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Representaciones de un personaje
canónico de la literatura argentina
Mariela Toresan
1 Introducción .............................................................................................. 1
1.7 Disposición................................................................................................................... 9
2.4 La frontera.................................................................................................................. 13
2.5 El mestizaje................................................................................................................ 14
4.1 Primera parte del siglo XX: de cuerpo a objeto. “El rescate” de Leopoldo Lugones y la
mitificación de la cautiva ......................................................................................................... 32
4.2 Segunda parte del siglo XX: la cautiva reinventada. Bajo la influencia de las vanguardias
artísticas. “Historia del guerrero y la cautiva” (1949), de Jorge Luis Borges y Ema, la cautiva
(1981), de César Aira ............................................................................................................. 35
Si los cautivos eran piezas preciadas como mano de obra y objetos de valor1 en el intercambio
intertribal y con los cristianos, las cautivas tenían un doble valor, pues podían ser también esposas
y madres. Las mujeres representaban propiedad y eran expresión de poder y status. Sin embargo,
aunque la poligamia era una práctica aceptada, sólo caciques y capitanejos se podían permitir el
lujo de mantener más de una esposa. (Operé, 2003:03)
El tema del cautiverio ha sido uno de los motivos más transitados y retomados en la
historia de la literatura argentina. Los poemas La cautiva (1837) de Esteban Echeverría, La
vuelta de Martín Fierro de José Hernández (1879) y “El rescate”, en el poemario
Romances de Río Seco (1938) de Leopoldo Lugones, son obras de imprescindible lectura al
momento de abordar un estudio acerca de la conformación del imaginario del cautiverio en
la literatura argentina del siglo XIX y su reformulación en el siguiente. Ahora bien, ¿cómo
se caracteriza a la figura de la cautiva en dichos poemas? ¿Podemos delinear un tipo de
cautiva? ¿Es un personaje estático o mutante? ¿Qué incidencia va a tener este personaje
decimonónico y fundacional de la literatura argentina en el siglo subsiguiente? En el
presente trabajo nos proponemos analizar el personaje de la cautiva en la literatura
argentina del siglo XIX, sus transformaciones y desvíos y sus repercusiones en el siglo XX,
a partir del cautiverio y sus instancias: rapto, cautiverio y rescate. Para empezar, podemos
afirmar que, y como lo demuestra la cita de Fernando Operé que da inicio a nuestro trabajo,
la cautiva es una mercancía más en la frontera, un objeto de negociación entre indios y
blancos. Su calidad de objeto, como veremos más adelante en Lugones, genera una
absoluta cosificación de la mujer; la cautiva ya no es una mujer “de carne y hueso”, sino
que pasa a ser un objeto que conserva la forma de mujer, pero su contenido2 es de un mero
objeto material, cargado, eso sí, de un fuerte valor cultural. Como se verá, lo que le importa
a la literatura de cautiverio no es la forma, sino el contenido, ya que esta última es
primordial para perpetrar el entramado ideológico del proyecto de país de la incipiente
nación. En el siglo XIX la estética y la política son inseparables. Como bien señala Operé,
el cuerpo de la cautiva ha sido un instrumento legitimador del poder político, y contenido
ideológico de la literatura de este período es obvio, pues idealiza a la mujer cautiva al
3 Concepto que toma de Julia Kristeva. Lo abyecto en el sentido de aquello que perturba un orden, un sistema.
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cautiva”, de Jorge L. Borges y Ema, la cautiva, de César Aira), donde se demuestra que la
literatura de cautivas sigue vigente y llega hasta nuestros días, variando según lo hacen las
coyunturas políticas e históricas del país.
1.2 Fuentes
De los textos que comprenden el estudio de esta investigación, hemos seleccionado las
ediciones críticas de la Biblioteca Ayacucho para las siguientes obras: el poema La cautiva
de Echeverría incluido en el volumen: Esteban Echeverría. Obras escogidas (1991); La
vuelta de Martín Fierro incluida en el volumen Poesía Gauchesca (1977); y para el cuento
“Historia del guerrero y la cautiva” de Jorge L. Borges, en el volumen Ficciones – El Aleph
– El informe de Brodie (1993). Para el poema “El rescate” de Leopoldo Lugones incluido
en su poemario Romances del Río Seco (2001), hemos escogido la edición de la Editorial
Sol 90, perteneciente a la colección “La Biblioteca Argentina”, dirigida por Ricardo Piglia
y Osvaldo Tcherkaski. Por último, la novela de César Aira, Ema, la cautiva (2011), hemos
utilizado la edición de Eudeba, con prólogo de la crítica y especialista Sandra Contreras.
En cuanto a los textos críticos hemos seleccionado dentro de la gran producción crítica
aquellos que puntualizan en la cautiva, en tanto, conformación del personaje canónico y su
importancia en la literatura argentina . Vemos conveniente citar también Una excursión a
los indios (1984) de Lucio V. Mansilla, por ser estas crónicas una fuente directa de lo que
sucedía en las tolderías por aquellos años, y donde podemos tener conocimiento de la
situación de las mujeres en cautiverio. Para esta fuente utilizamos también la edición de
Biblioteca Ayacucho, con prólogo, notas y cronología de Saúl Sosnowski.
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1.4 La cautiva y la tradición literaria: la leyenda de Lucía Miranda
Si hay un personaje fundacional en la literatura argentina ese personaje es la cautiva, figura
que va a ser retomada y reinventada por diversos escritores a lo largo de su historia. La
representación de Lucía Miranda, en La Argentina (1612) del cronista asunceno Ruy Díaz
de Guzmán, servirá de modelo para conformar el estereotipo del personaje de la cautiva y
su contrafigura el indio. Según Operé, la literatura del cautiverio ingresa a la literatura
hispanoamericana, a través de la tradición española del cautiverio, a partir de las crónicas
de dos autores: Ruy Díaz de Guzmán (1612) y Alonso González de Nájera (1614). Estas
crónicas, como lo sería después en la literatura argentina del siglo XIX, sirvieron como
excusa para presentar el cuerpo del cautivo como un instrumento “para mejor servir la
causa de la expansión española en América y la expoliación de sus riquezas” (Operé, 2001:
230). El tema de la cautiva, y particularmente la leyenda de Lucía Miranda, fue retomado
por varios escritores desde el siglo XVIII. El primero de los escritores argentinos que
retoma esta figura es Echeverría en su poema La cautiva (1837), y que por pertenecer a la
generación del 37‟, un grupo de escritores preocupados por encontrar “lo nacional”,
producen textos que darán inicio a la literatura argentina, siendo este poema uno de ellos.
¿Por qué luego de casi doscientos años es retomado el tema de la cautiva? Precisamente, se
debe a que esta generación de escritores tiene como objetivo encontrar el color local que
los diferencie del escenario cultural europeo. Al mismo tiempo que quieren consolidarse
como literatos sienten una necesidad de conformar lo propio y lo original, independizarse
de la literatura de España y una vez liberados de ese lastre español, proteger la literatura en
tanto cuadro vivo de nuestras costumbres y de las ideas dominantes, y de este modo
realizar los ideales cívicos-patrióticos. La generación del 37‟ entiende al desierto como
sinónimo de vacío que hay que ocupar, pero al mismo tiempo lo considera un caudal de
riqueza tanto en la esfera económica (tierras) como estética (literatura) para la
conformación del nuevo Estado-nación.
La cautiva de Ruy Díaz de Guzmán, no sólo va a ser el modelo de cautiva que van a
retomar autores como Manuel de Lavardén en su drama Siripo (1786), como Rosa Guerra y
Eduarda Mansilla, ambas publicaron una novela con el nombre de Lucía Miranda en el
mismo año, 1860. En el siglo XX se publicaron dos novelas llamadas Lucía Miranda, la
primera de Alejandra R. Cánepa, publicada en Barcelona en 1918, y la segunda de Hugo
Wast, publicada en Buenos Aires en 1929. En Echeverría se ve claramente una influencia
de Ruy Díaz de Guzmán, pero el poeta no se dedica a reiterar la historia de Lucía Miranda,
sino que crea una nueva cautiva y la ubica en un nuevo geografía, a saber, la pampa. El
poeta también reformula ciertas cuestiones del argumento del cautiverio, por ejemplo, la
escena del rescate. Si en La Argentina (1612) es el marido de Lucía quien va en su rescate,
en el poema de Echeverría es la esposa de Brian, María, quien va en su busca. A diferencia
de Lucía que demuestra una actitud pasiva frente al indio, María, llena de valentía y con
una fuerza sobrehumana termina enfrentándolo.
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“Él y el Ella”, provocando una masculinización en María, esta sólo puede luchar si su
condición femenina queda asimilada a la del hombre (Davies, Brewster y Owen, 2006: 83).
En referencia a la cautiva de Echeverría, Alejandra Laera en su artículo “La mujer en
el desierto. Esteban Echeverría y las lecturas nacionales del romanticismo francés” (2016),
asevera que existe una relación intrínseca entre mujer y territorio patrio, ya presente esta
idea en un texto anterior del poeta, Elvira o la novia del Plata (1832), (Laera, 2016:153).
En este mismo artículo Laera retoma un texto de Iglesia “Conquista y mito blanco” (1987),
para señalar que en el poema de Echeverría se produce una inversión, pues al comienzo del
poema el cautivo es el hombre, Brian, y no la mujer, ya que María ya se ha liberado y va en
busca de su esposo. Detrás de esto, asegura Laera, se encuentra una matriz alegórica donde
la cautiva es la nación por la que se debe luchar para rescatarla de la barbarie del indio. De
todas formas esta alegoría femenina de lo nacional se diluye ante el poema de Hernández,
que consolidará no sólo a su texto, sino al gaucho como emblema de la nación. Como
señala Laera, la cautiva para abandonar dicha condición necesita del hombre, el gaucho es
el nuevo protagonista de la llanura nacional (Laera, 2016: 162). En La vuelta, la cautiva se
convierte en un ser pasivo y silencioso que es rescatado por el gaucho y cuya historia
también es contada por él.
1.7 Disposición
En el capítulo I hemos presentado las tres fuentes primarias a tratar en este trabajo, por
creer que en estos textos se consolida la figura de la cautiva de manera categórica para la
literatura argentina. También dimos cuenta de nuestros objetivos e hipótesis de trabajo. Se
examina el origen del personaje de la cautiva considerando que la leyenda de Lucía
Miranda sirvió no sólo como modelo del personaje femenino de la naciente literatura
argentina, sino que también contribuyó al proyecto de país luego de la independencia.
Asimismo, incluimos una breve reseña de la mirada de los críticos literarios acerca del
personaje de la cautiva y el estado actual de la investigación. En el capítulo II, nos
ocupamos de los aspectos teóricos, al centrarse este trabajo en el estudio acerca del
personaje, hemos visto conveniente incluir el concepto de “significado del personaje”
abordado por el teórico francés Philippe Hamon. De igual modo, aquellos conceptos que no
pueden soslayarse cuando se trata el tema de la cautiva durante el siglo XIX y comienzos
del siglos XX, a saber: cautiverio, desierto, frontera y mestizaje. En nuestro análisis hemos
privilegiado una disposición cronológica, pues, como veremos, la estética y la política
determinaron que el personaje de la cautiva variara con el correr de la historia. En el
capítulo III abordamos el siglo XIX a partir de los poemas de Esteban Echeverría (La
cautiva) y José Hernández (La vuelta de Martín Fierro). En el capítulo IV, nos adentramos
en el siglo XX con un poema de Leopoldo Lugones (“El rescate”), en la primera mitad del
referido siglo, donde la figura de la cautiva cambia considerablemente su estatus, deja de
ser una mujer para convertirse en un objeto sagrado. En este mismo capítulo, incluimos la
segunda mitad del siglo XX, con los textos de Jorge L. Borges (“Historia del guerrero y la
cautiva”) y César Aira (Ema, la cautiva), nos hallamos con una literatura que formó parte
de las vanguardias artísticas (Borges) o estuvo fuertemente influida por ellas (Aira). En
estos textos la cautiva deja de ser ese personaje pasivo y mártir del siglo XIX, para
convertirse en una mujer independiente que toma sus propias decisiones, ya no desde una
imposición de madre o esposa (como sí lo fueron las cautivas del siglo XIX); por ejemplo,
la cautiva de Borges decide permanecer entre los indios, porque dice ser “feliz” en el
cautiverio. Para terminar, hemos destinado el capítulo V a las reflexiones finales de este
trabajo.
2 Aspectos teóricos
Los conceptos aquí analizados, sufren una distorsión desde su origen en la conquista hasta
el establecimiento de los Estados-nación. Por ejemplo, el concepto de desierto sirve para
silenciar a las poblaciones nativas del continente conquistado, pues los españoles que
llegaban a las tierras en búsqueda de ciudades míticas donde abundaría el oro y la plata se
encuentran en realidad con inmensas extensiones que carecían de estos elementos, y a los
que ellos concebían como despobladas. Esta idea del territorio argentino como “despoblado
e inmenso”, la retoma Echeverría en su poema La cautiva, al referirse al desierto como
“inconmensurable” (vv. 03-04), y que luego también retomará Domingo F. Sarmiento en
Facundo (1845) al describir el territorio argentino y sus grandes extensiones. Como se
verá, los conceptos se distorsionan a medida que cambia la realidad política y las
intenciones del poder. Luego de la Independencia surge una literatura de ficción, asegura
Operé, sobre el tema de los cautivos claramente programática, donde se dejaba en claro que
el salvajismo del indio no podía ser curado ni con la educación, ni con la religión, y que el
odio de estos hacia el blanco era una cuestión innata (Operé, 2001: 27). Es aquí donde
comienza el problema del indio y la aparición de la pregunta sobre qué hacer con ellos. La
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solución era el desplazamiento o la extinción, nunca se contempló la integración, como sí
sucedió en la gran mayoría de los países latinoamericanos.
2.2 El cautiverio
Podemos diferenciar dos tipos de cautiverio: uno mítico, y uno real e histórico; los dos han
nutrido a la literatura argentina. El cautiverio literario tiene su origen en una mujer, es
Lucía Miranda4 quien da inicio a la figura de la mujer cautiva. En los hechos históricos, el
cautiverio tiene un origen diferente: desde la conquista, los indios varones eran los
cautivos, ya que los españoles necesitados de mano de obra, secuestraban indios para
trabajos forzados. En la Argentina del siglo XIX, el afán de expansión del hombre blanco
funcionaba como una maquinaria de poder que no podía detenerse, así también sucedía con
el cautiverio, según Operé, “las mujeres cautivas se habían convertido en una fuerza de
4 Ver supra, apartado 1.4: “La cautiva y la tradición literaria: la leyenda de Lucía Miranda”, pág. 4.
trabajo imprescindible que había que añadir a su intrínseco valor como reproductoras de
una nueva generación de indios mestizos” (Operé, 2001:19). Es decir, el rapto de cautivos
no era un acto de simple vandalismo hacia el hombre blanco, sino que a mediados del siglo
XIX los cautivos representaban, según Operé, un valor productivo y de intercambio
primordial para las tribus. En cierta forma, en la literatura estas cuestiones se encuentran
solapadas por un velo romántico que oculta las reales condiciones del país. Las cautivas
suelen ser representadas como heroínas, como en Echeverría, o como una mártir
desdichada, como en Hernández. Si bien el cautiverio fue una realidad insoslayable, en la
literatura se sortea la situación previa a los raptos, siendo los indios descriptos como seres
violentos que sólo buscan hacer el mal, animalizados, sin lenguaje y sin capacidad de
razonar.
2.3 El desierto
Si hay algo que caracterizó a la generación del 37‟ fue la búsqueda de una literatura
nacional que pueda dar cuenta de lo propio. Los jóvenes rioplatenses educados en Europa
estaban convencidos que para lograr tal empresa era necesario romper con la tradición
cultural heredada de España y redirigir la mirada hacia Francia. Es allí donde el joven poeta
Echeverría establece contacto con las obras de poetas románticos como el francés Alphonse
de Lamartine (1790-1889) y el inglés Lord Byron (1788-1824), y con las traducciones
francesas de escritores alemanes. Rápidamente Echeverría advierte el significado social del
poeta y su obra, y la importancia de estos en el desarrollo de la incipiente nación. La joven
Argentina necesitaba fundar su literatura; habría que preguntarse dónde encontrar
inspiración, al mismo tiempo se negaba el pasado. Echeverría encuentra en el “desierto” (la
llanura) la iluminación poética y el escenario literario que mejor va a representar el
problema acuciante de la patria: el indio. En Cartas a un amigo (1840), Echeverría narra la
necesidad de internarse en aquel paisaje sublime y de naturaleza salvaje. De la misma
manera, en otras de sus cartas compara los poemas extensos con las formas más cortas y
encuentra en los primeros el modo más adecuado para expresar sus ideas políticas y
sociales.
En poesía, para mí, las composiciones cortas siempre han sido de muy poca importancia,
cualquiera sea su mérito. Para que la poesía pueda llenar dignamente su misión profética; para que
pueda obrar sobre las masas y ser un poderoso elemento social, y no como hasta ahora aquí un
pasatiempo fútil, y, cuando más, agradable, es necesario que la poesía sea bella, grande, sublime y
se manifieste bajo formas colosales. (Sarlo & Altamirano, 1991:XX)
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Existe una relación intrínseca entre territorio, política y literatura fundacional, pues la
llanura, en palabras de estos autores, va a ser el sustento y el espacio romántico de los
jóvenes poetas y el escenario indispensable de sus personajes. Así también lo advertía el
propio Echeverría en su “Advertencia” a La cautiva: “El Desierto es nuestro, es nuestro
más pingüe patrimonio, y debemos poner conato en sacar de su seno, no sólo riqueza para
nuestro engrandecimiento y bienestar, sino también poesía para nuestro deleite moral y
fomento de nuestra literatura” (Sarlo & Altamirano, 1991: XXI). Como vemos, el mismo
poeta hace mención a su programa estético, el desierto no sólo va a contribuir al desarrollo
económico de la nación, a través de sus políticas expansionistas, sino también a su
fundación cultural, pues allí es donde se va a formar la literatura nacional. Esto lleva a
Rotker a la afirmación de que: “El vacío del desierto se cubre con la representación: no
quiere decir que el enorme espacio de la pampa estuviera literalmente vacío, pero en el
proceso de re-crearlo a través de la Palabra se lo apropia, se lo interpreta y se lo inventa
bajo una mirada selectiva” (Rotker, 1999:116). En definitiva, la estrategia narrativa de la
nación consistía en negar el desierto (partiendo de la misma palabra, y que en realidad se
refiere a la tierra fértil: la pampa) toda existencia anterior, y de este modo, re-crear un
nuevo espacio a los fines de ésta. La figura de la cautiva, y también el indio y el desierto,
son construcciones narrativas de índole política, en palabras de Sarlo y Altamirano, el
proyecto político oponía a la grandeza y barbarie de la naturaleza pampeana, el modelo
moral y social de la cultura blanca del naciente Estado. ¿Cómo se logra esto? Según los
autores mencionados, la cautiva (especialmente María) representa “un arquetipo femenino
nuevo”, dotado de una fuerza moral capaz de reafirmar los valores de la “civilización” que
se intenta defender e imponer (Sarlo & Altamirano, 1991: XXIII).
2.4 La frontera
Para Operé la frontera es una línea que marca el avance del blanco sobre el indio, no es una
frontera estática, sino más bien líneas de avance militar. “Las fronteras son cuerpos vivos
que, como tal, tienen una estructura mutable a medida que reciben el flujo de
desplazamiento de los sujetos y elementos que la componen” (Operé, 2001:16). No es la
clásica frontera rígida que separa un país de otro, son marcas de conquista, en cada fortín se
erigirá un pueblo que simboliza el avance del blanco sobre el indio. La expansión territorial
tenía dos metas claras: una política-económica y otra cultural. Por un lado se necesitaban
tierras para producir y de esa forma contribuir al naciente mundo industrializado y llegar a
ser parte de este, y por otro, exterminar o alejar al indio para generar un país blanco y
civilizado. Para Hugo Trinchero, “la frontera fue constantemente narrada por el proyecto de
modernidad nativa como espacio de la ambigüedad que se debía superar, de lo no-
civilizado, es decir, como espacio que era preciso ocupar por el proyecto civilizatorio”
(Trinchero, 2007:169).
2.5 El mestizaje
Como vimos en la introducción, el retorno de la cautiva a la sociedad es silenciado por la
vergüenza del contacto con el indio. A diferencia de esto, en las comunidades indígenas el
mestizaje era moneda corriente. Desde el siglo XVII, cuando se registran las primeras
referencias a cautivos blancos en el Río de la Plata, el mestizaje comienza a consolidarse.
Según Operé, a principios del siglo XVIII, las tribus de las pampas “estaban formadas por
un caleidoscopio de individuos de distintos grupos étnicos que vivían en los toldos y
rehues” (Operé, 2001:18). El mestizaje era algo normal en las tribus y algunos hijos
nacidos entre indios y cautivas, llegaron a ser caciques, como el caso de Panguitruz, hijo
del cacique Painé y una cautiva blanca, conocido también como Mariano Rosas, ahijado de
Juan Manuel de Rosas.
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Más tarde supe por ella
de manera positiva,
que dentró una comitiva
de pampas a su partido,
mataron a su marido
y la llevaron cautiva
6 Recordemos que en Martín Fierro, “La ida”, (1872), el gaucho estaba perseguido por la ley por la muerte del
negro y escapa al desierto donde encuentra refugio entre los indios.
cautivos, desertores y gauchos, cabe mencionar también a las fortineras, mujeres que
habitaban en los fortines y que desempeñaban diversas tareas, no sólo domésticas sino
también militares). Este tipo de frontera, definida por su carácter dinámico y heterogéneo,
se ajusta a lo que el geógrafo Carlos Reboratti, en su texto “Fronteras agrarias en América
Latina” (1990), ha denominado „fronteras de asentamiento‟, en oposición a las „fronteras
políticas‟, estas últimas pueden estar determinadas por una línea real o imaginaria y son
predominantemente estáticas. Para este autor, en las pampas la frontera significó una guerra
de conquista (Reboratti, 1990:5-49). La frontera de asentamiento está en continuo
movimiento ya que esto depende del avance y retroceso del ejército en tierra de indios. El
indio obtiene mercancías y personas a partir de dos instancias: 1) robando, cuando sale a
maloquear o 2) en el intercambio fronterizo.
Los cautivos por lo general le sirven al indio para el intercambio de mercancías con el
blanco; es sabido que los indios basaban su economía en el intercambio de mercancías,
incluso antes de la llegada del blanco. En los textos que conforman parte de este estudio, el
indio es representado como un ladrón y un holgazán que no quiere trabajar. Dice Martín
Fierro sobre las tolderías:
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Aunque Mansilla en Una excursión a los indios ranqueles (1870), afirma que si el indio no
trabaja la tierra, no es porque carece de las aptitudes para hacerlo, sino porque nunca fue
educado para estos menesteres.7
Mansilla sostiene que era normal el intercambio de cautivas robadas con otras tribus,
por lo general entregadas como esposas a otros indios. La cautiva se convierte así en un
elemento de negociación entre los hombres, son estos quienes deciden sobre ella, era
normal encontrar el precio de la cautiva en documentos de la época, es decir su valor de
cambio, el cual variaba según la calidad de la mujer, ya sea por su edad o por su apariencia
(Rotker, 1997: 43-44). Pero a diferencia de otras mercancías, la cautiva cumple una doble
función, por un lado es tomada como mercancía de intercambio, y también como mujer del
indio. De esta manera, se convierte en reproductora de mano de obra y descendencia para la
tribu. Dice Operé al respecto: “Las mujeres cautivas se habían convertido en una fuerza de
trabajo imprescindible que había que añadir a su intrínseco valor como reproductoras de
una nueva generación de indios mestizos” (Operé, 2001:19). Como veremos más adelante,
en el apartado 3.4, la cuestión de los hijos va a ser crucial para la cautiva a la hora de
abandonar o no las tolderías.
¿Cómo hace su aparición la cautiva, bajo qué contexto y circunstancia? Por lo general, la
cautiva aparece bajo un clima de violencia, de sumisión u opresión. Por ejemplo, el
personaje narrador Martín Fierro, antes y después de la aparición de la cautiva, describe
una atmósfera de dolor y de violencia que va a estar cifrada por un lado, por el dolor del
gaucho ante el recuerdo y la pérdida de su familia y de su amigo Cruz, y por otro, a causa
de los horrores que se comenten en tierra de indios. En los toldos no es extraño escuchar
“quejidos” y “lamentos”, dice el gaucho, y a la vez introduce un cuadro de violencia que
preanuncia el destino horroroso de la cautiva, y que lo tiene a él como espectador.
7 Este autor pone como ejemplo a Mariano Rosas para demostrar que si el indio es educado en las tareas
rurales pueden ejercerlas como cualquier otra persona. Es el mismo indio el que toma consciencia de esta
situación, y que le hace ver la realidad al propio Mansilla. En el “Epílogo” del libro, Mariano Rosas le señala a
Mansilla que lo único que quieren los cristianos con ellos es asesinarlos, exterminarlos; según este cacique
nunca hubo indicios de que los blancos hayan querido transmitirle su civilización, pues lo único que les han
enseñado es a “tomar mate, a fumar, a comer azúcar, a beber vino” (398), pero jamás le han enseñado a
trabajar ni a conocer a su Dios. Ante estas palabras Mansilla calla, este silencio nos indica que las palabras del
indio son ciertas. Mariano Rosas sabe y tiene conciencia de su situación y de la de su tribu porque conoció la
civilización cristiana ya que fue adoptado por Juan Manuel de Rosas y educado en la civilidad y en los saberes
de los trabajos rurales.
Asimismo, para enfatizar este escenario le señala al lector que “deben creerle a Martín
Fierro” (v. 986)8, su voz es una fuente de autoridad. En el destierro, el gaucho ha sido
testigo de “crímenes y atrocidades/ que el cristiano no imagina” (vv. 993-994), y da como
ejemplo el salvajismo del indio para con las mujeres, en este caso una india, a la que
degüella arrojando su cuerpo a los perros. Las escenas de este tipo, donde la violencia es
extrema, siempre están en manos de los indios, nunca del gaucho. Cuando Martín Fierro
mata, la víctima es un hombre, y sucede siempre durante una lucha; en cambio es el indio
quien mata de la peor manera a mujeres y niños, y estos son sujetos que reiteradamente el
gaucho recuerda al añorar a su mujer y sus hijos, por ende la crueldad del indio se
multiplica. La aparición de la cautiva y su hijo va a ser la segunda escena donde el gaucho
se va a ver implicado como testigo de la barbarie y ambas tienen a la mujer como víctima.
Según Martínez Estrada, “es la Cautiva la que liberta a Martín Fierro de su infierno; le trae
de lejos la voz de otra vida”. La aparición de la cautiva le devuelve al gaucho los ecos de la
civilización, es por ella, agrega este autor, que el gaucho se “restituye a su ser más que a su
tierra” (Martínez Estrada, 2005:72). Tanto Laera como Martínez Estrada coinciden en que
la cautiva necesita del hombre para su salvación, no obstante, la cautiva de Hernández, a
pesar de su pasividad, luego de que le matan a su hijo, encuentra las fuerzas necesarias para
afrontar al indio y salvar al gaucho.
8Nótese cómo el narrador da indicios de que el lector está frente a un libro y solicita a quien lee dicho texto que
acepte como verdad lo narrado.
20
Ausilio tan generoso
me libertó del apuro;
si no es ella, de siguro
que el indio me sacrifica,
y mi valor se duplica
con un ejemplo tan puro.
No insensatos lo perdamos.
Huyamos, mi Brian, huyamos;
Que en el áspero camino
Mi brazo, y poder divino
Te servirán de sostén.
El recuerdo de su mujer e hijos abre el pasaje del encuentro entre la cautiva y Martín
Fierro; la aparición de la mujer y su hijo se puede interpretar como una posible
recuperación simbólica de la familia del gaucho, sin embargo, esta posibilidad rápidamente
se frustra debido a la muerte del niño en manos del indio y al posterior abandono de la
cautiva por el gaucho. (La conformación de la familia nuclear se disipa desde un comienzo
en Martín Fierro, no tiene lugar.) En esta escena, excepcionalmente, se reúnen los tres
personajes que mencionamos al inicio de este trabajo como fundacionales de la literatura
argentina: el indio, el gaucho y la cautiva. Podemos ahondar más y decir que es también el
niño asesinado o muerto de manera trágica otro de los personajes fundacionales y presente
en los inicios de la literatura argentina y una influencia en la literatura posterior.9 En la obra
9 Vale recordar personajes como el niño muerto por el lazo en “El matadero” (1871), de Esteban Echeverría; las
niñas muertas por una “grave” enfermedad en “Tini” (1881), de Eduardo Wilde y en Sin rumbo (1885), de
de Hernández, y podríamos decir que en los demás textos también, se construye una
imagen del indio a partir de su animalización. El indio es el Otro, no tiene piedad ni
lenguaje, todo lo arregla “a lanza y puñalada” (v. 983), dice Martín Fierro. En Lucía
Miranda, sucede todo lo contrario, jamás se trata al indio como si fuera un animal,
españoles e indios se entienden, dialogan, negocian y no se percibe un atisbo de
minusvaloración del indígena. Parecería ser que este es un lugar común en la literatura
argentina debido más a razones políticas que lo que sucedía en la realidad, ya que en Una
excursión a los indios ranqueles (1870) se dan ejemplos de convivencia pacífica entre
indios y cristianos10. Podemos afirmar, que entre los indios, la cautiva es el Otro, despierta
la sospecha de indios e indias, por eso a las cautivas les descarnan las plantas de los pies
para que no puedan escaparse y son obligadas a realizar trabajos forzosos como recoger
leña y sembrar, o de servidumbre, es decir, trabajos destinados a las indias. Esto último se
ve claramente en Mansilla, cuando el coronel llega con su tropa a las tolderías de Mariano
Rosas y es servido por un grupo de cautivas. Las cautivas, su aspecto y cómo estas
soportaban el cautiverio, conmueven a Mansilla, la mirada de la cautiva deja entrever su
angustia: “¡Cómo me miraban estas pobres! ¡Qué mal disimulada resignación traicionaban
sus rostros” (Mansilla, 1984:199). Mansilla las observa y se compadece de estas, pero nada
puede hacer por ellas, dice el coronel.
En los textos aquí analizados, la cautiva es presentada como una mártir: en el poema
de Hernández la cautiva es comparada con María Magdalena; en el caso de Echeverría es
presentada como una virgen. Como se verá más adelante, en un poema de Lugones, la
cautiva dejará de parecerse a un figura religiosa para ser ella misma una imagen sagrada.
En La cautiva el nombre María no es inocente, de manera análoga, el nombre de Lucía
Miranda remite a Santa Lucía, y al igual que esta es muerta en la hoguera. Como bien ha
señalado Iglesia en su artículo “Conquista y mito blanco”, este carácter sagrado en el tema
de la cautiva está insinuado a partir de los nombres de los protagonistas (Iglesia, 1987: 70).
Podemos confirmar que esto sucedía en realidad a través de las crónicas de Mansilla, donde
se presenta a la cautiva a través de una imagen de mujer sufriente y lacrimógena, cuando
describe a las primeras cautivas: “¿Quién no se conmueve con la mirada triste y llorosa de
Eugenio Cambaceres; y el chico asesinado por otros chicos en “El niño proletario” (1973), de Osvaldo
Lamborghini.
10 Utilizamos el término “cristiano” para referirnos como era habitual en el siglo XIX al hombre blanco
occidental, para establecer una diferencia con los indios y negros a los que se consideraba hijos del diablo.
22
una mujer?” (Mansilla, 1984:197). Las cautivas de Mansilla se encuentran subsumidas a la
total opresión, y no ven ninguna posibilidad ni esperanza de rescate. La violencia para con
la cautiva por parte del indio, se sintetiza en dos maneras, ya sea porque la reduce a la
servidumbre, haciendo de ella una esclava, o sometiéndola sexualmente. Esta preferencia
del indio por la mujer blanca tiene como contracara el recelo y la envidia de las indias.
“Ya verá lo que dice Mariano de las chinas y cautivas, de sus mismas hijas. ¿Y por qué
cree entonces que a los cristianos les gusta tanto esta tierra? Por algo había de ser, pues. Me
quedé pensando en las seducciones de la barbarie; y como había tiempo para enterarme de
ellas” (155). Esta cita corresponde a Miguelito, un refugiado entre los indios, que cuenta a
Mansilla acerca de la libertad sexual de la mujer soltera en las tolderías, esta libertad rige
tanto para la cautiva como para la india; la práctica liberal de la sexualidad no repercute en
su honra, muy por el contrario, la mujer cuanto más solicitada, más aumenta su reputación
ya que “es una prueba que algo vale” (202). Mientras que la civilización del siglo XIX
otorga valor a la castidad de la mujer, entre los indios la castidad no tiene ese valor. De
todas formas, como se ve, el cuerpo de la mujer y su sexualidad, siempre connota un valor
que la hace digna de ser pretendida. Distinto es el caso de la mujer casada en las tolderías,
esta pasa a ser una esclava de su marido, depende de él y nada puede hacer sin su
consentimiento. Tanto la cautiva como la india son vendidas o raptadas con el fin de ser
tomadas como esposas. El indio puede casarse con dos o más mujeres, la poligamia es una
práctica aceptada entre los indios, pero para ello es necesario tener los medios necesarios,
sólo caciques y capitanejos podían acceder a varias mujeres. Tal como se cuentan las
cabezas de ganado, las mujeres forman parte de la propiedad del indio, y en el caso de la
cautiva, es sinónimo de estatus.
Los hombres, sean indios o blancos, contaban con disponibilidad de mujeres en las
tolderías, en parte porque, como hemos visto más arriba, las mujeres solteras eran
sexualmente libres, libertad que no era bien vista en el mundo civilizado. De este modo,
las tolderías constituían un lugar donde el cristiano podía transgredir la moral católica
arrastrados por las “seducciones de la barbarie”.
Si tenemos en cuenta a la cautiva histórica, una vez en cautiverio pasa por un proceso de
adaptación y aprendizaje, se la instruye en el trabajo destinado a las mujeres, de este modo,
se podría decir que se vuelve india. Durante su cautiverio, la mujer blanca experimenta una
pérdida de su identidad, es obligada a hablar el idioma del indio, cambia su nombre,
adquiere nuevos usos y costumbres, muda su vestimenta, en definitiva crea una nueva
imagen de sí, irreconocible a la mirada del blanco. Se podría decir que hay una
“barbarización” de la mujer blanca en las tolderías. No sucede lo mismo en cuanto a la
religión, la cautiva suele continuar con sus prácticas religiosas en secreto con otras
cautivas, o en caso de que se vea impedida de hacerlo, siente la necesidad de recibir la
palabra de Cristo. Tomemos el ejemplo de un conjunto de cautivas de las tolderías del
cacique Mariano Rosas, ellas le darán un recibimiento a Mansilla y a los franciscanos que
lo acompañan en su expedición: “Varias chinas y mujeres blancas y cristianizadas, por no
decir, cristianas, se acercaban a éstos, se arrodillaban, tomándoles los cordones les decían
„La bendición mi padre‟” (140), sin embargo, y a pesar del reclamo de estas mujeres, el
coronel vacila de su condición de creyentes, pues ya no ve a aquella mujer de la
civilización.
24
De tu honor, y mancillado
Tu cuerpo santificado
Por mi cariño y amor;
Ya no mes dado quererte.
Como bien señala Rotker en su artículo “Lucía Miranda: Negación y violencia del origen”
(1997), María, al igual que Lucía Miranda, logra salvar su honra, pero no escapa de su final
trágico (Rotker, 1997:120). El estigma que carga la cautiva por haberse visto deshonrada,
haya tenido lugar o no, la mujer sólo se podrá liberar de este con su muerte. En el poema de
Echeverría, Brian, como un elegido de Dios, “santifica” el cuerpo de su esposa con “su
cariño y amor”, pero al suponer el ultraje por parte del indio, deja de pertenecer al orden de
lo sagrado para ser considerado un cuerpo abyecto. Sólo cuando el cuerpo de la mujer esté
bajo el cuidado y vigilancia de su esposo será honrado y respetado; de lo contrario, deja de
ser venerable y por consiguiente es rechazado. El hombre blanco es el verdadero hijo de
Dios, por ende, puede santificar y distinguir entre el bien y el mal, juzgar y castigar; en
cambio, la mujer, al igual que el indio, son considerados ambos seres marginales.
La cautiva María, a pesar de impedir ser violada por el indio y de esta manera
conservar su honra, se ve obligada como mujer a dar prueba de ello, en demostrar y ofrecer
indicios ciertos de que su honra sigue intacta, dice a Brian.
Bajo estos términos, los mandatos sociales de la época provocan que los sentimientos de
Brian hacia su esposa queden cuestionados y relegados. Moi Toril en su libro Teoría
literaria feminista (1988), siguiendo a Hélène Cixous, presenta el concepto binario
hombre/mujer de la filosofa francesa, y encuentra que en dicha relación opositora, la mujer
se encuentra en inferioridad con respecto al hombre. A partir de esto, la autora distingue un
serie binaria y antagónica que reproduce este pensamiento machista: actividad/pasividad,
sol/luna, cultura/naturaleza, día/noche, padre/madre, cabeza/corazón, inteligible/sensible,
logos/pathos; en este sistema dual y machista la mujer queda representada en la segunda
categoría, a la que se le adjudica un carácter débil y negativo (Moi, 1988:114). La cautiva
María acredita gran parte de estos rasgos “débiles” del binarismo planteado por Cixous, en
el poema de Echeverría la mujer cautiva es un ser débil destinada a servir a su esposo e
hijo.
En su libro Del sexo al género. Los equívocos de un concepto (2003), la pensadora francesa
Geneviève Fraisse hace referencia al “poder del amor”, y señala la importancia de la
plusvalía que el patriarcado extrae de la capacidad de amor y cuidado de las mujeres con el
fin de habilitar a los hombres como personas completas y autorizadas (Fraisse, 2003: 127).
Es a partir del matrimonio que María logra su condición de esposa, hija de Dios; de la
unión con el hombre, logra elevarse a “ente divino” y “ángel poderoso” capaz de enfrentar
al mal, al infierno y a la misma muerte.
La cautiva se convierte en una mujer valiente y fuerte a partir del amor que siente por su
hijo y por su esposo, en definitiva, María adquiere estas cualidades solo bajo las categorías
de madre y esposa, de lo contrario, y como se ha demostrado, es una “frágil caña”. Por tal
motivo, nos apartamos de la hipótesis desarrollada por la autoras inglesas Davies, Brewster
y Owen, en su libro South American Independence: Gender, Politics, Text (2006), donde
se afirma la posibilidad de considerar el poema La cautiva un texto feminista (Davies,
Brewster y Owen, 2006:83). Si aceptamos la postura de estas autoras, en considerar a
María una mujer valiente y decidida, al punto de imaginarla como una heroína feminista,
para nosotros esto sólo es posible a partir de su condición de madre y esposa, y no por su
condición de mujer, independiente de dichos roles. Uno podría conjeturar que solamente
una cautiva que es esposa y madre logra salvarse, porque ella se define desde su familia; lo
que nos lleva a preguntarnos si una mujer sola o sin hijos no tiene motivos para salir de su
cautiverio. Si tenemos en cuenta solamente los textos literarios, el pensamiento de estas
autoras es lógico, pues todas las cautivas que logran escapar lo hacen luego de intentar
salvar a su marido o a su hijo, como es el caso de la cautiva de Martín Fierro. En María,
definirse como madre y esposa es un “deber ser” que responde al orden patriarcal de su
tiempo; no estamos frente a un personaje femenino que lucha por sí mismo, al contrario,
relega su singularidad ante un universal de mujer que antepone su rol de madre y esposa
por sobre sí misma. Dadas las condiciones de la época parece imposible construir una
heroína solitaria, valiente y fuerte (al estilo Aira), la fortaleza de la cautiva María
solamente surge en defensa de su familia y bajo la influencia del poder divino. Con esto,
podemos afirmar que María es un personaje ambiguo, fuerte y débil al mismo tiempo. Sin
embargo, y a pesar de la fortaleza y valentía de la cautiva, ella debería tener el mismo
28
rango que los demás héroes que lucharon en el desierto, pero a pesar de todo no se le
reconoce el estatus de heroína. Más adelante las autoras advierten en su propia lectura que
ésta hipótesis inicial de considerar a la cautiva una heroína feminista es objetable.
There are, nevertheless, problems with this reading. The most important objection is that María‟s
understanding of self-fulfilment is dependent on another, her husband. María‟s life project is to
save her husband and be with her family, rather than fulfil herself; or rather, as She in „El y Ella‟,
fulfilling herself is concomitant with fulfilling the lives of others. She is not a woman in her own
right, but a wife and mother. Although she is virtually alone in the middle of a desert, making
decisions and carrying them out, she acts entirely for the benefit of her husband. As such she is
inscribed not as an individual but as a self-sacrificing wife and mother. (Davies, Brewster y Owen,
2006: 83).
El destino de tu vida,
fue amar, amor tu delirio,
amor causó tu martirio,
te dio sobrehumano ser;
y amor, en edad florida,
sofocó la pasión tierna,
que omnipotencia de eterna,
trajo consigo al nacer.
Se lee en estos versos que María, por su condición de mujer, es débil, solo el amor y el
peligro de perder su condición de madre y esposa le otorga una fuerza sobrehumana: su
fortaleza y heroísmo son “varoniles”, no son atributos de una mujer. Para Echeverría, el
prototipo de héroe es Brian, un caudillo que montado en “su fogoso tordillo” al mando de
pocos hombres se enfrenta al malón cargando a la indiada con su “fulminante espada” y sus
grandes ojos brillantes; Brian cuando lucha contra los indios es un “toro enfurecido” que
sacude su espada ante el enemigo. Pero María no puede ser una heroína que salva a su
marido a partir de su condición de mujer, debe masculinizarse para lograr este objetivo. En
cambio, cuando el personaje de una obra es un hombre, cuando este lucha frente a una
partida (Martín Fierro) o se enfrenta solo ante 40 hombres (por ejemplo en la novela Juan
Moreira de Eduardo Gutiérrez), jamás se habla de una fuerza sobrehumana, sino de su
características varoniles y de verdadero hombre. Aun cuando atemorizado se sube a un
árbol para no ser atacado por un puma no se le quita mérito al hombre, como le sucedió a
Facundo Quiroga, según relata D.F. Sarmiento en el Facundo. Sin embargo, una mujer,
María, sí se enfrenta a una fiera pero así y todo no se le otorga la condición de mujer
valiente y heroica, pues, una escena similar a la del Facundo, aparece en La cautiva,
cuando María se enfrenta ante un puma poniéndose como escudo delante de su marido
alzando su puñal.
Podríamos decir, que a lo largo del siglo XIX, la cautiva comienza siendo un personaje
activo y luego toma un carácter más pacifico con el Martin Fierro. Entrado el siglo XX,
con el poema “El rescate”, de Lugones, la pasividad de la cautiva es completa, la cautiva
deja de ser humana para ser una figura de yeso. La primera cautiva, la de Echeverria,
despliega todas su potencias, sin embargo, en el siglo XX, en el poema de Lugones la
cautiva sólo despliega la potencia de ser un objeto.
Ni Fierro ni Moreira, en su condición de padres de familia, cuestionan su huida, y sólo
vuelven en busca de esposa e hijos una vez que les ha sucedido una serie de calamidades, y
ninguno muere por perder a su familia. En cambio, la cautiva María muere de a poco,
primero con su marido en el desierto y luego al saber que su hijo ha sido asesinado por los
infieles.
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El cuerpo para Echeverría, tanto en La cautiva como en su cuento “El matadero”
(1871), constituye algo sagrado que no debe ser ultrajado por el enemigo (ya sea el indio, el
federal, o las masas de las orillas de Buenos Aires)11. No resulta difícil pensar que tanto
“pureza” como “delito” describen el accionar de una Argentina que pretende homogenizar
la población, para lograr este objetivo es indispensable aniquilar al Otro, al indio. Pues el
cuerpo mancillado de la cautiva al estar en contacto con el salvaje se infecta y posibilita el
contagio, es por eso que “deja de ser reconocible, descifrable o incluso apta para reproducir
el linaje puro y blanco que desea la nación para sí” (Rotker, 1997: 57). La cautiva echa por
la borda el proyecto de pureza de raza del que nos habla Rotker, como reproductora de
mestizos deja al descubierto la mezcla entre la civilización y la barbarie. El cuerpo de la
cautiva se vuelve el conducto y el entrecruzamiento de estos dos polos antagónicos. Bajo
este razonamiento, podemos afirmar que el cuerpo de la cautiva blanca constituye la
frontera más vulnerable y al mismo tiempo peligrosa, ya que pone en riesgo el proyecto del
nuevo Estado-nación y a la misma civilización.
Llegados a este punto, reformulamos el interrogante que dio comienzo a este apartado
¿es posible librar a la cautiva del estigma del cautiverio? El rescate, para Iglesia, no redime
a la cautiva de su estigma, al contrario, “el rescate no ofrece ni siquiera una reparación
simbólica para la mujer que ahora, de regreso, sólo puede mostrar un cuerpo enfermo del
que hay que tomar distancia”. Ya que el rescate parte de un imperativo moral y religioso,
agrega Iglesia, que no hace posible abandonar a la cautiva entre los infieles, no hay un
interés genuino de reinserción de la cautiva a la civilización. Asimismo, le reconoce un
carácter ambiguo, en el rescate “se busca no encontrar lo que se busca” y por eso finaliza
más de una vez de manera trágica (Iglesia, 2003:26). El rescate de María, por los soldados
de su esposo, es un ejemplo claro de lo formulado por Iglesia.
Como vemos, los soldados en un principio no encuentran la mujer que estaban buscando,
tal como lo formula Iglesia, en el rescate se dificulta el reconocimiento de aquella mujer
11 Tal es así que en “El matadero” el unitario prefiere explotar de rabia antes que ser ultrajado por los federales.
civilizada a la que el cautiverio ha transformado; la cautiva María sólo se vuelve
reconocible a partir de su vínculo marital.
4.1 Primera parte del siglo XX: de cuerpo a objeto. “El rescate”
de Leopoldo Lugones y la mitificación de la cautiva
Antes nos hemos referido al cuadro de Della Valle donde hay ciertos elementos que
funcionan como símbolos, reduciendo a la mujer a un objeto más de los saqueados por el
malón; es decir, la cautiva es un objeto más del saqueo. Esta idea es retomada por
Leopoldo Lugones en el poema “El rescate” (1938), donde cautiva y objeto religioso se
unifican; la imagen de la virgen raptada es un objeto tomado de la iglesia, pero el pueblo le
da estatus de mujer y de cautiva.
A la virgen de mi pueblo,
como si estuviera viva,
los más viejos, por cariño,
la llamaban La Cautiva.
La cautiva que se llevan de Villa María no va a ser una mujer de carne y hueso sino la
imagen de la virgen reverenciada en esa localidad. La fe y la superstición humanizan a esa
figura, y le otorga un halo celestial, pues el poblado teme que con la ausencia de la virgen-
cautiva, patrona del pueblo, no haya nadie que los proteja de las sequías u otros desastres.
En cambio, para los indios, esa figura es un objeto más entre los tantos despojos y trastos
que se llevan del lugar. Los indios conocen el valor que esa figura tiene para los blancos y
si no destruyen la estatuilla es para utilizarla como centro de bromas o también por el temor
de que la figura ejerce sobre ellos, producto de la propia superstición de los indios, algo
que comparten con los blancos. En el poema se relata como los vecinos del pueblo,
temerosos por la ausencia de la virgen, que protegía al poblado de sequías y otros desastres,
los mueve a organizar inmediatamente una patrulla para rescatar a la virgen de su
cautiverio en las tolderías. La superstición generada por una imagen los moviliza más que
32
una verdadera cautiva. Incluso, en ningún momento se especifica en el poema si los indios
se han llevado a una cautiva de verdad, probablemente lo hayan hecho, pero no se dice, al
contrario, la mirada del poeta está dirigida al robo de la virgen. El poema culmina con la
masacre de los indios por parte de los vecinos, la escena es bendecida por la presencia de la
virgen. Lugones intenta evidenciar que la imagen negativa del cautiverio continua vigente a
comienzos del siglo XX, el desierto y su barbarie es un infierno no sólo para los seres
humanos sino también para los objetos, en este caso una imagen sagrada.
Para Lugones, la virgen, cual mujer de carne y hueso, sufre su cautiverio de la misma
manera que lo hacían las cautivas decimonónicas, el poeta repara en la honra de la virgen-
cautiva, quien a pesar de tener el pelo un poco desarreglado “se halla sin deterioro”. Como
María, que transformada en un pálido fantasma, apenas fue reconocida por los soldados de
su marido, que iban en su rescate, la virgen cautiva también ha sufrido cambios en su
apariencia, no así en su honra. Vemos con esto como el concepto de honra se mantiene en
la figura de la cautiva de comienzos del siglo XX. Como veremos más adelante esto va a
cambiar con la cautiva de Borges y la cautiva de Aira, donde el concepto de la honra
decimonónico deja de tener peso; tanto Borges como Aira no hacen de la honra un tema
central de sus relatos.
El poema de Lugones funciona como un quiebre, un parteaguas entre dos maneras de
utilizar la figura de la cautiva. Si bien en Echeverría estaba presente esta asociación de la
cautiva con la religión, ya sea a partir del nombre motivado del personaje, ya sea a través
de la figura piadosa de María con su amado, sin embargo, la cautiva es una mujer activa,
con decisión propia, algo que desaparece en la cautiva de Lugones, donde la mujer aparece
reducida a un mero objeto, representando la pura pasividad.
La crueldad que se comete en el poema con los indios es similar a la que cuatrocientos
años antes, cometen los indios contra los españoles en La Argentina de Ruy Díaz de
Guzmán. En una escena de La cautiva también se va a comparar a María con la virgen, no
sólo por su nombre sino que el poeta asimila a la mujer con la virgen, cuando María ya está
en su lecho de muerte. Si bien en unos versos previos Echeverría nos dice que María ya no
es una “mujer hermosa” sino un “pálido fantasma”, la muerte la vuelve virgen, es en la
muerte donde María puede, por fin, ser expiada.
Iglesia en su artículo nos habla de la “doble extranjería” de la cautiva. Sin embargo, en
el caso de la virgen cautiva de Lugones esta dualidad no se cumple, solamente es extranjera
entre los indios. Los habitantes del pueblo siempre la ven inmaculada y sin temor alguno
acuden a su rescate, degollando a todos los indios bajo el amparo y la bendición de la santa
patrona. Esto se debe a que la virgen no es mancillada y mantiene su carácter de
inmaculada; algo que no sucede con las cautivas del siglo XIX. A diferencia de la cautiva
decimonónica, donde en la negociación la cautiva es un mercancía más, en “El rescate” no
hay transacción posible, no hay nada que el pueblo pueda entregar que pueda tener el valor
de cambio que iguale a la virgen, la única solución es recuperarla por medio de la fuerza, es
decir, degollando a sus captores. Si la cautiva decimonónica, como ya hemos visto, se
vuelve objeto, ese objeto religioso adquiere un valor trascendental en Lugones. ¿Por qué
sucede esto? Porque la virgen cautiva representa la esencia de la nueva nación: la religión
cristiana.12 Los pueblerinos pasan a llamar a la virgen, después del rescate, “La Cautiva”,
epíteto que hace referencia a la vicisitud que sufrió la virgen del Rosario entre los indios y
su posterior rescate; es indiscutible la referencia al poema homónimo de Echeverría.
Lo que intenta hacer Lugones es un homenaje-critico de la cautiva decimonónica,
pretende demostrar con esto que no era necesaria la crueldad de los personajes de
Echeverría y Hernández, sólo bastaba con el rapto de una imagen para justificar el degüelle
y exterminio del indio. Podemos decir también que Lugones toma partido por la sociedad,
por el hombre blanco, porque en ningún momento del poema se evidencia que la virgen
pueda convertir al indio a la fe cristiana, solamente protege a los suyos y bendice al mismo
tiempo el degüello de los indios por parte de estos.
Este mecanismo es llevado a cabo, de forma inversa, por Eduardo Holmberg en su
poema Lin-Calel (“carne blanca”), publicado veintiocho años antes que el poema de
Lugones, y donde Holmberg intenta una síntesis entre las dos civilizaciones, pues el
personaje es una mestiza hija de un cacique y de una cautiva, otorgándole de esa manera
12 Vale aclarar que para esos años Lugones había abrazado la fe católica.
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valor al mestizaje. ¿Por qué se da este cambio abrupto hacia el otro en el poema de
Holmberg? Porque la nación Argentina ya estaba conformada, según Operé “la seguridad
con que, a finales del siglo XIX, la sociedad criolla establecía su supremacía facilitaba la
concordia con el pasado” (Operé, 2001:255). En resumen, una vez conformada la nación
los poetas podían establecer lazos con un pasado mítico sin que este interfiera en la política
del país. Ahora bien, Lugones en “El rescate” no parece seguir este camino, si lo hace con
su ensayo El payador, donde revaloriza a un gaucho ya extinguido. El foco va a estar
puesto en otro individuo: el inmigrante. El indio había sido exterminado o corrido hacia las
fronteras de la nación, por ende, el indio y también la cautiva, no tenían objeto en la
literatura de principios del siglo XX. Si la cautiva vuelve como personaje, lo hace bajo el
tamiz de las vanguardias y dialogando con la tradición. No vuelven calladas, a las cautivas
se les otorga ese elemento que se les había negado en la literatura del siglo XIX: la voz.
A fines de la primera parte del siglo XX, estas mujeres que vuelven del cautiverio tendrán
su voz, por ejemplo la cautiva de Borges, que en verdad no es cautiva sino una mujer libre
y feliz, o la cautiva de Aira que negocia con los indios y se transforma en una empresaria
exitosa; ambos personajes funcionan como diferentes caras de la misma moneda. En su
cuento “Historia del guerrero y la cautiva”, la cautiva inglesa de Borges renuncia a los
bienes materiales de la civilización y opta por la felicidad salvaje del desierto, Ema, en
cambio, busca en el desierto los bienes materiales propios del capitalismo. Podemos señalar
que la obra de estos dos autores retoma la voz silenciada de la cautiva del siglo XIX y la
transmuta.
En su cuento, Borges hace hincapié sobre el origen inglés de la cautiva, que a pesar de
llevar un aspecto de india se deja entrever en su rostro unos ojos civilizados: “pintarrajeada
de colores feroces, los ojos eran de ese azul desganado que los ingleses llaman gris” (114).
Es decir, que detrás del “maquillaje” del cautiverio, aún así se percibe en la cautiva de
Borges los rastros de su origen blanco, al igual que conserva su lengua materna.
Eso lo fue diciendo en un inglés rústico, entreverado de araucano de pampa, y detrás del relato se
vislumbraba una vida feral: los toldos de cuero de caballo, las hogueras de estiércol, los festines de
carne chamuscada o de vísceras crudas, la sigilosa marchas al alba; el asalto de los corrales, el
alarido y el saqueo, la guerra, el caudaloso arreo de las haciendas por jinetes desnudos, la
poligamia, la hediondez y la magia. A esa barbarie se había rebajado una inglesa. (Borges, 1993:
115)
Esta cita retoma algunos de los atributos negativos del indio, a saber: poligamia, hediondez,
vida precaria, desnudez, entre otros, que autores del siglo XIX utilizaron, como hemos
visto, para representar al indio. Borges se ubica de esta manera en la tradición, pero nos
presenta una cautiva independiente, al igual que la de Aira. La cautiva de Borges decide
vivir el resto de su vida en el “salvajismo” de las tolderías, renunciando a las ventajas
materiales de la civilización. A ningún autor del siglo XIX se le hubiera ocurrido semejante
idea, pues, como vimos más arriba, la cautiva debía volver a cualquier costo del desierto,
con la paradoja de que su reinserción en la ciudad se efectuaba en el más absoluto silencio.
Debía volver, pero callada.
Según Sandra Contreras, en su “Prólogo” a Ema, la cautiva de César Aira, la geografía
del país, en esta novela, es creada desde la extrañeza, el paisaje aparece como algo
turístico, lejos del desierto narrado por la tradición literaria argentina; Aira reconstruye
todo el canon que lo precedió.
Aira empieza por convocar y volver a contar una historia que viene con la tradición el “cuento de
la cautiva” que tiene su corpus clásico en la literatura de conquista […] y su paradigma nacional
en La cautiva de Esteban Echeverría, y que lo hace, además, en la forma de esa convención
narrativa que, desde el nacimiento mismo de la literatura argentina, es el viaje por la pampa: el
cruce a ese espacio nacional por excelencia que es el desierto del siglo XIX habitado por el Otro-
gauchos, bárbaros, cautiva, y, todavía más allá el Indio, el Salvaje- según lo escriben, desde el
lado de la Civilización, militares, poetas, pintores, científicos y viajeros extranjeros. (Contreras,
2011:12-13)
Aira vuelve al desierto decimonónico para reinventarlo, instala allí un nuevo paisaje y una
nueva cautiva; por ejemplo, caracteriza a los típicos personajes del indio y la cautiva con
distintos atributos, lo que produce asombro en el lector. ¿En qué consiste esta extrañeza?
Según Contreras lo que produce Aira con su novela es un completo cambio en la
percepción estética, se corre de la dicotomía decimonónica civilización y barbarie y nos
presenta una frontera y un desierto saturado de hipercivilización (ibid.,13). Dentro del
sistema literario del siglo XIX, es el hombre blanco quien domina el discurso de dicho
sistema frente a los subordinados representados por el indio, la cautiva, el gaucho y el
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extranjero; en cambio, en Aira las posiciones parecen transmutar y alterarse sin que haya
una frontera visible, el dominado y el subordinado alternan sus posiciones. Esa frontera que
parece dividirlos ya no cabe bajo el paradigma civilización/barbarie, pues hay una
hipercivilización de todos los habitantes del desierto que se encuentran ahora bajo el
control y la vigilancia del capitalismo.
Aira relee la literatura de cautiverio decimonónica y la transfigura, se apropia del
personaje canónico de la cautiva basándose en la tradición, toma rasgos de este personaje,
como por ejemplo la preferencia de los indios por la mujer blanca y su valor de cambio;
pero al mismo tiempo la aleja de su original romántico.
Los indios, por alguna razón, aprecian a las mujeres blancas como elemento de intercambio, de
modo que no bien llegan a la frontera empiezan a “circular” en toda clase de tratos […] Algunas
son tomadas cautivas, o bien un soldado puede cambiar su esposa por caballos, o incluso el
comandante puede obsequiar un contingente de bellezas a un cacique en prenda de buena
voluntad. Y eso basta para introducirlas al mundo de que serán una de las monedas. (Aira, 2011:
43)
A diferencia de las cautivas del siglo XIX, la de Aira es mancillada por el hombre blanco
(Ema fue ultrajada tanto por el viajero francés como por el teniente Lavalle), no así por el
indio, que si bien se adueña de ella a través del rapto, una vez en la tribu, no sólo conserva
su castidad sino que se la respeta como madre y mujer independiente que decide sobre su
cuerpo y su destino; esta situación viene a contrarrestar, una vez más, la herencia
romántica. Si María, la cautiva del poema de Echeverría, representa la figura de la cautiva
blanca que no debe ser mancillada porque la mezcla con el Otro constituye una amenaza
para el Estado en formación, Aira plantea un enfoque distinto: reinventa la imagen
tradicional de la cautiva y, al mismo tiempo, despoja al personaje de la cautiva de todo
lastre trágico. La cautiva de Aira ofrece una mirada nueva sobre el indio, ya no es aquel
salvaje temido que hay que exterminar o del cual hay que huir, más bien todo lo contrario:
“La luna había salido solamente para mostrarle a Ema la mirada del salvaje, que vino hasta
ella y se inclinó, sin apearse; la tomó por debajo de los brazos y la sentó en el cuello del
potro […] Se marcharon. La perspectiva de Ema cambió”, (Aira, 2011: 109). Asimismo, se
establece un cambio en cuanto a la preponderancia de la cautiva blanca de la literatura del
siglo XIX; la cautiva de Aira es mestiza: “Debajo de la gruesa capa de suciedad que la
cubría, sus rasgos eran negroides, y tenía el cabello corto, erizado y grasiento” (41). Con
Aira se produce un quiebre, hay un cambio de paradigma y una resignificación de esta
figura emblemática de la literatura argentina. Ema se constituye como sujeto independiente
que, a diferencia de la cautiva decimonónica, no va a necesitar escapar de la tribu sino que
obtiene el mejor provecho del contacto con el Otro. Tal es así que aprende de los indios la
cría de faisanes, oficio que luego la convertirá en una mujer económicamente emancipada.
En conclusión, la figura del indio ya no es aquella que sirve para contrarrestar la imagen
pura de la cautiva decimonónica, el indio de Aira es “civilizado”.
Siguiendo a Contreras, no se puede “pasar por alto el hecho de que la novela está
fechada en octubre de 1978, exactamente a cien años del decreto que encomienda al
General Roca la Conquista del Desierto y el exterminio” (Contreras, 2008:12). La elección
de Aira de datar su novela en esta fecha relevante, tanto para la historia como para la
literatura argentina, no hace más que hablar de la toma de posición de este autor con
respeto a la tradición, ya sea para identificarse o correrse de ésta. La novela de Aira
establece un diálogo no sólo con el pasado sino con el presente político de producción y de
enunciación, y se nutre también de las vanguardias artísticas, pues a través de guiños
irónicos vuelve a representar el mundo indígena. Según Operé, el texto de Aira “se mueve
en una fantasía posmoderna que no hace ninguna justicia a la historia” (Operé, 2001:263).
Para el historiador, el texto de Aira se desenvuelve en el género fantástico, sin que presente
un interés histórico. Sin embargo, podemos decir que Aira con las herramientas que le
brindan las vanguardias artísticas, subvierte los valores de la tradición literaria para criticar
la violencia durante los años de escritura de la novela. Utiliza la imagen del “buen salvaje”
como una táctica irónica y como un instrumento de crítica intracultural; estos guiños
irónicos, y a cien años de la Campaña del Desierto (1878-1885), generan en Ema, la
cautiva un espacio textual de resistencia a la barbarie de la Dictadura Militar (1976-1983).
Durante este período, las novelas de Aira poseen un gesto antirrepresentacional, una
desrrealización de los espacios y de las operaciones de revisión y transformación de los
estereotipos culturales. Que el autor haya elegido situar la novela en el desierto
decimonónico desde el presente no ha sido una elección trivial de su parte; hablar del
desierto, la cautiva y de la barbarie, lleva una carga semántica tan importante que no es
necesario situar la historia en el presente.
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5 Recapitulación y conclusiones
Fuentes primarias
Fuentes secundarias
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