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Para empezar el año

(Diario de Concepción 21-3-2012)

Hace ya mucho tiempo, la tarde del 31 de diciembre del 2011, muchos hicimos un
recuento del año que terminaba. Casi nadie queda satisfecho después de recuentos de ese
tipo. De esa insatisfacción –que es con uno mismo y no con el año que termina- suelen
nacer los propósitos de año nuevo.

Pero en Chile el año no comienza en enero sino en marzo, y es en este mes donde los
proyectos de año nuevo chocan con la realidad. Pueden quedar sepultados sin llegar a
cumplirse en lo más mínimo (y todo sigue igual que el año anterior, o empeorando
lentamente) o puede haber un intento de ponerlos en práctica. Es frecuente que tales
intentos fracasen, tanto, que al cabo de unos años ya no dan ganas de formular propósitos
de año nuevo y ni siquiera de hacer el balance del año anterior.

Es grande la tentación de rendirse de antemano, parece que es mejor no proponerse nada


que hacerlo y salir derrotado. Pero esto es un engaño: rendirse sin intentar nada es la
peor de las derrotas. Es también una señal de vejez de alma –del que se cierra a la
posibilidad de cambiar- que nada tiene que ver con la edad. Por lo demás, el que no saca
ninguna cosa en limpio al mirar el año anterior probablemente deje de hacer este
examen; una cosa y otra van unidas. Y el vivir sin examinar lo que se hace, esa irreflexión,
es un dejar que la vida pase como si no se hubiese vivido. Pero no todo está perdido
todavía: si a estas alturas no se han hecho planes de mejora para el 2012, aún es tiempo,
porque el año, a pesar de estar en su tercer mes, recién comienza.

Los buenos propósitos de año nuevo no tienen por qué morir antes de tiempo. La ventaja
de estar todavía en el principio, antes de que el ajetreo cotidiano se vuelva inmanejable,
es que se puede prever y planificar. Respecto de esto se me viene a la mente el episodio
de Ulises y las sirenas, lamentablemente poco conocido por mis alumnos, relatado en la
Odisea. (Releer la Ilíada y la Odisea puede ser un buen proyecto para este año). El héroe,
sabiendo lo peligroso que el canto de las sirenas podía ser para él y sus tripulantes, les
tapó los oídos con cera de abeja, y él mismo se hizo atar al mástil de su barco para poder
oír el canto sin sucumbir. Planificando, pues, pudo adelantarse a la dificultad y crear las
condiciones para superarla.

Este “atarse al mástil” necesario para poder llevar a cabo cualquier buena intención –para
algunos será sacar el televisor de la pieza, para otros bloquear algunos sitios de internet o
entregar las llaves de la despensa- no es una pérdida de libertad, sino una libertad ejercida
con reflexión, vivida cara al futuro, que permite tomar un control más firme de la propia
vida.

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