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Bata, 2021
Introducción
Este artículo procura hacer posible el conocimiento de Italia basado en su Constitución
escrita, vigente a partir del 1o. de enero de 1948, fecha en que, desde entonces,
comienza a vivir la República que hoy conocemos, con su sociedad y mentalidad
propias.
Italia forma parte de la comunidad internacional, integrada por Estados (estructurados
en cuatro elementos: pueblo, territorio, gobierno y orden jurídico) con cultura política
occidental democrática, sustentada en procesos electorales.
1) Las denominadas políticas, en las que se eligen a los miembros del Parlamento
(Diputados y Senadores), y
2) Las llamadas administrativas, en las que se eligen a los integrantes de las juntas
regionales, provinciales y comunales (municipales), respectivamente.
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SISTEMAS ELECTORALES DE ITALIA
Las elecciones para la Cámara de Diputados se han regulado por un total de hasta seis
leyes electorales diferentes desde la restauración de la democracia en 1946. La Segunda
República italiana que surgió tras la crisis de régimen de principios de la década de los
noventa del siglo xx, ha sido testigo de cuatro sistemas electorales distintos:
Mattarellum (1993), Porcellum (2005), Italicum (2015) y Rosatellum (2017). Esta
última reforma electoral, que se estrenó en las últimas elecciones generales de 2018,
constituye el último hito de la mareante sucesión de reglas electorales utilizadas para la
elección del Parlamento italiano.
En los últimos años, el sistema electoral italiano ha sufrido una cantidad de reformas de
notable interés. Desde 2014, tanto el Tribunal Constitucional como el legislador han
sido protagonistas de un diálogo, quizás único en el mundo, que todavía parece no haber
terminado.
Desde 2005 hasta hoy, el legislador italiano ha aprobado tres leyes electorales, dos de
las cuales han sido declaradas parcialmente inconstitucionales por el Tribunal
Constitucional. En noviembre de 2017, en el la Gazzetta Ufficiale fue publicada una
nueva ley electoral (ley 165/2017) tanto para la Cámara de Diputados como para el
Senado. El nuevo sistema puede ser clasificado como mixto y contempla elementos
tanto proporcionales como mayoritarios. En el mismo año, y al final de la legislatura
XIV, la mayoría parlamentaria de centroderecha aprobó una reforma electoral (llamada
“ley Mattarella” de 1993) que puso término al sistema anterior basado principalmente
en las circunscripciones uninominales, con una rectificación proporcional. La ley
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270/2005 (conocida como ley Porcellum, denominación que le dio el ponente Calderoli
después de varias modificaciones) contemplaba un sistema proporcional, pero
caracterizado por la presencia de un premio de mayoría.
Para ganar y obtener el premio de mayoría de 340 escaños era necesario recibir un voto
más con respecto a la lista o a la coalición adversaria. En cambio, este sistema electoral
preveía la distribución de escaños a nivel regional para el Senado. Se atribuían los 299
escaños del Senado previendo 17 premios de mayoría regionales. De tal modo que, a
quien obtenía más votos en una región, se le asignaba el 55% de los escaños que habían
sido concedidos a esa región; mientras que el restante 45% de escaños, se redistribuía de
manera proporcional. Además, los umbrales mínimos estaban calculados sobre base
regional con un 20% para las coaliciones (participaban en la redistribución las listas
coligadas que obtenían al menos el 3% de votos) y un 8% para las listas no coligadas.
El sistema, criticado duramente por la opinión pública y por las fuerzas políticas, fue
declarado parcialmente inconstitucional con la decisión del Tribunal Constitucional
1/2014. El premio de mayoría previsto fue considerado inconstitucional. El sistema «no
impone un umbral mínimo de votos a la lista (o coalición de listas) de mayoría relativa
de votos confiere automáticamente un número incluso más elevado de escaños que
convierte una formación que ha perseguido un porcentaje muy reducido de sufragios en
la que alcanza la mayoría absoluta de los diputados de la Cámara».
En cuanto al Senado, el Tribunal constitucional declaró la inconstitucionalidad de otra
parte de la Ley, según la cual el premio de mayoría del Senado se calculaba en base
regional. El Tribunal planteaba que, en consecuencia de la aplicación de los premios,
obtener una real mayoría en el Senado correspondía al «resultado casual de una suma de
premios regionales.
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Semejantes condiciones de voto imponían al ciudadano, seleccionando una lista, que
eligiera en bloque incluso todos los numerosos candidatos en ella listados, que no había
tenido la oportunidad de conocer y evaluar y que, de forma automática, estaban
destinados a convertirse en diputados o senadores, según su posición en la lista. Esto
hacía que la disciplina no pudiera ser comparada con otros sistemas caracterizados por
listas bloqueadas sólo por una parte de escaños, ni con otros caracterizados por
circunscripciones electorales de dimensiones territorialmente reducidas, en las que el
número de los candidatos que debían ser elegidos era tan pequeño que permitía que se
conociera de antemano y que la elección y la libertad de voto fueran efectivas. El
derecho de la ciudadanía a la elección del órgano legislativo, que se desprende de la
lectura conjunta A de los artículos 48, 49, 56, 58, 67 de la Constitución italiana y del
artículo 3 del Protocolo 1 del CEDH (Convenio Europeo de Derechos Humanos)20,
implica la facultad del elector de influir en la elección de sus propios representantes y,
por lo tanto, no es compatible con mecanismos de voto que remiten totalmente esta
elección a los partidos políticos, a través del mecanismo de las listas bloqueadas.
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Conclusión
La experiencia italiana permite extraer interesantes lecciones para lo que Arend Lijphart
(1997) denominó como la «ciencia de los sitemas electorales».
Su efervescencia reformista supone un caso desviado respecto a la habitual ausencia de
reformas en el universo de los sistemas electorales de las democracias establecidas. No
en vano, la reforma electoral se ha convertido en un asunto objeto de debate político
permanente en el sistema político italiano.
Limitándose a las reformas electorales de lo que se conoce como Segunda República, el
cambio de sistema electoral acontecido en 1993 (Mattarellum), parece encajar en ese
grupo de reformas motivadas por situaciones históricas extraordinarias por las que
atraviesa un país (Nohlen, 2004: 385). En este sentido, la reforma italiana de 1993
representa el prototipo de reformas electorales en las que el resultado final del proceso
viene determinado por la interacción que se produce entre la ciudadanía y las élites
partidistas (elite-mass interaction), como demuestra el importante papel de la sociedad
civil movilizada en torno a los referéndums abrogativos que tuvieron lugar a principios
de los años noventa (Renwick, 2010). Ahora bien, a diferencia de Mattarellum, el
proceso de reforma de 2005 (Porcellum), fue enteramente conducido por las élites
partidistas y, más concretamente, por las de los partidos que conformaban la coalición
gobernante (elite-majority imposition), en un proceso en el que entraron en juego
múltiples dimensiones de los posibles efectos de la reforma electoral para cada uno de
los partidos impulsores (Renwick et al., 2009; Baldini, 2011).
Una vez creada esa necesidad de reforma electoral, tanto Italicum como Rosatellum
pueden reconducirse a procesos de reforma electoral dominados por las élites partidistas
en el poder (elite-majority imposition), en este caso controlado por los líderes de los
entonces principales partidos del centro-izquierda (Renzi) y del centro-derecha
(Berlusconi) con el objetivo de perjudicar al M5S. Aunque en el caso de Rosatellum las
primeras elecciones en las que se ha aplicado han certificado que sus impulsores, a
pesar de buscar el rédito electoral con la reforma, cometieron errores de cálculo al
menospreciar la potencial fuerza electoral del M5S.
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Bibliografía
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