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A) La violencia
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Ricardo C. NUÑEZ, Delitos contra la propiedad, Editorial Bibliográfica Argentina, Buenos Aires, 1951,
págs. 198-199.
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C) Concurso de delitos
Fundamento
Con carácter general –dotado de una estimable carga histórica y larga
tradición– puede adverarse que la razón de ser de este género calificado de
delincuencia radica en la mayor alarma social que despiertan hechos de vio-
lencia personal o fuerza en las cosas con perturbaciones y efectos especial-
mente graves, sin descartar que con cierta frecuencia el autor exhibe una teme-
ridad sin límites cuando al lado de lo patrimonial no vacila en utilizar estos
medios vedados para alcanzar los fines proclives. Desde luego que las más de
las veces –conforme al grado de intensidad y forma de agresión– exterioriza
su decisión de atentar contra otros bienes jurídicos de igual o superior valor,
poniéndolos en peligro (la vida o la integridad personal pueden verse, en par-
ticular, comprometidos) en el supuesto de que el sujeto pasivo se oponga a la
ejecución de la conducta agresiva. Lo que merece una especial y más enérgica
protección con los medios del derecho penal.
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Hurto Calificado
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Juan P. RAMOS, Curso de Derecho Penal Argentino, Biblioteca Jurídica Argentina, Buenos Aires, 1944,
Tomo VI, pág. 32.
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Fundamento
Un hurto perpetrado en estas circunstancias evidencia, sin discusión,
una particular perversión y un peligroso estragamiento moral en el agente
que insensible a las proporciones de la desgracia o la aflicción particular que
afecta al infortunado, y haciendo gala de un momento especial de ánimo,
aprovecha tales tribulaciones para entregarse al saqueo, contribuyendo a hacer
más penoso su estado. Actitud espiritual que alcanza idénticos efectos cuando
el autor, de su propio motivo, coloca a la víctima en situación calamitosa para
cometer el hecho, la que sometida a tan considerable disminución, no está
ni puede estar en capacidad de defender adecuadamente sus bienes. Por todo
esto, y por el mayor grado de culpabilidad que con su comportamiento denota
el sujeto actuante, existe la figura calificada, explicándose el mayor rigor y el
criterio más enérgico en su represión.
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Este criterio se extiende a los hurtos cometidos fuera del tiempo de temporada
de vacaciones en residencias veraniegas o refugios en que las casas no están
propiamente habitadas, ni existe una situación de permanencia en el uso del
inmueble al tiempo de realización de la conducta. El abandono o cierre parcial
del lugar excluye la habitación. Cualificar un hurto en un espacio vacío de
personas se nos antoja un contrasentido. Con similares razones, no podría con-
siderarse habitada una finca –y por eso no es de apreciar la circunstancia– si
sus ocupantes pernoctan en ella de manera esporádica o eventual, y si además,
el velador o custodio cumple sus deberes de vigilancia y guarda sin vivir ni
hacer noche allí. A no ser que coetáneamente la ocupe como vivienda.
Como la circunstancia en comento no se refiere a casa habitada sino
a lugar habitado –que no es lo mismo– puede acaecer que un local que fun-
cionalmente esté reservado al desarrollo de actividades recreativas, cultura-
les o deportivas, esporádicamente se transforme por coyunturas imprevistas
o extraordinarias en vivienda humana. Y aunque no se trata, stricto senso, de
un lugar destinado para vivir, poco o nada importa la naturaleza del sitio pués
lo que prevalece en la materia es la función de hogar o morada como espacio
protegido del mundo exterior y donde el ocupante haciendo notorio su animus
de excluir a terceras personas –voluntad que no ha sido revocada– fija allí su
residencia en busca de descanso, resguardo y seguridad para sus haberes y
satisfacción de sus elementales o básicas necesidades domésticas.
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Vid., por todos, QUINTANO RIPOLLÉS, opus cit., Tomo II, pág. 355.
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propio con la restante hipótesis por tratarse de una habitación privada que
sirve de morada a una persona, ámbito personal propio y excluyente, no sus-
ceptible de intromisión. Conforme lo expuesto, cualquiera entiende entonces
que es en esta unidad de vivienda, en la habitación del huésped y no en los
espacios comunes, donde se concreta la ofensa cualificada. Y de allí su mayor
signo de gravamen.
Fundamento
La ratio essendi de la calificante en examen y su mayor tutela se vin-
culan, pues, a una plural explicación y a un conjunto de situaciones comple-
mentarias: protección del hogar y la intimidad en un espacio merecedor de
especial respeto, al que acompaña adicionalmente un hipotético peligro de que
se ejecuten actos delictivos más allá de la intención original, lesivos de otros
bienes jurídicos como la vida o la integridad personal de los ocupantes. En
todo caso, alternativamente se amenazan dos intereses jurídicos dignos de la
mayor estima: de un lado, la inviolabilidad de la morada o del hogar domés-
tico del ofendido y su familia por irrumpir el delincuente en un lugar privi-
legiado donde se desarrolla la vida íntima de las personas, con menosprecio
y profanación de esa intimidad; y del otro, el derecho a la integridad física
de los habitantes del lugar ante el riesgo posible de su propia seguridad, que
puede ser fatal. Es que el ladrón, en su actividad criminal, no se detiene ante
el domicilio extraño que escarnece, ni ante la posibilidad de que se propase su
intención e infiera daño a los residentes, con un mayor desvalor de resultado.
Este doble fundamento justifica el agravamiento.
A) Escalamiento
a. Noción de escalamiento
Este término, muy exacto en otras épocas, constituye a la fecha, un anti-
quísimo vocablo que en manera alguna guarda relación con su entendimiento
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jurídico actual. Antaño, hurto con escalamiento era aquel que se verificaba,
ascendiendo o descendiendo muros, puertas, techos o ventanas, mediante apo-
sición de escalera o cualquier otro medio, valiéndose el ladrón de recursos
artificiales o de su propia agilidad personal casi que acrobática para alcanzar
el resultado propuesto. La conducta comisiva coincidía, si bien se ve, con la
acepción gramatical y semántica de la dinámica ascensional, todo dentro de
su sentido natural. Bajo la influencia de esta noción algunos legisladores lle-
gaban incluso a exigir la altura mínima que debían tener los muros y paredes4.
Hogaño, se entiende por tal, la penetración del ladrón por acceso desusado o
no natural, o por vía desacostumbrada o insólita5 al ámbito espacial donde se
quiere llevar a cabo el apoderamiento, con el despliegue de una actividad de
destreza y agilidad, sin violencia ni fuerza, superando la distancia de seguri-
dad que para el resguardo y defensa de las cosas se han dispuesto en orden a
delimitar la extensión del dominio y señorío que se ejercen sobre las mismas.
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Códigos Toscano ( art. 383 ) y Sardo ( art. 619 ).
5
Criterio doctrinal en revisión por los autores españoles del momento.
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adoptados por el derecho habiente para ingresar de tal forma al perímetro donde
se halla el objeto. Lo importante en esta materia es la penetración o acceso al
lugar de la sustracción para lo cuál deben superarse o vencerse, las defensas
predipuestas a dificultar el cumplimiento de las acciones depredadoras, con total
independencia de la perfección del acto de apoderamiento propiamente dicho.
Es necesario, además, dentro de esta modalidad ejecutiva del hurto, que
la superación del espacio que por su especial naturaleza asegura la cosa, cons-
tituya un verdadero acto de escalamiento. Tal acción supone el vencimiento
de una pared, tapia, muro o cerco o de cualquier otro escollo cuya presencia
exteriorice la voluntad del dueño por reforzar la defensa privada puesto que
de otra forma no se explicaría el título de la calificante. No es escalar en el
sentido de la ley penal, y por tanto, no califica el hurto, la superación de un
resguardo defensivo –casi simbólico de la intención protectora– que salva el
autor con solo saltar o tomar carrerrilla, sin esfuerzo físico o muscular alguno,
o el tener acceso a una ventana cuya altura se levanta al nivel de la estatura
media de la generalidad de los hombres o a escasos centímetros del nivel del
suelo. Ni tampoco constituye escalamiento la simple transposición de un cerco
o la introducción del autor entre los hilos de un alambre cuyo vencimiento o
franqueo no requiere de ninguna habilidad o esfuerzo.
d. Vertiente subjetiva
Sin entrar aquí en mayores consideraciones es puntual anotar que en
el examen de la noción de escalamiento, no puede prescindirse de averiguar
la dirección subjetiva del ánimo de apoderamiento. El sujeto que salta un
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El delito de robo con fuerza en las cosas, Tirant Lo Blanch, Valencia, 1995, pág. 262.
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muro con el fin de evacuar una necesidad fisiológica o para recoger un objeto
que ha caído en el interior de un espacio cerrado, o para otro fin cualquiera,
presentándose súbitamente la determinación criminal en orden a la apropia-
ción ilícita, es claro que responderá de un delito simple de hurto y no califi-
cado por escalamiento, al no existir una relación causal o ideológica necesa-
ria entre el acto ejecutado y la sustracción. Y claro es, la intención de hacer
suyo lo ajeno surge con posterioridad al virtual escalamiento. Esto es así no
sólo desde el ángulo del autor sino frente a la realidad de los hechos cumpli-
dos7.
B) Llaves sustraídas
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Así, Ricardo M. MATA y MARTÍN, opus cit., pág. 259.
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C) LLaves falsas
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riorada cede, sin más, o se abre sin mayor esfuerzo por el mal estado en que
se halla, resulta jurídicamente inadmisible la calificante.
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De lo poco que ha llegado a mis manos, con buen provecho puede consultarse el artículo interesante y bien
concebido que sobre “El delito informático” escribiera Angela María BUITRAGO RUÍZ en Derecho Penal
y Criminología, Revista del Instituto de Ciencias Penales y Criminológicas, Universidad Externado de
Colombia, N° 59, 1996, pág. 61 y ss. Asímismo, el excelente artículo –como todo lo suyo– de Antonio José
CANCINO, “Es necesario crear en el Código Penal un capítulo para los denominados delitos informáticos
?” publicado en la Revista del Colegio de Abogados Penalistas del Valle del Cauca, N° 19, marzo de 1985,
págs. 111 – 129.
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Y bien:
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En esto tenemos:
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Enrique Bacigalupo, “Utilización abusiva de cajeros automáticos por terceros no autorizados”, en Revista
del Colegio de Abogados Penalistas del Valle del Cauca, Nros., 23 y 24, 1985, pags. 147.
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tos pasivos distintos. Un primer ataque al patrimonio ajeno, como bien valioso
protegido, ha lugar cuando al titular de la tarjeta le es sustraída ésta y una muy
distinta lesión se personifica con la extracción del dinero al cajero automático.
Allá se afecta al titular de la tarjeta plastificada y acá a otro sujeto pasivo:
el banco. Dos son entonces las acciones penalmente disvaliosas con los efec-
tos consiguientes en el campo de la dogmática penal, y como lo examina el
connotado autor, no existe la posibilidad de configurar como un solo delito,
el apoderamiento de la tarjeta y la posterior sustracción del cajero automá-
tico10. Al fin y al cabo, nadie dirá que el hurto del arma para perpetrar un
homicidio puede considerarse en unidad natural de acción con el hecho de
sangre mismo.
c.c.- Clarísimo que las tarjetas modernas en el caso de los cajeros auto-
máticos no son llaves propiamente dichas, ni en sentido estrictamente literal,
textual o propio, ni tampoco en la exterioridad material o morfológica de
la expresión aunque sí lo son en el aspecto funcional actuando propiamente
como tales. Si la tarjeta –previo acto de desposesión– se usa para tener entrada
directa al cajero automático, o sea, para abrir los accesos inmediatos al objeto
de la sustracción, accionando el mecanismo de cierre (receptáculos o venta-
nillas de seguridad) es patente que por afinidad funcional actúa propiamente
como llave. Agotado este primer segmento de la acción, un segundo momento
tiene que ver con la apertura del sistema de seguridad al comunicar al equipo,
mediante la pulsación de la numeración confidencial asignada a cada titular,
la pretensión de disponer y hacerse pagar una suma cierta de dinero en virtud
de los fondos allí depositados, perfeccionándose de esta suerte la acción de
apoderamiento. En fin, que tanto la ejecución de la conducta inicial como el
último tramo del hecho se expanden contra o sin la voluntad del dueño, titular
del derecho de crédito. En condiciones tales, al superar la tarjeta plastificada
desde fuera la efectiva función de seguridad de un espacio cerrado y ser utili-
zada luego como instrumento legítimo para extraer dinero, consumando así
la apropiación, aquélla opera –con base a su carácter normativo– cual si fuera
llave, desarrollando por igual la misma actividad.
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Enrique BACIGALUPO, opus cit., pág. 148.
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e.e.- Con relación al examen del sujeto pasivo, como atrás se asentó,
el engaño inductor de la disposición patrimonial lesiva debe recaer en una per-
sona humana en función de sus condiciones personales pues no encaja admitir
–dentro de la naturaleza de las defraudaciones– un engaño sobre los aparatos
automáticos o electrónicos que integran el sistema informático. Estos reciben y
registran las manipulaciones de los datos pero no son engañados en los térmi-
nos previstos en nuestro derecho penal, ni sobre ellos puede operar un estado
psicológico de error. El funcionamiento de la máquina o del sistema infor-
mático carece de voluntad y lo que “entrega” como producto de la manipula-
ción del sujeto actuante lo hace de manera automática, sin consentimiento ni
voluntad del emisor. El requisito del error humano, nervio del delito de estafa,
debe recaer sobre la mente errada de un hombre que percibida de un comporta-
miento que juzga verdadero, realiza un acto de disposición al través de un con-
tacto directo con otro individuo. De este modo, la relación se cumple entre dos
sujetos: el que falsea la realidad (engañador) y el que ejecuta el desplazamiento
patrimonial como consecuencia del fraude (engañado). Para que este elemento
específico de la estafa adquiera concreción, la maniobra debe practicarse per-
sonalmente ya por el agente o por quienes intervienen de manera colectiva y
a cualquier especie de participación en la comisión del hecho, proyectando la
dinámica criminal sobre la voluntad del sujeto pasivo y en todo caso de otra
persona, portadora o titular del interés penalmente agredido.
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Por todos, Miguel BAJO FERNÁNDEZ, Manual de Derecho Penal ( Parte Especial ), Volúmen II, Deli-
tos Patrimoniales y Económicos, Madrid, 1987, Volúmen II, pág. 185.
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F) Ganzúa
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Es obvia de suyo: las características definidoras de las circunstancias
precedentes con la necesidad de especialización y preparación en estas mate-
rias y la utilización de medios e instrumentos sofisticados, sin importar la
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