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«Hemos “hecho” un niño y queremos “hacer de él un hombre libre”… ¡como si eso fuese

fácil! Porque, si se le “hace”, no será libre, o al menos no lo será de veras; y si es libre,


escapará inevitablemente a la voluntad y a las veleidades de fabricación de su educador»
(Frankenstein educador, Philippe Meirieu, Ed. Laertes, Barcelona, 2008, p. 17).
Toda educación humana implica por naturaleza eso que algunos llaman «socialización» o
«normalización». Este proceso es necesario tanto para la supervivencia inmediata como
para la continuidad histórica de una sociedad: se trata de introducir al recién llegado, al
menos, en el «sistema de vigencias» de la sociedad a la que es convocado, presente en
ese acto que llamamos «tradición». Pero es también necesario para el recién nacido, para
que éste pueda «introducirse» en la realidad humana, que es siempre una realidad social e
históricamente mediada. Algo de esto comentamos al hablar del sistema de vigencias,
clave para comprender cualquier realidad social.
Este proceso de normalización o socialización cuenta siempre con una técnica o arte
(tecné), un proceso racional con sus pasos y sus rutinas que es en principio enseñable y
reproducible por cualquiera. Algunos de estos pasos son tan antiguos como el hombre,
aunque nuestro tiempo es tan desmemoriado que se presenta como novedoso lo más
original (en el sentido de estar en el origen), por ejemplo: educar en un entorno para el
aprendizaje crítico-natural, así otros ejemplos de lo que hacen los mejores profesores
universitarios. Hoy resulta, además, que ese proceso racional educativo está altamente
racionalizado y sistematizado. Hablamos hoy de «sistema educativo» prácticamente en
los mismos términos en los que hablamos de otros sistemas de producción, cuenta Ken
Robinson en esta TED-Talk 2006.
Ahora bien, ya Sócrates reconocía –lo cual resultaba muy incómodo para sus
conciudadanos- que esta tecné para la formación de personas no es como la tecné de
hacer o producir zapatos. Se puede formar con bastante seguridad y solvencia a un
maestro zapatero, a una persona capaz hacer buenos zapatos y de enseñar a otros –sus
aprendices– a hacer zapatos. Pero no hay método seguro y solvente que garantice la
aparición de maestros en humanidad, personas ellas mismas nobles y capaces de formar
a otros –sus discípulos– en humanidad. Debemos reconocer con Sócrates que la tecné
educativa, la pedagogía, no sólo no garantiza lo que promete, sino que además la
aplicación obstinada de algunas técnicas resulta ser contraproducente.
Resulta por lo demás paradójico que lo que llamamos éxito en una tecné para la
producción de zapatos (garantizar que el resultado coincide a la perfección con lo previsto
al iniciar el proceso) sería un terrible fracaso en la tecné de la producción de
individuos válidos: hombres de comportamiento perfectamente previsible, faltos de
creatividad, como perros amaestrados. De ahí que, desde antiguo, hay quien ha subrayado
que la educación no es ni puede ser en lo esencial una tecné, aunque esa sea una de sus
dimensiones inexcusables. Quienes, con Sócrates, subrayan esta dimensión educativa
suelen hablar de «educación liberal». Aunque es esa una expresión ambigua, cargada
ideológicamente, remite a un mejor fundamento que esa otra palabra hoy de moda, la
«creatividad», aunque esta expresión es sin duda mejor que otra que goza también de
cierto prestigio, la «espontaneidad».
Seguramente la solución a este dilema pasa por algo que ya estaba rudimentariamente
supuesto en la pedagogía socrática: la educación supone un conjunto de técnicas, pero
estas deben articularse en torno a una filosofía del sujeto que aborda la libertad en
relación con sus límites (leyes, normas), así como una adecuada relación del sujeto
con su cultura (o tradición). Esta filosofía es la que permite mirar con justicia a los
sujetos comprometidos en la educación (maestros y discípulos) y la que ofrece los
criterios estables para elegir luego las técnicas adecuadas en cada situación educativa.
Cada situación educativa comprende: al educador, al educando, a la materia que es objeto
de aprendizaje y al contexto histórico y social en el que se inserta esa situación.
Aquí tienes una entrevista a Philippe Meirieu, autor con el que empezaba esta reflexión.
Profesor de Ciencias de la Educación en la Universidad Lumière-Lyon 2 y especialista en
pedagogía, ha dirigido el Instituto Nacional de Investigación Pedagógica. Tras años
dedicado a la enseñanza universitaria solicitó que le destinasen a un liceo de los suburbios
de Lyon para conocer de cerca la problemática escolar.

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