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Boris Fausto: Historia do Brasil, Editora da Universidad de Sao Paulo, Brasil, 1995.

“El Brasil
colonial”. Traducción de cátedra.

El Brasil colonial 1500- 1822.

Cuando los europeos llegaron a la tierra que luego sería el Brasil, encontraron una
población amerindia bastante homogénea en términos culturales y lingüísticos, distribuidos a
lo largo de la costa y en la cuenca de los ríos Paraná y Paraguay.

Podemos distinguir dos grandes bloques que subdividen esa población: los tupis- guaraní y
los tapuias. Los tupis guaraní se extendían por casi toda la costa brasilera, desde por lo menos
el Ceará hasta la Laguna de Los Patos, en el extremo Sur. Los tupis, también denominados
tupinambas, dominaban la franja litoraleña, del Norte hasta Cananea, en el sur del actual
estado de San Pablo; los guaraníes se localizaban en la cuenca Paraná –Paraguay en el tramo
del litoral entre Cananea y el extremo sur de los que vendía a ser Brasil. A pesar de esa
localización geográfica diversa de los tupis y de los guaraníes, hablamos en conjunto de tupi-
guaraní, dada la semejanza de la cultura y la lengua.

En algunos puntos del litoral, la presencia tupi-guaraní era interrumpida por otros grupos,
como los goitacás en la boca del río Paranaíba, por los aimorés en el sur de Bahía y en el norte
de Esapíritu Santo, por los tremebés en la franja entre el Ceará y Maranao. Esas poblaciones
eran llamadas tapuyas, una palabra genérica para designar a los indios que hablaban otra
lengua.

Debemos recordar que la clasificación descripta resulta de estudios recientes de los


antropólogos basándosé, como dijimos, en finidades culturales y lingüísticas. Los portugueses
identificaron muchas “naciones” indígenas, como los carrijos, los tupiquinis, los tamoios, etc.

Es difícil analizar la sociedad y las costumbres indígenas porque se trata de pueblos de


culturas muy diferentes a la nuestra y sobre la cual existieron y todavía existen fuertes
preconceptos. Esto se refleja, en mayor o menor grado, en los relatos escritos por los
cronistas, viajantes y sacerdotes, especialmente jesuitas. Existe en esos relatos una
diferenciación entre indios con cualidades positivas e indios con cualidades negativas, de
acuerdo con el mayor o menor grado de resistencia opuesta a los portugueses. Por ejemplo,
los aimorés, que se destacaron por la eficiencia militar y por la rebeldía, fueron siempre
presentados de forma desfavorable. De acuerdo con los mismos relatos, en general, los indios
vivían en casas, pero los aimorés vivían como animales en el bosque. Los tupinambás comían a
los enemigos por venganza, los aimorés, porque apreciaban la carne humana. Cuando la
Corona publicó l primera ley que prohibía la esclavización de los indios (1570), sólo los aimorés
fueron específicamente excluidos de la prohibición.

También faltan datos que no se deben ni a la incomprensión ni a los preconceptos sino a la


dificultad de obtenerlos. No se sabe, por ejemplo, cuántos indios existieron en el territorio
cubierto por lo que es hoy Brasil y Paraguay, cuando los portugueses llegaron al nuevo
mundo. Los cálculos oscilan entre tan variados números como 2 millones para todo el
territorio y cerca de 5 millones sólo para la Amazonia Brasilera.

Los grupos tupis practicaban la caza, la pesca, la recolección de frutas y la agricultura, pero
sería engañoso pensar que estuvieran intuitivamente preocupados en preservar o establecer el
equilibrio ecológico de las áreas ocupadas por ellos. Cuando ocurría una relativa escacez de
alimentos en esas áreas, migraban temporaria o definitivamente para otras. De cualquier
forma, no hay duda de que, por el alcance limitado de sus actividades y por la tecnología
rudimentaria que disponían, estaban lejos de producir los efectos devastadores de la polución
de los ríos con mercurio, o del desmonte de los bosques con motosierras, características de las
actividades de los blancos hoy en día.

Para practicar la agricultura, los tupis talaban árboles y realizaban la “queimada” (técnica
que sería incorporada por los colonizadores). Plantaban frijoles, mijo, calabaza y
principalmente mandioca, cuya harina se tornó también un alimento básico de la Colonia. La
economía era básicamente de subsistencia y destinada al consumo propio. Cada aldea
producía para satisfacer sus necesidades, haciendo pocos intercambios alimenticios con otras
aldeas.

Pero existieron contactos entre ellas para el intercambio de mujeres y de bienes de lujo,
como plumas de tucán o piedras para hacer botones. De los contactos resultaban alianzas en
que los grupos de aldeas se posicionaban unos contra otros. La guerra y la captura de
enemigos (muertos en medio de la celebración de un ritual canibalístico) eran elementos
integrantes de la sociedad tupí. De esas actividades, reservadas a los hombres, dependían la
obtención de prestigio y la renovación de las mujeres.

La llegada de los portugueses representó para los indios una verdadera catástrofe. Venidos
de muy lejos, con enormes embarcaciones, los portugueses, en especial los sacerdotes, fueron
asociados en la imaginación de los tupis a los grandes hamás (pajés), que andaban por la tierra,
de aldea en aldea, curando, profetizando y hablándoles de una tierra de abundancia. Los
blancos eran al mismo tiempo respetados, temidos y odiados, como hombres dotados de
poderes especiales.

Por otro lado, como no existía una nación indígena y sin grupos dispersos, muchas veces en
conflicto, fue posible a los portugueses encontrar aliados entre los propios indígenas, en la
lucha contra los grupos que resistían a ellos. Por otro lado, como no existía una nación
indígena y sin grupos dispersos, muchas veces en conflicto, fue posible a los portugueses
encontrar aliados entre los propios indígenas, en la lucha contra los grupos que resistían a
ellos. Por ejemplo, en sus primeros años de existencia, sin la ayuda de los tupis de San Pablo, el
pueblo de San Pablo de Piratininga muy probablemente hubiera sido conquistada por los
tamoios. Esto no quiere decir que los indios no hayan resistido fuertemente a los
colonizadores sobre todo cuando se trató de esclavizarlos.

Los indios que se sometieron o fueron sometidos sufrieron violencia cultural, las epidemias
y muertes. Del contacto con los europeos resultó una población mestiza, que muestra, hasta
hoy, su presencia silenciosa en la sociedad brasilera.

Una forma excepcional de resistencia de los indios consistió en el aislamiento, alcanzado a


través de continuos traslados hacia regiones cada vez pobres. En límites muy estrechos, ese
recurso permitió la preservación de una herencia biológica, social y cultural. Pero, en conjunto,
la palabra “ catástrofe” es la más adecuada para designar el destino de la población amerindia.
Millones de indios vivían en Brasil en la época de la conquista y a penas cerca de 250 mil
existen al día de hoy.
Los períodos del Brasil colonial.

Podemos dividir la historia de Brasil colonial en tres perídos muy desiguales en términos
cronológicos, el primero va de la llegada de Cabral a la instalación del gobierno general, en
1549, el segundo es un largo lapso de tiempo entre la instalación del gobierno general a las
últimas décadas del siglo XVIII, el tercero va desde esa época a la Independencia en 1822. Lo
que justifica esa periodización no son los hechos en sí mismo, pero sí eso que epresan. El
primer período se caracteriza por el reconocimiento y posesión de la nueva tierra y un escaso
comercio. Con la creación del gobierno general se inicia la instalación de la colonización que se
va a consolidar a lo largo de más de dos siglos, con marchas y contramarchas. Las últimas
décadas del siglo XVIII son una referencia para indicar un conjunto de transformaciones en el
orden mundial y en las colonias, que dan origen a la crisis del sistema colonial y los
movimientos por la independencia.

Tentativas iniciales de exploración.

El descubrimiento de Brasil no provocó, ni remotamente, el entusiasmo despertado por la


llegada de Vasco da Gama a la India. Brasil aparece como una tierra cuyas posibilidades de
exploración y límites geográficos eran desconocidos. Por varios años, se pensó que no pasaba
de una gran isla. Las atracciones exóticas (indios, papagayos, guacamayos), prevalecieron a tal
punto que algunos infromantes, particularmente italianos, le dieron el nombre de tierra de los
papagayos. El rey Don Manuel prefirió llamarla de Veracruz y luego de santa cruz. El nombre
“Brasil” comenzó a aparecer en 1503. Éste había sido asociado a la principal riqueza de sus
primeros tiempos, el palo Brasil.

Su centro, muy rojo, era usado como colorante y la madera, de gran resistencia, era
utilizada en la construcción de muebles y de navíos. Es curioso recordar que las “islas Brasil”
son una referencia fantasiosa en la Europa Medieval. En una carta geográfica de 1367,
aparecen tres islas con ese nombre, esparcidas en el grupo de las Azores, a la altura de la
Bretaña (Francia) y en la costa de Irlanda.

Las primeras tentativas de exploración del litoral brasilero se basaron en el sistema de


factorías, adoptado en la costa africana. Brasil fue arrendado por tres años a un consorcio de
comerciantes de Lisboa, liderado por el cristiano Fernando de Loronha o Noronha, que recibió
el monopolio comercial, comprometiéndose a cambio, a enviar seis navíos al año para explorar
trecientas leguas (cerca de 2 mil kilómetros) de la costa y a construir una factoría. El consosrcio
realizó algunos viajes más, aparentemente y cuando en 1505 el arrendamiento terminó, la
Corona portuguesa tomó la exploración de nuevas tierras en sus manos.

En esos años iniciales, entre 1500 y 1535, la principal actividad económica fue la extracción
del palo Brasil, obtenida principalmente mediante el intercambio con los indios. Los árboles no
crecían juntos, en grandes áreas, sino que se encontraban dispersas. A medida que la madera
se fue agotando en el litoral, los europeos pasaron a recurrir a los indios para obtenerlo. El
trabajo colectivo, especialmente la tala de árboles, era una tarea común en la sociedad
tupinambá. Por lo tanto, la tala del palo Brasil podía integrarse con relativa facilidad a los
patrones tradicionales de la vida indígena. Los indios suministraban la madera, y en menor
medida, harina de mandioca, intercambiadas por piezas de tejido, cuchillos, navajas, baratijas,
objetos de poco valor para los portugueses.

Brasil fue, inicialmente, muy asociado a la India, ya sea como punto de descanso en la ruta
ya conocida para ese país, o como posible paso a un nuevo camino, buscado principalmente
por los españoles. Al descubrir América en 1492 llegando a las Antillas, Colón pensó haber
alcanzado el Mar de China. La posesión de la nueva tierra fue cuestionada por Portugal, de ahí
resultaron una serie de negociaciones que desembocaron en el Tratado de Tordesillas (1494),
nombre de una ciudad española donde se firmó. El mundo fue dividido en dos hemisferios,
separados por una línea que imaginariamente pasaba a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo
Verde. Las tierras situadas al oeste de la línea pertenecerían a España, las situadas al este a
Portugal.

La división se prestaba a controversias, pues nunca fue posible establecer con exactitud por
dónde pasaba la línea de Tordesillas. Sólo a finales del siglo XVII los holandeses conseguirían
desarrollar una técnica precisa de medición de longitudes. Por ejemplo, la cuenca del
Amazonas en el norte o el Río de la Plata en el sur, vistas como posibles rutas rumbo a las
Indias por la vía de Occidente, estarían en territorio portugués o español? Varias expediciones
de los países se sucedieron a lo largo de la costa brasilera en dirección sur hasta que un
portugués al servicio de España, Fernando de Magallanes, atravesó el estrecho que hoy lleva
su nombre y navegando por el Océano Pacífico, llegó a Filipinas (1521). Ese hecho espectacular
de navegación fue al mismo tiempo una decepción para los españoles. El camino de las Indias
por Occidente fue encontrado, pero era demasiado largo y difícil para ser económicamente
ventajoso. Los ojos españoles se fijaron en las riquezas en oro y plata que fueron encontradas
en las tierras americanas bajo su dominio.

Pero la mayor amenaza a las posesiones de Brasil por Portugal no vino de los españoles sino
de los franceses. Francia no reconocía los tratados de repartición del mundo, sustentando el
principio de que era poseedor de un área quien efectivamente la ocupase. Los franceses
entraron en el comercio del palo Brasil y practicaron la piratería, a lo largo de una costa
demasiado extensa para que pudiese ser guarnecida por las patrullas portuguesas. En omentos
diversos se establecerían en Río de Janeiro (1555-1560) y en Marañón (1612-1615).

Inicio de la colonización. Las capitanías hereditarias.

Consideraciones políticas llevaron a la Corona Portuguesa a la convicción de que era


necesario colonizar la nueva tierra. La expedición de Martín Alfonso de Souza (1530-1533)
representó un momento de transición entre el viejo y nuevo período. Tenía como objetivo
patrullar la costa, establecer una colonia a través de la concesión no hereditaria de las tierras a
los pobladores que llevaría (San Vicente, 1532) y explorar la tierra, considerando la necesidad
de su efectiva ocupación.

Hay indicios de que Martín Alfonso todavía se encontraba en Brasil cuando Don Juan III se
decidió por las capitanías hereditarias. Brasil fue dividido en 15 partes, por una serie de líneas
paralelas al Ecuador que iban del litoral al meridiano de Tordesillas, siendo las regiones
entregadas a los llamados capitanes. Ellos constituían un grupo diversificado, en el cual había
gente de la pequeña nobleza, burócratas y comerciantes, teniendo en común el vínculo con la
Corona.

Estaba entre estos capitanes donatarios el marinero experientado Martín Alfonso; Duarte
Coelho, militar destacado en oriente, sin grandes recursos, cuya historia en Brasil sería
resaltada por el éxito en Pernambuco; José Figueiredo Correia, escibano de la Fuerza Real y
gran negociante, asociado a Mem de Sá y a Lucas Giraldes, de la familia de los Giraldi,
negociantes y banqueros de origen de florentina, y Pedro del Campo Tourinho, que vendió sus
propiedades en Portugal y se dirigió a Brasil con seiscientos colonos. Posteriormente, Tourinho
fue denunciado a la Inquisición, tras conflictos con los colonos, y volvió a Portugal. Antes de
1532, Fernando de Noronha recibió del rey la primera capitanía de Brasil, la Isla de San Juan,
que hoy lleva el mismo nombre.

Ningún representante de la alta nobleza se incluía en la lista de los capitanes hereditarios,


pues los negocios en la India, en Portugal y en las islas atlánticas eran en esa época más
atractivos.

Los capitanes recibieron una donación de la Corona, por la cual se tornaban poseedores
más que propietarios de la tierra. Eso significaba, entre otras cosas, que no podían vender o
dividir la capitanía, cabiéndole al rey el derecho de modificarla como así también de exigirla. La
posesión daba a los capitanes extensos poderes tanto en la esfera económica (obtención de
tributo) como en la esfera administrativa. La instalación de ingenios de azúcar y de molinos de
agua y el uso de depósitos de sal dependían del pago de derechos, parte de los tributos
adeudados a la Corona por la explotación del palo Brasil, de metales preciosos y de los
derivados de la pesca les correspondían también a los capitanes. Desde el punto de vista
administrativo, ellos tenían el monopolio de la justicia, autorización para fundar villas, donar
sesmarias, alistar colonos para fines militares y formar milicias bajo su mando.

La atribución de donar sesmarias (sesmaria) era la más importante, pues dio origen a la
formación de vastos latifundios. La sesmaria fue conceptuada en Brasil como una extensión de
tierra virgen cuya propiedad era dada a un sesmeiro, con la obligación, raramente cumplida, de
cultivarla por un plazo de 5 años y de pagar tributo a la Corona. Hubo en toda la Colonia
inmensas sesmarias, de límites mal definidos, como la de Bras cubas, que abarcaba parte de
los actuales municipios de Santos, Cubatao y San Bernardo.

Los derechos reservados por la Corona, al instituir las capitanías hereditarias, no se


limitaban a una especie de vigilancia tanto como al mantenimiento de su forma. El rey
mantuvo el monopolio de las drogas y especies, así como la percepción de una parte de los
tributos. Se aseguró también el derecho de aplicar la justicia, cuando se tratase de muerte o
fragmentación de partes del cuerpo de personas de condición libre. Nombró, además, una
serie de funcionarios para garantizar que las rentas de la Corona fueran recaudadas.


El término sesmaria se refiere a los terrenos no cultivados o abandonados, que la antigua legislación
portuguesa basada en prácticas medievales, determinaba que fueran entregados a quienes se
comprometieran a cultivarlos. Cuando se descubre Brasil se trasplantó el régimen jurídico de las
sesmarias. El rey o los donatarios de las capitanías hacían donaciones de tierras a particulares que se
comprometían a cultivarlas y poblarlas.
Las capitanías hereditarias son una institución a la que frecuentemente se refieren lso
historiadores, sobre todo portugueses, defensores de la tesis de la naturaleza feudal de la
colonización esa tesis y su discusión ha perdido importancia, cediendo el lugar a la tendencia
historiográfica más reciente, que no considera indispensable rotular con etiquetas rígidas las
formaciones sociales complejas que no reproducen el modelo europeo. Sin avanzar en este
asunto, recordemos que al instituir las capitanías, la Corona recurrió a algunas fórmulas cuyo
origen se encuentra en la sociedad medieval europea. Es el caso por ejemplo, del derecho
concedido a los donatarios de obtener un pago para conceder la instalación de ingenios de
azúcar, ese derecho es análogo a las “banalidades” pagas por los campesinos a los señores
feudales. Pero, en esencia, incluso en su forma original, las capitanías representaron un
intento transitorio y a tientas de colonización, con el objetivo de integrar la Colonia a la
economía mercantil europea.

Sabemos que, con excepción de las Capitanías de San Vicente y Pernambuco, las otras
fracasaron en mayor o menor medida por la falta de recurso, descontentos internos,
inexperiencia, ataques indios. No es casual que las más prósperas combinaran la actividad
azucarera y una relación menos agresiva con las tribus indígenas.

Las capitanías fueron reanudadas por la Corona, a lo largo de los años, a través de la
compra y subsistieron como unidad administrativa, pero cambiaron de carácter, ya que
pasaron a pertenecer al Estado. Entre 1752 y 1754, el Marqués de Pombal completó
prácticamente el proceso de pasaje de las capitanías del dominio privado al público.

El gobierno general.

La decisión tomada por el rey don Juan III de establecer el gobierno general de Brasil
ocurrió en un momento en que algunos hechos significativos acontecieron con la Corona
portuguesa, en la esfera internacional. Surgían los primeros signos de crisis en los negocios de
la India, surgidos en el uso de la expresión “humo de la India”, poniendo en duda la solidez del
comercio con Oriente. Portugal sufrirá varias derrotas militares en Marruecos, pero el sueño
de un imperio africano todavía no estaba extinto. En el mismo año en Santo Tomé de Souza
fue enviado a Brasil como primer gobernador general (1549) se cerró el establecimiento
comercial portugués de Flandes, por ser deficitario. Por último, en contraste con las tierras de
Brasil, los españoles tenían un éxito creciente en la exploración de metales preciosos, en su
colonia americana, y en 1545, habían descubierto la gran mina de plata de Potosí.

Si todos esos factores pudieron haber pesado en la decisión de la Corona, debemos


recordar que, internamente, el fracaso de las capitanías tornó más claros los problemas de la
precaria administración de la América Lusitana. Asimismo, la institución del gobierno central
representó, de hecho, un paso importante en la organización administrativa de la Colonia.

Según las crónicas de la época Tomé de Souza era un caballero serio, con experiencia en
África y en la India. Llegó a Bahía acompañado de mas de mil personas, inclusive cuatrocientos
segregados, trayendo consigo largas instrucciones por escrito conocidas como el Regimiento
de Tomé de Souza. Las instrucciones revelan el propósito de garantizar la posesión territorial
de la nueva tierra, colonizarla y organizar las riendas de la Corona. Fueron creados algunos
cargos para el cumplimiento de esas finalidades, siendo los mas importantes el de defensor, a
quien le cabía administrar la justicia, el capitán general, responsable de la vigilancia de la costa,
y el de provedor mor, encargado de controlar el crecimiento de los arrendamientos.

No debemos imaginar, sin embargo que, en el siglo XVI, Brasil proporcionara riquezas
considerables a las arcas reales. Por el contrario, según los cálculos del historiados Vitorino
Magallanes Godinho, en 1558 los arrendamientos de Brasil representaban a penas un 2,5 de
las rentas de la Corona, en tanto el comercio con la India representaba el 26%.

Con el gobernador general llegaron los primeros jesuitas – Manuel da Nóbrega y sus cinco
compañeros-, con el objetivo de catequizar a los indios y disciplinar al bajo clero de mala fama
que existía en la Colonia. Posteriormente (1533) se creó el Obispado de San Salvador, sujeto al
arzobispado de Lisboa, encaminándose la organización del Estado y de la Iglesia,
estrechamente vinculados. El inicio de los gobiernos generales representó también una fijación
del centro administrativo en la organización de la colonia. Obedeciendo a las instrucciones
recibidas, Tomás de Sousa emprendió el largo trabajo de construcción de San Salvador, capital
de Brasil hasta 1763.

La institución de un gobierno general representó un esfuerzo de centralización


administrativa, pero eso no significaba que el gobernador general detentara todos los poderes,
ni que en sus primeros tiempos pudiese ejercer una actividad integral. La relación en las
capitanías era bastante precaria, limitando el radio de acción de los gobernadores. La
correpondencia de los jesuitas ofrece muestras claras de ese aislamiento. En 1552, escribiendo
de Bahía a los hermanos de Cimbra, el padre Francisco Pires se quejaba de sólo poder tratar
los asuntos locales, porque “a veces pasa un año y no sabemos uno de los otros, por causa de
los tiempos y los pocos navíos que andan por la costa y otras veces se ven más navíos de
Portugal que de las capitanías”. Un año después, desde el interior de San vicente, Nóbrega dijo
práctcamente la misma cosa: “Más fácil es recibir un mensaje de Lisboa en esta capitanía que
de Bahía”.

La colonización se consolida.

Después de las tres primeras décadas, marcadas por los esfuerzos de garantizar la posesión
de la nueva tierra, la colonización comenzó a tomar forma. Como aconteció en toda América
Latina, Brasil sería una colonia cuyo sentido básico sería el de fortalecer el comercio europeo
de bienes alimenticios o mineros de gran importancia. A la política de la metrópoli portuguesa
consistirá en el incentivo a la empresa comercial, basada en unos pocos productos exportables
en gran escala y asentada en la gran propiedad. Esa directriz debería atender a los intereses de
acumulación de riqueza para la Metrópoli Lusitana, en manos de grandes comerciantes, de la
Corona y sus afiliados. Como Portugal no tenía el control de los circuitos comerciales en
Europa, controlados, a lo largo de los años, principalmente por los españoles, holandeses e
ingleses, la mencionada directriz terminó por atender también el conjunto de la economía
europea.

La opción por la gran propiedad e vinculó al presupuesto de la conveniencia de la


producción en gran escala. Además de eso, pequeños propietarios autónomos tenderían a
producir para la subsistencia, vendiendo en el mercado a penas un reducido excedente, lo que
se contraponía con los objetivos de la Corona y de los grandes comerciantes.

El trabajo forzado.

Al lado de la empresa comercial y del régimen de la gran propiedad, podemos agregar un


tercer elemento: el trabajo forzado.

También en ese aspecto, la regla será común en toda América Latina, aunque con
variaciones. Diferentes formas de trabajo forzado predominaron en América española,
mientras que una de ellas, la esclavitud, fue dominante en Brasil.

¿Por qué se apeló a una relación laboral mal vista, que parecía moribunda, exactamente en
la época llamada pomposamente de los tiempos modernos? Una respuesta sintética consiste
en decir que no había gran oferta de trabajadores en condiciones de emigrar como
semidependientes o asalariados, ni el trabajo asalariado era conveniente a los fines de la
colonización. Dada la disponibilidad de tierras, una cosa era la concesión de las sesmarias, otra
su ocupación efectiva, no sería fácil mantener trabajadores asalariados para las grandes
propiedades. Ellos podrían intentar vivir de otra manera, creando problemas para el flujo de la
mano de obra para la empresa mercantil.

Dando un salto de varios siglos en el tiempo, recordemos que, en las primeras décadas del
siglo XX, la disponibilidad de tierras en el estado de San Pablo representó una alternativa para
que inmigrantes europeos y asiáticos se transformaran de colonos en pequeños propietarios.

Pero si la introducción del trabajo esclavo se explica resumidamente de esa forma, ¿por
qué se optó preferencialmente por el negro y no por el indio? En primer lugar, recordemos
que se pasó de la esclavitud del indio a la esclavitud del negro, que varió en tiempo y espacio.
Ese transito fue menos demorada en el núcleo central y más rentable de la empresa mercantil,
o sea, en la economía azucarera, en condiciones de absorver el precio de la compra de un
esclavo negro, bien más elevado que el del indio. Esto ha costado en otras regiones periféricas,
como es el caso de San Pablo, que no sólo en el inicio en el s, XVIII, con el descubrimiento de
las minas de oro, pasó a recibir un número considerable de esclavos negros.

La esclavitud. Indios y negros.

Las razones de la opción por el esclavo africano fueron muchas. Es mejor no hablar de
causas, sino de un conjunto de factores. La esclavización del indio encontró una serie de
inconvenientes, teniendo en cuenta los fines de la colonización. Los indios tenían una cultura
incompatible con el trabajo intensivo y regular y más todavía con el forzado, como el
pretendido por los europeos. No eran vagos o perezosos. A penas hacían lo necesario para
garantizar su subsistencia, la cual no era difícil en una época de abundantes frutas y animales.
Mucha de su energía e imaginación la empleaban en los rituales, en las celebraciones y en las
guerras. Las nociones de trabajo continuo o de lo que hoy llamaríamos productividad eran
totalmente ajenas a ellos.

Podemos distinguir dos intentos básicos de sujeción de los indios por parte de los
portugueses. Una de ellas, realizada por los colonos siguiendo un frío cálculo económico,
consistió en la esclavización pura y simple. La otra fue el intento de las órdenes religiosas,
principalmente por los jesuitas, por motivos que tenían que ver con sus concepciones
misioneras. Ella consistió en el esfuerzo de transformar a los indios, a través de la enseñanza,
en “buenos cristianos”, reuniéndolos en pequeños poblados o aldeas. Ser “buen cristiano”
significaba también adquirir los hábitos del trabajo de los europeos, con lo que se crearía un
grupo de cultivadores indígenas flexible a las necesidades de la Colonia.

Las dos políticas no eran iguales. Las órdenes religiosas tuvieron el mérito de intentar
proteger a los indios de la esclavitud impuesta por los colonizadores, naciendo de allí un sín
número de conflictos entre colonos y sacerdotes. Pero estos no tuvieron ningún respeto por la
cultura indígena. Al contrario, ellos dudaban de que los indios fueran personas. El sacerdote
Manuel da Nóbrega, por ejemplo, decía que “los indios son perros que se comen y matan unos
a otros, son cerdos en vicios y en la manera en la que se tratan”.

Los indios resistieron a las variadas formas de sujeción, a través de la guerra, la fuga, el
rechazo al trabajo forzado. En términos comparativos, las poblaciones indígenas estuvieron en
mejores condiciones de resistir que los esclavos africanos. Mientras que éstos últimos, llegaron
a un territorio desconocido donde eran implantados por la fuerza, los indios se encontraban en
su casa.

Otro factor importan te que colocó en un segundo plano la esclavización de los indios fue la
catástrofe demográfica. Este es un eufemismo erudito para decir que las epidemias producidas
por el contacto con los blancos liquidaron a millares de indios. Estos fueron víctimas de
enfermedades como el sarampión, varicela, gripe, para las cuales no poseían defensas
biológicas. Dos grandes epidemias se destacan por su violencia entre 1562 y 1563, matando a
más de mil indios, por lo que se conoce, sin contar las víctimas del interior del territorio. La
muerte de la población indígena, que en parte se dedicaba a plantar bienes alimenticios,
provocó una terrible hambruna en el Nordeste y pérdida de brazos.

No por casualidad, a partir de la década de 1570 se incentivó la importación de africanos y


la Corona comenzó a tomar medidas a través de varias leyes, para tratar de impedir la
mortandad y la esclavización desenfrenada de indios. Las leyes contenían salvedades y eran
burladas con facilidad. Se esclavizaban a los indios como consecuencia de las “guerras justas”,
esto es, las guerras consideradas defensivas, o como pena por la práctica de la antropofagia.
Se esclavizaba también por rescate, o sea, la compra de indígenas prisioneros de otras tribus,
que estaban para ser devorados en un ritual antropofágico. Sólo en 1758 la Corona determinó
la liberación definitiva de los indígenas. Pero, en lo esencial, la esclavización indígena fue
abandonada por la existencia de una solución alternativa.

Como vimos, al recorrer la costa africana en el siglo XV, los portugueses habían comenzado
el tráfico de africanos, facilitado por el contacto con sociedades que, en su mayoría, ya
conocían el valor mercantil del esclavo. En las últimas décadas del siglo XVI, además el
comercio negrero estaba razonablemente instalado como lo venía demostrando su
lucratividad.

Los colonizadores tenían conocimiento de las habilidades de los negros, sobre todo por su
utilización rentable en la actividad azucarera de las islas del Atlántico. Muchos esclavos
provenían de culturas en las que el trabajo con el hierro y la cría de ganado eran usuales. Su
capacidad productiva era bastante superior a la del indígena. El historiador americano Stuart
Schwartz calcula que, durante la primera mitad del siglo XVII, en los años de apogeo de la
economía de azúcar, el costo de la adquisición de un esclavo negro era amortizado entre trece
y dieciséis meses de trabajo e, incluso después de una fuerte alza de los precios de compra de
nativos después de 1700, un esclavo se pagaba en treinta meses.

Los africanos fueron traídos del llamado “continente negro” para Brasil en un flujo de
intensidad variable. Los cálculos sobre un número de personas transportadas como esclavos
variaron mucho. Se estimaba entre 1550 y 1855 entraron por los puertos brasileros 4 millones
de esclavos, en su gran mayoría jóvenes de sexo masculino.

La región de proveniencia dependió de la organización del tráfico, de las condiciones locales


en África y, en menor grado, de las preferencias de los plantadores brasileros. En el siglo XVI,
Guinea Bissau y Costa da Mina, o sea, cuatro puertos a lo largo del litoral de Daomé,
proveyeron el mayor número de esclavos. Del siglo XVII en adelante, las regiones más al sur de
la costa africana – Congo y Angola – se tornaron los centros exportadores más importantes, a
partir de los puertos de Luanda, Benguela y Cabinda. Los angoleños fueron traídos en mayor
número en el siglo XVIII, que corresponde, al parecer, al 70% de la masa de esclavos traídos a
Brasil en aquel siglo.

Se acostumbra dividir a los pueblos africanos en dos grandes ramas éticas: los sudaneses,
predominantemente de África Occidental, Sudán egipcio y la Costa Norte del Golfo de Guinea,
y los bantúes, de África ecuatorial y tropical, de la parte norte del Golfo de Guinea, de Congo,
Angola y Mozambique. Esa gran división no nos debe llevar a olvidar que los negros esclavos
en Brasil provenían de muchas tribus y reinos, con sus propias culturas. Por ejemplo, los
yorubas, jejes, tapas, huancas, entre otros sudaneses, y los angolas, bengalas, mujolos,
mozambiques, entre los bantúes.

Los grandes centros importadores de esclavos fueron Salvador y después Río de Janeiro,
cada cual con su organización propia y paralela. Los traficantes bahiano utilizaron una valiosa
moneda de intercambio en el litoral africano, el tabaco producido en Reconcavo. Estuvieron
siempre más vinculados a Costa de Mina, a Guinea y al Golfo de Benin, es este último caso,
después de mediados de 1770, cuando el tráfico de Mina declinó. Río de Janeiro recibió
sobretodo esclavos de Angola, superando a Bahía con el descubrimiento de las minas de oro,
el avance de la economía azucarera y el gran crecimiento urbano de la capital, a partir del
inicio del siglo XIX.

Sería erróneo pensar que, mientras los indios se opusieron a la esclavitud, los negros la
aceptaron pasivamente. Fugas individuales o en masa, agresiones contar los señores de
ingenio, resistencia cotidiana fueron parte de las relaciones entre señores y esclavos, desde los
primeros tiempos. Los quilombos, o sea los establecimientos de negros que escapaban a la
esclavización por la fuga y reproducían en Brasil formas de organización social semejantes a las
africanas, existieron centenares en el Brasil Colonial. Palmares (una red de poblados situada en
la región que hoy corresponde en parte al Estado de Alagoas, con varios millares de
habitantes) fue uno de esos quilombos y el más importante. Formado a principios de siglo XVII,
resistió los ataques de los portugueses y holandeses por casi cien años, sucumbiendo en 1695,
ante las tropas bajo el mando del explorador Domingo Jorge Velho.
Admitidas las formas de resistencia, no podemos dejar de reconocer que, por lo menos
después de las últimas décadas del siglo XIX, los esclavos africanos o afrobrasileros no tuvieron
condiciones de desorganizar el trabajo esclavo. Bien o mal, se vieron obligados a adaptarse a
él. Entre los varios factores que limitaron las posibilidades de rebeldía colectiva, recordemos
que, al contrario de los indios, los negros eran desarraigados de su medio, separados
arbitrariamente, llevados a territorios extraños.

Por otro lado, ni la Iglesia ni la Corona se opusieron a la esclavitud del negro. Ördenes
religiosas como los benedictinos estuvieron entre los grandes propietarios de cautivos. Varios
argumentos fueron utilizados para justificar la esclavitud africana. Se decía que se trataba de
una institución ya existente en África y por lo tanto únicamente se transportaban cautivos para
el mundo cristiano, donde serían civilizados y salvados por la verdadera religión. Además, el
negro era considerado un ser racialmente inferior. En el transcurso del siglo XIX, teorías
pretensiosamente científicas reforzaron este preconcepto: el tamaño y la forma de los cráneos
de los negros, el peso de su cerebro, etc. “demostraban” que se estaba delante de una raza de
baja inteligencia y emocionalmente inestable, destinada biológicamente al sometimiento.

Recordemos también el tratamiento dado al negro en la legislación. El contraste con los


indígenas es en ese aspecto evidente. Estos contaban con leyes protectoras contra la
esclavización, aunque, como vimos, fueron poco aplicadas y contenían muchas salvedades. El
negro esclavizado no tenía derechos, ya que era considerado jurídicamente una cosa y no una
persona.

Veamos algunos aspectos de la cuestión demográfica. Aunque los números calculados


varíen, hay datos sobre la alta mortalidad de los esclavos negros de Brasil, especialmente de
los niños y e los recién llegados, en comparación, por ejemplo, con la población negra esclava
en los EE UU. Observadores de principios del siglo XIX calculaban que la población esclava
declinaba a una tasa de entre 5 y 8 % al año. Datos recientes revelan que la expectativa de vida
de un esclavo de sexo masculino, al nacer, en 1972, era de 18,3 años, mientras que la de la
población en general era de 27,4 años. en cambio, un cautivo nacido en Estados Unidos an
1850 tenía una expectativa de vida de 35,5 años.

A pesar de esos escandalosos números, no se puede decir que los esclavos negros habían
sido extinguidos por una catástrofe demográfica tan grande como la que diezmó a los indios.
Aparentemente los esclavos provenientes del Congo, del norte de Angola y de Daomé (actual
Benin) eran menos susceptibles al contagio de enfermedades como la varicela. De cualquier
forma, a pesar de la destrucción física de los negros, los dueños de esclavos tuvieron siempre
la posibilidad de renovarlos o suplirlos a través de la importación. La esclavitud brasilera se
tornó de esta manera totalmente dependiente de esa fuente. Con raras excepciones, no hubo
intentos de ampliar el crecimiento de la población esclava ya instalada en Brasil. La fertilidad
de las mujeres esclavas era baja. Además, criar un hijo por doce o catorce años era
considerado una inversión de riesgo, considerándose las altas tasas de mortalidad, derivadas
de las propias condiciones de existencia.

El mercantilismo.

La forma por la cual, a lo largo de los siglos, la Corona portuguesa trató de asegurarmayores
ganancias del emprendimiento colonial se relaciona con las concepciones políticas evidentes
en la época, comprendidas en la expresión “mercantilismo”. Hablamos de “concepciones” en
plural porque sería equivocado imaginar que hubo una política económica de los estados
europeos, siempre igual, entre los siglos XV y XVIII. Ésta vario mucho, de país en país, de
período en período, pero se pueden definir algunas líneas esenciales. Antes de ello,
recordemos que la doctrina mercantilista no era, en sí misma, una teoría económica basada en
conceptos, sino mas bien una serie de normas de política económica. Fue a partir de la práctica
que llegó la formulación de la teoría.

Tanto la práctica como la teoría partían del principio de que no hay ganancia para un
estado sin perjuicio de otros. ¿Cómo alcanzar la gancia? Consiguiendo la mayor cantidad de
stock mundial de metales preciosos y tratando de acumularlo. Eso debería ser alcanzado por
una ´política de protección de los productos del país a través de una serie de medidas: reducir
los impuestos elevados, prohibir la entrada de bienes manufacturados extranjeros y facilitar el
ingreso de materias primas, inversamente, prohibir la salida de materias primas producidas en
el país y estimular la exportación de manufacturas cuando estas compitan ventajosamente en
el mercado internacional.

Por el conjunto de las medidas, se evidencia que la política mercantilista presuponía la


intervención del Estado, sea asumiendo directamente ciertas actividades económicas, sea
creando las condiciones favorables a determinados grupos para alcanzar los objetivos
perseguidos. No se trataba de una política absurda, como podría parecer la obsesión por los
metales preciosos. Por el contrario, era coherente con las posibilidades de acción de los
Estados nacionales en vías de creación o en crecimiento, en un período en el cual la moneda
metálica tenía una gran importancia en la consolidación del estado.

La “exclusividad” colonial.

¿Cuál es el significado y el papel de las colonias en ese contexto?

Ellas deberían contribuir para la auto subsistencia de la metrópoli, transformándose en


áreas reservadas de cada potencia colonizadora, en la competencia internacional con las
demás. Para ello, era preciso establecer una serie de normas y prácticas que eliminaran la
competencia en la exploración de las respectivas colonias. Ese conjunto de normas y prácticas,
creado de acuerdo con las concepciones mercantilistas, constituían el sistema colonial. Su
éxito se básicamente consistía en la “exclusividad” metropolitana, según la expresión de la
época, o sea en la exclusividad del comercio externo de la colonia en favor de la metrópoli.

Se trataba de impedir al máximo que los navíos extranjeros transportaran mercaderías de la


colonia, sobre todo para vender directamente en otros países de Europa. Inversamente, se
procuraba también, impedir que mercaderías, en especial las no producidas en la metrópoli,
llegaran a la colonia en navíos de esos países. En otras palabras, se buscaba suprimir, en la
medida de lo posible, los precios que se pagaban en la colonia por sus productos, para
venderlos con una mayor ganancia en la metrópoli. Se buscaba también obtener mayores
ganancias de la venta en la colonia, sin intercambio, de los bienes por los importados. La
“exclusividad” colonial tuvo varias formas: arrendamiento, exploración directa por el Estado,
creación de compañías privilegiadas de comercio, beneficiando a determinados grupos
comerciales metropolitanos.

Tomando ahora el caso portugués, que es el que nos interesa, sería equivocado pensar que
los preceptos mercantilistas fueron aplicados siempre consistentemente. Si insistimos en darle
importancia es porque ellos indican el sentido más profundo de las relaciones metrópoli-
colonia, aunque no contemplan toda la historia de esas relaciones. Curiosamente, la aplicación
más coherente de la política mercantilista sólo se dio a mediados del siglo XVIII, bajo el mando
del Marques de Pombal, en el momento en que sus principios eran puestos en duda en el resto
de Europa Occidental.

La Corona Lusitana generó fisuras en esos principios, principalmente debido a los límites de
su capacidad de imponerlos. No estamos hablando de la existencia del contrabando, pues el
contrabando era un quiebre puro y simple de las reglas de juego. Hacemos referencia sobre
todo a la posición de Portugal en el conjunto de las naciones europeas. Los portugueses
estuvieron en la vanguardia de la expansión marítima, pero no tenían los medios para
monopolizar el comercio colonial. Ya durante el siglo XVI, los grandes centros comerciales no
se situaban en Portugal, sino en Holanda. Los holandeses fueron importantes socios
comerciales de Portugal, transportando sal y vino portugués y azúcar brasilero, que
intercambiaron por productos manufacturados, quesos, cobre y tejidos. Obtuvieron con ello
muchas facilidades.

Posteriormente, a lo largo del siglo XVII, la Corona establecería relaciones desiguales con
una de las nuevas potencias emergentes: Inglaterra. De estas condiciones resulta la
“exclusividad” colonial, podemos decir que hubo una fase de relativa libertad comercial de
1530 hasta 1571, momento en el que el rey Don Sebastián decretó la exclusividad de los navíos
portugueses en el comercio de la Colonia, coincidiendo, por cierto, la medida, con los años
iniciales de la gran expansión de la economía azucarera. El período de la llamada unión de las
dos Coronas (1580-1640), cuando el rey de España ocupó también el trono de Portugal, se
caracterizó por crecientes restricciones a la participación de otros países en el comercio
internacional, dirigido especialmente a Holanda, que estaba en guerra con España. Asimismo,
existen noticias sobre el tráfico regular y directo entre Brasil y Hamburgo en Alemania,
aproximadamente en 1590.

Tras el fin del dominio español, con la proclamación de Don Juan IV como rey de Portugal,
surgió una fase de “libre comercio”, con poca reglamentación y ausencia de control sobre el
mercado colonial de importación. Sin embargo, en 1649, se pasó a un nuevo sistema de
comercio centralizado y dirigido, a través de flotas. Con el capital obtenido principalmente de
los nuevos cristianos, fue creada la Compañía General del Comercio de Brasil. La compañía
debería mantener una flota de 36 navíos armados para acompañar navíos mercantes que
salían de Brasil a Portugal, dos veces al año, como contrapartida, se beneficiaría con el
monopolio de las importaciones de vino, harina, aceite de oliva y bacalao y del derecho de
establecer los precios para esos artículos. A partir de 1694, la compañías fue transformada en
la organización gubernamental.

Sin embargo, la creación de empresas no impidió concesiones hechas por Portugal a


Holanda y especialmente a Inglaterra. En pocas palabras, la Corona buscaba la protección
política inglesa, otorgando ventajas comerciales. Un buen ejemplo de ello es el tratado
impuesto por Cromwell en 1654, en el que se garantizaba a los ingleses el derecho de negociar
con la colonia brasilera, excepto en lo relacionado con los productos monopolizados por la
Compañía General del Comercio. El sistema de flotas sólo fue abandonado en 1765, cuando el
Marqués de Pombal resolvió estimular el comercio y restringir el creciente papel de los
ingleses. Esto se dio a través de la creación de nuevas compañías (Compañías de Gran Pará y
Maranao, Compañía de Pernambuco y Paríba), que representaron las expresiones más nítidas
de la política mercantilista en Brasil.

La gran propiedad y el monocultivo de exportación.

Dijimos que el propósito más profundo de la colonización, por lo menos después del
descubrimiento de metales preciosos, fue el de la gran propiedad, donde se cultivaba
predominantemente un recurso para la exportación, con la base del trabajo esclavo. La
expresión de la lengua inglesa plantation, de eso cada vez más corriente sintetiza esa
descripción.

La afirmación de que la plantación fue la forma básica de la colonización en Brasil se tornó


clásica a partir de los trabajos de Caoi Prado Junior. En los más recientes, ésta postura ha sido
criticada por historiadores como Francisco Carlos Texeira da Silva y Ciro Flamarion Cardoso.
Texeira considera que el proyecto “plantacionista” era asumido por la clase dominante
colonial, pero la Corona siempre se preocupó por diversificar la producción y garantizar el
cultivo de alimentos en la propia colonia. Cardoso afirma que la obsesión con el concepto de
plantación hizo que se dejaran de lado algunos hechos importantes de la compleja realidad
económica brasilera. Por eso, no se realizó el necesario relevamiento de las áreas geográficas
periféricas y hubo una excesiva reducción de la estructura social a señores, por un lado y
esclavos por el otro, olvidando la importancia de los blancos e ignorando la existencia de un
campesinado, o sea, de pequeños propietarios en la sociedad rural.

La crítica es significativa, especialmente porque rediscute concepciones presentes, con


nuevos elementos y otros puntos de vista. Esta llama la atención por el hecho que el Brasil
colonial no fue sólo azúcar, oro y gran propiedad y esclavos, pero nos parece excesivo decir
que el proyecto de colonización de la plantación fuera un emprendimiento sobretodo de la
clase dominante (señores de ingenio, productores de caña y tabaco, comerciantes
exportadores) y no de la Corona Portuguesa.

Por cierto, había diferencias entre esas dos esferas, pero ellas no nacían de un desinterés
de la Corona por la plantación. Derivaba, sí, del hecho de que, por un lado aparecían
directamente intereses privados, y por el otro, la principal institución responsable por la
organización general de la vida en la Colonia. De ahí, por ejemplo, el continuo interés del
gobierno portugués en la producción de alimentos y las resistencias opuestas de los
propietarios rurales en utilizar tierras con esos objetivos menos rentables.

La concepción definitoria de la colonización por la gran empresa de monocultivo esclavista,


adaptada a los intereses de la Metrópoli, es un modelo cuyo valor consiste en plantear las
líneas básicas para entender el sistema que caracterizó a Brasil Colonial y dejó sus marcas
después de la independencia.
Cuáles son esas marcas?

La gran propiedad, la vinculación con el comercio exterior de unos pocos productos


primarios de exportación, la esclavitud y sus consecuencias.

El contraste con la historia de los Estados Unidos es revelador. Destaquemos aquí el hecho
de que las condiciones del clima y otras no permitieron la instalación en el nordeste de los
Estados Unidos (La Nueva Inglaterra) de una colonización basada en la plantación. Se
establecieron allí los pequeños propietarios que producían, en un principio, para la
subsistencia y después, poco a poco, para las plantaciones esclavistas del sur del país y para el
área de las Antillas. La producción no fue la típica de la plantación sino más diversificada
(maderas, cereales, manufacturas) y, lo que es más importante, las ganancias tendieron a
concentrarse en la Colonia. Fue a partir de ese núcleo, no sin enormes altibajos, que los
Estados Unidos pasaría a ser el Tercer Mundo Latinoamericano.

Estado e Iglesia.

Las dos instituciones básicas que, por su naturaleza, estaban destinadas a organizar la
colonización de Brasil fueron el Estado y la Iglesia Católica. Sin embargo, por más que se trate
de instituciones distintas, en aquellos tiempos estaba ligada la una a la otra. No existía en la
época, como existe hoy, el concepto de ciudadanía, de personas con derechos y deberes en
relación al Estado, independientemente de la religión. La religión de estado era la católica y los
súbditos, esto es, los miembros de la sociedad debían ser católicos.

En principio, hubo una división del trabajo entre las dos instituciones. Al Estado le cabía el
papel fundamental de garantizar la soberanía portuguesa sobre la Colonia, dotarla de una
administración, desarrollar una política de poblamiento, resolver los problemas básicos, como
los de la mano de obra, establecer el tipo de relación que debía existir entre la Metrópoli y la
Colonia. Esa tarea presuponía el reconocimiento de la autoridad del estado por parte de los
colonizadores que se instalarían en Brasil, sea por la fuerza, sea por la aceptación de esa
autoridad o por ambas cosas.

En ese sentido, el papel de la Iglesia se tornaba relevante. Como tenía en sus manos la
educación de las personas, el “control de las almas” en la vida diaria, era un instrumento muy
eficaz para vehiculizar la idea general de obediencia y, en especial, la obediencia al poder del
estado. Pero el papel de la Iglesia no se limitaba a eso. Ella estaba presente en la vida y en la
muerte de las personas, en los episodios decisivos del nacimiento, casamiento o muerte, el
ingreso en la comunidad, el encuadramiento en los patrones de una vida decente, la partida
sin pecado de este “valle de lágrimas” dependían de los actos monopolizados por la Iglesia: el
bautismo, la confirmación, el casamiento religioso, la confesión o la extremaunción en la hora
de la muerte, o el entierro en un cementerio designado por la expresión “campo santo”.

En la historia del mundo occidental, las relaciones entre el Estado y la Iglesia variaron
mucho de país en país y no fueron uniformes en el ámbito de cada país, a lo largo del tiempo.
En el caso portugués, existió una subordinación de la Iglesia al Estado a través de un
mecanismo conocido como el patronato real. El patronato consistió en una amplia concesión
de la Iglesia de Roma al Estado portugués, como contrapartida de la garantía de que la Corona
promovería y aseguraría los derechos y la organización de la Iglesia en todas las tierras
descubiertas. El rey de Portugal fijaba con el derecho de recoger el tributo debido por los
súbditos a la Iglesia conocido como diezmo, correspondiente a un décimo de las ganancias
obtenidas en cualquier actividad. Le correspondía a la Corona también, crear diócesis y
nombrar a los obispos.

Muchas de las obligaciones de la Corona resultaban, por lo menos en ese tiempo, en mayor
subordinación de la Iglesia, como es el caso de la incumbencia de remunerar al clero y velar
por la conservación de los edificios destinados al culto. Para supervisar todas estas tareas, el
gobierno portugués creó una especie de departamento religioso de estado: La Mesa de la
Conciencia y de las Órdenes.

El control de la Corona sobre la Iglesia fue en parte limitado, pero el hecho de que la
Compañía de Jesus hasta la época del marquéz de Pombal (1750-1777) tuvo fuerte influencia
en la Corte. En la Colonia, el control sufrió otras restricciones. Por un lado era muy difíciñ
encuadrar las actividades del clero secular (aquel que existía por fuera de las órdenes
religiosas), disperso por el territorio, de otro, las órdenes religiosas conseguían alcanzar mayor
grado de autonomía. El aumento de la autonomía de las órdenes de los franciscanos,
mercedarios, benedictinos, carmelitas y principalmente jesuitas se dio por varias
circunstancias. Ellas obedecían a las reglas propias de cada institución y tenían una política
definida en relación a cuestiones vitales de la colonización, como el indígena. Además, en la
medida en la que se convirtieron en propietarias de grandes extensiones de tierra y
emprendimientos agrícolas, las órdenes religiosas n o dependían de la Corona para sobrevivir.

Sacerdotes regulares buscaron escapar al peso del estado y de la propia Iglesia, cuando
había oportunidad, por el camino individual. Ejemplo célebre es la de algunos sacerdotes
participantes de la Inconfidencia Mineira, que se dedicaban a grandes cultivos, a trabajos de
minería, al tráfico de esclavos y diamantes. La presencia de los sacerdotes puede ser
constatada prácticamente en todos los movimientos de la rebelión, a partir de 1789,
prolongándose después de la independencia de Brasil, hasta mediados del siglo XIX:

Las razones de esa presencia están poco estudiadas. El historiador José Murilo de Carvalho,
analizando la época imperial, contrastó el procedimiento conservador de los magistrados con
el comportamiento rebelde de los sacerdotes. Sugirió que la rebeldía de estos tenía su origen
en su extracción social, en las dificultades de ascenso en la carrera, en la atención más próxima
a la población. De cualquier forma, sería engañoso extender a todo el clero esa característica
de rebeldía, visiblemente más excepcional. En la actividad del día a día, silenciosamente y a
veces con bombos, la Iglesia trató de cumplir su misión de convertir a los indios y negros, y de
inculcar en la población la obediencia a sus preceptos así como a los preceptos del Estado.

El estado absolutista y el “bien común”.

El estado portugués en la época de la colonización y es un estado absolutista. En teoría,


todos los poderes se concentran por derecho divino en la persona del rey. El reino, o sea, su
territorio, los súbditos y sus bienes, pertenecen al rey, constituyen su patrimonio. De ahí la
expresión “Estado paternalista” para definir al Estado absolutista, utilizada por muchos
autores, a partir de la conceptualización del sociólogo alemán Max Weber.
En el estado absolutista no hay, siempre en teoría, distinción entre la esfera pública, como
campo de actividades del Estado, y la esfera privada, como campo de acción de los individuos
con mayores y menores derechos. En él, todo es público, ya que no hay límites preestablecidos
para el poder real. Por ejemplo, cuando en 1446, en la época del rey Alfonso V, fue efectuada
una revisión de la organización del reino, su autor decía que “el rey tenía su poder de las
manos de Dios y como su vicario (esto es, como delegado de Dios) es libre de toda ley
humana”.

Todo lo expuesto no quiere decir que el rey no debiera tener en cuenta los intereses de los
diferentes estratos sociales (nobles, comerciantes, clero, gente del pueblo) ni que gobernara
solo. La preferencia por la expresión “Corona” en vez de “Rey” para desgisnar el poder de la
monarquía portuguesa es significativa en ese sentido. Si la palabra decisiva cabía al rey, tenía
mucho peso en la decisión una burocracia por él escogida, formando un cuerpo de gobierno.
Asimismo, la definición de las fronteras entre lo público y lo privado no fue completa, por lo
menos en el reinado de Don Juan IV (1640-1656), una serie de medidas fueron tomadas,
principalmente en el ámbito fiscal, con el objetivo de establecer límites a la acción del rey. El
“bien común” surgía como una idea nueva que justificaba la restricción de los poderes reales
de imponer empréstitos o apoderarse de los bienes privados para su uso.

La instalación de la administración colonial desdobló y enflaqueció el poder dela Corona.


Por cierto era en la metrópoli que se tomaban las decisiones centrales, pero los
administradores en Brasil tenían que improvisar medidas, frente a situaciones nuevas, y las
establecían muchas veces buscando un equilibrio entre las presiones inmediatas de los
colonizadores y las instrucciones emanadas por la distante Lisboa.

Veamos en síntesis cuáles fueron las principales instituciones y órganos de la


administración portuguesa en Brasil, a partir del gobierno general. Antes, recordemos que no
había especialización clara de los diferentes órganos como hoy ocurre. Actividades ejecutivas y
judiciales, por ejemplo, no estaban delimitadas. Existían autoridades que tanto realizaban
tareas de administrar como de juzgar cuestiones surgidas entre las personas.

En los altos cargos, se destacaban los gobernadores de las capitanías, especialmente el de


las dos más importantes. Por encima de ellos, se encontraba el gobernador general. A partir de
1763, cuando la sede del gobierno fue transferida de Bahía para Río de Janeiro, se volvió
común otorgar al gobernador general, por el rey, el título de Virrey o Capitán General de Mar y
Tierra del Estado de Brasil. Los virreyes tenían extensas atribuciones, disponiendo del conjunto
de las fuerzas armadas. Representaban y encarnaban, a la distancia, la persona del monarca
portugués, lo que no era poco, en una época de contacto y comunicaciones difíciles.

Las demandas de los órganos administrativos pueden ser agrupados en tres sectores: el
Militar, el de la Justicia y el de Hacienda. Las fuerzas armadas de una capitanía estaba
compuesta por la tropa de línea, las milicias y los cuerpos de ordenanza. La primera constituía
un cntingente regular y profesional permanentemente en armas. Estaba casi siempre
compuesta por regimientos portugueses. Para completar los efectivos, las autoridades
coloniales deberían contratar gente blanca de la colonia. Pero como muy pocas personas
querían voluntariamente ingresar en los niveles más bajos de las tropas, las autoridades
recurrieron al reclutamiento forzado, lo que generó espanto en la población. En Bahía por
ejemplo, a fines del siglo XVIII, tras el comienzo de la acción violenta de los reclutadores, se
constataba escasez de alimentos porque los trabajadores abandonaban las cosechas.

Las milicias eran tropas auxiliares, reclutadas, entre los habitantes de la Colonia, para el
servicio obligatorio y no remunerado. Casi no se presentaban voluntarios y el método de
reclutamiento forzado, principalmente de los pobres, era el que imperaba.

Por último, existían las ordenanzas, formadas por todo el resto de la población masculina
entre los dieciocho y sesenta años, excepto los sacerdotes. Al contrario de las milicias, las
ordenanzas constituían una fuerza local y ara ellas no había reclutamiento. Su actividad militar
se limitaba a los ejercicios periódicos y a actuar cuando sugieran en la localidad tumultos u
otros acontecimientos extraordinarios.

Los órganos de la Justicia, a veces con funciones administrativas, estaban representado por
varios jueces, entre los cuales se destacaba el defensor del distrito, nombrado por el sobreaño
por tres años. Para juzgar los recursos contra las decisiones, existían los tribunales de
Apelación, presididos por el virrey, al principio en Bahía y después en Bahía y Río de janeiro.
Por su parte, el principal órgano encargado de recaudar tributos y determinar la realización de
gastos era la Junta de Hacienda, presidida también por el gobernador de la capitanía.

Debemos por último, hacer referencia especial a un órgano de poder constituido por
miembros de la sociedad: Los Consejos Municipales, con sede en los pueblos y las ciudades.
Ellos estaban compuestos por miembros natos, o sea, no eran electos, o de representantes
electos. Votaban en las elecciones, que eran generalmente indirectas, los “hombres de bien”, o
sea, propietarios residentes en la ciudad, excluidos los artesanos y los considerados impuros
por el color o por la religión, esto es, negros, mulatos y nuevos cristianos. El campo de acción
de los Consejos Municipales varió mucho. En los primeros tiempos de la Colonia, los Consejos
como los de San Luis, Río de Janeiro, San Pablo, se convirtieron de hecho en la principal
autoridad de las respectivas capitanías, sobrepasando a los gobernadores y llegando incluso,
en ciertos casos, a destituirlos. Posteriormente, su poder disminuyó, reflejando la
concentración de la autoridad en manos de los representantes de la Corona.

Los Consejos poseían finanzas y patrimonios propios. Recaudaban tributos, nombraban


jueces, decidían en ciertas cuestiones, juzgaban crímenes como pequeños hurtos e injurias
verbales, cuidaban la vía pública, los puentes y las fuentes incluidos en su patrimonio. Ellos
fueron controlados, sobretodo hasta mediados del siglo XVII, por la clase dominante de los
propietarios rurales y expresaban sus intereses. Los Consejos de Belén o San Pablo, por
ejemplo, procuraban garantizar el derecho de organizar las expediciones para esclavizar a los
indios, las de Río de Janeiro y Bahía, muchas veces establecían moratorias para las deudas de
los señores de ingenio y combatían los monopolios mercantiles. Gracias a su enraizamiento en
la sociedad, los Consejos Municipales fueron el único órgano de gobierno que sobrevivió por
entero y hasta se reforzó luego de la independencia.

Las divisiones sociales.

Pasemos a un análisis de la sociedad, estableciendo principalmente sus divisiones.


La pureza de la sangre.

Un principio básico de exclusión distinguía determinadas categorías sociales, por lo menos


hasta la ley de 1773. Era el principio de pureza de sangre. Impuros eran los nuevos cristianos,
los negros, incluso los libres, los indios en cierta medida y varias especies de mestizos. Ellos no
podían ocupar cargos de gobierno, recibir títulos de nobleza, participar de hermandades de
prestigio, etc. la ley de 1773 terminó con la distinción entre cristianos de antiguos y nuevos, lo
que quiere decir que de ahí en adelante el preconcepto se había extinguido.

Libres y esclavos.

El criterio discriminatorio se refería esencialmente a las personas. Más profundo que éste
era el que separaba a las personas y no personas, o sea gento libre y esclavos, considerados
jurídicamente una cosa. La condición de libre o esclavo estaba muy ligada a la etnia y al color,
pues esclavos eran en primer lugar negros, después indios y mestizos. Toda una nomenclatura
se aplicaba a los mestizos, distinguiéndose los mulatos, los mamelucos, curibocas o caboclos,
nacidos de la unión entre blanco e indio, los cafuzos, resultantes de la unión entre negro e
indio.

Conviene distinguir, sin embargo la esclavitud indígena de la negra. Desde el inicio de la


colonización hasta la extinción formal de la esclavitud indígena, hubo indios nativos y los
llamados forros o administrados. Éstos eran indios que, después de su captura, habían sido
colocados bajo la tutela de los colonizadores. Su situación no era muy diversa de la de los
cautivos. Sin embargo, si en general la situación del indio era muy penosa, no equivalía a la del
negro. La protección de las órdenes religiosas en las aldeas indígenas impuso límites a la
explotación pura y simple. La propia Corona procuró establecer una política menos
discriminatoria. Un permiso de 1755, por ejemplo, llegó incluso a estimular los casamientos
mixtos de indios y blancos, considerando tales uniones sin “infamia alguna”. El mismo permiso
preveía una preferencia en “empleo y honores” para los descendientes de esas uniones y
prohibía que ellos fueran llamados “caboclos” u otros nombres semejantes que pudieran ser
“injuriosos”. Un tratamiento muy diferente recibían las uniones de indios con negros. Por
ejemplo, el virrey de Brasil solicitó dar de baja del puesto de capitán general a un indio, porque
“se mostró de tan bajos sentimientos que se casó con una negra, manchando su sangre con
esta alianza y convirtiéndose en indigno de ejercer el referido puesto”.

La significativa presencia de africanos y afro brasileros en la sociedad brasilera puede ser


constatada por los indicadores de a población al final del período colonial. Negros y mulatos
representaban cerca de un 75% de la población de Minas Gerais, 68% de Pernambuco, 79% de
Bahía y 64% de Río de Janeiro. San Pablo apenas tenía una población mayoritariamente blanca
(56%). Los cautivos trabajaban en los campos, en los ingenios, en las minas, en las casonas.
Realizaban en las ciudades tareas pesadas, en el transporte de carga, de personas, de desechos
apestosos o en la industria de la construcción. Fueron también artesanos, tenderos,
vendedores ambulantes, mensajeros, etc.

Las relaciones esclavistas no se resumieron a un vínculo directo entre el señor y el esclavo,


sin involucrar a otras personas. Hubo cautivos alquilados para la prestación de servicios a
terceros y, en los centros urbanos, existieron los “esclavos de ganancias”, una figura común en
Río de Janeiro de los primeros decenios del siglo XIX. Los señores permitían que los esclavos
hicieran su “ganancia”, prestando servicios o vendiendo mercaderías y cobrándoles, a cambio,
una suma fija por día o por semana. Los esclavos de ganancia fueron utilizados en pequeña y
gran escala, de un único cautivo hasta treinta o cuarenta. Si la mayoría de ellos ejercía su
actividad en la calle, cayendo incluso en la prostitución y en la mendicidad, con el
consentimiento de sus señores, existieron también esclavos de ganancia que eran barberos
instalados en tiendas u operarios.

Pero entre los esclavos existieron distinciones. Algunas se referían al trabajo ejercido, pues
había diferencias entre servir en las casonas o trabajar en el campo, ser esclavo en la gran
propiedad o “esclavo de ganancia” en las ciudades. Otras distinciones se referían a la
nacionalidad, al tiempo de permanencia en el país o al color de la piel. “Bozal” era el cautivo
recién llegado de África, ignorante de la lengua y de las costumbre, ladinos, el que estaba
relativamente “adaptado”, hablando y entendiendo el portugués, “Criollo” era el nacido en
Brasil. Una cosa era el negro oscuro, en un extremo, y el mulato claro en el otro. En general,
mulatos y criollos eran preferidos para las tareas domésticas, artesanales y de supervisión,
cabiéndole a los oscuros, sobre todo a los africanos, los trabajos más pesados.

Libres y libertos.

Además de las distinciones en el ámbito de la masa esclava, debemos considerar que hubo
en el Brasil colonial un gran número de africano o afro brasileros libres o libertos. Datos
referentes al fin del período indican que cerca del 42 % de la población negra o mulata
constituían esa categoría. Su condición era ambigua. Considerados formalmente libre, volvían
en la práctica a ser esclavizados de forma arbitraria. No podían pertenecer al Senado o a los
Consejos o a prestigiosas hermandades laicas, como la Tercera Orden de san Francisco. Incluso
la libertad de un esclavo podía ser revocada, por actitudes de desprecio para con su antiguo
señor.

La esclavitud fue una institución nacional. Penetró a toda la sociedad, condicionando su


modo de actuar y de pensar. El deseo de ser dueño de esclavos, o el esfuerzo por conseguirlos
iba desde la clase dominante al modesto artesano blanco de las ciudades. Hubo señores de
ingenios propietarios de minas con cientos de esclavos, pequeños labradores con dos o tres,
hogares, en las ciudades con apenas un esclavo. El prejuicio contra el negro traspasó el fin de
la esclavitud y llegó modificado a nuestros días. Hasta al menos la introducción en masa de
trabajadores europeos en el centro-sur de Brasil, el trabajo manual fue socialmente
despreciado como “cosa de negro”.

Nobleza, clero y pueblo.

En teoría, las personas libres de la Colonia fueron encuadradas en una jerarquía de órdenes
(nobles, clero y pueblo), una característica del Antiguo Régimen. El trasplante de ese modelo,
vigente en Portugal, tuvo poco efecto en Brasil. Los títulos de nobleza fueron ambicionados
por la élite blanca, pero no existió una aristocracia hereditaria. Los hidalgos eran poco
comunes y mucha gente común aspiraba a la nobleza.

La población libre y pobre incluía personas de condición diversa. Campesinos, pequeños


labradores, trabajadores poblaron los campos, la pocas ciudades reunieron vendedores
ambulantes, pequeños comerciantes, artesanos. Recordemos, de paso, que ese cuadro no fue
estático, el descubrimiento de oro y de los diamantes en Minas Gerais, Gojas y el Mato Grosso,
a partir de principios del siglo XVIII, y la llegada de la familia real a Río de Janeiro, a inicios del
siglo XIX, fueron, cada una a su manera, factores de diversificación social y de alteración de las
relaciones entre el campo y ciudad. En la región minera y en los centros urbanos como
Salvador y Río de Janeiro, existían burócratas y administradores letrados y gente dedicada a las
llamadas profesiones liberales especialmente la abogacía.

Jerarquía de las profesiones.

Las diferentes actividades eran valoradas de manera desigual. La de mayor prestigio, sobre
todo en los primeros tiempos, era no propiamente una actividad, el “ser señor del ingenio”. En
la famosa expresión del padre Antonil, en su obra Cultura e Opulencia do Brasil por suas
Drogas y Minas, escrita a inicios del siglo XVIII, “ el ser señor de ingenio es un título al que
muchos aspiraban porque traía consigo el ser servido y respetado por muchos. Y(…) bien se
puede estimar en Brasil el ser señor de ingenio, lo mucho que se estiman los títulos entre los
hidalgos del reino”.

El comercio era considerado una profesión menos digna y, en teoría, los hombres de
negocios estaban excluidos de las Cámaras y de los honores. El hecho de que muchos de ellos
fueran nuevos cristianos, o sea, de ascendencia judaica, añadía otro elemento de
discriminación. Los artesanos también eran despreciados, pues se consideraba al trabajo
manual una actividad inferior. Casi siempre sin representación en las Cámaras, conseguían a la
vez hacerse oír por la voz de un “juez externo”, magistrado profesional indicado por la Corona
que presidía a la Cámara en las ciudades mayores. De un reducido número, el grupo creció
tanto cuantitativamente como en su expresión social, al punto tal que algunos sastres se
colocaron al frente de una rebelión contra la Corona en Bahía, en fin del siglo XVIII.

Los que mandan.

En lo alto de la pirámide social de la población libre estaban los grandes propietarios rurales y
los comerciantes volcados al comercio externo. Ese era un cuadro típico del litoral del
Nordeste y, más tarde, de Río de Janeiro. Desempeñando un papel estratégico en la vida de la
Colonia, los grandes comerciantes no fueron incluidos en la discriminación impuesta, en teoría,
a su actividad. Al contrario, describieron una posibilidad de ascenso social y política, a partir de
mediados del siglo XVII. Participaron cada vez más de las Cámaras y hermandades de prestigio
y ocuparon puestos elevados en las milicias.

Entre los dos sectores más altos, hubo puntos de aproximación y de rivalidad. Por un lado,
ellos constituían, en conjunto, las fuerzas socialmente dominantes de la Colonia, ante la masa
de esclavos y hombres libres de condición inferior. El ascenso económico de los comerciantes
facilitó su ingreso a la elite colonial. A través de los casamientos y de la compra de tierras,
muchos comerciantes se tornaron también señores de ingenio en el Nordeste, deshaciendo en
parte la distinción entre los dos sectores.

Por otro lado, existían razones potenciales de conflicto. Los grandes comerciantes influían en
los precios de los productos de exportación y de importación, sobretodo cuando conseguían
ocupar puestos en compañías de comercio privilegiadas, organizadas por la Corona. Además,
adelantaban recursos a los grandes propietarios rurales para financiar el cultivo o la compra de
esclavos y equipamientos, con garantía de hipoteca sobre esas tierras. Las cuestiones de
deudas y las controversias sobre los pedidos de moratoria fueron frecuentes en el área de los
ingenios de azúcar del nordeste. Las disputas empeoraron cuando venían acompañadas de una
división de origen entre señores rurales nativos y comerciantes portugueses.

Un ejemplo extremo de las divergencias fue la llamada Guerra de los Mascates, ocurrida en
Pernanbuco en 1710-1711, que puso fin a los señores de ingenio, de Olinda y a los “mascates”
(que en verdad, poco tenían de mascates) de Recife. Se trataba, en realidad, de grandes
comerciantes, algunos de los cuales aumentaron su poder al rematar, en subastas realizadas
por la Corona, el derecho a cobrar impuestos.

Discriminación religiosa.

Una división de la sociedad directamente relacionada con el principio de la pureza de sangre


hablaba del respeto a la religión. Los súbditos de la Corona residentes en Brasil eran, por
definición, católicos. Pero existían los mas o menos católicos. Éstos eran los nuevos cristianos,
judíos y sus descendientes, obligados a convertirse al cristianismo por decisión de la
monarquía (1497). Sobre ellos pesaba la sospecha adicional de practicar en secreto la religión
judaica. Los nuevos cristianos tuvieron un papel relevante, desde los primeros tiempos de la
Colonia, como mercaderes, artesanos, señores de ingenio, ocupando también cargos civiles y
eclesiásticos. En 1603, la Mesa de la Consciencia, en Lisboa, determinó que el obispado de
Brasil, con sede en Salvador, sólo esté orientada a los “cristianos de vieja cepa” para los oficios
religiosos en Pernambuco, porque la mayoría de ellos estaba en manos de los nuevos
cristianos.

A pesar del papel relevante, y tal vez por eso mismo, los nuevos cristianos fueron
discriminados, algunos de ellos presos y muertos en manos de inquisidores.
Comparativamente, sin embargo, las persecuciones no tuvieron la eficiencia de las
desencadenadas en la América española. La Inquisición no se instaló de manera permanente
en Brasil, y sus aterrorizantes visitas, con excepción de la realizada al Estado de Gran- Pará en
1763-1769, ocurrieron en la época en la que la corona portuguesa estuvo en manos de los
reyes de España. El Santo Oficio inquisitorio estuvo en Bahía y en Pernambuco entre 1591 y
1595, regresando a Bahía en 1618.

Discriminación sexual.

Por último, recordemos la división entre los hombres y mujeres, o que nos lleva al análisis de la
familia. Tradicionalmente, sobretodo por influencia de los estudios de Gilberto Frayre, cuando
hablábamos de familia en la Colonia enseguida viene a la mente el modelo patriarcal o de una
familia extensa, constituída por parientes de sangre y afines, agregados y protegidos, bajo el
liderazgo de una figura masculina. La familia patriarcal tuvo gran importancia, marcando
inclusive, como luego veremos, las relaciones entre sociedad y estado. Pero ella fue
característica de la clase dominante, más exactamente de la clase dominante del Nordeste.
Entre la gente de condición social inferior la familia extensa no existió y las mujeres solían
tener mayor independencia, cuando no tenían un marido o compañero. En el oro Negro de
1804, por ejemplo, de 203 unidades domésticas, apenas 93 estaban encabezadas por
hombres.

Así mismo, en relación a las familias de élite, el grado de sumisión de las mujeres tenía
excepciones. En determinadas circunstancias, ellas desempeñaron un papel relevante en las
actividades económicas. Esto ocurrió sobre todo en la región de San Pablo, donde las mujeres,
descriptas por un gobernador de capitanía por 1692 como “hermosas y varoniles”, asumían la
administración de la casa o de los bienes, cuando los hombres se lanzaban varios años a las
expediciones al sertâo.

Ciudad y campo.

La población de la Colonia vivió en su gran mayoría en el campo. Las ciudades crecieron


lentamente y eran dependientes del medio rural. La propia capital de la Colonia fue descripta
por Frei Vicente do Salvador, en el siglo XVI, como “ciudad exquisita, de casas sin moradores,
pues los propietarios pasaban más tiempo en las zonas rurales, sólo acudiendo en tiempo de
las fiestas. La población urbana constaba de mecánicos que ejercían sus oficios, de
mercaderes, de oficiales de justicia, de hacienda, de guerra, obligados a la residencia”. Un
padre jesuita se refiere a la pobreza la pequeña San Pablo, en el siglo XVII, como resultado de
la constante ausencia de los habitantes porque “salvo por el motivo de tres o cuatro fiestas
principales ellos estaban en sus granjas o andaban por los bosques y campos, en busca de
indios, en lo que gastan sus vidas”.

Ese cuadro se modificó, en parte, por la creciente influencia de los grandes comerciantes y por
el crecimiento del aparato administrativo, el que aumentó el peso cualitativo de las ciudades.
Hechos como la invasión holandesa y sobretodo la llegada de la familia real a Río de Janeiro
tuvieron importancia en el desarrollo de los centros urbanos.

Estado y sociedad.

¿Cómo definir las relaciones entre Estado y sociedad?

Comencemos identificando dos interpretaciones radicalmente opuestas. La primera, que tiene


en Raimundo Faoro uno de sus representantes más significativos, localiza al estado al polo
dominador, el origen de la dominación estaría en la formación del Estado portugués, que
desde el siglo XIV, se caracterizaba por la centralización precoz y por la vigencia de un cuerpo
de leyes, como un estado paternalista. En la Colonia, el poder estatal representado por una
poderosa burocracia, había iniciado su obra centralizadora, reforzando los mecanismos de
dominación y de represión. Sus brazos alcanzarían incluso al sertâo más distante, por medio de
caudillos y bandeirantes que, en última instancia, actuaron en nombre del estado.

La orientación opuesta, más antigua, se la encuentra en autores como Oliveira Viana y Nestor
Duarte, quiénes escribieron sus trabajos en las décadas del 1920 y 1940. Para ellos, un sector
de la sociedad reinó en la Colonia ante un estado flojo y sin expresión. Los dominadores habían
sido los grandes propietarios de tierras, el señorío rural, no sólo a través de la
descentralización el poder sino también de la modificación de su naturaleza, la cual dejó de ser
la función política para servir a intereses privados. Serían ellos quienes gobernaban, legislaban,
implementaban la justicia, guerreaban con las tribus del interior, en defensa de las poblaciones
próximas y a las haciendas. En síntesis, actuaban como verdaderos señores feudales.

Pienso que no es posible colocarse en una u otra de esas interpretaciones, por dos razones
principales: 1. Ellas se presentan como un modelo impuesto a espacios históricos diversos; 2.
Al separar radicalmente el estado de un lado y la sociedad del otro, tienden a excluir la
posibilidad del entrelazamiento de los dos niveles. P.53

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