Está en la página 1de 4

Nombre y apellidos: Alden García González

Disciplina: Autores medievales (Santo Tomás de Aquino)


Docente: Fr. Aridio Castro O.P
Asignación: Síntesis sobre parte del texto “Tomás de Aquino, maestro y testigo de la fe”.
Centro universitario: Instituto Superior Pedro Francisco Bonó
Síntesis:
El libro “Tomás de Aquino, maestro y testigo de la fe” es una obra de Gregorio Celada Luengo,
religioso de la Orden de Predicadores. En sus dos primeros capítulos, el autor aborda el significado
de la obra tomasina dentro de la historia de la teología. Presenta al Aquinate encuadrándolo en la
tradición de la cual es testigo y maestro, trayendo cerca su imagen humana. El principal argumento
que esgrime es que la cualidad fundamental de Tomás de Aquino es la de ser teólogo porque su vida
se centró en la búsqueda de Dios, considerándolo el teólogo de la creación y la encarnación.
En el capítulo I, expone que uno de los retos en el siglo XII y XIII para el pensamiento cristiano fue
que la cristiandad entró en contacto con otras religiones y culturas. Este pensamiento debió asumir
instituciones de la antigüedad, la filosofía natural y las ciencias provenientes de ámbitos no
cristianos, por lo que tomó consciencia de sus limitaciones y posibilidades. La Edad Media entonces
debió heredar todo ese saber y darle una finalidad suprema, las ciencias sagradas. Por ello, la
historia de la teología es justamente la solución de estas relaciones donde fe y razón son vías que
llevan a Dios.
Los tradicionales centros monacales se transformaron en centros urbanos, origen de las
universidades. Aflora la cuestión cultural del cristianismo. Surgen nuevas órdenes y herejías. En este
contexto emerge Tomás de Aquino, que llega a ser una respuesta sabia a los excesos del biblismo
fundamentalista de los cátaros, de otros espiritualismos, a los excesos del racionalismo naturalista
de los filósofos, y llega a ser un expositor de la doctrina de la iglesia. Pues, el Aquinate, se puso a la
escucha de las escuelas de teología y filosofías conocidas para sistematizar el camino hacia la verdad.
Sostiene el autor que uno de los peligros respecto al pensamiento tomista es dogmatizarlo. Incluso,
el calificativo tomista debería usarse solamente como referencia a sus discípulos. De tal modo, que
debería considerarse las respuestas del Aquinate como históricas pertenecientes a un contexto y en
muchas ocasiones limitadas, sin menoscabo al mucho provecho que ha aportado el pensador
medieval en el ámbito de la filosofía, teología y en el conocimiento del ser humano.
El hilo conductor del capítulo II es que de Aquino no tuvo cargos políticos ni aceptó dignidades
eclesiásticas en un siglo donde los dos principales poderes eran el Imperio y el Papado. Esto sucede
en una Europa feudal, que se había estructurado como civilización cristiana donde el gran problema
de Occidente era el enfrentamiento entre Güelfos y Gibelinos. Los unos, consideraban que el poder
temporal debía estar sometido al pleno poder del papado. Los otros, sostenían que todo poder
temporal reside primariamente en el emperador. Ante esta situación donde la relación de poderes
se tornaba crucial, los frailes dominicos se ponen ante el espinoso conflicto de la iglesia y la política.
En esta disputa, Tomás de Aquino, de familia mayormente güelfa, enseña que hay dos poderes que
poseen distintos fines. Uno, el eterno, ordenado a la salvación de las almas. El otro, el temporal,
ordenado al bien común. Así, confirma la regla de la autonomía y subordinación de poderes. Sin
embargo, el Papa, ha de intervenir en los asuntos temporales como medida prudencial para el bien
común de la sociedad cristiana. Según Celada Luengo, no es fácil interpretar el pensamiento de
Aquino. Para el autor, la teoría del Aquinate no puede clasificarse como teocrática absoluta, sino que
pone otros elementos aristocráticos y democráticos. Se trata más bien, de una autoridad
compartida, también jerárquica, opina.

1
Otra problemática crucial era el eclesiocentrismo, pues la salvación se identificaba con las fronteras
de las iglesias y no se reconocía la autonomía de organizaciones humanas. Bajo el influjo de
Aristóteles, Tomás de Aquino entiende que el ciudadano y el cristiano son dos nociones distintas.
Comprende y enseña con respecto a los que no están dentro de la iglesia que la “Gracia no suprime
la naturaleza, sino que la perfecciona”. Cree que en el hombre hay una inclinación al bien y al vivir
en sociedad. Distanciándose de Aristóteles, cree que la amistad y la caridad prevalecen sobre otras
rígidas estructuras, de modo que deja entrever un clima de comunión entre todos los seres. Así abre
su pensamiento, debido al instinto cristiano, a una sociedad a escala mundial. Otra de las diferencias
con Aristóteles, es que mientras para este, la paz no es condición esencial de la comunidad perfecta;
para Tomás de Aquino la paz sí es condición esencial de toda sociedad humana. Finalmente, Celada
Luengo afirma que la mirada del Aquinate siempre es teológica, por eso le dedica a Dios su doctrina,
con quien está relacionado por la creación y, sobre todo, por la encarnación.
Comentario:
El título de un libro puede ser como una almendra: miras la cáscara y no sabes que te espera por
dentro. Aunque la cáscara vaticina un poco lo que puede aguardarte adentro. Semejante, sucede
con este libro de Celada Luengo, quien al titularlo “Tomás de Aquino, testigo y maestro de la fe”, uno
es capaz de intuir que, despojado el título de “santo”, lo que aguarda es una imagen cercana a la
humanidad del pensador medieval. Este es un hecho notable de nuestro tiempo que se repite cada
vez con más frecuencia: dejar de lado en las biografías aquello datos que se mueven en un horizonte
más amplio y más sujetos a una necesidad espiritual de edificación para con los fieles y ceñirse los
textos a una crítica histórica precisa.
Ahora bien, en este intento de Celada Luengo de acercarnos lo más posible la figura de Tomás de
Aquino, realiza su cometido presentándolo como testigo y maestro de la fe. Lo muestra como un ser
humano que aborda los problemas suscitados por el ambiente de una época, al servicio del
evangelio y no desde una perspectiva apologética. Tal vez, porque la fe de nuestro tiempo necesite
más de testigos y de maestros verdaderos que de otras figuras para edificar e indicarnos el camino.
Así, pudiéramos entender nuestro tiempo mirando también en retrospectiva hacia el pasado.
En este punto, pienso en la frase que el mismo Tomás, comentando a Aristóteles dejó escrito: “En
todo esto vemos que si alguien considera las cosas tal como se originan de su principio, puede de
modo óptimo contemplar en ellas la verdad”. ¹ Bien, esta frase podríamos comprenderla a la luz de
otra frase, esta de Jeremías cuando dice que: “Párate en los caminos y mira. Pregunta por los
senderos antiguos, dónde está el camino verdadero. Síguelo y encontrarás el descanso”. ² Quizás por
esto, piensa Celada Luengo que vale la pena estar toda la vida estudiando la obra tomasina y
presentarla como un manantial de agua fresca como si aún Tomás de Aquino tuviera mucho que
decirnos.
Además, encuadrar a Tomás en la tradición de la cual es testigo y maestro es un modo prudente de
traerlo a nuestro tiempo y hacerlo atractivo para una sociedad con altos números de ateísmo. ¡Qué
mejor manera de presentar a un maestro que cómo testigo de un amor! No en balde, Séneca llegó a
sentenciar en la carta VI sobre la amistad en sus Epístolas morales que: “Cleanto no hubiese
comprendido bien a Zenón si solamente le hubiera escuchado. Vivió con él, penetró en sus secretos
y observó si vivía según sus máximas”. Así, comprende Séneca, que un maestro es quien es
coherente con las máximas de su vida al enseñar mientras se habita con él. Un maestro, siguiendo
esta lógica de pensamiento, es un maestro verdadero porque enseña desde su vida cotidiana y no
porque enseñe un manojo de doctrinas. Es decir, que el ser maestro está en estrecha relación, cobra
sentido, en la medida en que es al mismo tiempo testigo de lo que enseña.
1 Celada, Gregorio. Tomás de Aquino, testigo y maestro de la fe. Salamanca: San Esteban, 1999, p. 5.
2 Jeremías 6, 16.

2
3 Séneca. Epístolas morales. Traducción de Francisco Navarro y Calvo. Madrid: Gredos, 1984, p. 77.

Tomás de Aquino es un vivo ejemplo de esta gracia entre poder ser maestro de su época y a la vez
ser testigo del mismo ambiente porque así se cree más en el maestro cuando es testigo, piensa y
argumenta Celada Luengo.
Otros dos argumentos principales de los dos primeros capítulos son que, Tomás de Aquino es ante y
sobre todo un teólogo. El segundo es que nunca aceptó cargos políticos, negocios ni dignidades
eclesiásticas en un contexto donde tanto el papado como los reyes luchaban por detentar el poder
supremo. Un nuevo argumento que se entreteje con lo de ser testigo y maestro en el Aquinate, ser
teólogo y elegir libremente el estado religioso en una orden mendicante toda su vida, es que esto
sucede de un modo donde el pensador medieval lo hace siendo un hombre de su tiempo, acogiendo
las inquietudes que le ofrecía la historia y ofreciendo sus dones intelectuales al servicio de la fe.
De este modo, ante el dilema de la fe y la razón, Tomás de Aquino supo responder con sabiduría y
proponer una sistematización de los saberes heredados en una relación de respeto y colaboración
ante el reinado de las ciencias sagradas donde estas perfeccionan la naturaleza humana. ¿Por qué lo
hizo cuando había tantos fantasmas? Porque es un hombre que confiesa en su Suma contra Gentiles
que: “Se siente llamado a dar testimonio de la verdad”. ⁴ ¿Qué verdad? ¡Dios!, responde De Aquino,
tanto el conocimiento de Dios como el amor a Dios que es superior al conocimiento anterior, pues la
verdad cristiana versa sobre la divinidad de Dios y la humanidad de Cristo. Así, los dos ejes de su
dedicación, confiesa Celada Luengo, fueron la fe en la Trinidad y la fe en la Encarnación. Por eso, se
puede considerar a Tomás de Aquino y toda su obra, aunque poderosamente filosófica, como una
obra teológica, pues el tema de Dios concentró todos los esfuerzos de su vida como salvación del
hombre.
Esta verdad, que supo encontrarla Tomás de Aquino, por demás hombre de profunda oración y
lágrimas, la deja muy clara, no solo en relación con el nivel religioso o filosófico, sino también en
relación con el nivel social, al expresar que: “Ningún filósofo antes del advenimiento de Cristo con
todo su vigor pudo saber tanto de Dios y de lo necesario para la vida eterna, como después de su
advenimiento sabe una viejecita por fe”. ⁵ De este modo, sostiene el autor respecto a la fidelidad del
Aquinate para con la verdad, hace más firme su argumento Tomás, pues en una sociedad como la
Europa del siglo XIII, una viejecita, era el sujeto más ínfimo que podía haber y además mujer.
Y es tanta la fidelidad del pensador medieval a la verdad, que, en sus postrimerías, cuando tuvo una
experiencia mística, se da cuenta que todo lo que había escrito era paja comparado con las
bienaventuranzas que ya cercanas le esperaban cuando cambiara de morada hacia la nueva del
padre. Es decir, que, para nada apegado a sus obras escritas, reconoce con humildad y respeto que
el amor a Dios es superior del conocimiento de Dios, tal como expresamos anteriormente. De este
modo, confiesa Gregorio Celada, relativiza el Aquinate su obra en comparación con la gloria y verdad
de Dios.
Es admirable también, que en tiempos donde el Papado, cabeza de la iglesia, andaba con sed de
poder, Tomás de Aquino, entendió que su misión era ser religioso y no político. Llegando incluso, “a
desmontar el argumento que equiparaba al Papa con Cristo” ⁶ y sentenciando que “todos los fieles
en Cristo, en cuanto miembros suyos, son llamados reyes y sacerdotes.” ⁷ Y aunque sus doctrinas en
relación con los poderes son muy dispares, según piensa Celada Luengo, es cierto que tuvo la
claridad que ningún contemporáneo había tenido y el valor de tomar a Aristóteles, filósofo traducido
por los árabes, con todo lo que esto implicaba, para separar la noción de ciudadano del cristiano y el
poder espiritual del temporal. También, tuvo la sabiduría de disentir con las teorías de Aristóteles
cuando le fue necesario. Así, fue Tomás de Aquino hombre de fe hasta el final de su vida: maestro y
testigo.
4 Celada, Gregorio. Tomás de Aquino, testigo y maestro de la fe. Salamanca: San Esteban, 1999, p. 23

3
5 Celada, Gregorio. Tomás de Aquino, testigo y maestro de la fe. Salamanca: San Esteban, 1999, p. 31

6 Celada, Gregorio. Tomás de Aquino, testigo y maestro de la fe. Salamanca: San Esteban, 1999, p. 55.

7 Celada, Gregorio. Tomás de Aquino, testigo y maestro de la fe. Salamanca: San Esteban, 1999, p. 56.

Bibliografía
Celada, Gregorio. Tomás de Aquino, testigo y maestro de la fe. Salamanca: San Esteban, 1999. PDF
Séneca. Epístolas morales. Traducción de Francisco Navarro y Calvo. Madrid: Gredos, 1984. PDF

También podría gustarte