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introducción
GOBIERNO DEL ESTADO DE JALISCO
UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA
ISBN
Coordinación editorial
Arq. Arabella González Huezo
Como una forma de reconocimiento a la labor que desempeñan, y a las gentilezas que ha
tenido durante años para con nosotros, todas las personas que apoyan en la coordinación de
postgrado e investigación de la Universidad de Guadalajara, la publicación en dos volúme-
nes de esta obra les está dedicada.
INDICE
Tomo I
9 Introducción
87 Conjuntos Arquitectónicos
Patrimoniales
Los Franciscanos
87 • Conjunto de San Francisco de Asís
Los Carmelitas
136 • Conjuntos del Carmen y de Santa Teresa
Mercedarios y Oratorianos
174 • Conjunto de Nuestra Señora de la Merced
188 • Conjunto de San Felipe Neri
215 BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
introducción
El tercer apartado nos ofrece una introducción muy breve al
contexto general del caso particular de la ciudad de Guadalajara, en el
reino de Nueva Galicia. Hemos tratado aquí de ofrecer una visión de
conjunto que precisa algunos rasgos generales que luego serán matiza-
dos y ampliados en el análisis de los casos particulares. Es aquí, en este
apartado, donde nos ocupamos del aspecto cronológico de las distintas
edificaciones, pues en la organización del estudio de los conjunto con-
ventuales y obras específicas no hemos seguido este orden, ya que nos
era prioritaria una forma de organización que nos permitiera observar
similitudes y diferencias entre los rasgos que ofrecían las edificaciones y
las obras, dependiendo de la orden religiosa que solicitó se hicieran o de
la orden que las modificó.
El resto de este primer volumen se ocupa de algunos de los principales
conjuntos conventuales de la época: el de los franciscanos y los dos conjuntos
de la orden del Carmelo, uno femenino y el otro masculino, en Guadalajara.
Los capítulos finales de este primer volumen se centran en el conjun-
to de San Felipe y el conjunto conventual de Nuestra Señora de la Merced.
En el segundo volumen de esta obra se dedican apartados específi-
cos a otros conjuntos patrimoniales muy importantes, como lo fueron los
tres conjuntos conventuales dominicos, los dos agustinos, así como los dos
conjuntos hospitalarios virreinales que tuvo la ciudad de Guadalajara. Nos
ocupamos también de otros edificios religiosos y civiles: dos de las cuatro
capillas de pueblos de indios que eran vecinos de la ciudad neogallega de
Guadalajara, de algunos edificios dedicados a vivienda, otros a la educación
y otros más que fueron sede de la administración del gobierno.
Aunque cada volumen, de los dos primeros que conforman esta
obra, puede leerse en forma separada, hay una clara continuidad entre el
primer y el segundo libro, por ello las conclusiones finales son comunes
a los dos tomos y, en el caso de este primer volumen, nos limitamos
a ofrecer una nota final a manera de conclusión, pues no queremos
adelantar resultados a la exposición de la totalidad de la primera parte
del estudio. De igual forma, la introducción del segundo volumen es
sumamente breve y sólo constituye una nota introductoria que tiene
como propósito hacer menos brusca la transición y orientar al lector que
consulta la segunda parte de este trabajo.
Esta obra está dirigida a especialistas en el área de la arquitectura,
sin embargo el lector interesado en temas de arte, historia y antropología
cultural puede encontrar en este trabajo aportaciones que ofrecen una
perspectiva que no descuida el análisis de los fenómenos de significación
que involucra toda obra cultural.
Debido a la extensión de este trabajo, hemos sido sumamente es-
quemáticos al abordar algunos temas que nos hubiera gustado exponer
más ampliamente, también hemos tenido que renunciar al estudio de
varias obras que de haber sido tomadas en cuenta hubieran obligado a
extender el trabajo a un tercer volumen, que no renunciamos del todo
a presentar en un futuro (no muy lejano). Sin embargo, consideramos
que los dos volúmenes que ahora se publican ofrecen una visión de con-
junto lo suficientemente amplia y profunda de la arquitectura y las artes
plásticas incorporadas a ella, en la ciudad de Guadalajara, en el periodo
barroco. Tenemos la certeza que esta obra hace aportaciones significati-
vas y que ofrece un punto vista novedoso sobre el tema, mismo que se
hace manifiesto, si no en toda la obra, sí en algunas de sus partes más
importantes. Al mismo tiempo, se reúnen informaciones dispersas y de
difícil consulta sobre algunas de las edificaciones consideradas.
El proyecto involucró un registro gráfico extenso del que ofrece-
mos una parte aquí; un análisis minucioso de fuentes documentales,
que debió ser resumido; pero igualmente implicó el estudio cualitativo
profundo de las obras, del que ofrecemos sólo una parte. Aunque se
puso énfasis en las obras que todavía se conservan, se procuró dar testi-
monio también de algunas que han ya desaparecido.
Esta investigación se concibe como la primera etapa y la base de
una serie de trabajos que en forma posterior podrían involucrar empresas
de restauración y conservación de las obras estudiadas. El trabajo forma
parte de un proyecto mucho más amplio del que ya se han entregado y
publicado algunos resultados.
La función que las imágenes desempeñan no es sólo ilustrativa,
ya que en ocasiones su comprensión total sólo se produce plenamente
luego de la lectura del texto acerca de los estudios realizados o de los co-
mentarios sobre las mismas. En otras ocasiones la función de las imáge-
nes es complementaria y el pie de foto las explica en sí; en otras más nos
brinda información que no fue considerada en el desarrollo del texto y
que enriquece la visión y los datos que éste ofrece.
Detalle de las
bóvedas de la
Catedral de
Granada.
11
introducción
Bóvedas de cañón,
de crucería, de
arista y viguería
fueron las más
utilizadas en
la arquitectura
barroca, tanto en
Europa como en
los virreinatos.
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introducción
1 2
3 4
5 6
7 8
Órdenes identificados por los tratadistas de la época y que se utilizarían en la arquitectura barroca.
1. Toscano 5. Compuesto
2. Dórico 6. Románico-Gótico
3. Jónico 7. Atlante
4. Corintio 8. Poligonal
En la presente y la siguiente página podemos observar detalles de algunas de las columnas que en la
arquitectura barroca se utilizaron, tanto en Europa, como en América. A los órdenes clásicos se sumaron no
sólo las combinaciones poco frecuentes (fustes jónicos con capiteles toscanos y entablamento compuesto, por
ejemplo), también se agregaron las columnas salomónicas, las tritóstilas, las de fuste ornamentado, las de fuste
abalaustrado, la columna estípite, las de fuste poligonal, las cariátides, los términos, etc. Las dimensiones se
vieron sujetas a una gran libertad, los fustes cuadrados, por ejemplo, se robustecieron notablemente como en
el arte románico; se hizo frecuente la columna pareada y la columna germinada, combinaciones de pilastras y
columnas, bóvedas de nervadura, con columnas o pilastras dóricas, etcétera.
15
introducción
EL BARROCO, SU CONTEXTO
SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS
DEL ARTE
Al iniciar su estudio sobre el barroco, Fernando Checa y José Miguel
Moran observan que de acuerdo con una convención historiográfica
—que ellos consideran se ha convertido en prejuicio—, se insiste en
destacar la fecha de 1600 como el momento clave en que se da por
terminada la experiencia manierista, entendida como subproducto del
Renacimiento, y comienza el barroco. Esta convención que tiene un
propósito esencialmente didáctico, como muchas de las convenciones
sobre la forma en que se ordenan los estilos, escuelas y corrientes artís-
ticas, encubre una continuidad entre el manierismo y el barroco que
Moshe Barasch expresa del siguiente modo:
Las Academias del arte del siglo xvii eran orgullosamente conscientes de
ser las herederas del pensamiento renacentista. Su intención era avanzar
en lo que los escritores renacentistas habían comenzado, y enseñar a los
artistas la “verdadera” doctrina formulada en los tratados de arte de los
siglos xv y xvi.
.- Fernando Checa y José Miguel Moran, El barroco, Istmo, Madrid, 1989.
.- Moshe Barasch. “Clasicismo y academia”, en Teorías del arte. “De Platón a Winckel-
mann”, Alianza, Madrid, 1985, p. 253.
17
EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
las producciones de una misma región e, incluso, de un mismo autor.
De hecho, los investigadores a los que hacemos referencia al iniciar el
apartado sobre este tema particular, apuntan al respecto:
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EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
El territorio italiano ya no constituía el principal punto de referencia co-
mercial debido a las relaciones socioeconómicas que se establecieron con
las entonces llamadas Indias Occidentales, las nuevas rutas de comercio
y las posibilidades abiertas de poderío económico a través de las colonias
y los descubrimientos que involucraron a otras naciones europeas y las
fortalecieron. Otros hechos políticos y sociales desempeñarían también
su rol en esta situación, entre ellos las características socioculturales y
políticas particulares de los territorios, las posturas religiosas, los grupos
de poder dominantes y sus ideologías, etcétera.
Es importante, sin embargo, considerar un mito la reducción del
barroco a un movimiento cuyo principal rasgo fue la sobreabundancia de
lo ornamental; rasgo que se considera particularmente notable en Italia
y España, pues diversas obras de Carlo Maderno, Francesco Borromini,
Luigui Vanvitelli, Juan de Herrera, Francisco de las Cabezas, etc., demues-
tran que no es así; del mismo modo en que es falsa la reducción del barro-
co a los “territorios católicos de la Contrarreforma”; pues esto niega obras
como las de Íñigo Jones e Isaac de Caus, sir Christopher Wren, sir John
Vanbrugh, Nicholas Hawskmoor, James Gibas, Thomas Pitt, William
Hesius, Jacob van Campen, Jean de la Vallée, los dos Nicodemus Tessin,
Cay Dose, Ernst Georg Sonnin, Johann Conrad Schlaun, Gerhard Kop-
pers, Baltasar Neumann, Georf Wenzezeslaus von Knobelsdorff, Matthäus
Daniel Pöppelmann, Cosmas Damian Asam, Dominilus Zimmermann,
Johann Bernhard Fischer von Erlach, Jacob Prandtauer, etcétera.
Más importante, como elemento definitorio del barroco, será la
concepción de la obra como obra de arte total en la que se produce la
acción combinada de distintas artes.
La división política y religiosa entre el norte y el sur de los Países
Bajos que había iniciado en el siglo xvi, determinaría las divergencias
que se pueden observar en el arte del siglo xvii entre las dos regiones. La
“unidad” política se fracturó a consecuencia de la reforma protestante.
El norte se irá caracterizando como una sociedad burguesa, relativamen-
te democrática y predominantemente protestante, opuesta al sur, ca-
racterizado como una sociedad aristocrática y católica. Esto trajo como
consecuencia que las demandas de arte religioso cesaran o se redujeran
en el norte y que el trabajo del artista estuviera destinado, principal-
mente, a la burguesía que demandaba obras de pequeño y mediano
formato sobre temas que ilustraran la vida cotidiana y la naturaleza de
la región; retratos de personas con cierta influencia económica y social;
una clientela aristócrata y burguesa que mitificó y divinizó su persona
y su poder a través del arte; una retórica y un lenguaje que servía para
crear efectos, para idealizar de manera verista, para colocar en el cen-
tro de la atención lo que parecía desplazado. En el sur, en cambio, los
pintores trabajan para las cortes católicas y producen una pintura de
temas mitológicos e históricos o alegóricos; obras monumentales, obras
religiosas, pero que son representadas de manera que resulten veristas;
que hablen en un lenguaje íntimo. Paradójicamente, las diferencias lle-
varán a ambas tendencias a similitudes notables. Estos mismos fenó-
menos se pueden observar en relación con otras regiones diferenciadas
por su postura religiosa o por su específica conformación sociocultural.
En el territorio alemán, no solamente electores, príncipes y ciudades li-
bres tenían intereses divergentes; se enfrentaban católicos y protestantes,
pero también luteranos y calvinistas. Pese a esto, la búsqueda de unidad
llevaría al desarrollo de un humanismo en el que gracia y naturaleza
convergen, concebidas como fuerzas que gobernaban el mundo. El arte
de los diferentes grupos sociales se ve afectado por influencias múltiples.
La corte germana, por ejemplo, será capaz de crear obras como el cas-
tillo de Augustusburg; pero también la iglesia protestante será capaz de
obras fastuosas y de notable barroquismo, como la iglesia de San Miguel
de Hamburgo o la iglesia evangélica de la ciudad de Bückeburg. Esta
observación va dirigida a matizar la afirmación que se ha transformado
en dogma para diversos historiadores del arte, sobre una identificación
absoluta entre Contrarreforma y barroco; pues, aunque ambos están es-
trechamente relacionados, el barroco involucra un contexto más amplio
que el de la Contrarreforma y no se reduce a ésta.
Por otra parte, en territorios en los que el barroco adquiere una
fisonomía distinta a la que tiene en el dominio de España, las influen-
cias contribuyen a la difusión y estandarización de un lenguaje común,
aunque no se compartan las posturas religiosas. En Austria es notable
la influencia italiana, lo mismo en Bohemia y Moravia; pero debemos
recordar que la tradición italiana no era algo uniforme sino que ofrecía
diversidad e incluso oposiciones en sus posturas y propuestas, lo cual
también permite y fomenta la diversidad. Inglaterra también poseía una
corte que demandó un arte que respondiera a sus valores e intereses;
aunque tuvo que exportar ese arte. Este fenómeno se produce pese a
la dominante del puritanismo y el escaso desarrollo en la plástica; una
plástica que se había mantenido relativamente al margen de los fenóme-
nos acontecidos en el continente.
Principalmente en los territorios de Italia, Francia y la península
ibérica encontramos los grandes centros del barroco católico; pero tam-
bién en los virreinatos del territorio americano este arte se desarrolla de
manera destacada, con modalidades distintas en cada región; pese a que
exista una teoría del arte más o menos unitaria en la época, ya que ésta
tendrá matices y dominantes diferenciadas en cada lugar.
En Francia, por ejemplo, el racionalismo, las ideas y obras de Cha-
pelain, Poussin, Félibien y Le Brun, entre otros, tendrán sus repercusio-
nes. Chapelain rechaza el arte realista. Poussin considera fundamental
el dibujo, en menoscabo del color; para Roger de Piles, en cambio, lo
principal es el colorido. En Félibien la concepción platónica del arte
y el eclecticismo son importantes. Le Brun representa la estética de la
Academia Real de Bellas Artes y sus principios de imitar a los antiguos
y no aferrarse a la naturaleza; expone la manera de representar el odio,
el amor, las pasiones; pide individualizar la diversidad de la forma y del
temperamento. En Dinamarca el barroco en la arquitectura estará in-
fluido simultáneamente por la tradición italiana y la de los Países Bajos;
luego la dominante será el modelo francés. En todos los territorios, sin
embargo, las modalidades del barroco estarán marcadas, en gran medi-
da, por la religión y la fisonomía peculiar de las aristocracias, así como
por los elementos culturales específicos de la zona.
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EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
Hay elementos que afectaron de manera generalizada el contexto
y sobre los que conviene detenernos. Por ejemplo, a pesar de las diversi-
dades podemos afirmar que las concepciones del espacio se transforman
progresivamente desde el Renacimiento y esto se hará patente también
en las nuevas morfologías urbanas, en los edificios. La tipología palacie-
ga de esta época se contrapone a la concepción del castillo o del palacio
cerrado y replegado sobre sí mismo; fenómeno que también estará de-
terminado por las nuevas formas de relación económica y productiva
de la época. El espacio se concibe como escenario para la celebración, el
rito, la ceremonia, la fiesta; que puede ser religiosa o cortesana; burgue-
sa o aristócrata; el espacio es el lugar de los intercambios y encuentros
(divinos y humanos, comerciales, culturales, etc.), dentro de un sistema
rigurosamente jerarquizado. El barroco crea escenarios, pero escenarios
racionalizados, inteligentes; en los que se expresa complejamente, en
ocasiones matemáticamente, un lenguaje que apela a todos los sentidos
de la percepción humana.
Si consideramos la teoría del arte para precisar fronteras, tendre-
mos que observar que en los siglos xv y xvi la teoría del arte se desarrolló
al margen de cualquier marco institucional; formaba parte de la rebe-
lión contra los límites tradicionales del taller medieval. Aunque existía
cierta unidad intelectual entre los diversos autores de tratados, desde
que Alberti escribiera su tratado De la pintura, los teóricos continuaron
trabajando de manera individual o en grupos poco relacionados entre
sí. Esa situación cambiaría notablemente durante los siglos xvii y xviii,
pues las academias de arte suministraron marcos institucionales muy
importantes para el desarrollo de una teoría del arte, marcos que con
frecuencia fueron restrictivos o “regulatorios”.
Giovanni Bellori (1615-1669), erudito eclesiástico, fue uno de los
presidentes de la Academia Romana de Arte y autor de una obra, Vite
de pittori, scultori et architteti moderni; que, aunque no supone el inicio
de la teoría del arte académico, tendrá una marcada importancia; parti-
cularmente por su prólogo, una conferencia que se titulaba “La idea del
pintor, escultor y arquitecto, superior a la naturaleza por la selección de
las bellezas de la naturaleza”, cuyas ideas constituían una novedad. La
obra de Bellori, junto a las ideas de Nicolas Poussini, tendrá un notable
significado para la teoría del arte del siglo xvii. La obra de Aristóteles ex-
perimentó una revalorización a partir de la segunda mitad del siglo xvi, y
ya en el xvii constituyó una de las bases fundamentales de las teorías es-
téticas. Diversas obras plásticas constituyeron una reinterpretación de la
poética aristotélica de la mimesis. Además de las obras de Aristóteles, las
de Cicerón fueron las más citadas por los tratadistas del siglo xviii. Vale la
pena recordar que la primera traducción de la Poética de Aristóteles había
aparecido en Venecia, en 1498, y tendría gran difusión posterior.
En el caso particular de la tradición hispánica, en 1633 aparece la
obra de fray Lorenzo de San Nicolás, Arte y uso de la arquitectura, en la
que se incorporan los libros primero, quinto y séptimo de Euclides, tra-
.- Virginia Tovar y Juan José Martín González, El arte del barroco. I. Arquitectura y
escultura, Taurus, Madrid, 1990. p. 36.
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EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
cer una relación entre código y estructura que es completamente distin-
ta con respecto a la anterior. La arquitectura barroca vuelve a elaborar
empíricamente el lenguaje clásico y da un nuevo valor a elementos que
anteriormente eran ignorados; los transforma; reincorpora el románico,
el gótico y tradiciones consideradas “exóticas”. Los artistas y los teóricos
sostienen complejas y constantes relaciones con las tradiciones anteriores,
lo que produce un eclecticismo de lo “moderno contemporáneo”, y de lo
“tradicional y antiguo”. Se recuperan elementos medievales que son rein-
terpretados, se desarrolla una especie de neogoticismo-barroco, perviven
elementos manieristas y siguen vigentes, o se recuperan, elementos de las
tradiciones greco-latinas. Al mismo tiempo que aparecen nuevos elemen-
tos, condicionados por la configuración social específica.
La intertextualidad y el préstamo se vuelven sistemas recurrentes. En
Rubens, por ejemplo, estos sistemas nos remiten a obras y recursos de Tizia-
no, Veronés y Tintoretto. Juan de Roelas nos remite a la pintura veneciana,
por el énfasis en el colorido, la técnica suelta y abocetada; el uso de sfumato
y la dulzura de los rostros evocan a Correggio y a Lorenzo Lotto. La obra
de Francisco de Herrera el Viejo, fuertemente influido todavía por el ma-
nierismo, se hace presente por la técnica pictórica en Murillo, Valdéz Leal
y Francisco Herrera el Mozo. Las obras de Luis Tristán nos remiten a las de
El Greco, pero también hacen visible la intertextualidad de las obras de Ca-
ravaggio. Nos parece fundamental destacar estos aspectos porque frecuen-
temente cuando se estudia la plástica virreinal de la misma época, nos da la
impresión que se considera que sólo los artistas virreinales de América recu-
rren a la intertextualidad y al préstamo; y este rasgo es considerado como un
signo de inferioridad, equivocadamente. Vale la pena también destacar que
pese a que la intertextualidad es recurrente en todo el arte barroco, ésta está
siempre acompañada por un proceso de recreación; salvo en las etapas de
mera formación de los artistas de todos los territorios, principados, reinos o
virreinatos. El estudio de las obras particulares así lo demuestra.
En la arquitectura, la intertextualidad se manifiesta desde el prin-
cipio. Así, por ejemplo, en el desarrollo del baldaquino de Bernini, el
principal material intertextual son las viejas columnas que rodeaban el
ábside y el altar del “viejo” San Pedro. En la Villa del Pignetto de Pietro
da Cortona la disposición axial de la planta parece inspirada en Palladio,
el motivo del nicho se remonta a Bramante y al Cortile del Belvedere,
en tanto que el escalonamiento de los planos refiere al santuario romano
antiguo de Penaste. Wolfgang Jung identifica otros elementos intertex-
tuales para la misma obra arquitectónica:
Otras influencias son las de la Villa Aldobrandini para las terrazas, grutas y
ninfas, y la obra del manierista florentino Buontalenti para los planos de la
escalera escenográfica en curva… la contraposición entre el lado del acceso,
casi herméticamente cerrado, y el lado del jardín, fastuosamente decorado,
hace pensar finalmente en la Villa Borghese de Giovanni Vasanzio.
.- “Arquitectura y ciudad en Italia entre el barroco temprano y el inicio del neocla-
sicismo”, en Rolf Toman (ed.), El barroco. Arquitectura, escultura, pintura, Kone-
mann, Barcelona, 1997, p. 22.
Borromini, por su parte, se apoya en propuestas de Maderno. La
intertextualidad se mantiene a lo largo de todo el periodo y en los dis-
tintos países.
En la arquitectura de Stephen Walbrook las variaciones sobre mo-
tivos clásicos se mezclan con elementos góticos y referencias a las obras
de Borromini, para ofrecernos una de las versiones del barroco inglés.
Carracci decía que el desarrollo de un estilo debía derivar del es-
tudio de los maestros, para formular, a partir de ese estudio, una poé-
tica personal y acorde con los valores e ideales propios del pintor y su
contexto o de la función específica del tipo de obra plástica que se rea-
lizaba. Estos postulados teóricos, sumados a una configuración social
sincrética, son elementos importantes que explican en gran medida el
eclecticismo que caracteriza el arte barroco: eclecticismo de influencias
y tradiciones culturales, de referencias culturales que hacen del arte una
manifestación que aunque hace presente lo popular, al mismo tiempo se
dirige también hacia un intelectualismo refinado.
La historia y el mito, las fábulas cristianas y las paganas, sirven
para expresar concepciones que involucran contenidos ideológicos que
manifiestan los valores morales de la época. Se trata de un sistema diri-
gido a los eruditos o intelectuales que encuentra su base en los libros de
mitologías y en los textos bíblicos. El uso de lo fabuloso es un recurso
para hacer más explícita la alegoría. La alegoría barroca se caracteriza-
rá por presentar de manera verosímil un mundo, personajes y hechos
fantásticos. Estos fenómenos se hacen presentes en las numerosas obras
mitológicas que se pintaron en la época; para ilustrar la forma en que
funcionan las cosas vamos a tomar como ejemplo El rapto de las hijas
de Leucipo (Munich) de Peter Paul Rubens. Obra en que se representa
a Hilaíra y Febe secuestradas por Cástor y Pólux, ayudados por Cupi-
do. Rubens representa el rapto a caballo, no sólo porque la tradición
mitológica señalaba que los hermanos gemelos eran famosos jinetes,
sino también porque en la época la imagen más conocida de ellos era el
grupo escultórico de los Dioscuros con su caballo; obra emplazada en el
Quirinal, en Roma. La imagen del caballo encabritado resultaba tam-
bién adecuada para expresar la violencia que se perpetraba. El grupo de
figuras está dispuesto en forma de molinillo o de aspas; forma que con-
tiene la violencia de la acción dentro de un círculo definido, subrayando
los efectos del movimiento concéntrico. Nada en esta composición está
dejado al azar, pues las poses y las figuras se complementan para expresar
una serie de juegos intelectuales que atañen tanto a la erudición mito-
lógica, como a la competencia cultural plástica: las dos mujeres revelan
dos aspectos distintos del desnudo femenino (uno de frente y otro de
espaldas); se crea un juego interesante de claroscuros y un contraste cro-
mático en gradación, al hacer que los tonos de la piel del caballo y la piel
tostada de los hombres haga contraste con la blancura nácar y rosa de los
cuerpos de las mujeres. La pose de la mujer suspendida entre las figuras
de los dos hermanos está inspirada en una obra de Miguel Ángel que
había sido copiada por Rubens, Leda y el cisne. Este último fenómeno de
intertextualidad tiene una significación importante, porque de la unión
de Leda con Júpiter, transformado en cisne, nacieron Cástor y Pólux.
25
EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
La pose del personaje no es consecuencia de una mera elección estética
y formal, sino que además permite que el espectador culto conecte la
iconografía con un episodio anterior y significativo del mismo mito, y
pueda establecer el paralelo entre la fechoría del padre y la fechoría de
los hijos; marca también una identificación entre la figura femenina que
es objeto de un engaño y la figura femenina que es objeto de un rapto;
se involucran, así, contenidos de índole y valoración moral.
El sentido intelectual de la alegoría se fundamenta también en la
comparación de diversos hechos actuales con otros del pasado o la tra-
dición; con el propósito de producir una reflexión moral o de vehicular
una interpretación de lo contemporáneo, mediante su relación con la
anécdota religiosa y mítica.
Al presentar un mundo de conceptos humanizados, un mundo
que no pertenecía al ámbito de lo real sino de lo metafórico, lo concep-
tual y lo imaginario; en las alegorías barrocas se ponía en juego una red
de relaciones en las que se expresaba una tendencia marcada a confundir
lo real con lo imaginario y, más que a confundir, a presentar lo imagi-
nario como real. De este modo, se ponía en crisis el eje de tensión que
separaba tradicionalmente dos ámbitos diferenciados: realidad e imagi-
nación; y se buscaba hacer tangible aquello que era una mera creación
mental o imaginaria, algo abstracto y “espiritual”.
Aunque esta tendencia estuvo marcada por la importante presen-
cia de una intertextualidad literaria en la plástica, no se trataba sólo de
una subordinación o dominante de la literatura sobre la pintura. El uso
de la alegoría exponía una concepción estética en la que la presencia de
lo literario y lo teatral eran muy importantes; pero, también, la alego-
ría permitía representar una idea de tipo moral, filosófica o crítica. El
empleo de elementos fabulosos como medio retórico y forma de hacer
más explícita la alegoría, entraba dentro de los temas de las poéticas
aristotélicas desde el siglo xvi; y constituía una tradición que adquiriría
nuevas funciones en el arte posterior, porque la alegoría y la presencia de
materiales mitológicos en las artes plásticas constituía un sistema oscuro
para los no iniciados, pero resultaba de fácil comprensión para los eru-
ditos e intelectuales. Fenómeno que respondía a una estética aristócrata,
elitista e intelectual, como lo fue la estética barroca, que también busca-
ba incorporar y apropiarse de tradiciones múltiples, entre las que podía
incluirse lo popular del propio contexto del artista o de otros contextos.
La sistemática de la apropiación se inscribía en la cultura de la época de
maneras muy variadas y no sólo, ni principalmente, afectaba al arte sino
también a la política y a la economía.
En el Renacimiento y en el periodo manierista prevalece la con-
cepción de que la posesión de obras de arte era un instrumento de mero
prestigio. A partir del siglo xvi aparece una nueva concepción vincula-
da a las colecciones de arte, la del valor científico. Esto no es extraño
si consideramos que la colección adquiere esa connotación nueva que
se puede ejemplificar en el hecho que del siglo xvi daten los primeros
jardines botánicos europeos. No será raro que los propios artistas se
dediquen a coleccionar obras o copias de obras artísticas y objetos diver-
sos; es el caso de Rembrandt, por ejemplo. Todo esto le dará un nuevo
papel y fisonomía a la práctica del mecenazgo, pero también a la de la
composición. Sin embargo, la obra plástica es también un importante
instrumento de difusión ideológica y es protegida y cultivada por parte
de los mecenas religiosos, pero también por los de las cortes. La iglesia es
concebida como el escenario del milagro y el palacio como el escenario
donde se despliegan los símbolos del poder, y se empieza a desarrollar
la idea de que la arquitectura y la plástica “hablan” con un lenguaje más
seductor que las palabras.
La arquitectura barroca es una arquitectura cargada por una densa
simbología, no sólo la que cumplía con una función religiosa sino inclu-
so aquella que no estaba destinada para la liturgia, la vida conventual o
el resto de las prácticas religiosas. Para ejemplificar este aspecto haremos
referencia a las observaciones realizadas por Santiago Sebastián sobre la
función alegórica que adquiere una obra arquitectónica-urbanística de
Bernini, la fuente de plaza Navona. Sebastián observa que en la plaza
Navona, convertida desde el siglo xvii en “Salotto dell’Urbe”, se dispuso
una fuente que involucraba un simulacro de montaña que era coronada
por un obelisco; el agua de la fuente que manaba entre las piedras era
bebida por un león, un cocodrilo, un caballo y regaba una palmera.
Esta fuente era un “monumento cósmico” por lo que las estatuas de
los cuatro ríos de la fuente están colocadas en dirección de los puntos
cardinales y aludían a las cuatro partes del mundo: el Nilo para África,
el Danubio para Europa, el Ganges para Asía y el Río de la Plata para
América. El obelisco era un eje vertical que mantenía y centralizaba
el movimiento horizontal, al mismo tiempo que sus figuras alegóricas
introducían y extendían una nueva dimensión de contenido: sobre el
obelisco figuraba una paloma, lo que permitía que el obelisco fuera in-
terpretado como un símbolo religioso y que el obelisco pudiera adquirir
el sentido de símbolo del poderío de la Iglesia, que se extendía por las
cuatro partes del mundo. El conjunto configuraba un microcosmos,
cuyo centro era el obelisco coronado por la paloma, símbolo tradicional
del espíritu de Dios pero también de la iluminación divina sobre el orbis
terrarum, representado por el juego cuaternario de los ríos. A los ante-
riores sentidos se vienen a sumar otros que derivan de la lectura de un
emblema realizada por Nicolás Causino, confesor de Luis XIII. Causino
observa que los cuatro ríos del paraíso simbolizan también las cuatro
virtudes cardinales y los cuatro ríos configuran el paraíso cristiano, cuyo
centro es el obelisco coronado por la paloma, que alude tanto al Espíritu
Santo como a la heráldica del Papa.
.- Santiago Sebastián, Contrarreforma y barroco, Alianza, Madrid, 1981, pp. 22 y ss.
27
EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
del barroco dispersa, o incluso encorva, las paredes para expresar una
libre integración dinámica entre la masa y las energías de los miembros
estructurales, y para desplegar una decoración casi teatral que integra
los elementos en conflicto en un conjunto espacial, animado por los
valores del claroscuro, llegando a indicar un género de interacción os-
mótica entre los espacios interior y exterior.10
29
EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
fiestan delante y detrás del telón… La auto escenificación del soberano
tanto si se trataba del Papa como del Rey, constituía al mismo programa
político. El ceremonial, las acotaciones de ese “teatro universal” era el
espejo de un orden superior, supuestamente de origen divino.
Las artes, tanto las plásticas como las representativas, desempe-
ñaban una doble función; servían para impresionar e incluso “ofuscar”
a los súbditos y al mismo tiempo para “transmitir” contenidos ideoló-
gicos. Constituían los bastidores del teatro y creaban la ilusión de un
mundo perfectamente ordenado. Nada refleja mejor esta situación que
la pintura perspectivista de los cielos rasos de las iglesias y de los pala-
cios; el espacio aparente se abre sobre el espacio real y permite contem-
plar las esferas celestiales.11
14.- Barbara Borngässer y Rolf Toman, “Introducción”, en Rolf Toman, op.cit., p. 10.
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EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
El supuesto “desenfreno decorativo y ornamental” de la arquitec-
tura barroca, rasgo al que se llega a reducir todo el movimiento para al-
gunos estudiosos, no debe hacernos olvidar que el arte y la arquitectura
barroca se someten a esquemas rigurosos y a una retórica racionalizada,
su importancia en la arquitectura es observada del siguiente modo:
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EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
También podían ser “naturales” diversos aditamentos como la corona de
espinas, las cuerdas, la espada, la pedrería, joyas, sombreros, etcétera.
En el barroco existió también todo un repertorio para marcar las
heridas, se empleaba resina que imita las gotas de sudor y las lágrimas,
el corcho para simular coágulos, piel adherida para indicar los destrozos
de la epidermis.
Cubrir con oro la superficie de los retablos tenía especial signi-
ficación, pues el oro era considerado como el metal más precioso del
mundo en Europa, fue adoptado como símbolo de lo incorrupto y un
regalo digno de Dios.
Aunque los estofados seguirán siendo muy importantes, a partir
del siglo xviii se empiezan a hacer más común los colores lisos en las
figuras, como ha observado Juan José Martín González.18
Respecto a la iconografía es importante señalar que diversos autores
observan la presencia de figuras religiosas de “santos” no beatificados. El ba-
rroco hispánico fue particularmente abundante en imágenes mariológicas y
de la Sagrada Familia. En el siglo xviii como cultos novedosos se encuentran
el de la Virgen de la Luz y los de San Juan Nepomuceno y San Felipe Neri,
por mencionar los principales.19 Diversos cultos fueron fomentados a través
de las imágenes, mientras que, al mismo tiempo, se decretaban una serie de
normativas para combatir la postura iconoclasta de la Reforma y se busca-
ba institucionalizar una normativa sobre la imaginería con el propósito de
evitar errores dogmáticos, idolatría y superstición. Sin embargo, sobre este
punto se podrá observar que: “La piedad popular se impuso tanto sobre la
rigidez protestante como sobre el dogmatismo de la iglesia de Trento”.20
Aunque la escultura funeraria cobraría un gran auge en toda Europa,
en relación con el siglo xvi, se produjo en España un notable descenso de la
producción de este género y predominará el tipo del orante, en el que el per-
sonaje aparece de rodillas ante el reclinatorio; sin embargo, los cristos yacen-
tes se hacen frecuentes; fue, en cambio, excepcional la escultura de busto.
De acuerdo con Juan José Martín González,21 la talla de sillería
también se vería afectada por un marcado descenso en la productividad,
mientras que la escultura procesional en madera y en otros materiales
cobró notable importancia en las regiones hispánicas, particularmente.
El urbanismo barroco comienza a potenciarse con grupos escultó-
ricos, particularmente relacionados con las fuentes.
Pese a la importancia de lo escultórico, diversos autores, entre
ellos Emilio Orozco Díaz,22 han observado la “hegemonía de la pintura
en el barroco”:
18.- Juan José Martín González, Escultura barroca en España, 1600-1770, Cátedra,
Madrid, 1998, p. 20
19.- Elisa Vargaslugo, “Templos, retablos, pinturas”, en México barroco. Vida y arte,
Salvat, México, 1993, p. 109.
20.- Virginia Tovar y Juan José Martín González, op. cit., p. 79.
21.- Juan José Martín González, op. cit, pp. 29 y ss.
22.- Emilio Orozco Díaz, Temas del barroco de poesía y pintura, Universidad de Gra-
nada, Granada, 1989.
La orientación en sentido pictórico que preside el desarrollo de las artes
plásticas durante el período del Barroco la creemos tan destacada y reco-
nocida como para no tener que insistir en ella. En lo esencial queda ya
razonada en la contraposición de los conceptos de lo lineal —dibujístico
y plástico— y lo pintoresco, hecha por Wölfflin. Weisbach también des-
taca la tendencia a lo pictórico como inherente al Barroco en las distin-
tas artes, ya se realice con medios cromáticos o no cromáticos.23
Las relaciones entre pintura poesía y música se tornan más estre-
chas que nunca, pero no sólo eso: el arquitecto se vuelve escultor y la
escultura “pinta” a través del uso de los colores.
Finalmente, sólo por la enorme importancia que tiene para nues-
tra investigación, deseamos señalar, en esta breve y esquemática intro-
ducción al barroco, un aspecto que distingue marcadamente Renaci-
miento y barroco. Si bien es cierto que al relacionar Trento con el hu-
manismo renacentista se puede observar que las mismas inquietudes, los
mismos afanes literarios, las mismas ansias de renovación científica que
se agitaban en los humanistas, animaron a muchos de los miembros de
la asamblea de padres tridentinos, vigorizando su cultura, es importante
observar que por encima del protestantismo, junto con él y antes que
él, el humanismo del Renacimiento había escudriñado el pasado, la an-
tigüedad, para buscar en ella los modelos ideales de una cultura y una
“moral” perfecta que incitaba por igual a los padres del Concilio que a
los reformistas cristianos y los llevaba a buscar en las épocas más remotas
de la Iglesia para contrastar allí sus ideales y vida con el primitivismo
cristiano. La gran diferencia estriba en que mientras el Renacimiento
volvió los ojos a la antigüedad greco-latina, en busca del humanismo;
los hombres del barroco, reformistas y contrarreformistas, los volvieron
hacia el primitivo cristianismo, donde creyeron encontrarlo, este hecho
explicaría la preferencia por las tradiciones románicas y góticas, antes
que —aunque sin excluir las greco-latinas— se manifestaran en los en
los arquitectos y artistas barrocos.
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EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
Detalle de la
fachada de la
Iglesia de San
Agustín, Lima.
Detalle de la
fachada barroca
de la Catedral de
Valencia.
Arriba: detalle de Arriba: detalle de
la fachada de El la fachada de San
Salvador, Brasil. Lorenzo, Potosí,
Bolivia.
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EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
Arriba: maqueta del
Sagrario Metropoli-
tano en la ciudad de
México.
Abajo: Maqueta de la iglesia de Santo Domingo. Abajo: Fachada de Santo Domingo, Ciudad de México.
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EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
Arriba izquierda:
Iglesia de San
Francisco, Puebla.
Arriba derecha:
Iglesia de Santo
Domingo,
Oaxaca.
Abajo izquierda:
Fachada de
la Catedral
de Zacatecas.
Detalle.
Abajo derecha:
Maqueta de
la Catedral de
Zacatecas.
1 2
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EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
Arriba: Fachada de la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, Guatemala.
En las edificaciones virreinales de Antigua, Guatemala, podremos encontrar, como en el caso de la Nueva
Galicia mexicana, ejemplos de un sobrio barroco y otros de un barroco florido, para utilizar términos que más
que definitorios señalan un rasgo de la gran variedad que el estilo adoptaría.
Maqueta de la Parroquia de la Santa Veracruz.
Detalle del pórtico de la iglesia la Santa Veracruz, Detalle de la maqueta de la Catedral de la ciudad de México.
Ciudad de México.
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EL BARROCO, SU CONTEXTO SOCIOCULTURAL Y TEORÍAS DEL ARTE
ARQUITECTURA Y ARTE
BARROCOS EN LOS
VIRREINATOS
.- Angulo encuentra que la arquitectura barroca mexicana es tan sólo una manifestación
más, aunque reconoce su importancia, del barroco español. Consultar, entre otros:
Antonio Bonet Correa y Víctor Manuel Villegas, El barroco en España y en México,
Universidad de Guanajuato, Guanajuato, 1967; Justino Fernández, El retablo de los
reyes, Instituto de Investigaciones Estéticas de la unam, México, 1959.
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Arquitectura Y Arte Barrocos En Los Virreinatos
las imposiciones políticas, religiosas, económicas, culturales y étnicas, lo
que sabemos que es totalmente falso. Pero también, suponer que en los
virreinatos se desarrollo un arte que manifestó su independencia clara,
su autonomía del arte español, que se desarrolló en forma más o menos
libre de las propuestas, tradiciones, convenciones y modelos españoles
o de los europeos, es creer en el error de que no existieron abundantes y
variadas estrategias de control, ejercicio del poder, dominación, imposi-
ción, regulación y fenómenos de aculturación, de imperialismo cultural,
que se llevaron a efecto sistemáticamente en los territorios coloniales.
De estas tensiones que en distintos lugares y contextos se manifestaron
con sus matices particulares surgen la arquitectura y el arte virreinales.
Si bien es cierto que el arte en los virreinatos está controlado por
directrices y principios que frenan el desarrollo de experiencias indi-
viduales y colectivas, los procesos críticos y las búsquedas directas no
lograron ser aplastados por las directrices impuestas y esto se va a ma-
nifestar tanto en similitudes regionales que singularizan e identifican a
cierto grupo de artistas, como en variantes específicas de “escuelas”, áreas
culturales, momentos históricos e incluso autores o grupos de artistas.
Vamos a diferir parcialmente aquí de algunas de las propuestas
de autores tan destacados como Graciano Gasparini, en dos puntos,
principalmente: el primero se refiere al hecho de explicar las diferencias
regionales de los virreinatos como fenómenos que derivan de una acep-
tación sin alternativas de ciertos principios de autoridad que tuvieron
dominantes distintas en cada lugar; y el segundo se refiere a los elemen-
tos que señala como exclusivos de determinadas regiones, exclusividades
que se explican, según su opinión, por contactos culturales con fuentes
externas de diferente procedencia. Y vamos a considerar los aspectos to-
cantes al segundo punto antes que aquellos que se refieren al primero.
Graciano Gasparini observa lo siguiente sobre ciertos rasgos que él
considera “elementos exclusivos de determinadas regiones” virreinales:
.- Víctor Manuel Villegas, El gran signo formal del barroco, Secretaría de Finanzas y
Planeación del Gobierno del Estado de México, México, 1993, pp. 593 y ss.
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Arquitectura Y Arte Barrocos En Los Virreinatos
estípites localizados en la Catedral de El Salvador, de la sacristía del tem-
plo de San Francisco y de la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, ambos
templos de Ouro Preto; también reproduce estípites del retablo lateral
del templo de San Juan del Rey, de Santa Gertrudis en Joao la Ferras, de
la parroquia de San Antonio en Tridentes, etc. Reproduce también estí-
pites localizados en la iglesia de Masaya y en la parroquia de Subtiava, en
Nicaragua; de la fachada de la iglesia de los Dolores en Tegucigalpa y de
la iglesia de Comayagua, en Honduras; de la iglesia de Santo Domingo y
de la iglesia de San Diego, en Colombia. Si tomamos en cuenta que esta
enumeración constituye una serie de ejemplos y no un inventario com-
pleto, nos daremos cuenta del peso y el número de los casos particulares
que deben ignorarse para aceptar como cierta la afirmación de Graciano
Gasparini, cuando afirma que el estípite “es una rareza en Sudamérica”
y que puede ser considerado como un “elemento exclusivo de Nueva
España”. Algo similar ocurre cuando consideramos sus observaciones so-
bre las superficies decoradas de las fachadas, pues entonces se tienen que
ignorar, cuando se habla de abundancia de decoraciones, ejemplos como
los de la Catedral de Cajamarca (Perú), la Catedral de Sucre, la de San
Francisco en La Paz, el Portal de San Lorenzo (Bolivia), la Merced, Santa
Cruz, el Carmen y la iglesia de Almalonga (en Guatemala), la iglesia de
la Compañía de Quito (Ecuador) y la de la Compañía de Arequipa, la
iglesia de Santo Domingo de Arequipa, la de Santa Bárbara y la de Lam-
pa, la de San Pedro en Zepita (Perú); y cuando se habla de sobriedad,
también tendremos que ignorar ejemplos novohispanos como los de la
Catedral de México, la Catedral de Morelia, la fachada de los templos de
San Agustín, San Juan de Dios, Nuestra Señora de la Merced y Nuestra
Señora de Aranzazú, en Guadalajara, etcétera.
Pero, lo que realmente resulta rebatible —más que controversial—
para nosotros, es la afirmación que hace Graciano Gasparini cuando lo-
caliza “el mismo aire de familia”, “propio de los lugares apartados de los
centros más aventajados” y cuando afirma que no hay diferencias sus-
tanciales entre los “tipos populares” de las diversas regiones “periféricas”,
en las obras arquitectónicas que se producen en todos los virreinatos de
América. No sólo podemos identificar que hay diferencias sustanciales
entre las obras de las distintas regiones “periféricas” de Nueva España,
Nueva Granada, el Reino del Perú, etc.; también podremos localizar ca-
sos de diferencias sustanciales entre las obras de distintas áreas de una
misma región “periférica” (Oaxaca, Michoacán, Sinaloa, etc., en México;
o entre la obras que se producen en el norte y el sur del Perú, por ejem-
plo, fuera de la capital y de las ciudades menos “apartadas”). En estas
afirmaciones de Graciano Gasparini se percibe una postura de superio-
ridad y un fenómeno de discriminación que rechazamos rotundamente,
no sólo por cuestiones ideológicas sino por considerar las características
reales y concretas de los casos particulares. Lo que sí nos enseñan sus con-
sideraciones es que tenemos que estar muy atentos, cuando estudiamos
la arquitectura y el arte virreinal, a ser capaces de ver la similitud en las
diferencias y la diferencia en la similitud, sólo así podremos identificar
constantes y variables, nunca invariables, pues incluso las constantes se
verán afectadas por mayores o menores alteraciones.
Por otra parte, en muchas regiones “periféricas” se pueden localizar
abundantes obras que “aventajan”, para utilizar las mismas palabras del
autor, a las que se producen en las capitales o centros “no apartados”.
Las diversidades que se pueden observar no derivan tanto o exclu-
sivamente de contactos culturales con fuentes externas de diferente pro-
cedencia, que son más o menos las mismas aunque la dominante pueda
verse alterada en ciertas épocas o lugares; como de fuentes internas, lo-
cales, originarias, de las singularidades culturales propias, más que de las
externas que son y aspiran a ser el elemento unificador y no el elemento
diferenciador, que es lo identificador de lo local. Este mismo fenómeno
se hace evidente cuando consideramos otro tipo de lenguaje, no el len-
guaje arquitectónico sino el lenguaje verbal, pues aunque en toda Hispa-
noamérica se hable castellano, el acento y las modalidades distintivas del
castellano de cada país, de cada región, de cada zona periférica, se las im-
primen los elementos originarios, los rasgos autóctonos. Así, la presencia
de una grupo cultural que tiene una tradición prehispánica importante
en lo pictórico o en lo arquitectónico, en alguna manifestación cultural
o artística específica, así como la presencia de diversos grupos indígenas
coexistiendo con africanos o la presencia de un grupo indígena que es el
único el mayoritario en una población, sus costumbres, su cultura, sus
tradiciones, su concepción del mundo, son los que marcan las diferen-
cias; del mismo modo ocurre en la península ibérica en la que el arraigo
local de la cultura árabe o judía, gallega, catalana o vasca, desempeñan un
papel tan importante o más que el poder del centro cultural de la capital
de España o, para extenderlo a todo el continente, y específicamente al
desarrollo del arte, lo que ocurre en los distintos países europeos en la
época con respecto a las propuestas de Italia.
Tenemos que tomar en cuenta también que la geografía ameri-
cana está definida por enormes contrastes, además de variadas formas
culturales locales, pues los materiales condicionan no sólo la estructura
sino la traza y la apariencia de muchas de las obras. El color en la ar-
quitectura virreinal lo dan, entre otros elementos, la piedra, la yesería
policromada, la pintura de almagre, el ladrillo que puede tener revoque
blanco, el azulejo. La piedra es tostada, dorada, roja, gris, en el norte y
centro de México, blanca es en Arequipa; en México abunda el tezontle
que es una piedra volcánica, de rojo intenso y que al tacto y a la vista
tiene una textura porosa, pero también encontramos la chiluca, que es
una piedra marfileña que resulta muy adecuada para la talla. El desarro-
llo de la yesería policromada alcanzó en las colonias niveles paralelos a
los de Andalucía, pero tanto la forma como la función ornamental es di-
ferente. En España, los roleos mantienen cierta tradición en su carácter
de elementos ornamentales accesorios; en México, por ejemplo, y sobre
todo en Puebla, los roleos se alargan y adelgazan hasta convertirse en
finas serpentinas de yeso, con cruzamientos y enroscamientos que llegan
a extremos y subrayan y destacan más la policromía; la yesería permite,
además, desarrollar una forma de sensualidad vegetal. El azulejo tenía
una larga tradición ibérica de raíz muzárabe y floreció paralelamente
en España y Portugal. En México, la tradición secular de una artesanía
admirable cristalizaría en varias escuelas locales, en donde, al margen
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Arquitectura Y Arte Barrocos En Los Virreinatos
de sus vinculaciones con las técnicas de Talavera de la Reina en Espa-
ña, se aplicaría en fachadas, cúpulas y muros en cromatismos audaces,
principalmente en Puebla; en Quito y en diversos lugares de Colombia
el uso del oro sobre fondo rojo es característico, aunque no exclusivo;
en el Cuzco, el color oscuro de la piedra andesita es característico. Los
colores están condicionados a veces por la altura, por el clima; el estuco
estará sometido al constante deterioro de la humedad en Venezuela. Las
diferencias también las marcan los temas ornamentales y la retórica que
regula dicha ornamentación; así, por ejemplo, el uso del follaje tallado
en piedra es más sobrio en ciertas regiones que en otras en las que es
abundante (Ecuador, Perú y México), en Centroamérica se emplea con
frecuencia la pilastra almohadillada y la ventana hornacina, es notable
el mudejarismo que se manifiesta en la lacería de tirantes dobles; en El
Salvador, las medias columnas anilladas de la fachada de la iglesia del
Pilar en San Vicente, no son convexas sino cóncavas; en Honduras, la
Catedral de Comayagua manifiesta una euforia decorativa que incluye
hojas de palmeras, así como estilizaciones híbridas de flores que acaban
en mazorcas de maíz; en Nicaragua abundan los arcos conopiales; en
Cuba, el barroco es más sobrio en lo decorativo; en Cartagena abun-
dan las espadañas; en Quito es recurrente la utilización del arco toral
que separa el crucero del altar mayor y que sirve de encuadre al altar,
dejando el retablo del altar como encerrado; en el barroco cuzqueño
abundan los capulines semiesféricos en las torres; en los templos lime-
ños el hastial está comprimido con frecuencia; en Arequipa, la bóveda
de cañón se prolonga hacia fuera, hasta cobijar en forma de hornacina a
la fachada. En Paraguay, Moxos y Chiquitos, los templos se empezaban
a construir por el tejado y eran sostenidos por columnas que fueron
árboles. El factor geográfico determinó la riqueza muchas veces y el es-
plendor de ciertas obras se verá vinculado a la minería, al comercio;
el grosor de los muros tuvo que ver con las actividades sísmicas de las
zonas, las exigencias de ventilación, la escasez de materiales, etc. Así,
por ejemplo, en Centroamérica, los sacudimientos sísmicos fueron tan
tremendos en el siglo xviii que los arquitectos utilizaron muros cada vez
más espesos, torres y cubos gigantescos, achaparrados, con el propósito
de evitar derrumbes; también es frecuente la arquitectura en madera que
soporta mejor los terremotos que el ladrillo o la piedra. En Guatemala se
emplearon contrafuertes escalonados para enfrentar los sismos. En cier-
tas zonas del Perú y en otras de México, la perduración de las bóvedas
góticas resultaría más adecuada que la bóveda de cañón para resistir los
temblores; sobre este particular, en Perú se produce un caso particular
que es observado por Leopoldo Castedo:
.- “El barroco peruano”, en Arte precolombino y colonial en América Latina, Salvat,
Estella (Navarra), 1970, p. 141.
No podemos tampoco dejar de reconocer que los aportes externos
no ibéricos pueden desempeñar un papel fundamental también en de-
terminadas circunstancias, tal como ocurre con el idioma; por ejemplo,
el castellano bonaerense, extremadamente determinado por la influencia
italiana de los emigrantes, más que por cualquier tipo de factor autóc-
tono; lo que rechazamos de la postura de Gasparini es el hecho de que
minimiza intencionalmente la importancia de los factores del contexto
propio como determinantes de las particularidades, sobre todo porque el
autor los reconoce cuando habla de tradiciones europeas (la arquitectura
de Portugal, por ejemplo), pero no así cuando habla de Latinoamérica.
Lo anteriormente señalado no sólo tiene el propósito de precisar
nuestro punto de vista, nuestra perspectiva sobre el fenómeno cultural que
estudiamos, también podemos considerarlo como una afirmación derivada
de nuestros estudios de los casos particulares, aunque aclaramos que en el
presente trabajo nos limitamos a exponer ampliamente algunas considera-
ciones y estudios sobre un conjunto reducido de obras que se localizan en
la que fuera una ciudad novohispana, lo que limitará la demostración de lo
que afirmamos aquí y que no sólo deriva del presente trabajo.
El barroco en Nueva España se caracterizaría porque no le brindó
mucha movilidad, ni especial atención, a las innovaciones en las plantas
de los templos, pues se utilizaron básicamente cuatro tipos de plan-
tas: la planta de una sola nave, la de cruz latina (generalmente para
las parroquias), la basilical de tres y cinco naves (generalmente para las
catedrales), y excepcionalmente la planta oval. Esto es cierto cuando
consideramos los rasgos del barroco novohispano, pero para conside-
rarlo como un rasgo exclusivo de este virreinato tendríamos que realizar
estudios comparados que nos permitan precisar con exactitud, y no en
forma meramente generalizada, si el fenómeno es común a otras regio-
nes —como de hecho lo es— de Latinoamérica y a cuáles de ellas en es-
pecífico, así como los casos significativos que son excepciones notables.
Sobre este punto particular Javier Gómez Martínez ofrece una
respuesta particular que deberemos considerar aquí tanto para señalar
los puntos en los que coincidimos como aquellos en los que nos aleja-
mos de su postura y observaciones.
Javier Gómez Martínez recupera las observaciones de Diego An-
gulo sobre el hecho de que la preponderancia de lo decorativo sobre
lo espacial no es un rasgo específico de Nueva España sino: “común a
las escuelas barrocas españolas e hispanoamericanas”. Al mismo tiem-
po, recupera también las observaciones de Paolo Portoghesi que había
planteado la cuestión en términos de fondo y figura, en tanto que para
él el barroco contempla una pluralidad de modelos propiciados por la
interpretación antidogmática del repertorio clásico y destaca que la de-
coración también implica valores espaciales. y que gracias a la contrapo-
sición entre la figura y el fondo se crea una especialidad pulsante u osci-
lante que contrapone el vacío a lo lleno, lo simple a lo complejo. Estas
concepciones de lo espacial derivan de una recuperación de tradiciones
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Arquitectura Y Arte Barrocos En Los Virreinatos
arquitectónicas ajenas al Renacimiento, el gótico, el románico, etc., que
se dará en el periodo y el arte barroco.
Hasta aquí estamos totalmente de acuerdo con el investigador,
quien también observa que la obra de Juan Caramuel, el teórico de
la arquitectura oblicua que tendría una enorme influencia en el barro-
co hispánico, enseña a materializar esa arquitectura oblicua en detalles,
pero no enseña a trazar espacios oblicuos ni, menos aún, a construirlos
y observa que esto tuvo sus repercusiones concretas.
Diferimos del punto de vista de Javier Gómez Martínez cuando
considera que el estatismo espacial de la arquitectura barroca hispánica
es: “una imposición derivada de carencias de tipo formativo”.
Sin lugar a dudas sí hubo casos en los que esta circunstancia tuvo
verificación, pero considerar a éste como el único o principal motivo es
ignorar otro aspecto importante que marca una diferencia entre el Re-
nacimiento y el barroco y del que nos ocuparemos en seguida.
El arte del Renacimiento había buscado sus fuentes de renovación
en la antigüedad, pero no en la antigüedad del cristianismo primitivo
sino en la tradición clásica greco-latina. El barroco ampliaría el reper-
torio de sus búsquedas de renovación en la antigüedad y se volcaría,
principalmente, a recuperar la tradición románica, gótica, bizantina,
etc.; en esa recuperación del pasado la tradición del cristianismo primi-
tivo desempeñaba un papel fundamental, que respondía a la Reforma
y correspondía a la Contrarreforma. Este hecho ha sido observado por
estudiosos tan destacados como Rudolf Wittkower.
En el arte del Renacimiento se había promovido la planta cen-
tralizada, se consideraba que la figura geométrica más perfecta era el
círculo y se favorecía el uso de plantas circulares y cuadradas, entre otros
elementos, en los que se incluye el empleo importante de la planta basi-
lical. Pero el barroco, que en muchos aspectos continuaba diversas pro-
puestas del Renacimiento, marcaba su posición frente a este lenguaje y
sintaxis arquitectónicos del renacimiento:
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Arquitectura Y Arte Barrocos En Los Virreinatos
ron al barroco desarrollado en la región centro occidente (Morelia, Jalisco,
Zacatecas, por ejemplo) con otros elementos característicos de la zona cen-
tral del país, algo semejante a lo que ocurre en Guanajuato y en San Luis
Potosí. El empleo de pintura decorativa sobre los muros, principalmente
interiores, a manera de estucados, es característico de este barroco. En Si-
naloa, en cambio, el barroco es un barroco florido cuyas portadas siguen el
modelo de “cuadrícula”, se emplean dominantemente vanos rectangulares
y columnas salomónicas; el uso de torreón escalera le otorga un rasgo dis-
tintivo en el virreinato novohispano, la presencia de esculturas de persona-
jes civiles en los edificios religiosos es otra de sus particularidades.
La consideración de que las diferencias regionales de los virreinatos
son fenómenos que derivan de una aceptación sin alternativas de ciertos
principios de autoridad que tuvieron dominantes distintas en cada lugar,
es una afirmación que oculta lo que conlleva el hecho mismo de que en
los distintos lugares se diera preferencia a ciertas dominantes en lugar de
a otras, pues esto implica una selección y una discriminación, indica la
preferencia en la aceptación y desarrollo de ciertos modelos y un rechazo
de otros; significa una posibilidad de elección y una recreación activa
de los modelos. Esto nos habla ya de que es falsa la idea expresada en la
frase “sin alternativas”. Tenemos que tomar en cuenta que la preferencia
estará, en ocasiones, determinada por las posibilidades de reproducción
del modelo, mientras que en otras estará determinada por una serie de
características propias de la cultura que acogía o a la que se le imponía el
modelo. Una cultura a la que se le imponen determinados parámetros,
tradiciones y esquemas, determinadas posibilidades de crear, responderá
de variadas formas: en cierta medida, reproduce el modelo impuesto,
dentro de sus posibilidades; rechaza, dentro de sus posibilidades tam-
bién, la fidelidad con respecto al modelo impuesto e, incluso, intenta
subvertir el modelo que se le impone. Es absurdo suponer que a lo largo
de por los menos dos siglos y de tan extenso y variado territorio como el
de América Latina, no se hubieran producido todas estas respuestas en
determinados lugares y momentos, cuando, además, encontramos obras
que así lo confirman. En la verificación de alguna de estas posibilidades
creativas intervenían múltiples factores, incluso los materiales con los
que se contaba en una región determinada, el clima de la región, la can-
tidad de artesanos educados en determinadas actividades laborales, las
destrezas “naturales”, o mejor dicho, culturales y artísticas de cada grupo,
tanto de los grupos autóctonos como de los externos; las demandas y
condiciones que impusiera el espacio y el tiempo, la organización social
y hasta las diferentes órdenes religiosas dominantes en ciertas áreas o las
que se habían establecido en ciertos lugares. Sus programas arquitectóni-
cos e iconográficos, al margen de la región en que se establecieran, eran
constantes, con la diferencia de que habría regiones en las que determi-
nadas órdenes tuvieron mayor fortuna que en otras y esto les permitió
desarrollar obras más notables, más numerosas, de mayores dimensiones;
mientras que otras ocuparon espacios sociales relativamente marginales.
Durante el siglo xvi los agustinos, por ejemplo, llevaron a cabo
en la Nueva España los más ricos conjuntos iconográficos, como el de
Actopan. Llegaron a acumular fortunas, su riqueza les permitió convertir
sus iglesias y conventos hispanoamericanos en verdaderos museos, que se
nutrían con obras realizadas in situ bajo su mecenazgo o traídas de Es-
paña, Italia y Flandes. Un ejemplo nos lo ofrece el convento agustino de
Quito (Ecuador) que estuviera bajo la dirección del padre Basilio Ribera,
quien encargó a Miguel de Santiago la serie del claustro, cuya realización
duró dos decenios. La serie estaría integrada por lienzos de gran formato
inspirados en los grabados y en la serie de Bolwert de 1624, así como
en obras flamencas e italianas. Otro ejemplo célebre lo ofrece el caso del
conjunto agustino del Cuzco, realizado por el pintor Basilio Pacheco. El
convento agustino del Cuzco fue demolido en 1835 y la serie se trasladó
a Lima, se trataba de cuarenta lienzos obra de un equipo de maestros.
El mayor conjunto de los jesuitas en la Nueva España se encuentra en
Tepotzotlán, donde a fines del siglo xvi el padre Antonio de Mendoza funda-
ría una institución educativa, bajo la advocación de San Francisco Xavier, en
la que se enseñaría religión, retórica, poesía, lenguas. Pero, sin duda, la obra
de los jesuitas fue más importante en el Cono Sur que en Nueva España.
La importancia de los programas arquitectónicos de cada una de
las órdenes religiosas en las características y modalidades de la arquitec-
tura virreinal se pueden observar en ejemplos significativos por múltiples
razones, vamos a referirnos al caso que nos ofrece la iglesia del colegio
de los jesuitas en Bahía, hoy catedral de la ciudad. El propio Graciano
Gasparini ha observado sobre esta obra arquitectónica:
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Arquitectura Y Arte Barrocos En Los Virreinatos
puede tener una importancia relativa cuando los resultados espaciales
son completamente distintos. El templo jesuítico del Espíritu Santo de
Évora, al igual que el de Bahía, se cubre con una falsa bóveda de cañón
a todo lo largo de la única nave: desde los pies hasta el presbiterio o
capela-mor. Esta solución produce un espacio estático inscrito dentro
de límites rectangulares en los cuales el crucero tiene una insignificante
importancia espacial. En la iglesia de San Roque de Lisboa el espacio
tipo salón lo acentúa aún más la falta de bóveda. Dichas iglesias tienen
las plantas que revelan a las claras la adhesión y aceptación del programa
jesuítico. Sin embargo, a pesar de esa similitud, el resultado espacial es
totalmente distinto si se compara con el templo del Ges de Viñola en
Roma, la iglesia madre de la Compañía.
…La fachada de la Iglesia del colegio de los jesuitas de Bahía,
terminada hacia 1680, tiene más relación con el templo jesuítico portu-
gués de Santarem (1676), que con las de Évora y Lisboa.
La sacristía, detrás del altar mayor, tiene acceso por ambos lados de la
nave. Parece ser que el hecho de disponer la sacristía en esta ubicación
y a todo lo largo del ábside, fue una costumbre de la arquitectura de
los oratorianos, porque si bien es cierto que se puede apreciar en San
Agustín de Zacatecas y San Agustín de San Luis Potosí, también lo es
que no se repite en ningún otro templo agustino.10
57
Arquitectura Y Arte Barrocos En Los Virreinatos
Arriba izquierda en esta página: Retablo del altar mayor del Templo de San Francisco (México).
Arriba derecha en esta página: Retablo de la capilla del templo de San Francisco (México)
Abajo izquierda en esta página: Retablo de San Francisco en San Cristóbal de las Casas.
Abajo derecha en esta página: Retablo en la iglesia portuguesa de San Francisco.
Arriba siguiente página: Interior y retablo del altar mayor de la iglesia de Santo Domingo (Oaxaca)
Abajo izquierda siguiente página: Retablo lateral de la Iglesia de Santa Rosa en Morelia.
Abajo derecha siguiente página: Retablo lateral de la iglesia de Santo Domingo (México).
59
Arquitectura Y Arte Barrocos En Los Virreinatos
Arriba izquierda: Ejemplo de
altar retablo en San Juan de Dios
(México)
Detalle del claustro de San Agustín en Lima. Detalle de la fuente del patio del Convento de Santa Rosa
(Puebla).
61
Arquitectura Y Arte Barrocos En Los Virreinatos
Arriba: Detalle del patio de Santo Domingo en Colombia.
63
Arquitectura Y Arte Barrocos En Los Virreinatos
ARQUITECTURA Y EL ARTE
BARROCO EN GUADALAJARA,
NUEVA GALICIA
65
Arquitectura Y Arte Barroco En Guadalajara, Nueva Galicia
La situación no es muy diferente entre los estudiosos regionales
y locales que agregan a las anteriores edificaciones algunas otras obras
religiosas que fueron importantes ejemplos del estilo, pero que hoy han
perdido la mayor parte de su patrimonio artístico barroco; es el caso del
templo de San Agustín, que contaba con un retablo dorado de madera,
de cinco niveles, el cual desapareció a mediados del siglo xix, o el templo
de Santa María de Gracia, hoy totalmente modificado en su interior.
Aunque con menos frecuencia, también se suele hacer referencia a la
iglesia de Nuestra Señora de la Merced, al templo de Jesús María, al
templo de Santa Teresa, por ejemplo, y aunque los estudiosos locales se
han ocupado un poco más de edificios como el Santuario de la Virgen
de Guadalupe, que tenía un retablo mayor y cuatro colaterales, todos
de madera dorada, así como diversas obras pictóricas barrocas, algunas
de ellas todavía ubicadas en el edificio, se les suele considerar —como
a la Capilla de Belén—, al margen del barroco o como una especie de
ejemplo singular del eclecticismo con elementos barrocos.
Los investigadores de la arquitectura jalisciense van a preferir tra-
bajar con obras barrocas que se encuentran fuera de la capital del esta-
do; pero debemos, pese a todo, reconocer que se han realizado trabajos
monográficos valiosos de obras destacadas y destacables, es lo que ocurre
con el templo de San Felipe Neri o con los elementos ornamentales
barrocos que posee la Catedral de Guadalajara, obra que corresponde
cronológicamente al periodo inmediato anterior, así como por su es-
tructura de planta y otros elementos renacentistas. Esta brevísima enu-
meración tiene como propósito citar ejemplos recurrentes en los traba-
jos; mientras que en raras ocasiones se han realizado análisis de edificios
de la época que ameritan una atención especial, casos como el templo
de Nuestra Señora de Aranzazu, uno de los edificios menos intervenidos
del periodo; el templo de San Juan de Dios, ubicado en una de las zonas
más populares de la ciudad y parte de uno de los dos conjuntos hospita-
larios de la ciudad en la época virreinal en Guadalajara; el conjunto de
Capuchinas, ejemplo singular porque templo y convento (parcialmen-
te) siguen dedicados a la función original que tuvieran en el periodo
virreinal; o los que fueron conjuntos de enseñanza que, aunque con mo-
dificaciones, siguen dedicados a dicha función: Jesús María, el Antiguo
Colegio de San Diego y los singulares casos de la casa de los oratorianos
de San Felipe. Otro caso singular lo constituye uno de los conjuntos
hospitalarios: el Hospital Real de San Miguel, hoy Antiguo Hospital
Civil. Menos todavía, se han estudiado los templos barrocos como parte
de los conjuntos conventuales a los que se integraron originalmente,
por lo que tampoco se le ha dado la debida importancia al resto de los
elementos arquitectónicos y/o artísticos de los conjuntos conventuales
que todavía subsisten, aunque dedicados a funciones distintas.
Muchas veces, se identifica totalmente a la arquitectura barroca
sólo con el exceso ornamental y esto actúa de manera negativa en varios
sentidos ya que se consideran preferente o exclusivamente los ejemplos
que ofrecen este rasgo o que conservan este rasgo en alguna de las partes
del edificio por lo menos (fachadas o interiores). Pero hay que tomar
en cuenta que obras que hoy poseen una gran sobriedad no la tuvieron
originalmente debido a la presencia de altares barrocos, pintura orna-
mental, estucado, etcétera y, sobre todo, se debe remarcar que el barroco
se manifestaría también en una variedad herreriana o de gran sobrie-
dad, en el todo o en parte de sus elementos —sin por ello dejar de ser
barroco—, en la medida que corresponde a una serie de convenciones
propias de la época y se expresa en un lenguaje que es propio también
del movimiento artístico y arquitectónico así denominado.
Lo anterior es grave, particularmente si consideramos que la ciu-
dad de Guadalajara tuvo diez importantes claustros masculinos: San Fran-
cisco (1531), San Agustín (1573), Santo Domingo (1585), La Compañía
(1586), Nuestra Señora del Carmen (1593), la Cofradía de la Veracruz
de San Juan de Dios (1604), El Salvador de los Oblatos (1695-1702), la
Congregación del Oratorio de los Filipenses (1679), la Compañía de Be-
lén (1704) y el Claustro de Nuestra Señora de la Merced (1721). Además,
esta ciudad contaba con seis conventos femeninos, el primero de ellos
muy poderoso económicamente, el último de ellos, el más humilde; en
orden cronológico de establecimiento, estos conventos fueron: Santa Ma-
ría de Gracia (1588), Santa Teresa (1616), el Convento de Jesús y María
(1687), el Convento de Santa Mónica (1718), el Convento de Capuchi-
nas (1762) y el Beaterío de Santa Clara (finales del siglo xviii). Esta sola
enumeración de conjuntos religiosos, al margen de las edificaciones civi-
les, bastaría para formarse una idea de la importancia que la arquitectura
barroca pudo tener hacia el siglo xviii en esta ciudad; pues las edificaciones
corresponden al periodo barroco o habían sido reconstruidas y modifi-
cadas justamente en el periodo; pese a ello, los ejemplos de arquitectura
barroca que se conservan en Guadalajara son escasos y en su mayoría han
perdido parte importante de su original riqueza.
La escasez de ejemplos se debe a hechos históricos y fenómenos
socio-ideológicos, casi por igual.
Entre los hechos históricos podemos distinguir acontecimientos de
dos tipos: los primeros fueron las luchas armadas y político-ideológicas que
ocasionaron la destrucción de la ciudad y, entre los segundos, destaca una
importante tendencia a la modernización que afectó a las mayores ciudades
de este país en varios periodos, principalmente hacia finales del siglo xix,
en la segunda década del siglo xx y a mediados del mismo siglo; trayendo
como consecuencia la destrucción de las edificaciones del pasado.
Entre las luchas armadas, iniciadas en el periodo de los conflictos
por la Independencia, se destacarán varios hechos ampliamente conoci-
dos que son continuados más tarde, por los conflictos entre liberales y
conservadores; la Reforma; los conflictos entre caudillos revolucionarios;
las luchas cristeras. Acontecimientos que convertirían la ciudad, y parti-
cularmente los conjuntos conventuales y religiosos, en espacio de batallas
cámpales. Lo que trajo como consecuencia destrucciones importantes.
Francisco Belgodere, en “Guadalajara en la historia”, señala al res-
pecto:
67
Arquitectura Y Arte Barroco En Guadalajara, Nueva Galicia
...podemos destacar que entre el 14 de febrero y el 20 de marzo de 1858,
Benito Juárez visitó esta plaza y en esos días —el 13 de marzo— estuvo
a punto de ser asesinado en Palacio.
Dos veces, el general don Santos Degollado, sitió a la población:
una en junio y otra en septiembre del mismo 1858, pero logra tomarla
hasta el 27 de octubre, no sin que se soltara una ola de crímenes y sa-
queos, ...el fusilamiento de José María Blancarte...
Lo más grave de todo lo anterior estuvo en que, durante los dos
meses que los liberales dominaron la capital tapatía, comenzó el aniqui-
lamiento de la arquitectura noble de la ciudad, pues todas las calles que
se encontraban cerradas por conventos fueron abiertas, lo que quiere
decir que destruyeron tales edificios.
Lo hasta aquí expresado, aunado a la explosión que hubo en el
interior del Palacio de Gobierno —un depósito de parque—, el 10 de
enero de 1859, al despojo de lo que de oro y plata había en catedral
—octubre del mismo año—, perpetrado por el conservador Severo del
Castillo, y a la demolición de la mitad de la manzana contigua a Santo
Domingo con el objeto de que con esos materiales se construyese un te-
rraplén para subir en él cierta artillería —sucedido del 27 de septiembre
de 1860 durante un nuevo sitio a la ciudad—..., Guadalajara comenzó
a empobrecer en definitiva en cuanto a su patrimonio histórico.
...El general Leonardo Márquez se coronó con laureles de oro;
se fortificó la ciudad y, por si fuera poco, en septiembre de 1859 hubo
una aurora boreal.
El año siguiente hasta el acceso de agua a la urbe se bloqueó; se
evacuó a la población civil y se cañoneó de un lugar a otro la ciudad
mientras la infantería asaltaba luchando con sus bayonetas. Un disparo
de obús dio en San Francisco, que era de los conservadores... en ese
templo se había almacenado su parque...
El resultado en cuanto a la destrucción patrimonial era terrible,
pues muchas casas, buenas o malas, se destruyeron o minaron; los
templos se bombardearon; las calles se rompieron y cientos de mue-
bles y enseres domésticos fueron usados como parapetos o devastados
por el puro afán de hacerlo. Los bienes de la Iglesia se enajenaron o
dilapidaron...
69
Arquitectura Y Arte Barroco En Guadalajara, Nueva Galicia
Aunque son contados los ejemplos de arquitectura “neogallega”
barroca, que se conservan en la Guadalajara contemporánea, éstos nos
permiten ver diversas constantes que fueron comunes al barroco no-
vohispano y ciertas particularidades del contexto propio que dejaron
huellas en las obras específicas. Para estudiar estos aspectos vamos a
centrarnos en algunos elementos de un reducido número de edificios,
principalmente religiosos, aunque no exclusivamente de este tipo. Acla-
ramos que le daremos menos importancia a las obras que han sido más
ampliamente estudiadas; así, por ejemplo, no consideramos en este tra-
bajo el edificio tapatío más estudiado del periodo que comprende desde
mediados del siglo xvi y hasta finales del siglo xviii: la Catedral. En cam-
bio, hemos procurado considerar cada obra en relación con el conjunto
edificatorio del que formó parte, al mismo tiempo que intentamos una
descripción, por lo menos breve, del estado actual de los edificios con-
siderados en este trabajo.
La mayoría de estos templos que estudiamos corresponden al mo-
delo que Kubler describe como característico para el siglo xvi, aunque
en la mayoría de los casos se trata de obras posteriores a esa fecha: planta
de disposición de una nave, con bóveda de nervadura, con contrafuertes
laterales dispuestos en forma regular, las ventanas colocadas en los mu-
ros laterales, de plantas más bien estrechas y cuyo efecto visual es el de
una estructura encastillada o militar; ahí, en los muros austeros apare-
cen, a intervalos, tableros ricamente decorados, ubicados en las fachadas
principales y portadas laterales, dando la impresión general de un tem-
plo-fortaleza de proporciones simétricas. Las ventanas de estos edificios,
sin embargo, no son pocas y en la mayoría de los casos los elementos
ornamentales exteriores corresponden al estilo barroco.
Pese a que en nuestro medio se olvida con frecuencia que la tec-
nología constructiva es también una práctica y un lenguaje con el que se
expresa el arquitecto, cabe destacar el carácter eminentemente mestizo de
la tecnología del periodo, en el que la cultura mesoamericana desempeñó
un papel mucho más importante que el que tendría en épocas posteriores.
Además, esta presencia cultural dejaría huellas importantes en aspectos
de diseño ornamental y en los códigos simbólicos de representación vi-
sual y plástica que se harán visibles en diversos elementos: fisonomías
de los rostros, tipos somáticos, formas vegetales, elementos proxémicos
involucrados en las figuras, sistemas de medidas, etc. Esto no deja de ser
sumamente importante en el caso de Guadalajara, pese a que se trató de
una ciudad de fundación española que no era originalmente un asenta-
miento indígena, porque dicha población estuvo rodeada por pequeños
pueblos indígenas, unos antiguos y otros más recientes, y eran los indíge-
nas la principal aunque no la exclusiva mano de obra, pues hubo también
una población de origen africano, residente en la ciudad española en
calidad de esclavos de los españoles.
Como señala Carlos Chanfón: “La ubicación del indígena en
.- George Kubler, Arquitectura mexicana del siglo xvi, fce, México, 1983. Traducción
de Roberto de la Torre, Graciela de Garay y Miguel Ángel de Quevedo.
actividades específicas pocas veces es reconocida”. Sin embargo, esta
presencia manifiesta su participación tanto en el aspecto técnico como
en el meramente formal, ambos mestizos o sincréticos, como todo el ba-
rroco y la cultura virreinal. La cantería, por ejemplo, era una de las artes
indígenas más cultivadas en la época en la región, como de ello da tes-
timonio la obra de Matías Mota Padilla. Los diseños ornamentales eu-
ropeos, expresados en un lenguaje verbal, eran adaptados a un lenguaje
visual que conservaba y manifestaba los códigos de representación de las
culturas mesoamericanas de Occidente, que se hacen muy notables en
la fauna, en la flora y otros elementos ornamentales y simbólicos. Para el
indígena, el centro estaba representado por el sol, cuyos emblemas po-
dían ser el rostro, la piedra horadada, la flor del universo que albergaba
una constante dinámica de opuestos y simetrías. Algunos de estos ele-
mentos, desgraciadamente pocos, pueden observarse en los decorados
exteriores de la puerta de la capilla del Cenáculo, anexa al templo de San
Francisco, en Guadalajara; y otros, que constituyen bellos ejemplos, los
podemos localizar en la fachada del templo de Santa Mónica y en la que
fuera capilla de un pueblo indígena, la de San Miguel de Analco.
En cuanto a los principios proxémicos y las formas de organiza-
ción de los espacios, llama la atención el fuerte contraste que se establece
entre el espacio exterior y el espacio interior en las edificaciones barrocas
que se conservan en Guadalajara: el templo de Santa Mónica, por ejem-
plo, posee una fachada ricamente ornamentada que corresponde a un
barroco florido; su interior, sin embargo, es mucho más sobrio, denota
cierta influencia gótica muy moderada. El templo de Nuestra Señora
de Aranzazú, en cambio, tiene una sencilla fachada, casi medieval, pero
en su interior los retablos dorados hacen evidentes abundantes elemen-
tos churriguerescos. Aunque en menor medida, este contraste marcado
entre el espacio interior y el exterior también puede observarse en el
templo de San Francisco, en el que el barroco salomónico, muy mo-
derado, de la fachada, difería —y aún difiere— de los elementos de los
decorados interiores; aunque en este caso, como ocurre con el templo de
Santa Mónica, se debe considerar que los interiores que hoy conocemos
son distintos de los que tuvieran estas edificaciones, pues ambos fueron
modificados uno parcialmente y otro totalmente, en época posterior;
no se conservan, por ejemplo, los retablos barrocos de madera dorada
que fueran originales. Este mismo fenómeno de oposiciones entre lo
exterior y lo interior se observa en el templo de Nuestra Señora del
Carmen, aunque por causas distintas, la fachada del templo constituye
una remodelación al edificio que sustituyó al de la iglesia conventual
original, remodelación realizada muy posteriormente y que acusa una
fuerte influencia del eclecticismo de dominante neoclásica, aunque con
cánones dimensiónales totalmente distintos a los de la escuela neoclásica
(cánones eclécticos, para ser más exactos); esto trae como consecuencia
71
Arquitectura Y Arte Barroco En Guadalajara, Nueva Galicia
un extremo alargamiento de las columnas de esa fachada que contrasta
con los trampojos10 barrocos interiores, con los óleos y el fresco de la
bóveda que se conservan en el edificio religioso, los cuales corresponden
al barroco y al barroco tardío.
La marcada diferenciación entre el espacio exterior y el interior de
estas obras barrocas era también un rasgo de la época, y era reforzada en el
virreinato por otros elementos sensoriales que no suelen ser considerados
—en nuestro medio— al estudiar las producciones arquitectónicas, pero
que fueron elementos fundamentales en la cultura árabe y en aquélla que
estuvo marcada por su influencia, como lo fue la tradición hispana. Nos
referiremos, por ejemplo, a la función que desempeñó la luz, la acústica y
el aroma de los espacios, para diferenciar el exterior y el interior, que en las
construcciones eran elementos que marcaban el paso de una zona a otra;
creaban un ambiente y formaban parte integral del diseño, como ocurre
todavía en el palacio de La Alhambra, donde el aroma de las flores, la in-
tensidad de la luz y la presencia o lejanía del sonido del agua de las fuentes,
contribuyen a darle carácter, una personalidad distinta, un ambiente dife-
renciado en cada habitación, cada jardín, cada salón o estancia del palacio.
Para ejemplificar este fenómeno, este efecto arquitectónico de diseño y de
construcción, baste observar que los templos de Aranzazú y San Francisco
estaban ubicados entre jardines extensos de naranjos perfumados, por lo
que el olor exterior de los azahares, el sonido del viento con ecos de agua,
la luz y la calidez del sol del exterior, se convertían en el interior cerrado de
los templos en perfume de incienso, aroma de cirios, resonar hueco y apa-
gado de pasos en el silencio de los pisos de madera y la penumbra; juego
de contrastes de luces y sombras, aire frío y húmedo de construcciones de
adobe y cantera dorada. En el templo de Santa Mónica, la cantera labrada
en una filigrana vegetal contrasta con el fondo claro que servía de base al
decorado de la nave, marcada por la iluminación de diez ventanas y otras
fuentes de luz; una ornamentación que regalaban otras gamas y colores al
ojo del observador que se encontraba ante los volúmenes sensuales de sus
retablos dorados, hoy desaparecidos.
Este énfasis en lo sensorial, además, tenía implicaciones ideológi-
cas importantes, marcadas por la Contrarreforma, que han sido obser-
vadas por diversos investigadores, entre los que se puede citar a Leland
M. Roth, cuando observa:
10.- Expresión de la escuela sevillana de pintura para referirse al engaño visual que en
francés es denominado “trompe l´oeil”.
11.- Leland M. Roth, Entender la arquitectura, sus elementos, historia y significado,
Hay en esos efectos sensoriales involucrada una concepción par-
ticular de lo arquitectónico, que considera la obra como una manifes-
tación artística totalizante e integral; que apela a todos los sentidos, que
exalta lo sensorial y concibe el texto y el contexto como algo inseparable,
diferenciado y a la vez integrado en la expresión arquitectónica que es
integral y aglutinadora.
Ese juego de opuestos que se integraban traducía al lenguaje espa-
cial las antítesis barrocas —conceptistas— del lenguaje verbal del barro-
co. Esos juegos de luces y sombras interiores reforzaban y reproducían,
en gradaciones, las figuras de repetición y las enumeraciones en línea
decreciente o creciente, que los poemas y el discurso literario y filosófico
barrocos prefirieran para expresarse.
La importancia que en el barroco adquiere la luz como elemento
de la expresión arquitectónica se hace visible en las disposiciones de las
ventanas que producen efectos de luz más variados que el sistema simé-
trico; pero también porque adquieren importancia para destacar deco-
rados basados en la policromía, para iluminar pequeños espacios que
se desea resaltar, para producir prismas de luz que proceden del cielo e
iluminan el centro de un retablo o de una imagen, etcétera.
El mimetismo de formas que se manifestaba en la poesía en el uso
de metáforas metalingüísticas y metáforas continuadas, perífrasis y ale-
gorías, se hace manifiesto también en las obras arquitectónicas barrocas
que se conservan en la ciudad de Guadalajara. En la fachada de Santa
Mónica, el muro se convierte en altorrelieves y bajorrelieves de ramas
de vid que se enredan, en un espacio de jerarquías marcadas y múlti-
ples puntos de focalización. El muro desnudo, a través del trampojo, se
convierte en espacio ilusionista, en “engañoso colorido” que nos hace
percibir una columna, un espacio, un relieve que no existen sino en la
representación escenográfica de los colores y las líneas figurativas; como
ocurre en el templo de Nuestra Señora del Carmen.
La dialéctica entre lo real y lo aparente12 se hacen evidente en los
usos efectistas de la iluminación (natural o artificial), en los diseños, en
las expresiones y la gestualidad de las figuras. En los patios y jardines,
de los cuales tenemos algunos ejemplos, parcialmente modificados, en
el edificio que hoy es el Museo Regional, se puede observar otro rasgo
importante que fuera común a todo el barroco y que involucra una con-
tinuidad con respecto a los códigos de expresión e interpretación, bási-
camente simbólicos y religiosos, que regularon el arte y las producciones
culturales medievales; pero que, en formas renovadas, se extienden hasta
el barroco. Así, era frecuente que en los pisos de los patios y jardines,
cuadrados o rectangulares, se trazara una cruz a partir de la unión de
los ángulos opuestos; está cruz estaba marcada y resaltada por el cambio
de las dimensiones de las baldosas o losetas, por veredas que se abrían
entre jardineras de prados y flores o arbustos. En el centro de esta cruz
se colocaba la fuente. Esta disposición de los elementos no respondía
73
Arquitectura Y Arte Barroco En Guadalajara, Nueva Galicia
únicamente a una distribución geométrica en la que la estructura con-
céntrica era fundamental, a la presencia de una influencia morisca o
musulmana en la morfología de los patios, también involucraba una
simbología religiosa católica.13 La fuente en el centro de la cruz era la ex-
presión arquitectónico-escultórica de la metáfora religiosa: Cristo como
fuente de vida.
Otro aspecto en relación con la cruz, pero ahora como elemento
arquitectónico urbano y que debe ser señalado en el caso particular de
la Guadalajara neogallega, es la disposición particular en que los princi-
pales conventos tuvieron hasta el siglo xix en la ciudad. Ubicación que
resulta extremadamente significativa, pues, el poder central de la ciudad
quedaba enclaustrado por cuatro conventos dispuestos cada uno de ellos
en uno de los puntos cardinales, formando, justamente, una cruz: al sur
se localizaba, al final de la calle de San Francisco, el Convento de San
Francisco; al norte, al final de la calle de Santo Domingo, el Convento
de Santo Domingo, a simétrica distancia de Catedral, como gemelo
custodio; al poniente, al final de la Cerrada del Carmen, se localizaba el
Convento de Nuestra Señora del Carmen, precedido por el Convento
de Santa Teresa, de monjas carmelitas descalzas; y al oriente, al final
de la Cerrada de Santa María de Gracia, se localizaba el Convento de
Santa María de Gracia, de monjas dominicas, frente al convento de San
Agustín o de San José de Gracia. En el centro de esa cruz de conventos
de clausura quedaba la Catedral. De esta distribución arquitectónica, la
famosa Cruz de Plazas, que deja a la Catedral al centro de cuatro plazas,
no es sino una reminiscencia “nostálgica”, que declara con precisión la
perspectiva conservadora de su autor, que viene a recuperar con este
diseño urbano un diseño originalmente barroco y religioso que tuviera
la distribución del espacio de la ciudad de Guadalajara; una ciudad en la
que incluso los edificios neoclásicos estarían marcados por un discurso
religioso y con ello denunciarían cierto “barroquismo”. Un ejemplo cla-
ro de este último fenómeno señalado nos lo ofrece el Instituto Cultural
Cabañas, cuyo diseño visto desde lo alto, en planta, corresponde al de
un retablo barroco; en el que los patios ocupan el lugar que correspon-
dería a los diferentes nichos de un retablo y en el que en el lugar princi-
pal del “retablo” se ha colocado una capilla con forma de cruz.
En la primera década del siglo xvii, Guadalajara contaba con dos
plazas principales, una en “lo anterior de la iglesia catedral y casas de
13.- Aunque el barroco rechaza un eje único de ordenamiento de los elementos, la es-
tructuración concéntrica no se elimina, se torna más dinámica, múltiple, pero el
elemento central sigue siendo un punto importante de la ordenación: “El edificio
se convierte en una totalidad plásticamente concebida, dominada por un ele-
mento central muy sobresaliente: la cúpula llena de luz en la iglesia, y el pabellón
central en el palacio. Un flujo continuo de movimiento domina todas las partes
del edificio que se orienta en ritmo creciente hacia el centro”. Ursula Hatje (dir.),
“El barroco”, en Historia de los estilos artísticos, Istmo, Madrid, 1971, p. 99; “...
el terreno no se divide ahora como un tablero de ajedrez en distintas parcelas de
igual valor ...El jardín está orientado según un gran eje central; fuentes, grutas
y pabellones no surgen ya de manera casual, sino ordenados, según un sistema
determinado en los puntos de intersección”, ibid., p. 119.
consistorio, y otra en lo anterior de las casas Reales”14. En esta última se
ejecutaban las penas capitales de los delincuentes y se hacía el mercado
general de toda la comarca de indios, cada cinco días.
Entre las edificaciones virreinales que habían sobrevivido hasta el
siglo xix se encontraban:
75
Arquitectura Y Arte Barroco En Guadalajara, Nueva Galicia
hechos de tierra revuelta con jale, pisados con zacate y secos al sol; tie-
nen de tamaño dos tercias y una de ancho, y cuatro dedos de grueso, y
quedan tan sólidos, que apuestan su duración con las piedras; y como
las paredes se hagan de adobes, esto es, de una vara de macizo y estén
bien cimentadas, no bastan dos siglos a deteriorarlas, aunque se eleven
doce o quince varas: acompáñanse los muros con pulidas portadas, la-
bradas sus cornisas, esquinas, columnas, arquerías, capiteles, canales, y
enlosados de piedra de las canteras de Guentitlán, Copala, Caxititlán,
y de otras blancas y encarnadas. Los templos son todos de piedra y cal,
con tersas y bruñidas bóvedas, fabricadas de piedra de tezontle por lo
ligero, y sus portadas adornadas de estatuas, que nada deben por su
limpieza y acertado dibujo al más pulido mármol, hermoseando con
lo erguido de sus torres y copia de pirámides, almenas y balaustres, la
ciudad toda…25
77
Arquitectura Y Arte Barroco En Guadalajara, Nueva Galicia
Es importante señalar también que diversos aspectos relacionados
con la destrucción o el deterioro de las edificaciones han derivado de un
desconocimiento de ciertas características de la arquitectura barroca o
proviene de una desvaloración de la misma, a favor de lo que se consideró
“progreso y desarrollo”, en un momento determinado, pero que muchas
veces sólo significaba la preferencia por ciertas modas o la incapacidad
para construir el futuro sin tener que destruir el pasado. Así, por ejem-
plo, aunque la aplicación de aplanados sobre la cantera formaba parte
de las prácticas edificatorias de la arquitectura barroca, pues constituían
una medida importante de conservación de la piedra, durante el siglo
xx los aplanados le fueron retirados a la mayoría de los edificios barrocos
y neocoloniales, buscando darles un aspecto menos “provinciano”, más
“elegante”. Sorprende así que incluso personajes que dedicaron parte
de su vida a la realización de actividades culturales, consideraran este
tipo de medidas como algo positivo. Es lo que le ocurre, por ejemplo, a
José Guadalupe Zuno cuando hace referencia a este hecho de retirar los
aplanados, obra emprendida por él, en los siguientes términos:
En Nueva Galicia los agustinos eran los más ricos; los carmelitas que eran
muy pocos y casi todos españoles, poseían magnificas fincas rústicas; los
dominicos tenían muchas casas y los franciscanos, que eran los más nu-
merosos, aunque no tenían propiedades, recibían cuantiosas limosnas.30
29.- “…cada orden religiosa privilegió un tipo de diseño en función de su misión. Los
benedictinos comenzaron por el románico en tanto se situaban como la Iglesia
de la liturgia, mientras franciscanos y dominicos insistieron en el gótico, a que se
acercaban al pueblo mediante la predicación. A la discusión en torno al diseño,
las medidas, el privilegiamiento de lo horizontal del románico frente a lo vertical
del gótico, se sumó el cuestionamiento de la ubicación. La naturaleza represen-
tada por los bosques, se enfrentó a los asentamientos urbanos. El dominio de
la perspectiva humana realista, en las artes visuales, fue correspondida con una
construcción hacia lo alto, como buscando un contacto más directo con lo divino.
Este proceso de diferenciación en cuanto a la relación de lo divino con lo terrenal,
teniendo como punto de intersección la construcción humana, habría de marcar
el desarrollo de la teología y la arquitectura entre los siglos xii y xvi”. Miguel D.
Mena, “1. Ciudad, sujeto y sentidos evangelizadores en el discurso eclesiástico
(siglos XII-XV)”, en Cielo Naranja (Col. Letras-Pensamiento), http://www.cielo-
naranja.com/m2.htm., Santo Domingo, septiembre del 2002, p. 4/11.
30.- Luis Pérez Verdía, Historia particular del estado de Jalisco. “Desde los tiempos de que
hay noticia, hasta nuestros días”, t. I, 2ª ed., Gráfica, Guadalajara, 1952, p. 488.
79
Arquitectura Y Arte Barroco En Guadalajara, Nueva Galicia
Pese a que los jesuitas fueron acusados de enriquecerse, cuando fue-
ron expulsados de nuestra tierras, que eran también las suyas en muchos
casos, fueron desposeídos de todo y esto tuvo consecuencias también en
la historia de la arquitectura neogallega, particularmente en la del periodo
que nos ocupa; pues, al menos por lo que se refiere a las obras arquitectó-
nicas tapatías de los jesuitas, no tanto de las que promovieron como de las
que fueron suyas, muy poco sobrevivió y menos quedó intacto.
3 4
81
Arquitectura Y Arte Barroco En Guadalajara, Nueva Galicia
1.- Tipo de planta de la conventual de
Santa Mónica.
2.- Tipo de planta de la conventual de
San Agustín.
3.- Tipo de planta del conjunto de
capillas e iglesias conventuales de
Nuestra Señora de la Merced.
4.- Tipo de planta de la capilla del
edificio que actualmente ocupa el
Museo Regional de Guadalajara.
1 2
3 4
Tipos de plantas centralizadas del Renacimiento.
83
Arquitectura Y Arte Barroco En Guadalajara, Nueva Galicia
Arriba: Asociación entre la figura humana y la planta basilical en el Renacimiento.
Abajo: Planta renacentista de la Catedral de Guadalajara (Jalisco).
Arriba: Planta de San Felipe.
Abajo: Planta de San Francisco y la Capilla del Santo Cenáculo.
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Arquitectura Y Arte Barroco En Guadalajara, Nueva Galicia
Conjuntos
Arquitectónicos
Patrimoniales
Los franciscanos
• Conjunto de San Francisco de Asís
.- Martha Fernández, La imagen del Templo de Jerusalén en la Nueva España, Univer-
sidad Nacional Autónoma de México, México, 2003, p. 65.
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Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
que ningún elemento carece de un significado específico dentro del pro-
grama edificatorio e iconográfico.
Los programas arquitectónicos de los franciscanos incluían una
serie de elementos y aspectos particulares: los edificios poseían gruesos
muros y se localizaban en pequeñas colinas, montículos o elevaciones;
al frente del templo había siempre un gran atrio, generalmente de forma
rectangular, aunque el atrio podía también tener forma de “L”. Este atrio
estaba limitado por muros almenados y contaba con tres puertas: una en
eje con la puerta principal de la iglesia (generalmente ubicada en dirección
poniente) y otras dos puertas, una al norte y otra al sur. En la intersección
de los ejes, al centro del atrio, se colocaba una cruz (la cruz atrial) y en
cada uno de los ángulos del rectángulo se colocaba una capilla posa. En
los casos en que se hacía capilla abierta, ésta se ubicaba al norte y el claus-
tro se ubicaba hacia el sur. Los atrios cumplían varias funciones: foro en
los autos sacramentales, cementerio; en otras ocasiones eran espacio en el
que se realizaban actividades comerciales, etcétera. El templo, por lo ge-
neral, era de una sola nave sin crucero, en su interior había tres secciones:
una de ellas era la del coro, elevado sobre el ingreso al templo, de manera
que el sotocoro formaba un vestíbulo; el desarrollo de la nave y el pres-
biterio, que se ubicaba al fondo. Cada una de las secciones poseían con
frecuencia un tipo diferente de cubierta, para señalar claramente que la
Iglesia estaba conformada por tres secciones distintas que constituían una
unidad (evocando el concepto trinitario). Los muros del edificio eran de
un considerable espesor. Los ábsides podían ser cuadrados, semicirculares
o semi-hexagonales, también el altar podía carecer de ábside. Las bóvedas
podían ser de cañón o de nervaduras. Los claustros estaban dispuestos
alrededor de un patio con una fuente central.
Isabel Estrada de Gerlero ofrece la simbología de cada uno de los
elementos involucrados en ese programa arquitectónico y señala, por
ejemplo, que el considerable grosor de los muros buscaba producir el
efecto de un templo-fortaleza, pues el convento era concebido como “la
fortaleza espiritual de la Iglesia militante y la prefigura de la Jerusalén
Celeste”. Construían los edificios en montículos, no sólo por cuestiones
prácticas, que cada elemento también tenía, sino porque estas elevaciones
simbolizaban el monte Sión, donde Salomón edifico su templo; la rela-
ción simbólica con este elemento se hace más evidente en las edificaciones
o templos principales en los que aparecen las columnas salomónicas. El
Calvario es una de las estribaciones en el programa, ya que en el Calvario,
Constantino mandó erigir la Anástasis, que se incorporaba al programa
arquitectónico conventual mediante un templo o capilla dedicada al San-
to Sepulcro o al Calvario. La cruz atrial novohispana, en el centro del
cruce de ejes es, siguiendo a Isabel Estrada de Gerlero: “el árbol de la vida
a través del cual el fiel ingresa a la Jerusalén Celeste”. La cruz —observa
también Isabel Estrada— corresponde al Tabernáculo que fuera levantado
por Moisés, el símbolo del Tabernáculo también puede ser evocado en
alguna otra capilla. En las capillas posas se observa una doble simbología:
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Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
(donde anteriormente hubiera una de madera), y los edificios que daban
la impresión de un conjunto fortaleza, eran: el claustro, varias capillas y
el templo mayor, dedicado al santo fundador de la orden.
Además de los edificios anteriores, se encontraban todas las depen-
dencias completas que incluían varias sacristías y la casa habitación donde
moraba el comisario de terceros. Las capillas y el templo eran los siguien-
tes, en secuencia de semicírculo siguiendo el paso del sol, de oriente a
poniente: San Antonio (al cuidado de los mulatos), el Santo Sepulcro (al
cuidado de mestizos), San Francisco de Asís (al cuidado de los indios de
Mexicaltzingo), el Santo Cenáculo (al cuidado de los indios de Analco),
Nuestra Señora de Aranzazú (al cuidado de peninsulares) y la capilla del
Tercer Orden de Penitencia (o de San Roque), al cuidado de comercian-
tes criollos, principalmente. De esta capilla última se ha escrito:
No muy espacioso ni muy estrecho, de dos pisos y cinco arcos por lien-
zo, descansando en pilares cuadrados casi de una sola pieza, piedra dura,
ligeros, y como eran dos arquerías superpuestas, le daban al patrio una
belleza exquisita. El Refectorio era muy espacioso, algo bajo, porque
arriba tenían la enfermería.10
.- Fray Luis del R. del Palacio, Recopilación de noticias y datos que se relacionan con
la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Zapopan con su Colegio y Santuario, t. i,
Guadalajara, 1942, p.105.
.- Ángel Ochoa, El convento de San Francisco, Librería Font, Guadalajara, 1959.
10.- Citado, sin referencia precisa, por Juan José Aguirre Herrera y Manuel Rosas
Las bóvedas del Refectorio eran de nervadura. Las escaleras eran
amplias y la principal remataba en un vestíbulo llamado Salón de Án-
geles, por encontrarse ahí un lienzo de Nuestra Señora de los Ángeles, las
portadas del vestíbulo comunicaban con el noviciado, la biblioteca y los
dormitorios; las celdas miraban hacia el poniente y tenían corredores, a
modo de pasillos-miradores, que daban al pequeño huerto de la sacris-
tía. El patio contaba con una fuente central, aunque en un principio el
convento tuvo problemas de abastecimiento de agua.
El templo principal del conjunto franciscano era, en el siglo xvi,
una construcción humilde hecha de adobe, la entrada de la primera iglesia
de San Francisco estaba orientada hacia el sur, en dirección opuesta de
la actual orientación, por estar al servicio del barrio de Mexicaltzingo; la
puerta lateral estaba orientada hacia el barrio de Analco (el oriente), am-
bas áreas habitadas principalmente por indígenas, a los que daba servicio
el templo. A instancias de los vecinos de Guadalajara y de Diego de Colio,
el templo cambió la entrada al lado norte y el ábside al sur, hacia 1580. La
iglesia adquirió, poco a poco, una nueva fisonomía a cargo del fraile Juan
López. Empezó, según consignan los documentos,11 siendo un edificio
de tres naves, tipo de planta que dominaría en el estilo renacentista de los
primeros años, más que en el barroco neogallego, en el que las plantas de
una sola nave, con o sin crucero, se impondrían de manera muy clara12.
Lo que fue el cementerio del convento se transformó, parcialmen-
te, en un huerto de naranjos. El jardín de naranjos del convento tenía
también una espléndida huerta, ocupaba el terreno que va, actualmen-
te, desde la avenida Corona (anteriormente ahí se ubicaba la calle San
Francisco que fue ampliada para dar lugar a la avenida actual), hasta la
calzada Independencia (por donde pasaba el río San Juan de Dios). Para
su subsistencia los religiosos cultivaban legumbres y árboles frutales que
vendían a bajos precios.
Posteriormente se reconstruyó la antigua torre que tuviera el tem-
plo, porque la anterior se encontraba muy dañada, y se hizo una más alta
(1684). La iglesia se reconstruyó entonces de una sola nave, a instancia
del fraile Miguel de Aledo, la obra fue concluida por fray Antonio de
Avellaneda en 1692. Poseía una arquería que estaba cubierta de madera
artesonada y lacería muy rica en su ornamentación, el templo tenía diez
altares y capillas, aderezados todos con retablos dorados, de los cuales
particularmente notable era el del altar mayor.
En los primeros años del siglo xviii, se continuó la decoración de
la iglesia y fray José Oliván puso en el templo un órgano. Las descripcio-
91
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
nes de algunos otros elementos del interior del templo, nos dan idea de
la riqueza barroca que lo caracterizara, riqueza que parece corresponde a
ese modelo ideal del templo de Jerusalén y a la evocación del arca de la
alianza que diversos estudios han identificado como referente implícito
de la decoración de las iglesias barrocas:
Hay una descripción del aspecto del templo, hacia 1742, que nos
hace Mota Padilla y que conviene citar, pues se trata de uno de los pocos
testimonios que existen:
14.- José Rogelio Álvarez (ed.), “Estado de Jalisco y ciudad de Guadalajara”, en Enci-
clopedia de México, sobretiro del tomo vii, Gobierno del Estado de Jalisco-Depar-
tamento de Economía, Guadalajara, 1974, p. 567 [1134].
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Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
gulosos, al mismo tiempo que acentúa el sentido helicoidal de la caña.
Al ser esta moldura el último elemento ornamental que poseen, estas
salomónicas se convierten en las más sensuales y cercanas a las interpre-
taciones españolas que conozco hasta ahora.15
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Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
asumiera tales dispositivos como suyos, sólo en esa medida se había
cumplido la misión original.16
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Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
posee un pequeño altar de piedra que se ha decorado con un panel ver-
tical de madera y emplomado en óvalo, en el que se representa la paloma
del Espíritu Santo, este panel se ha colocado delante del muro y detrás
del altar, enmarcándolo.
Esta capilla tuvo un altar que es descrito por fray Luis del R. del
Palacio:
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Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
de un querubín. El frontis lo corona una espadaña y tres vanos de arcos de
medio punto que sirven de campanarios. El número de vanos nos remite a
la estructura trinitaria que desempeñaría un papel sumamente importante
en la tradición de la época. La fachada tiene, además, un grupo de cuatro
medallones ovales, los dos medallones superiores muestran los siguientes
elementos: el del lado poniente contiene el relieve de un fraile que sostiene
abrazada una cruz que se inclina hacia su izquierda, y el del lado oriente
corresponde a un noble, con atuendo civil del siglo xvi; podría pensarse
que este personaje representa a San Fernando. Los otros dos medallones
ubicados en un nivel inferior, y más separados que los anteriores, con-
tienen relieves de frailes que sostienen una cruz cada uno, en sus manos
derechas, una de ellas más larga que la otra y que permite identificar al
personaje (San Felipe de Jesús) en tanto este tipo de cruz constituía un
símbolo emblemático del mismo. Los medallones contienen la parte su-
perior de sus figuras, la parte inferior sale de los medallones y se prolonga
hacia abajo, de tal modo que hace las veces de base de los medallones, al
mismo tiempo que es el relieve de la parte inferior de los cuerpos de estos
frailes con hábitos; detalle interesante pues nos permite observar la doble
función que desempeña el signo plástico, rasgo característico del arte ba-
rroco y que contribuye a emblematizar la figura de estos dos frailes como
figuras “pilares”, con todas las implicaciones de sentido que esto tiene,
pues se trata de santos franciscanos.
En el interior, la planta es una nave techada de bóveda de pañuelo
con nervaduras decoradas con flores, apoyada en arcos de medio punto
que descansan sobre pilastras de capitel dórico, unidas entre sí por una
cornisa corrida. El templo conserva su coro superior, manejado como
un gran balcón, ubicado en la parte posterior del muro de la fachada;
por lo que la entrada se realiza a través de un bajo y ancho sotocoro. El
templo contiene tres retablos, el mayor, en el altar principal, es de tres
cuerpos o niveles. En el primer nivel, en orden de abajo hacia arriba, se
encuentran: al centro, la imagen de la Virgen de Aranzazú, con atuendo
de tela color durazno y velo amplio, largos cabellos, que sostiene al niño
en sus brazos. La imagen está colocada sobre un espino florecido y do-
rado, debajo de la imagen hay un conjunto de ovejas. A cada uno de los
lados de la virgen se encuentran tres figuras: dos arcángeles y la figura
de un santo en el centro. Estas figuras corresponden a San Joaquín, en
un extremo, y a Santa Ana en el otro. San Joaquín ha sido representado
con una mano en el pecho y con las largas y rizadas barbas que suelen
caracterizarlo, Santa Ana hace gesto similar al del santo; a estos santos
las custodian las figuras de arcángeles,22 dos de cada lado, uno a cada
extremo de las figuras de los santos. Los arcángeles están ubicados en
un nivel un poco más alto que las figuras de los santos, ligeramente por
22.- Son tres los arcángeles más representados en la iconografía católica, aquellos que
mencionan los textos bíblicos: San Miguel, San Gabriel y San Rafael. En el perio-
do barroco se vuelven también importantes las representaciones de otros arcánge-
les, principalmente San Barachiel y San Uriel. La representación de los arcángeles
de este templo corresponde a los cuatro más difundidos: Miguel, Gabriel, Rafael
y Uriel, claramente identificables por los atributos emblemáticos que portan.
debajo del nivel en que se encuentra la figura de la Virgen y formando
dos triadas, con los santos, una a cada lado de la figura de la Virgen. Te-
nemos así: tres figuras centrales (María en su advocación de la Virgen de
Aranzazú, San Joaquín y Santa Ana), que corresponden a las tres calles
principales del retablo, además de dos conjuntos de triadas formadas
por las figuras de los santos, Joaquín y Ana, y los cuatro arcángeles. En
este primer nivel del retablo se ha colocado a María al centro de la figura
de sus padres, San Joaquín y Santa Ana. La imagen de la Virgen es una
imagen de vestir y posee un hermoso rostro.
En el siguiente nivel, aparece en el centro San Francisco, cuyo
hábito sin estofado corresponde a enfatizar su “pobreza”; a sus lados
figuran San José, en un extremo, y Santa Isabel, en el otro. La variación
del número de calles entre el nivel más bajo y éste le imprime gran dina-
mismo al retablo, que hace evidente una estructura en tríadas. Además,
se ha colocado a San Francisco al centro de dos figuras que representan
a un padre y a una madre: San José, miembro de la “Sagrada Familia”
y Santa Isabel, madre de Juan Bautista, lo que produce un efecto de
simetría con respecto al conjunto de figuras del primer nivel, en tanto
aparecen aquí también una figura paterna, una figura materna y una
figura central. Todas las figuras poseen una delicada belleza, aunque no
todas están estofadas, pues, como hemos señalado antes, la figura de San
Francisco nos ofrece su hábito liso.
En el tercer nivel se encuentran las figuras de Juan Bautista y Juan
Evangelista reconocible por sus atributos, en este caso, principalmente
la túnica verde de San Juan Evangelista y las ropas de San Juan Bautis-
ta, pues sus rostros son casi idénticos; y, al centro de ellos, Jesús (en su
representación del Sagrado Corazón). Sumamente interesante es esta
disposición de figuras, pues aunque ya no encontramos una figura pa-
terna y una materna a los lados de la figura central sino una triada en la
que se representan a Jesús, custodiado por los dos santos: Juan Bautista,
quien precede a Jesús en su labor de predicación y era “primo hermano”
de Jesús, y Juan Evangelista, a quien Jesús se dirige en el Calvario como
su sucesor en su función de hijo de María.
Sobre la figura de Jesús, en el remate del retablo, se encuentra la
figura de Dios Padre.
En los extremos exteriores de este tercer nivel se encuentran dos
figuras de menores dimensiones que las demás, las cuales representan,
aparentemente, de acuerdo con lo que algunos investigadores, entre
ellos Rafael Cervantes,23 han identificado: la venerable María de Jesús de
Ágreda y al beato Juan Duns Escoto.
Este retablo de madera dorada, bellamente ornamentado, contie-
ne también en el primer nivel y debajo de las figuras de los arcángeles,
medallones ovalados y medallones tetrafoliados, con figuras de santos
y doctores de la Iglesia (San Agustín de Hipona, San Gregorio Magno,
Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura de Bagneorea, San Jerónimo
y San Ambrosio de Milán). Arriba de cada arcángel hay un rostro alado
101
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
de un querubín. Lo que significa que a los cuatro Padres de la Iglesia La-
tina se añadieron los dos grandes representantes de la escolástica (Santo
Tomás, el doctor Angélico y San Buenaventura, el doctor Seráfico).
Entre las figuras de los arcángeles, arriba de las cabezas de San
Joaquín y Santa Ana, hay otros dos medallones ovalados; estos dos me-
dallones, uno en cada lado, representan a San Antonio con el niño y
otro de San Bernardino de Siena, mirando hacia lo alto.
Para separar el segundo nivel del tercero, hay cuatro rostros de
querubines alados y, al centro, de mayores dimensiones que los otros,
figura un serafín.
Tenemos aquí una composición mariano-cristológica que culmi-
na con la figura del Padre Eterno, como fuera común en muchos reta-
blos franciscanos. En esta composición, sin embargo, se observa una
jerarquía descendente, pues en la calle central del retablo localizamos,
de arriba hacia abajo, al Padre Eterno, la figura del Hijo (representada
por el Sagrado Corazón) y luego a San Francisco, para cerrar con la fi-
gura de la Virgen, colocada en el nivel más bajo.
Esa ubicación de la figura de la Virgen en un nivel más bajo que
la figura de San Francisco no es del todo jerárquica, pues expresa otro
sentido, ya que en el retablo se le otorga un papel intermediario a San
Francisco, colocado entre la Virgen y el Sagrado Corazón; y por ex-
tensión, dado que por medio del santo fundador se representa a toda
la orden fundada, la orden aparece como mediadora entre los fieles y
Jesús y María. Interpretado fuera de contexto este elemento significante
no tiene la semántica específica que adquiere cuando observamos que
el culto a la imagen de la Virgen surgía de una iniciativa de los fieles
que la veneraban y que habían promovido su culto; al colocar la figura
de San Francisco como intermediario entre la Virgen y Jesús, los frailes
cubrían contenidos de tipo didáctico, ideológico y de adoctrinamiento
que los hermanos de la orden deseaban difundir entre los fieles, pues
dejaban testimonio de la forma en que deseaban que se interpretara su
participación en el culto de la Virgen y reforzaban la propagación del
concepto de la Iglesia como mediadora y de los santos como mediadores
entre Dios y los hombres.
Sin embargo, atendiendo al sistema de jerarquías que involucra el
retablo, llama la atención que el sistema de jerarquías del mismo implique
contenidos de género; pues, puede observarse que las figuras de las santas
han sido ubicadas en la calle de la izquierda (poniente) del retablo, mien-
tras que en la calle de la derecha sólo figuran imágenes de santos de sexo
masculino. Este hecho resulta significativo si consideramos los códigos
proxémicos y las normas de lectura del espacio que la tradición católica
involucraba, en los que el lado derecho estaba dotado de una carga semán-
tica de superioridad jerárquica con respecto al lado izquierdo.
Por todo lo anterior, no poco significativo resulta que San Juan
Bautista se encuentre a la derecha de la imagen del Sagrado Corazón,
San José a la derecha de San Francisco y que San Joaquín se ubique a la
derecha de la figura de la Virgen. Mientras que a la izquierda se ubican
San Juan Evangelista, Santa Isabel y Santa Ana, dos mujeres y el más
joven de los apóstoles.
Estos mismos códigos espaciales se pueden observar en las repre-
sentaciones de los arcángeles, pues San Miguel, considerado el más im-
portante de todos, está ubicado a la derecha y en el centro del conjunto
de los cuatro.
Respecto a las funciones simbólicas en la arquitectura virreinal,
Gustavo Curiel ha observado que el sentido simbólico no sólo se trans-
mite a través de la información iconográfica sino también a partir del
manejo de espacio como significante:
...el mensaje se expresa no sólo a través del símbolo formal sino también
dentro de las relaciones de tipo simbólico-espaciales.
En estos casos los diversos programas, sean de arquitectura o pintu-
ra, se desarrollan o están en intima relación con el espacio. La lectura y com-
prensión del mismo tiene por fuerza que ver con el desarrollo espacial.24
24.- Gustavo Curiel, Tlamanalco, historia e iconología del conjunto conventual, unam,
1988, México, pp. 151 y ss.
103
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
de San Francisco; proponiéndolo como el menor de los hermanos de Jesús,
menor a San Juan Bautista y a San Juan Evangelista. Puede observarse que
las figuras del segundo nivel (Jesús, San Juan Bautista y San Juan Evan-
gelista) y la figura de San Francisco, forman un triángulo invertido con
respeto al triángulo que forman las figuras del segundo nivel (nuevamente
San Juan Bautista, San Juan Evangelista y Jesús) y el Padre Eterno.
Significativo también es que en la calle central del retablo figuren,
en orden descendente: el Padre Eterno, Jesús (en su representación del
Sagrado Corazón), San Francisco y luego la Virgen, cerrando el vínculo
de esta “familia espiritual”.
El concepto de “familia espiritual” es sumamente importante en la
orden de San Francisco y no sólo está relacionado con la concepción de la
orden como una fraternidad, nos refiere a uno de los elementos recurren-
tes en la obra del fundador de la misma; quien concibe como fundamen-
tal la fraternidad del hombre con respecto al resto de los seres del universo;
al mismo tiempo que destaca la figura del hombre como hijo de Dios.
No debemos olvidar aquí que los retablos cumplían siempre con
dos tipos de funciones, unas de ellas eran básicas y estables, y otras eran
funciones variables; las funciones básicas eran, por un lado, incorporar
grandiosidad al altar y al templo. Por el otro, cumplían con un papel di-
dáctico y de adoctrinamiento de primera importancia. La función varia-
ble era la que se refería a cuestiones prácticas que el retablo podía desem-
peñar, ya fuera como retablo-confesionario, retablo-puerta o retablo-ce-
losía. Sobre la función didáctica que, a diferentes niveles de profundidad
y erudición, podían presentar los retablos, Eliza Vargaslugo anota:
25.- Eliza Vargaslugo, México barroco. Vida y arte, Salvat, México, 1993, pp. 109-110
Sobre la inclusión de la figura del Sagrado Corazón en este retablo
del siglo xviii, conviene señalar algunos aspectos: por ejemplo, que es po-
sible que originalmente en lugar de esta figura se encontrara en el retablo
la imagen de Jesús como Salvador del Mundo (Salvator Mundi), aunque
no como señala el fraile Rafael Cervantes: “Nuestro Señor Jesucristo Se-
dente”; porque sedente significa “sentado” y el propio retablo ofrece ras-
gos que hacen imposible esta hipótesis. La representación de Jesús, como
Salvador del Mundo, y no la del Sagrado Corazón, era la más frecuente
en los retablos de la época. La figura actual está rodeada por un contorno
tallado originalmente; no realizado en forma posterior sobre el retablo; lo
que indica que la figura original era de la misma dimensión y morfología
que la que hoy aparece en su lugar (de pie); esto podría hacernos suponer
que se trata de la figura original; no descarta, sin embargo, que la figura
hubiera sido intervenida y por ello hoy nos ofrece el aspecto particular
que tiene como Sagrado Corazón, raro en la iconografía de la época. Sin
embargo, datos relacionados con el culto del Sagrado Corazón en la his-
toria de la piedad cristiana, deben ser tomados en cuenta aquí, antes de
aceptar o descartar que se trate de una representación modificada. El culto
del Sagrado Corazón fue promovido a través de diversos personajes: San
Buenaventura, San Alberto Magno, Santa Gertrudis, Santa Catalina de
Siena, el Beato Enrique Suso, San Pedro Canisio y San Francisco de Sales.
San Juan Eudes es el autor del primer oficio litúrgico en honor del Sagra-
do Corazón, cuya fiesta solemne se celebró, con el beneplácito de muchos
Obispos de Francia, el 20 de octubre de 1672. Entre todos los promo-
tores de esta devoción merece un puesto especial Santa Margarita María
Alacoque quien, auxiliada por su director espiritual —el beato Claudio de
la Colombière—, consiguió que este culto, ya muy difundido en ciertas
regiones, haya alcanzado el desarrollo posterior de que gozó. Sin embargo,
la aprobación de la fiesta litúrgica por la Sede Apostólica precedió a los
escritos de Santa Margarita María Alacoque. La Sagrada Congregación de
Ritos, por decreto del 25 de enero de 1765, aprobado por Clemente XIII,
concedió el 6 de febrero del mismo año a los obispos de Polonia y a la Ar-
chicofradía Romana del Sagrado Corazón de Jesús la facultad de celebrar
la fiesta litúrgica. Con este acto quiso la Santa Sede que tomase nuevo
incremento un culto ya en vigor y floreciente. Esta primera aprobación,
dada en forma de privilegio, estaba aún limitada para determinados fines
de evangelización. Posteriormente, siguió otra aprobación, a distancia casi
de un siglo, de importancia mucho mayor y expresada en términos más
solemnes: el decreto de la Sagrada Congregación de Ritos del 23 de agosto
de 1856, por el cual Pío IX, acogiendo las súplicas de los obispos de Fran-
cia y de numerosos fieles, extendió a toda la Iglesia la fiesta del Corazón
Sacratísimo de Jesús y prescribió la forma de su celebración litúrgica.
Sin embargo, no deja de llamar la atención la presencia de esta ima-
gen del Sagrado Corazón en un retablo virreinal del siglo xviii, pues, aunque
en el arte virreinal podemos localizar algunas representaciones plásticas en
las que aparece la figura del Sagrado Corazón de Jesús, por ejemplo El niño
Jesús de la Premonición, de fray Miguel Herrera, donde el niño Jesús es repre-
sentado a una edad aproximada de diez años con un corazón rodeado por
una aureola de luz en el pecho, como un Sagrado Corazón niño; a lo que
105
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
se suma que Juan Patricio Morlete Ruiz tiene una obra titulada El Sagrado
Corazón de Jesús, y Vicente Pérez una Alegoría del Sagrado Corazón. En la Sa-
cristía de la Santa Casa de Loreto, en San Miguel Allende (Guanajuato), se
encuentra una bella obra del siglo xviii, de Andrés López, en la que aparece
el Sagrado Corazón de Jesús rodeado por ángeles. La representación escul-
tórica de la figura es, sin embargo, mucho más rara en la época, por lo que
debe concedérsele una mayor importancia a este detalle,26 particularmente
si tomamos en consideración lo que destacados estudiosos han señalado al
respecto, entre ellos J. L. de Urrutia en su Teología del Sagrado Corazón:27
Ya desde la época patrística hubo entre los cristianos una devoción hacia
el corazón de Cristo… A mediados del siglo xvii destacó San Juan de
Eudes, que vio el corazón de carne de Cristo como un medio de amarle
y conocerle mejor, y aun extendió su devoción al de María. En la segun-
da mitad del siglo xvii Margarita María de Alacoque despertó con sus
visiones una devoción al Corazón de Jesús, de carácter más afectivo que
teológico; si bien, la Iglesia no ha garantizado la veracidad ni el carácter
divino de las revelaciones de María de Alacoque, el culto se extendió…
la Santa realizó el primer dibujo del Sagrado Corazón de Jesús, germen
de la serie iconográfica del tema.
Este movimiento piadoso iba acompañado de una literatura y
de series de grabados desde fines del siglo xvi. La serie más antigua y
afortunada por las reediciones fue la de Antón Wierix, titulada Cor Jesu
Amanti Sacrum, que figuró en el libro del jesuita Etienne Luzvic, Le
coeur dévot, publicado en París en 1626, al año siguiente apareció en
Douai y se tradujo al holandés, y aún tuvo más reediciones.
La serie más completa sobre el corazón de Cristo se llevó a cabo
en la Nueva España, en el Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco,
bajo el mecenazgo de Pedro Nolasco Leonardo, en 1773.28
26.- En el templo de San Juan de Dios, al fondo del pasillo de los arcos del primer
nivel, se localiza una obra sumamente curiosa en la que, en un estilo virreinal,
se ha representado un Sagrado Corazón vestido de blanco que con su presencia
obliga a ocultarse a un demonio de facciones africanas. La obra es sumamente in-
genua pero involucra contenidos ideológicos interesantes. En uno de los retablos
dorados del templo de Santa Rosa de Lima de Morelia también encontramos al
Sagrado Corazón, pero es evidente que la figura de Jesús ha sido “intervenida”.
27.- J. L. de Urrutia, Teología del Sagrado Corazón, Madrid, 1961; también puede
consultarse Fliche-Martin, Historia de la Iglesia, Valencia, 1977.
28.- Santiago Sebastián, Contrarreforma y barroco, Alianza, Madrid, 1981, p. 322 y 326.
de las graves dificultades que se oponían para su conservación,
nadie pudo acabar con ella.
El P. Gerardo Decorme, s. j., uno de los más doctos y mejor
informados …dice que a tal grado llegó la oposición del gobierno
español que desde el tercero o el cuarto año del reinado de Carlos
III se pedía expresamente a los que habían de conseguir el obis-
pado estas tres condiciones: 1ª. Devoción al venerable don Juan
de Palafox; 2ª. Oposición a la devoción del Corazón de Jesús; 3ª.
Aversión o enemistad para con los jesuitas.29
107
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
El retablo del poniente está dedicado a San José, cuya figura ocupa
la parte central del primer nivel del retablo. Veremos al santo vestido con
su atuendo tradicional en verde y oro, con sus atributos y llevando en bra-
zos al niño Jesús. La figura de vestir está protegida por un capelo de cris-
tal. A un lado, el izquierdo de la figura (lado norte), se encuentra la ima-
gen de un santo que viste muceta y ropas oscuras, bellamente estofadas,
su rostro es el de un hombre joven y su gesto es elocuente. Consideramos
que esta figura representa a San Francisco Xavier, quien fuera representa-
do con llamas en su pecho en algunas imágenes españolas. Sin embargo,
tres hechos podrían despertar cierta duda sobre la identidad del santo, el
primero deriva del hecho de que en la época, el corazón en llamas era un
signo de pasión divina y muy diversos santos fueron representados con el
corazón en llamas en el pecho o con el corazón en el pecho; en la Catedral
de México, por ejemplo, se puede ver la figura de un Santo Tomás con
el corazón en el pecho; en segundo lugar, el personaje porta muceta roja,
esa capa corta que cubre sus hombros y que fuera utilizada como señal de
dignidad propia de los prelados, doctores, licenciados y de algunos ecle-
siásticos, no era la más distintiva de las representaciones de San Francisco
Xavier; además, en el mismo retablo figura otro santo jesuita, San Ignacio
de Loyola, y se pueden observar marcadas diferencias entre el atuendo de
uno y otro santo, ya que, mientras San Ignacio de Loyola viste la sotana
negra tradicional en sus representaciones, la figura del santo del corazón
llameante, nos muestra un atuendo que está bellamente estofado y porta,
además, un cinturón, del todo diferente al de San Ignacio de Loyola, por
lo que podría también pensarse que se trata de una representación de
San Agustín, igualmente representado, con frecuencia, con un corazón
ardiente en el pecho.31 San Agustín podía vestir indistintamente en las
representaciones de entonces, como obispo, como monje agustino, con
cinturón de cuero, o con una mezcla de ambas indumentarias. Sin em-
bargo, cuando el corazón aparece en el pecho de San Agustín suele estar
traspasado por flechas, hecho que deriva, según Juan Carmona Muela,
de las Confesiones en las que se señala: “Tus flechas habían atravesado
mi corazón con tu amor. Llevaba tus palabras clavadas en mis entrañas”
(Confesiones, ix, 2,3).32 Mientras que las representaciones de San Agustín
con el corazón en la mano provienen de los comentarios de San Agustín
al capítulo 23 de los Proverbios, en el que se señala: “Dame, hijo, tu cora-
zón, y que tus ojos hallen deleite en mis caminos” (Proverbios, 23, 26).
Por su parte, San Francisco Xavier era representado, más común-
mente, como señala Manuel Toussaint, del siguiente modo:
31.- En el Museo Regional de Guadalajara se conserva una obra de José de Alzibar en la que
San Agustín de Hipona es representado con un corazón llameante en el pecho.
32.- Juan Carmona Muela, Iconografía de los santos, Istmo, Madrid, 2003, p.16
33.- Manuel Toussaint, Obras maestras del arte colonial, Exposición Homenaje a Ma-
nuel Toussaint (1890-1990), unam, México, 1990, p. 112.
Además de esta representación que señala Toussaint, San Francis-
co Xavier era también representado con la sotana negra y el sombrero de
misionero y no poco frecuente era representarlo abriéndose la sotana a
la altura del pecho para mostrar su corazón ardiente, que es justamente
el gesto del santo del retablo oriente del templo de Aranzazú. Un detalle
más que nos inclina a identificar la figura como la del santo misionero
es que a San Agustín se le suele representar, dominantemente, total-
mente rasurado y la figura del altar barroco que consideramos muestra
una barba cerrada y bien recortada, como la que se suele emplear para
representar a San Francisco Javier.
Al otro lado de San José, al lado derecho (lado sur),34 aparece
una escultura con la imagen de Santa Teresa de Ávila, representada en
forma tradicional, aunque el hábito carmelita también muestra un bello
estofado y es delicado el encarnado a pulimento del rostro y las manos
de la figura. Como la Santa Gertrudis del retablo esquinero de la capilla
del Rosario en el Convento de Azcapotzalco, la figura de la santa carme-
lita dobla la rodilla izquierda, pero sin adelantar el pie. Como en Santa
Gertrudis, el efecto de la escultura está confiado en gran medida al juego
tranquilo de los paños de su atuendo, es la capa que porta la santa la que
permite acentuar la “verticalidad ondulante” que domina en la escultura
y que se manifiesta igualmente en el pliegue del hábito, sabiamente dis-
puesto; pues describe una ligera curva “interrumpida” que va desde la
parte superior de la imagen hasta sus pies, al representar el movimiento
de la parte delantera del hábito. Ambas esculturas son sumamente her-
mosas y moderadamente dinámicas, el artista ha realizado en ellas intere-
santes estudios del movimiento y expresividad, regulados por el decoro.
Otro punto que nos hace inclinarnos a identificar en la figura de ese
personaje vestido con hábito oscuro y un corazón ardiente en el pecho a
San Francisco Xavier, es el hecho de que este santo y Santa Teresa fueron
canonizados en la misma fecha. Pero, igualmente llama la atención que
casi todos los santos identificables en el retablo sean, preferentemente,
doctores de la Iglesia y/o fundadores de orden. San Francisco Javier, sin
embargo, sólo es considerado como patrono de los misioneros.
El testimonio de fray Luis del R. del Palacio es el que nos sirve para
aclarar toda duda, pues identifica al santo como San Francisco Javier, al
mismo tiempo que señala que los santos de este altar que acompañan al
señor San José eran “santos españoles”. Otro autor que identifica al mis-
mo santo como San Francisco Javier es Rafael Cervantes. Además, basta
con comparar esta figura con del altar mayor de la iglesia de San Francisco
Javier de la Compañía de Jesús en Tepotzotlan, para que no haya duda so-
bre la identidad del santo del corazón ardiente de la capilla de Aranzazú.
Sobre la cabeza de Santa Teresa de Jesús hay un medallón en el que se
34.- En época reciente la figura de Santa Teresa de Ávila ha sido colocada en el lateral
opuesto que tuviera con respecto a la figura de San José, lo cual rompe totalmen-
te con la disposición original del retablo; este cambio ha sido ocasionado por
una “limpieza” que se realizó a esta figura y a otras del retablo. Como permiten
comprobar todos los testimonios fotográficos anteriores a este año, Santa Teresa
estuvo siempre en el lado norte, a la izquierda de San José.
109
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
representa a un evangelista, San Marcos; y sobre la cabeza de San Francisco
Javier hay otro medallón ovalado en el que se encuentra otro evangelista:
San Juan. A los lados de estos medallones, en un nivel intermedio inferior,
aparecen santos españoles y doctores de la Iglesia (San Pascual Bailón, que
porta su atributo principal, el cáliz; San Buenaventura, con el hábito francis-
cano, una muceta roja, bien rasurado y con un libro en la mano que indica
su calidad de doctor de la Iglesia; San Isidoro de Sevilla, quien también por-
ta un libro, como corresponde a este otro doctor de la Iglesia que lleva los
atuendos de su dignidad y, finalmente, San Antonio de Padua, representado
aquí en su calidad de doctor de la Iglesia, por lo que también porta un libro
y viste el hábito franciscano). Estas figuras están representadas como térmi-
nos, sólo de tres cuartas partes del cuerpo hacia arriba. En el nivel superior
del retablo aparecen tres figuras de santos distinguidos: el primero de ellos
ha sido identificado por Rafael Cervantes como San Francisco de Paula, y
salvo porque no porta el cordón tradicional con que se le representa al fun-
dador de los Mínimos, ni el báculo característico de sus representaciones en
esa época, la figura podría corresponder a dicha identificación;35 el pequeño
crucifijo en el pecho y su capa corta podrían también indicar que representa
al doctor de la Iglesia San Buenaventura, que estaría representado a la edad
que fuera más común representarlo, aunque faltaría uno de los atributos
distintivos del santo (una maqueta de una iglesia); hacemos referencia a este
santo sólo porque el parecido de la imagen es notable con la representación
que Murillo hace de él. Hay, sin embargo, algo que puede explicar el cintu-
rón largo de esta figura, en lugar del cordón característico de los francisca-
nos, pues debemos recordar que la orden de los betlehemitas, originaria de
Guatemala y llegada a Nueva España en 1683, fue fundada por el hermano
de la Tercera Orden beato Pedro de San José de Betancourt, los miembros
de la orden de los betlehemitas utilizaron en principio el hábito franciscano,
para adoptar finalmente —debido a la oposición de los franciscanos que
no estuvieron de acuerdo en que miembros de su Orden Tercera se rigieran
por reglas distintas— el hábito de los capuchinos; sólo que en lugar de un
cordón utilizaban un cinturón y se rigieron finalmente por las regla de San
Agustín. En 1715, la Compañía de Belén fue elevada al rango de las “reli-
giones hospitalarias” y en 1771 se le aprobó y reconoció “en grado heroico”,
momento que marcó un pleno reconocimiento de reconciliación afectuosa
entre franciscanos y betlehemitas, reconocimiento que se había empezado
a gestar años atrás. Hacia 1704, dos miembros de la Compañía de Belén
que habían llegado poco antes a Guadalajara, lograron que se les otorgara
la administración del Hospital Real de San Miguel que administraron con
gran éxito hasta 1798, año en que se retiraron a la ciudad de México. To-
dos estos hechos referidos entre otros autores por Venancio Ordoño36 y por
Gonzalo Obregón,37 podrían explicar que la figura que ha sido identificada
38.- Hay, desde nuestro punto de vista, más elementos iconográficos para identificar a
esta figura como San Luis de Gonzaga que como San Francisco de Borja, y aun-
que no estamos de acuerdo con la identificación, la preferimos a la de San Luis
de Gonzaga porque no hemos encontrado texto alguno en el que se identifique a
esta figura con el joven santo que no llegó a ser ordenado sacerdote y a quien se
representa imberbe por su extrema juventud. Nosotros, sin embargo, debido a la
ausencia de crucifijo, atributo principal de San Luis de Gonzaga, y a la presencia
de una capa corta de armiño y barba, nos inclinamos a identificar la figura del
retablo con la de San Juan Nepomuceno.
111
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
figuras exentas del retablo. En este caso, la importancia étnica del retablo se
destacaría y nos hablaría de la coherencia entre el grupo social que se hacía
cargo del edificio religioso (peninsulares) y las figuras de santos veneradas
en el retablo. Hecho que confirmaría que ninguna imagen de los retablos
estaba en ellos por mera casualidad o de modo circunstancial.
La inclusión de doctores de la Iglesia, evangelistas, fundadores
de órdenes religiosas, figuras ejemplares como las que aparecen en la
parte superior del retablo (se trate de San Francisco de Paula, San Ig-
nacio de Loyola y San Juan Nepomuceno o de San Pedro, de San José
de Betancourt, San Ignacio de Loyola y San Francisco de Borja, como
suponemos) en esculturas exentas de gran belleza y expresividad, nos
permite ver que el tema de este retablo es el de la colaboración y conti-
nuación de la obra de Cristo, a través de figuras que dedicaron sus vidas
a ello y cultivaron las mayores virtudes del clero regular y secular (como
misioneros, confesores, fundadores, doctores de la Iglesia), pues todos
estos santos se distinguieron por su especial devoción a la Virgen y por
ser o santos fundadores de órdenes religiosas y/o autoridades teológicas,
figuras ejemplares de la vocación religiosa.
Los dos niveles del retablo están separados por cabezas de queru-
bines sin alas, en conchas. Las figuras de las conchas, como todos los
elementos ornamentales del barroco, tienen un nivel de significación sim-
bólica también. Jurgis Baltrusaitis39 ha observado que la concha es em-
blema de castidad y pureza, al mismo tiempo que simboliza la idea de
la resurrección, la vida futura y la inmortalidad. De la concha emerge el
espíritu, como del cuerpo el alma. Tiene también cualidades sobrenatura-
les y simboliza el nacimiento. No es extraño, pues, que estos emblemas de
pureza y castidad decoren el retablo consagrado a la figura de San José.
Joseph A. Baird Jr. se ha referido a este retablo como uno de los
ejemplos más dramáticos del fenómeno de la desintegración del estípite:
39.- Jurgis Baltrusaitis, La Edad Media fantástica, Cátedra, Madrid, 1987, pp. 58-59.
40.- Joseph A. Baird Jr., Los retablos del siglo xviii en el sur de España, Portugal y México,
unam, México, 1897, pp. 202-203.
Colei y San Felipe Neri, expresadas en un retablo “relativamente plano”,
más “plano”, más “cortado”, pero también más sobrio es el tercero de los
retablos de este templo, el que se encuentra ubicado en el lado oriente.
El retablo del lado oriente tiene también dos niveles, en el inferior
y al centro se encuentra la imagen de una Virgen Dolorosa, por lo que se
ha considerado que se trata de un retablo dedicado a ella. En el retablo
figuran, en dos lienzos, a cada lado de la Virgen: San Juan Evangelista
y Santa María Magdalena, representada con un paño y una copa. En el
nivel superior, al centro, está la imagen de Cristo crucificado y a cada
lado de la cruz dos lienzos: uno de María Cleofe, con un paño entre sus
manos, y el otro de María Salomé. Los cuatro lienzos son del mismo
autor, a juzgar por los rasgos que ofrecen. Vale la pena señalar que de
los lienzos de San Juan y de María Magdalena hay reproducción en el
convento de Nuestra Señora de Zapopán y en una de ellas se locali-
za la leyenda: “Martínez Fecit 1762”, hecho que fue observado, antes
que por nosotros, por fray Rafael Cervantes, quien, además, precisa que
aunque hubo varios pintores apellidados Martínez, las obras pueden ser
o de Mateo Martínez, Nicolás Martínez o Br. Pedro Martínez, sólo un
análisis detallado podrá aclarar la identidad plena del autor de los lien-
zos, lo cual resulta siempre sumamente difícil.
Éste es el retablo más sencillo, también es de madera dorada. La
sencillez de este retablo recuerda la del retablo de la Sagrada Familia que
se encuentra en el templo de Belén, de esta ciudad de Guadalajara. En
esta representación de la Muerte de Jesús, de la Crucifixión, se puede
observar que se ha respetado la versión del evangelio de San Marcos.
En las representaciones de la figura de Cristo no siempre fue una
constante tomar como material intertextual o referencia de base el evan-
gelio de San Marcos; el único de los evangelistas que menciona a todos los
personajes del retablo de Aranzanzú. Podemos observar así que, en la tabla
central del retablo de Issenheim de Mathias Grünewald, no se adopta este
evangelio. Tampoco El Greco, Velásquez, ni Rubens o Zurbarán, toman
este material intertextual para sus crucifixiones; o para referirnos a autores
que pintan en la Nueva España, tampoco aparece este material en la cruci-
fixión de Luis López Arteaga; ni en el retablo del convento franciscano de
Huejotzingo, de Simón Pereyns y Pedro de Requena, sobre la Crucifixión;
ni en el retablo de San Bernardino de Xochimilco; ni en el retablo de la
capilla de San Juan, en Calpan. El evangelio de San Marcos es, en cambio,
fuente recurrente de las representaciones de la crucifixión en numerosas
obras del siglo xv en Europa, como en el retablo del convento de las Cla-
risas de Luis Borrasá (1414-1415), en el retablo de la Crucifixión de Tho-
mas de Kolozsvâr (1427) y en muy diversas ilustraciones de la época. Esto
destaca la importancia del material adoptado como texto de base para el
diseño del retablo oriente de Aranzazú.
Podemos afirmar que el retablo del lado este del templo de Nues-
tra Señora de Aranzazú es un retablo de la Crucifixión y no un retablo
dedicado a la Virgen Dolorosa, este hecho se hace palpable cuando lo
comparamos con el retablo a la Dolorosa de la Hacienda de Santa Eula-
lia, en el que además de la figura exenta de la Virgen se incluyen pasajes
diversos sobre la vida de María y del sufrimiento de su hijo, y de ella
113
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
misma en el Calvario.
Un aspecto novedoso y significativo es que, si bien era común
representar a los evangelistas en los retablos; en los retablos de Nuestra
Señora de Aranzazú se observa una preferencia por los evangelios de San
Juan y San Marcos; ya que el retablo del altar mayor hace evidente una
referencia indirecta al evangelio de San Juan, quien registra las palabras
que Cristo dirige a la Virgen en su agonía, respecto a Juan Evangelista;
al mismo tiempo que subraya la concepción profunda de la fraternidad
humana y celeste, al ilustrar una genealogía espiritual. Simultáneamen-
te, el retablo del oriente está basado en el evangelio de San Marcos;
mientras que en el retablo del poniente figuran únicamente las represen-
taciones de dos de los evangelistas, justamente: San Juan y San Marcos.
Esta preferencia que se manifiesta hacia la figura de los dos evangelistas
deriva, creemos nosotros, del hecho que son estos dos evangelistas quie-
nes presentan la figura de Cristo en forma más “humana” pero también
más espiritual, aspecto totalmente acorde al humanismo evangélico de
los franciscanos, del que diversos estudiosos se han ocupado.
Santiago Sebastián destaca un fenómeno que fue observado y
propuesto inicialmente por N. E. Raacke, en el análisis de la iglesia de
Tepotzotlán:
115
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
piedad, conocimiento y temor de Dios), a veces aparece crucificado,
coronando el árbol; vertiente iconográfica del tema que procede de una
tradición medieval. Posteriormente y a medida que se desarrolla el culto
mariano, la Virgen sustituye a Cristo, primero con el niño en brazos y
luego ella sola; por lo que el tema se convierte, a partir del xvi, en un
tema mariano, estrechamente unido a la doctrina de la Inmaculada Con-
cepción. Dentro del tema mariano, la representación se relaciona con
la genealogía de la Virgen y con las familias espirituales. Los llamados
“árboles genealógicos de Nuestra Señora” son, de hecho, una tradición
pictórica española de gran arraigo y se relacionan con la práctica caste-
llana de buscarle a la familia una línea de sangre que tuviera poco que
ver con las mezclas perseguidas por las autoridades y con la importancia
que la sociedad de la época le concede al origen familiar. Como tema
mariano relacionado con la genealogía de María y las familias espiritua-
les, un ejemplo nos lo ofrece Gil de Siloé, quien repite en la capilla de
Santa Ana, a mediados del siglo xv, el Árbol de Jesé, para la catedral de
Burgos, con San Joaquín y Santa Ana dándose amorosamente la paz en
gesto lleno de liturgia y rematando su gesto en una flor, sobre cuyo cáliz
apoya sus plantas la Virgen María. En esta obra, la Virgen no es una
niña, sino una joven madre que tiene sobre sus rodillas al hijo que de
ella ha nacido. De este modo, la Virgen se convierte en el nexo que va de
la condición estrictamente humana del matrimonio de Ana y Joaquín,
a la condición estrictamente divina de la persona de Cristo. El grupo de
la familia de la Virgen se repetirá de manera incansable en casi todo el
arte escultórico de los siglos siguientes, para desembocar en la pintura
popular y en las familias espirituales de santos y ordenes religiosas que
utilizaron este tema iconográfico en sus representaciones; pero en vez
de ser Jesé la raíz del árbol, es el fundador de la orden el que aparece en
la base y en cada rama figuran santos de la orden o miembros destaca-
dos de la comunidad religiosa. Ejemplo de esto último nos lo ofrece el
Stammbaum de la orden de Santo Domingo, en el Instituto Staedel de
Frankfurt, obra realizada por Hans Holbein el Viejo; o los árboles de
Jesé pintados en los claustros de América, como el de los Franciscanos
en Zinacantepec, o el Árbol genealógico de la familia Franciscana, obra
de Juan Espinosa de los Monteros, fechada en 1699, del Museo de San
Francisco en el Cusco.
Tenemos así la forma en que el tema del retablo del altar mayor se
relacionará con el programa iconográfico y pictórico específico que invo-
lucra la capilla de Nuestra Señora de Aranzazu, donde se destacan las fa-
milias espirituales, la importancia del nexo familiar; concepción destacada
en la tradición peninsular, cuyos privilegios de clase social se fundaban en
esa tradición familiar, en una “pureza étnica” de vínculos familiares.
Es importante recordar aquí que las obras plásticas sobre las vidas
y obras de los santos cumplen en el barroco una función de adoctri-
namiento tan importante como la de los retablos, aspecto que ha sido
destacado por Santiago Sebastián quien ha identificado que este tipo
de prácticas tan comunes en el arte barroco tienen antecedentes que
se remontan hasta las primitivas comunidades cristianas; en las que se
solía hacer referencia y contar, como parte del acto litúrgico, las actas
de los mártires y las vidas de los santos. Recordar las obras de los san-
tos formó parte de la vida conventual y estaba dirigida a la meditación
individual y colectiva y a la instrucción de los fieles. Estas funciones de
adoctrinamiento que cumplían necesariamente todas las obras plásticas
religiosas, sin excepción alguna, las identifica Santiago Sebastián no sólo
en las obras modestas que se hacían en los claustros, sin aspiración algu-
na de llegar a realizar obras maestras de la pintura, sino también en las
obras maestras; particularmente cuando las obras eran encargos de los
franciscanos quienes tenían una enorme conciencia de la importancia
de la predicación y el adoctrinamiento, así lo observa al referirse al ciclo
pictórico sobre la vida de San Buenaventura:
Al lado derecho del altar (lado oriente) se encuentra una copia fiel
de un óleo de León Benouville (1821-1859), San Francisco de Asís mo-
ribundo es conducido a Santa María de los Ángeles (óleo sobre lienzo de
93 X 240cm, cuyo original se conserva en el Mueso de Orsay, en París).
Esta obra de Benouville había sido alabada por los críticos de su época,
con motivo de su presentación en el Salón de 1855, y fue galardonada
con la primera medalla. El tema, muy en consonancia con las represen-
taciones religiosas que gozaban del favor de los academicistas franceses;
fue también del agrado de los prerrafaelistas ingleses que serían conside-
rados precursores del modernismo, por lo que la presencia de una copia
suya llama la atención en un recinto donde domina el arte barroco;
suponemos que originalmente en ese lugar debió estar colocado otro
lienzo hoy perdido o ubicado en otro lugar.
Frente a la copia del lienzo de Benouville hay otra obra de tema
franciscano, en la que figuran Cristo y María en una nubecilla, apare-
ciéndose a San Francisco, que aparece de rodillas.
La iluminación natural de la nave la brindan seis ventanas rec-
tangulares, tres a cada lado, en posición simétrica. El coro es iluminado
por la ventana de la fachada. El número de ventanas, orientadas unas al
este y otras al oeste, resulta significativo aquí, pues en la numerología
simbólica del cristianismo esta cifra es sumamente representativa (tres
son las personas de Dios, tres los miembros de la Sagrada Familia, tres
las cruces en el Calvario, etcétera). El uso de la numerología sagrada no
fue ajeno a la producción artística barroca, y es indicativo aquí del plan
117
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
trazado en el diseño mismo, previo a la edificación de la obra.
Los muros interiores están decorados con motivos de hojas, en dora-
do; mascarones, lacería de hojas y cabezas de querubines, cada una de ellas
individualizada y distinta a las otras por su gestualidad y facciones. La pintu-
ra simula sobre los muros artesonados, grutescos, labrados o mampostería.
En las bóvedas aparecen símbolos franciscanos: la cruz de Jerusa-
lén, un corazón con una cruz y dos brazos entrecruzados, uno desnudo
y moreno, el otro de un fraile; el símbolo franciscano de las cinco llamas
de fuego que representan las heridas de Jesús; un rostro infantil rodeado
por cuatro alas en sentidos opuestos (un serafín). El corazón con una
cruz era alegoría del Sagrado Corazón, podemos observar, así, que existe
una coherencia iconográfica importante en el decorado con respecto a
los contenidos involucrados en los retablos, uno de ellos centrado en la
crucifixión y el otro representando al Sagrado Corazón. Estos motivos
decorativos antes descritos se reproducen en los paneles de madera que
conforman el lambrín que protege todos los muros.
El presbiterio ciego y cuadrado disfraza su nivel de piso ligeramente
superior, en las fachadas exteriores, como en todos los templos franciscanos.
En la arquitectura de la época, el uso de trampojos revelaba el
fuerte influjo de la escenografía de aquellos proyectos arquitectónicos en
los que la ornamentación era concebida como decoración de escenarios.
Motivos que cumplen con esta función de ilusionismo aparecen en los
detalles decorativos de los muros y las bóvedas del templo, produciendo
la impresión de detalles en altorrelieves.
El jardín que rodea al templo está actualmente limitado por las
siguientes calles: al norte, Prisciliano Sánchez; al poniente, la avenida 16
de Septiembre; al sur, Miguel Blanco; al poniente, la calle Colón. Sólo
en el lado poniente se han sembrado naranjos que recuerdan los que
antiguamente estuvieron en la huerta de los franciscanos.
La Capilla de Nuestra Señora se Aranzazú ha sido motivo artístico
de diversas fotografías y obras visuales, entre ellas, deseamos señalar el
dibujo de la portada que realizara Mario Alberto Gutiérrez Luna.
1 2
3 4
119
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Detalle de la
cúpula de la
iglesia conventual
de San Francisco,
en Guadalajara.
Detalle de la
cúpula de la
capilla anexa del
Santo Cenáculo.
Detalle del
artesonado
decorativo de una
de las bóvedas del
templo de San
Francisco.
Detalle de la
fachada del templo
en el que podemos
identificar las
huellas de la
arquitectura
oblicua.
121
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Detalle de la bóveda semiesférica del tem-
plo de San Francisco y remate del retablo
neocolonial que hoy figura en el altar ma-
yor del edificio religioso que formara parte
del complejo conjunto del antiguo Con-
vento de San Francisco en Guadalajara.
Torre-campanario de la iglesia principal del antiguo convento de San Francisco.
123
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Arriba: Detalle de la fachada de la
capilla del Santo Cenáculo, anexa al
templo de San Francisco, en el que
se puede observar la presencia de
elementos tequitquis.
Centro: Interior
de la capilla de
Aranzazú.
Abajo: Fachada
norte de la capilla.
125
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Arriba: San Miguel Arcángel Arriba: San Rafael Arcángel
Abajo: San Gabriel Arcángel Abajo: Santa Ana (madre de María)
Arriba izquierda: Sagrado Corazón de Jesús
127
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Arriba: San Francisco de Asís moribundo es
conducido a Santa María de los Ángeles, obra de
León Benouville (1821-1859).
129
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Decorado de
la bóveda de
Nuestra Señora de
Aranzazú
Detalle del
pórtico lateral de
Nuestra Señora de
Aranzazú
Arriba izquierda: Santa Gertrudis
(Azcapotzalco).
Arriba derecha: Santa Teresa de Ávila
(Guadalajara).
Abajo: Santa Teresa de Ávila en el
Retablo de San José.
131
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
2
1
4.- San Francisco Javier (Aranzazú).
3 4
Figura ubicada en el lado norte del Retablo de San José o “Retablo de los Santos Españoles”.
133
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Retablo del Calvario. Retablo del Señor San José y los santos españoles.
Abajo: Fachada
oriente de la
capilla de Nuestra
Señora de
Aranzazú.
135
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Los carmelitas
• Conjuntos del Carmen y de Santa Teresa
.- Fray Andrés de San Miguel, Obras de Fray Andrés de San Miguel, Universidad Autó-
noma de México, México, 1969.
137
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
se encomendaron al maestro mayor de arquitectura Vicente Barroso de
Escayola, quien más tarde se encargó de realizar la obra de la catedral.
La historia de los carmelitas en Guadalajara es referida por Luis
Pérez Verdía:
.- Luis Pérez Verdía, Historia particular del estado de Jalisco, “Desde los tiempos de que hay
noticia, hasta nuestros días”, t. I, 2ª edición, Gráfica, Guadalajara, 1952, pp. 410-411.
iba sin razón alguna. Sea como fuere, sólo hasta la tercera fundación,
los frailes carmelitas permanecieron en la ciudad de Guadalajara por un
periodo más prolongado que los anteriores; y en esta ocasión, el antiguo
convento de los carmelitas llegaría a ser uno de los más ricos de la ciu-
dad; hoy, sin embargo, está destruido casi totalmente, pues sólo quedan
en pie una parte del convento y una de las capillas anexas, a la que se le
construyó una fachada ecléctica para que diera lugar al actual templo de
Nuestra Señora del Carmen.
El claustro fue construido en 1758, el conjunto estaba conforma-
do por el convento: con sus celdas, corredores y todos los servicios; así
como espacios administrativos, una importante biblioteca, la iglesia con
sus capillas, el atrio, un extenso jardín y un huerto; su terreno abarcaba
desde la actual calle 8 de Julio hasta la avenida Enrique Díaz de León, y
desde López Cotilla hasta Pedro Moreno. Sin embargo, estos límites se
verían reducidos, sobre todo hacia el poniente, donde primero se lleva-
ría a efecto la construcción de la Cárcel de Escobedo y el jardín previo
al ingreso de la cárcel (en el terreno en que actualmente se encuentra
el Parque de la Revolución, ubicado en la avenida Federalismo, entre
López Cotilla y Pedro Moreno) y, posteriormente, por la apertura de la
avenida Juárez que mutilaría gravemente el conjunto conventual, deter-
minando la pérdida de la iglesia original, de la pinacoteca y de la biblio-
teca del convento; ésta última aparentemente desarrollada en parte del
espacio que hoy ocupa el Jardín del Carmen.
El Conjunto Conventual del Carmen de Guadalajara contaba,
de acuerdo con el “Plan de la Ciudad de Guadalajara, capital del Reyno
[sic] de Nueva Galicia”, con cinco patios, dos de ellos ubicados hacia
el lado norte del templo y tres más hacia el poniente, posteriores al
templo; contaba también con un total de cuatro capillas y la iglesia prin-
cipal conventual, esta última no era de dimensiones mucho mayores a
las de las capillas de mayor tamaño del conjunto y tenía una sola torre.
Desgraciadamente el dibujo del conjunto conventual es demasiado pe-
queño y esquemático para extraer del mismo mayor información, salvo
la de saber que de los cinco patios sólo dos tenían una morfología cua-
drada y los otros tres eran rectangulares y de considerables dimensiones,
en relación con las dimensiones de la iglesia conventual. Sabemos, sin
embargo, que para la edificación de la iglesia:
Formóse la planta, abriéronse cimientos tales, cuales pedía una obra excel-
sa… es su tamaño de cuarenta y cinco varas, repartidas en cinco bóvedas, sin
las dos del crucero, y en la capilla mayor un achavado ciborio, cuyas venta-
nas tiene por clave siete estatuas de piedra con relieves, que ostenta a los siete
príncipes y la de en medio, la imagen de Nuestra Señora de la Concepción;
los muros, columnas, frisos, cornisas y capitales fueron en su primer dibujo
obra toscana; pero después se han acanalado las columnas y reducíose la
fábrica al orden dórico, las portadas y torre son magnificas, rematando di-
cha torre en bronceado y abultado globo, sobre el cual campea una cruz de
.- Plano de 1800 dedicado al obispo don Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo.
139
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
fierro, con su velete que da a conocer los vientos y también la generosidad
de D. Sebastián Feijó Centellas, chantre de la santa iglesia a quien se debe no
solo el todo de dicha torre, sino gran parte de los costos de dicho templo.
.- José Ignacio Dávila Garibi, Historia de la Iglesia en Guadalajara, t. iii, vol. i, Cul-
tura, Guadalajara, 1993, pp. 352-353.
10.- G. Chazal, “La décoration du couvent des Carmes déchaussés de la rue de Vaugi-
rard : étude iconographique”, en L’information d’Histoire de l’Art, núm. 4, París,
1972, pp. 186-187.
la iglesia poseía también una fachada barroca revestida con “columnas
salomónicas (incrustadas)”; es decir, pilastras de fuste salomónico cu-
biertas en este caso de follaje y repartidas en los dos cuerpos de la fa-
chada. En los intercolumnios había cuatro esculturas de santos talladas
en cantera dorada. El claustro nunca albergó a más de veinte religiosos.
Aunque el templo debió tener originalmente retablos barrocos, ya para
el siglo xix, entre 1820 y 1830, se le habían construido altares.
En el interior, la iglesia era de una nave con crucero, poseía:
Entre los cuatro esbeltos arcos torales, donde se formaban las pechinas,
campeaban los evangelistas de claro-oscuro.12
11.- Fray Luis del Refugio de Palacio, Recopilaciones de noticias y datos que se reala-
cionan con la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Zapopan con su Colegio y
Santuario, t. i, Guadalajara, 1942.
12.- Idem.
13.- Ibid., p. 234.
141
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Había a los lados pilastras complementarias o adicionales que hacían dos
entrepaños aparte de las antas que respaldaban las columnas. La corona-
ción era de nubes sobre el frontón, ráfagas contra el cuerpo ático, muy
sencillo, otros complementos ornamentales para llenar el luneto, y delante
las ráfagas campeando en agraciada apostura, la estatua de la Religión, con
cruz, cáliz y hostia a fuer de atributos, dorada toda; imitando el bronce
dorado. El centro de las columnas se reservó a un nicho arquitectónico,
con terminación redondeada, en que se guardaba la imagen del Señor San
José, titular de la iglesia y, por ende, del convento. Es estatua labrada en
Guatemala, tamaño poco mayor que el natural, de expresión maravillosa
que reúne cierto continente de mucha majestad, con pureza y ternura
bien marcada… El Niño es de lo mejor, tanto en actitud como en simetría
y belleza pueril. Bajo el nicho del santo Patriarca de Belén, se dejaba ver
un mediano y severo templete, cuyas columnas eran de bruñido jaspe de
matiz rosado y sus capitelillos jónicos. A los lados se situaban dos perfu-
meros de donosa elevación, bien plateados y bruñidos en forma de ánforas
airosas con elegantes asas de bronce, y perfumaban el ambiente con los
aromas más exquisitos, tanto en las grandes solemnidades como en todos
los días de precepto. El liquidámbar o estoraque, la mirra y benjuí, el rico
bálsamo; su corteza untuosa y su rara semilla, la alhucema, canela e incien-
so, todo percibíase en agradable mezcla…14
15.- Idem.
143
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
La biblioteca “era famosa, por sus numerosas y escogidísimas
obras”. Diversas pinturas y murales decoraban el convento, entre ellas:
El sepulcro de Cristo en el de profundis o descanso, Las ruinas de Grecia,
en un tramo de la escalera principal; Daniel en el pozo de los leones, Santa
Cecilia, Herodias con la cabeza de San Juan Bautista, La Sagrada Familia,
San Agustín, etcétera.
145
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
obras narrativas. La capilla “Elías Nandino” está localizada hacia el sur
de la escalera, posee una de las bóvedas más originales de los edificios vi-
rreinales de esta ciudad. Hacia el oriente de la escalera se ubica el ingreso
al pasillo, a lo largo del cual se distribuían las celdas de los carmelitas,
que hoy tienen función de oficinas.
Hacia el norte de la escalera se localiza otro ingreso que conduce a
otras salas de exposiciones. Estos espacios fueron modificados para ser-
vir de lugares de exposición de obras plásticas y resulta difícil determinar
cuáles eran sus funciones originales.
Uno de los pocos elementos que se conservan intactos y que nos
permiten hablar brevemente de la ornamentación del edificio son las
claves decorativas, todas ellas de gran belleza, labradas en cantera con
motivos vegetales, principalmente, pero también con motivos angélicos
que denuncian el sincretismo característico de la cultura barroca; es el
caso de la clave decorativa ubicada en la primera planta del edificio, al
final del ingreso a la primera sala de exhibiciones, cuyo motivo icono-
gráfico son dos ángeles niños en posición orante, de pie, uno frente al
otro, rodeados por un listón con leyenda que los enmarca, a manera de
una cartela. Estos detalles permiten establecer la clara filiación estilística
del edificio al barroco, un barroco florido.
El edificio conocido como el templo de Nuestra Señora del Car-
men está orientado al este, tiene un único ingreso, posee un coro alto,
dispuesto a manera de un gran balcón. Sus dos fachadas, la del oriente y
la del norte, son de cantera gris. Tiene una nave ancha y corta, con cruce-
ro, de brazos cortos también; en los que se localizan altares laterales, uno
de ellos dedicado a la Virgen, en talla de vestir protegida por una vitrina
barroca. La figura de la Virgen está custodiada por sus padres. El otro al-
tar dedicado a San José, al lado del cual hay una hermosa figura de la Vir-
gen de Fátima, y en el otro lateral, una imagen de San Luis de Gonzaga.
Tanto la figura de San José como la de la Virgen se encuentran en capelos
de cristal con marcos de diseño barroco y son ambas figuras de “talla de
vestir”, con bellos rostros. En el altar mayor encontramos a la Virgen en
su advocación del Carmelo, custodiada por los dos santos más célebres
de la orden: San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila. La imagen de la
Virgen, como la del profeta Elías son obra de Victoriano Acuña.
En el extremo norte del muro del altar mayor hay un ingreso a la sa-
cristía con enrejado, en el extremo sur otro enrejado gemelo conduce a una
pequeña capilla dedicada al Calvario, en la que hay una bellísima imagen
de la Dolorosa y una Sagrada Familia, al óleo, copia de La Sagrada Familia
del pajarito de Bartolomé Esteban Murillo, que manifiesta diestra mano,
por lo que se puede apreciar. También encontramos otras esculturas.
Además de la cúpula del crucero que es uno de los elementos ar-
quitectónicos más importantes del edificio, en cada uno de los brazos de
la cruz hay otra cúpula de menores dimensiones, ambas octagonales, lo
que hace de este pequeño templo un caso singular; pues, pese a sus re-
ducidas dimensiones tiene tres cúpulas, con lucernarios y linternilla. Es
importante considerar que este edificio fue originalmente, la capilla de
Nuestra Señora del Carmen anexa al templo del conjunto conventual.
Originalmente, la capilla tenía el altar mayor ubicado en el extremo
sur, el acceso al templo se daba por el norte y la pequeña capilla tenía
una nave con un corto crucero, los dos brazos del crucero se ampliaron
a lo ancho y el brazo oriente del crucero se prolongó para dar origen al
presbiterio, al coro y a lo que hoy conocemos como nave del templo
del Carmen. Junto a la original entrada principal de esta ex-capilla, en
lo que fuera el extremo de uno de los cruceros del templo destruido, se
construyó una capilla con una cupulita elíptica, como la del antiguo
camarín del templo.
En el templo actual del Carmen, una figura aislada, la de San Fran-
cisco de Paula, ubicada en uno de los muros de los brazos del templo —el
del lado sur—, aparece enmarcada por formas arquitectónicas pintadas
sobre el muro, estas formas simulan relieves, artesonados. Este detalle
no es único, pues en este templo la decoración descansa de manera muy
importante en el uso de la pintura, en los efectos visuales que ésta produ-
ce; no se apoya en el arte decorativo en tres dimensiones de los retablos
que la iglesia original tuviera. La importancia que la pintura decorativa
tiene en el interior del edificio es, quizás, uno de los rasgos que pone en
relación el templo actual con el estilo barroco de una manera “visible”;
aunque evidentemente no todos los “trampojos” son de la época.
Son célebres los edificios barrocos en los que el ilusionismo pictórico
constituye un elemento importante de la configuración del espacio arqui-
tectónico en el periodo barroco; nosotros podemos señalar, sólo a manera
de ejemplos relativamente cercanos, varias edificaciones barrocas de Queré-
taro, así como uno de los museos de los hermanos Coronel en Zacatecas.
El trampojo no sólo figuraba en las obras arquitectónicas barro-
cas, sobre los muros y bóvedas, también aparecía en las obras plásticas.
Un aspecto interesante es observar que en algunos de los lienzos de gran
formato de José de Ibarra, por ejemplo, en los de la serie sobre Santo
Domingo que se conserva en el Museo Regional de Guadalajara, el pin-
tor ha representado sobre la tela diversos trampojos, a manera de los
marcos de los lienzos.
Cuando hemos señalado que el decorado del edificio del Carmen
descansa en lo pictórico, no únicamente nos referimos a los trampojos
colocados en los muros sino también a las obras pictóricas que se inte-
gran al edificio y que decoran esos muros.
Sobre los temas pictóricos se debe tomar en cuenta que en el perio-
do barroco estos se enriquecen, pero se mantienen diversos asuntos an-
teriores que eran tópicos: escenas del Apocalipsis de San Juan, símbolos
y representaciones de los evangelistas, escenas del Génesis, de Ezequiel; y
también cobran mayor importancia los pasajes sobre las vidas de los san-
tos, así como las anécdotas sobre la fundación de las órdenes religiosas.
En la cúpula de crucero del actual templo del Carmen, cúpula
octogonal con ocho ojos, uno en cada cara, y uno menor al centro; apa-
recen escenas en las que se representa a la Sagrada Familia (el niño Jesús
al centro de José y María y arriba de Jesús, en el mismo eje, el Espíritu
Santo y Dios Padre), los apóstoles en sus representaciones simbólicas
tomadas del Apocalipsis de San Juan, San Juan de la Cruz, Santa Teresa
de Ávila y otros insignes carmelitas descalzos; el Trono de Dios o la Nue-
va Jerusalén, en acuerdo con los textos del Apocalipsis de San Juan; los
147
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
apóstoles, ángeles y escenas de vida de santos se insertan en los espacios
de esta cúpula, pintada por Pablo Gómez Valdez, hacia finales del siglo
xix, con un estilo que resulta un tanto arcaizante, respecto a la época de
producción de su obra plástica y que denota influencias del barroco.
Un fenómeno similar afecta a otras de las obras localizadas en
este edificio religioso, pues en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen
se conservan cinco lienzos murales de José Antonio Castro, que repre-
sentan: la Asunción, copia del lienzo de Murillo; La Virgen del Carmen
sacando del purgatorio las almas de sus cofrades, La transverberación de
Santa Teresa, La visión de Elías y Promesa de perpetuidad de la Orden
Carmelitana hecha a San Pedro Tomás. También podemos localizar dos
obras que han sido atribuidas a Miguel Cabrera: San José y San Antonio,
y un San Juan de la Cruz que es atribuido a José de Ibarra. Además de
varias obras anónimas: Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Juan Cri-
sóstomo y Santo Tomás de Aquino, que Francisco de Aguinaga considera
de “marcada originalidad”.17 Hay también un lienzo de gran formato
horizontal, en el que figura el pasaje del Camino al Calvario, el del Di-
vino Rostro en el manto de la Verónica.
Sobre las obras atribuidas a Miguel Cabrera debe señalarse que
se trata de dos óleos de gran formato vertical en los que, ciertamente,
podemos identificar algunos elementos que nos remiten de manera muy
clara al arte de este destacado pintor virreinal; sin embargo, hay algunos
aspectos que nos llaman la atención por su singularidad, particularmen-
te en el lienzo en el que se ha representado a San José y sobre los que nos
vamos a detener brevemente.
En esta obra, ubicada en el muro sur, muy cerca del altar mayor,
se ha representado al santo de pie y de cuerpo entero, con el mismo
rostro que Miguel Cabrera utiliza para representarlo en otras obras su-
yas, Patrocinio de San José sobre el Colegio de San Ildefonso (1750, Mu-
seo Regional de Guadalajara), por ejemplo; muy semejante al rostro de
Cristo. Su atuendo es singular, pues el santo viste una especie de túnica
sin mangas que permite ver las mangas de la camisa de un encarnado
intenso, que lleva debajo; el largo de esta túnica es hasta media panto-
rrilla por lo que puede verse el singular calzado que porta el personaje:
un tipo de bota larga y ajustada de piel que, sin embargo, deja desnudos
los dedos de los pies, aunque cubre la parte de la pantorrilla que dejaría
visible el largo de la túnica; se trata de una variante de una especie de
coturno romano, calzado con el que se suele representar a los arcángeles
en la plástica virreinal. Con este mismo atuendo, Miguel Cabrera ha
representado a San José en el óleo de gran formato sobre el santo que se
conserva en el Museo Regional de Guadalajara, aunque puede observar-
se que en esa obra el pintor hace alarde de mayor destreza técnica, por lo
que si la obra del templo del Carmen fuera verdaderamente suya habría
que pensar que se trata de una obra más temprana que esa del museo.
El santo también porta un manto de color amarillo ocre. San José
sostiene al niño Jesús, vestido de túnica blanca; los cortos y ensortijados
149
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Conviene aquí recordar que, hacia el siglo xv, en Europa, los
pintores empezaron a plantearse los problemas de representación del
espacio y de la luz, lo que llevaría en el arte barroco a nuevas formas
de expresión y búsquedas muy diversas en las obras. Estas búsquedas se
inician, en algunos casos, desde la plástica gótica y se continúan en el
Renacimiento y el barroco; algunas de ellas están centradas en el esfuer-
zo por representar el espacio de una escena y su contexto, para lo cual:
18.- Julián Gallego, El cuadro dentro del cuadro, Cátedra, Madrid, 1991, p. 87.
19.- Manuel G. Revilla, El arte en México en la época antigua y durante el gobierno
virreinal, México, 1923.
20.- Guillermo Ramírez Godoy, “Pilares de Occidente”, en Cuatro siglos de pintura jalis-
ciense, Cámara Nacional de Comercio de Guadalajara, Guadalajara, 1997, p. 50.
21.- Manuel Toussaint, Arte colonial en México, 5ª ed., Instituto de Investigaciones
Estéticas de la unam, México, 1990, p. 242.
un barroco tardío, cuyo estilo y teoría del arte encajan mucho más en el
arte virreinal que en el periodo de Independencia. Para demostrar esto
vamos a detenernos un poco en algunos elementos que están presentes
en los lienzos de la serie sobre la orden de los carmelitas.
En La Virgen del Carmen sacando del purgatorio las almas de sus
cofrades, óleo de gran formato vertical, sin firma y sin fecha, se ha repre-
sentado, en el eje central, la figura de la Virgen, coronada y vistiendo el
hábito carmelita, sentada, mientras sostiene en la mano izquierda un es-
capulario y con su mano derecha sujeta al niño Jesús, quien también se
encuentra sentado sobre sus piernas. La figura del niño acusa gran movi-
miento, representado de frente al espectador, pues su brazo izquierdo se
levanta hacia el rostro de la Virgen, como si estuviera iniciando un gesto
de acariciar la barbilla de su madre; mientras su cabeza de inclina hacia
la derecha y sus párpados permanecen bajos, las piernas y su otro brazo
son representados en movimiento suspendido. La madre mira hacia el
potencial espectador del lienzo, con los atributos de una reina; pues, a
destacar esta imagen de majestad contribuye el hecho de que a cada uno
de sus lados figura un personaje; un santo y una santa, en quienes pode-
mos identificar a San José (porque el rostro y el atuendo del personaje
corresponden a los que el mismo pintor utiliza para representarlo en
otras obras suyas) y a Santa Teresa (que viste el hábito carmelita); figuras
que corresponden al Santo Protector y a la fundadora de la orden. Am-
bos santos sostienen extendida la amplia capa blanca, de forro azul cielo,
que lleva puesta la Virgen. A los pies de la Virgen aparecen tres cabezas
aladas de querubines, la aureola de rayos de luz dorada que rodea su
cabeza remata en doce estrellas, como fuera tradicional en diversas obras
barrocas, y un conjunto de siete cabezas aladas de querubines forman un
semicírculo mayor que sigue el contorno de la aureola. Al fondo se ven
nubes doradas. En la parte inferior del lienzo, de un mar de llamas so-
bresale la parte superior de los cuerpos desnudos de siete personajes, dos
mujeres y cinco hombres, dos de estos personajes, casi todos de espaldas
al espectador, portan el escapulario de la Virgen.
Estas dos escenas (cielo y purgatorio) dividen horizontalmente el
espacio de la representación en partes asimétricas, pues la parte superior
ocupa el mayor espacio.
La temática que el pintor ha tomado, aunque justificada por tratarse
de un trabajo solicitado por la orden carmelitana, es característica de la
última etapa del periodo virreinal; pues una de las devociones más popula-
res de la religiosidad barroca, promovida por el Concilio de Trento, fue el
culto a la Virgen del Carmen como salvadora de las almas del Purgatorio.
Otro aspecto que corresponde mucho más al periodo virreinal que
al de la Independencia es la representación de esta “Majestad Divina”; la
representación, en las obras plásticas de temática religiosa, de un sistema de
jerarquías propio de las cortes aristócratas y sus protocolos de conducta.
Por otra parte, el lienzo denuncia cierta influencia de Murillo, la
proliferación de los tonos dorados y los tipos somáticos de los persona-
jes corresponden también a los que fueran propios del arte barroco, e
incluso la composición central de las figuras que forman una especie de
tríada, así como la presencia de una numerología sagrada (siete queru-
151
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
bines, siete personajes en el Purgatorio, tres querubines a los pies de la
Virgen y tres personajes centrales en el lienzo que forman una especie de
trono viviente sobre el cual se sienta el niño Jesús).
Esta composición en tríadas vuelve a repetirse, en forma más eviden-
te, en otro de los lienzos de la serie: La transverberación de Santa Teresa; en
este óleo de gran formato también vertical, no sólo un conjunto central de
personajes sino toda la composición está estructurada a partir de tríadas.
Podremos observar que en el espacio figurativo se han dispuesto tres con-
juntos diferentes de personajes, en distintos niveles de altura y diferentes
direcciones o lados del lienzo. En el nivel más bajo, en un primer plano
y hacia el lado izquierdo del óleo, figura la santa desmayada con la flecha
clavada en su pecho y el rostro vuelto hacia lo alto, vestida con el hábito
carmelita y sostenida por dos ángeles. Un poco más arriba y en el lado de-
recho del lienzo, se ha representado a la Sagrada Familia: María y San José,
sentados uno al lado del otro, entre nubes; mientras la madre sostiene al
niño Jesús que lleva un arco en la mano izquierda y San José sostiene otra
flecha, en la misma mano. El santo ha sido representado con los colores
distintivos de su identificación, túnica verde y manto amarillo ocre; la Vir-
gen viste de rosa y manto azul, y el niño lleva una túnica azul. Sobre esta
escena, en lo alto del lienzo y más centrado, figura el Padre Eterno, vestido
de blanco y con un cetro en la mano, entre nubes y sólo visible en la parte
superior de su cuerpo, como fuera tradicional representarlo en el arte ba-
rroco. Entre los brazos abiertos del Padre queda un espacio que es ocupado
por la paloma blanca del Espíritu Santo, de la que se desprende una aureola
de rayos de luz blanca; bajo la mano izquierda del Padre se ha representado
el mundo en forma de una esfera azul; hacia la izquierda del Padre aparecen
tres cabezas aladas de querubines, debajo de ellas y un poco más hacia la
izquierda, aparecen dos querubines de cuerpo entero que portan una vara
florecida de flores blancas y una corona de flores blancas.
No se requiere mucha observación para notar que son tres con-
juntos distintos de personajes formando un triángulo, cada conjunto
formado por tres personajes distintos: la santa y dos ángeles, la Sagrada
Familia (María, José y el niño Jesús) y finalmente: el Padre, el Espíritu
Santo y los querubines. Esta triangularidad compositiva es reforzada
porque la aureola del Padre, en lugar de la forma circular, tiene forma
de un triángulo de luz blanca.
El tema mismo del lienzo era un tema que había desempeñado un
papel importante en el arte barroco y en la recuperación del misticismo
español por parte de los artistas plásticos del barroco.
Los otros dos lienzos de la serie plasman escenas de visiones mi-
lagrosas y proféticas en las que dos hombres distintos, el profeta Elías y
San Pedro Tomás, pueden percibir imágenes celestiales de promesa divi-
na que buscan glorificar, no sólo la orden sino también: uno, la imagen
de la Virgen; el otro, la eucaristía, como el cuerpo de Cristo. Tanto en
La visión de Elías, como en Promesa de perpetuidad de la Orden Carme-
litana hecha a San Pedro Tomás, aparecen figuras de querubines, como
cabezas aladas o como portadores, representados como ángeles niños.
Las representaciones de ángeles tuvieron un lugar de gran impor-
tancia en la plástica barroca, los podemos encontrar llevando manuscri-
tos, tablas u otros objetos en los que se inscriben leyendas, como por-
tadores de símbolos. Sin embargo, los ángeles que llevan símbolos ma-
rianos constituyen una innovación barroca y los ángeles representados
con los símbolos de la Pasión, aunque ya presentes en las artes plásticas
del Renacimiento y la Edad Media, adquirieron una gran difusión en el
barroco virreinal. En el arte virreinal, también fueron creados ángeles de
diversos tipos con los símbolos de las Letanías.
Así como los ángeles gozaron de gran difusión, otro aspecto que se
vuelve característico del barroco virreinal son las peculiares y frecuentes re-
presentaciones de los arcángeles. Los arcángeles figuran vestidos con trajes
cortos que dejan ver las piernas calzadas con coturnos romanos. Este tipo de
atuendo será adoptado, con algunas variaciones, en muy diversas regiones
de América; aparecen así en las series de ángeles realizadas en el Perú, a partir
de la segunda mitad del siglo xvii y en los de la famosa Escuela de Quito.
La escuela sevillana de pintura, en especial en lo que se refiere a
Zurbarán y sus discípulos, contribuyó también de forma importante a
la iconografía de los ángeles. Representaciones de ángeles atribuidas a
Zurbarán, Bernabé de Ayala y Polanco, se encuentran diseminadas en
diferentes lugares. La serie más importante de ángeles realizados por
influencia de Zurbarán se encuentra en el Monasterio de la Concepción
en Lima. Se trata de retratos de Miguel, Rafael, Gabriel, Hadriel, Jafiel,
Ariel y Leriel. Esta serie fue concluida hacia 1635-1640.
En la Edad Media, los ángeles no eran representados de forma ais-
lada, a excepción de algunas obras en las que figura San Miguel Arcángel
en la pintura flamenca, italiana y española. Es en el Renacimiento que
los ángeles comienzan a ser pintados individualmente, práctica que se
extiende durante el barroco.
La teología cristiana tomaba la obra de Dionisio Areopagita, obis-
po del siglo vi, como base de la enseñanza oficial de los personajes y de
las funciones de los ángeles. Este autor, en su obra sobre la jerarquía
celestial, divide a los ángeles en tres grupos. El primero esta compuesto
por serafines, querubines y tronos; el segundo por potestades, virtudes
y poderes; y el tercero por príncipes, arcángeles y ángeles. Los serafines
están en la cima de la jerarquía y rodean el trono de Dios, su color dis-
tintivo es el rojo y su atributo es el fuego. Los querubines simbolizan la
sabiduría divina y sus colores son el azul y el oro. Los tronos representan
la justicia divina, llevan toga y bastón de mando.
El segundo grupo es responsable de los elementos naturales y de
los cuerpos celestes, los dominios y los poderes que llevan corona y ce-
tro. Las virtudes se refieren a la pasión de Cristo y llevan a veces flores o
símbolos de María.
El tercer grupo establece la relación con la humanidad. Los prin-
cipados protegen las naciones, los arcángeles son mensajeros de Dios.
La base teórica de estas composiciones con ángeles se encuentra,
para la región andina, en la obra del jesuita Antonio Ruiz de Montoya,
en Lima. En su libro Silex del amor divino, Ruiz de Montoya evoca la
potencia divina que alcanza a la humanidad por intermedio de los ánge-
les, de las jerarquías celestiales y de los “siete principios”: Miguel, Rafael,
Gabriel, Uriel, Sealtiel, Jesidiel y Baraquiel.
153
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Obras como ésta, que pretendían desarrollar la devoción a los án-
geles, y daría posteriormente nacimiento a una especie de religiosidad
popular, abundaron en diversas regiones como consecuencia del interés
posterior a la Contrarreforma que tuvo la Iglesia por difundir el culto al
Ángel de la Guarda, culto también característico del barroco.
En los lienzos del templo de Nuestra Señora del Carmen, a las
figuras de los ángeles niños como portadores se agrega otro elemento
importante que es también característico de la plástica barroca virreinal:
la presencia de textos escritos o leyendas en el lienzo.
En el arte virreinal, las cartelas, manuscritos y tablas con leyendas
cumplen con propósitos aclaratorios, son una forma de “presentación”
del cuadro o clave de interpretación de la imagen que no sólo aparece
en las obras de temática religiosa sino también en los retratos; en mu-
chos de los cuales será frecuente la presentación del éste a través de una
leyenda que puede adquirir un sentido sentencioso o ejemplificador de
una conducta o de una escena, con un propósito final de tipo didáctico
o de exaltación de la figura ejemplar.22
Lo anteriormente señalado nos permite afirmar que el templo de
Nuestra Señora del Carmen constituye un espacio privilegiado para es-
tudiar el barroco tardío que se produjo en Nueva Galicia y del que en
esta edificación encontramos diversos testimonios pictóricos.
Además del convento del Carmen, en la ciudad de Guadalajara
existiría, desde 1695, otro conjunto conventual, éste de monjas carme-
litas descalzas o teresianas; este conjunto conventual estaría conformado
por el claustro, el claustro chico y el templo dedicado a Santa Teresa de
Ávila, edificación que se terminó de construir en 1720, pero que se vería
afectada por numerosas modificaciones que hicieron que su interior y su
exterior manifiesten marcados contrastes. El señor Garavito puso la pri-
mera piedra del convento el 24 de mayo de 1690. El convento de Santa
Teresa se concluiría el 20 de mayo de 1695: “…habiéndose invertido en
la construcción algo más de ochenta mil pesos”.23
La historia de la fundación es referida por diversos autores que
señalan que, hallándose en la isla de Santo Domingo doña Catalina
Rendón y doña María de Linares y Ahumada decidieron fundar un con-
vento de monjas en el territorio Nueva España según la regla de Santa
Teresa, para lo cual se embarcaron con destino al puerto de Veracruz.
Fueron llamadas a esta ciudad por el licenciado don Francisco Martínez
22.- Un ejemplo significativo de este tipo lo constituye el retrato del Beato Rodríguez,
del pintor neogallego José de Ibarra, obra que se conserva en el Museo Regional
de Guadalajara, cuya leyenda de presentación, además de incluir los datos sobre
la edad y fecha de fallecimiento del personaje, dice, entre otras cosas: “Verdadero
retrato del Beato Alonso Rodríguez. Coadjutor de la Compañía de Jesús: insigne
en todo género de virtud, de trato familiar con Dios en la oración: tan devoto de
María Señora que mereció estando en vida ver el triunfo de su Asunción entre los
bienaventurados. En la obediencia fue ciego, en la pobreza, raro; en la castidad,
angelical: por 44 no vio rostro de mujer. Alcanzó con su oración frenar las tem-
pestades, dar salud a los moribundos, redimir a los pecadores... vio en muchos
lugares muchas cosas ausentes y profetizó muchas futuras”.
23.- Luis Pérez Verdía, op cit., p. 361.
Tinoco, capitular de la catedral de Guadalajara, quien donaría una casa
para la fundación del convento, que sólo se realizaría años después.
El año de 1637 se recibió en Guadalajara una real cédula en la
cual pedía el rey que la Real Audiencia, el prelado diocesano y su vene-
rable cuerpo capitular informaran sobre la fundación de un convento de
religiosas de la orden del Carmen en la ciudad episcopal. Sin embargo,
los trámites de fundación se aplazaron. A principios de 1690 no se ha-
bían iniciado los trabajos de construcción y las niñas que se preparaban
para formar parte de la comunidad permanecían en el beaterío; pero,
ese mismo año se colocaría la primera piedra y se encargaría la obra al
maestro Mateo Núñez y a su principal oficial Gaspar de la Cruz, quienes
terminaron en cinco años la edificación.
El convento de Santa Teresa es un convento de tipo convencional
en lo arquitectónico, pues posee un claustro en torno al cual se sitúan
las habitaciones y su esquema se caracteriza por la regularidad. Su iglesia
conventual es de una nave rectangular, estrecha y larga, pero posee una
capilla lateral; los contrafuertes se sitúan en el parámetro exterior; el
coro alto y el bajo se localizan al pie de la nave; posee un eje longitudinal
paralelo a la calle. La torre única se localiza en la zona del coro y el atrio
es angosto, alargado, con rejas paralelas en los ingresos.
Fue el segundo convento de monjas de la ciudad. Nació de la in-
tervención del sacerdote jesuita Feliciano Pimentel y la participación de
doña Marta de Linares y Ahumada y doña Catalina Rendón. El proyec-
to contó con el apoyo económico del licenciado Francisco Martínez de
Tinoco. A su edificación contribuyeron las donaciones de la viuda doña
Isabel Espinoza de los Monteros y don Martín de Urbina. La fundación
se realizó con monjas poblanas. Fue también una de las primeras casas
de la imagen de la Virgen en su advocación de Zapopan, antes de que se
construyera su Santuario. Expulsadas las monjas por Benito Juárez en el
año de 1860, durante la Guerra de Reforma, y cercenado parte del con-
vento al abrir la calle de Ocampo, el edificio se convierte en cuartel mi-
litar por un tiempo. Años después regresan las monjas a tomar posesión
del inmueble en el año de 1895. En 1914, Venustiano Carranza vuelve a
quitarles a las religiosas el convento, hasta que en el año de 1919, las reli-
giosas lo vuelven a recuperar. En 1925, con la Guerra Cristera, las religio-
sas son nuevamente expulsadas por Plutarco Elías Calles, y el convento
de Santa Teresa vuelve a ser cuartel militar. Terminada la Guerra Cristera,
ya en el año de 1939, vuelven las religiosas a recuperar el inmueble, para
abandonar el convento definitivamente en el año de 1977.
Hacia 1942 y según testimonio de fray Luis del R. del Palacio, el
convento se encontraba casi intacto, salvo porque le fue mutilado uno
de los patios, el claustro chico; pues el claustro principal se ubicaba al
sur del coro y se conserva una buena parte de él, aunque hoy está cerrada
la comunicación con el edificio religioso (que se realizaba a través del
coro alto). De ese patio mutilado, que fuera ocupado por las novicias,
sólo quedaban algunos arcos y una fuente en forma de estrella, antes de
1950; este claustro chico se perdió cuando abrieron la calle de Ocampo,
lo que significó mutilar media manzana hacia el oriente al convento y
los terrenos separados por la mutilación fueron vendidos a particulares.
155
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
El convento poseía hermosos jardines, aunque de pequeñas di-
mensiones, abundantes obras plásticas, sobre todo pinturas, y dos capi-
llas: una en el claustro bajo y otra en el sobreclaustro. El antiguo retablo
de la iglesia, un retablo dorado, estuvo durante algunos años en el con-
vento, luego que se colocara el retablo ecléctico que hasta la fecha tiene
la pequeña iglesia de Santa Teresa. Retablo de dominante neogótica, en
madera no dorada, hoy sumamente dañado.
El conjunto conventual manifiesta las características de una edi-
ficación barroca de carácter popular, modesto en la inversión de su edi-
ficación que, sin embargo, no tuvo la sobriedad que hoy tiene pues
sus decorados originales, abundantes, se perdieron debido a que eran
principalmente decorados pictóricos y no labrados en piedra. De hecho,
muchos de los elementos ornamentales que se conservan en los muros
del que fuera el claustro del conjunto conventual son bajorrelieves or-
namentales de puertas, que no fueron realizados en piedra. En ambos
casos, en la utilización de pintura decorativa que imitaba artesonados y
en el empleo de materiales más económicos que la piedra para los deta-
lles ornamentales, se puede observar que se trata de una edificación en
la que se debió hacer uso del ingenio y la mano de obra generosa, más
que del poder del dinero.
Este claustro conserva la fuente central original en su patio rec-
tangular, que es uno de los elementos más bonitos del conjunto, se trata
de una fuente de forma irregular y ondulante, a manera también de una
estrella mixtilínea, con una concha surtidor central soportada por una
base de seis pequeños cuerpos, el último de ellos tiene la forma simple
de un cubo; detalle herreriano que sorprende en un edificio que acusa
ser una obra realizada con menos destreza académica que otros edificios
de la época, en esta ciudad.
Las arcadas del claustro alto y bajo, que son de medio punto casi
todas, están soportadas por doce columnas de fustes cuadrados y lisos,
con capiteles dóricos; las doce del claustro bajo son de cantera, mientras
que las doce del claustro alto están cubiertas de aplanado y son notable-
mente reducidas en su altura. Las arcadas denuncian una labor popular
en la realización del edificio, notable por las imperfecciones del cálculo
y medidas de algunos de los arcos. Las cornisas del claustro bajo y del
sobreclaustro son de ladrillo y sumamente sencillas como corresponde a
un claustro de carmelitas descalzas. Las escaleras originales del claustro
también se conservan, son de tres tiempos, de modestas dimensiones
y se desplantan del extremo cercano al ángulo suroriente del patio, a
través del perfil de un arco conopial; su techo es bajo, de viguería de
madera, salvo en la última rampa en que el techo se eleva notablemente.
En la capilla del pasillo sur se pueden ver todavía los nichos cavados en
los muros, la concha decorativa del ingreso, los vanos de las ventanas y
la cancelería; en la capilla del sobreclaustro, ubicada en el pasillo orien-
te, también se observan algunos elementos, aunque la parte superior
fue intervenida parcialmente pues en las antiguas celdas se ubicaron
comercios de artesanías, por lo que se retiraron la herrería de la ventanas
de las celdas y algunas puertas para dejar sólo los vanos con sus marcos
de cantera. La parte del sobreclaustro está actualmente desocupada y,
aunque con algunas intervenciones, conserva mucho de la distribución
y características de los espacios originales. En el fondo del pasillo sur
del claustro, a través de cuya prolongación se tiene acceso a los pasillos
que rodean el patio, puede verse el ingreso al que fuera el comedor del
convento que se producía a través de una puerta de morfología de arco
conopial. En otros ingresos hay decorados en pintura a modo de arteso-
nados que tratan de imitar, sin conseguirlo del todo, los decorados origi-
nales del claustro; se conservan muchos otros elementos: pasillos, ingre-
sos, pequeñas ventanas, muros, todos originales, aunque algunos de los
muros de las pequeñas celdas fueron demolidos para ampliar espacios y
en otros se colocaron muros divisorios. Los pisos también fueron cam-
biados, debido al mal estado en que se encontraban los originales, que
eran de cantera, mosaico de barro y otros de madera.
Hoy, en lo que fuera el claustro del convento se localiza la Fonda
de San Miguel, restaurante que abrió sus puertas en diciembre de 1996,
buscando crear un restaurante céntrico, principalmente para el turismo,
en el que se rescataran diversas tradiciones; por ello, el servicio para
atender las mesas era proporcionado por personal vestido “a la usanza
del siglo xviii”, luciendo camisa y pantalón de manta y fajas bordadas,
el decorado incluía finas artesanías mexicanas y muebles rústicos. Por la
noche el restaurante se alumbra con candiles de hojalata en forma de es-
trellas, otro elemento distintivo son los pasillos iluminados por velado-
ras y las esculturas de madera de San Miguel Arcángel dispuestas en los
pasillos que contribuyen a crear un ambiente festivo más que religioso.
El ingreso al restaurante que funciona en el que fuera el Claustro
de Santa Teresa se realiza por la calle de Donato Guerra; puede verse la
cancelería de la portería y algunos otros detalles originales del claustro.
El claustro queda encerrado por las edificaciones que alrededor de él se
fueron disponiendo (viviendas y comercios), desde hace muchos años;
ocupa la parte central de la manzana delimitada al sur por la calle Pedro
Moreno, al norte por la calle Morelos, al oriente por la calle Ocampo y
al poniente por Donato Guerra.
Del conjunto sorprende la morfología de este patio principal, pues
se trata de una morfología mucho más alargada, más rectangular, que la
de otros de los patios principales de los conjuntos conventuales virrei-
nales tapatíos; que tienden más al cuadrado que al rectángulo. También
se debe precisar que en esta edificación se cumplieron con mayor apego
las normas del programa edificatorio carmelitano que en el ex convento
de frailes carmelitas y que si el segundo hacía alarde de elegancia y lujo,
éste otro se adornaba con economía y modestia.
Es en el exterior del templo, como ocurre con la mayoría de las
edificaciones de la época, en donde encontramos actualmente algunos
elementos de un sobrio barroquismo, pues en la fachada principal,
orientada al norte, en los muros sólidos y lisos de cantera dorada se
destacan los cinco contrafuertes que poseen remates de diseños geomé-
tricos; conformados por tres cuerpos cada uno de ellos (un cubo, una
escocia y una pirámide), estructuración trinitaria recurrente en el arte
barroco, pues tres formas distintas conforman un mismo cuerpo, en este
caso, un elemento ornamental arquitectónico. En los módulos que los
157
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
contrafuertes marcan, en la parte alta, se pueden observar cinco venta-
nas del formato rectangular y vertical característico de este tipo de edifi-
cios; cada ventana está coronada por emblemas carmelitanos, haciendo
gala de la emblemática barroca.
Como ya hemos señalado, la iglesia posee un pequeño atrio la-
teral con barda perimetral con herrería, de hierro forjado; material del
que también están hechos los dos canceles simétricos y pareados, que
son soportados por columnas de sección cuadrada que rematan en dos
esferas herrerianas. Reproduciendo el prototipo de iglesias conventuales
femeninas, las dos puertas de acceso son laterales. Los pórticos geme-
los están formados por dos pilastras de fuste estriado, con capiteles de
estilo toscano, que soportan un arquitrabe sencillo y sin decorados, de
friso liso. Sobre este friso liso, en alto relieve figura al centro una cruz
enmarcada con decorado de lacería y sobre cada una de las pilastras,
en el mismo eje, hay dos remates en alto relieve, de forma ondulante,
terminados en una pequeña semiesfera. El marco de la puerta es un
arco de medio punto.
La torre-campanario de la iglesia es de cuatro cuerpos cúbicos.
Cabe aclarar que si adoptamos la costumbre más difundida de deno-
minar cuerpos del campanario a los que sobresalen por encima de la
cubierta del templo, excluyendo el primer cuerpo al que se suele llamar
basamento de la torre, la torre-campanario debe ser señalada como de
tres cuerpos y no de cuatro. En el interior prácticamente no se conserva
ningún elemento barroco, aunque se trata de un edificio de una sola
nave, con bóveda de pañuelo, con nervaduras, con ábside de sección
cuadrada que está ubicado en el lado poniente, donde se encuentra el
altar mayor, cuya morfología y decorado corresponde al estilo ecléctico
de dominante neogótica. El decorado del coro es posterior también a la
construcción original y está situado en el lado oriente de la nave, ofrece
elementos propios de los estilos ecléctico y modernista. La decoración
interior es ecléctica y en ella encontramos elementos neogóticos y otros
grecolatinos, como dominantes. El edificio fue mal restaurado en el año
de 1966.24 La sacristía y el salón de enseñanza de catecismo, así como las
oficinas y bodega, son posteriores a la construcción original y como los
decorados del interior del templo provienen de finales del siglo xix, aun-
que la bodega tiene techo de viguería de madera y el salón de catecismos
acusa ciertos elementos barrocos en el grosor y alturas de sus muros.
La pequeña capilla lateral, ubicada en el lado sureste de la nave,
posee decorados neogóticos también. Esta capilla está cubierta por una
cúpula semiesférica artesonada. En ella se encuentra la imagen del Cristo
del Perdón, de Guatemala.
El coro alto comunicaba al claustro del convento que se desarro-
llaba al lado sur de la iglesia y que tuviera una distribución característi-
ca. El coro bajo conserva su reja.
24.- Algunas partes del retablo de madera que habían sido dañadas fueron reconstrui-
das con concreto que fue pintado del mismo color que la madera, se repintaron
algunos elementos con colores que no corresponden a los que originalmente tu-
vieran las figuras escultóricas, etcétera.
Por cierto que el eclecticismo historicista del decorado actual de
la iglesia conventual es, en su mayor parte, distinto de la tendencia que
desde la últimas décadas del siglo xvii y durante toda la centuria siguien-
te proliferaría en la arquitectura barroca y que se caracterizaría por la re-
ferencia a estilos anteriores al barroco (románico, gótico, etc.) en lo que
Javier Gómez Martínez ha considerado “eclecticismo barroco” y que él
define del siguiente modo:
159
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
El altar y la figura del Cristo de la pequeña capilla ubicada en el
extremo sureste de la nave, también manifiestan elementos barrocos no-
tables en el altar; sin embargo, se han mezclado elementos posteriores de
estilo historicista ecléctico, con dominante neogótica y neobarroca.
Las cuatro bóvedas de la nave poseen bellos artesonados decora-
tivos, realzados en oro, que manifiestan influencia árabe; pero también
que reproducen diseños geométricos de gran belleza y una estrella ba-
rroca muy hermosa. Las bóvedas están separadas por arcos con bellos
decorados en oro.
El tipo de planta es de una nave, sin cúpula, con cuatro bóvedas,
además de la del coro, una de ellas con linternilla; las bóvedas tienen
lunetos, en los que se inscriben las ventanas; la iglesia posee coro alto
y coro bajo; el altar mayor está orientado al poniente y la torre-campa-
nario está ubicada en el ángulo noreste. Además del altar mayor la nave
posee tres altares laterales y una pequeña capilla anexa, con cancel; de
planta cuadrada y bóveda semiesférica, ubicada al sureste de la planta de
la nave, en el último tramo.
El decorado de la iglesia conventual, como algunos de los elemen-
tos que se conservan del claustro, también denuncian en forma muy
clara la mezcla de lo culto y lo popular, que podemos decir constituye
uno de los rasgos más notables de este conjunto conventual.
161
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Altar mayor de la actual iglesia de Nuestra Señora del Carmen.
Muro sur en el que se encuentra una de las obras plásticas propias de la iconografía carmelitana que decoran el interior de la iglesia.
Cúpula octogonal del crucero de la nave
de la actual iglesia de Nuestra Señora
del Carmen.
163
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Arriba: Cúpula octogonal del brazo sur del crucero de la nave.
Abajo: Cúpula octogonal del brazo norte del crucero de la nave.
Interior de la Capilla del Calvario anexa a la iglesia. Detalle de uno de los pasillos del Ex-convento del Carmen.
165
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Patio que fuera el claustro del convento del Carmen.
3 4
167
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
2
4
Arriba: Pasillo
norte, visto
desde el oriente,
del que fuera el
sobreclaustro del
convento de Santa
Teresa.
Abajo: Vista
desde arriba
de la escalera
que comunica
el primer y el
segundo nivel del
edificio del ex
convento.
169
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Detalle del ingreso a los baños. Detalle del ingreso lateral de la capilla del claustro.
Pasillo oriente del que fuera el sobreclaustro del convento de carmelitas descalzas: Santa Teresa.
Arriba: Detalle del decorado de
la primera cúpula de la nave de la
iglesia conventual de Santa Teresa.
171
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Detalle de la capilla lateral de la iglesia conventual de Santa Te-
resa. Esta capilla ecléctica, como la mayor parte de los elementos
del decorado interior de la iglesia, es una excepción en las iglesias
de este tipo que no solían tener capillas anexas. La talla de vestir
de la dolorosa es virreinal y posee gran belleza, igualmente virrei-
nal es el cristo del altar mayor de esta pequeña capilla en la que la
dominante ecléctica se orienta hacia el neogoticismo.
Arriba: Altar-retablo lateral de la iglesia conventual de Santa Teresa.
Abajo: Detalle de nichos barrocos en la cafetería ubicada en el ingreso oriente del que
fuera el convento de Santa Teresa.
173
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Mercedarios y Oratorianos
• Conjunto de Nuestra Señora de la Merced
.- Luis Pérez Verdía, Historia particular del Estado de Jalisco, “Desde los tiempos de que hay
noticia hasta nuestros días”, 2ª. Ed., Gráfica, Guadalajara, 1952, pp. 330-3331.
.- José Ignacio Dávila Garibi, Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara, t.
ii, Cultura, México, 1967, p. 224.
manzana, limitada al oriente por la entonces denominada calle de la Mer-
ced y posteriormente llamada Santa Mónica; el limite sur lo establecía la
llamada Cerrada de Santa María, hoy se encuentra en su lugar la avenida
Hidalgo; al poniente, el límite lo marcaba el mercado, hoy lo establece
la calle Pedro Loza, y al norte el límite lo marca la calle Independencia.
De ese convento quedaba únicamente, a fines del siglo xx, rodeado y
semioculto por diversos locales comerciales: el patio principal con sus ga-
lerías y arcadas de sólidas columnas de fustes lisos, arcos de medio punto,
capiteles compuestos y detalles ornamentales labrados en piedra; en ese
lugar estuvo un restaurante y posteriormente una tienda de telas que se
quemó totalmente, y las altas temperaturas que se prolongaron debido a
los materiales sintéticos y muy flamables con que estaban hechas ocasio-
nó derrumbes y una destrucción considerable, aunque no total.
Lo que ha quedado del convento, luego de la intervención del
gobierno municipal, no puede documentarse todavía, pues es imposible
ingresar con cámara o sin ella al área en la que anteriormente estuviera la
tienda; ya que se cuestiona —con razón— que se mandó destruir lo que
se había salvado del convento, aparentemente para hacer ahí un estacio-
namiento y, luego, debido a las quejas y denuncias de la ciudadanía, se
habla de crear ahí un espacio cultural (galería y sala de exposiciones).
Cuando en ese lugar se encontraba un restaurante se podían apre-
ciar numerosos arcos, soportados por columnas sobre bases bajas cua-
dradas, en dos niveles o plantas. Estas arcadas que rodeaban el patio
principal de lo que fuera el claustro de los mercedarios han quedado
registradas en algunos documentos fotográficos. El claustro tenía unas
amplias escaleras, así como una fuente central.
Del convento de la Merced, Alfonso Moya Pérez escribió:
Su convento ofrece una agraciada fachada que mira hacia el oriente y so-
bre el atrio del templo, aunque su claustro, todavía muy bello por cierto,
seriamente mutilado y lastimado a partir de su secularización, está desti-
nado a usos en nada acordes con su calidad. El monumento de Lagos de
Moreno es más modesto, sobre todo en su exterior, aunque tiene como
marco uno de los espacios urbanos más bellos de la ciudad.
.- Alfonso Moya Pérez, Arquitectura religiosa en Jalisco, “Cinco ensayos”, Amate, Gua-
dalajara, 1998, p. 56.
175
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Originalmente el atrio mostraba un aspecto distinto:
.- Fray Luis del R. del Palacio, Recopilación de noticias y datos que se relacionan con la
milagrosa imagen de Nuestra Señora de Zapopan…, op. cit., p. 226.
.- Orden identificado por el tratadista Juan Caramuel, que se caracterizó por el em-
pleo de capiteles, decorados, soportes, claves, etc., de morfología antropomorfa (atlan-
tes, cariátides, términos femeninos y masculinos, mascarones).
Uno de los dos ingresos del primer nivel del edificio anexo al
templo, funciona hoy como ventana; el otro da acceso a la sacristía y al
pasillo de los confesionarios. El pasillo de los confesionarios es bastante
largo y se dispone paralelo a la nave del templo, desarrollándose hacia el
norte; concluye en el ingreso que al fondo da acceso a uno de los brazos
del crucero de la nave del templo, el brazo del poniente; en el que se
encuentra un altar dedicado al Sagrado Corazón de Jesús.
El templo es de una sola nave de cruz latina de brazos muy cortos,
tiene tres altares; el principal y otros dos, uno a cada lado de los brazos
de la cruz. El del poniente está dedicado al Sagrado Corazón y el del
oriente a la Virgen en su advocación de Guadalupe. En el brazo del
oriente, en los tres muros hay ingresos a dos de las capillas anexas, la del
Tabernáculo y la del Santísimo, y los ingresos que conectan a la calle.
Como ocurre con el templo de Nuestra Señora del Carmen, el uso
de elementos decorativos, principalmente pictóricos en los muros, también
puede observarse en las capillas del templo de la Merced. Algunos de los
elementos decorativos pictóricos en los muros de las capillas, sin embargo,
acusan un estilo propio del historicismo ecléctico, más que del barroco.
Hay en el interior del templo numerosos lienzos entre los que se
encuentra un conjunto seriado, en marcos barrocos bellamente trabaja-
dos en madera dorada con decorados en rojo, óleos sin firma que tienen
los siguientes títulos: Fundación de la Orden Mercedaria, La Redención
de los cautivos, Apoteosis de la Orden Mercedaria, Martirio de San Pedro
Armengol, La Santísima Virgen preside el oficio diurno y el Sagrado viático
de San Ramón Nonato. Estas obras denuncian un estilo academicista
con elementos de un neobarroco tardío característico, particularmente
porque la iconología barroca se respeta con pocas variaciones; el ejem-
plo más claro lo ofrece la Apoteosis de la Orden Mercedaria, donde la
figura de la Virgen corresponde a las tópicas de representación que en
el barroco se pusieran en práctica en casi todos los virreinatos, con muy
leves variantes. Estas obras son de autoría de Rosalío González, pintor
autodidacta de buena técnica, quien nació en 1892 en Jalostotitlán y de-
coró con sus pinturas el templo parroquial de Tepatitlán, la catedral de
Ciudad Guzmán, la parroquia de su pueblo natal y otras iglesias, entre
ellas la nave de la iglesia conventual de Nuestra Señora de la Merced, en
Guadalajara, y la parroquial del Municipio de Jesús María, Jalisco.
La iglesia tuvo un espléndido retablo, tallado y dorado con oro de
veinticuatro quilates, traído de las minas de Mezquital; ese retablo des-
apareció a fines del siglo xix, también desapareció la antigua escultura
de la Virgen de la Merced.
En el interior de este templo se puede observar la presencia de cierta
influencia del estilo que se hace patente en forma suntuosa en la catedral
de Aguascalientes: un barroquismo tardío con ciertos elementos eclécti-
cos. También destacan la sacristía del templo y la portada de ingreso al ex
convento que hoy es el ingreso al pasillo de los confesionarios.
Este templo tiene una bóveda ornamentada con flores de doce
pétalos, dividida en cinco tramos, incluyendo el de la cúpula octagonal
del crucero, que tiene cuatro ventanas o lucernarios y una linternilla;
además de pechinas decoradas con medallones pictóricos ornamenta-
177
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
dos. Los cruceros están conformados por dos tramos más, uno en cada
extremo, decorados con flores de doce pétalos también.
El lambrín de madera labrada que tuviera el templo fue remplaza-
do por otro de mármol rosado, sin decoración alguna.
La iglesia tiene cuatro capillas anexas: la del Calvario y la del San-
tísimo son las más grandes, la de La Piedad y el Tabernáculo son las más
pequeñas. Anteriormente, contigua a la iglesia de la Merced, estuvo la
llamada Capilla del Señor del Rescate, que fue construida en 1718 y en
la que se veneraba una imagen de Cristo, copia de la que un religioso
mercedario rescató en Argel del poder de un judío, en el año de 1667.
Juan B. Iguiniz señala sobre esta capilla:
.- Juan B. Iguiniz, Guadalajara a través de los tiempos, “Relatos y descripciones de via-
jeros y escritores desde el siglo xvi hasta nuestros días”, t. i, Banco Refaccionario de
Jalisco, Guadalajara, 1950, nota en p. 154.
tos: uno superior y celeste y otro inferior y terreno, entra en el mismo
esquema de juegos de oposición-complementación que en otras obras
barrocas fuera constante y en las que estos dos espacios se diferencian
pero también se interrelacionan.
En la capilla de La Piedad hay un pequeño óleo de San Judas Ta-
deo casi olvidado, sin embargo, y aunque sin conocimiento profundo y
sin el debido análisis, sospechamos que se trata de una obra no cataloga-
da de Diego de Cuentas, pues la obra denuncia cierta maestría y rasgos
que se localizan en otras producciones del pintor virreinal.
Silviano Hernández hace referencia, además, a una obra localizada en
la sacristía del templo, en la que se representa a la Virgen de la Paloma, en la
que la Virgen viste como Reina de España en luto, encontrándose de rodillas
y contemplando la corona de espinas y los clavos de la crucifixión. El autor
supone que esta obra inspiró a Diego de Cuentas la Virgen de la Paloma que
se encuentra en la Catedral de Guadalajara. El mismo autor señala la imagen
del P. Juan de Dios de Anguiano, obra realizada por José Vizcarra.
Además de estas obras plásticas hay otras en las que se representan
a los arcángeles y diversas advocaciones y escenas en las que figura la
Virgen. En la obra de José Rogelio Álvarez se hace referencia a obras de
José, Manuel y Julián Montes, “todos del siglo xviii”, presentes en esta
iglesia conventual de Nuestra Señora de la Merced de Guadalajara, sin
precisar de qué obras se trata. Sobre estos pintores no hemos encontrado
dato alguno hasta la fecha.
Por lo que respecta al conjunto de los mercedarios hay que consi-
derar que en éste se comprueba que la temática y las características de la
arquitectura religiosa del barroco tapatío, manifiesta las huellas ideológicas
de su época de producción; las características de sus obras plásticas y fa-
chadas nos descubren que la función principal de estos elementos no era
meramente decorativa, sino de adoctrinamiento y difusión de la historia
de las órdenes religiosas específicas; cada una de estas órdenes expresaba en
sus decoraciones la forma como deseaba ser conceptuada por los fieles de
las iglesias, pero, sobre todo, cómo debían ser consideradas por los mismos
miembros de las congregaciones. Mediante la ilustración de familias espiri-
tuales, de milagros y martirios de figuras ejemplares, integraban la historia
de la orden a la historia sagrada, a la historia divina. En este sentido, estas
obras acusan un sentido persuasivo que busca un impacto específico en
el espectador, que considera los efectos; aunque las obras se basan en la
clarificación de una serie de relaciones espaciales que traducen relaciones
conceptuales y permiten la lectura de las obras en forma racional.
También podemos observar que en Guadalajara el barroco se pro-
longó largo tiempo y que ya en el movimiento ecléctico esta pervivencia
se continuó como dominante afiliada a obras religiosas. Sin embargo,
también otras dominantes, como la neoclásica, dejaron huellas impor-
tantes en los edificios barrocos tapatíos.
.- Silviano Hernández, “El templo de la Merced”, en Ramón Mata Torres (comp.),
50 Curso de formación sobre Guadalajara, Tlaquepaque, Tonalá y Zapopán, Munici-
pio de Guadalajara-Departamento de Investigación Histórica y Cultural, Guada-
lajara, 2001-2003, p. 91
179
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
La capilla del Calvario está ubicada en un anexo al muro poniente,
paralela al pasillo de los confesionarios y paralela a la nave de la iglesia.
En el decorado de la capilla es evidente un eclecticismo de dominante
greco-latina. El altar mayor, orientado al sur, está conformado por dos
pilastras de fuste cuadrado y estriado, con capiteles compuestos que so-
portan un entablamento, con friso decorado con motivos vegetales y
la leyenda bíblica: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”,
conjunto de extrema sencillez y simetría. Este conjunto hace marco a
un arco de medio punto, en el que la pintura sirve de fondo al conjunto
de tres personajes del Calvario que están representados en esculturas
exentas: Jesús crucificado, San Juan y la Dolorosa. En el muro oriente
de la capilla hay un altar dedicado a la Dolorosa, que también acusa un
fuerte eclecticismo con elementos de dominante grecolatina pero en el
que también se hacen presentes elementos barrocos, pues lo conforman
dos pares de pilastras de capiteles compuestos y fustes estriados, rec-
tangulares, que soportan un entablamento curvado al centro, para dar
lugar a un nicho que tiene un remate decorativo elevado: una cruz sobre
su base. En el nicho figura la imagen de la Dolorosa. La disposición
piramidal de los elementos corresponde a la estética barroca aunque
todo el conjunto manifiesta el lenguaje neoclásico como dominante.
Esta capilla es de una nave y tiene una elevada bóveda plana, aunque se
conecta a la nave de la iglesia a través de un acceso que tiene una bóveda
de arista más baja y que queda anexa a la capilla. Esta bóveda de arista
posee decorados pictóricos que simulan artesonados.
La capilla de La Piedad es también de una nave, su altar principal
está orientado al norte, la nave pequeña es de dos bóvedas de pañuelo,
también decoradas con pintura que simula artesonados; una de las bó-
vedas posee linternilla. El altar principal es ecléctico, con dominante
barroca, y está conformado por un conjunto de ocho columnas y cua-
tro pilastras de capitel compuesto y fustes lisos, dispuestas del siguiente
modo: dos columnas adelantadas y al centro de un par de columnas
posteriores, centrales, colocadas delante de dos pilastras paralelas a las
columnas primeras. En el mismo nivel que las dos columnas centrales se
encuentran ubicadas en los extremos y delante de dos pilastras, las otras
dos columnas; este conjunto soporta un entablamento con friso decora-
do en oro y rematado por un frontis trunco en la parte superior. En el
centro se encuentra un conjunto escultórico que representa la Piedad,
en los laterales hay una cruz y un óleo de la Virgen. La Piedad se en-
cuentra colocada sobre una base con paneles decorativos en oro, de dos
cuerpos, el inferior más ancho y mucho más bajo que el superior. En el
lateral en que se ubica el óleo de la Virgen hay un ingreso a la sacristía.
La capilla del Tabernáculo es la más pequeña y la de estilo neoclá-
sico más claro, posee bóveda plana y modestos decorados en oro. Se
ubica en el lado oriente con su altar al norte, anexa al brazo oriente del
crucero de la nave.
La capilla del Santísimo es la mayor, también ubicada al oriente
pero con el altar orientado al sur, posee tres bóvedas de pañuelo con ner-
vaduras, marcadas o divididas por arcos de medio punto. La decoración
pictórica es de estilo ecléctico con dominante bizantina y algunos elemen-
tos modernistas, aunque los lienzos en los muros son de estilo barroco.
Llama la atención la influencia que puede observarse en la planta
del templo con respecto a la planta que se había propuesto como modelo
años atrás, en otras órdenes, en el periodo posterior a la Contrarreforma:
181
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
sagrario de modo gradual. En primer lugar, hubo un templete debajo de
un baldaquín de mármol del que pendían lámparas encendidas. Todo
ello ponía de relieve el carácter sagrado de lo que estaba bajo y dentro
de dicho templete, señalaba el espacio afectado por un proceso de sa-
cralización. Entre las columnas del templete se colocaban unas cortinas,
el dosel, que agregaban el sentido de protección, custodia y honor. De
estas formas deriva el templete y el baldaquín o baldaquino que en el
periodo barroco adopta la forma de altar baldaquino, cuando el balda-
quín, concebido como un pabellón que cubre un nicho o el altar, no se
apoya en el muro testero, encontrándose a cierta distancia del mismo
en el presbiterio y sostenido por columnas. Este elemento destaca la
centralidad y la jerarquía, ideado tanto para la consecución de un efecto
devocional como para la vertebración de una simbología barroca, en la
que la planta cuadrada representa lo terrenal, un mundo donde el cuatro
es la clave semántica; pues el cuatro representa, sobre todo en el Medite-
rráneo, la creencia primitiva en los cuatro elementos de la naturaleza, la
alusión a los cuatro confines del mundo y a los cuatro puntos cardinales.
Lo cuadrado tiene así que ver con lo terrestre. Y ya que Dios es Uno, se
relaciona a la divinidad con el punto en que convergen todas las líneas,
hecho que visualmente se vinculará con la esfera y la media esfera, según
puede comprobarse en el uso teológico de la cúpula en la arquitectura
religiosa. Los templetes tendrán con frecuencia por ello formas bulbosas,
cúpulas, pero también una planta octogonal, que es la forma poligonal
que sugiere el círculo en la época —efecto que es aún acentuado con la
decoración barroca tendente a la confusión de los planos poliédricos—,
y que por tanto ostenta la representatividad del lugar edénico y la zona
sagrada, a través de un múltiplo del cuatro.
El baldaquino de Nuestra Señora de la Merced es soportado por
columnas pareadas de fuste cilíndrico y liso, sobre bases cuadradas, altas,
decoradas con motivos vegetales en oro; las columnas tienen capiteles
compuestos, también en oro, y soportan un entablamento decorado en
blanco y oro. Al frente de la cúpula que se alarga hacia arriba, como tiara
papal, se encuentra el emblema mercedario sostenido por dos ángeles
niños. La cúpula remata en una cruz. Este baldaquino hace las veces de
un camarín para la figura de la Virgen que es una figura de vestir. Todo
el conjunto descansa sobre una base en forma de pirámide escalonada
decorada también en blanco y oro, colocada justo detrás de la mesa del
altar y enmarcada por el altar pórtico colocado detrás del templete. Este
baldaquino es de mucho menores dimensiones que el del altar mayor de
la Catedral de Puebla, pero la disposición de sus columnas es idéntica,
aunque las basas distintas y en este caso mucho más modestas.
El baldaquino hace manifiesta también, en este caso, la impor-
tancia que la tradición religiosa, desde el barroco, le concedería al culto
mariano, de gran arraigo en Nueva España y en Nueva Galicia.
Arriba: Detalle del pórtico de la fachada
que mira al sur de la iglesia conventual
de Nuestra Señora de la Merced.
183
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Arriba: Detalle de
flor ornamental
en la bóveda de la
nave.
185
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Arriba: Detalle de la cúpula octogonal del crucero de la nave de la iglesia.
Abajo: Altar mayor de la capilla de La Piedad.
Detalle del altar-baldaquino de Nuestra Señora de la Merced. Detalle del interior de la iglesia de Nuestra Señora de la Merced.
Detalle del altorrelieve en fachada lateral. Detalle del pórtico del ingreso a la capilla del Santísimo.
187
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
• Conjunto de San Felipe Neri
El templo de San Felipe Neri, dedicado al culto hasta la fecha, cuya cons-
trucción fue llevada a cabo por orden de los filipenses, se inició a finales
del siglo xviii (1752) y se concluyó a principios del xix (1804); ha sido
considerado una de las más bellas obras barrocas que se conservan en la
ciudad de Guadalajara. Su nombre original fue el de Oratorio Filipense y
estuvo consagrado a la Asunción de María; la designación de Oratorio Fi-
lipense derivaría de un hecho histórico, pues, como es sabido, San Felipe
Neri reunió a un grupo de sacerdotes que juntos instituyeron una aso-
ciación denominada “Oratorio”, porque hacían tañer una campana para
invitar a la gente a practicar la oración. Él mismo, redactó a sus sacerdotes
un reglamento, de dónde se desprende el nacimiento de la comunidad
religiosa, que denominaron: Padres Oratorianos o Filipenses, la cuál fue
aprobada por el 227º Papa (1572-1585), Gregorio XIII, de Bolonia.
A mediados del siglo xix, debido a conflictos entre los congre-
gantes filipenses, tuvo lugar la extinción de ésta orden en Guadalajara;
orden ejecutada por decreto pontificio de la Mitra de Guadalajara, el
2 de agosto de 1858. En 1904, el edificio pasó a manos de los jesuitas,
quienes lo tienen a su cargo hasta ahora.
Ubicado en la esquina noreste del cruce de las calles San Felipe y
Contreras Medellín, en el centro histórico de la ciudad de Guadalajara,
este edificio queda anexo a la actual Escuela Preparatoria de Jalisco de la
Universidad de Guadalajara (calles San Felipe, González Ortega y Refor-
ma), cuyo cuerpo edificado, junto al templo, corresponde al completo
de dicha manzana. El edificio de la preparatoria, que originalmente era
la casa de las órdenes monásticas, tanto de los filipenses como luego de
los jesuitas, ha sido afectado por diversas modificaciones en su interior;
sin embargo, forma con el edificio religioso un conjunto arquitectónico
patrimonial de enorme importancia.
La fachada del templo está conformada por dos elementos: la to-
rre y la portada, estos dos elementos hace evidentes algunos de los con-
ceptos estéticos dominantes en la arquitectura barroca, que en lugar de
utilizar formas planas, pone el énfasis en las superficies desde el punto
.- San Felipe nació en San Pier Gattolini, provincia de la ciudad de Florencia, Italia,
en el año de 1515, en mayo 28. Cuentan los historiadores que quedó huérfano
de madre a corta edad y su padre, Francisco Neri, lo envió a casa de un tío rico,
quién pensaba heredarle sus bienes, pero el joven Felipe observó que las riquezas
no impedirían su vocación a Dios, y después de su “primer conversación con el
Señor” decidió retirarse de casa de su tío, yendo hacia Roma con sólo la ropa que
traía puesta. A su traslado a Roma, se dedicó a impartir clases de catecismo a los
niños, y paralelamente hacía estudios de filosofía y teología, atendía a los enfer-
mos. San Felipe quería irse de misionero a Asia y su director espiritual le instó a
dedicarse a servir como misionero en la misma Roma. Los últimos años de su vida
se dedicó a proporcionar dirección espiritual y, ya muy débil en su salud, no nega-
ba su atención a quien se lo solicitaba, sin salir de su habitación. El 25 de mayo de
1595, Felipe Neri fallece a los 80 años en Roma. En el año de 1622, el 235º Papa,
Gregorio XV de Bolonia, lo declara santo y el mejor catequista y director espiritual
de la iglesia católica.
de vista de su plasticidad, y que se interesa por la profundidad espacial
y la variedad de elementos, sin perder de vista el efecto global del edifi-
cio; buscando un impacto emocional en el espectador y en el usuario,
impacto que desempeñaba un papel fundamental en todas las obras de
carácter religioso del barroco.
Los elementos plásticos decorativos cumplen también una fun-
ción ideológica y didáctica, así como de difusión entre los fieles; lo que
se percibe en el uso o la preferencia de un determinado elemento ar-
quitectónico, obedeciendo no sólo a cuestiones meramente prácticas o
funcionales, desde el punto de vista arquitectónico, sino también a la
expresión material de una serie de principios religiosos y concepciones
que esta fachada permite identificar.
Así, por ejemplo, el uso de columnas adosadas (pilastras) tritósti-
las; es decir, las que marcan y acentúan un tercio de su fuste, expresan
de manera implícita o metafórica, la estructura trinitaria de Dios, como
también lo expresan otros rasgos de la fachada. Por ejemplo, que en el
cuerpo de ésta se remarquen notoriamente tres espacios o niveles y que
en cada uno de estos niveles se dispongan a su vez, ahora en el sentido
horizontal, otros tres espacios señalados mediante la disposición de las
pilastras de capitel corintio y la presencia de tres elementos destacados:
dos figuras de santos y una puerta en el primer nivel, dos figuras de
santos y una ventana en el segundo nivel, y dos figuras de santos y la
Asunción de la Virgen, en el nivel más alto.
El énfasis y la selección cuidadosa de figuras de santos y otras
figuras religiosas en las fachadas, principal y lateral (ésta última interna,
en el pequeño atrio y viendo al poniente), obedecen, entre otros moti-
vos, a la defensa que la Contrarreforma había promovido respecto a las
imágenes de los santos, como mediadores e intercesores de los hombres
ante Dios, lo cual hace patente la estrecha relación que entre conceptos
ideológicos y arquitectónicos se daría en el periodo en cuestión.
Fernando Checa y José Miguel Morán, han señalado sobre las
representaciones de los santos durante el período barroco, lo siguiente:
“Vienen a sustituir casi por completo a los temas bíblicos, y su culto se
fomenta como respuesta a su rechazo por parte de los protestantes...”
La mayor parte de las figuras religiosas de la fachada están repre-
sentadas en esculturas y no sólo como relieves, lo cual imprime movi-
miento y anima la fachada. En la arquitectura y el arte barrocos la línea
divisoria entre la realidad tridimensional y la visión mística se borran a
través de efectos de luz; por ello, los relieves y los nichos desempeñan
un doble papel, no sólo rompen con la superficie plana, también con-
tribuyen a crear efectos de sombra que animan y distorsionan las figuras
labradas en la piedra.
Generalmente las fachadas de los templos barrocos virreinales
manifiestan las características y estructuras de retablos de piedra, en el
sentido de que constituyen una colección y, más específicamente, una
selección de figuras labradas que refieren a un suceso o a un conjunto de
.- Fernando Checa y José Miguel Morán, El barroco, Istmo, Madrid, 1989, pp.
228-388.
189
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
sucesos y figuras fundamentales para la orden demandante de la edifica-
ción del templo, en los que recae la expresión de la identidad y no solo
del carácter del edificio religioso. Tienen también un carácter didáctico
y de evangelización.
Como los retablos, las fachadas barrocas también forman “calles y
niveles”, en donde se disponen, de acuerdo con una jerarquía religiosa,
las figuras representativas de los santos, ángeles, la Virgen o de las per-
sonas de Dios.
Lo anteriormente señalado se aplica a esta portada de San Felipe
Neri, que semeja un retablo de piedra orlado por un filete de hojas de
acanto y termina en formas ondulantes.
Recordaremos que el barroco, se presenta, generalmente, como
el arte de la línea curva, dentro de una decoración cargada y la expresi-
vidad de una continuidad ondulante, para la arquitectura, ese manejo
de elementos ornamentales, generalmente expresan un sensacionalismo,
con base en el juego de los efectos de luz y sombra, trasladando estos
efectos iniciales de la fachada, hacia los espacios interiores a través de
contrastes expresivos por el claroscuro que se buscaba en los interiores
de los edificios barrocos.
En la selección de los santos, la fachada principal del templo de
San Felipe Neri adopta a san Francisco de Asís, representado con algu-
nos elementos emblemáticos que permiten su clara identificación, como
el cráneo sostenido en su mano izquierda y el cordero que lo acompaña,
y San Roberto de Bellarmino, doctor de la Iglesia y celebre jesuita, por
sus habilidades oratorias y sus sermones, representado en forma muy
semejante a como figura en el interior del templo, ambas imágenes están
ubicadas en el primer nivel.
En el segundo nivel se ubican: San Francisco de Sales, también
jesuita y doctor de la Iglesia, representado en forma semejante a como
está representado en el interior del templo, y San Pedro Alcántara, fun-
dador de una rama de los franciscanos y célebre por ser autor de un libro
acerca de la oración. Esta disposición nos permite observar la búsqueda
de un estricto equilibrio entre las figuras de santos jesuitas y de santos
franciscanos [dos doctores de la Iglesia, dos fundadores]. Manifiesta el
juego de contraposiciones complementarias que caracterizan numerosas
figuras artísticas en el barroco, tanto en las artes plásticas como en la
literatura, el teatro, la música y la danza.
Ésas cuatro figuras religiosas cumplen con un propósito propio
de los postulados del arte religioso de las órdenes, en tanto constituyen
figuras ejemplares cuya presencia en la fachada tiende a destacar la im-
portancia histórica de los valores de la orden.
En el último nivel se han colocado las figuras más importantes, como
corresponde al sistema de jerarquías de la época; en la parte central está es-
191
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
4. El barroco exuberante o anástilo (que carece de columnas),
donde se emplean las pilastras-nicho o pilastras en forma de guardama-
lleta o colgante de trazo mixtilíneo y soportes de consola, con apoyos
adosados o aislados. A este barroco también se le conoció como: ultra-
barroco (más allá del barroco o además del barroco).
Con base en lo anterior, se puede decir que el barroco de la facha-
da de San Felipe Neri muestra elementos que corresponden al barroco
salomónico de decorado plateresco, por la presencia de diez pilastras
tritóstilas, sobre bases ornamentadas y capiteles corintios, repartidas en
los tres cuerpos (cuatro en primer y segundo nivel, y dos en el último
nivel) de fuste estriado, que sostienen los dos cornisamientos que divi-
den en tres partes la fachada; y la presencia de ornamentación profusa
basada en lacería que manifiesta influencia hispanoárabe por sus entre-
cruzamientos perfectamente delimitados, que en este caso, sin embargo,
sugieren motivos orgánicos florales.
En el primer nivel, la puerta de acceso principal, de dos hojas y
tímpano falso (actualmente identificado con el nombre de antepecho o
antetecho fijo), está enmarcada por un arco de medio punto, esbelto en
su grosor, con jambas (pies derechos laterales) y archivoltas (molduras
que decoran un arco, acompañando a la curva en toda su extensión en
la parte exterior). Sobre el arco hay un friso que en su contorno inferior
sigue la curvatura del arco, que radialmente se extiende hasta bajo de la
cornisa; este friso presenta relieves decorativos con motivos de hojas.
La cornisa es de múltiples molduras y en la parte central, sobre el
friso, presenta una curvatura que marca el centro del acceso; pero tam-
bién existe una continuidad entre la cornisa horizontal y la curvatura de
la misma cornisa sobre el friso de la puerta.
En el segundo nivel, de menor altura que el anterior, se sigue el
mismo esquema compositivo del diseño; en la parte central se sitúa la
ventana coral, bajo su repisa se ha esculpido el blasón de la orden fili-
pense, hoy parcialmente destruido, debajo del cual figura una inscrip-
ción, en marco rectangular, que indica el nombre del edificio religioso
y la fecha: Sacro Sanctæ Basilicælate Ranen Iunita Die 21 Abrili Anno
Domini 1804.
A manera de pilastras pero sin curvatura (planas, en altorrelieve),
adosadas a las jambas de la ventana coral, aparecen dos ornamentos a
cada lado y luego dos tableros también ornamentados, en forma rectan-
gular vertical.
En los intercolumnios figuran las esculturas de los santos dentro de
hornacinas (nichos), que en su parte superior tienen forma de concha.
En el tercer nivel las variaciones son más notables, se disminuyen
dimensiones, tanto de altura, como de anchura; aquí es donde el núme-
ro de pilastras se reduce a dos y en lugar de las columnas extremas de
los dos niveles bajos, están dos remates a manera de almenas adosadas al
paño del muro, de aproximadamente la mitad de la altura de las pilas-
tras de este último nivel.
En este nivel tampoco figuran esculturas exentas —salvo las es-
culturas de los dos pequeños arcángeles—, sino imágenes esculpidas en
altorrelieve. La importancia que se le ha concedido a los ángeles co-
rresponde también a un gusto muy barroco, pues su presencia no sólo
deriva del tema representado: la Asunción de María conducida al cielo
por los ángeles niños; ya que, en el arte barroco, las figuras de los ángeles
representados en forma aislada o integrados a diversas escenas narrativas
se volvió una constante. Aquí también se pueden observar en la pre-
sencia de dos cabezas aladas de querubines, dispuestas como elementos
decorativos a cada lado del relieve de la Asunción y, en menores dimen-
siones, distribuidas en diversos lugares del edificio; por ejemplo, en la
parte superior interna del marco de la ventana coral.
Las bases de las pilastras y de las almenas adosadas no presentan
ornamentación tan profusa y la cornisa superior sigue una forma ondu-
lante e irregular; marcadamente curvada en la parte central; bajo la cual
aparece un medallón con las siglas de la Virgen, en relieve, y una corona
real sobre éstas.
De hecho, en este último nivel las formas circulares y curvadas
dominan marcadamente el diseño.
En su morfología, el barroco europeo tiende a la esfera; en cambio
el barroco mexicano tiende al cubo, ya que el aspecto conceptual euro-
peo lo representan caracterizado en un espacio que gira expandiéndose
radialmente desde su centro. El barroco mexicano, en general, no gira;
pero vibra, sin afectar su volumetría. Cada fachada, bóveda, retablo,
etcétera, adquieren vida propia, animados por una línea interminable.
Sin embargo, en esta fachada de San Felipe Neri se percibe un intento
de equilibrio entre el estilo europeo que tiende a las curvas y el estilo
mexicano en el que las formas cúbicas son las dominantes.
Puede considerarse que el barroco mexicano se muestra un tanto
introvertido, ya que con esa intención se refleja en los desarrollos exis-
tentes: las superestructuras se convierten en una “sinfonía” de piedra que
lejos de hacer sentir su pesadez robusta, se convierte visualmente en una
“nítida ligereza” mediante la ornamentación, donde quedan aprisiona-
dos los espacios y se impide desperdiciar la riqueza decorativa.
Esta búsqueda de ligereza se hace notoria en esta fachada, a través
de un efecto óptico que se produce aquí: por la reducción ascendente
y progresiva en las dimensiones en los elementos, aspecto que tiende a
producir un efecto de mayor distancia en la altura total de la fachada
que se adelgaza a medida que asciende.
Este tipo de efectos visuales constituyen otro de los rasgos marca-
damente característicos del arte barroco, tanto en la arquitectura como
en la plástica.
Sobre la ondulada cornisa final de la fachada se encuentran dos
remates, uno de ellos parcialmente destruido en la actualidad. Vista de
frente, a la derecha, se encuentra la escultura de San Cristóbal, repre-
sentada en movimiento suspendido, de gran expresividad; porta en la
mano izquierda un grueso tronco, a manera de cayado, y al niño Jesús
en hombros. Dentro de la iconografía colonial, la figura de San Cristó-
bal se representaba siempre en grandes dimensiones, por dos razones: la
primera, porque se creía que el santo, de origen cananeo, había sido un
gigante; la segunda, porque existía la creencia de que encomendándose a
él, cada día, no se tendría una mala muerte; por ello su figura se colocaba
193
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
a la vista de todos o de un tamaño verdaderamente impresionante. En
este caso, aunque las dimensiones de la escultura no son marcadamente
grandes en relación con las otras esculturas de la fachada, el santo está
ubicado en un espacio visible incluso a cierta distancia. En esta escultu-
ra, como en el relieve de la Ascensión de la Virgen, se puede observar el
intento por representar el movimiento suspendido, efecto más notable
en esta figura que en cualquier otro de los personajes de la fachada. Esta
preocupación por el movimiento en las representaciones artísticas fue
fundamental en el auge del barroco y en el barroco florido, más que
en ningún otro, y contrasta con las posiciones rígidas que contienen la
mayoría de las figuras en la fachada.
El otro elemento compositivo de la fachada es la torre, que desta-
ca entre las que existen en Guadalajara tanto por su diseño como por sus
proporciones. Es una torre de dos cuerpos, el inferior de planta cuadra-
da, con dos vanos por lado, con balcón y herrería; enmarcados por arcos
de medio punto sumamente esbeltos que dan el espacio a la estructura
de las campanas y su vuelo. A los lados de los arcos aparecen los macizos,
divididos en su altura en tres partes, donde se localizan tableros deco-
rados. Sobre cada arco se presenta un medallón decorado, uno de ellos
con una Purísima y el otro con un santo, y uno más entre el espacio que
separa cada arco, en la parte central inferior. Es importante señalar que
aunque este esquema se repite en las cuatro caras del primer cuerpo de la
torre, sólo los medallones que dan a la fachada principal se encuentran
decorados, pues los otros están vacíos (sin decoración).
Una cornisa separa este cuerpo del superior, que tiene forma oc-
togonal y en cada cara un vano con arcos de medio punto, más esbeltos
que los del primer cuerpo y separados por columnas de capitel corintio
y de fuste delgado, que soportan la última cornisa. En cada fuste de estas
columnas están marcados los tercios; en el remate del primer tercio, a
manera de listón perimetral, que en la cara visible externa de las colum-
nas forma un medallón; y en el remate del segundo tercio del fuste sigue
el mismo diseño, pero en forma más sencilla.
La torre remata en una cúpula, en forma de campana.
En su interior, este edificio religioso ofrece algunos de los elemen-
tos arquitectónicos que fueran característicos de las iglesias construidas
por los jesuitas, pero también muestra algunas variantes; para precisar
esto conviene recordar que:
.- Leland M. Roth, Entender la arquitectura, sus elementos, historia y significado, Gus-
tavo Gili, Barcelona, 1999, pp. 391/599.
.- V. Tovar y J. J. Martín González, El arte del barroco, Taurus, Madrid, 1990, p.
84-301.
195
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
de elementos totalmente ornamentales, de delicado diseño, con formas
orgánicas vegetales que parecen emerger de jarrones y el remate tiene for-
ma de un candelabro de tres brazos. Este decorado, casi rococó, acusa la
influencia francesa, poco frecuente en el barroco de herencia hispánica.
La pequeña capilla anexa está dedicada al niño Jesús; como todas
las capillas anexas a estos edificios, vista en planta rompe con la estructu-
ración del espacio principal y deforma la cruz; sin embargo, su presencia
responde a un auge que se desarrolló de manera notable, sobre todo en
el siglo xvii, y que se refiere a la importancia que se le da al espacio como
lugar de presentación de imágenes religiosas, dentro de un proceso de
recepción visual que pretende comunicar al espectador en forma íntima
con lo divino:
.- Idem.
.- Incluyendo el testimonio de Francisco Ayón Zester.
.- Israel Katzman, Arquitectura religiosa en México 1780-1830, Fondo de Cultura
Económica, México, 2002, p. 101.
finales del siglo xviii o de principios del xix (1802), y considerando que
hacia 1800 “Ciprés todavía no concluía la obra del templo, y la torre
aún requería delicados trabajos”, nos preguntamos cuál fue la fecha en
que los retablos dorados de madera pudieron ser realizados. En caso de
que dichos retablos dorados hubieran realmente existido, debieron estar
muy poco tiempo en un templo iniciado a construir en los primeros
años de la segunda mitad del siglo xviii, hacia 1752; y su elaboración de-
bió realizarse en un muy corto tiempo, lo que es poco probable, a menos
que se tratara de retablos traídos de otros templos de la misma ciudad.
El altar mayor es un frontón curvo, interrumpido en la parte superior,
con capiteles jónicos. Todos los altares laterales tienen la misma composición:
con capiteles jónicos de guirnalda y entablamento de sección escalonada:
Las pequeñas pilastras estriadas del segundo cuerpo con dados como capitel
nos recuerdan uno de los retablos de Tresguerras en Celaya (1802-1807).10
.- Francisco Ayón Zester, Paseo filipense, Gobierno del Estado, Guadalajara, s. f.
10.- Israel Katzman, op cit.
11.- José Ignacio Dávila Garibi, Apuntes para la historia de l Iglesia en Guadalajara, t.
II, p. 647.
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Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
edificaciones patrimoniales de la ciudad más importante por sus dimen-
siones. Desde el 8 de julio de 1914 es sede de la Escuela Preparatoria de
Jalisco de la Universidad de Guadalajara.
El edificio es en su mayor parte de dos plantas, pues en época más
reciente se le construyó un tercer nivel (en el que se encuentran varios
salones y un laboratorio) que no abarca el total de la superficie que com-
prende la segunda planta.
No todos los patios, niveles y elementos de la construcción son de
la misma época, y esto hace que la obra en su conjunto resulte ecléctica
en el sentido estricto, es decir, el del historicismo ecléctico. Sin embar-
go, es posible distinguir claramente que la sección más antigua es la
que corresponde al patio ubicado al sur-poniente del terreno, que fue
originalmente el patio principal, claustro anexo al templo de San Felipe.
De este patio es más antigua la planta baja que el segundo nivel o sobre-
claustro; y este segundo nivel es, a su vez, más antiguo que el tercero.
Los edificios eclesiásticos reproducen en sus diseños la organiza-
ción formal y marcadamente jerárquica de la institución. Esta jerarquía
se expresa a través de códigos de simbolización proxémicos, de ubicación,
pero también dimensionales. En el caso del edificio que estudiamos es
importante destacar que el claustro o patio principal es el de mayores di-
mensiones de los cuatro, además de ser el más próximo al templo.
El patio ubicado al norponiente, aunque también anexo al tem-
plo, es uno de los más recientes. Antes en esa zona se ubicaba el huerto
del oratorio, que se comunicaba con los antiguos baños. Era el “área de
servicios” que tienen todos los oratorios filipenses, en donde se encon-
traban las bodegas, caballerizas y baños. De hecho sabemos que esta sec-
ción norponiente fue mandada a construir por los jesuitas y que en ella
se localizaba un conjunto de salas que sufrió varios derrumbes durante
la primera mitad del siglo xx. Se trata también del patio de menores
dimensiones. Siendo ya escuela preparatoria, en este pequeño patio del
área norponiente se había improvisado una media cancha de básquet,
en la que practicaban los estudiantes de bachillerato. Es el único patio
en el que no hay arcos y en el que las ventanas tienen una morfología
diferente a la del resto del conjunto. El edificio tiene, en este patio, tres
niveles en el lado norte y en el oriente dos. Muchos de sus elementos son
funcionalistas y desentonan con el resto del conjunto arquitectónico.
Actualmente, la fachada principal de la construcción está orienta-
da al este, en donde se ubica el ingreso central y único durante muchos
años; pero también ha sido abierto un ingreso lateral, hoy ubicado en
la fachada sur. El acceso principal al edificio se da, tanto en la fachada
poniente como en la sur, a través de un portón de medio punto que
desemboca en un ancho pasillo que conecta a un cancel de hierro.
El ingreso central conduce a uno de los cuatro patios, que sería
el primero, en acuerdo con el orden a que obliga el ingreso principal
actual, y que queda ubicado en el lado suroriente del terreno. Probable-
mente en esta área se ubicó el claustro chico. Como el patio principal,
éste también está rodeado por arcadas; aunque es un patio de menores
dimensiones que los dos patios más antiguos (el del lado surponiente,
el claustro y el del lado nororiente, tal vez dedicado a albergue original-
mente). Su morfología es rectangular y notablemente más estrecha que
las de los otros dos patios, casi cuadrados. Los arcos de la planta baja de
este patio son arcos conopiales (arcos de orden mixtilíneo, de acuerdo
con la terminología barroca), el fuste de sus 20 columnas es octogonal
con bases no muy altas, también octogonales, con capiteles octogonales.
Lo que señala la falta de unidad de orden frecuente en muchos edificios
barrocos, pues los capiteles poligonales exigirían arcos poligonales. Las
arcadas delimitan los pasillos en los que se disponen, en torno al patio,
las habitaciones cuyas puertas y ventanas son ojivales. En esta área se
ubican la mayor parte de las oficinas administrativas de la preparatoria.
En la planta superior de este patio: los doce vanos en forma de arcos,
ligeramente apuntados, se dividen en dos arcos ojivales, mediante una
franja de cantera que corre por el centro del arco y se bifurca en direc-
ciones opuestas. A lo largo de los corredores, en los que estos arcos se
ubican, se dispone un primer grupo de salones de clases, de los cuales
algunos, como aquél en el que se encontraba el laboratorio de física, te-
nían pisos de madera; aunque hoy la mayoría tienen pisos de mosaico.
Originalmente los patios y pasillos tuvieron pisos de mosaico de
barro; hoy sus pisos son de concreto o de mosaico.
Los patios se conectan entre sí, tanto en sus plantas bajas como
en las altas, por medio de pasillos de gruesos muros; uno de los pocos
elementos que corresponde a un rasgo característico de las edificaciones
barrocas. Salvo el patio más pequeño, todos los patios están delimitados
por arcadas. El grosor de los muros cambia también en el patio más pe-
queño de manera notable, donde los muros se hacen delgados.
En el patio ubicado en el lado nororiente del edificio, los arcos de
la planta baja son de medio punto, con columnas de fuste cilíndrico y
liso. Hay un total de catorce columnas, sobre bases octogonales y con
capiteles octogonales también. Las ventanas y puertas de este patio, tan-
to en el primer como en el segundo nivel, son de marcos y morfología
rectangulares. Estos marcos son de cantera. Al fondo del corredor, en el
ángulo nororiente de este patio, se encuentra una de las tres escaleras del
edificio. Esta escalera es estrecha y ligeramente curvada y llega hasta el
tercer nivel, en varios tiempos.
En el segundo nivel de este patio hay arcos pareados de medio pun-
to con esbeltas columnas que poseen capiteles en forma de “tulipán”. Este
nivel es menos antiguo que el primero; sin embargo, ambas plantas son
más antiguas que la planta alta del patio sureste (claustro chico) o de la
secretaría, a juzgar por los rasgos de estilo presentes en las arcadas.
Los arcos del claustro son de medio punto, sus columnas de fuste
cilíndrico y liso, sobre bases bajas y cuadradas, en un total de 28 colum-
nas, de capitel dórico. Las puertas y ventanas dispuestas a su alrededor
son de morfología rectangular con marcos de cantera. Hay gárgolas de-
corativas en forma de cañones en esta planta. En el lado oriente de este
patio se ubican las escaleras principales, que tienen un desplante central
y luego se abren en dos rampas opuestas; las escaleras se desplantan des-
de el arco medio de un conjunto de tres arcos, con columnas de fuste
cúbico y con estrías gruesas. Las columnas de la planta alta son también
de fuste estriado, pero en lugar de tener fustes cúbicos tienen fustes
199
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
cilíndricos y más gruesos en su parte baja que hacia el capitel. Estas
columnas forman también tres arcos rebajados. La escalera manifiesta
también el marcado eclecticismo histórico que se localiza en otros ele-
mentos del edificio.
En el sobreclaustro se pueden observar, tanto en el muro norte
como en el muro sur, tres vanos en forma de arcos de medio punto y
cinco vanos en el muro oriente; los tres centrales están agrupados. En
el muro poniente hay siete puertas con marcos de cantera rectangulares
que dan acceso a otros salones de clases. En el muro sur se puede ver una
fachada de la tercera planta del edificio en la que hay ventanas moder-
nistas, de morfología rectangular, pareadas, con modestos decorados en
forma de ménsulas vegetales.
Una de las áreas más importantes y bellas del edificio fue la pe-
queña biblioteca, frente a la cual se ubica, actualmente, el auditorio que
debió ser el antiguo oratorio o capilla del claustro.
Debido a que el edificio desempeñó diversas funciones a lo largo
del tiempo, es muy probable que sus espacios modificaran continua-
mente sus funciones, dentro de los límites de flexibilidad que sus carac-
terísticas permitían.
El análisis de los planos de los oratorios filipenses nos permite
observar que este tipo de conjuntos, además del templo con su capilla
y su sacristía, estaban integrados por la casa de ejercicios con claustro.
El claustro se disponía alrededor de un gran patio-solar, en torno al
cual también se ubicaban una portería, una cocina y un refectorio, una
sala de conferencias, salones y dormitorios; que también podían estar
ubicados en una planta superior. Se trataba de dormitorios colectivos
para los ejercitantes. Había también, en torno a un patio más pequeño,
un claustro pequeño llamado “casa de los padres” o “claustro chico”;
ahí se ubicaba también una capilla-oratorio para los padres, una sala de
congregación y celdas; generalmente a espaldas del templo se localizaba
el jardín o huerto, al que quedaban anexos los servicios. Importante re-
sulta saber que en las casas de ejercicios filipenses había, por lo general,
biblioteca, despensa, un aula general y el área de albergue. En las casas
de caridad, además de la cocina, los baños y los dormitorios, eran ne-
cesarios uno o varios salones de labores, la enfermería, el almacén, una
administración e incluso un pequeño cementerio. En los colegios, par-
ticularmente en los de los jesuitas, había imprenta, talleres, biblioteca,
auditorio y salones de clases, entre otras dependencias principales. En
los planteles de bachillerato era necesario un laboratorio de química,
uno de física, uno de biología, un aula magna, una sala de juntas, una
biblioteca, baños para varones y para damas, necesarios a partir de que la
educación media se hizo mixta; áreas de deportes y secretarías, archivo,
oficinas administrativas y prefectura. Estas enumeraciones nos dan una
idea de los cambios de funciones que los espacios del edificio debieron
sufrir, modificaciones que implicaron también cambios físicos.
En las tres fachadas del edificio hay, en la planta baja, ventana-
les tripartitos dispuestos en un marco de morfología de arco de medio
punto, con elementos decorativos en forma de ménsulas vegetales que
remiten al modernismo. En la segunda planta, las ventanas balconeras
son de morfología rectangular, lo mismo que las de la tercera planta.
Casi nada hay de barroco en este edificio, salvo la distribución
en torno a los patios centrales con arcadas, de arcos de medio punto y,
aunque anacrónicas, también deben considerarse las arcadas de los arcos
conopiales, por sus columnas con fustes, bases y capiteles octogonales,
una forma recurrente en la tradición barroca que diera origen a lo que
algunos autores, entre ellos Javier Gómez Martínez, denominan “orden
octogonal” y otros llaman “orden poligonal”. Incluso hay quienes dis-
tinguen entre este orden octogonal “temprano” que se mezcla con arcos
no poligonales, y el que se considera orden octogonal completo o entero
(con unidad de orden).
La distribución típicamente española, de origen árabe, sería he-
redada en épocas posteriores a todos los pueblos sujetos a la influencia
hispánica. También corresponden a los rasgos de los edificios barrocos:
el grosor de los muros de las plantas bajas, de tres de los cuatro patios;
las dos escaleras secundarias y un acceso que fuera tapiado y que comu-
nicaba el edificio de los oratorianos con el templo de San Felipe Neri,
del que todavía se conserva el marco de cantera en el muro poniente del
patio mayor; así como los túneles subterráneos a los que se tenía acceso
a través de dos ingresos ubicados debajo de las actuales escaleras princi-
pales. El resto de los elementos más antiguos de la construcción encajan,
en todo caso, en el neoclásico, mientras otros corresponden muy cla-
ramente a un eclecticismo de dominante neogótica o son francamente
modernistas (como los de la tercera planta y los de las tres fachadas del
edificio); los elementos más recientes son funcionalistas. Sin embargo,
esta hermosa construcción forma parte de la historia de uno de los edi-
ficios barrocos destacados que se conservan en la ciudad y junto con ese
edificio religioso conforma un conjunto edificado de gran valor patri-
monial e historia compartida que merece una mayor atención.
201
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Fachada del oratorio de San Felipe. Detalle del ingreso al edificio religioso.
Detalle de escultura del primer nivel. Detalle de escultura del primer nivel.
Arriba: Detalle del segundo y tercer
cuerpo de la fachada de San Felipe.
Abajo izquierda: Detalle de la escultura
del segundo nivel.
Abajo derecha: Detalle de la escultura
del segundo nivel.
203
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Detalle del conjunto de la Inmaculada siendo llevada por los ángeles al cielo.
205
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Flor que decora la
cúpula octogonal
del crucero de la
nave del oratorio
de San Felipe.
Detalle de la
ornamentación
de la bóveda de la
capilla anexa.
Detalle ornamental de una de las pechinas de la cúpula de la iglesia de San Felipe.
207
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Pórtico lateral del ingreso que comunicaba la casa filipense con
el atrio del oratorio. Capilla anexa del oratorio de San Felipe.
209
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
Arriba: Patio del edificio de la Escuela Preparatoria de Jalisco que fuera el claustro de la casa de los filipenses.
Abajo: Detalle de los tres niveles del patio principal.
Detalle de la
parte superior
de la escalera
monumental del
edificio.
Patio del
nororiente, detalle
de sus dos niveles.
211
Conjuntos Arquitectónicos Patrimoniales
NOTA FINAL PARA EL PRIMER
VOLUMEN: A MODO DE
CONCLUSIÓN
213
NOTA FINAL
conopiales tuvo en el barroco tapatío; así como la presencia del orden
poligonal en algunos capiteles, fustes y basas, orden que puede encon-
trarse en arcos en diversos edificios zacatecanos, por ejemplo.
La gran similitud que en las esculturas de talla en madera, in-
tegradas a los retablos barrocos que se conservan en Guadalajara, con
otras tallas de Tepotzotlán y Atzcapozalco, nos llevan a suponer que
los diseños de las obras pudieron surgir del mismo taller o escuela de
tallistas; al mismo tiempo que nos permiten observar la calidad que
alcanzaron las obras localizadas en esta ciudad.
Por otra parte, el estudio de conjuntos —y no la descripción de
obras aisladas— también nos permite tomar conciencia de la importan-
cia que tiene no desarticular los componentes; nos ofrece una visión más
clara de las prácticas sociales y de las dominantes culturales y estéticas
vigentes en la época. Nos faculta para otorgarle la debida importancia
a las obras arquitectónicas y nos lleva a defender la necesidad de con-
cebir los conjuntos como un todo integrado, no sólo por los elementos
arquitectónicos sino también por elementos escultóricos, pictóricos y
urbanos; dentro de un contexto social determinado que es el que precisa
la función y los sentidos de las partes que conforman los conjuntos ar-
quitectónicos.
Este primer volumen da cuenta de que las producciones barro-
cas que se conservan en la ciudad, pese a conformar un reducido núme-
ro, no son de poca importancia y su estudio y conservación deben ser
fomentados, de tal modo que se impida la progresiva destrucción que
las ha venido afectando a lo largo de los años.
Sin embargo, adelantar conclusiones no resulta pertinente, has-
ta exponer una perspectiva más amplia y a la vez detallada de otros
conjuntos patrimoniales y de la mayoría de los edificios barrocos que se
conservan; así como tampoco es prudente generalizar sin considerar los
rasgos de algunos otros edificios de los que tenemos noticias, aunque ya
han desaparecido.
Los otros conjuntos patrimoniales de la época y diversos edificios
barrocos son, precisamente, el objeto de nuestro segundo volumen so-
bre la arquitectura y el arte barroco en Guadalajara, Nueva Galicia.
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Se terminó de imprimir en agosto de 2006
bajo la supervisión de TSN_comunicación
tel. 3616 3333, Guadalajara, Jalisco.
La edición consta de 1,000 ejemplares.
Cuidado de la edición a cargo de
Arq. Arabella González Huezo.