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Infinito

La variedad de cosas que hay en el mundo, tanto natural como artificial, es casi infinita. ¿Quién
puede decir que una cosa u otra sea la mejor o la más bella en su tipo? Esta variedad pone de
manifiesto la limitación de las cosas materiales: nada puede agotar la perfección de su propia
especie, por mucho que lo intente. Un caballo negro, por ejemplo, no es mejor que uno blanco; ni
un veloz auto deportivo es mejor auto que un duro todoterreno o que un elegante auto de lujo.
Todos son buenos y tienen algo atrayente, pero que les impide ser como los otros.

En esto se ve muy claramente por qué ninguna cosa material satisface completamente al hombre,
por muy buena que sea. Ningún objeto puede dar al ser humano lo que más quiere, que es la
felicidad, porque el deseo de felicidad del hombre es infinito y ninguna cosa o cantidad de cosas
cumple ese requisito. Parece obvio, pero como las cosas materiales -los objetos- siempre dan
alguna satisfacción, se produce el engaño de pensar que una buena cantidad o calidad de ellas
llevarán a la satisfacción completa. Pero al final ninguna cosa logra eso, porque el ser humano
tiene anhelos de infinito.

Esto se hace especialmente presente en Navidad. Se anticipan regalos –que se deben comprar con
el sudor de la frente, y se reciben y abren con alegría –pero siempre parece que el anticipo es
mejor que el regalo, que la víspera es mejor que la fiesta (¿será porque es más inmaterial?), y al
cabo de un corto tiempo, los regalos, por buenos que hayan sido, no logran entregar aquello que
implícitamente prometían.

¿Qué es, entonces, lo que puede llenar ese infinito anhelo de infinito que tiene el hombre? Sólo
algo infinito, y todo el universo, con sus miles de mundos, no alcanza a ser infinito. Quizás otro ser
humano sea lo que más acerque al infinito. Pero por experiencia propia todos sabemos que ningún
ser humano es perfecto y tampoco podrá cumplir con hacer completamente feliz a otro.

Para llenar ese anhelo del corazón humano, el infinito entró en el tiempo, se hizo finito y se puso
al alcance de los hombres finitos en la primera Navidad. Esto es lo que se celebra con comidas y
regalos que pueden satisfacer y llenar sólo por un momento porque son sólo un pálido reflejo de
lo que el hombre anhela realmente. Si no se olvida esto, los pálidos reflejos harán más firme la
determinación de alcanzar ese anhelo en el lugar donde realmente se encuentra.

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