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Notas a la lectura “El milagro mexicano 1940-1968”, del texto A la sombra de la Revolución
Mexicana, de Lorenzo Meyer y Aguilar Camín.

La Revolución como legado.


Después del sexenio de MAC la Revolución dejó de ser una fuerza real y se convirtió “en un
presente continuo y un futuro promisorio”.
“La revolución Mexicana y la Constitución de 1917 fueron perdiendo su condición de hechos
históricos precisos para volverse, como la historia de un país, un “legado”, una acumulación de
aciertos y sabidurías que avalaban la rectitud revolucionaria del presente”. La Revolución se hizo
presente en todos los discursos de los presidentes priisitas, por lo menos hasta JLP, quien se
autocalificó como el último presidente de la Revolución. Los gobiernos se convirtieron en la
encarnación de la Revolución.
Un eterno futuro.
Podemos decir que con Calles se ponen los cimientos del edificio político mexicano, se
institucionaliza la revolución; él fundó los cimientos de las estructuras que sostendrían al régimen
hasta las postrimerías del siglo XX, pero sería Cárdenas quien sentara las bases del sistema
político mexicano, por lo menos hasta el año 2000. “Si Calles descubrió el futuro de la
Revolución, Cárdenas impuso, de algún modo, su perpetuidad. A la noción de continuidad y de
etapas sucesivas agregó la de tareas interminables, siempre renovadas por la historia, a las que la
Revolución daría en cada momento la solución pertinente”.
La instauración de una tradición revolucionaria vino a crear un presente progresista y un futuro
de continua e incesante renovación. La Revolución cerraba la pagina histórica de la consolidación
de la nación mexicana. “La idea ferviente de la nación como depositaria de un legado histórico
sin fisuras se inicio quizás con AC”.
El gran viraje.
A partir de los años cuarenta, el principal objetivo de los “gobiernos de la Revolución” fue la
decisión de industrializar al país por medio de la sustitución de importaciones, situación que
implicó que ya no fuera el campo sino la ciudad, el foco de atención de estos gobiernos. Las
ciudades crecieron y con ello los grupos sociales que en su interior se desarrollaban: la clase
media, el proletariado y la burguesía. Si bien el capital extranjero perdió peso durante algunos
años posteriores a la Revolución, lo cierto es que para los años sesenta nuevamente comenzó a
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tener un papel importante en las inversiones del país. Nuevamente, la dependencia industrial
mexicana del capital y tecnologías extranjeras se hizo presente.
El proceso de industrialización hizo que los gobiernos pensaran cual debía ser el papel del Estado
en la economía del país, de que manera debían de intervenir. “En principio, esa intervención se
justificó como una serie de acciones excepcionales y/o pasajeras. Creció después la convicción
dominante que habría de regir las relaciones con el sector privado por varias décadas: el Estado
debía dedicarse a crear y mantener la infraestructura de la economía, intervenir lo menos posible
en las áreas de producción directa para el mercado y abordar sólo aquellas donde la empresa
privada se mostrara desinteresada y temerosa o fuera incapaz de mantener una presencia
adecuada”. Se empezó a conformar de esta manera un sistema de “economía mixta”, en
persistente estado de conflicto entre el Estado y la burguesía, que cada vez se hallaba más
consolidada. Desde 1940 la inversión estatal ha sido de sólo 1/3 parte del total. Surge de esta
manera lo que se ha dado en llamar el “milagro mexicano”. Entre 1940 y 1978 la producción
nacional creció de manera importante, el crecimiento anual llegó a un promedio de 6% entre
estos años. La economía no sólo creció sino que se modificó estructuralmente: si en 1940 la
agricultura representaba alrededor del 10% del producto nacional, en 1977 descendió a la mitad,
mientras que las manufacturas aumentaron en un 4%. La población pasó de 20 millones en 1940
a 67 millones en 1977. si para 1940 el 20% de la población vivía en centros urbanos, para 1977
esta cifra subió al 50%. Junto al proceso de industrialización el país experimentó cambios en sus
niveles de urbanización y crecimiento demográfico.
La zona inmóvil.
Pero no todo era cambio. Se encontraba una “relativa permanencia de los rasgos originales del
sistema político heredado del cardenismo. Las estructuras políticas que la Revolución creó y
perfecciono desde Carranza hasta Cárdenas, siguieron vigentes, con cambios que fueron pocos y
secundarios”.
 La presidencia quedó afianzada como pieza central del sistema (centralismo)
 Ni el Congreso ni el poder judicial trabajaron con independencia del ejecutivo
 La autonomía de los estados siguió siendo ficticia (“con el desarrollo económico
empezaron a ser tan amplios los recursos federales que todo proyecto importante, estatal o
regional, dependió para su realización de las decisiones tomadas en la ciudad de México”)
 El partido estatal se afianzó y consolidó su poder
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 Siguió existiendo una desigual distribución del ingreso (el salario fue perdiendo terreno
frente al capital)

A finales de 1940 el sector militar del PRM desapareció del escenario del partido. En 1946 sube a
la presidencia el primer presidente civil de la posrevolución: MAV.
También el PRM sufrió una segunda reestructuración: abandono el nombre y los programas que
lo ligaban a la época cardenista para transformarse en el PRI, con cambios en sus estatutos y
programas, pero con pocos cambios en sus estructuras reales.
La idea de crear primero riqueza para después repartirla fue recurrente en los gobiernos
poscardenistas. “En realidad, como muestran las cifras, se apoyo denodadamente la primera fase
sin hacer gran cosa por la segunda, que sin embargo se mantuvo teóricamente como verdadera y
legítima meta de los “gobiernos de la revolución””.
El callejón de la posguerra.
Cuando México entró en la 2GM, su situación internacional dio un vuelco: el país se encontró
como aliado del país que hasta hace poco parecía la principal amenaza a su soberanía. La guerra
facilitó un acercamiento, desde diversas perspectivas, entre México y los E.U.; tan es así que al
terminar la guerra México se descubrió integrado a la zona de influencia norteamericana. “El
mismo proyecto de industrialización arraigado en el país durante la guerra, volcaba todavía más
el comercio mexicano sobre E.U.; se dirigía hacia allá el grueso de las materias primas
exportadas y provenía de allá la mayor parte de los bienes de capital requeridos para la
sustitución de importaciones... Entre el 60 y 70% de las transacciones internacionales de México
han tenido como origen o destino los E.U.”. En 1940 la inversión extranjera directa era de 450
millones de dólares, en 1960 llegó a mil, hacia la mitad de los setenta llegó a 4500 y para los
ochenta superó los 10 mil millones de dólares.
“El apaciguamiento institucional de la Revolución incluyó, las facilidades a esta penetración de la
influencia norteamericana, no sólo en el ámbito económico, sino también en el orden político y el
horizonte cultural”. A pesar de esto, el gobierno mexicano mostró ciertos signos de
independencia, que se observan en su posición frente al conflicto en Guatemala (1954), en Cuba
(1960) y en República Dominicana (1965).
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Del entusiasmo a la represión.


El entusiasmo que privaba acerca del desarrollo mexicano se vio de pronto opacado por los
sucesos de 1968.
Por otro lado, desde principios de la década de los sesenta se empezó a cuestionar el modelo de
sustitución de importaciones:
 La planta industrial era incapaz de sobrevivir sin una fuerte protección arancelaria
 Carecía de competitividad en el extranjero
 No podía crecer al ritmo que exigía el déficit de la balanza de pagos y el rápido
crecimiento de la población.
La agricultura también dio síntomas de agotamiento:
 Bajó su ritmo
 Dejó de satisfacer la demanda de alimentos interna y de ser un factor dinámico del
comercio exterior
 Las exportaciones se convirtieron en importaciones y los excedentes en déficit
La crisis mundial de principios de los años setenta contribuyó a hacer más patente esta situación.
Durante la presidencia de LEA los funcionarios del gobierno cuestionaron la viabilidad del
proyecto de desarrollo nacional. “Se había puesto en entredicho mucho del pasado inmediato,
pero no estaba claramente trazado el nuevo camino. No obstante, el aumento de los precios
internacionales del petróleo y los importantes descubrimientos de ese combustible en el sureste
de México en la segunda mitad de los setenta, impidieron que la crisis político-económica de
1976 se propagara y permitieron abrir un compás de espera en busca de nuevas estrategias”.
Para el sexenio de JLP y “luego de cuatro años de auge sin precedentes fincados en el ingreso
petrolero, el país recayó en una profunda crisis de financiamiento y producción en 1981,
provocada por la caída de los precios internacionales del petróleo y por los profundos
desequilibrios fiscales, productivos, de comercio y deuda externa”.
Un adiós sin regreso.
El impulso industrializador tuvo rienda suelta sólo después de la guerra, bajo la presidencia de
MAV. El sector manufacturero crecía y la meta de los esfuerzos económicos tanto del sector
oficial como de la gran empresa privada, era construir la sociedad industrial prometida por la
posguerra como el único medio para salir del subdesarrollo y ampliar las posibilidades de la
acción independiente del país.
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Para el cardenismo la meta del gobierno había sido sentar las bases de una sociedad más justa y
congruente con la Revolución. Para los posteriores presidentes lo primero fue crear la riqueza
mediante la sustitución de importaciones y repartirla luego de acuerdo con las demandas de
justicia social. Lo primero se iba logrando; lo segundo quedo en el olvido.
Algunas cifras muestran estas tendencias: entre 1940 y 1945 el sector manufacturero creció a un
promedio anual del 10%. Terminada la guerra este crecimiento se redujo a la mitad (5.9%), y
para la década de los cincuenta se recupero un poco (7.3%). Durante la guerra se exportaron
textiles, productos químicos y alimentos entre otras cosas. Con la llegada de la paz estos
mercados se perdieron por falta de competitividad y las manufacturas mexicanas se destinaron
abastecer el mercado interno, en donde las barreras arancelarias limitaron la competencia externa.
El proteccionismo permitió que las nacientes industrias se consolidaran y expandieran, pero no se
les exigió una eficiencia. Esa falta de exigencia haría que la economía mexicana se volcara sobre
sí misma e impediría a los productores nacionales ampliar sus mercados más allá de las fronteras,
condición que frenaría el surgimiento de una verdadera industrialización moderna e
independiente. La industria mexicana seguiría dependiendo de los bienes de capital externos.
El desarrollo estabilizador.
Desde finales del cardenismo se vivía una situación inflacionaria que ahondaba la desigual
distribución del ingreso e impedía la expansión de las exportaciones. La consecuencia de estos
síntomas económicos fue la devaluación de 1948 que fijo el peso de 5.85 por dólar a 8.64 por
dólar. En 1954 el dólar llegó a costar 12.50 pesos. Fue entonces cuando, como reacción, empezó
a gestarse la estrategia del llamado “desarrollo estabilizador”, cuyo objetivo central era evitar
nuevas devaluaciones deteniendo el alza acelerada de salarios y precios. Durante el gobierno de
Ruiz Cortines, esta estrategia detuvo la espiral inflacionaria. Este esquema mantuvo su eficiencia
hasta el año de 1973, cuando la crisis nacional e internacional le puso fin.
La etapa que se inició en 1973 continuó con el modelo de la economía alemanista por lo menos
en tres puntos: 1)seguir adelante con la sustitución de importaciones, 2) mantener las barreras
proteccionistas y 3) revitalizar las inversiones en irrigación, ferrocarriles y energía. Sin embargo,
la realidad mostraba que el modelo de sustitución de importaciones llegaba a su fin. “La solución
era aumentar por igual el mercado interno y las exportaciones de manufacturas, es decir,
empezara competir con los grandes países industriales en su propio terreno con producción que
hiciera uso del más abundante recurso mexicano: la mano de obra”.
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Tratando de crear una solidaridad económica entre los países de América Latina, México y
algunos países latinoamericanos se asocian y conforman la Asociación Latinoamericana de Libre
Comercio (ALAC), cuya finalidad era crear un mercado regional proteccionista hacia el exterior
pero más libre al interior.
La respuesta práctica a la situación económica fue la mayor participación del Estado en el
proceso de producción. El sector paraestatal acentuó la práctica de asumir el control de empresas
fracasadas y de crear otras en áreas donde el capital privado se mostrara incapaz o ineficiente.
Ejemplos de paraestatales son PEMEX y la CFE. Para 1970, el 35% de la inversión fija bruta
correspondía al sector público, cifra que aumentó al 40% en el año de 1976. “Cada vez más, el
ritmo de la economía dependió de las acciones y decisiones del sector público.
Es importante mencionar el crecimiento que tuvo la industria manufacturera entre 1940 y la
década de los setenta: entre estas dos fechas esta industria creció a un ritmo anual de 7.4%.
Fisuras y precipicios.
Si bien las cifras de crecimiento de la época poscardenista reflejan un avance, otros elementos
confirman lo contrario:
 Buena parte de la inversión en el sector manufacturero más moderno fue extranjera (en
1972 de las 101 empresas más importantes, 57 tenían capital extranjero.
 La inversión extranjera directa perdió importancia, pero gano la inversión extranjera
indirecta, es decir, se aumento la deuda externa, que pasó de 4 mil y medio millones de
dólares en 1971 a casi 20 mil millones en 1976.
 El déficit en cuenta corriente pasó de 726 millones de dólares en 1971 a poco más de
3000 millones en 1976, año en el que el peso se devaluó 50% respecto al dólar.
Para cuando el presidente Echeverría dejó el poder, el desarrollo estabilizador era historia, el
crecimiento económico se detuvo y la opinión pública se empezó a cuestionar la viabilidad de la
economía mexicana.
Los organismos de ayuda financiera, como el FMI, condicionaron la ayuda económica al país.
El endeudamiento de los años setenta tiene diversas causas:
 Falta de dinamismo del sector privado
 Mayor participación del estado en la economía
 Falta de una política fiscal que sostuviera la industria estatal poco competitiva, “exigente
de insumos importados pero incapaz de generar las divisas necesarias para conseguirlos”.
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 Baja sistemática en el crecimiento de la agricultura, que obligó, incluso, a importar granos


Con la llegada de López Portillo a la presidencia se dio también el descubrimiento de nuevos
yacimientos petroleros. El petróleo fue en este periodo un elemento vital para el sostenimiento de
la economía mexicana. La producción aumentó considerablemente, lo que restableció la
confianza de los inversionistas. De 3 mil barriles en 1973 se pasó a 16 mil en 1977, y esta cifra
llegó a más de 40 mil para 1979 y en 1981 llegó a 72 mil. México se colocó en el sexto país
productor de petróleo. Gracias al petróleo pudo ser superada la coyuntura de 1976. Pero otro
problema seguiría por muchos años: el país seguía siendo básicamente exportador de productos
primarios, y la producción petrolera no podía ser eterna. “Para fines de los setenta, no había duda
de que el mexicano promedio disfrutaba de un nivel de bienestar superior al que tenía cuatro
decenios atrás, pero tampoco se podía ocultar la precariedad de los fundamentos mismos del
sistema económico en que se fincaba esta nueva forma de vida: todo dependía de que el petróleo
siguiera siendo un bien caro y con amplio mercado externo”.
La estructura social: todo cambia pero todo sigue igual.
Para 1975 México contaba con una población de 60 millones de habitantes. Para principios de los
ochenta a esta cantidad se aumentaron diez millones más. El aumento en los servicios de salud
contribuyeron al crecimiento demográfico; las expectativas de vida aumentaron. La distribución
de la población seguía siendo desigual: mayor concentración en el centro de la república, menor
en el norte y en el sureste. El crecimiento urbano se dio de manera sin precedente: si en 1840 solo
el 8% de la población se asentaba en ciudades, esta cifra llegó a 18% en 1960 y en 1970 a 23%,
tendencia que seguiría manteniéndose. México empezó a perder su naturaleza campesina.
La población juvenil predominada considerablemente, tanto que la creación de empleos
necesaria para absorber a estos jóvenes que ingresaban al mercado de trabajo, se volvió un
problema. El desempleo era enorme, y el subempleo representaba una buena parte de la
población económicamente activa. Desempleo y subempleo resultaron ser problemas
estructurales inherentes al sistema económico impulsado y sostenido a partir de la Segunda
guerra Mundial.
La población laboral del campo descendió del 58% en 1940 al 41% en 1970. El comercio, las
finanzas, la construcción, la minería y los servicios absorbían también el 41% para esta última
fecha, mientras que las manufacturas contaban con el 18% de la población trabajadora.
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El colchón de en medio.
La Revolución favoreció en crecimiento de la clase media. Los recursos familiares aumentaron
en todos los grupos sociales. Sin embargo, el aumento no fue en la misma proporción para todos
los sectores; México no iba por el camino de la justicia social.
El proyecto social alemanista consistía en crear riqueza, concentrarla y posteriormente
distribuirla. Pero el proceso de concentración no se detuvo: en 1975, el 5% de las familias con los
ingresos más altos mantenía la misma proporción del ingreso que en 1950.
La clase media subía mientras los sectores populares bajaban.
“La mala distribución del ingreso fue, en parte, el reflejo de otro fenómeno: el de la
concentración industria, agrícola, comercial y financiera. La concentración de la riqueza seguía
siendo alarmante:
 En 1965, el 1.5% de los 136.066 establecimientos registrados, controlaba el 77% del
capital invertido en esa actividad (industrial)
 El censo agrícola de 1960 arroja el dato de que el 1% de los predios no ejidales controlaba
el 74% de toda la superficie agrícola en manos de propietarios privados
 En el ámbito comercial, en 1960 el 0.6% de los establecimientos controlaba el 47% del
capital invertido.
Las permanencias.
Se puede decir que desde 1940 los rasgos de la economía y de la estructura de clases tendieron
más a la permanencia, aunque no a la inmovilidad. El Estado se hallaba inmiscuido en casi todos
los aspectos de la vida nacional: “Como sujetos activos o pasivos, la gran mayoría de los
mexicanos esta tocada directamente por la acción gubernamental...”.

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