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Consideraciones sobre el orden político a propósito del proceso constituyente

Federico García

Escuela de Grumetes “Alejandro Navarrete Cisterna”

Isla Quiriquina

11 de agosto de 2022

Sin duda que el momento en que vivimos, desde que se acordó en llamar al primer plebiscito para
reemplazar la constitución política actualmente vigente, hasta ahora, es un momento especial en la
historia de Chile. Es de esos momentos que pueden cambiar el curso que llevan las cosas. Este
“momento” no comenzó el año 2019, tiene largos antecedentes y es muy pronto todavía para saber
cuándo volveremos a tener una situación de mayor estabilidad y certidumbre. En cualquier caso,
cualquiera que sea la manera y el tiempo en que se resuelva finalmente la situación actual, este habrá
sido un momento decisivo (o es probable que sea así).

Todavía estamos demasiado cerca de los hechos como para poder mirarlos con una perspectiva
histórica, para poder hacer una evaluación ponderada. Sobre los antecedentes que ayudan a
comprender por qué y cómo llegamos hasta aquí, no soy experto y otros les han hablado sobre esto. Sin
embargo, períodos de grandes cambios, o de posibles grandes cambios políticos, nos pueden impulsar a
pensar sobre lo que ocurre para poder situarnos mejor y comprender más.

Palabras y conceptos como “constitución”, “democracia”, “estado”, “nación”, “pacto social”, “poder
originario”, “pueblo”, “refundar”, “casa de todos”, “patria”, “unidad” nos pueden llevar a preguntarnos
qué son estas cosas y cómo se relacionan con nosotros.

La Constitución es, por supuesto, la constitución política. El país, en sí mismo, no constituye ni se ha


constituido por su sistema político (esto podría ser el caso de otros países, como los EE.UU.). Sin
embargo, la forma en la que se organiza el país y cómo se extiende y limita el poder de las autoridades
es una parte fundamental de la vida nacional. Quizás los efectos de un cambio constitucional no se
noten en el corto plazo, pero en el plazo más largo un cambio de leyes puede llegar a cambiar el
carácter de un país.

Esta primera consideración: que el país no se constituye como tal sólo por el sistema político, nos puede
llevar a preguntarnos qué es lo que hace a una comunidad política. No es una asamblea constituyente,
puesto que había algo antes de ella, de la cual ésta deriva su autoridad. Se puede pretender que el
momento que vivimos es un nuevo momento inicial, una refundación. Podría llegar a serlo, pero eso
podría ocasionar problemas tanto teóricos como prácticos.

Si llegamos a este momento es porque había una cierta crisis (hasta dónde esta crisis se extendía por la
población y hasta dónde era una crisis en una parte de una minoría gobernante, es otro asunto). El
hecho es que una parte de los ciudadanos reconocía cada vez menos legitimidad al orden vigente y
algunos exigían un cambio completo de ese orden, para adherir a una nueva versión de este. La falta de
unidad es un problema grave para cualquier entidad.
Se busca la unidad en un país dividido. Esto ya es un lugar común (pero no es un problema sólo de Chile
en otros países de Occidente se viven situaciones parecidas, nuestro momento actual es parte de algo
mayor). Esta situación nos puede llevar a dos preguntas: una particular: ¿Qué es lo que nos une cómo
chilenos? Y otra más general: ¿Qué es lo que une a una sociedad o comunidad? (¿qué es lo que la
diferencia de una aglomeración de personas en un mismo lugar?).

Se ha dicho que por encima de las diferencias puede primar un respeto que algunos llaman amistad
cívica. Pero una amistad, incluso una amistad cívica, tiene alguna base, se fundamenta u origina en algo.
Habría que preguntarse qué es lo que nos haría amigos, aunque sólo sea amigos cívicos, de una persona
que ve el mundo de una manera completamente distinta a nosotros.

Otra manera de formular esto mismo es decir que lo que une a las personas para que lleguen a formar
una comunidad es un propósito común, el amor a algo que se pueda compartir: es lo que tendrían en
común, lo que daría forma a la comunidad. Esto es un bien común: algo que pueden tener varios a la
vez, de manera completa. También es parte del bien lo común lo que en común se considera como
bueno: virtudes, valores, creencias… esto en la sociedad contemporánea no ocurre.

(Por otra parte, cuando dos o más personas quieren lo mismo, la misma cosa, pero esta no se puede
compartir, se produce la competencia, la rivalidad y el conflicto). Por eso mismo, una sociedad no puede
–por mucho tiempo, al menos- sustentarse sobre una base que implique sólo la repartición de bienes
materiales.

Estos bienes comunes son diversos, según el tipo de comunidad de que se trate (en una orquesta, la
música, en un equipo deportivo, el triunfo, en una institución de educación, el conocimiento) Pero, ¿y en
la sociedad misma? La cuestión se pone más difícil. Por una parte, muchos ven a la sociedad no como
una comunidad, sino como una asociación en la que cada uno se ayuda para conseguir su propio bien de
manera más eficaz, sin que haya algo común más allá de conveniencia de vivir juntos. Se puede
considerar la libertad como un bien común, pero no es una base muy sólida: no se puede construir una
comunidad sobre la base de que cada uno haga lo que quiera, lo común sería muy poco. Pero esto
presenta un problema; cuando a una persona ya no le conviene vivir con otros, o parece que está
recibiendo menos de lo que aporta, tiende a retirarse. Le parece que la situación es injusta.

(Esta consideración nos lleva a preguntarnos por la justicia, más adelante nos referiremos a ella. Por
ahora, simplemente podemos decir que lo justo en una relación entre personas particulares –que tiende
a definirse por una cierta igualdad en un intercambio- no siempre es lo mismo que lo justo en la relación
que existe entre las sociedades y sus miembros.)

Pero si se examina la realidad de las sociedades se ve que en cada momento hay algunos que aportan
más y otros menos (enfermos, desvalidos, ancianos y niños). Sobre todo los más jóvenes, los que están
en proceso de educarse o formarse, están recibiendo mucho más de lo que están dando. Esto implica
que otros reciben menos: eso es un sacrificio, que puede ser mayor o menor. En algunos casos la
sociedad, para mantenerse necesita que algunos estén dispuestos a hacer el sacrificio supremo: la vida.

La madurez de una persona consiste en darse cuenta de lo que ha recibido, agradecerlo y contribuir a
que no se pierda y pueda a su vez ser recibido por otros.

Esto nos puede llevar a dos consideraciones: ¿Qué es lo que merecen los que se sacrifican o se han
sacrificado para que nosotros podamos recibir lo que tenemos? No es algo que se pueda simplemente
pagar: ellos merecen nuestro reconocimiento. Esto hace que la sociedad no se considere sólo en el
momento presente, sino como algo que viene del pasado y que se proyecta al futuro. Es más que un
pacto social -al que uno nunca dio su consentimiento- uno es parte de una tradición: de un conjunto de
creencias, valores, costumbres, instituciones, que configuran quién es uno.

¿Qué nos une? Hemos recibido (unos más y otros menos) de los que vinieron antes que nosotros: un
orden, una manera de hacer las cosas, unas instituciones, un espacio. Esto nos une entre nosotros,
(aunque algunos lo rechacen), y nos une con los que nos precedieron. Cuidar esto para los que vendrán
nos une a ellos también.

Estas relaciones de dar y recibir generan deberes y derechos: en la medida en que esto se cumple (en la
medida en que cada uno da lo que corresponde y recibe lo que merece) tenemos un orden justo. No
siempre se cumple. Nunca perfectamente: los seres humanos somos imperfectos y nuestras creaciones
(instituciones, sistemas legales, etc.) también lo son.

Siempre está la mirada crítica y el afán de mejorar lo hay. Esto también responde al deber de entregar
algo mejor a los que vienen después de nosotros.

Para que un orden justo, de deberes y derechos, se mantenga estable en el tiempo, para que no
dependa del capricho de las personas o de los que gobiernan, hacemos leyes, y para que esas leyes
también sean justas tenemos leyes que gobiernan a las mismas leyes: constituciones.

Si acaso la constitución que tenemos ahora establece un orden más justo que la que se nos propone, es
algo que queda fuera de límite de esta ponencia.

Cada uno, con la información que pueda obtener, puede formarse un juicio a la luz de los conceptos e
ideas aquí presentados.

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