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"Pensamos que ómicron es mucho más similar a las variantes leves que hemos visto en
personas vacunadas, como la delta principalmente", le dijo a la BBC el profesor Tim Spector,
epidemiólogo del King's College de Londres, que dirige el llamado Estudio de Síntomas Zoe
Covid.
El estudio Zoe Covid ha estado reuniendo datos de miles de personas que registran sus
síntomas en una app. Sus investigadores han analizado los síntomas vinculados a la variante
delta y la nueva variante ómicron.
Hasta ahora, los cinco síntomas más comunes son:
Secreción nasal
Dolor de cabeza
Fatiga (leve o severa)
Estornudos
Dolor de garganta
Fuente: Estudio Zoe Covid King´s College de Londres
Sin embargo, para algunos tener covid puede sentirse como "un catarro malo", con síntomas
como dolor de cabeza, dolor de garganta y secreción nasal.
¿Es la fiebre síntoma inequívoco de coronavirus?
A partir de los 37,8C se considera temperatura alta. La fiebre puede presentarse cuando el
cuerpo está combatiendo alguna infección, no solo coronavirus.
Lo mejor es usar un termómetro. Pero si no tienes uno, revisa si se siente caliente al tocar el
pecho o la espalda.
Es poco probable que un resfriado común cause fiebre.
Si tienes fiebre, se recomienda que te hagas una prueba diagnóstica para descartar que
tengas coronavirus.
Los datos en Sudáfrica indican que algunas personas han reportado problemas digestivos
como un posible síntoma de ómicron.
Pero en Reino Unido, Tim Spector indicó que la infección de ómicron parece seguir siendo
similar a la de variantes anteriores, es decir, una infección principalmente respiratoria.
La prohibición de viajes desde varios países del sur de África anunciada el viernes por el
presidente de Estados Unidos, Joe Biden, no se aplica a ciudadanos del país ni a residentes
permanentes de Estados Unidos, a quienes solo se les pide hacerse una prueba. El
problema es que la contención debe centrarse en el patógeno, no en los pasaportes.
Mientras no tengamos datos más claros, y como medida de precaución, deberían aplicarse
restricciones a los viajes tanto de extranjeros como de ciudadanos estadounidenses desde
países en los que se sepa que la variante se está propagando más.
La única razón por la que podemos siquiera hablar de tácticas de ataque tan oportunas,
enérgicas y responsables contra la variante ómicron es que los científicos y trabajadores de
salud de Sudáfrica se percataron de que era un peligro tan solo tres semanas después de su
detección, y su gobierno —como un buen ciudadano global— lo informó al mundo. No
deberían ser castigados por estas acciones asombrosas y honestas. Estados Unidos y otros
de los países más ricos deberían proporcionarles recursos para combatir el brote; es lo
mínimo que podemos hacer.
Quizás el mejor ejemplo de cómo responder de manera inteligente a una alerta temprana
es Taiwán.
Semanas antes del 20 de enero de 2020, cuando el elusivo gobierno chino reconoció
finalmente que el nuevo coronavirus se transmitía entre los habitantes de Wuhan, los
funcionarios taiwaneses ya lo sospechaban. De inmediato comenzaron a monitorear a los
viajeros y poco después establecieron restricciones más estrictas, incluidas cuarentenas de
pasajeros provenientes de China y, después, de otros lugares. Los taiwaneses también
adoptaron el cubrebocas pronto (con un sistema de racionamiento para garantizar que todos
los ciudadanos pudieran adquirir una parte de los limitados suministros) y se movieron
agresivamente para localizar los casos que se habían filtrado para cortar de tajo los brotes
locales.
Aunque muchas personas habían llegado desde Wuhan antes de que se impusieran estas
medidas, Taiwán sofocó la propagación inicial y ha controlado con efectividad la crisis
durante casi dos años.
Lo que no funcionó fue el enfoque adoptado por Estados Unidos el año pasado. En un
principio, ya demasiado tarde, solo se prohibieron los viajes provenientes de China. La
prohibición no se aplicó a los ciudadanos estadounidenses y no se combinó con una
campaña generalizada de pruebas en las fronteras y en todo el país. La prohibición de Biden
tiene problemas similares, y no arrancó sino hasta el lunes 29 de noviembre, como si el virus
hubiera descansado el fin de semana.
El año pasado, muchos de los primeros casos llegaron a Estados Unidos desde Europa, no
desde China, pues la enfermedad ya se había propagado y prácticamente no se le hacían
pruebas a nadie que no hubiera ido a Wuhan.
En cuanto a la detección de la variante ómicron, tenemos una ventaja clave, por mera suerte.
En el caso de muchas variantes, los científicos necesitan hacer una muestra a la secuencia
completa para distinguirlas con claridad. Al igual que otras cuantas variantes, ómicron tiene
una señal genética particular que se detecta con las pruebas PCR, por lo que es fácil
rastrearla con la infraestructura de pruebas estándar que ya existe y es más sencillo incluir el
rastreo de esta variante como parte de un esquema de pruebas masivas.
Corea del Sur demostró la importancia de las primeras pruebas masivas. Su primer caso de
covid se anunció el mismo día que el primero en Estados Unidos, el 20 de enero del año
pasado. Semanas después, un evento de superpropagación en una iglesia convirtió a Corea
del Sur en el primer país en tener un brote importante fuera de China. Sus ciudades
densamente pobladas y su concurrido transporte público lo convirtieron en un lugar ideal
para que la epidemia prosperara.
Sin embargo, Corea del Sur estaba preparada con un sistema de pruebas enorme, que
incluía pruebas gratuitas sin bajarse del carro y un seguimiento agresivo. A finales de marzo,
había logrado controlar el brote inicial. Hasta ahora, ese país de más de 50 millones de
habitantes ha tenido alrededor de 3500 muertes durante toda la pandemia, una cifra menor
que la cantidad atroz de fallecimientos en Nueva York durante una semana de abril de 2020,
durante la peor ola de casos.
Incluso antes de la variante ómicron, Estados Unidos debería realizar más pruebas, porque
delta sigue a la alza.
Lo trágico es que una de las razones por las que Sudáfrica implementó el sistema de
vigilancia avanzado que detectó la variante ómicron es porque se usa para identificar casos
de sida, que todavía es una crisis en ese país.
El conjunto de medicamentos antivirales que transformó al sida de una sentencia de muerte
a una enfermedad crónica se desarrolló a mediados de los años noventa, pero las empresas
farmacéuticas, protegidas por las naciones ricas, se negaron a permitir la producción y venta
de versiones genéricas baratas en muchos países pobres, e incluso impusieron acciones
legales para evitar que Sudáfrica las importara. Millones de personas murieron antes de que
se llegara a un acuerdo varios años después de un esfuerzo robusto de activismo global.
El trato despiadado que las grandes farmacéuticas le dieron a Sudáfrica se repitió durante
esta pandemia. Moderna, por ejemplo, hizo algunas de las pruebas de su vacuna en
Sudáfrica, pero no le hizo ningún donativo al país, ni al mecanismo Covax, la alianza global
de vacunas, hasta mucho tiempo después.