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LA IDEA DE LA GLORIA
Y SU DESMORONAMIENTO

Al principio de la secció n principal de su famoso estudio, Max


Weber pregunta: «(Có mo es posible que esta conducta, ética-
mente tolerada en el mejor de los casos, pudiera convertirse con
el tiempo en una “profesió n” en el sentido de Benjamin Fran-
klin?».' En otras palabras: ¿Por qué las actividades comerciales,
bancarias y otras similarmente lucrativas se hicieron honorables
en algú n momento de la edad moderna, después de haber sido
condenadas o despreciadas como avidez, á nimo de lucro y ava-
ricia durante los siglos pasados?
El enorme cuerpo de literatura crítica sobre La ética protes-
tante ha advertido un error incluso en este punto de partida de
la indagació n de Weber. El «espíritu del capitalismo», se ha
apuntado, existía entre los mercaderes en un tiempo tan lejano
como los siglos xiv y xv, y una actitud positiva hacia ciertas ca-
tegorías de actividades cremaó sticas podría detectarse en los es-
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critos de los escolá sticos.
Sin embargo, la pregunta de Weber está justificada si se
for- mula de forma comparativa. Con independencia de la
aproba- ció n que se concediera al comercio y otros modos de
obtener dinero, estos ocupaban un lugar inferior en la escala de
valores medieval respecto de muchas otras actividades, en
particular la lucha por alcanzar la gloria. En realidad, es a través
de un breve bosquejo de la idea de la gloria en la Edad Media y
el Renaci- miento como trataré de reproducir el sentimiento de
maravilla acerca de la génesis del «espíritu del capitalismo».
Al comienzo de la era cristiana, san Agustín había propor-
P RI M Elt A PA RT E

cionado las guías fundamentales para el pensamiento medieval


al denunciar el ansia de dinero y las posesiones como uno de los
tres principales pecados del hombre caído, siendo los otros dos
el ansia de poder (libido dominando) y la lujuria sexual.' En gene-
ral, san Agustín es plenamente ecuánime en su condena de estas
tres inclinaciones o pasiones humanas. Si admite circunstancias
atenuantes en alguna de las o:es, es e ara la libido dominandi
cuando se combina con un fuerte deseo de honor y gloria. Así,
san Agustín habla de la «virtud civil» que caracteriza a los
pri- meros romanos, «quienes mostraron un amor babiló nico
por su patria terrenal», y quienes «suprimieron el deseo de
riqueza y muchos otros vicios en favor de su ú nico vicio, esto
es, la pasió n por el honor».’
Para el ú ltimo argumento de este esmdio tiene considerable
interés que san Agustín conciba en este punto la posibilidad de
que un vicio pueda corregir otro. En cualquier caso, su aproba-
ció n limitada de la bú squeda de la gloria abrió una vía que fue
ampliada mucho má s allá de sus enseñ anzas por los adalides del
ideal caballeresco y aristocrá tico que convirtieron la lucha por
el honor y la gloria en la piedra de toque de la virtud y grande-
za de un hombre. Lo que san Agusó n había expresado con toda
cautela y renuencia se proclamó triunfalmente después: el amor
por la gloria, a diferencia de la persecució n puramente privada
de la riqueza, puede tener «un valor social redentor». De he-
cho, la idea de una ‹Mano Invisible› una fuerza que mueve
a los hombres que llevan a sus pasiones privadas a conspirar in-
conscientemente en favor del bien pú blic fue formulada en
relació n con la bú squeda de la gloria, antes que con un deseo de
dinero, por Montesquieu. La persecució n del honor en una
monarquía, dice, «pone en movimiento todas las partes del
cuerpo político»; en consecuencia, «resulta que cada uno se en-
camina al bien comú n cuando cree obrar por sus intereses par-
ticulares».'
Con o sin una justificació n tan sofisticada, el esfuerzo por
conseguir honor y gloria fue exaltado por los valores caballeres-
cos medievales aunque chocara con las enseñ anzas centrales
no
LA IDEA DEGLA LO RIA Y S U D ES M O RO NAMIENTO

sólo de san Agustín sino de una larga nómina de escritores reli-


giosos, desde santo Tomas de Aquino hasta Dante, que ataca-
ron la búsqueda del honor tanto por ser vana (ionaii) como pe-
caminosa. durante el Renacimiento, la lucha por el honor
alcanzó la condición de ideología dominante conforme la in-
fluencia de la Iglesia retrocedía y a los defensores del ideal ca-
balleresco les era dado esgrimir los abundantes textos griegos y
romanos que celebraban la persecución de la gloria.’ Esta po-
derosa corriente intelectual alcanzó el siglo XvIi: aCaso la más
pura concepción de la búsqueda de la gloria como la Cínica jus-
tificación de la vida se encuentra en las tragedias de Corneille.
Al mismo tiempo, las formulaciones de Corneille eran tan ex-
tremas que tal vez contribuyeron al espectacular desmorona-
miento del ideal aristocrático que escenificaron algunos de sus
contemporáneos.'
Escritores de varios países de la Europa occidental ayuda-
ron a esta «demolició n del héroe», 9 siendo los de Francia—el
país que acaso había ido má s lejos en el culto del ideal heroico-
los que desempeñ aron el papel principal. Se mostró que todas
las virtudes heroicas eran formas de la mera autoconservació n,
segú n Hobbes, del amor propio, segú n La Rochefoucauld, de la
vanidad y la huida frenética del auténtico conocimiento de sí
mismo, segú n Pascal. Racine retrató las pasiones heroicas como
degradantes después de que Cervantes denunciara su estupidez,
cuando no su demencia.
Esta sorprendente transformació n de la escena moral e ideo-
ló gica irrumpe bastante abruptamente, y las razones histó ricas y
psicoló gicas aú n no se han entendido cabalmente. El principal
aspecto que hay que subrayar en este punto es que los respon-
sables de la demolició n no degradaron los valores tradicionales
para proponer un nuevo có digo moral que pudiera correspon-
derse con los intereses o necesidades de una nueva clase. La de-
nuncia del ideal heroico no se asoció en ninguna parte a la pro-
moció n de nuevos valores burgueses. Siendo tan obvia esta
observació n en lo que atañ e a Pascal y La Rochefoucauld, tam-
bién vale para Hobbes, a pesar de algunas interpretaciones
con-
P R I M ERA P ARTE

trarias a ello.'° Durante mucho tiempo se pensó que el mensaje


de los dramas de Moliere era la exaltació n de las virtudes bur-
guesas, pero también se ha demostrado que esta interpretació n
es insostenible.''
En sí misma, por tanto, la demolició n del ideal heroico só lo
podría haber restablecido la igualdad en ignominia que san
Agusó n había querido aplicar al amor por el dinero y el ansia
del poder y la gloria (por no mencionar propiamente la lujuria).
El hecho es, desde luego, que menos de un siglo después el em-
puje adquisitivo y las actividades relacionadas con él, tales como
el comercio, la banca y en ú ltima instancia la industria, llegaron
a ser ampliamente celebradas, por razones diversas. Pero este
enorme cambio no resultó de una simple victoria de una ideo-
logía plenamente armada sobre otra. El verdadero relato es mu-
cho má s complejo e indirecto.
EL HOMBRE «COMO ES EN REALIDAD»

El comienzo de este relato se produce en el Renacimiento, pero


no a través del desarrollo de una nueva ética, es decir, de nuevas
reglas de conducta para el individuo. Má s bien, aquí se remon-
tará a un nuevo giro en la teoría del Estado, a un intento de me-
jorar el arte de gobernar dentro del orden existente. La insis-
tencia en este punto de partida procede, por supuesto, del sesgo
endó geno del relato que me propongo contar.
Al intentar instruir al príncipe sobre el modo de alcanzar,
mantener y aumentar el poder, Maquiavelo trazó la fundamen-
tal y celebrada distinció n entre «la verdadera realidad de las co-
sas» y las «repú blicas y principados que nunca se han visto ni
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se ha sabido que existieran realmente» La implicació n era
que
los filó sofos moralistas y políticos habían hablado hasta enton-
ces exclusivamente de las segundas y no habían logrado pro-
porcionar una guía para el mundo real en que el príncipe debe
actuar. Esta petició n de un enfoque científico y positivo se ge-
neralizó só lo después desde el príncipe al individuo, desde la
naturaleza del estado a la naturaleza humana. Probablemente
Maquiavelo consideró que una teoría realista de la naturaleza
del Estado requería un conocimiento de la naturaleza humana,
pero sus observaciones en este aspecto, aunque siempre agudas,
está n esparcidas y no son sistemá ticas. Un siglo después se ha-
bía producido un cambio considerable. Los avances de las ma-
temá ticas y de la mecá nica celeste infundieron la esperanza de
que las leyes del movimiento pudieran ser descubiertas a partir
de las acciones de los hombres, del mismo modo que ocurría
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P RI M E RA P ARTE

con los cuerpos que caían y los planetas. Así, Hobbes, que basó
I
su teoría de la naturaleza humana en Galileo, ' dedica los diez
primeros capítulos del Leviathan a la naturaleza del hombre an-
tes de abordar la de la República. Pero fue Spinoza quien reite-
$
ró , con particular agudeza y vehemencia los cargos de Ma-
quiavelo contra los pensadores utó picos del pasado, esta vez en
relació n con el comportamiento humano individual. En el pa-
rágrafo inicial del Tractanis políticas ataca a los filó sofos que «no
conciben a los hombres tal cual son, sino como ellos quisieran
que fuesen». Y esta distinció n entre pensamiento positivo y
normativo aparece de nuevo en la Ética, donde Spinoza opone a
aquellos que «prefieren detestar y burlarse de los afectos y las
acciones humanos» su famoso proyecto de «considerar las ac-
ciones y los apetitos humanos del mismo modo que si estuviera
considerando líneas, planos y cuerpos»."
Que el hombre «como es en realidad» es el sujeto adecuado
de lo que hoy se llama ciencia política continuó afirmá ndo-
se a veces casi por inercia—en el siglo xvIII. Vico, que había
leído a Spinoza, lo siguió fielmente en este aspecto, si no en
otros. Escribe en la Scienza nuooa:

La filosofía considera al hombre tal como debe ser y así no puede disfru-
tar de ella sino el escaso nú mero de los que quieren vivir en la repú blica
de Plató n, y no arrastrarse entre la hez de Ró mulo. La legislació n consi-
dera al hombre tal como es, para utilizarle bien en la sociedad humana.”

Incluso Rousseau, cuyo parecer acerca de la naturaleza huma-


na estaba muy alejado de los de Maquiavelo y Hobbes, rinde tri-
buto a la idea al iniciar el Contrato social con la frase: «Tomando a
los hombres como son y las leyes como podrían ser, deseo indagar
si puede hallarse un principio de gobierno legítimo y cierto».

Leo Strauss, en Spinoza’s critique of re/fgion (Nueva York: Schoken, i 9óy),


. 2 7 j, observa ‹el hecho sorprendente de que el tono de Spinoza sea mucho
más incisivo que el de Maquiavelo». Lo atribuye a la circunstancia de que,
siendo en primer lugar filósofo, Spinoza estaba mucho más implicado perso-
nalmente en el pensamiento utópico que Maquiavelo, cientifico político.
REPRESIÓ N Y APROVECHAMIENTO
DE LAS PASIONES

La abrumadora insistencia en observar al hombre «como es en


realidad» tiene una explicación sencilla. En el Renacimiento
surgió la sensación, convertida en firme convicción durante el
siglo XvII, de que ya no se podía confiar a la filosofía moraliza-
dora y a los preceptos religiosos la restricción de las pasiones
destructivas de los hombres. Había que encontrar nuevas ma-
neras y la búsqueda comenzó, de manera bastante lógica, con
una detallada y sincera disección de la naturaleza humana.
Hubo algunos que, como La Rochefoucauld, hurgaron en sus
recodos y proclamaron sus «despiadados descubrimientos»
con tal gusto que la disección parece en verdad un fin en sí
mismo. Pero en general se emprendió para descubrir maneras
de dar forma al modelo de acciones humanas más efectivas que
la exhortación moralista o la amenaza de la condenación. Y,
naturalmente, la búsqueda tuvo éxito; de hecho, se pueden
distinguir al menos tres líneas de argumentación que se pro-
pusieron como alternativas a la confianza en el dominio reli-
gioso.
La alternativa mas obvia, que en realidad es anterior al
movimiento ideológico que analizamos aquí, es el recurso a la
coerción y la represión. Se confía al Estado la tarea de repri-
mir, mediante la fuerza si es necesario, las peores manifesta-
ciones y las consecuencias más peligrosas de las pasiones. És-
ta era la opinión de san Agustín, que tuvo un fiel eco en el siglo
xvi en Calvino." Cualquier orden social y político
establecido se justifica por su misma existencia. Sus
posibles injusticias

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P RI MERA PAR TE

son meras retribuciones por los pecados del Hombre Caído.


Los sistemas políticos de san Agustín y Calvino está n en al-
gunos aspectos íntimamente relacionados con el que se propug-
na en el Leviathan. Pero la invenció n capital de Hobbes es su
peculiar concepto transaccional del Pacto, cuyo espíritu es bas-
tante ajeno a aquellos sistemas autoritarios previos. Notoria-
mente difícil de etiquetar, el pensamiento de Hobbes será ana-
lizado en una categoría diferente.
La solució n represiva al problema planteado por el reco-
nocimiento de las pasiones incontroladas del hombre presen-
ta grandes dificultades. ¿Qué sucede si el soberano no hace
bien su trabajo debido a la indulgencia, la crueldad o alguna
otra flaqueza? Una vez se formula la pregunta, la posibilidad
del establecimiento de un soberano apropiadamente represivo
o de una autoridad parece ser tan plausible como la posibili-
dad de que los hombres reprimírá n sus pasiones a causa de las
exhortaciones de los filó sofos moralistas o los clérigos. Como
se afirma que la segunda perspectiva es inú til, la solució n re-
presiva resulta estar en contradicció n con sus propias premi-
sas. Imaginar una autoridad ex cortina que de alguna manera
suprimirá e impedirá que los hombres se dañ en entre si debi-
do a sus pasiones significa, en efecto, querer desembarazarse,
má s que resolver, de las auténticas dificultades que se han des-
cubierto. Tal vez sea por ello por lo que la solució n represiva
no sobrevivió al aná lisis pormenorizado de las pasiones en el
siglo xvII.
Una solució n que está má s acorde con estos descubrimien-
tos y preocupaciones psicoló gicos consiste en la idea de aprove-
char las pasiones en vez de simplemente reprimirlas. De nuevo
el Estado, o la «sociedad», es convocado para llevar a cabo este
hito, pero ahora no só lo como un baluarte represivo, sino como
un transformador, como un medio civilizador. Las especulacio-
nes acerca de tal transformació n de las pasiones perjudiciales en
algo constructivo pueden encontrarse ya en el siglo xVII. An-
ticipando la Mano Invisible de Adam Smith, Pascal abona la
grandeza del hombre en el hecho de que «ha conseguido for-
REP REs i ó N v AP ROVE CHAM IENTO DE LAS PAS IO NE S

mar a partir de la concupiscencia un trato admirable» y ‹un or-


den tan maravilloso».‘
A comienzos del siglo xvIII GialRbattista Vico articuló en
mayor medida la idea, si bien la impregnó, como es caracterís-
tico, del gusto de un descubrimiento alentador:

De la ferocidad, de la avaricia y de la ambiciéin, que son los tres gran-


des vicios que afectan a todo el género humano, [la sociedad] hace la
milicia, el comercio y la política, y con ellas la fortaleza, la opulencia y
la sabiduría de las repúblicas; y de estos tres grandes vicios, que cierta-
mente arruinarían la estirpe humana en la tierra, surge la felicidad ci-
vil. Este axioma prueba que la providencia divina existe y que es una
mente legisladora la que, de las pasiones de los hombres, encaminadas
siempre a la utilidad privada y por las que éstos vivían como bestias fe-
roces en la soledad, ha hecho los órdenes civiles, mediante los cuales
viven en sociedad humana.' 7

Esta es, con toda evidencia, una de aquellas declaraciones a


las que Vico debe su fama de pensador extraordinariamente fér-
til. La Astucia de la Razó n de Hegel, el concepto freudiano de
sublimació n y, de nuevo, la Mano Invisible de Adam Smith
pueden leerse en estas dos enjundiosas oraciones. Pero no hay
elaboració n alguna y no se nos ilumina en cuanto a las condi-
ciones bajo las cuales se produce realmente aquella maravillosa
metamorfosis de las «pasiones» destructivas en «virtudes».
La idea de aprovechar las pasiones de los hombres, de ha-
cerlos trabajar con vistas al bienestar general, fue ampliada a un
alcance considerablemente mayor por un coetá neo inglés de

b
Pensées, nú ms. o2 y yo3 (edició n de Brunschvicg). La idea de que una socie-
dad cohesionada por el amor propio mas que por la caridad puede ser viable a
pesar de ser pecaminosa se encuentra entre algunos destacados jansenistas co-
etá neos de Pascal, como Nicole y Domat. Véase Gilbert Chinard, En fírcat
Pascal (Lille: Giarel, •94 ). PP 97-118, y D. W. Smith, Helretiw: A nudy in
persecution (Oxford: Clarendon Press, i 96 ), pp. i 22-12 $. Un atinado estudio
reciente de Nicole se incluye en Nannerl O. Keohane, «Non-conformist ab-
solutism in Louis XIV’s France: Pierre Nicole and Denis Veiras», JoumnJ of
the Hflio/' Ofldeas, 3 y (oct.-diC. 1974). PP 579 596.
P RIM ERA PART E

Vico, Bernard Mandeville. A menudo considerado como pre-


cursor del laissez-faire, Mandeville invocó en realidad, a través
de La fábula de las abejas, la «Direcció n Cualificada del Político
Há bil» como condició n necesaria y agente para la conversió n
de los «vicios privados» en «beneficios pú blicos». Puesto que,
con todo, no revelaba el modus operandi del Político, conti-
nuaba existiendo un misterio considerable en torno a las su-
puestas transformaciones benéficas y paradó jicas. Só lo en el
caso de un «vicio privado» específico proporcíonaba Mandevi-
lle una demostració n pormenorizada de có mo se efectú an en
realidad tales transformaciones. Me refiero, por supuesto, a su
celebrado tratamiento de la pasió n por los bienes materiales en
C
general y por el lujo en particular.
Puede decirse, por tanto, que Mandeville restringió el á rea
en que efectivamente declaraba válida esta paradoja a un «vicio»
o pasió n particular. En esta renuncia a la generalizació n había
de seguirlo, con el conocido éxito abrumador, el Adam Smith de
La riqueza de las naciones, un estudio que se centró totalmente en
la pasió n que tradicionalmente se conocía como codicia o avari-
cia. Ademá s, a causa de la evolució n modificadora del lenguaje,
que sera abordada con cierta extensió n posteriormente en este
estudio, Smith pudo dar un paso de gigante para hacer la propo-
sició n asimilable y persuasiva: embotó el filo de la sorprendente
paradoja de Mandeville sustituyendo ‹pasió n» y «icio» por tér-
minos tan asépticos como «ventaja» e «interés».
En esta forma limitada y domesticada la idea del provecho
pudo sobrevivir y prosperar tanto como tendencia general del

' Se ha observado convincentemente que Mandeville no entendía por «Direc-


ció n Há bil» una intervenció n y regulació n minuciosas y cotidianas, sino má s
bien la lenta elaboració n y evolució n, a partir de la prueba y el error, de un
apropiado marco legal e institucional. Véase Nathan Rosenberg, «Mandeville
and laissez-faire», joo f o/tú e Hinoy ofIdeDS, 24 (abril-junio i 9ó 3), pp. I83-
196. Pero, de nuevo, el modus operandi de este marco es supuesto más que de-
mostrado por Mandeville. Y en cuanto al lujo, cuyos efectos favorables para el
bienestar pú blico sí describe en detalle, los papeles activos del Político o del
m arco institucional no son en absoluto destacados.

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REP RES I Ó N 4" AP ROVE C HAM I E NTO D E LAS PAS IO NES

liberalismo decimonó nico como en tanto que construcció n fun-


damental de la teoría econó mica. Pero la renuncia a la genera-
lidad de la idea de provecho distaba de ser universal. De hecho,
algunos de sus adeptos posteriores fueron incluso menos caute-
losos que Vico: para ellos, el avance inexorable de la historia era
r rueba suficiente de que, de alguna manera, las pasiones de los
hombres se confabulan en favor del progreso general de la hu-
manidad o del Espíritu del Mundo. Herder y Hegel escribieron
ambos acerca de tales líneas en sus trabajos sobre la filosofía de
la historia. d El famoso concepto de Hegel de la Asmcia de la Ra-
} 7.ó n expresa la idea de que los hombres, siguiendo sus pasiones,
•, sirven de hecho a algú n propó sito histó rico de alcance mundial
i má s elevado que ignoran totalmente. Es tal vez significativo que
el concepto no reaparezca en la Filoxofia del derecho, donde He-
gel se ocupa no del cambio en la historia mundial, sino de la
evolució n real de la sociedad en su propio tiempo. Tal refrendo
global de las pasiones como el que está implícito en la Astucia
de la Razó n no tenía lugar, obviamente, en un trabajo que adop-
taba un punto de vista crítico del desarrollo social y político
contemporá neo.
Un representante final de la idea hasta sus ú ltimas conse-
cuencias es el Mefistó feles del Fausto de Goethe, con su famosa
definició n de sí mismo como «una porció n de aquella fuerza
que siempre desea el mal y siempre propicia el bien». Aquí pa-
) rece que la idea de aprovechar de alguna manera las pasiones
. malvadas ha sido totalmente abandonada: en su lugar, se logra
. su transformació n a través de un proceso universal oculto y be-
neficioso.

Según Herder, «todas las pasiones del pecho del hombre son salvajes ten-
j dencias de una fuerza que aú n no se conoce a sí misma, pero que, en conso-
/* nancia con su naturaleza, no deja de conspirar hacía un mejor orden de las co-
sas», Ideen sur Phil0sophie der Gexchichte der Menscbheit, en LVerke, ed. Suphan
(Berlín, •9°9). vol. •4. P 2 i
EL PRINCIPIO DE LA PASIÓN COMPENSATORIA ‹

Dada la abrumadora realidad del hombre inquieto, apaSiORado


y compulsivo, la5 soluciones represiva y aprovechadora carecían
de capacidad de persuasió n. La solució n represiva era una ma-
nera de suponer zanjado el problema, mientras que el mayor re-
alismo de la solució n aprovechadora quedaba desbaratado por
un elemento de transformació n alquímica má s bien enfrentado
con el entusiasmo cienó fico de la época.
El mismo material con que trabajaron los moralistas del si-
glo xvII—la descripció n e investigació n pormenorizadas de las
pasiones—estaba destinado a sugerir una tercera solució n: ¿No
será posible discriminar entre las pasiones y combatir el fuego
con fuego: utilizar un conjunto de pasiones relativamente inocuas
para compensar otro conjunto mas peligroso y destructivo o, tal
vez, debilitar y domar las pasiones mediante luchas recíproca-
mente destructivas a la manera de divide et imperai Parece un pen-
samiento simple y obvio una vez se ha desesperado de la eficacia
de la moralizació n, pero, a pesar de la sugerencia perdurable de
san Agustín, era probablemente mas difícil descubrirlo que llevar
a cabo el proyecto de atacar todas las pasiones simultáneamente.
Las pasiones principales habían estado durante mucho tiempo só -
lidamente vinculadas entre sí en la literatura y el pensamiento, a
menudo en una trinidad profana, desde el «Superbia, invidia e
avarizia sono / le tre faville ch’anno i cuori accesi» de Dantee hast
e soberbia, envidia y avaricia son / las llamas de los animos airados. Infierno,
CaDtO , VV 74-75 ítrBd. de Ángel Crespo, Barcelona: Planeta, 99°1

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EL P R I N CI P I O D E LA PAS I Ó N CO M P EN SATO R IA

ta el «Ehrsucht, Herrschsucht und Habsucht»' en la Idea para


una hiUoria geiieral de Kant. De manera muy parecida a los tres
azotes de la humanidad—guerra, hambre, peste—se creyó que
estas pasiones bźsicas se alimentaban mutuamente. El hábito de
considerarlas indisolubles fue aú n mas reforzado por el hecho
de que normalmente se las contraponía en bloque a los dictados
de la razó n o a los requisitos de la salvació n.
Las alegorías medievales habían descrito frecuentemente
tales luchas de las virtudes contra los vicios, con el alma del
hombre como campo de batall .g cal vez fuera paradó jicamen-
te esta tradició n la que hizo posible que una época posterior y
itias realista concibiera un tipo de lucha muy diferente, que en-
frentaría las pasiones entre sí y redundaría aú n, al igual que la
previa, en beneficio del hombre y la humanidad. En cualquier
caso, la idea surgió y lo hizo de hecho en extremos opuestos del
espectro de pensamientos y personalidades del siglo xvii: en
Bacon y Spinoza.
Para Bacon, la idea era una consecuencia de su intento sis-
temźtico de sacudir los yugos metafisico y teoló gico que impe-
dían al hombre pensar de manera inductiva y experimental. En
las secciones de The advancement oflearning que tratan el «Ape-
tito y voluntad del hombre» critica a los filó sofos morales tradi-
cionales por haber actuado

como si un hombre que profesa enseñ ar a escribir só lo exhibiese bellas


copias de alfabetos y letras unidas, sin dar ningú n precepto o direcció n
acerca del comportamiento de la inano y la formació n de las letras. Así
lian hecho buenos y bellos ejemplos y copias, manejando los modelos
del Bien, la Virtud, el Deber, la Felícidad; [...] pero có mo alcanzar es-
tos objetivos excelentes, y có mo modelar y dominar la voluntad del

' Ambición, ansia de poder v avaricia.


^ Por esta razón el género es conocido como psicomaquia. Su historia,
desde la Pg cl omachia de Prudencio, una obra del siglo v, al ciclo de la irtud y
cl vicio en el pórtico central de la fachada de Nôtre-Dame-de-Paris, es rese-
guido por Adolf Katzenellenbogen en Allegot ice of the virtues arid úff£s in iHe-
‹liawal art (Londres: \*arburg Institute, i 939).

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PR I M E RA PA RTE

hombre para que sea honesto y se adapte a estos p•• r ósi tos, lo omiten
del todo..."

Aunque la crítica se ha hecho habitual desde Maquiavelo, el


símil es notoriamente sugerente y pocas pá ginas má s adelante
Bacon trata de llevar a cabo a su manera la tarea que ha bosque-
jado. Lo hace con la estratagema de ensalzan a los poetas e his-
toriadores—a diferencia de los filó sofos—por haber

pintado de una manera muy vívida có mo se despiertan e incitan las


pa- siones; có mo se calman y reprimen; [...] có mo se manifiestan, có mo
funcionan, có mo varían, có mo se reú nen y refuerzan, có mo se inclu-
yen las unas en las otras, y có mo pugnan entre ellas y se enfrentan, y
otras particularidades similares; entre las cuales esta ú ltima es espe-
cialmente ú til en asuntos de moral y civiles; r‹ímo idigo] poner el afecto
contra el afecto y dominar el uno con el otro: del mismo modo que para ca-
zar usamos la bestia contra la bestia y hacemos volar un pá jaro contra
otro pájaro. [...] Porque así como en el gobierno de los Estados es a ve-
ces necesario dominar una facció n con otra, así sucede en el gobierno
interior g’9

Este vigoroso parágrafo, particularmente su última parte,


tiene todos los rasgos de basarse no tanto en los logros de los
poetas e historiadores como en la intensa experiencia personal
de Bacon como político y hombre de Estado. La idea de con-
trolar las pasiones colocando una frente a otra es, además, muy
congruente con el sesgo irreverente y experimental de su pen-
samiento. Por otra parte, su formulación no parece haber
sido particularmente influyente en su tiempo. Sólo los
modernos eruditos han llamado la atención sobre él para
presentar a Ba- con en este aspecto como un precursor de
Spinoza y Hume, que dieron a la idea un lugar mucho mas
central en sus sis-
NO
te mas.
Al elaborar su teoría de las pasiones en la Éiiru, Spinoza pre-
senta dos proposiciones que son esenciales para el desarrollo de
su razonamiento:

¢6
EL P RI N CI P I O D E LA PAS I ÓN CO MP EN SAT OR2A

Un afecto no puede ser reprimido ni suprimido sino por medio de un


afecto contrario y mas fuerte que el que ha de ser reprimido.’'

El conocimiento verdadero del bien y el mal no puede reprimir nin-


) gún afecto en la medida en que ese conocimiento es verdadero, sino
sólo en la medida en que es considerado él mismo como un afecto.'

A primera vista parece extrañ o que Spinoza, con su tendencia a


la metafísica y su relativa falta de implicació n en la vida activa,
haya profesado la misma doctrina que Bacon. En realidad lo
hizo por razones bastante diferentes. Nada pudo ser má s ajeno
a su mente que el pensamiento de que las pasiones pudieran ser
reprimidas ú tilmente y modificadas mediante el enfrentamien-
to de una pasió n con otra. Los pasajes que acabamos de citar tu-
vieron la funció n principal de hacer hincapié en la fuerza y la
autonomía de las pasiones a fin de que se pudieran
comprender cabalmente las auténticas dificultades para
alcanzar el destino final del viaje de Spinoza en la Ética. Este
destino es el triunfo de la razó n y el amor de Dios sobre las
pasiones, y la idea de la pasió n compensatoria funciona como
una mera estació n de paso que conduce a él. Al mismo tiempo, la
idea no deja de ser una parte central de la culminació n de la
obra de Spinoza, como re- sulta evidente en la ú ltima de sus
proposiciones:

[...] no gozamos de ella [la felicidad] porque reprimamos nuestras con-


cupiscencias, sino que, al contrario, podemos reprimir nuestras con-
cupiscencias porque gozamos de ella z ’

El primer gran filósofo que dio un lugar prioritario a la idea de


que las pasiones sólo pueden ser combatidas con éxito median-
te otras pasiones no tenía, pues, ninguna intención de trasladar
esta idea al reino de la moral práctica o de la industria política,
si bien tuvo una vívida apreciación de tales posibilidades.‘ De

h
Como se demuestra, por ejemplo, en la siguiente oración: «Por afectos con-
trarios entenderé, en adelante, los que arrastran al hombre en distintos senti-

47
P R I M E RA PART E

hecho, esta idea no reaparece en las obras políticas de Spinoza,


que por otra parte no carecen de sugerencias prá cticas sobre
có mo hacer que las peculiaridades de la naturaleza humana
operen en favor de la sociedad.
Aunque Hume denunciara la «horrorosa» filosofía de Spi-
noza, las ideas de aquél acerca de las pasiones y su relació n con
2
la razó n son notablemente parecidas a las de este. ‘ La diferen-
cia es que Hume fue mas radical al proclamar la impermeabili-
dad de las pasiones a la razó n; «la razó n es, y debería ser só lo,
la esclava de las pasiones» es uno de sus pronunciamientos más
co- nocidos. En vista de esto posició n extrema, Hume tuvo
imperio- sa necesidad del pensamiento consolador de que una
pasió n pue- de funcionar como el contrapeso de otra. De hecho, lo
proclama en el mismo pará grafo crucial: «Nada puede oponerse
al impul- so de la pasió n, o retardarlo, salvo un impulso
contrario».
A diferencia de Spinoza, Hume quiso aplicar su descubri-
miento. Lo hizo inmediatamente en el Libro III del Tratado al
discutir el «origen de la sociedad». Hablando de la ‹avidez
[...] de adquirir bienes y posesiones», la considera tan poten-
cialmente destructiva y también una pasió n tan singularmente
poderosa que la ú nica manera de controlarla es conseguir que
se compense a sí misma. No parece una operació n fá cil de lle-
var a cabo, pero Hume resuelve el problema de la siguiente
manera:

No hay ninguna pasión, por tanto, capaz de controlar el afecto intere-


sado sino el mismo afecto, por medio de un cambio en su dirección.
Pero este cambio debe necesariamente tener lugar con el mínimo de
reflexión; porque es evidente que la pasión queda mucho mas satisfe-
cha reprirniéndola que en libertad, y que, en cuanto a la preservación
de la sociedad, progresamos mucho mas adquiriendo posesiones que
permaneciendo en una condición solitaria y triste [...]."

dos, aunque sean del mismo género, como la gula y la avaricia—que son clases
de amor—, y contrarios no por naturaleza, sino por accidente». ética, Parte
IV, Definiciones.

48
EL PRINC IPIO D E LA Pos i ó N c o MPEN SATORIA

Desde luego, se podría replicar que reconocer la necesidad de


cierto tipo de razó n o reflexió n, aunque sea «míriimo», significa
introducir un elemento ajeno (que, ademá s, se supone que es la
«esclava de las pasiones») en un terreno en que se supone que la
pasió n es la ú nica que lucha contra la pasió n. Lo que impom aquí,
sin embargo, no es advertir los fallos del pensamiento de Hume
sino demostrar el predicamento que tenía en él la idea de la pasió n
compensatoria. La usa con más tino en diversas aplicaciones de
menor importancia. Al analizar a Mandeville, por ejemplo, decla-
ra que aunque el lujo es un mal, puede ser un mal menos
dañ ino que la «pereza», que podría resultar de la supresió n del
lujo:

Conformémonos, pues, admitiendo que dos males opuestos en un Es-


tado pueden ser más ventajosos que cualquiera de los dos por separa-
do; pero no declaremos ventajoso al mal por sí mismo.

Sigue una formulación más general:

Sea cual sea la consecuencia de una tal transformació n milagrosa de la


humanidad como la que le concedería toda suerte de virtud y la libe-
raría de todo tipo de vicio, ello no atañ e al magistrado, que atiende
só lo a lo que es posible. Muy a menudo ha de limitarse a curar un
vi- cio con otro; y en este caso, debería preferir lo que es menos
pernicio- so para la sociedad.’

En otras partes, como se observara mas adelante, Hume


propugna la represión del «amor del placer» mediante el «amor
de la ganancia». Y otras aplicaciones de la idea lo fascinaron sin
duda incluso cuando no estaba de acuerdo con ellas, como eii el
siguiente pasaje tomado del ensayo sobre «El escéptico»:

«Nada puede ser más destructivo—dice Fontenelle—para la ambición


y la pasión de la conquista que el verdadero sistema de la astronomía.
¡Qué poca cosa es incluso el globo entero al lado [de] la infinita exten-
sión de la naturaleza! ›. Esta consideración es evidentemente demasia-
do distante para tener cierto efecto en algún momento. O, si tuviera
alguno, ¿no destruiría el patriotismo al tiempo que la ambición?"

49
P R I M ERA PARTE

Esta polémica sugiere que la idea de diseñ ar el progreso so-


cial mediante el establecimiento inteligente de la lucha de una
pasió n contra otra se convirtió en un pasatiempo intelectual
bastante comú n en el curso del siglo xvIII. Ello se manifiesta
con claridad en una pléyade de escritores, tanto menores como
mayores, en forma aplicada o general. El segundo género se re-
fleja en el aró culo sobre «El fanatismo» en la Eni:yclopédie; fun-
damentalmente, una enérgica diatriba contra las instituciones y
creencias religiosas acaba con una secció n especial sobre «el fa-
natismo del patriota», que es alabado en gran medida porque
puede contrarrestar el fanatismo religioso.' En cambio, Vauve-
nargues expresa la idea en su forma má s general:

Las pasiones se oponen a las pasiones y una puede ser el contrapeso de


g otra 3°

Y el mismo lenguaje se encuentra en la formulación mas elabo-


rada de d’Holbach:

Las pasiones son los auténticos contrapesos de las pasiones; no debe-


mos en absoluto intentar destruirlas, sino más bien tratar de dirigirlas:
compensemos las que son dañ inas con las que son ú tiles para la socie-
dad. La razó n [...] no es sino el acto de escoger aquellas pasiones que
debemos seguir en beneficio de nuestra felicidad.’'

El principio de la pasió n compensatoria había surgido en el


siglo xvIi a partir de la imagen sombría que éste tenía de la na-
turaleza humana y de la creencia general de que las pasiones son
peligrosas y destructivas. En el curso del siglo siguiente tanto la
naturaleza humana como las pasiones fueron ampliamente re-
habilitadas.' En Francia el defensor má s audaz de las pasiones
fue Helvecio.3' Su posició n queda suficientemente clara en ca-
beceras de capítulos de De /’eiprif como «Sobre el poder de las
pasiones», «Sobre la superioridad intelectual de las personas
apasionadas sobre las sensibles jens seiwés} y «Se alcanza la es-

' Véase también má s adelante pp. 86-8y.


EL P R I NC I P I O D E LA PA S I Ó N COM P E N SATO R IA

tupidez así que se deja de ser apasionado». Pero, igual que


Rousseau repetía persistentemerite el llamamiento a observar al
hombre «tal como es realmente» aunque su concepto de la na-
turaleza humana fuera totalmente diferente del que colocó el
llamamiento en primer plano, así se continuó propugnando
el remedio de la pasió n compensatoria aunque se opinara ahora
que las pasiones eran vigorizadoras antes que perniciosas. De
hecho, Helvecio emitió una de las má s acertadas declaraciones
del principio cuyo origen se remonta a la fó rmula original de
Bacon, a la que aiíade, sin duda, un toque rococó :

Hay pocos moralistas que sepan armar nue5tras pasiones para que se
defiendan las unas de las otras [...] a los efectos de acordarlas. En la
mayor parte de las ocasiones su consejo inlligiría demasiado daño en
caso de seguirse. Pero deberían caer en la cuenta de que este tipo de
daño no puede imponerse al sentimiento; que sólo una pasión puede
triunfar sobre una pasión; que, por ejemplo, si se quiere infundir más
modestia y recato en una mujer díscola jrssr galante] hay que colo-
car su vanidad contra su coquetería y hacerla reparar en que la modes-
tia es una invención del amor y de la voluptuosidad refinada [...j Los
moralistas podrían con5eguir que se acataran sus máximas si títuye-
ran en su estilo el lenguaje del interés por el del daño."

Para el pró ximo paso de nuestro razonamiento, es particular-


mente significativo que la palabra «interés» fue utilizada aquí
como término genérico para aquellas pasiones que está n asig-
nadas a la funció n compensatoria.
Desde Francia e Inglaterra la idea viajó a América, donde
los Padres Fundadores la utilizaron como un importante ins-
trumento intelectual para diseñ ar la constitució n.'• Un ejemplo
paradigmático—y, en vista de la reciente experiencia con la pre-
sidencia, muy recurrente—se encuentra en el nú mero y2 de The
Federalist, donde Hamilton justifica el principio de la reelecció n
del presidente. Su razonamiento se centra principalmente en la
influencia que la prohibició n de reelegir tendría en las motiva-
ciones del titular del cargo. Entre otros efectos negativos, dice,
figuraría la «tentació n de opiniones só rdidas, del peculado»:
P RI M E RA P AR T E

Un hombre avaricioso, que tal vez pudiera cumplir el mandato, espe-


rando el momento en que debe ceder los emolumen tos de que goza,
sentiría la propensión, que no sería fácil de resistir para un hombre
coma éste, de sacar el mayor provecho de la oportunidad de que goza-
ba mientras existió, y acaso no sentiría escrúpulos en recurrir a los mé-
todos más corrupto5 para hacer la cosecha tan abundante como transi-
toria; pero el mismo hombre, probablemente, con una perspectiva
diferente ante él, se podría contentar con los incentivos regulares de su
situación, y tal vez se mostrar ía incluso reacio a arriesgarse a las con-
secuencias de un abuso de sus posibilidades. Su avaricia podría ser una
prevención contra su avaricia. Añadamos a esto que el mismo hombre
podría ser vano y ambicioso, además de avaricioso. Si le fuera dado es-
perar la prolongación de sus honores por su buena conducta, tal vez
dudara en sacrificar el afán por éstos al afan por ganancias. Pero con la
perspectiva de acercarse a una desaparición inevitable, sería probable
que su avaricia se impusiera a su cautela, su vanidad o su ambición.

Las ú ltimas frases muestran un auténtico virtuosismo en el ma-


nejo de la idea de la compensació n, tanto que dejan al lector
moderno, poco habituado a estas líneas, un poco jadeante.
Un ejemplo más conocido de razonamiento que parece
muy similar esta en el nú mero y I de Nc FederaliU, donde la
divisió n de poderes entre las diversas ramas del gobierno es
elocuente- mente justificada en la declaració n de que «hay que
hacer que la ambició n contrarreste la ambició n». El significado
de esta es que se espera que la ambició n de una rama del
gobierno con- trarreste la de otra, una situació n muy diferente
de la anterior, en que se ve a las pasiones pugnando por
expulsarla en el esce- nario de una sola alma. Pero tal vez sea
significativo que el prin- cipio de la divisió n de poderes recibiera
las vestimentas de otra: la idea relativamente reciente de los
controles y balances cobró mayor capacidad de persuasió n al ser
presentada como una apli- cació n del principio ampliamente
aceptado y plenamente cono- cido de la pasió n compensatoria.
No fue una estratagema premeditada, por supuesto. De he-
cho, el autor de aquella frase (Hamilton o Madison) parece ha-
ber resultado la primera víctima de la confusió n que propició ,

§2
E L P R I N t? IP I O DE LA PAS I Ú N CO M P E N SATO B ÍA

puesto que continú a: «fl al vez sea una reflexió n sobre la natura-
leza humana que tales modelos sean necesarios para controlar
los abusos del gobierno. Pero ¿qué es el propio gobierno si no
la má s importante de las reflexiones sobre la naturaleza huma-
na?». Bien, ciertamente es una «reflexió n sobre la naturaleza
humana» sostener que los impulsos malvados del hombre só lo
pueden reprimirse disponiendo sus diversas pasiones para que
luchen y se neutralicen recíprocamente. El principio de la divi-
sió n de poderes, por otra parte, no es ni por asomo tan insul-
tante para la naturaleza humana. Parece, pues, como si al escri-
bir la lapidaria frase «hay que hacer que la ambició n contrarreste
la ambició n» su autor se persuadiera de que el principio de la
pasió n compensatoria, mas que de controles y balances, era
el fundamento del nuevo Estado.
En términos más generales, parece bastante plausible que el
principio anterior sentara las bases intelectuales para el princi-
pio de la separació n de poderes. De esta manera la cadena de
pensamiento estudiada aquí retornaba a su punto de partida:
había empezado en el Estado, de donde pasó a considerar pro-
blemas de la conducta individual, y en el momento adecuado las
ideas que proporcionó esta fase fueron importadas de regreso a
la teoría política.
«INTERÉ S» E INTERESES»
COMO DOMADORES DE LAS
PASIONES

Una vez la estrategia de lanzar pasió n contra pasió n fue conce-


bida y considerada aceptable y aun prometedora, se hizo
desea- ble un paso mas en la secuencia de razonamiento que
aquí se describe: para que la estrategia pudiera aplicarse, para
que fuera
«operativa» en el argot de hoy en día, era necesario saber, al me-
nos a grandes rasgos, a qué pasiones había que asignar normal-
mente el papel de domador y cuales, por el contrario, eran
las pasiones auténticamente «salvajes» que habían de ser
doradas.
Una determinada asignació n de papeles de este tipo subyace
al Pacto hobbesiano, que se acuerda só lo para que los ‹deseos y
otras pasiones de los hombres», tales como la persecució n agre-
siva de riquezas, gloria y dominio, sean superadas por aquellas
otras «pasiones que inclinan a los hombres a la paz», que son ‹el
miedo a la muerte; el deseo de las cosas que son necesarias para
una vida confortable, y una esperanza, nacida de su inteligen-
cia, de obtenerlas».” La totalidad de la doctrina del contrato so-
cial es, en este sentido, un retoñ o de la estrategia compensatoria.
Hobbes necesita apelar a ella só lo una vez, puesto que aspira a
fundar un Estado tan consolidado que los problemas que crean
los hombres apasionados se resuelvan de una vez por todas. Con
esta tarea en mente le bastó definir las pasiones domadoras y las
que había que domar en un esquema ad hoc. Pero muchos con-
temporá neos de Hobbes, aunque compartan la preocupació n
acerca del predicamento del hombre y la sociedad, no adoptaron
esta solució n radical y consideraron, ademá s, que la estrategia
compensatoria era necesaria en un esquema continuado y coti-
54
« I NT ER ÉS » E INTE RES ES ›

diano. Para ello, era claramente necesaria una formulació n mas


general y permanente de la asignació n de papeles. Tal formula-
ció n apareció efectivamente y cobró la forma de oponer los in-
tereses de los hombres a sus pasiones y de contrastar los efectos
favorables que se siguen cuando los hombres son guiados por sus
intereses y el calamitoso estado de cosas que prevalece cuando
los hombres dan rienda suelta a sus pasiones.
Para entender la oposició n de estos dos conceptos, hay que
decir antes algo sobre los varios y sucesivos (y a menudo simul-
tá neos) significados de los términos «interés» e ‹intereses» a lo
largo de la evolució n del lenguaje y las ideas. Los «intereses» de
las personas y grupos finalmente se centraron en el beneficio
econó mico, constituyendo su significado fundamental, no só lo
en el lenguaje cotidiano sino también en términos sociales
y cienó ficos como «intereses de clase» y «grupos de interés».
Pero el significado econó mico se hizo dominante en un mo-
mento má s bien tardío de la historia del término. Cuando el
término «interés» en el sentido de preocupaciones, aspiracio-
nes y beneficio cobró fuerza en Europa occidental al final del si-
glo xvi, su significado no se limitaba en absoluto a los aspectos
materiales del bienestar de una persona; má s bien, abarcaba la
totalidad de las aspiraciones humanas, pero denotaba un ele-
mento de reflexió n y cá lculo en cuanto a la manera de perseguir
estas aspiraciones. De hecho, el pensamiento serio que com-
prendía la noció n de interés surgió por vez primera en un con-
texto totalmente alejado de los individuos y de su bienestar ma-
terial. Antes se mostró có mo la preocupació n por mejorar la
calidad del arte de gobernar estaba en el origen de la petició n de
un mayor realismo en el analisis del comportamiento humano.
Esta misma preocupació n condujo a la primera definició n e in-
vestigació n pormenorizada del «interés».

' La historia del término se remonta mucho más allá en lo que atañ e a sus otros
significados, como el interés que se grava al dinero prestado y el extrañ o uso
francés en que iutfi£i significaba dañ o y pérdida, un significado todavía evi-
dente en los actuales dommages-intéréts.
P R I M ERA PARTE

Maquiavelo se si tú z de nuevo en la fuente de la que mana-


ron las ideas que examinamos, porque inició la cadena de pen-
samiento que se desarrolló en la noció n de enfrentar pasiones
contra pasiones. Como veremos, estas dos corrientes discurrie-
ron de manera separada durante mucho tiempo, pero al final
confluyeron, si bien con algunos resultados destacados.
Eu realidad, Maquiavelo no bautizó a su criatura. Prescribió
un comportamiento característico para los gobernantes de Es-
tado, pero no los subsumió bajo una sola expresió n. Posterior-
mente sus escritos inspiraron los términos gemelos, inicialmen-
te sinó nimos, interesse y ragione di xtato, que alcanzaron amplia
boga en la segunda parte del siglo xvI, Como muestra el impor-
tante estudio de Meinecke.’ 6 Estos conceptos habían de batallar
en dos frentes: por una parte, eran obviamente una declaració n
de independencia respecto de los preceptos moralizadores y las
reglas que habían constituido el pilar de la filosofía política pre-
via a Maquiavelo; pero al mismo tiempo apuntaban a una iden-
tificació n de una «voluntad sofisticada, racional, no sacudida
por las pasiones y los impulsos pasajeros»,' 7 que proporcionara
al príncipe una guía clara y segura.
La principal batalla de Maquiavelo, el fundador del nuevo
arte de gobernar, se produjo, por supuesto, en el primer fren-
te, aunque Meinecke muestra que no se olvidó en absoluto
del segundo. 3 Las restricciones que implicaba para los go-
bernantes el concepto de interés en tanto que guía para la
acció n empezaron a destacarse conforme este viajaba desde
Italia a Francia e Inglaterra. Se destacan nítidamente en la fa-
mosa frase inicial del ensayo Os ihe interest of princes and sta-
tes of Christendom del duque de Rohan, hombre de Estado
hu- gonote:

Les princes commandent aux peuples, et l’intérêt commande aux


princes.‘

' Los príncipes gobiernan a sus pueblos y el interés gobierna a los príncipes.

6
s - '
« INT E RÉ S › E « I NT E RE SE S »

; Como señ ala Meinecke, Rohan tomó prestada tal vez esta for- mulació n
de escritores italianos espe
separa aquí el «deseo tran-

l quilode riqueza» (observemos que calm [‘tranquilo’] es el equi-


valente inglés de doux) y la avaricia no es la intensidad del deseo,
sino la predisposició n a pagar grandes sumas para alcanzar be-
neficios aú n má s elevados. Así pues, un deseo tranquilo es defi-
nido como el que actú a con cá lculo y racionalidad, y es por tan-
to exactamente equivalente a lo que en el siglo xvIi se entendía
como interés.
La nueva terminología entrañ aba un problema: si bien po-
día imaginarse fácilmente una victoria de los intereses sobre las
pasiones, el lenguaje hace bastante má s difícil ver có mo las pa-
siones tranquilas podrían erigirse como conquistadoras sobre
las violentas. Hume, que también había adoptado la distinció n
entre pasiones tranquilas y violentas, abordó directamente el
asunto y lo resolvió en una frase aguda:

Debemos [...] distinguir entre una pasión tranquila y una débil; entre
una violenta y una fuerte."

De esta manera quedaba todo zanjado: una actividad como la


adquisición de riqueza conducida racionalmente podía ser cata-
logada e implícitamente aprobada como pasión tranquila que
era al mismo tiempo fuerte y capaz de triunfar sobre diversas '
pasiones turbulentas (aunque débiles). Es precisamente este ca-
rácter dual del empuje adquisitivo lo que Adam Smith subraya
en su conocida definición del deseo de mejorar nuestra condi-
ción como «un deseo que, mugre generalmente tranquilo y
desa- pasíonado nos acompaña desde que estamos en el vientre
mater-
88
ACTIVI DAD LUN RAT IVA COM O PA S I‹5 N CAL M ANTE

no, y nunca nos abandona hasta que llegamos a la tumba»." Y


Hume ofrece un ejemplo específico de la victoria de esta
pasión tranquila pero fuerte sobre una violenta en su ensayo «Del
in- terés»:

Es una consecuencia infalible de todas las profesiones industriosas [...]


que el amor por la ganancia prevalezca sobre el amor por el placer.'6

Dentro de un momento examinaremos defensas aú n má s


extravagantes del «amor por la ganancia». Pero, en este punto
de nuestro relato, puede considerarse el dictamen de Hume
como la culminació n del movimiento de ideas que hemos se-
guido: aquí un filó sofo destacado en su tiempo celebra el
capi- talismo porque activará algunas inclinaciones humanas
benig- nas a costa de otras malignas con la esperanza de que,
así, reprimirá y tal vez atrofiara los componentes más destructivos
y nefastos de la namraleza humana.

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