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RESUMEN:
La frecuencia del ACV isquémico es muy baja después de los 80 años, después de esta edad el
ACV atribuido a una enfermedad ateromatosa es más raro que el atribuido a las enfermedades
de las arterias cerebrales pequeñas relacionadas con la edad y la HTA. El ACV hemorrágico
representa el 10-15% de los ACV y su mortalidad es superior a la del ACV isquémico. El
diagnóstico de un ACV se basa en un conjunto de datos clínicos y radiológicos integrados en los
criterios de Boston modificados. Además del carácter lobular de la hemorragia, la resonancia
magnética (RM) permite evidenciar los otros marcadores radiológicos como microsangrados
corticales, siderosis cortical superficial, microinfartos corticales y yuxtacorticales, y espacios
dilatados perivasculares yuxtacorticales.
Ante una sospecha de ACV, sea cual sea la edad del paciente, se debe realizar de urgencia una
prueba de imagen cerebral. Cabe recordar en este sentido que la tomografía computarizada
(TC) cerebral sobre todo es útil para ver el hueso o, si es con contraste para ver los vasos. Por
lo tanto, debe privilegiarse la RM cerebral ya que ésta permite establecer el diagnóstico de
ACV y descartar los diagnósticos diferenciales, tanto más frecuentes cuanto mayor es el
paciente. Permite ver lesiones isquémicas de pequeño tamaño invisibles en la TC y frecuentes
en los pacientes ancianos. Es útil para estimar a la vez el riesgo isquémico y el riesgo
hemorrágico en pacientes ancianos que están expuestos a ambos. Finalmente, ofrece la
posibilidad, sin inyección de producto de contraste, de visualizar los vasos intracraneales,
información fundamental para estimar el riesgo inmediato de empeoramiento o de recidiva,
tanto si se trata de un ACV isquémico como de un ACV hemorrágico.