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A llegado el tiempo del Avivamiento

Incremento de la intensidad, la fuerza o la vivacidad de algo. El avivamiento es el acto de


hacer que algo se encienda o arda de nuevo.
Somos avivados, cuando a causa de los afanes de este mundo y los placeres efímeros,
hemos caído en un estado de somnolencia o apatía espiritual y el Señor, de manera
bondadosa y soberana, nos enfoca de nuevo en él, en su Palabra y en los asuntos de su
reino.
Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos,
y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; 3 y
has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y
no has desmayado. 4 Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. 5 Recuerda, por
tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré
pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido. 6 Pero tienes
esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco. 7 El que
tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del
árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios.
Apocalipsis 2:2-7

En la Biblia encontramos que esto es verdad. Personas que conocían y amaban a Dios,
se encontraron en un estado tal, que necesitaban urgentemente la intervención divina
despertando sus corazones nuevamente a la pasión por Dios. Ejemplo de ello lo encontramos
en Apocalipsis 2, en el mensaje de Jesús a la iglesia de Éfeso, la cual a pesar de sus obras
sobresalientes, fue reprendida por haber dejado «su primer amor». El joven Timoteo, fue
exhortado por el mismo apóstol Pablo con las siguientes palabras: «Por lo cual te aconsejo
que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos» (2 Timoteo
1:6, RVR1960).
Podríamos mencionar también a David —el hombre con el corazón conforme al de
Dios—, quien un día estaba adorando a Dios en el santuario, y otro estaba pidiendo al
Señor: «…no quites de mí tu santo Espíritu» (Salmos 51:11, RVR1960), por haber cometido el
pecado de adulterio. Podemos mencionar también a Elías. Sí, el mismo que derrotó a cientos
de profetas de Baal, después estaría debajo de un árbol, intimidado y deprimido. O de un
Pedro, quien por revelación divina declaró que Jesús era el Cristo, después estaría huyendo
avergonzado y envuelto en un llanto de amargura. Basta con ser honestos con nosotros
mismos y reconocer que a pesar de que amamos a Dios, hemos caído en «baches»
espirituales en los que necesitamos que Dios encienda nuestra pasión por él una vez más.
El avivamiento es importante porque no fuimos llamados a vivir cualquier tipo de
vida, ¡fuimos llamados a vivir una vida abundante! Por medio de su sacrificio, Cristo no ofrece
una libertad limitada; claro, seguimos en una lucha constante en contra de la carne, pero los
alcances de su sacrificio van muchísimo más allá de las limitaciones ocasionadas por la batalla
contra el pecado. Ahora, el Espíritu Santo mora en nosotros, habilitándonos para vivir una
relación ferviente con el Creador, para seguir su camino en obediencia y para experimentar
en el tiempo presente el mismo poder que levantó a Jesús de la muerte.

Esto podemos verlo en la oración de Pablo por la iglesia de Éfeso:

«Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza
él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos, y cuán
incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza
grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó
a su derecha en las regiones celestiales» (Efesios 1:18-20, NVI).
Ahora que entendemos la importancia y nuestra necesidad de avivamiento, nos
preguntamos: ¿Hay algo que podemos hacer para propiciar el despertar espiritual? El pastor
Sam Storms define el avivamiento como «una obra soberana, sorprendente y
repentina», pero al mismo tiempo coincide que esto no significa que no hay nada que
podamos hacer por nuestra parte. Así como la salvación depende del Señor y nos permite
ser parte mediante el evangelismo y la oración, hay algunas cosas prácticas que Dios nos
permite poner por obra en nuestra búsqueda de avivamiento.

1. Acércate en arrepentimiento y humildad

¡Uno de los más grandes enemigos del avivamiento es el orgullo! Dios ve con agrado un
corazón que se humilla, que reconoce que se ha apartado de él y desea destruir todos los
ídolos que han cautivado su corazón. «El Señor es excelso, pero toma en cuenta a los humildes
y mira de lejos a los orgullosos» (Salmos 138:6, NVI).

Debemos reconocer que el problema de la apatía espiritual no radica en una negligencia


divina, sino en nuestro propio pecado, al descuidar nuestra relación con Dios y desviar
nuestra mirada de él. Gracias a Dios que tenemos en él a un Padre paciente y misericordioso,
¡dispuesto a colmarnos de bendiciones a pesar de que le hemos fallado!

2. Persiste en oración

«Pues, si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre
celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!». (Lucas 11:13, NVI)
La oración es precisamente una de las mayores manifestaciones de la humildad, porque es
el reflejo de la dependencia de Dios y la expresión del anhelo del corazón que desea más de
él. Dios ha dispuesto hacer cambios y responder peticiones mediante la búsqueda en
oración. Es sumamente agradable para el Señor cuando sus hijos se acercan y expresan su
necesidad, su corazón vulnerable y sus deseos, porque eso quiere decir que han entendido
que por medio de Cristo podemos acercarnos «…confiadamente al trono de la gracia para
recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la
necesitemos». (Hebreos 4:16 NVI)

3. Busca su rostro

El avivamiento no sucede cuando el Señor nos concede bendiciones terrenales (que pueden
ser parte de ello), pero la bendición que desata el despertar del corazón del hombre es… sí,
es ¡él mismo! El avivamiento sucede cuando el corazón de su pueblo es liberado de las
distracciones y los placeres efímeros para ser profundamente invadidos por hambre y sed de
Dios mismo.

El rey David escribe un precioso salmo en el cual expresa su deseo por contemplar la
hermosura de Dios y deleitarse en él. Él prosigue con las siguientes palabras: «Cuando dijiste:
“Busquen Mi rostro”, mi corazón te respondió: “Tu rostro, Señor, buscaré”» (Salmos 27:8,
NBLA).

Por último, veamos esta promesa de Dios que reúne los tres elementos previamente
mencionados: «pero si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, busca mi rostro y se
aparta de su conducta perversa, yo oiré desde el cielo, perdonaré sus pecados y restauraré su
tierra». (2 Crónicas 7:14, NTV).

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