Está en la página 1de 4

THE TEXAS CHAINSAW MASSACRE (1974)

¿Cómo se genera el miedo? ¿En dónde nace? ¿Cuándo repercute en nosotros?


El terror, la dependencia de un milagro que nos salve, el saberse más cercano a la
muerte que a la vida misma, la angustia de no hallar salidas, la resignación del que
conoce su destino, la naturalidad con que acontece la depravación; la casa del
matarife es el único paisaje que se contempla, la motosierra es la música que se
deleita, la carne fresca recién salida del matadero con aroma texano, los dientes
hundiéndose en el pedazo de carne, es lo único que se percibe y se prueba, la sangre
cubierta de piel ¿o al contrario?, piel quemada por el sol predominantemente
diabólico, las manos en la tierra, en la arenilla, en la madera, en el asfalto, en los
huesos. Todo se quema y todo se corrompe: Bienvenidos a Texas.

Desde Hitchcock el cine poco a poco fue interesándose más por la figura del asesino real,
ese que no necesita de convenios divinos ni de dotes propios del monstruo homérico, esa
figura del asesino que bien podría ser un vecino atormentado. Después de los crímenes
cometidos por los Manson esta concepción terminó de dispararse y hacerse latente en el
cine de terror de los 70 en adelante. A ello había que unir el creciente descontento con
motivo de la guerra de Vietnam, algo que el cine de terror americano aprovechó para, entre
otras cosas, utilizar a los psicópatas como representantes de esos monstruos ocultos en la
América profunda que amenazaban la plácida existencia de los visitantes de la ciudad. Y tal
vez el que mejor supo representar aquella amenaza constante fue Tobe Hooper con su ópera
prima La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre).
‘La matanza de Texas’ subraya a la perfección ese intento de Hooper por buscar un tono lo
más realista posible (sin apartarse del horror ficticio) para que lo que está por venir surta un
efecto mucho mayor sobre el espectador, de ahí que se explaye en detalles cada vez más
perturbadores para ir creando el clima propicio. Acto seguido, la película se centra en un
grupo de amigos, (actores desconocidos hasta ese momento) todos ellos interpretados de
forma muy eficaz y natural, viajando en una furgoneta. Son varios minutos de tanteo en los
que lo más importante es que se nos termina de dejar claro que están pasando cosas muy
raras allí mediante un autoestopista no muy cuerdo que aún no representa el verdadero
peligro que se viene cocinando, un peligro con el que Hooper ha de lidiar durante toda la
película. Una producción ínfima en cuanto a presupuesto (140 mil dólares
aproximadamente) pero brutal y revolucionaria en cuanto a contenidos y tratamiento
formal.

Grabada en 16mm, lo que le otorga un aspecto granulado, crudo y hasta visceral a una
película enteramente física, sudorífica. La música, compuesta por el mismo director, es
esencialmente escabrosa, rara en todo el sentido de la palabra, una percusión muy metálica
y oscura con el efecto de sonido del flash de la cámara que se rompe y se estira. Hay algo
mal, algo descompuesto. La película es ficción, sin embargo pareciera por algunas tomas y
encuadres que fuera un filme documental con cámara en mano, con una presentación (y
actuación) muy autentica de los personajes. Los personajes son realistas porque no hay un
desarrollo dramático detrás, son jóvenes como cualquier otro grupo de jóvenes, gente del
día a día. Una película que está siempre al borde de la ficción y lo documental. Además,
hay un contraste permanente en la película, es decir, en los lugares oscuros simplemente no
se ve nada, los lugares que están iluminados llaman la atención al instante, relucen y
arremeten contra nuestros ojos.
La película abre con un primerísimo primer plano de un cuerpo en descomposición,
humeante, en el medio del sur de Texas con un sol no menos bestial que el del mismo
infierno. El travelling empieza a ir hacia atrás, alejándose de aquel cadáver solo para
mostrarnos que está sentado sobre una tumba en un cementerio en medio de la nada. Luego,
una variedad de planos detalle de dientes, huesos, pieles y animales que dejan a la deriva,
al borde del estrépito caluroso, al espectador. Ya hay algo distinto, esas imágenes no son
meras imágenes, nos transmiten incomodidad, putrefacción, muerte, el más íntimo terror en
el cielo árido y eternamente abierto de Texas.
Durante y después de dicha presentación se hace notorio el acabado visual de la película,
donde resulta vital el trabajo en la dirección de fotografía de Daniel Pearl para crear una
atmósfera sucia que prepara al espectador para la cada vez más cercana matanza, un filme
plagado de planos detalle con intención de crear confusión y aberración frente a lo que
acontece, algunos planos generales para dilucidar el ambiente sureño y malviviente en el
que nos encontramos, planos medios y primeros donde sucede la mayor parte del horror de
la trama, siendo constantes los sentimientos de angustia, pánico y terror expresados por los
protagonistas ( sobre todo la final girl, Sally). Así pues, la película irá enrareciéndose aún
más hasta alcanzar su punto álgido durante la cena más macabra de la historia del cine,
desde una opinión personal. Teniendo esto en cuenta, el director no tiene tanto interés en la
matanza como en los sentimientos que produce la misma, de ahí que la primera aparición
de Leatherface sea tan repentina, no hace un estruendo en su aparición, casi como
Nosferatu (seca, turbia, inesperada, real y demás adjetivos que se le quieran aplicar) ya que
tanto la primera víctima como el espectador hemos tropezado con un monstruo casi
desprovisto de toda humanidad que lo único que entiende es el lenguaje de la violencia. Por
ello, Hooper puede permitirse el lujo de abrir el plano para que no solo veamos cómo mata
a una de sus víctimas, sino también a otra que está agonizando en paralelo. Son muertes que
acontecen de forma tan natural como brusca, no hay sonidos de fondo. Sigue siendo de día,
sigue habiendo luz y sin embargo el terror y la matanza ya están aconteciendo.

Otro trabajo a reconocer es el de Robert Burns encausado a decorar la morada del mal. Por
ejemplo, en la escena del primer asesinato. Kirk abre la puerta de una casa de estilo
victoriano, de un blanco casi inocente que reluce de puertas para afuera. Pero, y con ayuda
del contraste centellante que otorga el 16 mm además de la poca sensibilidad de las
cámaras de la época para grabar en lugares oscuros, esa casa impoluta cambia de puertas
para adentro, ahora estamos ante un lugar pesadamente sombrío, de mal augurio, no hay luz
allí, solo hay sombras. Y para rematar este ambiente lúgubre nos encontramos frente a una
pared rojiza, surrealista, cubierta y recubierta de esqueletos de todo tipo de animales
(muebles, sillas y lámparas de toda la casa estarán no menos decoradas que esta pared). El
ambiente es macabro y nos recuerda constantemente el peligro de estar en aquella casa que
en primera instancia no hacía evidente.

Ahora ya en un tono más íntimo y no por ello menos encausado a lo cinematográfico, el


verdadero sentimiento que nos transmite la película es de calor y reses, así de simple. No
hay mejor película (además de la genialidad de Wim Wenders con su Paris, Texas) que
transmita ese calor asfixiante, siempre incómodo, con un sol que pareciera que nunca
desapareciera del cielo texano. No es un sol de buenos momentos el que alumbra a los
protagonistas, por el contrario, es un sol que solo ayuda a la expansión de la carne
machacándose en los mataderos, es un sol de muerte y carnicería. El sudor es incesante,
rebosa de rostro a codos. El calor de aquel lugar con aquellas imágenes intercaladas del
matadero nos da la bienvenida a lo profundo de Texas. El campo es hierba seca y amarilla,
un poco más allá está el asfalto quemando como un asador. Esta película huele, sabe a
sangre y reses acompañadas de un calor perpetuo.

Hooper y Henkel escribieron en 15 días el guión. Si bien la idea no es espectacular, el


tratamiento documental, al que ayuda el empleo de los 16 mm y su granulado, y la
enrarecida producción visual de Bob Burns elevaron pronto la obra al podio de lo bizarro y
el terror más descarnado. La película de Hooper deja entrever más que enseña, relegando a
los márgenes no visibles las partes más horrendas y gráficas. Esto es uno de los mayores
aciertos del film ya que, enfebrecida por la malsana ambientación y las sevicias situaciones,
la imaginación ofrece peores cuadros de los que el presupuesto hubiera podido mostrar. Los
berridos de los protagonistas torturados fuera de plano, en insalubres paisajes de pesadilla,
el granulado de la película usada y las texturas que esta aporta (casi documental), dotan el
total del metraje de un insufrible estado de tensión y de una especial conmoción sensitiva
En conclusión, el género de terror, sencillamente sería muy distinto de cómo lo conocemos
hoy sin esa pesadilla demencial y abstracta. Pese a su bajísimo presupuesto, elementos de la
película como el tratamiento del sonido, las situaciones estiradas hasta la asfixia y el
ambiente enrarecido demuestran que aquel descenso a los infiernos no salió de casualidad.
Hooper tenía un talento brutal, y solo hay que darse un paseo por el resto de su filmografía
para comprobarlo. Y que, con más de tres décadas a sus espaldas, la cinta de Hooper siga
siendo referencia obligada dentro del terror contemporáneo y del gótico americano revela
más de esta obra de lo que yo pueda aquí escribir.

He gozado haciendo este trabajo, Juan Camilo Ciro Daza

También podría gustarte