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Al mismo tiempo, esta leyenda es ideal para reflexionar con los más pequeños
sobre la importancia del esfuerzo y tesón para conseguir cualquier objetivo
que nos propongamos en la vida.
Cuenta la leyenda que, antes de la llegada del Dios Quetzalcóatl, los aztecas solo se
alimentaba de raíces y algún que otro animal que podían cazar.
Los antiguos dioses intentaron por todos los modos acceder quitando las montañas
del lugar, pero no pudieron conseguirlo. Entonces, los aztecas recurrieron a
Quetzalcóatl, quien prometió traer maíz. A diferencia de los dioses, este utilizó su
poder para convertirse en una hormiga negra y, acompañado de una hormiga roja,
se marchó por las montañas en busca del cereal.
El proceso no fue nada fácil y las hormigas tuvieron que esquivar toda clase de
obstáculos que lograron superar con valentía. Cuando llegaron a la planta del maíz,
tomaron un grano y regresaron al pueblo. Pronto, los aztecas sembraron el maíz y
obtuvieron grandes cosechas y, con ellas, aumentaron sus riquezas. Con todos los
beneficios, se cuenta, que construyeron grandes ciudades y palacios.
Desde aquel momento, el pueblo azteca adora al Dios Quetzalcóatl, quien les trajo
el maíz y, con ello, la dicha.
Esta historia no solo sirve para hablar del destino sino de los vínculos que se
establecen entre las personas, bien sean de amor, de amistad o
compañerismo.
Cuenta una antigua leyenda que, hace muchos años, un emperador invitó a una
poderosa bruja que tenía la capacidad para ver el hilo rojo del destino.
Cuando la hechicera llegó a palacio, el emperador le pidió que siguiera el hilo rojo
de su destino y lo condujera hacia la que sería su esposa. La bruja accedió y siguió
el hilo, desde el dedo meñique del emperador, que la llevó hacia un mercado. Allí se
detuvo frente a una campesina en cuyos brazos sostenía a un bebé. El emperador,
enojado, pensó que se trataba de una burla de la bruja e hizo caer a la joven al
suelo, provocando que la recién nacida se hiriera la frente. Luego, ordenó que los
guardias se llevaran a la bruja y pidió su cabeza.
3. Kamshout y el otoño
Esta leyenda de origen argentino sirve para dar una explicación a la
transformación de los árboles en las estaciones de otoño y primavera. Pero
también puede verse como una reflexión al riesgo que supone la ignorancia, la
cual puede ser la madre de los prejuicios hacia lo nuevo o diferente. Hay que
valorar otras opciones y no creer solo lo que ya sabemos o creemos saber.
También nos habla de la importancia de no burlarse de los demás cuando sus
creencias u opiniones no coinciden con las nuestras.
Cuenta la leyenda que en Tierra de Fuego hubo un tiempo en que las hojas de los
árboles eran siempre verdes. Un joven que vivía allí, Kamshout, tuvo que partir a
un lugar lejano para cumplir con un rito de iniciación al llegar la madurez.
Un día, cuando nadie lo esperaba, Kamshout apareció y relató a los habitantes del
pueblo cómo todo este tiempo lo había pasado en un lugar en el que los árboles
perdían sus hojas al llegar el otoño y, en primavera, surgían otras nuevas de color
verdoso.
Tras narrar su experiencia, nadie creyó sus palabras y sus paisanos se burlaron de
él. Kamshout, completamente enfadado, decidió marcharse al bosque y desapareció
durante un tiempo.
En la primavera, las hojas volvieron a surgir, esta vez de color verde. Desde aquel
momento, los loros se reúnen en los árboles para reírse de los seres humanos y
vengar la burla hacia Kamshout, su famoso antepasado.
Lope Isasi, historiador vasco, apuntó a que la palabra Olentzero puede venir
del término en euskera onen, que significa "bueno". Unida a la palabra zaro,
que quiere decir "época", conforma onenzaro: tiempo de lo bueno.
Cuenta la leyenda que en las montañas de Euskal Herria vivía un hada de pelo
rubio y largo que siempre iba acompañada de sus duendecillos de pantalones rojos,
los prakagorri.
Después, el hada llevó al bebé a casa de un matrimonio que no tenía hijos. Estos lo
cuidaron y el Olentzero vivió feliz y aprendió el oficio de su padre, cortador de leña.
Durante un frío invierno, el temporal dejó a los habitantes encerrados en sus casas.
Ninguno de ellos había preparado carbón para su chimenea y estaban pasando frío.
Desde entonces, el Olentzero decidió no repartir más carbón, pues no hacía falta, y
lo sustituyó por juguetes para los niños. Así, cada 25 de diciembre, el Olentzero sale
de los bosques y reparte la magia por los pueblos de Euskal Herria.
5. La mariposa azul
Esta antigua leyenda japonesa contiene una gran lección de vida que ha
logrado perdurar gracias al paso de generación en generación. Supone una
metáfora sobre el presente y futuro, también sobre la toma de decisiones.
Una antigua leyenda oriental cuenta que, hace mucho tiempo en Japón, vivía un
hombre viudo con sus dos hijas. Las muchachas eran muy curiosas e inteligentes y
siempre estaban dispuestas a aprender. Continuamente le hacían preguntas a su
padre y este trataba siempre de darles respuesta.
A medida que pasaba el tiempo, las niñas tenían cada vez más dudas y hacían
preguntas más complejas. Incapaz de responder, el padre decidió mandar a sus
hijas una temporada con un sabio, un antiguo maestro que vivía en la colina.
Enseguida, las niñas quisieron hacerle todo tipo de preguntas. El sabio siempre
respondía todas las cuestiones.
Pronto, las niñas decidieron buscar una pregunta para la que el maestro no tuviera
respuesta. Así, la mayor decidió salir al campo y atrapó una mariposa, después, le
explicó a su hermana el plan: “Mañana, mientras sostengo la mariposa azul en mis
manos, le preguntarás al sabio si está viva o muerta. Si dice que está viva, la
aplastaré y la mataré. En cambio, si responde que está muerta, la liberaré. De esta
forma, sea cual sea su respuesta, siempre será incorrecta”.
Cuenta una antigua leyenda guaraní que, desde hace mucho tiempo, la Luna Yasí
pasea desde siempre por los cielos nocturnos, observando curiosa los árboles, ríos y
lagos. Yasí solo conocía la tierra desde el cielo aunque deseaba bajar y poder ver las
maravillas de las que le hablaba Araí, su amiga la nube.
Un día Yasí y Araí se animaron a descender a la tierra transformadas en niñas de
largos cabellos, dispuestas a descubrir las maravillas de la selva.
De pronto, entre los árboles, apareció un yaguareté que se acercaba para atacarlas.
Pronto, un viejo cazador apuntó con una flecha al animal y este escapó veloz del
lugar. Yasí y Araí, que estaban muy asustadas, volvieron rápido al cielo y no
pudieron agradecer al señor.
Yasí decidió que esa misma noche le daría las gracias al anciano y, mientras este
descansaba, le habló desde el cielo y le dijo: “Soy Yasí, la niña que hoy salvaste
quiero agradecer tu valentía, por eso, voy a darte un regalo que encontrarás frente a
tu casa: una nueva planta cuyas hojas tostadas y molidas darán como resultado una
bebida que acercará los corazones y ahuyenta la soledad”.
7. El Caleuche
Esta leyenda es originaria del Archipiélago de Chiloé (Chile). La inmensidad del
mar siempre ha despertado curiosidad por los secretos que se esconden en el
agua, de aquí surgen leyendas como esta que forman parte de la cultura
popular del pueblo chileno.
El Caleuche cuenta con varias versiones, todas ellas coinciden en que un barco
aparece y desaparece entre la neblina a mitad de la noche. En cambio, varía la
razón por la que lo hace: rescatar a los desfallecidos en el mar; encantar y
aprisionar pescadores; transportar brujos durante sus fiestas; servir como
barco de contrabando; como un buque fantasma con conciencia.
Cuenta la leyenda que un buque conocido por el nombre de Caleuche navega por
las aguas de Chiloé, en el país de Chile.
Al mando del barco se encuentran brujos poderosos y por las noches ilumina las
aguas.
El Caleuche solo aparece por las noches y en su interior se escucha música que
atrae a náufragos o tripulantes de otras embarcaciones.
En cambio, si una persona que no es bruja lo mira se convierte en un madero
flotante o se hace invisible. Sus tripulantes se convierten entonces en lobos marinos
o aves acuáticas.
Los tripulantes del barco tienen ciertas particularidades, como una pierna para
andar y son desmemoriados. Por eso, el secreto de esta embarcación siempre se
mantiene a bordo.
Dice la leyenda que no hay que mirar al Caleuche porque, a los que lo hacen,
reciben un castigo de los tripulantes, quienes les tuercen la boca o les giran la
cabeza hacia la espalda. Quien mira el barco debe tratar que los tripulantes no se
den cuenta.
Una de las buenas acciones del Caleuche es la de recoger a los náufragos que se
encuentran en las profundidades del mar y los acoge para siempre.
Dice una antigua leyenda que, antes de que existiese el sol y la luna, en la tierra
reinaba la oscuridad. Para crear a estos dos astros que hoy iluminan el planeta, los
dioses se reunieron en Teotihuacán, ciudad situada en el cielo. Como un reflejo, se
encontraba en la tierra la ciudad mexicana del mismo nombre.
En la ciudad, encendieron una hoguera sagrada y, sobre ella, debía saltar aquel
poderoso que quisiera convertirse en sol. Al evento, se presentaron dos candidatos.
El primero, Tecciztécatl, destacaba por ser grande, fuerte y, además, poseía grandes
riquezas. El segundo, Nanahuatzin, era pobre y de aspecto desmejorado.
A la joven no fue difícil encontrarla, pero el único sacerdote al que localizaron tenía
debilidad por la comida. Entonces, el estudiante prometió al párroco parte de las
ganancias si accedía a ayunar.
De forma simbólica, las águilas blancas de esta historia representan los cinco
picos más altos cubiertos de nieve que componen esta cadena montañosa de
los Andes: Pico Bolívar, Bonpland, Humboldt, La Concha, El Toro y El León. El
silbido del viento en el lugar representa el dulce canto de Caribay.
Esta leyenda fue registrada de forma escrita por Tulio Febres Cordero,
historiador y escritor venezolano, que se encargó de recopilar mitos y
leyendas andinos provenientes de la tradición oral.
Cuenta la leyenda que, al principio de los tiempos, vivía Caribay, hija del sol y la
luna, quien tenía el don de comunicarse con los animales. La muchacha iba
siempre por el bosque oliendo las flores e imitando el canto de las aves.
Un día, mientras estaba a la orilla de un río, vio sobrevolar cinco grandes águilas
blancas, hasta entonces, no había visto nada tan hermoso. Entonces, quiso
alcanzarlas y las persiguió ascendiendo montañas y atravesando valles. Pronto, al
anochecer, perdió la pista de las aves.
Pronto, al escuchar el canto de la joven, las cinco águilas descendieron. Cada una
de ellas, en una de las cimas de las cinco montañas. Cuando Caribay se acercó a la
cima de una de las montañas, vio que las águilas estaban petrificadas. La muchacha
se sintió culpable, pero pronto se dio cuenta de que las águilas despertaron y
comenzaron a aletear, dejando un hermoso manto de nieve.
Cuenta la leyenda que un joven pescador llamado Urashima Taro fue testigo de
como unos niños golpeaban a una tortuga en la orilla de la playa. Después, se
acercó a los niños y liberó al animal. Más tarde ayudó a la tortuga a volver al mar.
Al día siguiente, mientras pescaba, escuchó una voz que pronunciaba su nombre.
Identificó que se trataba de la tortuga, esta le contó que vivía en el Palacio del
Dragón ya que era hija del emperador del mar. Urashima Taro aceptó la invitación
de la tortuga a su residencia en señal de agradecimiento.
Una vez allí, la tortuga se convirtió en una bella princesa. Urashima Taro estuvo
durante tres días en palacio. Después tuvo que marcharse para cuidar de su madre
enferma. Antes de partir, la princesa le dio una caja y le dijo que jamás debía
abrirla, solo de esta forma podría ser feliz para siempre.
12. La Llorona
Esta es una adaptación de las diferentes versiones que tiene la leyenda. Esta
historia de terror es muy popular en muchos países de Latinoamérica. Sobre
su origen no hay nada definitivo, es todo un misterio. En cambio todas las
versiones coinciden en lo mismo: una mujer, que ahogó a sus hijos, recorre las
calles lamentándose y los busca sin cansancio en las aguas de ríos y lagos.
Cuenta la leyenda que, hace muchos años, los vecinos de Xochimilco en México
escuchaban por las noches los temibles gritos de una mujer que lamentaba: “¡Ay
Mis hijos!"
Los habitantes del pueblo se aguardaban en sus casas y no se atrevían a salir,
asustados por los lamentos de aquella misteriosa mujer.
Se dice que tiempo atrás una mujer se casó con un hombre con el que tuvo tres
hijos. Un tiempo después, este hombre los abandonó.
Al suceder esto, la mujer, llena de ira, se llevó a sus hijos y los introdujo en el río.
Cuando se dio cuenta de su acto, ya era demasiado tarde para salvarlos. Desde
entonces, su alma en pena vaga por las calles del pueblo, vestida de blanco,
llorando y lamentando el acto que había cometido.
Dice la leyenda que, hace muchos años, el baobab era el árbol más alto y bonito de
todos los de la tierra.
Todos estaban cautivados por su belleza, desde los más pequeños animales hasta
los dioses. Su tronco era muy fuerte, tenía ramas muy largas y un color que
hipnotizaba. Un día los dioses decidieron hacerle un regalo: convertirlo en uno de
los seres vivos más longevos.
Con esta nueva condición, el baobab no paró de crecer durante años y quiso tocar el
cielo y ser como los dioses. Esto impedía que el resto de árboles recibieran la
suficiente cantidad de luz del sol. Con gran orgullo, el baobab anunció que pronto
alcanzaría a los dioses y se pondría a su altura.
Cuando sus ramas estuvieron a punto de alcanzar a los dioses que habitaban en el
cielo, éstos se enojaron tanto que le arrebataron su bendición para darle una
lección de humildad. También, le condenaron a crecer al revés y así vivir con las
flores en la tierra y sus raíces en el aire, dándole el aspecto que hoy presenta.
Referencias
Alonso, A. (2018). Cuentos y leyendas de los árboles. Anaya.
Calleja, S. (2011). Cuentos y leyendas del País Vasco. Anaya.
Diaz, G. C. (2018). Cuentos Y Leyendas de América Latina. Anaya.
Ozaki, J. T. (2016). Fábulas y leyendas de Japón (1.a ed.). Quaterni.
Remussi, D. (2011). Leyendas de América Latina contadas para niños. Ediciones
LEA.
Andrea Imaginario Especialista en artes, literatura e historia cultural, “17 cuentos cortos para
niños de todas las edades”, Cultura genial, en https://www.culturagenial.com/es/cuentos-cortos-
para-ninos/
José Rosas Moreno construye un hermoso relato en verso sobre el alto precio
de la ignorancia y la ingenuidad. Más vale formarse e informarse para no
dejarse engañar, antes que caer por ingenuo e ignorante.
Un ratoncito pequeño,
sin malicia todavía,
al despertar de su sueño,
se sentó en su cuarto un día.
El ratoncillo ignorante
del agujero salió;
y don gato en el instante
a mi ratón devoró.
Había una vez tres hermanitas que se mantenían amasando de noche una faneguita
de harina. Un día se levantaron de madrugada para hacer su faena, y se la hallaron
hecha, y los panes prontos para meterlos en el horno, y así sucedió por muchos
días. Queriendo averiguar quién era el que tal favor les hacía, se escondieron una
noche, y vieron venir a un duende muy chiquito, vestido de fraile, con unos hábitos
muy viejos y rotos. Agradecidas le hicieron unos nuevos, que colgaron en la cocina.
Vino el duende y se los puso, y en seguida se fue diciendo:
Esto prueba, niños míos, que como el duendecito hay muchos, que son
complacientes y oficiosos hasta que logran un beneficio, y que una vez recibido, no
se vuelven a acordar de quien se lo hizo.
En un pueblo muy lejano, había un joven pastor que cuidaba un rebaño de ovejas.
Pero este joven tenía una mala costumbre: engañaba a las personas del pueblo
gritando:
Las personas venían a ayudarle, solo para descubrir que el joven mentía, una y otra
vez.
Un día, ocurrió que el lobo se apareció entre las ovejas, y el joven pastor,
desesperado, comenzó a gritar, esta vez en serio:
—¡Es el lobo! ¡Es el lobo! ¡Está matando a las ovejas del rebaño!
Pero nadie le creyó y no recibió ayuda. Y así, el lobo se encontró a sus anchas y
todas las ovejas murieron.
Sucedió que un día el señor Zorro quiso dárselas de importante e invitó a comer a
la señora Cigüeña. El menú no era otra cosa que un sopicaldo, una sopa con pocos
sólidos que comer, la cual fue servida en un plato llano.
Ofendida, la señora Cigüeña decidió desquitarse por la humillación del señor Zorro,
y para ello, lo convidó a comer a su casa. El señor Zorro dijo:
—¡Enhorabuena! Para los amigos siempre tengo tiempo.
Así, el señor Zorro, el mismo que se daba ínfulas de importante, tuvo que regresar a
casa humillado, con las orejas gachas, el rabo entre las piernas y, claro, el estómago
vacío.
Ya sabemos que la col no es el alimento más popular entre los más pequeños,
pero Rubén Darío nos ayuda a explicar la importancia y dignidad que tiene la
col a través de un relato cargado de tonos míticos.
En el paraíso terrenal, en el día luminoso en que las flores fueron creadas, y antes
de que Eva fuese tentada por la serpiente, el maligno espíritu se acercó a la más
linda rosa nueva en el momento en que ella tendía, a la caricia del celeste sol, la
roja virginidad de sus labios.
—Eres bella.
—¿Pero?...
—No eres útil. ¿No miras esos altos árboles llenos de bellotas? Ésos, a más de ser
frondosos, dan alimento a muchedumbres de seres animados que se detienen bajo
sus ramas. Rosa, ser bella es poco…
La rosa entonces —tentada como después lo sería la mujer- deseó la utilidad, de tal
modo que hubo palidez en su púrpura.
Un día el Mal se encontró frente a frente con el Bien y estuvo a punto de tragárselo
para acabar de una buena vez con aquella disputa ridícula; pero al verlo tan chico el
Mal pensó:
«Esto no puede ser más que una emboscada; pues si yo ahora me trago al Bien, que
se ve tan débil, la gente va a pensar que hice mal, y yo me encogeré tanto de
vergüenza que el Bien no desperdiciará la oportunidad y me tragará a mí, con la
diferencia de que entonces la gente pensará que él sí hizo bien, pues es difícil
sacarla de sus moldes mentales consistentes en que lo que hace el Mal está mal y lo
que hace el Bien está bien».
Un avaro que tenía muchas riquezas, las vendió todas para comprar con el dinero
una única pieza de oro. Para que no se perdiera y la durara para siempre, el avaro la
enterró próxima a una pared antigua y todos los días iba a cerciorarse de que
siguiera allí, sin notar que un vecino siempre lo veía pasar.
Curioso, el vecino fue un día a aquel lugar para descubrir el misterio. Cuando vio
que se trataba de un tesoro, lo desenterró y se robó la pieza de oro.
—Agradece que no ha pasado nada grave. Toma una piedra, sepúltala en el agujero
y haz de cuenta de que el oro sigue allí. Da lo mismo si es oro o no, porque por tu
avaricia, jamás le ibas a sacar provecho.
Las vacas que dan leche con sabor es un cuento del escritor contemporáneo
Esteban Cabezas, y está incluido en una antología llamada Un cuento al día,
editada por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile. Este relato
nos hace reír con su fino sentido del humor, pues está cargado de imágenes
frescas y graciosas que los niños adorarán y que harán reír a los adultos.
Ustedes conocen esa canción de las vacas que dan leche con chocolate y leche
condensada. Bueno, hay muchos científicos que han quedado traumados desde
niños intentando lograr esto, hasta que llegó Hans Fritz Chucrut para solucionar
este problema.
Entonces pintó a una vaca de color frutilla, pero nada. Después pintó a una
amarillo —por la vainilla, no por el plátano—, pero tampoco. Entonces subió a una
vaca a un helicóptero, para ver si después daba leche batida. Pero no. La pobre vaca
se mareó y nada más. La leche salió normalita y el pobre animal no pudo pararse
durante dos días. Fue entonces que las vacas se organizaron para protestar, porque
estaban aburridas de los abusos del profesor. Y desde ese día declararon una huelga
y dieron pura leche en polvo.
Concepción Arenal nos ofrece un interesante cuento rimado para explicar que
el verdadero conocimiento no provienen de atragantarse con información,
sino de saber nutrir el pensamiento. Para ello, la autora nos ofrece una genial
paradoja: un hombre sobrio que come poco pero es robusto, y un glotón que
está desnutrido.
Había en un lugarón
dos hombres de mucha edad,
uno de gran sobriedad
y el otro gran comilón.
Gregorio López y Fuentes nos cuenta la historia de un niño que, tras irse a
estudiar a la ciudad, regresa a su tierra natal con ínfulas de saber mucho y de
haber olvidado sus orígenes. Aunque entristecidos, sus padres encuentran
ocasión para hacerle reflexionar.
Tras un día de camino para encontrar al hijo que regresaba del colegio después de
algunos años de ausencia, el padre tuvo el primer disgusto. Apenas se habían
saludado, el muchacho en lugar de preguntar por su madre, por los hermanos o al
menos por la abuela, ansiosamente le dijo:
Al muchacho se le habían olvidado costumbres y hasta los nombres de las cosas que
lo rodearon desde que nació. ¡Cómo era posible que para montar pusiera en el
estribo el pie derecho! Pero el asombro del padre fue mayor cuando el chico
preguntó con gran curiosidad si aquello era trigo o arroz al pasar junto a unos
campos sembrados de maíz.
La madre había preparado para su hijo querido lo que más le gustaba: atole de
maíz tierno, con piloncillo y canela. Cuando se lo sirvió, caliente y oloroso, el hijo
hizo la más absurda pregunta de cuantas había hecho:
—Madre, ¿cómo se llama esto?
Miguel Hernández es un poeta español del siglo XX. Nos ofrece este gracioso
relato, parte en prosa, parte en verso, en el que una gatita traviesa se ve en
problemas por ponerse a jugar con cosas que no son de su edad.
Había un ovillo en el costurero. Era un ovillo muy grande y muy rojo. Era un ovillo
muy bonito. La gatita Mancha dijo al verlo:
¡Miaumero! ¡Miaumero!
Una pelota roja.
Yo la quiero. Yo la quiero,
aunque me quede coja.
Yo llegaré hasta el costurero.
El costurero está muy alto.
Pero todo será cuestión
de dar valientemente un salto
aunque me lleve un coscorrón.
Saltó la gatita Mancha. Cayó dentro del costurero. El costurero, el ovillo rojo y la
gatita Mancha cayeron de la mesa y rodaron por el suelo.
Dijo la gatita:
¡Miaumiar! ¡Miaumiar!
¡Yo no puedo correr!
¡Yo no puedo saltar!
¡Yo no puedo ni un pelo mover!
¿Quién me quiere ayudar?
Mancha, Manchita,
usted está de broma.
Ahora necesita
mi ayuda, gatita, paloma.
Este ovillo
no es para una gata pequeña,
sino para una que enseña
viejo el solomillo,
vieja la nariz y aguileña.
No sabe usted
bordar ni coser,
gatita de dientes
y uñas de alfiler.
Toda la familia de Ruizperillo rio hasta que la gatita Mancha salió de su cárcel de
algodón. Entonces, Ruizperillo dejó en el suelo su pelota de goma para que Mancha
jugara con ella. Y la gatita asustada echó a correr asustada diciendo:
—Éste debe ser un huerto muy rico porque está cercado —dijo el conejito—. Yo
quiero entrar. Veo un agujero, pero no sé si podré entrar por él.
¡Hop! ¡Hop! ¡Hop!
Sí que pudo entrar el conejito en el huerto por aquel agujero que había visto. Y una
vez dentro, se sintió feliz.
Comió durante todo el día. Y así que el día llegó a su fin, dijo el conejito:
—¡Ay, madre mía! -gritó-. No puedo salir. Este agujero es demasiado pequeño. Me
he pasado el día comiendo y ahora estoy demasiado grueso. ¡Ay, que no puedo
salir! Ay, madre mía.
—¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! -dijo—. Hoy estoy de broma y veo un conejo. Voy a
bromear con él.
—Un perro viene -dijo asustado—. ¡Un perro viene! ¡Con lo poco que a mí me
gustan los perros!
—Por aquí me escapo —dijo—. A mí no me gustan los perros. Ya estoy fuera del
huerto y lejos de los colmillos del perro. ¡Gracias a mi vista y a mis patas!
Efectivamente, cuando el perro salió por el agujero grande detrás del conejito, éste
ya se encontraba en los brazos de su madre, en la madriguera. Y su madre le reñía
diciendo:
—Eres un conejo muy loco. Me vas a matar a sustos. ¿Qué has hecho por ahí todo el
día?
Y el conejito, avergonzado, se rascó la barriga.
“Adiós”, le dijeron
unas rosas blancas,
y ella ni siquiera
se volvió a mirarlas
por ir abstraída,
torva, ensimismada,
con la furia sorda
que la devoraba.
Y saliendo a la pradera
le habló al Sol gritando:
– ¡Jeeey! usted que es tan importante
porque del mundo es el rey,
venga a casarse conmigo
pues yo soy digna de ser
la esposa de un personaje
de la importancia de usted.
Y contestó la ratica:
– Pues que le vamos a hacer…
Si es mejor que usted
la nube con ella me casaré
Más la nube al escucharla,
habló y le dijo a su vez:
– Más importante es el viento
que al soplar me hace correr.
– Si mejor es la montaña
con ella me casare-
contestó la ratoncita-,
y a la montaña se fue.
Entonces la ratoncita
volvió a su casa otra vez
y avergonzada y llorando
buscó al ratoncito aquel
a quien un día despreciara
por ser tan chiquito él.
Con la punta de la lengua, Juan tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo inmóvil,
vaga la mirada —sin pensar. Así de alborotador y pendenciero, tornóse en callado y
tranquila.
Los padres de Juan, hartos de escuchar quejas de los vecinos y transeúntes víctimas
de las perversidades del chico, y que habían agotado toda clase de reprimendas y
castigos, estaban ahora estupefactos y angustiados con la súbita transformación de
Juan.
—El niño no está bien, Pablo —decía la madre al marido—; hay que llamar al
médico.
—Que su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible —continuó con
voz misteriosa—, es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de
usted, mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una
palabra, su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez.
Parientes y amigos se hicieron eco de la opinión del doctor, acogida con júbilo
indecible por los padres de Juan. Pronto en el pueblo todo, se citó el caso admirable
del «niño prodigio», y su fama se aumentó como una bomba de papel hinchada de
humo. Hasta el maestro de escuela, que lo había tenido por la más lerda cabeza del
orbe, se sometió a la opinión general, por aquello de que voz del pueblo es voz del
cielo. Quien más, quien menos, cada cual traía a colación un ejemplo: Demóstenes
comía arena, Shakespeare era un pilluelo desarrapado, Edison, etcétera.
Creció Juan Peña en medio de libros abiertos ante sus ojos, pero que no leía,
distraído por la tarea de su lengua ocupada en tocar la pequeña sierra del diente
roto —sin pensar.
Y con su cuerpo crecía su reputación de hombre juicioso, sabio y «profundo», y
nadie se cansaba de alabar el talento maravilloso de Juan. En plena juventud, las
más hermosas mujeres trataban de seducir y conquistar aquel espíritu superior,
entregado a hondas meditaciones, para los demás, pero que en la oscuridad de su
boca tentaba el diente roto —sin pensar.
Pasaron meses y años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro, y estaba a
punto de ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo
sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua.
Este hermoso cuento del uruguayo Juan José Morosoli nos recuerda que la
verdadera diversión no está en las mercancías de una juguetería. Cuando eres
alegre y bien dispuesto, encuentras en todo lo que te rodea la oportunidad de
jugar. Este cuento fue publicado por primera vez en la edición del libro Perico,
15 relatos para niños, en 1945.
Los niños jugaban en la sala de los juguetes sin hacer ruido. Fuera de aquella sala
no se podía jugar. Estaba prohibido. Los juguetes estaban alineados cada uno en su
lugar, como los frascos en las boticas.
Parecía que con aquellos juguetes no hubiera jugado nadie. Yo hasta entonces
había jugado siempre con piedras, con tierra, con perros y con niños. Pero nunca
con juguetes como aquellos. Como no podía vivir allí, mi padrino don Bernardo me
llevó a su casa.
En lo de mi padrino había vacas, mulas, caballos, gallinas, un horno de cocer pan y
un cobertizo para guardar el maíz y alfalfa. La cocina era grande como un barco. En
el centro tenía un picadero de leña enterrado en el suelo. Cerca de la chimenea una
llanta de carreta reunía pavas, parrillas y hombres. Pájaros y gallinas entraban y
salían.
La leche espumosa y el pan casero, suave y dorado, nos acercaba a todos a la mesa
como a un altar.
Las ratoneras entraban y salían por todos lados, pues allí había muchísimas.
En casa de mi padrino supe que los juguetes y los juegos que hacen felices a los
niños no están en las jugueterías.
Bajo el invernadero,
naranjos en maceta,
y en un tonel pintado
de verde, la palmera.
Un viejecillo dice,
para su capa vieja:
«¡El sol, esta hermosura
de sol!...» Los niños juegan.
El agua de la fuente
resbala, corre y sueña
lamiendo, casi muda,
la verdinosa piedra.
U, muy asustada,
Se ve abandonada
Y se va a la luna.
No queda ninguna.
¿Las recuerdas tú?:
a, e, i, o, u.
Narrativa Breve. Blog de literatura: historias cortas, cuentos, poemas, entrevistas literarias… [
https://narrativabreve.com/2013/11/cuento-breve-elena-poniatowska-identidad.html ]
ESTADO DE SITIO
(cuento)
Elena Poniatowska (México, 1933)
Camino por las grandes avenidas, las anchas superficies negras,
las banquetas en las que caben todos y nadie me ve, nadie
voltea, nadie me mira, ni uno solo de ellos. Ninguno da la
menor señal de reconocimiento. Insisto. Ámenme. Ayúdenme.
Sí, todos. Ustedes. Los veo. Trato de imantarlos; nada los
retiene, su mirada resbala encima de mí, me borra, soy
invisible. Sus ojos evitan detenerse en algo, en cualquier cosa, y
yo los miro a todos tan intensamente, los estampo en mi alma,
en mi frente; sus rostros me horadan, me acompañan; los
pienso, los recreo, los acaricio. Nosotras las mujeres
atesoramos los rostros; de hecho, en un momento dado, la vida
se convierte en un solo rostro al que podemos tocar con los
labios. Ámenme, véanme, aquí estoy. Alerto todas las fuerzas
de la vida; quiero traspasar los vidrios de la ventanilla, decir:
“Señor, señora, soy yo”, pero nadie, nadie vuelve la cabeza, soy
tan lisa como esta pared de enfrente. Debería gritarles: “Su
sociedad sin mí sería incompleta, nadie camina como yo, nadie
tiene mi risa, mi manera de fruncir la nariz al sonreír, jamás
verán a una mujer acodarse en la mesa como lo hago, nadie
esconde su rostro dentro de su hombro…señores, señoras,
niños, perros, gatos, pobladores del mundo entero, créanme, es
la verdad, les hago falta.”
Me gustaría pensar que me oyen pero sé que no es cierto. Nadie
me espera. Sin embargo, todos los días tercamente emprendo
el camino, salgo a las anchas avenidas, a ese gran desierto
íntimo tan parecido al que tengo adentro. Necesito tocarlo, ver
con los ojos lo que he perdido, necesito mirar esta negra
extensión de chapopote, necesito ver mi muerte.
De noche vienes, México, Grijalbo, 1979.
Recopilación de microcuentos: