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CÓMO HACERSE EL HARAKIRI EN 10 SENCILLOS PASOS (NO INTENTEN HACERLO EN SUS CASAS)

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JAVIER SANZ — 22 OCTUBRE 2015
Japón ha dado grandes inventos al mundo: el tren bala, los sudoku, los fideos
instantáneos, el karaoke… El harakiri, truculento ritual mediante el cual los
antiguos samuráis se rajaban las entrañas para suicidarse, es otra de esas
aportaciones genuinamente japonesas a la cultura universal. Estrictamente hablando,
eso de destriparse a espadazo limpio tampoco es tan japonés como pueda pensarse.
Los centuriones romanos ya se quitaban discretamente de en medio, dejándose caer
tripa abajo sobre su herreruza cuando eran derrotados en batalla. Los guerreros
íberos hacían otro tanto (la famosa “devotio ibérica”). Pero es innegable que los
japoneses de antaño supieron darle al macabro y pringoso asunto del suicidio un
toque de distinción.

Harakiri

Las razones que podían empujar a un samurái a hacerse el seppuku (término más
correcto que el vulgar «harakiri«) eran muy diversas. Podía ser un modo de aplicar
la pena capital a un reo, una alternativa para salvar el honor ante una derrota, o
incluso una forma de protesta. Pero uno no podía hacerse el seppuku de cualquier
manera. Había una serie de reglas y protocolos que, en la medida en que la
situación lo permitiese, era preciso observar para marcharse de este mundo con
estilo. Veamos en qué consiste la perfecta etiqueta para un suicidio ejemplar.

1. La indumentaria
Solo los samuráis podían hacerse el seppuku, y para un samurái el momento
culminante de su vida es, precisamente, el de la muerte. Para irse al otro barrio
con el debido decoro, hay que hacerlo ataviado con las mejores galas. En este caso,
un kimono de ceremonia, que vendría a significar más o menos lo que para nosotros
sería suicidarse de esmoquin. El color queda a gusto del consumidor, pero es
preferible el blanco. Huelga decir que el sujeto, llamémoslo “suicidante”, debe
presentarse debidamente peinado y aseado.

2. El lugar
El seppuku puede practicarse en cualquier sitio, según lo dicten las
circunstancias, pero los lugares más recomendables son las dependencias de un
templo, la propia casa o la celda donde uno se halle recluido. Los samuráis de alto
rango pueden optar por hacerlo al aire libre, en algún patio o jardincillo
acondicionado a tal efecto, mientras que los de condición más humilde, por regla
general, procederán a destriparse en habitaciones interiores. No se necesitan
grandes preparativos. Basta con una sencilla tarima, sobre la que el suicidante se
colocará para ejecutar la faena, y un pequeño cesto (u hoyo en el suelo) para
recoger su cabeza una vez debidamente cercenada. A partir de ahí, según el rango
social del suicidante, pueden añadirse más elementos y decorar el espacio con
cortinajes (siempre blancos), pasarelas, esteras de tatami, etc. Es preferible que
la iluminación sea más bien tenue, para hacer el espectáculo un poco menos
desagradable a los asistentes a la ceremonia. También es buena idea poner a quemar
cantidades generosas de incienso, para disimular en lo posible el hedor a vísceras
e higadillos.

3. El poema de despedida
El ritual del seppuku se realiza en el más estricto silencio, no hay lugar para que
el suicidante pronuncie sus últimas palabras. Pero siempre tiene la opción de
dejarlas por escrito, lo que se considera un gesto de gran elegancia. Un epitafio
de lo más estiloso antes de partir al más allá. Algunos de los versos más sublimes
de la literatura japonesa se han escrito, precisamente, como poemas de despedida.

4. Los testigos
Todo suicidio que se precie debe contar con la presencia de testigos que den fe de
que el suicidante ha quedado bien muerto tras el proceso. Se espera de ellos que
acudan a la cita vestidos de rigurosa etiqueta.

5. El asistente
Abrirse las entrañas es un asunto doloroso. Por mucho temple que tenga uno, es muy
posible que el dolor acabe haciéndole perder los papeles. No queremos afear tan
sublime del momento dando el espectáculo, así que, para ahorrar sufrimientos
innecesarios al suicidante y evitar mayores engorros, todo seppuku que se precie
debe contar con la figura del asistente, también llamado kaishaku. Su tarea
consiste en cortar la cabeza de un tajo limpio al sujeto una vez este ha terminado
de eviscerarse (más sobre esto en el punto 9). El asistente suele ser alguien
elegido por el suicidante, generalmente un amigo, aunque en caso necesario también
se puede contar con un kaishaku de oficio. Si bien de todo samurái se espera cierta
destreza con la espada, es preferible asegurarse de que el asistente tenga buena
mano, ya que decapitar a un hombre no es tarea precisamente fácil.

6.La herramienta
En vez de la espada larga, la famosa katana, poco manejable para estos menesteres,
lo ideal es usar la espada corta, llamada kodachi o wakizashi. También se puede
usar una daga, llamada tanto. Evidentemente, conviene que esté debidamente afilada.
Para mayor refinamiento y belleza estética, la espada ha de presentarse con la hoja
desnuda, sin guardamanos ni empuñadura, sobre una bandeja de madera. Antes de
entrar en faena, el suicidante envolverá la hoja en un trozo de papel o de tela
para no cortarse la mano al empuñarla.

7. La postura
El suicidante se posiciona sentado en suelo (al modo japonés) sobre un pequeño
estrado o tarima, a la vista de los testigos. Frente a él, al alcance de su mano,
se coloca la espada a utilizar en el seppuku. El asistente, por su parte,
permanecerá de pie detrás suyo en todo momento, listo para actuar cuando sea
necesario. Antes de empezar con la carnicería, el suicidante saluda a los testigos
con una reverencia. Ante todo, es importante mantener las formas. Una vez
concluidas las salutaciones, se despoja de la parte superior del kimono y se queda
con el torso al descubierto, para que la hoja penetre más fácilmente en la carne.

8.El corte
Llegamos al meollo del asunto, al seppuku en sí. La palabra «seppuku», igual que su
sinónimo vulgar «harakiri», significa «rajar la tripa» en japonés. Y eso es es
exactamente lo que hay que hacer. Se coge la espada y se la clava uno en el bajo
vientre; una vez hundida la punta en la barriga, se tira de la hoja para rasgar la
carne. Para hacer más fuerza, es recomendable asir el acero con ambas manos. Lo
habitual es sajar en sentido horizontal, de izquierda a derecha. Cuanto más largo y
profundo sea el corte, mejor. Si quedan arrestos suficientes, se puede dar un
segundo tajo, en dirección vertical, para quedar como un señor. Este seppuku en dos
cortes, en forma de L o de cruz, es el más habitual (ver imagen adjunta). Pero, en
realidad, llegados a este punto no hay reglas estrictas. Da igual el número o
dirección de las cuchilladas, el caso es rajarse bien rajado. El seppuku es un
asunto de honor, en el que uno ha de demostrar su hombría, así que cuantos más
tajos se dé, mejor. Hay registros de samuráis que llegaron a abrirse en canal de
arriba abajo, y otros se daban hasta tres y cuatro cortes antes de estirar
definitivamente la pata. Las posibilidades son infinitas.

Cortes más habituales


Cortes más habituales

9. El golpe de gracia
El instante preciso en que darle la puntilla al suicidante es un asunto delicado.
El “timing”, en última instancia, queda a entera discreción del asistente. En
algunos casos, para evitar sufrimientos, el kaishaku se realiza en cuanto el
suicidante hace el ademán de coger la espada, sin darle siquiera tiempo a
clavársela en el vientre. Pero lo habitual es esperar a que haya terminado con los
cortes y aguardar al momento justo en que empiecen a fallarle las fuerzas. Por la
cuenta que le tiene, es de agradecer que el suicidante coopere dejándose caer
levemente hacia delante, estirando el pescuezo, para que el asistente tenga un
mejor ángulo de corte. En caso de no tener a mano ningún asistente, el sujeto puede
guardar sus últimas fuerzas (si es que le quedan) para darse un tajo en el cuello
que acabe con su agonía.

10. Recogida y cierre


Una vez el sujeto está debidamente eviscerado y decapitado, se procede a retirar el
cadáver y limpiar el estropicio. Un criado recoge la cabeza y se la presenta a los
testigos, con lo que se da por concluida la ceremonia.

Naturalmente, cada caso es un mundo, y dependiendo de las circunstancias este


ritual podía variar bastante. Por ejemplo, si uno está huyendo a uña de caballo de
una hueste de enemigos y no quiere que lo cojan vivo, lógicamente no puede andarse
con demasiados remilgos para quitarse de en medio. Además, el seppuku es una
tradición muy antigua que ha ido evolucionando a lo largo de los siglos. Pero
podemos considerar los puntos arriba citados como una especie de decálogo estándar,
unas reglas generales por las que, en la medida de lo posible, debía guiarse todo
samurái que se quisiera destripar como Dios manda.

Eso sí, por lo que pueda pasar, rogamos a nuestros lectores que no intenten hacerlo
en sus casas.

Colaboración de R. Ibarzabal

Fuente: Seppuku: A History of Samurai Suicide – Andrew Rankin

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