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Después de la modernidad ¿qué son de las ciencias sociales?

¿quién es el o la
intelectual de las ciencias sociales?

A Amaninaly Elizalde Limón

La CIENCIA en la modernidad se caracteriza principalmente por la


búsqueda constante de la verdad absoluta, una verdad palpable y materializada,
por lo que, constantemente busca ser evidente recurriendo a las ciencias duras.
Desde un discurso positivista es que el o la intelectual se posicionan, en un
esfuerzo constante de distanciamiento, de una contemplación del mundo desde lo
lejano, considerando que su función es ahí, en el estado ermitaño, intocable;
donde es el pensamiento del “Otro” aquel que se debe de estudiar, porque el
“Otro” es el que tiene la cultura, la ideología; y el o la intelectual siempre están en
constante asechamiento, libre de aquellos valores dominantes. Es ese estado
intelectual aquel que se representa como La CIENCIA. Dice Ricoeur (1974): “no
solamente se dice que existe un lugar no ideológico, sino que se afirma que dicho
lugar es el de una ciencia, comparable a la de Euclides con respecto a la
geometría o a la de Galileo y Newton con respecto a la física y a la cosmología”
(pág. 99).

En esta CIENCIA moderna, nacida en el territorio occidental, en donde uno


de sus principales valores para su implementación es el distanciamiento, es decir,
la objetividad científica moderna considera no involucrarse de ninguna forma con
la problemática, ya que pierde su esencia critica y su calidad de CIENCIA. Los
principios de esta CIENCIA moderna emergen desde la Ilustración, la cual
buscaba el carácter racional y antropocéntrico no solo de las ciencias sino de
todas las relaciones del mundo, colocando al Hombre como su mayor
representante. De tal suerte, que es la cosmovisión antropocéntrica la que
describe y explica la naturaleza y las relaciones sociales, planteando desde un
solo lado, desde el punto de vista masculino.

Haraway (1991) propone frente a estas realidades construidas desde la


perspectiva masculina, otra vista, otra forma de mirar con los ojos, y yo diría que
con el cuerpo en sí mismo, escuchar, sentir, estar con el cuerpo, comprendiendo
que el cuerpo no es solo carne en movimiento, sino que vive en situaciones
específicas y que existen diferentes experiencias a las del punto de vista
masculino. Pues, la objetividad moderna, argumenta Marcuse (1986), ha reprimido
nuestros instintos para llegar a la civilización y el progreso, para una organización
determinada, que busca generar una especie de necesidad a la represión, ser
manejables desde el inconsciente. Este autor propone reconocer los instintos
frente a lo que se vive que surgen desde la corporalidad y así discutir la necesidad
de libertad, por lo que es fundamental una ciencia que coloque como primordial
este valor de libertad: “lo que está en juego es la idea de una nueva antropología,
y no sólo en cuanto teoría, sino también como modo de existencia: la génesis y el
desarrollo de necesidades vitales de libertad” (Marcuse, 1986, pp. 11). Retomando
a Haraway (1991), otras formas de construir la objetividad desde el cuerpo, y los
instintos, es la proposición de una objetividad desde el punto de vista feminista.

Para Haraway (1991), la objetividad feminista busca voltear a ver otras


realidades desde los propios ojos de las poblaciones subalternas, desde el punto
de vista de las mujeres, de las personas racializadas, etc. es decir; dar cuenta de
las condiciones y situaciones en las que nos encontramos las y los subyugados,
con la conciencia de que nos hemos desenvuelto bajo un contexto de opresiones
y, por lo tanto, el pensamiento y las conductas no son ingenuas. En ese sentido,
colocar el ojo desde la objetividad feminista, considero es necesario otro tipo de
lenguaje y escritura, que logre empatizar con los sentires de otras mujeres,
aquellas que no están en la academia, que se sitúan en contextos de violencia
institucional como las cárceles y la familia, pues su socialización no son desde
palabras refinadas, como lo comenta Levins (2004) al decir: “porqué el maldito
chisme tiene que estar tan firmemente envuelto”, envuelto en papeles finos y
coloridos, tan seco e insensible. Es necesaria una escritura que por sí misma sea
política y contrahegemónica a la racionalidad científica moderna:

Una escritura feminista del cuerpo que, metafóricamente, acentúe de nuevo


la visión, pues necesitamos reclamar ese sentido para encontrar nuestro
camino a través de todos los trucos visualizadores y de los poderes de las
ciencias y de las tecnologías modernas que han transformado los debates
sobre la objetividad. (Haraway, 1991, pp. 327)

La importancia de una escritura, o más bien, de muchas escrituras, en las ciencias


sociales, desarrolladas e inspiradas desde los cuerpos de las intelectuales, en
conjunto con quienes colaboramos; y al mismo tiempo pensarnos como
intelectuales divididas y contradictorias, inacabadas, que posibiliten cuestionarnos,
hacer uso de diversos instrumentos de la propia ciencia y de distintos saberes;
permitirá abrirnos a la creatividad de visualizar otras posibilidades de hacer una
ciencia situada (Haraway, 1991).

BIBLIOGRAFIA

Haraway, Donna (1991). Ciencia, ciborgs y mujeres. La reinvención de la


naturaleza. Ediciones Catedra, Universidad de Valencia.
Marcuse, Hebert (1986). El final de la utopía. Barcelona. Promotora de Ediciones.
Levins Morales, Aurora (2004). “Intelectual orgánica certificada” en bell hooks,
Avtar Brah, Chela Sandoval, et.al. Otras inapropiadas. Feminismos desde las
fronteras. Traficantes de sueño
Ricoeur, Paul y A. Rincón González (1974). “Ciencia e ideología”. Ideas y Valores,
n.o 42-45, enero de 1973.

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