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EXAMEN LITERATURA UNIVERSAL IV

La idea de modernidad.

Asociada al secularismo, la modernidad es un sentido de lo irrepetible del tiempo.


El adjetivo y sustantivo modernus, se inventa en la Edad Media a partir del adverbio modo
(recientemente, justo ahora), cuyos antónimos son antiqus, vetus, priscus (antiguo, viejo,
arcaico). Es notable que el latín antiguo no necesitara la oposición de “moderno/antiguo”,
debido quizás al desinterés en la antigüedad clásica latina por las relaciones a través del
tiempo. No será hasta fines del siglo V que se necesitará definir lo “moderno”. En el siglo
XII encontramos una disputa entre humanistas por la poesía antigua y la nueva, defendida
por los “moderni”, que se consideraban superiores a los “antiguos” aunque eran “Enanos
modernos a hombros de antiguos gigantes”, asegurándose así la legitimación de la
tradición. Montaigne utilizará la misma metáfora, en el siglo XVI para definir a los
modernos de su tiempo, que obtienen su alta posición en el progreso como consecuencia de
la ley natural que los hace estar sobre los hombros de quienes los precedieron, más que por
sus esfuerzos, y en el siglo XVII será mencionada por Robert Burton, Isaac Newton y
Pascal, que, a diferencia de Descartes, no cree que la nuevas ciencia y filosofía deban
comenzar de cero sin reconocer la deuda al conocimiento pasado.

La oposición “moderno/antiguo” en tres eras de la Historia Occidental.

La Edad Media concibe el tiempo en líneas esencialmente teológicas, en una sociedad


económica y culturalmente estática. Petrarca y Boccaccio ilustran la energía y
rejuvenecimiento de la sociedad, son pioneros agudamente conscientes de vivir un tiempo
nuevo, todavía hijos de la “época oscura”, pero también de la gloria de la Antigua Roma.
El Renacimiento se caracteriza por una consciencia contradictoria del tiempo, tanto en
términos históricos, como psicológicos que darán las pautas de la Modernidad. Para
Petrarca y la siguiente generación de humanistas, la historia ya no es un continuum sino
una sucesión de épocas claramente diferenciadas que parece proceder por rupturas
dramáticas y la alternancia de periodos de grandeza ilustrada con periodos oscuros de

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decadencia y caos. Este modo de pensar es revolucionario sin precedentes antes del
Renacimiento. El hombre debe participar de la creación del futuro.

Los antiguos somos nosotros.

La querella de finales del siglo XVII, en sus aspectos estéticos se origina en gran parte de
la discusión filosófica y científica de los siglos XVI y XVII, que libera la razón de la
tiranía de la escolástica medieval y de la igualmente restrictiva idolatría de la antigüedad
del Renacimiento. Es uno de los hitos en la historia de la autoafirmación e la modernidad.
Es interesante observar que “moderno” había adquirido connotaciones negativas en el uso
general. Para Shakespeare era sinónimo de vulgar, común o trivial. Los modernos eran una
vez más enanos comparados con los gigantes de la antigüedad, hasta que Francis Bacon
construye una paradoja entre la experiencia infantil y la sabiduría de la edad madura: son
los modernos quienes realmente son antiguos, habiendo sido “modernos” los antiguos
cuando vivían y eran jóvenes. Descartes seguirá a Bacon diciendo “C’est nous qui sommes
les anciens” (los antiguos somos nosotros).

Comparación entre modernos y antiguos.

Es en el Renacimiento que se desarrolla la idea de comparar los logros modernos con los
antiguos y será una querella persistente hasta que el racionalismo y la doctrina del progreso
se imponen a la filosofía y las ciencias. Charles Perrault aplica el concepto científico de
progreso a la literatura y el arte, aunque en la famosa riña las figuras que apoyaban a los
modernos eran comparativamente menores que los pro antiguos ya sea en Francia que en
Inglaterra. Los modernos hacían tres tipos de crítica a los antiguos:
A. El argumento de la razón: ya durante el neoclásico francés, la elaboración de las reglas
de la belleza son el triunfo de la racionalidad cartesiana sobre la autoridad poética,
preparando el camino para las pretensiones de superioridad de los modernos.
B. El gusto: a la necesidad neoclásica de lograr combinar la utilidad y el placer y
atribuyen las críticas de los modernos a las traducciones a las que debían referirse al no
conocer el griego ni el latín. Los modernos privilegian el objetivo de instruir y agradar,
piensan que el avance del saber, el desarrollo de la civilización y la influencia de la
razón contribuyen a una mejor comprensión de los valores perennes y universales, que
se observarían de modo menos claro en tiempos antiguos. Podemos decir que Perrault y

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sus seguidores utilizaban contra los antiguos los mismos argumentos estéticos de éstos
últimos.
Los modernos del siglo XVII y XVIII no pusieron en tela de juicio ninguno de los
criterios fundamentales de la belleza
C. El argumento religioso: en el siglo XVII y después, la oposición entre autoridad y
razón no se extendió a cuestiones religiosas. Se podía estar a favor del racionalismo y
la doctrina del progreso y aceptar los principios de autoridad en teología. Pascal
distingue la verdad racional de la verdad sobrenatural de la religión Los modernos
pretenden ser intelectualmente más maduros que los antiguos y estar en posesión de la
verdad revelada por Cristo (inaccesible a los antiguos). Lo único que los antiguos
tenían a su favor era la belleza. En un aforismo, Joubert (1754-1824), dice “Dios,
incapaz de revelarles la verdad a los griegos, les dio el genio para la poesía en su
lugar”. A principios del siglo XIX los románticos podían rechazar el progresismo y
optimismo filosófico de la ilustración, pero comprometerse con un ideal moderno más
ampliamente concebido. El reconocimiento de la esencial conexión entre cristianismo y
modernidad será uno de los temas principales del romanticismo.
La oposición “moderno/antiguo” se transformó en un marco de partidismo estético,
creando el patrón de desarrollo literario y artístico que negará los modelos establecidos.
De lo Moderno a lo Gótico, a lo Romántico, a lo Moderno.
La oposición “moderno/antiguo” estará al origen de otras oposiciones como
“clásico/moderno”, “clásico/gótico”, “naif/sentimental”, “clásico/romántico” y en el
idioma crítico más reciente: “clásico/barroco”, “clásico/manierista”, etc., terminologías que
surgen de un profundo cambio en el gusto y en la concepción misma de la belleza que
pierde sus aspectos de trascendencia hasta convertirse en una categoría puramente histórica
desde el siglo XVII. En su Letters on Chivalry and Romance, Richar Hurd (1762), habla
del clásico y gótico como dos mundos autónomos, ninguno de los cuales puede
considerarse superior al otro. Hurd utiliza la distinción “clásico/moderno” designando
“moderno” a toda la cultura del cristianismo y “clásico” al mundo pagano.
A comienzos del siglo XIX “romántico” era sinónimo de “moderno”, dicho por
Chateaubriand, en su libro así titulado, era esencialmente una expresión de El genio del
Cristianismo. En él, Chateaubriand da la superioridad a los modernos no por la práctica de
la más verdadera de las religiones, sino de la más poética. El nuevo tipo de belleza se basa
en lo “característico”, en la síntesis de lo “grotesco” y lo “sublime”, en lo “interesante” que
remplazan el ideal de perfección cásica. Stendhal no duda en decir que Sófocles y

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Eurípides fueron románticos en su día, del mismo modo que Racine en la corte de Luis
XIV y habla de le beau ideal Antique et le beau ideal moderne en su Histoire de la pinture
en Italie de 1817. En otra obra cita a Goethe para subrayar la ecuación entre goût y mode:
el gusto es la habilidad de agradar hoy día, por lo que el gusto es moda, opinión muy
alejada de la idea neoclásica de intentar acercarse lo más posible al modelo universal e
intemporal de belleza.
Las intuiciones de la mentalidad moderna deberán ser confirmadas por el futuro. Se
enfrenta a la oposición de sus contemporáneos, víctimas inconscientes del poder despótico
del hábito. Para Stendhal el romanticismo incluye las nociones de cambio, relatividad y
actualidad, coincidiendo con lo que Baudelaire llamará la modernité cuatro décadas más
tarde.

Las dos modernidades.

La modernidad como etapa en la historia de la civilización occidental y la modernidad


como concepto estético se concretizan como conceptos en algún momento de la primera
mitad del siglo XIX. Desde entonces, las relaciones entre las dos modernidades han sido
hostiles.
La modernidad histórica, idea típicamente burguesa, continúa las tradiciones de periodos
anteriores: el progreso, los benéfico de la ciencia y la tecnología, el culto a la razón y el
ideal de libertad dentro del marco del humanismo abstracto, el culto de la acción y el éxito,
asociados con la batalla por lo moderno se fomenta como valores esenciales de la
civilización triunfante de la clase media.
La otra modernidad originará las vanguardias desde sus comienzos románticos hasta las
radicales actitudes antiburguesas, rechazando la escala de valores de la clase media a través
de la rebelión, la anarquía y el autoexilio aristocrático.
El Oxford English Dictionary registra la aparición del término “modernidad”, significando
“época actual”, en 1627. En Francia el termino correspondiente no se utiliza antes de
mediados del siglo XIX. Baudelaire lo utiliza de manera original y valorizante, al contrario
de Chateaubriand para quien es sinónimo despectivo de la mezquindad y banalidad de la
vida moderna. Así, modernismo tendrá el doble significado de revolucionario o pedante
(filisteo), originándose uno de los más duros clichés que la crítica marxista hace de Goethe,
dando al poeta esa doble naturaleza. Esa noción de filisteísmo, originalmente una forma de

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protesta estética, se transormará en Alemania en un instrumento de crítica ideológica y
política.
En Francia se experimenta un proceso de estetización que genera el definido l’art pour
l’art, de Théophile Gauttier en la década de 1830, el decadentisme y el symbolisme,
movimientos de extremo esteticismo. Gautier, como Baudelaire son conscientes de la
fealdad de la civilización moderna con su industrialización y mercantilismo, por lo que hay
que buscar un “tipo de belleza moderna” diferente de la belleza canónica de la antigüedad.

Baudelaire y las paradojas de la modernidad estética.

Para Baudelaire “existen tantos tipos de belleza como modos de buscar la felicidad”1.
El concepto de romanticismo (o modernidad) de Baudelaire tiene las cualidades de la
inventiva, la ingenuidad del genio, la imaginación aventurera, como opuesta a la destreza
artesanal, característica de la imitación y el rasgo más sorprendente de la modernidad es su
tendencia hacia algún tipo de inmediatez, su intento de identificación con un presente
sensual captado en su misma transitoriedad y opuesto, por su naturaleza espontánea, a un
pasado endurecido en congeladas tradiciones. Contiene las paradojas de la conciencia de
un tiempo sorprendentemente nuevo, tan rico y refinado que sería un giro cualitativo en la
historia de la modernidad como idea. Baudelaire cree que lo que ha sobrevivido
estéticamente del pasado son expresiones de una variedad sucesiva de modernidades. Una
pasada modernidad en una obra de arte es útil al estudioso del arte, pero no ayuda al artista
discernir la belleza presente, por lo que tomar como modelos las obras maestras del pasado
sólo obstaculiza la búsqueda imaginativa de la modernidad. Separada de la tradición, la
creación artística se convierte en una aventura y un drama en el que el artista sólo tiene
como aliado a su imaginación.
Para Calinescu, la modernidad en general y la modernidad literaria son aspectos de la
consciencia de un tiempo que no se ha mantenido el mismo a través de la historia y la
teoría de la modernidad de Baudelaire no puede ampliarse para dar cuenta de toda la
literatura, simplemente porque la modernidad es una invención reciente que tiene poco que
decir de las variedades de la experiencia estética a las que no les preocupa el tiempo.

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Respecto a la historia positivista, Paul de Man sugiere la oposición entre “modernidad” y
“tiempo histórico”, llegando a exigir “una revisión de la noción de tiempo en el que se basa
muestra idea de la historia”2.
Otro aspecto de la concepción de la belleza de Baudelaire, es su visión dualista de una
“belleza eterna” y una “belleza moderna”, básico en toda la actividad creativa del crítico y
poeta. Un breve examen del elemento espiritual en su pensamiento ofrece una nueva
perspectiva de su concepto de modernidad y de la relación de ésta con un cristianismo que
ha dejado de ser una guía religiosa y una norma de vida, convirtiéndose en un medio para
lograr y dramatizar una lenta consciencia de crisis.
En Mon coeur mis à nu, Baudelaire habla de dos impulsos contradictorios y simultáneos en
el hombre: uno hacia Dios y otro hacia Satán3. La modernidad aparece como una aventura
espiritual: el poeta se dispone a explorar el reino prohibido del mal, la tarea del artista se
parece a la del alquimista que tiene que extraer oro del plomo como metáfora típicamente
baudeleriana para la revelación de la poesía oculta tras los horribles contrastes de la
modernidad social.
Desde Baudelaire, la estética de la modernidad ha sido conscientemente una estética de la
imaginación y el poeta es el ejemplo casi perfecto de la alienación ya sea del artista
moderno, que de la sociedad y de la cultura oficial de su época. Para Calinescu, toda la
crítica que Baudelaire hace a la modernidad sociopolítica gira alrededor de la idea de los
tiempos modernos favorecen cada vez más la manifestación sin restricciones de los
instintos naturales del hombre (paradójicamente considerados odiosos y horribles por el
poeta, que hace la apología del dandismo), rechazando la falsa concepción de moralidad
del siglo XVIII de que el hombre es naturalmente bueno. Para Baudelaire, la democracia
moderna (que ve en su estado más puro en Estados Unidos), no es más que el triunfo de lo
más natural y a la vez peor del hombre (interés personal, agresividad, instinto gregario,
etc.). Al mismo tiempo rechaza tanto la idea romántica de un “genio natural” como el
tradicional concepto orgánico del arte, considerando el elemento consciente y deliberado
en el proceso de la creación artística en el que la “inspiración” se convierte en una cuestión
de método y voluntad. Baudelaire comparte con Novalis y con Edgar Allan Poe la
convicción de que la poesía y las matemáticas están inherentemente relacionadas.

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Rechazando el “proceso orgánico” con el que muchos románticos definían al objeto
artístico, Baudelaire se inclina a favor de las metáforas mecánicas: el funcionamiento de
una máquina es algo “más bello” que el crecimiento de una planta, sentando as huellas para
el surgimiento de los diversos modernismos y las futuras vanguardias. Atrapada en
contradicciones, la estética de Baudelaire reivindica el rechazo del pasado normativo y
lamenta la intrusión de un presente de clase media vulgar y materialista que provocó la
pérdida del pasado aristocrático.

Modernidad, muerte de Dios y utopía.

La asociación de modernidad y visión secular del mundo es hoy automática, pero en una
perspectiva histórica vemos que no sólo es relativamente reciente, también menos
importante comparada con la relación entre modernidad y cristianismo que podemos
dividir en cuatro fases principales:
La primera es el uso medieval de modernus (un hombre de la época, un recién llegado),
opuesto a antiquus (cualquiera cuyo nombre hubiera alcanzado veneración en el pasado sin
importar si vivió antes o después de Cristo).
La segunda fase comienza en el Renacimiento y se extiende hasta la Ilustración y se
caracteriza por una separación gradual de la modernidad y el cristianismo. Nociones como
“antigüedad” y “antiguo” conservan sus connotaciones fuertemente positivas, pero ya no
designan un pasado indiferenciado, sino una parte privilegiada y ejemplar de éste.
Hacia fines del periodo racionalista y empirista de la Ilustración la idea de modernidad
pierde mucha de su neutralidad y el conflicto con la religión se hace público: Ser moderno
equivalía casi a ser “librepensador”.
La tercera fase durante el periodo Romántico con su énfasis en el sentimiento y la
intuición, su interés en la civilización medieval, es una reacción confusamente compleja
contra el seco intelectualismo del siglo de las luces. El concepto de modernidad cubre toda
la era romántica. El “genio moderno” y “el genio del cristianismo” están separados por un
vacío infranqueable y existen como dos tipos de belleza autónomos. Los románticos hacen
un nuevo uso de la metáfora. La noción de un cristianismo agonizante explica que hayan
sido los primeros en concebir el mito romántico de la muerte de Dios, resultado de la
negación que el cristianismo hace del tiempo cíclico en favor de un tiempo lineal e
irreversible que conduce a la eternidad.

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La separación de la modernidad y cristianismo es una ilusión pues destacados autores
modernos son incomprensibles fuera de la tradición judeo-cristiana o practican un ateísmo
apasionado, lo que requiere poder oponerse a la inspiración religiosa. Todas las
irresolubles contradicciones de la tradición judeo-cristiana se plantean simultáneamente
para perturbar todo tipo de certeza e inducir a una desesperación y una angustia existencial.

Modernidad según Berman


Para hablar de la Modernidad hay que comenzar situando a la humanidad en el estadio
premoderno (Durante la Edad Media): en ese tiempo la interpretación de la institución
religiosa era incuestionable. Hacer algo distinto a lo establecido, no por la falta de ideas,
sino por el estigma en el hecho del cambio, era condenable; ya que estaba establecida la
idea de que la vida terrenal no tenía valor.
La modernidad, siguiendo a Berman entonces es: una experiencia vital o una postura
filosófica, que se fundamenta en las ideas impulsadas por la burguesía en el siglo XVII, y
que conduce al individuo, a adquirir la conciencia del ser y del estar en el mundo. “Ser
moderno, es enfrentarse con todo – pérdidas y ganancias – a un entorno que ofrece
aventura, peligro, poder, subordinación, alegría, nostalgia, crecimiento, transformación,
etc”; es cotejarse con el individuo en el tiempo y en el espacio.
Para comprender mejor esta noción, es necesario revisar primero, los conceptos de
modernismo y modernización.
Al modernismo, puede definírsele como, un movimiento sociocultural de carácter
dialéctico que recoge las ideas de la modernidad, para configurar mediante ellas una
esencia artística y promociona, simultáneamente, el culto de lo nuevo por lo nuevo. Y la
modernización, se entiende como, todos aquellos procesos sociales, económicos,
culturales, científicos y tecnológicos materializados por el modernismo que se derivan del
paradigma del pensamiento moderno. Hasta aquí solo hemos diferenciado modernidad,
modernismo y modernización, pero, no hemos tratado a fondo el concepto de modernidad,
conviene en segunda instancia examinar la evolución de dicho concepto.

La modernidad ha presentado tres fases: la primera fase, se sitúa en los siglos XVII y
XVIII, en ella el hombre es consciente que habita un mundo turbulento con continuos y
radicales cambios y contradicciones, pero, no existe un público moderno concreto, con el
cual, intercambiar las percepciones de su condición. La segunda fase, inicia en la década
de 1790 con la Revolución Francesa y se extiende por todo el siglo XIX, en ella surge el

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gran público moderno, que comparte la sensación de estar viviendo una época de grandes
revoluciones en todos los ámbitos de la vida humana. La tercera y última fase, abarca todo
el siglo XX, aquí el público moderno se globaliza, se fragmenta y, al mismo tiempo, se da
el triunfo de la cultura del modernismo.

En la primera fase, la voz arquetípica es la de Rousseau. Quien percibe con asombro el


torbellino de la sociedad de su época, esto es, la conciencia de la fugacidad de las cosas,
por eso nos dice que, lo que se ama hoy no se sabe si se amará mañana, Rousseau llega a
esta conclusión producto de las exploraciones que hace al paisaje moderno y en las que
encuentra, además, ambigüedades y contradicciones. En la segunda fase, sobresalen las
voces de Marx y Nietzsche. Marx plantea que la atmosfera moderna proviene de causas
sociológicas que ocasionan el resquebrajamiento de la sociedad, la condición del ser
humano dentro de la sociedad se configura radicalmente paradójica, así el ser humano debe
afrontar su devenir en la historia con las ganancias y pérdidas que esto implique, esto lleva
a la individualización del ser. Nietzsche al igual que Marx asume la modernidad con
alegría, nos dice entonces, los modernos solo hallan bienaventuranza en tanto se
encuentren dentro del violento ritmo social, Nietzsche cree en la relatividad de los valores;
en contraposición a Marx, quien profesa confianza en una ética colectiva, como vemos
ambos coinciden en que el mundo es fugaz, pero desde orillas distintas.

En la tercera fase, las voces de la modernidad se contraponen. Los futuristas, creen


ciegamente en que la evolución de las máquinas llevara al hombre alcanzar el anhelado
progreso, pero olvidan, el coste humano que ello acarrea: “al hombre no le queda más que
enchufar la máquina”. En contraste Max Weber, afirma que el ser humano está preso por
los avances tecnológicos que lo vuelven un ser frívolo y unidimensional, sin sentimientos,
configurando así una visión escéptica del modernismo, esta fe en las maquinas trajo
consigo un efecto de boomerang, ya que, la tecnología se volcó irremediablemente contra
el propio hombre.

En suma, el modernismo del siglo XX nos dio una lección que nunca olvidaremos. Este
siglo se caracterizó por ser prolífico en el diseño y creación de máquinas que mejorarían la
calidad de vida del ser humano, paralelo a esto, las guerras mundiales arrojaron millones
de muertos gracias al uso de esta tecnología.

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Esto hizo que en los años 60´s apareciera un modernismo que tenía tres tendencias una
afirmativa, una negativa y una aislada. En la aislada, se concibe el valor del arte por el arte,
es decir, este se sustrae de la realidad y queda limitado a la mera técnica; la negativa,
apuesta por un arte cuyo objetivo es mostrar las fisuras de la sociedad modernista, dejando
por fuera los aspectos positivos de esta sociedad; finalmente, la tendencia afirmativa
recoge los productos culturales de la industria y propone crear con ellos un arte que
evidencie el rol del hombre dentro de la sociedad consumista, olvidando el criticismo que
permite valorar los conflictos de la existencia humana.

Como lo afirma Michael Foucault, en esta época los ideales modernos se han diluido, estos
le han permitido al hombre fijarse sueños de libertad, pero al no concretarlos ha quedado
prisionero de ellos, en otras palabras, las almas humanas se moldean para adaptarse a los
barrotes, dentro de este paradigma moderno nunca seremos libres. Todas estas revisiones
de la modernidad, comparten la conciencia del ser y del estar en el mundo, no obstante, se
radicalizan dejando de lado aquello que caracterizo a las primeras tradiciones modernas –
las tradiciones de Rousseau, Marx y Nietzsche – la ambigüedad y la contradicción. Es
posible, construir una cultura moderna contemporánea si volvemos a las raíces de la
modernidad.

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