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Lenguaje: una aproximación int erconduct ual. Bogot á: Iberoamericana Corporación Universit ar…
Ricardo Pérez-Almonacid
Análisis concept ual y experiment al de la sust it ución cont ingencial (t esis doct oral) (2010).
Ricardo Pérez-Almonacid
Ricardo Pérez-Almonacid
Universidad Veracruzana - México
El término “lenguaje” hace referencia a cosas distintas. Por eso afirmamos que es un término
polisémico, es decir, que tiene muchos significados. Por ejemplo, no es lo mismo hablar de un
lenguaje de programación que hablar del lenguaje de la violencia, o del lenguaje como el habla que
desarrolla un niño. Son asuntos diferentes que sin embargo, parecen compartir la referencia a algún
aspecto de un sistema de gestos, acciones y símbolos hablados o escritos que presenta alguna
organización. Si se tratara de símbolos aislados, no podríamos hablar de lenguaje, ni incluso de
símbolos, pues éstos lo son en función de un sistema al que pertenecen; y éste sin organización, no
sería un sistema.
Hay dos formas generales, aunque relacionadas, en las que podemos concebir tal sistema
lingüístico: como producto y como práctica. En tanto producto, consiste en el análisis del sistema
como resultado relativamente estable de la evolución de una comunidad que lo usa. Es como tener
un registro de los símbolos que lo componen, sus relaciones o sintaxis, a qué se refiere cada
relación, etc.; pero se estudia a modo de producto, de objeto. A algunos les puede interesar la
evolución de esos sistemas simbólicos en diferentes culturas, por ejemplo al filólogo o al
antropólogo. A otros, como los lingüistas, les interesa su análisis en la forma de lengua o idioma, el
cual presenta una gramática, es decir, aspectos sintácticos, semánticos y pragmáticos que lo
identifican y diferencian de otros.
Por otro lado, puede estudiarse como práctica o actividad. Correspondería en alguna medida
con el aspecto pragmático y se centra en el análisis de los usos lingüísticos: qué se “dice”, en qué
condiciones, con qué resultados, de qué manera, etc. Algunos filósofos se han interesado por esta
dimensión, al considerar que es una herramienta para resolver viejos problemas de ontología y
epistemología tradicionales en la historia filosófica, y correspondería con un análisis de usos
circunstanciados del lenguaje. Pero por otro lado, otros especialistas como los fonoaudiólogos o
terapeutas del lenguaje, se preocupan también por lenguaje como actividad pero no para develar
significados sino para evaluar su grado de desarrollo, su relación con la morfofisiología implicada y
la forma como permite comunicar eficientemente.
Intentar una definición de lenguaje que sea pertinente para la psicología implica adoptar uno
de los dos aspectos como el preponderante, pues tiene implicaciones directas para su estudio. La
tradición que fundamentalmente asume al lenguaje como producto, considerando que es la
concepción más adecuada para el estudio psicológico, es la psicolingüística, área que integra los
campos de la psicología y la lingüística (cf. Greene, 1980; Carroll, 2006) y es la forma más común en
la que se encuentran los tratados de psicología del lenguaje. El hecho de que se dé esa integración,
implica que la psicología “recibe” lo que la lingüística tiene que decir sobre el lenguaje y sobre eso
desarrolla sus conceptos, problemas y métodos. La lingüística ofrece por ejemplo, los conceptos de
semántica y sintaxis, y la psicología ofrece otros como percepción, memoria y conocimiento. La
conjunción de los conceptos de ambas disciplinas lleva a que los capítulos de la psicolingüística se
organicen según unidades gramaticales: percepción, comprensión y producción de unidades
subléxicas, léxicas, oraciones, discursos, etc. En lo respectivo, se habla de conocimiento semántico, o
sintáctico; memoria de oraciones, memoria de discurso; factores semánticos en la percepción del
habla, etc. Esto lleva a preguntas como aquella por la “realidad psicológica” de la gramática (v.gr.
Berwick y Weinberg, 1983) o a proponer algún tipo de posesión de reglas gramaticales como
condición para usar el lenguaje (cf. Chomsky, 1957; 1965).
Por otro lado, si se concibe que la noción de lenguaje más pertinente para la psicología es
como práctica, los problemas que surgen son de otro tipo. Quizás disciplinas como la pragmática o
algunas ciencias sociales, aporten conceptualmente. Asuntos como la sintaxis y la semántica
adoptan otros criterios o quizás resulte que no sean los más pertinentes para la investigación
psicológica, pues ésta, en lugar de centrarse en reglas gramaticales de un sistema simbólico
abstraído, se centraría en el estudio de cómo la actividad de las personas corresponde con la
organización de la práctica lingüística. Los problemas dejan de ser la realidad psicológica de la
gramática y similares y se vuelcan hacia el estudio de la inserción individual efectiva en tal práctica.
A continuación caracterizaremos lo que le interesa estudiar a la psicología del lenguaje según
esas dos perspectivas señaladas. Al final, desarrollaremos el enfoque que sostendrá el resto del
libro.
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La estrategia no mediacional
Lo que caracteriza a esta estrategia es el rechazo a la postulación de procesos mediadores que
expliquen la actividad individual, y en su lugar, la afirmación de que el objeto de interés es la
relación misma que mantiene el individuo con los objetos y eventos de su ambiente. El desafío que
tiene es mostrar cómo centrarse en tal relación es suficiente para dar cuenta de todos los
fenómenos que le interesan a la psicología del lenguaje, lo cual ha sido la principal crítica a la que se
ha enfrentado por parte de los teóricos mediacionales.
Como el interés es lo que hace el individuo en circunstancia, la concepción de lenguaje como
estructura abstracta no es muy útil, aunque sea de aquella actividad que finalmente se abstrae ésta
con fines de análisis estructural. Incluso, la noción de lenguaje que interesa no es idéntica a la de la
pragmática, si con esto se entendiera que la praxis se restringe a actos comunicativos o a un recurso
extralingüístico añadido para la comprensión semántica. Bajo esta perspectiva, entonces, el lenguaje
puede ser visto de dos formas: a) por un lado, como el sistema de relaciones actuativas entre lo que
las personas dicen, escriben, gesticulan, escuchan, leen y/o observan; y b) como el hecho mismo de
que cada persona haga eso (comportamiento lingüístico).
La primera noción no es igual al del lenguaje como producto pues identifica a la organización
“viva” de prácticas humanas y de ahí que se enfatice en su carácter actuativo. Es pertinente, dado
que en últimas, constituye las circunstancias en las que los individuos hacen las cosas; de hecho, el
hacer individual es componente de tal sistema de relaciones. Éste es muy cercano al concepto de
juego de lenguaje de Wittgenstein (1953) y será retomado más adelante. A diferencia del lenguaje
como estructura, el lenguaje como sistema de relaciones actuativo no se abstrae como entidad
estructural sino que se interpreta como organización; no tiene reglas universales sino criterios
tácitos o explícitos; no se estudia con las divisiones gramaticales tradicionales, aunque
eventualmente pueda recurrir a ellas; se acerca más a lo que estudia el antropólogo que a lo que
estudia el lingüista; entre otras. Por otro lado, el lenguaje como comportamiento lingüístico es lo
que interesa a la psicología basada en una estrategia no mediacional: cómo las personas hablan,
leen, etc., de la forma cómo lo hacen y de qué depende que lo hagan así.
A pesar de esta distinción en la noción de lenguaje que puede ser pertinente para una
estrategia no mediacional en psicología, se ha reconocido la primera (como sistema de relaciones
prácticas entre personas) tácitamente en la forma de “ambiente social” (Skinner, 1953) pero no se
han revisado con detalle lo que implica un ambiente social como diferente de uno no social. En
general, la noción de lenguaje prevaleciente para la psicología que sigue esta tradición es como
comportamiento lingüístico o más exactamente como comportamiento verbal. Richelle (1975/1981)
introduce así la distinción de nociones que estamos comentando:
Skinner (lo confiesa sin ambigüedad) no tiene el más mínimo propósito de recusar la
lingüística ni de sustituirla por su propio modo de análisis. Por el contrario, para destacar bien
la diferencia entre objeto e intención, ha escogido el término verbal behavior –
comportamiento verbal- en vez de hablar de lenguaje o comportamiento lingüístico. No se
interesa por las reglas que rigen el sistema de la lengua (que es tarea de la lingüística), sino
por la persona individual que habla. Trata de explicar cómo se instaura, se mantiene, se
modifica y se manifiesta un determinado repertorio verbal en un sujeto dado (p.32)
De hecho, la tradición conductual es la representante por excelencia de esta estrategia, y
sobresale el trabajo de Watson (1924a; 1924b), de Skinner (1957) y de Kantor (1977) como autores
clásicos. Las categorías conceptuales que se utilizan son las que resultan del análisis de las
relaciones individuales con los objetos y eventos del ambiente; las de las demás disciplinas son
referentes con los que se pueden buscar articulaciones posteriores pero no son las que enmarcan el
análisis. Así mismo, la explicación que se busca prescinde de los constructos hipotéticos que
resultan de la integración interdisciplinaria, y en su lugar, consiste en la formulación de
regularidades entre lo que los individuos hacen y los demás eventos.
El campo de indagación del análisis del comportamiento verbal no se divide en adquisición,
comprensión y producción, aunque necesariamente toca lo que se reconoce bajo esos términos. En
realidad, dependiendo de la forma específica como se concibe al lenguaje, el campo se divide de una
u otra forma. En la cita de Richelle (1975/1981) se resume claramente cuáles han sido los
problemas sobre los que se ha trabajado conceptual y experimentalmente en la tradición que ha
estudiado el comportamiento verbal: origen, mantenimiento y modificación.
Además del trabajo de la tradición conductual, en la que se incluye la interconductual sobre la
cual abundaremos en el resto del libro, sobresale como ejemplo el de Richelle (1975/1981) y el de
Moerk (2000), aunque ciertamente, no son las posturas dominantes en el área. A continuación
presentaremos con detalle cuáles son las principales premisas, desarrollos y problemas de la
tradición conductual clásica que ha estudiado el comportamiento verbal. Posteriormente, en la
segunda parte, desarrollaremos una alternativa que intenta superar los problemas tanto de la
estrategia mediacional como los de la no mediacional clásica. La razón por la cual detallamos la
tradición conductual clásica, es porque consideramos que comenzó por el camino correcto para una
adecuada comprensión del comportamiento verbal pero al mismo tiempo, llegó a un callejón sin
salida que amerita un análisis cuidadoso y el ofrecimiento de una alternativa que rescate sus
fortalezas pero también que proponga salir del callejón. Consideramos que la teoría interconductual
es un camino promisorio para hacerlo, entre otras cosas porque no sólo se interesa en el
comportamiento verbal sino además, reconoce como crítica esa otra noción de lenguaje como
sistema de relaciones prácticas entre personas. Esto abre un horizonte rico de indagación que está
en sus comienzos.
or ejemplo, en la proposición “el ----- es festivo”, las líneas ocupan el lugar de un factor de
proposición que sólo puede ser llenado con ciertas palabras para que tenga sentido. Algunas de
éstas pueden ser “sábado”, “día”, “ambiente”, etc. A esos tipos de palabras Ryle (1971) las denominó
categorías, de modo que éstas delimitan qué palabras son pertinentes o tienen sentido en una
proposición. Así, las categorías son en lo fundamental, delimitaciones de pertinencia.
coincidiría con la respuesta, entorpeciendo la definición de fenómenos como el pensar: ¿qué
conducta (respuesta) es el pensar? Ninguna morfología de respuesta en sí misma es definitoria.
Entonces, ¿cuál relación funcional es definitoria? Si se asume como respuesta, entonces la mirada se
dirige a lo que le precede y procede temporalmente, y eso en el ejemplo particular, no parece
rescatar las propiedades del pensar, generalmente determinados por eventos no presentes ni
aparentes. Así mismo, esto lleva a marginar la relevancia de diferenciar los modos lingüísticos, pues
son asumidos como morfologías que cumplen una misma función, entendida ésta como un mismo
efecto ambiental. Tal marginación implica el desconocimiento de las peculiaridades y
posibilitaciones conductuales de los diferentes modos, que se asocian con la riqueza de la conducta
humana.
En segundo lugar, la tradición conductual reconoce un solo tipo de propiedades funcionales o
funciones de estímulo: aquellas que resultan del objeto en tanto materia o propiedades
fisicoquímicas. Esto ubica a todos los comportamientos en el mismo nivel: todo lo que hacen los
individuos vivientes, está determinado por las características fisicoquímicas de los objetos y
eventos. La teoría del condicionamiento inserta todos los fenómenos en el formato de la triple
relación de contingencia pero no explica cómo los individuos pueden responder a propiedades
diferentes a las fisicoquímicas. Por ejemplo, si trato diferencialmente a una persona porque me han
dicho que es ingenuo, la teoría del condicionamiento afirmaría que lo he hecho porque en el pasado
se me ha reforzado tratar así a las personas ingenuas. Pero, ¿cómo respondo a esa persona como
una ingenua, o cómo aprendo a ver algo como un objeto sagrado? Los procesos conductuales
reconocidos como básicos dan cuenta de la adquisición, mantenimiento y extinción de las
respuestas particulares, pero no de la función de respuesta convencional, es decir, a ese aspecto
establecido por atribución en la comunidad lingüística y a lo que respondo lingüísticamente, y que
no cumple con las características de apariencia ni presencia de los eventos tradicionalmente
estudiados.
Las alternativas post-skinnerianas aportan ideas valiosas. Entre ellas está el reconocimiento
de la distinción entre objeto de estímulo y función de estímulo, y del carácter estrictamente
funcional y episódico de las interacciones lingüísticas. No obstante, persisten en la identificación de
las funciones convencionales a partir de criterios impuestos por la teoría del condicionamiento que
lleva a varios problemas lógicos señalados y a una insuficiente comprensión del contacto
convencional como la marca distintiva del comportamiento verbal o lingüístico.
4. Esbozo de una alternativa
Llegados a este punto, el panorama es el siguiente:
1) El lenguaje es un término polisémico y dependiendo de cómo se conciba, así mismo se
desarrollará una psicología del lenguaje.
2) Se identifican dos nociones de lenguaje en las tradiciones psicológicas:
a. En la psicolingüística predomina la noción de lenguaje como producto simbólico, de
interés para la lingüística, incorporando sus categorías para dirigir las preguntas
relevantes. Esto ha llevado al desarrollo de múltiples modelos de adquisición,
comprensión, producción que sin embargo se caracterizan por incluir los
constructos lingüísticos como entidades o eventos biológicos o psicológicos que
explican el desempeño lingüístico. Esta estrategia, lleva a serios problemas lógicos.
Además, se cuestiona que la división tradicional del área sea la óptima y que la
delimitación de los problemas disciplinares deba orientarse por criterios externos a
la psicología.
b. En la tradición conductual predomina la noción de lenguaje como comportamiento,
lo cual ha traído dos consecuencias: se ha identificado la dimensión de interés
psicológico y la necesaria independencia de los criterios de la lingüística para definir
los problemas relevantes; pero a su vez, ha desconocido la necesidad de incorporar
una noción de lenguaje como concepto supraordinado a lo individual, que define los
cursos particulares que asume la conducta humana.
c. Esta tercera noción, la de lenguaje como sistema de relaciones prácticas entre
personas, que no ha sido asumido por las tradiciones comentadas, es diferente del
comportamiento verbal como actividad individual. En este sentido, ésta está inserta
en aquél y por esto posee propiedades que ameritan un análisis diferente al que
permiten las categorías analíticas del condicionamiento.
3) Es necesaria la incorporación de una noción del lenguaje como sistema de relaciones
prácticas, pues en tanto ambiente de la conducta humana, permite diferenciar las
posibilidades conductuales que son características de esta especie. A su vez, esto permitiría
una caracterización del comportamiento verbal que rebase las categorías basadas en la
lógica del reflejo y en las propiedades fisicoquímicas como su determinante funcional.
La alternativa que se propone está basada en los desarrollos conceptuales de J.Kantor (v.gr.
Kantor & Smith, 1975) y en la obra de Ribes y López (1985) y Ribes-Iñesta (2004; 2006a; 2007a). En
la segunda parte se desarrollará con detalle.
PARTE II:
ANÁLISIS INTERCONDUCTUAL DEL
COMPORTAMIENTO LINGÜÍSTICO
1. Fundamentos
La psicología interconductual propuesta por J. R. Kantor se centra fundamentalmente en dos
ideas:
1) Los eventos psicológicos son tan naturales como los eventos que estudian ciencias como la
física, la química o la biología. En esa medida, se reconocen dentro del continuo de los eventos
naturales concebidos como interconducta o interacciones. Así, dentro de la evolución inorgánica
tiene lugar la evolución orgánica, y dentro de ésta, la evolución filogenética y ontogenética de
organismos individuales. Es gracias a estas evoluciones, que puede configurarse lo que se denomina
el fenómeno psicológico. Una cita extensa de Kantor (1967/1978) es suficientemente clara en la
definición de los límites de este último:
Las actividades más característicamente psicológicas son cada vez más independientes del
desarrollo biológico, pues comprenden interacciones con objetos, con base en los
contactos previos del organismo con estos objetos…la acción psicológica no es sólo la
acción coordinada de músculos, nervios, glándulas, etc., sino también una forma de acción
específica interrelacionada con una función de estímulo de un objeto. En realidad,
cualquier objeto aislado puede tener un número diferente de funciones de estímulo. Como
en el caso del sombrero, cada función de estímulo se correlaciona con su propia y
específica configuración de conducta. A esta interacción de eventos es precisamente a la
que nos referimos cuando hablamos de la “mente” de una persona (p. 57).
De este modo, el evento psicológico es la interacción entre organismos y objetos con base en
los contactos previos con tales objetos, lo cual lo define como un concepto eminentemente histórico.
Así, el objeto de interés psicológico no es la actividad del organismo o su conducta entendida como
tal, sino estos contactos históricamente construidos, lo cual marca un apartamiento de la tradición
conductual clásica. En tanto tal, se dice que estos contactos son funcionales, pues dependiendo de la
historia, se establecen diferencialmente con el objeto. Por ejemplo, mientras que una persona
considera que el sombrero de su padre es elegante y lo guarda dentro de la caja de objetos valiosos,
el perro de la casa mueve la cola cuando observa el mismo sombrero, pues éste le señala la
presencia de su amo. Pero otra persona y otro perro, responderán de forma diferente al mismo
sombrero. De esta manera, entonces, afirmamos que el sombrero, como objeto estimulativo, dispone
de diferentes funciones de estímulo según la conducta de los organismos que se relacionan con él.
En síntesis, el evento psicológico es un contacto funcional (una función estímulo-respuesta)
constituido en la historia individual, el cual se hace posible como resultado de la evolución
inorgánica, orgánica, filogenética, ontogenética y en el caso humano, social. Esto margina las
concepciones de lo mental o psicológico que incluyan elementos no naturales, que introducen saltos
cualitativos inexplicables entre los eventos evolutivos de lo existente. Pero además, también
margina concepciones de lo psicológico localizacionistas, ya sea en la forma de entidades dentro del
organismo o propiedades del organismo.
2) La interacción psicológica se estudia utilizando como herramienta analítica un modelo de
campo. Según Kantor (1967/1978), la evolución científica se ha dado partiendo de una noción
sustancialista, a otra correlacional entre entidades y terminando en su estado de mayor madurez, en
una concepción de campo. En psicología, esas fases han estado representadas por una etapa inicial
de facultades o entidades, como los instintos y pulsiones; una segunda representada por la irrupción
de modelos estadísticos que caracterizaban la relación entre entidades mentales y físicas; y una
tercera, aún incipiente, en la que se estudian interacciones entre entidades individuales bajo
condiciones definidas con base en la historia de ambas.
La propuesta kantoriana pretende desarrollar una concepción de los eventos psicológicos que
incorpore las propiedades de un modelo de campo. Un campo psicológico está compuesto por
diversos segmentos conductuales. Éstos son sistemas de factores integrados a partir del contacto
funcional o función estímulo-respuesta. Los factores que se integran son: a) la historia del contacto
funcional cuyo rol siempre se actualiza o establece en presente, y que incluye la historia de la
función de respuesta y de la función de estímulo; b) los factores de la situación que influyen en la
ocurrencia del contacto; y c) el medio de contacto, que son las condiciones que permiten el contacto.
Este dispositivo de análisis presenta algunas implicaciones: a) la integración de esos factores
es única, por lo que no se repite dos veces el mismo campo psicológico; b) la explicación del evento
es la descripción de la forma como están relacionados los factores mencionados; c) en cualquier
caso, la relación de los eventos es el referente primario y último sobre el cual el investigador
formula constructos teóricos; d) la organización multiforme de los factores no impone por
necesidad el paradigma del reflejo ni las relaciones basadas en la contigüidad espacio-temporal; e)
la interacción psicológica no es una variable dependiente; al contrario, las variables dependientes
que se definan son indicadores de la interacción, la cual se interpreta.
El trabajo de Kantor fue el punto de partida para el desarrollo teórico de Ribes y López
(1985). Adicional a los puntos tratados anteriormente, la propuesta de estos autores sobresale por
las siguientes características:
1) Establece una tipificación de las funciones de estímulo consideradas como propiedades
funcionales. El criterio de clasificación se basa en tres intervalos evolutivos o historicidades
diferentes: a) la de la materia, que permite predicar propiedades fisicoquímicas, entendidas como
aquellas características del objeto de interacción a las que responde un organismo en virtud de sus
potencialidades reactivas sensorio-motoras; b) la de la especie, que permite predicar propiedades
ecológicas u organísmicas, entendidas como aquellas características de los objetos de interacción a
las que responde un organismo en función de su membrecía de especie y que se vinculan con su
supervivencia; c) la de la sociedad, que permite la predicación de propiedades convencionales,
entendidas como aquellas características de los objetos de interacción, que se derivan de prácticas
sociales más o menos inclusivas y a las que responden las personas que han desarrollado sistemas
de respuesta en el contexto de tales prácticas.
Esta tipificación de propiedades funcionales cualitativamente diferentes, a su vez implica
funciones de respuesta simétricas, de modo que es concebible la distinción entre sistemas reactivos
fisicoquímicos, ecológicos y convencionales. Es este último, el que en lo fundamental equivale a lo
que en la tradición conductual se ha denominado comportamiento verbal y a lo que se dedicará
buena parte del resto del documento. Además, permite integrar los factores de campo kantorianos y
distinguirlos en estos términos. Así, es posible pensar que el medio de contacto que propuso Kantor
(v,gr. Kantor & Smith, 1975), se limitó sólo a las condiciones físico-químicas que posibilitaban
cualquier contacto pero que es útil pensar en un medio de contacto ecológico que posibilita además
los contactos funcionales basados en propiedades ecológicas, así como un medio de contacto
convencional que posibilita el contacto funcional basado en propiedades convencionales. Así por
ejemplo, la pregunta por las condiciones que hacen posible que una persona aprecie una obra de
arte como magistral, no es la presencia de la luz solamente, ni de una situación ecológicamente
viable para la supervivencia. Se requiere, primordialmente que la persona participe de una práctica
social en la que cobran vigencia criterios estéticos particulares. A esas condiciones de la práctica
social es lo que se denomina medio de contacto convencional, lo cual se abordará más adelante.
2) La tipificación de las propiedades funcionales, así mismo se extiende a la del contacto funcional
en la que éstas están implicadas. De este modo, se reconocen tres grandes tipos de contacto
funcional: uno originado gracias a propiedades fisicoquímicas, otro originado gracias a propiedades
ecológicas y otro gracias a propiedades convencionales. Sin embargo, esta clasificación puede ser
más fina si se atiende a las circunstancias mismas de la interacción y no sólo a las propiedades
funcionales derivadas de las historicidades de las que participan el organismo y el objeto de
interacción.
Ribes-Iñesta (1997) considera que esas circunstancias son los sistemas de relaciones entre
factores que proponía Kantor (1967/1978). Sin embargo, caracteriza a tales relaciones como
contingencias precisamente por su carácter circunstancial. De esta forma, una contingencia es una
relación de dependencia entre eventos, la cual se establece de forma circunstancial, no necesaria.
Pero las contingencias en un campo de interacciones son de dos tipos: a) contingencias de
ocurrencia, en las cuales la ocurrencia de un evento B depende de la ocurrencia de un evento A; y b)
contingencias de función, en las cuales las propiedades funcionales de un evento B dependen de las
propiedades funcionales de un evento A. Un ejemplo de las primeras se presenta cuando si un bebé
llora entonces su madre lo atiende. Un ejemplo de las segundas se da cuando se predica que si ese
bebé es su hijo entonces aquella señora es su madre.
Según lo anterior, entonces, en una circunstancia o situación conductual, como sistema de
relaciones, confluyen contingencias de ocurrencia y contingencias de función. Dado que la
interacción psicológica se establece según la historia individual y cobra autonomía de las
restricciones fisicoquímicas y filogenéticas, pues de lo contrario no habría aprendizaje ni por tanto
tal historia, entonces resultan dos criterios que simultáneamente permiten clasificar los tres
contactos funcionales mencionados de una forma más fina, la cual da lugar a cinco tipos de contacto
funcional o funciones psicológicas. Un criterio, denominado mediación, consiste en la estructuración
de las contingencias gracias al papel que desempeña un evento de estímulo o de respuesta. Éste, se
conoce como mediador, y puede identificarse el de las contingencias de ocurrencia así como el de las
de función. El otro, denominado desligamiento funcional, se define como el grado en que las
funciones de respuesta dependen de funciones de estímulo diferentes a las fisicoquímicas; entre
menos dependa, se habla de mayor desligamiento funcional (cf. Ribes-Iñesta, 2004). El
desligamiento funcional se interpreta una vez configurada un sistema de contingencias de función.
La tabla 1 sintetiza la clasificación resultante.
Tabla 1. Contactos funcionales según Ribes y López (1985) y Ribes (1997)
Tipo de propiedades
funcionales Tipo de contacto convencional Contingencias de ocurrencia Contingencias de función Ejemplo
primigenias
Siempre que una enfermera ingresa
Si el evento X tiene la propiedad funcional a
(evento Y) a aplicar una inyección
(que incluye provocar la respuesta X),
Si un evento Y ocurre, entonces (evento X) a un paciente, éste la
entonces el evento Y y la respuesta Y (al
ocurre un evento X. El organismo observa (respuesta Y) y tras la
evento Y), adquieren nuevas propiedades
ahora responde con antelación al inyección se activan sistemas
funcionales. Esto hace que el evento X sea
evento X. El evento X es crítico nociceptivos (respuesta X). Con el
Contextual crítico para la estructuración de las
(mediador) para que se tiempo, la presencia de la enfermera
contingencias de función. El desligamiento
estructure la contingencia, pues provoca la activación de estos
Fisicoquímicas: funcional de la respuesta Y se verifica en la
sin él, el evento Y no sería señal sistemas nociceptivos. Éstos se
propiedades medida en que ésta se establezca en términos
de nada. integran funcionalmente a la
funcionales que para de la señal, y por tanto, con antelación
enfermera, que en sí misma no
contactarse requieren temporal respecto al evento X.
provocaba la activación.
sólo de sistemas
La persona del ejemplo anterior,
perceptuales. Si el evento X tiene la propiedad funcional a
ahora le habla (respuesta Y) a la
Permiten la vivencia (que incluye provocar la respuesta X),
enfermera (evento Y) sobre los
de los objetos y Si una respuesta Y ocurre ante un entonces el evento Y y la respuesta Y
acontecimientos del día, justo
eventos del mundo evento Y, entonces ocurre un adquirirán nuevas propiedades funcionales.
cuando va a aplicarle la inyección. Al
(cf. Ribes, 2007a): qué evento X, que a su vez provoca Sin embargo, la respuesta X define la
hacerlo, la enfermera aplica la
es, cómo es, dónde una respuesta X. En otras funcionalidad de la conducta a la que se
inyección con menor fuerza (evento
está, etc. palabras, si ocurre la respuesta Y, integrará la respuesta Y (p.ej. comer), y por
Suplementario X) y le “duele menos” (respuesta X).
se estructura una contingencia tanto, la contingencia de función se estructura
Que la enfermera aplicara diferente
de ocurrencia contextual. La a partir de aquélla. El desligamiento funcional
Intrasituacional la inyección estuvo mediado por la
respuesta Y, de este modo, es el de la respuesta Y se interpreta en la medida en
conversación de la persona. Si
evento crítico mediador de las que ésta se establece no sólo con antelación al
disminuye el dolor, entonces
contingencias de ocurrencia. evento X, sino además, con independencia de
conversar con la enfermera adquiere
restricciones de ubicación de los eventos X y
una función que antes no tenía, y se
Y.
probabiliza en presencia de ella.
Ecológicas:
propiedades Siguiendo con el ejemplo anterior,
funcionales que para Si el evento S tiene la propiedad funcional a, resulta que cuando está presente
Si un evento S ocurre, entonces
contactarse requieren entonces cambian las propiedades funcionales otra enfermera (evento S), la
se estructura una contingencia
además de sistemas de los eventos participantes en la contingencia enfermera original (evento Y) hace
de ocurrencia suplementaria. El
perceptuales, aquellos suplementaria; si aquél tiene la propiedad b caso omiso a la conversación del
evento S existe prioritariamente
que se han las de éstos cambian correspondientemente. paciente. Éste, entonces, ahora le
y es gracias a esto, que una
desarrollado por el En esta medida, el evento S es el mediador de conversa a las dos (respuesta Y)
Selector respuesta Y se establece; sin
hecho de pertenecer a la contingencia de función, pues aquél define para obtener el mismo efecto
embargo, ésta completa el
una especie cómo cambian las propiedades funcionales de anterior. A veces funciona y a veces
episodio. La relación entre el
particular. Permiten la los demás eventos. La respuesta Y no sólo se no, de modo que el paciente cambia
evento S y la respuesta Y no es
supervivencia desliga funcionalmente de propiedades lo que dice, cuándo y cómo,
necesariamente de contigüidad
individual (cf. Ribes, temporales y espaciales, sino además de dependiendo de las condiciones
temporal.
2007a): qué hacer, propiedades absolutas del evento S. (eventos s) relacionadas que va
cuándo, dónde, cómo, identificando.
ante quién, etc.).
El paciente le confiesa (respuesta Y)
Si la respuesta lingüística Y tiene la propiedad
a la enfermera que él es hijo del
funcional convencional a, entonces cambian
Si la respuesta lingüística Y dueño de la clínica. Lo que se dice
las propiedades funcionales de los eventos
ocurre, entonces podría selecciona la funcionalidad de la
que constituyen la contingencia selectora; en
estructurarse una contingencia circunstancia de conducta: ahora, lo
esta medida, aquélla es el evento crítico
Convencionales: selectora. Aquélla, entonces, es que la enfermera hace (respuesta Y’)
mediador de la contingencia de función. En la
propiedades definitoria de que se estructure atiende al cómo, dónde, cuándo, etc.
Extrasituacional medida en que las propiedades introducidas
funcionales que para la contingencia de ocurrencia, del tratamiento ante, ya no “un
por la respuesta Y son de carácter lingüístico,
contactarse requieren aunque ésta puede darse sin que paciente” sino “el hijo del dueño de
adquieren estatus de evento S que selecciona
además de los sea extrasituacional. Lo la clínica donde trabajo”. Lo que se
cuál es la circunstancia conductual vigente. La
sistemas reactivos definitorio de esto reside en la hace, se hace según los criterios de
respuesta Y, entonces, se desliga
anteriores, aquellos contingencia de función. una circunstancia de conducta
funcionalmente de restricciones de una
que se han diferente, que delimita otras formas
situación particular.
desarrollado por el de proceder.
hecho de participar en Si la respuesta lingüística Y posee la Un analista de las relaciones entre
diversas prácticas Si ocurre la respuesta lingüística propiedad funcional convencional a, entonces empleado-empresa y empleado-
sociales. Permiten la Y, que participa de la la relación entre las propiedades funcionales cliente, observa el episodio que ha
convivencia (cf. Ribes, organización de una práctica convencionales de las respuestas lingüísticas venido sirviendo de ejemplo, y lo
2007a): qué se puede social, entonces podría Y’ y Y’’ cambia. Como la relación es entre toma como un caso de procesos más
y debe hacer. Transituacional estructurase una contingencia de propiedades convencionales de respuestas generales que él ha logrado
función entre respuestas lingüísticas, el desligamiento funcional es de establecer. Así, por ejemplo, integra
lingüísticas que han mediado propiedades físico-químicas y/o ecológicas. Ya lingüísticamente (respuesta Y)
directa o indirectamente no es relevante una situación (o circunstancia) ambas relaciones (Y’ y Y’’) con una
contingencias extrasituacionales. en particular sino propiedades que se aplican teoría de procesos laborales de corte
a muchas situaciones posibles. mercadotecnista.
Según se observa en la Tabla 1, Ribes y López (1985) plantean cinco tipos de contacto
funcional, que se conciben como organizaciones de contingencias o relaciones de dependencia de
ocurrencia y función. Esas organizaciones, concebidas como funciones, son el objeto de estudio
psicológico. En cada interacción particular que se observe entre un individuo y un objeto o evento,
pueden identificarse los criterios de mediación y desligamiento funcional señalados para predicar
que tuvo lugar una función psicológica particular (mayores detalles en Ribes-Iñesta, 2004).
3) Ribes y López (1985) defienden que la conducta humana tiene particularidades que son
resultado de su pertenencia a práctica sociales. No se trata de que los procesos genéticos, o que dan
lugar a tal conducta, sean diferentes a los de la conducta no-humana o que en aquélla no se
identifiquen procesos que sí se identifican en ésta. Las diferencias residen en el tipo de sistema
contingencial o circunstancias en el que la conducta humana se desarrolla, lo cual implica
considerar el tipo de propiedades funcionales que permiten, los sistemas reactivos implicados y las
organizaciones funcionales resultantes.
Las prácticas sociales son el ambiente en el que se desarrolla la conducta humana. Esta tesis
es fundamental para emprender cualquier intento de psicología del lenguaje, pues es gracias a éste y
en la forma de éste que se estructuran las prácticas sociales. Por decirlo de algún modo, las prácticas
sociales son prácticas lingüísticas y a su vez, son el contexto de toda actividad humana. Pero en esta
medida, no estamos hablando del lenguaje como sistema simbólico abstraído por los lingüistas, ni
por la conducta verbal propuesta por Skinner (1957). Entonces, ¿qué concepción de lenguaje es
coherente con la concepción de lo psicológico que estamos abordando?
Proponemos adoptar una perspectiva del lenguaje como práctica, por dos razones
básicamente:
a. De alguna manera, a la psicología le interesa lo que los individuos hacen. En esa medida,
una concepción de lenguaje que incluya tal actividad como constituyente fundamental, es
preferible.
b. La concepción del lenguaje como práctica sitúa el estudio de la actividad humana dentro
de la perspectiva de las interacciones sociales, donde naturalmente tiene lugar. Esto
implica la integración de la actividad verbal con asuntos como las categorías, los
conceptos, los criterios, el sentido, etc. Es decir, el estudio psicológico relacionado con el
lenguaje es básicamente un estudio de la inserción humana en prácticas sociales.
c. La vinculación entre lo que los individuos hacen y las prácticas sociales en la que lo hacen,
es más directa que su vinculación con las reglas de la lingüística. El intento de forzar esta
relación transforma los conceptos del lingüista en realidades biológicas o psicológicas (cf.
Chomsky, 1980), de modo que ahora las reglas gramaticales abstraídas del uso, se
convierten en constructos explicativos del mismo. Esta estrategia termina en un
esencialismo sin salida (cf. Palmer y Donahoe, 1992).
Ribes (2006a) encontró en el concepto de juego de lenguaje de Wittgenstein (1953), algunos
puntos de apoyo para caracterizar las prácticas sociales como prácticas lingüísticas. Si alguna
concepción de lenguaje resulta útil, por lo menos en principio para esta forma de concebir lo
psicológico, es como juego de lenguaje. A continuación, entonces, reseñamos brevemente los usos de
esta expresión en la obra del autor.
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Figura 2. Relación entre el ajuste funcional y el ajuste categorial. Los cuadriláteros significan
sistemas categoriales (organizaciones de las prácticas sociales que delimitan pertinencia), los cuales
tienen relaciones difusas, incluso solapándose; el que aparece más oscuro es el que se actualiza, es
decir, el que define las propiedades convencionales funcionales del objeto. La circunferencia
representa el objeto de interacción; su gradación de luz indica que tiene en potencia diversas
propiedades funcionales. El rectángulo que representa a la persona, enfatiza que este análisis se
predica en seres humanos. La flecha bidireccional simboliza el contacto funcional, el cual, está
encauzado según los límites de los sistemas categoriales.
Las propiedades funcionales convencionales del objeto de interacción están determinadas por
la organización categorial particular de las prácticas sociales en las que se halla involucrada la
persona. En la Figura 2 se observa que el objeto tiene diferentes grados de luminosidad, lo cual
indica que potencialmente puede tener diversas propiedades convencionales; éstas no son
características inherentes a él. Así mismo, se observa que la relación entre los sistemas categoriales
es compleja, pues éstos no se comportan como conjuntos cerrados sino como dinámicas; por tanto,
hay traslapes y límites borrosos entre ellos. El que aparece más oscuro que el resto, es el que se
actualiza; es decir, el que define cuál es la propiedad funcional del objeto de interacción. El contacto
funcional, representado por la fecha bidireccional, está encauzado por los límites de los sistemas
categoriales y en particular por el que se actualiza. De esta manera, entonces, se está representando
un contacto funcional particular (contextual, suplementario, selector, extra o transituacional)
delimitado categorialmente, es decir, pertinente a los criterios de una práctica social.
Así, todo contacto funcional humano, o lo que es lo mismo toda interacción psicológica
humana, tiene lugar gracias a los sistemas categoriales de las prácticas sociales en las que participa.
El ajuste funcional es una interacción entre entidades individuales mientras que el ajuste categorial
es la pertinencia de ese ajuste funcional según un criterio categorial particular. La pertinencia de la
conducta puede predicarse a partir de la actualización de cualquiera de los contactos funcionales; al
contrario, en cada uno de éstos se actualizan los criterios de un sistema categorial particular. Por
ejemplo, hacer lo que se considera pertinente frente a un anciano que pregunta algo en la calle,
puede implicar en diferentes momentos la actualización de diversos contactos funcionales: uno
contextual si se responde a propiedades de aquel hombre con antelación temporal; uno
suplementario si se le permite entrar en contacto con un evento que no está en ese lugar; uno
selector si cuando se le indica lo que pregunta, se hace según una propiedad funcional que introdujo
su vestimenta, etc. Al contrario, si el enfoque se hace desde las funciones psicológicas, entonces
puede aislarse una instancia de interacción extrasituacional, por ejemplo, y allí identificar cuáles son
los sistemas categoriales que entran en juego dependiendo de las propiedades funcionales
actualizadas.
Ribes (2006b) propuso que el ajuste categorial podría clasificarse de una forma análoga a
como se clasifica el ajuste funcional, es decir, identificando 5 tipos según el grado de autonomía de
la actividad de la persona respecto a la definición y uso de los criterios categoriales. No se abundará
en tal propuesta en este documento, entre otras razones, porque discutimos que pueda hacerse la
transposición de criterios entre el ajuste funcional y el categorial, siendo éstos de diferente
naturaleza. Por lo pronto, proponemos que evolutivamente, el ajuste categorial se establece primero
y básicamente como aceptación de criterios, que luego da lugar al desplazamiento entre ellos. A
continuación se desarrolla esta idea:
Aceptación de criterios. La forma fundamental de hacer pertinente es la aceptación de criterios
de prácticas sociales en las que nos insertamos. Éstas se instauran en el contexto de lo que
denomina Wittgenstein (1953) formas de vida, es decir, modos de concebir el mundo que comparte
un grupo de personas y que se nos presentan como algo dado: la gente estudia, trabaja, se viste,
aprende un idioma, tiene relaciones con otros, etc., y eso se concibe de forma diferencial de cultura a
cultura. Tomasini (1994) apunta: “Compartir una forma de vida es concebir las cosas de la misma
manera, describir el mundo con el mismo aparato conceptual, sentir los mismos tipos de presiones
sociales, tener los mismos valores, etc.” (p.111). Por otro lado, insiste en que tal compartir no se
instaura en el terreno de la opinión, ni lo es por decisión; es algo que está ahí: “Lo dado para el
individuo es el marco conceptual en el que él es colocado desde el inicio y que es naturalmente un
producto social…'lo dado' no es una creación subjetiva sino social e histórica…Y obsérvese que,
puesto que la noción de lo dado es una noción social e histórica, dicha noción se vuelve algo a priori,
pero sólo para el individuo” (p.118). En la misma línea, afirma Bourdieu (1979/2002): “La primera
experiencia del mundo social es la de la doxa: adhesión a las relaciones de orden que, porque fundan
de manera inseparable el mundo real y el mundo pensado, son aceptadas como evidentes” (p.482).
Desde este punto de vista, la persona acepta los criterios de las prácticas sociales y cuando lo hace,
se afirma que cree en algo. Así, esta forma fundamental de ajuste categorial corresponde a lo que
denominamos creer.
Wittgenstein (1953) apunta: “Más bien hay que aceptar el juego de lenguaje cotidiano, y a las
representaciones falsas hay que caracterizarlas como tales. El juego de lenguaje primitivo que se le
enseña al niño no necesita ninguna justificación; los intentos de justificación deben ser rechazados”
(p.162). La creencia es una aceptación que no necesita justificación. Ésta ya es un juego de lenguaje
en sí mismo. Yo creo que lo que hay ahí es una mesa, ¿por qué? Porque sí, porque no es otra cosa. Y
luego añade: 2Lo que hay que aceptar, lo dado — podríamos decir — son formas de vida” (p. 183).
Desplazamiento entre criterios aceptados. Consiste en el despliegue de actos pertinentes
simultáneos y sucesivos, respecto a diferentes criterios aceptados. Una vez la persona se inserta en
diversas prácticas sociales, transita entre éstas en la forma de delimitaciones conductuales
establecidas por su traslape difuso. Los desplazamientos pueden concebirse de dos modos:
a) vertical, el cual coincidiría con un uso del término abstracción, y que consiste en el tránsito
desde categorías episódicas a categorías teóricas, como productos convencionales. Esto se concreta
en transiciones sub y supracategoriales en la forma de relaciones género-especie progresivas.
Tradicionalmente esta área se vincula con la formación de conceptos o con la dimensión intencional
de las categorías (cf. Sutcliffe, 1993). A medida que el desplazamiento se aparta de los criterios
aceptados, lo que la persona hace se encuentra en el límite de lo novedoso. En este desplazamiento
vertical, lo novedoso tiene que ver con formas nuevas de relacionar sistemas categoriales teóricos
que coincide con el contacto funcional transituacional en la forma de teorización.
b) horizontal y se vincula con lo que se ha denominado dimensión extensional de la categorías
(cf. Sutcliffe, 1993) y cambio conceptual. Dado que se distinguió entre categorías teóricas y
prácticas, el desplazamiento horizontal se puede presentar como transiciones entre sistemas
categoriales prácticos, como cuando una persona cambia la forma de tratar a otra una vez que
conoce que es su suegro, o cuando una persona deja de creer en algo para creer en otra cosa; o bien,
cuando se cambian aspectos teóricos en un mismo nivel de abstracción. Este desplazamiento
establece la amplitud categorial, las relaciones entre categorías, la flexibilidad o resistencia al
cambio, etc. El alejamiento de los criterios aceptados en este desplazamiento implica modalidades
variadas de innovación como la creatividad, la conversión, la ruptura paradigmática, etc.
En suma, las interacciones psicológicas humanas son pertinentes a diversos criterios que
establece la organización de las prácticas sociales. El desarrollo psicológico es fundamentalmente
un proceso de socialización entendida como integración a los límites definidos por tales prácticas
sociales, o como un hacer pertinente progresivo basado en la aceptación. Pero así mismo, este
desarrollo se da en doble vía, una que lleva a logros abstractos y otra que lleva a la finura en la
integración a los complejos traslapes categoriales, lo cual enriquece el espectro de lo que es
pertinente. En ambos casos, sin embargo, el ser humano tiene la capacidad de trascender los límites
aceptados, aunque no sea ése el caso más común.
Se ha mencionado que así como pueden reconocerse propiedades funcionales fisicoquímicas,
ecológicas y convencionales, del mismo modo se reconocen sistemas reactivos correspondientes. En
términos generales, el sistema reactivo es con lo que el individuo hace contacto. En el caso humano,
el sistema reactivo por excelencia es el convencional, el cual se despliega observando/gesticulando,
escuchando/hablando y/o leyendo/escribiendo; esos modos de despliegue es lo que se conoce
como modos lingüísticos y es al ejercicio de tal sistema lo que generalmente se ha denominado
lenguaje desde una perspectiva psicológica tradicional.
El sistema reactivo convencional se desarrolla por medio de los contactos funcionales con los
objetos, personas y eventos, y se organiza según las particularidades de los sistemas contingenciales
de las prácticas sociales, que como hemos visto, son de tipo categorial. Así, el asunto de la “sintaxis”,
la “semántica” y la “pragmática” convergen en el análisis de la organización de usos lingüísticos, los
cuales necesariamente corresponden con la organización categorial de las prácticas; por tanto, tal
división no es necesaria. Así mismo, el análisis de la “comprensión” y “producción” lingüística toma
otro matiz, pues dejan de ser procesos adicionales a la conducta que se explicaban con referencia a
un nivel de análisis diferente, y se remiten ahora al análisis de los ajustes categoriales en diferentes
niveles funcionales, y haciendo uso diferencial de los modos lingüísticos.
De esta manera se concreta lo que es una aproximación interconductual al lenguaje. Un
análisis sistemático del desarrollo y organización de los sistemas reactivos convencionales, en los
diferentes niveles de contacto funcional, ofrecería una alternativa plausible para un estudio
científico de la conducta lingüística.
El concepto, acuñado por Kantor (1924/1985) y Kantor y Smith (1975) también es referido
por los autores como unidad de acción, acción integral o configuración de conducta. Esto se sustenta
en las siguientes citas:
Considere la respuesta comparativamente simple de mirar un cuadro. Cada caso de tal
conducta es divisible en una serie de unidades de acción. Incluye posturas, como cuando
asumimos y mantenemos una posición frente al cuadro, movimientos de giro variados para
enfocar visualmente al objeto, aguzamientos para lograr todos los detalles, etc. Cuando
logramos aislar las unidades de acción más simples que componen una respuesta, las
denominamos sistemas de reacción y los simbolizamos sr…, en tanto actividades de un
organismo complejo, no son en sí mismos simples. Como el mismo término implica, un
sistema de reacción es un hecho de conducta complejo pero es la acción integral de menor
nivel de análisis que el organismo ejecuta (Kantor y Smith, 1975, p.35).
“…debemos considerar a un sistema de reacción como sencillamente una configuración de
conducta, una forma en la que el organismo se distribuye con relación al espacio en el que
están ubicados tanto él como sus objetos de interacción” (Kantor y Smith, 1975, p.54).
Lo anterior permite la puntualización de los siguientes aspectos:
" Se trata de una organización de respuestas, la cual se expresa como configuración o
unidad o acción integral.
" La organización se analiza en relación a una conducta, entendida ésta en su acepción
como interacción entre un organismo y un objeto (v.gr. observar un cuadro). Al respecto, sin
embargo, Kantor y Smith (1975) consideran que tales interacciones son generalmente patrones
complejos que podrían caracterizarse mejor como situaciones interactivas: “Estas interacciones
complejas, sin embargo, son simplemente multiplicaciones y complicaciones de segmentos de
conducta simples. Podemos llamarlas situaciones interactivas o de conducta” (p.38). Y más adelante:
“Probablemente, cada adaptación compleja a nuestros alrededores consiste en situaciones de
conducta más que segmentos de conducta simples” (p.38).
" Tal sistema reactivo es el menor nivel analítico en términos conductuales, en los que puede
descomponerse una conducta. En esta medida, corresponde a un nivel de análisis más molecular de
la interacción y trata tanto sobre las correspondencias entre segmentos de conducta y propiedades
funcionales del objeto de interacción, como de sus relaciones, que fungen como unidades
constitutivas de tal interacción. Esto implica que su caracterización se hace en términos de
funcionalidades conductuales en lugar de morfologías, que sin embargo están presentes. Entre los
ejemplos que dan Kantor y Smith (1975), se encuentran aguzar, girar, orientarse, atender, etc., que
son expresiones que refieren un conjunto de movimientos integrados en función de una propiedad
funcional. Los compontes del sistema reactivo no son entonces, estructuras fisiológicas sino
relaciones funcionales de menor nivel al de la interacción que se analiza.
" Su caracterización como distribución espacial del organismo, implica que pueden
considerarse los parámetros espacio-temporales relevantes en cada contacto funcional,
introduciendo ya la clasificación de Ribes y López (1985) basada en los tres tipos de propiedades.
Esto entonces abre la posibilidad, según estos autores, de distinguir sistemas reactivos
fisicoquímicos, ecológicos y convencionales.
Así, un sistema reactivo consiste en la configuración funcional de las respuestas constitutivas de
una situación interactiva. Su clasificación es variada. Kantor y Smith (1975) sugirieron por lo menos
dos formas: una, con base en la organización estructural del organismo especificando la acción de
cada parte: muscular, esquelética, etc.; no se trataría por ejemplo, del sistema óseo en sí mismo, sino
de la acción esquelética. Y en segundo lugar, de una forma funcional como actos de atención,
discriminación, etc. De hecho, los autores sostienen que en cualquier situación interactiva, estarán
presentes por lo menos tres sistemas reactivos: atencional, perceptual y de ejecución. Este segundo
modo ofrece mayor flexibilidad para un análisis de los sistemas reactivos en función de los tres tipos
de contactos funcionales: fisicoquímico, ecológico y convencional (cf. Ribes y López, 1985, p.44). Así,
en una situación interactiva pueden analizarse los sistemas reactivos, no sólo en términos de las
estructuras orgánicas implicadas ni de componentes conductuales constitutivos, sino además, según
los tipos de contacto funcional identificables.
Tabla 1
Comparación entre los tres tipos de sistemas reactivos
Sistema reactivo Sistema reactivo Sistema reactivo
Fisicoquímico Ecológico Convencional
Objeto de
estímulo
Objetos, eventos e indicios Organismos, respuestas y señales Personas, acciones y productos
primigenio
Propiedades
funcionales
Fisicoquímicas Ecológicas Convencionales
pertinentes
Tipo de
configuración Coordinación a partir de la Secuencia a partir de la estereotipia Orden a partir de la regularidad
funcional restricción anatomofisiológica instintiva gramatical
Modo de
operación Verbalizacio-
Presencia Despliegues Respuestas Señales Gestos Grafías
estimulativo nes
Modo de
operación
reactivo
Orientarse, desplazarse y
Activo Exhibir Afectar Señalar Gesticular Hablar Escribir
manipular
Sentir
Gustar
Pasivo Ver Atender Reaccionar Seguir Observar Escuchar Leer
Oír
Oler
B. Relación proto-simbólica
C. Relación simbólica
Relación sistémica
Símbolo entre instancias y
clases
Las relaciones tipo señal se establecen por asociación directa y de ellas se derivan relaciones
indirectas, como ocurre con las denominadas relaciones de equivalencia (Sidman, 1994). Esto
contrasta con la postura de Tonneau (2001; 2004b) respecto a la naturaleza de los símbolos, a pesar
de la acertada crítica que hizo a esta área de investigación. La relaciones protosimbólicas son
diferentes a las anteriores en la medida en que no se agotan en correlaciones entre particulares
pero sin embargo, están controladas por características comunes de un conjunto de instancias
distinguibles morfológicamente; el tacto abstracto skinneriano (Skinner, 1957) puede considerarse
como un caso de este tipo de relación. Finalmente, las relaciones simbólicas no se caracterizan por
la semejanza morfológica, ni por la asociación arbitraria con particulares o con una característica
perceptible común a varios sino por la convención lingüística; por tanto, se declaran como tales sólo
dependiendo de la acción a la que dan lugar, es decir, si la persona actúa en consonancia con el
sistema de relaciones de las que el objeto simbólico funge como indicador. A diferencia de lo que ha
sido tradicional, la relación no es de “representación” porque el objeto simbólico no vuelve a
presentar nada; mejor, es un componente del sistema.
Ningún objeto estimulativo en sí mismo garantiza la relación simbólica porque ésta se define
funcionalmente, según lo que se haga con él o ante él; y este hacer es compartido o convencional. Si
se enseñara la relación arbitraria entre una cruz y la etiqueta verbal “cristianismo”, difícilmente
podría afirmarse que se responde ante la cruz como símbolo del cristianismo. Al contrario, lo sería
si se ha respondido a varias relaciones tanto de señal como protosimbólicas, que en conjunto
definen lo que es el cristianismo. Por eso es que las relaciones lingüísticas no son sólo arbitrarias
sino principalmente convencionales. Tampoco podría afirmarse que estas relaciones tienen la
característica de membrecía de clase, porque sus nexos no son de semejanza.
La relación simbólica se establece por medio de aquellas otras relaciones, con palabras, gestos
y grafías, que tienen lugar en medio de situaciones sociales y por tanto, requieren de sistemas
categoriales para establecerse. Por ejemplo, el cristianismo es un sistema complejo de formas de
vida y juegos de lenguaje dentro de los cuales pueden reconocerse indicadores que inicialmente
funcionan como señal pero que pueden terminar indicando al sistema completo como símbolos. El
símbolo es una consecuencia del sistema lingüístico, no una precedencia, porque se vincula con una
abstracción del sistema. Así, y vinculando esto con el ejemplo de Deacon (1997), las relaciones
sociales se fueron complejizando en su arquitectura de tal modo, que surgieron indicadores de las
mismas con funciones de regulación: lo malo, lo bueno, lo que tiene poder, etc.
La evidencia del logro de relaciones simbólicas de este tipo en primates no humanos es
prácticamente nula. A lo sumo, se reporta que tras muchos ensayos, dan muestra de la adquisición
de discriminaciones relacionales de escasa amplitud funcional como para hablar de abstracciones
conceptuales y simbólicas (vgr. Revesz, 1925; Lashley, 1940; D’Amato y Colombo, 1989). De hecho,
la evidencia señala que pueden aprender a responder a piezas arbitrarias en lugar de objetos, pero
no en lugar de conceptos (cf. Premack y Premack, 1983). Quizás las demostraciones más
controvertidas de que por lo menos chimpancés y bonobos sí poseen la capacidad de simbolizar
provienen de las investigaciones de Savage-Rumbaugh (Savage-Rumbaugh, Sue, Rumbaugh y
Boysen, 1978; Savage-Rumbaugh, Sue, Rumbaugh, Smith y Lawson, 1980; Savage-Rumbaugh y
Lewin, 1994; entre otros), y que Deacon (1997) recoge para caracterizar lo que serían las
condiciones del aprendizaje simbólico. En esos estudios y en otros más, se muestra fehacientemente
que los chimpancés pueden aprender una gran cantidad de asociaciones entre figuras arbitrarias y
objetos particulares. El desempeño en pruebas de relaciones sintácticas entre tales figuras y otras
que indicaban verbos, y que no habían sido entrenadas, no fue exitoso al comienzo. Pero tras un
entrenamiento explícito de las relaciones que no eran apropiadas y de las claves que eran
irrelevantes, de miles de ensayos, los animales respondieron correctamente, incluso cuando se
introdujeron nuevas figuras y sus relaciones. De este modo, aprendieron que la función de una
figura arbitraria dependía de su relación con otras y no de la correlación con el alimento solamente.
Deacon (1997) considera que estos estudios aportan varios elementos para entender las
particularidades de las relaciones simbólicas: se requirió la atención a varias relaciones asociativas
simultáneas figura-objeto que fueron repetidas una y otra vez; la consecuente reducción atencional
a una sola de éstas; y un cambio de atención hacia relaciones figura-figura. Esto, según el autor pudo
haberse promovido en las sociedades primitivas por medio de los rituales, debido a su carácter
repetitivo y por el vínculo emocional con propiedades de personas, objetos y actividades que
devinieron en poseedores de atributos. A su vez, los rituales estaban al servicio del establecimiento
de la cohesión grupal, relacionada con asuntos no aparentes ni definibles a partir de un solo objeto
sino de la relación compleja entre tales personas, actividades y objetos. Así, Deacon (1997) afirma:
En general, probablemente sea justo concluir que entre mayores sean las dificultades o más
intensas las fuerzas sociales compensatorias que deben mediarse – es más probable que se
requieran medios altamente ritualizados para establecer respuestas simbólicas apropiadas
(p.403).
Y continúa el autor afirmando que “una esposa”, por ejemplo, es un atributo que se define con
respecto a un sistema completo de otros atributos que cambian implícitamente a medida que aquél
cambia; y además, es categórico, no más o menos continuo. Inicialmente, lo que fungía como señal
de algo (un objeto, una marca, un vestido, etc.) puede devenir un gesto simbólico o un símbolo tras
la constitución del sistema completo, pues deja de particularizarse su funcionalidad.
El hecho de que la función simbólica de un objeto estimulativo se adquiera en virtud de un
sistema de relaciones, hace que la organización o sintaxis del sistema sea una característica
definitoria de los sistemas reactivos convencionales. Como afirma Deacon (1997): “Debido a que la
referencia simbólica es inherentemente sistémica, no puede haber simbolización sin relaciones
sistémicas. Así, la estructura sintáctica es una característica integral de la referencia simbólica, no
algo separado y añadido” (p.100).
Las diferentes unidades del sistema pueden referirse a relaciones de señal pero no son en sí
mismas señales. Esto le imprime al sistema una funcionalidad que exige radicalmente la relatividad
de sus componentes y sus posibilidades combinatorias explícitas o implícitas. Las palabras, de este
modo, tienen su función debido a la relación que guardan con otras palabras en frases y oraciones,
lo cual lleva a que un análisis útil de la funcionalidad lingüística comienza con las oraciones y no con
las palabras aisladas. Si se abordan de este modo, se impone un análisis de las palabras como
señales y no como símbolos, a no ser que resulte de un análisis previo del uso proposicional y de su
abstracción como reificación conceptual (cf. Quine, 1990, p.65). Es el carácter predicativo
fundamental de la proposición el que se vincula con el uso de verbos y a su vez, éstos con la
descripción de secuencias de acción y con el surgimiento de una organización sintáctica (cf. Ardila,
2006).
La organización sintáctica del sistema reactivo convencional no es otra que la que permite la
arquitectura categorial de la práctica misma, ya sea en la forma de categorías episódicas o
abstraídas. Tal “sintáxis práctica” define los usos correctos en el plano de la “gramática superficial”
pero también los usos pertinentes en el plano de la “gramática profunda” (cf. Wittgenstein, 1953),
que son dos caras de la misma moneda (Ryle, 1971). Así, el sentido de las expresiones no es un
asunto que se añade a las expresiones mismas sino corresponde con la forma como se usan según
tal organización sintáctica. Es por esto que la distinción entre sintaxis y semántica no es
psicológicamente relevante, pues el “significado” y el “sentido” de una expresión son sus usos según
la arquitectura categorial de la práctica social de la que hace parte (cf. Austin, 1961/1979).
Según lo anterior, no es conveniente separar el asunto de la “comprensión” del asunto del
sistema reactivo convencional mismo. No tiene sentido afirmar que se ha desarrollado un sistema
reactivo convencional si no se usa “comprensivamente”, es decir, si no es pertinente según la
organización de las prácticas sociales en las que se despliega, tanto en sus modos activos como
reactivos. De esta manera, es en el curso de las expresiones lingüísticas que se evidencia la
arquitectura categorial que las sustenta; pero esto no es algo que se les añade ni aquéllas son
independientes de ésta. Como afirma Ribes (2006b), el uso pertinente de las expresiones
corresponde con su uso conceptual limitado por las categorías. El sentido de lo dicho viene con lo
dicho en situación: “Yo pensé un pensamiento mientras las decía”. “¿Qué pensamiento? justo lo que
dije” (Wittgenstein, 1974/1990, p.51), de modo que la relación entre “lenguaje” y “pensamiento” es
prácticamente inextricable. El mismo autor continúa mostrando cómo no tiene sentido la
disyuntiva: “¿El niño aprende solo a hablar, o también a pensar? ¿Aprende el sentido de la
multiplicación antes o después de aprender a multiplicar? (p.108).
Preguntar por el sentido de una expresión puede ser tan engañoso como hablar en el vacío del
significado de una palabra, como si fuera algo que se distingue y se añade a ésta (Austin,
1961/1979). Esta pregunta puede llevar fácilmente a la respuesta de que el significado es un
“concepto”, “idea”, una “clase”, etc. como entidades preexistentes de las que la expresión haría parte.
Hablar de lo que significa una palabra puede consistir en juegos de lenguaje tan diversos como
señalar un objeto y sustituirla por otra, pero principalmente consiste en una tarea de traducción. Y
cuando es de esto de lo que se trata, no se reduce a relaciones de equivalencia funcional unívocas y
por tanto, no se reduce a relaciones de señal sino auténticamente a relaciones simbólicas
establecidas convencionalmente en el desarrollo de prácticas sociales. Es por esto que Quine (1990)
sostiene la tesis de la indeterminación de la traducción, pues la intercambiabilidad de las
expresiones no funciona como relaciones de equivalencia funcional sino como explicación (ver
también Wittgenstein, 1974/1990), con hacer explícitas las reglas de uso. Comprender las
expresiones es traducirlas pertinentemente según las prácticas sociales que las contextualizan. Y no
sólo consiste en responder a ellas según otras palabras supraordinadas que fungen como claves,
sino como componentes de prácticas, de sistemas contingenciales que pueden no identificarse
plenamente, por lo que la traducción no queda determinada. Afirma Quine (1990):
La tarea del traductor descansará en todo momento sobre conjeturas psicológicas acerca de
las creencias que es probable que el nativo posea…Nuestro hombre elegirá, en efecto, aquellas
traducciones que atribuyan al nativo creencias razonables o acordes con la forma de vida
selvanesa (p.78).
Dado lo anterior, entonces, el estudio del sistema reactivo convencional es el análisis de la
configuración funcional reactiva que tiene lugar en el ajuste categorial, en sus modos de
gesto/observación, habla/escucha y escritura/lectura. Estos modos pueden estudiarse en un nivel
más molecular en la forma de habilidades (textear, fonar, grafiar, etc.) pero principalmente en su
articulación funcional como componentes de la arquitectura convencional del sistema reactivo.
Puede afirmarse (Ribes, 2006b) que se trata de una arquitectura conceptual, una organización de
usos pertinentes, definidos como tales por el juego de proposiciones y prácticas que encauzan su
uso. Como se ha defendido, el establecimiento del sistema incluye relaciones basadas en el
isomorfismo y en la contigüidad entre las morfologías de estímulo y de respuesta, como fases
primarias o recursos locales de equivalencia funcional, pero la organización resultante presenta una
dinámica diferente pues la relación entre sus componentes no se sostiene por semejanza ni
correlación ni contigüidad; de hecho, puede producirse por primera y única vez con pleno sentido.
Este principio se vincula con el uso que hizo Avenarius (como se cita en Razran, 1971, p.25) del
término dominancia, referida al hecho de que en un momento dado una serie de sistemas vitales
determina la dirección general de la conducta individual. Sin embargo, es diferente del uso que hace
del término Ukhtomsky (como se cita en Razran, 1971), pues con él se refiere a la magnitud
diferencial de centros neurales debido a la mayor cantidad de excitaciones estables en uno de ellos
que lo vuelve dominante excitatoriamente.
La derivación directa de la anterior proposición se ilustra en la Figura 3. Cada sistema reactivo
incluye un componente estimulativo a partir del cual es posible su configuración. El componente
estimulativo de un sistema queda integrado en el del sistema con posibilidades reactivas más
evolucionadas. De este modo, el número 1 indica que una vez se desarrolla un sistema reactivo
ecológico, éste integra a los objetos, eventos e indicios cuyas características dieron origen a las
posibilidades reactivas del sistema fisicoquímico, pero como componentes estimulativos con
funciones ecológicas. Como consecuencia, un objeto ya no es sólo una entidad identificable o asible,
sino una entidad a la que se atiende, se sigue, se busca, etc., con funciones de supervivencia. Por
ejemplo, un gato responde ante el movimiento de una cuerda inclinada en cierto grado y con cierta
velocidad, de forma semejante como lo hace ante una presa.
Estas particularidades de especie han llamado la atención en los experimentos tradicionales
de condicionamiento, como por ejemplo, el reportado por Breland y Breland (1961), pues imponen
una restricción o modulación característica de la especie, a la configuración de diversas relaciones
funcionales. Pero por otro lado, este análisis permitiría afirmar que la tradición operante ha
privilegiado el estudio del desarrollo de los sistemas reactivos ecológicos (atención, discriminación,
seguimiento, etc.) no con relación a otros organismos, sus respuestas y señales, primigenios para su
establecimiento, sino con objetos estimulativos que no disponen funciones ecológicas, como es el
caso de discos de luz o palancas. Es decir, se ha estudiado básicamente el sistema reactivo ecológico
con objetos que disponen propiedades funcionales fisicoquímicas más no ecológicas.
Figura 3. Dominancia funcional lograda por los sistemas reactivos ecológico y convencional
Sería pretencioso reseñar acá la vastísima literatura sobre desarrollo lingüístico. Pero es
conveniente mostrar cómo algunos de los asuntos comunes en esta literatura, pueden ser leídos a la
luz de las categorías que acá se proponen. Como punto de partida, es útil retomar el planteamiento
vygotskiano (Vygotski, 1934/1981) de que el “pensamiento verbal” es la unidad funcional alrededor
de la cual se puede articular una concepción del desarrollo lingüístico, pues permite rastrear los
logros previos y posteriores con sentido funcional.
Una de las relaciones previas al logro de tal unidad funcional se caracteriza como la fase
preintelectual del lenguaje, en la cual el niño comienza a producir sonidos vocales que van
adquiriendo morfología y funcionalidad convencional pero sin que se evidencie el carácter sistémico
de su uso. Lo interesante de esta relación es que el niño va diferenciando morfologías gestuales,
vocales y gráficas en integración con las prácticas sociales en las que se va insertando; van
constituyéndose en sus despliegues reactivos más comunes. Pero por otro lado, en la que el autor
denomina la fase prelingüística del pensamiento, se va evidenciando que el niño “comprende” más
de lo que dice (cf. Shatz, 1978), de modo que los niños van integrándose a los sistemas
contingenciales diferenciando paulatinamente sus componentes (cf. Vygostki, 1934/1981, p.148).
El niño muestra su ajuste a las prácticas sociales haciendo un uso diferencial de los
movimientos que madurativamente puede hacer. Inicialmente, la observación y la gestualización
son sus principales herramientas, junto con la escucha y el habla, que sin embargo se desarrollan de
forma complementaria. Las sonrisas, los llantos, los movimientos de las manos y la cabeza, etc., son
progresivamente relacionados con la obtención de comida, compañía, abrigo, juego, etc. Y tal
relación se da en el curso de los sistemas contingenciales que componen las múltiples prácticas
sociales del día a día: acostarse, bañarse, comer, vestirse, dormir, etc., en medio de regularidades de
momento, lugar y modo.
El desarrollo del sistema reactivo va estableciéndose según los cursos de las arquitecturas
categoriales de las prácticas sociales pero además, en la forma de contactos funcionales
diferenciales, especialmente de tipo contextual, suplementario y selector. En la medida en la que el
niño logra mayor capacidad de manipulación y desplazamiento, se van configurando los dos últimos
contactos, aún restringidos a los parámetros de una misma situación. Inicialmente la actividad del
niño es principalmente motora gruesa y gestual, acompañada de vocalizaciones aún irregulares,
pero va logrando progresivamente adecuación y pertinencia según los criterios de las prácticas
sociales. En la medida en que el niño logra vincular dos eventos de su ambiente por medio de su
actividad, y eso es valorado como pertinente y con sentido por parte de sus cuidadores según los
criterios categoriales vigentes, lo común es afirmar que el niño “pretende” comunicar algo, o “tuvo la
intención de hacerlo”. Esto comienza a observarse alrededor de los 9 meses (cf. Bates, Camaioni y
Volterra, 1975). La tesis de Tomasello (2003) es que este primer ajuste pertinente, aunque no
verbal, es requisito para el desarrollo léxico, pues establece las habilidades básicas para atender
conjuntamente y comprender la acción de otro como enmarcada en una trama de relaciones que van
adquiriendo valor funcional.
Lenneberg (1967) diferencia entre los sonidos de gritos y llantos, que no ofrecen una
articulación diferenciada, y las vocalizaciones que aparecen desde el segundo mes de las que sí se
desarrollarán los sonidos pertinentes para el dominio de la lengua particular. Hasta el primer año
aparecerán diferenciaciones entre sonidos vocálicos y consonánticos, que sin embargo, no
corresponden necesariamente con los de la lengua materna. Ésta comienza a mostrar su influencia
selectiva de tal actividad alrededor de los 6 meses y se hace más evidente entre los 9 y 18 meses,
cuando el balbuceo del menor presenta pautas de entonación semejantes a los de la lengua materna
(cf. Boysson-Bardies, Halle, Sagart y Durand, 1989). El repertorio fonético del niño que corresponde
con el de la lengua materna estará establecido alrededor de los 5 ó 6 años. Este proceso de
diferenciación fonética, no está sin embargo aislado de las prácticas sociales en las que el sistema
reactivo se va integrando como instrumento. A respecto, Richelle (1975/1981) afirma:
El niño no aprende el sistema fonológico afinando la discriminación auditiva y la producción
de sonidos aislados. El sistema fonológico no es independiente del uso general del lenguaje.
Las distinciones fonéticas sólo son importantes en la medida en que sirven de soporte a
distinciones de sentido (p.59).
Es por esto que pareciera que el niño “comprende” más de lo que “produce”, pues los errores
articulatorios son sólo un componente del sistema que va progresando funcionalmente en la
integración a la arquitectura categorial de la práctica social. En esa misma, Richelle (1975/1981)
afirma: “Estos errores no tienen prácticamente importancia si no implican confusión de sentidos, es
decir, si no tienen incidencia fonológica” (p.59). Habla menos de lo que muestra su integración
pertinente a la práctica social, porque la emisión de sonidos va desarrollándose en función de la
dificultad sensorio-motriz: los músculos implicados, el control de la amplitud de los movimientos,
etc.
Desde los 12 meses, aproximadamente, los niños aumentan el número y complejidad de su
actividad verbal. Este proceso se describe a partir de procesos tipo contextual (asociativo entre
etiquetas verbales y objetos, por ejemplo), suplementario (obtención de logros sobre los objetos y
otras personas a partir de lo que dice, por ejemplo) y selector (verbalización y actividad general
dependiente de diversas claves en su alrededor). El crecimiento exponencial de tal actividad ha
logrado cierta representatividad en el laboratorio por medio de los estudios sobre emergencia
(Sidman, 1994) o derivación de relaciones (Hayes et al., 2001). A partir de algunas relaciones
entrenadas por procesos de reforzamiento, los individuos dan muestras en situaciones de prueba,
sin tal reforzamiento, de que pueden responder a un mayor número de relaciones que implican las
primeras. Por su parte, Smith (2000) presenta evidencia empírica que sugiere que un enfoque
centrado sólo en el aprendizaje, da cuenta del desarrollo léxico de los niños de forma suficiente. En
particular, presenta evidencia de que el proceso de generalización a partir de un sesgo de la forma
de los objetos, explica gran parte de la emergencia de relaciones no entrenadas.
Estas propuestas constatan el hecho de que se adquieren funciones de respuesta ante
propiedades funcionales de objetos y eventos, y no relaciones particulares objeto-respuesta.
Además, que tales propiedades funcionales se ven alteradas por las relaciones que establecen con
otras del mismo objeto u otro (aludiendo algunos a procesos de transferencia o transformación de
funciones v.gr. Tonneau, 2001; 2004b; 2004c). Por ejemplo, el niño aprende a decir “papá” ante su
papá pero también lo puede decir cuando ve las pantuflas de éste o cuando ve a otro hombre
parecido. De ahí que las llamadas sobreextensiones (nombrar a varios objetos que comparten alguna
característica con otro, con el nombre de éste; por ejemplo, “papá” a todos los hombres con bigote) e
infraextensiones (nombrar sólo a un objeto de una forma que se aplica a un mayor número), puedan
interpretarse como ejemplos de la delimitación categorial progresiva que se establece con la
retroalimentación de los adultos, o como un desplazamiento vertical-horizontal en los sistemas
categoriales que componen las prácticas sociales en las que el niño participa. Un desplazamiento
horizontal amplio (amplitud categorial) no necesariamente implica un logro abstracto complejo
(desplazamiento vertical), como lo atestiguan los estudios de Vygostki (1934/1981) que llevaron a
plantear su taxonomía de la formación de conceptos (conglomeraciones, complejos y conceptos).
Sin embargo, una caracterización completa del desarrollo necesita atender a las
particularidades de las prácticas sociales, pues son éstas las que imprimen la organización del
desarrollo (cf. Akhtar y Tomasello, 2000). En algún sentido, los procesos mencionados en el
apartado anterior son básicos para explicar aspectos locales de tal evolución del sistema reactivo
pero se requiere una definición de mayor nivel de molaridad que los contextualice. Esto implica
atender a la interacción que establecen cuidador y niño de forma minuciosa. Como menciona
Richelle (1975/1981), hay dos tipos de personas que cumplen papeles diferentes: por un lado, están
las que hablan alrededor del niño; y por otro, las que le hablan al niño, ocupando un papel central en
la satisfacción de sus necesidades, como es el caso de la madre o su sustituto. Según se observa, las
madres se dirigen al niño en lo que Wyatt (1969) llama “regresión positiva” y que actualmente se
denomina maternés o paternés o de forma más precisa, habla dirigida al niño. Esta forma de habla
es diferente a la que se despliega frente a otro adulto y se caracteriza entre otras cosas, por tener un
tono más alto, ser más simple, pausada, redundante, utilizando diminutivos, con altos elementos
prosódicos, y rica en extensiones y expansiones de lo que el niño dice.
En un estudio dirigido por Matychuk (2005) en el que se analizaba este tipo de habla, se
encontró que en especial, el habla de la madre difería de la de los demás miembros de la familia,
particularmente en que fomentaba funciones regulatorias y deícticas (“tú” y “yo”) de la interacción.
Además, se concluye que tal habla es sutilmente más compleja que la que el niño usa; se centra en
asuntos del aquí y ahora del niño; se centra más en aspectos significativos de lo que el niño dice, lo
cual podría parafrasearse como que procura retroalimentar la pertinencia de lo que el niño hace y
dice según la práctica social de referencia; está llena de respuestas fáticas que muestran que el
adulto está prestando atención; y usa pausas conversacionales de modo que el habla se ajuste a
otras actividades y a la habilidad progresiva del niño.
La hipótesis de Akhtar y Tomasello (2000) es que en la interacción entre cuidador y niño, el
logro final del segundo es comprender aquello en lo que el primero quiere llamar su atención. Es
decir, el proceso de desarrollo léxico podría describirse como uno que lleva a una sintonía entre lo
que los dos miembros de la díada hacen, que en últimas, se vincula con la búsqueda de pertinencia
en la interacción y el establecimiento de una pequeña comunidad convencional, y no sólo sería un
proceso de asociación entre instancias (relación tipo señal). El estudio de Baldwin, Markman, Bil,
Desjardins, Irwin y Tidball (1996) es una prueba interesante de esto. Dispusieron dos condiciones:
en una, los niños escuchaban a un adulto nombrar a un objeto desconocido que aquéllos estaban
sosteniendo, mientras el mismo adulto los observaba. En otra condición, los niños escuchaban el
nombre pero el adulto estaba fuera del alcance de su vista. Los resultados indican que sólo los niños
de la primera condición aprendieron los nombres, y por tanto, que no es suficiente la asociación
palabra-objeto para aprender a nombrar algo. Pero además, que es la pertinencia a unos criterios
sociales que “dan sentido”, lo que posibilita que el niño atienda a lo que él otro dice y hace y se
comporte de acuerdo con eso. Como dicen Akhtar y Tomasello (2000): “Mostrar que los infantes son
sensibles a la covariación o correlación entre dos variables manipuladas, no significa que hayan
aprendido una palabra” (p.121). Ésta, fundamentalmente es un componente de un sistema reactivo
completo cuya organización es dependiente de la organización de una práctica social.
Como se mencionaba, el habla dirigida al niño cumple con funciones de extensión y expansión.
En la extensión, la madre añade algún aspecto significativo a lo que el niño dice. Por ejemplo, si dice
balón pum, la madre dice sí, el balón se cayó y salió rodando porque es redondo. En la expansión, la
madre dice El balón hizo pum, es decir, completa la oración añadiendo elementos conectores.
Algunos hallazgos experimentales (cf. Richelle, 1975/1981) sugieren que las extensiones favorecen
más que las expansiones el desarrollo del sistema reactivo convencional del niño. Si se interpretara
en las categorías wittgensteinianas, la expansión favorece la gramática superficial (palabra en
oración) mientras la extensión la gramática profunda (oración en el juego de lenguaje).
Seguramente el desarrollo de ambas gramáticas van de la mano, pero al parecer, la gramática
superficial es subsidiaria de la gramática profunda. Estos hallazgos sobre el habla dirigida al niño
contribuyen a resaltar la importancia del habla del cuidador en el desarrollo del sistema reactivo
convencional y por ende, en la promoción del ajuste categorial del niño (ver también los estudios de
E.L. Moerk, v.gr. Moerk, 1978; 2000)
El proceso de expansión del repertorio es complejo y relativamente lento. Los cuidadores
hacen expansiones y extensiones permanentemente, de modo que el niño no se expone a palabras
aisladas fuera de relaciones con relevancia práctica. Los adultos enfatizan las expresiones y/o
palabras que se vinculen con los objetos y eventos que componen la práctica social, en lo que Ninio
(1980) denominó definiciones ostensivas: “esto es un X”. No es de extrañar, entonces, que lo que el
niño primero dice son estas expresiones o términos, que se han llamado “palabras contenido”
(referidas a objetos, eventos y sus características, cf. McCarthy, 1954, como se cita en Reese y
Lipsitt, 1970/1980), diferenciándolas de aquellas que cumplen con una función articulatoria, pues
son las que lo vinculan directamente con tales objetos y eventos como fenómenos discriminables.
Los estudios de Brown (1973) sobre la producción de parejas de palabras en infantes, muestran que
éstos hablan sobre los objetos y eventos de sus situaciones particulares refiriendo relaciones entre
éstos: “mamá te”, “uflas pa”, etc., en la forma de agente-acción, entidad-atributo, acción-objeto, etc.,
con cierta regularidad posicional. Los teóricos se sorprenden al “comprobar” que de forma
consistente el niño menciona ciertas palabras en ciertas posiciones, como por ejemplo el artículo
antes del sustantivo. ¿Por qué no habría de hacerlo si eso es lo que escucha? (cf. Braine, 1963).
Es sugerente pensar que la enunciación de expresiones vinculadas con objetos o eventos,
aunque pueden ser idénticas morfológicamente a las palabras del adulto, funcionalmente incluyen a
las expresiones relacionales, pues se han adquirido junto con ellas. El desarrollo de holofrases (Latif,
1934), una sola emisión que en la gramática adulta corresponde a una frase, puede ser indicador de
esto, asunto que Vygotsky (1934/1981) reconoció al afirmar que esa frase-palabra está indicando
todo un flujo de comportamiento del niño frente al objeto o evento. De ahí entonces, que la inclusión
de las categorías gramaticales formales pueda confundir nuestra comprensión del fenómeno, pues
sugeriría que el niño adquiere primero “adjetivos”, “sustantivos”, etc., y luego los términos de enlace
sintáctico, llevando a controversias sobre si aprende primero a “procesar semánticamente” y luego a
“procesar sintácticamente” (v.gr. Pinker, 1984). Una lectura diferente de esto, sugeriría que el niño
está desde el comienzo ajustándose de forma pertinente (si se quiere significativa) a las prácticas
sociales que el adulto le ofrece, de modo que cada cosa que dice y hace “tiene pleno sentido” y tiene
una riqueza sintáctica proporcional a la arquitectura contingencial a la que ha podido insertarse.
La evidencia sugiere que la complejidad sintáctica de las expresiones del niño son función del
enriquecimiento léxico (cf. Brown, 1973), lo cual es de esperar pues aquélla se justifica cuando hay
unidades que puedan hacer parte de relaciones. Sin embargo, lo interesante es que la complejidad
sintáctica es función también de la sofisticación en la integración social que el niño logra (cf.
Tomasello, 2003). La integración efectiva del niño a las prácticas sociales y sus sistemas
categoriales, coincide necesariamente con una mayor diferencialidad de los segmentos verbales de
modo que éstos sean funcionales para tal integración. La literatura reporta que existe alta
regularidad en la forma como los niños van diferenciado los segmentos funcionales adquiridos (v.gr.
Brown, 1973). Por ejemplo, utilizan la desinencia que indica que ellos mismos están llevando a cabo
una actividad (presente continuo), primero que otras; la referencia a una tercera persona deviene
posteriormente. Curiosamente los investigadores no enfocan este hecho desde lo que implica
prácticamente que el niño lo haga o qué condiciones lo promueven, sino que lo plantean en
términos de “adquisición de morfemas” y cómo es una prueba de que se posee un conocimiento de
las reglas gramaticales. Lo interesante, como afirma Tomasello (2003), es preguntarse por la
significación funcional de eso. ¿Qué implica que el niño primero hable de forma pertinente y correcta
según su lengua materna, sobre su propia actividad en curso? ¿Cómo se vincula eso con la atribución
que otros hacen de las características del propio niño, diferenciándolo de otras entidades del
mundo? ¿Cómo se relaciona con el hecho de que el niño progresivamente va afectando los
acontecimientos que le rodean y domina cada vez mejor técnicas e instrumentos conductuales para
hacerlo?
Finalmente, el despliegue de unidades verbales correspondientes con las invarianzas
lingüísticas de su comunidad de referencia, ha llevado al reconocimiento de las
sobrerregularizaciones, en las cuales, el niño utiliza desinencias de verbos regulares cuando utiliza
verbos irregulares (cf. Cazden, 1968; por ejemplo, dice “ponió” para decir “puso”). Este fenómeno ha
llevado a plantear modelos hipotéticos (v.gr. Marcus, 1996) que plantean reglas gramaticales
representadas a las que se accede sólo si no hay información específica sobre las formas irregulares
almacenadas una a una en la memoria. Pero puede haber formas más simples de interpretación y
que exijan un menor esfuerzo de creatividad e imaginación por parte del investigador para abordar
este hecho. La tradición experimental del mismo autor atestigua que la sobrerregularización covaría
negativamente con la frecuencia en que los padres utilizan verbos irregulares y que desaparece
gradualmente a medida que transcurre el periodo preescolar. Es decir, que a mayor experiencia con
las expresiones irregulares menor sobrerregularización. Se entiende entonces que en el proceso de
desarrollo lingüístico el sistema reactivo va ajustándose a las invarianzas de uso y la afinación casi
completa es función de su uso pertinente retroalimentado por los otros competentes.
También es interesante la caracterización del proceso de ajuste a la invarianza y a las
excepciones idiosincrásicas de cada lengua. El estudio de Palermo y Eberhart (1968) muestra que
ese proceso en los niños es semejante al de los adultos enfrentados a tareas de ajuste a reglas y
excepciones, el cual se caracteriza como aprendizaje inicial de relaciones particulares, seguido del
aprendizaje de relaciones genéricas que subsumen a las anteriores, y finalmente, identificación de
las relaciones particulares en el contexto de las relaciones genéricas. El niño inicialmente escucha
“puso” sistemáticamente; pero de forma paralela, aprende la terminación “ió” para la mayoría de
verbos regulares en pasado. Esta regularidad cubre a las relaciones particulares anteriormente
identificadas hasta que luego se diferencian con la retroalimentación consistente. El ajuste a una
invarianza no implica necesariamente su abstracción en la forma de concepto teórico; de hecho,
pasará mucho tiempo y se requerirá un repertorio mucho más complejo que el que los niños tienen
en ese momento, que involucra competencias lectoras y escritas, para llegar a hacerlo. Lo que sí
implica es una integración más fina a la arquitectura categorial de las prácticas, que trae consigo la
identificación de sus regularidades y particularidades, no sólo en lo que se dice sino también en las
demás formas de actividad.
Es necesario enfatizar que el desarrollo reactivo lingüístico sólo es concebible atendiendo a
múltiples aspectos en su integración. No es posible comprender cómo el niño logra a hablar
significativamente sin observar lo que sus cuidadores hacen cuando él habla o gesticula. Por eso, el
estudio de tal desarrollo en capítulos aislados como “percepción del habla”, “producción de
sonidos”, “comprensión”, etc., sólo da lugar a hallazgos descriptivos de lo particular, vinculados con
procesos comunes y que configuran modelos hipotéticos o micro teorías que dispersan una visión
unificada e integral de tal desarrollo. Por ejemplo, Bruner (1975) describió cómo el flujo de
comportamiento lingüístico y no lingüístico del niño se segmenta funcionalmente en relación con lo
que los padres dicen de él, el momento y la forma en el que lo dicen. Este hecho ofrece en sí mismo
una visión molar e informativa, que incluye “percepción”, “aprendizaje”, “memoria”, “comprensión”,
“producción”, etc. Si se descompone analíticamente según cada uno de estos aspectos, no revelará
procesos básicos nuevos a los que estudian en otras áreas sino sólo caracterizaciones descriptivas.
En su lugar, se propone enfocar el problema desde el hecho molar, que imprime significado y
dirección teórica, y avanzar en su análisis molecular de relaciones funcionales entre parámetros.
Este análisis cobra sentido en el contexto del hecho molar, pero no merece microteorías que apelen
a nuevos constructos ni procesos hipotéticos.
A medida que avanza el proceso de desarrollo, se puede proponer con Vygotski (1934/1981)
y Luria (1961) que los sistemas reactivos convencionales devienen instrumentos de integración
conductual. Los estudios del segundo autor son especialmente esclarecedores sobre este proceso.
En un principio, cerca de los 18 meses el niño puede seguir una instrucción sencilla pero ésta no
detiene una acción ya comenzada o cambiarla. Cuando se les pide que hablen mientras que hacen
algo, no es fácil que lo logren antes de los 2 años. En esa medida entonces, aún el sistema reactivo
convencional no ha ganado dominancia funcional sobre los demás sistemas reactivos. Ésta se va
estableciendo gradualmente cuando el sistema reactivo convencional soporta la precisión de la
acción, como ocurre con el “lenguaje egocéntrico” asociado a actividades prácticas (p.ej., contar con
los dedos), pero su papel es sólo de soporte que integra diferentes segmentos; es decir, de alguna
manera, aún su uso no es convencional por lo menos con relación a esa función de acompañamiento.
Más o menos, alrededor de los 5 ó 6 años, momento en el que las expresiones verbales se parecen
más a las de los adultos, el sistema reactivo convencional afecta a la propia acción por las
propiedades funcionales que introduce y no sólo por ser un instrumento reactivo adicional. Es en
este momento, que va logrando primacía sobre la actividad, sin necesidad de ser audible para otros,
en la forma de “lenguaje interiorizado”, que es propio del pensamiento verbal y que se asocia con las
formas más complejas de conducta. Vygotski (1934/1981) lo expone brevemente: “Un niño
pequeño dibuja primero, después determina qué es lo que ha dibujado; en la edad siguiente pone
nombre al dibujo cuando está a medio hacer y, finalmente, decide de antemano qué es lo que va a
dibujar” (p.40). Sólo si hablar facilita la acción, adquirirá función reguladora; de lo contrario, si la
interfiere, se dispensará a favor de continuar la acción (como en el caso deportivo, por ejemplo).
Cuando el sistema reactivo convencional logra dominancia funcional respecto a los demás, lo
que la persona hace ahora no sólo está supeditado a las exigencias físicas de la situación particular
en la que se encuentre sino que interactúa con ésta en términos de lo que se dice o de lo que los
demás dicen. Ahora el niño tiene la aptitud de ver su propio cuerpo y lo que le ocurre en términos
de las propiedades funcionales de las prácticas sociales en las que vive. El niño aprende a hablar
pertinentemente ante los demás de modo que pueda afectar lo que otros hacen. Por ejemplo,
aprende a hablar y referir “dolor”, “sentimientos”, “deseos”, y otros juegos de lenguaje que
establecen sus propios criterios de pertinencia (cf. Wittgenstein, 1953; 1980). En este proceso va
identificándose lo que sería el “sí mismo” y el “otro” de la psicología tradicional, que no se escapa de
los criterios de diversas prácticas sociales sobre la apariencia física, lo bueno y lo malo de lo que se
hace, lo valioso y lo reprochable, etc. Afirma la psicología tradicional que estos logros implican que
el niño forma una “teoría de la mente” o una “meta-representación”, lo cual se asocia con la
posibilidad de tratar al otro como una persona que conoce y experimenta como si mismo (vgr.
Sabbagh y Callanan, 1998).
Dentro de las nuevas funciones que surgen de este desarrollo, se encuentran aquellas que
transforman las propiedades y relaciones aparentes de las situaciones de interacciones en términos
de propiedades estrictamente lingüísticas que surgen de las diversas prácticas sociales y sus
categorías. Estas funciones psicológicas las denominan Ribes y López (1985) como sustitutivas de
contingencias, en la medida en que se sustituyen relaciones de contingencia basadas sólo en
propiedades situacionales por otras que provienen de situaciones con arquitecturas categoriales
diferentes, cambiando lo que se hace y dice en circunstancia. Ésta es la aptitud conductual
exclusivamente humana y corresponde con los contactos extrasituacionales y transituacionales ya
mencionados.
De esta manera, entonces, se propone que el sistema reactivo convencional va dominando
funcionalmente sobre los demás sistemas: como un “ver como” que prácticamente se impone (cf.
también con Wittgenstein, 1953, p. 109-112) y además, como soporte para la integración
conductual. En la primera modalidad la dominancia reactiva convencional hace referencia a una
subsunción funcional y en la segunda a la disposición de morfologías reactivas lingüísticas que
permiten la integración de diversos segmentos estimulativos y reactivos.
Tabla 3.
Categorización de modos lingüísticos.
Objetos y eventos de
Modo lingüístico Sistemas reactivos dominantes
estímulo
Personas, acciones y
Observar productos; organismos, Visual
respuestas y señales; objetos,
eventos e indicios.
Reactivos Acciones verbales y no
a
Escuchar verbales y sus productos; Auditivo
respuestas y sus señales;
eventos y sus indicios.
Leer Grafías Visual/vocal/táctil/propioceptivo
Gesticular/señalar Gestos, ademanes, señales. Motriz/propioceptivo
Hablar Productivos Verbalizaciones Fonador-Vocal/motriz
de
Escribir Grafías Motriz/visual
Históricamente, hablar ha sido el modo lingüístico que más ha recibido atención teórica y
experimental desde posturas mediacionales (v.gr. Clark y Clark, 1977) como no mediacionales (v.gr.
Moerk, 1977). Esta primacía del estudio del habla particularmente se debe a que es la forma de
expresión lingüística predominante entre las personas de cualquier sociedad, la cual no
necesariamente está sometida a un entrenamiento educativo formal, sino que se desarrolla en las
prácticas sociales entre individuos y sobre la cual es posible establecer dimensiones funcionales
pertinentes desde cada postura conceptual; en concreto, es posible tomar mediciones con respecto
de unidades gramaticales, morfosintácticas, de frecuencia, de duración, de tiempos de reacción, de
fuerza e intensidad del discurso, entre muchas otras.
El hablar se refiere, en tanto un acto en circunstancia, al conjunto de respuestas fonéticas
arbitrarias cuya morfología y discriminabilidad son específicas y que adquieren función
convencional por su despliegue en prácticas sociales. La discriminabilidad es momentánea y
dependiente de los segmentos funcionales del discurso que se establecen en el proceso de
diferenciación reactiva, que incluye entre otras cosas, la modulación de los aspectos prosódicos.
El escuchar por su parte implica el contacto con las propiedades convencionales de los
eventos acústicos, lo cual implica discriminar entre un grito de alegría y un grito de auxilio, entre
diferentes entonaciones que son indicadores de que está vigente un juego de lenguaje particular,
como “estar en un estado de ánimo”. Escuchar, en tanto modo lingüístico, se desarrolla
ontogenéticamente primero que el hablar, en virtud de que lo retroalimenta. Esto se ve por ejemplo,
evidente en las primeras etapas de desarrollo de la lectura en la niñez, en donde se presenta un
desarrollo de la vocalización condicional a la combinación de diferentes grafías escritas (cf. Gómez,
2004).
Existe una ingente evidencia experimental sobre la relación entre habla y escucha,
especialmente en lo relacionado con la segmentación funcional del habla de otros (v.gr. Conboy,
Sommerville y Kuhl (2008), la relación entre los tipos de habla dirigida hacia el niño y su efecto en el
desarrollo reactivo (v.gr. Huttenlocher, Vasilyeva, Waterfall, Vevea y Hedges, 2007) y lo que se
denomina el monitoreo del habla (v.gr. Levy, 1999). Podría ser interesante avanzar hacia la
comprensión del ajuste categorial logrado con el modo de escuchar, en combinación con los demás
modos y aislado. Nótese cómo las prácticas educativas tradicionales se han establecido bajo el
supuesto de que tal ajuste se logra fundamentalmente escuchando.
4. Un programa de investigación.
Vale la pena terminar esta reflexión mostrando en qué medida las categorías expuestas en
este documento representan una alternativa para enfocar los problemas que ocupan a la psicología
del lenguaje. En la Figura 4 se presentan las categorías teóricas desarrolladas que pueden orientar la
investigación.
Las investigaciones enfocadas desde esta categoría corresponden a las preguntas por el
proceso general, lo cual corresponde con la auténtica pregunta disciplinaria de la psicología (cf.
Ribes, 2010). El tipo de preguntas que se formulan desde esta categoría son las condiciones que
permiten la estructuración de una función psicológica, como la contextual, la extrasituacional, etc.
Correspondería, por ejemplo, al estudio de la adquisición y desarrollo de procesos verbales con
paradigmas de condicionamiento clásico y operante, o al estudio de la dinámica verbal propia de las
funciones extra y transituacional. En la medida en que algunos casos sólo se actualiza el ajuste con el
ejercicio de un sistema reactivo convencional particular, entonces estos dos aspectos pueden
vincularse frecuentemente en las investigaciones.
3
3 %%
Ajuste
')
') funcional
Sistema reactivo
convencional/
Modos lingüísticos
Dominio,
Dominio,
Ajuste
Ajuste
subdominios
subdominios 3
3
yy juego
juego de
de categorial
categorial
lenguaje
lenguaje
3
3 %% Competencias
Enfocar los problemas de investigación desde esta categoría teórica implica definir un
dominio, subdominio, juego de lenguaje y sus criterios categoriales. Como se había mencionado, a
diferencia de los criterios de ajuste, los criterios categoriales son requerimientos de pertinencia
conductual al margen del tipo de contacto funcional. Definen el medio de contacto convencional
gracias al cual puede darse un contacto funcional pero no definen éste.
Un dominio es un espacio funcional constituido por categorías. En esa medida, siempre se
define por las organizaciones categoriales que presenta, aunque una sola de éstas no define el
dominio. Por ejemplo, el realismo y el idealismo, son sistemas categoriales diferentes pero
vinculados al dominio de la filosofía y a los subdominios de la ontología; ninguno de aquéllos, sin
embargo, define a éstos. En esa medida, cuando se estudia el ajuste en términos de dominios
particulares, también se definen subdominios, criterios categoriales y juegos de lenguaje
particulares.
El análisis del ajuste con relación a diferentes dominios, juegos de lenguaje y criterios
categoriales, ya no es un asunto de ciencia básica sino una modalidad de investigación
interdisciplinar (cf. Ribes, 2010). En muchos escenarios es atractivo y necesario conocer cómo se da
el ejercicio lingüístico en dominios como las relaciones interpersonales (p.ej. en el área llamada
Teoría de la Mente), las matemáticas, la filosofía, etc.
El tipo de estudios que resultan de enfocar la pregunta de investigación desde estas
categorías, se caracteriza por pretender comprender las particularidades del ajuste a la gramática
de los sistemas categoriales implicados en un dominio. La meta es agotar la comprensión del ajuste
en ese dominio particular, y por tanto, se incluyen diversos subdominios y criterios. Así mismo,
puede ser interés verificar cómo se estructuran diversos contactos funcionales dadas ciertas
condiciones de enseñanza, entre otros. El ajuste categorial, como veíamos, puede analizarse como
aceptación, lo cual incluye la evaluación del grado de integración al juego de lenguaje específico, y
como desplazamiento categorial vertical (abstracción) y horizontal (amplitud de dominio).
El ajuste se mide siempre en la forma de algún tipo de hacer, que en el caso humano implica el
sistema reactivo convencional y sus modos. No obstante, el análisis del ajuste categorial en sí mismo
no significa que el foco de atención sea el sistema reactivo y menos, las competencias en la que
puede participar, debido a que éstas son logros sobre los cuales se puede predicar si son correctos o
no, mientras que en el terreno del ajuste categorial lo que se predica es la pertinencia.
Algunos ejemplos de las investigaciones orientadas por estas categorías teóricas son: ¿cuál es
la diferencia en el ritmo de adquisición verbal en niños de comunidades con lenguas indoeuropeas y
altaicas? ¿Cuál es la relación entre diversas gramáticas de sistemas contingenciales de un dominio y
el grado de ajuste categorial logrado? ¿Cuál es el efecto del modo lingüístico empleado en una tarea
de contingencia abierta (sin el resultado prescrito) sobre la amplitud de dominio y la abstracción
logrados? ¿Qué procedimientos facilita que los niños escriban pertinentemente sobre las especies
biológicas y sus relaciones? Etc.
Un ejemplo del estudio sobre la relación entre un dominio categorial y los modos lingüísticos
lo presentan Mejía y Camacho (2007), en el cual se comparó, en niños de 9 a 11 años, el desempeño
de un grupo en el que aprendían montañas y ríos de América, desplegando las tres díadas de modos,
con el desempeño de otro grupo en el que sólo observaban y escuchaban. Los resultados indican que
ambos grupos aprendieron pero con un mejor nivel el primer grupo. Actualmente como parte de la
investigación del Doctorado en Ciencia del Comportamiento de la Universidad Veracruzana en
México, se están llevando a cabo estudios sobre los factores que afectan el logro de conceptos de
diversa complejidad dentro del dominio geométrico, haciendo especial énfasis en el proceso de
obtención de tal logro. No obstante, es aún un área incipiente de investigación.
En esta tercera forma de enfocar las investigaciones, se pueden reconocer dos modalidades:
una orientada por la descripción de una dinámica actualizada y otra, orientada por el origen de esa
dinámica (o su actualización). Con respecto a la primera, el interés es el estudio del sistema reactivo
convencional mismo, incluyendo el análisis de sus relaciones simbólicas, la forma como se
estructura en diferentes niveles de molaridad, la diferencialidad de su ejercicio según sus modos, la
relación entre éstos, etc. A su vez, esta modalidad puede hacerse haciendo explícita la arquitectura
categorial de la práctica en la que se desarrolló y evaluando la correspondencia del resultado con
aquella organización. De este modo, entonces, esta modalidad de investigación se centra en relación
entre sistema reactivo convencional y los criterios categoriales.
Por otro lado, la pregunta evolutiva involucra dos niveles de análisis, que sin embargo se
superponen: a) el análisis del desarrollo del ajuste categorial (como desplazamientos verticales y
horizontales), que se articula con el apartado anterior; y b) el análisis de las competencias según
criterios de logro particulares en un dominio determinado. El criterio de logro es un requerimiento
de efectividad y variación conductual en una situación problemática, es decir, en la que está
especificado un resultado pero no cómo alcanzarlo. Hace parte del lenguaje de las aptitudes y en esa
medida es incluible en la identificación de un criterio de ajuste pero el uno no equivale al otro. Un
logro puede alcanzarse con el concurso sucesivo de diferentes contactos funcionales y no con uno
solo. Por ejemplo, plantear efectivamente un diseño de investigación para resolver una pregunta
experimental requiere una aptitud funcional por lo menos extrasituacional pero seguramente la
solución efectiva de muchos desafíos de plantear diseños experimentales no requiere que se
evidencie tal aptitud. Así, una competencia no se estructura necesariamente en un nivel funcional
aunque sea indicador de un nivel mínimo de aptitud funcional. Por eso, los criterios de logro son
subsumibles en los criterios de ajuste, como evidencias de éstos.
El desarrollo psicológico se establece como logros conductuales sucesivamente más
complejos, lo cual implica la participación de un mayor número de habilidades o bien, de
organizaciones más complejas. Muchas de estas competencias requieren el concurso de diferentes
modos lingüísticos en diversos grados de precisión, y así mismo pueden caracterizarse a partir de
éstos. La caracterización del desarrollo del sistema reactivo convencional en esta modalidad de
investigación, se vincula con los tres tipos de criterio mencionados anteriormente, y la razón es que
en tanto repertorio, atraviesa todos los fenómenos de interés.
La gran mayoría de la literatura sobre el desarrollo de este sistema se centra en la
caracterización de su dinámica y en la descripción cronológica de su avance pero no lo vincula con
los ajustes funcionales. Un avance en la comprensión del fenómeno podría significar prestar
atención a esto. La línea de Mares (2001) se encamina en esta dirección. La autora denomina
desarrollo vertical a la transición entre los niveles de contacto funcional, así como desarrollo
horizontal a la evolución en un mismo nivel funcional de diversas competencias y modos
lingüísticos.
Algunos ejemplos de preguntas orientadas por estas categorías teóricas son: ¿Cuál es el papel
de las relaciones asociativas en el origen de las relaciones simbólicas? ¿Cómo cambian las funciones
de los eventos originalmente asociados con otros, por el hecho de integrarse a un sistema
simbólico? ¿Cuál es el efecto de diversas prácticas sociales y criterios categoriales en el desarrollo
del sistema reactivo convencional como instrumento de soporte conductual? ¿Cómo los modos
reactivos habilitan a los productivos? ¿Cuál es el efecto de entrenar en un modo lingüístico la
solución de una tarea y probar su alcance funcional en variaciones de ésta, en el mismo modo u
otro? ¿Qué condiciones promueven el logro de competencias que requieren el ejercicio del modo
escrito? ¿Cuál es la relación entre el desarrollo de un modo lingüístico y el alcance un nivel de
aptitud funcional particular? ¿Cuál es el efecto de arquitecturas categoriales de diferente
complejidad sobre el desarrollo del modo hablado? Etc.
Alguna evidencia obtenida sobre el desarrollo de competencias indica lo siguiente:
- Los niños en edad preescolar no se ajustan fácilmente a relaciones genéricas tipo
discriminación condicional en procedimientos de igualación de la muestra (ver más
adelante la explicación del procedimiento) que incluían objetos de estímulo de una
dimensión semántica. Al contrario, los niños en edad escolar sí las aprendieron aunque
con un nivel de transferencia limitado y el desempeño fue más consistente a medida que
avanzaba la edad (Peñaloza, Hickman, Moreno, Cepeda y Ribes, 1988; Ribes, Hickman,
Peñaloza, Martínez, Hermosillo e Ibañez, 1988; Moreno, Cepeda, Hickman, Peñalosa y
Ribes, 1991). Esto sugiere que las explicaciones de los logros verbales de niños
preescolares o menores, que apelan a procesos de formación y acceso de reglas abstractas,
podrían ser reconsideradas.
- A pesar del bajo rendimiento de los preescolares en los estudios anteriores, éste fue
mejorando en las pruebas, independientemente del tipo de entrenamiento. Esto da a
pensar que las pruebas contienen factores que promueven el aprendizaje de relaciones
aunque no haya retroalimentación. En efecto, Ribes, Moreno y Martínez (1998)
encontraron que aún sin entrenamiento, las personas mejoraban su desempeño al ser
expuestas sólo a pruebas sin retroalimentación. Esto sugiere entonces, por lo menos dos
cosas: a) que no se requiere una retroalimentación de otros para que se encuentre una
regularidad; b) que el mejoramiento del desempeño implica que la persona fue
ajustándose a la regularidad ayudada del contacto verbal con la tarea. En esta medida,
entonces, el sistema reactivo convencional funge como soporte conductual pero además,
como instrumento fundamental para contactar propiedades genéricas relevantes. Sin un
desarrollo de tal sistema, orientado a “ver” tales propiedades en medio de una gran
variabilidad de instancias que conserven una propiedad invariante, difícilmente las
personas se ajustarían a invarianzas que trascienden una sola situación.
- El desarrollo de una competencia en los modos hablado y escrito en un nivel contextual,
disminuye la probabilidad de que se estructure extrasituacionalmente; a la inversa, si se
estructura de esta última forma, se amplía la funcionalidad de los modos reactivos (Mares,
2001). Esto sugiere que el ejercicio de una competencia cuyo logro no requiera la
trascendencia de lo inmediato, dificultará su transferencia a nuevas situaciones. La autora
también reporta la posibilidad de integración entre modos lingüísticos en diferentes
niveles funcionales, proceso que sin embargo, requiere ser detallado.
Recientemente se han llevado a cabo varios estudios interesados en los modos lingüísticos y
sus relaciones. Entre los principales asuntos que se han podido esclarecer, se encuentran los
siguientes:
- La observación de las elecciones pertinentes en una tarea de aprendizaje de relaciones
genéricas, antes de su señalamiento retroalimentado, favorece la rapidez en tal
aprendizaje pero no afecta su transferencia a nuevas situaciones (Ribes, Torres y Barrera,
1995; Ribes, Torres, Barrera y Cabrera, 1996). Podría interpretarse que la observación
repetida de las elecciones pertinentes ante relaciones invariantes, ofrece una oportunidad
adicional de identificar las propiedades funcionales pero tal identificación no equivale a su
abstracción. Es más, observar y hablar sobre las condiciones de efectividad puede
entorpecer el desempeño si la tarea es simple (Ribes, Cepeda, Hickman, Moreno y
Peñalosa, 1992) pero favorecerla si es más compleja en términos de las relaciones de
condicionalidad y si se promueve una interacción verbal diferencial (Moreno, Ribes y
Martínez, 1994).
- La retroalimentación de los modos reactivos sobre los activos, permite el desarrollo de éstos
(Gómez y Ribes, 2004), lo cual es evidente al observar por ejemplo, en personas con
discapacidad auditiva pero no oral, quienes sin embargo no emiten los fonemas ni
articulaciones propios de la lengua de forma modulada.
- Las propiedades diferenciales de los modos lingüísticos así mismo probabilizan que se
adquieran y transfieran diferentes competencias en diferentes niveles funcionales (cf.
Gómez y Ribes, 2004; Camacho, Irigoyen, Gómez, Jiménez y Acuña, 2007), lo cual se
vincula con la desligabilidad como atributo disposicional. Es decir, si se pretende el
desarrollo de una competencia de solución de problemas mecánicos, probablemente no
sea promovida por la lectura tanto como por la observación y retroalimentación de la
ejecución. Así mismo, si se pretende que un estudiante teorice, no se puede esperar que lo
haga a partir de la observación y escucha, sino fundamentalmente por medio del ejercicio
de la escritura, modo posibilitador del contacto transituacional.
- La adquisición de una competencia en los modos de lectura y escritura tiende a favorecer el
desempeño en entrenamiento y pruebas de transferencia, por lo menos en tareas de
discriminación condicional (cf. Camacho et al., 2007; Varela y Linares, 2002) y con niños
que presenten un desarrollo lingüístico mayor (Varela, Martínez-Munguía, Padilla, Ríos,
Avalos y Jiménez, 2006). Esto probablemente se asocia a las posibilidades de registro
permanente y al soporte de esto para la integración de diversos segmentos conductuales.
Sin embargo, como se indicaba con Vygotski (1934/1981) y Richelle (1975/1981), puede
llegar a interferir el rendimiento en competencias que no los requieren.
Como un ejemplo más detallado de un estudio de este tipo y de los esfuerzos actuales en esta
dirección, se presenta a continuación una investigación llevada a cabo por el Grupo de Análisis de la
Conducta de la Corporación Universitaria Iberoamericana (CUI) en Bogotá, Colombia. Su objetivo
era determinar el efecto diferencial que pudieran ejercer los modos lingüísticos (establecidos como
díadas funcionales activos-reactivos) observar-señalar y leer-escribir sobre la adquisición,
desarrollo y transferencia de competencias a través del desempeño en una tarea de igualación de la
muestra de segundo orden.
Los procedimientos de igualación de la muestra de primer y de segundo orden consisten
fundamentalmente en lo siguiente: En las primeras, se presentan arreglos, generalmente, con cuatro
estímulos, uno en la parte superior central, llamado estímulo muestra (Em) y tres en la parte
inferior llamados estímulos de comparación (Ec). Las segundas son similares a las de primer orden,
pues aparece un estímulo muestra y tres de comparación pero adicionalmente se presentan dos
estímulos más en la parte superior (arriba del Em) llamados estímulos instruccionales, selectores o
contextuales, tal como se presenta en la Figura 5. Los estímulos más utilizados en estos estudios son
figuras geométricas que varían en color, forma y rotación.
4 4
/
# / 4 #
/ 4
Figura 6. Ejecución en fase de entrenamiento por parte de los participantes de los grupos
experimentales en términos de número de bloques. S-O (señalar-observar), L-E (leer-escribir).
70 70 70 70
60 60 60 60
50 50 50 50
40 40 40 40
30 30 30 30
20 20 20 20
10 10 10 10
0 0 0 0
ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER
70 70 70 70
60 60 60 60
50 50 50 50
40 40 40 40
30 30 30 30
20 20 20 20
10 10 10 10
0 0 0 0
ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER
90 90 90 90
80 80 80 80
70 70 70 70
60 60 60 60
50 50 50 50
40 40 40 40
30 30 30 30
20 20 20 20
10 10 10 10
0 0 0 0
ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER
80 80 80 80
70 70 70 70
60 60 60 60
50 50 50 50
40 40 40 40
30 30 30 30
20 20 20 20
10 10 10 10
0 0 0 0
ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER ENT. 1 ENT 2 ENT 3 ENT 4 ENT 5 EI EM ER
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