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Textos sobre los universales

Platón: Fedón 65 d ss
—A menos que digamos, Sócrates, que hemos adquirido los conocimientos en el acto de nacer;
porque esta es la única época que nos queda.
—Sea así, mi querido Simmias, replicó Sócrates; pero ¿en qué otro tiempo los hemos perdido?
Porque hoy no los tenemos según acabamos de decir. ¿Los hemos perdido al mismo tiempo que los
hemos adquirido?, ¿o puedes tú señalar otro tiempo?
—No, Sócrates; no me había apercibido de que nada significa lo que he dicho.
—Es preciso, pues, hacer constar, Simmias, que si todas estas cosas, que tenemos continuamente
en la boca, quiero decir, lo bello, lo justo y todas las esencias de este género, existen
verdaderamente, y que si referimos todas las percepciones de nuestros sentidos a estas nociones
primitivas como a su tipo, que encontramos desde luego en nosotros mismos, digo, que es
absolutamente indispensable, que así como todas estas nociones primitivas existen, nuestra alma
haya existido igualmente antes que naciésemos; y si estas nociones no existieran, todos nuestros
discursos son inútiles. ¿No es esto incontestable? ¿No es igualmente necesario que si estas cosas
existen, hayan también existido nuestras almas antes de nuestro nacimiento; y que si aquellas no
existen, tampoco debieron existir estas?
—Esto, Sócrates, me parece igualmente necesario e incontestable; y de todo este discurso resulta,
que antes de nuestro nacimiento nuestra alma existía, así como estas esencias, de que acabas de
hablarme; porque yo no encuentro nada más evidente que la existencia de todas estas cosas: lo
bello, lo bueno, lo justo; y tú me lo has demostrado suficientemente.
su demostración, debía probar igualmente que, después de nuestra muerte,
nuestra alma existe lo mismo que existió antes de esta vida.
—¿Y Cebes?, dijo Sócrates: porque es preciso que Cebes esté persuadido de
ello.
—Yo pienso, dijo Simmias, que Cebes considera tus pruebas muy suficientes,
aunque es el más rebelde de todos los hombres para darse por convencido.
Sin embargo, supongo que lo está de que nuestra alma existe antes de
nuestro nacimiento; pero que exista después de la muerte, es lo que a mí
mismo no me parece bastante demostrado; porque esa opinión del pueblo,
de que Cebes te hablaba antes, queda aún en pie y en toda su fuerza; la de
que, después de muerto el hombre, su alma se disipa y cesa de existir. En
efecto, ¿qué puede impedir que el alma nazca, que exista en alguna parte,
que exista antes de venir a animar el cuerpo, y que, cuando salga de este,
concluya con él y cese de existir?
—Dices muy bien, Simmias, dijo Cebes; me parece que Sócrates no ha
probado más que la mitad de lo que era preciso que probara; porque ha
demostrado muy bien que nuestra alma existía antes de nuestro nacimiento;
mas para completar
Epicuro: Carta a Heródoto
(49) Y es preciso además considerar que, al irrumpir [en nosotros] cosas externas, vemos y
y reflexionamos sus formas, pues las cosas externas no podrían impresionar su [propia]
naturaleza tanto del color como de la forma a través del aire [que se encuentra] entre
nosotros y aquellas, ni a través de rayos o de flujos cualesquiera que puedan presentarse
desde nosotros [en dirección] hacia aquellas, como [efectivamente impresionan] cuando
irrumpen en nosotros ciertos esbozos de similares color y forma desde las cosas [reales] en
una magnitud que se ajusta a la visión o la reflexión, [esbozos] que se sirven velozmente
(50) de sus desplazamientos, y que por tal causa entregan en definitiva la imagen de [algo]
uno y continuo, y que conservan una simpatía con el objeto en razón del ajustado impulso
recíproco [de los esbozos que provienen] desde allí [y que se origina] a partir de la
vibración [del cuerpo] según la profundidad de los átomos en el sólido. Y [ya sea] que
aprehendamos tal imagen de la forma [del sólido] o de sus propiedades en forma de
proyección aprehensiva mediante la reflexión o los órganos de los sentidos, la forma que
se genera por una sucesiva concentración de simulacros o [por] un vestigio residual [de
estos] es aquella del sólido. Mas la falsedad y el error están siempre en lo que se adiciona a
la opinión.
(70) Y en verdad, además, [otras cualidades] muchas veces acompañan
accidentalmente los cuerpos pero no les son sempiternamente
concomitantes [...] ni [se cuentan] entre los [entes] invisibles ni [son]
incorpóreas. De modo que, sirviéndonos ya del nombre en mayor uso,
hacemos evidente que los accidentes ni tienen la naturaleza del todo
que una vez reunido [mentalmente] como un congregado llamamos
cuerpo ni la de cuantas cosas les son sempiternamente concomitantes,
sin las cuales no [es] posible pensar al cuerpo. Mas de acuerdo a ciertas
proyecciones aprehensivas cada [cualidad], (71) si el congregado es
concomitante, podría ser llamada [propiedad] siempre y cuando se
observe que tales [cualidades lo] acompañan esencialmente, al no ser
sempiternamente concomitantes los accidentes.
Mas no hay que separar de lo ente esta percepción clara y distinta
[acerca de los accidentes] porque [estos] no tengan la naturaleza del
todo al cual acompañan y que llamamos cuerpo ni la de cuántas cosas
son sempiternamente concomitantes, ni tampoco hay que
considerarlas [como existentes] en sí mismas –pues no se puede
reflexionar esto ni acerca de estos [accidentes] ni acerca de las
propiedades sempiternas– sino que hay que considerarlos a todos, tal
como aparecen, accidentes que no son sempiternamente
concomitantes ni que tienen tampoco el rango de naturaleza en sí
mismos, sino que [hay que] observarlos del modo por el cual la
sensación misma produce su carácter particular.
Aristóteles: De anima III, 7 , 431
La facultad intelectiva intelige, por tanto, las formas en las imágenes. Y así como en las
sensaciones le aparece delimitado lo que ha de ser perseguido o evitado, también se pone
en movimiento cuando, al margen de la sensación, se vuelve a las imágenes: por ejemplo,
cuando uno percibe que la antorcha es fuego y, viendo que se mueve, reconoce por medio
del sentido común que se trata de un enemigo. Otras veces calcula y delibera comparando
el futuro con el presente, como si estuviera viéndolo con ayuda de las imágenes o
conceptos que están en el alma. Y cuando declara que allí está lo placentero o lo doloroso,
al punto lo busca o huye de ello: siempre es así tratándose de la acción. En cuanto a lo
verdadero y lo falso que nada tienen que ver con la acción, pertenecen al mismo género
que lo bueno y lo malo; difieren, sin embargo, en que aquéllos lo son absolutamente y
éstos por relación a alguien. Las llamadas abstracciones, en fin, las intelige del mismo
modo que lo chato: en tanto que chato, lo intelige sin abstraer de la materia, pero si se
intelige en tanto que concavidad actualmente, entonces se intelige abstrayendo de la carne
en que se da la concavidad; cuando los intelige, intelige también de esta manera los
objetos matemáticos: como separados de la materia aunque no se den separados de ella.
De manera general, el intelecto en acto se identifica con sus objetos. Más adelante , por lo
demás, habremos de examinar si el intelecto puede o no inteligir algo que exista separado
de la materia, no estando él mismo separado de la extensión.
Isagoge, Porfirio, 1, 3-16
Boecio. Segundo Comentario a la Isagoge.1.11.10

…que nadie diga, pues, que pensamos falsamente una línea [aduciendo
que] la captamos en la mente como siendo algo distinto de los cuerpos,
cuando [realmente] no podría existir separadamente de los cuerpos. En
efecto, no debe pensarse que sea falso todo entendimiento que se
capta a partir de los objetos de manera distinta a como ellos mismos se
tienen a sí; pues como se dijo arriba, yerra el que hace esto por medio
de la composición —como cuando, uniendo a un hombre con un
caballo, piensa que el centauro existe. Quien, por el contrario, logra eso
por medio de las divisiones, abstracciones y asunciones realizadas a
partir de las cosas en las que existen, no sólo no yerra, sino que es sólo
él quien puede hallar lo propiamente verdadero.
Pedro Abelardo(Cf. Abelardo. Trabajos seleccionados,
Maurice de Gandillac)
En un sentido, [los significados de los nombres universales] son
realidades, corpóreas, es decir, distintas en su esencia, pero son
incorpóreas en cuanto a la denotación del término universal, porque
los universales no denominan [denotan] las cosas de manera separada
y determinada, sino de manera confusa... De este modo, los términos
universales son llamados “corpóreos” en lo que concierne a la
naturaleza de las cosas e "incorpóreos” en lo que concierne al modo de
significación, porque, aun cuando las realidades que denominan son
separadas, no las denominan de manera separada y determinada.
Como signo( nominalista?)
Se dice que el universal subsiste en lo sensible, es decir que significa
una substancia exterínseca existente en la realidad sensible en virtud
de formas exteriores y que, significando esta substancia que subsiste
en acto en la realidad sensible, el universal la manifiesta como
naturalmente separada de tal realidad sensible.
Santo Tomas
Ockam, In I Sententiarum, d. 2, q. 8
• Yo sostengo que ningún universal, a no ser acaso el universal que
resulta de la institución voluntaria, es algo que existe de algún
modo fuera del alma, sino que todo aquello que es predicable de
muchos por su propia naturaleza está en la mente, ya de manera
subjetiva, ya objetiva, y que no existe coma la esencia o la quididad
de una substancia.

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