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Después de esta lectura pude darme cuenta de la forma equivocada en la que había leído a
Walter Benjamin anteriormente. La manera en la que hemos discutido sobre la Escuela de
Francfort y su ideología, así como el detenimiento y el contexto en el que leí esta vez La obra
de arte en la época de su reproductibilidad técnica, me han permitido observar que, al
contrario de lo que había interpretado, Benjamin no emite juicios de valor cuando habla sobre
la pérdida del aura. La pérdida del aura no es algo negativo ni representa el fin del arte, como
entiendo, Hegel afirmaba.
Entonces, la pérdida del aura no es el resultado de las tecnologías malvadas que generan
objetos sin valor, a los que la originalidad y la autenticidad no les importa nada, sino que es
un proceso que ha enfrentado el arte porque es un producto de la sociedad, y los cambios
que enfrenta la sociedad los enfrentará el arte. Los adelantos tecnológicos que permiten la
reproductibilidad técnica de la obra de arte vienen acompañados por una transformación en
la percepción humana, que es una construcción natural e histórica. De este modo, la pérdida
del aura es un proceso que se relaciona con el crecimiento de las masas, en quienes
Benjamin ve un potencial participativo. Incluso menciona que la crisis de la pintura no es una
consecuencia del surgimiento de la fotografía, sino una consecuencia de la exigencia de las
masas, que no encontraban en la pintura la posibilidad de una recepción colectiva como la
que caracteriza a la arquitectura y al cine. La pérdida del aura es consecuencia de la
masificación del arte. En esta masificación el arte pierde su carga religiosa y adquiere una
mayor carga política.
Benjamin también afirma que la obra de arte siempre ha sido susceptible a ser reproducida,
porque algo hecho por un humano siempre podrá ser repetido por otro humano. Pero la
reproductibilidad técnica es algo distinto, debido a que no se considera una falsificación,
como sucede con la reproducción manual. En este caso, el “aquí y el ahora” (que es la
autenticidad) de la obra pierde autoridad.
Se menciona en este punto al cine ruso, que ejemplifica el derecho a ser filmado. A diferencia
del cine corrupto, que no le muestra a la masa su realidad, sino que le impone intereses
falsos, el “cine ruso” (pienso en Dziga Vértov, con El hombre de la cámara) filma en mundo
que lo rodea tal como es.
Esta diferencia que se muestra entre el “cine corrupto” y el cine ruso me parece fundamental
para entender por qué Benjamin se muestra positivo frente a esta nueva tecnología; la
industria cultural ha encontrado en el cine el medio perfecto para entretener a las masas sin
darles la oportunidad de cobrar conciencia de su realidad. Benjamin menciona que el cine
muestra las inevitabilidades de nuestra existencia, pero al mismo tiempo nos muestra un
gran campo de acción. Gracias al uso de la lente, se revelan ante nuestros ojos las
posibilidades del mundo que nos rodea de un modo al que no estamos acostumbrados a
verlo. Es, después de todo, gracias a estas tecnologías que se pueden constatar y observar
detalles del mundo que nos rodea que nunca antes se habrían podido observar (como El
caballo en movimiento, de Muybridge).
Es por estas razones que Benjamin destaca la urgencia de expropiar el capital invertido en el
cine, para que los intereses de los patrocinadores, tanto públicos como privados, no estén de
por medio y se pueda contar con un cine verdaderamente emancipado.
Llaman la atención algunas interacciones entre el aura y los medios como la fotografía o el
cine; por un lado, Benjamin ve con desdén la forma en la que algunos teóricos tratan de
incluir al cine como arte y le atribuyen funciones de ritual que no necesita, como Werfel, para
quien el cine debe representar “lo maravilloso, lo sobrenatural”. Entiendo que Benjamin se
opone a esta perspectiva del cine, y de hecho se manifiesta a favor de un cine más natural y
apegado a la realidad. Ahí se encuentra su potencial revolucionario. En cambio, cuando se
trata de hacer del cine algo único e irrepetible, se le está cargando con valores auráticos que
obstruyen su potencial. En general, Bolívar Echeverría señala la oposición por parte de
Benjamin en usar un medio profano para insistir en una producción de obras auráticas.
Por otro lado, Benjamin también observa una última función ritual en la fotografía (que desde
mi perspectiva, también se puede manifestar en el cine). Esta “última trinchera” del ritual en
la fotografía consiste en preservar el recuerdo de los seres amados lejanos o fallecidos.
También se localiza esta función ritual en las fotografías de Atget de las calles de París, en
donde la imagen demanda una recepción “no pasiva”. Entiendo esta función ritual en la
fotografía como su valor documental. No pienso que exista un valor artístico en las
fotografías de los seres queridos, pero de cierta forma, se trata de imágenes que preservan
un limitado valor histórico. También entiendo que estas imágenes pueden tener una función
ritual cuando se recuerda a la persona que no está presente. En estos casos, la fotografía
funciona como una pieza probatoria del proceso histórico, o como lo entiendo yo, una pieza
documental.
Bibliografía:
Benjamin, W., Weikert, A. E., & Echeverr a, B. (2003). La Obra de arte en la poca de su
reproductibilidad t cnica:. Ciudad de México, México: Itaca.
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