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Modernidad y pandemia.

A lo largo de la historia los seres humanos hemos ido creando referentes


culturales, unos mínimos, otros máximos, pero todos han conformado eso que
llamamos la cultura occidental. Estos referentes culturales han sido historizados y
de ellos han surgido las distintas periodizaciones de la historia de la humanidad.
Después de 1500 años de vivir en un mundo cuyo referente cultural estaba
centrado en Dios, los seres humanos dieron un paso hacia la creencia y fe en sí
mismos, originando un Renacimiento del sentido de lo humano, que se vio
reforzado tres siglos después con los procesos políticos y económicos que
empezaban a unificar al mundo en una globalidad liberal. La Ilustración reforzó
ese sentido de lo humano en todos los procesos sociales, y el liberalismo
decimonónico lo reforzó y materializó a través de leyes, instituciones, costumbres,
prácticas, valores. Los científicos sociales occidentales llamaron a estos últimos
500 años el periodo de la modernidad, una cultura fincada en ciertos patrones que
impregnaban las áreas económica, política y social a todos los niveles, micros y
macros.
Para finales del siglo XIX y mediados del XX, diferentes pensadores consideraron
que esa modernidad ya se hallaba en el filo de su extinción, y comenzaron a
hablar de la posmodernidad, condición que planteaba el abandono de todo ese
metadiscurso que construyó la modernidad. Sin embargo, no es que se extinguiera
esa modernidad, sino que se asomaban, efectivamente, rasgos de una nueva
sociedad que comenzaba a presentar una condición posmoderna. Así, en lo
político el Estado Nación no es el mismo Leviatán, sólido e impositivo; no ha
desaparecido pero sus funciones se diluyen en las nuevas prácticas políticas. En
lo económico y doméstico, la situación de bienestar ha dado paso a una
incertidumbre en lo laboral, y a nivel macro, ese Estado Nación proteccionista
cedió paso a un Estado que no asume las funciones que, en un pacto social, tiene
con la sociedad. Los procesos macrosociales que configuraron la modernidad
(globalización, libre mercado, migraciones, por ejemplo) poco habían trastocado la
vida cotidiana de algunas capas de la sociedad.
Pero a finales de 2019, un virus de efecto pandémico si rasgaría totalmente la vida
cotidiana que esa modernidad construyó. El trabajo, el esparcimiento, el ocio, la
convivencia familiar, los viajes, la escuela, la enseñanza, el aprendizaje, el cine,
los centros comerciales, los bares, los restaurantes, las tiendas, el comercio, el
consumo, la producción, todo, absolutamente todo lo hasta ahora conocido cambió
radicalmente. La virtualización digital, imprescindible para los últimos 30 años,
entró de lleno y a profundidad a donde podía, aumentando la exclusión que la
brecha digital trae consigo. Quien no podía trabajar en casa, perdió su empleo.
Quien podía trabajar en casa, tuvo que acostumbrarse a una nueva realidad. Las
actividades que pudieron virtualizarse lo han hecho, permitiendo una adaptación a
la era digital y rompiendo con las actividades cara a cara. Teatro virtual, conciertos
virtuales, clases y conferencias virtuales donde, gracias a las TIC, podemos
interactuar varios. Pero no es lo mismo. Y no lo es no por el sentido romántico que
pudiera tener el convivir cara a cara, frente a frente, sino porque es algo que casi
nadie se esperaba. Podemos decir que no sabíamos lo que perdíamos cuando
esto inicio. Los aplausos en los conciertos, las palomitas en el cine, los helados en
los centros comerciales, los libros en las librerías y bibliotecas, los cuadros y
maquetas en los museos y galerías, el estudio en biblioteca, el trabajo en los
centros de investigación, la convivencia con la familia extensa: la vida cotidiana a
nivel global tuvo un efecto que hasta entonces ningún proceso económico, político
o social le había causado.
No es que aquellas cosas se hayan para siempre, pero la pandemia de Covid19
cambió la vida cotidiana surgida hace 200 y consolidada por muchos medios. Y sí,
ha habido cantidad de procesos que han cambiado radicalmente todo (la crisis del
’29 o la colonización de los pueblos americanos), pero el mundo nunca había
estado tan conectado como ahora. Los efectos globalizadores traen consigo
consecuencias imprevistas. Sabemos que con las migraciones viajan culturas,
costumbres, lenguas, identidades, ecologías. Se ha globalizado el capitalismo, Mc
Donalds, Coca Cola, los Óscares, Zara, el uso del internet, y por supuesto, la
pandemia. Se globalizó entonces el encierro, el miedo, la angustia, la
preocupación, la incredulidad, la zozobra.
La incertidumbre, otro rasgo ajeno a ese metadiscurso de la modernidad, se hace
presente día a día, semana a semana. La nueva normalidad poco se acerca al
cambio que las sociedades están experimentando actualmente. ¿Qué viene? No
sabemos, no hay predicciones. El caos, visto desde la física, está presente en la
vida cotidiana. No podemos planear ni predecir lo que haremos la siguiente
semana. Guerras, crisis económicas, dictaduras políticas, manipulaciones
religiosas, no pudieron alterar de manera radical y global la vida cotidiana del
planeta. El causante fue un virus, un microorganismo que no tiene vida, pero si la
capacidad de joder a todo aquel que no cuenta con un cuerpo y ciertas
condiciones sociales para hacerle frente. Creado, adaptado o surgido por ahí, este
virus fracturo la vida cotidiana construida por la modernidad, dando paso a un
todavía no sabemos qué.

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