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Verónica Holmes
© Derechos de edición reservados.
© Verónica Holmes, 2018
Cubierta y diseño de portada: Alicia Vivancos
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procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de
ella mediante alquiler o préstamo público, sin la autorización previa de los titulares del copyright. Todos los
derechos reservados.
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Epílogo
Prólogo
E ra una calurosa noche de verano del mes de Julio y el cielo brillaba lleno de
estrellas en pleno centro de Barcelona. Las luces escaseaban por esa zona. Carlos
hubiera preferido dejar el coche en otra parte, pero a veces resultaba imposible
aparcar en el centro de aquella ciudad. Su mujer, Estefanía, él y su hijo de casi
tres años, Enoch, paseaban a oscuras por la zona del Raval. Se la consideraba
una zona llena de delincuencia, por suerte, aquella noche las calles estaban
desiertas y no había nadie paseando por ahí con apariencia sospechosa. Su
vehículo estaba a tan solo unas manzanas de distancia, escondido en una
callejuela cerca del centro y pasearon con Enoch cogido de sus manos.
—¿Te ha gustado la película? —preguntó un sonriente Carlos a su risueño
pequeño.
—Zi, papi. Yo de gande quiero ser como Tarzán y saltar por los árboles como
los monos —balbuceó el pequeño mientras daba saltos cogiendo el impulso con
las manos sus padres.
Estefanía sonrió y con la mano libre le acarició la morena cabellera.
—Seguro que serás un estupendo Tarzán, Enoch —lo apoyó su madre con
una sonrisa.
Era un niño muy pizpireta al que le encantaba soñar. Siempre quería ser
como los personajes de las películas que veía y era feliz viviendo de sus sueños,
incluso le hacían llamarle Simba por el Rey León.
No había nada mejor como la inocencia infantil, y Enoch, era un infante de
lo más inocente con un corazón de oro, que aun siendo tan pequeño, comprendía
muy bien de qué iba la vida.
Mientras pasaban por callejones cada vez más oscuros, Enoch escuchó un
ruido y de inmediato se soltó de sus padres.
—¡Enoch, ven aquí! No puedes ir solo por aquí —gritó Estefanía alarmada y
junto a Carlos, corrieron hasta su posición.
En el fondo del callejón, Enoch estaba agachado mirando algo con inquietud.
Estefanía se acercó con paso temeroso y escuchó lo que había atraído a su hijo.
En un cesto de mimbre de un tamaño considerable, tapada con una mantita
blanca algo llena de roña, se escondía un pequeño bebé.
—Carlos… —gimió la mujer.
Carlos apartó con cuidado a su hijo y cogió a la pequeña entre sus firmes
brazos. Tenía los ojos más verdes que jamás había visto y su pelo era castaño
oscuro. La acarició con sus manos y la pequeña, que no dejaba de llorar, pareció
tranquilizarse un poco con la caricia.
No parecía tener más de dos semanas y a Estefanía se le encogió el corazón
con la escena.
¿Cómo alguien era capaz de abandonar a un hijo a su suerte? ¿Qué habría
pasado si ellos no la hubieran encontrado? Era tan pequeña, que a pesar de que la
temperatura era elevada, podría haber muerto de inanición o deshidratada.
—Hay que llamar a la policía, Estefanía —urgió Carlos.
—Primero hay que llevarla a un hospital. No sabemos cuánto tiempo llevará
aquí. Debe verla un médico.
Le arrebató la pequeña a su marido y la cogió con toda la dulzura que solo
una madre podía tener con un bebé. Le recordó a cuando Enoch era así de
pequeño, tan frágil. Un muñequito al que había que cuidar sin descanso día y
noche.
A pesar de ser algo cansado, y que cuando ella tuvo a Enoch las cosas no le
iban demasiado bien, jamás se le hubía pasado por la cabeza hacer lo que le
habían hecho a esa beldad de bebé.
Con sus ojos verde jade la pequeña encandiló a la pareja, pero no solo a
ellos.
Mientras iban en el coche de camino al hospital, el pequeño Enoch fue
incapaz de dejar de mirarla. Estefanía se sorprendió del cuidado que su hijo
ponía en las caricias a la pequeña. La miraba con devoción y adoración y durante
el largo rato que estuvieron en el hospital, Enoch no dejó de repetir que esa era
su hermanita.
Carlos y Estefanía se miraron con tristeza y esperaron a que los médicos
salieran con los resultados de la pequeña. La policía pronto llegaría y entonces
comenzaría a decidirse el destino de la pequeña.
Capítulo 1
E l tiempo pasaba y con ello aquellos dos niños dejaron de serlo más rápido de
lo que debían.
—Vamos Dafne, papá y mamá nos esperan —ordenó Enoch por enésima
vez.
Dafne soltó un fuerte resoplido y gruñó por lo bajo mirando a su mejor
amiga, Sara, que le quitó el cigarrillo de las manos antes de que su hermano la
pillara.
Desde que entró en el instituto, su hermano de dieciocho años, no la dejaba
tranquila. Lo que de niños era un amor tan puro que era difícil de describir, ahora
que Dafne ya tenía quince y estaba en plena edad del pavo, se había convertido
en un profundo odio por su hermano mayor.
El instituto era un periodo crítico para el ser humano, y Dafne, no se libró de
lo que conllevaba ser una adolescente. Sus padres siempre le echaban en cara
que su hermano había sido un chico modelo cuando entró en el instituto, nunca
daba problemas, estudiaba día y noche y sacaba las mejores notas de su clase
aun saliendo de fiesta de vez en cuando con sus amigos. Era un empollón, pero
no de esos que pasaban desapercibidos en las clases, o aquellos que los crueles
adolescentes insultaban por ser unos marginados. Enoch era popular, de lo más
popular del instituto y tras haberlo abandonado después de sacarse la titulación
de la E.S.O para hacer el bachillerato, aún seguía siéndolo y por los pasillos que
Dafne pisaba casi todos los días, alguien le recordaba lo bueno que era su
hermano.
—Tira tú, macho. ¡Conozco el camino! —le respondió con rebeldía.
Enoch chasqueó los dientes frustrado y desapareció de la vista de su
hermana.
Sara miró a Dafne y parecía enfadada. A veces tenía la sensación de que era
demasiado cruel con Enoch y ella, como buena amiga, no tenía reparos en
decírselo.
—Te pasas un montón con él, Daf.
—Es un pesado. ¡Es peor que mis padres! Está todo el día detrás de mí, me
sigue como un maldito acosador y no me deja hacer mi vida. —Volvió a
arrebatarle el cigarrillo a su amiga y le dio una calada.
Enoch sabía que fumaba, pero no lo aprobaba. Él era el chico perfecto, el
hermano que quería ser profesor de gimnasia y entrenador personal, y que por
supuesto, era completamente sano. Sin embargo, Dafne sabía que se metía sus
buenas fiestas. Lo había visto llegar medio contento en muchas ocasiones, pero
era especialista en fingir delante de sus padres, poniendo buena cara y como
siempre, haciéndola quedar a ella como la chica rebelde incapaz de mostrar un
mínimo de responsabilidad.
Él sacaba buenas notas, ella no. Y no era por que fuese idiota, sino porque no
le daba la gana ponerse a estudiar. Prefería salir por ahí con los amigos, pasarse
el día callejeando por Badalona y pasear en las tardes por la playa con su novio,
Adrián. Hacía dos meses que salían y estaba emocionada con la idea de tenerlo
cerca, pero siempre, llegaba su hermano para fastidiar y hacerla volver a casa.
Aparecía allá dónde fuera, ordenando, exigiendo y con cara de amargado.
¡Lo odiaba!
—Será un pesado, pero tu hermano está buenísimo —declaró la pelirroja
Sara soltando una carcajada.
Iba a contestar que eso era mentira, pero por desgracia, tenía toda la razón
del mundo. Enoch se había convertido en un hombre atractivo, de esos a los que
a las adolescentes como ella les gusta pegar en sus carpetas. Era alto, cabello
corto castaño y ojos del mismo color, con un cuerpo que comenzaba a estar cada
vez más atlético. Desde pequeño hacía ejercicio y quería convertir esa pasión en
su profesión, pero él no era el único que había cambiado.
Dafne también había crecido, ya no quedaba ni rastro de la niña que era. Su
cuerpo de mujer comenzó a florecer a los trece años y cada día estaba más
guapa. Era una chica llamativa en la que los chicos de su edad se fijaban, e
incluso algunos más mayores.
—¡Me voy! Luego te llamo. A ver si consigo escaparme esta noche un rato y
nos vemos en la playa. —Le dio dos besos a su mejor amiga y le dio la última
calada al cigarrillo antes de tirarlo.
El camino hasta su casa apenas era de cinco minutos. Abrió un chicle de
menta y se lo metió en la boca para que sus padres no olieran el tabaco. En la
puerta del edificio, Enoch la esperaba cruzado de brazos.
Soltó un suspiro.
—Te he dicho que venía en cinco minutos, no hace falta que me persigas.
—Has fumado —contestó ignorando su queja y frunciendo el ceño.
Se ponía de lo más atractivo cuando se enfadaba, pero para Dafne era odioso.
Enoch era para ella como un grano en el culo, feo y doloroso.
Entró en casa sin dirigirle la palabra y Estefanía y Carlos la esperaban
sentados frente a la mesa del comedor con rostros serios.
¡Oh, oh! Eso significaba otra interminable charla.
—Dafne, ven aquí —ordenó su padre.
Separó la silla con gesto cansado y se sentó cruzada de brazos. Le esperaba
otra charla sobre responsabilidad que le entraría por un oído y le saldría por el
otro. No tenía ganas de escucharlos.
¿Por qué todos se ponían en su contra?
—Nos han llamado del instituto. Llevas dos días sin ir. ¿Se puede saber
dónde te metes? —preguntó Estefanía con seriedad.
«Mierda. ¡Pillada!» pensó.
Enoch observaba la escena sentado en el sofá, disimulando ver la televisión.
Él sabía a la perfección dónde se metía su hermana. Con su maldito novio.
—Una amiga estaba mala y me quedé con ella en casa —se inventó
agachando la cabeza para no enfrentar sus miradas.
—No te lo crees ni tú, hija mía —respondió su padre. Carlos intentaba
contenerse, pero estaba muy cabreado. Ni él ni su mujer sabían qué hacer para
encaminar a Dafne. Desde que entró en el instituto la cosa iba de mal en peor y
no solo eran sus notas lo que les preocupaba.
Las compañías con las que iba no eran de fiar. La mitad de su grupo era un
par de años mayor que ella y no eran precisamente chicos brillantes. Algunos ni
siquiera habían terminado sus estudios y otros habían repetido tantas veces que
seguro que el día que aprobaran ya tendrían hasta canas. Enoch también iba con
ellos, pero no se dejaba influenciar.
—Vale, no he ido. Pero joder…
—Esa boquita —la riñó su madre—. Me da igual lo que digas. No debes
saltarte las clases. Te queda un año para sacarte el graduado y no puedes repetir
por vaguear. Tú hermano…
—¡Deja a mi hermano aparte! —gritó—. Siempre lo mismo. Ya sé que él es
el hijo perfecto, no hace falta que me lo repitas.
—¡Nadie a dicho que sea perfecto!
—Siempre me echas en cara lo bien que hace él las cosas y lo mal que yo las
hago. ¡Estoy harta!
Se levantó de la silla y dio un fuerte golpe en la mesa antes de encerrarse en
su habitación.
Estefanía suspiró y Carlos la consoló colocando su brazo alrededor.
Su hija estaba creciendo muy deprisa. Con Enoch todo había sido sencillo. Él
fue responsable desde pequeño y supo ver las cosas con una madurez extraña en
un chico de su edad. Nunca le faltaron amigos, tuvo una infancia y adolescencia
feliz junto a su hermana, pero cuando esta entró en el instituto las cosas
comenzaron a torcerse.
Dafne fue diferente. Cambió. Pasó de ser una niña dulce, risueña y cariñosa,
a una adolescente irascible, con cambios de humor bruscos y que no hacia caso
de nadie. Se alejó de Enoch y su relación se había enfriado hasta el punto de no
soportarse. Él intentaba acercarse, pero no era fácil. Su adolescente hermana lo
apartaba de malos modos y comenzaba a cansarse.
—No te preocupes, mamá, es la edad —la abrazó Enoch.
Estefanía parecía que envejecía con cada discusión con su hija. Los años
habían pasado, pero seguía siendo una mujer preciosa, con el pelo castaño del
mismo color de su hijo y una tez perfecta. A su padre se le notaba un poco más
la edad. Su pelo ya comenzaba a verse blanco por las canas y trabajar como
electricista era cansado y agotador. Sus huesos ya no eran los de antes, pero
sacaba las fuerzas para salir adelante y no se rendía. A él le afectaba mucho la
situación con Dafne, pero se mantenía fuerte para ayuda a Estefanía, quien lo
sufría de forma más visible.
—Tú no eras así con quince años. Ni siquiera creo que hayas pasado por la
edad del pavo —respondió con ojos brillantes.
—Tienes razón, pero no creo que debas recordárselo a cada segundo. Así lo
empeoras. —Se encogió de hombros. Lo dijo con suavidad, pero su madre no se
lo tomó demasiado bien, no obstante, debía darle la razón.
Machacaban demasiado a Dafne con su actitud y le reprochaban sus actos.
Los tiempos habían cambiado y los adolescentes también. Aunque solo se
llevaran tres años, Enoch tenía una personalidad más fuerte que la de Dafne. Ella
se había dejado llevar mucho por las influencias, y con tal de ser el centro de
atención de los chicos, se había convertido en una rebelde sin causa. Podría
decirse que no tenía una personalidad propia, aún no se había encontrado a sí
misma.
—Tengo miedo de en lo que pueda convertirse —admitió.
Enoch se sentó junto a sus padres en la mesa y miró a su madre mientras su
padre hablaba.
—¿Piensas que puede acabar como, como su madre? —murmuró bajando el
tono de voz en la última palabra. Podía ser que estuviera escuchando.
—Sí —volvió a admitir—. Puede que tenga su carácter y yo no sé cómo
domarla.
—Quizá no tienes que domarla, solo comprenderla —añadió Enoch.
Sí, pero no sería fácil. Se dejaba llevar demasiado por sus amigos, sin hacer
caso a su familia y ella misma debía ser quién se diera cuenta de lo que estaba
haciendo.
Enoch intentaba por todos los medios redirigirla. Dafne era su mayor
preocupación. A sus quince años se había transformado en una chica muy
atractiva, con curvas. Tenía cuerpo de mujer y atraía a los hombres equivocados.
Él ya no la veía como su hermana. Sentía que debía protegerla de todos los
peligros, pero saber la verdad de su origen cada día lo confundía más.
Sus ojos no la miraban como un hermano miraría a una hermana, la admiraba
como mujer. Sus ojos verde jade eran capaces de embrujar a quién ella quisiera y
a él lo tenía embrujado desde hacía más tiempo del que quería reconocer. Dafne
no lo soportaba porque la seguía a todas partes, asegurándose de que se
encontrara bien. Enoch luchaba por alejar de ella a los moscones, pero la muy
tonta los atraía queriendo.
Un sentimiento extraño se formaba cuando la veía besándose con algún
chico, encima chicos mayores que ella, como él.
No tenía claro si eran celos o un sentimiento fraternal, lo que sí tenía claro
era que no le gustaba, le hacía daño.
—¿Algún día le diréis la verdad? —preguntó saliendo de sus pensamientos.
—Por ahora no. Lo único que conseguiremos es que vaya a peor —contestó
su padre.
Era cierto. Soltarle esa bomba de relojería en pleno acto de rebeldía era una
pésima idea.
Enoch conocía todos lo que sus padres habían hecho para mantenerla alejada
de la verdad. Desde hacía unos años tenían conocimiento de que la madre
biológica de Dafne estaba cerca. Vivía en una ciudad cercana a Badalona y había
encontrado un trabajo honrado. El policía que les llevó el caso cuando la
encontraron, a sus cincuenta años aún seguía de servicio y les contaba las
novedades sobre Isabel.
Si en los doce años que habían pasado desde que salió de la cárcel y el centro
de rehabilitación no habían tenido noticias de ella, no creían que le importara
demasiado su hija. Eso al final del día seguía siendo un alivio, pero estaba claro
que el carácter de Dafne lo había heredado de ella y no sabían cómo manejarlo
de forma pacífica.
Carlos y Estefanía echaban de menos a la hija cariñosa, a la niña que se
pasaba las horas junto a ellos, hablando de cosas sin importancia, de sus avances
en el colegio y divirtiéndose con Enoch. Todo eso ya no existía.
Estefanía no sabía nada de lo que hacía su hija, solo sospechas. Sospechaba
que fumaba a sus quince años y también sospechaba que con su novio la cosa
había pasado a más.
Desearía poder decirle que no tenía edad para esas cosas, pero tenía miedo de
perderla si seguía prohibiéndole hacerlas.
Dafne salió a hurtadillas de la habitación. Hacía una hora su madre la llamó
para cenar y no quiso bajar. Sabía que ya estarían a punto de acostarse y al
escuchar el traqueteo en la cocina, decidió salir al salón y coger el teléfono para
llamar a Sara.
Enoch estaba espatarrado en el sofá viendo un programa del canal MTV, en
el que apenas daban ya videoclips de música y substituían la programación por
programas basura. Pasó por delante de él ignorándolo y cogió el teléfono.
—¿Qué haces? —le preguntó.
—Llamar —respondió escueta y volvió a la habitación, cerrándola de un
golpe.
Marcó el número de Sara y le respondió al segundo toque.
—Tía, ¿qué haces llamando desde el fijo? —le preguntó.
—Mi padre me quitó el móvil hace unos días, ¿recuerdas? —contestó con un
gruñido.
Había llegado una factura desorbitada de su teléfono y su padre, en vez de
ponérselo de prepago como hacían los padres normales, decidió quitárselo como
castigo.
—¿Vas a salir? —preguntó Dafne. Eran casi las diez de la noche de un
martes de mayo y al día siguiente tenía instituto, pero los chicos estarían en el
parque de unas calles más arriba y le apetecía ver a Adrián.
—No. Mis padres me han dicho que si salgo durante toda la semana, no me
dejarán salir el viernes por la noche —contestó—. Soy una hija responsable, así
que les haré caso —bromeó.
—¡Sí, claro! Tú responsable y yo virgen. —Ambas estallaron en carcajadas
—. Pues yo saldré un rato. Quiero ver a Adri.
—Vas a tener todo el finde para estar con él. ¡No seas plasta! No te la
juegues con tus padres, Dafne. Ya bastante los haces sufrir…
Cuando Sara se ponía en plan defensora de sus padres le entraban ganas de
colgarle.
Ambas eran muy distintas. A veces se preguntaba por qué eran mejores
amigas. No tenían nada en común. Sara era responsable aun yendo con la gente
con la que iba. Era sin duda, mucho más fuerte de personalidad que Dafne y no
se dejaba llevar por los demás. Era resultona, pero no tanto como ella que con su
personalidad más abierta atraía a los chicos, a Sara, por el momento no le
interesaban esas cosas, prefería seguir como estaba, controlando su vida y
saliendo a divertirse sin preocupar a sus padres. Lo peor que hacía era fumar
algún cigarrillo de vez en cuando, pero en el resto, era buena alumna y
responsable.
—A veces te odio mucho.
—Lo sé, pero solo porque te digo la verdad. Y déjame decirte una cosa,
amiga mía, las verdades duelen.
—Deja de leer, ratita de biblioteca. Te dejo, que me piro al parque. Hasta
mañana empollona, te quiero.
—Te quiero, gorda. No hagas trastadas.
Cuando colgó el teléfono, Enoch asomó la cabeza por su cuarto con el ceño
fruncido.
—No irás a salir, ¿verdad?
—Pues sí. Voy a hacerlo —respondió mientras abría su armario para sacar
algo que ponerse.
Ya comenzaba a hacer calor y escogió una camiseta de palabra de honor roja
que enmarcaba demasiado sus pechos. Los tenía rellenos para su edad y utilizaba
camisetas muy provocativas que conseguía cuando iba a robar al centro
comercial porque su madre jamás le dejaba dinero para ropa. Para las piernas se
quedó con los pantalones tejanos de pitillo que llevaba y se puso unas bailarinas
con un poco de tacón. Se maquilló un poco los ojos con la raya negra y aplicó
gloss trasparente en sus labios.
Enoch la miró reprobando su vestimenta tan poco adecuada y le bloqueó la
salida de la habitación.
—Mañana tienes instituto.
—Y tú también, así que vete a dormir, Enoch —contestó.
—Mamá, ¡voy a acompañar a Dafne al parque que están unos amigos! ¡No
llegaremos tarde! —gritó Enoch y cuando Estefanía respondió un «Vale» a voz
de grito, sonrió socarrón a su hermana que gruñía como un perro rabioso.
Salieron juntos por la puerta y Dafne se adelantó a paso ligero, enfadada.
—¿Por qué tienes que venir?
—¿Tengo que recordarte que esos con los que sales son también mis amigos?
Eres tú la que no pintas nada, enana.
Sabía que odiaba que la llamara así. Lo hacía para cabrearla e intentar que se
arrepintiera de ir con él, pero sus ganas de ver a Adrián conseguían aplacar esa
ira que iba dirigida a su hermano.
Llegaron en silencio y un grupo de trece chicos y seis chicas se reunían en
los pequeños bancos del parque en el que los hermanos jugaban de pequeños.
Por las noches se transformaba en el lugar de reunión de las pandillas, y los
vecinos a veces acababan hartos de sus ruidos.
Enoch se paró a saludar a todos sus amigos con una sonrisa, y Dafne, tras
decir un hola común, se lanzó en brazos de Adrián y le dio un profundo beso en
los labios, jugueteando con su lengua y provocando una ovación por parte del
resto de hombres a excepción de Enoch, que miraba la escena con una mueca de
rabia.
—Hola, preciosa. Esa camiseta te queda de miedo —la alabó sin dejar de
mirar su escote. Dafne le dio un puñetazo en el hombro con una sonrisa y lo
abrazó dejando que Adrián colocara las manos en su trasero.
—Esas manos… —gruñó Enoch.
—¡Cállate! —contestó Dafne—. Ven, vamos a ese banco.
Guió a Adrián a un banco que estaba alejado del resto —sobre todo de su
hermano— y se sentó a horcajadas sobre él.
Adrián le ofreció un cigarrillo y ella lo aceptó gustosa.
—Tu hermano está un poco mosca. A ver si se relaja.
Dafne acarició los rizos del corto pelo negro de Adrián y lo miró a los ojos.
Eran azules.
Era el chico más guapo del instituto, o eso creía ella. Estaba cegada por algo
que creía que era amor. Tenía dos años más que ella e iba a su misma clase.
Había repetido dos veces tercero de la ESO e iba en camino de hacerlo una
tercera. No era un gran estudiante, tampoco parecía que fuera a ser un chico con
demasiado futuro, pero con las chicas tenía un éxito increíble. Dafne apenas se
creía que ella fuera la afortunada de estar entre sus brazos, y tras dos meses de
relación, cada día ansiaba más estar con él.
De complexión fuerte y cuerpo trabajado en un gimnasio que sus padres le
pagaban, lo único positivo que podía sacarse de Adrián era que estaba bueno. Le
faltaba algo de inteligencia y perspicacia, pero Dafne estaba tan encaprichada
que no veía sus defectos. Creía que era un chico perfecto, guapo y que quería
estar con ella. No pedía más. Además, se divertía mucho con él y cada día que
pasaba su relación iba un paso más allá.
—¿Has conseguido los carnets para este fin de semana? —preguntó tras dar
una calada a su cigarrillo. De reojo vio como Enoch no dejaba de mirarla y le
hizo una peineta con el dedo.
—Por supuesto. El viernes te llamarás Débora Hombres Gutiérrez —bromeó
ganándose un nuevo puñetazo por parte de una risueña Dafne.
—Serás, cabrito. Al único que pienso devorar es a ti, cariño —coqueteó.
—¿De verdad? Hay muchos chicos en la discoteca. A lo mejor pasas de mí y
te lías con otro. —Intentó poner un tierno puchero, pero no le salía.
—No creo que haya ninguno que esté más bueno que tú. Así que me quedo
contigo —le dio una calada al cigarro y lo besó pasándole el humo.
Enoch los observaba desde la distancia. Su amigo David le estaba diciendo
algo sobre los exámenes de la prueba de selectividad, pero estaba demasiado
ocupado mirando lo que Dafne hacía con ese capullo de Adrián.
En el instituto, antes de que comenzara a repetir, Adrián iba con él. Al
principio eran muy amigos, pero comenzó a hacer cosas de niñato que no iban
para nada con él y se distanciaron. Cuando se enteró que el muy capullo estaba
saliendo con Dafne la rabia lo consumió. En realidad estaba esperando que
jodiera a su hermana para darle la paliza que tantas ganas tenía. Verlos así
coqueteando y tan acaramelados, le revolvía las tripas.
Nadie tocaba a su Dafne. Ella era su hermana en todos los términos y quería
quitarle a moscones como ese que no le convenían para nada.
Él había hecho que Dafne fumara y sabía que tabaco no era lo único que
tomaba. Tenía miedo de que su hermana probara algo peor y acabara drogada
por los rincones. No quería que sus padres tuvieran también esa preocupación,
así que intentaba ocultarles todas las cosas que a él le hacían tener pesadillas por
las noches.
—Tío, ¡qué te estoy hablando! —urgió César, otro de sus compañeros de
clase de Bachillerato.
—¿Qué? Lo siento, me he quedado empanado —se disculpó con una sonrisa.
—Te decía que si estás preparado para la selectividad. En dos semanas se
decidirá si podemos cursar la carrera y yo estoy que me cago patas abajo.
Enoch soltó una fuerte carcajada y le dio un puñetazo amistoso a César. El
pobre era un manojo de nervios. No se le daba demasiado bien estudiar y se
pasaba el día hincando los codos para nada, siempre acababa suspendiendo. Era
todo un milagro que hubiera llegado a segundo de bachillerato sin repetir
ninguna asignatura. En el fondo, tenía mucha suerte.
César, David, él y Cova, una chica que también estaba allí con ellos sentada
con su novio Alex, eran los únicos que habían seguido con los estudios deseosos
de entrar en la universidad, el resto, o lo habían dejado todo, o se habían
decantado por módulos de formación profesional.
Eran un grupo de lo más variopinto en el que había de todo. Desde el amigo
borracho que se pasaba el día con el botellín de cerveza, hasta el empollón. Al
menos ninguno se metía con nadie, aunque no todos se soportaran. La más joven
del grupo era Dafne en ese instante. Había muchos más de su curso uniéndose a
ellos, todos comenzando a echar a perder sus estudios por intentar ser popular en
el difícil mundo de los adolescentes.
—Lo llevo bastante bien. Espero obtener la puntuación necesaria para mi
carrera. ¡Creo que podré!
—Seguro que puedes, hermanito. Eres perfecto —añadió Dafne cínica dando
la última calada de su cigarro y tirándole el humo en la cara mientras se acercaba
al resto del grupo.
—Enana, no tientes a la suerte porque te mando para casa —le respondió.
Llamarla por ese apodo delante de todos era peor que decirle idiota. Era su
forma de dejarla en ridículo y la mirada de odio que se ganó por parte de Dafne
le dolió un poco.
Se había pasado, pero estaba buscando que le respondiera.
—¡No empecéis, chicos! —los calmó Cova dejando de besuquear unos
segundos a Alex.
—Ha empezado él. Encima que digo que puede conseguirlo, me insulta. Eres
un capullo.
—Y tú una niñata —continuó Enoch—. Y ahora por lista, te largas a casa.
—¡Y una mierda!
Cogió a Adrián de la mano y se sentaron juntos en un hueco libre del extenso
banco en el que todos se reunían. Enoch fue hasta allí levantando la arena del
parque con sus fuertes pasos y se plantó delante de la pareja.
Dafne para ignorarlo, besaba a Adrián con los ojos cerrados y él se dejaba
hacer.
—¿Estás sorda?
—¿Qué es eso que oigo? ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡Ah, no! Es un
hermano muy pesado que quiere joderme la vida día y noche.
Enoch bufó. No había nada que hacer.
Volvió con sus amigos dejando que su hermana hiciera lo que se le antojara,
pero ya no pudo mantener ninguna conversación amena con ninguno.
Estaba cabreado. Cabreado con Dafne y consigo mismo por estar haciendo el
imbécil de esa forma delante de todos.
No era su estilo decirle a Dafne ese tipo de cosas delante de todo el mundo.
Prefería hacerlo en casa, a solas y sin faltarle al respeto. Llamarla niñata no era
muy maduro por su parte, así solo conseguiría que siguiera comportándose como
tal.
Cuando dieron las doce de la noche la pandilla fue escampando. Solo
quedaban Adrián, Enoch y Dafne por marcharse.
—Es hora de irnos.
—Cinco minutos más —pidió. Volvía a estar subida sobre Adrián y Enoch se
estaba poniendo de muy mal humor con sus flirteos.
El muy descarado tenía sus manos metidas por dentro de su pantalón,
agarrándole las nalgas y no hacía falta verlo para saber que el niñato estaba bien
erecto con los seductores movimientos de Dafne. Ambos estaban con la
temperatura por las nubes y Enoch no era la excepción. Solo había una pequeña
diferencia, él quería darle una paliza al que estaba tocando a su hermana de esa
forma tan fresca, mientras que Adrián solo pensaba en metérsela.
—He dicho nos vamos.
—¡Joder!—gruñó—. Nos vemos mañana, gordo, te quiero.
Le dio un último beso que a Enoch se le hizo eterno y tras echarle una
mirada matadora a Adrián, se marcharon juntos hasta casa.
Capítulo 4
L levaba unos tres días intentando comportarse. La semana comenzó con muy
al pie para ella, sus padres la pillaron haciendo campana y le habían quitado el
teléfono móvil, pero por suerte no le habían prohibido salir. El fin de semana
estaba a la vuelta de la esquina y no quería que nadie se lo fastidiara.
—Mamá, esta noche duermo en casa de Sara. Voy a prepararme las cosas —
murmuró nada más llegar a casa después del instituto.
Estefanía hacía diez minutos que había llegado de su trabajo como profesora
de primaria y aún no había tenido tiempo de acomodarse. Por un momento pensó
en decirle a Dafne que estaba castigada, pero lo cierto era que ni Carlos ni ella le
impusieron castigo alguno al inicio de la semana.
—¿Lo sabe su madre?
—Claro que lo sabe. ¡Llámala si quieres! —gritó desde su habitación
preparando la mochila.
La madre de Sara le diría que se quedaba allí a dormir, cosa que era cierta,
sin embargo, no del todo.
Los padres de Sara se marchaban de fin de semana romántico y la dejaban
con su hermana Bea, por lo que marcharse por la noche a la discoteca era una
misión sencilla de llevar a cabo. Estefanía no se enteraría y dormiría tranquila
creyendo que su hija estaría haciendo una fiesta de pijamas con su amiga.
Metió el vestido que se iba a poner para la discoteca, su arsenal de
maquillaje —el cual la mitad le había robado a su madre—, y sus únicos zapatos
de tacón alto que solo le dejaban ponerse para fin de año. La hermana de Sara
estaba estudiando peluquería, así que encima iban a peinarla gratis.
Salió a toda prisa y fue a darle un beso de despedida a su madre antes de
marcharse.
—¿Ya te vas?
—Sí. Sara quiere que veamos una peli de esas pastelosas que tanto le gustan.
Te quiero, mami.
Desapareció por la puerta a los pocos segundos.
Estefanía negó con la cabeza. Ese «mami» era de lo más sospechoso, pero
llamó a la madre de Sara y al menos se aseguró de que era cierto de que dormían
allí. Durante toda la semana Dafne se había comportado demasiado bien para lo
que les tenía acostumbrados, seguramente solo para poder salir durante el fin de
semana, no obstante, se agradecían esos días de paz, sin gritos ni discusiones
tontas.
—Espero que nos dejen entrar, tía. Vas borracha y aún no hemos ni entrado
—espetó Sara preocupada por su amiga.
—Cállate. Ya verás cómo nos dejan —balbuceó Dafne con un poco de
dificultad.
Antes de entrar en las Carpas del Titus, fueron a un local de la esquina
llamado Àtic en el que vendían cubalitros a diez euros. Dafne se bebió uno
entero ella sola tras hacer una apuesta con Adrián y al hacerlo tan deprisa iba
con el subidón. No paraba de tambalearse en la cola para entrar a la discoteca y
Adrián, también algo tocado, la sostenía para que no se cayera desde la altura
que le proporcionaban los tacones.
Aun con quince años, Dafne parecía que tuviera incluso más de dieciocho.
La hermana de Sara, Bea, había hecho un gran trabajo con su pelo,
ondulándoselo como a las famosas, creando fantásticos bucles perfectos que le
daban a su larga cabellera castaña un volumen descomunal. Sus ojos verdes
quedaban perfectamente enmarcados con un maquillaje oscuro de sombra negra
y brillos en la parte alta de las cejas y el hueco de la cuenca del ojo. Sus labios
eran de un rojo matador. Parecía la adulta que no era, y el vestido azul eléctrico
entallado de palabra de honor que llevaba, enmarcaba sus prominentes curvas
haciendo las delicias de aquellos que la observaban.
Apenas quedaban cuatro personas para entrar. Adrián advirtió a Dafne que se
comportara. Y fingiendo estar completamente serena, enseñó su carnet de
identidad falso y pasaron sin ningún contratiempo.
Ninguno de los ocho que iban se quedó fuera.
Una vez dentro el grupo comenzó a separarse. Dafne fue a la barra junto a
Adrián y pidieron un par de copas más.
—¿No crees que ya vas demasiado borracha? —preguntó Adrián con una
sonrisa. Sacó un cigarrillo de su cajetilla y lo encendió mientras esperaban las
copas.
—La noche solo acaba de comenzar, cariño. Esto es solo el principio. Creo
que te tocará llevarme a cuestas a casa de Sara —soltó una carcajada—. Vamos a
bailar, ¡me encanta está canción!
Arrastró a Adrián al centro de la pista al ritmo de Temperature de Sean Paul.
La gente saltaba, se movía y reía en medio de la ancha carpa exterior de la
discoteca. Constaba de dos salas, en la del interior, la sala House, hacía
demasiado calor para el día que hacía. Además afuera se podía fumar con
tranquilidad.
Dafne comenzó a moverse de forma sensual contra Adrián, aumentando la
temperatura de sus cuerpos. Él quería ir más allá con ella. Era una chica con un
cuerpo espectacular para su edad y le ponía demasiado, por desgracia, en dos
meses no habían podido llegar a mucho más que unos cuantos besos subidos de
tono y unas cuantas caricias prohibidas, siempre estaba en medio Enoch para
cortarles el royo.
Comenzaba a hartarse de tanta espera, si no fuera porque Dafne estaba tan
buena, haría tiempo que la habría dejado.
La cogió de las caderas y masajeó sus glúteos por debajo del estrecho vestido
que le quedaba de vicio y ella lo agarró del cuello para atraer sus labios y
juguetear con sus lenguas. Ni siquiera seguían el ritmo de la música, habían
dejado de escucharla. Adrián tenía pensado llevársela a los lavabos, pero se
olvidó de la idea en cuanto Sergio apareció con un porro en sus manos.
—¿Te vienes a fumar? —le sonrió. Adrián asintió y Dafne lo acompañó
hasta la salida.
Les pusieron a los tres el sello de la discoteca para poder volver a entrar y
cruzaron la estrecha carretera para llegar hasta las vías del tren y cruzarlas. Al
otro lado estaba la playa. Allí podrían fumar tranquilos sin que los echaran de la
discoteca. Dafne se quitó los zapatos para no hundirse en la arena. No le gustaba
mucho la idea de mancharse el vestido, pero iba tan perjudicada que ni siquiera
le importó.
Adrián se encendió el cigarrillo condimentado y le dio la primera calada
mientras Sergio sacaba otro de su cajetilla.
¿Cuántos habrían llevado? Se preguntó Dafne.
—Eh, que yo también quiero —murmuró cruzada de brazos. Los dos amigos
hablaban entre ellos y ella parecía que no estuviera.
—Has bebido mucho. No sé si deberías —aconsejó Sergio.
—No seas como su hermano, Sergio. Déjala que fume. Ten. —Adrián se lo
tendió con una sonrisa.
Dafne lo cogió y fumó dando fuertes caladas. Estaba un poco fuerte y al
principio tosió, pero tras varias caladas más, su garganta se acostumbró a la
quemazón.
Sabía que estaba actuando como la niñata que se empeñaba en no ser, pero
no podía quedar como una idiota delante de Adrián. Sí quería estar con él debía
imitar sus pasos y si para ello tenía que fumar, beber y hacer la imbécil, lo hacía
sin remordimientos.
Sergio se terminó su porro y se marchó de nuevo a la discoteca y Dafne
aprovechó para tumbar a Adrián en la arena y subirse a horcajadas sobre él.
Los psicotrópicos la tenían desinhibida por completo y Adrián se aprovechó
de ello. Se besaron como si no hubiera un mañana y ella comenzó a juguetear
con la cinturilla de su pantalón.
—¿Estás juguetona? —le preguntó con una sonrisa picarona. Sus ojos azules
brillaban a la luz de la luna y Dafne era incapaz de dejar de mirarlos.
—¿Yo? ¿Por qué iba a estarlo? —coqueteó.
Adrián la acercó más a él y colocó sus tiernos pechos en su cara. La
oscuridad le daba la libertad de sacar uno y jugar con él.
Estaban llegando más lejos que nunca. Dafne era virgen, pero en ese instante
podría haber hecho lo que fuera con él. No era dueña de sí misma y lo que
Adrián provocaba en ella le quitaba importancia a todo lo demás.
No era el sitio más idílico para una primera vez, pero la sangre adolescente
hervía con fuerza y el alcohol ayudaba a que los nervios desaparecieran. Adrián
estaba ansioso por probarla, desde que comenzaron no pensaba en otra cosa. En
realidad, era lo que siempre había querido de ella y había aguantado de forma
estoica durante dos meses. Las hormonas alteradas de ambos los llevaron a
quedarse casi desnudos en medio de la playa.
No hubo preliminares, ni palabras bonitas. No fue un acto de amor para
Adrián, pero para Dafne fue un momento maravilloso.
Había dejado que su amor adolescente acabara de una vez por todas con su
niñez en una playa que las noches de los viernes y los sábados se transformaba
en un picadero.
Él había conseguido su reto, y ella, cada vez se encaprichaba más del chico
que acababa de quitarle su inocencia.
H abía pasado una semana desde el día de la discoteca. Volvía a ser viernes y
la semana había sido de lo más dura para Dafne. Todos en el instituto la miraban
con cara de pena. Adrián en clase la ignoraba por completo. En las horas de
recreo seguían juntándose todos, pero él hacía como si ella no existiera y parecía
que empequeñecía por momentos.
Estaba triste, se sentía sola y su único apoyo era Sara, quien se metía con
Adrián cada vez que veía a Dafne triste tan solo para hacerla sonreír.
—Si no te acuerdas del polvazo, será por algo querida amiga. Seguro que la
tiene tan pequeña que no fue capaz ni de darte un mínimo de gustirrinín.
Eso era lo único que conseguía animarla un poco: Sara.
Por el Instituto habían comenzado a aparecer los rumores de su ruptura.
Incluso ya había visto a Adrián tontear con otra chica de tercero que iba a otra
clase. ¡Qué le dieran! No pensaba dedicarle más lágrimas de las que había
echado en los últimos días.
No lo merecía.
Sin embargo, sí que merecía una buena paliza por imbécil. Todo el colegio
estaba enterado de lo que hicieron en la playa. Para hacerse el machito lo había
ido contando a todos. Era el héroe entre los chicos, aquel que cuando conseguía
lo que quería se iba a por la siguiente víctima a la que joder.
Desde el principio hubo apuestas de a ver cuánto duraba la pareja. Nadie
creía que pasaran del mes y lo consiguieron, pero claro, no se habían acostado y
ya después de haberlo hecho, no había nada más que hacer para Adrián. Dafne
era un estorbo y a otra cosa mariposa.
También le llegaban rumores de que durante esos dos meses él había estado
con otras chicas. Lo cierto era que no le sorprendía. Tras descubrir su verdadera
cara, no le extrañaría haber estado siendo una cornuda.
Ya qué más daba…
Volvió a casa al terminar las clases. Junio había llegado y pronto llegarían los
exámenes finales. Durante todo el curso había estado vagueando y los dos
primeros trimestres había suspendido hasta alternativa a la religión. Le quedaba
un último empujón para demostrar que podía aprobar. No era tonta, al contrario,
era muy inteligente y tenía mucha memoria. Estudiar durante las dos semanas de
curso que quedaban le daba la oportunidad de aprobar y no repetir. De algo debía
servir su castigo. No le dejaban salir por las tardes, ni por las noches. Su vida
social había quedado reducida a la nada y solo le permitían que Sara fuera a su
casa para estudiar porque sabían que con ella sí que lo haría.
Aprovechó que sus padres todavía no habían vuelto de trabajar y que Enoch
estaba en el gimnasio para quedarse un rato en el salón. Intentaba cruzarse lo
menos posible con todos. Su padre aún estaba enfadado y no soportaba su
reprobatoria mirada cada vez que pasaba por su lado. Su madre intentaba hablar
con ella, pero Dafne pasaba y se escondía en su habitación hasta que la llamaban
para cenar.
Enoch era otro caso.
Aún lo culpaba porque Adrián la hubiera dejado y sus padres la hubieran
castigado, sin embargo, no podría mantener su enfado durante mucho tiempo
más porque le había hecho abrir los ojos en esa relación destinada al fracaso. En
el fondo lo había hecho con buena intención.
Recordó entonces los buenos momentos que pasaba con su hermano. Él la
llamaba Nala y para Dafne, él era su Simba. Eran inseparables desde que ella era
bebé y siempre estaban acurrucados el uno junto al otro en el sofá en sus ratos
libres. Se preguntó cuándo había cambiado todo.
¿Quién tuvo la culpa? No tenía ni idea.
Cuando comenzó a convertirse en una joven mujer al año siguiente de entrar
en el instituto, la actitud de Enoch con ella cambió de forma radical. Apenas
pasaban tiempo juntos, siempre estaba fuera con sus amigos y no le hacía ningún
caso. A veces salía por la calle y lo veía con alguna chica coqueteando e incluso
besándose y eso la ponía de muy mal humor. Sabía que su hermano era muy
atractivo, ella tenía ojos en la cara y si no fuera de su familia, sin duda sería en el
chico en el que se fijaría.
A pesar de los celos que Dafne sentía de sus relaciones, al principio seguían
hablando de vez en cuando, pero cuando ella comenzó a ir con chicos más
mayores, que encima eran del grupo de su hermano, Enoch se convirtió en su
pesadilla.
Empezó a controlar todo lo que hacía. La vigilaba a hurtadillas entre clase y
clase, y cuando terminó la ESO no fue diferente. Seguía apareciendo por el
instituto a buscarla y cuando se reunía con sus amigos en el parque, también
estaba allí para controlar lo que hiciera.
Lo que en un principio parecía preocupación, se convirtió en un grano en el
culo y su relación tan estrecha fue cayendo en el olvido. Dafne le cogió odio a su
fiel hermano. Se peleaban una y otra vez, y ella comenzó a rebelarse contra
todos. Se juntó con la gente equivocada y no supo cuidar lo que de verdad
merecía la pena.
En el fondo lo echaba de menos.
Enoch había sido su mejor amigo, no solo su hermano y por seguir a las
hormonas antes que al corazón, lo estaba perdiendo.
Encendió el ordenador de sobremesa y puso su CD favorito de Melendi, Sin
noticias de Holanda. Ella tenía unos gustos musicales un tanto variopintos. Le
gustaba todo menos el flamenco y el reguetón, sin embargo, Melendi, aun
teniendo esos toques flamencos era todo un poeta con sus canciones. Su primer
CD no era del todo educativo, prácticamente todas las canciones hablaban sobre
la Marihuana, pero a Dafne le animaba eso mucho más que Alex Ubago. Sí se
ponía música para auto compadecerse acabaría llorando una vez más y no le
apetecía derramar más lágrimas.
En realidad solo quería llorar por todo lo que tenía que estudiar.
E noch contaba los minutos que faltaban para recibir los resultados a sus
exámenes. Había estudiado para ir a por el diez, pero no las tenía todas consigo.
Podía permitirse algún fallo, pero la nota debía ser lo suficientemente alta para
que le concedieran la beca en la universidad que quería. Según los resultados,
esa noche les comunicaría a todos su decisión de marcharse.
La secretaria entró en la clase en la que esperaban los alumnos y les
comunicó que los resultados ya estaban en el tablón de anuncios de recepción.
Los alumnos salieron en estampida por la puerta, ansiosos. Enoch esperó el
último. Estaba tan nervioso que reaccionaba a cámara lenta.
No debía estar preocupado.
Había estudiado y se había esforzado al máximo para cumplir su objetivo.
La pared blanca de la recepción estaba cubierta por un enorme corcho en el
que se iban colgando los anuncios importantes. A la izquierda, todo el grupo de
alumnos se reunía y buscaba su nombre en el blanco papel. Algunos ya lo habían
localizado y gritaban efusivos tras su aprobado, mientras que otros, gruñían por
no haber superado la prueba. Enoch se fijó en que su amigo Esteban saltó de la
alegría, y antes de dejarle mirar su propia puntuación, lo abrazó.
—Tío, ¡nos vamos a Valencia!
Enoch se acercó de una vez a mirar su nombre y sonrió junto a su amigo al
ver su nota.
9,6 de puntuación total. De sobras para poder ir a Valencia.
Lo había conseguido. Estaba a un paso de comenzarse a labrar un futuro.
No le esperaba un camino fácil, pero por suerte estaría acompañado de su
mejor amigo en la aventura. Ambos tenían claro que además de ir a la
universidad, tendrían que buscar un trabajo a media jornada para pagar el lugar
en el que vivirían. No iba a ser fácil, trabajarían, estudiarían, e incluso
intentarían tener algo de vida social.
—Comienza la aventura —murmuró Esteban haciendo sonreír a Enoch.
Se marcharon juntos a celebrar su aprobado. Irían a un bar que estaba al lado
a tomar unas cervezas y luego volverían a casa para dar la noticia.
Estaban entusiasmados. Enoch cada vez estaba más cerca de cumplir su
sueño de ser entrenador profesional. El deporte era su mayor pasión y no había
nada mejor en la vida que intentar trabajar en lo que de verdad te gusta. Durante
unos meses le tocaría tener un trabajo basura, pero no le importaba si eso le
conllevaba a poder conseguir su reto.
Al llegar a casa sus padres todavía no habían llegado. Dafne seguiría en el
instituto haciendo los últimos exámenes antes de recibir la nota final y tardaría
un poco en llegar.
Aprovechó para darse una larga ducha relajante y después comenzar a
rellenar el papeleo que necesitaba para entrar en la universidad.
Lo más difícil estaba hecho, con su nota estaba seguro de que lo cogerían en
la carrera, pero no podía quitarse de la cabeza a Dafne. En realidad, separarse de
ella era lo que menos le apetecía, no obstante, era necesario. Además de estudiar,
debía aclarar su mente. Olvidar lo que comenzaba a sentir por ella y hacerse a la
idea de que era su hermana. No quería más disgustos para sus padres y si se
enteraban de sus sentimientos, el fuego ardería en casa.
E n las dos últimas semanas Enoch había recuperado las viejas amistades.
David todavía seguía viviendo en la misma casa, junto a sus padres, los cuales
deseaban que se marchara de una vez por todas, pero aún no tenía trabajo como
informático ni dinero para costearse un piso. Estaba soltero y picando de flor en
flor, como cuando eran niños. Su amigo Alex, quien tenía una relación con Cova
terminó poco después de que él se marchara, pero ella también seguía en el
grupo. Ellos dos, junto a Esteban, eran sus mejores amigos. Toda la
adolescencia, incluidas las travesuras de la época, las había hecho con ellos y le
hizo mucha ilusión saber que todavía seguían yendo al parque de al lado de casa
de sus padres a tomar el aire de vez en cuando.
Volvió a ver también a Adrián, el ex de Dafne y quién le robó la virginidad
en una noche de borrachera. Lo saludó por pura educación, pero no le tenía
aprecio alguno y ojalá se hubiera ido muy lejos de Badalona. No obstante,
debido a su inexistente inteligencia, no se había ni siquiera graduado y era una
bala perdida. Seguro que también vendía marihuana como Manu. Cuando Dafne
llegó con él, ambos se pusieron a hablar apartados de todo y dedujo que era
sobre negocios.
—Definitivamente no me gusta —murmuró en su oído cuando se sentó.
—Dios, hermanito. Eres muy pesado —frunció el ceño.
Volvió a ojear lo que hacían aquellos dos y le dio tiempo a ver como
intercambiaban algo. Lo más seguro era que fuera mercancía.
—Solo me preocupo por ti —respondió.
Dafne lo ignoró y se lió un cigarrillo. Cuando Enoch la vio liar volvió a
poner la cara de superhéroe y defensor de la justicia.
—Es tabaco.
No hubo respuesta. Dafne soltó un bufido y continuó a lo suyo.
Rondaban las ocho de la tarde y todavía el día estaba claro. Frodo corría
junto al perro de Alex en busca de la pelota que David le lanzó. Pasar allí las
horas muertas ya no era tan divertido como cuando era adolescente, se aburría y
no aguantaba mucho rato.
Terminó su cigarro y se despidió de todos. Enoch se quedó allí un rato más.
—Te espero en casa.
Al llegar, Dafne puso una lavadora con la ropa del trabajo y llenó los
cuencos de comida de sus pequeños. Khalessi estaba apoyada en el alfeizar de la
ventana, tumbada boca arriba tomando las últimas horas de sol del día.
Ese fin de semana celebraba su cumpleaños. Los veinte años llegaban y tenía
pensado hacerlo por todo lo alto. Gracias a Sara había conseguido reservar una
sala en su restaurante favorito y después irían de fiesta a la playa y adónde les
llevara el destino.
Lo estaba deseando.
Fue a su habitación y levantó el colchón para abrir el canapé donde guardaba
varias cosas. El alijo de Marihuana de Manu apestaba toda la habitación. Ahí
había por lo menos medio kilo. Sabía que se la jugaba, como la pillaran no se
libraría de un buen multazo. A veces seguía siendo un poco idiota.
Sara se empeñaba en decirle que no tenía personalidad, y al final le daría la
razón. Cedía ante las constantes peticiones que Manu le decía aunque en su
interior pensara que eran una locura.
Cogió un poco de una bolsa y se lió uno aprovechando que estaba sola en
casa y salió a la terraza a fumar.
Su teléfono móvil sonó.
—Gordita mía, ¿qué haces? —Saludó una muy efusiva Sara al otro lado de la
línea. Dafne sonrió.
—Hola caracola. Pues nada, en la terraza, fumando un poco.
—Drogadicta… —la riñó.
—¡Serás idiota! Es uno de vez en cuando. Además, muchos médicos lo
recomiendan para algunas enfermedades. Si ellos lo dicen, ¿por qué iba a ser
malo? —se preguntó con una lógica aplastante.
—Los médicos también recomiendan no comer hidratos de carbono por la
noche y tú te hinchas a pizza. ¿Por qué no les haces caso también en eso? —
respondió con una sonrisa. Sara tenía la manía de comportarse como una madre.
Suerte que no lo era y con ella hacía lo que le daba la gana. Desde siempre con
ella se comportaba cómo era en realidad. Era quien más libertad le
proporcionaba.
—Porque eso no es divertido. La pizza provoca orgasmos en mi organismo y
a falta de pan, buenas son las pizzas —se inventó.
—Te voy a dar una que lo vas a flipar… Capulla —se burló soltando una
carcajada—. Por cierto, estoy de camino a tu casa. ¡Mañana tengo el día libre de
todo y hay que planear tu cumpleaños!
Se separó un poco el móvil de la oreja con los gritos de su amiga. Sara estaba
entusiasmada con la fiesta. La pobre se pasaba el día estudiando y trabajando y
su vida social escaseaba.
Ni siquiera le dio tiempo a colgarle el teléfono, Sara ya estaba picando a la
puerta.
Estaba loca…
—Podrías haber dicho que ya estabas aquí.
—¡Dios, que peste! Ese olor me revuelve el estómago. ¡Satanás, aquí no
vuelvas más! —Le hizo la cruz con cara de asco al cigarrillo de Dafne y esta
estalló en carcajadas.
Juntas volvieron a salir a la terraza para que su amiga no se comiera la
humareda.
—¡Mierda! —gruñó Dafne cuando escuchó la puerta abrirse. Todavía le
quedaba la mitad del porro y no quería que su hermano la pillara con él en la
mano—. Toma, aguántalo
—Ni hablar, muñequita. No quiero que tu hermano me odie a mí. Ya te
sostuve demasiados cigarrillos de jovenzuelas.
—Zorra.
Lo apagó rápido en el cenicero y lo escondió detrás de la silla.
Enoch saludó nada más entrar por la puerta y apareció en la terraza sonriente
con Frodo subido a sus pies para que lo acariciara.
Sara por poco se queda sin aliento.
—¡Virgencita santa! ¡Madre de dios, de Jesucristo y de Gandalf el Gris!
¿Enoch? —preguntó tras soltar lo primero que se le cruzó por la cabeza.
—Vaya, Sarita. ¡Qué alegría verte! —La saludó con un efusivo abrazo.
—Alegría la que tú me has dado, macizorro. Dios, gorda, ¿cómo no me
dijiste que tu hermano se había convertido en uno de esos modelos de calendario
guarro?
Enoch estalló en carcajadas. La amiga de su hermana seguía siendo un show.
Aunque años atrás apenas se trataban porque Dafne acaparaba toda su
atención, Sara tenía un sentido del humor de lo más extrovertido. Con su metro
sesenta y cinco de altura se había convertido en una chica resultona. No era
delgada, tenía curvas pronunciadas que le daban una sensualidad muy femenina
y un busto en el que perder la cabeza. Ya no tenía el pelo castaño, ahora iba
teñida con un tono anaranjado que hacía que sus ojos azules cobraran más
intensidad. Estaba muy guapa.
Sara se levantó de la silla y se acercó contoneando las caderas hasta Enoch,
dándole un provocativo beso en la mejilla que hizo carcajearse a Dafne y
enrojecer al pobre chico.
—Hermanito, ten cuidado con esta lagarta. Creo que me va a tocar a mí
apartarte a las busconas.
—¡Oye, serás perra!
Sara ya no era tan tímida como antaño, ahora se dejaba llevar por sus
hormonas y la mirada que le echaba a Enoch prometía todo tipo de cosas
obscenas, sin embargo, su hermano no estaba por la labor.
Se sentó junto a Dafne en la estrecha silla y estuvieron un rato animados
conversando y poniéndose al día. Sabía que su hermana seguía teniendo a esa
loca por mejor amiga porque hablaban de ella por teléfono. Siempre le pareció
un acierto por su parte, era una gran chica, responsable aunque algo alocada,
pero para Dafne era una muy buena influencia.
—¿Qué tal por Valencia? —preguntó Sara.
—Ha sido una experiencia maravillosa. No he hecho mucho turismo porque
me he pasado estos cuatro años trabajando y estudiando, pero me llevo un grato
recuerdo. Tenía ganas de volver.
Dafne sacó unos refrescos mientras continuaban ahí fuera y al final la noche
les cayó encima.
—¿Te quedas a cenar? —preguntó a su amiga.
—Por supuesto, leona. Hoy seré tu ocupa hasta que se te cierren los ojos.
Mientras preparaba la cena, que constaba de tres pizzas precocinadas,
alguien llamó a la puerta. Enoch salió de la terraza para abrir tras el aviso de
Dafne y no se le quedó muy buena cara al ver a Manu y a otro tipo allí.
—¿Esta Daf? —preguntó sin saludar y Enoch asintió.
Manu entró en el interior de la casa y fue en busca de su chica a la cocina.
Dafne frunció el ceño al verlo llegar con uno de sus colegas.
Le había dicho cientos de veces que no hiciera eso.
—¿Qué hacéis aquí? Te he dicho…
—Lo sé, lo sé —la cortó—. Pablo tenía prisa por conseguir algo de material.
Si hubiera tenido tiempo habría venido yo solo, cariño. No te cabrees, anda.
Dafne bufó frustrada. Eso ya era abusar demasiado de su confianza.
—Os quiero fuera en cinco minutos —ordenó.
Los dos hombres fueron en dirección a la habitación de Dafne seguidos por
la mirada reprobatoria de Enoch. No le gustaba mucho la situación, sospechaba
que ahí no se cocía nada bueno y más sabiendo a qué se dedicaba ese despojo de
ser humano.
Sin que su hermana se diera cuenta se metió en el baño contiguo a su
habitación y escuchó la conversación de aquellos dos perroflautas que invadían
la propiedad de Dafne.
—¿Cuánto quieres? —preguntaba Manu.
—Con cincuenta tengo suficiente.
Hubo una pausa en los sonidos. El chirrido de lo que parecía ser el canapé de
la cama se escuchó incluso desde el baño, y después, sonido como de plástico
rasgándose.
—Aquí tienes.
—Vaya, tío. Menudo arsenal —aplaudió el otro.
Los dos salieron veloces de la habitación mientras Enoch continuaba
escondido. Cuando oyó la puerta de entrada cerrarse, revisó que Dafne no
estuviera cerca e invadió su habitación.
Había un aroma extraño, a hierba. El presentimiento de algo que no le
gustaba se instaló en su pecho y no pudo más que investigar. Se estaba metiendo
donde no le llamaban y aquello auguraba una pelea con su hermana, pero no le
importó. Prefería pelearse a tener que verla entre rejas.
Levantó el canapé del colchón y lo vio.
—¡Será hijo de puta! —gruñó levantando un poco la voz.
Ahí había un buen paquete de Marihuana. Una cantidad que podría suponerle
una buena multa a su hermana y estar un tiempo entre rejas.
¿En qué demonios estaba pensando?
—¡Dafne! —la llamó gritando.
—¿Qué pasa? —preguntó Sara entrando de súbito en la cocina en busca de
su amiga tras oír el grito de Enoch.
—¡Mierda! Creo que me ha pillado… —murmuró nerviosa.
Le dijo a Sara que esperara en el salón y Dafne se dirigió al lugar de donde
venían los gritos. Enoch estaba sentado en su cama, con rostro muy serio y
parecía echar humo por las orejas.
Definitivamente había visto lo que se escondía debajo de su colchón.
¡Maldito Manu!
—¿Se te ha ido la puta cabeza? ¿Cómo guardas eso debajo de tu colchón?
¡Podrías ir a la cárcel, joder! —la riñó como un padre cuando su hijo comete una
travesura, no obstante, esa travesura se pasaba de lo normal.
—Me lo pidió, nada más —contestó con toda la calma que lograba aparentar,
que era más bien poca.
—¿Y si te pide que te tires por un puente también lo harás? —bufó frustrado
—. Tienes menos personalidad que Sam Sagaz, hermanita. ¿Sabes que por esa
cantidad podrías ir seis años a la cárcel?
Agachó la cabeza aguantando la larga perorata que le estaba echando, sin
embargo cuando mencionó su escasa personalidad, la furia fue comenzando a
emerger de lo más profundo de su alma y contestó:
—Sé lo que hago, Enoch. ¿Crees que no sé lo que me depararía que me
pillaran? El lo venderá en poco tiempo. Pronto no tendré nada que ver.
—Pero ahora lo tienes, ¡joder! Entiendo que tu relación con ese chico sea
solo meramente sexual, pero guardarle la hierba en tu propia cama, ¡en tu casa!
Es una jodida locura, Dafne.
—Llevo meses guardándola y nunca ha pasado nada. ¡Déjame en paz!
Salió de la habitación dispuesta a dejar de escucharlo, pero él la siguió hasta
la cocina, donde Dafne maniobraba con el horno para sacar las pizzas de la cena.
—No huyas como si tuvieras quince años, Dafne. Ya no los tienes y estás
actuando como una niña pequeña.
Sara los observaba sentada en el sofá, sin abrir la boca. No obstante debía
darle toda la razón a Enoch en ese instante. Dafne se estaba arriesgando de
forma innecesaria por una persona que apenas le importaba. De lo buena era
tonta, y en esa situación en concreto, gilipollas.
Cuando le comentó que tenía todo eso bajo su colchón por poco no le mete
una paliza por idiota, pero su amiga siempre alegaba que no pasaba nada. Manu
se encargaba de venderla y ella simplemente la guardaba. Sin embargo, si algún
día pillaban a Manu ella sería la primera en ser investigada y caería culpable de
tráfico de drogas.
—¡Te odio! —le gritó cansada de escuchar sus reproches. Estaba realmente
enfadado.
Fue de nuevo a la habitación y Enoch volvió con todo el género en sus
manos.
—Vas a deshacerte de esto ahora mismo si no quieres que yo mismo llame a
la policía.
—¿No te atreverás?
—Rétame a ello.
—¡Largo! ¡Fuera de mi casa! No te quiero ver aquí nunca más.
—Ya vuelves a comportarte como la niña que aún sigues siendo. —Negó con
la cabeza con lástima.
—¡Qué te pires!
Enoch abrió la puerta de entrada y salió dando un fuerte portazo cumpliendo
los deseos de su hermana.
Dafne comenzó a llorar de la rabia y la frustración provocada por la
discusión.
Sara se acercó a ella para consolarla y dejó que llorara durante unos minutos
antes de dar su opinión.
—Gorda, tu hermano tiene razón. Tienes que deshacerte de esto, ya.
—Manu no tiene dónde guardarlo. Vive con sus padres y ellos no saben nada
de esto —explicó.
—Ese es su problema, cariño. Tú vives sola y te estás arriesgando por una
persona que no lo merece, y lo sabes. Llámalo y díselo.
—No lo entenderá. —Hundió la cabeza entre sus manos y suspiró fuerte.
Sara tenía razón, al igual que su hermano. Una vez más actuaba de forma
inconsciente con algo más serio incluso que cuando se acostó con Adrián sin
condón con quince años. Su poca fuerza a la hora de imponerse ante algo la
hacía débil.
Nunca cambiaría…
Era débil, se dejaba llevar por los demás como una marioneta sin vida
propia. Su afán por complacer al resto la dejaba a ella en un segundo plano, y ser
bonita y resultona no le servía para que la tomaran más en serio, al contrario, la
trataban como a una idiota capaz de hacer lo que fuera por complacer a los que
la rodeaban. Una lastra que la perseguía desde la adolescencia.
¿Por qué no podía actuar cómo quería?
No se conocía a sí misma. Había un vacío en su interior que solo ella podía
encontrar, pero no se esforzaba lo suficiente para conseguirlo llenar. Mantenía
una postura lineal en su vida, dejándose llevar por la monotonía y la comodidad,
sin disfrutar de los días.
Soltó un suspiro más y fue a por su teléfono móvil. La llamada no le sentó
demasiado bien a Manu, lógicamente, y tras una larga discusión en las que
ambos se faltaron al respeto, ya iba de camino a por su mercancía para
esconderla donde fuera. Encontraría a alguien a quién encasquetársela, de eso no
tenía duda.
Cuando llegó, Dafne la tenía preparada encima de la mesa del salón metida
en una bolsa y una pequeña mochila.
Manu ni siquiera la miró, lo cogió y se marchó de allí sin abrir la boca.
—Me parece que vuelvo a estar soltera… —susurró a Sara después de oír el
portazo.
—Pues déjame que te diga que es lo mejor que te podía pasar, gorda. No te
convenía.
—Cada día te pareces más a Enoch. Ya es la segunda relación que me jode…
—bufó.
En solo tres días que hacía que había vuelto había conseguido que su novio
la dejara. Parecía tener un radar para capullos y su afán por desenmascararlos
rompía sus relaciones dejándola sola una vez más.
No le gustaba la soledad. Después de mucho tiempo con Manu había
encontrado alguien que la complaciera, y ahora, ya no le quedaba más que su
inseparable vibrador.
Que triste…
Capítulo 11
Sara se marchó una hora más tarde. Se había desahogado con ella como
siempre. A pesar de que la juzgaba, nunca llegaba a reprocharle sus actos. Se
empeñaba en apoyarla y le dejaba que cometiera sus propios errores. Era la voz
de la conciencia. La persona que siempre conseguía sacarla de los apuros y con
sus consejos seguía adelante.
Se había comportado como una completa imbécil.
Frodo y Khalessi la acompañaban tumbados junto a ella en el sofá. Su perro
no había dejado de lamerle la mano desde que había comenzado a llorar. Y
Khalessi maullaba cada vez que se movía del sitio.
—No sé qué haría sin vosotros —les musitó en voz alta.
Khalessi se levantó de la comodidad de estar entre sus piernas, y como si
entendiera a su dueña, lamió su mejilla con su rugosa lengua haciéndola sonreír.
—¿Creéis que me he pasado con Enoch? —les preguntó. No iba a obtener
una respuesta esclarecedora, pero el ladrido de Frodo le dio a entender que
obviamente se había extralimitado—. Tienes razón. Él solo quería ayudarme.
¿Por qué sigo comportándome como una adolescente?
Siempre intentaba hacerse la madura. Parecer una adulta de verdad. Tener un
trabajo y estar independizada no servía para conseguirlo, en su cabecita
continuaba ese carácter visceral que la hacía actuar de forma irracional. Y esa
vez se había extralimitado.
¿Cómo había podido permitir que Manu utilizara su casa como almacén de
droga?
Ni ella misma se lo explicaba. Quizá fuera que el día en que le dio permiso
para ello había tenido una noche loca. Ella había fumado un poco y tenía una risa
tonta en el rostro que no desaprecia. Después de eso olvidó la conversación
porque él se encargó de seducirla. Y lo siguiente que ocurrió fue que bajo su
cama se escondía una buena bolsa llena de Marihuana.
Después de eso no fue capaz de decir que se la llevara. Simplemente impuso
unas normas que él no cumplía, pero como una idiota que buscaba complacer, se
limitaba a repetírselo para que él no hiciera nada al respecto.
—Le debo una gran disculpa. Lo he tratado fatal.
Hablar en voz alta era habitual. Sus animales no le contestaban con palabras,
pero sus miradas le conferían la confianza necesaria para hacer ciertas cosas. A
ese paso sería como la Loca de los gatos de Los Simpson, solo que ella sería
capaz de tener un zoo entero en su propia casa.
Apartó a un lado a la pequeña Khalessi y se levantó para ir a su habitación.
Su móvil estaba cargando. Revisó si tenía algún mensaje y se encontró con uno
de Manu.
«Por tu culpa casi me pillan, tía. Lo nuestro se ha terminado. No vuelvas a
llamarme para echar un polvo».
Dafne soltó una sardónica carcajada al leerlo.
«El único culpable eres tú, y no te preocupes, contaba con ello».
Borró la conversación y fue en busca de la que compartía con su hermano.
Lo último que se había enviado con él fue el día en que volvió por sorpresa.
Se tumbó en la comodidad de su cama y se armó de valor para escribir. Eran
pasadas las diez de la noche y su conexión citaba «En línea».
Soltó un fuerte suspiro.
«Lo siento mucho».
Le dio a enviar esperando ver aparecer el mensaje de «Escribiendo...» por
parte de su hermano.
Pero no lo hizo, así que se aventuró a ser ella la que volviera a escribir.
«Tenías razón en todo. He vuelto a comportarme como una niñata y casi me
meto en un lío del que tú me has librado. Si quieres, puedes volver».
Esperó de nuevo una respuesta y suspiró de alivio al ver que le respondía.
Con esa disculpa esperaba haber ablandado el corazón de su hermano.
«Te perdono, enana. Y sí, te has comportado como una verdadera niñata».
«Lo sé. Entonces... ¿vendrás?».
Le preguntó esperanzada. Hablar con Frodo y Khalessi era divertido, pero
más lo era hacerlo con alguien de carne y hueso.
«No creo. Hoy me quedaré aquí con papá y mamá. Mañana estaré ahí».
«Jo. No quiero dormir sola :(».
Esperaba que el emoticono de la carita triste le diera pena.
«Pues tendrás que soportarlo, hermanita. Mamá quiere arroparme como
cuando era niño. Ya te comentaré si sobrevivo o me ahoga con el edredón».
Sonrío ante su último comentario y decidió despedirse de él y darle las
buenas noches.
Había pasado toda la noche sin dormir, preocupado por lo último que le
había contado a su madre y que les preocupaba a todos. Enoch intentó
convencerles de que lo mejor era decirle la verdad, pero ninguno sabía cómo
abordar el tema.
Dafne podría tomárselo fatal. El tiempo había pasado más deprisa de lo que
sus padres imaginaron y se les avecinaba tomar una decisión que podría
acarrearles el odio de su hija.
—¿Cómo estás? —preguntó a su madre cuando se despertó. Estefanía estaba
en la cocina con un café entre sus manos que ya se había quedado frío.
—Preocupada. No sé cómo afrontarlo. —Puso las manos en su cabeza y
suspiró cansada. Enoch la reconfortó con una mano en su hombro y se sentó
junto a ella.
—Habéis dejado pasar mucho tiempo...
—Lo sabemos. Debimos haber hecho caso a ese niño de diez años que nos
preguntó si podía contarle la verdad. Quizá todo hubiera sido más sencillo —
admitió. Sin embargo la idea de revelarle a una niña de siete años que ellos no
eran sus padres y que su verdadera madre se prostituía y drogaba, no había
entrado nunca en sus planes.
Iba a ser muy duro si se enteraba y no solo por el hecho de descubrir que su
familia en realidad no lo era. Debía ser un golpe muy fuerte descubrir que era
adoptada.
—Bueno, me marcho a trabajar. Si te marchas con tu hermana cierra bien la
puerta.
—De acuerdo mamá. Ten cuidado y ante cualquier intrusión inesperada,
llámame.
Estefanía le lanzó una tierna sonrisa a su hijo y le agradeció con la mirada su
apoyo.
Se fue a dar una ducha que desentumeciera sus músculos y decidió ir a casa
de su hermana. Era viernes y al día siguiente era el día de su cumpleaños. No
había hablado con ella sobre qué iban a hacer y tampoco sabía si estaría invitado
tras la discusión.
Sin embargo ella le había pedido perdón. Al menos había reaccionado y se
había dado cuenta de en qué lío podía haberse metido si no se hubiera desecho
de la droga.
Llegó a los diez minutos y al abrir la puerta Frodo y Khalessi lo recibieron
de forma efusiva. Tuvo que cerrar rápido porque la gata quería escaparse.
—No te escaparás, pilluela —la riñó con una sonrisa mientras la llevaba
entre sus brazos.
Quedaban unas horas para que llegara su hermana, así que lo primero que
hizo —como si fuera un agente de policía—, fue entrar en su habitación e
investigó el canapé de debajo de su colchón.
La bolsa ya no estaba.
—Al menos me ha hecho caso —musitó en voz alta.
Se dedicó a ver la tele durante toda la mañana. Tenía ganas de comenzar a
trabajar, pero aprovechó que no comenzaba hasta el lunes para procrastinar
durante toda la mañana. A la una del mediodía se puso a hacer la comida. Le
envío un mensaje a Dafne para que fuese a comer con él y su hermana aceptó la
invitación.
Preparó lo que mejor se le daba: pasta a la carbonara y esperó hasta que
Dafne llegara.
Cuando Dafne entró por la puerta de su casa lo hizo con algo de nervios.
Enoch estaba allí y tras la discusión no lo había vuelto a ver. Se habían pedido
perdón, pero aun así la culpabilidad la consumía y no tenía ni idea de cómo
reaccionar.
Se paró frente a él en la puerta de la cocina y la disculpa se adivinaba en su
rostro.
—Ven aquí, enana. —Enoch abrió sus brazos y Dafne los aceptó gustosa.
Enoch inhaló su dulce aroma y suspiró en su cabello. Dafne se sentía cómoda
entre sus fuertes brazos y agradeció a lo que fuera que hubiera en el universo el
tenerlo en su vida.
Desde que había vuelto no dejaba de pensar en él. Había sido siempre su
abrigo en los días de frío, su pañuelo en los peores momentos y también el que la
conseguía enfurecer. Pero aun así, el amor que sentía por Enoch no se
desvanecía.
—Lo siento —repitió.
—Ya ha pasado, así que no le des más vueltas —la consoló.
Se separó y Enoch le indicó que se sentara en la mesa. Sirvió los platos y con
la intromisión de Frodo y Khalessi consiguieron comer entre cómplices sonrisas.
—Lo he dejado con Manu —admitió Dafne.
—¿Lo siento? —El gesto desconcertante de Enoch la hizo reír.
—Ha sido lo mejor. No le quería y él a mí tampoco. Creo que voy a seguir tu
consejo de guiarme por el corazón y no por lo que tengan entre las piernas.
—Dios, estamos comiendo. ¡No quiero saber eso! —dramatizó y juntos
estallaron en carcajadas—. Ahora en serio, ¿estás bien?
—Sí. Debo empezar a tomar decisiones correctas, y aunque de nuevo por tu
culpa me he quedado soltera y con lo puesto, ha sido lo mejor.
—Eso es lo más maduro que te he escuchado decir nunca. —Enoch abrió los
ojos de forma exagerada y Dafne le lanzó un trozo de pan en la cabeza—. ¡Au!
Está duro.
Frodo se lanzó a por el pan en cuanto tuvo la oportunidad y se lo comió de
un solo bocado. Khalessi había intentado alcanzarlo, pero el perro se lo arrebató
de inmediato y ofendida se marchó a por la comida de su comedero.
—Cambiemos de tema. ¿Estoy invitado a tu cumpleaños? —preguntó y puso
morritos de forma infantil.
—Por supuesto. Mañana cenaremos en un restaurante que hemos reservado
Sara y yo y luego nos iremos de fiesta al primer lugar en el que dejen entrar a
nuestra pandilla de frikis.
—Me parece perfecto —sonrió animado por la idea de salir a despejarse un
rato.
Sin embargo acababa de acordarse de algo, no le había comprado regalo a su
hermana y se le echaba el tiempo encima.
Terminaron de comer y alegando que debía comprar cosas antes de comenzar
en su trabajo se marchó a por el regalo.
Quería que fuera algo especial, tan especial como era para él Dafne. Su
hermana, esa de la que llevaba enamorado desde que tenía uso de razón.
Capítulo 12
Los días pasaban y no tenía ninguna noticia sobre su hermana. Podría haber
llamado a Sara, pero dedujo que ni siquiera habría hablado con ella porque
conocía el orgullo del que gozaba Dafne y no quería meter la pata todavía más.
Todos los días le escribía y nunca recibía respuesta. Intentaba convencerla de
que tenía a gente que la quería y que aquello no cambiaba absolutamente nada.
Llevaba dos semanas alejada de ellos y sus padres cada vez estaban más
tristes. La llamaban pero nunca les cogía el teléfono.
—No quiere saber nada de nosotros. —Cuando llegó a casa Estefanía
hablaba con Carlos. Enoch acababa de salir de trabajar. Ya era su segunda
semana en el gimnasio y dar clases y entrenar a los socios le había servido para
olvidar durante unos instantes todo lo que estaba pasando.
Una mañana antes de que llegara Dafne del trabajo, fue a su casa para
recoger sus cosas. Le dejó una nota con la esperanza de que respondiera, sin
embargo no lo hizo.
Cada tarde iba al parque donde se reunían sus amigos y ni siquiera allí la
encontró. Ellos también se preguntaban dónde estaba Dafne y Enoch tenía que
mentirles sobre su paradero.
Le apenaba mucho la situación, sufría por sus padres y por ella. No debía
estar pasando por aquello ella sola. Lo más probable era que necesitara a alguien
con quien hablar. Pero él no era el más indicado. Había ayudado a mantener
oculta la mentira y era tan culpable como sus padres.
—Voy a ir a su casa, necesito verla —musitó Estefanía.
—Mamá, no creo que sea buena idea. Debes darle tiempo.
—Lleva dos semanas sin dar señales de vida. Estoy preocupada. Necesito
darle un abrazo —sollozó.
Su madre pasaba todo el día en casa. Las vacaciones en el colegio habían
comenzado y tenía demasiado tiempo para pensar. No paraba de darle vueltas.
Carlos se metía de lleno en el trabajo, pero no podía impedirle a su mente que se
desviara hacia ese tema.
Llevaba dos semanas de llamadas a la policía para pedirles encarecidamente
que vigilaran a Isabel. No sabían si pretendía volver a acercarse a su hija, pero si
lo hacía quedaría detenida una vez más. La orden de alejamiento era el único
chaleco salvavidas que tenían en ese momento. Debían confiar en el trabajo de
los agente a ciegas. No obstante, que hubiera aparecido de aquella forma por
culpa de un agente que había hablado más de la cuenta, no les alentaba
demasiado para confiar en ellos.
—Iré yo. Intentaré hablar con ella —decidió Enoch con calma.
Su madre le lanzó una mirada agradecida y se marchó a su habitación. La
noche había caído y esperaría al día siguiente para hacerlo. Él también debía
armarse de valor.
¿Qué le diría?
No podía decir que no tenía miedo porque el terror le atenazaba. Enfrentarse
a esos ojos verdes que lo tenían embrujado desde que era un niño no iba a ser
tarea sencilla. Dafne era su talón de Aquiles. Realmente era la única persona que
de verdad podría destruirlo sin dejar nada de él. Y la confianza que antes tenían,
había desaparecido dejando un enorme vacío en su corazón roto que quizá jamás
lograría repararse.
Llevaba dos semanas sin apenas salir de casa. Iba de casa al trabajo y del
trabajo a casa.
Sus amigos no dejaban de escribirle mensajes que ella no respondía. Sara la
llamaba a todas horas, si no hubiera sido porque los exámenes de recuperación
acaparaban toda su atención, estaba segura de que se habría presentado en su
casa. Siempre le respondía con escuetos mensajes. Estaba metida en su propio
mundo, dejando al margen a todos aquellos que la rodeaban.
¿Qué iba a decir? Temía reconocer en voz alta y delante de las personas que
quería que era adoptada. Que Enoch no era su hermano y que junto a sus padres
la habían mentido durante veinte años.
No era sencillo.
A ella misma le costaba mucho hacerse a la idea. En esas dos semanas
todavía no sabía qué hacer al respecto. Ni siquiera era capaz de describir cómo
se sentía en realidad.
Muchas tardes, al salir del trabajo, estuvo a punto de caer en la tentación de
acercarse a casa de sus padres, pero en el último momento siempre se
acobardaba. Debía armarse de valor y presentarse allí para saber toda la verdad.
¿Por qué la había abandonado su madre? ¿Cómo había llegado a ellos?
Tenía cientos de preguntas para hacerles, pero tenía pavor a conocer la
verdad.
Se tiró en el sofá y soltó un suspiro. Encendió un cigarrillo y Khalessi
decidió tumbarse sobre su regazo.
—Ojalá todo esto fuera un sueño —le dijo a su gata. Le respondió frotando
su cabecita en la mano.
El sonido de su teléfono móvil cortó las caricias a su gata. Apagó el
cigarrillo y miró la pantalla.
Volvía a ser Sara.
Con un largo suspiro decidió descolgarlo. En realidad necesitaba escuchar
una voz que no fuera la suya propia al hablar sola.
—Hola cariño —dijo Sara con voz animada—. ¿Quieres quedar?
—Hola gorda. Pues… —se quedó unos segundos en silencio. Necesitaba
airearse, pero no tenía demasiadas ganas de salir. Llevaba dos semanas en las
que se encontraba fatal y no sabía si era por el pesar que sentía en su pecho o
porque realmente se estaba poniendo enferma—. No tengo demasiadas ganas.
—¡Oh, vamos! ¿No te apetece una noche de bares cerca de la playa?
—La verdad es que no.
De nuevo se hizo el silencio.
—Vale, Daf. Me estás preocupando mucho. Llevas días distante. ¿Se puede
saber qué te pasa? —le preguntó una vez más.
—Es muy largo de explicar —suspiró al pensar en ello—. No quiero hacerlo
por teléfono.
—Pues entonces quedamos esta noche en el Antillana, ¿te parece? —musitó
con voz alegre en un intento de levantarle el ánimo a su amiga.
—Está bien. Te llamo. Primero debo solucionar un tema. Te quiero, gorda.
—Yo también. Y sea lo que sea, no olvides que yo siempre estaré a tu lado.
Colgó la llamada y volvió a suspirar. Agradecía de todo corazón las palabras
de su amiga. Era en la que más podía confiar y sabía que ella jamás fallaría a su
palabra.
Debía desahogarse con alguien y no había nadie mejor que ella, que siempre
la había apoyado y reñido cuando creía que iba a cometer una locura.
Eran las seis de la tarde. Sus padres ya habían regresado de trabajar al igual
que Enoch. Tras esas dos semanas de tanto pensar no podía continuar ni un día
más sin obtener respuestas.
Se fue en busca de su bolso y las llaves y salió por la puerta, decidida a
conocer la verdad sobre su vida.
Capítulo 15
Enoch paseaba inquieto por su habitación. Estaba desolado y roto al oír los
sollozos de su madre. Dafne los había destrozado con sus palabras. Oía como su
padre intentaba apaciguarla con palabras que decían que debía darle tiempo.
Él pensaba lo mismo, aun así no podía evitar sentir cierto enfado por las
formas que Dafne había utilizado para apartarlos de su vida. Sobre todo por
cómo le había echado en cara a él que no hubiera confiado en ella para contarle
la verdad.
Él no tenía ese poder. Sus padres tenían la última decisión. Sin embargo que
la verdad se hubiera desatado le había provocado cierto alivio. Ya solo quedaba
un secreto que llevaba encerrado en su pecho demasiados años y que jamás
había revelado a nadie.
Era el único que no podía desvelar.
Estar enamorado de su casi hermana no era algo de lo que se enorgullecía.
Sin embargo en las cosas del corazón lo racional desaparecía por completo. Él
había mantenido ese secreto en un lugar recóndito de su corazón. Se marchó a
Valencia también para olvidarla, pero al volver todos los sentimientos habían
regresado con todavía más fuerza.
No sabía qué sería de la relación que habían tenido hasta el momento, ni
siquiera sabía si lo perdonaría. Era una orgullosa y con tanta mentira de por
medio tardaría mucho en darse cuenta de que necesitaba a su familia.
Se tumbó en la cama. Sin darse cuenta ya era de madrugada. David le había
escrito para salir, pero le respondió que estaba cansado por el trabajo. Se
preguntaba qué estaría haciendo Dafne en ese momento y si estaría bien. No
quería que pasara aquellos momentos a solas, pero su compañía solo haría que
empeorar las cosas.
Sin dejar de pensar, en algún momento de la noche se quedó dormido.
Al despertar el ambiente no era mucho mejor.
—Hola hijo, ¿cómo has dormido? —preguntó su padre en un intento de
sonreír. Pero la alegría no llegó a sus ojos.
—No muy bien. Pero hay que seguir para adelante. —Le dio un golpecito en
la espalda a su padre y se marchó a la cocina a hacerse el desayuno.
Su madre estaba allí. Tenía unas profundas ojeras bajo sus ojos. A Enoch le
dolía verla así.
—Mama, deja de pensar. No puedes hacer otra cosa que esperar a que lo
asimile. Ha sido mucha información en poco tiempo.
—Tienes razón, pero eso no lo hace más sencillo. Me gustaría retroceder en
el tiempo.
En eso la entendía. A él también. Le gustaría ser capaz de llegar al día en el
que comenzó a enamorarse de ella para poder ponerle remedio antes de que
llegara a más.
—Intenta continuar con tu vida. No puedes flagelarte continuamente —
propuso con un amago de sonrisa.
Estefanía le dio un abrazo a su hijo.
—Gracias cariño. A veces me impresiona que solo tengas veintitrés años.
—Lo dices por lo bueno que estoy —bromeó y su madre le dio un codazo
cariñoso.
—Lo digo por lo maduro que eres. Y sí, la verdad es que tu padre y yo
hicimos un buen trabajo.
—He tenido los mejores genes —contestó adoptando una actitud arrogante.
Era sábado y la idea de quedarse encerrado todo el día en casa no se le hacía
para nada atractiva. Llamo a David y tras conseguir que le cogiera el teléfono le
dijo de quedar. Necesitaba hablar con alguien, y a parte de Esteban, consideraba
a David su mejor amigo. Podía confiar en él.
Quedaron a orillas de la playa de Mongat, en uno de los múltiples
chiringuitos. Su amigo bebía una cerveza mientras lo esperaba y chocaron las
manos cuando llegó.
—No tienes muy buena cara, tío —le dijo nada más verlo—. ¿Qué es lo que
te pasa? Llevas dos semanas raro, tu hermana no aparece... sé que hay gato
encerrado.
A pesar de ser un chico que tenía pinta de ser bastante dejado, era muy buen
observador.
Enoch soltó un suspiro preparado para darle la chapa a su amigo.
—Voy a contarte algo que llevo escondiendo desde que tenía tres años, pero
prométeme que no se lo dirás a nadie. —David asintió y Enoch se acarició su
cabello castaño en un gesto nervioso—. Dafne es adoptada. —Su amigo abrió
los ojos—. Y se lo escondimos. Hasta que el día que celebramos su cumpleaños
en casa, se presentó su madre.
—Entonces, ¿Dafne no es tu hermana? —Negó a pesar de que en parte lo
había sido. Siempre había estado unido a él.
Enoch le explicó toda la historia mientras bebía una fría cerveza y se
desahogó por fin de casi todo lo que guardaba en su interior desde hacía tanto
tiempo. David se quedó sorprendido con la fortaleza de su amigo al haber
aguantado tanto. La noticia le había pillado por sorpresa y saber que Dafne
estaba dolida por aquello, no le sorprendía. No obstante, tenía ciertas preguntas
al mirar a su amigo.
El dolor que se veía reflejado no parecía ser solo porque su casi hermana no
quisiera saber nada de su familia. Tenía pinta de haber algo más.
—Me da la sensación de que te guardas algo.
—No se te escapa una —contestó Enoch con ironía.
—Te conozco desde que éramos unos críos —dijo como si eso ya le diera la
clave de la inmortalidad.
Enoch se quedó unos minutos en silencio. Le dio otro trago a su cerveza y
pensó en si debía decirle lo que sentía por Dafne a su amigo. Llevaba tanto
tiempo escondiéndolo que se había acostumbrado a ello. Había habido tantas
veces que había querido contarlo, que creía que al fin había llegado el momento.
Además, ya sabía que no era su hermana de verdad, tampoco era un escándalo
tan grande.
—Estoy enamorado de Dafne desde hace años.
Su amigo asintió.
—Sabes, se te notaba. —Enoch lo miró atento—. No soy un experto en esos
temas, pero la forma en que la tratabas, las miradas… y no creas que no fui
consciente de cómo te pusiste el día de su cumpleaños. Tío, te empalmaste con el
morreo —se burló y Enoch no pudo evitar soltar una carcajada.
—Siempre he intentado verla como mi hermana, pero nunca he podido. Me
fui para olvidarla y al volver todo se ha acrecentado. ¡Estoy perdidamente
enamorado de mi hermana! —dijo demasiado alto y algunos cotillas que le
rodeaban comenzaron a murmurar.
—Amigo mío, estás bien jodido. Pero puede que tengas posibilidades. Al fin
y al cabo, no sois hermanos de sangre —contestó y se encogió de hombros. No
había nada imposible en el mundo.
—Ahora mismo me odia.
—¿De verdad lo crees? —preguntó.
No sabía si de verdad lo creía, pero sí sabía que estaba muy enfadada.
—La conozco bien, David. Es orgullosa, rencorosa y no olvida nada. Estuvo
casi un año sin apenas hablarme cuando era una adolescente, con esto pueden
pasar décadas hasta que vuelva a confiar en mí.
—¡No seas exagerado! —exclamó—. No creo que quiera pasar tanto tiempo
sola. Aunque ahora no lo vea, os necesita. Ya verás cómo es algo pasajero.
—Ojalá tengas razón, tío, porque no sé si voy a aguantar mucho tiempo sin
tenerla cerca.
El tiempo debía pasar y esperaba que las cosas volvieran un poco a la
normalidad. Tenía muchas decisiones que tomar, aclarar su cabeza e intentar
reconocer la verdad ante todos, pero sobre todo, dejar de mentirse a sí mismo.
Capítulo 17
S alió pasados tres días del hospital, siempre acompañada por Sara, que solo la
dejó a solas cuando debía ir a trabajar. Incluso había ido a por sus libros para
estudiar. Le quedaba un último examen para terminar el curso y poder al fin
trabajar a tiempo completo hasta que comenzara de nuevo el año lectivo.
El médico le había mandado reposo. Tuvo que llamar a su jefa y decirle que
debía coger la baja por obligación médica, ocultándole la noticia de su
embarazo. No quería decírselo a nadie por el momento, pero sabía que llegaría
un punto en que debería hacerlo. No quería jugarse el trabajo por ello.
Necesitaba mucho tiempo para pensar, permanecer en Badalona era quizá lo
más arriesgado si quería esconder el embarazo, pero no sabía qué hacer ni a
dónde ir. Parte de su vida estaba ahí y tenía miedo a los cambios.
Tenía miedo a permanecer en su casa y que alguien de su familia apareciera.
Enoch todavía tenía sus llaves y podría presentarse en cualquier momento a
pesar de que se había llevado todas sus cosas.
Se acomodó en el sofá junto a Frodo y Khalessi también se unió. Durante los
días ingresada Sara se había encargado de ir un rato con ellos, sacar a Frodo y
limpiar el arenero de Khalessi. Ahora que ella no podría hacerlo por riesgo a la
toxoplasmosis, tendría que abusar bastante de su amiga.
Se puso a ver la televisión para distraerse, pero su cabeza solo pensaba en
una cosa. El segundo día en el hospital ya había decidido qué hacer. Iba a tener
al bebé, no podía borrar de esa forma una vida. Ella había sido lo
suficientemente adulta como para acostarse con Manu y debía apechugar con el
bebé costara lo que costase. No le diría nada, sería madre soltera. No pensaba
meter a un inmaduro como él en medio y ya haría lo que fuera posible para salir
adelante.
Por el momento, lo primero que debía hacer era formatear el disco duro de su
cerebro y comenzar de cero, alejarse una temporada de todo y reflexionar sobre
cómo iba a continuar su vida a partir de ese instante.
—¿De verdad quieres hacer eso? —preguntó Sara al otro lado de la línea.
Por fin había terminado sus estudios y trabajaba a tiempo completo porque su
antigua compañera de piso se había marchado y tenía más gastos que antes.
—Creo que será lo mejor. Necesito un cambio de aires —contestó Dafne
decidida a hacerlo—. Además, necesitas una compañera de piso.
—Sí, la necesito —contestó al pensar en los gastos que suponía vivir en
pleno centro de Barcelona. Pero Daf, ¿y tú trabajo? ¿Vas a ir todos los días hasta
Badalona cuando dónde estás ahora lo tienes a cinco minutos?
—He hablado con Esperanza. Le he dicho lo del embarazo y que quería
marcharme y ha llamado a una veterinaria amiga suya. La clínica está en
Barcelona, muy cerca de tu piso nuevo. Así que seguiría trabajando en lo que me
gusta, pero unos kilómetros a distancia de mi familia.
—¿Y que estés embarazada no será un impedimento? —preguntó.
Había pensado en el tema. En España rehuían esas cosas y tuvo miedo
durante unos instantes. Por ello le contó la verdad a Esperanza y por suerte la
que ya era su antigua jefa le había dicho que aquello no sería impedimento.
Hacía su trabajo a la perfección y un embarazo no era barrera para mantener a
una buena profesional.
Sara aceptó su explicación pero todavía tenía dudas.
—¿Y tus padres? ¿No vas a decírselo? —Llevaba desde que había salido del
hospital cuatro días atrás presionándola con el tema. Entendía que su amiga le
daba sus mejores consejos y debería seguirlos. Pero era una cobarde que no se
atrevía a dar ciertos pasos.
—No, por el momento —contestó.
—¿Y cuándo será? ¿Cuando tengas un bombo que no quepas ni por la puerta
o cuando lleves a tu bebé en brazos? —preguntó con sorna. Pero lo más probable
era lo segundo.
Sería más sencillo presentarse con un bebé que con una barriga enorme.
¿No?
—No me estreses más, por favor. No me apetece pensar en ello, necesito
poner distancias cuanto antes. —Acarició a Frodo en el cogote y el perro lamió
su mano—. Entonces, ¿me aceptas como compañera de piso junto a mi pequeño
zoo?
Oyó un suspiro al otro lado de la línea que le daba una ligera idea de cuál era
la decisión.
—Sabes que sí. Ojalá no fueras mi mejor amiga, me ahorraría muchos
problemas. Todos problemas en los que tú siempre me metes, cabrona.
Dafne sonrió de verdad por primera vez en varios días.
—Sabes que tenerme como tu amiga es lo mejor que te ha pasado en la vida,
no mientas.
—No sabría decirte. Pero deberías hablar con tu familia —le pidió.
—No puedo —negó de inmediato.
—No te digo que les digas que estás preñada, solo te digo que al menos te
presentes y les des la oportunidad.
—Cariño, me marcho para poner distancias. No creo que eso sea buena idea
—rebatió.
Sara intentó buscar algo con lo que contradecirla, pero no lo encontró.
—Está bien. Haz lo que quieras. ¿Cuándo vendrás?
—El jueves tengo que ir a la clínica, así que si te apetece, mañana mismo
comienzo con la mudanza.
—Estupendo. ¿Y qué vas a hacer con tu piso?
Eso tampoco lo tenía demasiado claro.
Por suerte el alquiler no era muy elevado y tenía bastante dinero ahorrado.
Sin embargo se le ocurría una idea mejor, pero la cual no tenía ni idea de cómo
llevar a cabo.
—Creo que eso puedo resolverlo fácilmente, no te preocupes —contestó
comenzando a darle vueltas al asunto.
Inmediatamente después de la llamada se puso a hacer maletas y al día
siguiente ya comenzó a trasladarlo todo. Lo último que metió fueron los regalos
de Enoch, los muñecos y el precioso álbum de fotos. Al abrirlo por una de las
últimas páginas, se vio con él en el sofá de casa, los dos abrazados viendo una
película. Algo que hacían de forma habitual antes de que él se marchara a
Valencia. Enoch estaba con una sonrisa en sus labios y ella tenía los ojos
entrecerrados, a gusto.
Soltó un suspiro y lo guardó junto al resto de cosas antes de ponerse a llorar
y arrepentirse de marcharse.
Tenía bastante ropa e iba a tener que hacer un par de viajes para llevarlo todo
además de alquilar un camión de mudanzas para llevar su colchón. Iba a echar
de menos vivir en esa casa. Las peleas nocturnas, el olor a salitre por estar al
lado del mar. Pero sin duda era lo mejor que podía hacer si quería mantener
oculto su secreto que pronto se convertiría en uno a voces.
—Ya está todo. Cuando quieras nos vamos —le dijo Sara al otro lado de la
puerta.
Se había pasado la mañana ayudándola a cargar las cosas. Frodo y Khalessi
ya estaban en su nueva casa. Le sabía mal hacerle cargar a su amiga también con
sus mascotas, pero les tenía mucho cariño y le había repetido mil veces que no le
importaba. Sara adoraba a esos pequeñajos y a su casa le faltaba ese toque de
alegría que las mascotas daban.
—Voy, solo me queda una cosa.
Sara le dijo que la esperaba en el coche. Dafne cogió un trozo de papel y un
bolígrafo. Se sentó una última vez en su sofá y comenzó a escribir una nota para
Enoch.
Esperaba que la encontrara.
Lo dejó todo a la vista ante posibles visitas y cogió su móvil para poner un
último mensaje antes de apagarlo por una larga temporada. Iba a cambiar de
número, no quería que la localizaran por el momento y ese era el primer paso
para comenzar una nueva vida.
«En mi casa encontrarás algo. Nos volveremos a ver».
Con ese mensaje solo haría que Enoch comenzara a pensar cosas extrañas sin
parar. No quería darle más información. Tenía la que necesitaba para encontrar la
nota que debería servirle a todos como una despedida temporal. No mentía al
decir que se volverían a ver, sin embargo no sabía cuándo.
Le dio a enviar y cerró la puerta con llave.
—Adiós, casa. Te echaré de menos.
Sus días parecían cortados siempre por el mismo patrón. Se levantaba, iba al
gimnasio a trabajar, volvía a casa, intentaba animar a sus padres y salía con sus
amigos para intentar mantener a un lado toda la negatividad que últimamente lo
rodeaba. David lo miraba con compasión.
De nuevo estaban en el parque. El resto se había marchado ya que solo
estaban a martes y la mayoría trabajaba al día siguiente.
—Sigues sin saber nada de ella —afirmó. No le hacía falta preguntar. La cara
de perro rabioso y sus pocas ganas de hablar se lo conformaban.
—Sí. Sé que tampoco ha ido a trabajar y su jefa ni siquiera me ha dado pistas
de su paradero. Ni siquiera tengo valor para escribirle. No sé qué me pasa,
David. Estoy acojonado.
—Espera a que sea ella la que se lance a hablarte —contestó David.
Enoch arqueó una ceja. Su amigo sabía tan bien como él que Dafne era una
orgullosa, cabezota y rencorosa.
Le dijo que dejaran de hablar del tema. No le apetecía pensar más en ello,
pero el destino quería ponerle a prueba. Su móvil vibró avisando de que le había
llegado un mensaje.
—Cómo sea ella, vas a tener que llamarme Sandro Rey —musitó David y
Enoch cogió el móvil con una sonrisa.
No sabía si su amigo era cómo el supuesto vidente que salía por televisión,
pero al ver su teléfono móvil y ver un whatsapp de Dafne estuvo a punto de
boquear.
Sin embargo, la sorpresa dio paso a la curiosidad.
—Lee esto. —Le tendió el teléfono a su amigo y leyó las escuetas palabras
con atención.
—¿Qué crees que querrá decir?
—No lo sé, pero sea lo que sea, sé que no me va a hacer gracia.
—Ve a su casa y compruébalo —dijo su amigo. Era lo más lógico además de
lo que le pedía. No obstante sentía cierto temor. Fuera lo que fuese iba a
significar un punto de inflexión en los ya de por sí complicados acontecimientos.
Se despidió de su amigo bien entrada la noche. Paseó por las calles hasta
llegar a la puerta de su casa, sin embargo antes de entrar decidió dar media
vuelta e ir a casa de Dafne.
Todavía guardaba las llaves. Había tenido la oportunidad de devolvérselas,
pero había tenido la esperanza de no acabar así. Se plantó frente a la puerta y
llamó. Le extraño no escuchar nada, ni siquiera a Frodo ladrar o Khalessi rasgar
la puerta con sus uñas.
—Qué raro —dijo en voz alta. Comenzaba a hacer conjeturas con lo que se
iba a encontrar.
Abrió la puerta y miró a su alrededor. Todo parecía igual que la última vez
que fue, pero vacío. Llamó en voz alta a Dafne, pero la casa estaba vacía. Fue a
su habitación como último recurso y lo que vio le hizo confirmar sus sospechas.
Dafne a se había marchado.
Su colchón y el canapé ya no estaban.
Salió de allí confuso y se sentó en el sofá. Sobre la mesa de centro había un
papel.
Era la letra de Dafne.
«Siento de verdad cómo han ocurrido las cosas, pero necesito tiempo.
Necesito cambiar de aires, lejos de vosotros. Levantarme cada mañana y saber
la verdad no es ningún alivio para mí.
Quiero que desaparezca el rencor que todavía siento. Vosotros sois mi
familia, lo sé en mi corazón. Sin embargo necesito pensar, a solas. Necesito la
distancia.
No me busquéis. Cuando esté preparada volveré.
Te quiero, Enoch. Os quiero.
P.D: puedes quedarte en mi casa. Mi casero está enterado de que me voy, te
he dejado su teléfono para que hables con él.
Dafne».
—No me lo puedo creer. Se ha ido.
No sabía cómo sentirse, si enfadado, defraudado o triste. Ni siquiera había
tenido el valor para despedirse en persona. En menos de una semana había
recogido su ropa y marchado a un lugar que ni siquiera le había dicho.
Inmediatamente cogió su teléfono móvil y se dispuso a llamarla.
Pero el mensaje de apagado fue quién le respondió.
Dafne se había marchado y no tenía ni idea de adónde.
Se marchó hasta su casa con la mente embotada. La noche comenzaba a caer
y el calor seguía siendo sofocante. Pero él sentía frío. Su corazón estaba helado
tras la noticia.
No sabía si decírselo a sus padres sería una buena idea. Él todavía estaba
incrédulo. Nada más entrar, dejó la nota sobre la mesa de comedor y Carlos fue
el primero en leerla.
—¿Cómo que se ha ido? No puede ser —exclamó Carlos. No dejaba de dar
vueltas de un lado a otro del salón. Estefanía había dejado la nota sobre la mesa
después de leerla.
Inmediatamente Estefanía había intentado llamarla, pero al igual que le pasó
a Enoch, nadie respondió.
—¿Qué demonios le pasa a esta niña? —gruñó su padre—. ¿Para qué quiere
distancias?
—No lo sé, papa. Pero se ha ido.
—Hay que encontrarla.
—Me parece que no quiere que lo hagamos. Solo pide tiempo —contestó
Enoch con una calma que no sentía—. Quizás es lo mejor, papá. Ella es la que
debe encontrarse.
No se hacía a la idea de no verla, de tener lejos aquellos ojos verdes que
tanto la embrujaban. Él una vez intentó poner distancias para olvidarla y no lo
consiguió y ahora que era ella la que se alejaba, su mente no dejaba de
recordarla.
¿Qué le habría pasado para tomar tan repentina decisión?
A la mañana siguiente se levantó sin ganas de ir a trabajar, pero tenía a gente
que entrenar, y por mucha desolación que sintiera, la vida continuaba. Cogió su
mochila, su coche que por fin había llegado y se marchó en dirección al
gimnasio. Le pareció más vacío de lo normal, como su corazón se había quedado
el día anterior.
—Vamos chicos, comenzaremos por el calentamiento —espetó nada más
entrar en la clase. Todos empezaron a imitar sus gestos.
Tras cinco minutos les indicó que comenzaran con varias series de
abdominales y seguidamente con flexiones, para después tomarse un pequeño
descanso para beber agua y continuar con el duro entrenamiento.
Era un entrenador exigente que buscaba llevar al límite a todos. Las caras
cansadas de sus alumnos indicaban que no podían más, pero todavía les
quedaban diez minutos.
Tras terminar tenía dos horas libres hasta la próxima clase que dedicó a
entrenar. Se fue a la zona de pesas y comenzó a levantarlas como si apenas
pesaran. Los músculos de su pecho se marcaban bajo la fina camiseta de deporte,
sus abdominales se apretaban. Había mujeres a su alrededor que lo miraban con
la boca semi abierta, pero no prestó atención a nadie. Su mente iba por otros
derroteros.
Cuando saliera del gimnasio iría a la que era la casa de su hermana. A pesar
de que sus padres estuvieran tristes con su huida y necesitaran apoyo, él
necesitaba un lugar en el que poder pasar tiempo a solas y desde que había
vuelto iba en busca de una casa en la que vivir. Se le había presentado la
oportunidad perfecta, sin embargo tenía clara una cosa.
Notaría la presencia de Dafne en cada esquina.
Capítulo 18
H abían pasado siete interminables meses en los que no sabía nada de Dafne.
Decían que el tiempo todo lo curaba, pero para Enoch, cuanto más tiempo
pasaba se sentía más enfermo. Durante ese tiempo había hecho muchas
conjeturas sobre su paradero. Había visitado su lugar de trabajo y se había
enterado que ya no trabajaba ahí. Le sorprendía mucho que hubiera dejado un
trabajo que tanto la había llenado. Sabía que la única que conocía su escondrijo
era Sara. Su mejor amiga debía haberla visto en todo ese tiempo. Había incluso
llegado a sospechar que vivían juntas, pero ninguno conocía la nueva dirección
de Sara porque nunca los había invitado y no había podido presentarse por
sorpresa para salir de dudas.
Tampoco había tenido valor para preguntárselo él mismo.
Dafne había cambiado su teléfono, no actualizaba sus redes sociales y las
opciones para saber sobre ella se habían evaporado.
Sus padres no estaban mucho mejor. La alegría en casa aparecía en contadas
ocasiones y las risas habían quedado apartadas. No aguantaba mucho tiempo con
ellos. A pesar de que ya no hablaban sobre Dafne a todas horas, seguían muy
tristes y esa sensación que le recorría cada vez que pisaba su casa, lo
incomodaba.
Había encontrado refugio en el trabajo y por las noches en pasar un rato con
sus amigos de toda la vida. Seguían sobrando Manu y Adrián, pero todos habían
tomado por costumbre ignorarlos. Algún día llegaría el momento en que
desaparecieran o los metieran en la cárcel por sus trapicheos que cada vez eran
más sonados. Sobre todo Manu, había sufrido un cambio de actitud que no le
gustaba un pelo.
Su teléfono móvil sonó y lo cogió de inmediato.
—Hola mamá —saludó al descolgar.
Era viernes por la noche y había tenido un día duro en el trabajo. Se había
exigido incluso más que de costumbre y lo único que quería era tumbarse en el
sofá. Además al día siguiente tenía planes que le hacían verdaderamente feliz.
Esteban iba a visitarle y saldrían a tomar algo por Barcelona hasta que él se
reuniera con sus padres al llegar la noche.
—Hola hijo. ¿Vas a venir? —preguntó. Odiaba escuchar el tono triste de su
voz.
—Estoy agotado, puede que el domingo.
—Vale, cariño. —Su madre se quedó en silencio. Enoch buscó algún tema de
conversación, pero no lo encontró.
Llevaba una temporada muy parco en palabras y sabía que sus padres
notaban lo distante que estaba. No habían querido presionarle con el tema. El
ambiente no mejoraba con los meses, solo se hacía más soportable.
Tras hablar unos minutos de temas banales colgó y se tumbó en el sofá.
Debía reconocer que los últimos meses había conseguido soportarlos gracias
a la compañía de David. Había sido su muro en todo momento y le había
guardado todos los secretos. El rumor de que algo había ocurrido en su familia
era muy sonado entre sus amigos, pero nadie se metía en esas cosas, preferían
actuar con normalidad.
Se sentó frente al ordenador e hizo lo que todos los días. Abrió Facebook y
buscó el perfil de Dafne. Llevaba sin actualizar desde el día de su cumpleaños.
Se puso a ojear todas las fotos que hicieron en la fiesta de su casa y no pudo
evitar sonreír al verse a sí mismo y a ella riendo como antaño. En esa foto él la
miraba con ojos brillantes por la alegría. Al observarla con atención entendía a la
perfección la observación de su amigo David de que se le notaba.
Era cierto. Desprendía un brillo especial que solo aparecía en las personas
que de verdad sentían algo, y aunque intentaba pensar que era imposible, Dafne
tenía exactamente aquella misma mirada.
Era un sueño efímero que deseaba que se hiciera realidad. Le encantaría
despertarse una mañana y recibir la visita de Dafne y que lo mirara con el amor
que cada día aumentaba en él.
Era un idiota soñador.
—Enoch, no tienes remedio —se dijo en voz alta.
Estuvo un rato más mirando todas sus fotos. En todas salía perfecta. Tenía un
don para aparecer delante de la cámara. Sus ojos destacaban sobre lo demás. Ese
verde jade embrujaba a cualquiera y él había sido el primero en caer hacía
muchos años.
Apagó el ordenador, se hizo arroz y pollo para cenar y se marchó a
descansar.
L as primeras semanas habían sido agotadoras. Ser madre no era tan sencillo
como te lo pintaban en los cuentos. Desde que había salido del hospital, apenas
dormía. Su sueño se veía interrumpido cada pocas horas por los sollozos de
Atenea y a veces tenía ganas de que se la tragara la tierra. Sara aguantaba como
una campeona, pero Dafne era consciente de que el cansancio también la
afectaba a ella y no quería ser un impedimento para que rindiera en el trabajo.
Había hecho ya mucho por ella cuando era una cobarde que no quería decirle la
verdad a su familia. Ya le tocaba vivir su vida sin cargas de animales y un bebé
de por medio. Era el momento de que empezara su propia vida.
Estefanía la visitaba cada dos por tres para ayudarla, pero aun así veía que la
situación le quedaba grande. Ni siquiera tenía espacio en aquella casa que
compartía con Sara para tener todo lo necesario para su bebé. Así que, tras
mucho pensarlo y sin importarle que después de los meses de baja por
maternidad tuviera que volver al trabajo e ir hasta Barcelona a diario, volvía a
mudarse.
Enoch le había propuesto que volviera a su antigua casa y se había encargado
de acomodar una de las tres habitaciones para la niña. Parecía incluso
entusiasmado con la idea. A Dafne le resultaba un tanto incómodo y no porque
pensara que lo iba a molestar, la tensión sexual con su hermano crecía de forma
exponencial. Parecía que al haberse descubierto toda la verdad sobre su
parentesco, la barrera de su mente con la que luchaba para evitar pensamientos
obscenos, hubiera caído. Y le incomodaba mucho aquella sensación. No podía
tener esos pensamientos con alguien con el que se había criado.
—Ya está todo preparado —la llamó a Enoch. Todavía estaba en casa de Sara
terminando de recoger sus cosas. Su amiga le dio un fuerte abrazo antes de que
saliera por la puerta junto a la pequeña, Khalessi y Frodo.
—Te echaré de menos —puso un puchero infantil. Sin embargo Dafne sabía
que en el fondo ahora podría descansar.
—Y yo a ti. Muchas gracias por todo lo que has hecho por mí en estos meses
—le agradeció.
—Para eso están las amigas.
—Sí, aunque sea una locura lo que nos habéis escondido —añadió Enoch
con una sonrisa y Dafne se sonrojó.
—Me declaro inocente. —Sara alzó las manos y se echaron a reír.
Atenea comenzó a sollozar y Dafne la cogió en brazos. Era una glotona que
no dejaba de llorar para comer sin parar. En un mes había crecido tanto que
parecía que el tiempo transcurriera a toda velocidad. No se arrepentía de haber
dado el paso de tenerla. Su vida había cambiado por completo, las cosas que
antes tenía en la cabeza habían desaparecido para dar paso a un mundo alejado
de pensamientos adolescentes.
—Mi niña bonita que no deja de berrear —canturreó Sara—. En el fondo los
echaré de menos.
—Pero podrás descansar.
—Sí. Pero no olvides que mi casa siempre estará disponible para ti —le
recordó.
Jamás podría llegar a agradecerle todo lo que había hecho por ella en ese
tiempo. Su amiga valía su peso en oro y había encontrado una persona en la que
confiar durante toda la vida.
Se despidió de ella con otro abrazo y se marchó para vivir, una vez más,
cerca de su familia.
—Gracias por entrar conmigo el día de su nacimiento —susurró de camino a
casa. En ese mes no había tenido tiempo de agradecérselo. Ambos habían estado
distantes por lo que sus mentes inquietas pensaban al estar cerca.
—No tienes que dármelas —le sonrió y le dio un beso en la frente antes de
arrancar el coche.
La noticia de que Dafne volvía se había hecho eco entre sus amigos. Ya
todos conocían la verdad. Enoch había sido el encargado de desvelarlo y a pesar
de la sorpresa inicial, todos se lo habían tomado bien y la mayoría habían ido a
visitarla a casa de Sara para conocer a Atenea.
Nada más llegar, Dafne soltó a Frodo y abrió el trasportín de Khalessi y
siguió a Enoch hasta la habitación que había decorado para Atenea. No le había
enseñado nada, quería que fuera una sorpresa.
Al entrar se topó con una habitación pintada en tonos morados decorados con
dibujos de Disney por las paredes. En la que estaba la cuna, se veía una
impresionante calcomanía de Nala y Simba de El rey León.
—¡Wow! —exclamó con la boca abierta.
—¿Te gusta? —le preguntó con una sonrisa.
—Es precioso.
Siempre que veía cosas sobre el Rey León, no podía evitar recordar su
infancia junto a él. Era su símbolo, una película que para ellos era muy real.
Dejó a Atenea en la preciosa cuna con sábanas a conjunto con el color de las
paredes y se fijó en el mobiliario. Tenía un cambiador, un armario donde guardar
toda la ropa y una estantería junto a la puerta para colocar cremas, pañales y el
resto de utensilios necesarios para su cuidado.
Enoch sonrió al verla tan emocionada. Antes incluso de que ella aceptara su
propuesta de vivir juntos, ya había comenzado a montarlo todo y esperaba
ansioso el día en que al fin Dafne y su sobrina se trasladarán con él.
Era una locura que había pensado desde el reencuentro. Sin embargo no tenía
muy claro cómo acabaría la idea para su cordura.
Ayudó a Dafne a acomodarlo todo y dejaron a una muy dormida Atenea
tapada en la cuna. Pronto se despertaría aclamando su comida.
—Me alegro de estar aquí —murmuró a las puertas de su habitación. Estaba
tal y como la dejó ahora que la cama volvía a estar en su sitio. Solo quedaba
decorar y volver a llenar los armarios con la ropa que deseaba ponerse en cuanto
su cuerpo volviera a la normalidad. Ya había bajado mucho el volumen de su
barriga y poco a poco comenzaba a recuperar su figura.
—Y yo me alegro de que estés aquí —le sonrió.
Dafne se giró y lo miró. Ambos sabían que debían hablar largo y tendido.
Las cosas mantenían un rumbo descontrolado que dejaba demasiadas dudas en el
aire.
—Enoch, lo que pasó en casa hace ya casi dos meses... —comenzó. Había
querido hablar del casi beso en casi todas las ocasiones que se habían encontrado
a lo largo de ese tiempo.
—¿El qué? —preguntó Enoch intentando no sonar nervioso. Sabía a la
perfección a qué se refería.
—Nada. Serían imaginaciones mías.
Salió de la habitación y fue a la cocina para servirles la comida a sus
mascotas y dejar a mano los polvos para preparar el biberón.
Enoch bufó frustrado y la siguió hasta la cocina. Deseaba darse cabezazos
contra la pared por ser tan imbécil y no decir de una vez por todas lo que sentía.
Todo se ponía en su contra y era un tema casi tan frágil como el haber sabido
sobre sus orígenes.
Necesitaba airearse.
—Está noche voy a salir —le dijo para cambiar de tema—. Hemos quedado
para ir a las carpas.
—Muy bien. Pásatelo bien —contestó con indiferencia.
De nuevo volvía a instalarse el muro de tensión entre ellos.
Los sollozos de Atenea la hicieron ir enseguida con el biberón en la mano.
La observó mientras comía y se quedó pensativa.
Enoch evitaba hablar de aquello, pero ¿por qué? Era cierto que no había
ocurrido nada, pero podía haber pasado y tenía la certeza de que él también lo
habría querido.
Estaba confusa. Aturdida. Quizá meterse en la misma casa con una persona
que le atraía y le mandaba señales confusas, había sido una soberana idiotez. Y
más cuando se trataba de su hermano.
¿Cómo se tomarían Estefanía y Carlos que sintieran atracción el uno por el
otro?
Probablemente muy mal. No necesitaban más noticias que alteraran el
ambiente de la familia.
—Tu madre se está volviendo loca —le dijo a la pequeña que seguía
sorbiendo del biberón con frenesí.
La hora de cenar estaba a punto de llegar y no tenía ganas de cocinar. Le
preguntó a Enoch si quería pedir una pizza, pero su respuesta fue que se
marchaba a cenar con el resto. Asintió y se pidió una para ella sola. Era sábado y
era normal que él lo empleara en pasárselo bien.
¿Cuánto hacía que no salía ella a tomar algo? Tanto que ya ni recordaba las
fiestas que se metía antes de quedarse embarazada.
Lo echaba de menos, no iba a negarlo, pero tenía una responsabilidad que no
podía eludir por mucho que su mente veinteañera quisiera.
—¡Vamos Enoch! Mira cómo te mira esa. —Alex le señalaba a una morena
que no dejaba de contonear sus caderas y lo miraba de forma descarada
prácticamente desde que se habían instalado en la barra a beber—. Ve a por ella.
—No —negó con una sonrisa socarrona. La verdad era que llevaba unas
cuantas copas de más y estaba más parlanchín que de costumbre, tanto que había
confesado que estaba tan deprimido que solo quería olvidar, sin ahondar
demasiado en el asunto. Solo David conocía los entresijos de su imposible
historia de amor—. Sabes que no soy de los que me tire en brazos de nadie.
—Primero tienes que conocerla, pedirle matrimonio y conservar el mito de la
virginidad —se burló David.
—Correcto —contestó alzando la copa con una carcajada.
—Si yo fuera tú, no me resistiría —añadió Alex. David asintió.
—Su corazón ya está pillado. El amor no le deja ser un hombre.
—Calla, cabrón. —David le sacó la lengua.
—Ser tío te ha ablandado, colega.
Ignoró a sus amigos y continuó con su copa. Ya pasaban de las cinco de la
madrugada y la gente comenzaba a marcharse de la discoteca. Habían decidido ir
en autobús porque todos tenían pensado beber. Normalmente Enoch se privaba y
se encargaba de conducir, pero esa noche necesitaba desinhibirse con intención
de dejar de pensar.
Algo que no había conseguido. Ni por asomo.
Al llegar a casa le costó bastante abrir la puerta y al cruzarla se encontró con
Dafne en la cocina. Limpiaba el biberón de la pequeña y miró a Enoch con el
ceño fruncido.
—Hueles a destilería —murmuró con una sonrisa a pesar de estar bastante
agotada. Solo había dormido dos horas desde la última vez que fue a cubrir las
necesidades de Atenea.
—¡Qué va! —Se quitó los zapatos y se tumbó en el sofá de golpe. Dafne
terminó de recoger las cosas y lo acompañó.
—Veo que te lo has pasado bien —ironizó.
—La verdad es que no. No hay nada que me interese en las discotecas. Ha
sido absurdamente aburrido.
—O sea que no te has comido una rosca —se burló. La idea de saber que no
se había liado con nadie la satisfacía sin saber por qué. Realmente no había
habido ninguna vez en la que lo viera enrollarse con alguien saliendo de fiesta.
—Podría, pero solo hay una persona en el mundo que me interese y está
fuera de mi alcance.
Su respuesta, con voz totalmente inteligible, hizo que lo mirara. Parecía a
punto de quedarse dormido, tenía los brazos colgando por el sofá. Sin duda era
de las pocas veces que lo había visto tan borracho.
—¿Quién? —La idea de que hubiera alguien en la vida de Enoch por la que
estuviera interesada, no le hacía ni pizca de gracia.
Le daba... celos. Un intenso sentimiento de posesión se apoderaba de ella sin
poderlo controlar.
—Tú, siempre has sido tú.
Dafne abrió mucho los ojos por su respuesta. Intentó conseguir otra
explicación por su parte, pero Enoch se había dormido.
Repitió en su cabeza aquellas palabras una y otra vez intentando sacar su
significado real.
¿Enoch sentía algo por ella?
No.
Solo era tensión. Simplemente sentiría atracción, para él siempre había sido
su hermana a pesar de saber la verdad. Dafne no creía que su sentimiento fuera a
más que un cariño fraternal a pesar de que los indicios estaban ahí.
Los vellos se le ponían de punta al tenerlo cerca, sus ojos se dilataban al
mirarla. Cuando la besó en su cumpleaños lo hizo con pasión a pesar de ser
escaneado por las miradas de sus amigos, y desde aquel momento, Dafne no
había podido sacárselo de la cabeza, hasta que al día siguiente se enteró de la
verdad. No obstante, esa verdad no había hecho más que confundir sus
pensamientos hacia él.
Todo había cambiado, y si las palabras que había dicho abducido por la
borrachera eran ciertas, ambos estaban completamente perdidos.
Capítulo 23
S ara había escuchado toda la conversación con la boca abierta sin ser capaz de
interrumpirla hasta que Dafne calló durante unos segundos y se armó de valor
para soltar lo que llevaba en su cabeza desde que su amiga comenzó la perorata.
—¿Me acabas de decir que te has acostado con tu hermano? —preguntó con
incredulidad.
—¡Joder Sara! No es mi hermano.
—Lo ha sido siempre. Además, ¿por qué?
—No lo sé —dijo en tono desesperado. Al otro lado de la línea, Dafne
esperaba encontrar algún consejo de sabiduría por parte de su mejor amiga, pero
la situación era tan surrealista que no encontraba ninguno que diera el pego—.
Además, Atenea nos interrumpió y ya no pasó nada más. No terminamos. Enoch
se metió en la ducha y yo me escondí en la habitación hasta quedarme dormida.
Se había quedado con ganas de finalizar lo que habían comenzado, pero él
huyó y ella no tenía valor para encararlo y decirle que quería llegar hasta el final.
Había pasado prácticamente toda la noche en vela y al levantarse y ver que
estaba sola en casa, solo pudo sentir decepción.
—Sigue pareciéndome una locura. ¿Desde cuándo te atrae Enoch?
—No lo sé —reconoció. Ni siquiera sabía si era solo atracción o algo más.
No sabía cómo diferenciar sus propios sentimientos. De lo único que estaba
segura era de que llevaban tiempo paseando por su mente, sobre todo desde que
había descubierto que era adoptada—. ¿Recuerdas el día de mi cumpleaños?
—A trozos. Íbamos todos como una cuba.
—Pues desde que la botella decidió que Enoch y yo nos besáramos, esa
imagen no dejó de aparecer en mi memoria una vez me marché de casa.
—¿Y te has pasado todo este tiempo sin decírmelo? ¿Pero qué clase de
amiga eres? —dramatizó. Podía imaginarla alterada, paseando por el salón de su
casa haciendo aspavientos—. Eso no se hace, eres mala.
—Y tú idiota. Que querías que dijera, ¿qué me calentó el beso de mi
supuesto hermano?
—Pues sí. Tampoco es para tanto.
—Joder Sara. ¡Es mi hermano! Por lo menos en aquellos tiempos, yo creía
que lo era —gritó contradiciendo sus anteriores palabras—. ¡Me he tirado a mi
hermano! Oh Dios, ¿qué he hecho?
—Una locura, pero —Sara hizo una pausa dramática y pensó en qué decir a
continuación— a veces la atracción es más fuerte que la razón. Creo que
deberíais hablarlo. Puede ser un palo muy gordo para vuestros padres. Que te
recuerdo, que ambos compartís los mismos.
—¿No me digas? No lo sabía —ironizó y soltó un bufido—. Lo que he
hecho, ¿se considera incesto?
—Pues no lo sé, la verdad. No sois de la misma sangre, solo compartís
apellido y los padres. Pero te diré una cosa, ten cuidado cariño. No quiero verte
sufrir y Enoch tampoco se merece sufrir.
Colgó la llamada todavía más confusa que antes. No podía sacarse de la
cabeza lo ocurrido. Todavía era capaz de sentir el roce de sus cuerpos, el placer,
sus cálidos besos en los labios que llegaban hasta su alma. Enoch era el hombre
perfecto, siempre lo había considerado como tal. Incluso cuando era una
adolescente de quince años había visto todo eso en él, pero la idea de saber que
era su hermano le quitaba cualquier pensamiento producido por sus hormonas de
quinceañera.
¿O quizá solo se las negaba?
Con veinte años su opinión no había cambiado, lo único que lo había hecho
era sus verdaderos lazos.
No debería sentirse culpable porque no era su hermano. Sin embargo así se
sentía, a pesar de que hubiera deseado terminar lo que habían comenzado.
No se entendía ni a sí misma. La confusión ocupaba la totalidad de su mente.
—Fuiste de lo más oportuna —le dijo a la pequeña Atenea. La tenía sobre su
regazo desde que había comenzado a hablar con Sara. La pequeña hizo una
burbuja de saliva y Dafne sonrió.
Tenía los ojos igual de verdes que ella.
Esperó durante todo el día a que Enoch volviera a casa. Ya casi era de noche
y todavía no había vuelto ni sabía nada de él. Le aterraba la idea de escribirle un
mensaje porque tampoco sabía qué decirle. Lavó todos los platos que había
utilizado durante el día y dejó el biberón de Atenea preparado. Pronto
comenzaría a llorar demandando atención. Frodo dormía junto a Khalessi y
sentía que la casa estaba demasiado silenciosa. En cuanto la pequeña comiera,
sacaría a su pequeño elefante perruno a pasear y así conseguiría airearse un
poco.
El sonido de alguien llamando a la puerta la alertó. Enoch tenía llaves y le
resultó extraño que no abriera con ellas. Tampoco esperaba visita.
Se acercó, la abrió y frunció el ceño al ver quién estaba al otro lado.
—¿Qué mierda haces tú aquí?
Manu estaba serio al otro lado de la puerta. Olía a marihuana y sus ojos
estaban dilatados. No parecía estar en sus cabales.
—¿Es mía la niña? —preguntó sin saludar. Parecía haber estado dándole
vueltas al asunto durante horas.
—Es mi hija, nada más —respondió de brazos cruzados. No lo negó, pero
tampoco lo afirmó.
Manu intentó entrar en su casa, pero lo paró antes de que lo consiguiera.
—No me lo desmientes.
—No tengo que darte ningún tipo de explicación. Lo que haga con mi vida
solo me corresponde a mí —respondió.
—Has cambiado, Daf. Ya no eres la misma —le recriminó.
—Se llama madurar y tú deberías hacerlo, Manu. Ya es hora de que
encuentres tu camino en la vida.
—¡Joder Daf! —Manu dio un fuerte golpe en la puerta que le resonó en los
oídos. Había estado a menos de un palmo de golpearla a ella—. ¿Es mi hija o
no?
—¿Por qué coño quieres saberlo? —gruñó. No pensaba dejarle que se
acercara ni a cien metros de ella.
—Tengo derecho a ello.
—No tienes derecho a nada.
—Puedo pedir una prueba de paternidad.
—Inténtalo, pero eso solo hará que traerte problemas —amenazó—. Ni
siquiera puedes cuidar de ti mismo, jamás dejaría que te acercaras a ella.
—Acercarme no es lo que quiero.
—¿Entonces? ¿Qué pretendes? —preguntó confusa. No entendía nada.
Se cruzó de brazos y esperó a recibir una respuesta por su parte.
—La pasma me quiere trincar. Han pinchado mis teléfonos y quieren
meterme entre rejas por tráfico de drogas.
—¿Y eso que mierda tiene que ver con mi hija? Eso es tu puto problema —lo
señaló—. Demasiado hice por ti en su momento. Búscate un abogado y
apáñatelas tú solito.
—Si constara que tengo una hija —añadió ignorando su represalia— me
dejarían en paz.
Dafne comenzó a carcajearse de forma histérica.
—Ni lo sueñes. Además, si eres un delincuente, lo seguirás siendo con hija o
sin ella, así que déjate de gilipolleces si no quieres que sea yo misma la que
llame ahora mismo a la policía y te delate.
—Zorra.
—¡Qué te largues! —chilló cansada del numerito.
Intentó cerrar la puerta por segunda vez y Manu puso el pie.
Jamás lo había visto de esa forma. No se había fijado hasta ese momento que
su cara parecía torcida. No creía que solo hubiera fumado unos simples porros,
había tomado algo más.
—¡Sal de mi casa! ¡Ahora!
No podía evitar ponerse nerviosa ante la situación. Ella no era una cobarde
en situaciones así, pero la pose amenazante de Manu la hizo sentir como una
pequeña hormiga a la que podían pisotear como si no fuera nada.
—¡Lárgate! —repitió.
Manu cogió un jarrón que había en la entrada y lo estampó contra el suelo.
Dafne apartó de inmediato a Khalessi que se había levantado y la encerró en el
salón para que no pisara aquello.
—¿Por qué no puedes por una puta vez complacerme? —musitó fuera de sí.
—Porque tú y yo no somos nada. Asúmelo.
No pudo evitar que su voz sonara un tanto temblorosa. La furia hervía en el
interior de Manu. Se había pasado consumiendo cocaína y la parte agresiva de su
mente había salido a flote. Estaba descontrolado y no ayudaba las negativas que
Dafne se empeñaba en darle. Estaba metido en un buen lío. Adrián incluso había
desaparecido dejándolo tirado con la policía a sus espaldas y gente peligrosa a la
que le debía dinero. Aparentar tener una familia era la única opción que le
quedaba, pero no iba a conseguirlo.
Antes de hacer algo de lo que más tarde se arrepintiera, se giró listo para
marcharse.
—Me has fallado. Creía que eras diferente.
—Vete, y no vuelvas más.
.
Llevaban una semana de lo que parecía estar convirtiéndose en una relación.
La convivencia no había cambiado un ápice, solo los gestos, las caricias
prohibidas y las sonrisas ladeadas que pasaban el día repartiéndose como dos
adolescentes incapaces de mantenerse alejados unos metros.
Enoch pensaba que todavía dormía y todo lo que llevaba pasando en esa
semana era un sueño, el mejor de su vida. Todavía no era consciente de lo que
ocurría. Tenía a Dafne a su lado y le correspondía. Ambos se adentraban en una
aventura emocionante, con muchos sentimientos de por medio y ganas de ser
felices sin importar las consecuencias.
—¿Vienes esta tarde al parque? —preguntó Enoch. La rodeó por la espalda y
le dio un tierno beso en el cuello.
—Supongo. Sara irá y tiene ganas de ver a Atenea. La echa de menos —
sonrió.
Ni siquiera su mejor amiga sabía lo que había ocurrido con Enoch. Durante
las últimas semanas le había preguntado sobre el tema y ella cambiaba
rápidamente de derroteros para no delatar la ilusión que llevaba absorbiéndola
durante esos días.
—La enana se hace querer.
—Mi hija me ha quitado el puesto de enana oficial.
—Por supuesto que no, pero ella es enana de verdad y se ha convertido en
otra de mis devociones —admitió. Tener a su sobrina en casa le encantaba,
estaba enamorado de la pequeña y adoraba darle de comer y acompañar a Dafne
en sus tareas de madre. Era algo a lo que podría acostumbrarse.
Dafne se giró y le dio un beso en los labios y luego saltó y rodeó las piernas
alrededor de sus caderas. Enoch la sostenía por el trasero.
—¿Y yo que soy?
—La enana que me trae de cabeza a todas horas y que me mete en líos.
—¡Oye! —Le dio un golpe en el hombro y fingió sentirse ofendida—. Yo no
soy la que lleva escondiendo lo que siente tantos años, por mí lo gritaría a los
cuatro vientos.
—¿El qué?
—Pues que estamos juntos —respondió como si fuera lo más obvio.
—¿Estamos juntos, o solo estás con mi cuerpo? —se burló. Pero en el fondo
ese miedo ocupaba parte de su mente. No sabía hasta qué punto llegaban los
sentimientos de Dafne. Tampoco parecía muy dispuesta a decírselo por el
momento.
Seguía siendo esa joven alocada que solo pretendía dejarse llevar y eso a él
lo enloquecía.
—Con ambos. Hermanito, estás muy bueno y... —acercó su boca al oído de
Enoch y susurró— follas de miedo.
Enoch soltó una carcajada.
—Estoy de acuerdo en todo, pero no me llames hermanito, enana —
respondió—. Me hace sentir raro.
Dafne bajó y lo miró a los ojos.
—Deja de darle vueltas. —Llevaba toda la semana intentándolo convencer
de que no se preocupara. Le daba igual lo que aquello le pareciera al resto, solo
quería disfrutar.
Las pocas veces que habían salido juntos a la calle, ella no se ocultaba en
ningún momento. Lo cogía de la mano, lo pillaba desprevenido y lo besaba.
Hacía lo mismo que cualquier pareja, a pesar del riesgo de que algún vecino les
pillara. A ella no le importaba, pero Enoch era otro cantar.
—Sabes que no puedo.
—Pues deberías hacerlo. Se vive mejor sin ese tipo de preocupaciones.
Ella ya tenía suficiente con pensar en el padre de su hija y los problemas que
le podría acarrear. No quería comerse la cabeza por cosas en las que nadie
debería meterse.
La tarde llegó más deprisa de lo que pretendían. Cuando Atenea les dejaba,
se convertían en inseparables e incluso resultaban un tanto empalagosos. Dafne
se vistió con un vestido que se ceñía a su cintura, con una falda de caída holgada
y una finas medias color piel. De zapatos, a pesar de ir a un parque lleno de
arena, escogió unos con un poco de tacón. Como salía tan poco, se esforzabas al
máximo en arreglarse aunque solo fuera a la vuelta de la esquina.
Enoch la esperaba con Atenea preparada en el carro y Frodo atado con su
correa. Salieron juntos y en menos de diez minutos llegaron al parque. Sara y
Cova ya estaban ahí y ambas se lanzaron a por la pequeña.
—Sois unas ladronas —bromeó—. Al menos podríais saludarme.
—Hola Daf —dijeron ambas al unísono y Sara hizo que Atenea hiciera el
gesto de saludar. Dafne negó con la cabeza divertida.
A los pocos minutos se unieron David y Alex con su perro y, chicos y chicas
comenzaron a hablar de forma animada hasta que aparecieron Adrián y Manu
para caldear el ambiente.
—¡Joder! —gruñó Dafne.
—Tranquila —susurró Enoch. Tenía una conversación pendiente con Manu y
como tuviera intención de acercarse a Dafne, llegarían a las manos.
Manu miró a su ex y a su hermano. Dafne lo miraba malhumorada, con asco
y Enoch parecía furioso.
Sin ni siquiera saludar se sentó a su lado y Enoch lo fusiló con la mirada.
Tenía los puños apretados y muchas ganas de estampárselos a aquel indeseable.
—Por la mirada que me echa tu hermanito, le contaste mi visita.
—Pues sí. Lo sé todo, y tienes suerte de que no te parta la cara ahora mismo.
Dafne le agarró la mano y se la apretó para que se tranquilizara. Lo que
menos quería era una pelea.
—Yo solo quiero que se reconozca que es mi hija.
—No lo es. Tú nunca serás su padre —respondió Dafne. Sus amigos se la
quedaron mirando. Todos habían sospechado desde el principio, pero Dafne en
ningún momento había esclarecido quién era el padre. Solo Sara lo sabía y
observaba la escena con el corazón encogido mientras Atenea jugueteaba con su
mano.
Ahí olía a problemas.
Antes de que Enoch tuviera la oportunidad de darle un puñetazo, Dafne se
levantó y arrastró del brazo al imbécil de Manu para dejarle las cosas claras de
una vez por todas, alejados de las miradas de todos.
—¿Qué coño quieres, zorra mentirosa? —gruñó malhumorado.
—Lo único que quiero es que te pires y me dejes en paz. No te acerques a
nosotras. Es lo único que quiero.
—¿Ahora me vas a prohibir reunirme con mis amigos? —contestó con
incredulidad.
—¿Amigos? —rio sarcástica—. Ellos no son tus amigos. Tú único amigo es
ese gilipollas de Adrián, el cual te deja tirado cuando os metéis en líos. El resto
no te soporta y lo sabes —escupió con saña—. Podría haberte denunciado el otro
día y no lo hice, pero no me pongas a prueba.
—Oh vamos, Daf. —Manu alargó una de sus manos e intentó acariciarla,
pero Dafne se apartó—. Te echo de menos. Tú me importabas.
—Solo te importaba tenerme en la cama, no mientas. Al igual que esa era la
misma cosa por la que yo te aguantaba. Ahora solo me das asco. —Lo miró a los
ojos y vio en ellos exactamente la misma mirada que aquel día en su casa. Iba
colocado hasta las trancas—. Te estás echando a perder tú solo, no quiero que mi
hija crezca con alguien como tú a su alrededor.
Se giró dispuesta a marcharse con el resto y Manu la agarró del brazo con
fuerza.
—Suéltame.
—No me sale de los huevos.
Enoch esperaba impaciente a que Dafne volviera. Se había llevado a Manu a
un punto del parque que no lograba ver desde ahí. Estaba nervioso, no quería que
estuviera a solas con ese energúmeno. Se levantó a pesar de que sus amigos le
aconsejaron que era algo que debían arreglar ellos solos, pero después de lo
ocurrido hacía una semana, no pensaba esperar a que ocurriera una tragedia.
Giró la esquina hasta escuchar las voces y corrió al escuchar a Dafne alterada.
—¡Manu suéltame joder! ¡Me haces daño!
Dafne intentaba huir pero Manu le retorcía el brazo con fuerza.
—Te voy a quitar a tu hija. ¡También es mía!
Dafne tembló ante la amenaza. Las lágrimas comenzaban a acumularse en
sus ojos y el dolor de su brazo no ayudaba a que se calmara. Manu tenía un
nuevo carácter desconocido para ella, era agresivo. Completamente aterrador.
Intentó darle una patada, pero él le giró el brazo con más fuerza hasta que por
detrás algo impactó en la cara de su agresor y el agarre desapareció de
inmediato.
Hasta que Manu no estuvo tirado en el suelo, no se dio cuenta que Enoch lo
tenía inmovilizado y no dejaba de golpearle.
Tras el shock reaccionó y se acercó a ellos, Manu intentaba golpearle, pero
Enoch tenía bastante más fuerza y sus reflejos eran mayores.
—¡Enoch para! —rogó y puso la mano en su hombro, pero Enoch continuó y
le dio otro puñetazo en la cara. Su nariz sangraba y Manu no tenía oportunidad
de defenderse del ataque. La rabia poseía su cuerpo—. ¡Enoch! No merece la
pena, por favor, Simba.
Enoch reaccionó a la voz de Dafne y paró el ataque. Manu no se movía. Se
aseguró que no tuviera intención de volver a atacarlo y lo dejó tirado en el suelo.
Se levantó y miró a su hermana con cierta pena y rabia mezcladas.
—Voy a llamar a la policía, Daf. Debes denunciarlo.
Dafne asintió poco convencida. Seguía un tanto asustada y no ayudaba sentir
el nerviosismo de Enoch. La situación le parecía del todo surrealista.
Enoch se fijó en Dafne. Temblaba un poco y se mantenía unos metros
alejada. Con la adrenalina todavía por sus venas, se acercó con lentitud a ella y
la abrazó. Dafne abrió la veda de las lágrimas y se dejó consolar. Necesitaba
sentir la calidez de sus brazos, el apoyo de la persona que más necesitaba.
Jamás había pensado que la situación con Manu pudiera haber acabado de
aquella forma. Ese no era el chico que ella había conocido. Nunca había sido
demasiado cariñoso, tenía una vida más bien oscura, pero las drogas lo estaban
convirtiendo en alguien distinto. Agresivo. Seguía sin entender el por qué de su
actitud.
Aún en los brazos de Enoch, escuchó como sus amigos se acercaban. Adrián
fue a socorrer a un malherido Manu y Sara se acercó con Atenea en brazos a
Dafne y Enoch.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó y miró a Enoch y Manu una y otra vez.
—Llamad a la policía —pidió Enoch—. Habrá que resolver esto por las
malas.
Adrián ayudó a Manu a levantarse y cuando intentó llevárselo de ahí, David
y Alex lo pararon.
—Ni se os ocurra marcharos —exigió David.
—Oye tío, le ha metido una buena. Tiene que descansar.
—¡Y una mierda! —añadió Enoch todavía con Dafne entre sus brazos—. Os
vais a quedar aquí hasta que venga la policía.
—La pasma no, joder —gruñó Manu a duras penas. Enoch se separó de
Dafne y se acercó a Manu.
—Te lo has ganado a pulso, gilipollas.
Capítulo 28
Era domingo y sus padres los habían invitado a comer. Hacía tres días que
había ocurrido lo de la pelea y desde entonces Enoch pasaba la mayor parte del
tiempo pensativo. Dafne intentaba conseguir que hablara, que se desahogara con
ella, pero se escondía bajo una falsa sonrisa y le decía que no pasaba nada. A
veces le entraban ganas de zarandearle por no abrirse. Ella intentaba por todos
los medios ser sincera, pero el helor que comenzaba a instalarse de nuevo en
ellos, la entristecía.
Llegaron a casa de sus padres en silencio. El ambiente allí no fue mejor. A
pesar de que Atenea estuviera allí con ellos y sus abuelos disfrutaran de su nieta,
el ambiente era tenso. Tras la comida y con Atenea dormida en la antigua
habitación de Dafne, Estefanía y Carlos los hicieron sentarse en la mesa del
salón para hablar. A Dafne le recordó a cuando era una adolescente, su padre
tenía la misma mirada que cuando le daba aquellos interminables sermones.
—¿Qué pasa entre vosotros? —preguntó con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa de qué? —contestó ella.
—Mira hija, somos todos lo bastante mayorcitos para dejarnos de rodeos.
Creo que los dos sabéis perfectamente a qué me refiero. Vuestra relación.
A Dafne no le sorprendió su respuesta y miró a su padre directamente a los
ojos. Enoch sin embargo, se abstuvo de hablar y escuchaba la conversación con
la cabeza agachada.
—Pues sí, mamá, tenemos una relación.
—Te dije que te olvidaras del tema, Enoch —lo riñó Estefanía como si lo
ocurrido se tratara de una travesura de un niño de tres años.
—No es algo en lo que te puedas meter. Solo nos concierne a ambos —
añadió Dafne un tanto malhumorada. Estefanía la miró a ella con incredulidad.
—¡Sois hermanos!
—No lo somos, joder. Es nuestra vida. ¡No tenemos la misma sangre aunque
hayáis intentado hacerme creer lo contrario durante años!
Carlos se mantenía al margen y escuchaba a sus dos mujeres. Dafne se
enzarzó en una pelea verbal con ambos y discutió durante más de un cuarto de
hora sobre el por qué no debían meterse. Parecía que de los cuatro, la única
razonable fuera ella. Quizá su vida había cambiado tanto en tan poco tiempo,
que su forma de verlo todo era indicada para dejarse llevar y pensar poco, pero
tenía claro lo que quería. Y lo que quería era estar con Enoch. Este, sin embargo,
no abría la boca.
—¿No piensas decir nada? —le exigió.
—Ya lo estás haciendo tú por mí.
Su contestación no le hizo ni puñetera gracia.
—Esto es algo pasajero, niños. Deberíais buscar a otra persona con la que
compartir ese grado de intimidad —repitió Carlos por enésima vez.
—Ya veo. —Dafne negó con la cabeza y añadió—. Os importan una mierda
los sentimientos de vuestros hijos. Genial. Preferís que sean infelices, a que os
juzgue el vecindario. Pero os diré una cosa, hay cosas que ni siquiera vosotros
sois capaces de impedir.
Se levantó y fue a su habitación en busca de Atenea y la metió en el carro.
—¿Vienes? —le dijo a Enoch. Asintió poco convencido y se marcharon de
allí sin despedirse de sus padres.
—No me puedo creer que hayan dicho todo eso. ¡Son idiotas! —gruñó a las
puertas del edificio—. Y tú eres otro idiota por no decir nada —le recriminó.
—¿Qué querías que dijera? Ya te has encargado tú de decirlo todo —contestó
con ironía.
Dafne frunció el ceño y fijó su mirada en él.
—¿Se puede saber qué te pasa?
—Lo que pasa es que no soporto ser el centro de atención y esto, lo que
tenemos, ahora se ha convertido en las habladurías del barrio.
—¿Y eso te importa? —dijo con incredulidad. Enoch debía estar
acostumbrado a ser el centro de atención. Había sido popular en el instituto, el
chico por el que todas las mujeres babeaban y los hombres querían ser su amigo
fiel. Le caía bien a todo el mundo.
—Pues sí. Me importa. Al igual que me importa lo que opinen papá y mamá.
¡Tienen razón! ¿Qué pasará si esto sale mal? Tendremos que vernos a diario
porque somos hermanos y te recuerdo que vivimos en el mismo piso. Esto se nos
está yendo de las manos y llegará un punto en el que no podamos pararlo. No
quiero que nos destrocemos el uno al otro y me parece que va a ser algo
inevitable —se desahogó—. Esto solo es atracción física y alguno de los dos
caerá en el amor y ya nada podrá detener el desastre —mintió como último
recurso. Su intención era apartarla y sabía que aquellas palabras habían
ocasionado algo en su interior.
Llevaba tantos días dándole vueltas a aquello, que soltarlo era una enorme
liberación, aunque todo fuera mentira.
Dafne no daba crédito a las palabras de Enoch. Con ello solo le demostraba
el poco valor que parecía tener. Ella quería arriesgarse. Por supuesto que tenía
miedo porque no era capaz de reconocer la totalidad de sus sentimientos, pero
era pronto. A pesar de llevar toda una vida juntos, como pareja solo llevaban una
sola semana y no había habido tiempo para conocerse de verdad.
—Tú ni siquiera sabes que sientes por mí y no quiero empezar algo para
después llevarme el chasco.
—¿Qué quieres decir? Dijiste que siempre había sido yo, que sentías amor
—dijo con la lagrima a punto de asomar. Todo aquello sonaba a una cobarde
despedida.
—Que es mejor dejarlo estar. Las cosas son demasiado complicadas. No
puedo dejar de pensar en el futuro y sé que salga bien o mal, vamos a tener que
estar juntos. Y antes de que esto crezca todavía más, es mejor pararlo —susurró.
Su mirada se perdía a lo lejos.
—Perfecto —contestó con ironía—. Haz con tu vida lo que quieras, eres
libre, hermanito. Así te quitas dos complicaciones, la de estar conmigo y cuidar
de un bebé.
Capítulo 29
Los días siguientes no fueron mucho mejor. Seguía junto a David, sin saber
nada de Dafne ni de sus padres. No había recibido mensajes, ni llamadas. Se
limitaba a ir todas las mañanas al gimnasio, hacer su trabajo y desahogarse con
ejercicio físico para intentar olvidar. Algo que le resultaba imposible.
En su mente solo aparecía una sola imagen que ni siquiera le dejaba dormir.
Estaba decaído, triste, sentía como si su corazón hubiera dejado de latir y ya no
hubiera forma posible de revivirlo. Cada día que pasaba se arrepentía más de lo
que había dicho. Ni siquiera lo había pensado en realidad.
Debería de haber hecho caso a las sugerencias de Dafne y haberse dejado
llevar.
—¿Por qué he tenido que cagarla así? Todo iba perfecto —exclamó mientras
cenaba con su amigo.
—Porque estas cagado, amigo mío. Por eso la has fastidiado —objetó.
Durante la semana había intentado disuadirlo para que fuera a hablar con ella,
pero no parecía demasiado dispuesto. De todos era sabido sobre el rencor que
Dafne era capaz de guardar y necesitaba espacio para pensar en su situación al
igual que él.
—No me perdonará. Fui un completo cobarde. Me dejé llevar por las
palabras de mis padres. Me sentí sucio por haberme acostado con mi hermana, la
vergüenza de la familia.
—Pues perdona por lo que te voy a decir, Enoch, pero de lo único que debes
sentir vergüenza es de lo que se han atrevido a decir las personas que te trajeron
al mundo —respondió con seriedad—. Ellos tienen su vida y están enamorados,
saben lo que es el amor y lo único que están haciendo contigo es hacerte creer
que es un capricho pasajero. Pero te diré una cosa, jamás te he visto con ninguna
chica, pero siempre he visto la conexión que tú tenías con Dafne. Ella te importa
más que nada en el mundo, se nota en cada mirada que le echas. Y esta vez,
aunque parezca mentira, es ella la que tiene razón. Ellos no tienen derecho a
meterse en vuestras vidas y solo vosotros tenéis la última palabra.
—Pero… ¿y si sale mal? —Aquel era su mayor temor. Solo había sentido
que su corazón se rompía una vez, y la causante de ello había sido la misma que
en el presente lo hacía dudar.
—Será duro. ¿Pero no lo está siendo ya? —Asintió.
—Y encima he sido yo quién se lo ha buscado —suspiró.
David le dio una palmadita en la espalda y lo dejó a solas para marcharse a
dormir.
Una noche más, Enoch fue incapaz de dormir bien y desahogó su frustración
en el gimnasio. Esther, la chica con la que se había acostado unas semanas atrás,
estaba más pesada que de costumbre y tuvo que comportarse de forma poco
afable para que lo dejara tranquilo. Su humor era de perros y no mejoró cuando
al salir encontró a sus padres en la puerta del gimnasio.
—¿Qué hacéis aquí? Ya no estoy con Dafne, no tenéis de qué preocuparos —
les dijo con ironía teñida por el rencor.
—Vamos a la cafetería, hijo. Queremos hablar.
Enoch estuvo a punto de declinar la oferta, pero los siguió sin abrir la boca y
entraron en el bar de la esquina del gimnasio. Se sentó frente a ellos en una de
las mesas y después de pedir una coca-cola y sus padres un par de cafés, esperó
hasta que les sirvieran para comenzar con la conversación.
—¿De qué queréis hablar? —preguntó dándole un trago a su bebida.
Estefanía lo miraba directamente a los ojos, apenada al encontrar en la
mirada de su hijo una tristeza profunda que ellos mismos se habían encargado de
instalarle. Se habían metido donde no les llamaban, sin importarles los
sentimientos de una de las personas que más querían en el mundo.
—Primero de todo, lo sentimos mucho.
—¿Por qué? ¿Por impedir que las habladurías destrozaran vuestra irrompible
paz? —espetó con sarcasmo.
—Creíamos que sería lo mejor —admitió Carlos—. Pero el día que os
marchasteis de casa, escuchamos vuestra discusión en el portal y al momento
nos arrepentimos.
—El único que se arrepiente de algo soy yo, por ser un cobarde e intentar
haceros caso —suspiró y se llevó las manos a la cara.
Estefanía alargó el brazo y lo obligó a que la mirara.
—Hijo, creí de verdad que era algo pasajero, pero después de mucho
pensarlo y darle vueltas, he visto que es real. La amas y no quiero vivir con la
culpa de haber sido instigadora en algo que no me concierne.
—¿Ahora no te concierne?
—Lo que tu madre quiere decir —habló Carlos al ver la animadversidad de
su hijo— es que sabemos que la quieres. Y ella te quiere. No somos nadie para
impedirlo. Como ambos decís, no os une la sangre, solo la familia.
—Creíamos que lo vuestro no era amor, pero verte ahora mismo y poder
percibir la tristeza que te posee, solo me ha confirmado que nos hemos
equivocado en todo.
Enoch no pudo más que asentir.
Sí. Se habían equivocado. Habían juzgado sus sentimientos. No por ser joven
quería decir que no fuera capaz de descifrar lo que pasaba en su corazón. Hacía
demasiado tiempo que lo había descubierto y siempre había querido huir. Pero
no podía, ya no. Era un sentimiento que le quemaba por dentro, que hacía de sus
días algo interminable desde que no la tenía cerca.
—Sí, os habéis equivocado. Y yo también por dejarme llevar y dejarla sola.
—Pues solo hay una solución para eso. Debes ir, hablar con ella y arreglarlo.
—Como si fuera tan sencillo.
Había pensado mil formas de ir y decirle cuánto se arrepentía, pero ninguna
le convencía sin quedar como el cobarde que había sido. No sabía en qué punto
de lo ocurrido los últimos días, lo había llevado a cometer semejante cagada,
pero lo había hecho y siempre era complicado enmendar los errores.
—Siempre has conseguido lo que has querido. Eres valiente.
—No lo fui con ella. Fui un cobarde que pensó que lo mejor era dejarlo estar
para no sufrir. Además, ella ni siquiera sabe lo que siente. Soy yo el que lleva
años enamorado, sufriendo una agonía silenciosa que poco a poco menguaba mi
fortaleza.
—Esto es solo una prueba más y tienes que superarla. Está en juego tu
felicidad —sonrió Estefanía.
No podía negar que le resultaría muy difícil saber que sus hijos mantenían
una relación que para nada tenía que ver con la fraternal, pero si con ello
conseguía que ambos fueran felices, se aguantaría como fuera. No pensaría en
las habladurías que ya comenzaban a llegar de gente que los había encontrado
acaramelados por el lugar donde vivían. No les importaba lo que pensaran. En el
fondo Dafne era adoptada y el amor era un sentimiento imposible de controlar.
Había nacido en ellos dos, como podía haber sido de forma distinta, simplemente
debían aclimatarse y aceptarlo por muy difícil y retorcido que pareciera.
—¿De verdad estáis dispuestos a que vuestros hijos tengan una relación? —
preguntó todavía dudoso por el cariz que había tomado la conversación.
—Estamos dispuestos a que ambos seáis felices, y si lo conseguís juntos, lo
aceptaremos. Lo único que no queremos es verte así. Queremos ser una familia.
—Exacto. Aunque seamos una familia diferente —sonrió Carlos.
Estefanía se levantó de su sitio y le dio un fuerte abrazo a su hijo y él le
respondió realmente agradecido. Había estado muy enfadado con ellos por no
apoyarle desde que se delató a sí mismo, pero todo el mundo podía equivocarse
y ellos habían reconocido su error.
Ahora solo le quedaba a él enmendar el suyo e intentar recuperar el corazón
de Dafne para encontrar al fin la forma de estar junto a ella.
Sin nada ni nadie que se lo impidiese.
Epílogo
Abrió la puerta nervioso. Llevaba una semana sin pasar por casa, oculto en
casa de David sin ganas de hablar con nadie, hasta que al fin, sus padres
claudicaron. Había hecho algo de lo que se arrepentía, apartarse de Dafne para
no avergonzar a sus padres.
El vecindario ya se había enterado de que los hermanos habían mantenido
una corta relación que había terminado sin demasiadas explicaciones. Ahora
Enoch iba a dárselas, pero no iba a dar la relación por terminada, ni por asomo.
Debía enmendar el error que había cometido.
Quería estar junto a ella y nada ni nadie lo impedirían. Lo que sentía era
mucho más fuerte que el daño que producía las habladurías de la gente. Su
felicidad tenía un nombre y pensaba hacer lo que fuera posible para tenerla.
La encontró en la terraza sentada en una silla, Frodo tomaba el sol a su lado.
Estaba de espaldas, veía su cabello negro caer por detrás de la silla.
Caminó con paso titubeante y se colocó a sus espaldas.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz rota. Dafne se giró con lentitud y
era imposible no fijarse en el apagado brillo de sus ojos.
Llevaba una semana triste, sollozando por los rincones. Se sentía demasiado
sola.
—Daf... yo...
Dafne se cruzó de brazos y lo miró con fijeza.
—¿Tú qué?, hermanito. ¿Has venido a destrozarme más? —murmuró con
sarcasmo.
—¿Crees que eso era lo que pretendía?
—No lo sé —admitió—. Pero es lo que has hecho. No soy la más indicada
para decir que no cometo errores, porque los he cometido, y muchos, pero creo
que estar contigo no era uno de ellos a pesar de que tú pensarás lo contrario e
hicieras caso a papá y mamá. Yo...
—¿Tú qué? —Dio un paso hacia ella al verla titubeante—. Dilo, Nala,
necesito oírlo. Necesito saberlo.
A pesar de que había ido decidido a recuperarla, también debía saber qué era
lo que ella estaba dispuesta hacer.
—Yo creía que me querías. —Una lágrima solitaria viajó por su rostro y
Enoch se la arrebató con el dorso de la mano—. Creía que te importaba y... te
marchaste después de decirme que todo había sido un completo error.
—Pero no quería hacerlo —admitió con tristeza—. La situación me
sobrepasó, los juicios de los demás ante nuestra relación. Yo... sentí miedo. Sentí
que me equivocaba, porque realmente no sé qué es lo que tú sientes. Fui egoísta
porque no quería acabar con el corazón todavía más destrozado.
Dafne alzó la mirada y lo miró fijamente a los ojos. Ambos se observaban
con detenimiento y tristeza, con palabras ahogadas en sus gargantas que pronto
serían pronunciadas. La hora de liberarse había llegado.
—No lo sabía hasta que te marchaste. El vacío que sentí me hizo
comprenderlo. Te quiero, Enoch. Te quiero como nunca he querido a nadie. Al
principio no sabía si era amor o atracción y creo que lo que nos unía me cohibía,
pero ya me da igual. Te dije que quería intentarlo para dejar de sentir confusión y
lo he conseguido —dijo con emoción—. Por primera vez en mi vida he
conseguido descifrar lo que es estar enamorada y reconocerlo me aterra, porque
no sé qué es lo que tú sientes.
Enoch soltó un suspiro. Tras decirle días atrás que estaba enamorado de ella
y después mentir diciendo que lo que sentía solo era atracción para mantenerla
alejada, ya no sabía si le creería en el momento que abriera su corazón por
completo.
—Yo... yo quiero estar contigo. Me da igual lo que digan papá y mamá, ellos
no tienen derecho a meterse. Es algo nuestro, no de ellos y lo que diga el resto
del mundo me la resbala.
—Eres una mal hablada —contestó con un amago de sonrisa. Seguía un poco
absorto por la declaración de Dafne.
Le correspondía. Había admitido quererle y no sabía cómo demostrar la
felicidad que eso le provocaba.
—Y tú un imbécil y cobarde —contestó. Seguía de brazos cruzados, pero lo
único que deseaba era abrirle los brazos, abrazarlo y sentir sus labios.
—Tienes razón —admitió—. ¿Pero sabes una cosa? Yo no te quiero —El
corazón de Dafne se paró—. Yo te amo. Te amo desde el día en que me encontré
con tus ojos cuando tan solo tenías dos semanas. Te amo desde el momento en
que tu pequeña mano cogió mi dedo en el coche mientras te llevábamos a casa
por primera vez. Te amo desde que me sonreíste por primera vez y por mucho
que lo he intentado evitar, ese sentimiento no ha hecho más que crecer. Y me
enfrentaría a mil dragones, a los orcos de Mordor e incluso a Sauron, para poder
estar junto a ti.
Dafne rio entre lágrimas por su absurda comparación, pero su corazón a cada
instante se aceleraba más.
—Eres lo que siempre he buscado Nala y yo solo puedo ser el Rey León
contigo.
Dafne no lo aguantó más y se lanzó a sus brazos. Enoch alzó su rostro y la
besó antes de dejarla hablar.
Sus lenguas se encontraron, la suavidad de sus labios emocionó a Dafne.
Lloraba mientras compartían ese momento tan íntimo. Sus corazones estaban al
desnudo.
Su Simba siempre había estado ahí para ella. Había tenido a la persona a la
que le pertenecía su corazón casi desde cuando nació y agradecía al destino que
los sentimientos se hubieran despertado en ambos.
Enoch cogió su rostro con las manos y miró una vez más esos ojos verdes
que lo habían embrujado desde el principio.
—Te amo, Dafne.
—Te amo, Enoch. Y quiero estar siempre a tu lado.
Se fundieron en un nuevo abrazo.
El amor podía romper barreras. Dafne y Enoch no eran solo hermanos, eran
almas afines que el destino había hecho que se encontraran. Los obstáculos eran
parte de la vida y ellos habían tenido unos cuantos que habían superado. Sin
duda, a pesar de haber roto durante un tiempo a la familia, aquel acontecimiento
había servido para que ambos sufrieran una revelación interna que los había
unido más. Se mantendrían al margen de los prejuicios de la gente que les
rodeaba, disfrutarían día a día de la compañía del otro.
Serían una sola persona y disfrutarían del amor hasta que el tiempo dijera.
En la vida no había que darlo todo por hecho y nada era imposible a pesar de
estar entre una situación difícil y distinta.
Ellos eran la viva prueba de que los sentimientos siempre ganaban la batalla,
aunque esta fuera ardua.
Enoch la besó una vez más y ambos sonrieron presas de la felicidad más
absoluta.
—Por una larga vida juntos.
Fin
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