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CUENTOS Y REFLEXIONES PARA ECONOMISTAS

LA DE MENOR VALOR

Todos los días Nasrudin iba a pedir limosna a la feria y la gente lo tomaba por tonto porque cuando
le mostraban dos monedas, una valiendo diez veces más que la otra, Nasrudin siempre escogía la
de menor valor. La historia se difundió ente la gente y hombres y mujeres se agolpaban en torno a
Nasrudin para burlarse cuando, ante las dos monedas que le ofrecían, siempre elegía la de menor
valor.

Un señor, compasivo ante el escarnio a que día tras día era sometido Nasrudin, lo aleccionó:
—Siempre que te ofrezcan dos monedas, escoge la de mayor valor. Así tendrás más dinero y no
serás considerado un idiota por los demás.

—La razón parece estar de su lado —respondió Nasrudin—. Pero si yo elijo la moneda mayor la
gente va a dejar de ofrecerme dinero para probar que soy más idiota que ellos. Usted no se imagina
la cantidad de dinero que ya gané usando este truco. No hay nada malo en hacerse pasar por tonto
si en realidad se está siendo inteligente.

CONTRABANDO

Nasrudín solía cruzar la frontera con el pueblo vecino todos los días, con las cestas de su asno
cargadas de paja. Como se sospechaba que era un contrabandista los guardas de la frontera le
registraban concienzudamente cada vez que pasaba de uno a otro lado. Palpaban su vestimenta,
cernían la paja, la sumergían en agua e incluso la quemaban de vez en cuando con resultado siempre
negativo. Mientras tanto la prosperidad de Nasrudín aumentaba visiblemente.
Nasrudin se retiró y dejó de atravesar la frontera. Tiempo después uno de los guardias le preguntó:
– Ahora me lo puedes decir, ¿qué pasabas de contrabando, que nunca pudimos descubrirlo?
– Asnos – contestó.

BUENOS PARA LOS NÚMEROS

De entre todos los pueblos que Nasrudin visitó en sus viajes había uno que era especialmente
famoso porque a sus habitantes se les daban muy bien los números. Nasrudin encontró alojamiento
en la casa de un granjero. A la mañana siguiente se dio cuenta de que el pueblo no tenía pozo. Todas
las mañanas alguien de cada familia del pueblo cargaba uno o dos burros con garrafas de agua vacías
e iban a un riachuelo que estaba a una hora de camino, llenaban las garrafas y las traían de vuelta
al pueblo, lo que les llevaba otra hora más.

"¿No sería mejor si tuvieran agua en el pueblo?", preguntó Nasrudin al granjero "¡Por supuesto que
sería mucho mejor! El agua me cuesta cada día dos horas de trabajo para un burro y un chico que
lleva el burro. Eso hace al año mil cuatrocientas sesenta horas, si cuentas las horas del burro como
las horas del chico. Pero si el burro y el chico estuvieran trabajando en el campo todo ese tiempo yo
podría, por ejemplo, plantar todo un campo de calabazas y cosechar cuatrocientas cincuenta y siete
calabazas más cada año."

"Veo que lo tienes todo bien calculado", dijo Nasrudin admirado. "¿Por qué, entonces, no
construyes un canal para traer el agua al río?" "¡Eso no es tan simple!", dijo el granjero meneando
la cabeza. "En el camino hay una colina que deberíamos atravesar. Si pusiera a mi burro y a mi chico
a construir un canal en vez de enviarlos por el agua, les llevaría quinientos años si trabajasen dos
horas al día. Me quedan solo otros treinta años más de vida, así que me es más barato enviarles por
el agua".

"Sí, ¿pero es que serías tú el único responsable de construir un canal? Son muchas familias en el
pueblo". "Claro que sí", dijo el granjero. "Hay cien familias en el pueblo. Si cada familia enviase cada
día dos horas un burro y un chico, el canal estaría hecho en cinco años. Y si trabajasen diez horas al
día, estaría acabado en un año".

"Entonces, ¿por qué no se lo comentas a tus vecinos y les sugieres que todos juntos construyáis el
canal?". "Mira, si yo tengo que hablar de cosas importantes con un vecino, debo invitarlo a mi casa,
ofrecerle té y halva, hablar con él del tiempo y de la nueva cosecha, luego de su familia, sus hijos,
sus hijas, sus nietos. Después le tengo que dar de comer y después de comer otro té y él tiene que
preguntarme entonces sobre mi granja y sobre mi familia para finalmente llegar con tranquilidad al
tema y tratarlo con cautela. Eso lleva un día entero. Como somos cien familias en el pueblo, tendría
que hablar con noventa y nueve cabezas de familia. Estarás de acuerdo conmigo en que yo no puedo
estar noventa y nueve días seguidos discutiendo con los vecinos. Mi granja se vendría abajo. Lo
máximo que podría hacer sería invitar a un vecino a mi casa por semana. Como un año tiene sólo
cincuenta y dos semanas, eso significa que me llevaría casi dos años hablar con mis vecinos.
Conociendo a mis vecinos como les conozco te aseguro que todos estarían de acuerdo con hacer
llegar el agua al pueblo porque todos ellos son buenos con los números. Y como les conozco, te digo,
que cada uno prometería participar si los otros participasen también. Entonces, después de dos
años, tendría que volver a empezar otra vez desde el principio, invitándoles de nuevo a mi casa y
diciéndoles que todos están dispuestos a participar." "Vale", dijo Nasrudin, "pero entonces en
cuatro años estarías preparados para comenzar el trabajo. ¡Y al año siguiente, el canal estaría
construido!". "Hay otro problema", dijo el granjero. "Estarás de acuerdo conmigo en que una vez
que el canal esté construido cualquiera podrá ir por agua, tanto como si ha o no contribuido con su
parte de trabajo correspondiente". "Lo entiendo", dijo Nasrudin . "Incluso si quisierais, no podríais
vigilar todo el canal". "Pues no", dijo el granjero. "Cualquier caradura que se hubiera librado de
trabajar se beneficiaría de la misma manera que los demás y sin coste alguno".

"Tengo que admitir que tienes razón", dijo Nasrudin. "Así que como a cada uno de nosotros se nos
dan bien los números, intentaremos escabullirnos. Un día el burro no tendrá fuerzas, el otro el chico
de alguien tendrá tos, otro la mujer de alguien estará enferma, y el niño, el burro tendrán que ir a
buscar al médico". Continuó: "Como a nosotros se nos dan bien los números, intentaremos
escurrirnos el bulto. Y como cada uno de nosotros sabe que los demás no harán lo que deben,
ninguno mandará a su burro o a su chico a trabajar. Así, la construcción del canal ni siquiera se
empezará".
"Tengo que reconocer que tus razones suenan muy convincentes", dijo Nasrudin. Se quedó
pensativo por un rato y luego comentó: "Conozco un pueblo al otro lado de la montaña que tiene el
mismo problema que ustedes tienen. Pero ellos tienen un canal desde hace ya veinte años."
"Efectivamente", dijo el granjero con suficiencia "pero a ellos no se les dan bien los números".

EL ECONOMISTA Y EL PESCADOR

Por Miguel A. Patiño — 16/08/2012

Queridos inversores, la búsqueda de hacer fortuna mediante la inversión en los mercados es una
quimera para millones de personas, desde hace ya muchas décadas y el sueño de poder montar un
negocio y que éste se transforme en el fabuloso mecanismo financiero que genere millones de euros
o dólares de beneficio y una maravillosa realización personal, es siempre…otra lógica ilusión.

Como hacemos habitualmente en esta sección que denominamos Consejos de Bolsa, también
buscamos con fines didácticos las anécdotas y las fábulas sobre el dinero, por ello, especialmente
destinado para los pequeños y medianos inversores, dentro de nuestros comentarios sobre
economía y finanzas personales, hoy vamos a leer un cuento o relato de ficción: “El economista y el
pescador”, que refleja los distintos conceptos que tenemos los seres humanos de lo que solemos
llamar “calidad de vida”, según se tenga una preparación técnica adecuada o simplemente una idea
clara de supervivencia basada en la cotidiana realidad de la vida.

Veamos como empieza este curioso y sobre todo psicológicamente esclarecedor cuento donde sus
protagonistas son un economista y un pescador:

“Un economista que se encontraba de vacaciones, estaba en el muelle de un pueblecito costero


cuando llegó un pequeño bote con un solo pescador. Dentro del pequeño barco había varios atunes
amarillos de buen tamaño. El economista se dirigió al pescador elogiándolo por la calidad del
pescado y a su vez, le preguntó cuánto tiempo le había llevado pescarlos. El pescador respondió que
solo un poco de tiempo. El economista –asombrado- le preguntó: ¿Por qué no permanecía más
tiempo en la mar y sacaba más pescado?

El pescador dijo que él tenía lo suficiente para satisfacer las necesidades básicas de su familia. El
economista posteriormente le volvió a preguntar: Pero ¿qué hace usted con el resto de tiempo
libre? El pescador dijo, “duermo tranquilo, pesco un poco, juego con mis hijos, hago siesta con mi
señora, María, subo todas las noches al pueblo donde como y además toco la guitarra con mis
amigos. Tengo una vida feliz y ocupada”.

El economista replicó, “Soy un MBA de Harvard y podría ayudarte. Deberías gastar más tiempo en
la pesca y con los ingresos comprar un bote más grande, con los ingresos del bote más grande
podrías comprar varios botes, afortunadamente tendrías una flota de botes pesqueros. En vez de
vender el pescado a un intermediario lo podrías hacer directamente a un procesador e incluso abrir
tu propia procesadora. Deberías controlar la producción, el procesamiento y la distribución.
Deberías salir de este pueblo e irte a Ciudad de México, luego a Los Ángeles y posiblemente a Nueva
York, desde donde manejarías tu empresa en expansión”.
El pescador preguntó, “Pero… ¿Cuánto tiempo tarda todo eso?” A lo cual respondió el economista,
“Entre 15 ó 20 años”. “¿Y luego qué?” El economista se rió y dijo que esa era la mejor parte.
Cuando llegue la hora deberías anunciar una OPI –Oferta inicial de acciones– y vender las acciones
de tu empresa al público. “Te volverás rico, tendrás millones y millones… ¿y luego qué? Dijo el
americano. ”Luego te puedes retirar, te mueves a un pueblecito en la costa donde puedes dormir
hasta tarde, pescar un poco, jugar con tus hijos, hacer la siesta con tu mujer, subir todas las noches
al pueblo donde comas y toques la guitarra con tus amigos”. El pescador le miró fijamente y le
respondió… ¿Acaso todo eso no es lo que tengo ya?

LA BELLA Y LA BESTIA, SEGÚN LA ECONOMISTA JOAN ROBINSON

Por: Karelys Abarca.

Los cuentos clásicos y las fábulas han inspirado a algunos economistas para explicar conceptos
abstractos de nuestra ciencia. Por ejemplo, existe una versión de la Bella y la Bestia, un cuento
francés popular, que genialmente escribió la economista inglesa Joan Robinson en sus tiempos de
estudiante, para explicar el concepto de utilidad marginal.

Joan Robinson nos cuenta su versión de la Bella y la Bestia comenzando con había una vez un
próspero comerciante que tenía tres hijas. Siempre había dedicado la mayor atención al cuidado de
ellas, realizando sus negocios de manera que pudiese reservar tiempo a la crianza óptima de las
pequeñas. Pero una vez llegado el momento en que las hijas se acercan a la madurez, descubre que
podía hacer sus negocios apartándose más de casa.

Y desde entonces vivieron siempre felices al igualar sus utilidades marginales en un mundo de
escasez, porque no abundan las bellas y honestas mujeres, ni tampoco abundan los ricos y amorosos
esposos.

Un día las reunió y les comunicó una decisión en estos o parecidos términos: "Hijas mías, como
hombre de negocios he intentado satisfacer mis propios intereses, pero también he beneficiado a
mi país, comerciando productos nacionales. Ahora se me ha presentado una oportunidad
prometedora en Bagdad y no pienso desaprovecharla. Respecto a esta nueva empresa, estoy tan
seguro de su rentabilidad, que pienso comprarles un regalo a cada una, el que deseen".

La primera hija se decidió por unas joyas preciosas que por su escasez relativa consideró que tenían
un valor alto de mercado. Pero la segunda hija se decidió por prendas de vestir. Para ella la utilidad
marginal de las joyas sería menor a la de sus vestidos. Recordemos que en economía el concepto de
utilidad marginal se refiere al grado de satisfacción que obtiene un consumidor por la obtención de
una unidad adicional de determinado bien o servicio, de modo que siempre se está dispuesto a un
mayor sacrificio por aquello que menos se tiene o es más difícil de obtener, gracias a la ley de utilidad
marginal decreciente. Quizás esta segunda hija tenía muchas joyas y le faltaban vestidos.

Pero la tercera hija, aunque consideró diversas satisfacciones posibles, recordó que los regalos
solicitados por sus hermanas reducirían el poder adquisitivo del padre y comprendió que debía
decidir entre su satisfacción personal y la de su papá, por lo que sólo pidió una rosa. Al escoger una
simple rosa, pensamos que la tercera hija concedió mayor valor al bienestar del padre que a
cualquier satisfacción adicional que ella pudiese obtener.

De más está decir que los negocios del padre en la lejana Bagdad fueron muy exitosos y obtuvo
ganancias extraordinarias, por lo que estuvo muy contento de buscar el regalo de sus hijas. Compró
primero las joyas, luego los vestidos de la segunda, pero respecto a la rosa tuvo que considerar que,
por tratarse de un bien perecedero, debía comprarla muy cerca de casa.

Al llegar a su país, supo que la producción de rosas estaba sometida a cambios estacionales y no
había prácticamente oferta. Esta situación representó para el padre tal grado de insatisfacción, que
estuvo dispuesto a pagar cualquier precio por obtener la rosa. Buscó infructuosamente en todos los
mercados locales de su país, pero no había ninguna rosa. Por su desesperación, crecía la cantidad
de dinero que estaba dispuesto a pagar por ella. Hasta que llegó al jardín de un palacio donde entró
sin permiso para contemplar una bella rosaleda. Cuando apareció el dueño del palacio, que tenía
aspecto de bestia, le reclamó enojado por la violación de su propiedad privada. El padre
desesperado le ofreció buena parte de su fortuna por la rosa, y el dueño, consciente de que se
hallaba en situación de monopolista, quiso maximizar su beneficio, pidiéndole lo primero que
encontrase al regresar a su casa. Lo que no sabía el padre es que el propietario del jardín era adivino,
un visionario adelantado.

De manera que lo primero que encontró el padre al regresar a su casa, con su rosa de alto costo de
oportunidad, fue a su tercera hija, su preferida. Al contarle lo sucedido, la hija sopesó la desutilidad
de incumplimiento del contrato, con la enorme satisfacción de cumplir con su afecto de hija y
decidió marchar a la casa de la bestia, donde fue feliz al obtener acceso al inmenso afecto de un
esposo, además de lujos y riquezas; mientras, la bestia obtuvo una esposa fiel y hermosa al precio
de una sola rosa. Y desde entonces vivieron siempre felices al igualar sus utilidades marginales en
un mundo de escasez, porque no abundan las bellas y honestas mujeres, ni tampoco abundan los
ricos y amorosos esposos.

Fue así como Joan Robinson logró explicar a través de este clásico cuento francés la importancia de
la utilidad marginal en la toma de decisiones de un mercado imperfecto donde existen monopolios
y escasez.

¿QUÉ ES SER ECONOMISTA?

Por: Aldo Antonio Brunette.

Tomado de: https://www.prensa.com/opinion/economista_0_5007249305.html

La economía en el mundo gira de manera constante sobre un mismo eje de fenómenos


caracterizados principalmente por modos distintos de producciones, cada vez más complejos en su
propia naturaleza. Dado esto, ¿qué es ser economista? Es una de las profesiones que atiende el
devenir histórico y económico del planeta, y cuya responsabilidad primaria es garantizar la adecuada
distribución de las riquezas en atención a las necesidades de bienes y servicios de los pobladores.

Un economista es un profesional de las ciencias sociales, amplio conocedor de los comportamientos


humanos en el marco de la sociedad civilizada. Es un científico social que busca satisfacer las
necesidades humanas con recursos que le son escasos. El economista es el líder de la organización,
de la familia; es un intelectual cuya base está en la observación de los comportamientos para tomar
o recomendar una decisión.

El economista dirige, resuelve y previene problemas financieros para garantizar que la economía de
las empresas se desenvuelva de manera óptima, para lo cual hace uso de su amplio conocimiento
en materia económica.

El economista está en la capacidad de comprender las implicaciones y efectos de los eventos


naturales y sociales en las actividades económicas de las empresas. En tal sentido, muchos
economistas se desempeñan en el rol de asesores financieros, ya que tienen un manejo amplio de
los aspectos complejos que se desarrollan y afectan a la economía mundial. Estos individuos están
calificados para suministrar recomendaciones a sus empleadores en materias tales como el
intercambio comercial, inversiones y planificación estratégica.

El economista es un profesional integral, que bien se desempeña tanto en el sector privado como
en el sector público de la economía. El economista no puede ser tan solo un analista, presuntamente
aséptico de la realidad ni proveer los medios para que se tomen decisiones eficientes en todos los
ámbitos. Los economistas debemos aportar soluciones para corregir todas las situaciones de
desempleo, de pobreza, de privaciones. A ello debemos dedicar nuestros esfuerzos de estudio e
investigación, nuestras propuestas de medidas.

Es el teórico de las exigencias de la responsabilidad social para todos los agentes económicos para
convertirlas en exigencias eficaces y generalizadas. Hoy los economistas nos encaminamos a
construir una nueva forma de hacer economía al servicio de todos. No es tarea fácil.

La actual ortodoxia y los intereses dominantes son difícilmente reconvertibles. Pero el economista
traicionaría su papel social si no trabaja por una sociedad nueva en la que las necesidades mínimas
se garanticen para todos y cada uno de los seres humanos.

Aspiramos a una ciencia fusionada entre la economía y las finanzas, puesto que ambas son parte del
mismo cordón umbilical. No se puede concebir una nación que no enseñe economía, porque estaría
condenada a la subutilización de sus recursos, a la no distribución correcta de los mismos y por
consiguiente a la no satisfacción de las necesidades de su pueblo.

¿PARA QUÉ SIRVE UN ECONOMISTA?

Tomado de: http://www.expansion.com/economia-para-todos/economia/para-que-sirve-un-


economista.html

Mucha gente compara a este profesional con un aficionado al fútbol: conoce el juego perfecto en
teoría, pero no salta al campo de juego. El economista, tampoco. Esto es cierto en el sentido de que
los economistas, como el resto de las personas, no lo saben todo, unas veces son bastante
ignorantes y otras son tan arrogantes que no reconocen su propia ignorancia. Sin embargo, no es
verdad que los economistas tengan teorías perfectas y tampoco que no salten al campo de juego.
Al contrario, saltan bastante, y con alguna frecuencia los resultados de ese salto de la teoría a la
práctica no son todo lo buenos que cabría esperar a tenor de la buena opinión que algunos
economistas tienen de sí mismos.

Un economista es una persona que estudia la acción humana desde el punto de vista de los recursos
que utilizamos para mejorar nuestra propia condición, que es algo que hacemos todos; por eso el
economista está todo el rato fijándose en precios y costes, en valores y en productos. Sus teorías no
son perfectas, como tampoco lo son las de ninguna otra disciplina, en particular las que se ocupan
de la conducta de los seres humanos. Esa imperfección es lo que debería sustentar la modestia de
los economistas, virtud que por desgracia no todos ostentan. Si son arrogantes y además pasan por
así decirlo de las musas al teatro, o de la teoría a la práctica, los economistas pueden ser peligrosos.

Si vemos dónde están los economistas, comprobaremos que en un porcentaje nada despreciable
están en la Administración y en la política. ¡Hasta hay un Ministerio que lleva su nombre! Un
economista ignorante y arrogante que haga tonterías en su casa con su dinero causará daño a su
familia y a pocas personas más. Pero un economista ignorante y arrogante que intervenga en la
economía de un país entero puede causar un daño enorme a mucha gente. En el medio está el caso
del economista que asesora a empresas o a inversionistas. Él también puede perjudicar a la gente,
pero en este caso se trata de gente que se juega su propio dinero, y por eso mismo tenderá a ser
cuidadosa con él, y a no creerle al economista todo lo que dice.

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