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La

carne como espacio creativo individual e indeleble; desde el tatuaje al


piercing, pasando por las más diversas modificaciones corporales,
manifestaciones artísticas tan antiguas como el hombre, para muchos una
religión…

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Pedro Duque

Tatuajes
El cuerpo decorado

ePub r1.0
Zenón 05.11.2022

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Título original: Tatuajes
Pedro Duque, 1996
Foto de portada: Archivo de Pedro Duque

Editor digital: Zenón
ePub base r2.1

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Índice de contenido
Cubierta
Tatuajes
Prólogo
Atrocity exhibition
Introducción
Tinta a flor de piel
Capítulo 1
Urbi et orbe
Historia ilustrada
Capítulo 2
En los mares del sur
Una armadura cutánea
Entre caníbales
Capítulo 3
El fascinante Japón
Furor oriental
Capítulo 4
El gran Omi
Pieles en venta
Lobos de mar
De la piel del diablo
Capítulo 5
Marcar y cortar
Hierro en el cuerpo

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El talle de avispa
Capítulo 6
Artistas cárnicos
Nueva carne
Apéndice
Filmografía
Bibliografía
Revistas
Convecciones
Directorio de tatuadores
Agradecimientos
Sobre el autor

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ADVERTENCIA:
No intente realizar ninguna de las prácticas descritas en este libro por su cuenta.
Si insiste en realizarlas acuda a un profesional cualificado.
Ni el editor ni el autor se responsabilizan del mal uso de la información contenida en este
libro.

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Prólogo

atrocity exhibition

L a palabra tatuar procede del inglés tattoo, voz tomada a su vez de los
indígenas de la isla de Tahití en la Polinesia. El diccionario Espasa se
refiere al tatuaje como «costumbre muy extendida entre muchos pueblos de
Asia, Oceanía y América, y entre los marineros, gente del hampa etc., de los
países civilizados». Es evidente que actualmente todo el que lleva un tatuaje o
cualquier tipo de anillado —⁠piercing⁠— no es marino ni mucho menos un
hampón, aunque no sé si civilizado, pero ese es otro cantar. De un par de años
para acá han proliferado como setas después de la lluvia las personas que
gustan de llevar tatuajes y variopintas perforaciones en su piel y carne,
especialmente en los ambientes llamados «alternativos» (¡glups!), es como si
fuera una moda más. Moda que, por una vez, no va a ser pasajera ya que los
tatuajes no se pueden quitar y poner como una chaqueta o como se cambia el
corte de pelo. El «piercing» es diferente en cuanto a lo efímero, pues con el
tiempo muchas de esas perforaciones terminan por cerrarse si se las despoja
del metal que las sustenta. Algunas, claro, porque otras ni con cirugía. ¿Quién
no ha visto ya la famosa polla dividida en dos como si fuese bífida con cada
una de sus partes perforada y anillada de cabo a rabo? Su orgulloso poseedor
proclamaba a los cuatro vientos que le producía un intenso placer sexual. Él
juraba y perjuraba pero su capacidad de convicción debe de ser parca, puesto
que, a diferencia de otros piercings más populares, este modelo concreto no
ha conseguido arrastrar multitudes.
Por las calles de cualquier gran ciudad, incluso de provincias (en todas
partes hay modernos) se pasean auténticos faquires luciendo espectaculares
anillados y asombrosas ilustraciones en la piel, el Hombre ilustrado como
Ray Bradbury pretendía que las llamasen en lugar de simples tatuajes que le
parecía despectivo. No sé si la actualidad del tatuaje y el piercing significan
una vuelta al tribalismo o simplemente una forma de alegrar una personalidad
insulsa. No es intención tampoco de este libro sumergirse en profundidades
psicológicas sino meramente presentar una serie de modificaciones corporales
ante las que también cabe preguntarse si son una forma de arte o no.

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Paradojas de la vida, el hombre elefante lamentaba la incapacidad de la
cirugía para convertirlo en un ser normal y algunos seres aparentemente
normales se sirven de la más avanzada cirugía para transformarse en freaks.
La pasión de Orlan por que cada parte de su cuerpo sea una obra de arte: la
nariz de La Gioconda, la frente de no sé quién y la barbilla de no sé cuántos,
no ha hecho sino convertirla en una patética obra de arte abstracto. Todo
puede parecer una locura pero no deja de ser fascinante y la fascinación es un
plato exquisito para los voyeurs.
Pasen y vean.

MIGUEL ÁNGEL MARTÍN

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Introducción

introducción

No puede dudarse de que (el tatuaje) sea un estigma de degeneración psíquica


cuando procede de los pueblos salvajes. Por lo demás, el dolor que provoca su práctica
y la rareza misma de su propósito atestiguan suficientemente lo dicho. Así se encuentra
el tatuaje no solo en los delincuentes, sino en las clases bajas de la sociedad.
Enciclopedia Espasa Calpe.

E ste libro trata de las modificaciones más o menos permanentes que el


hombre ejerce sobre su cuerpo: tatuajes, anillados, escarificaciones y
ese tipo de cosas. Es este un tema extraño, incluso escandaloso. A pesar de
que, como veremos más adelante, la modificación corporal es tan antigua
como el hombre, es considerada por muchos como un arte, y está
extensamente representada en todos los pueblos de la Tierra; a pesar de eso,
aún es vista como algo vergonzoso y estrafalario.
¡Qué gran tragedia familiar es que la niña se haga un tatuaje en el muslo o
se coloque un anillo en el ombligo! La misma niña que se vio sometida en su
infancia a la dolorosa ceremonia tribal de perforarse los lóbulos de la orejas
con una aguja caliente y con unos trozos de hielo como única anestesia. La
abuela —⁠que como un chamán moderno dirigió todo el proceso iniciático con
eficacia complacida⁠—, jamás toleraría un pendiente que no fuera en las
orejas; el único lugar aceptable para las iniciaciones femeninas de nuestra
gran tribu.
No solo las abuelas —¡Dios las bendiga!⁠— consideran un tatuaje o un
anillado como algo aberrante. Es opinión muy extendida que un tatuaje es el
símbolo de un cerebro enfermo o criminal, y que una anilla en un pezón solo
puede ser producto de la mente de un degenerado o un salvaje. Esto
enmascara una buena dosis de hipocresía, una educación defectuosa o un
sentimiento xenófobo y eurocéntrico.
No se puede ignorar que el hombre ha sentido siempre, por un motivo u
otro, la imperiosa necesidad de cambiar su cuerpo. De hecho, las
modificaciones corporales pueden ser consideradas como una forma más de

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escapar a la muerte mediante algo que tenemos tan a mano como la extrema
consciencia de nuestra propia anatomía. Esa anatomía que se diluye en la
cotidianidad de las sensaciones, en la monotonía del sexo, en la uniformidad
del proceso: alimenticio o en cualquier otra de las funciones físicas que, con
el paso del tiempo, se convierten en una parodia mecanizada de la existencia.
El dolor moderado en un cuerpo sano nos hace sentir vivos, y acompañado
del adecuado ritual, como puede ser el deporte, el sexo, una escarificación o
un anillado, se convierte en algo muy parecido a la religión, o en la religión
misma, como saben bien los penitentes de todo el mundo.

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Me viene a la memoria una escena de la película Blade Runner en la que
el «NEXUS-6» de combate interpretado por Rutger Hauer, al sentir acercarse
el fin sin ver cumplida su venganza, se atraviesa la mano con un hierro
oxidado; el dolor aleja el fantasma de la muerte, despierta sus sentidos.
El dolor, el ritual y, en muchos casos,
su persistencia en forma de adorno
corporal, da a muchas personas la
sensación de escapar a la espiral de
degeneración física que conduce
inevitablemente a la extinción de nuestra
apreciada biología.
Por otro lado, tomar conciencia de
nuestra carne a través de los tatuajes u
otras formas de remarcación física puede
reflejar un intento preservar la propia
individualidad, personificándola, frente a Marcas al rojo vivo de una banda
neoyorquina.
la alienación de los homogeneizados
estereotipos impuestos por el estado, los «media» o nuestro conocido carácter
gregario. También puede darse el extremo opuesto, la agradable sensación de
pertenencia a un colectivo, la impresión de ingresar en un selecto club al que
pertenecen personas a las que admiramos que mantienen ideas que
compartimos.
Dejando a un lado estas calenturientas especulaciones y centrándonos en
la parte más frívola, la decoración en sí misma, deberíamos hacer un acto de
sincera constricción y recapacitar sobre nuestra propia conducta. Los métodos
que utilizan otros pueblos —⁠o nosotros mismos no hace demasiado tiempo⁠—
para decorar su cuerpo, están teñidos a nuestros ojos por la xenofobia con la
que defendemos nuestro propio concepto de belleza y fealdad. La cosmética
contemporánea, temporal o permanente, surge de una persistente y poderosa
inquietud por llegar a la perfección física según nuestro personal canon
occidental. Las perforaciones en los lóbulos de las orejas, la cirugía facial, el
tatuaje cosmético, los implantes de cabello, la liposucción, las hormonas y
tantas otras intervenciones radicales sobre el cuerpo, son actuales formas de
modificación corporal socialmente aceptadas, con una única finalidad:
alcanzar nuestro ideal de belleza. Sin embargo, cualquier cambio con ese
objetivo que nos sea extraño, es repudiado y ridiculizado. Una mujer africana
que soporta una docena de pesados collares sobre sus hombros para alargar su
cuello no es necesariamente más extravagante que una occidental que se

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atornilla en los pómulos trozos de hueso de su propio cráneo para mejorar su
óvalo facial. ¿O sí?
En cualquier caso, no es nuestra voluntad hacer juicios de valor, sino
mostrar algunas de las modificaciones a las que alegremente nos sometemos
con la intención de convertirnos en algo más hermoso, lo que es, muy
probablemente, la forma más antigua de arte.

tinta a flor de piel


Es curioso lo de los tatuajes. He hablado con varios centenares de hombres
condenados por homicidio; múltiple homicidio, en la mayoría de los casos. El único
denominador común que pude encontrar entre ellos fueron los tatuajes. Un largo
ochenta por ciento de ellos tenían muchos tatuajes. Richard Speck. York y Latham.
Smith y Hickock.
Truman Capote, Música para camaleones.

Nuestra piel, a pesar de ser extremadamente resistente, es también muy


receptiva a cualquier cambio que queramos introducir en ella. El tatuaje es la
modificación superficial más sencilla, y a la vez más elaborada, que el
hombre ha practicado a lo largo de su historia. Consiste básicamente en
realizar punciones en la piel con la suficiente profundidad como para que en
ellas se pueda alojar un pigmento. Para conseguirlo se puede utilizar cualquier
instrumento punzante: huesos de aves, espinas de pescado, conchas de tortuga
afiladas en sierra, dientes de tiburón, una caña de bambú, una aguja de cactus,
un alfiler, una hoja de afeitar o un trozo de cristal…, en fin, cualquier cosa
que perfore la piel.
A la vista de estas herramientas, podemos imaginar lo que supuso para el
arte del tatuaje y su difusión la invención de la moderna máquina eléctrica,
descendiente de la desarrollada en 1881 por Tom Riley. Los actuales modelos
son capaces de perforar la piel más de 2500 veces por minuto, y el dolor que
producen, sin ser desdeñable, no es ni remotamente comparable al que
produce un hueso de pollo percutido con un martillo, por ejemplo.
En cuanto a los pigmentos, los más populares durante mucho tiempo entre
delincuentes juveniles, presos, militares y demás aficionados han sido la tinta
china o la extraída de los bolígrafos, el betún, el sulfuro de las cerillas o
cualquier otro tipo de tinte accesible y a menudo repugnante.

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El más antiguo es el denominado «negro de humo», que se obtiene del
fondo de un plato o de una cuchara acariciados previamente por la llama de
una vela. Según los yacimientos arqueológicos, su uso se remonta a la
aparición del fuego, y como pigmento es al menos tan antiguo como el jugo
de las bayas o las tierras ocres.
Los antiguos piratas empleaban, como era de esperar, un proceso rápido,
tosco y doloroso: cubrían el contorno del dibujo con pólvora y la inflamaban,
la onda expansiva incrustaba las partículas del explosivo dentro de la piel y
perpetuaban el diseño. El resultado no era muy satisfactorio estéticamente
hablando, pero era práctico y muy masculino.
Si nos fijamos en los pigmentos que se utilizan por el mundo, podríamos
pensar que cualquier Cuerpo convenientemente pulverizado es válido: en los
mares del Sur se mezcla la cáscara chamuscada de unas nueces oleaginosas
utilizadas para hacer lámparas con aceite de coco y agua; en Indonesia se
mezclan cenizas con el jugo de la caña de azúcar; en Tailandia se obtiene el
tradicional color índigo de lagartos crudos; y en Egipto y otras partes del
norte de África se mezclan cenizas con grasa animal y pigmentos vegetales.
Otra variante norteafricana utiliza antimonio con Jugo de melón y cebada.
Todos los tatuadores africanos creen que la leche de mujer desinfecta y ayuda
a fijar el tatuaje, lo que jamás nos atreveríamos a poner en duda.

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En la actualidad, los tatuadores profesionales son mucho más higiénicos,
y poseen una extensa paleta de asépticos pigmentos minerales con dióxido de
titanio y óxido de hierro como base. Algunos de estos productos, sin embargo,
pueden llegar a provocar alergias o son muy tóxicos, por lo que determinados
artistas prefieren no utilizarlos o restringir su uso; es el caso del rojo, que
contiene cinabrio o sulfuro de mercurio, o el verde, que está compuesto de
óxido de cromo.
Romper la piel es muy fácil, introducir tinta en las heridas lo podría hacer
hasta un mono, pero ¿por qué querría un mono hacerse un tatuaje?
Sinceramente, no podemos responder a esa pregunta. Solo podemos esbozar
algunas motivaciones humanas:
1) como paso iniciático. La operación de tatuarse ha sido —⁠hasta la
reciente aparición de las modernas tecnologías⁠— dolorosa, agotadora y
arriesgada: un tosco instrumento de hueso u otro material afilado es
sumergido en un pigmento y rápidamente martilleado en la piel, extraído y
martilleado de nuevo, creando una densa superficie de heridas abiertas, con la
consiguiente pérdida de sangre y peligro de infecciones. Como si esto no
fuera suficientemente penoso, en ciertas partes del mundo se da mucha
importancia a zonas especialmente sensitivas, como la lengua, el pene, los
labios y los párpados.
El dolor es la iniciación, endurece el cuerpo y el espíritu, y el tatuaje es el
símbolo visible y permanente de ese rito de paso.
2) para adquirir una vistosa imagen de valor y fuerza. Como hemos dicho
más arriba, la operación primitiva del tatuaje es dolorosa y entraña ciertos
peligros. Es una prueba de potencia física y valor personal que permite al
individuo escalar en el sistema social. En ocasiones también cumple la
función de condecoración: los cazadores de cabezas de Borneo, los ibans, se
tatúan el dorso de la mano con el número de cabezas que han conseguido.
3) como arma sicológica. Es el casado los maorís, que afean aún más sus
impresionantes diseños faciales con muecas que distorsionan todo su rostro
justo antes de entrar en combate. Los primeros europeos que se encontraron
con «estos demonios pintados» ni se plantearon luchar contra ellos, estaban
demasiado ocupados huyendo.
Los tatuajes resultan un excelente inhibitorio de la agresividad, como
cualquier motorista sabe.
4) como incentivo sexual. En casi todas las culturas el tatuaje es
considerado como un seductor aditamento erótico, un enfatizador del cuerpo,

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una excitante decoración, En fin, esta es una historia tan vieja como el
mundo.
5) como protección mágica. En Oceanía y otras partes del mundo diseños,
más o menos geométricos de animales totémicos, son tatuados con la
esperanza de recibir su protección o su fuerza. Se utilizan, por ejemplo,
estilizados diseños de delfines en las piernas para escapar del ataque de los
tiburones. Sin necesidad de irnos tan lejos; muchos fogoneros, mecánicos y
operarios en las peligrosas máquinas de la Europa industrial de principios de
siglo, decoraban sus brazos en la creencia de que eso les daba más fuerza y
los protegía de los numerosos y sangrientos accidentes laborales.
También los guerreros de todo el
mundo tatúan sus cuerpos para agenciarse
así una armadura mágica que los proteja
de las heridas. Dragones, diablillos y
lemas humorísticos parecen ser
excelentes antídotos contra las balas. El
ronroneo de las máquinas de tatuar no
cesa en los frentes de guerra.
6) otro importante motivo Castrense
para hacerse con un tatuaje es el
asegurarse de que el cuerpo pueda ser
reconocido en caso de muerte y
Trabajador parisino. Foto: Cartier desfiguración. En las guerras mundiales
Bresson.
muchos reclutas se tatuaban su nombre
para que, en el peor de los casos, sus restos no llegaran a la madre
equivocada. Los caballeros cruzados, tan amigos del espectáculo, solían
tatuarse símbolos religiosos con la esperanza de ser enterrados cristianamente
si morían en tierra infiel. También resulta muy práctico para reconocer los
cadáveres que aparecen sin documentación en las morgues, pero no nos
extenderemos en este tema.
7) para adquirir determinadas características a través de diseños
ancestrales o totémicos. Por ejemplo, hay quien piensa que tatuándose un
tigre en la espalda recibirá la fuerza legendaria del animal, o que con una
señorita en bikini sobre el pecho se convertirá en un casanova.
8) para facilitar el paso al mundo de los muertos. Entre los dayaks de
Borneo se cree que sin tatuajes les es imposible a familiares y amigos
reconocerte en el otro mundo, lo que supone una eternidad vagando en
solitario. En el cielo de Borneo no existe un San Pedro.

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9) para asegurarse una entidad personal o de grupo. Existen muchos
diseños que tienen como finalidad identificar al poseedor como perteneciente
a una clase social, clan o tribu. En las grandes ciudades las marcas tribales
cada vez son más comunes, y se extienden entre bandas urbanas y grupos
ideológicos o raciales que comparten una identidad de grupo común, con
códigos personales y lugares de reunión propios.
10) para expresar sentimientos patriotas, ideológicos, amorosos… La piel
es una forma extrema de reafirmarse en las propias opiniones y de demostrar
a los demás lo importante que es para nosotros una idea. Durante la
Revolución Francesa, por ejemplo, fueron muy comunes los tatuajes de
consignas revolucionarias; uno de estos radicales se tatuó «muerte al rey» en
el antebrazo, su nombre era Bernadotte, y años más tarde sería coronado rey
de Suecia.
11) con fines médicos: como tatuarse el grupo sanguíneo o algún
tratamiento especial. Muchos médicos son partidarios de esta actuación en
casos graves.
12) como recuerdo turístico o para reseñar incidentes personales. Es el
caso de los marinos que se tatúan un motivo en cada nuevo puerto o de los
que utilizan su piel como un diario para recordar cada nueva novia, trabajo o
grupo de amigos. Suelen ser excelentes temas de conversación.
13) por motivos religiosos; muchos pueblos de los llamados primitivos
utilizan su cuerpo como escaparate para sus creencias y en algunos momentos
de la historia del cristianismo, tatuarse símbolos religiosos ha sido una
orgullosa demostración de fe.
14) para conseguir fama y fortuna exhibiéndose en circos, ferias,
televisión, etc… El mejor momento para este tipo de inversión fue el siglo
XIX. Actualmente existen algunos profesionales de las barracas, pero no ganan
ni para pagarse el desinfectante.
De todos estos motivos para colorearse la piel el proceso iniciático es el
más importante y extendido, incluso en las actuales sociedades tecnológicas.
En el mundo occidental no existe ninguna ceremonia física que simbolice el
paso de la infancia a la edad adulta. Muchos adolescentes parecen echarlo en
falta, y se infligen heridas superficiales o realizan peligrosas incursiones en el
campo de las proezas físicas que suelen acabar en pequeñas lesiones de un
carácter más o menos permanente, que son mostradas con orgullo por sus
alocados propietarios. El tatuaje llena ese vacío. El dolor y la marca indeleble
prueban el valor del joven, y suponen un acto lo suficientemente trascendente
y serio como para alejarse a la época infantil, en la que el dolor no se soporta

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«como un hombre» y la toma de decisiones importantes está en manos de los
adultos.
Si a esta sensación de madurez le sumamos el atractivo que tiene la
imagen del tatuaje para muchos jóvenes (asociada a piratas, motoristas y
guerreros), comprenderemos por qué el 80% de los tatuajes occidentales se
realizan a jóvenes de menos de 25 años y sus temas tienen tanta relación con
la adolescencia.

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Capítulo 1

urbi et orbe
De acuerdo con el informe oficial de la autopsia, la bala que comenzó la Primera
Guerra Mundial penetro a través de la cabeza de una serpiente tatuada en el cuerpo del
archiduque Francisco Fernando cuando fue asesinado en Sarajevo.
Dr. Stephan Oettermann, An Art as Old as Humanity.

H ace cincuenta años, antes de que nuestro ancho mundo se


transformara en la pequeña aldea global, existían grandes diferencias
entre los estilos de tatuajes locales. Los medios audiovisuales, la facilidad
para visitar lejanas tierras, y la proliferación de convenciones internacionales
y publicaciones especializadas, han permitido que alguien en Cuenca camine
por la calle con diseños de Borneo o que un habitante de la Polinesia tenga en
su espalda la etiqueta de Quina Santa Catalina. Los tatuadores occidentales
que han viajado a tierras lejanas para aprender arcanas técnicas nativas han
descubierto con consternación que los buenos salvajes están más interesados
en anclas y pin-ups que en la resurrección de su propio arte tradicional. Esto
hace un poco innecesario hablar extensamente de los tatuajes tradicionales,
pero sí es conveniente diferenciar algunos diseños clásicos:
1) tradicionales o americanos: tienen una fuerte línea negra bordeándolos,
sombras en negro profundo y brillantes colores. Sus motivos son de lo más
variado, aunque en sus inicios eran principalmente temas marineros, eróticos
o alusivos a los sencillos placeres de la vida: las mujeres, el juego y el
alcohol.
2) tribales: hechos en color negro, de aspecto sólido y pesado, con diseños
silueteados. Los más populares son los diseños esquemático y simbólicos de
las islas del Pacífico, en especial de la tradición maorí (moko) de Nueva
Zelanda.
3) orientales: diseños muy bien concebidos, habitualmente inspirados en
símbolos y mitología del Extremo Oriente, que cubren el cuerpo en su
totalidad como si se tratara de un lienzo viviente, Silos tatuajes son parciales,
están pensados con la intención de que con el tiempo se extiendan por todo el

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cuerpo, al contrario del estilo occidental, que sitúa varios tatuajes dispersos
sobre la piel sin ningún nexo en común o unidos por sombras grises. Estos
tatuajes tienen un acabado especial, de colores muy vivos y diseños muy
impactantes. La técnica japonesa del horimono, de la que hablaremos más
adelante, es la más conocida y la que produce resultados más imponentes.
4) de línea fina: trabajos que se realizan utilizando líneas muy finas, con
lo que se consigue un gran detalle y un acabado delicado.
5) realistas: trabajos de calidad fotográfica. Son corrientes los retratos,
escenas de la vida salvaje o paisajes.
6) trabajos en blanco y negro: tal cual, tatuajes en negro con sombras en
gris.
7) de encargo: un diseño hecho al gusto del cliente, que puede llevarlo ya
dibujado o pedir al tatuador que se lo dibuje. Si el tatuador es bueno seguirá
los pasos que se le indiquen casi como si fuera un retrato robot, hasta que el
parroquiano esté convencido de que eso es lo que desea.
8) de aficionado: estos tatuajes se distinguen por la tosquedad de su trazo
y lo rústico de sus diseños, casi siempre de color azul, aunque, en contadas
ocasiones, se encuentren algunas obras maestras del arte primitivo. Se hacen
utilizando cualquier objeto punzante y perforando con él la zona que se desea
tatuar después de sumergirlo en el pigmento. Este tipo de tatuaje es fruto de la
necesidad o la ignorancia y suele darse en instituciones penitenciarias,
cuarteles y bandas juveniles. Ejemplos típicos son los puntos situados en el
dorso de la mano, el entrañable «AMOR DE MADRE» o el exultante «SOY
NOVIO DE LA MUERTE».

historia ilustrada
Junto a Periclímeno estaba el taciturno Ascálafo, un hijo del dios Ares y Astíoque,
cuyos brazos estaban tatuados con figuras de lagartos.
Robert Graves, El vellocino de oro.

Los primeros seres humanos nómadas sintieron la necesidad de


individualizarse de sus semejantes, de reconocer a sus compañeros de clan y

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ser reconocidos por ellos; para conseguirlo utilizaron lo que tenían más a
mano: su piel.
Es imposible saber a ciencia cierta si en época prehistórica ya se
utilizaban marcas corporales, pero varios huesos apuntan a ello, Durante el
periodo Neanderthal, los esqueletos de los muertos eran pintados con rojo
ocre y cincelados con motivos geométricos. Este tipo de prácticas mortuorias
está en relación con la idea de la supervivencia después de la muerte: el rojo,
el color de la sangre, es el color de la vida.
Es muy probable que este tipo de
magia asociativa se utilizara también en
pinturas más o menos permanentes sobre
la piel aún viva.
Otros vestigios, como las pinturas de
Altamira y Lascaux, están relacionados
con un cierto gusto por el adorno, y el
orondo cuerpo de algunas venus de piedra
está cubierto con pinturas ocres y
muescas decorativas: una licencia
artística o un retrato fiel de las top-models
del momento. Nunca lo sabremos.
Mucho más claros son los diseños
corporales en estatuas egipcias del quinto
milenio antes de Cristo, de los que,
gracias a nuestras viejas amigas las momias, se puede asegurar que se
corresponden con marcas reales. La momia tatuada más antigua que se
conoce es la de la sacerdotisa de Hathov, de la undécima dinastía del antiguo
Egipto que bailó para la diosa de la belleza 2200 años antes de Cristo con tres
sugerentes hileras de signos grabadas en el bajo vientre. Otro famoso tatuaje
momificado que ha llegado hasta nosotros es el encontrado en el cuerpo de un
niño egipcio de al menos 4000 años de antigüedad. El joven aristócrata tenía
el diseño de una deidad solar tatuada en su piel con una aguja de hueso, en la
incisión se había introducido una mezcla de hollín y grasa animal, el mismo
procedimiento que se utiliza actualmente en el norte de África, Las marcas
corporales de muchas otras momias egipcias, sudamericanas y asiáticas,
prueban que los tatuajes o escarificaciones no son un invento moderno.
Los nombres gaélicos de bretones y pictos derivan de su costumbre de
decorarse; la palabra picto es la exacta traducción al latín (picti) del nombre
indígena «breiz», que significa pintado. Los soldados romanos llamaron

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«pintados» a los celtas porque estos, durante la lucha, se desnudaban y
mostraban sus cuerpos con extraños símbolos tribales, sus nombres traducidos
a imágenes o talismanes, tatuados en ellos, Utilizaban para tatuarse pigmentos
de origen vegetal que destilaban mediante un proceso sucio y maloliente, por
lo que las familias que ejercían este trabajo no estaban muy bien consideradas
y vivían apartados del resto de la tribu. Todavía durante el s. VII San Isidoro
de Sevilla destaca la costumbre de los pictos de Escocia de distinguir su linaje
mediante tatuajes.
Julio Cesar explica en La guerra de las Galias el terror que los diseños de
los guerreros celtas inspiraban en sus hombres, lo cual, considerando la
afición por el tatuajes de las legiones imperiales, era sin duda era una
exageración. Los legionarios romanos solían cubrir el dorso de su mano con
el nombre de su general o un gavilán (símbolo de su pertenencia al ejército), y
no eran extraños los dibujos eróticos, humorísticos o alusivos a su oficio
común en la soldadesca de todas las épocas.
Entre los terribles imperios bárbaros del Este de Europa el tatuaje también
era moneda corriente; en especial entre los famosos guerreros nómadas
escitas, que merodeaban por las estepas de Mongolia y Siberia. Tenemos esta
certeza gracias al cuerpo de un soldado escita encontrado entre los hielos de
las estepas orientales de Rusia, cerca de Mongolia, en 1947. Su cadáver,
perfectamente conservado por el hielo desde el s. V antes de Cristo,
presentaba varios tatuajes: líneas paralelas azules en la parte inferior de su
columna vertebral, una cruz tras sus rodillas izquierda y bandas en sus
tobillos. Lo más interesante de este descubrimiento es la situación de los
tatuajes, que quedaban ocultos por la ropa, lo que permite suponerles un uso
privado y no un distintivo externo.
El cristianismo acabó de raíz con la tradición del tatuaje en Occidente. El
cuerpo, hecho a la imagen y semejanza de Dios, era su templo, y mancillarlo
con toscos dibujos sería una blasfemia. La Biblia es muy clara al respecto,
leemos en el «Levítico»: «No os haréis incisiones en vuestra carne por un
muerto ni imprimiréis en ella figura alguna, Yo, Yavé». En otros textos se
justifica la prohibición del tatuaje por la salida de los hebreos de Egipto,
donde fueron esclavos y marcados como tales, lo que es una buena razón para
que el tatuaje no fuera muy popular entre las tribus de Israel.
Para contentar a todos, las Revelaciones de San Juan mencionan un signo
que Yavé instó a los hebreos que se grabaran en la cara. El «Tau», el sello
divino, el signo de los elegidos, que se correspondería a la T que según parece
los hebreos llevaban en la frente cuando huyeron de la esclavitud. En realidad

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nunca sabremos si esta es una más de las frecuentes licencias poéticas bíblicas
para expresar los altos pensamientos hebreos, o si realmente se marcaban la
frente con el sello de Dios en una muestra de fervor decorativo.
Es muy probable que muchos de los más antiguos prejuicios contra los
tatuajes se deban a que desde la Antigüedad los esclavos eran tatuados. El
signo para reconocerlos, alto sobre la frente, podía ser oportunamente
ocultado por el pelo en el caso de un cambio en la escala social. Para evitar
que un peinado arruinara la posibilidad de reconocer a un esclavo, y por tanto
perder una buena inversión, la marca ardiente se trasladó entre los ojos. Los
romanos los llamaban con un genuino sentido del humor, «letrados», en su
significado de intelectual. Otro chiste en esta línea decía «no hay mejor
lectura que un esclavo de Samos», porque, al parecer, los habitantes de esta
isla estaban profusamente tatuados. También los llamaban caelatos,
cincelados, por que sus cuerpos estaban trabajados como auténticas obras de
arte.
La tradición griega del tatuaje debía de ser muy rica, pero nos han llegado
escasos testimonios, Sabemos que en la cultura prehelénica las decoraciones
corporales eran abundantes; los griegos arcaicos, igual que los indios
norteamericanos, registraban los acontecimientos pictográficamente, y de la
misma manera tatuaban sus cuerpos. En Creta predominaban serpientes, toros
y otros motivos religiosos. Ya en la Grecia clásica era práctica común marcar
a los prisioneros con una lechuza, el pájaro dedicado a Minerva, y a los
esclavos con un símbolo de su condición, el logo de su amo o con motivos
aún más caprichosos. Herodoto cuenta que también ciertos gobernantes y
hombres importantes estaban tatuados: los sacerdotes con un sol en el muslo,
los arquitectos con un triángulo en el brazo izquierdo y los intérpretes con un
loro en el pecho. Pero en realidad, son pocos los testimonios que nos han
llegado de este arte en la antigüedad clásica.
Algunos primitivos cristianos adoptaron esporádicamente el tatuaje como
signo de su fe en la forma de peces, cruces u otros símbolos piadosos,
seguramente una pervivencia de viejas costumbres paganas y una buena
forma de reconocer a los hermanos de fe en épocas en la que el cristianismo
era una religión minoritaria e incluso perseguida. En este caso el tatuaje
cumplía una de sus funciones más populares: la de carné de socio.
En la Edad Media la práctica de la decoración corporal fue condenada
tajantemente por la Iglesia como idolatría, práctica bárbara y superstición; su
uso permaneció, sin embargo, aunque muy limitado a los casos de extremo
fervor religioso o brujería. Las mujeres católicas de Bosnia y Herzegovina se

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hacían tatuar cruces, ruedas y otros símbolos religiosos en las muñecas, los
brazos y el pecho en el Día de la Anunciación o en Semana Santa. Las
encargadas de las agujas eran las ancianas y la excusa, impedir el avance de la
huestes islámicas. La misma práctica y en especial la escarificación (cortes a
los que no se les añade pigmento alguno pero que producen cicatrices
permanentes) se llevó a cabo en conventos y monasterios como complemento
de los duros castigos corporales en mayor honor del Altísimo. En cualquier
caso, estas drásticas pruebas de devoción solían ser consideradas herejía
cuando no algo peor.
Los caballeros cruzados también eran aficionados a los motivos religiosos
y de fervor guerrero en partes bien visibles de su cuerpo, con ello pretendían
ser reconocidos como cristianos y cruzados, algo muy prestigioso en el
momento, y ser enterrados adecuadamente si morían en los desiertos infieles.
Igualmente se trataba —⁠junto con huesos de santos y astillas de la Veracruz⁠—
del souvenir preferido de Tierra Santa. Dicen que Ricardo Corazón de León
volvió a Inglaterra con una cruz tatuada como recuerdo de su estancia en
Jerusalén.
Especialmente curiosos son los tatuajes de los cristianos coptos de Egipto,
cuyos antiguos diseños naif parecen tener siglos de antigüedad. Aún hoy en
día, en cualquier calleja de El Cairo, se encuentran artesanos que enseñan sus
rústicos diseños de inspiración cristiana junto con dibujos de origen incierto,
su función (además de la acostumbrada como talismán mágico) es mostrar
que no son musulmanes en un territorio mayoritariamente musulmán: es un
acto de fe. Estos tatuadores ejercen su trabajo en esterillas en plena calle, y
utilizan máquinas caseras hechas con madera o lata y un rústico motor unido a
una batería de automóvil. Los conceptos de higiene y sanidad son
desconocidos para estos artistas; no solo la aguja es un grueso clavo afilado
en una piedra, sin posibilidad alguna de ser cambiado, sino que su negocio se
encuentra en una vieja alfombra que reposa en el suelo entre basuras y
excrementos de camello. Su pigmento preferido es una especie de betún al
que añaden ostensiblemente su propia saliva para hacerlo más manejable. El
mérito es sobrevivir.
A pesar de que, como decíamos, en las épocas más duras del
fundamentalismo religioso los tatuajes eran considerados como la marca del
diablo, la excusa piadosa ha sido común en toda la cristiandad para hacerse
con una buena pieza. Aún hoy en día, los motivos más frecuentes en el pueblo
llano son los cristos, las vírgenes o los sagrados corazones. El grado de

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peligrosidad del individuo va en relación con el tamaño del tatuaje: cuanto
más grande es el cristo más precauciones se deben tomar.

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Los pueblos islámicos también lo han tenido difícil a la hora de decorar su
cuerpo; en el antiguo Egipto, cantantes, bailarines y cortesanas, se tatuaban
con círculos y líneas armoniosamente dispuestas sobre el pubis, los muslos y
los glúteos con fines eróticos, finalidad que, junto con la magia y la medicina,
era extensamente compartida por muchos pueblos árabes. Con la llegada del
Corán los tatuajes fueron considerados (cómo no) demoníacos; de hecho, la
oración no es posible sin un cuerpo inmaculado, lo que se consigue con
abluciones de agua o, ante la dificultad de encontrar cualquier líquido en el
desierto, de simbólica arena. Difícilmente se puede elevar plegarías a Alá con
una bayadera en el pecho, por muy enérgicamente que la frotemos con arena.
Pero lo cierto es que en muchos países islámicos del norte de África se
utilizan los tatuajes con fines medicinales, y en otros, como Filipinas, muchos
creyentes se pasan la prohibición coránica por el forro del taparrabos ante el
peso de las antiguas tradiciones autóctonas.
Los nativos americanos usaban las marcas tribales como armas
psicológicas, para confundir e intimidar a sus enemigos. Utilizaban espinas
para la punción y hollín o el jugo de ciertas bayas como pigmentos. Los
vichita fueron llamados por los primeros blancos pawnee picts por sus
tatuajes; en el Noroeste se tatuaban su animal totémico; y los pima de Sonora
y las tribus del México atlántico se tatuaban el nombre de su tribu. Los mayas
también conocían los dibujos en la piel y un gran número de indígenas
sudamericanos practican primitivos tatuajes, consistentes, sobre todo, en
pequeñas marcas en la boca y las mejillas. En el caso de los mundrucos de la
amazonia, el dibujo es muy extenso, y cubre la cara y el cuerpo con largas
líneas paralelas.
América se empleó enérgicamente en la decoración cutánea durante la
trata de esclavos africanos, que eran identificados con una marca al rojo vivo
en el pecho, lo que ahora las bandas urbanas y modernos llaman «branding».
Marcas similares se establecieron en el código penal francés durante el Primer
Imperio: los ladrones eran identificados con una flor de lis (como la perversa
ayudante del cardenal Richelieu, Milady de Winter, en la novela de Alejandro
Dumas Los tres mosqueteros) o una V en el hombro. Los convictos a galeras
se merecían más texto y eran marcados con las siglas GAL. Esta marca
ardiente se abolió en Francia en 1832, veinte años después de que la policía
dejara de utilizarla.
En el caso de los campos de concentración nazis, es más doloroso por su
cercanía: aún numerosos ancianos europeos llevan la marca de la infamia en
su cuerpo. Una serie de números y letras, la identificación correspondiente al

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campo, era grabado en el antebrazo izquierdo de los prisioneros. Si iba
precedido de una delta mayúscula los identificaba como judíos. Goebels
propuso a Hitler que los hombres pertenecientes a las SS llevaran estas
iniciales junto con su grupo sanguíneo en la axila. Esto daría preferencia a sus
miembros en la asistencia médica y permitiría identificar a los desertores. La
idea no cuajó, para desgracia de los cazadores de nazis.
Los distintivos profesionales han sido un motivo tradicional en los
tatuajes. En la Europa medieval era de uso común por parte de los gremios,
fuertemente jerarquizados y bastante poderosos, tatuarse los símbolos de su
oficio. Estas marcas profesionales hacían las funciones de un documento
acreditativo en una época en la que apenas nadie sabía leer y escribir. Eran
además tan válidas como un diploma y mucho más difíciles de perder.
También servían para que los obreros y artesanos que viajaban por el
continente dieran a conocer su oficio sin la necesidad de saber el idioma,
bastaba mostrar el tatuaje para pedir trabajo. El profesor Lacassagne, autor del
clásico delirio Les tatouages (Paris, 1881) da una lista de estos tatuajes
gremiales:
—los canteros eran los trabajadores itinerantes por excelencia,
constructores de catedrales y otras obras de trascendental importancia por
toda Europa, y en los que el tatuaje era más valioso: lucían una escuadra, una
plomada, un compás, un cincel y un martillo.
—los herreros, un yunque y un martillo.
—los matarifes, la cabeza de una res sobre dos cuchillos cruzados.
—los carpinteros, un plano y clavos.
—el zapatero, una lezna y una bota.
—el marinero, un ancla…
Con la progresiva decadencia del sistema feudal durante el s. XVI
comenzaron a desaparecer los gremios y sus rígidos monopolios, la burguesía
rompió la inmovilidad social y ya solo los hombres apasionados por su
trabajo conservaron estas marcas profesionales.
El redescubrimiento del tatuaje por los occidentales tuvo lugar durante las
grandes travesías marítimas. Piratas, balleneros, soldados, desertores,
aventureros, misioneros y todo tipo de escoria vagaban por las islas del
Pacífico durante los siglos XVIII y XIX. En ocasiones eran recibidos por
perfumadas jovencitas que los cubrían de flores y cuyos orgullosos padres les
convertían en reyezuelos de sus templadas playas. En otros casos el comité de
bienvenida eran feroces guerreros que solo pensaban en colgar sus cabezas
del techo de una choza y hacer una barbacoa con sus costillas. El resultado

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final siempre fue el mismo: los nativos esquilmados por las nuevas
enfermedades que los barcos almacenaban en sus sentinas, abatidos por el
plomo de los mosquetones o esclavizados para extraer la codiciada copra.
Los aventureros que no enriquecían la dieta de los caníbales o no
acababan enredados en los perfumados brazos de las nativas, solían volver a
sus muelles de origen con la marca indeleble de una costumbre bárbara que
hacía tiempo que no se practicaba en el viejo continente. Sus caras, brazos y
pechos adornados con caprichosos motivos fueron el reclamo que exhibían en
muelles y arrabales para dar comienzo al relato de sus aventuras por mares
lejanos; historias de tesoros, monstruos, caníbales y vírgenes. Estos marinos
que habían construido imperios, arrasado poblaciones, escapado a sangre y
fuego de peligros y placeres, se convirtieron para sus paisanos, que rara vez
tomarían otro camino que no fuera el que se dirigía hasta los por entonces
incipientes núcleos industriales, en héroes, y sus tatuajes en las medallas que
se niegan a los de su clase. Así, muchos desheredados imitaron este nuevo
arte con sus toscos conocimientos, conmemorando sus tristes aventuras
vitales, quizá para hermanarse con esos que habían nacido como carne de
cañón y gracias a su audacia y falta de escrúpulos, se convirtieron en reyes.

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Capítulo 2

en los mares del sur

Retrocedió aterrorizado cuando el enfermero le presentó la imagen de una terrible


cara tatuada frente a él. Era una máscara maorí. Las mejillas, la barbilla, la nariz y los
párpados estaban decorados con bandas y florituras. A lo ancho de la frente se extendía
la palabra Nomad. Foyle miró, y entonces emitió un alarido agónico. La imagen estaba
en un espejo. El rostro era el suyo.
Alfred Bester, Las estrellas mi destino.

S obre el capitán Cook recae el honor del redescubrimiento para los


occidentales de los más famosos tatuados de la era moderna. En su
diario de Julio de 1769 escribe sobre los nativos tahitianos: «Hombres y
mujeres pintan sus cuerpos. En su lengua, esto es llamado tatau. Se hace
inyectando color negro bajo la piel de tal modo que el trazo es indeleble».
A finales del siglo dieciocho, el tatuaje era ampliamente practicado en la
Oceanía oriental. En las Islas Marquesas, el cuerpo completo era tatuado con
espectaculares motivos; igualmente impactantes eran los diseños maorís, que
empleaban afilados punzones para elaborar los profundos tatuajes faciales de
los hombres y las barbillas de las mujeres. En la Polinesia occidental, los
hombres samoanos estaban profusamente tatuados en los glúteos y muslos,
una costumbre imitada en Tonga y, de diferente forma, en Fiji, donde las
mujeres llevan estas marcas tanto como los hombres. En Tahití hombres y
mujeres alternan decoraciones arqueadas en muslos y glúteos con motivos de
estrellas y círculos en el pecho y los brazos.
Los tatuajes tahitianos fascinaron a los primeros visitantes europeos, que
estaban obsesionados por su sociedad y, sobre todo, por su sexualidad,
Algunos oficiales y muchos marineros, incluidos algunos de los amotinados
del famoso Bounty, se tatuaron en Tahití y en otras islas de los mares del Sur
en los siglos XVIII y XIX. Los diseños causaron furor por todos los puertos del
mundo, y despertaron el interés por la costumbre en otras tierras e incluso por
su pervivencia dentro de la misma sociedad occidental. Esto fue el comienzo
de una moda entre los marinos británicos, que se extendió rápidamente entre

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las clases bajas y marginales de Europa y Norteamérica, llegando hasta
nuestros días.
Incluso el término tatuaje pertenece, como tabú, al pequeño pero
importante grupo de palabras europeas provenientes de los lenguajes de la
Polinesia, Se supone que su origen es la expresión tahitiana y samoana tatau,
que deriva de tau, dibujar, que pasaría a la lengua inglesa como «tattoo»,
donde fue introducida por el capitán Bougainville, que navegó durante 1766 y
1769 por los mares del Sur.
El barco del capitán Cook, el Endeavor, zarpó de Inglaterra el 16 de
agosto de 1768 con el botánico Sir Joseph Banks, uno de los ilustradores
científicos con más talento de su época, a bordo. A su llegada a Tahití, el 11
de abril de 1769, Banks comenzó a documentar la cultura nativa y a hacer
numerosas referencias a los tatuajes de los indígenas en sus diarios «Todos
están marcados en diferentes partes de su cuerpo de acuerdo con su carácter o
las diferentes circunstancias de su vida». Describió los tatuajes como
representaciones de animales y figuras humanas junto con «hermosos
círculos, medias lunas y ornamentos», el pigmento como «extraído quemando
alguna clase de nuez oleaginosa»; y el instrumento del tatuador como un
objeto de hueso que era sumergido dentro del pigmento antes de hacer las
punciones en la piel con un pequeño martillo.
Herman Melville, autor de la inmortal
Moby Dick, viajó por la Polinesia casi un
siglo después que Banks, con la relativa
desgracia de ser hecho prisionero por una
tribu de encantadores caníbales en las
Islas Marquesas. Durante el tiempo que
pasó con sus amigables captores, tuvo
ocasión de extrañarse por la bárbara
costumbre que describe en Taipí, un edén
caníbal, su libro de recuerdos: «Pero lo
más notable en el aspecto de este
espléndido isleño era el complicado
tatuaje exhibido en cada uno de sus
nobles miembros. Todas las líneas
imaginables, curvas y figuras, se
delineaban por todo su cuerpo, y en su
grotesca variedad y su infinita profusión,
solo pude compararlas a los apretados

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grupos de extrañas formas que a veces vemos en piezas costosas de encaje. El
más sencillo y notable de todos esos ornamentos era el que decoraba el rostro
del jefe. Dos anchas bandas de tatuaje, separándose desde el centro de su
coronilla afeitada, cruzaban ambos ojos —⁠tiñendo los párpados⁠— hasta un
poco por debajo de ambas orejas, donde se unían con otra banda que se
extendía en línea recta por los labios, formando la base del triángulo. El
guerrero, por la excelencia de sus proporciones físicas, podía haber sido
considerado seguramente como un noble por naturaleza y las lineas trazadas
en la cara quizás indicaban su rango». Melville aprovechó su cautiverio para
estrechar relaciones con las predispuestas antropófagas, y no pareció
importarle mucho que las bellezas locales estuvieran tatuadas. Así describe la
decoración de una amiga: «Las mures están muy poco adornadas de ese
modo, y Fayaway, junto con todas las demás muchachas de su edad, lo estaba
menos aún que las mujeres más avanzadas en edad… Tres menudos lunares,
no mayores que cabezas de alfiler, decoraban cada labio, sin ser visibles en
absoluto a cierta distancia. En la caída de los hombros estaban trazadas dos
líneas paralelas, a media pulgada de distancia, y quizá de tres pulgadas de
largo, con su intervalo lleno de figuras delicadamente ejecutadas. Esas
estrechas bandas de tatuaje, así colocadas, siempre me recordaban esas franjas
de encaje de oro que llevan los oficiales en uniforme de diario, para indicar su
rango en lugar de las charreteras».
Melville (¡viejo zorro!) encontraba incluso atractivos los tatuajes
femeninos, lo que nunca reconocería el taciturno Capitán Cook, que también
visitó Nueva Zelanda en 1769, donde Banks escribió la primera descripción
del trabajo Moko, el hermoso estilo maorí de tatuar. Sir Joseph Banks
escribió: «Es imposible dejar de admirar la extrema elegancia y precisión de
las figuras trazadas, que cubren la cara con diferentes espirales, y el cuerpo
con diferentes motivos, un tanto parecidas a los follajes de los antiguos
grabados sobre oro y plata. Todos ellos están acabados con un gusto y una
ejecución magistral, viendo un ciento de ellos a primera vista, pueden parecer
todos el mismo, pero después de un examen detenido, no recuerdo haber visto
dos iguales». De hecho, los tatuajes de los maorís y de otros lugares de la
Polinesia, tienen complejos significados. La cara está dividida en varias
partes: en la frente está tatuado el rango; las sienes describen la posición en la
vida; la parte frontal de los pómulos el linaje y en su parte lateral el número
de esposas; la parte delantera de las mejillas está reservada para la firma del
guerrero y a continuación se describe el trabajo que desempeña dentro de la

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tribu; sobre la barbilla se encuentra el Mana, palabras de poder con carácter
sagrado, que desempeñan la función de un amuleto personal.
Es asombroso comprobar como esos complicados diseños se llevaban a
cabo en una superficie tan difícil como la piel humana, y siguiendo además un
proceso tan rudimentario y doloroso. Si tenemos en cuenta que era imposible
que la operación se realizara de una sola vez, y que los dolores que infligían
al lienzo viviente eran terribles, la simetría y la precisión de los dibujos es
milagrosa.
Nuestro amigo Melville describe cómo se tatúa en las Islas Marquesas:
«Observé un hombre tendido de espaldas en el suelo que, a pesar de la
forzada compostura de su rostro, era evidente que sufría mucho dolor. Su
atormentador se inclinaba sobre él, trabajando con entusiasmo como un
cantero, con mazo y cincel. En una mano tenía un palo corto y delgado, con
un diente de tiburón en la punta, en cuyo extremo golpeaba con un pequeño
trozo de madera parecido a un mazo, pinchando así la piel, y llenándola con la
materia colorante en que mojaba el instrumento. En el suelo había un casco de
coco lleno de ese fluido. Se prepara mezclando con un jugo vegetal las
cenizas del armor (nuez oleaginosa) y la nuez de las candelas, siempre
conservadas con ese fin. Al lado del salvaje, y extendidos en un trozo de
tappa (tejido de fibras naturales) sucia había un gran número de curiosos
instrumentos negruzcos, de hueso y madera, usados en los diversos aspectos
de ese arte. Unos pocos acaban en una sola punta fina y, como lápices muy
delicados, se empleaban para dar los toques de acabado, o para actuar sobre
las partes más sensibles del cuerpo, como era el caso en el ejemplo presente.
Otros presentaban varias pintas situadas en línea, de modo algo parecido a los
dientes de una sierra. Estos se empleaban en partes más recias del cuerpo, y
sobre todo, para pinchar señales rectas. Algunos presentaban las puntas
dispuestas en pequeñas figuras que, colocados sobre el cuerpo, se les hacía
dejar su impresión indeleble con un solo golpe de mazo. Observé unos pocos
mangos que estaban misteriosamente curvados, como dispuestos para
introducirse en el orificio del oído, quizá con intención de poner tatuajes en el
tímpano. En conjunto, el espectáculo de esos extraños instrumentos me
recordó esa exhibición de objetos de aspecto cruel, con mango de madreperla,
que se ven en sus estuches forrados de terciopelo junto a la mano del dentista.

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»El artista, en esta ocasión, no estaba ocupado en un dibujo original, ya
que su sujeto era un venerable salvaje cuyo, tatuaje se había puesto un poco
borroso con la edad y necesitaba algunas reparaciones, por lo que estaba
meramente ocupado en retocar la obra de algunos antiguos maestros de la
escuela taipí, trazada en el lienzo humano que tenía delante. Las partes en que
trabajaba eran los párpados, donde una franja longitudinal cruzaba el rostro de
la víctima.
»A pesar de todos los esfuerzos del pobre viejo, diversos espasmos y
retorcimientos de los músculos de la cara denotaban la exquisita sensibilidad
de esos postigos de las ventanas de su alma que ahora hacía repintar. Pero el
artista, con un corazón tan endurecido como el de un médico militar,
continuaba su realización, animando sus esfuerzos con un salvaje canturreo, y
golpeando todo el tiempo tan contento como un pájaro carpintero».
El marino sin embargo, no apreciaba lo suficientemente el arte local como
para participar en la experiencia. «Tan profundamente absorbido estaba en su
trabajo, que no había observado nuestro acercamiento, hasta que, tras disfrutar
de una visión sin molestias de la operación, decidí atraer su atención. Tan
pronto como me percibió, suponiendo que le buscaba en su calidad
profesional, me agarró con un paroxismo de placer, y mostró una gran ansia
por empezar el trabajo. Sin embargo, cuando le di a entender que había
equivocado por completo mis intenciones, nada pudo superar su dolor y
decepción. Pero, recuperándose, pareció decidido a no dar crédito a mi
afirmación, y empuñando sus herramientas las blandió en temible proximidad
a mi cara, realizando una imaginaria ejecución de su arte, y lanzándose a cada
momento a una exclamación admirativa de la belleza de sus diseños.
Aterrado solo de pensar que quedara horrible para toda mi vida si el
miserable ejecutaba en mí su propósito, luché por escapar de él, mientras
Kory-Kory, haciéndome traición, permanecía quieto, y me rogaba que
atendiera a la ultrajante petición. Ante mis reiteradas negativas, el excitado
artista se puso fuera de sí, y quedó abrumado de pena por perder una
oportunidad tan noble de distinguirse en su profesión.
La idea de injertar su tatuaje en mi piel blanca le llenaba de todo el
entusiasmo de un pintor: una vez tras otra, me miraba a la cara, y cada nueva
observación parecía aumentar la vehemencia de su ambición. No sabiendo a
qué extremos llegaría, y estremecido ante la catástrofe que podría infligir a mi
rostro, intenté entonces desviar de él su atención, y extendiendo el brazo en
un acceso de desesperación, le hice señal de que empezara sus operaciones.
Pero él rechazó el compromiso, indignado, y siguió su ataque contra mi cara,

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como si nada menos que eso le pudiera satisfacer. Cuando su índice cruzó mis
rasgos, trazando los bordes de esas bandas paralelas que iban a rodear mi
rostro, se me abrieron las carnes en los huesos. Por fin, medio loco de terror y
de cólera, logré escapar de los tres salvajes, y hui hacia la casa del viejo
Marheyo, perseguido por el indomable artista que corría detrás de mí,
instrumentos en mano».
A raíz de estas demostraciones de afecto, Melville se decidió a abandonar
Taipí en la primera oportunidad, cosa que consiguió hacer sin los adornos
faciales que tanto le horrorizaban.

una armadura cutánea


Un inglés culto viene hoy a las Marquesas y se asombra de encontrar a los hombres
tatuados. Italianos cultos fueron no hace mucho a Inglaterra y se encontraron a
nuestros antepasados pintados de añil o empolvados.
R. L. Stevenson, En los mares del Sur.

Las impresiones de muchos viajeros por el Pacífico nos pueden llevar a


suponer que el tatuaje era un emblema del rango, una opinión que se veía
reforzada por el hecho de que muchos jefes y personajes importantes estaban
profusamente decorados, y por el interés que ponían los nativos en tatuar a los
visitantes occidentales, que solían considerarse a sí mismos como príncipes
entre salvajes. En realidad, personas de muy alto rango no estaban tatuadas, y
se daban casos en los que los hombres estaban tatuados y las mujeres no, o
viceversa. Además de la asociación del tatuaje con el rango, los observadores
occidentales frecuentemente indicaron que los hombres no tatuados,
especialmente en Samoa, Tonga y las Marquesas, eran tratados con desprecio
por las mujeres, que les negaban sus favores. Un buen número de testimonios
de hombres europeos que adoptaron de buen grado o a la fuerza la forma de
vida polinésica, cuentan que para tener relaciones sexuales con las mujeres
locales debían tatuarse. Si bien es cierto que el tatuaje hacía sexualmente más
atractivas a las personas que los llevaban, no explica totalmente su práctica y
ciertamente no aclara por qué es muy elaborado en ciertas sociedades
polinésicas y mucho menos en otras.

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El tatuaje estaba muy conectado con
la sexualidad y el estatus político no
porque los adornos fueran un valor en sí
mismos; el tatuaje, como práctica de
alterar la piel, era un importante refuerzo
del cuerpo, una etapa tan vital como otros
momentos del ciclo de la vida, tales como
el nacimiento o la muerte. Pero también
tenían un significado religioso, de
santidad, y guerrero, de protección e
intimidación.
Para comprender completamente la
práctica del tatuaje en la Polinesia, y dar
una visión algo más completa del
fenómeno en general, es necesario
entender la concepción dual del mundo Una de las jóvenes maorís que
que tenían los habitantes de las islas. Para reivindican el tatuaje en la actualidad.
ellos existían dos planos de existencia: el mundo de la oscuridad, donde viven
los muertos y los dioses (el po), que está yuxtapuesto con el mundo de la
tierra, de la vida y la luz, donde viven los hombres (el ao o te ao marama). El
po no solo era la fuente de la influencia divina, sino que también lo era de la
fertilidad, los niños y la eficacia general. El crecimiento en la agricultura, la
suerte en la pesca y muchas formas de trabajo, desde el tatuaje hasta la
construcción de casas, requerían ciertos sacrificios a los dioses para
asegurarse su presencia y sus favores. Muchas veces bastaba con invocarlos
con cantos al comienzo de cada actividad, pero en ocasiones requerían
sacrificios más complejos.

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Esta presencia del ultramundo convertía las actividades y los lugares y los
objetos en tapu, o tabú como lo conocemos nosotros, una condición sagrada y
de gran estabilidad, pero muy peligrosa y contagiosa para las personas no
tabú o los objetos de la vecindad. El tabú requería un manejo delicado; debía
ser protegido durante la duración de una empresa, como la construcción de
una canoa o la plantación, pero después tenía que ser levantado para que el
objeto o el producto pudiera ser usado por los mortales; si no era así, la gente
que tuviera contacto con él podrían verse fatalmente afectados, de hecho, todo
mal era atribuido a una violación del tabú o a la brujería. Algunos hombres, la
mayor parte de ellos jefes, llevaban hasta la madurez una especie de tabú
personal que no les perjudicaba porque provenía de sus vínculos genealógicos
con los dioses, y les confería un estatus de nobleza al tiempo que atraía la
prosperidad y la suerte para los suyos. Por eso estos individuos no estaban
tatuados, tatuarse equivaldría a desconsagrarse, a perder ese tabú.
Este noble tabú podía ser absorbido por el mundo de los dioses y la
oscuridad de donde procedía originariamente. Ocurría si las personas que lo
poseían estaban en la proximidad de una cosa o persona con menos tabú, a la
que contagiarían, y en especial de un orificio corporal como la vagina, la cual
se consideraba el canal más activo y significativo entre el mundo de la
oscuridad y la luz: por ella nacen los niños que provienen del mundo de las
sombras. De ahí la costumbre de algunas islas de sellar el sexo femenino con
un tatuaje que impida absorber esta potente energía. En definitiva, los cuerpos
eran para los isleños permeables a las influencias del mundo de los dioses, lo
que en las personas con carácter de santidad y para llevar a cabo algunas
tareas no estaba mal, pero que podía ser fatal en circunstancias normales.
Los tatuajes evitaban esta problemática impermeabilidad. La Operación
de dibujar diferentes motivos en la piel fijaba y sellaba su superficie y proveía
al guerrero de una armadura, que disminuía la propensión al contagio y la
capacidad de atraer el tabú de otros, perjudicándose ellos mismos y los
demás. El guerrero fuertemente tatuado estaba a salvo de las influencias del
otro mundo, y desprovisto del carácter sagrado que podría haber traído
consigo en el momento de su nacimiento, lo que le preparaba para su
mundano oficio: la agresión a sus semejantes y la transgresión de las normas
mediante la violencia.
El lugar del tatuaje dentro del ciclo vital queda aún más claro en lugares
como las Islas Marquesas, donde se arrancaba la piel a los muertos para
permitirles abandonar este mundo. Este penoso trabajo recaía —⁠cómo no!⁠—

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en la mujer de los individuos tatuados, que debía frotar la piel del cadáver con
una piedra o algo similar para hacer desaparecer todas las decoraciones.
Este era el reverso del proceso del nacimiento y el crecimiento. El
individuo emergía al po en a estado de excesivo tabú, y tenía que ser
desconsagrado mediante tatuajes, para proteger y fijar así su carácter humano
y terrenal. La persona que se desplaza fuera del mundo de la luz y la vida y
volvía al mundo de la noche tenía que eliminar sus tatuajes para recobrar así
su tenebroso carácter sagrado, de tal modo que pudiera regresar al seno
primitivo.

entre caníbales
Si nosotros no usamos el derecho de comernos a nuestro enemigo, es porque
podemos buscar en otra parte con qué satisfacer el paladar; pero vosotros no tenéis los
mismos recursos que nosotros. En verdad es preferible comerse a los enemigos, que
abandonar a los cuervos y a las cornejas el fruto de la victoria.
Voltaire, Cándido.

El interés por los tatuajes de las islas del Pacífico creció en Inglaterra
gracias al morbo que despertaban los exagerados relatos de los marinos que
fueron hechos prisioneros por los salvajes y cruelmente mutilados a su
imagen y semejanza. De todas estas historias, la de John Rutherford, un
marino mercante que fue capturado por los maorís en 1816, fue la más
difundida y comentada. A su regreso a Inglaterra, Rutherford ganó rápida
notoriedad gracias a la exhibición de los numerosos tatuajes que adornaban
todo su cuerpo, y a la escritura de un diario con sus aventuras, en el que
cuenta con pelos y señales —⁠nunca mejor dicho⁠— su vida entre los caníbales
hasta su rescate en 1826.
Rutherford era tripulante de un barco mercante que recaló en Nueva
Zelanda para aprovisionarse de agua y víveres. Apenas largaron el ancla
fueron rodeados por una multitud de piraguas tripuladas por veinte o treinta
mujeres cada una, que se mostraron muy amistosas y permanecieron toda la
noche en la goleta robando, rapiñando y sabe Dios qué más cosas. Esto
desagradó sobremanera al capitán, pero por el bien de las buenas relaciones
internacionales mantuvo un discreto silencio.

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Al día siguiente se acercó una canoa de guerra con más de cien indígenas
en su interior. Al capitán esto le gusto aún menos; pero mantuvo su sangre
fría y negoció con el jefe de los caníbales el aprovisionamiento del barco, sin
imaginar si quiera que iba a ocurrir todo lo contrario. Los nativos aceptaron
las condiciones del capitán y los viajes en busca de cerdos y helechos con los
que alimentarlos comenzaron inmediatamente.
La actitud de los salvajes no había sido hasta entonces hostil, si
exceptuamos su afición al latrocinio, que les llevó a apropiarse de todo lo que
estaba a su alcance, incluido el plomo y los clavos del casco del barco. El
capitán intranquilo ya por esta tendencia que amenazaba con hundir la goleta
decidió, después de pagar a los maorís lo convenido, zarpar inmediatamente.
Esto no pareció sentar muy bien a sus tatuados amigos, que echando mano de
sus mere —⁠el arma de piedra plana, provista de mango y cortante por ambos
lados que manejaban con gran destreza⁠—, entonaron el canto de guerra y
comenzaron a danzar «apresurando el compás con tal violencia que parecían
hundir la cubierta».
Como era de esperar, la batalla acabó en una sangrienta carnicería en la
que los europeos llevaron la peor parte. Ya en tierra, Rutherford fue
horrorizado testigo y único superviviente de varios festines caníbales con sus
desgraciados compañeros como plato fuerte. Después de algunas experiencias
de este tipo que pusieron: a prueba los nervios de acero del marino, fue
aceptado por los nativos, tatuado y convertido en jefe. En los casi diez años
que convivió con los neozelandeses aprendió su idioma, tuvo dos mujeres y
participó en algunas sangrientas batallas, compartiendo en todo su forma de
vida, excepto en sus hábitos caníbales, si hemos de hacer caso a su relato.

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A él debemos interesantes testimonios de primera mano sobre las
costumbres de los primitivos maorís, que, influenciado por sus naturales
prejuicios, nos son presentados como un pueblo cruel pero noble y hermoso,
aficionado a la carne de sus semejantes, las batallas, el tatuaje y el
coleccionismo de cabezas humanas momificadas. Así describe Rutherford una
escena de batalla: «Su principal objetivo era agarrar al enemigo por los
cabellos con la mano izquierda, cercenarle con la derecha la cabeza de un solo
tajo, para arrojársela después al séquito, que la recibía con horrible vocerío y
se precipitaba en medio del combate a beber la sangre de los vencidos sin
temor de ninguna especie».
A pesar de su total integración, Rutherford no era muy feliz, y escapó a la
primera oportunidad en un barco que recaló en la isla. Después de unos años
viviendo en Tahití volvió a su añorada Inglaterra; corría el año de 1827. Hacía
veintiún años que el marino había abandonado su tierra natal.
Una vez en su país se vio obligado para sobrevivir a formar parte de una
compañía de titiriteros, donde mostraba sus tatuajes y relataba sus aventuras a
cambio de algunas monedas. Esta actividad sin embargo le desagradaba, y los
que le conocieron cuentan que a pesar de ser una persona extremadamente
inteligente y educada, algo de las costumbres salvajes había anidado en él, y
le resultaba difícil adaptarse a las rígidas normas de una nación civilizada.
Rutherford seguía exhibiéndose en público por dinero con la esperanza de
reunir el suficiente para volver a Tahití donde había dejado esposa y amigos.
También acariciaba el proyecto de regresar a Nueva Zelanda, donde, según
creía, le sería muy fácil persuadir a sus antiguos captores de que su partida
había sido forzada y podría así establecer prósperas relaciones comerciales
con ellos. Aquí perdemos la pista de John Rutherford, no sabemos si volvió a
la idílica Tahití para acabar sus días pacíficamente o terminó entre sus
odiados y queridos caníbales. Tampoco es imposible que su cráneo acabara
formando parte de algunas de las colecciones de cabezas maorís, tatuadas y
embalsamadas, que estaban tan de moda en la época como excéntrica
curiosidad.
La práctica del comercio y coleccionismo de cabezas tatuadas procedentes
de Nueva Zelanda se extendió rápidamente por todo el mundo; muchos
salones europeos las mostraban como un objeto decorativo moderno, y
coleccionistas de recuerdos exóticos pagaban grandes cantidades por obtener
estos macabros souvenires. De hecho, la exportación de cabezas
embalsamadas se convirtió en uno de los negocios más florecientes de la
nueva colonia.

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La demanda de las pintorescas cabezas tatuadas era tal, que los guerreros
maorís se lanzaron a la caza del hombre por toda la isla con una ferocidad sin
precedentes. Esto, como ocurrió con los cazadores de caballeras
norteamericanos, dio pie a una leyenda de feroz crueldad entre los mismos
europeos que alentaban la práctica.
Es curiosa la descripción que hace nuestro viejo conocido Herman
Melville de la costumbre, en esta ocasión en Moby Dick: «… este arponero
que le digo acaba de llegar de los mares del Sur, donde ha comprado un lote
de cabezas embalsamadas de Nueva Zelanda (estupendas curiosidades, ya
sabe) y las ha vendido todas menos una, que es la que trata de vender esta
noche, porque mañana es domingo, y no estaría bien vender cabezas humanas
por las calles cuando las gentes van a las iglesias. Lo quería hacer el domingo
pasado, pero yo se lo impedí en el momento en que salía por la puerta con
cuatro cabezas en ristra, que parecían completamente una ristra de cebollas».
La rigurosa Acta de Sidney de 1831 prohibió totalmente la exportación de
cabezas. Sobre el tema, el general Robley, autor a finales del siglo pasado del
libro Moko, y considerado como el mayor coleccionista de cabezas del
mundo, escribe «… entonces solo era posible hacerse con esos raros
especímenes después de una paciente búsqueda de colecciones privadas
deshechas o tomando parte en algunas inusuales ocasiones».
Otro modo menos arriesgado y más común de hacerse con unas buenas
cabezas era el de matar a despistados nativos que no estaban tatuados y tatuar
las líneas faciales después de la decapitación y antes del proceso de
conservación; el resultado no era el mismo, pero la mayoría de los inexpertos
coleccionistas europeos no notaban la diferencia.
El general Robley no explica lo que quiere decir con eso de «inusuales
ocasiones», pero bien podría referirse a un par de prácticas que sí eran usuales
en la época. Uno de los métodos más rápidos y faltos de escrúpulos para
conseguir cabezas era el invitar a un buen número de maorís tatuados a una
reunión con cualquier pretexto, y cuando estaban todos reunidos, el
comprador, normalmente un traficante europeo, indicaba a los cazadores de
cabezas cuáles eran las que quería. Cuando la reunión se disolvía, los
cazadores perseguían a sus presas hasta que volvían con los trofeos humanos.
En cualquier caso, esta práctica era usual entre los maorís desde hacía
siglos, aunque de una manera mucho menos mercantil. Un coleccionista de
cabezas maorí demostraba por el número y la calidad de las piezas que
colgaban en su cabaña, su nobleza y su valor como guerrero. Una cabeza de
un jefe maorí —⁠habitualmente conseguidas durante la batalla⁠— era tenida por

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un trofeo hermoso por sí mismo, y una muestra del valor del guerrero que lo
había conseguido en lucha a muerte a riesgo de su vida; del combate dependía
qué cabeza acabaría colgando de un poste.
Los maorís utilizaban en sus batallas lanzas, hachas y bastones fabricados
en madera, hueso de ballena o en la hermosa piedra verde llamada jade de
Nueva Zelanda. Todas estas armas estaban bellamente talladas con motivos
similares a los de sus tatuajes y grabados. Antes de entrar en batalla, facción
contra facción y hombre contra hombre, los guerreros practicaban el «haka»,
una danza de desafío en la que los tatuajes tenían una gran importancia:
durante el baile se gesticulaba horriblemente, derrochando gestos
intimidatorios, desorbitando atrevidamente los ojos, dando pisotones y
haciendo violentos aspavientos con los brazos.
Actualmente se sigue practicando este baile ritual, que para los maorís es
una especie de catalizador de su agresividad y una forma de absorber el valor.
En los partidos de rugby, deporte muy popular en Nueva Zelanda, el equipo
nativo, All Black, la practica antes del saque inicial. Y en el reciente relevo de
las fuerzas de paz de la OTAN en Bosnia, el destacamento de Nueva Zelanda
la practicó antes de tomar posesión de su acuartelamiento.
Cuando finaliza la batalla, el bando ganador decapitaba a los enemigos
caídos y empalaba sus cabezas en la empalizada que rodeaba a su
campamento fortificado. Después solían hacer un banquete con el cuerpo de
los guerreros caídos, mitad acto sagrado, mitad complemento alimenticio.
Esto da una nueva significación a los tatuajes faciales maorís, puesto que un
guerrero con un buen trabajo de tatuaje en el rostro era perseguido
encarnizadamente por el enemigo que codiciaba su cabeza, lo que convertía al
tatuaje en una muestra de valor, de seguridad en su propia fuerza y en un
desafío permanente a la muerte.
La caza de cabezas hace tiempo que no se practica —⁠que nosotros
sepamos⁠—, pero el tatuaje, después de un largo periodo en decadencia, está
volviendo al Pacífico, donde fue perseguido por los misioneros y casi
abandonado a finales del s. XIX y principios del XX. En la actualidad está
renaciendo con mucha fuerza en algunas áreas, como las Fiji, donde el tatuaje
en las mujeres se interpreta como un particular remarcamiento de la
sexualidad. El resurgimiento es más difícil donde la Iglesia permanece fuerte,
pero en este momento se ve más como una expresión de orgullo étnico que un
testigo de las raíces culturales, lo que elimina muchas de las fricciones con la
religión de los blancos.

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El tatuaje samoano nunca se ha abandonado y ahora se practica entre los
emigrantes en Nueva Zelanda, los Estados Unidos y probablemente en otros
lugares. A pesar de que existe cierta continuidad entre significados del siglo
XIX y los del presente, se han incorporados nuevos mensajes de reivindicación
étnica, especialmente trascendente para los dispersos samoanos. Los diseños
tienden a evidenciar el núcleo de sus valores actuales, tales como la
importancia de la familia o el clan, representados con motivos que no son
tradicionales, como las canoas o los zorros voladores, que para la cultura
samoana son símbolos de la unidad familiar.
En esta nueva situación, las marcas corporales de las mujeres, las cuales
no eran tradicionalmente consideradas como tatuajes, se están incrementando.
Los samoanos todavía sufren agudísimos dolores en el proceso del tatuaje
tradicional, de acuerdo con la vieja dualidad apolínea de sometimiento y
obtención de poder, aunque lo último se ha convertido en un intento de
distinguirse dentro de las sociedades multiculturales.
En Nueva Zelanda, las bandas maorís tuvieron especial significado
durante los años setenta, y formaron un renacimiento indígena urbano que
preocupó al gobierno y a la policía por su violencia. Solían adoptar una forma
de vida que intentaba asemejarse a la de sus antepasados guerreros: vivían
juntos en campamentos paramilitares con una estructura jerarquizada, se
tatuaban profusamente, incluso en el rostro, y conducían potentes motos y
automóviles trucados para escapar de las autoridades, que rara vez se atrevían
a entrar en sus territorios. Incluso han bailado la danza haka frente a las
fuerzas policiales que intentaban reducirlos. Sus tatuajes, frecuentemente
hechos en prisión, son un escaparate de su ideología; una mezcla entre
Ángeles del Infierno y radicales reivindicaciones políticas contra los
colonizadores anglosajones. Motivos de motoristas y un fuerte componente
del tradicional tatuaje maorí (moko) readaptado a los tiempos y hecho con
máquina eléctrica, se mezclan sin problemas; a lo que muchos puristas
objetan que es una traición a las creencias del tabú de las que hablábamos más
arriba. A pesar de los descuidados diseños y su procedencia occidental en
muchos casos, los tatuajes de las bandas siguen persiguiendo la misma
función: establecer una armadura que les defienda de las influencias no
deseadas y provocar respeto y temor entre los que los contemplan.
A parte de estas subculturas, una revigorizada cultura maorí está
creciendo y con ella el moko, pero hecho con agujas eléctricas en lugar de con
las herramientas tradicionales, lo que elimina en gran parte su valor como
sacrificio, y lo convierte en una reivindicación cultural y una protesta política.

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En el caso de los hombres, están situados alrededor de las nalgas y en los
muslos, y casi nunca en el rostro, por motivos prácticos que se comprenderán
en una cultura cada vez más occidentalizada, Muchas mujeres sin embargo sí
se tatúan los bordes de la boca, lo que no es tan extraño si tenemos en cuenta
que los tatuajes femeninos son mucho más pequeños y estilizados que los
pesados tatuajes faciales masculinos.
Todo esto apunta a que la rica tradición del tatuaje moko va a pervivir,
mutada y apareada con otros diseños, pero tan fuerte como los guerreros que
la defendieron con sus cabezas.

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Capítulo 3

el fascinante Japón
Antes del crepúsculo, el sacerdote y su acólito desnudaron a Hôïchi; entonces, con
sus pinceles, le trazaron sobre el pecho y la espalda, la cabeza y el rostro y el cuello,
los miembros y las manos y los pies y aún sobre las plantas de los pies, y sobre cada
rincón de su cuerpo, el texto del sútra sagrado que denominan Hannya-Shin-Kyô.
Lafcadio Hearn, La historia de Mimi-Nashi-Hôïchi.

C uando los occidentales «descubrieron» el Japón, no solo se vieron


sorprendidos por las geishas, los samuráis y su fascinante cultura,
también encontraron un desarrollado arte del tatuaje, que en Europa y Estados
Unidos estaba asociado hasta ese momento a caníbales, salvajes y demás
chusma. La tradición japonesa del tatuaje conocida como irezumi
(literalmente inserción de tinta) en su forma más vulgar —⁠asociada en
ocasiones con el mundo criminal⁠—, y horimono (escultura, grabado) en su
forma más clásica y elegante, aportó una visión artística y sofisticada al
diseño epidérmico, que, como ya hemos visto, le era muy necesaria.
Los primeros visitantes oficiales del
Japón quedaron fascinados por este arte
tan extraño a sus ojos, y muchos de ellos
ofrecieron cubrir sus pálidas epidermis
con los asombrosos diseños. El tatuaje
tomó cartas de nobleza cuando el joven
príncipe de Gales, futuro rey
Eduardo VII, y su hijo, el que sería
Jorge V, sometieron sus aristocráticas
pieles a la aguja en un viaje a Yokohama
durante 1812. El ejemplo de los hijos de
la reina Victoria (que según dicen
algunos se hizo tatuar un pequeño detalle,
encantada con el resultado en sus retoños) llevó a muchos nobles y no tan
nobles caballeros a prestar sus peludos antebrazos y otras partes de su
victoriana anatomía a esta exótica forma de decoración permanente. La

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reputación de muchos artistas londinenses, como Tom Riley (al que se le
atribuye el invento de la máquina de tatuar) y George Burchett, apodado «rey
de los tatuadores, tatuador de los reyes» (y que tatuaría, como veremos, al
Gran Omi), creció, y sus estudios eran frecuentados por la más alta sociedad
británica. El más afamado de los artistas ingleses de la época era sin duda
Sutherland Mac Donald, apodado el «Rafael» de los tatuadores, conocedor de
las técnicas japonesas; capaz de usar más de veinte sombras diferentes y tonos
de color de un brillo impresionante. Entre sus clientes se encontraban
Eduardo VII, Jorge II de Grecia, el zar Nicolás, el rey de Dinamarca, varios
sultanes hindúes y gran parte de la nobleza europea de paso por Londres.
La apreciada tradición japonesa es muy antigua. Las primeras crónicas del
país escritas por los chinos en el s. III a. C. alaban la belleza del Japón, y
comentan con cierta alarma los extraordinarios tatuajes que los hombres
mostraban sobre su cara y cuerpo, práctica que entonces no se realizaba en
China. El primer cronista japonés, Nihongi, menciona en el 720 a. C. a un
emperador que conmutó la pena de muerte de su cocinero por el ostracismo
producido por tatuajes faciales. A mediados del periodo Edo, que comprende
el tiempo gobernado por los shoguns (dictadores militares) de la familia
Tokugawa, desde 1603 hasta 1868 concretamente, el tatuaje comenzó a
ponerse de moda.
En enero de 1657 un gran incendio devoró el distrito del gobierno de Edo
y gran parte de los barrios bajos. Murieron más de cien mil personas y la
ciudad tuvo que ser reconstruida por completo. A pesar de que se creó un
profesionalizado cuerpo de bomberos, ese no fue el último incendio. Edo
sobrevivió a todos, y aún sobrevive con el moderno nombre de Tokyo. La
ciudad se reconstruyó casi totalmente, lo que trajo consigo cambios físicos y
sociales; acabó dividida en una parte alta, sede del gobierno, los templos y la
oligarquía dominante, y una parte baja, donde se concentraron la creciente
población, la incipiente burguesía, los prostíbulos, las casas de juego, los
artistas y los teatros. El gobierno lo llamó «malos lugares», pero sus
habitantes utilizaban la palabra budista ukiyo, «el mundo del placer», que la
reciente clase burguesa adoptó con orgullo para definir su forma de vida en
los nuevos suburbios, reivindicando la frivolidad como una forma de vida
frente al terrible régimen militar de los shoguns. De aquí tomaría el nombre la
escuela de grabado Ukiyo-e, dedicada a retratar ese nuevo mundo lleno de
color y regido por una nueva y estética, marcada por actores, geishas y
artistas.

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El tatuaje también se convirtió en una forma de rebeldía y, arropados por
este ambiente artístico y liberal, los maestros del arte corporal florecieron en
todo el país. Barberos, artistas callejeros o grabadores en madera eran los
tatuadores de plebeyos, que, debido a su profesión, enseñaban gran parte de
su piel: los pescadores se protegían de los tiburones tatuando sus piernas, los
mozos de cuerda y porteadores de palanquín utilizaban sus torsos como
reclamos publicitarios, los actores del teatro kabuki se servían de los tatuajes
para enfatizar sus máscaras, las geishas seducían con ellos a sus clientes, y
coolies, jardineros y marineros mostraban orgullosos sus diseños, casi
siempre alusivos a sus actividades.
Los bomberos tienen especial importancia en la historia del tatuaje
japonés. Como ya hemos visto, el fuego arrasaba en poco tiempo las
inflamables ciudades de madera y papel tradicionales, lo que hacía necesario
mucho valor y una alta preparación para combatirlo. Los miembros de este
gremio, conscientes de su importancia, vestían vistosas ropas con brillantes
colores, espirales y dragones, diseños que se repetían sobre su piel. Los más
veteranos tenían más tatuajes, que se iban añadiendo con los años como
medallas, y que les servían como una armadura psicológica contra el peligro.
El principal diseño era el del dragón, símbolo del poder y la fuerza, dios del
trueno y del valor, que representa la paradoja entre el fuego y el agua,
elementos que le son comunes tanto al mitológico dragón como a los sufridos
bomberos.

furor oriental
… y vio un demonio repugnante con la cara verde y los dientes mellados como una
sierra, que extendía una piel humana sobre la cama y la pintaba con un pincel.
Entonces el demonio dejó el pincel a un lado, y sacudiendo la piel como si fuera un
abrigo, se la puso sobre los hombros, y, ¡oh!, era la muchacha.
P’u Sung-Ling, La piel pintada.

En 1805, con la publicación de la novela Suikoden, una traducción libre


del novelista Kyokutei Bakin de un ciclo épico chino del s. XIV basado en
hechos reales e ilustrada por Hokusai, el tatuaje cobra nueva importancia en la
vida japonesa. Escrito cuando la dinastía mongol de Yuan estaba sometiendo

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a la dinastía indígena de Ming y el tatuaje estaba ya extensamente introducido
en China, los noventa tomos de Suikoden cuenta los hechos heroicos de Sung
Chiang (cuyo pecho está tatuado con un leopardo índigo) y su banda de
treinta y seis lugartenientes y setenta y dos «hombres sin miedo». Setenta de
ellos llevan extraños tatuajes, y todos son, cómo no, hombres buenos y
razonables, llevados al bandidaje por las injusticias de los malvados
poderosos. A pesar de su estrafalario aspecto, son un modelo caballeresco al
servicio de un rígido código de honor y al fomento del arte corporal. Su
objetivo es proteger a los oprimidos y para ello utilizan los hiperbólicos
valores de la épica oriental; realizan superlativas proezas, muestran los más
nobles sentimientos elevados a extremos inconcebibles, son empalagosamente
buenos con huerfanitas y ancianos y extremadamente crueles con los
malvados. Sus banderas están teñidas de la sangre de los injustos y sus
lámparas arden con la grasa de los expoliadores, no digo más.
El efecto de esta saga épica sobre los japoneses fue tremendo; el teatro
kabuki adaptó inmediatamente muchas de sus historias y los artistas de la
escuela de Ukiyo-e las ilustraron. Kuniyoshi, que era famoso por sus retratos
de artistas del teatro y escenas de la vida cotidiana, muy de moda en el Japón
en ese momento, causó sensación con sus series 108 héroes de Suikoden. El
libro de Bakin y las láminas de Kuniyoshi impusieron la moda del tatuaje y
establecieron el canon de lo que sería una de las artes más representativas y
populares de Japón.
Después de la Restauración Meiji, que depuso a los «señores de la
guerra», los shoguns, y estableció al emperador como cabeza del estado,
Japón se abrió a Occidente. Pensando que las prácticas de decoración corporal
podrían desacreditar el país a los ojos de los extranjeros, con quienes se
deseaba establecer nuevas relaciones económicas, el emperador Meiji
prohibió el tatuaje en 1870. Los locales fueron cerrados y prohibidos, sus
herramientas requisadas y sus libros de diseños destruidos. El deseo de
agradar a los embajadores del «los países civilizados» a toda costa, causó no
pocos problemas mentales a los japoneses, que no acababan de entender cómo
por un lado sus tradiciones eran ridiculizadas y, por otro, causaban una gran
fascinación.
Los tatuajes horrorizaban a los europeos en público, pero los embajadores
de la cultura occidental —⁠haciendo uso de su conocida hipocresía⁠—
invariablemente elegían a servidores tatuados y mostraban un morboso interés
por la belleza de los diseños en hombres y mujeres, buscando incluso a los
artistas japoneses para conseguir un suvenir cutáneo. El gobierno japonés

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ablandó su furia inicial y permitió al legendario maestro Horicho abrir una
tienda en el frecuentado puerto de Yokohama con una advertencia, «SOLO
PARA EXTRANJEROS».

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En ese puerto, el maestro Horicho I tatuó a miles de europeos, marineros
en su gran mayoría, dragones y otros diseños tradicionales, y habitualmente
en los brazos. Entre sus más distinguidos clientes estaban un joven príncipe
inglés que posteriormente sería el rey Jorge V casi siempre con y el zar
Nicolás II, ambos en visita marítima por el entonces exótico país de moda.
Desgraciadamente, la reputación del tatuaje y de sus clientes se vio
afectada por el suicidio en muy extrañas circunstancias del maestro Horicho
en el año 1900, que causó un gran escándalo en la conservadora sociedad
nipona, lo que recrudeció la postura oficial frente al arte del irezumi.
En 1945, después de la Segunda Guerra Mundial y la rendición japonesa,
los americanos llegaron en masa al país y cambiaron costumbres y leyes. El
tatuaje volvió a ser legal, pero no social mente aceptado. Hoy en día, no es
fácil conseguir un tatuaje tradicional en Japón. Allí, como en otras partes del
mundo, existe un código no hablado sobre el tatuaje tan duro como el del
bushido, el ascético camino del guerrero.
La primera prueba en el duro viaje para el aspirante a lucir un horimono
es encontrar un maestro dispuesto a hacer el trabajo, para lo que hay que
introducirse en el cerrado mundo del tatuaje. Actualmente, mucha gente
extensamente tatuada, vive en el solitario y hermético mundo del irezumi,
muy pocos de ellos tienen amigos entre la gente no tatuada, pero con su grupo
de compañeros decorados forman un clan, una sociedad oculta al margen de
la oficial, a la que se denomina nakama. Los maestros tatuadores no se
anuncian, no aparecen en las guías telefónicas, los tatuajes se hacen en el
mayor de los secretos y su divulgación se basa en el boca a boca.
Después de encontrar al maestro adecuado comienza la auténtica prueba,
que consiste en someterse al escrutinio del artista, que se interesará por
nuestros motivos, diseño, su significado, su localización, e incluso, puede
pedir informes personales. Todo este proceso puede durar semanas, durante
las cuales el tema monetario permanece como un misterio, que una vez
desvelado, puede sorprender: el mismo tatuaje puede variar
considerablemente de precio, dependiendo de la impresión causada al
maestro. (A los occidentales que deseen intentarlo no les vendría mal un
visionado de la película Karate Kid).
Una vez que el tatuador ha condescendido a hacer el tatuaje que se le pide
o, por el contrario, ha decidido él mismo un motivo que es adecuado para la
personalidad del cliente, comienza lo realmente difícil: el laborioso proceso
artístico.

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La línea exterior del tatuaje puede ser hecha con una máquina de tatuar
eléctrica, pero las sombras y el color se hará con agujas sujetas a un mango, la
tradicional herramienta manual. Otros artistas japoneses piensan que la línea
exterior hecha con maquina está muerta en comparación con una dibujada a
mano, y muchos otros usan la máquina para aplicar grandes extensiones de
color. El sensei manda.
El dibujo a mano es mucho más doloroso y lento que el realizado con
modernas máquinas de tatuar, pero no lo es tanto como el utilizado en Samoa,
en el que el hueso detiene la aguja de marfil que es martilleada con el
pigmento. Los tatuadores japoneses, incluso los más apegados al método
tradicional, son exquisitos en sus punciones, y de una precisión y velocidad
increíbles.
Kazuo Oguri describió su aprendizaje en el tatuaje tradicional japonés a
Steve Gilbert, un escritor freelance que trabaja para Tattoo Revue magazine.
Oguri sirvió a su maestro por un periodo de cinco años, durante todo ese
tiempo vivió con él y realizaba las labores domésticas cuando era necesario,
es decir: siempre. Cuando no estaba limpiando, se sentaba a ver cómo su
maestro tatuaba. No hacía ninguna pregunta, solo observaba, que es la técnica
pedagógica tradicional del Japón.

Un yakuza en la oficina.
A pesar de sus quejas, Oguri tuvo suerte, pues no es fácil encontrar un
tatuador dispuesto a enseñar sus secretos a cualquiera. El arte del tatuaje pasa

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normalmente de padres a hijos, o a un discípulo muy especial, que toma el
nombre de trabajo de su maestro. Mitsuaki Ohwada, uno de los más
importantes artistas actuales, firma como Horikin, «escultor de oro», porque
es el primero de su dinastía; en este caso, su sucesor es su hermano, que se
apoda Horikin II. Algunos maestros pueden trazar su genealogía profesional
hasta el siglo XIX, y junto con su nombre, también ceden sus diseños, que en
algunos casos son centenarios.
Solo una de cada cien personas que tienen la intención de tatuarse
totalmente llega hasta el final del proceso tradicional, que contempla el
tatuaje como un todo que debe cubrir armónicamente el cuerpo como un
ceñido traje. Se estima que más de veinte mil japoneses llevan su cuerpo
parcialmente tatuado, pero no serán más de medio millar los que han
completado el proceso hasta las últimas consecuencias. No solo es un proceso
largo —⁠puede durar de dos a diez años⁠— y extremadamente caro —⁠cuesta
muchos miles de yenes⁠—, sino que además es muy doloroso. Muchos
curtidos aspirantes a yakuza han desistido a la primera sangre derramada y
otros, ansiosos por terminar cuanto antes con su modificación, han acabado
después de excesivas horas de martirio en la sala de urgencias de algún
hospital.
Los tatuajes japoneses van firmados en algunos casos, pero cuando no es
así, la mano del tatuador se distingue tan bien como si se tratara de la obra de
un pintor clásico. La policía japonesa tiene colaboradores entre algunos
expertos del tatuaje a los que pide consejo en los casos en los que se
encuentra a cadáveres tatuados sin identificación. El experto da sin lugar a
error el nombre del artista que ha realizado el trabajo, y puede incluso decir la
época a la que pertenece con escaso margen de error.
Los mejores clientes de los artistas japoneses son los yakuzas, una
organización criminal similar a la mafia, a la que admiran e incluso imitan. La
palabra yakuza, que literalmente son los números 8, 9 y 3, proviene de un
juego de cartas en el que esa combinación no tiene ningún valor. Ellos
remontan sus orígenes al bandido del s. XIX Banzui Chobei, un héroe popular
inmortalizado en numerosas obras del teatro Kabuki y en incontables tatuajes
tradicionales. Actualmente los yakuza controlan la mayor parte de los
negocios sucios de Japón: prostitución, pornografía, drogas, extorsión y
política. El setenta por ciento de sus miembros están extensamente tatuados,
lo que les sirve para diferenciarse de los ciudadanos comunes y para
establecer una especie de compleja jerarquía a través de sus diseños. En
público es raro que un yakuza muestre su decoración si no es para atemorizar

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a algún pacífico vecino, pero en la seguridad de sus guaridas suelen estar
semidesnudos, de tal forma que su condición y rango queden claros para
todos los presentes.
Los yakuzas tienen un gran afán de protagonismo y les encanta provocar a
sus tranquilos conciudadanos mediante su aspecto, lo que en estos tiempos es
mucho más difícil de lo que parece y les acarrea más problemas que
beneficios. Los yakuzas han experimentado ya lo negativo que puede resultar
para una organización secreta el ir tatuado hasta el cuello y cortarse dedos
como costumbre. Cada día les es más complicado pasar desapercibidos en
ciertos ambientes, y gracias a la desafortunada asociación de yakuzas y
tatuajes, el gobierno japonés está dictando leyes contra la decoración
corporal, como la que prohíbe a las personas tatuadas acceder a los campos de
golf. Esta pintoresca medida se debe a las constantes denuncias de los
influyentes y atemorizados jugadores nipones, que ven cómo sus verdes y
exclusivos campos de juegos se ven invadidos por horda de rústicos yakuzas,
que recién incorporados a la oligarquía industrial quieren participar de sus
sencillos placeres.
Al Servicio de Inmigración y Naturalización de los Estados Unidos, sin
embargo, le viene al pelo esta costumbre de la mafia japonesa, tanto que
introdujeron un capítulo de tatuajes en su manual de 1985: «Estrategias de
valoración: crimen organizado asiático», con lo que se esperaba que los
agentes de inmigración localizaran a los yakuzas que intentan blanquear
dinero en América de un solo vistazo.
Otro problema que tienen entre manos los yakuzas es su costumbre de
amputarse la falange de un dedo, comenzando por el meñique, cuando
cometen un acto deshonroso, es decir, cuando meten la pata. Esto se ha
convertido en otra forma de reconocer a los mafiosos, que no pueden andar
siempre con las manos en los bolsillos. Para los más torpes, no solo es un
problema estético, porque ven angustiados cómo van perdiendo un dedo tras
otro sin que nada lo pueda remediar. La moderna tecnología ha acudido en
ayuda de los manazas: ya es posible implantarse un dedo del pie en el lugar
del sacrificado, o si da un poco de asco, en las ortopedias más selectas del
Japón venden dedos postizos que también dan el pego. Y es que quien no
tiene un código estricto del honor es porque no quiere.
Los japoneses por debajo de los treinta años están cansados de los tatuajes
tradicionales y piden a los tatuadores trabajos a la moda occidental. El estilo
de tatuaje americano, en japonés nukibori, con colores chillones, sin sombras
y con la falta de sutileza que caracteriza a los diseños orientales, ya ha

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reemplazado a los laboriosos y complicados diseños tradicionales entre las
nuevas generaciones, muy influenciadas por la cultura occidental y por los
sesenta mil soldados americanos establecidos en las bases militares que
Estados Unidos mantiene en Japón. Estas tropas cumplen una curiosa labor de
intercambio cultural llevando diseños tradicionales a EEUU y haciendo de
embajadores del estilo americano entre la juventud japonesa.

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Capítulo 4

el gran omi
El hombre ilustrado era una acumulación de cohetes, y fuentes, y personas,
dibujados y coloreados con tanta minuciosidad que uno creía oír las voces y los
murmullos apagados de las multitudes que habitaban su cuerpo. (…) Se los veía en
bosques de vello, escondidos en una constelación de pecas, o hundidos en las cavernas
de las axilas, con ojos resplandecientes como diamantes.
Ray Bradbury, El hombre Ilustrado.

D esde finales del s. XVII, los europeos tatuados eran freaks que aparecían
en circos y ferias, en la barraca contigua a las hermanas siamesas o la
mujer barbuda. En los Estados Unidos, el circo Barnum presentaba a la
«Galería pictórica viviente», que no era otra cosa que el príncipe Constantino,
un griego que tenía 388 tatuajes diferentes. Un tal Ricardo se exhibía en una
feria de Santander después emplear en tatuarse seis de los veinte años que
paso en trabajos forzados por asesinato, pero el personaje que más impactó a
la opinión pública fue El Gran Omi, una de las curiosidades circenses más
famosas de este siglo.
El Gran Omi nació en 1892 en una casita a las afueras de Londres, hijo de
una acomodada familia de clase media que le dio el nombre de Horace Ridler.
Durante su infancia no le faltaron ninguno de los lujos y privilegios de los de
su clase, lo que incluía un tutor particular, Joe Green, que durante su alocada
juventud había sido, entre otras cosas, payaso de circo, y que fue para su
pupilo una especie de Mary Poppins. Sus maravillosas historias inculcaron en
el niño el amor por las carpas, los seres extraordinarios y las fantasías
victorianas, algo que como veremos, influiría enormemente en su futuro.
Cuando llegó el momento de cursar estudios universitarios, Horace
prefirió alistarse en el ejército, más a tono con su espíritu aventurero, donde
gracias a su privilegiada educación, llegó al grado de teniente. Poco después
murió su padre y heredó una importante fortuna, que el joven se dedicó a
dilapidar con una intensidad solo comparable a la de su paisano Dorian Gray,
del que llegaría a ser la imagen del espejo, Excentricidades, mujeres y juego
agotaron con rapidez la herencia familiar, lo que dejó a Horace en una difícil

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situación. Para su fortuna, estalló la Primera Guerra Mundial y fue destinado
al frente, donde obtuvo algunas condecoraciones por su valor. Al final de la
contienda fue desmovilizado con el grado de mayor y una pequeña pensión.
De nuevo su situación económica empeoró. Horace no era muy inclinado
al trabajo físico, y, recordando las historias de su viejo mentor, puso en
práctica un plan desesperado con la misma pasión que había demostrado en
las trincheras: tatuó todo su cuerpo con los más grandes y vulgares motivos
que pudo conseguir.

La mujer del Gran Omi le afeita la cabeza.


Cualquier cosa valía: animales mitológicos, retratos de famosos o escenas
bélicas. Como estaba escaso de dinero, utilizó los servicios de los baratos
tatuadores de las orillas del Támesis e incluso se atrevió a autoinyectarse la
tinta, a pesar de sus pocas habilidades como dibujante. Cuando consideró que
el trabajo era lo suficientemente grotesco, comenzó a exhibirse en barracas de
feria, pero pronto se dio cuenta de que con las pocas monedas de cobre que el

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populacho estaba dispuesto a dar por verle no podía ni pagar el alquiler del
carromato.
Desesperado y sin posibilidad de volverse atrás, decidió jugárselo todo a
una carta y pidió a George Burchett, el más famoso tatuador del momento,
que le cubriera totalmente con el más extraordinario tatuaje que pudiera
concebir; el pago se haría cuando las fabulosas ganancias llegaran.
«Comencé una de las más difíciles tareas que nunca había abordado:
convertir a un ser humano en una cebra», comentaba Burchett. «Tuve muchos
problemas para cubrir los vulgares tatuajes. Omi necesitó más de 150 horas de
trabajo. Seguí su diseño de bandas de unos tres centímetros de ancho o que
debía enmascarar los tatuajes anteriores. Era un hombre alto y bien construido
con un y rostro atractivo; culto y de agradable conversación».
Tan pronto como el trabajo estuvo acabado, Omi se exhibió con la
compañía de Betram Mills en el Teatro Olimpia de Londres, donde obtuvo un
gran éxito. Solía salir al escenario semidesnudo para contar la historia que el
público quería escuchar y que ya se había hecho popular con John Rutherford
y otros blancos prisioneros de los nativos del Pacífico. «Fui hecho prisionero
por los salvajes caníbales que me tatuaron bárbaramente como aquí puede
verse, etc…».
Después de una gira por Gran Bretaña, solo encontró trabajo en un
pequeño circo francés, y hacia allí partió con su mujer rumbo a lo que sería
una experiencia terrible, con unas condiciones de trabajo medievales y donde
le tuvieron prácticamente esclavizado como a otros de los «freaks» con los
que compartía los carromatos.
Volvió a Inglaterra muy desilusionado, sabía que aún no era lo
suficientemente extraño, así que intentó convertirse en un auténtico
fenómeno: «Hice que un veterinario me perforara la nariz de manera que
pudiera introducirme diferentes clases de colmillos de marfil. Los lóbulos de
mis orejas fueron perforados y ensanchados hasta que los agujeros tenían cada
uno el tamaño de un dólar. Por supuesto fui a un dentista corriente para que
afilara mis dientes en punta. Compré ropas brillantemente coloreadas con
joyas sobre ellas y calcé grandes botas doradas».
Después de este espectacular cambio, Omi probó suerte en la Feria
Mundial que se celebraba en Nueva York en 1939, cuyo tema era «El mundo
del mañana» y en la que se exhibían varias curiosidades científicas, incluida
la primera transmisión de televisión, veintidós millones de personas acudieron
a la feria y muchas de ellas vieron al Gran Omi que aparecía con otras
rarezas: Betty Broadbent, «La Venus tatuada»; «La maravilla anatómica» (un

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muchacho que tenía el corazón en la boca
del estómago); «El pianista sin dedos»
(ignoramos su aspecto, pero suena muy
raro) y «Párpados de hierro» (un tipo que
arrastraba un coche con una cadena sujeta
a sus párpados).
Como todo lo que se exhibió en
aquella histórica exposición, el
espectáculo fue un éxito y Omi fue
contratado poco después por el circo
Ringling Bros. Barnum & Bailey con el
que hizo giras por todos los Estados
Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y
Guinea como «Omi, el hombre cebra». Al
comenzar la Segunda Guerra Mundial,
Omi intentó volver al ejército, pero como
era de esperar, el cónsul británico le
comunicó juiciosamente que con su
aspecto no era aceptable para el servicio
activo. Omi sirvió sin embargo a su patria participando gratuitamente en
espectáculos por toda Gran Bretaña y Europa, con lo que recuperó la fama en
su país donde siguió con su carrera hasta que se retiró en los años cincuenta.
Estuvo viviendo en una pequeña caravana aparcada en un hermoso claro junto
a un bosque en Sussex, Inglaterra, hasta el día de su muerte en 1969. Era muy
apreciado por sus vecinos que lo consideraban una bellísima persona y muy
normal bajo su fantástico aspecto.
Al final de su vida, Omi perdió el sentido de la realidad y justificaba su
imagen con las más alocadas fantasías: «Yo era el único blanco en un culto
hindú que adoraba a los elefantes. Entré en el culto cuando estaba destinado
en la India, muchos años atrás…».

pieles en venta
Para los que sean más ahorrativos y reconozco que los tiempos lo exigen queda
todavía el recurso de desollar los cadáveres, pues la piel, convenientemente curtida,

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servirá para hacer primorosos guantes para las damas y botines de verano para los
caballeros elegantes.
Jonathan Swift, Humilde propuesta.

Aparte de exhibirse en ferias, otra


forma de sacar dinero con la decoración
en la piel es venderla. Se conocen
algunos casos en los que orgullosos
propietarios de tatuajes los han donado
para la posteridad mediante un contrato,
de manera similar a la que se donan
órganos. A menudo, algunos de los
japoneses tatuados con magníficos
trabajos horimono que estaban pasando
por una mala racha, han vendido sus
pieles a instituciones especializadas. En
ellas, médicos expertos en el
despellejamiento humano, desprenden la
piel del cadáver fresco de una sola pieza,
la conservan en aceites especiales para
evitar así que los dibujos se deterioren, y
son después vendidas a museos o
colecciones privadas.
Se conocen al menos trescientos de
estos lienzos humanos, aunque posiblemente existan muchos más en manos
de anónimos coleccionistas de curiosidades. Los más famosos son el centenar
que se conservan en el Departamento de Patología de la Universidad de
Tokyo, que por motivos burocráticos y legales no amplía su colección hace
años. Una de las mejores colecciones se encuentra en el Museo del Tatuaje
del doctor Fukushi, inaugurado en 1926 por su padre, quien estuvo toda su
vida investigando un método para conservar pieles humanas hasta que por fin
descubrió una fórmula secreta para hacerlo adecuadamente. Su hijo heredó la
fórmula y su afición, y ahora, gracias a su constancia, su museo es la mejor
colección privada del mundo.
Hoy en día la compra-venta de pieles humanas es un negocio difícil, y no
por que no existan donantes dispuestos a convertirse en lienzos post mortem,
ni organismos y coleccionistas privados deseosos de hacerse con una buena
pieza, sino por que los formalismos legales son tremendamente largos y

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complicados. Además del consentimiento expreso del donante y de los
familiares cercanos, han de ser cumplimentados y aprobados multitud de
impresos oficiales. Aun así, no es fácil obtener un permiso. Estas dificultades
han encarecido el mercado; existen muchas más demandas que ofertas, y una
piel bien conservada con un diseño curioso puede llegar a costar más de seis
millones de pesetas.

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En Estados Unidos, David Gee, que tiene su cuerpo completamente
tatuado con un interesante diseño que le viste de la cabeza a los pies en negro
y gris, desea ser inmortalizado con este sistema: «Cuando muera, haré traer
hasta mí al Dr. Kris Sperry, un patólogo de Dallas, para que me arranque la
piel. Mi albacea tendrá que actuar inmediatamente, porque mi piel comenzará
a deteriorarse en cuanto yo muera. Tendré un billete de avión listo para que
Kris pueda volar hasta aquí, y tengo que encontrar una funeraria que lo
permita. Entonces el paso final es encontrar a un taxidermista que curta la
piel. Mike, mi artista tatuador, tiene que construir un maniquí de fibra de
vidrio de mi cuerpo y poner mi piel en él para exponerla. Debe ponerse una
luz dentro para que todos los detalles de los tatuajes queden iluminados. Yo lo
llamo continuar viviendo. Pienso que podría estar contra la ley, pero Kris
Perry dice que no hay problema, adora hacerlo. Es muy excitante para mí».

lobos de mar
Aunque tenía menos tatuajes que su compañero, eran más complicados, no debidos
a la mano del aficionado que se tatúa a sí mismo, sino obras maestras de arte
desarrollado por los maestros de Honolulú y Yokohama. En su bíceps derecho el
nombre de una enfermera, COOKIE, con la que trabó amistad durante su estancia en el
hospital. En el bíceps izquierdo, un tigre de pelo azul, ojos anaranjados y fauces
escarlata. Una serpiente con la boca abierta, enroscada en un puñal, le recorría el
antebrazo, y en otros puntos de su cuerpo lucían calaveras, se perfilaban tumbas,
florecían crisantemos.
Truman Capote, A sangre fría.

Con el paso de los años, los tatuados dejaron de convertirse en


curiosidades de feria y el tatuaje se extendió por amplios estratos sociales, en
especial entre los marinos, que después de todo habían sido los introductores
de la costumbre en Occidente. Doc Webb fue un marino que vivió la época
dorada de este arte por los puertos americanos, cuando los barberos hacían un
tatuaje por veinticinco centavos y por cinco más te cortaban también el pelo.
Este es un extracto de sus memorias publicado por la revista Tattoo Time.
Corrían los años treinta.
»Un diseño original costaba siete dólares y medio, pero los chicos del
CCC (campamento militar) no se hacían muchos, solamente pequeños

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tatuajes de veinticinco centavos. Casi todas las tiendas tenían una hoja de
papel muy grande donde mostraban los tatuajes de veinticinco centavos, lo
llamaban “chuleta de cerdo”, y todo el mundo la pedía para poder elegir.
»Un par de artistas para los que dibujaba querían que aprendiera el arte de
tatuar. Yo no estaba interesado. Por aquel entonces trabajaba en el teatro e
incluso hacía lucha libre dos o tres noches por semana. No me imaginaba
hundiendo la mano en un sucio cubo de agua para lavar los brazos de los
clientes en una tienda apestada de humo. Las tiendas de tatuajes eran
pequeñas, polvorientas y llenas de humo. La mayoría de los tatuadores usaban
un cubo grande de agua con unas cuantas gotas de Lysol (un potente
desinfectante) y lavaban la zona que iba a ser tatuada o la que ya lo había
sido.
»En el mostrador o la mesa había una gran esponja de mar y una pastilla
de jabón cubierta de espuma polvorienta y seca. Todo el mundo era lavado
con la misma esponja. A menudo me pregunté como nadie tuvo una
infección. ¡Nunca oí hablar de infecciones!
»Un tatuador en una feria, solía hacer un rasguño (un mal tatuador era
conocido por los arañazos que hacía), untar vaselina sobre el tatuaje, cubrirlo
con un trozo de papel de retrete que habría mangado de alguna casa de putas,
y pegarlo con cinta de la llamada “de carnicero” (era lo más apropiado, ya que
él era más o menos un carnicero). Le decía al cliente: “Deje el vendaje puesto
durante cinco días. Ni siquiera le eche un vistazo. Si entra algo de aire podría
infectarse”. Al cabo de cinco días, él y la feria estarían a muchas millas de
distancia.
»Se utilizaban dos colores, rojo y
negro. Las hojas de las flores eran negras.
La mayoría de los tatuajes eran
sombreados en negro y se añadía un poco
(y quiero decir un poco) de rojo.
»La mayoría utilizábamos “cinta de
carnicero” (cinta adhesiva o cordel usado
por carniceros y vendedores callejeros
para envolver sus paquetes), y aquellos
que podían se anunciaban con su nombre
y dirección impresa en dicha cinta. Mezclábamos los colores en glicerina, y
los dejábamos empapar un mes, después se añadía Listerine para suavizar.
Algunas veces poníamos una gota de ácido carbónico en una jarra y una
pastilla de alcanfor para mantener la tinta dulce.

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»Cada noche echábamos Listerine encima de la tinta roja de nuestro
cuerpo, y por la mañana nos enjuagábamos y limpiábamos bien antes de un
día de trabajo. Más tarde, cuando se añadió el verde, y después de la II Guerra
Mundial el marrón, se hacía lo mismo. Pocos usaban el amarillo. Significaba
mala suerte. Era un mal color.
»De vez en cuando, el Departamento de Sanidad inspeccionaba nuestras
tiendas, miraban si teníamos una bata puesta (aunque nadie la llevó nunca) y
si había Lysol en el cubo. Cambiábamos el agua del cubo cada 5 o 6 días.
Muy poco comparado con lo que se hace actualmente.
»La mayoría de las tiendas de tatuaje no tenían más de 5 o 6 hojas con
diseños en las paredes, más la hoja “chuleta de cerdo”. Un tatuador con 6
hojas en la pared solía decir a sus clientes: “Demonio, si no puedes encontrar
ninguno, es que no lo necesitas”.
»Los marineros eran el gran negocio. Les pagaban dos veces al mes,
mientras que la Armada y los marines cobraban una vez. La mayoría de los
tatuadores se instalaban en los puertos. La Marina era su fuente de ingresos.

Lobos de mar.
»La “Flota asiática”, como era llamada, estaba formada por unos tíos
violentos, duros y bebedores, que siempre andaban buscando pelea. Las
bandas negras odiaban a las bandas blancas (llevaban bandas alrededor del
cuello que designaban el nivel del embarcadero en el que estaban. Las bandas
negras eran los carboneros, si mal no recuerdo).

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»Una vez te habías ganado su respeto todo era perfecto. Les encantaba
que sus tatuajes fuesen muy recargados y muy negros y usábamos una aguja
del nueve para delinear la mayoría del trabajo. Cada marinero, si era
realmente un marinero, podía tener un ancla tatuada en cualquier parte. Si
tenías una estrella y la luna en un lado y una pequeña ancla en el otro, te
convertías en el mejor de los hombres, preparado para beber y pelear con
cualquiera.
»Roosevelt creó los campamentos CCC y originó el “boom” mensual de
tatuajes. Si no recuerdo mal, los muchachos cobraban 25 dólares al mes.
Enviaban 15 dólares a casa y les quedaban 10 para gastarlos en cualquier cosa
que necesitaran. El día de pago todas las tiendas de tatuajes estaban muy
ocupadas vendiendo diseños que costaban entre los 25 y los 75 dólares. Todo
marinero sabía que las Islas Sandwich eran lo mismo que las Islas Hawai,
hubiesen estado o no.
»Las focas (chicas) que seguían a los barcos, sabían cuál era cada uno y
de qué tipo. Si no eras un marinero, no podías tomarles el pelo. Sabían que un
acorazado tenía el nombre de un estado, un crucero el de una ciudad y un
destructor el de un personaje famoso.
»A menudo había concursos entre las cuadrillas de los muelles y los
marinos para ver quién volvía con mayor cantidad de tatuajes o el más
grande, y, claro está, los tatuadores alentaban esas competiciones. Si entraba
un marinero, el tatuador decía: “¡Dios qué cansado! Acabo de tatuar un águila
enorme en el pecho de un trabajador de los muelles”, aunque nadie hubiera
ido en todo el día. Eso podría hacer que el marino quisiera tener una mucho
más grande en su pecho. Normalmente los trabajadores del muelle conseguían
tener más tatuajes, pero la rivalidad era divertida.
»Todo marinero que se preciara de serlo, tenía chicas tatuadas en las
pantorrillas, otro tatuaje en el pecho e incluso un bebé llorón y sonriente con
las palabras “SWEET & BITTER” (dulce y amargo) debajo. Después de la
II Guerra Mundial esta idea perdió su sentido, y muchos marineros y soldados
tenían estos bebés pasados de moda en sus piernas o espalda.
»Cuando habían recorrido 5000 millas marinas, se tatuaban un pájaro azul
en el pecho. Si habían recorrido 10 000 se tatuaban un segundo pájaro en el
otro lado del pecho. Cuando realizaban el segundo crucero, se tatuaban una
cuerda para tender con ropa interior y medias de chicas. Si cruzaban el
Ecuador se tatuaban un Neptuno en la pierna, y para su seguridad se tatuaban
un gallo en un pie y un cerdo en el otro, así se salvarían de ahogarse en mar.
Un dragón demostraba que habían cruzado un meridiano y todo marinero que

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quería hacer creer que había estado en Honolulú quería tatuarse una chica
Hawaiana en su brazo para hacerla bailar.
»Para el marinero solitario, los tatuajes de “MAMA” se hacían antes que
los de su novia o esposa, lo que muchas veces daba lugar a pequeños enfados.
Corazones con la palabra “MADRE” en un lazo fueron los favoritos durante
un tiempo. “PADRE” era siempre tatuado separadamente, aunque a veces
hicimos algunos tatuajes con las palabras “PADRE & MADRE”.
»Banderas con advertencias tales como “RECUERDA PEARL
HARBOR” o “MUERTE ANTES QUE DESHONOR” junto con los tatuajes
de chicas curvilíneas, se hicieron muy populares durante la guerra. También
eran comunes las listas con los barcos en los que habían servido. Tenían el
nombre de cada barco en el que habían estado, tatuado en sus piernas. Los
marineros trabajaban “en” un barco, no “para” un barco.
»Los puertos donde habían atracado, también eran registrados en tatuajes
sobre las piernas y eran como un historial de quien los llevaba.
»Los hombres de la marina poseían un surtido de tatuajes sacados de los
cómics, tales como Maggie o Jiggs, Superman, etc… mientras que los
marines normalmente tenían un perro bulldog o un emblema de la Marina o
quizá “MUERTE ANTES QUE DESHONOR”.
»Hoy en día hay una gran variedad de tatuajes, pero pocos pueden
competir con la Marina en lo que a tatuajes se refiere. A los hombres de la
Armada les gustaban los tatuajes, pero como solo les pagaban una vez al mes,
pocos tatuadores se instalaban cerca de las bases militares. La fuerza Aérea se
encontraba a medio camino entre la Armada y los marines, por el número de
tatuajes que tenían.
»Después de la II Guerra Mundial el tatuaje cambió. Volví del Servicio
Militar para ver cómo tipos se hacían con “chuletas” de tatuajes por 20
dólares, y eso que el equipo había cambiado muy poco. La vida había subido
mucho, las hamburguesas que costaban 15 centavos habían subido hasta 50
centavos y aunque los mismos diseños se seguían vendiendo, las ideas
estaban cambiando.
»En vez de subir los tatuajes grandes a 5 dólares, lo hacían las piezas
pequeñas hasta 20 dólares. Una pantera trepando por el brazo era uno de los
tatuajes más populares, y mientras que yo había subido las mías de 50
centavos a 6 dólares (consideraba que este era un precio fantástico en aquella
época), muchos de mis competidores se llevaban 20 dólares por ello.
»Si se considera que antes de la guerra podía alquilar un espacio por 15
dólares, y el mismo espacio se alquilaba por 200 dólares después de la guerra,

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tenía que aceptar el hecho de la subida de precios de los tatuajes. Las
hamburguesas de 15 centavos estaban ahora entre 35 y 50 centavos, y eso que
hablo del año 1946. Nuestros proveedores y precios habían subido
radicalmente.
»En Sacramento, California, quise establecerme en una galería comercial.
El dueño me ofreció retirar dos máquinas recreativas y darme ese espacio por
200 dólares al mes.
»El tatuaje estaba cambiando. Los clientes no eran los mismos. No había
más Flota Asiática. Muchos de nuestros marineros eran quintos y no marinos
de carrera. Eran jóvenes descarados y gallitos, sin seso detrás de su charla.
»La Marina aconsejaba a los hombres en contra del tatuaje, por la
posibilidad de infecciones y las marcas no deseadas que impedían el trabajo
en el exterior. Los hombres querían que las tiendas de tatuajes estuvieran más
limpias. El Departamento de Salud se puso duro, instauró reglas y daba
seminarios para hacer ver la necesidad de esterilización. Era un nuevo juego
por completo.
»Llegó la Guerra de Corea y
estuvimos muy ocupados. Después
Vietnam. Me divertía cada día de mi vida,
e hice de ello mi forma de vivir.
»El tatuaje era para mí más un hobby
que un trabajo, aunque era todo lo que
hacía (durante siete días a la semana y un
total de dieciocho horas al día). Estaba en
buena forma física y me recuperaba
enseguida de un duro día de trabajo.
Además no todos los días eran tan duros,
a veces me sentaba y hablaba con la
gente. Me gusta la gente.
»También me gusta dibujar. Aprendí
que el arte del tatuaje era muy similar al
del póster; formas, líneas y sombras, sin
mucho detalle. El dibujo tenía que ser
reconocido a 20 pasos de distancia tal y
como era; una chica, un loro o lo que
fuera.
»Había espacios abiertos. Si se tatuaba un tigre, no se metía en una jaula.
Todavía persigo el arte en su forma original, los tatuajes tradicionales, y mis

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clientes vienen de todas partes.
»Para muchos tatuadores el estilo había cambiado. Muchos utilizaban
únicamente los estilos y diseños orientales. Otros usaban líneas perfiladas, sin
sombras. Esto ya había sucedido antes. La parte de los que estuvieron mucho
tiempo en el negocio, descubrieron que los colores desaparecían si solo se
había tatuado una débil línea sin sombras. Cambiaron, y de nuevo hicieron
una línea alrededor, más ancha, y utilizaron el color para sombras.
»Los tatuajes grandes en el pecho se habían puesto de moda otra vez, así
como los tatuajes en las espaldas. Un tipo con un tatuaje grande en el cuerpo
o en la espalda es considerado un hombre entre los hombres, y debe ser
respetado.
»Recientemente me han pedido tatuajes grandes de chicas en las piernas.
Parece ser que esa moda ha vuelto. De esta forma, el marinero puede decir
honestamente que se ha acostado con una chica en cada puerto».
¡Ah!, los viejos buenos tiempos.

de la piel del diablo


A principios de febrero de 1966, Terry y un Ángel de San Francisco, George Cahn,
fueron detenidos por «contribuir a la delincuencia» de una chica de quince años que
tenía tatuado en la espalda, a la altura del omóplato: «Propiedad de los Ángeles del
Infierno». También tenía gonorrea, lo que a los Ángeles les preocupa tanto como el mal
aliento.
Hunter S. Thompson, Los Ángeles del Infierno. Una extraña y terrible saga.

Los tatuajes han recorrido un largo camino hasta llegar a nosotros. Desde
las legiones romanas, pasando por los guerreros maorís y los sofisticados
orientales hemos llegado a los puertos americanos durante la II Guerra
Mundial. Pero ¿qué pasó después? Su uso entre delincuentes, presidiarios,
marinos y militares ha permanecido inmutable, pero nuevos usuarios han
tomado el tatuaje como bandera en estos tiempos tan faltos de ideales. Quizá
los más pintorescos y llamativos sean las bandas de motoristas, que desde
mediados de siglo han estado buscando nuevas formas para desafiar a la
sociedad, molestar a sus madres y poner los pelos de punta a los vecinos. Los

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más conocidos amantes del tatuaje son los Ángeles del Infierno, la agrupación
de bandidos sobre dos ruedas mundialmente imitada y temida.
«Todo el que haya visto alguna vez a los Ángeles de Infierno en una gira
aceptará que es muy natural que los californianos rurales rechacen el
espectáculo y les parezca en desacuerdo con su forma de vida. El espectáculo
es una especie de zoo humano sobre ruedas. Un forajido cuyo aspecto normal,
cuya apariencia rutinaria basta para alterar el tráfico, aparecerá en una gira
con la barba teñida de verde o de rojo brillante, los ojos ocultos tras unas
grandes gafas de color naranja y un aro de bronce en la nariz. Otros llevan
capas y cabezales apaches, o gafas de sol descomunales y cascos prusianos
con pico y todo. Los pendientes, los tocados de la Wehrmacht y las cruces de
hierro alemanas forman, prácticamente, parte del uniforme… como los
vaqueros con costra de grasa, los chalecos sin mangas y los delicados tatuajes:
“Madre”, “Muñeca”, “Hitler”. “Jack el destripador”, cruces gamadas, dagas,
calaveras, “LSD”, “Amor”. “Violación” y la inevitable insignia de los
Ángeles».
Así describe Hunter S. Thompson a los Ángeles, con los que convivió
durante algunos años.
Los Ángeles del Infierno se dividen en agrupaciones locales llamadas
capítulos, cada uno de estos capítulos tiene unas cuantas acompañantes
femeninas a las que denominan cariñosamente «mamás» y que son de
propiedad común, es decir, tienen que estar siempre disponibles a los deseos
de cualquier integrante del capítulo. Ni que decir tiene que estas chicas nunca
son las más bonitas ni las más despiertas de los alrededores. Incluso un Ángel
contaba cómo un día subastó a una de sus «mamás» en un bar de carretera
para conseguir unas cervezas y varios presentes le invitaron a lo que quisiera,
con la condición de que quitara de su vista a la pobre muchacha. Las chicas
no aguantan mucho tiempo el ambiente de los Ángeles, pero en algunas
agrupaciones afines, como los Esclavos de Satán, son tan partidarios de
mantener «mamás» dentro del grupo, que se diría incluso que las coleccionan.
Tanto es así, que incluso llevan a sus mujeres comunales a las tiendas de
tatuaje para que les graben permanentemente en la nalga izquierda
«Propiedad de los Esclavos de Satán». Los Esclavos creen que este tatuaje
proporciona a las chicas un sentimiento de seguridad y pertenencia. Borra
cualquier duda respecto a su admisión en el grupo y les hace sentirse más
cómodas. Dicen que quien ha sido tatuado experimenta unas sensaciones
vigorosas e instantáneas de pertenencia, de unidad con la organización, y las
pocas que han dado este paso tienen un estatus especial el tiempo que son

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capaces de aguantar con ellos. Los Ángeles no suelen tatuar a sus mujeres,
pero admiran esta práctica y les parece algo con «mucha clase».
Las bandas de motoristas no han sido los únicos en incorporar los tatuajes
a su forma de vida; en los años cincuenta los Teddy Boys, los Rockets y otros
grupos anónimos de rebeldes sin causa adoptaron los tatuajes como símbolo
de protesta; en los sesenta los hippies, en un signo de acercamiento a Asia y
con su mensaje de condena hacia la guerra del Vietnam y la sociedad de
consumo, perforaron sus orejas y narices y usaron tímidamente tatuajes
alegóricos a temas pacíficos y tribales; en los ochenta los punkies modificaron
su apariencia corporal para transgredir lo convencional. El pelo de color
naranja, los anillados, los tatuajes de esvásticas, las calaveras y las frases
provocativas eran una buena forma de epatar a la conservadora sociedad
inglesa. Este movimiento sirvió de embrión para uno de los grupos más
violentos y tatuados de los noventa, los skin-heads, que con sus consignas
fascistas y xenófobas se están convirtiendo en los nuevos hunos de Europa.
Pero no solo los skin-heads, motoristas y modernos son los herederos de
la decoración corporal. En los noventa el tatuaje se ha extendido entre jóvenes
de muy distintas ideologías y diferentes clases sociales. Quizá el principal
motivo para explicar la expansión del tatuaje en las modernas sociedades
post-industriales, es el nuevo interés que están despertando los antiguos
sistemas tribales, lo que ha dado lugar a un movimiento llamado «Nuevo
tribalismo» o «Primitivos modernos». Este movimiento, una especie de fusión
de la New Age con la ideología hippie, vuelve su mirada a los sistemas
religiosos, políticos y económicos de las culturas tribales, en especial las de
los celtas, los indios norteamericanos y la de las islas del Pacífico. Todas ellas
tenían en común una visión cósmica y mitológica de la vida, su sentimiento
del hecho cotidiano estaba muy influenciado por la magia y su estructura
social era mucho menos opresiva que la nuestra. Un caramelo en este caótico
fin de milenio.
El uso de los tatuajes de estas culturas resulta muy cómodo para los que
comulgan con sus ideas y desean sentirse cerca de sus aspectos más positivos.
Tatuarse es toda una declaración de principios, con las ventajas de no tener
que compartir la situación real de las economías cazadoras-recolectoras ni el
sufrimiento en los peligrosos procesos del tatuaje primitivo. Con la pérdida
del dolor y el riesgo, se desvirtúa el tatuaje tribal, en el que la decoración final
es solo la constatación de que se ha pasado por una terrible ceremonia que
atestigua la fuerza física y espiritual, y que solo tiene sentido si señala un

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tránsito vital en la vida del individuo, ya sea el paso de la sociedad adulta, el
matrimonio u otro hecho trascendental.
En cualquier caso, cada día que pasa miles tatuados más, nuevas
publicaciones salen al mercado, docenas de higiénicos profesionales afilan su
moderno instrumental y nuevos adeptos enseñan orgullosos sus miembros
desnudos en las pasarelas de las convenciones. Ríos de tinta correrán por las
pieles del futuro.

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Capítulo 5

marcar y cortar
ESCARIFICACIÓN s. Forma de penitencia que practicaban los devotos medievales.
A veces este rito se cumplía con un cuchillo, a veces con un hierro caliente, pero
siempre, dice Arsenius Asceticus, resultaba aceptable mientras no le ahorrará al
penitente dolores o inofensivos desfiguramientos.
Ambrose Bierce, El diccionario del diablo.

L as escarificaciones son sencillamente cicatrices, incisiones poco


profundas en la piel a menudo con pretensiones artísticas, que suelen
quedarse en deformaciones cutáneas, pero que algunos pueblos consideran
fascinantes.
Lo más parecido a la escarificación que encontramos en el viejo
continente son las cicatrices producidas en los duelos de honor, esas toscas
marcas faciales que llegaron a convertirse en un símbolo de viril elegancia en
los ambientes aristocráticos europeos. El proceso para conseguirlas era
sencillo: desafiar a un combate a espada al primer petimetre que murmurara
algo vagamente inteligible o que hiciera alusión a cualquier dama que se
conociera remotamente. El resultado solía ser el cruce de algunas estocadas
que cesaba a la «primera sangre» es decir, cuando se había conseguido la
romántica herida que se luciría en todos los salones cortesanos, como al
descuido.
Esta costumbre era especialmente común en la Alemania del s. XIX, sobre
todo en las escuelas militares y entre los estudiantes de la aristocracia
prusiana; todavía a mediados del presente siglo, el 50% de los componentes
del Reichstag tenía este tipo de marcas en su rostro, símbolo de nobleza y
honor.
En África, sin embargo, las escarificaciones son moneda corriente, y
muchas tribus las practican abundantemente por motivos sexuales o sociales,
normalmente en ritos iniciáticos relacionados con la pubertad o el
matrimonio. En su libro El último de los nuba, Leni Riefenstahl relata
fascinada la costumbre africana de hacerse escarificaciones, que explica como

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una primitiva forma de vacunación: haciendo esa multitud de pequeñas
incisiones se fortalece el sistema inmunológico y se le prepara para
situaciones peores, que es seguro que llegarán en las difíciles condiciones de
vida del Continente Negro.
Lugares como África o Australia son ricos en estas tradiciones
decorativas, en gran parte debido a que el color de su piel hace menos visible
el tatuaje, y también a que las pieles ricas en melanina tienen mayor tendencia
a producir una bonita cicatriz. Los aborígenes australianos se encuentran a la
cabeza del mundo en cuanto a diversidad de mutilaciones. Además de las
escarificaciones, practican el anillado del tabique nasal, la extracción de
piezas dentarias, ritos de sangre (mediante incisiones en una vena del brazo o
el pene, o ambos), depilación radical, varios tipos de deformaciones genitales
y un rito curioso, la presentación de la propia cabeza con motivo de los
funerales, los allegados del muerto aprovechan para desahogarse propinando
fuertes garrotazos sobre la cabeza del apenado amigo, asegurándose así de
que realmente siente la pérdida del difunto.
Dejando a los aborígenes australianos con sus pintorescas costumbres y
volviendo a nuestras tranquilas cicatrices decorativas, debemos advertir que
estas no se limitan solo a los cortes, sino que suelen ir seguidas de una
cauterización a base de cenizas vegetales, que desinfectan y dotan al diseño
de relieve. Ocasionalmente también pueden introducirse pigmentos o materias
irritantes en las heridas para remarcarlas, o insistir en ellas para que la piel
forme una gruesa capa quelonea. Este perfeccionamiento es mucho más
peligroso que las incisiones en sí mismas, pero absolutamente necesario si se
desea un buen acabado. Como recordarán los que hallan leído el párrafo
dedicado a los aborígenes australianos, las cicatrices se pueden provocar de
muchas maneras y con fines muy distintos, así que para evitar caer en la
morbosa descripción de sangrientas costumbres que podrían molestar al lector
más sensible, las dividiremos en tres sencillos grupos básicos:
1) marcas tribales, auténticos pasaportes que distinguen a cada una de las
tribus. Se ejecutan con frecuencia en los ritos de pubertad y son más comunes
en los varones, en ocasiones determinan la pertenencia a ciertas sociedades
secretas masculinas. En el caso de los practicantes de la rama de la santería
cubana denominada «Palo mayombe», dedicada fundamentalmente a la magia
negra, se da una ceremonia se creta denominada «rayar en palo», durante la
cual los adeptos son marcados —⁠«rayados»⁠— como una forma de bautismo
en la secta. El origen de esta ceremonia es África Occidental, donde abundan
las sociedades secretas y las escarificaciones de reconocimiento.

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2) cicatrices masculinas, que son una
prueba de valor y virilidad, al tiempo que
hace a los portadores más excitantes para
el género femenino. En este tipo de
marcas también se da la identificación del
dolor con la iniciación del guerrero que
vimos en el tatuaje de las islas del
Pacífico. Un Tiv asegura: «Claro que son
dolorosos, pero ¿qué muchacha miraría a
un hombre si sus cortes no hubieran sido
dolorosos?». Está muy claro, este
guerrero ha demostrado que soporta el
dolor, su resistencia a las infecciones y su
voluntad de convertirse en un gran
soldado y cazador a pesar del sufrimiento,
quizá gracias a él. Las escarificaciones
son una prueba de su decisión, muy decorativa además. ¿Qué más puede pedir
una mujer?
En lugares donde la práctica del tatuaje está muy extendida, también es
posible encontrar escarificaciones, aunque no es muy común. Este es el caso
del ritual de los iatmul de Nueva Guinea, donde el paso a la edad adulta de los
hombres se celebra grabando escamas por todo el cuerpo en imitación al
cocodrilo, su animal totémico. La iniciación comienza con una serie de
rituales que sirven para comprobar la fortaleza física y la entereza moral de
los aspirantes, y lo que es más importante, eliminar toda influencia materna.
Después de que el novicio ha pasado satisfactoriamente estas pruebas,
comienza verdadero proceso de iniciación. Se practican dolorosos cortes a lo
largo de la espalda, los brazos y las piernas con un afilado trozo de bambú,
para que adquieran el aspecto de escamas, y son levantados durante varios
días impidiendo que cicatricen rápidamente. Durante la curación, que se
realiza mediante plantas medicinales, los novicios aprenden la historia del
clan, los mitos ancestrales y la que les espera en su vida como esposos y
padres. Una vez curados, ya son hombres cocodrilo, pueden entrar en «La
casa de los hombres» —⁠una especie de club social exclusivamente
masculino⁠—, casarse y tener hijos.
En Occidente la escarificación está prácticamente limitada a los ambientes
sadomasoquistas y gais. En ciertas comunidades de ciudades como San
Francisco, el tatuaje, el «branding» —⁠marcas con hierros candentes⁠— y el

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anillado están tan vistos que nuevos juegos de sangre, como los cortes
epidérmicos, se están poniendo de moda.
3) escarificaciones femeninas, consideradas como un elemento
embellecedor y con una finalidad erótica. Aquí la variedad de gustos es
infinita: a los yao les fascinan los cortes en las nalgas de las mujeres; entre los
nkundo el máximo interés se provoca cuando los diseños geométricos
convergen en los órganos sexuales; las muchachas de Dahomey son marcadas
con doce tipos de escarificaciones diferentes, cada una con un particular
significado sexual y que, según parece, se vuelven lívidas por la emoción
cuando un hombre les gusta.
Raelyn Gallina es la mejor «cortadora» de San Francisco. Por sesenta
dólares la hora puede hacer cualquier escarificación que se le pida: motivos
celtas, primitivos, dibujos infantiles o diseños personales. Hace ilustraciones
en las que introduce un pigmento para convertirlas en tatuajes permanentes o
utiliza una fina cuchilla para hacer delgadas cicatrices que desaparecen con
tiempo (excepto en las pieles ricas en melanina, en las que tiende a formarse
una cicatriz queloide permanente). El sangriento portafolio de Raelyn está
compuesto de impresiones sangrientas extraídas pegando un papel sobre la
cicatriz.
Los lugares en los que las escarificaciones están más de moda son los
clubs sadomasoquistas y homosexuales, especialmente entre el colectivo de
lesbianas. En ellos se suelen organizar actos SM en los que el miembro
dominante de la relación dibuja o hace dibujar algún motivo en la piel del
miembro sumiso. Este tipo de ceremonias se pueden organizar en lugares más
abiertos y se orquestan como una performance en la que las escarificaciones
forman parte de un espectáculo en el nombre del arte. En ellas, lo usual es
conseguir impresiones de las heridas sobre papel o tela, originales pictóricos
de edición muy limitada que se han devaluado mucho en los tiempos del sida.
En algunas ocasiones la sangre que se produce es bebida por los exaltados
artistas en un auténtico rito vampírico.
En cualquier caso, el abuso de las escarificaciones y otras
automutilaciones por parte de adolescentes con trastornos de personalidad,
masoquistas o personas con problemas síquicos, está llegando a niveles
preocupantes en los Estados Unidos. Ya han surgido algunas asociaciones
como SAFE (Self Abuse Finally Ends) para ayudar a las personas que no
pueden vivir sin las fuertes sensaciones que producen las automutilaciones.
No tenemos el teléfono.

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hierro en el cuerpo
Es una comitiva del más espantoso aspecto que nunca haya aparecido colgando de
la horca. Delante de todos aparece, los grandes brazos desnudos y las orejas adornadas
con monedas de cobre, el bello italiano Cecco, que puso su nombre en letras de sangre
en la espalda del gobernador de Gao. Seguían también Bill Jukes, con el cuerpo
enteramente tatuado…
J. M. Barrie, Peter Pan.

Como todas las demostraciones de embellecimiento corporal que hemos


visto hasta ahora, el «piercing» o anillado es tan antiguo como la piel, aunque
nuestro conocimiento sobre él se remonta a unos miles de años tan solo.
Durante toda la antigüedad el anillado era una forma más de llevar joyas,
y no solo se limitaba al lóbulo de las orejas. La élite de los centuriones
romanos y algunos famosos gladiadores, por ejemplo, llevaban los pezones
anillados como signo de valor y orgullo y, con un fin más práctico: como
sofisticado anclaje para sujetar sus capas cortas.
En la Edad Media los anillados eran mucho más comunes para impedir las
relaciones sexuales que los famosos cinturones de castidad. Con las mujeres
se utilizaban dos anillos, uno en cada labio del sexo femenino, unidos
mediante un candado u otra anilla soldada; y en el caso masculino se evitaba
la penetración mediante un gran anillo en la punta del pene o con dos, uno en
el extremo superior del miembro y otro en la base del escroto,
convenientemente unidos mediante un cierre.
Las comunidades religiosas han sido desde siempre grandes usuarios del
anillado, en especial en los genitales. Entre ciertas congregaciones era normal
clausurar permanentemente el sexo mediante argollas, y entre los santos
hombres tenía un gran éxito como tintineante penitencia. Estas prácticas,
junto con todo tipo de castigos físicos, se ratificaron implícitamente en el
Concilio de Trento celebrado en la Italia medieval, en el que la Inquisición
tuvo un peso específico. Aún hoy en día saltan periódicamente a la prensa
casos de religiosos que sufren problemas en sus genitales por salvajes
prácticas de este tipo. Especialmente propensos a accidentes urológicos son
los castizos miembros de la Orden de los Carmelitas de la Santa Faz, más
conocidos como «los curas del Palmar de Troya». Varios seguidores del Papa
Clemente han acudido al servicio de urgencias del Hospital Clínico de Sevilla
con terribles heridas, retenciones de orina y otro tipo de trastornos debido a

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los brutales anillados que practican en sus genitales. «Yo creo —⁠dice un
médico de la unidad de urología del hospital sevillano⁠— que llegan a ese tipo
de situación debido al éxtasis religioso. Casi todos los curas que he tratado, he
notado que llevaban puesto cilicios debajo de sus ropas. El caso de las anillas
que algunos se colocan en el pene es diferente, ya que lo hacen por dos
motivos: el primero de ellos es, como decíamos antes, el de castigarse
corporalmente, como un sacrificio a Dios y a la Virgen, que les hace sentirse
menos culpables de sus “pecados”; y el otro que al ponerse las anillas tienen
asegurada la imposibilidad de realizar cualquier acto de tipo sexual».
Los marinos, los grandes pioneros de la decoración corporal, solían
ponerse un pendiente en cada ocasión que cruzaban el Ecuador y, como en el
caso de los tatuajes, también trajeron recuerdos en forma de anillos de sus
viajes, fueron los primeros occidentales de la era modera que se atrevieron a
perforar sus narices y orejas con huesos y madera. También les debemos gran
parte de la implantación del anillado genital, que ellos descubrieron en
lugares como Borneo, para sorpresa y placer de las señoritas que frecuentaban
los puertos.
El anillado en el lóbulo de la oreja era, y sigue siendo, la practica más
común en Occidente, y su uso se pierde en la más remota antigüedad. Los
caballeros cruzados, como ocurría con los tatuajes, se trajeron recuerdo de
oriente en forma de grandes y enjoyados pendientes, la última moda en la
corte de Saladino. Durante las guerras contra los turcos, el constante roce
cultural provocó que los caballeros europeos adoptaran algunas costumbres de
los infieles, consideradas como muy sofisticadas, entre ellas lucir un arete, en
ocasiones monstruosamente grande.
En el siglo XVII llevar un trozo de metal colgando de la oreja ya causaba
cierta extrañeza, y los caballeros se justificaban explicando sus excelentes
cualidades terapéuticas: corría el cuento de que los dolores de cabeza, la
locura y otras enfermedades eran producidas por un demonio que se
introducía por el oído izquierdo. Con un brillante pendiente en ese lado el
demonio estaba menos inclinado a entrar. Sin embargo, anillarse el lado
derecho ya era vicio, opinión que ha pervivido hasta nuestros días.
Para encontrar ejemplos de cualquier tipo de excentricidad humana, en
especial de las relacionadas con la sexualidad, basta con echar un vistazo a la
rígida sociedad inglesa de la era victoriana. Los anillados no son una
excepción, y en la metrópoli del Imperio se encuentran los primeros casos
modernos de anillado genital, y costumbres estéticas tan curiosas como las de
las señoritas de la alta sociedad británica, que practicaban el anillado de sus

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pezones para aumentar su tamaño y modificar su forma al gusto del momento.
Con unos buenos anillos era posible que un par de pezones se notaran a través
de las gruesas capas de tela con los que previamente se habían tapado:
típicamente victoriano.
Actualmente el anillado de otras partes del cuerpo que no sean el lóbulo
de las orejas se está incrementando en los círculos sadomasoquistas y gais,
donde es visto como un pacto de sangre, un juego o una forma más de
expresar fuerza o sumisión. Las ceremonias públicas de anillado son una
práctica normal para que la parte sumisa de la pareja pueda demostrar total
entrega a su amo, que decide cómo y cuándo anillar a su «esclavo». Algo de
esta práctica nos recuerda a la ceremonia del matrimonio, en la que unos
anillos son los símbolos de entrega y pertenencia.
Una anónima esclava alemana con numerosos anillos por todo su cuerpo,
en especial en su sexo, relata así su experiencia: «Los anillos íntimos tienen
un significado simbólico y sexual para nosotros; cada anillo tiene una fecha
especial o un acontecimiento sexual asociado con él. Ponerlo es divertido y
también lo usamos para nuestros juegos sexuales. Significan que soy una
puerca, una esclava, que soy dominada por mi novio. Por cada anillo que
llevo me posee un poco más. Él decide dónde será puesto, el momento y la
circunstancia. Si estaré atada, tumbada en la cama, anestesiada o será hecho
de manera brutal. Me hace sentir muy erótica, soy la única persona que
conozco que le tintinea como el infierno si va andando por la calle sin bragas.
Nadie sabe de dónde viene el ruido. Es muy excitante para mí».
Hasta hace poco solo se anillaban los sumisos, pero recientemente la
costumbre se está extendiendo también a los miembros dominantes. Esto ha
creado un nuevo código en la comunidad SM; el anillado en la parte izquierda
del cuerpo identifica a un «sumiso» y en la parte derecha a un «dominante».
Además, es común que los dominantes no lleven anillas, que son utilizadas
para colgar objetos o enganchar cadenas. En su lugar llevan barras metálicas
acabadas en pequeñas esferas, en un orgulloso gesto que demuestra que ellos
no se dejan encadenar ni decorar así como así.
El uso del anillado se está extendiendo rápidamente entre todo tipo de
gentes como potenciador del placer sexual y con fines decorativos. Para
muchos aficionados, su capacidad de disfrutar el placer y otorgarlo ha
aumentado sensiblemente gracias a estos sugerentes trozos de metal, de los
que nadie se atreve a cuestionar su valor como ornamento.
Es posible perforar cualquier parte del cuerpo, desde las cejas hasta los
dedos de los pies, y de hecho, hay personas que llevan docenas de anillados

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distintos. El famoso tatuador Sailor Sid Diller presume de alrededor de 50
anillos en sus genitales, y se sabe de quién tiene más de 200 orificios. A pesar
de ese exceso de peso, se puede tener una vida normal, y pasar incluso por el
detector de metales de cualquier aeropuerto sin necesidad de embarazosos
incidentes: las joyas se pueden llevar en la perforación permanentemente o
solo ponérselas cuando se crea conveniente. Estos son algunos de los lugares
más comunes para anillarse:
NARIZ: se puede perforar una de las aletas, al estilo hindú, o el espacio
entre los dos orificios, al estilo salvaje. Es una operación fácil y relativamente
indolora. Ponerse una joya en la aleta de la nariz está de moda entre los
nuevos hippies. Si está bien hecho y se elige un arete adecuado es
relativamente cómodo, incluso durante los resfriados. Su significado original
en la India estaba muy alejado de la cultura hippie: los maridos perforaban así
a sus mujeres como símbolo de obediencia. Si la mujer no era lo
suficientemente dócil el indignado marido podía utilizar el pendiente para
arrastrar a la pérfida a través de las calles. La perforación en el centro de la
nariz se llama septum, era muy común en Nueva Guinea y tuvo gran difusión
entre ciertas bandas de los Ángeles del Infierno, que introducían grandes
anillas en ella para conseguir un aspecto más terrorífico. Y vaya si lo
conseguían. Actualmente está renaciendo esta práctica con las ideas de
«moderno primitivismo», pero en lugar de anillas se introducen colmillos de
marfil, maderas talladas o cualquier cosa que recuerde a los salvajes que
salían en los cromos.
PEZÓN: es el anillado más sencillo si exceptuamos el lóbulo de la oreja.
Su uso se remonta a la antigüedad y tiene una función decorativa y sexual,
pues parece que dota de más sensibilidad al pezón y lo convierte en una
importante zona erógena.
OMBLIGO: el anillado en el ombligo era un signo de realeza para los
antiguos egipcios. Actualmente es muy popular como decoración corporal
entre las chicas y chicos que están a la última y conservan el suficiente buen
tipo como para ir con la barriga al aire. Se suele hacer en el pliegue de piel
que hay sobre el ombligo y la perforación se mantiene abierta mediante un
anillo durante la curación, que suele durar de cuatro a seis semanas. Después
puede ser sustituido por cualquier joya u objeto que incremente su función
decorativa.
PREPUCIO: este es uno de los anillados genitales más antiguos de los que
se tiene noticia. Los griegos y romanos lo utilizaban para evitar las relaciones

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sexuales de sus esclavos. El prepucio era perforado y cerrado con un aro
llamado fibulum.

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PRÍNCIPE ALBERT: este es uno de los anillados más populares para los
buscadores de placeres sexuales. Consiste en un anillo que pasa a través de la
uretra hasta la base del pene. En contra de lo que pueda parecer, el proceso de
anillado y su curación son rápidos. Su origen moderno se remonta la época
victoriana, donde se utilizaba para sujetar el pene masculino junto a la pierna
mediante una trabilla en los pantalones, evitar así que los órganos
reproductores fueran evidentes en los pantalones extremadamente ajustados
de la época. Esta práctica puede resultarnos extraña, pero no lo era tanto en la
desquiciada sociedad victoriana. Su nombre proviene de la leyenda que
atribuye al príncipe Alberto el inicio de esta moda. Según se cuenta, el
príncipe utilizaba este anillo, además de para disimular su paquete, para
mantener la piel del prepucio retraída, y conservar su pene en perfectas
condiciones de higiene y no ofender así a la reina. Actualmente los fines de
este anillado son puramente sexuales. Tiene el inconveniente de que hay que
sentarse para orinar.
DYDOE: las perforaciones se hacen a ambos lados del borde superior del
glande. La operación es difícil y delicada y debe ser hecha por un profesional
de la medicina. Tardan de cuatro a seis semanas en sanar y suele introducirse
una barra con las puntas redondeadas por los orificios. Su uso es
relativamente reciente, y está estrechamente relacionado con la masiva
extensión de la circuncisión ya que, según parece, devuelve gran cantidad de
la sensibilidad perdida con la desaparición del prepucio. También se dice que
estimula placenteramente las paredes vaginales durante las relaciones.
AMPALLANG: muy practicado por los dayak de Borneo y otros
indígenas del Océano Indico, aunque su uso se está extendiendo rápidamente
por Occidente. En sus orígenes era un rito de pubertad que consistía en
introducir una barra de oro, marfil o hueso horizontalmente a través de la
cabeza del pene sobre la uretra; después de la operación, los extremos son
sellados por dos piezas del mismo material. Tiene fama de ser el anillado que
más placer produce a ambas partes, y también el más peligroso y difícil de
realizar por motivos obvios.
GUICHE: este anillado se ubica en el pliegue de piel que se encuentra
entre el escroto y el ano. Quien lo lleva dice que presionándolo durante el acto
sexual se prolonga e intensifica el orgasmo. Su origen se encuentra entre los
nativos Pacífico Sur, donde hoy en día aún está muy extendida su práctica.
Allí se hace la incisión con un cuchillo, y en ella se introduce una correa de
cuero en lugar de la anilla que utiliza actualmente en Occidente.

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APADAVRA: es una perforación vertical en la cabeza del pene descrita
en el Kamasutra. Su uso según los taimados hindúes vuelve locas a las
mujeres, pero la mayoría de ellas prefieren regalar flores y bombones.
BASE DEL GLANDE: este anillado alrededor de la base del glande es de
origen europeo, y se puede usar tanto como estimulante sexual como
represivo de la erección. Como estimulante, la anilla —⁠que debe ser del
tamaño adecuado⁠— se pasa por la cabeza del glande, de tal forma que lo
rodee. Como «cinturón de castidad» masculino se utiliza poniendo un
candado en la anilla, con lo que la penetración es prácticamente imposible.
Otro uso más radical aún consiste en colocar otra anilla en la base del pene y
unirla a la primera con el candado, de esta forma no son posibles ni los
placeres solitarios.
HAFADA: este anillado tiene una función meramente decorativa; consiste
en una anilla en el escroto, entre el testículo y la base del pene. Si está bajo la
base del pene se denomina cavic. Su introducción en Occidente se debe a los
muchachos de la Legión Extranjera, que tanto han hecho por la difusión de la
decoración personal, y está copiado del rito de iniciación de los jóvenes
árabes, que se perforan con esta anilla durante un rito de madurez. En sus
países de origen, en lugar de simples aros, suelen ser hermosas joyas con
incrustaciones de pedrería.
CLÍTORIS: es un anillado muy poco común y muy peligroso. En esta
zona existen una gran cantidad de nervios empaquetados en cuatro o cinco
centímetros cuadrados y una punción puede tener resultados desastrosos. En
realidad, se sabe de pocas mujeres que lo hayan intentado. Lo más común es
practicarlo en la capucha sobre el clítoris, porque es igual de decorativo y
menos peligroso. Dicen que da excelentes resultados sensoriales y que sana
muy rápidamente.
SEXO FEMENINO: se ha practicado desde antiguo como una especie de
«cinturón de castidad»: se anillan los dos labios del sexo femenino y se unen
mediante un candado para evitar la penetración. En la actualidad, su uso suele
ser decorativo, aunque algunas usuarias dicen que bailando sin ropa interior
se siente un placer muy especial. En cualquier caso, este anillado como todos
los anillados genitales, tiene mucha aceptación en los círculos
sadomasoquistas, en los que adquieren una importante función en los juegos
de dominación y poder. Es muy común que la parte dominante anille a la
sumisa cuando él lo crea oportuno, como una forma de fortalecer la relación y
de evidenciar el poder que ejerce el amo sobre el esclavo. En los juegos
sadomasoquistas suelen unirse los anillos genitales a otros situados en los

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pezones o la lengua, también se pueden colgar pesos o campanas de ellos y
practicar otros juegos; no existe límite para la imaginación.
Todas estas punciones se han rellenado a lo largo de la historia con hueso,
marfil, madera, cuero, plumas o cualquier otro material que se encontrara en
la naturaleza, los problemas de alergias parecían no existir entonces. En la
actualidad hay personas que son alérgicas hasta al acero quirúrgico, por su
contenido en níquel y minerales; otras lo son al oro, porque la necesaria
aleación —⁠el oro puro es muy blando⁠— contiene ciertas impurezas, y la plata
o el cobre son metales que no suelen recomendarse para un anillado. Cada
persona debe probar con la aleación con la que se sienta más a gusto, lo mejor
seguramente sea el acero quirúrgico de alta calidad, y hay quien obtiene
excelentes resultados con el aluminio.
Más importante aún que elegir el material adecuado, es recurrir a un
profesional cualificado que reúna las suficientes condiciones de seguridad e
higiene. Puede ser muy desagradable el descubrir que un anillado está mal
hecho. Desagradable y peligroso.

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el talle de avispa
Oh, cómo llorarías tus simples, dulces ocios,
Cuando el brutal corsé oprimiera tus flancos.
Charles Baudelaire, «A una malabaresa».

A estas alturas no podemos resistir la tentación de hablar sobre una de las


modificaciones corporales más características de occidente: el corsé.
Diabólico invento cuyo uso prolongado disminuye la cintura drásticamente,
recoloca los órganos internos y obliga al cuerpo a adoptar la inverosímil
silueta de un reloj de arena. Sin él no existiría el fetichismo tal y como lo
conocemos; es indispensable en cualquier ceremonia de SM, el atuendo
característico de la dominatrix y la sublimación absoluta de las curvas
femeninas. (Deberíamos hablar también de sus alegres compañeros, los
zapatos de tacón de aguja, pero la modificación que provocan es más
adecuada para un tratado de podología que para este libro).
El corsé es conocido desde hace siglos; entre los arqueólogos más
libidinosos corre el rumor de que era usado en el antiguo Egipto por las
sacerdotisas y los sacerdotes de la diosa de la belleza Hathor —⁠curiosamente
representada en ocasiones por un hipopótamo⁠—, y se sabe con certeza que en
la Grecia prehelénica los jovencitos de ambos sexos competían en los
soleados prados micénicos por el talle más estrecho.

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En Europa, toscas fajas que solo con un exceso de imaginación podríamos
llamar corsés, se usaban para contener las carnes desde el siglo XII. Con el
tiempo, las prendas constrictoras que elevaban los senos femeninos
lujuriosamente se hicieron muy populares en Europa, hasta tal punto, que el
emperador José de Austria prohibió en 1559 el uso de esta incitante ropa en
conventos y lugares donde se educara a jovencitas.
Catalina de Médici, reina de Francia, introdujo el corsé de acero, cubierto
con terciopelo, seda u otro tipo de material; en esa época 33 centímetros de
cintura eran considerados como el colmo de la elegancia. El corsé de acero se
fabricaba con una fina lámina de metal bellamente trabajada con multitud de
aberturas para hacerlo más ligero y permitir la transpiración. Estaba
construido en dos piezas longitudinales de forma que pudieran ser
ensambladas sobre el cuerpo de la elegante con facilidad. La reducción del
diámetro del talle hasta la medida deseada estaba garantizada, la
supervivencia de la dama no.
Esta férrea lencería no fue tolerada durante mucho tiempo, y se sustituyó
por un diseño más funcional construido con una varilla de madera o metal a la
que se unían láminas de acero que se abrochaban mediante correas. Durante el
reinado de Isabel de Inglaterra las varillas de acero se sustituyeron por
ballenas (tiras de la lámina córnea que tiene el mamífero marino del mismo
nombre en la mandíbula superior), mucho más flexibles y cómodas.
A principios del siglo XIX apareció en Francia «La Ninon», la pieza
clásica de una sola pieza y atada a la espalda con lazos. El modelo causó furor
—⁠incluso hombres y niños lo vestían⁠—, y su fabricación se convirtió en una
floreciente industria; había sofisticados modelos para dandis, otros diseñados
para la tarde (un poco más anchos para evitar la estrangulación después de las
comidas), premamás y, en 1842, apareció el confortable «Pariseuse», que se
convirtió en un fenómeno social.
A finales de siglo la prenda era extremadamente popular, tanto, que las
clases más humildes, que deseaban estar a la moda, pero no podía pagarse uno
a medida, debían utilizar el modelo único. Igual daba que fueran etéreas
jovencitas o fornidas matronas, todas debían embutirse en la misma funda, lo
que causaba problemas de congestiones y flacideces que no ayudaron en nada
a la buena imagen de la prenda.
Las exigencias de la elegancia femenina de la época provocaron el uso
indiscriminado de apretadísimas ballenas, que en algunos casos eran
impuestas a las jovencitas como castigo o para asegurar su futura belleza, de
forma parecida a como ahora se colocan los aparatos dentales. Especialmente

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notable fue el invento de algún depravado corsetero hacia 1880, que consistía
en un largo y estrechísimo corsé «de entrenamiento» que iba provisto de un
ancho collar que mantenía el cuello estirado y la mandíbula exageradamente
elevada. El ingenioso juego, llamado «Modern Miss», llevaba incorporadas
dos correas para mantener los brazos fuertemente unidos a la espalda y
propiciar así que los hombros se mantuvieran aristocráticamente alzados. Se
recomendaba que las señoritas elegantes lo utilizaran algunas horas al día para
conseguir la estampa ideal. Esta curiosidad no nos resultará tan extraña si
recordamos que algunas de las más selectas damas del momento llegaron a
extirparse la última costilla —⁠la costilla flotante⁠— para conseguir la figura
ideal. Las valientes pioneras de la cirugía estética.
Corren muchas historias sobre este tipo de lencería; se dice que una
famosa familia londinense obligaba a sus doncellas a llevar corsé, y despedían
a la que sobrepasaba los 45 centímetros de cintura. Los desmayos —⁠como
todos sabemos⁠— adornaban la feminidad de la época, y se conocen casos en
los que jovencitas se vieron obligadas a llevar apretadas ballenas desde muy
corta edad, con el triste resultado de que dependían de su uso para mantenerse
en pie. Sus cuerpos habían crecido, pero sus cinturas seguían teniendo el
tamaño de su infancia, insuficiente para soportar el peso de un adulto.
Con la aparición del corsé de láminas, más higiénico y confortable, las
fábricas introdujeron el novedoso concepto de diferentes tallas y modelos, y
se difundieron como prenda imprescindible en el guardarropa de cualquier
señorita y algunos caballeros. La incorporación de la mujer al trabajo fuera
del hogar durante la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, limitó el uso
de los rígidos corsés de circunferencia diminuta —⁠que incapacitaban a sus
propietarias para casi cualquier tipo de trabajo⁠— a las damas de la alta
sociedad, las artistas de variedades y las cortesanas.
Al llegar a nuestro desenfadado siglo XX una sombra fugaz cruza por
nuestras mentes, un soplo de aire gélido llena nuestros pulmones y un
ramalazo terrorífico recorre nuestra entrepierna. Es el recuerdo de Vampira, la
presentadora de televisión que vino de las tumbas del espacio exterior.
Vampira comenzó presentando un show televisivo en el que se exhibían
películas de terror y que muchos años más tarde imitaría la también
neumática Elvira. Vampira aparecía con la imagen de Morticia Addams (la
madre en los cómics La familia Addams, de Charles Addams, la serie de
televisión se estrenaría diez años después), se sentaba sobre el ataúd que le
hacía de mesa, extendía su cabellera teñida de negro pecado, se remangaba el
ajustadísimo escote negro que cubría su cuerpo y presentaba con sus labios

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rojo hemorragia las casposas películas de marcianos y muertos vivientes. De
cómo esta finlandesa nacida Maila Nurmi llegó a convertirse en la maestra de
ceremonias del terror de los cincuenta y en el inolvidable «ghoul» femenino
de la película Plan 9 From Outer Space, tienen mucho que decir sus
increíbles medidas, 96-43-92, conseguidas gracias a una excelente genética
(que también le dio una estructura ósea digna de la mejor tumba) y al
disciplinado uso del corsé, del que era usuaria y divulgadora.
Mucho se ha hablado de su supuesto idilio con James Dean, una «sincera
amistad» según ella, que le provocó no pocos problemas con la prensa
sensacionalista. Incluso se llegó a decir que Vampira había echado un
maleficio al desgraciado actor, lo que nosotros no creemos. Lo que sí es
cierto, es que los dos compartían un macabro sentido del humor y cierto
interés por el fetichismo y la mortificación corporal —⁠a Dean se le conocía
como «el cenicero humano»⁠—, aunque de estas aficiones, —⁠el
encorsetamiento de Vampira⁠—, lo que acabamos de contar, es lo único que
por desgracia conocemos con certeza.
En cualquier caso, Vampira fue el ejemplo viviente de lo favorecedoras
que pueden resultar las piezas de lencería extrema sobre las curvas adecuadas.
En la actualidad muchas mujeres siguen comprimiendo sus flancos con
corsés, en las lencerías existe una gran variedad de tallas y diseños, cómodos,
confortables y científicamente estudiados para adaptarse perfectamente al
cuerpo, aunque para modificaciones drásticas se siguen fabricando a medida.

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Capítulo 6

artistas cárnicos

Mira las estrellas de cine, cogen la piel del culo y se la ponen en la cara. La piel del
culo es la que tarda más en tener arrugas. Todas van por ahí durante sus últimos años
con la cara de culo.
Charles Bukowski, Pulp.

L a cirugía es para muchos la técnica de transformación definitiva, y está


siendo explorada por auténticos pioneros que se convertirán en los
profetas del último cambio. Orlan es la suma sacerdotisa de la cirugía
considerada como una de las bellas artes, la pionera del movimiento que
utiliza los quirófanos como una plataforma para la expresión artística.
Hace algunos años dejó sus «performances» de vanguardia y comenzó un
plan de cambio radical a través de la cirugía, al que llamó modestamente «La
reencarnación de Santa Orlan»; para ella un proyecto de trabajo y una misión
personal en la vida. En este ambicioso designio, la artista se está sometiendo a
diferentes operaciones de cirugía que pretende vender como una nueva forma
de expresión. Su rostro está sufriendo una drástica transformación adoptando
los rasgos de la Mona Lisa, la Venus de Botticelli, la Europa de Boucher, la
Psique de Gerôme y una escultura de Diana Cazadora del siglo XVII. La cruda
realidad es que su operación más evidente son dos cuernos de silicona
implantados en la frente que la hacen parecer Klingon, con ellos pretende
arremeter contra los conceptos de belleza femenina preestablecidos.
Durante sus operaciones utiliza anestesia local para permanecer
consciente. El quirófano está horriblemente decorado con crucifijos, frutas de
plástico, postalitas de santos y ramos de flores, todo orquestado como una
gran blasfemia. Un famoso crítico parisino ha comparado esta pretensión de
Orlan de utilizar su carne como arte con la prostitución; a otros les parece
sencillamente asqueroso.
Pero no todo es amor al arte, Orlan vende los derechos de la emisión en
directo de sus operaciones —⁠una de sus últimas modificaciones se

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retransmitió vía satélite a media docena de galerías de arte de todo el
mundo⁠—, los vídeos de las operaciones y obras de arte hechas con trozos de
su propio cuerpo. Algunas de las obras de arte de Orlan son relicarios
translúcidos con pequeños trozos de su carne. Durante la grabación de un
programa de variedades norteamericano, Orlan regaló a Madonna uno de
estas piezas rellena con grasa de su última liposucción, «Oh, es realmente
hermoso. Parece caviar», dijo Madonna después de un leve desconcierto.
Orlan pretende operarse en Japón para implantarse la nariz más grande y
grotesca que pueda albergar su rostro. «Con cada operación pierdo un poco de
miedo a la muerte y un poco de mi ego. Creo que el cuerpo humano está
obsoleto».
Dinamitar los conceptos de belleza tradicional en favor de una concepción
personal de lo hermoso es uno de sus objetivos. «Una vez, en Nueva York»,
cuenta, «mi galerista me invitó a un acto con coleccionistas y otra gente
importante. Durante la comida estaba diciendo que era muy peligroso que la
gente se tomara demasiado en serio algunos anacrónicos estándares de
belleza. Comencé a notar una atmósfera tensa, y entonces me di cuenta de que
todas las mujeres presentes tenían sus ojos operados. Habían hecho
exactamente lo contrario de lo que yo trato de hacer con mi arte».
Puedes ver a esas mujeres en las tiendas de lujo de Manhattan, cargadas
de diamantes y vestidas de pieles, con ojos negros como los «golfos
apandadores» y narices vendadas como boxeadores. Antes escondían estos
signos que podían delatarlas, ahora están orgullosas de mostrar sus heridas de
guerra. Es aceptable, siempre que sea muy caro, desafiar la naturaleza y
modelar tus curvas a la última moda.
Esa es la cirugía que defiende Cindy Jackson, «la mujer que quería ser
una Barbie», una híper femenina jovencita que después de más de veinte
operaciones que incluyen implantes de pecho, liposucciones, remodelación de
los pómulos y los labios, «peelings» químicos y modificaciones de la nariz,
ha conseguido su sueño dorado: convertirse en lo más parecido a una muñeca
Barbie.
Desde su más tierna infancia Cindy se sentía una mujer extraordinaria
dentro de un cuerpo ordinario. Veía cómo los chicos invitaban a sus
compañeras más agraciadas a los bailes mientras que a ella solo la querían
para meterle mano en la parte trasera de los coches. Si hubiera sido Carrie,
esta lamentable situación hubiera acabado en un baño de sangre, pero Cindy
se puso en manos de la Ciencia y ahora, después de muchas horas de
quirófano y miles de dólares, los albañiles le silban por la calle, sus amigos la

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invitan a cenar antes de meterla mano y es la dueña de un floreciente negocio:
The Cosmetic Surgery Network.
Estas son algunas de las operaciones que Cindy recomienda en su
empresa, comparados con ellas los tatuajes samoanos, las escarificaciones o
los anillados son sombra de ojos:
DERMOABRASIÓN: el paciente es sometido a anestesia local, entonces
su cara es rociada con un spray que la congela para mantenerla rígida y evitar
la excesiva pérdida de sangre. Después la piel se cepilla con un cepillo
electrónico similar al utilizado por los dentistas para hacer las limpiezas de
boca. Se eliminan varias capas de piel, junto con las arrugas y pequeñas
cicatrices, pero la cara tarda días o semanas en sanar, y no se puede tomar el
sol al menos en seis meses: la piel de un bebé es muy frágil. Si la mano del
cirujano resbala, el instrumento punzante puede atravesar el hueso en
segundos.
PHENOL PEEL: para acabar con las líneas de alrededor de la boca.
Después de una anestesia general la cara del paciente es cubierta por un ácido
que se deja hasta que elimina varias capas de piel. La operación está muy
controlada para evitar que el paciente acabe pareciéndose a «El vengador
tóxico», pero incluso una operación afortunada produce estragos en la salud.
El Dr. Baker del NYU Medical Center admite casualmente que ha habido una
o dos muertes bajo el pincel. Después de la operación se cubren las heridas
del paciente con un polvo antiséptico para evitar infecciones, que forma una
gruesa costra que es retirada tres o cuatro días después. Mientras tanto no
puede comer ni hablar. Como en el caso de la dermoabrasión, debe llevar
maquillaje y huir de los rayos solares durante una larga temporada.
LIFTING: puede hacerse mediante cirugía por vía endoscópica, a través
de una pequeña incisión, para la frente y los ojos. El más complicado y
completo se realiza separando la piel de la cara y elevando las inserciones
musculares faciales, tras lo cual se corta la piel sobrante y se cose. La cicatriz
queda oculta detrás de las orejas.
INYECCIONES DE COLÁGENO: el colágeno es un caro líquido natural,
de origen bovino, que cuando es inyectado bajo la superficie de la piel, puede
eliminar las arrugas y da la ilusión de una piel joven y tersa. El proceso
comenzó a hacerse famoso, cuando la actriz Barbara Hershey decidió que sus
labios eran muy finos y se inyectó colágeno en su boca. Compara el antes
(Hannah y sus hermanas) y el después (Eternamente amigas). Barbara
descubrió que sus labios no conservaban sus turgentes cualidades por mucho

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tiempo. Cuando se utiliza grasa corporal humana en lugar de colágeno, el
tiempo de duración es aún menor.
LIPOSUCCIÓN: este es un nombre hi-tech para una tecnología muy
simple: extraer celdas de grasa de bajo la piel. Fue inventada por un
ginecólogo francés que adaptó una máquina para hacer abortos y rápidamente
se convirtió en millonario. Un instrumento romo se inserta en las celdas de
grasa a través de la piel, para desprenderlas y entonces absorberlas, dejando
muslos, estómagos o brazos delgados. Ha habido once muertes durante
operaciones de liposucción desde 1989, incluido un horrible accidente donde
un trabajador de una clínica privada trató de hacer la liposucción a un amigo
en la grasa del estómago y le extrajo varios órganos internos por error.
IMPLANTE DE PÓMULOS: los cirujanos recomiendan los implantes de
huesos extraídos del propio cráneo del paciente y fijados con tornillos de
titanio. Son para toda la vida, al contrario que los de silicona.
MAMOPLASTIA: consiste en el implante de silicona, suero salino o de
aceite de soja en los pechos. También se puede hacer la operación contraria,
es decir retirar tejido mamario o grasa de los pechos.
RINOPLASTIA: la corrección de la nariz es la operación más practicada.
Las técnicas han avanzado mucho y la operación se realiza con anestesia local
y no deja cicatrices.
MENTONPLASTIA: consiste en corregir el tamaño del mentón, se puede
recortar o aumentar mediante la fijación de hueso del propio paciente. La
operación es intrabucal y no deja cicatrices.
A Cindy le encanta hablar de todas estas operaciones, que considera lo
más natural del mundo. Cuando se la acusa de superficial por recomendar y
someterse a estas torturas para mejorar su autoestima y atraer a los hombres,
sus implantes de silicona en los pómulos tiemblan indignados. «Yo he
diseñado mi cara», dice, «la he creado yo misma. Cuando un hombre se siente
atraído por ella, se siente atraído por mi diseño, por mi mente. Eso me
halaga».
El Dr. Ronald Brown practicaba estas operaciones, otras que estaban
prohibidas hasta hace muy poco y algunas que aún son ilegales. En la
actualidad se dedica a alargamientos de pene, cambios de sexo y cirugía
estética radical en Tijuana, México. En Estados Unidos le han quitado la
licencia.
El alargamiento de pene se realiza cortando el ligamento que lo une a la
pelvis. Es una operación muy delicada porque la zona en cuestión está
rodeada de venas, arterias y nervios. Son necesarios profundos conocimientos

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de microcirugía y cirugía estética para pelar un trozo de piel y cortar el
ligamento sin dañar nervios ni el aporte de sangre. También es conocida como
Bihari, porque su pionero fue un doctor en El Cairo llamado así.
Otra operación que piden los descontentos consiste en insertar dos varillas
del tamaño del corpus cavernoso del pene totalmente expandido, de esta
manera se consigue una perpetua erección, con una puntualización: no está
erecto, parece erecto. Lo más fácil es aumentar el diámetro del pene
inyectando grasa del propio paciente.

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Al Dr. Brown le encanta practicar cambios de sexo, que le dan la
oportunidad de experimentar. La operación es extremadamente complicada y
peligrosa. Para hacer una mujer de un hombre se fabrica una vagina con la
piel del pene y, para que se lubrique la cavidad, parte de la uretra. Con parte
del glande, incluidas sus áreas vasculares y nerviosas, se crea un clítoris capaz
de llevar al orgasmo a la mayor parte de los intervenidos.
Hacer un hombre es mucho más difícil; primero hay que extraer toda la
genitalia interna de la mujer —⁠útero, ovarios…⁠— y fabricar después un pene,
que se modela a partir del llamado colgajo de Shanghai, un injerto libre
vasculizado que se extrae del antebrazo. El escroto se fabrica con los labios
mayores, que son distendidos. Más tarde se colocará una prótesis testicular.
El buen doctor piensa que la mayor parte de los libros de anatomía están
equivocados porque están basados en cadáveres, así que antes de operar a un
futuro transexual le pide permiso para realizar algunos experimentos con su
pene previos a la amputación.
¡The Rocky Horror Picture Show está en Tijuana!

nueva carne
Después de la cirugía y de invertir en una máscara antibalas, Ramona apareció en
Londres, Canadá, como propietaria de una cadena de tiendas de joyas de partes del
cuerpo. Collares de penes de cordero, monederos de excreto de cabra, anillos para el
pezón, esa clase de cosas.
David Bowie, 1. Outside.

Las modificaciones corporales están llegando en este final de milenio a


unos niveles sin precedente en la historia de la humanidad, y no solo nos
referimos a pequeños e inocentes juegos como el tatuaje o el anillado.
Estamos hablando de modificaciones radicales que pueden llevar el concepto
de la carne a un nuevo estadio. Injertos, hormonas, mutaciones,
automutilaciones, culturismo y cirugía nos permiten vislumbrar un futuro en
el que el aspecto físico del hombre será distinto. Estamos en los albores de la
«Nueva carne».
«Creo que existe una pulsión en nuestra sociedad para encontrar un
camino que nos convierta en post-humanos tan rápido como podamos», dice

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el escritor cyberpunk Bruce Sterling. «Se ve avanzar aquí y allí, con cosas
como el Retin-A, los tratamientos contra la senilidad, los experimentos con
trasplantes de tejido cerebral, esos anuncios de “Oil of Olay” que dicen
“ENVEJECE GRACIOSAMENTE”. Avanzamos escalón a escalón de esa
manera».
La ciencia ficción está prefigurando este fenómeno. Novelas como Crash,
de J. G. Ballard, en la que se erotizan las cicatrices y las amputaciones de los
accidentes de tráfico; Razas de noche y otros relatos de Clive Barker, en los
que las transformaciones de la carne anuncian una nueva especie; Dr…
Adder, de K. W. Jeter, en la que se explora las pesadillas de la cirugía plástica
(el protagonista es un cirujano que individualiza los genitales de sus
pacientes); o las novelas de Willian Gibson, en las que los protagonistas
transforman su cuerpo y su mente mediante implantes high-tech, están
plantado la semilla ideológica que germinará en una nueva moral que no
respeta la pureza de la carne. El celuloide también es testigo de esta mutación
fetichista; en Society, de Brian Yuzna, Videodrome, de David Cronenberg, o
Tetsuo de Shinya Tsukamoto, se describe el doloroso parto de la «Nueva
carne», el de una raza que puede mutarse a sí misma, que se automutila y
transforma como una forma de transcendencia.
David Bowie ha estado siempre en el filo del bisturí, pero en su último
trabajo 1. Outside ha caído bajo la obsesión quirúrgica. En la historia que
acompaña al álbum se narra la investigación de una serie de sangrientos «art-
crimes» por su alter ego, Nathan Adler. Este detective privado con gabardina
y sombrero describe en su diario los macabros detalles de la novedosa forma
de arte: los brazos de la chica asesinada son «acericos con dieciséis agujas
hipodérmicas, bombeando a cuatro grandes preservativos, agentes colorantes,
fluidos de transporte de información memorizada y alguna clase de materia
verde, toda la sangre y fluidos han sido extraídos», su estómago está
«limpiamente abierto y sus intestinos revueltos, desenredados y tejidos como
si fueran una red o una telaraña y colgados entre las columnas del escenario
del asesinato» y, finalmente, «cada miembro ha sido separado de su torso y
han sido implantados con un pequeño y muy sofisticado emisor de códigos
binarios el cual está conectado a pequeños altavoces sujetos a los extremos de
cada miembro».
Nathan Adler pertenece a Art Crimes, Inc, dependiente del Protectorado
de las Artes de Londres, y se dedica a investigar los crímenes artísticos que
proliferaran en el cercano futuro. Probablemente empezó en los setenta con
las castraciones vienesas y los rituales de sangre de Nitsch, reflexiona Adler,

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«progresó con Chris Burden haciéndose
disparar por su colaborador en una
galería, envuelto en una bolsa, tirado a la
autopista y crucificado después sobre el
techo de un Volkswagen. Circulan
historias a través de la sucia noche de
neón de NY sobre un joven artista
coreano que se autodeclaró paciente de
cirugía rápida en operaciones de cortar y
correr en un lugar no-tan-secreto de la
ciudad. Si sabías algo, podías ir y ver a
este chico siendo cortado en trocitos y
pedazos bajo la anestesia. Un dedo una
noche, un miembro otra. Al final de los
ochenta, se rumoreaba que había acabado
en un torso y un brazo».
¿Psicopatías sangrientas, gore? No,
crímenes artísticos, la nueva era del arte. La descripción del fetichismo de
carne y metal de 1. Outsider es como la tesis doctoral de un estudiante de
cyber-art, muchos de cuyos artistas han influido en la obra: el angustioso
fetichismo por el metal de la película japonesa Tetsuo, los carnalmente
poéticos vídeos de Nine Inch Nails o las «maquinas humanas» de la revista de
culto Headpress, que practican implantes de metal en brazos y piernas
persiguiendo un cambio trascendental a través de las prótesis. Otros
vanguardistas pioneros de la automutilación y la muerte como forma de
expresión prefieren los escenarios, como Schwart Kögler (un artista
underground que se cortó el pene durante una actuación. «Completamente
loco, como probablemente la mayor parte de su audiencia», dice Bowie), o el
artista australiano Stelarc, que conecta amplificadores cibernéticos a su
cuerpo, para que los espectadores puedan oír lo que ocurre en su interior, su
especialidad es actuar con el estómago, tragándose una pequeña escultura
robótica del tamaño de un puño (¡!).
Bowie ve en todo esto, junto con el nuevo ritualismo y el renacimiento de
los tatuajes, las escarificaciones, los anillados y todo lo demás, algo muy
natural: «Es una respuesta al ansia espiritual que está surgiendo. Somos como
una tribu con una débil memoria de los tatuajes que solía tener». A pesar de
todo, Bowie no quiere ampliar su único tatuaje, una geisha desnuda que tiene
bien escondida tras la pantorrilla.

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Quizá en el futuro las operaciones de cirugía sean tan comunes como las
ortodoncias y las mujeres se convertirán en pin-ups tatuadas, los hombres en
sementales anillados y los más excéntricos, se crearán su propia imagen a la
carta. Puede que nos encontremos en los albores de una nueva estética
corporal en el que el canon de belleza no sea el greco-romano, sino el extraído
de las teleseries, el cine y las revistas del corazón. Proliferaran los Brad Pitts
y las Sharon Stones, y, como ocurre siempre, llegaremos más allá. Nuestros
cuerpos serán mejorados con válvulas, sensores e implantes. Habremos
llegado a la auténtica última frontera. Nos convertiremos en megahumanos.

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Apéndice

apéndice

FILMOGRAFÍA

Siempre atento a lo que bulle en los calderos de la cultura popular, el cine ha


reflejado en numerosas ocasiones las vistosas formas que usamos los
inquietos mortales para alegrar nuestras carnes. Tatuajes, anillados y otros
tipos de variantes corporales han sido fotografiadas en películas de todo
género y presupuesto. Estas son algunas muestras que pueden encontrarse en
la videoteca más polvorienta:

ALGO SALVAJE (Something Wild). USA, 1986. Dir.: Jonathan Demme,


Int.: Jeff Daniels, Melanie Griffith, Ray Liotta, Margaret Colin. 113 m
Color. Divertida «road movie» que, a pesar de sus muchos detractores, se
ha convertido en una de las películas de culto de los ochenta. Atención a
la nalga derecha de Melanie Griffith, el único motivo —⁠y suficiente,
pensamos⁠— para ser incluida en esta lista.

ASESINOS NATOS (Natural Born Killers). USA, 1994. Dir.: Oliver Stone.
Int.: Woody Harrelson, Juliette Lewis, Robert Downey Jr., Tommy Lee
Jones. Salvaje cuento de hadas que navega entre los diversos soportes
visuales sin perder nunca el rumbo: la visión sicodélica de dos asesinos en
serie luchando al estilo americano. Como buena carne de presidio, la
romántica pareja de «psicokillers» está discretamente tatuada: Juliette
Lewis con un escorpión en la barriguita y Woody Harrelson con dos
serpientes en el pecho y cristos, o algo así, en los brazos.

L’ATALANTE. Francia, 1934. Dir.: Jean Vigo. Int.: Jean Dasté, Dita Parlo,
Michel Simon, Gilles Margaritis. Clásica película de culto del cine francés
que nos viene al pelo para demostrar nuestra erudición cinematográfica.
Un marinero recién casado embarca con su mujer en una barcaza fluvial,

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su compañero es un viejo marino (el espléndido Michel Simon) con
multitud de toscos tatuajes recuerdo de sus aventuras portuarias.

AUTOPISTA AL INFIERNO (Highway to Hell). USA. 1989. Dirt.: Ate de


Jong. Int.: Patrick Bergin, Adam Storke, Chad Lowe, Kristy Swanson.
93 m Color. Un diabólico viaje por la autopista más transitada: la que
conduce al averno. Divertido pandemonium de monstruos y diablos entre
los que sobresale el ya mítico: «hellcop», el policía del infierno. Un rostro
lleno de escarificaciones demoniacas que no es fácil de olvidar.

BRAZIL (Brazil). GB, 1984. Dir.: Terry Gillian. Prod. Republic. Int.:
Jonathan Price, Robert de Niro, Katherine Helmond, Michael Palin.
137 m Color. CBS/FOX. Otra de las obras maestras de Terry Gillian
ambientadas en un futuro próximo y oscuro. A nosotros nos interesa la
madre del protagonista, que mantiene una competición quirúrgica con una
vieja amiga para recobrar su dorada juventud. Los resultados son tan
grotescos como eran de esperar.

EL CABO DEL MIEDO (Cape Fear). USA, 1991. Dir.: Martin Scorsese. Int.:
Nick Nolte, Robert de Niro, Jessica Lange, Juliette Lewis. 125 m Color.
Versión del thriller clásico del mismo título. El papel de psicópata
vengativo, interpretado por Robert Mitchum en el original, es retomado en
este caso por un Robert de Niro totalmente cubierto de inquietantes
tatuajes carcelarios.

CONAN EL BÁRBARO (Conan the barbarian). USA, 1982. Dir.: John


Millius Int.: Arnold Schwarzenegger. James Earl Jones, Sandahl
Bergman, Max Von Sydow. 122. Color. Clásica versión del mito popular
en la que echamos en falta algunos tatuajes y anillados tribales, tan
apropiados para los salvajes guerreros bárbaros. Nos tenemos que
conformar con la cura chamánica a la que es sometido Conan mediante el
dibujo de runas en su cara después de una incómoda crucifixión.

CRY BABY, EL LÁGRIMA (Cry Baby). USA, 1989. Dira John Waters. Int.:
Johnny Depp. Amy Locane, Susan Tyrrel, Polly Bergen. 83 m Color.
Acida y divertida parodia del cine «teen» de los cincuenta. Johnny Depp
es un tipo duro pero sensible, tanto que durante su estancia en la cárcel se
hace tatuar una lágrima por un compañero. Fardón.

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12 MONOS (Twelve Monkeys). USA, 1995. Dir.: Terry Gillian. Int.: Bruce
Willis, Madeleine Stowe, Brad Pitt. Christopher Plummer. 131 m Color.
La conocida historia del hombre que vuelve al pasado para salvar a la
humanidad del futuro, pero no es Terminator. Esto es Terry Gillian, el
señor de las fantasías siniestras y las distopías visionarias. Bruce Willis
aparece durante toda la película con el tatuaje de su identificación en la
calva, y dos códigos de barras con su ficha policial en el cuello.

GUERREROS DE ANTAÑO (Once Were Warriors). Nueva Zelanda, 1994.


Dir.: Lee Tamahori. Int.: Rena Owen, Temuera Morrinson, Mamaengaroa
Kerr-Bell. Color. Las condiciones de vida de los que en un tiempo fueron
temidos caníbales y orgullosos guerreros daban para más que este curioso
melodrama lleno de maorís borrachos. Especialmente interesantes son las
bandas a lo Mad Max profusamente tatuadas, los increíbles baretos y las
demostraciones de la danza haka. Una oportunidad única para observar el
desarrollo moderno del arte maorí del tatuaje, el moko.

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HELLRAISER. LOS QUE TRAEN EL INFIERNO (Hellraiser). GB, 1987.
Dir.: Clive Barker. Int.: Andrew Robinson, Clare Higgins, Ashley
Laurence, Sean Chapman. 90 m Color. Incursión en la realización del
profeta literario de la nueva carne. La película inauguró la saga que
introduciría a los cenobitas en el delirante Olimpo de los mitos del s. XX.
Esta hermandad infernal busca la suma satisfacción, más allá del placer y
el dolor, a través de drásticas modificaciones corporales sin anestesia. El
cenobita que responde al oportuno nombre de Pinhead —⁠tiene la cabeza
cuadriculada con clavos⁠— se convirtió en un héroe juvenil a principios de
los noventa.

EL HOMBRE ILUSTRADO (The Illustrated Man). USA, 1969. Dir.: Jack


Smight. Int.: Rod Steiger, Claire Bloom, Robert Drivas, Don Dubbins.
103 m Color. El clásico libro de Ray Bradbury sirve de excusa para
hilvanar varios episodios fantásticos. Cada tatuaje que adorna al «hombre
ilustrado» —⁠hermosa perífrasis para una atracción de feria⁠— da pie a una
historia fantástica. Ni asomo del poético encanto de los relatos originales.

LOS INMORTALES III. EL MAGO (Highlander III. The Magician). USA,


1995. Dir.: Andy Morahan. Int.: Christopher Lambert, Mario Van Peebles,
Deborah Unger. Qué podemos decir. Mario Van Peebles interpreta a Kane
el Mago, archienemigo de Connor MacLeod, profusamente tatuado con
diseños tribales y con anillados en pezones, nariz, orejas y quién sabe
dónde más.

LA ISLA DE LA CABEZAS CORTADAS USA (Cutthroat Island). 1995.


Dir.: Renny Harlin. Int.: Geena Davis, Mathew Modine, Frank Langella.
123 m Color. Un gran número de tatuajes y el mapa del tesoro dibujado en
el cuero cabelludo de un anciano bandido no son suficientes para que
estos piratas de agua dulce tomen buen rumbo.

LUCES DE CANDILEJAS (There’s no Business Like Show Business). USA,


1954. Dir.: Walter Lang. Int.: Ethel Merman, Marilyn Monroe, Dan
Dailey, Lee Patrick. 112 m Color. Aunque no es el más conocido, el
número dedicado a los tatuajes marineros (con la canción «Tattoo», una
verdadera apología del tatuaje) es tan entrañable como el resto de la
película.

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MAD MAX, SALVAJES DE LA AUTOPISTA (Mad Max): Australia, 1980.
Dir.: George Miller. Int.: Mel Gibson, Joanne Samuel, Tim Burns, Hugh
Keys-Byrne. 93 m Color. Película que dio origen a la popular saga y lanzó
a Gibson. Este ambiente post-apocalíptico de amantes del motor es el
caldo de cultivo ideal para todo tipo de sucios tatuajes y rústicas
modificaciones corporales. La estética marcadamente leather y SM de la
primera entrega fue languideciendo en la segunda hasta llegar al look
Village People de la última.

LA MARCA DEL ZORRO (The Mark of Zorro). USA, 1920. Dir.: Fred
Niblo. Prod.: Douglas Fairbanks. Irt.: Douglas Fairbanks, Noah Beery,
Charles Hill Mailes, Claire MacDowell. 90 m B/N. Muda. Primera de las
aventuras cinematográficas de este héroe de serial, mezcla de Robin Hood
y la Pimpinela escarlata, que marca sus iniciales sobre la piel de los
rufianes. La saga continuó en la versión de 1940 interpretada por Tyrone
Power y Basil Rathbone, magnifica, y comenzó a degenerar en los sesenta
y setenta con unas cuantas coproducciones italianas, de las que El zorro
contra Maciste es un ejemplo de lo bajo que puede caer un héroe. Las
escarificaciones al servicio de la justicia. (¡Uff!).

MORTAL ZOMBIE («Return of the Living Dead. Part. ZOM III»). USA,
1993. Trimark Pictures. Dir.: Brian Yuzna. Prod.: Brian Yuzna, Gary
Schmoeller. Int: Mindy Clarke, J. Trevor Edmonds, Kent McCord, Basil
Wallace. 97 m Color. Strong Video. Tercera parte de la divertida saga de
zombis insumisos. Mindy Clarke se convirtió en la muerta viviente más
deseada de todos los tiempos gracias a su imagen de Lolita post mortem y
a su salvaje forma de sublimar los instintos caníbales a través del anillado.
A lo largo de la película pasa mucha hambre, y su piel se convierte en un
festival de todo tipo de objetos punzantes. La indiscutible reina del
«piercing».

LA NOCHE DEL CAZADOR (The Night of the Hunter). USA, 1955. Dir.:
Charles Laughton. Int.: Robert Mitchum. Shelley Winters, Lilian Gish,
Evelyn Verden. 90 m B/N. Incuestionable obra maestra que además
incluye una de las más explícitas y poéticas escenificaciones de la eterna
batalla del bien contra el mal. El enloquecido predicador interpretado por
Mitchum tiene tatuado en las falanges de sus manos las palabras LOVE y
HATE (amor y odio), y lucha con sus dedos para ejemplificar esta guerra
antigua como el mundo.

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LOS OJOS SIN ROSTRO (Les yeux sans visage). Francia Italia, 1960. Dir.:
Georges Franju. Int.: Pierre Brasseur, Alida Valli, Edith Scob, Juliette
Maynel. 90 m B/N. Las espantosas peripecias de un cirujano loco que
rapta hermosas mujeres para arrancarles la piel y recomponer con ellas la
belleza de su hija, terriblemente desfigurada en un aparatoso accidente.
Terror superficial.

PENA DE MUERTE (Dead man walking). USA, 1995. Dir.: Tim Robbins.
Int.: Susan Sarandon, Sean Penn, Robert Prosky, R. Lee Ermey. 120 m
Color. Los brazos tatuados hasta los sobacos y un peinado increíble,
ayudaron a Sean Penn a componer su excelente personaje de un convicto
condenado a muerte.

EL PIANO (The Piano). Australia, 1993. Dir.: Jane Campion. Int.: Holly
Hunter, Harvey Keitel, Sam Neill, Anna Paquin. 120 m Color. Lo único
que salva a este insufrible gótico sentimentaloide es Harvey Keitel, sus
tatuajes faciales y un grupo de maorís como salidos de un videoclip de
Adam and the Ants.

RAZAS DE NOCHE (Nightbread). GB, 1989. Dirt. Clive Barker. Int. Craig
Sheffer, Anne Bobby, David Cronenberg, Charles Haid. 100 m Color.
Segundo largometraje de Clive Barker, basado como el primero en texto
propio, Cabal. Esta es la historia de un joven que debido a un accidente
permanente (su muerte), descubre a una comunidad subterránea que no
necesita modificarse corporalmente, ya nacen modificados. El final de la
cinta tiene un extraño aire bíblico con un pintoresco pueblo mutante
huyendo hacia la Tierra prometida.

RED SCORPION (Red Scorpion). USA, 1989. Dirt.: Joseph Zito. Int.: Dolph
Lundgren, M. Emmet Walsh, Al White, T. P. McKenna. 102 m Color. Al
comienzo de la película se ve cómo los soldados cubanos se practican un
tatuaje en el dorso de la mano al estilo legionario, más tarde Dolph
Lundgren vive entre los bosquimanos y estos le someten a un rito
iniciático que consiste en dibujarle un escorpión en el pecho mediante
cortes. Muy poco más.

JACK, EL REY DE SINGAPUR (Saint Jack). USA. SAINT JACK, EL 1979.


Dir.: Peter Bogdanovich. L: Ben Gazzara, Denholm Elliot, James Villiers,
Joss Ackland. 115 m Color. Basada en la novela de Paul Theroux y con

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producción de Roger Corman, esta serie negra en clave de comedia narra
las aventuras del ítalo-americano Jack Flowers (Ben Gazzara) en
Singapur, donde regenta un burdel, lo que le produce el acostumbrado
número de problemas. El bueno de Flowers se enfrenta con las mafias
locales, que, en venganza, le tatúan los brazos con insultos en chino. Este
héroe romántico, que está a vuelta de todo, no le da mucha importancia, y
acude a un amigo tatuador para que le tape los obscenos ideogramas con
motivos más dignos.

SANTA SANGRE (Santa sangre). Italia, 1989. Dir.: Alejandro Jodorowsky,


Int.: Axel Jodorowsky, Blanca Guerra, Guy Stockwell, Sabrina Denison,
118 m Color. Surrealista, neorrealista, costumbrista… es difícil encuadrar
este extraño y sugerente «giallo» ambientado en el México pagano y
milagrero. Pero a lo que vamos: al protagonista le tatúan una enorme
águila en el pecho ¡con un cuchillo!, y en un circo, el estrafalario mundo
del circo, donde se ambienta gran parte de la película, destaca por méritos
propios el felliniano personaje de la mujer tatuada.

SENDA TENEBROSA (Dark Pasage). USA, 1947. Dirt. Delmer Daves. Int:
Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Bruce Bennett, Agnes Moorehead
103 m B/N. Mítico cine negro de los cuarenta, famoso por sus intérpretes
y por la media hora de cámara subjetiva inicial. Bogart es un convicto de
asesinato que escapa para probar su inocencia, y recurre a la cirugía
estética para cambiar su rostro (costumbre muy de moda en la época) y
eludir así a la justicia.

SOCIETY (Society), USA, 1989. Dir. Brian Yuzna. Int. Billy Warlock, Devin
Devasquez, Evan Richards, Ben Meyerson. ¿Son los ricos una raza
aparte? ¿Conservan su piel tersa y la carne firme fagocitando a los
pobres? Viendo a las operadísimas damas ricas neoyorquinas comprando
en Tiffanys surgen dudas más que razonables. Las respuestas en esta cinta
de carne plástica.

TATTOO USA, 1980. Dir: Bob Brooks. Int.: Bruce Dem, Maud Adams,
Leonard Frey, Rikke Borge. 103 m Color. Un tatuador loco secuestra a
una modelo, la tatúa morbosamente, todo el cuerpo, la viola y la mata.
Más cercana a un telefilme que a El coleccionista.

Página 163
TATUADO (Le tatoué), Francia-Italia, 1968. Dir.: Denys de la Patellière. Int:
Jean Gabin, Louis de Funès, Dominique Davray, Paul Mercey. 87 m
Color. Un marchante de arte (Louis de Funès) descubre en la espalda de
un excombatiente (Jean Gabin) un tatuaje dibujado por la mismísima
mano de Modigliani. La trama gira sobre los torpes intentos de Funès por
comercializar su hallazgo ante el desinterés de Gabin.

TATUAJE SENSUAL (The Phoenix). USA, 1992. Dir.: Paul Thomas. Int.:
Jamie Summers, Jon Dough, Summer Knights, Mickey Ray, Kelly
O’Dell, Rich Knights. Sí, es un porno. No solo de nueva carne vive el
hombre, la vieja y neumática carne no está nada mal. La excusa es el
tatuaje que luce Jamie Summers.

TETSUO (Tetsuo). Japón, 1989. Dir.: Shinya Tsukamoto. Int.: Tomoroh


Toguchi, Kei Fujiwara, Nabu Kanoaka, Shinya Tsukamoto. 66 m
B/N. Vanguardista cyberpunk japonés al servicio de las perversiones
tecno-cárnicas. El fetichismo de la carne y el metal a ritmo de música
industrial de Tetsuo ha mutado en un remake coloreado Tetsuo II: el
cuerpo del martillo.

UNA TARDE EN EL CIRCO (At the Circus). USA, 1939. Dir.: Edward
Buzzell. Int.: Groucho, Chico, Harpo, Margaret Dumont, Florence Rice.
87 m B/N. Con este título comenzó la decadencia de los Hermanos Marx,
lo mejor de la película es la canción de Groucho sobre Lydia, la mujer
tatuada.

VIDEO DROME (Videodrome). Canadá, 1982. Dir.: David Cronenberg. Int.:


James Woods, Deborah Harry, Sonja Smith, Peter Duorsky. 90 m Color.
Profeta de la «Nueva carne» cyberpunk y visionario de un mundo en el
que las máquinas serán sangre de nuestra sangre y carne de nuestra carne.
Él abrió el camino.

YAKUZA (The Yakuza). USA, 1975. Dir.: Sidney Pollack. Int.: Robert
Mitchum, Takakura Ken, Brian Keith, Kishi Keiko. 107 m Color. Un
viejo hombre duro (Mitchum) y un exyakuza (Ken) se enfrentan al
mundo. Gran fiesta de mutilaciones dáctiles en nombre del honor.

BIBLIOGRAFÍA
Página 164
BARBIERI, G., Tahiti Tattoos. Fabrici Editori, 1989.

BERCHON, Histoire médicale du tatuage. Ed. Baillère, Paris, 1969.

BRAIN R. The Decorated Body. Hutchinson and Co, London, 1979.

BRUNO, C., Le monde étrange du tatouage. Ed. Feynerolles, Bruxelles,


1974.

BURCHETT, G., Memoirs of a Tattoist (compiled and edited by Peter


Leighton), London, Oldburne, 1958.

CARUCHET, W., Tatouages et tatoués. Ed. Tchou, 1976.

CARUCHET, W., Bas-fonds du crime et tatouages. Ed. du Rocher, Monaco,


1981.

DELARUE, J., GIRAUD, R., Les tatouages du «milieu». Ed. La Roulotte,


Paris, 1950.

DELIO, MICHELLE, Tattoo. The Exotic Art of Skin Decoration. Virgin


Books, London 1994.

DUBE, P., Tattoo-tatoué. Ed. Jean Basile, Montréal, 1980.

EBIN, V., Corps décorés. Chêne, Paris, 1979.

FELLMAN, SANDI, The Japanese Tattoo. Ed. Abbeville Press, New York,
1986.

FUKUSHI, K., TAKAGI, A., HARDY, D. E., Japan’s Tattoo Arts.


Horiyoshi’s world. Ed. Japan Tattoo Institute, Tokyo, 1983.

GRAVEN, J., L’argot et le tatouage des criminels. Editions de la


Banconnière. Nenderta 1962.

GROGNARD, CATHERINE, The Tattoo. Syros Alternatives, Paris 1993.

HARDY, D. E., Dragon Tattoo Design. Hardy Marks Publications, PO Box


90520. Honolulu HI 96835. 96 páginas, cientos de tatuajes de dragones

Página 165
recopilados en los últimos veinte años, también unos pocos clásicos
americanos.

LACASAGNE, Les tatouages. Paris 1881.

LUMBERT, DAVID, A. S. C. Tattoo Directory. Sale cada año en enero e


incluyen completos listados de artistas y convenciones. 15.95 S. Tattoo
Directiory, PO Box 15893, Newport Beach CA 92659.

MELVILLE, HERMAN, Taipí, un edén caníbal. Ed. Valdemar. Madrid,


1993.

STEVENSON, R. L., En los Mares del Sur. Ed. Valdemar. Madrid, 1992.

RUBIN, ANRNOLD, Marks of Civilization.

SAILOR, JERRY COLLINS, American Tattoo Master. 166 páginas, cientos


de fotos en color 30 S. Tatuajes clásicos americanos.

THEVOZ, M., Le corps peint. Ed. Skira, Genéve, 1984.

VARIOS, Modern Primitives. An Investigation of Contemporary


Adornment & Ritual. Re/Search, 1989.

VARIOS, Skin Shows (Varios volúmenes). Ed. Virgin Books, London.

VIREL, ANDRÉ, Ritual & Seduction: The Human Body as Art.

REVISTAS

BODY ART. Revista inglesa sobre tatuaje, anillados, movimientos tribales…


Blake House Studios, Blake End, Rayne, Braintree, Essex CM7 8SH,
England.

INTERNACIONAL TATTTO ART. Ed. Mavety Media Group.

P. F. L. Q. (Piercing Fans Internacional Quarterly). Revista de anillados


editada por Jim Ward. 519 Castro Box 73, San Francisco. California

Página 166
94114.

SKIN TWO. 23 Grand Union Centre, Kensal Rd, London W10 5AX,
England.

TATTO FLASH. Paisano Publications, Inc. Revista mensual de diseños de


tatuajes. P. O. Box 469056, Escondido, California.

TATTOO INTERNACIONAL. Fanzine publicado por el «Tattoo Club of


Great Britain», 389 Cowley Rd., Oxford OX4 2BS, England.

TATTOO. Paisano Publications, Inc. Revista mensual de tatuajes. P. O. Box


469056, Escondido, California.

TATTOOS FOR MEN. Outlaw Biker Enterprise, Inc. 5 Marine View Plaza
#207. Hoboken. NJ07030. USA.

TATTOOTIME. Editor Ed Hardy. Pedidos a: Re/Search Publications. 1232


Pacific Ave. San Francisco, California 94109. USA.

CONVECCIONES

Las convenciones de tatuajes empezaron probablemente en los años ochenta,


y fue el conocido artista tatuador y editor de Tattoo Time, Ed Hardy, quien
comenzó a organizarlas con fines lúdicos y para crear un foro de encuentro de
artífices y usuarios. Actualmente hay una al mes solo en los EEUU, y a estas
hay que sumar las que se organizan en Europa y Australia. En España aún no
se celebra ninguna, pero ya existen proyectos.

THE NATIONAL TATTOO ASSOCIATION


PO Box 2844
Lehigh Valley, PA 18001, USA

Esta organización patrocina la mayor convención de Estados Unidos, que
tiene lugar en una ciudad distinta cada año. Se puede escribir para recabar
información de los numerosos actos que se celebran en Estados Unidos
anualmente.

Página 167
ÁMSTERDAM EXPO
C/o Hanky Panky s Tatto Studio OZ Voorburgwal 141
Ámsterdam. The Netherlands.

Exposición permanente en el museo del famoso tatuador holandés Hanky
Panky.

PROFESSIONAL TATTOO ASSOCIATION


New South Wales Branch
PO, Box 250
Vaucluse, NSW, Australia 2030

En Australia se celebran también varias convenciones anuales, en la
asociación profesional dan cualquier información que se solicite.

TATTO EXPO
118 Shirley Road
Southampton, Hants, SOI 3FD England

Exposición anual que se celebra en Inglaterra a mediados de septiembre con
los mejores artistas de Europa y algunos de Estados Unidos.

Para más información en Inglaterra contactar con:

TATTOO CLUB OF GREAT BRITAIN


389 Cowley Road Oxford England
Telf: 0865 716877

ASSOCIATION OF PROFESSIONAL TATTOO ARTITS


157 Sydney Road
London N10 2NL, England
Telf: 081 444 8779

DIRECTORIOS DE TATUADORES

Existen tatuadores en cualquier villorrio del planeta, aunque no todos


cumplen las normas de seguridad e higiene. Lo mejor que puede hacer quien

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desee un tatuaje en buenas condiciones es ponerse en contacto con las
asociaciones profesionales de cada país. En España todavía no existe un censo
fiable, aunque tenemos algunos excelentes profesionales.

Damos la dirección de la joven asociación profesional española donde se
puede conseguir información. También incluimos un breve directorio con
algunos de los más famosos profesionales del mundo.

ESPAÑA

ASOCIACIÓN DE TATUADORES PROFESIONALES DE ESPAÑA,


C/San Vicente Ferrer, 20, Madrid 28004. Telf. (91) 556 94 49

ESTADOS UNIDOS

AVALON TATTOO STUDIO, Artista: Juan Puente & Fip Buchanan, 1037
Garnet Avenue, San Diego, CA 92109, Tel. 619-274-7635

ED HARDY S TATTOO CITY, 722 Columbus Avenue San Francisco, CA


94133, Tel. 415-433-9437

GIL MONTIE S TATTOO MANIA, 8861 W Sunset Blvd, Hollywood, CA


90069, Tel. 213-657-8282

MELROSE TATTOO, Artista: Stephanie Shum, 7661 1/2 Melrose Ave., Los
Ángeles, CA 90046, Tel. 213 655 4345

TABU TATTO, Artista: Dottie M., 12206 Venice Blvd., Los Ángeles, CA
90066, Tel. 310 391 5181

ARTISTIC TATTOOING, Artista: Marty Holcomb, 3160 West Broad Street,


Columbus, OH 43204, Tel. 614 272 8821

DESIGNS BY DANA, Artistas: Dana, Dot y Jason Brunson, 4167 Hamilton


Ave. Cincinnati, OH 45223, Tel. 513 681 8871

SKIN DEEP TATTOOING (WAIKIKI BEACH), 2121 Kalakaua Ave,


Honolulu, HI 96815 HAWAI, Tel. 808-924-7460

BODY BASICS/TATTOOING & BODY PIERCING, Artistas: Mad


Jack & Mr. Max, 613 W Briar, Chicago, IL 60657, Tel. 312-404-6955

Página 169
THE INK SPOT, Artista: Steve Fergurson, 345 Morris Avenue, Elizabeth, NJ
07208, Tel. 201-352-5777

ROUTE 66, Artistas: Brian Everett, Cap & J. B. Jones, 5511 Central, Old Rt
66, Alba, N MX 87108, Tel. 505-255-3784

KALEIDOSCOPE TATTOO, Artista: Anil Gupta, 365 Canal st., New York,
NY 10013, Tel. 212 274 8006

PAT’S TATS, Artista: Pat Sinatra 102 Mill Hill Rd., Woodstock, NY 12498,
Tel. 914 679 4429

Para más información de otros artistas o de diferentes estados consultar con:

NATIONAL TATTOO ASSOCIATION


PO Box 2844
Lehigh Valley, Pennsylvania, 18001. USA

CANADÁ

LOWER EAST SIDE STUDIOS, Artistas: Stu, Bruce & Corey, 2234
Kingston RD, Scarboro, Ontario, MINIT9, Tel. 416-267-7300

MUM’S TATTOO, Artistas: Rosalie, Dan & Carm, 291 Pemberton Ave,
North Vancouver, BC Canadá —V7P 2R4, Tel. 604-984-7831

NEW MOON TATTOO, Artistas: Dan Allaston, 80 Burland Street, Ottawa,


Ontario K2B 6K1, Tel. 613-596-1790

REINO UNIDO

GEORGE BONE, 58 Boston Road, London W7 England, Tel. 081-579-0831

DENNIS COCKELL, 5 Walker’s Court, London N10 2NL England, Tel. 081-


444-8779

DARREN STARES, 103A Fratton Road, Portsmouth, PO1 58H England, Tel.


0705-822105

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LIONEL TICHENER, 389 Cowley Road, Oxford, England, Tel. 0865-
716877

TERRY’S TATTO STUDIO, Artista: Terry Wrigley, 23 Chisholm Street


Glasgow, Scotland, Tel. 041-552-5740

Para más información ponerse en contacto con las asociaciones de tatuadores


inglesas que reseñamos más arriba.

ALEMANIA

HANGO’S TATTOOS & PIERCING STUDIO, Artistas: Hango & Thorsten,


Mierendorffstr, 23, 0589 Berlín, Tel. 030 344 41 12 Fax: 030 344 7016

TÄTOWIURSTUDIO, Artista: Sting, Postfach 10 06 03, Buchtstrasse 45,


2850 Bremerhaven, Germany, Tel. 0471-207201

TATTOO KLAUS, Sutelstr. 32, 30659 Hannover Tel. 0511 6478246 Fax:
0511 6463310

MONIQUE’S TATTOO STUDIO, Langgasse, 12 65183 Weisbaden,


Germany, Tel. 611 305891

DEAD REBEL STUDIOS, Höhen Strasse 49, 60385 Frankfurt, Germany Tel.
069 444800

ALF DIAMOND_S F. T. A. STUDIOS, Dreieichstrasse 1, 60594


Frankfurt/Sachsenhausen, Germany, Tel. 069 617592

SUIZA

BASEL TATTOO & BODY ART STUDIO, Steinenvorstadt/Theatergässlein


17 4051 Basel, Switzerland, Tel & Fax. 061 281 06 33

THE LEU FAMILY’S FAMILY IRON Artistas residentes: Felix & Loretta
Leu. Artistas intinerantes: Titine Leu. Para cita previa escribir a: 34 Rue
Centrale, 1003 Lausanne, Switzerland, Bahnhofstrasse 4, 4132 Muttenz,
Switzerland Telf & fax 61 461 62 54

Página 171
HOLANDA

HANKY PANKY, O. Z. Voortsurgwal 141, 1012 ES Ámsterdam,


Netherlands

AUSTRIA

CUSTOM TATTOOING, Artista Mario Barth Steinfeldgasse 14, 8020 Graz,


Tel. 0316 912 845

BÉLGICA

THE ART LINE TATTOO STUDIO, Artista: John Artliner, Gistelse


Steenweg 25, 8200 Brugge-2 Tel. 050 39 21 54

FRANCIA

MICHEL TATTOO, 11 Rue de Guienne, 33000 Bordeaux, France

TATOUEUR DE CHARME 20, rue Bertrand-de Bom, 31000 Tolouse,


France

AUSTRALIA

CELTIC DRAGON ART, Artista: Kiwi Kim, 41 Enmore Street,


Newton-Sydney 2042, Tel. 612-516-5120
DYNAMIC TATTOOING, Artista: Trevor McStay, Rear 132 -
Boronia Road, Boronia-Victoria 3155, Tel. 613-762-4728

JAPÓN

ECCENTRIC TATTOO SHOP, Artista: Sabado Washo 3-5-49 oshu.

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AGRADECIMIENTOS:
mi gratitud a todos los que un día decidieron decorar su cuerpo y aparecen en
este trabajo, sin ellos difícilmente podría existir. También debo algo a las
siguientes personas, que me ayudaron a salir del infierno de las drogas y el
alcohol el tiempo suficiente para escribir este libro, gracias a: José Manuel
Cendejas, David Duque, Paco Ginel, Miguel Ángel Martín, Encarnación
Miranda, Jesús Palacios, Francisco G. Rubio, Manolo Valencia, José Luis
Yubero, y muy especialmente a Isabel Andrade, sin cuya ayuda estos folios
estaría en el saturado limbo de mis proyectos.

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PEDRO DUQUE (Madrid, España, 1964), aventurero, fotógrafo, periodista,
vividor, artista… ¿Qué se puede decir de este controvertido amante de la
cultura popular?
Una natural modestia le impide ser demasiado explícito en lo que se refiere a
sus datos personales, pero en nuestros archivos consta que nació a mediados
de 1964 en alguna ciudad europea.
Junto a las numerosas facturas de su sastre hemos encontrado fotos de sus
combates de boxeo, maltrechas copias de trabajos audiovisuales para
diferentes medios y artículos para prestigiosas revistas como El Gran Musical
o Primera Linea. También ha conseguido infiltrarse en lo más sospechoso de
la prensa paralela, sobornando para ello a editores de panfletos como 2000
Maniacos, Océano o El Grito. Su ultimo libro publicado Arañas de Marte, es
una “video-guía de invasiones alienígenas”.
Su alocada carrera de bon rirant únicamente se ha visto interrumpida por
reportajes en exóticas tierras, donde se ha introducido en oscuros cultos que
practica en la intimidad.
Actualmente alterna su trabajo de fotógrafo para calendarios subidos de tono
con la agotadora tarea de dilapidar la fortuna familiar.

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