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SINOPSIS.
Mike: ¿tienes planes esta noche? Porque, si estás libre, creo que te
debo una cena, una copa y quizás algo más. ¿Te vendría bien que pasase a
recogerte a las siete? Tengo muchas ganas de verte.
La luz de las farolas se relejaba en las aguas del río Sena. Estaban en
la terraza del hotel y, a pesar de que era agosto, había refrescado un poco al
caer la noche. Mike sintió que se le aceleraba el pulso cuando notó por
debajo de la mesa el pie de Abby acariciándole la pierna y subiendo
lentamente. Coló las manos bajo el mantel y lo atrapó.
—Sé paciente, cariño —ronroneó justo cuando llegó el camarero.
Les sirvieron los postres que habían pedido, una crema de chocolate
para compartir y tarta especial de la casa. Abby atacó la crema metiendo un
dedo dentro y relamiéndose cuando se lo llevó a los labios y él tuvo que
hacer un esfuerzo para no levantarse, cogerla de la mano y bajar corriendo a
la habitación que tenían reservada toda la semana.
Hacía dos días que habían llegado a París, pero el tiempo se les
había pasado tan rápido en la ciudad de la luz que tenía la sensación de que
tan solo llevaban allí unas horas. Habían visitado Montmartre, la Catedral
de Notre Dame, el Arco de Triunfo… y desde la misma terraza en la que se
encontraban podían ver la Torre Eiffel iluminada. Todo un espectáculo de
fondo que acrecentaba la belleza de Abby. Él pensaba que estaba radiante,
con las mejillas sonrosadas, el cabello suelto y con ondas y ese pintalabios
sexy que le hacía enloquecer. Los dos habían cambiado mucho en los tres
años que llevaban juntos; ella, confiando de nuevo y dejándose llevar, y él
abriendo su corazón y permitiéndole entrar.
Vivían en una casa pequeña a las afueras de Nueva York. La habían
comprado hacía unos meses y necesitaba varias reformas, porque las
ventanas eran viejas, tenían que quitar la moqueta del suelo y renovar la
cocina, pero Mike pensó que ni en un palacio hubiesen sido más felices.
Tener planes a largo y corto plazo con ella le gustaba y estaba convencido
de que con el tiempo irían mejorando la casa hasta dejarla a su gusto y
convertirla en un hogar. Aunque ya lo era, claro. No había nada más
satisfactorio que los viernes que terminaban de trabajar a la vez y se
marchaban juntos a casa en metro. Entonces se daban una ducha (a veces
juntos), se ponían cómodos y llamaban al chino más cercano que, por
suerte, estaba casi tan delicioso como el antiguo restaurante cerca del piso
de Abby al que solían pedir. A veces quedaban los fines de semana con
Fergie y Mr. Big para pasar juntos la velada o salir a algún pub de moda de
la ciudad, o con Gerta y su nueva pareja, un tipo genial. Durante las últimas
vacaciones, habían ido a Alabama y Mike había podido pasar tiempo con
sus padres y enseñarle todos los rincones en los que pasó su infancia.
Sin embargo, aquel año había querido regalarle algo muy especial,
así que le dejó los billetes a París debajo de la almohada para darle una
sorpresa y ahora allí estaban, mirándose enamorados bajo el cielo nocturno
y las luces que decoraban la encantadora terraza.
—Esta crema de chocolate está de muerte —susurró ella volviendo
a relamerse los labios de un modo seductor que provocó que los pantalones
le apretasen.
—Voy a pedir la cuenta, no aguanto más.
Mike llamó al camarero y pagó con tarjeta mientras la mirada
ardiente de Abby se posaba en él. Después, cogidos de la mano, salieron del
restaurante del hotel y subieron al ascensor. Las puertas aún no se habían
cerrado cuando sus bocas chocaron con ganas.
—¿Recuerdas nuestra primera vez en un ascensor? —Abby se rio.
—Sí. Tú estabas a punto de hiperventilar —se burló él sonriéndole.
Abby le acarició por encima del pantalón y consiguió cortarle
cualquier atisbo de risa. Cuando las puertas se abrieron en la planta
correspondiente, los sorprendió una pareja de personas mayores y Mike
intentó tapar lo evidente con las manos conforme salían.
—Me las vas a pagar —corrió tras ella por el pasillo.
La atrapó delante de la puerta que Abby acababa de abrir. Se colaron
dentro a trompicones; ella riendo y él tan excitado que buscó a tientas la
cremallera del vestido que llevaba y la bajó de un tirón brusco. La pieza de
tela se deslizó hasta sus pies y reveló el conjunto de ropa interior que Abby
llevaba puesto. Era de un rojo intenso.
—Te has propuesto acabar conmigo.
—¿Te gusta? —Dio una vuelta.
—No hay palabras para describir cuánto.
Acabaron en la cama. Mike la desnudó lentamente, disfrutando del
placer de quitarle cada prenda con los dientes y de recorrer su piel con los
labios. Abby lo torturó un poco a base de caricias antes de subirse sobre él y
conseguir que sus cuerpos encajasen por fin. Mike dejó escapar un gemido
ronco y ella se movió rápido sin dejar de mirarlo a los ojos, pensando en la
suerte que tenía de estar con un hombre como aquel, que hacía que cada día
fuese especial y único, incluso los rutinarios en los que no ocurría nada
especial. Despertar a su lado era suficiente para que se sintiese más feliz y
afortunada que nunca.
Sus respiraciones entrecortadas se mezclaron y Abby gritó su
nombre antes de terminar junto a él y desplomarse sobre su pecho. Se
quedó ahí un rato, trazando círculos en su piel tersa y brillante, hasta que él
rodó a un lado y la miró con tanta ternura que ella se estremeció. Respiró
hondo cuando Mike le acarició la mejilla con lentitud y después bajó
despacio por su cuerpo hasta rozarle la barriga y palpar el diminuto bulto
que había empezado a notarse las últimas semanas, aunque apenas estaba de
dos meses y aún faltaba mucho para que dejasen de ser dos y empezasen
una nueva vida siendo tres.
—Sabes que te quiero más que nada, ¿verdad?
—Sí. —No dudó—. Tanto como yo a ti.
—Bien, porque espero que digas que sí.
—¿Qué? —Abby se incorporó, confundida, y vio que Mike
rebuscaba en el bolsillo del pantalón que acababa de quitarse hasta sacar
una pequeña cajita azul—. Mike…
Él la abrió ante sus ojos. Era un anillo discreto pero precioso,
exactamente el tipo de joya con la que Abby había soñado toda su vida.
Notó que se le llenaban los ojos de lágrimas y temió no ser capaz de
responder, porque las últimas semanas habían estado llenas de emociones
entre la inesperada llegada del bebé y ahora aquello.
—¿Quieres casarte conmigo? Se suponía que iba a pedírtelo durante
la cena, poniéndome de rodillas en la terraza del hotel, por eso lo llevaba
encima, pero después me has distraído tentándome con el chocolate y yo…
—Mike, sí. Claro que quiero. Mil veces sí.
Lo silenció lanzándose hacia él y besándolo hasta que los dos se
quedaron sin aire y estallaron en risas, mirándolo a los ojos. A Abby todo le
daba vueltas, como si estuviese borracha, porque, a fin de cuentas, ¿quién
necesita más cuando el amor llama tu puerta con un hombre perfecto
envuelto en un lazo de regalo?
FIN
NOTA DE LA AUTORA:
Serie Besos…
Serie Seduciendo…
Bilogía Tentaciones…
Serie Chicas Magazine…
Bilogía Hollywood
Otras novelas…