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TESIS 8 – LA GRACIA

La «gracia» designa el actuar divino a favor del hombre: Dios se ofrece


libremente en su amor a su criatura para realizar escatológicamente, a través de la
cooperación humana, la unión entre ambos. La doctrina de la gracia reflexiona tanto
sobre la relación Dios-hombre, verificada con las misiones del Hijo y del Espíritu
Santo en la Economía, como sobre el modo de su propia configuración real
posteriormente al estado caído. En tal horizonte teo-ontológico y hermenéutico
emerge, por un lado, la complejidad de la noción, que en la historia de la teología ha
conocido de vez en cuando puntualizaciones determinantes apara el desarrollo del
dogma y la reflexión teológica (Agustín, Máximo el Confesor, Tomás de Aquino,
Concilio de Trento); por otro lado, su carácter sintético necesita de una articulación
de sus propiedades en estrecha relación con las otras disciplinas teológicas (en
particular: trinitaria, cristológica, pneumatológica, mariológica, eclesiológica,
sacramentos, escatología). Un discurso sobre la gracia requiere hoy en día una atenta
revisión de las referencias a la Escritura, así como una confrontación con las
teologías del s. XX sobre los binomios «libertad-gracia» y «naturaleza-gracia», y
sobe el asunto de la «Salvación Universal».

«En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros:


en que Dios envió al mundo a su Hijo, al Unigénito,
para que vivamos por él… En esto conocemos
que permanecemos en él y él en nosotros:
en que nos ha dado su Espíritu»
(1Jn 4,9.13; cf. Rm 5,5).

INTRODUCCIÓN
El tema de la doctrina de la gracia es la comunión de vida del hombre -liberado
del pecado y de la muerte y llamado a la vida eterna- con el Dios trino.
Al enviar Dios Padre el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, compartimos en la
gracia la relación filial de Jesucristo al Padre (cf. Ga 4,6). La esencia más íntima de la
gracia es el amor que Dios mismo, en la realización de su vida trinitaria, y por Él, se
entrega a los hombres.
De esta manera, en el sistema de la dogmática puede situarse como punto final y
cima desde la que puede contemplarse la panorámica total de la fe y de la teología, en la
perspectiva de la autocomunicación del Dios trino como vida del hombre.
La doctrina de la gracia ha llegado a constituir un tratado específico como resultado
de la peculiar evolución de la teología latina occidental. En la teología oriental, las
cuestiones relacionadas con la gracia figuran sobre todo en la soteriología1.

1
Cf. G.L. MÜLLER, Dogmática, 787.
2 TESIS 8 – LA GRACIA

Este apunte será desarrollado a través de tres puntos. Se partirá de la definición del
concepto de gracia, para luego realizar un recorrido histórico del desarrollo del dogma y
finalmente, expresar algunos puntos de su tratamiento sistemático.

1. Definición de gracia
El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios para llegar a alcanzar la
perfecta semejanza. Todo esto es gratuito, es gracia, que va mucho más allá de la
donación (innecesaria) de Dios en la creación. Precisamente, este carácter gratuito
que caracteriza esta acción de Dios para el hombre, recibe el nombre de «gracia».
Es el favor por excelencia, el don más grande que se pueda imaginar, don que no puede
separarse de Cristo, que es la gracia en persona. El don de Dios en la gracia, es Dios
mismo, que se nos entrega en Jesucristo su Hijo y en el Espíritu Santo. De este
modo, la gracia es, en primer lugar, el acontecimiento salvador que se ha realizado en
Jesús y del que procede la transformación interior del hombre.
En la terminología paulina, a partir de la cual se ha acuñado el concepto teológico,
la gracia nos lleva a identificar a Jesucristo mismo (Rm 6,20; 1Co 16,23; 2Co 3,13),
como el nuevo ámbito en que se halla y vive el hombre incorporado a Cristo.
En las cartas pastorales de Pablo, Cristo es la gracia de Dios, es la revelación, la
epifanía del amor de Dios a los hombres (Tt 2,11; 3,4-7). Muy especialmente para Pablo
la gracia es el don del apostolado, la misión recibida de Dios, de la que nos es
personalmente digno (cf. Rm 1,5; Ga 1,15).
En la teología joánica, la gracia es vinculada a la participación en la luz, en la vida.
El elemento primario es la vinculación con Jesús. Con su obra salvadora nos abre el
acceso al Padre y nos comunica su Espíritu.
En definitiva, cuando hablamos de la gracia de Dios, nos referimos a su amor y
bondad para con el hombre, que se manifiesta en su presencia y en las consecuencias de
su obra de salvación, realizada en Cristo, a favor de todos los hombres.
La oferta de gracia en Cristo se da a todo hombre, aunque no podamos precisar de
qué modo se realiza. Si Cristo es el centro de la historia (cf. GS 45) no podemos pensar
que ningún ámbito de esta última quede al margen de su influjo2.

1.1 La dimensión teológica de la gracia (no es fundamental)


La dimensión teológica de la gracia expresa el primado de Dios y de su
iniciativa. De todas maneras, como nosotros la experimentamos en la historia, es
necesario hablar de la gracia divina íntimamente unida a la dimensión histórica. Es en la
historia de salvación que hemos tenido conocimiento de la posibilidad de una relación
entre Dios y el hombre, a través de la encarnación del Verbo. A partir de este punto, es
donde nace una característica teológica específica de la gracia: ella pertenece a la
«teología» como a la «economía», es decir, a la teología «negativa» (apofática) como a
la teología «positiva» (catafática). Esto representa una distinción gnoseológica, entre
un conocimiento de Dios en su esencia (teología) y un conocimiento de Dios en su
manifestación histórica (economía). Basilio el Grande, distingue entre conocimiento de
Dios en su esencia (ousía, que pertenece a la teología) y conocimiento de Dios a partir
de sus operaciones (enèrgheiai, que pertenece a la economía), y afirma que la primera

2
Cf. L.F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 129-131.
3

es para nosotros inaccesible. Por eso, la gloria inaccesible de Dios sólo puede ser
expresado con la teología negativa (decir justamente aquello que Dios no es). Pero si
renunciamos a alguna de ellas, reducimos la capacidad de conocer. Es decir, si
renunciamos a la teología positiva, anulamos la historia de la salvación, y si
renunciamos a la teología negativa, reducimos a Dios a un objeto. Las dos posiciones
deben mantenerse juntas y en tensión.
La pregunta que surge, entonces, es: ¿cómo formular bien esta relación entre
teología y economía? Como expresamos anteriormente, no se puede absolutizar una
posición en detrimento de la otra, por eso es necesario y nos ayuda el concepto de la
gracia. Este concepto indica propiamente y contemporáneamente las dos dimensiones
relacionadas con Dios. Dios en su esencia y Dios en su economía. La gracia nos habla
de la teología negativa y teología positiva al mismo tiempo.

2. La Historia y el desarrollo del dogma


El tratado de la doctrina de la gracia, como expresamos anteriormente, es fruto de
la evolución de la teología latina occidental. El rechazo al pelagianismo dio ocasión a
la formación de una doctrina específica de la gracia. Fue aquí determinante el doctor de
la gracia, SAN AGUSTÍN (354-430).

2.1 Los Padres griegos. La divinización


La visión patrística, antes de san Agustín, sostiene que: Dios se ha hecho hombre
para que el hombre se haga Dios (cf. IRENEO, Adv. Haer. III, 18,7; 19,1; IV, 33,4).
Para los teólogos orientales el proceso de la santificación o recepción de la gracia se
identifica con la actuación salvífica universal de Dios, es decir, con su economía. Las
acciones de Dios a favor nuestro se inician ya con la creación y alcanzan su punto
culminante en Cristo. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y Dios
debería ser su plenitud última. Con el pecado no se ha extinguido esta imagen, pero sí
ha quedado profundamente distorsionada. Sólo Dios puede restaurarla. De este modo,
los Padres entendieron la historia de salvación como un único y grandioso proceso de
educación, a lo largo del cual Dios renueva y lleva a su perfección al hombre como
imagen suya.
En los cuatro primeros siglos, el gran desafío a que tuvo que enfrentarse el
cristianismo fue el dualismo gnóstico, bajo sus diversas modalidades. Para este
dualismo, el mundo de la materia es la fuente de todo mal. Aquí la redención se concibe
como liberación de la materia, que es, justamente, la fuente de la maldad. El sistema
gnóstico incluye además la negación del libre albedrío y desemboca, por tanto, en la
supresión de la ética. La materia, en cuanto síntesis de la existencia mundana del
hombre, es éticamente indiferente. La consecuencia lógica es que, en sus controversias
con los gnósticos, los cristianos se vieran con la necesidad de precisar y destacar tanto la
bondad de la creación como la permanente importancia del libre albedrío para la
práctica del bien. Este cristianismo insistía en la dimensión ética y ascética de la nueva
humanidad, fundamentada en la gracia. Por consiguiente, para los Padres de la Iglesia el
origen del mal no debe buscarse en la materia en cuanto tal, sino en la voluntad del
hombre, que se aleja de Dios.
4 TESIS 8 – LA GRACIA

2.2 Pelagio y san Agustín


La controversia pelagiana de la primera mitad del siglo V tiene un rango similar al de
los grandes debates trinitarios y cristológicos de la primitiva Iglesia.
La orientación pelagiana, denominación derivada del nombre del monje británico
PELAGIO, aseguraba que el hombre puede obtener la gracia en virtud de sus
buenas obras y por su propia iniciativa. Según Pelagio, el hombre no necesita un
impulso interno específico (gratia interna Spiritus Sancti) para poder asumir en su
realización personal la redención histórica acontecida en la obra salvífica de Jesucristo
(gratia externa). Frente a esta posición, AGUSTÍN insistió en la total incapacidad del
hombre en el ámbito de las obras sobrenaturales y en su impotencia para elevarse,
mediante un impulso de su propia voluntad (autotrascendencia) a Dios. La razón es
que la naturaleza humana ha quedado dañada por el pecado original de Adán. Sin la
ayuda de la gracia (auxilium gratiae), el hombre no puede alcanzar su meta, es decir, la
comunión vivificante con Dios.
Pelagio no negó bajo ningún concepto la gracia, ni tampoco atribuía sencillamente
a las obras humanas la capacidad de la auto-redención. También él sabía que hemos
sido redimidos por la gracia. Pero la entendía como una extensión de la capacidad
natural de la voluntad del hombre para practicar el bien, esto es, como gracia
externa (gratia externa). La gracia es la ayuda para el curso total de la historia de la
salvación, mediante la cual Dios influye sobre nosotros en la ley, en las enseñanzas de
los profetas y, finalmente, en Jesucristo, nos dirige, nos configura y nos educa. Cristo
es el ejemplo que debe imitar el pecador que, inspirándose en él, puede restaurar
de nuevo la originaria imagen y semejanza con Dios que había quedado
distorsionada. A través de nuestros propios esfuerzos morales, podemos conformarnos
según la forma de Cristo, que es el auténtico don de la gracia. Llevados de su impulso
ético-ascético, los pelagianos rechazaban también la doctrina del estado de perdición
total de la naturaleza humana y la eliminación de nuestra libertad como consecuencia
del pecado.
Esta posición marca una diferencia abismal respecto de Agustín, que se orientaba de
acuerdo con la doctrina del pecado y la justificación y enseñaba que, en el estado de
Adán, el hombre es totalmente incapaz del amor, carece de libertad para el bien. La
acción de nuestra libertad, por la que respondemos a la gracia de Dios, está
condicionada por la gracia. El hombre, según Agustín, no puede dar el primer paso
en la fe hacia Dios si no le precede su gracia (gratia praeveniens) y nos posibilita la
fe en Dios (gratia actualis). En su opinión, el hombre no puede responder al don
externo de la gracia en la historia de la salvación si no es alcanzado en su subjetividad
interna y guiado hacia los bienes sobrenaturales por la gracia interna, es decir, por el
Espíritu Santo (gratia interna spiritus sancti). Sólo en virtud de esta gracia interna
puede garantizarse que la gracia es ayuda eficaz -y única- para la salvación (la
«gratuidad de la gracia», en estricta oposición a la acción autónoma de la libertad
humana). Por eso, la importancia del bautismo, sobre todo para que los niños alcancen
la salvación. Ellos, no tienen pecados, pero sufren las consecuencias del pecado de
Adán y por este motivo, necesitan recibir el perdón del pecado original y la gracia
sobrenatural de Cristo y del Espíritu Santo para acceder a la vida eterna3.

3
Cf. G.L. MÜLLER, Dogmática, 798-802.
5

2.3 Intervenciones Magisteriales


a) Contra el pelagianismo
El Influjo de san Agustín no se hizo esperar en las decisiones magisteriales. De este
modo lo podemos observar en el CONCILIO DE CARTAGO del año 418, aprobado
después por el papa Zósimo (cf. DH 222-230)4.
- La gracia de Dios, por la que el hombre es justificado por medio de Jesucristo, no sirve
sólo para el perdón de los pecados, sino también para que no se cometan en el futuro.
- La gracia no es sólo para el conocimiento del bien, sino también para ejecutar lo que
conocemos.
- La gracia no se nos da sólo para hacer con más facilidad lo que sin ella se podría también
llevar a cabo, sino que es absolutamente necesaria para cumplir los mandatos divinos.
b) El semipelagianismo
Como reacción frente a la doctrina de san Agustín, que se acentúa tan fuertemente el
primado del don de la gracia, se desarrolló en el sur de Francia el llamado
«semipelagianismo», según el cual el primer movimiento del hombre hacia Dios y
hacia la fe no sería don de la gracia, sino el movimiento autónomo del hombre. No
niegan ni desconocen la gracia, pero creen que el papel que le concede Agustín es
excesivo. Otorgando al hombre el primer movimiento hacia la salvación, se niega la
absoluta primacía de Dios para concederla5.
c) Intervenciones Magisteriales contra el semipelagianismo
Indiculus Coelestini (cf. DH 238-249). Todo movimiento de buena voluntad es de
Dios. Dios es el autor de todos los buenos afectos y buenas obras desde el comienzo de
la fe, de tal manera que la gracia es anterior a nuestros méritos.
El CONCILIO DE ORANGE (cf. DH 370-395) afirma que la misma gracia es la que hace
posible que la invoquemos, es necesaria para que queramos ser justificados de los
pecados, para el comienzo y el aumento de la fe6.

2.4 La escolástica
La teología occidental se ha mantenido a lo largo de un milenio dentro del campo de
influencia de los temas agustinianos. La reflexión sobre la gracia, entendida como
síntesis de toda la salvación en Cristo, pasó a constituir en la escolástica un tratado
propio.
La gracia es un tema central en la antropología de SANTO TOMÁS DE AQUINO.
Dios es en sí mismo vida y movimiento. La creación significa comunicación y
participación en la vida divina y orientación para su recepción. Y así, del Dios uno y
trino parte el movimiento hacia el mundo, que lleva hasta el hombre. En el hombre se

4
Cf. L.F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 140.
5
Cf. L.F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 140.
6
Cf. L.F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 141.
6 TESIS 8 – LA GRACIA

produce un cambio de sentido: en él la creación se vuelve toda hacia Dios como hacia
su consumación en la vida eterna. La mediación de ambos movimientos se produce por
el Verbo de Dios. A causa del pecado, modificó Dios su movimiento hacia el mundo
mediante la encarnación del Logos y su pasión vicaria por nosotros como revelación del
amor de Dios también a los pecadores. De este modo, el movimiento de retorno de la
creatura sólo acontece por medio de Cristo. Así, la gracia de Dios que nos ha sido
otorgada en Jesucristo, es aquella realidad por la que el hombre lleva a su consumación
su movimiento hacia Dios7.

2.5 La Reforma protestante y el concilio de Trento


LUTERO considera al hombre como corrompido a causa del pecado original. No
es capaz de bien alguno ni de libertad. La redención de Jesús ha de afectar a todo ser
humano, y si éste no está perdido del todo, Cristo o es superfluo o es redentor sólo en
parte. De esta significación de la obra de Cristo deriva la doctrina de Lutero acerca de la
justificación. Ésta es la consecuencia en el hombre de la acción redentora de Jesús.
En la base de la justificación está la justicia de Dios, en virtud de la cual justifica al
pecador. Sólo en virtud de la salvación de Cristo somos justificados. La fe es una
actitud que Cristo y el Espíritu suscitan en nosotros, en ningún momento es mérito
nuestro. Por eso, la justificación acontece sólo por «gracia».
Frente a esta doctrina de Lutero, el CONCILIO DE TRENTO, quiere establecer la
enseñanza católica sobre la justificación (cf. DH 1520-1583).
El decreto empieza con unos capítulos introductorios en los que se insiste en la
universalidad del pecado de Adán y la necesidad que todos los hombres tienen de la
redención de Cristo y la comunicación del mérito de su pasión para ser justificados.
Solamente en virtud de la gracia de Dios viene el inicio de la justificación y la
justificación misma, con la exclusión radical de todo mérito previo por parte del
hombre. Pero, al mismo tiempo, se insiste en la libre cooperación y aceptación de
esta gracia, que es, a su vez, fruto de la gracia misma.
De esta manera, la gracia pide, por consiguiente, la cooperación humana en el
asentimiento al don que se recibe, sin que con esto se pierda nada de su primado
absoluto.
Junto a la libertad en la aceptación de la gracia, se insiste en la transformación
interior del hombre que la justificación comporta: ésta no es sólo la remisión de los
pecados sino la «santificación y renovación del hombre interior» (DH 1528). El
concilio afirma con claridad que el justificado es transformado interiormente, que en él
se produce no sólo un cambio en su relación con Dios, sino también un nuevo modo de
ser. El justificado es justo realmente, y no sólo considerado como tal.
La justificación por gracia significa que nada de lo que precede a la justificación se le
ha prometido la gracia de la misma. Nadie puede estar seguro con certeza de fe de la
propia justificación, porque, aunque no le esté permitido dudar de la misericordia de
Dios y de la eficacia de la redención de Cristo y de los sacramentos, ha de dudar de sus
disposiciones8.

7
Cf. G.L. MÜLLER, Dogmática, 811-812.
8
Cf. L.F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 142-145.
7

2.6 El agustinismo postridentino


El mismo Magisterio de la Iglesia, sobre todo en los siglos XVII y XVIII, tuvo que
luchar contra los agustinianos exagerados que limitaban el influjo de la salvación de
Cristo (DH 2001-2005). Se les objetaba una repetición mecánica de algunas sentencias
de Agustín, que guiados por el ideal de un cristianismo radical, propugnaban una moral
rigurosa y austera. De este modo, se condena a JANSENIO9, sobre todo por una posición
que sostiene: es semipelagiano decir que Cristo ha muerto o ha derramado su sangre
por todos los hombres10. Para los jansenistas, Cristo no ha muerto por todos, sino
por una minoría predestinada a salvarse. La gracia es siempre eficaz, pero se
otorga a pocos11.

2.7 Las perspectivas actuales de la teología de la gracia


La enseñanza actual del Magisterio, expuesta en forma positiva, la hallamos en
diferentes documentos del VATICANO II, en especial LG 16 y GS 22. Sostiene que la
llamada a la gracia no pertenece sólo a la visión del hombre cristiano, sino a la noción
cristiana del hombre. El designio de Dios, que tiene como objeto precisamente la
universalidad de la salvación, abierta a todos12.

En el curso de la historia de los debates teológicos se ha ido configurando una


terminología bajo dos aspectos fundamentales:
- como autocomunicación de Dios en cuanto amor que se da y se comunica (gratia
increata)
- como autocomunicación de Dios que produce en el hombre, mediante el perdón
de los pecados, la justificación y la nueva creación, aquella disposición por la que
pueda entrar en la comunicación de autodonación divina (gratia creata).
Esta «gracia creada» puede presentarse bien como gracia santificante (gratia
sanctificans) y disposición de ánimo básica dada por Dios (gratia habitualis), o bien
como gracia auxiliadora (gratia adiuvans actualis). Por su medio, el hombre es
elevado a la filiación divina (gratia elevans) y convertido en templo del Espíritu Santo.
Es necesaria para que el hombre pueda, con su ayuda preveniente (gratia
praeveniens), concomitante (concomitans) y perfeccionante, transformar la gracia
habitual en los actos de la fe, la esperanza y la caridad en los que ejerce su comunión
con Dios. En cuanto que Dios da la capacidad para los actos salvíficos sobrenaturales es
gracia suficiente (sufficiens), y en cuanto otorga el poder de realizarlos de hecho es
gratia efficax13.

9
Defensor del neoagustinismo junto con la figura de Miguel Bayo. Bayo se aleja tanto del protestan-
tismo como del catolicismo, porque defiende que el hombre no es justificado ni por la sola fe
(protestantes), ni por el don permanente e inherente de la gracia (católicos), sino por las obras. El hombre
está justificado porque hace obras buenas (Al contrario que Lutero, que decía que el hombre puede hacer
obras buenas porque está justificado).
10
Cf. L.F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 131.
11
Cfr. J.L. RUIZ DE LA PEÑA, El don de Dios, 307.
12
Cf. L.F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 132.
13
Cf. G.L. MÜLLER, Dogmática, 788-789.
8 TESIS 8 – LA GRACIA

3. Tratamiento sistemático de la gracia. El hombre bajo el signo de


Cristo
Entramos ahora en el tratamiento sistemático de la «gracia», es decir, del favor de
Dios manifestado en Cristo que tiene sus efectos en la salvación del hombre.
El amor de Dios al hombre se muestra ante todo y sobre todo en el envío al mundo
de Jesucristo para que todos nosotros podamos ser partícipes de la vida divina. La gracia
que esto significa no es un favor que se hace al hombre ya constituido, ni tampoco un
añadido a una «naturaleza pura», ya que la llamada a la comunión con Dios en su Hijo
significa lo más profundo del ser humano; en efecto, éste ha sido creado a imagen y
semejanza de Dios para que llegue a reproducir la imagen de su Hijo. Pero, como el
hombre ha sido infiel a este amor con su pecado, se ha colocado en contradicción
consigo mismo. Jesús que es cabeza de la humanidad y fundamento último de toda
creación, es a la vez el inseparable redentor de los hombres. Cristo no sólo hace
posible la vocación sobrenatural del hombre, sino que también nos salva del
pecado, nos posibilita una nueva relación con Dios y nos renueva interiormente
generando una nueva creación14.

3.1 La gracia como perdón de los pecados. La justificación


La justificación, dentro del tratado de la gracia, es una dimensión de importancia
fundamental. La filiación divina, a la que estamos llamados desde el primer
momento de nuestra existencia y a la que está llamada la humanidad desde el
comienzo de la historia, se realiza en cuanto que Dios nos perdona, nos justifica. La
justificación del pecador es la obra de la justicia de Dios15.
La acción salvadora de Dios en Cristo tiene un aspecto fundamental de perdón del
pecado, de «justificación». El paralelismo paulino entre Adán y Cristo, sobre todo, tal
como lo presenta la carta a los Romanos, nos muestra el paso del hombre pecador en
Adán, a la del justificado en Cristo Jesús.
La condición pecadora del hombre no sólo le afecta individualmente, sino también
como miembro de la humanidad. Por ello, aunque es claro que cada uno de nosotros, en
nuestra decisión personal, aceptamos o rechazamos la gracia de Dios que nos es
ofrecida, se ha de tener presente también, que el pecado de Adán y la redención de
Cristo nos colocan en una situación ya dada, previa a nuestras opciones. La fuerza del
pecado y la privación de la mediación de la gracia, por una parte, y la
sobreabundancia del amor redentor de Dios, por otra, se hallan presentes en el
momento en que cada uno de nosotros viene al mundo o inicia el camino de
conversión al Señor.
De este modo, con lo que llevamos expresado, podemos afirmar que, la única
finalidad del hombre es Dios mismo. Nada puede haber, en la vida del hombre, que
sea indiferente a este fin, ya sea que esté dentro de las fronteras de la Iglesia,
sacramento universal de salvación, como fuera de ella. El hombre se encuentra en el
mundo marcado desde siempre por Cristo, en la aceptación o en el rechazo de la
comunión con Dios que se le ofrece. La significación de Cristo es universal. De aquí se
deduce la necesidad absoluta de la «gracia», ya que todo lo que afecta a la consecución

14
Cf. L.F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 183.
15
Cf. L.F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 135.
9

de nuestro fin último supera nuestras fuerzas creaturales. A raíz de esto, dado que nos
hallamos en el orden de la sobrenatural, en todos los momentos de la vida el hombre
se halla bajo el influjo de Dios, el único que puede hacer posible toda obra buena.
Pero, a la vez, el hombre puede rechazar este influjo, y ello constituye el pecado.
De este modo, debemos subrayar, entonces, la necesidad que tiene el hombre de la
gracia en todo momento16.
El concilio Vaticano II supone la necesidad de la gracia interna para la
conversión y que el hombre justificado quede transformado internamente. Es el
primer concilio que afirma claramente no sólo la voluntad salvífica universal, sino
también que todos los adultos son llamados personalmente para que consigan la
salvación. Así, el diálogo con Dios no se describe únicamente como don sobrenatural,
sino como una exigencia de la existencia humana en el orden actual de la providencia
(GS 19). La enseñanza del concilio sobre la llamada de cada uno de los hombres a la
salvación es el fruto de una larga evolución doctrinal, donde llegó a reconocer que todos
y cada uno de los hombres están llamados a la salvación17.
Gracias a la encarnación, la misma naturaleza humana ha adquirido una dignidad
especial, que se refleja en aquellos que participan de esa naturaleza. La gracia que
justifica al hombre, lo mueve y lo ayuda en su camino hacia la unión con Cristo. De este
modo, existe una relación entre las disposiciones y la justificación, que hacen al sujeto
positivamente capaz de ser justificado.

3.2 La gracia como nueva relación con Dios. La filiación divina


El hombre ha sido llamado a la configuración con Jesucristo, y sólo en ella se cumple
el designio de Dios sobre él. La identidad de Jesús se manifiesta sobre todo en su
filiación divina, en su relación única e irrepetible con el Padre. En la medida en
que el hombre ha sido llamado a la configuración con Cristo, ha sido por ello
mismo llamado a compartir su relación única e irrepetible con el Padre. Es claro,
entonces, que sólo con el trasfondo de la filiación divina de Jesús, y en relación con la
misma, tiene sentido el hablar de la filiación del hombre. Jesús es el único que puede
introducirnos en la relación de filiación que él tiene con Dios.
Desde la VISIÓN PAULINA, la misión del Hijo, que asume la condición humana
naciendo bajo la ley y naciendo de mujer, tiene como finalidad, según Gálatas (Ga 4,4-
7), el rescatar a los que estábamos bajo la ley para que consiguiéramos la filiación. La
salvación del hombre, a la que va orientada la encarnación, se expresa aquí en términos
de filiación adoptiva. La invocación al Padre como expresión de la vida filial puede
hacerse sólo en virtud del Espíritu del Hijo que clama en nosotros, o en virtud del
espíritu de filiación en el que nosotros clamamos Abbá Padre (Rm 8,15). Romanos
insiste en que nuestra condición de herederos de Dios implica la de coherederos con
Cristo, junto al cual seremos glorificados si sufrimos con él. Aparece con claridad la
dimensión escatológica de nuestra filiación divina, que culminará con la glorificación
con Cristo.
En los ESCRITOS JOÁNICOS aparece el tema, donde el que cree en Jesús ha nacido de
Dios, ha sido engendrado por él (Jn 1,12). No se puede pensar esta vida de Hijos de

16
Cf. L.F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 184-185.
17
Cf. M. FLICK – Z. ALSZEGHY, Antropología teológica, 461-463.
10 TESIS 8 – LA GRACIA

Dios sin la permanencia de Cristo en el hombre por medio de la unción del Espíritu (1Jn
2,20-27).
Estar en Jesús y participar de la vida que él tiene y es, recibida a su vez del Padre, es
el centro y el fundamento de la existencia del creyente, y la máxima plenitud a que el
hombre puede aspirar.
La vida en la gracia es la participación del misterio del Dios trino, por nuestra
configuración con Jesús. Nuestra llamada a la comunión con Dios funda nuestro ser
personal desde el primer instante. Si la persona de Jesús está constituida por su relación
con el Padre, nuestro ser personal crecerá en la medida en que nos abramos a Dios y a
los hombres. La filiación divina es así perfección del hombre, a la vez intrínseca, porque
no tenemos en el designio de Dios otra vocación, y gratuita, porque sólo por el libre don
de la libertad divina podemos llegar a ella.
Hablar de filiación divina y de paternidad de Dios implica pensar en una
fraternidad entre los hombres. De este modo, la gracia es también un misterio de
comunión fraterna: en un mismo Espíritu tenemos acceso al Padre tanto los que antes
estaban cerca como los que estaban lejos. La unidad del género humano se funda en
Jesucristo, el Adán definitivo, por quienes todos tenemos acceso al Padre común18.

3.3 La gracia como nueva creación. La vida del hombre justificado


Una de las transformaciones más importantes en la concepción actual de la
gracia, con respecto a otros tiempos, es la primacía que se da en nosotros de la
presencia de Dios. Es decir, la prioridad de la relación filial que en Jesús y en virtud
del don del Espíritu nos une al Padre. Dios establece esta nueva relación paterno-
filial con nosotros mismos, esto significa, que nuestro ser creatural no desaparece,
ni queda absorbido en Dios, sino por el contrario queda perfeccionado
internamente. Es el amor de Dios comunicado a nosotros el que crea una nueva
realidad. Únicamente porque él nos ama somos dignos de su amor. Sólo manteniendo
este orden se tiene en cuenta la distancia infinita entre nosotros y Dios, que se salva sólo
con su iniciativa.
Dios, por pura liberalidad de su amor, nos quiere hacer dignos de él, y a la vez,
quiere que el fruto de su amor en nosotros sea nuestro, que nuestro obrar sea
efecto de nuestra renovación interior. La doctrina católica de la «gracia creada», es
decir, del efecto en nuestro ser de la acción salvadora de Dios, ha sido la expresión de
esta dimensión irrenunciable de la obra divina: la salvación no se realiza al margen
del hombre sino en él y con su cooperación19.
Es la misma presencia de Cristo y del Espíritu en nosotros la que nos renueva
interiormente. Es precisamente la transformación, la novedad, el cambio que se produce
en el hombre que adhiere a Cristo.
En la teología actual se contempla en general esta transformación del hombre como
la consecuencia de la presencia en nosotros del propio Dios. Sólo Dios mismo nos
puede llevar hacia él. Esto significa que, nuestro «nuevo ser» deriva de la acción de
Dios mismo.
La insistencia en la gracia creada o en la transformación interior del hombre,
nunca independiente de Dios mismo, ha tenido entre otra funciones la de hacer que en

18
Cf. L.F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 146-158.
19
Cf. L.F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 267-268.
11

todo momento se considerase al hombre como sujeto ante Dios. La gracia es liberadora.
Da al hombre la capacidad de obrar el bien, porque nos saca de nuestro egoísmo y de la
cerrazón del pecado.
La libertad es la capacidad de bien, y no por ser este bien don de Dios es menos
auténticamente del hombre. La iniciativa amorosa de Dios es tal que no quita la
responsabilidad humana, sino que la suscita.
En este punto, es donde encontramos el fundamento de la doctrina católica del
«mérito», que se puede prestar a graves malinterpretaciones. Se debe enmarcar dentro
de este nuevo aspecto de las relaciones entre el don de Dios y la libertad del hombre.
Bajo este contexto, el mérito, se trata de una consecuencia de la responsabilidad de los
actos del hombre justificado ante Dios, y de este modo, por consiguiente, cada uno
recibirá la recompensa según sus obras. Las obras buenas son siempre manifestación de
esta unión con Jesús. Por ello no se puede establecer la propia justicia ni nos podemos
gloriar en las obras, sino que hay que poner toda la confianza en el Señor. El hombre
justificado es capaz de bien, y éste, no por ser de Dios, es menos suyo.
La gracia es el horizonte de la salvación. El hombre en la gracia de Dios es el
hombre en cuanto salvado. La gracia es el don de Dios mismo y es, por lo tanto, la
salvación del hombre que sólo está en Dios20.

CONCLUSIÓN
Dios nuestro salvador,
quiere que todos los hombres se salven
y lleguen al conocimiento pleno de la verdad.
(1Tm 2,3-6)
La «gracia» es el don gratuito de Dios para todos los hombres. La voluntad de
salvación se puede considerar como la clave de la actuación de Dios con respecto al
hombre. Todo cuanto existe está incluido en este único plan de salvación. Ésta se
alcanza por el conocimiento de la verdad, que es, sin duda, el conocimiento de Jesús y
de Dios, que el mismo Jesús nos revela. La unidad del designio salvador tiene su
fundamento en la unicidad de Dios y en la unicidad de la mediación en Cristo. Uno sólo
es el creador y el salvador, que todo lo ha realizado con la mediación de Cristo. De este
modo, se encuentran íntimamente unidos los dos aspectos del texto antes mencionado:
la voluntad salvadora universal de Dios, unida al conocimiento de Cristo, y la
realización de la misma en Jesús, mediador único.
A raíz de lo expresado, podemos afirmar que no hay gracia de Dios para el
hombre que no venga mediada por Cristo y, por otra parte, que ningún hombre
viene al mundo al margen de la oferta de esta gracia, aunque a causa del pecado
original se vea privado de la misma. Sólo en ella alcanza el hombre su plenitud, que
ha de recibir como don y que en ningún caso le es debida. La voluntad salvadora de
Dios y la mediación de Cristo tienen por tanto su reflejo en el ser del hombre. Por esto
no puede haber contradicción entre la gratuidad del don de Dios, que es él mismo, y el
hecho que él quiera darse a todo hombre. El hombre es por tanto el ser pensado por
Dios para poder derramar sus beneficios; con ellos el ser humano puede conseguir la
salvación. La restricción de la voluntad salvadora de Dios no iría sólo en contra de su
bondad, sino que es incompatible con la misma noción teológica de hombre.

20
Cf. L.F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, 159-166.
12 TESIS 8 – LA GRACIA

El misterio de la gracia es, entonces, el misterio del amor del Padre a todos los
hombres, manifestado en la obra salvadora que ha llevado a término Cristo Jesús21.

BIBLIOGRAFÍA

FLICK, M. –ALSZEGHY, Z., Antropología teológica, Salamanca 1970.


MÜLLER, G.L., Dogmática. Teoría y práctica de la teología, Barcelona 2009.
LADARIA, L.F., Introducción a la antropología teológica, Navarra 1993.
———, Teología del pecado original y de la gracia. Antropología teológica especial,
Madrid 20124.
RUIZ DE LA PEÑA, J.L., El don de Dios: antropología teológica especial, Santander
19913.

21
Cf. L.F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, 303-309.
ÍNDICE

TESIS 8 – LA GRACIA .......................................................................... 1


1. Definición de gracia ............................................................................. 2
1.1 La dimensión teológica de la gracia ................................................................. 2
2. La Historia y el desarrollo del dogma ................................................ 3
2.1 Los Padres griegos. La divinización ................................................................ 3
2.2 Pelagio y san Agustín ....................................................................................... 4
2.3 Intervenciones Magisteriales ............................................................................ 5
2.4 La escolástica ................................................................................................... 5
2.5 La Reforma protestante y el concilio de Trento ............................................... 6
2.6 El agustinismo postridentino ............................................................................ 7
2.7 Las perspectivas actuales de la teología de la gracia ....................................... 7
3. Tratamiento sistemático de la gracia.
El hombre bajo el signo de Cristo ...................................................... 8
3.1 La gracia como perdón de los pecados. La justificación ................................. 8
3.2 La gracia como nueva relación con Dios. La filiación divina.......................... 9
3.3 La gracia como nueva creación. La vida del hombre justificado ................... 10
BIBLIOGRAFÍA.................................................................................... 12
ÍNDICE ................................................................................................... 13

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