Teología del
SIGLO XX
Por Juan Luis Lorda
Vladimir Lossky y
la teología ortodoxa en Francia
Su obra La Teología mística de la Iglesia de Oriente
es uno de los pilares del renacimiento de la teología patrística ortodoxa
L
a teología ortodoxa es un universo
grande y pequeño, a la vez. Es gran-
de porque tiene un enorme legado:
entronca directamente con toda
la patrística griega y los grandes
teólogos bizantinos; y ha estado en
relación con las demás tradiciones
cristianas de Oriente, como la siria
y la copta. Es grande por sus fuertes
rasgos de personalidad: su relación
con la espiritualidad religiosa, la
mística y la liturgia. Es grande por
sus figuras (San Siméon, Cabasilas,
Palamas). Pero la caída de Cons-
tantinopla y del Imperio bizantino
(1453) puso a casi toda la ortodoxia
bajo dominio musulmán, en preca-
rias condiciones de supervivencia.
Entonces la “santa Rusia” se sin-
tió con la misión histórica de con-
servar y transmitir el cristianismo
ortodoxo al mundo. Pero Rusia
era un universo enorme y bastan-
te lento de reflejos. No se crearon
academias teológicas hasta el si-
glo XVII, en Kiev y Moscú; con es-
tructuras y manuales bastante in-
fluidos por la teología escolástica
católica. Se escribieron notables
obras de espiritualidad (“El Pere-
grino ruso”, la “Filocalia”, Serafín
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de Sarov, Juan de Cronstadt). Y el
portentoso siglo XIX ruso apor-
tó grandes pensadores cristianos
(Caadaev, Khomiakov, Soloviev o
el mismo Dostoievsky). Pero la re-
volución rusa destrozó todo lo que
pudo. En 1922, Lenin expulsó a
muchos intelectuales cristianos; y
otros morirían en campos de con-
centración (Pawel Florensky). ¿Qué
podía quedar de teología ortodoxa
en estas condiciones?
LOSSKY EN PARÍS
París siempre fue acogedora para
los rusos, y allí acabaron, tras una
estancia en Praga (1922-1924), el
historiador de la filosofía Nicolai
Lossky y su hijo Vladimir, y el joven
teólogo Georges Florovsky. Tam-
bién llegaron los filósofos Nikolai
Berdiaev y Sergei Boulgakov entre
otros muchos.
Vladimir Lossky (1903-1958) te-
nía entonces 21 años. Había nacido
en Gotinga, con ocasión de una es-
tancia universitaria de su padre y
se había formado en San Petersbur-
go, cerca de su padre, testigo de la
tradición de pensamiento rusa. Le
encantaba la historia medieval y la
filosofía de la historia, y descubrió a
los Padres de la Iglesia en plena re-
volución. Maduró la idea de ser un
testigo cristiano en un mundo que
se venía abajo. En Praga pudo tra-
bajar con Kondakov, especialista de
arqueología y arte bizantino; y des-
cubrió el espíritu de san Francisco
de Asís.
En París, estudió con entusiasmo
historia de la filosofía en la Sorbona,
y asistió a todos los cursos que pudo
de Étienne Gilson, al que admiraba
profundamente; y con el que le unie-
ron lazos de amistad. París siempre
ha sido una ciudad interesante. Y en
esos años era especialmente intere-
sante para un pensador cristiano.
Estaba en marcha un monumental
Diccionario de Teología Católica (Dic-
tionnaire de Théologie catholique), en
muchísimos tomos, un monumen-
to de erudición. Había estupendas
ediciones de clásicos cristianos,
también de los Padres. Y muchos
literatos y pensadores cristianos
(Péguy, Claudel, Bernanos, Maritain,
Mounier, Gilson). Había reuniones,
tertulias e importantes cursos en la
Sorbona y el Colegio de Francia.
UNIONES Y DESUNIONES
También había mucha actividad in-
telectual y religiosa entre los emi-
grados rusos. Al poco de llegar, Vla-
dimir Lossky se unió a la Hermandad
de San Focio, que habían fundado un
grupo de entusiastas jóvenes emi-
grados (1926). Querían difundir el
espíritu ortodoxo en Occidente y
conseguir la unidad de la Iglesia. Se
inspiraban en las aspiraciones pa-
neslavistas de Soloviev y en la no-
ción de “Sobornost” (comunión) que
había difundido Khomiakov. Incluso
recuperaron el antiguo rito galicano
y pidieron permiso al Patriarcado
de Moscú para celebrarlo. Querían
un rito occidental en comunión con
la Iglesia rusa. El Patriarcado final-
mente se lo concedió con algunos
cambios (1936). Se oponían a toda
división y a que una Iglesia some-
tiera a otra, y querían mantener la
unidad de la Iglesia rusa en el exilio.
Boulgakov fundó con otros el Ins-
tituto Teológico Saint Serge (San Ser-
gio, 1925), con objeto de formar al
clero ortodoxo ruso en el exilio. Será
el foco más importante de la teolo-
gía ortodoxa en el siglo XX. Pero la
mayoría de los emigrados empezó a
desconfiar del patriarcado de Mos-
cú, porque les parecía demasiado
dependiente el Estado comunista. Y
en 1931, el Instituto Saint Serge y la
mayoría de los grupos rusos se des-
vincularon y se pasaron al Patriar-
cado Ecuménico de Constantinopla.
Lossky no quiso dar ese paso, por-
que iba contra sus principios: había
que mantenerse unidos a pesar de
la dureza de los tiempos. Además,
tanto Lossky como Florovsky se
habían enfrentado a la interpreta-
ción teológica de Boulgakov, que
se llamará Sofiología, en alusión a la
sabiduría divina. Georges Florovs-
ky que ya entonces era sacerdote y
profesor de Saint Serge y compartía
con Lossky el interés por los Padres,
optó por emigrar a Estados Unidos.
La presencia rusa y ortodoxa en
París suscitó interés entre intelec-
tuales católicos. Berdiaev, que era un
gran activista cultural, además de fi-
lósofo, formó un “Círculo franco-ru-
Juan Pablo II menciona a Lossky (en la
foto) en Fides et ratio
so” al que asistían Boulgakov , Mari-
tain, Mounier, Gilson y Congar, entre
otros. Allí Congar asistió también a
un curso de A. Gratieux, donde ex-
plicaba el movimiento eslavófilo y la
sobornost (comunión) de Khomiakov.
LA CUESTIÓN PALAMITA
En aquel medio tan estimulante, los
intelectuales rusos se sentían inter-
Icono de San Gregorio Palamas
pelados. Por un lado experimenta-
ban el aprecio con que se les trataba
y la fuerte influencia de la cultura
católica tan pujante en ese mo-
mento. Por otra parte, procuraban
identificar y mantener sus señas de
identidad. ¿Cuáles eran?
En ese ambiente católico tan aco-
gedor, no eran sostenibles las des-
confianzas históricas que la Orto-
doxia había nutrido hacia el catoli-
cismo; a pesar de los desencuentros
históricos. Los intelectuales rusos
subrayaron que el pensamiento
cristiano ortodoxo era menos espe-
culativo y más místico que el occi-
dental. Que era más consciente de
la impenetrabilidad del misterio
de Dios. Y que ponía el acento en
la “Teología negativa”, al estilo del
Areopagita, más que en la teología
afirmativa.
En ese contexto, un gran erudito
orientalista, el P. Jugie, publicó en
el Diccionario de Teología Católica, que
salía por fascículos, un enorme artí-
culo sobre Gregorio Palamas (siglo
XIV), monje de Athos, obispo de Te-
salónica y famoso teólogo bizantino.
Para los ortodoxos, era defensor de
la verdadera espiritualidad monás-
tica (“hesicasta”) frente a la escolás-
tica bizantina, bastante racionalista.
Santo canonizado y el teólogo bizan-
tino más importante, Palamas defen-
día, al mismo tiempo, que Dios se nos
acerca en la creación y salvación, y
que su esencia es inaccesible, según
el dicho de San Pablo: “Dios habita
en una luz inaccesible” (1 Tm 6, 16).
Para eso distinguía en Dios la esen-
cia incomunicable, de las “energías
divinas” (creación y gracia con las
que se nos comunica). La distinción
acabó consagrada en Bizancio, pero
históricamente suscitaba extrañeza
en Occidente: ¿para qué poner otra
distinción en Dios, aparte de la esen-
cia y las personas? El P. Jugie acababa
su enorme artículo juzgando que la
posición de Palamas era herética o
próxima a la herejía.
LA REACCIÓN PALAMITA
Se puede comprender la reacción
de Lossky al ver desprestigiado a un
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gran teólogo de su tradición, en la
Francia católica que admiraban. Si
buscaban señas de identidad, allí ha-
bía una. En realidad, Palamas no era
tan conocido en la tradición orto-
doxa rusa. Era un teólogo bizantino
importante y representaba una teo-
logía espiritual y mística frente al
racionalismo teológico. Pero habían
pasado seis siglos, el debate bizanti-
no de Palamas quedaba muy lejos y
Rusia tenía sus propios santos.
Por una de esas casualidades
que suceden en la historia, muchas
obras y manuscritos de Palamas es-
taban en la Biblioteca Nacional de
París, de manera que se puso a estu-
diarlo. Y metió allí a uno de sus dis-
cípulos, Jean Meyendorf, que hizo
su tesis sobre Palamas. Éste editó
una biografía y algunas obras y le
pidieron el artículo “Palamas” para
otra monumental obra de erudición
cristiana francesa, el Dictionnaire de
Spiritualité (Diccionario de espirituali-
dad). Los tiempos habían cambiado.
Palamas quería resolver una apa-
rente antinomia. Por una parte, la
fe cristiana mantiene que Dios es
trascendente e inaccesible para la
mente humana. Por otra, sostiene
que es posible llegar a Él por la con-
templación. No se puede prescindir
de ninguna de las dos afirmaciones.
De allí la distinción palamita. Se nos
comunica por las “energías increa-
das”, al mismo tiempo que su esen-
cia incomunicable sólo se comunica
entre las Personas divinas (si nos
comunicara su esencia, seríamos
dioses).
El vocabulario suscitaba perpleji-
dad entre los católicos, pero “ener-
gía” viene a significar “acto”. Y la
distinción palamita es paralela a la
distinción católica entre las acciones
de Dios “ad extra” (hacia fuera), que
son la creación y la salvación, y las
acciones “ad intra” (hacia adentro),
que son el conocer y el querer, que
forman parte de la vida trinitaria.
No tiene problema: así lo sabrían ver
muchos teólogos católicos, y señala-
damente Gerald Philips, profesor de
Lovaina y experto perito conciliar,
en su importante libro Inhabitación
trinitaria y gracia.
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Teología del siglo XX
TEOLOGÍA MÍSTICA
DE LA IGLESIA DE ORIENTE
Lossky que era un gran trabajador
recuperó a Palamas, y recogien-
do la erudición patrística que en
ese momento florecía en Francia
compuso una gran obra: La Teo-
logía mística de la Iglesia de Oriente.
Es una obra arquitectónica y muy
ordenada, con todos los elementos
importantes de la teología, cons-
truidos con la tradición espiritual
ortodoxa y con gran apoyo en los
Padres de la Iglesia. Puede parecer
un libro más, pero es un libro pio-
nero, porque pone en orden toda la
materia y la sustenta en sus funda-
mentos.
Este libro es uno de los pilares
del renacimiento de la teología pa-
trística ortodoxa, y ha contribuido a
que la teología ortodoxa recupere a
Palamas como doctrina básica y ca-
racterística. El tema fue siendo asu-
mido por teólogos ortodoxos des-
de el primer congreso de teología
ortodoxa en Atenas (1936), donde
lo defendió Florovsky. También lo
defendía Staniloe, famoso teólogo
rumano.
En su famoso libro, Lossky parte
de las “tinieblas divinas”, que es un
tema de Dionisio Areopagita. Desde
ahí expone la Trinidad, con la doctri-
na palamita del “energías creadas”
(creación y gracia), y pasa a hablar
del ser humano como imagen de
Dios, y la Encarnación y economía
del Espíritu Santo, para acabar en la
“vía de unión y en la contemplación”. Es
el itinerario de la teología ortodoxa,
profundamente unida a la mística.
En algunos puntos es polémico con
las posiciones católicas y, aunque
alaba los esfuerzos ecuménicos, cree
que la cuestión del Filioque realmen-
te divide dogmática y espiritualmen-
te a Oriente y Occidente.
Lo más interesante, y lo que más
han apreciado los teólogos occiden-
tales, de este renacimiento de la
teología ortodoxa es el uso que ha-
cen de los Padres de la Iglesia. En lu-
gar de ser fuentes antiguas y cultu-
ralmente lejanas, resultan fuentes
vivas de la teología. En paralelo con
la neoescolástica entonces flore-
ciente, se le llamó “neopatrística”.
Acercó la teología católica a la men-
te de los Padres, especialmente de
san Atanasio y san Gregorio de Nisa,
y también de san Máximo Confesor,
poco conocido en Occidente. Y a los
teólogos bizantinos y a los espiri-
tuales rusos.
LA LUZ DEL ORIENTE CRISTIANO
Tanto el padre de Vladimir como
su discípulo Meyendorf y su com-
pañero Georges Florovsky emigra-
ron en los años treinta a los Estados
Unidos. Allí se había fundado un
seminario ortodoxo, el de St. Vladi-
mír, que ha tenido mucha influencia
en la ortodoxia de Estados Unidos.
Florovsky se convirtió en la figura
inspiradora y principal teólogo de
San Vladimir, y también enseñó en
Princeton.
St. Vladimir junto con Saint Serge
han sido centros importantes para la
teología ortodoxa del siglo XX. Apar-
te, habría que mencionar la teología
ortodoxa en Grecia, Rumanía y, en
menor medida, en Serbia y Bulga-
ria. Estos territorios, liberados del
imperio otomano, pudieron recupe-
rar a lo largo del siglo XX su identi-
dad cristiana. Juan Pablo II pedía un
mejor conocimiento de la tradición
oriental, para que la Iglesia pueda
respirar “con sus dos pulmones” (cfr. Ut
unum sint y Orientale lumen). Vladimir
Lossky ha sido uno de los puentes
más importantes por su influencia
tanto en la teología católica francesa
como en la teología ortodoxa.
El mismo Juan Pablo II dice en Fi-
des et Ratio: “La fecunda relación entre
filosofía y palabra de Dios se manifiesta
también en la decidida búsqueda rea-
lizada por pensadores más recientes,
entre los cuales deseo mencionar, por
lo que se refiere al ámbito occidental, a
personalidades como John Henry New-
man, Antonio Rosmini, Jacques Mari-
tain, Étienne Gilson, Edith Stein y, por lo
que atañe al oriental, a estudiosos de la
categoría de Vladimir S. Soloviev, Pavel
A. Florensky, Petr J. Caadaev, Vladimir
N. Lossky” (n. 74)… todos citados en
este artículo. n