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Autoconciencia por el movimiento

Moshe Feldenkrais
Ediciones PAIDOS
Barcelona Buenos Aires México .

PRIMERA PARTE
COMPRENDER AL HACER

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LA AUTOIMAGEN

DINÁMICA DE LA ACCIÓN PERSONAL

Cada uno de nosotros habla, se mueve, piensa y siente en forma distinta, de acuerdo, en
cada caso, con la imagen de si mismo que ha construido con los años. Para modificar
nuestra manera de actuar debemos modificar la imagen de nosotros mismos que lle-
vamos dentro. Esto implica, desde luego, cambiar la dinámica de nuestras reacciones,
no el mero reemplazo de una acción por otra. Tal proceso supone no sólo cambiar
nuestra autoimagen, sino también la índole de nuestras motivaciones, y movilizar
además todas las partes del cuerpo interesadas en ello. Esos cambios determinan las
notables diferencias en la forma en que cada individuo ejecuta acciones similares, por
ejemplo, escribir a mano y pronunciar.

LOS CUATRO COMPONENTES DE LA ACCIÓN

Nuestra autoimagen consiste en los cuatro componentes que intervienen en toda


acción:
o movimiento,
o sensación,
o sentimiento y
o pensamiento.

El aporte de cada uno de ellos a una acción particular varía, tal como difieren las per-
sonas que la ejecutan, pero en cualquier acción estará presente, en alguna medida,
cada uno de los componentes.
Para pensar, por ejemplo, una persona debe estar despierta, y saber que está despierta y
no soñando o sea, debe sentir y discernir cuál es su posición respecto del campo de gra-
vedad. De ello se sigue que en el pensar intervienen también el movimiento, la sensa-
ción y el sentimiento.
Sentirse iracundo o feliz, exige a un hombre adoptar cierta postura, en alguna suerte de
relación con otra persona y objeto. O sea, también debe moverse, tener sensaciones y
pensar.
Para tener una sensación —visual, auditiva, táctil— la persona debe interesarse o sor-
prenderse por algún hecho que le concierne, o tener conciencia de éste. Es decir, debe
moverse, experimentar un sentimiento y pensar.
Para moverse, debe emplear por lo menos uno de sus sentidos, consciente o: incons-

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cientemente, lo que involucra además sentimiento y pensamiento.
Cuando alguno de esos componentes de la acción disminuye casi hasta el punto de
desaparecer, la vida misma puede correr peligro. Es difícil sobrevivir aun por períodos
breves, sin efectuar movimiento alguno. Un ser privado de todos sus sentidos carece de
vida. Es el sentimiento lo que nos impulsa a vivir, sentirnos sofocados nos fuerza a res-
pirar. Sin siquiera un mínimo de pensamiento reflejo, ni un escarabajo subsiste mucho
tiempo.

LOS CAMBIOS SE TORNAN FIJOS COMO HÁBITOS

En realidad, nuestra autoimagen nunca es estática. Cambia de una acción a otra, pero
tales cambios poco a poco se transforman en hábitos; o sea, las acciones asumen un
carácter fijo, invariable. En edad temprana, cuando la imagen va cobrando forma, su
ritmo de cambio es activo; rápidamente se adquieren formas de acción nuevas, que tan
sólo la víspera superaban la capacidad, del niño. El infante empieza a ver, por ejemplo,
pocas semanas después del nacimiento; un buen día empieza a ponerse de pie, ca-
minar y hablar. Las experiencias del propio niño y su herencia biológica se combinan
lentamente, hasta crear una manera individual de pararse, caminar y hablar, sentir,
atender, así como de ejecutar todas las restantes acciones que otorgan sustancia
a la vida humana. Pero si bien la vida de una persona, vista desde cierta dis-
tancia, parece muy similar a la de cualquier otra, un examen más detenido revela
que son por completo distintas. En consecuencia, debemos emplear las palabras
y los conceptos de manera tal que se apliquen más o menos flexible o igual-
mente a todas.

COMO SE FORMA LA AUTOIMAGEN

Nos confinaremos, pues, a examinar en detalle la faceta motriz de la autoimagen.


Por estar el instinto, el sentimiento y el pensamiento conectados con el movi-
miento, el papel que cumplen en la creación de la autoimagen se revela por sí
solo cuando consideramos el papel que corresponde en ella al movimiento.
La estimulación de ciertas células de la corteza motriz del cerebro, activa un
músculo particular. Hoy se sabe que la correspondencia entre las células de la
corteza y los músculos que activan no es absoluta ni exclusiva. Sin embargo,
podemos considerar que existe base experimental suficiente para justificar la

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suposición de que ciertas células específicas activan músculos específicos por lo
menos en sus movimientos básicos y elementales.

ACCIÓN INDIVIDUAL Y ACCIÓN SOCIAL

El recién nacido es incapaz de ejecutar prácticamente nada de lo que hará como


adulto en la sociedad, pero es capaz de hacer casi todo lo que hace el adulto
como individuo. Puede respirar, comer, digerir, eliminar, y su cuerpo es capaz de
organizar todos los procesos biológicos y fisiológicos, con excepción del acto
sexual que, en el adulto, puede considerarse como un proceso social, pues se
consuma entre dos personas. En el comienzo, la actividad sexual permanece
confinada a la esfera individual. Ahora en general se acepta que la sexualidad
adulta se desarrolla a partir de la autosexualidad inicial. Éste enfoque permite
explicar las insuficiencias en ese campo como una falla del desarrollo individual
hacia la sexualidad social plena.

CONTACTO CON EL MUNDO EXTERNO

El contacto del infante con el mundo exterior se establece principalmente por


intermedio de los labios y la boca; por medio de ellos reconoce a su madre.
Cuando utiliza las manos para tocar desmañadamente y ayudar en la tarea de la
boca y los labios, conoce por el tacto lo que ya conoce con los labios y la boca. A
partir de allí progresará gradualmente hacia el descubrimiento de otras partes de
su cuerpo y sus relaciones mutuas, de donde resultarán sus primeras nociones
de distancia y volumen. El descubrimiento del tiempo empieza por la coordina-
ción de los procesos de respirar y tragar, conectados ambos con los movimientos
de los labios, la boca, el maxilar inferior, las ventanas de la nariz y la zona cir-
cundante.

LA AUTOIMAGEN EN LA CORTEZA MOTRIZ

Si marcáramos con color, en la superficie de la corteza motriz del cerebro del


infante de un mes, aquellas células que activan los músculos sujetos a su cre-
ciente voluntad, obtendríamos una forma semejante a la de su cuerpo, pero que

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sólo representaría las zonas de acción voluntaria, no la configuración anatómica
de las partes del cuerpo. Veríamos, por ejemplo, que los labios y la boca ocupan
el sector más extenso de la superficie coloreada. Los músculos que trabajan,
contra la fuerza de gravedad —los que abren las articulaciones y otorgan al
cuerpo, la postura erecta— no responden aún al control voluntario; los músculos
de la mano, a su vez, sólo ahora empiezan a responder, por momentos, a la
voluntad. Obtendríamos una imagen funcional en que el cuerpo humano estaría
indicado por cuatro delgados trazos correspondientes a las extremidades, uni-
dos entre sí por otro trazó corto y fino, correspondiente al tronco, y en que los
labios y la boca ocuparían la mayor parte de la imagen.

CADA FUNCIÓN NUEVA MODIFICA LA IMAGEN

Si coloreásemos las células que activan los músculos sujetos a control, volun-
tario de un niño que ya ha aprendido a caminar y escribir obtendríamos una
imagen funcional no poco distinta. Los labios y la boca ocuparían de nuevo la
mayor parte del espacio, por haberse agregado a la imagen anterior la función
del habla, que involucra la lengua, la boca y los labios. Pero además se notaría
otro gran parche de color, correspondiente al sector de células que activan los
pulgares. El área cubierta por las células que activan el pulgar derecho sería
notablemente más grande que la cubierta por las que activan el izquierdo. El
pulgar interviene en casi todos los movimientos de la mano, la escritura en par-
ticular. La zona correspondiente al pulgar sería más amplia que la representativa
de los restantes dedos.

LA IMAGEN MUSCULAR DE LA CORTEZA MOTRIZ ES ÚNICA PARA CADA INDIVI-


DUO

Si volviéramos a trazar esos bocetos cada pocos años, no sólo el resultado sería
cada vez distinto; además, variaría característicamente de un individuo a otro. En
un hombre que no hubiese aprendido a escribir, las manchas de color represen-
tativas de los pulgares seguirían siendo pequeñas, porque las células que po-
drían haber incluido no fueron utilizadas. El área correspondiente al dedo medio
sería más amplia en una persona que hubiese aprendido a tocar un instrumento
musical que en otra que no lo hubiera aprendido. Las personas que conocieran

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varios idiomas, o los cantantes, presentarían áreas más amplias de células que
activan los músculos que controlan la respiración, la lengua, la boca, y demás.

SÓLO LA IMAGEN MUSCULAR HA SIDO COMPROBADA POR OBSERVACIÓN

En el curso de mucha experimentación, los fisiólogos han establecido que, por lo


menos en lo que concierne a los movimientos básicos, las células que intervienen
en ellos se conectan en la corteza motriz del cerebro de manera tal que confi-
guran una forma parecida a la del cuerpo humano, a la que dieron nombre de
homúnculo. El concepto de "autoimagen" tiene, pues, una base válida, por lo
menos en lo que se refiere a los movimientos básicos. No hay prueba experi-
mental similar en relación con la sensación, el sentimiento o el pensamiento.

NUESTRA AUTOIMAGEN ES MÁS PEQUEÑA QUE NUESTRA CAPACIDAD POTEN-


CIAL

Nuestra autoimagen es por necesidad más pequeña que lo que podría ser,
pues sólo la constituye el grupo de células que hemos utilizado efectivamente.
Por añadidura, tal vez más importantes que su número material sean los varios
patrones y combinaciones de células. Un hombre que ha llegado a dominar
varios idiomas utilizará, mayor número de células, así como de combinaciones
de ellas. En las comunidades minoritarias del mundo entero, la mayoría de los
niños conocen por lo menos dos idiomas; su autoimagen está un poco más cerca
del máximo potencial que la de las gentes que sólo conocen su lengua materna.
Lo mismo puede decirse de la mayor parte de las restantes esferas de actividad.
En general, nuestra autoimagen es más limitada y pequeña que nuestro poten-
cial. Existen individuos que saben de 30 a 70 idiomas. Ello indica que la auto-
imagen media sólo ocupa alrededor del cinco por ciento de su potencial. La ob-
servación y el trato sistemático de varios miles de individuos, originarios de la
mayor parte de las naciones y las civilizaciones, me han convencido de que la
fracción que empleamos de todo nuestro potencial oculto llega aproximada-
mente a dicha cifra.

ALCANZAR OBJETIVOS INMEDIATOS TIENE UN ASPECTO NEGATIVO

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El aspecto negativo de aprender a alcanzar objetivos reside en que tendemos a
poner fin al aprendizaje cuando hemos adquirido conocimientos suficientes para
lograr nuestra meta inmediata. Por ejemplo, mejoramos nuestra dicción hasta
que podemos hacernos entender. Pero toda persona que desea hablar con la
claridad de un actor descubre que debe estudiar dicción durante varios años
para aproximarse siquiera a todo lo que podría dar en ese sentido. Por un in-
trincado proceso de limitar sus aptitudes, el hombre se acostumbra a bastarse
con el cinco por ciento de su potencial, sin comprender que su desarrollo se ha
atrofiado. Lo complejo de la situación resulta de la interdependencia —inherente
a ambos términos de la relación— entre el crecimiento y el avance del individuo,
y la cultura y la economía de la sociedad en que vive.

LA EDUCACIÓN ESTÁ SUBORDINADA, EN GRAN MEDIDA, A LAS CIRCUNS-


TANCIAS

Nadie sabe qué propósito persigue la vida, y la educación que cada generación
transmite a la siguiente se limita a perpetuar los hábitos mentales de la primera.
Desde el comienzo de la humanidad, la vida ha sido una lucha áspera; la natu-
raleza no tiene contemplaciones con las criaturas que carecen de conciencia. Es
imposible ignorar las grandes dificultades sociales creadas por la existencia de
los muchos millones de seres humanos que la tierra alberga desde los últimos
siglos. En tales condiciones de tirantez, la educación, se mejora sólo en la me-
dida de lo necesario y lo posible para, que una generación nueva reemplace a la
anterior bajo condiciones más o menos similares.

UN DESARROLLO MÍNIMO DEL INDIVIDUO BASTA PARA LAS NECESIDADES


DE LA SOCIEDAD

La tendencia biológica básica de todo organismo a crecer y prosperar en la


mayor medida posible ha sido considerablemente gobernada por revoluciones
sociales y económicas, que al mejorar las condiciones de vida de la mayoría
permitieron que mayor número de personas alcanzaran cierto mínimo de pros-
peridad. En esas condiciones, el desarrollo potencial, básico cesó en etapa
temprana de la adolescencia, porque las exigencias sociales permitieron a los
miembros de la generación joven ser aceptados, en escala mínima, como indi-
viduos útiles. En rigor, más allá de los primeros años de la adolescencia la ca-
pacitación se limita a la adquisición de conocimientos prácticos y profesionales

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en algún campo, y el perfeccionamiento fundamental continúa por azar y en
casos excepcionales. Sólo una persona fuera de lo común persiste en mejorar su
autoimagen hasta que se aproxima bastante: a la aptitud potencial inherente a
cada individuo.

EL CÍRCULO VICIOSO DEL DESARROLLO INCOMPLETO Y LA SATISFAC-


CIÓN DE REALIZARSE

A la luz de lo dicho resulta claro que la mayoría de las personas sólo alcanzan
a utilizar poco más que una fracción diminuta de su capacidad potencial; la mi-
noría que aventaja a la mayoría no lo hace porque posea un potencial superior,
sino porque aprende a utilizar una proporción mayor de su potencial, que bien
puede no superar el término medio, habida cuenta, desde luego, de que no hay
dos personas que tengan la misma capacidad, natural.
¿Cómo se crea un círculo vicioso tal que, a la vez, atrofia las facultades del
hombre y sin embargo le permite sentirse razonablemente satisfecho con aque-
llo a lo cual él mismo se ha limitado, o sea, con una escasa proporción de sus
aptitudes? La situación es curiosa.

LOS PROCESOS FISIOLÓGICOS QUE OBSTACULIZAN EL DESARROLLO

En los primeros años de su vida, el hombre se parece a cualquier otro ser vivo:
pone en acción todas, sus distintas facultades y utiliza toda función que se en-
cuentre suficientemente desarrollada. Como todas las células vivas, las de su
cuerpo procuran crecer y cumplir sus funciones específicas. Esto se aplica
también a las células del sistema nervioso; cada una vive, como célula, su propia
vida, mientras participa en la función orgánica para la cual existe. Sin embargo,
como parte del organismo total, muchas células permanecen inactivas. Ello
puede deberse a dos procesos distintos. En virtud de uno de ellos, el organismo
puede estar ocupado en acciones que exigen inhibir ciertas células y activar
otras. Si el organismo se consagra más o menos continuamente a esas accio-
nes, cierto número de células permanecerá en estado casi constante de inhibi-
ción. En el otro caso, puede que algunas funciones potenciales nunca maduren;
Tal vez el organismo no necesite ejercerlas. Sea porque no le resultan valiosas
como tales, o porque sus propios impulsos lo llevan por un camino distinto.
Ambos procesos son comunes. Y la verdad es que las condicio-
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nes sociales permiten que un organismo: funcione como útil miembro de
la sociedad sin que en modo alguno desarrolle sus aptitudes hasta el punto
máximo.

EL HOMBRE SE JUZGA A SÍ MISMO POR SU VALOR EN LA SOCIEDAD

En nuestros días, la tendencia general hacia el mejoramiento social ha condu-


cido directamente a desatender, si no a descuidar por completo, el material
humano de que se compone la sociedad. El error no radica en la meta misma
—esencialmente es constructiva—, sino en el hecho de que los individuos, con
razón o sin ella, tienden a identificar sus autoimágenes con lo que ellos valen
para la sociedad.

Aunque se haya emancipado de sus educadores y protectores, el hombre no


lucha por diferenciarse en modo alguno del esquema que se le imprimió desde el
principio. Así, la sociedad llega a constituirse de personas que se parecen cada
vez más por sus costumbres, sus conductas y sus objetivos. Aunque las dife-
rencias hereditarias entre unos y otros son obvias, pocos individuos piensan
acerca de sí mismos sin remitirse al valor que la sociedad les atribuye. Tal como
un hombre que se obstina en hincar una estaca cuadrada en un agujero re-
dondo, el individuo intenta limar sus peculiaridades biológicas desentendiéndose
de las necesidades que le son propias. Brega por encajar en el agujero redondo,
que en todo instante desea llenar activamente, porque si fracasa en esto, tanto
disminuirá él mismo de valor ante sus propios ojos, que perderá toda iniciativa.
Estos son puntos que deben tenerse en cuenta cuando se quiere apreciar en
toda su amplitud la abrumadora influencia que tiene la actitud del individuo hacia
sí mismo en el momento en que, de nuevo, quiere facilitar su propio crecimiento,
o sea, permitir que sus cualidades propias se desarrollen y maduren.

JUZGAR A UN NIÑO POR SUS ÉXITOS LO DESPOJA DE ESPONTANEIDAD

Durante sus primeros años, un niño es valorado, en general, no por sus éxitos,
sino por lo que él mismo representa. En las familias donde así sucede, el niño
evolucionará de acuerdo con sus aptitudes individuales. En aquellas familias
donde ante todo se juzga a los niños por sus éxitos, pronto se eclipsará toda
espontaneidad. Esos niños se convertirán en adultos sin pasar por la adoles-

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cencia. Y tal vez esos adultos sientan, de vez en cuando, una nostalgia incons-
ciente por la adolescencia que les faltó, un deseo de procurarse esas aptitudes
instintivas que ellos contienen y que su voluntad juvenil no tuvo oportunidad de
desarrollar.

EL MEJORAMIENTO DE SÍ MISMO DEPENDE DE LA PROPIA EVALUACIÓN

Es importante comprender que si un hombre desea mejorar su autoimagen,


debe en primer término aprender a valorarse como individuo aun si cree que sus
defectos, como miembro de la sociedad, pesan más que sus méritos.
Deberíamos aprender de las personas baldadas desde el nacimiento o la niñez
cómo puede verse un individuo a sí mismo en el enfrentamiento con insuficien-
cias palpables. Aquellos que logran mirarse con sentimiento humanitario lo
bastante amplio como para tener por sí mismos un respeto firme, son capaces de
alcanzar alturas a las que la persona de salud normal nunca llegará. En cambio,
quienes se consideran inferiores a raíz de sus insuficiencias y las superan por
pura fuerza de voluntad, tienden a transformarse en adultos duros y amargados
que se desquitarán contra congéneres que no tienen la culpa; más aún, tal vez no
sean capaces de modificar sus propias circunstancias aunque se lo propongan.

LA ACCIÓN: ARMA PRINCIPAL PARA PROMOVER EL PROPIO MEJORAMIENTO

Reconocer el propio valor es importante al emprender el mejoramiento de sí


mismo, pero el logro de todo mejoramiento real exige relegar a un segundo plano
el respeto por sí mismo. Si no se alcanza una etapa en que ese respeto deja de
ser la principal fuerza motivadora, ningún perfeccionamiento que se alcance
bastará para satisfacer al individuo. En rigor, a medida que un hombre crece y se
mejora, toda su existencia se centra cada vez más en torno de qué hace; quién lo
hace adquiere importancia cada vez menor.

LA DIFICULTAD DE MODIFICAR UN PATRÓN DE ACCIÓN ANTERIOR

Aunque la autoimagen sea, en realidad, resultado de la propia experiencia, el


hombre tiende a considerarla como algo que le ha sido otorgado por la natura-

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leza. Aspecto físico, voz, manera de pensar, ambiente, relación con espacio y
tiempo —hemos mencionado al azar— se dan por sentados como realidades
nacidas con la propia persona, cuando en rigor todo elemento importante de la
relación del individuo con otras personas y con la sociedad en general es el re-
sultado de un extenso ejercicio. Las artes de caminar, hablar, leer y reconocer
tres dimensiones en una fotografía son técnicas que el individuo acumula a lo
largo de muchos años; cada una de ellas depende de la suerte y del lugar y el
tiempo de su nacimiento. La adquisición de un segundo lenguaje no es tan fácil
como la del primero, y su pronunciación llevará la marca de la influencia de éste;
la forma de estructurarse la oración, en el primero se impondrá en el segundo.
Toda pauta, de acción asimilada a fondo interferirá en las pautas de las acciones
siguientes.

Se presentan dificultades, por ejemplo, cuando una persona aprende a sentarse


de acuerdo con la costumbre de una nación que no es la suya. Como esas pautas
tempranas, como la manera de sentarse, no resultan sólo de la herencia, sino
también de la ocasión y las circunstancias del nacimiento, las dificultades radi-
can menos en la índole del nuevo hábito que en apartar los hábitos del cuerpo, el
sentimiento y la mente de sus patrones establecidos. Esto vale para casi todo
cambio de hábito, cualquiera que sea su origen. No nos referimos, desde luego, a
la mera sustitución de una actividad por otra, sino a un cambio en la forma en que
se ejecuta el acto, en toda su dinámica, por efecto del cual el nuevo método será,
en todo sentido, tan bueno como el anterior.

DE MUCHAS PARTES DEL CUERPO NO HAY CONCIENCIA

Una persona que, echada de espaldas, intenta sentir en forma sistemática todo
su cuerpo o sea, dirigir su atención, por turno, a cada miembro y parte de su
cuerpo— comprueba que ciertos sectores responden con facilidad, en tanto que
otros permanecen mudos, o dormidos, más allá del alcance de su conciencia.
Es fácil, por ejemplo, sentirlas punta de los dedos o los labios, y mucho más
difícil en cambio sentir la, nuca, entre las orejas. Desde luego, el grado de la
dificultad es variable, pues depende de la forma de la autoimagen. En general, es
difícil encontrar a una persona que pueda tener igual conciencia de todo su
cuerpo. Las partes que se definen con mayor facilidad en la conciencia son las
que se usan a diario, en tanto que las mudas o dormidas son aquellas que sólo

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desempeñan un papel indirecto y están poco menos que ausentes de la auto-
imagen de la persona en el momento en que ésta actúa.

Una persona totalmente incapaz de cantar no puede sentir esa función en su


autoimagen salvo mediante un esfuerzo intelectual, de extrapolación. No tiene
conciencia de ninguna conexión vital entre el espacio hueco de su boca y sus
oídos o su respiración, como la tiene el cantante. Un hombre que no puede
saltar no será consciente, de aquellas partes del cuerpo que intervienen en el
salto y que, en cambio, están claramente definidas para el hombre capaz de
hacerlo.

UNA AUTOIMAGEN COMPLETA ES UN ESTADO RARO E IDEAL

Una autoimagen completa supondría conciencia cabal de todas las articulacio-


nes de la estructura esquelética, así como de toda la superficie corporal: la es-
palda, los costados, el espacio comprendido entre las piernas, y demás. Se trata
de una condición ideal y, en consecuencia, rara. Todos podemos demostrarnos
que todo cuanto hacemos está de acuerdo con los límites de nuestra autoimagen
y que ésta no representa más que un estrecho sector de la imagen ideal. Tam-
bién se observa con facilidad que la relación entre las distintas porciones de la
autoimagen se modifica de una actividad a otra y de una posición a otra. Esto no
es fácil de advertir en las situaciones corrientes, debido a su familiaridad misma,
pero basta imaginar el cuerpo listo para ejecutar un movimiento poco familiar
para notar que las piernas, por ejemplo, parecen cambiar de longitud y grosor y
modificarse en otros aspectos al pasar de un movimiento a uno distinto.

LA ESTIMACIÓN DEL TAMAÑO VARÍA DE ACUERDO CON LOS DISTINTOS


MIEMBROS

Si intentamos, por ejemplo, mostrar el ancho de nuestra boca, con los ojos
cerrados, primero mediante el pulgar y el índice de la mano derecha, y después
mediante los índices de ambas manos, obtendremos dos valores distintos. No
sólo ninguna de las medidas corresponderá al verdadero ancho de la boca; por
añadidura, tal vez ambas sean mucho más grandes o más pequeñas. Análo-
gamente, si con los ojos cerrados intentamos mostrar la profundidad de nuestro

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pecho separando nuestras manos una de otra, primero horizontalmente y des-
pués verticalmente, lo más probable es que obtengamos valores bastante dife-
rentes, ninguno denlos cuales coincidirá, por gran diferencia, con la realidad.
Cierre el lector los ojos, y tienda los brazos al frente, separados por una dis-
tancia más o menos igual a! ancho de los hombros. A continuación imagine el
punto donde el rayo de luz que va del dedo índice de la mano derecha al ojo
izquierdo se cruza con el rayo de luz que va del dedo índice de la mano izquierda
al ojo derecho. Trate después de marcar ese punto de intersección con el pulgar
y el dedo índice de la mano derecha. Cuando abra los ojos para mirar, es im-
probable que el lugar elegido le parezca correcto.
Pocas personas poseen una autoimagen lo bastante completa como para ser
capaces de identificar en esa forma el lugar correcto. Más aún, si se repite el
experimento utilizando el pulgar y el dedo índice de la mano izquierda, lo más
probable es que se marque un sitio distinto para el mismo punto.

LA APROXIMACIÓN MEDIA ESTÁ LEJOS DE SER LA MEJOR QUE PUEDE LO-


GRARSE

Es fácil demostrar, mediante movimientos con los que no estamos familiariza-


dos, que nuestra autoimagen está lejos en general de ser tan completa y exacta
como suponemos. Nuestra imagen se forma por medio de acciones que nos son
familiares y en que la aproximación a la realidad se mejora haciendo entrar en
juego varios de los sentidos, que tienden a corregirse entre sí. Así, nuestra ima-
gen es más precisa en la región situada frente a nuestros ojos que en la situada
detrás de nosotros o sobre nuestras cabezas, y también lo es en posiciones que
nos son conocidas, como la de estar sentados o de pie.
Si la diferencia entre las posiciones o valores imaginados —estimados una vez
con los ojos cerrados y otra con los ojos abiertos— no supera el 20 o el 30 por
ciento, puede considerarse que la exactitud es mediana, si bien no satisfactoria.

LOS INDIVIDUOS ACTÚAN DE ACUERDO CON SU IMAGEN SUBJETIVA

La diferencia entre imagen y realidad puede ser de hasta el 300 por ciento, y
más aún. Si a una persona que por lo general mantiene su pecho en la posición
correspondiente a una exagerada expulsión de aire por los pulmones, de modo
que el pecho está a la vez más hundido que lo que debería y demasiado hundido
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para servirle con eficacia, se le pide; que indique, con los ojos cerrados, la pro-
fundidad de su pecho, es probable que le atribuya una profundidad varias veces
mayor que la real. O sea, que a ella la chatura excesiva le parece correcta, y todo
aumento de profundidad, un esfuerzo exagerado por expandir los pulmones. La
expansión normal de éstos le resulta similar a lo que otra persona consideraría
como una expansión forzada.
La forma en que un hombre mantiene los hombros, la cabeza y el estómago, su
voz y su expresión, su estabilidad y su manera de presentarse, se basan por igual
en su autoimagen. Pero esa imagen puede ser disminuida o ampliada para que
se ajuste a la máscara con arreglo a la cual ese hombre quiere ser juzgado por
sus pares. Sólo él mismo puede saber qué parte de su apariencia exterior es
ficticia y cuál genuina. Sin embargo, no cualquiera es capaz de identificarse con
facilidad; la experiencia de otros puede ayudar considerablemente a ello.

LA CORRECCIÓN SISTEMÁTICA DE LA IMAGEN ES MÁS ÚTIL QUE LA CORREC-


CIÓN DE ACCIONES AISLADAS

De lo dicho sobre la autoimagen resulta que la corrección sistemática de la


imagen constituye un método más rápido y eficaz que la corrección de las ac-
ciones y los errores aislados que presenta la conducta y cuyo número aumenta
cuanto más pequeños son. Establecer una imagen inicial más o menos com-
pleta, aunque aproximada, posibilitará mejorar la dinámica, general, en vez de
enfrentar fragmentariamente las acciones aisladas. Este último mejoramiento se
parece a corregir la ejecución de una música con un instrumento desafinado.
Mejorar la dinámica general de la imagen equivale a afinar el piano mismo, pues
mucho más fácil resulta tocar correctamente con un instrumento afinado que con
uno que no lo está.

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