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Deleuze, en una buena parte de su obra, hace un fuerte debate contra, por un lado,
la influencia del Hegel y su introducción por Jean Hyippolite y Ferdinand Alquiè en
Francia; y por el otro, tanto de manera individual como junto con Félix Guatari, contra
el estructuralismo de cuño Lacaniano y Saussureano propio de autores como Claude
Levi – Strauss, Michell Foucalt (en las ciencias humanas en general), Roland Barthes
y Christian Metz (en el análisis de los discursos comunicacionales y los còdigos). Con
relación al filósofo alemán y su influencia en el pensamiento francófono en la primera
mitad del siglo XX, Gilles Deleuze lanza contra dos de sus principales estudiosos y
difusores en Francia - no obstante admirarlos en su etapa de formación y dedicarle su
libro Empirismo y subjetividad a Jean Hippolite – una mordaz crítica: Alquiè se pone al
servicio de los dualismos cartesianos e Hippolite sigue insistiendo en las malditas
triadas de Hegel…Nos van a hacer entrar como cachorros en una escolástica peor que
la de la Edad Media. Aquí se observa la postura del filósofo francés con relación a una
buena parte de la filosofía occidental en especial su postura contra, por un lado, el
principio dualista, cuya manifestación màs clara y contundente es el cartesianismo y
su apuesta por la dicotomía res cogita (pensamiento) – res extensa (espacio); por el
otro, contra la postura idealista y dialéctica de Hegel, tan totalizante como la propuesta
por Descartes, la cual no deja de asumir aparente el principio dicotomíco (en realidad
triadico):la relación entre tesis y antítesis, de cuya dinámica y contradicción emerge
como resultado la síntesis, y que en muy cercana relación con la causalidad, servirá
de base conceptual a todo el sistema idealista y teleológico del filósofo alemán.
Levi – Strauss tomo la idea del binarismo como principio organizador de los
sistemas fonémicos y la amplio a la cultura humana en general. Los elementos
constituyentes del mito, como los del lenguaje, solo adquieren significado en
relación con otros elementos como los mitos, las prácticas sociales y los
códigos culturales, que únicamente pueden entenderse mediante una serie de
oposiciones estructurantes (Stam, 2002, p.129).
Ahora bien, es cierto, como usted dice, que Freud no ignoraba la maquinaria
del deseo. El deseo, las maquinarias del deseo son incluso el descubrimiento
propio del psicoanálisis. Nunca en el psicoanálisis dejan de zumbar, de chirriar,
de producir. Y los psicoanalistas no dejan nunca de alimentar o de realimentar
las máquinas, sobre un fondo esquizofrénico. Pero quizá hacen o
desencadenan cosas de las que no tienen clara conciencia. Quizás su práctica
implica operaciones incipientes que no aparecen con claridad en la teoría. No
hay duda de que el psicoanálisis ha perturbado toda la medicina mental, como
una especie de máquina infernal. Aunque ya desde el principio estuviese
sometido a compromisos, causaba perturbaciones, imponía nuevas
articulaciones, revelaba el deseo (1972, p.14).
No obstante esta aparente defensa, un poco más adelante Guattari influido claramente
por la terminología y la postura marxista (aparatos psíquicos, maquinaria de
producción de deseo, unidades de producción, entre otros), ataca tres nociones
básicas de todo el andamiaje Freudiano, el ello (pulsiones, instintos y deseos, principio
de placer), el yo (se rige por el principio de la realidad, “reprime” los instintos y
pulsiones) y el super-yo (la norma aceptada socialmente); y el modelo en el cual el
niño entra desde sus primeros años en relaciones de deseo y conflicto con su madre y
su padre, el denominado “complejo de Edipo”. Y en el cual no dejan de tener un papel
importante los tres procesos representados por el ello, el yo y el super yo. ¿Desde
donde parte la crìtica de Guattari? En la misma entrevista ya mencionada (1972, p.15),
argumenta lo siguiente, enfrentando claramente desde una posición que le debe
mucho al marxismo, aunque no sólo a él, una postura, la de Freud, que es legataria de
una concepción burguesa antihistórica donde el individuo y la familia juegan un papel
determinante en la configuración de la psiquis del individuo:
Usted acaba de invocar los aparatos psíquicos tal y como son analizados por
Freud: aparece ahí todo un aspecto de maquinaria, de producción de deseo y
de unidades de producción. Pero hay otro aspecto: la personificación de estos
aparatos (el súper-yo, el yo, el ello), una escenografía teatral que sustituye las
verdaderas fuerzas productivas del inconsciente por simples valores
representativos. Así es como las máquinas del deseo se convierten
progresivamente en maquinarias teatrales: el súper-yo, la pulsión de muerte
como deus ex machina. Tienden progresivamente a funcionar fuera de la
escena, entre bastidores. O bien como máquinas de ilusión, de producción de
efectos. Toda la producción deseante queda anonadada. Nosotros decimos
estas dos cosas al mismo tiempo: Freud descubre el deseo como libido, como
deseo que produce; pero no cesa de enajenar la libido en la representación
familiar (Edipo). Sucede con el psicoanálisis igual que con la economía política
tal y como la veía Marx: Adam Smith y Ricardo descubren la esencia de la
riqueza como trabajo que produce, pero no cesan de enajenarla en la
representación de la propiedad. El deseo se proyecta sobre una escena de
familia que obliga al psicoanálisis a ignorar la psicosis, a no reconocerse sino
en la neurosis, y a dar una interpretación de la propia neurosis que desfigura
las fuerzas del inconsciente.
Los autores de Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia,además arremetieron contra
Lacan al considerar que el complejo de Edipo ha actuado, en la reflexión y en la
práctica clínica de occidente, como mecanismo represivo cuya enajenación familiar
desvía la explicación en el deseo, la lìbido y la psicosis hacia “ (…) la ausencia de la
madre y su imposibilidad de acceso sexual: “(…) útil para el capitalismo patriarcal
porque reprime todos esos deseos indisciplinados y polimorfos (y no sòlo los deseos
sexuales) excesivos a los ojos de la racionalidad capitalista” (Stam, 2001,
p.296).Stam, al respecto, concluye:
Deleuze, y por supuesto, una buena parte de su obra, hace un fuerte debate contra,
por un lado, la influencia del Hegel y su introducción por Jean Hyippolite y Ferdinand
Alquiè en Francia; y por el otro, tanto de manera individual como junto con Félix
Guatari, contra el estructuralismo de cuño Lacaniano y Saussureano propio de autores
como Claude Levi – Strauss, Michell Foucalt (en las ciencias humanas en general),
Roland Barthes y Christian Metz (en el análisis de los discursos comunicacionales y
los còdigos). Con relación al filósofo alemán y su influencia en el pensamiento
francófono en la primera mitad del siglo XX, Deleuze lanza contra dos de sus
principales estudiosos y difusores en Francia - no obstante admirarlos en su etapa de
formación y dedicarle su libro Empirismo y subjetividad a Jean Hippolite – una mordaz
crítica: Alquiè se pone al servicio de los dualismos cartesianos e Hippolite sigue
insistiendo en las malditas triadas de Hegel…Nos van a hacer entrar como cachorros
en una escolástica peor que la de la Edad Media. Aquí se observa la postura del
filósofo francés con relación a una buena parte de la filosofía occidental en especial su
postura contra, por un lado, el principio dualista, cuya manifestación màs clara y
contundente es el cartesianismo y su apuesta por la dicotomía res cogita
(pensamiento) – res extensa (espacio); por el otro, contra la postura idealista y
dialéctica de Hegel, tan totalizante como la propuesta por Descartes, la cual no deja de
asumir aparente el principio dicotomíco (en realidad triadico):la relación entre tesis y
antítesis, de cuya dinámica y contradicción emerge como resultado la síntesis, y que
en muy cercana relación con la causalidad, servirá de base conceptual a todo el
sistema idealista y teleológico del filósofo alemán.
Levi – Strauss tomo la idea del binarismo como principio organizador de los
sistemas fonémicos y la amplio a la cultura humana en general. Los elementos
constituyentes del mito, como los del lenguaje, solo adquieren significado en
relación con otros elementos como los mitos, las prácticas sociales y los
códigos culturales, que únicamente pueden entenderse mediante una serie de
oposiciones estructurantes (Stam, 2002, p.129).
No obstante esta aparente defensa, un poco más adelante Guattari influido claramente
por la terminología y la postura marxista (aparatos psíquicos, maquinaria de
producción de deseo, unidades de producción, entre otros), ataca tres nociones
básicas de todo el andamiaje Freudiano, el ello (pulsiones, instintos y deseos, principio
de placer), el yo (se rige por el principio de la realidad, “reprime” los instintos y
pulsiones) y el super-yo (la norma aceptada socialmente); y el modelo en el cual el
niño entra desde sus primeros años en relaciones de deseo y conflicto con su madre y
su padre, el denominado “complejo de Edipo”. Y en el cual no dejan de tener un papel
importante los tres procesos representados por el ello, el yo y el super yo. ¿Desde
donde parte la crìtica de Guattari? En la misma entrevista ya mencionada (1972, p.15),
argumenta lo siguiente, enfrentando claramente desde una posición que le debe
mucho al marxismo, aunque no sólo a él, una postura, la de Freud, que es legataria de
una concepción burguesa antihistórica donde el individuo y la familia juegan un papel
determinante en la configuración de la psiquis del individuo:
Usted acaba de invocar los aparatos psíquicos tal y como son analizados por
Freud: aparece ahí todo un aspecto de maquinaria, de producción de deseo y
de unidades de producción. Pero hay otro aspecto: la personificación de estos
aparatos (el súper-yo, el yo, el ello), una escenografía teatral que sustituye las
verdaderas fuerzas productivas del inconsciente por simples valores
representativos. Así es como las máquinas del deseo se convierten
progresivamente en maquinarias teatrales: el súper-yo, la pulsión de muerte
como deus ex machina. Tienden progresivamente a funcionar fuera de la
escena, entre bastidores. O bien como máquinas de ilusión, de producción de
efectos. Toda la producción deseante queda anonadada. Nosotros decimos
estas dos cosas al mismo tiempo: Freud descubre el deseo como libido, como
deseo que produce; pero no cesa de enajenar la libido en la representación
familiar (Edipo). Sucede con el psicoanálisis igual que con la economía política
tal y como la veía Marx: Adam Smith y Ricardo descubren la esencia de la
riqueza como trabajo que produce, pero no cesan de enajenarla en la
representación de la propiedad. El deseo se proyecta sobre una escena de
familia que obliga al psicoanálisis a ignorar la psicosis, a no reconocerse sino
en la neurosis, y a dar una interpretación de la propia neurosis que desfigura
las fuerzas del inconsciente.
Deleuze, y por supuesto, una buena parte de su obra, hace un fuerte debate contra,
por un lado, la influencia del Hegel y su introducción por Jean Hyippolite y Ferdinand
Alquiè en Francia; y por el otro, tanto de manera individual como junto con Félix
Guatari, contra el estructuralismo de cuño Lacaniano y Saussureano propio de autores
como Claude Levi – Strauss, Michell Foucalt (en las ciencias humanas en general),
Roland Barthes y Christian Metz (en el análisis de los discursos comunicacionales y
los còdigos). Con relación al filósofo alemán y su influencia en el pensamiento
francófono en la primera mitad del siglo XX, Deleuze lanza contra dos de sus
principales estudiosos y difusores en Francia - no obstante admirarlos en su etapa de
formación y dedicarle su libro Empirismo y subjetividad a Jean Hippolite – una mordaz
crítica: Alquiè se pone al servicio de los dualismos cartesianos e Hippolite sigue
insistiendo en las malditas triadas de Hegel…Nos van a hacer entrar como cachorros
en una escolástica peor que la de la Edad Media. Aquí se observa la postura del
filósofo francés con relación a una buena parte de la filosofía occidental en especial su
postura contra, por un lado, el principio dualista, cuya manifestación màs clara y
contundente es el cartesianismo y su apuesta por la dicotomía res cogita
(pensamiento) – res extensa (espacio); por el otro, contra la postura idealista y
dialéctica de Hegel, tan totalizante como la propuesta por Descartes, la cual no deja de
asumir aparente el principio dicotomíco (en realidad triadico):la relación entre tesis y
antítesis, de cuya dinámica y contradicción emerge como resultado la síntesis, y que
en muy cercana relación con la causalidad, servirá de base conceptual a todo el
sistema idealista y teleológico del filósofo alemán.
Levi – Strauss tomo la idea del binarismo como principio organizador de los
sistemas fonémicos y la amplio a la cultura humana en general. Los elementos
constituyentes del mito, como los del lenguaje, solo adquieren significado en
relación con otros elementos como los mitos, las prácticas sociales y los
códigos culturales, que únicamente pueden entenderse mediante una serie de
oposiciones estructurantes (Stam, 2002, p.129).
Ahora bien, es cierto, como usted dice, que Freud no ignoraba la maquinaria
del deseo. El deseo, las maquinarias del deseo son incluso el descubrimiento
propio del psicoanálisis. Nunca en el psicoanálisis dejan de zumbar, de chirriar,
de producir. Y los psicoanalistas no dejan nunca de alimentar o de realimentar
las máquinas, sobre un fondo esquizofrénico. Pero quizá hacen o
desencadenan cosas de las que no tienen clara conciencia. Quizás su práctica
implica operaciones incipientes que no aparecen con claridad en la teoría. No
hay duda de que el psicoanálisis ha perturbado toda la medicina mental, como
una especie de máquina infernal. Aunque ya desde el principio estuviese
sometido a compromisos, causaba perturbaciones, imponía nuevas
articulaciones, revelaba el deseo (1972, p.14).
No obstante esta aparente defensa, un poco más adelante Guattari influido claramente
por la terminología y la postura marxista (aparatos psíquicos, maquinaria de
producción de deseo, unidades de producción, entre otros), ataca tres nociones
básicas de todo el andamiaje Freudiano, el ello (pulsiones, instintos y deseos, principio
de placer), el yo (se rige por el principio de la realidad, “reprime” los instintos y
pulsiones) y el super-yo (la norma aceptada socialmente); y el modelo en el cual el
niño entra desde sus primeros años en relaciones de deseo y conflicto con su madre y
su padre, el denominado “complejo de Edipo”. Y en el cual no dejan de tener un papel
importante los tres procesos representados por el ello, el yo y el super yo. ¿Desde
donde parte la crìtica de Guattari? En la misma entrevista ya mencionada (1972, p.15),
argumenta lo siguiente, enfrentando claramente desde una posición que le debe
mucho al marxismo, aunque no sólo a él, una postura, la de Freud, que es legataria de
una concepción burguesa antihistórica donde el individuo y la familia juegan un papel
determinante en la configuración de la psiquis del individuo:
Usted acaba de invocar los aparatos psíquicos tal y como son analizados por
Freud: aparece ahí todo un aspecto de maquinaria, de producción de deseo y
de unidades de producción. Pero hay otro aspecto: la personificación de estos
aparatos (el súper-yo, el yo, el ello), una escenografía teatral que sustituye las
verdaderas fuerzas productivas del inconsciente por simples valores
representativos. Así es como las máquinas del deseo se convierten
progresivamente en maquinarias teatrales: el súper-yo, la pulsión de muerte
como deus ex machina. Tienden progresivamente a funcionar fuera de la
escena, entre bastidores. O bien como máquinas de ilusión, de producción de
efectos. Toda la producción deseante queda anonadada. Nosotros decimos
estas dos cosas al mismo tiempo: Freud descubre el deseo como libido, como
deseo que produce; pero no cesa de enajenar la libido en la representación
familiar (Edipo). Sucede con el psicoanálisis igual que con la economía política
tal y como la veía Marx: Adam Smith y Ricardo descubren la esencia de la
riqueza como trabajo que produce, pero no cesan de enajenarla en la
representación de la propiedad. El deseo se proyecta sobre una escena de
familia que obliga al psicoanálisis a ignorar la psicosis, a no reconocerse sino
en la neurosis, y a dar una interpretación de la propia neurosis que desfigura
las fuerzas del inconsciente.