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Parabolas
Parabolas
«Salió el sembrador a sembrar y, al sembrar, parte de la semilla cayó junto al camino; vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en un pedregal, donde no había
mucha tierra, y brotó en seguida porque la semilla no tenía profundidad en la tierra; pero al salir el sol la abrasó y, por no tener raíz, se secó. Otra cayó entre zarzas; las
zarzas crecieron y la ahogaron. Otra parte cayó en tierra buena, y dio frutos; una ciento, otra sesenta, otra treinta. ¡El que tenga oídos que oiga!».
(Mateo13, 33)
Comparó el Reino de Dios con….
UN TESORO ESCONDIDO
«El Reino de Dios es semejante a un tesoro escondido en el campo. El que lo encuentra lo esconde y, lleno de alegría va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo».
EL BUEN SAMARITANO
Se levantó un doctor de la ley y le dijo : «Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?».
Jesús le respondió: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».
Él le contestó: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo».
Jesús le dijo: «Has respondido muy bien; haz eso y vivirás».
Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?».
Jesús le respondió contándole la siguiente parábola: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó entre ladrones, que le robaron todo lo que llevaba, le
hirieron gravemente y se fueron dejándolo medio muerto.
Un sacerdote bajaba por aquel camino; al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Igualmente un levita, que pasaba por allí, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo.
Pero llegó un samaritano, que iba de viaje, y, al verlo, se compadeció de él; se acercó, le vendó las heridas, echando en ellas aceite y vino; lo montó en su
cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente sacó unos dineros y se los dio al posadero, diciendo: Cuida de él, y lo que gastes de más yo
te lo pagaré a la vuelta. ¿Quién de los tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?».
El doctor de la ley le contestó: «El que se compadeció de él».
Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».
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LA OVEJA PERDIDA
Los publicanos y los pecadores se acercaban para oír sus enseñanzas. Y los fariseos y los maestros de la ley lo criticaban: «Éste acoge a los pecadores y
come con ellos». Entonces les propuso esta parábola:«¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y
va en busca de la perdida hasta que la encuentra? Cuando la encuentra, se la echa sobre sus hombros lleno de alegría, y, al llegar a casa, llama a los
amigos y vecinos y les dice: ¡Alegraos conmigo, porque he encontrado mi oveja perdida!
Pues bien, os digo que habrá más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse».
EL HIJO PRÓDIGO
«Un hombre tenía dos hijos. Y el menor dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde. Y el padre les repartió la herencia.
A los pocos días el hijo menor reunió todo lo suyo, se fue a un país lejano y allí gastó toda su fortuna llevando una mala vida. Cuando se lo había gastado
todo, sobrevino una gran hambre en aquella comarca y comenzó a padecer necesidad. Se fue a servir a casa de un hombre del país, que le mandó a sus
tierras a guardar cerdos. Tenía ganas de llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, y nadie se las daba. Entonces, reflexionando, dijo:
¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra
ti. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo: tenme como a uno de tus jornaleros.
Se puso en camino y fue a casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y, conmovido, fue corriendo, se echó al cuello de su hijo y lo cubrió de
besos.
El hijo comenzó a decir: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo.
Pero el padre dijo a sus criados: Sacad inmediatamente el traje mejor y ponédselo; poned un anillo en su mano y sandalias en sus pies. Traed el ternero
cebado, matadlo y celebremos un banquete, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron
todos a festejarlo.
El hijo mayor estaba en el campo y, al volver y acercarse a la casa, oyó la música y los bailes. Llamó a uno de los criados y le preguntó qué significaba
aquello. Y éste le contestó: Que ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado porque lo ha recobrado sano. Él se enfadó y no quiso entrar.
Su padre salió y se puso a convencerlo. Él contestó a su padre: Hace ya tantos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me has dado
ni un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos. ¡Ahora llega ese hijo tuyo, que se ha gastado toda su fortuna con malas mujeres, y tú le matas el
ternero cebado!
El padre le respondió: ¡Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo! En cambio, tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a la vida; estaba
perdido y lo hemos encontrado. Convenía celebrar una fiesta y alegrarse».
EL FARISEO Y EL PUBLICANO
A los fariseos que presumían de ser justos y despreciaban a los demás les dijo esta parábola: «Dos hombres fueron al templo a orar; uno era fariseo y el otro
publicano. El fariseo, de pie, hacía en su interior esta oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos,
adúlteros, ni como ese publicano; yo ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo.
El publicano, por el contrario, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: Dios mío, ten
compasión de mí, que soy un pecador.
Os digo que éste volvió a su casa justificado, y el otro no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado».
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(Mateo 22, 1-14)
EL BANQUETE DE LAS BODAS
Jesús se puso a hablar de nuevo en parábolas «El reino de Dios es semejante a un rey que celebró las bodas de su hijo. Envió sus criados a llamar a los
invitados a las bodas, y no quisieron venir. Mandó de nuevo a otros criados con este encargo: Decid a los invitados: Mi banquete está preparado, mis
terneros y cebones dispuestos, todo está a punto; venid a las bodas. Pero ellos no hicieron caso y se fueron, unos a su campo y otros a su negocio; los
demás echaron mano a los criados, los maltrataron y los mataron. El rey, entonces, se irritó, mandó sus tropas a exterminar a aquellos asesinos e incendió
su ciudad. Luego dijo a sus criados: El banquete de bodas está preparado, pero los invitados no eran dignos. Id a las encrucijadas de los caminos y a todos
los que encontréis convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y recogieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se
llenó de invitados. El rey entró para ver a los invitados, reparó en un hombre que no tenía traje de boda y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin tener un
traje de boda? Pero él no contestó. Entonces el rey dijo a los camareros: Atadlo de pies y manos y arrojadlo a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el
crujir de dientes. Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos».
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LOS TALENTOS
Un hombre estaba a punto de partir a tierras lejanas, y reunió a sus servidores para confiarles todas sus pertenencias. Al primero le dio cinco talentos de oro,
a otro le dio dos, y al tercero solamente uno, a cada cual según su capacidad. Después se marchó.
El que recibió cinco talentos negoció en seguida con el dinero y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo otro tanto, y ganó otros dos. Pero el que recibió uno
cavó un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su patrón.
Después de mucho tiempo vino el señor de esos servidores y les pidió cuentas.
El que había recibido cinco talentos le presentó otros cinco más, diciéndole: «Señor, tú me entregaste cinco talentos, pero aquí están otros cinco más que
gané con ellos.» El patrón le contestó: «Muy bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te voy a confiar mucho más. Ven a compartir
la alegría de tu patrón.»
Vino después el que recibió dos, y dijo: «Señor, tú me entregaste dos talentos, pero aquí tienes otros dos más que gané con ellos.» El patrón le dijo: «Muy
bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré mucho más. Ven a compartir la alegría de tu patrón«.
Por último vino el que había recibido un solo talento y dijo: «Señor, yo sabía que eres un hombre exigente, que cosechas donde no has sembrado y recoges
donde no has invertido. Por eso yo tuve miedo y escondí en la tierra tu dinero. Aquí tienes lo que es tuyo.» Pero su patrón le contestó: «¡Servidor malo y
perezoso! Si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he invertido, debías haber colocado mi dinero en el banco. A mi regreso yo lo
habría recuperado con los intereses. Quítenle, pues, el talento y entréguenselo al que tiene diez. Porque al que produce se le dará y tendrá en abundancia,
pero al que no produce se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese servidor inútil, échenlo a la oscuridad de afuera: allí será el llorar y el rechinar de dientes.»
(Mt 25, 14-30)