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2 Corintios 12:9

Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena
gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.

El versículo que tenemos para hoy es la respuesta que Dios le da antes del 9 para ponernos en el
contexto del relato:

2 Corintios 12:7-8

“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltáse desmedidamente, me fue dado un aguijón
en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera;
respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí.”

Pablo no era inmune al pecado del orgullo. Nadie lo es. Él era un apóstol, un fundador de iglesias,
alguien que hablaba con denuedo y sin miedo tuviera a quien tuviera delante, que era ciudadano
romano y no tenía reclamar las injusticias, que experimentaba el poder de Dios en su vida y lo
manifestaba en toda ocasión. A los ojos del mundo era alguien “importante”, era una persona conocida
y reconocida, odiada por los enemigos del evangelio y admirada por los creyentes a partes iguales.

Para prevenir que se exaltara desmedidamente a sí mismo, le fue dado un “aguijón en la carne”. Este
aguijón en la carne de Pablo es aceptado por él como un don, no como una carga. Dice “me fue dada”,
que significa “regalada”.

En la antigua traducción Griega del Antiguo Testamento, conocida como la Septuaginta, la palabra
skolops (aguijón) muestra “algo que frustra y causa problemas en la vida de aquellos que son afligidos.”

No estamos seguros de qué era ese aguijón. Algunos dicen que era un problema en los ojos, otros dicen
que eran fuertes migrañas. Fuera lo que fuera era una dolencia física fuerte que le afectaba y que era
visible para los demás.
¿Qué hacer cuando algo nos afecta de tal manera? Acercarnos al trono de la gracia en oración. Pablo
rogó a Dios “por tres veces” que se lo quitara. Él sabía que Dios era poderoso para sanarlo si quería.

Y Dios respondió que no.

Debemos estar preparados para estas respuestas también. Cuando oramos, esperamos de corazón que
Dios bendiga nuestros planes, que comparta nuestros deseos, pero hay veces en que Su respuesta es
negativa y nosotras debemos aprender a aceptarlo.

La respuesta a la petición de Pablo de que Dios le quitara aquello que le hacía sufrir fue:

2 Corintios 12:9

Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena
gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.

Bástate mi gracia.

Mi gracia es suficiente. Esa fue la respuesta de Dios para Pablo. No era lo que él esperaba inicialmente,
pero no hubo otra. Dios dijo “no” a quitarle el aguijón. En lugar de quitárselo, Dios le prometió que Su
gracia sería suficiente para sobrellevar su carga, que le daría fuerza para soportar.

Dios tuvo que darle algo que él no podía sobrellevar solo para que Pablo tuviera necesidad de Dios. Pero
es cuando reconocemos nuestras debilidades que Su fuerza entra en acción.

“Una gran tribulación saca la gran fortaleza de Dios. Si nunca sientes conflictos internos y un alma que se
ahoga, entonces no tienes mucho del poder de Dios que te levanta; pero si te hundes, hacia lo profundo
de la angustia del alma, hasta que lo profundo amenaza el cerrar su boca sobre ti, y luego el Señor
monta un querubín y vuela, sí, monta sobre las alas del viento y libra tu alma, y te lleva hasta el deleite
del tercer cielo, luego percibes la majestad de la divina gracia. Oh, debe de haber la debilidad del
hombre, y lamentarse sobre ella, sino, la fuerza del Hijo de Dios jamás será perfeccionada en nosotros.”
(Spurgeon)
Cuando la respuesta a tu oración sea no, descansa en la gracia de Dios, en esa gracia que es capaz de
soportarte, de llevarte y de ayudarte a sobrellevar tu carga.

Por medio de sus debilidades, Dios hizo que Pablo fuera completamente dependiente de Su gracia y de
Su poder, pero todo fue para bien. La continua – aunque forzada – dependencia de Pablo hacia Dios le
hizo más fuerte de lo que cualquier otra cosa podría haberle hecho.

Pablo acepta la respuesta de Dios y le da la bienvenida, se goza de que el aguijón le obligue a confiar en
Dios y a sostenerse en Su gracia.

Que podamos decir, igual que Pablo, “cuando soy débil, soy fuerte” porque entendemos que el poder de
Dios se perfecciona en nuestras debilidades.

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