada
del mundo.
—¿Qué tal si pruebas del revés?
Enoch se giró y fijó su mirada en Dafne que la miraba con una tierna sonrisa.
Llevaba un camisón de color morado con un escote que apenas dejaba nada a la
imaginación. Tragó saliva y se centró en lo que estaba haciendo.
—Ya decía yo que no pegaba.
—Algún día le cogerás el tranquillo.
Lo echó a un lado y terminó ella de ponerle el pañal para después cogerla en
brazos y darle un beso.
—Para ser mi primer pañal cambiado, creo que ha estado bien.
—La verdad es que no ha estado nada mal. Estás hecho todo un tío —sonrió.
Fueron juntos hasta el salón y Dafne la dejó en la cesta del carro con el que
la paseaba por la calle que tenía diversas funciones. Frodo fue a saludarla y le
acarició el cogote mientras observaba cómo Khalessi se acercaba a Atenea.
Había cogido la costumbre de tumbarse justo a su lado. Hacía de su protectora.
Enoch mientras tanto preparó el desayuno y al terminar llamó a Dafne a la mesa.
—Ayer llegaste con un buen pedal —comentó mientras daba un bocado a su
tostada de forma distraída. Había pensado mucho en las palabras del día anterior.
—¿Os desperté? —preguntó preocupado. No recordaba mucho, ni cómo
había llegado. Lo último fue abrir la puerta y después despertarse en el sofá.
—No te acuerdas de nada —afirmó sorprendida.
—Después de llegar no —admitió.
Dafne pensó en las palabras que soltó el día anterior y sintió un poco de
decepción. No era él mismo, solo una sombra del Enoch real, había hablado su
borrachera, no él.
—Pues estuvimos un rato hablando y te dormiste.
—Espero no haberte molestado —se disculpó.
—No lo hiciste. No te preocupes, pero no recordaba tu faceta ebria.
—Eso es porque no es lo normal en mí. Es solo... que lo necesitaba. —
Desvió la mirada hacia un punto incierto del salón, pensativo. Dafne hizo lo
mismo, solo que clavó su mirada en él como si viera en su interior.
Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que estaba raro. Tras
tantos años reconocía en esa mueca ganas por decirle algo. Quizá siempre se
perdía su mirada porque quería decirle la verdad y nunca lo había podido hacer.
Pero había algo más, algo que Dafne quería relacionar directamente con las
palabras que le dijo abducido por el alcohol.
Enoch era consciente de que Dafne no dejaba de mirarlo con atención. No
sabía qué pasaba por su cabeza, pero sin duda sería sobre algo de lo que
supuestamente habló el día anterior. Al salir de la discoteca y subir en el autobús,
recordaba haber soltado sin pensar el enamoramiento que tenía con su hermana
delante de Alex. David ya lo sabía, pero Alex se sorprendió al descubrirlo y les
hizo prometer que no dirían nada. Confiaba en ambos.
En quién no confiaba era en sí mismo. Odiaba sentir que no recordaba lo
sucedido.
¿Y si le había dicho algo incómodo?
No.
No era posible. Si se hubiera declarado, lo recordaría. ¿No?
Al caer la tarde noche, Dafne aprovechó para arreglarse un poco. Llevaba un
mes que apenas se maquillaba y sus estilo era siempre desaliñado. Todo el
tiempo que dedicaba en arreglarse antes de tener a Atenea, se lo dedicaba a ella.
Pero ese día, después de casi un año sin pisar el lugar, iba junto a Enoch al
parque en el que siempre se reunían. Sus amigos no veían a la niña desde una
semana después de nacer y la habían prácticamente obligado a ir a verlos un
rato.
—¿Ya estás lista? —preguntó Enoch al otro lado de la puerta con Atenea en
brazos.
—Casi. —Lo miró por el reflejo del espejo y se le escapó una sonrisa al ver
cómo cogía a la pequeña—. Te queda bien
—¿El qué? —preguntó confuso. Iba vestido muy casual, con tejanos y una
camiseta de manga corta que acompañaría con su fina chaqueta de tipo cuero.
—Atenea. —Sonrió de nuevo y continuó dándose los últimos toques de
maquillaje. Pintó sus labios en un tono rojo borgoña y soltó su pelo—. Echaba
de menos arreglarme.
—Ni que te hiciera falta —bufó Enoch sin poderlo evitar. Dafne se giró y lo
miró sorprendida—. Es verdad. No hace falta que te maquilles y te vistas como
una persona normal para estar perfecta.
Sin poder evitarlo se sonrojó.
—¿Gracias?
Enoch carraspeó también avergonzado y se marchó con la pequeña.
Eran más de las seis de la tarde de un sábado bastante cálido. La primavera
ya había llegado y la ropa de abrigo ya era hora de comenzar a guardarla en el
fondo del armario. Dafne se sentó en el banco junto al resto y Atenea en sus
brazos y todos comenzaron a hacerle carantoñas. Enoch soltó a Frodo de su
correa y dejó que corriera libremente por el lugar.
—Te ha salido una hija preciosa —musitó Cova con ella entre sus brazos y
Atenea comenzó a carcajearse cuando Alex le hizo cosquillas.
—Aún me cuesta imaginarte en el papel de madre —añadió David.
—Y a mí. Siempre he sido la niñata descontrolada del grupo y mírame ahora,
una madre responsable —rio.
Había echado de menos esos momentos junto a sus amigos sin hacer nada en
especial. Sin embargo no contó con que diera la casualidad de que apareciera por
allí Manu. Al parecer cada vez se reunía menos con ellos, pero justo cuando ella
había decidido salir con la pequeña, tenía que presentarse.
—¡Dichosos los ojos! Pero si es Daf —canturreó a lo lejos. Dafne frunció el
ceño. De lo que menos ganas tenía era de que viera a su hija.
Por suerte prácticamente era una réplica en miniatura de Dafne y no tenía
ningún rasgo característico de Manu.
Enoch se tensó. Sabía que a Manu ya le habían llegado los rumores de que
Dafne había tenido una hija y le preocupaba que los inútiles mecanismos de su
mente relacionaran las fechas.
—Hola —saludó secamente.
—Esperaba un poquito más de entusiasmo después de casi un año. Tu
hermana se ha vuelto una rancia, Enoch —murmuró—. ¡Ah no!, que resulta que
no sois hermanos.
—Cállate la puta boca, Manu —gruñó Enoch. Tenía los puños apretados, si
por él fuera le metería un buen puñetazo en su cara bonita.
Manu lo ignoró y se sentó demasiado cerca de Dafne y de la niña y se
encendió el cigarrillo.
—Apaga eso delante de mi hija —gruñó.
—Vale, vale, perdone usted señora madre —volvió a burlarse.
—¿No te cansas de ser tan gilipollas? —añadió Cova con el ceño fruncido.
Hacía tiempo que Manu había dejado de ser del agrado de todos. Al principio
lo soportaban porque era novio de Dafne, sin embargo al dejarlo ya no tenían
que fingir que formaba parte del grupo. Tanto él como Adrian, sobraban.
—Que agresivos estáis hoy.
—Y tú vas demasiado colocado para ser las seis de la tarde —añadió Dafne
malhumorada.
Manu cerró la boca durante un rato y ojeó como sus amigos no dejaban de
babear por el bebé. A él no le gustaban los niños, no quería tenerlos porque
odiaba tener responsabilidades para toda la vida. Lo cierto era que también se
preguntaba quién era el padre, porque si sus cálculos no fallaban, se había
quedado embarazada antes de dejarlo con ella.
¿Sería posible?
Esperó hasta que todos estuvieran entretenidos con los berridos de la
pequeña para preguntar.
—¿Quién es el padre? —Susurró cerca de su oído y le provocó un respingo.
Dafne se quedó unos segundos sin saber qué contestar.
—Nadie que te importe.
—A ver preciosa, no soy muy listo, pero todavía tengo la capacidad de
contar y si no me equivoco, estábamos juntos.
Enoch escuchaba la conversación con disimulo desde que Manu se había
acercado al oído de Dafne. No podía quitarle el ojo de encima. Notaba su
nerviosismo ante la pregunta.
—Puede ser, pero te recuerdo que teníamos una relación abierta. No eras el
único que entraba entre mis piernas. Así que no te emociones, esta hija es mía y
de nadie más.
—Perfecto. Porque si fuera mía me importaría una mierda —contestó con
indiferencia. A Dafne no le sorprendió la sinceridad que retumbaba en sus
palabras. Lo había sabido desde el momento en que supo que estaba embarazada,
que él no iba a ser nada para el bebé—. Por cierto, no sabía que fueras tan zorra.
Ninguno vio venir el guantazo con la mano abierta que resonó en la mejilla
de Manu. La mano le picaba de la fuerza que había utilizado para darle, pero se
había quedado tan a gusto que lo repetiría una y otra vez.
Todos se quedaron en silencio y vieron la rabia que se ocultaba tras los ojos
verde jade de Dafne.
—¿Pero qué coño haces? ¿Te has vuelto loca? —Manu miraba a su ex novia
con los ojos muy abiertos. No recordaba que tuviera un lado tan impulsivo. Al
contrario, a pesar de ser una fiera en la cama, su actitud siempre había sido muy
manipulable.
—Eso te pasa por llamarme zorra.
Enoch observaba la escena de brazos cruzados. Frodo se había posicionado
al lado de su dueña y ladraba a Manu de forma poco amistosa.
—Me pusiste los cuernos.
—¡Oh! por el amor de Dios. Y las tías que tú te follabas ¿qué? A ver si ahora
resulta que una relación abierta solo puede disfrutarla el tío. So gilipollas.
—Tú antes no eras así. Has cambiado, Daf.
—Y menos mal, porque si no lo hubiera hecho, seguiría estando con un
indeseable como tú.
—Vete a la mierda.
—Eh tú, no te pases ni un jodido pelo —añadió Enoch y se posicionó justo al
lado de Manu. Al estar de pie su figura imponía el doble. Manu era bastante más
delgado y apenas tenía músculo. Sabía que si Enoch se lo propusiera, podría
mandarlo al hospital. Que Manu tuviera casi dos años más que él, no era
impedimento para ganarle en una pelea.
—¿Y qué me vas a hacer? —se levantó y se encaró.
—Él no lo sé, pero yo darte otro guantazo —añadió Dafne y se interpuso
entre ambos. No le apetecía presenciar una pelea de machitos como si todavía
fueran adolescentes.
Atenea comenzó a sollozar y dejó a Manu y Enoch que continuaran con la
batalla de sus miradas. Cogió a la pequeña en brazos e intentó calmarla. Todavía
no le tocaba comer, pero los gritos la habían alterado y estaba un poco asustada.
—Enoch, no te molestes, déjalo ya —dijo Dafne y le prestó atención solo a
ella. Con la mirada le indicaba que parara. Se fijó en la pequeña y lloraba. La
habían asustado con los gritos.
—Está bien. Pero Manuel, que sea la última vez que faltas al respeto de
Dafne así. Es la última vez que te aviso.
El aludido no dijo ni una palabra y decidió marcharse sin ni siquiera
despedirse.
El ambiente se había tensado tanto que ya ninguno tuvo ganas de bromear.
Dafne dejó a Atenea en el carro, ató a Frodo y junto a Enoch volvieron a casa
después de una tarde un tanto agridulce.
—Gracias por defenderme —musitó Dafne al llegar a casa. Enoch cerró la
puerta a sus espaldas y ayudó a dejar a Atenea en su capazo.
—No tienes que dármelas. Ese capullo se merecía el guantazo —le sonrió.
—No sabes lo a gusto que me he quedado. —Ambos rieron.
El silencio se instaló entre ambos. Se quedaron unos segundos mirándose a
los ojos. Dafne no podía negar que al verlo encararse con su ex novio, Enoch
parecía todavía más atractivo. Valiente, fuerte... todo en él conseguía que su
corazón latiera de forma irregular.
Estaban muy cerca el uno del otro. Enoch podía oír el latir de su corazón ante
su silencio. Sin saber muy bien por qué lo hacía, se dejó llevar por sus impulsos,
la abrazó, y alcanzó sus labios sin darle opción a separarse.
Dafne recibió aquel beso con sorpresa, pero no encontraba ninguna excusa
para separarse. Entrelazó los brazos alrededor de su cabeza y lo pegó más a sus
labios. Sus lenguas bailaban al compás, luchaban sin descanso en una batalla a la
que no querían poner fin.
El ambiente se caldeó tanto que Dafne saltó y lo rodeó con sus piernas hasta
el punto de ser capaz de notar su erección bajo el pantalón. La llevó hasta a su
habitación y la tumbó en la cama. Ninguno era capaz de pensar de forma
racional. Sus cuerpos obraban aparte de su cerebro y se dejaban llevar.
Enoch sabía que aquello estaba muy mal, que debía pararlo. Pero cuando
Dafne comenzó a quitarle la camisa con urgencia, no lo resistió más e hizo lo
mismo con la suya.
—¡Joder! ¿Qué estamos haciendo? —le dijo Enoch con el corazón a cien por
hora.
—No lo sé, pero no lo pienses.
Así era mejor.
Se deleitó con la forma de sus pechos. Después del embarazo los tenía más
hinchados, metió su cabeza entre ellos y aspiró su dulce aroma y lamió uno de
sus pezones. Dafne gimió de placer, poseída por la calentura de su cuerpo. Con
sus manos desabrochó los tejanos y los bajó hasta que se quedó en bóxers. Su
miembro se adivinaba bajo la fina tela, erecto. Tan excitado como ella se sentía.
Llevaba demasiado tiempo sin sexo, sin sentir placer. Enoch terminó de
desnudarla y sin preámbulos se metió en su interior. No había tiempo para ser
más cuidadosos. Por suerte seguía tomando la píldora y esperaba que no volviera
a fallarle.
Ninguno pensó en las consecuencias de lo que hacían. Se dejaron llevar por
el momento. Enoch bombeó con fuerza y besó de nuevo los labios de la que a
todos los efectos era su hermana.
Aquello estaba mal, pero por mucho que lo intentaba, no conseguía sentir
culpabilidad en aquellos instantes. Se sentía bien.
En su hogar.
Se sentía justo en el sitio al que pertenecía.
Dafne gimió bajo su cuerpo y continuó llenándola de besos. La pasión que
derrochaba iba a hacer que en cualquier momento sus cuerpos ardieran por
combustión espontánea. Cuando ambos estaban a punto de llegar al clímax del
placer, los sonoros sollozos de Atenea llegaron a sus oídos.
—¡Mierda! —gruñó Dafne. El calor no menguaba, pero Enoch ya se había
apartado de ella para que fuera a atender a su hija.
Quizás el destino había sido inteligente interrumpiendo la situación, pero
algo iba a comenzar a cambiar. Los secretos pronto saldrían a la luz y ninguno de
los dos sería capaz de seguir ocultando los sentimientos que se empeñaban en
rechazar.
Capítulo 24


S ara había escuchado toda la conversación con la boca abierta sin ser capaz de
interrumpirla hasta que Dafne calló durante unos segundos y se armó de valor
para soltar lo que llevaba en su cabeza desde que su amiga comenzó la perorata.
—¿Me acabas de decir que te has acostado con tu hermano? —preguntó con
incredulidad.
—¡Joder Sara! No es mi hermano.
—Lo ha sido siempre. Además, ¿por qué?
—No lo sé —dijo en tono desesperado. Al otro lado de la línea, Dafne
esperaba encontrar algún consejo de sabiduría por parte de su mejor amiga, pero
la situación era tan surrealista que no encontraba ninguno que diera el pego—.
Además, Atenea nos interrumpió y ya no pasó nada más. No terminamos. Enoch
se metió en la ducha y yo me escondí en la habitación hasta quedarme dormida.
Se había quedado con ganas de finalizar lo que habían comenzado, pero él
huyó y ella no tenía valor para encararlo y decirle que quería llegar hasta el final.
Había pasado prácticamente toda la noche en vela y al levantarse y ver que
estaba sola en casa, solo pudo sentir decepción.
—Sigue pareciéndome una locura. ¿Desde cuándo te atrae Enoch?
—No lo sé —reconoció. Ni siquiera sabía si era solo atracción o algo más.
No sabía cómo diferenciar sus propios sentimientos. De lo único que estaba
segura era de que llevaban tiempo paseando por su mente, sobre todo desde que
había descubierto que era adoptada—. ¿Recuerdas el día de mi cumpleaños?
—A trozos. Íbamos todos como una cuba.
—Pues desde que la botella decidió que Enoch y yo nos besáramos, esa
imagen no dejó de aparecer en mi memoria una vez me marché de casa.
—¿Y te has pasado todo este tiempo sin decírmelo? ¿Pero qué clase de
amiga eres? —dramatizó. Podía imaginarla alterada, paseando por el salón de su
casa haciendo aspavientos—. Eso no se hace, eres mala.
—Y tú idiota. Que querías que dijera, ¿qué me calentó el beso de mi
supuesto hermano?
—Pues sí. Tampoco es para tanto.
—Joder Sara. ¡Es mi hermano! Por lo menos en aquellos tiempos, yo creía
que lo era —gritó contradiciendo sus anteriores palabras—. ¡Me he tirado a mi
hermano! Oh Dios, ¿qué he hecho?
—Una locura, pero —Sara hizo una pausa dramática y pensó en qué decir a
continuación— a veces la atracción es más fuerte que la razón. Creo que
deberíais hablarlo. Puede ser un palo muy gordo para vuestros padres. Que te
recuerdo, que ambos compartís los mismos.
—¿No me digas? No lo sabía —ironizó y soltó un bufido—. Lo que he
hecho, ¿se considera incesto?
—Pues no lo sé, la verdad. No sois de la misma sangre, solo compartís
apellido y los padres. Pero te diré una cosa, ten cuidado cariño. No quiero verte
sufrir y Enoch tampoco se merece sufrir.
Colgó la llamada todavía más confusa que antes. No podía sacarse de la
cabeza lo ocurrido. Todavía era capaz de sentir el roce de sus cuerpos, el placer,
sus cálidos besos en los labios que llegaban hasta su alma. Enoch era el hombre
perfecto, siempre lo había considerado como tal. Incluso cuando era una
adolescente de quince años había visto todo eso en él, pero la idea de saber que
era su hermano le quitaba cualquier pensamiento producido por sus hormonas de
quinceañera.
¿O quizá solo se las negaba?
Con veinte años su opinión no había cambiado, lo único que lo había hecho
era sus verdaderos lazos.
No debería sentirse culpable porque no era su hermano. Sin embargo así se
sentía, a pesar de que hubiera deseado terminar lo que habían comenzado.
No se entendía ni a sí misma. La confusión ocupaba la totalidad de su mente.
—Fuiste de lo más oportuna —le dijo a la pequeña Atenea. La tenía sobre su
regazo desde que había comenzado a hablar con Sara. La pequeña hizo una
burbuja de saliva y Dafne sonrió.
Tenía los ojos igual de verdes que ella.
Esperó durante todo el día a que Enoch volviera a casa. Ya casi era de noche
y todavía no había vuelto ni sabía nada de él. Le aterraba la idea de escribirle un
mensaje porque tampoco sabía qué decirle. Lavó todos los platos que había
utilizado durante el día y dejó el biberón de Atenea preparado. Pronto
comenzaría a llorar demandando atención. Frodo dormía junto a Khalessi y
sentía que la casa estaba demasiado silenciosa. En cuanto la pequeña comiera,
sacaría a su pequeño elefante perruno a pasear y así conseguiría airearse un
poco.
El sonido de alguien llamando a la puerta la alertó. Enoch tenía llaves y le
resultó extraño que no abriera con ellas. Tampoco esperaba visita.
Se acercó, la abrió y frunció el ceño al ver quién estaba al otro lado.
—¿Qué mierda haces tú aquí?
Manu estaba serio al otro lado de la puerta. Olía a marihuana y sus ojos
estaban dilatados. No parecía estar en sus cabales.
—¿Es mía la niña? —preguntó sin saludar. Parecía haber estado dándole
vueltas al asunto durante horas.
—Es mi hija, nada más —respondió de brazos cruzados. No lo negó, pero
tampoco lo afirmó.
Manu intentó entrar en su casa, pero lo paró antes de que lo consiguiera.
—No me lo desmientes.
—No tengo que darte ningún tipo de explicación. Lo que haga con mi vida
solo me corresponde a mí —respondió.
—Has cambiado, Daf. Ya no eres la misma —le recriminó.
—Se llama madurar y tú deberías hacerlo, Manu. Ya es hora de que
encuentres tu camino en la vida.
—¡Joder Daf! —Manu dio un fuerte golpe en la puerta que le resonó en los
oídos. Había estado a menos de un palmo de golpearla a ella—. ¿Es mi hija o
no?
—¿Por qué coño quieres saberlo? —gruñó. No pensaba dejarle que se
acercara ni a cien metros de ella.
—Tengo derecho a ello.
—No tienes derecho a nada.
—Puedo pedir una prueba de paternidad.
—Inténtalo, pero eso solo hará que traerte problemas —amenazó—. Ni
siquiera puedes cuidar de ti mismo, jamás dejaría que te acercaras a ella.
—Acercarme no es lo que quiero.
—¿Entonces? ¿Qué pretendes? —preguntó confusa. No entendía nada.
Se cruzó de brazos y esperó a recibir una respuesta por su parte.
—La pasma me quiere trincar. Han pinchado mis teléfonos y quieren
meterme entre rejas por tráfico de drogas.
—¿Y eso que mierda tiene que ver con mi hija? Eso es tu puto problema —lo
señaló—. Demasiado hice por ti en su momento. Búscate un abogado y
apáñatelas tú solito.
—Si constara que tengo una hija —añadió ignorando su represalia— me
dejarían en paz.
Dafne comenzó a carcajearse de forma histérica.
—Ni lo sueñes. Además, si eres un delincuente, lo seguirás siendo con hija o
sin ella, así que déjate de gilipolleces si no quieres que sea yo misma la que
llame ahora mismo a la policía y te delate.
—Zorra.
—¡Qué te largues! —chilló cansada del numerito.
Intentó cerrar la puerta por segunda vez y Manu puso el pie.
Jamás lo había visto de esa forma. No se había fijado hasta ese momento que
su cara parecía torcida. No creía que solo hubiera fumado unos simples porros,
había tomado algo más.
—¡Sal de mi casa! ¡Ahora!
No podía evitar ponerse nerviosa ante la situación. Ella no era una cobarde
en situaciones así, pero la pose amenazante de Manu la hizo sentir como una
pequeña hormiga a la que podían pisotear como si no fuera nada.
—¡Lárgate! —repitió.
Manu cogió un jarrón que había en la entrada y lo estampó contra el suelo.
Dafne apartó de inmediato a Khalessi que se había levantado y la encerró en el
salón para que no pisara aquello.
—¿Por qué no puedes por una puta vez complacerme? —musitó fuera de sí.
—Porque tú y yo no somos nada. Asúmelo.
No pudo evitar que su voz sonara un tanto temblorosa. La furia hervía en el
interior de Manu. Se había pasado consumiendo cocaína y la parte agresiva de su
mente había salido a flote. Estaba descontrolado y no ayudaba las negativas que
Dafne se empeñaba en darle. Estaba metido en un buen lío. Adrián incluso había
desaparecido dejándolo tirado con la policía a sus espaldas y gente peligrosa a la
que le debía dinero. Aparentar tener una familia era la única opción que le
quedaba, pero no iba a conseguirlo.
Antes de hacer algo de lo que más tarde se arrepintiera, se giró listo para
marcharse.
—Me has fallado. Creía que eras diferente.
—Vete, y no vuelvas más.

No había dormido en toda la noche y al amanecer decidió ir a casa de sus


padres. No sabía qué hacer después del arrebato de pasión con Dafne. Se sentía
mal consigo mismo y a la vez cabreado por no haber podido terminar. No dejaba
de darle vueltas al tema, había sentido su deseo desde el mismo instante en que
le devolvió el beso. La cosa se descontroló y ninguno había puesto barreras para
impedirlo. Cuando Atenea les interrumpió, decidió darse una ducha de agua
congelada para paliar el calentón, y nada más despertar había decidido
marcharse a casa de sus padres con tal de no tener que hablar de lo ocurrido.
No sabía cómo enfrentarse a esos ojos verdes. No sabía qué hacer.
—¿Estás bien, hijo? —preguntó Carlos. Desde que había llegado, muy
pronto por la mañana, había visto en su mirada cierto halo de tristeza y ni él, ni
Estefanía, habían conseguido sacarle una sola palabra.
—Sí —contestó con un amago de sonrisa.
—Déjalo, Carlos, esa cara tiene pinta de ser por una chica —añadió
Estefanía quien no había perdido de vista a su hijo desde que había llegado.
Tenía un radar para detectar cuando una persona tenía mal de amores.
Cuánta razón tenía su madre. Era una chica, solo que no una cualquiera. Una
que ellos conocían demasiado bien.
—Puedes contarnos lo que sea. ¿Hay alguien en tu corazón? —preguntó su
madre con amabilidad. Se hizo un lado en el sofá y le alzó el rostro para que la
mirara a los ojos.
—Sí, pero es algo imposible.
—No hay nada imposible en esta vida, hijo. Si quieres a alguien debes luchar
por conseguir su amor siempre que sea correspondido.
—¿Aunque se trate de mi supuesta hermana? —preguntó en tono de ironía.
No se había dado cuenta de que lo había dicho en alto hasta que las muecas
sorprendidas de sus progenitores aparecieron delante de sus narices—. ¡Mierda!
—¿Qué estás diciendo, Enoch?
—Nada. No he dicho nada.
Se levantó nervioso del sofá y fue hasta la entrada para recoger sus cosas y
marcharse. Acababa de meter la pata hasta el fondo. Sin duda, pensar,
últimamente, no le sentaba nada bien. Solo se llevaba chascos.
—Ni se te ocurra marcharte ahora. ¿Qué es eso que acabas de decir? —La
mirada furibunda de Carlos no ayudaba a paliar los nervios.
—Nada, ha sido un error.
—De error nada.
Enoch miró a su padre y su mueca con el ceño fruncido no le pareció nada
amistosa.
—No puedes pensar en Dafne de esa forma. ¡Es tu hermana! —exclamó.
—Sí, pero no de sangre. Así que sabes que en el fondo no lo es —
contraatacó. Vio dolor en la mirada de su padre ante su respuesta—. Ella ya sabe
la verdad.
—Eso no tiene nada que ver. Os habéis criado juntos.
—Lo sé, joder. ¡Mierda!
Se tiró suavemente del pelo con rabia y soltó un suspiro cansado.
Sus padres se quedaron en silencio. Miraron con atención el rostro de su hijo
y no podían evitar sentir compasión al ver el rastro de dolor que se adivinaba en
su cara. Revelar aquello sin pretenderlo, lo destrozaba. Sabía que sus padres
tenían razón.
Sin poderlo evitar, las lágrimas se acumularon en sus ojos, pero aguantó de
forma estoica para no quedar todavía más en ridículo.
—Ven hijo, hablemos. —Su madre lo cogió de la mano e hizo que volviera a
sentarse en el sofá. Enoch no tenía valor para levantar la mirada—. ¿Desde
cuándo?
—Desde siempre. Llevo enamorado de Dafne desde hace años —reconoció.
Ya no podía seguir escondiéndolo. Ya que había metido la pata, mejor hacerlo
del todo.
—Hablar de enamoramiento es muy serio, Enoch. ¿Estás seguro de que es
eso lo que sientes? —preguntó su madre con amabilidad. Sin embargo podía
percibirse cierto cinismo.
—Sí —admitió y la miró a los ojos con convicción. No había nada en el
mundo de lo que estuviera más seguro.
Carlos soltó un resoplido y pasó sus manos por el rostro con gesto cansado.
Estefanía no daba crédito a lo que acababan de descubrir. Jamás hubiera
imaginado que Enoch sintiera por Dafne más que el amor fraternal. Su hija era
toda una belleza con un carácter un tanto especial que encandilaba solo con su
mirada a los hombres. Y también lo había conseguido con su propio hermano.
Tenía razón cuando decía que en realidad no lo eran, pero aun así la situación le
resultaba de lo más retorcida y no era algo que estuviera dispuesta a aprobar.
—Eso no debería ser así. Algún día encontrarás a...
—¿Crees que no lo he intentado? Me marché para olvidarla y creí haberlo
conseguido, pero cuando volví, ese sentimiento me abrumó de nuevo. No puedo
evitarlo, mamá. La quiero más de lo que debería.
—Pues intenta olvidarla. Esto no estaría bien.
—No tienes ni idea de lo que me estás pidiendo —miró a su madre con un
rastro de rencor.
—Tu hermana —remarcó la palabra hermana— ya ha sufrido suficiente. No
le hagas esto más difícil.
Enoch soltó una sardónica risa, incrédulo por ser quién recibiera esas
palabras tan injustas. Ellos sabían a la perfección lo que significaba amar. No
había amor más puro que el que Carlos y Estefanía sentían el uno por el otro y le
cabreaba que lo juzgaran a él por sentir lo mismo por Dafne.
—¿Crees que para mí no es difícil?
—Intentamos comprenderte, Enoch. El amor es duro y puede destruirte, pero
puedes superarlo.
—Y eso es lo que vosotros queréis que me pase, que me destruya. Pero
lamento deciros que lleva años destruyéndome y no puedo superarlo. Y vosotros
mejor que nadie sabéis lo que significa amar.
Se levantó sin ni siquiera mirarlos a los ojos y salió por la puerta con sus
cosas.
¿En qué momento se le había ocurrido que sus padres serían comprensivos?
Simplemente le habían dicho que la olvidara, como si fuera una tarea sencilla y
solo fuera un intento de ligue de verano adolescente a sus veinticuatro años.
Sabía que les costaría unos días hacerse a la idea, pero en ese instante él estaba
cabreado con ellos a pesar de que en el fondo tuvieran razón.
Soltó un bufido frustrado y arrancó el coche. Temía que llegara el momento
de enfrentarse de nuevo a esa mirada que hacía que todo su cuerpo se derritiera.
Tenía miedo... de mostrar sus sentimientos.
Los sentimientos de verdad.
Capítulo 25


A l volver a casa se encontró a Dafne recogiendo lo que parecía ser un jarrón


roto y al mirarla vio su rostro desencajado y lágrimas en sus ojos a punto de ser
derramadas.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó. Cuando Dafne alzó la mirada y vio sus
ojos hinchados, de inmediato supo que había estado llorando.
—Nada. Se me ha caído el jarrón.
Recogió el resto de trozos esparcidos y fue directa a la cocina a tirarlos a la
basura. Al instante siguiente Atenea comenzó a llorar y cogió el biberón que ya
hacía un rato que tenía preparado para alimentarla. Se sentó en el sofá y la apoyó
en su regazo.
Todavía temblaba de los nervios por la situación que había vivido medía hora
antes con Manu y sabía que Enoch no se había tragado una sola palabra. Deducía
que ahí había pasado algo que él no lograba entender. Cogió a la pequeña y él
mismo se encargó de darle el biberón al presenciar los nervios de Dafne. No
dejaba de temblar.
—¿Por qué has llorado?
—No he llorado —mintió sin sonar demasiado convincente.
—Nala... —la llamó por su apodo cariñoso y ella lo miró, había rastros de
lágrimas secas en sus mejillas.
—Manu ha venido. Sabe que es su hija.
Abrió los ojos sorprendido por su respuesta. Quiso saber más de lo ocurrido
y se golpeó mentalmente por no haber estado ahí por su absurda idea de huir de
los sentimientos que lo habían poseído la noche anterior. La rabia se acumulaba
en su interior. Dudaba que ella hubiera sido la encargada de romper el jarrón, e
imaginarlo fuera de sí con riesgo a que incluso la atacara, hacía que le hirviera la
sangre.
—Le voy a meter una paliza que no van a reconocerlo ni por el carnet de
identidad —gruñó rabioso—. Dime exactamente qué ha pasado.
Dafne adivinó la rabia que ocultaba y fue incapaz de negar que hubiera
ocurrido nada más. Le explicó todas sus palabras, lo que pretendía y el por qué
quería reconocer a la niña como su hija. A cada palabra alucinaba más. Ese tío
era todavía más miserable de lo que en un principio pensó y eso ya era decir
mucho. Después de meses soportándolo en su grupo de amigos y ver como cada
vez caía más bajo, no le sorprendía que le hubiera salido su vena agresiva. Las
drogas iban a acabar con él. No podía presentarse ahí con tales exigencias y con
amenazas vedadas. Dafne tenía todas las de ganar. Ella era la madre, y ella mejor
que nadie sabía que engendrar no te convertía en padre. Isabel jamás había
estado a su lado, la abandonó a su suerte. Manu jamás ejercería como padre, de
eso ya se iba a encargar él. No quería que su sobrina creciera con la amargura de
tener un padre así.
—No dejes que te manipule, Daf. Lo que intenta hacer es denunciable.
—Lo sé. No caeré. Si no, yo misma me encargaré de denunciarlo. Iba
drogado y dudo que fuera por los porros —reconoció. Había intentado evitar
contarle esa parte, porque sabía que solo lo enfurecería más.
Y no falló.
—La próxima vez que lo vea le meto una buena.
—No merece la pena, Enoch. No la merece. —Soltó un suspiro cansado y
cogió a su hija. Enoch ya hacía un rato que había terminado de darle el biberón.
Dafne acunó a la pequeña entre sus brazos hasta que echó los gases y la dejó en
el carro, le puso una chaquetilla y se preparó para ir a sacar a Frodo.
Enoch vio la tristeza que empañaba su mirada y se sintió mal por no poder
hacer más. Se arrepentía de haberse marchado de aquella forma, sin hablar,
negándole una explicación que ambos sabían que en cualquier momento debían
resolver y sobre todo, por no haber podido impedir que Manu se acercara a ella
de aquella forma.
No mentía cuando decía que quería meterle una paliza. Se estaba
sobrepasando. Ya hacía un tiempo que había notado en él un cambio en su
actitud, las drogas y los trapicheos que se traía entre manos lo volvían agresivo.
—¿Vas a sacar a Frodo? —preguntó al ver cómo se ponía la chaqueta.
—Sí, necesito tomar aire.
—Voy contigo.
—Enoch... —musitó Dafne. No necesitaba una niñera, y realmente lo que
menos le apetecía era pasear con él después de lo ocurrido. No podía sacar de su
cabeza su cuerpo desnudo, sus manos al acariciarla. A él.
Dios. Se ponía nerviosa solo de volver a pensarlo.
—Necesito estar sola —finalizó intentando desviar el rumbo de sus
pensamientos.
—Pues entonces deja aquí a Atenea. Yo me encargo de que duerma.
Lo miró pensativa y al final claudicó.
Al salir a la calle agradeció el golpe de aire fresco en su rostro. Ya estaba
más calmada, desde que Enoch había llegado. Manu había actuado de una forma
desconocida para ella, pensar que fuera capaz de hacer algo para arruinar la vida
de su hija y la suya propia, la aterraba. Había dejado bien claro que no quería
actuar como padre y sus únicas intenciones eran puramente egoístas.
Dafne no iba a ceder.
Ya no.
Como bien él había dicho, había cambiado y para bien. Ya no era la tonta que
aceptaba quedarse con un kilo de marihuana para que él no fuera sospechoso de
tráfico de drogas. Ahora estaba centrada y lo único que tenía en la cabeza era
criar a su hija de la mejor forma posible, sin un delincuente en su vida.
Si ella hubiera crecido en el ambiente que frecuentaba su madre biológica,
las cosas quizás habrían sido muy distintas. Pero se había criado en una familia
que velaba por una buena educación, aunque ella sola se hubiera torcido en
algunas ocasiones.
Ella quería lo mismo para su hija, apartarla de un mundo oscuro.
A pesar de que la vida no era un camino para nada fácil, creía en poder
hacerle el camino más llevadero. Quería que viera las sombras del mundo, pero
que fuera capaz de apartarse a tiempo.
Paseó durante una media hora y volvió a casa. Al entrar, Atenea ya dormía
en su cuna y Enoch preparaba la cena para ambos.
Fue en ese instante en el que se fijó en su cara y parecía casi tan agotado
como ella.
—¿Dónde has estado? —preguntó.
—En casa.
No parecía con demasiadas ganas de hablar, pero ella quería hacerlo. Quería
saber qué le pasaba por la cabeza y por qué habían llegado hasta ese punto.
Como si todo lo que sentían, hubiera desaparecido por lo hecho la noche
anterior. Los sentimientos simplemente querían aflorar, pero los frenaban.
—Lo de anoche...
—Lo de anoche no debería haber pasado. Lo siento. —Sirvió la cena sin ni
siquiera mirarla a los ojos y cortó cualquier intento de conversación por su parte.
La cena fue de lo más incómoda. Al terminar cada uno se encerró en su
habitación.
Desde ese día, de nuevo se había instalado un incómodo silencio entre
ambos, que cada vez les rompía más por dentro.
—Vamos, más deprisa. —Enoch monitoreaba una clase de spinning y exigía
a sus alumnos más de lo habitual. Necesitaba desahogar su frustración en el
ejercicio, ejercitando más de lo habitual a todos y a él mismo.
Llevaba toda la semana trabajando sin parar, apenas pasaba por casa. Solo
para dormir. Le incomodaba encontrarse con Dafne en las mismas paredes en las
que cohabitaban, con sus pijamas tan sensuales que no hacían más que
acrecentar las ganas de volver a sentirla entre sus brazos. Ella intentaba por
todos los medios entablar conversación, pero él se encargaba de cortarla con
estúpidas excusas que ya comenzaban a agotarla y vería totalmente razonable
que al final lo mandara a la mierda, e incluso se marchara a vivir a otra parte.
En el fondo, era lo que se buscaba.
Se comportaba como un completo imbécil, un cobarde que no dejaba de
pensar en las miradas de decepción de sus padres.
¿Pero por qué debía sentirse culpable? No había cometido ningún delito, solo
enamorarse de su hermana y ni siquiera estaba penado. Sobre todo cuando los
lazos de sangre era a lo que él se agarraba para justificar cualquier tipo de
delito.
La clase terminó y fue a la fuente del gimnasio para beber un poco de agua.
Estaba acalorado y sudoroso.
Una chica que lo frecuentaba a diario se paró a su lado. Se llamaba Esther.
Era una rubia bastante despampanante, con grandes pechos y figura estilizada.
Siempre intentaba entablar conversación con su monitor favorito, y esa vez,
cansado de sus pensamientos, se quedó junto a ella.
—Hoy has estado muy duro, profesor. —Su tono de voz era coqueto. Se
notaba a lo que iba.
—Hay que ser duro —respondió con una sonrisa ladeada.
—Me preguntaba si cuando termines, te apetecería quedar —le soltó sin
remilgos. No parecía mujer de andarse por las ramas.
Enoch miró su reloj y ya había terminado su última clase. Sabía que Dafne
estaba en casa de sus padres hasta después de cenar y llevaba una semana con el
cuerpo caliente a todas horas, y aunque no fuera algo habitual en él, necesitaba
cierto desahogo.
—Me parece bien. Te espero fuera en media hora. —Le guiñó un ojo burlón
y se marchó al interior de los vestuarios a darse una ducha.

No se sentía mejor después de echar un polvo con Esther. La había llevado a
su casa, aun a riesgo de que Dafne apareciera en cualquier momento, y habían
disfrutado bastante, pero no lo suficiente para cambiar sus pensamientos. Se
sentía sucio, como si hubiera engañado a la única persona que le importaba. Pero
no eran nada.
Nada más terminar le pidió que se fuera y él se puso a hacer la cena para no
pensar en lo que acababa de hacer.
Khalessi se sentó justo a su lado en el sofá y alargó la mano para acariciarla.
Dafne se había llevado a Frodo. La gata maulló complacida con las caricias y
ronroneó antes de tumbarse en su regazo.
—Eres una mimosa —sonrió. Jamás había pensado que una mascota pudiera
hacer tanta compañía. Los animales de su hermana daban vida a la casa y le
encantaba tenerlos y ponerse a hablar con ellos. Nunca juzgaban.
La puerta de entrada se abrió dando paso a Frodo que movía la cola contento
al encontrarlo en el sofá. Dafne sostenía a Atenea en sus brazos y con la mano
libre llevaba el carro.
—Hola —saludó de forma seca. Llevaban casi una semana sin apenas hablar
y Dafne comenzaba a cabrearse por su despreció. Odiaba todas las evasivas que
su hermano encontraba para apartarla y la convivencia se le hacía imposible.
Era un maldito cobarde.
—Hola —contestó él.
Puso la comida y el agua de Frodo en el suelo y se quitó la chaqueta antes de
cambiar a Atenea, la cual llevaba llorando desde que había salido del coche.
La limpio rápidamente y la mantuvo en brazos hasta que al fin se cansó. Ya
era hora de que durmiera. Había cenado y el sueño comenzaba a vencerla. Tenía
la misma facilidad que su madre para dormir. Tras media hora, la tumbó en la
cuna y salió al salón. Enoch seguía ahí, miraba la televisión sin apenas prestar
atención. Ella se sentó a un lado y sacó un cigarrillo.
—¿Has vuelto a fumar? —preguntó con el ceño fruncido. Lo había dejado
tras quedarse embarazada, pero esos últimos días tan tensos, habían hecho que
necesitara la nicotina para calmar su humor de perros.
—Un poco —contestó dándole una calada.
Enoch le quitó el cigarrillo de las manos y le dio una profunda calada.
—¿Qué haces?
—Fumar —contestó. Su humor no distaba mucho del de Dafne.
De nuevo se quedó en silencio. Él había probado los cigarrillos en varias
ocasiones, pero nunca llegaba a engancharse del todo. Entendía que fuera una
forma de paliar los nervios, pero aun así el sabor le seguía resultando asqueroso.
Dafne lo miró de reojo y cogió de nuevo su cigarro. Nunca había visto a
Enoch fumar. Ni siquiera creía que lo hubiera probado. Se vanagloriaba de ser
un hombre sano.
—¿Se puede saber qué te pasa? —musitó harta del silencio. Su actitud
distante no hacía más que sacarla de quicio.
—Nada.
Dio la última calada y lo apagó en el cenicero, para seguidamente, coger el
rostro de Enoch con sus manos y obligarlo a que la mirara.
—No soy gilipollas, Enoch. Sé que intentas evitarme, lo que no entiendo es
por qué y ya me estás tocando demasiado la moral.
Enoch fijó la mirada en sus ojos verdes. Desprendían rabia por sentirse tan
desamparada. Buscaba una respuesta que él no encontraba el valor de darle.
Debía reconocer que estaba acojonado. Los sentimientos aumentaban y si antes
había sido incapaz de pararlos, después de lo ocurrido hacía ya una semana, todo
se acrecentaba.
—Lo de la semana pasada, no debió pasar.
—¿Por qué? —preguntó. No soportaba ver en su mirada decepción. De lo
que no estaba segura era si era ella quién lo había decepcionado, o era él quién
estaba decepcionado consigo mismo.
—Somos hermanos.
Dafne no pudo evitar soltar una carcajada sarcástica.
—Realmente no —contestó.
—No puedes decir eso. Solo hace diez meses que sabes la verdad. No tienes
ni puta idea.
—Y tú veinte años. ¿Qué diferencia hay? —preguntó. Dafne lo miraba con
cierto tinte de rabia. No entendía su reacción, ni sus palabras. Ella se había
enfrentado a la realidad de sus conexiones familiares. Enoch, que hacía mucho
más que conocía la verdad, debía hacer lo mismo.
—Mucha, Daf. ¿Qué pensarían de nosotros?
—Me da igual lo que piensen. Yo puedo hacer con mi vida lo que quiera.
Una vez alguien me dijo que escuchara a mi corazón y siguiera a mis instintos.
Esa persona fuiste tú y yo tenía quince años. Tú acababas de acompañarme a por
la píldora del día después tras una noche que no recuerdo en la playa.
Enoch la miró a los ojos sorprendido porque todavía recordara aquella
conversación. Fue después de que lo dejara con Adrián, cuando ella perdió su
virginidad en la playa.
—Solo quiero una explicación. Yo... no entiendo porque llegamos hasta el
punto de acostarnos. De verdad que no. No entiendo las cosas que me pasan por
la cabeza y quiero creer que está mal, pero no puedo. Soy incapaz de negar lo
que me haces sentir.
Le sorprendió su confesión. Era exactamente lo mismo que él sentía. La
diferencia era que él reconocía aquellos sentimientos. Él estaba enamorado, pero
no creía que Dafne sintiera lo mismo. Parecía atracción y eso no lo animaba a
sincerarse del todo.
—Nuestros padres nunca aprobarían esto —añadió sin mirarla.
—¿Por qué?
—¿Hace falta que lo explique? —ironizó y soltó un bufido. Dafne no tenía ni
idea de que él, inconscientemente, le había confesado a sus padres lo que sentía.
Y si lo sabía, lo escondía muy bien.
—No tienen por qué enterarse.
—Mira, Daf, prefiero dejar el tema.
—Estupendo. Pero no te vuelvas a emborrachar como hace una semana,
dices cosas que después no eres capaz de mantener.
—¿Qué quieres decir? —preguntó confuso. No entendía a que venían sus
últimas palabras.
—Algo de lo que veo que no te acuerdas —suspiró—. «Siempre has sido
tú», esas fueron tus palabras.
Se quedó unos minutos pensando en lo que decía y se puso nervioso al no
saber qué había dicho cuando estaba borracho.
¿Se había declarado y era tan imbécil que no lo recordaba?
Podía ser, pero aun así, seguía sin comprender por qué Dafne le presionaba
de aquella forma. Era algo que se había empeñado en esconder porque no creía
que ella pudiera llegar a sentir lo mismo. Era una completa locura de la que
llevaba años culpándose.
Y cada vez era todo más complicado.
Dafne se levantó de su sitio y se fue directa a encerrarse en su habitación.
No era capaz de entender la situación. ¿Qué demonios le pasaba a Enoch?
Parecía desolado, ella intentaba comprenderlo, pero él no la dejaba. Se ocultaba
bajo un muro de piedra inquebrantable. Escondía lo que pasaba en su interior.
Por otro lado, ella no sabía qué sentía.
¿Era atracción y deseo? ¿O se trataba de algo más importante?
Amor.
Por supuesto que sentía amor, quería a Enoch, lo había querido durante toda
su vida, pero no sabía si la sensación que recorría su cuerpo cuando estaba con
él, era de esa clase de amor apasionado, romántico y que llenaba la vida. Un
amor para toda la vida. Jamás lo había conocido. Todas sus relaciones se habían
basado en la atracción y la única duradera había sido la del hombre que le había
dado a su preciosa hija. Y ni siquiera lo había querido. A Enoch lo quería,
mucho, demasiado, pero no era capaz de definir con exactitud de qué forma.
Se tiró sobre el colchón y hundió la cabeza bajo la almohada para intentar
conseguir que todos aquellos pensamientos se marcharan.
No fue para nada efectivo.
Eran imparables.
Capítulo 26


S e despertó para alimentar a Atenea y volvió a dormirla. Miró el reloj y eran


las cuatro de la madrugada. Apenas había pegado ojo y cuando al fin lo había
conseguido, la niña lloró para demandar atención como de costumbre. Amaba a
su pequeña, pero reconocía que echaba de menos dormir las noches del tirón, sin
sustos que acababan por hacer que sus horas de sueño cada vez menguaran más.
Sabía que no podría volver a coger el sueño. Con un impulso desconocido,
en vez de volver a su habitación fue a la de Enoch. Abrió la puerta con cuidado y
lo miró como si fuera una acosadora que espiaba a su víctima. Dormía en
posición fetal con el cuerpo hacia la ventana del fondo, no veía su cara. Se
acercó sigilosa y se hizo un hueco a su lado en la cama y se colocó como él.
Bajo un impulso desconocido, lo abrazó. No sabía la razón, pero solo quería
sentir su contacto, comprobar si de verdad su corazón se aceleraba cuando lo
tenía cerca.
Y así era. Tenía la sensación que en cualquier instante se saldría de su pecho.
Enoch notó un movimiento extraño al lado de su cama y se giró lentamente
cuando unas manos se afianzaron alrededor de su cintura. Con los ojos todavía
entrecerrados, fijó la vista en su acompañante. Dafne lo miraba con rostro
indescifrable. Tuvo ganas de preguntar qué hacía allí, sin embargo su compañía
le deleitaba tanto que prefería disfrutar del momento sin pensar en nada más.
A lo mejor solo soñaba. No sería la primera vez que ella copaba sus sueños y
tras la tensa conversación que habían tenido, deseaba sentir que lo perdonaba de
alguna forma.
Estaba confuso, no sabía qué era lo que ella pretendía. Sus señales no eran
del todo claras. Se había intentado auto convencer de que debía hacer todo lo
posible por alejarse de ella y los sentimientos que guardaba, pero Dafne no se lo
ponía nada fácil. Lo buscaba a cada instante, quería respuestas y él no quería
darlas. Porque si lo hacía, todo se convertiría en algo todavía más real y tenía
miedo de que ambos salieran perjudicados en la reyerta.
—¿Qué haces aquí? —preguntó al fin.
—No lo sé —respondió y se encogió de hombros.
—Daf... ¿qué te ocurre? No entiendo lo que pretendes. Yo... tú... esto no es
posible.
—Me da igual. Solo quiero... solo quiero que me beses. Lo necesito.
Enoch fijó su mirada en sus ojos verdes y suspiró. No había nada más que
quisiera que besarla. Tenía un debate interno que luchaba por mantener a raya.
Pero la razón había volado de su cabeza y poco a poco se acercó a aquellos
labios que lo llamaban a gritos.
Dafne recibió el beso igual que la semana anterior. La suavidad de sus labios
la deleitó y la lucha con su lengua lo hizo más profundo. Lo abrazó con fuerza y
él hizo lo mismo. La agarró de las caderas y se pegó todavía más a su cuerpo.
Estaban en contacto. El abrazo les resultó de lo más placentero a ambos y
cualquier pensamiento que les indicara que lo que hacían no estaba bien, estaba a
punto de desaparecer.
Dafne se subió a horcajadas sobre él sin separar sus labios. Notaba la
erección en su entrepierna. Enoch sentía deseo por ella, tanto, que su parte
racional había desaparecido hasta el punto de tan solo querer vivir el momento.
Le arrancó el fino camisón de un rápido movimiento y la observó de forma
descarada. Su cuerpo era perfecto. Pasó sus manos por las estrías que habían
quedado en su vientre tras el embarazo y Dafne se avergonzó.
—¿Qué pasa? —preguntó con suavidad y una tierna sonrisa, sin dejar el
contacto con sus ojos.
—Nada. —Se apeó para besarlo de nuevo y él continuó con sus caricias, un
tanto avergonzada por qué acariciara sus imperfecciones.
Dafne se sentía querida, aceptada... Enoch la acariciaba con deleite y se
enamoraba cada vez más de toda ella. Ninguno era capaz de parar aquello que
habían comenzado. Pasados unos minutos, él también acabó desnudo y Dafne ya
ni siquiera tenía las braguitas.
—¿Estás segura de hacer esto? —Dafne asintió y lo acalló con un beso antes
de obtener una réplica. Enoch era el que todavía tenía dudas, pero no podía negar
que aquello era exactamente lo que quería.
Siempre lo había querido. Decían que lo prohibido era tentador y él no
conocía nada que lo tentara más que su hermana.
De un movimiento cambiaron de posición. Enoch se encajó entre sus piernas
y la observó desde arriba. Dafne tenía sus ojos verdes clavados en él. Brillaban
tanto como los de él. A pesar de las dudas, era obvio que era algo que ambos
querían hacer. No había tiempo para explicaciones, solo hechos. Enoch la
penetró con suavidad y ambos soltaron un gemido.
Deseaban no tener interrupciones de la pequeña puesto que ninguno tenía
demasiado claro si podrían parar una vez comenzaran. La volvió a besar con
pasión y comenzó con un vaivén lento y sensual que la hacía gemir sin parar.
Dafne llevaba tanto tiempo sin sexo, que no recordaba lo que era sentir placer.
Enoch lo hacía muy bien, sabía cómo moverse para hacerla enloquecer con solo
unos pequeños movimientos y él disfrutaba al observar su rostro contraído por el
placer. Se movía cada vez con más ganas, profundizaba el acto. Dafne apoyó las
manos en la cabecera de la cama y él aprovechó para alcanzar un pezón y
juguetear con su lengua.
—¡Joder! Me estás volviendo loco —gruñó y la besó de nuevo.
Dafne coincidía con él. La volvía loca, loca de placer, de ganas de sentirse
querida, de disfrutar de su sexualidad con alguien que realmente la
comprendiera. Enoch era ese alguien. Era el hombre que más la conocía, quien
más comprendía su carácter. Siempre le había demostrado que estaba a su lado
para lo bueno y para lo malo aunque ella no se dejara ayudar. Y después de
madurar se arrepentía de haberse comportado como una niñata con él. Sabía que
siempre había sido su protector a pesar de que ella lo esquivara.
Enoch se quedó embobado con los ojos verdes que parecía que incluso
pudieran traspasar su alma. La sentía por completo, aquello no era solo un
arrebato de pasión, se decían palabras mudas que solo ellos lograban identificar,
se desvelaban sentimientos ocultos, lazos irrompibles. La besó de nuevo y Dafne
lo rodeó con sus manos acompañándolo en el ritmo que cada vez se volvía más
frenético. En su bajo vientre comenzó a arremolinarse un cúmulo de
sensaciones, y con unos últimos movimientos, consiguió llegar al mejor orgasmo
de su vida.
—¡Oh dios! —gimió en pleno éxtasis.
Enoch acalló sus gemidos con un nuevo beso que sintió tan profundo que
estuvo a punto de desmayarse. Dafne era puro fuego.
Continuó con las embestidas provocando un segundo orgasmo en ella y él se
vació en su interior sintiéndose por primera vez en su vida, completo. Se tumbó
a su lado agotado y la atrajo hasta a él para abrazarla.
Estaba relajado, a gusto, en casa...
Ambos sabían que debían de hablar de lo ocurrido, pero no querían hacerlo.
Solo pensaban en disfrutar de aquellos minutos de relax abrazados como... como
si de verdad pudieran ser una pareja y pudieran dejar atrás la pantomima de
considerarse hermanos.

Dafne se despertó entrada la mañana al escuchar los sollozos de Atenea.
Enoch dormía plácidamente justo a su lado, completamente desnudo y parecía
estar sonriendo. Sonrió un tanto avergonzada al recordar lo ocurrido y se levantó
totalmente desnuda para atender a la pequeña.
—Buenos días mi niña preciosa. —La cogió en brazos y preparó todo lo
necesario para cambiarla.
Tardó una media hora en darle de comer y conseguir que volviera a cerrar los
ojos al menos durante una hora más hasta que la casa cobrara vida de nuevo.
Al volver a la habitación que esa noche había compartido con Enoch, la
situación era exactamente igual. Estaba confusa por los acontecimientos
ocurridos, pero no se arrepentía de nada. Había hecho justo lo que llevaba
queriendo hacer desde hacía más tiempo incluso del que había pensado.
Los sentimientos eran algo confuso. A veces el ser humano cree que siente
una cosa, pero realmente es una mentira que se construye para no abrir de par en
par su corazón. Dafne nunca se había abierto, solo fue consciente de lo que era el
verdadero amor al tener a su hija en brazos. Pero en ese instante, después de ver
el interior del alma de Enoch, comenzaba a encontrar sentido a las cosas que le
pasaban por la cabeza desde hacía años cuando lo tenía cerca. No podría
aventurarse a decir que era amor, pero sí algo muy fuerte que amenazaba con
ocupar parte de su mente, y sobre todo, con acaparar su corazón. Quería tenerlo
cerca, volver a sentirse querida por sus brazos, recordar el sabor de sus dulces
labios y recorrer su cuerpo para memorizarlo con sus manos.
—Eres un pecado andante. —Dafne se sonrojó de inmediato. Había pensado
que estaba dormido, pero solo fingía y desde que había entrado por la puerta y se
había quedado parada observándolo, él la miraba de reojo intentando esconder
una sonrisa.
Dafne volvió a su lado y se tumbó cara a cara con él, ambos de lado, con sus
rostros a escasos centímetros y sus cuerpos desnudos rozándose sutilmente.
—¿Qué vamos a hacer a partir de ahora? —preguntó. No dejaba de darle
vueltas. Sus pensamientos intentaban ponerle una etiqueta a lo ocurrido, pero
nada podía definirlo.
—No lo sé —admitió. Enoch todavía no creía que su mayor sueño estuviera
ahí, junto a él, preguntándole por lo que habían hecho.
Algo que debería estarle prohibido. Era una relación extraña, pero
incontrolable.
—¿Se lo diremos a papá y mamá?
—No creo que lo acepten. —Enoch soltó un suspiro sin dejar de mirarla.
—¿Por qué?
—Ellos saben lo que siento y no están muy contentos.
Su explicación activó todas las conexiones de su cerebro y se puso a pensar
en qué era lo que sabrían y desde cuándo.
—Se me escapó —reconoció sin entrar en demasiados detalles.
—¿Y qué sientes? —le preguntó y alargó su brazo para acariciarle la mejilla
con la mano.
—Daf...
—Quiero saberlo, Enoch. Merezco saberlo... Estoy cansada de mentiras —
suplicó y fijo sus ojos en los de él.
—Amor. Como te dije estando borracho y sin poder recordarlo, siempre has
sido tú —admitió pasados unos segundos. El brillo de sus ojos la deslumbraba.
Dafne no dejaba de penetrarlo con la mirada. Se sentía cohibido. No era la
primera vez que lo confesaba en voz alta, pero sí junto a la persona que quería
que recibiera dicho amor—. ¿Y tú?
—No lo sé, pero siento algo, eso no lo puedo negar —contestó ella sin
ahondar en el asunto. No pudo evitar fijarse en el rastro de duda que recorría la
mirada de Enoch—. ¿Desde cuándo lo saben? —preguntó en referencia a sus
padres.
—Hace una semana, desde el día en que Atenea nos interrumpió y me largué.
Se me escapó de forma inconsciente —reconoció—. Y no se lo tomaron nada
bien.
Tenía grabada en su retina la mirada de decepción de su madre y las palabras
que más lo habían atormentado en esos días, que Dafne ya había sufrido
suficiente. Sin embargo, él no quería hacerla sufrir, todo lo contrario, quería
hacerla feliz.
—¿Por eso me has ignorado estos días? —preguntó con el ceño fruncido. Se
había pasado la semana dándole vueltas al asunto, confusa por no saber qué era
lo que Enoch pretendía. Se había sentido utilizada, dolida y una amalgama muy
extensa de sentimientos que no era capaz de enumerar. Pero sin duda el más
importante: el vacío por no sentir su apoyo.
—Sí. Esto no está bien y lo sabes. Siempre he sabido que no éramos
hermanos de sangre, pero yo para ti sí que lo era. Sabía que esto era una locura
desde el momento en que posé mis labios contra los tuyos. Y no me refiero a
hace una semana, también el día de tu cumpleaños. Para mí no era un juego, era
algo capaz de destruirme.
—Por supuesto que es una locura, pero no creo que esté mal, del todo... —
reconoció y pensó en las últimas palabras de Enoch—. Somos adultos y la
verdad, lo que menos pretendo es destruirte.
—Con los mismos padres —la cortó él.
—Pero adultos al fin y al cabo. Ellos no tienen derecho a decidir sobre esto,
Enoch —contestó con seriedad—. Creo que es algo entre tú y yo. Y a pesar de
que no sé qué va a pasar a partir de ahora, tendrán que aceptarlo.
Enoch no la perdía de vista, la escuchaba con total atención, sorprendido por
la madurez de sus palabras. Había intentado encontrar algo con lo que rebatirla,
pero no podía. Tenía razón. Sus padres, a pesar de que no se lo tomarían bien, no
podían meterse. Era algo que solo les incumbía a ellos. Además, se habían
acostado por un arrebato de pasión, Dafne sentía algo pero no lo tenía claro y él
estaba por completo enamorado. Había muchos frentes abiertos.
—Entonces, ¿puedes explicarme qué ha pasado aquí? Porque te aseguro que
por más que lo pienso, no logro encontrar una explicación razonable. Yo... llevo
demasiado tiempo ocultando lo que siento por ti Dafne, intentando por todos los
medios apartarme, dejarte vivir tu propia vida. Y ahora, de repente, apareces en
mi habitación de madrugada y nos acostamos olvidando la realidad que nos
golpea. Dejando a un lado los lazos familiares que nos unen.
Dafne soltó un suspiro, intentado buscar la respuesta correcta. Ella había
acudido cansada de sentirse ignorada por Enoch, sin ninguna intención oculta,
sin embargo, al tumbarse a su lado y sentir la cercanía de sus rostros, no había
podido evitar comenzar aquello que al fin habían terminado. No podía esconder
lo que eso provocaba en su interior, había sido una de las mejores noches de su
vida, se había sentido como una princesa, amada, querida... una sensación tan
desconocida para ella en las relaciones, que solo quería sentir eso todos los días.
¿Y si de verdad Enoch era esa persona de la que todos hablaban? ¿Su otra
mitad?
—Solo quería que no me ignoraras. Llevo una semana intentando acercarme,
queriendo recibir una explicación a lo que ocurrió y fue mirarte y... me dejé
llevar. Sin embargo, algo aquí —puso su mano en el corazón— me dice que me
mantenga a tu lado. Que me salte las normas si hace falta.
—¿De qué forma? —preguntó con voz tensa y un rastro de esperanza.
—De la que sea. Saltármelas sin importarme lo que el resto del mundo opine.
Creo que... te necesito más de lo que creo. Te quiero a mi lado siempre, Enoch.
Y... ¡joder! Esto se me da fatal.
Enoch sonrió y la acalló con un beso que ella recibió gustosa. Había ansiado
volver a probar esos labios desde que había vuelto de atender a Atenea.
—Pues entonces, dejémonos llevar y que pase lo que tenga que pasar.
Capítulo 27


E l sonido del timbre los sacó de su estado de arrumacos. Dafne se levantó


todavía desnuda y fue a su habitación a por un batín mientras Enoch se vestía e
iba a abrir la puerta.
—¿Mamá? ¿Qué haces aquí?
Estefanía estaba al otro lado de la puerta con rostro tenso. Enoch no había
hablado con ella desde su desliz sobre por quién latía su corazón.
—¿Dónde está Dafne?
—Aquí estoy. ¿Qué pasa? —preguntó la aludida un poco más adecentada,
pero sin poder esconder la tonta sonrisa de su rostro. Sin embargo, se le pasó de
inmediato al ver el rostro de su madre.
—Será mejor que nos sentemos.
Dafne cogió a Khalessi entre sus brazos y se sentó en el sitio que segundos
antes la gata ocupaba.
—Mamá, me estás preocupando. Habla ya —urgió segundos después. Enoch
se mantenía en pie alejado unos centímetros, acariciando el hocico de Frodo que
demandaba un poco de atención. Ambos temían que hubiera aparecido para
hablar de lo que pasaba entre ellos.
Sin embargo era imposible. Estefanía ni siquiera sospechaba que Dafne
pudiera sentir algo por Enoch.
—Tu madre biológica ha muerto. Me ha llamado el agente Garrido esta
mañana. Lo siento mucho, hija.
Dafne quiso sentir algo de pena, pero desgraciadamente no le salía. No había
tenido ningún tipo de conexión con esa mujer en años y su muerte solo era el
final de un capítulo de su vida que ojalá jamás hubiera sido escrito.
—¿Y por eso tienes esa cara? —preguntó con sorpresa.
—Creí que...
—¿Que me afectaría? —preguntó arqueando una ceja—. Siento ser tan fría,
pero no. Esa mujer jamás podría ganarse mi cariño y no solo por abandonarme,
sino por las palabras que me dijo hace unos meses. Nunca he tenido relación con
ella y muerta al menos sé que no aparecerá para destruir mi vida una vez más.
Cumplió su cometido de contarme la verdad, creo que eso es lo único que le
puedo llegar a agradecer.
—Cariño… —Estefanía le dio un fuerte abrazo, orgullosa de ella. Dafne
había cambiado en ese tiempo, ya no era la niña que un día fue—. Aunque fuera
una mala mujer, era tu madre.
—Lo sé, pero no puedo sentir pena por alguien a la que apenas conozco,
mamá.
Estefanía se quedó allí durante parte de la mañana en un intento de encontrar
algo en su hija que le dijera que la noticia la había entristecido. Jugó con Atenea
mientras Dafne recogía las cosas para no pensar demasiado.
En el fondo sí sentía un pinchazo de pena en su pecho, pero era más sencillo
obviar que la persona que la había traído al mundo había desaparecido. Sin
embargo, si ella no se hubiera presentado el día después de su cumpleaños, su
vida sería completamente distinta en aquellos instantes. A pesar de haber sido el
año más duro de su vida, saber quién era en realidad, había abierto puertas más
que cerrado, y la prueba estaba en los sentimientos que comenzaban a emerger
de su corazón.
—¿Estás bien? —Enoch se acercó a sus espaldas mientras recogía los platos
del lavavajillas.
—Sí. No te preocupes —respondió con una sonrisa y se dispuso a cambiar de
tema—. Mamá no te ha dirigido la palabra.
No se le había pasado por alto que ni siquiera lo había mirado. Cuando
Enoch le contó que sabía lo que él sentía, creyó que quizás había exagerado su
relato. Pero al parecer no. No aceptaban la verdad y eso sí que conseguía
entristecerla.
—Lo sé —suspiró.
Dafne le dio un abrazo y le dio un beso rápido en los labios sin importarle
que su madre estuviera a escasos metros.
—Me da igual lo que digan o piensen, es nuestra vida. —Enoch asintió no
muy convencido y se separó.
Estefanía entró con la pequeña en brazos y miró a su hijo con el ceño
fruncido. No se le había pasado por alto la actitud de ambos, pero no quería
comentar nada sin saber si eran ciertos sus pensamientos.
—¿Puedo hablar contigo? —preguntó.
Dafne aprovechó para coger a Atenea y la llevó a su cuarto para darles
intimidad.
—¿Qué quieres?
—Espero que nos hagas caso hijo. —Enoch se fijó en su rostro y le dio la
sensación de que sospechaba algo de lo que había ocurrido entre ellos.
—¿Sobre qué? —Se distrajo terminando de recoger y no la miró a la cara.
Estefanía lo obligó a girarse y vio preocupación en sus ojos.
—Lo sabes a la perfección.
—Mira mamá, soy adulto. Sé perfectamente que quieres lo mejor para tus
hijos, pero estoy cansado de engañarme a mí mismo una y otra vez. Hay cosas
que no se pueden detener.
—Está sí. ¡No puedes estar enamorado de tu hermana! —alzó la voz. Si su
madre supiera todo lo que había ocurrido entre ellos durante la última semana,
pondría el grito en el cielo—. Es una completa locura. Os habéis criado juntos.
—¿Crees que no lo sé? —contestó—. Somos adultos, no tendrías que
meterte en esto porque se trata de nuestras vidas, no la tuya.
—Por supuesto que sí. Es algo que nos incumbe a todos —replicó.
—No tienes razón, mamá. En esto no.
—¿Por qué? —se cruzó de brazos.
—¿A caso tú eres capaz de esconder los que sientes por papá? —Ella negó
—. Pues ahí tienes tu respuesta.
—Tienes veinticuatro años, hijo. Seguro que encontrarás a alguien de la
misma forma que yo encontré a papá.
Quiso responder que ya había encontrado a esa persona, pero se lo guardó
para sí mismo. No quería seguir con aquella conversación que nada más hacía
que confundir todavía más sus pensamientos.
Estefanía bufó cansada. Carlos y ella habían pasado la semana pensando en
el tema. Ambos sabían que Enoch tenía razón, pero no les entraba en la cabeza la
idea de que su hijo estuviera enamorado. Nunca habían visto a Enoch
enamorado, quizá sus sentimientos eran confusos porque Dafne era una chica
preciosa. Preferían mentirse diciendo que solo era atracción, pero aún así la idea
continuaba sin hacerles gracia.
—Y ahora, si no tienes nada mejor que decir, será mejor que te marches. No
quiero seguir hablando del tema.
Enoch se marchó de la cocina y vio de refilón a Dafne al fondo del salón.
Sospechaba que había escuchado parte de la conversación. Se encerró en su
habitación y Dafne aprovechó para acercarse a su madre, quien ya recogía sus
cosas para marcharse.
—Ya me voy. Cualquier cosa me llamas —le dio un beso a su pequeña y a
ella y se marchó en silencio sin comentar nada al respecto.
A continuación entró en la habitación de Enoch y lo encontró tumbado en la
cama.
—¿Lo has escuchado verdad? —Ella asintió—. Pues así están las cosas. Si le
llego a decir lo que pasó anoche...
—Quizás es mejor mantenérselo ocultó durante un tiempo. Aun así repito,
quiero intentarlo, Enoch. Me da igual lo que ella piense.
—Todo sería más sencillo si tú me mandaras a la mierda.
—Es cierto, pero qué sería de la vida sin un poco de aventura —sonrió y él
no pudo evitar devolverle la sonrisa.
—Estás loca.
—Es probable, pero me da igual. Podemos hacer con nuestra vida lo que nos
plazca.

.
Llevaban una semana de lo que parecía estar convirtiéndose en una relación.
La convivencia no había cambiado un ápice, solo los gestos, las caricias
prohibidas y las sonrisas ladeadas que pasaban el día repartiéndose como dos
adolescentes incapaces de mantenerse alejados unos metros.
Enoch pensaba que todavía dormía y todo lo que llevaba pasando en esa
semana era un sueño, el mejor de su vida. Todavía no era consciente de lo que
ocurría. Tenía a Dafne a su lado y le correspondía. Ambos se adentraban en una
aventura emocionante, con muchos sentimientos de por medio y ganas de ser
felices sin importar las consecuencias.
—¿Vienes esta tarde al parque? —preguntó Enoch. La rodeó por la espalda y
le dio un tierno beso en el cuello.
—Supongo. Sara irá y tiene ganas de ver a Atenea. La echa de menos —
sonrió.
Ni siquiera su mejor amiga sabía lo que había ocurrido con Enoch. Durante
las últimas semanas le había preguntado sobre el tema y ella cambiaba
rápidamente de derroteros para no delatar la ilusión que llevaba absorbiéndola
durante esos días.
—La enana se hace querer.
—Mi hija me ha quitado el puesto de enana oficial.
—Por supuesto que no, pero ella es enana de verdad y se ha convertido en
otra de mis devociones —admitió. Tener a su sobrina en casa le encantaba,
estaba enamorado de la pequeña y adoraba darle de comer y acompañar a Dafne
en sus tareas de madre. Era algo a lo que podría acostumbrarse.
Dafne se giró y le dio un beso en los labios y luego saltó y rodeó las piernas
alrededor de sus caderas. Enoch la sostenía por el trasero.
—¿Y yo que soy?
—La enana que me trae de cabeza a todas horas y que me mete en líos.
—¡Oye! —Le dio un golpe en el hombro y fingió sentirse ofendida—. Yo no
soy la que lleva escondiendo lo que siente tantos años, por mí lo gritaría a los
cuatro vientos.
—¿El qué?
—Pues que estamos juntos —respondió como si fuera lo más obvio.
—¿Estamos juntos, o solo estás con mi cuerpo? —se burló. Pero en el fondo
ese miedo ocupaba parte de su mente. No sabía hasta qué punto llegaban los
sentimientos de Dafne. Tampoco parecía muy dispuesta a decírselo por el
momento.
Seguía siendo esa joven alocada que solo pretendía dejarse llevar y eso a él
lo enloquecía.
—Con ambos. Hermanito, estás muy bueno y... —acercó su boca al oído de
Enoch y susurró— follas de miedo.
Enoch soltó una carcajada.
—Estoy de acuerdo en todo, pero no me llames hermanito, enana —
respondió—. Me hace sentir raro.
Dafne bajó y lo miró a los ojos.
—Deja de darle vueltas. —Llevaba toda la semana intentándolo convencer
de que no se preocupara. Le daba igual lo que aquello le pareciera al resto, solo
quería disfrutar.
Las pocas veces que habían salido juntos a la calle, ella no se ocultaba en
ningún momento. Lo cogía de la mano, lo pillaba desprevenido y lo besaba.
Hacía lo mismo que cualquier pareja, a pesar del riesgo de que algún vecino les
pillara. A ella no le importaba, pero Enoch era otro cantar.
—Sabes que no puedo.
—Pues deberías hacerlo. Se vive mejor sin ese tipo de preocupaciones.
Ella ya tenía suficiente con pensar en el padre de su hija y los problemas que
le podría acarrear. No quería comerse la cabeza por cosas en las que nadie
debería meterse.
La tarde llegó más deprisa de lo que pretendían. Cuando Atenea les dejaba,
se convertían en inseparables e incluso resultaban un tanto empalagosos. Dafne
se vistió con un vestido que se ceñía a su cintura, con una falda de caída holgada
y una finas medias color piel. De zapatos, a pesar de ir a un parque lleno de
arena, escogió unos con un poco de tacón. Como salía tan poco, se esforzabas al
máximo en arreglarse aunque solo fuera a la vuelta de la esquina.
Enoch la esperaba con Atenea preparada en el carro y Frodo atado con su
correa. Salieron juntos y en menos de diez minutos llegaron al parque. Sara y
Cova ya estaban ahí y ambas se lanzaron a por la pequeña.
—Sois unas ladronas —bromeó—. Al menos podríais saludarme.
—Hola Daf —dijeron ambas al unísono y Sara hizo que Atenea hiciera el
gesto de saludar. Dafne negó con la cabeza divertida.
A los pocos minutos se unieron David y Alex con su perro y, chicos y chicas
comenzaron a hablar de forma animada hasta que aparecieron Adrián y Manu
para caldear el ambiente.
—¡Joder! —gruñó Dafne.
—Tranquila —susurró Enoch. Tenía una conversación pendiente con Manu y
como tuviera intención de acercarse a Dafne, llegarían a las manos.
Manu miró a su ex y a su hermano. Dafne lo miraba malhumorada, con asco
y Enoch parecía furioso.
Sin ni siquiera saludar se sentó a su lado y Enoch lo fusiló con la mirada.
Tenía los puños apretados y muchas ganas de estampárselos a aquel indeseable.
—Por la mirada que me echa tu hermanito, le contaste mi visita.
—Pues sí. Lo sé todo, y tienes suerte de que no te parta la cara ahora mismo.
Dafne le agarró la mano y se la apretó para que se tranquilizara. Lo que
menos quería era una pelea.
—Yo solo quiero que se reconozca que es mi hija.
—No lo es. Tú nunca serás su padre —respondió Dafne. Sus amigos se la
quedaron mirando. Todos habían sospechado desde el principio, pero Dafne en
ningún momento había esclarecido quién era el padre. Solo Sara lo sabía y
observaba la escena con el corazón encogido mientras Atenea jugueteaba con su
mano.
Ahí olía a problemas.
Antes de que Enoch tuviera la oportunidad de darle un puñetazo, Dafne se
levantó y arrastró del brazo al imbécil de Manu para dejarle las cosas claras de
una vez por todas, alejados de las miradas de todos.
—¿Qué coño quieres, zorra mentirosa? —gruñó malhumorado.
—Lo único que quiero es que te pires y me dejes en paz. No te acerques a
nosotras. Es lo único que quiero.
—¿Ahora me vas a prohibir reunirme con mis amigos? —contestó con
incredulidad.
—¿Amigos? —rio sarcástica—. Ellos no son tus amigos. Tú único amigo es
ese gilipollas de Adrián, el cual te deja tirado cuando os metéis en líos. El resto
no te soporta y lo sabes —escupió con saña—. Podría haberte denunciado el otro
día y no lo hice, pero no me pongas a prueba.
—Oh vamos, Daf. —Manu alargó una de sus manos e intentó acariciarla,
pero Dafne se apartó—. Te echo de menos. Tú me importabas.
—Solo te importaba tenerme en la cama, no mientas. Al igual que esa era la
misma cosa por la que yo te aguantaba. Ahora solo me das asco. —Lo miró a los
ojos y vio en ellos exactamente la misma mirada que aquel día en su casa. Iba
colocado hasta las trancas—. Te estás echando a perder tú solo, no quiero que mi
hija crezca con alguien como tú a su alrededor.
Se giró dispuesta a marcharse con el resto y Manu la agarró del brazo con
fuerza.
—Suéltame.
—No me sale de los huevos.

Enoch esperaba impaciente a que Dafne volviera. Se había llevado a Manu a
un punto del parque que no lograba ver desde ahí. Estaba nervioso, no quería que
estuviera a solas con ese energúmeno. Se levantó a pesar de que sus amigos le
aconsejaron que era algo que debían arreglar ellos solos, pero después de lo
ocurrido hacía una semana, no pensaba esperar a que ocurriera una tragedia.
Giró la esquina hasta escuchar las voces y corrió al escuchar a Dafne alterada.
—¡Manu suéltame joder! ¡Me haces daño!
Dafne intentaba huir pero Manu le retorcía el brazo con fuerza.
—Te voy a quitar a tu hija. ¡También es mía!
Dafne tembló ante la amenaza. Las lágrimas comenzaban a acumularse en
sus ojos y el dolor de su brazo no ayudaba a que se calmara. Manu tenía un
nuevo carácter desconocido para ella, era agresivo. Completamente aterrador.
Intentó darle una patada, pero él le giró el brazo con más fuerza hasta que por
detrás algo impactó en la cara de su agresor y el agarre desapareció de
inmediato.
Hasta que Manu no estuvo tirado en el suelo, no se dio cuenta que Enoch lo
tenía inmovilizado y no dejaba de golpearle.
Tras el shock reaccionó y se acercó a ellos, Manu intentaba golpearle, pero
Enoch tenía bastante más fuerza y sus reflejos eran mayores.
—¡Enoch para! —rogó y puso la mano en su hombro, pero Enoch continuó y
le dio otro puñetazo en la cara. Su nariz sangraba y Manu no tenía oportunidad
de defenderse del ataque. La rabia poseía su cuerpo—. ¡Enoch! No merece la
pena, por favor, Simba.
Enoch reaccionó a la voz de Dafne y paró el ataque. Manu no se movía. Se
aseguró que no tuviera intención de volver a atacarlo y lo dejó tirado en el suelo.
Se levantó y miró a su hermana con cierta pena y rabia mezcladas.
—Voy a llamar a la policía, Daf. Debes denunciarlo.
Dafne asintió poco convencida. Seguía un tanto asustada y no ayudaba sentir
el nerviosismo de Enoch. La situación le parecía del todo surrealista.
Enoch se fijó en Dafne. Temblaba un poco y se mantenía unos metros
alejada. Con la adrenalina todavía por sus venas, se acercó con lentitud a ella y
la abrazó. Dafne abrió la veda de las lágrimas y se dejó consolar. Necesitaba
sentir la calidez de sus brazos, el apoyo de la persona que más necesitaba.
Jamás había pensado que la situación con Manu pudiera haber acabado de
aquella forma. Ese no era el chico que ella había conocido. Nunca había sido
demasiado cariñoso, tenía una vida más bien oscura, pero las drogas lo estaban
convirtiendo en alguien distinto. Agresivo. Seguía sin entender el por qué de su
actitud.
Aún en los brazos de Enoch, escuchó como sus amigos se acercaban. Adrián
fue a socorrer a un malherido Manu y Sara se acercó con Atenea en brazos a
Dafne y Enoch.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó y miró a Enoch y Manu una y otra vez.
—Llamad a la policía —pidió Enoch—. Habrá que resolver esto por las
malas.
Adrián ayudó a Manu a levantarse y cuando intentó llevárselo de ahí, David
y Alex lo pararon.
—Ni se os ocurra marcharos —exigió David.
—Oye tío, le ha metido una buena. Tiene que descansar.
—¡Y una mierda! —añadió Enoch todavía con Dafne entre sus brazos—. Os
vais a quedar aquí hasta que venga la policía.
—La pasma no, joder —gruñó Manu a duras penas. Enoch se separó de
Dafne y se acercó a Manu.
—Te lo has ganado a pulso, gilipollas.
Capítulo 28


L a policía apareció en menos de media hora, junto a una ambulancia que


atendió a Manu, para seguidamente y tras curar sus heridas, llevarlo hasta la
comisaría. Sara se llevó a Atenea y a Frodo a su casa junto a David y dejó que
los hermanos fueran con los agentes para poner la pertinente denuncia.
—¿Estás bien? —Enoch le dio un beso en la frente y Dafne asintió. Todavía
seguía un poco nerviosa, pero con él a su lado todo parecía más fácil.
En la comisaría tuvo que enfrentarse a la mirada de Manu y Adrián que los
observaban a ambos desde el otro lado mientras ponían la denuncia. Dafne
quería que no se acercara a la pequeña ni a ella, pero sin pruebas sobre violencia
era algo complicado. Sin embargo, los antecedentes de Manu era algo que sí
tenía a su favor, llevaban varias semanas buscándole y la denuncia al menos
ayudaría a que lo tuvieran un par de días retenido.
—Por ahora es lo único que podemos hacer, señorita —indicó el agente—.
Ante cualquier indicio de querer acercarse, póngase en contacto con nosotros.
Pero le recomiendo que trate esto con un abogado para que usted tenga todos los
derechos sobre la pequeña.
—¿Podría quitármela? —preguntó asustada. Enoch le apretó la mano para
darle ánimos.
—Lo dudo. Usted siempre tendrá la ventaja y no creo que el señor Manuel
sea alguien con recursos para tener un abogado decente que gane algo así. —El
agente sonrió burlón para apaciguarla y Dafne se quedó un poco más tranquila.
—Gracias por todo, señor agente —agradeció Enoch y se levantaron.
Salieron cogidos de la mano. En la puerta de la comisaria, Adrián,
acompañado por Manu y vigilados por dos agentes, fumaban un cigarrillo como
si allí no hubiera pasado nada.
Dafne se fijó en el moratón que comenzaba a aparecer en el ojo de Manu y
no sintió ni un ápice de pena. Como bien había dicho Enoch, se lo había ganado
a pulso.
—Me vas a arruinar la vida —le dijo Manu con enfado.
—Te equivocas —contestó—. Te la estás arruinando tú solo.
Cogió a Enoch de la mano y el gesto no se le pasó por alto a ninguno de los
dos. Ya estaban dispuestos a marcharse cuando escucharon la sardónica
carcajada de Manu.
—Me lo imaginaba. Los hermanitos inseparables no han podido resistir la
tentación de follar.
Enoch fue quién se giró y lo apuñaló con la mirada.
—¿Alguna objeción?
—Ninguna.
—Ahora entiendo sus celos cuando éramos unos críos —se burló Adrián,
quién siempre había sospechado que la relación de ambos iba más allá de lo
fraternal.
—Creo que ya tengo nuevo apodo para ella, la zorra folla hermanos —
añadió Manu.
Enoch se abalanzó sobre él para darle un nuevo puñetazo, pero los policías
que los escoltaban le pararon.
—Señor, es mejor que no lo haga —le recomendó el agente.
Dafne lo miró para que se detuviera y sin contestar a las palabras de aquellos
dos, al fin se marcharon.
Solo quería cerrar ese capítulo de su vida. Olvidar que alguna vez había
tenido algo en común con aquellos dos que no merecían ni un segundo de su
tiempo, y comenzar de nuevo al lado de la única persona que de verdad la
comprendía.
El viaje a casa lo hicieron prácticamente en silencio. Dafne llamó a sus
padres para contarles lo ocurrido e hizo que no se preocuparan demasiado, que
ya lo había medio solucionado y que esperaba que los agentes hicieran bien su
trabajo. Le hicieron prometer que siempre que Manu intentara acercarse a ella,
ellos lo supieran. Estaban preocupados porque el padre de la niña se comportara
de aquella forma. No querían más problemas.
Al llegar a casa, David y Sara cuidaban de la pequeña. Estaban en el sofá
jugando con ella y Atenea sonreía y hacía gorgoritos.
—¿Cómo ha ido?
Enoch fue el encargado de explicarlo todo. Los ánimos estaban de capa
caída. Los nervios afloraban en todos y no había sido una situación agradable
para nadie. Dafne fue a por alcohol y una gasa y limpió los nudillos
ensangrentados de Enoch.
—Lo siento mucho —se disculpó. En ningún momento había pensado que al
llevarse a Manu para hablar de forma civilizada, la cosa hubiera acabado en una
pelea.
—No tienes que disculparte. Te dije que quería darle una paliza, y aunque no
le he desfigurado la cara, me he quedado muy a gusto —dijo con voz tensa.
Sara y David miraban a la pareja un tanto tristes. En el fondo Dafne se había
buscado muchas de aquellas cosas. Ella mejor que nadie sabía que había cosas
que era mejor no esconder. A ella le habían escondido su procedencia y casi con
ello consiguió apartarse de su familia. Esconderle el embarazo a Manu también
había sido un error y se arrepentía. Quizás hubiera sido mejor decírselo, pero
convencerle de que se desentendiera. Las cosas hubieran sido mucho más
sencillas.
Enoch alzo el rostro de Dafne por el mentón y vio la tristeza de sus ojos.
—Deja de preocuparte, yo siempre estaré contigo. —Acercó su rostro y le
dio un beso en los labios sin ser consciente de que tenían a dos visitantes.
—¿Qué demonios ha pasado ahora mismo? —exclamó Sara con la boca
abierta.
Enoch se sonrojó al darse cuenta y Dafne no pudo evitar soltar una carcajada.
—Algo que lleva pasando desde hace unos días, amiga.
—¡No puede ser! ¡Me has quitado a Enoch, arpía! —dramatizó e hizo reír a
todos los presentes.
—Lo siento, Sarita, lo nuestro no habría tenido futuro —contestó el aludido
con una sonrisa—. Pero como dice Nala, sí, lleva pasando unos cuantos días.
—Enhorabuena —los felicitó David.
Sara cogió a su amiga de la mano y se la llevó a la cocina para tener un poco
de intimidad.
—¿Por qué coño no me lo has contado? —preguntó sorprendida. Lo último
que conocía era que se habían medio acostado.
—Porque esto es solo el principio, Sara. Hay demasiadas cosas que pueden
salir mal —admitió.
—¿Pero le quieres? —preguntó a sabiendas que su amiga era un tanto torpe
para reconocer sus propios sentimientos.
—Mucho, pero todavía no sabría decirte de qué forma. Quiero estar con él.
Sé que es mi supuesto hermano, pero creo que le necesito.
Sara estudió su respuesta con el ceño fruncido.
—¿Y lo saben vuestros padres? —Negó y soltó un suspiro.
—Es complicado y ahora no me apetece hablar de ello. Ha sido una noche
horrible.
—Está bien. Pero que conste que estoy cabreada porque no me lo hayas
contado —se cruzó de brazos con un puchero en sus labios y Dafne no pudo más
que sonreír.

Mientras Dafne preparaba algo para cenar, Enoch se metió en la ducha.
Todavía seguía tenso tras la pelea. No le hacía demasiada gracia que Adrián y
Manu supieran que estaba con Dafne, y menos que la insultaran de forma tan
abierta. Había sido un día para olvidar, de esos en los que piensas que lo mejor
hubiera sido no haberse despertado.
Un día que había comenzado entre mimos y arrumacos, había terminado en
peleas e historias de las que era difícil deshacerse.
Desde que comenzaran su pequeña relación, todas las noches dormían juntos.
Esa noche Enoch apenas fue capaz de conciliar el sueño. Dafne dormía
profundamente y se la quedó mirando. Su respiración acompasada hacía que el
cabello que caía por su cara se meciera con el aire. Acarició su mejilla y soltó un
suspiro.
—¿Por qué las cosas no pueden ser más sencillas? —preguntó en voz alta.
Desearía poder ser libre al fin, vivir su relación como cualquier otra pareja. A
Dafne no le importaba salir a la calle, cogerle de la mano y besarlo en público,
pero a él sí. Sospechaba que algunos vecinos murmuraban, tenía la paranoia de
que les seguían los pasos y era una sensación que no le gustaba demasiado. No
sabía durante cuánto tiempo la aguantaría.
Quería estar con Dafne, por supuesto, pero las dudas atolondraban su mente
y no era capaz de disfrutar de verdad.
—¿Qué pasa? —Dafne se despertó al escuchar un murmullo de Enoch y lo
encontró con la vista fija en ella.
—Nada, vuelve a dormir —le dio un beso en la frente y la acarició hasta que
volvió a conciliar el sueño.

Era domingo y sus padres los habían invitado a comer. Hacía tres días que
había ocurrido lo de la pelea y desde entonces Enoch pasaba la mayor parte del
tiempo pensativo. Dafne intentaba conseguir que hablara, que se desahogara con
ella, pero se escondía bajo una falsa sonrisa y le decía que no pasaba nada. A
veces le entraban ganas de zarandearle por no abrirse. Ella intentaba por todos
los medios ser sincera, pero el helor que comenzaba a instalarse de nuevo en
ellos, la entristecía.
Llegaron a casa de sus padres en silencio. El ambiente allí no fue mejor. A
pesar de que Atenea estuviera allí con ellos y sus abuelos disfrutaran de su nieta,
el ambiente era tenso. Tras la comida y con Atenea dormida en la antigua
habitación de Dafne, Estefanía y Carlos los hicieron sentarse en la mesa del
salón para hablar. A Dafne le recordó a cuando era una adolescente, su padre
tenía la misma mirada que cuando le daba aquellos interminables sermones.
—¿Qué pasa entre vosotros? —preguntó con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa de qué? —contestó ella.
—Mira hija, somos todos lo bastante mayorcitos para dejarnos de rodeos.
Creo que los dos sabéis perfectamente a qué me refiero. Vuestra relación.
A Dafne no le sorprendió su respuesta y miró a su padre directamente a los
ojos. Enoch sin embargo, se abstuvo de hablar y escuchaba la conversación con
la cabeza agachada.
—Pues sí, mamá, tenemos una relación.
—Te dije que te olvidaras del tema, Enoch —lo riñó Estefanía como si lo
ocurrido se tratara de una travesura de un niño de tres años.
—No es algo en lo que te puedas meter. Solo nos concierne a ambos —
añadió Dafne un tanto malhumorada. Estefanía la miró a ella con incredulidad.
—¡Sois hermanos!
—No lo somos, joder. Es nuestra vida. ¡No tenemos la misma sangre aunque
hayáis intentado hacerme creer lo contrario durante años!
Carlos se mantenía al margen y escuchaba a sus dos mujeres. Dafne se
enzarzó en una pelea verbal con ambos y discutió durante más de un cuarto de
hora sobre el por qué no debían meterse. Parecía que de los cuatro, la única
razonable fuera ella. Quizá su vida había cambiado tanto en tan poco tiempo,
que su forma de verlo todo era indicada para dejarse llevar y pensar poco, pero
tenía claro lo que quería. Y lo que quería era estar con Enoch. Este, sin embargo,
no abría la boca.
—¿No piensas decir nada? —le exigió.
—Ya lo estás haciendo tú por mí.
Su contestación no le hizo ni puñetera gracia.
—Esto es algo pasajero, niños. Deberíais buscar a otra persona con la que
compartir ese grado de intimidad —repitió Carlos por enésima vez.
—Ya veo. —Dafne negó con la cabeza y añadió—. Os importan una mierda
los sentimientos de vuestros hijos. Genial. Preferís que sean infelices, a que os
juzgue el vecindario. Pero os diré una cosa, hay cosas que ni siquiera vosotros
sois capaces de impedir.
Se levantó y fue a su habitación en busca de Atenea y la metió en el carro.
—¿Vienes? —le dijo a Enoch. Asintió poco convencido y se marcharon de
allí sin despedirse de sus padres.
—No me puedo creer que hayan dicho todo eso. ¡Son idiotas! —gruñó a las
puertas del edificio—. Y tú eres otro idiota por no decir nada —le recriminó.
—¿Qué querías que dijera? Ya te has encargado tú de decirlo todo —contestó
con ironía.
Dafne frunció el ceño y fijó su mirada en él.
—¿Se puede saber qué te pasa?
—Lo que pasa es que no soporto ser el centro de atención y esto, lo que
tenemos, ahora se ha convertido en las habladurías del barrio.
—¿Y eso te importa? —dijo con incredulidad. Enoch debía estar
acostumbrado a ser el centro de atención. Había sido popular en el instituto, el
chico por el que todas las mujeres babeaban y los hombres querían ser su amigo
fiel. Le caía bien a todo el mundo.
—Pues sí. Me importa. Al igual que me importa lo que opinen papá y mamá.
¡Tienen razón! ¿Qué pasará si esto sale mal? Tendremos que vernos a diario
porque somos hermanos y te recuerdo que vivimos en el mismo piso. Esto se nos
está yendo de las manos y llegará un punto en el que no podamos pararlo. No
quiero que nos destrocemos el uno al otro y me parece que va a ser algo
inevitable —se desahogó—. Esto solo es atracción física y alguno de los dos
caerá en el amor y ya nada podrá detener el desastre —mintió como último
recurso. Su intención era apartarla y sabía que aquellas palabras habían
ocasionado algo en su interior.
Llevaba tantos días dándole vueltas a aquello, que soltarlo era una enorme
liberación, aunque todo fuera mentira.
Dafne no daba crédito a las palabras de Enoch. Con ello solo le demostraba
el poco valor que parecía tener. Ella quería arriesgarse. Por supuesto que tenía
miedo porque no era capaz de reconocer la totalidad de sus sentimientos, pero
era pronto. A pesar de llevar toda una vida juntos, como pareja solo llevaban una
sola semana y no había habido tiempo para conocerse de verdad.
—Tú ni siquiera sabes que sientes por mí y no quiero empezar algo para
después llevarme el chasco.
—¿Qué quieres decir? Dijiste que siempre había sido yo, que sentías amor
—dijo con la lagrima a punto de asomar. Todo aquello sonaba a una cobarde
despedida.
—Que es mejor dejarlo estar. Las cosas son demasiado complicadas. No
puedo dejar de pensar en el futuro y sé que salga bien o mal, vamos a tener que
estar juntos. Y antes de que esto crezca todavía más, es mejor pararlo —susurró.
Su mirada se perdía a lo lejos.
—Perfecto —contestó con ironía—. Haz con tu vida lo que quieras, eres
libre, hermanito. Así te quitas dos complicaciones, la de estar conmigo y cuidar
de un bebé.
Capítulo 29


A l volver a casa, Enoch se encerró en su habitación y llamó a David para


pedirle un favor.
Sentía que el mundo se le caía encima. Escuchaba en la otra habitación los
sollozos de Dafne y él había sido el único culpable. Sin embargo, tras la charla
de sus padres, un impulso le había llevado a hacer algo de lo que ya se
arrepentía. No quería hacerle daño a Dafne y lo había hecho, y con ello también
se había destrozado a sí mismo.
David aceptó lo que su amigo le pedía y metió en la mochila de su gimnasio
algo de ropa y salió por la puerta sin despedirse de Dafne.
—Tío, esa cara no me gusta —musitó David en cuanto Enoch traspasó la
puerta de su casa.
—Gracias por dejar que me quede aquí unos días. No sabía a dónde ir.
—Somos colegas, sabes que puedes contar conmigo, pero debes explicarme
qué ha pasado. Ayer todo estaba bien y hoy...
—He dejado a Dafne —admitió con un suspiro.
Lo invitó a entrar y dejó su mochila en el cuarto que ocuparía. David sacó
dos cervezas de la nevera y se sentaron en el sofá para charlar.
Enoch comenzó por el principio, por todos los pensamientos que habían
cruzado por su cabeza desde que había emprendido la aventura de una relación
con Dafne. Desde el inicio había tenido dudas y miedo, mucho miedo. Dafne
sabía que él la quería, que estaba enamorado, pero él no podría asegurar que ella
sentía lo mismo a pesar de que había admitido que sentía cosas. Para seguir,
aquella respuesta en realidad no era suficiente, pero había querido intentarlo de
todos modos. No había nada que quisiera más que estar con ella y valía la pena
arriesgarse.
Pero perder su corazón en el intento, no era algo agradable.
David escuchaba la historia de la charla con sus padres sin interrumpir a su
amigo. El día de la pelea con Manu, cuando después fueron a su casa y
confesaron, había visto el brillo en los ojos de ambos. Estaban conectados, pero
la desolación de la que estaba siendo presa su amigo, parecía quitarle cualquier
idea romántica de su cabeza. Y si bien era cierto que era mejor acabar algo que
tan solo acababa de empezar antes de que fuera más tarde, no creía que hubiera
sido la decisión más acertada.
Al terminar su relato, Enoch le dio un trago a su cerveza y soltó otro suspiro.
Se sentía como una mierda.
De forma inconsciente miró su teléfono móvil y estuvo a punto de caer en la
tentación de hablar a Dafne, pero no lo hizo. Lo más probable era que no
quisiera saber nada de él. Se había comportado como un imbécil y desde el
mismo momento en que le había dicho todo aquello, se arrepentía.
—Vamos a echar unas partidas, así no piensas —le animó David. Su amigo
no se había pronunciado al respecto. Lo conocía demasiado bien como para
saber que en aquellos instantes no habría nada que lo animara.

Los días siguientes no fueron mucho mejor. Seguía junto a David, sin saber
nada de Dafne ni de sus padres. No había recibido mensajes, ni llamadas. Se
limitaba a ir todas las mañanas al gimnasio, hacer su trabajo y desahogarse con
ejercicio físico para intentar olvidar. Algo que le resultaba imposible.
En su mente solo aparecía una sola imagen que ni siquiera le dejaba dormir.
Estaba decaído, triste, sentía como si su corazón hubiera dejado de latir y ya no
hubiera forma posible de revivirlo. Cada día que pasaba se arrepentía más de lo
que había dicho. Ni siquiera lo había pensado en realidad.
Debería de haber hecho caso a las sugerencias de Dafne y haberse dejado
llevar.
—¿Por qué he tenido que cagarla así? Todo iba perfecto —exclamó mientras
cenaba con su amigo.
—Porque estas cagado, amigo mío. Por eso la has fastidiado —objetó.
Durante la semana había intentado disuadirlo para que fuera a hablar con ella,
pero no parecía demasiado dispuesto. De todos era sabido sobre el rencor que
Dafne era capaz de guardar y necesitaba espacio para pensar en su situación al
igual que él.
—No me perdonará. Fui un completo cobarde. Me dejé llevar por las
palabras de mis padres. Me sentí sucio por haberme acostado con mi hermana, la
vergüenza de la familia.
—Pues perdona por lo que te voy a decir, Enoch, pero de lo único que debes
sentir vergüenza es de lo que se han atrevido a decir las personas que te trajeron
al mundo —respondió con seriedad—. Ellos tienen su vida y están enamorados,
saben lo que es el amor y lo único que están haciendo contigo es hacerte creer
que es un capricho pasajero. Pero te diré una cosa, jamás te he visto con ninguna
chica, pero siempre he visto la conexión que tú tenías con Dafne. Ella te importa
más que nada en el mundo, se nota en cada mirada que le echas. Y esta vez,
aunque parezca mentira, es ella la que tiene razón. Ellos no tienen derecho a
meterse en vuestras vidas y solo vosotros tenéis la última palabra.
—Pero… ¿y si sale mal? —Aquel era su mayor temor. Solo había sentido
que su corazón se rompía una vez, y la causante de ello había sido la misma que
en el presente lo hacía dudar.
—Será duro. ¿Pero no lo está siendo ya? —Asintió.
—Y encima he sido yo quién se lo ha buscado —suspiró.
David le dio una palmadita en la espalda y lo dejó a solas para marcharse a
dormir.
Una noche más, Enoch fue incapaz de dormir bien y desahogó su frustración
en el gimnasio. Esther, la chica con la que se había acostado unas semanas atrás,
estaba más pesada que de costumbre y tuvo que comportarse de forma poco
afable para que lo dejara tranquilo. Su humor era de perros y no mejoró cuando
al salir encontró a sus padres en la puerta del gimnasio.
—¿Qué hacéis aquí? Ya no estoy con Dafne, no tenéis de qué preocuparos —
les dijo con ironía teñida por el rencor.
—Vamos a la cafetería, hijo. Queremos hablar.
Enoch estuvo a punto de declinar la oferta, pero los siguió sin abrir la boca y
entraron en el bar de la esquina del gimnasio. Se sentó frente a ellos en una de
las mesas y después de pedir una coca-cola y sus padres un par de cafés, esperó
hasta que les sirvieran para comenzar con la conversación.
—¿De qué queréis hablar? —preguntó dándole un trago a su bebida.
Estefanía lo miraba directamente a los ojos, apenada al encontrar en la
mirada de su hijo una tristeza profunda que ellos mismos se habían encargado de
instalarle. Se habían metido donde no les llamaban, sin importarles los
sentimientos de una de las personas que más querían en el mundo.
—Primero de todo, lo sentimos mucho.
—¿Por qué? ¿Por impedir que las habladurías destrozaran vuestra irrompible
paz? —espetó con sarcasmo.
—Creíamos que sería lo mejor —admitió Carlos—. Pero el día que os
marchasteis de casa, escuchamos vuestra discusión en el portal y al momento
nos arrepentimos.
—El único que se arrepiente de algo soy yo, por ser un cobarde e intentar
haceros caso —suspiró y se llevó las manos a la cara.
Estefanía alargó el brazo y lo obligó a que la mirara.
—Hijo, creí de verdad que era algo pasajero, pero después de mucho
pensarlo y darle vueltas, he visto que es real. La amas y no quiero vivir con la
culpa de haber sido instigadora en algo que no me concierne.
—¿Ahora no te concierne?
—Lo que tu madre quiere decir —habló Carlos al ver la animadversidad de
su hijo— es que sabemos que la quieres. Y ella te quiere. No somos nadie para
impedirlo. Como ambos decís, no os une la sangre, solo la familia.
—Creíamos que lo vuestro no era amor, pero verte ahora mismo y poder
percibir la tristeza que te posee, solo me ha confirmado que nos hemos
equivocado en todo.
Enoch no pudo más que asentir.
Sí. Se habían equivocado. Habían juzgado sus sentimientos. No por ser joven
quería decir que no fuera capaz de descifrar lo que pasaba en su corazón. Hacía
demasiado tiempo que lo había descubierto y siempre había querido huir. Pero
no podía, ya no. Era un sentimiento que le quemaba por dentro, que hacía de sus
días algo interminable desde que no la tenía cerca.
—Sí, os habéis equivocado. Y yo también por dejarme llevar y dejarla sola.
—Pues solo hay una solución para eso. Debes ir, hablar con ella y arreglarlo.
—Como si fuera tan sencillo.
Había pensado mil formas de ir y decirle cuánto se arrepentía, pero ninguna
le convencía sin quedar como el cobarde que había sido. No sabía en qué punto
de lo ocurrido los últimos días, lo había llevado a cometer semejante cagada,
pero lo había hecho y siempre era complicado enmendar los errores.
—Siempre has conseguido lo que has querido. Eres valiente.
—No lo fui con ella. Fui un cobarde que pensó que lo mejor era dejarlo estar
para no sufrir. Además, ella ni siquiera sabe lo que siente. Soy yo el que lleva
años enamorado, sufriendo una agonía silenciosa que poco a poco menguaba mi
fortaleza.
—Esto es solo una prueba más y tienes que superarla. Está en juego tu
felicidad —sonrió Estefanía.
No podía negar que le resultaría muy difícil saber que sus hijos mantenían
una relación que para nada tenía que ver con la fraternal, pero si con ello
conseguía que ambos fueran felices, se aguantaría como fuera. No pensaría en
las habladurías que ya comenzaban a llegar de gente que los había encontrado
acaramelados por el lugar donde vivían. No les importaba lo que pensaran. En el
fondo Dafne era adoptada y el amor era un sentimiento imposible de controlar.
Había nacido en ellos dos, como podía haber sido de forma distinta, simplemente
debían aclimatarse y aceptarlo por muy difícil y retorcido que pareciera.
—¿De verdad estáis dispuestos a que vuestros hijos tengan una relación? —
preguntó todavía dudoso por el cariz que había tomado la conversación.
—Estamos dispuestos a que ambos seáis felices, y si lo conseguís juntos, lo
aceptaremos. Lo único que no queremos es verte así. Queremos ser una familia.
—Exacto. Aunque seamos una familia diferente —sonrió Carlos.
Estefanía se levantó de su sitio y le dio un fuerte abrazo a su hijo y él le
respondió realmente agradecido. Había estado muy enfadado con ellos por no
apoyarle desde que se delató a sí mismo, pero todo el mundo podía equivocarse
y ellos habían reconocido su error.
Ahora solo le quedaba a él enmendar el suyo e intentar recuperar el corazón
de Dafne para encontrar al fin la forma de estar junto a ella.
Sin nada ni nadie que se lo impidiese.
Epílogo


S i no fuera por la compañía de Atenea, Frodo y Khalessi, los días serían


interminables. Enoch se había comportado como un cobarde.
Cuando creía que todo comenzaba a ir bien, de nuevo se alejaba de su lado.
En esos días no había dejado de pensar en él, en lo vivido días atrás y en lo feliz
que se había sentido al tenerlo cerca. Recibiendo su cariño, sus besos, sus
caricias.
Le había costado mucho reconocer lo que sentía en realidad, adivinar entre la
totalidad de sus sentimientos, que lo que verdaderamente sentía por él era amor.
Y justo lo había comprendido en el momento en que destrozó lo que comenzaba
en sus vidas.
Estaba enamorada de su hermano y no lo había podido evitar.
Por un momento ella había creído que él la correspondía, él decía que sentía
amor, pero se había marchado de casa sin darle ninguna explicación y llevaba
una semana sin noticias sobre él después de que la dejara. Parecía que le
hubieran pagado con su misma moneda, castigándola de la misma forma que ella
los castigó a todos cuando se marchó.
Nunca había tenido suerte en el amor, se había pasado las últimas semanas
enzarzada en trámites burocráticos para que Manu no tuviera ningún derecho
sobre la pequeña y había tenido que hacerlo sola. Sin él, y lo echaba demasiado
de menos.
Los primero días se había sentido furiosa, engañada porque pensaba que las
palabras que le había dicho eran la prueba de que la quería como algo más que
su hermana. Se había sentido desamparada.
A sus veinte años ya había tenido suficiente en distintos aspectos de la vida.
Solo quería un poco de paz, poder vivir una vida tranquila y si era con él, mejor.
No sabía cuánto lo necesitaba hasta que lo había perdido. Quería que volviera a
casa, ver sus ojos castaños mirarla con devoción y esa sonrisa burlona que hacía
que su respiración se convirtiera en errática.
El sonido de su teléfono sonó y en la pantalla pudo ver que era Sara.
—¿Cómo estás, gordita mía? —le preguntó con cariño. Sara sabía toda la
historia. Dafne había necesitado sus consejos inmediatamente y romper en
lágrimas al sentir como su corazón se había hecho añicos.
—Sola —contestó—. Lo echo de menos, Sarita. No entiendo por qué tuvo
que hacer caso de lo que mis padres quisieron. ¿No se dan cuenta que nos han
hecho sufrir?
—Estoy segura de que sí, cariño. Pero plantéatelo de esta forma, para ellos
sois sus dos hijos y no tiene que ser sencillo descubrir que os queréis de forma
romántica. Enoch fue un poco idiota, no te lo niego, pero no creo que todo esté
perdido.
—Yo creo que sí. Lleva una semana sin venir a su propia casa. La intrusa soy
yo.
—Él te quiere, estoy segura de ello. Creo que no eres consciente de la chispa
que ambos desprendéis cuando estáis juntos. Estáis hechos el uno para el otro.
Dafne quería creerla, ella deseaba que así fuera, pero la situación no ayudaba
a conseguir que se lo creyera.
—Volverá, Daf. Es imposible que aguante una semana más sin ti.
—¿Y si lo mando a la mierda? —preguntó. Recordaba lo humillada que se
sintió el día en que la dejó y las lágrimas se agolpaban en sus ojos.
—¿De verdad quieres hacerlo? —Negó.
No, no era lo que quería. Lo único que quería era volver a sentir sus labios.
Disfrutar de su compañía y continuar aquello tan bonito que habían construido
en tan solo una semana, para descubrir al fin, que sus almas estaban hechas la
una para la otra.

Abrió la puerta nervioso. Llevaba una semana sin pasar por casa, oculto en
casa de David sin ganas de hablar con nadie, hasta que al fin, sus padres
claudicaron. Había hecho algo de lo que se arrepentía, apartarse de Dafne para
no avergonzar a sus padres.
El vecindario ya se había enterado de que los hermanos habían mantenido
una corta relación que había terminado sin demasiadas explicaciones. Ahora
Enoch iba a dárselas, pero no iba a dar la relación por terminada, ni por asomo.
Debía enmendar el error que había cometido.
Quería estar junto a ella y nada ni nadie lo impedirían. Lo que sentía era
mucho más fuerte que el daño que producía las habladurías de la gente. Su
felicidad tenía un nombre y pensaba hacer lo que fuera posible para tenerla.
La encontró en la terraza sentada en una silla, Frodo tomaba el sol a su lado.
Estaba de espaldas, veía su cabello negro caer por detrás de la silla.
Caminó con paso titubeante y se colocó a sus espaldas.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz rota. Dafne se giró con lentitud y
era imposible no fijarse en el apagado brillo de sus ojos.
Llevaba una semana triste, sollozando por los rincones. Se sentía demasiado
sola.
—Daf... yo...
Dafne se cruzó de brazos y lo miró con fijeza.
—¿Tú qué?, hermanito. ¿Has venido a destrozarme más? —murmuró con
sarcasmo.
—¿Crees que eso era lo que pretendía?
—No lo sé —admitió—. Pero es lo que has hecho. No soy la más indicada
para decir que no cometo errores, porque los he cometido, y muchos, pero creo
que estar contigo no era uno de ellos a pesar de que tú pensarás lo contrario e
hicieras caso a papá y mamá. Yo...
—¿Tú qué? —Dio un paso hacia ella al verla titubeante—. Dilo, Nala,
necesito oírlo. Necesito saberlo.
A pesar de que había ido decidido a recuperarla, también debía saber qué era
lo que ella estaba dispuesta hacer.
—Yo creía que me querías. —Una lágrima solitaria viajó por su rostro y
Enoch se la arrebató con el dorso de la mano—. Creía que te importaba y... te
marchaste después de decirme que todo había sido un completo error.
—Pero no quería hacerlo —admitió con tristeza—. La situación me
sobrepasó, los juicios de los demás ante nuestra relación. Yo... sentí miedo. Sentí
que me equivocaba, porque realmente no sé qué es lo que tú sientes. Fui egoísta
porque no quería acabar con el corazón todavía más destrozado.
Dafne alzó la mirada y lo miró fijamente a los ojos. Ambos se observaban
con detenimiento y tristeza, con palabras ahogadas en sus gargantas que pronto
serían pronunciadas. La hora de liberarse había llegado.
—No lo sabía hasta que te marchaste. El vacío que sentí me hizo
comprenderlo. Te quiero, Enoch. Te quiero como nunca he querido a nadie. Al
principio no sabía si era amor o atracción y creo que lo que nos unía me cohibía,
pero ya me da igual. Te dije que quería intentarlo para dejar de sentir confusión y
lo he conseguido —dijo con emoción—. Por primera vez en mi vida he
conseguido descifrar lo que es estar enamorada y reconocerlo me aterra, porque
no sé qué es lo que tú sientes.
Enoch soltó un suspiro. Tras decirle días atrás que estaba enamorado de ella
y después mentir diciendo que lo que sentía solo era atracción para mantenerla
alejada, ya no sabía si le creería en el momento que abriera su corazón por
completo.
—Yo... yo quiero estar contigo. Me da igual lo que digan papá y mamá, ellos
no tienen derecho a meterse. Es algo nuestro, no de ellos y lo que diga el resto
del mundo me la resbala.
—Eres una mal hablada —contestó con un amago de sonrisa. Seguía un poco
absorto por la declaración de Dafne.
Le correspondía. Había admitido quererle y no sabía cómo demostrar la
felicidad que eso le provocaba.
—Y tú un imbécil y cobarde —contestó. Seguía de brazos cruzados, pero lo
único que deseaba era abrirle los brazos, abrazarlo y sentir sus labios.
—Tienes razón —admitió—. ¿Pero sabes una cosa? Yo no te quiero —El
corazón de Dafne se paró—. Yo te amo. Te amo desde el día en que me encontré
con tus ojos cuando tan solo tenías dos semanas. Te amo desde el momento en
que tu pequeña mano cogió mi dedo en el coche mientras te llevábamos a casa
por primera vez. Te amo desde que me sonreíste por primera vez y por mucho
que lo he intentado evitar, ese sentimiento no ha hecho más que crecer. Y me
enfrentaría a mil dragones, a los orcos de Mordor e incluso a Sauron, para poder
estar junto a ti.
Dafne rio entre lágrimas por su absurda comparación, pero su corazón a cada
instante se aceleraba más.
—Eres lo que siempre he buscado Nala y yo solo puedo ser el Rey León
contigo.
Dafne no lo aguantó más y se lanzó a sus brazos. Enoch alzó su rostro y la
besó antes de dejarla hablar.
Sus lenguas se encontraron, la suavidad de sus labios emocionó a Dafne.
Lloraba mientras compartían ese momento tan íntimo. Sus corazones estaban al
desnudo.
Su Simba siempre había estado ahí para ella. Había tenido a la persona a la
que le pertenecía su corazón casi desde cuando nació y agradecía al destino que
los sentimientos se hubieran despertado en ambos.
Enoch cogió su rostro con las manos y miró una vez más esos ojos verdes
que lo habían embrujado desde el principio.
—Te amo, Dafne.
—Te amo, Enoch. Y quiero estar siempre a tu lado.
Se fundieron en un nuevo abrazo.
El amor podía romper barreras. Dafne y Enoch no eran solo hermanos, eran
almas afines que el destino había hecho que se encontraran. Los obstáculos eran
parte de la vida y ellos habían tenido unos cuantos que habían superado. Sin
duda, a pesar de haber roto durante un tiempo a la familia, aquel acontecimiento
había servido para que ambos sufrieran una revelación interna que los había
unido más. Se mantendrían al margen de los prejuicios de la gente que les
rodeaba, disfrutarían día a día de la compañía del otro.
Serían una sola persona y disfrutarían del amor hasta que el tiempo dijera.
En la vida no había que darlo todo por hecho y nada era imposible a pesar de
estar entre una situación difícil y distinta.
Ellos eran la viva prueba de que los sentimientos siempre ganaban la batalla,
aunque esta fuera ardua.
Enoch la besó una vez más y ambos sonrieron presas de la felicidad más
absoluta.
—Por una larga vida juntos.

Fin
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